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Hidalgo y sus dedicación a la agricultura y la industria

“Al principiar el siglo, y cuando ya hubo llegado á la edad madura, vemos á Hidalgo dedicado en su curato de Dolores á la agricultura y á la industria, después de confiar al cuidado de un vicario las faenas de su ministerio. Extendió el cultivo de la uva, de que hoy se recogen en aquella comarca considerables cosechas, y propagó la cría del gusano de seda. En 1845 se conservaban aún en Dolores, en un sitio llamado las Moreras de Hidalgo, ochenta y cuatro árboles plantados por sus propias manos para el cultivo del opulento gusano, conservándose también hasta en esa época los caños que mandó hacer para el riego de todo el plantío; de esta industria logró obtener algunas piezas de ropa para su uso particular y otras para su madrastra, á quien consagró siempre una ternura filial. Fundó también una fábrica de loza, otra de ladrillo, algunos talleres de diversas artes, y construyó varias pilas destinadas al curtimiento de pieles; propagó la cría de las abejas…”

Fuente: México a través de los siglos, Tomo III, Vicente Riva Palacio.Publi

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LA CIUDAD DE MÉXICO A PRINCIPIOS DEL SIGLO XIX

“[la Ciudad de] México en 1810 estaba dividido en ocho cuarteles mayores y treinta y dos menores. Contaba 304 calles, 140 callejones, 12 puentes, 64 plazas, 19 mesones, 2 posadas, 28 corrales y 2 barrios… el barrio de la albarrada de San Cosme, era alegre y pintoresco, con huertas y jardines plantados desde el siglo XVI por los primeros conquistadores y vecinos, y atravesando por el acueducto que conducía el agua de los manantiales de Santa F, con una fuente monumental en la garita de la Tlaxpana y una Caja de agua en el crucero de las bocacalles de San Andrés, Santa Isabel y Puente de la Mariscala, donde remataba aquella arquería del acueducto, que junto con el que venía de Chapultepec hasta la fuente del Salto del Agua, surtía ambos del precioso líquido a los habitantes de México en 1810… Todavía el año de 1810 la ciudad de México presentaba en casas, palacios, hospitales y conventos, modelos de cada uno de los estilos que en el curso de tres centurias habían caracterizado la arquitectura colonial, desde el plateresco hasta el de Churriguera que tanto predominó en el siglo XVIII; positivo lujo y derroche de imaginados y fantásticos adornos.”

Fuente: La vida de México en 1810, Luis González Obregón.Publi

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El mercado del Parian

“El Parián era un vasto edificio que ocupaba poco más ó menos el cuadrado que ahora tiene el nombre de Zócalo.

Por los cuatro costados tenía accesorias que daban á los cuatro vientos, de forma regular y corrida, coronadas por ventanas de hierro de vara y media de altura, indicando el piso superior destinado á los almacenes. Las hileras de puertas sólo se interrumpían por las puertas principales que daban á los cuatro vientos y se distinguían las secciones, ocupadas por los propietarios, por los rótulos y las diferentes mercancías.

La parte interior estaba cruzada por callecitas estrechas en todas direcciones, y en el centro una manzana de cajones, que así se llamaban las tiendas todas del edificio. Aunque el comercio casi único que abrigaba el Parían era de ropa, al frente de palacio se ostentaban, entre otras, los cajones de fierro de los chatos Flores, con su expendio de campanas, rejas, coas para labradores y municiones; viendo á Catedral, había relojerías lamosas con grandes relojes de campanitas, de tórtolas y otros adminículos.

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Frente al Portal de Mercaderes se ostentaba la gran Sedería de Rico, la Tiraduría de oro de Morquecho y Prieto (mi abuelo), en correspondencia con la nao de China, y los cajones de los Mecas; y del lado de la Diputación acaudalados reboceros como los Sres. Romero y Mendoza. En el centro existían suntuosísimos cajones, como el de Izita, y otros templos de la moda, y almacén del lujo de aquellos tiempos.

El personal de estos comerciantes conservaba con rigorosa exactitud las tradiciones españolas; los amos de la más pulcra aristocracia, bienhechores de convenlos y (rasas de beneficencia, los dependientes irreprochables de elegancia y finura, bailadores famosos, tiradores de espada, buenos jinetes y gente de rumbo y trueno, aunque sujetos á las reglas casi monásticas de sus patrones. Se aseaban temprano, cerraban el cajón á las doce para comer en comunidad, se encerraban después de la oración, cumplían con la Iglesia y acompañaban al amo á las procesiones. De todos modos el Parían era el emporio del buen tono, el sueño dorado de las famosas entonces cotorronas, y el bello ideal de las currutacas ó catrinas, que así se llamaba á las polluelas de la época.”

Fuente: Memorias de mis tiempos. 1828-1840, Guillermo Prieto.

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LA PULQUERÍA, MIRADA DEL MÉXICO DEL SIGLO XIX

“Pero lo característico para dar conocimiento del populacho de México, populacho salpicado de frailes y soldados, toreros, calaveras y niños alegres de la gente rica, eran las pulquerías situadas en los suburbios, como«La Nana,» «Los Pelos,» «Don Toribio,» «Celaya,» etc.

La pulquería era realmente un extenso jacalón de tejamanil, en forma de caballete, de treinta varas de largo por catorce de ancho, sostenido por vigones que tenían base ó sustentáculo de piedra. Tres de los lados de este jacalón daban al aire libre, y en el fondo había un respaldón triangular donde tenía su asiento la negociación.

En uno de los lados de este triángulo estaba formado un gran cuarto de gruesos tablones, con mesas corridas y asientos, y cerca de la puerta, con vista al gran salón, el puesto de la enchiladera. Al pie del triángulo ó gran cabecera que hemos descrito, se levantaban tres ó cuatro tinas de pulque, pintarrajeadas en su exterior y condecoradas con nombres propios como «La Madre Venus,» «El denlos Fuertes,» «Fierabrás,» etc., etc., dominando las tinas; tendidas repisas en que había vasos verdes y de pepita, cubos de palo, cajetes y cántaros porosos.

El suelo del salón, de pura tierra, se hallaba perfectamente pisoneado, terraplenado y apto para jugar rayuela, con los macizos tejos de bronce que se usaban entonces para el efecto, y para jugar tuta y la pitrina, que exige el riego de monedas por el suelo.

A los pilares se ataban los caballos de los concurrentes ecuestres y solían á los mismos sujetarse gallos que atronaban con sus gritos el recinto.

Hombres, mujeres, chicos, matanceros, toreros, frazadas, esclavinas, barraganes y chaquetas, se revolvían formando remolino inquieto, en que el grito, la injuria, la desvergüenza, la carcajada y la blasfemia, brotaban sin cesar, alimentando el fervor cajetes, vasos y tinas del licor embriagante de Xóchitl.

Alrededor de la enchiladera se agolpaba aun más inquieta la abigarrada concurrencia.

Pero lo supremo, lo tormentoso, lo matizado de todos los colores, el gran mosaico popular, se reservaba para el cuartito de tablas; el músico y el capellán de tropa, el fraile copetón y decidor, el ranchero ladino, el lépero resabioso y tremendo, el puñal y la daga, la bandola y la baraja; en una palabra, todos los útiles para el desempeño fácil y entusiasta de los pecados capitales.

Se cantaban canciones obscenas, se jugaban albures con barajas floreadas, se hacía campo á las bailadoras del dormido y del malcriado; en una palabra, se daba gusto Satanás en aquel conjunto privilegiado por su estimación y cariño.”

Fuente: Memorias de mis tiempos. 1828-1840, Guillermo Prieto.Publi

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La vecindad y sus costumbres

“Mi observatorio de costumbres, mi lugar predilecto de estudio era mi misma casa de vecindad. Ocupaban las viviendas principales personajes elevados por la reciente revolución que traían el pelo de la dehesa, invadían con las sillas de sus caballos el tránsito, hacían en el corredor cocina de humo, trajinaban de enaguas y zapatos enchanclados la señora y las niñas, dejaban invadir escaleras y patio á sus pimpollos, los asistentes alborotaban á todas las gatas, interceptaban el tránsito con sus retozos, escandalizaban con sus cantos obscenos, y deslumbraba de vez en cuando el señor de la casa con su bota fuerte, su casaca ricamente bordada de oro, su sable curvo de vaina de acero, su bastón con borlas y su gran sombrero de tres picos, con sus carrilleras doradas, su gran escarapela y sus plumas tricolores que cimbraban airosas en la altura de su cuerpo.

En las viviendas interiores se lucía un sacerdote ejemplar con numerosa familia, que se sabía disfrazar como el actor más consumado. Un músico que convocaba á sus compañeros y nos armaban zambras filarmónicas de música epiléptica. Una anciana partera con una crónica divina, misteriosa, accidentada y sembrada de secretos increíbles. Un sastre embustero; un zapatero fanfarrón y ebrio repugnante; un impresor mártir con una mujer bachillera y celosa; unas bailarinas de los grandes bailes de la Pautret con conexiones de currutacas de gran tono, humos de reinas, y miserias de pordioseras; y una beatita jamona de voz meliflua, toda enredos, calumnias, entrometimientos y chismes, era el cuadro que tenía ante los ojos, y servía como de tintas á mi futura paleta de escritor de costumbres.”

Fuente: Memorias de mis tiempos. 1828-1840, Guillermo Prieto.Publi

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