1. E L F L A U T I S T A D E H A M E L I N R O B E R T B R O W
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3. E L F L A U T I S T A D E H A M E L I N 3 Robert Browning *
El flautista de Hamelin El pueblito de Hamelin est en Brunswick,
cerca de la famosa ciudad de Hanover, y el profundo y anchuroso
Weser baa su flanco sur. Jams se vio un lugar tan placentero pero,
para la poca en que comienza nuestra historia -hace casi cinco
siglos-, los pobladores soportaban una horrible peste. Ratas!
Desafiaban a los perros y mataban a los gatos; mordan a los bebitos
en sus cunas; se coman los quesos de los moldes y sorban la sopa
del mis- msimo cucharn del cocinero; abran los toneles de sardinas
en salmuera, anidaban en los sombreros de paseo de los hombres y
hasta estropeaban las charlas de las mujeres, ahogando las voces
con chillidos es- * Robert Browningb nace en Camberwell en 1812.
Hijo de una familia acaudalada, puede dedicarse a la literatura y a
los viajes. Sus primeras producciones son Pauline, Paracelsus,
Sordello y Dramatic romances. De su trayectoria como dranmaturgo no
queda ninguna obra perdurable. En 1855 publica Men and women y en
1864 Dramatis personae. Su obra ms ambiciosa es The ring and the
book. Muere en Venecia en 1889. 3 3
4. R O B E R T B R O W N I N G 4 tridentes que cubran una gama
de cincuenta soste- nidos y bemoles. Finalmente la gente acudi en
manifestacin a la alcalda. -Es evidente que nuestro alcalde es un
papanatas -gritaban-. Para no hablar de la Corporacin. Pensar que
gastamos en trajes de armio para unos bobos que no son capaces de
librarnos de esta peste! Aca- so esperan ampararse en sus pieles de
magistrados, slo porque son viejos y gordos? De pie, seores.
Exprmanse los cerebros para encontrar una solu- cin, o no les quepa
duda de que los vamos a echar. Al or esto el alcalde y la
Corporacin se pusie- ron a temblar, muy preocupados. Estuvieron
reunidos en consejo durante una ho- ra y por fin el alcalde rompi
el silencio. -Remato mi investidura al mejor postor. Querra estar
bien lejos de aqu. Es fcil pedir que uno se exprima el cerebro. Ya
me duele la cabeza de tanto rascarla. Y nada. Si se nos ocurriera
alguna buena trampa! Mientras deca esto tocaron suavemente a la
puerta del recinto -Santo cielo! -exclam el alcalde-. Qu es eso? 4
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5. E L F L A U T I S T A D E H A M E L I N 5 (All sentado con
la Corporacin pareca peque- o pero asombrosamente gordo. Su mirada
no era ms lcida ni ms hmeda que la de una ostra muerta, aunque hay
que admitir que cobraba un po- co de vida al medioda, cuando la
panza clamaba por un guiso de tortuga verde y gelatinosa.) -Alguien
se est sacudiendo los pies en el fel- pudo? -pregunt, y agreg-:
Cualquier ruidito que me recuerde el de las ratas y el corazn me da
un vuelco. -Adelante! -grit finalmente el alcalde, y pareci que
haba crecido. Entonces hizo su entrada el tipo ms raro que pueda
uno imaginar, con un extravagante abrigo que lo cubra de pies a
cabeza, mitad amarillo y mitad rojo. Era un hombre alto y muy
delgado, con ojos azules y penetrantes, chiquitos como dos
alfileres, cabellos claros y lacios pero tez morena, sin bozo en
las mejillas ni barba en el mentn pero con muchas sonrisas en tos
labios. Nadie imaginaba quin era ni de dnde vena y todos
contemplaban absortos al hombre altsimo y su extrao atavo. Uno
dijo: 5 5
6. R O B E R T B R O W N I N G 6 -Es como si mi tatarabuelo
hubiese vuelto de la tumba al or las trompetas del da del Juicio.
El hombre avanz hasta la mesa de deliberacio- nes y dijo: -Con su
permiso, honorables. Por obra de un poder secreto, estoy en
condiciones de hacer que me sigan todas las criaturas vivientes,
las que se arras- tran, las que nadan, las que vuelan y las que
corren. Suelo utilizar mi poder sobre los bichos perjudiciales al
hombre, como los topos, los sapos, los tritones y las vboras. La
gente me llama el Flautista. Y slo entonces notaron que alrededor
del cue- llo tena una banda roja y amarilla (para hacer juego con
el saco), de cuyo extremo colgaba una flauta. Tambin notaron que
los dedos se le escapaban, como si estuvieran ansiosos por tocar
esa flauta que se bamboleaba sobre el anticuado traje. -A pesar de
ser slo un pobre flautista -dijo-, en junio pasado liber al Chan de
Tartaria de unas gi- gantescas nubes de mosquitos y en Asia le quit
de encima a Nizam una ola monstruosa de murcilagos vampiros. Y en
cuanto a lo que les preocupa a uste- des me daran mil florines si
libero a la ciudad de las ratas? 6 6
7. E L F L A U T I S T A D E H A M E L I N 7 -Mil? Cincuenta
mil! -exclamaron sorprendidos el alcalde y la Corporacin. Entonces
el Flautista sali a la calle, algo son- riente, como si supiese qu
magia dorma en su flauta, y, como un msico experto, frunci los
labios para soplar el instrumento. Los ojos despedan des- tellos
azules y verdes, como cuando se arroja sal so- bre la llama de una
vela. Y antes de que la flauta hubiese emitido tres notas agudas,
se oy algo que recordaba un ejrcito en marcha. El murmullo se
convirti en gruido, el gruido en rugido y las ratas comenzaron a
precipitarse atropelladamente a la ca- lle. Ratas grandes, ratas
chicas, ratas enclenques, ra- tas robustas, ratas marrones, ratas
grises, ratas ne- gras, ratas rubias, viejas ratas solemnes y
rengas, ratitas alegres y juguetonas, padres, madres, tas, primos,
colas en alto y bigotes en punta, decenas y docenas de familias,
hermanos, hermanas. esposas y esposos, todas detrs del Flautista.
El Flautista tocaba y caminaba y las ratas lo se- guan bailoteando,
hasta que llegaron a orillas del Weser, donde todas se zambulleron
y murieron. Todas salvo una, intrpida como Julio Csar, que atraves
el ro a nado y vivi para llevar sus 7 7
8. R O B E R T B R O W N I N G 8 Comentarios al Pas de las
Ratas, tan cuidadosa co- mo el conquistador romano de preservar el
manus- crito. Su historia deca as: "En cuanto sonaron las primeras
notas agudas en la flauta, me pareci or que cortaban lebrillo, que
colocaban manzanas, maravillosamente maduras, en la prensa de hacer
sidra, que corran barriles de em- butidos, que dejaban
entreabiertos armarios con conservas y que quitaban los corchos a
los frascos de aceite, que hacan saltar los flejes de los toneles
de manteca. Era como si una voz (ms dulce que el arpa o el
salterio) gritase: "Algrense, ratas! El mun- do se convirti en una
enorme despensa. As que masquen, tasquen, desayunen, almuercen,
merienden y cenen." Y cuando me pareci ver un gran barril de azcar,
ya abierto, brillante como el sol, a pocos centmetros de mis
narices, como dicindome: "Ven a perforarme", me encontr revolcndome
en el Weser". Tendran que haber escuchado a los pobladores de
Hamelin haciendo repicar las campanas hasta do- blar los
campanarios. -Vamos! -gritaba el alcalde-. Agarren palos lar- gos y
arranquen los nidos; tapen los agujeros! Con- 8 8
9. E L F L A U T I S T A D E H A M E L I N 9 sulten con
carpinteros y albailes y no dejen ni ras- tros de las ratas en el
pueblo! De pronto asom la cara del Flautista en el mer- cado y se
oy: -Primero pguenme mis mil florines, por favor! Mil florines! El
alcalde se puso verde y tambin, los miembros de la Corporacin. Las
cenas del Con- cejo hacan estragos con las reservas de Clarete, de
Mosela, de Vinde-Grave y de vino del Rin, y la mi- tad de ese
dinero bastara para volver a llenar con vino el tonel ms grande de
la bodega. Cmo iban a pagarle esa suma a un vagabundo vestido de
amarillo y rojo, como un gitano? -Adems -dijo el alcalde con un
guio malicioso- , fue obra del ro. Todos vimos con nuestros propios
ojos cmo se hundan las ratas. Y lo que est muerto no resucita, segn
creo. As que, amigo, no somos gente que vaya a negarle un vaso de
vino ni tampoco algn dinerito, pero en cuanto a los florines, lo
que dijimos lo dijimos en broma. Por otra parte, hay que tener en
cuenta que sufrimos graves prdidas y que debemos ahorrar. Mil
florines! Por favor! Contn- tese con cincuenta. El Flautista cambi
de cara y grit: 9 9
10. R O B E R T B R O W N I N G 10 -No acepto regateos y,
adems, estoy muy apu- rado. Promet estar en Bagdad para la hora de
la ce- na: tengo que probar la primicia de un guiso del cocinero en
jefe, un hombre muy rico, que est agradecido de que haya
exterminado los escorpiones de la cocina del califa. No regate con
l y no voy a ceder ni un centavo con ustedes. Adems, tengan en
cuenta que tengo otro modo de tocar la flauta para la gente que me
pone furioso. -Cmo dice? -grit el alcalde-. Cree usted que puedo
permitir que me trate peor que a un cocinero? Que me insulte un
asqueroso haragn, un flautista vagabundo vestido de todos colores?
Es eso una amenaza? Adelante, entonces, y sople su flauta hasta
reventar. El Flautista sali una vez ms a la calle y una vez ms
acerc a sus labios la larga flauta de caa lisa y recta. Y antes de
que hubiese sonado la tercera de esas notas dulces y suaves como no
haba emitido hasta entonces ningn msico en el mundo, se oy un
murmullo de bullicio, de muchedumbres alegres que se empujaban y se
atropellaban, piecitos que pataleaban y zuecos que golpeteaban,
manitos que aplaudan y lengitas que parloteaban y, como las aves
del corral cuando les tiran el alpiste, salieron 10 10
11. E L F L A U T I S T A D E H A M E L I N 11 corriendo los
chicos. Todos los chicos y las chicas de mejillas sonrosadas y
rulos rubios, de ojos bri- llantes y dientes de perlas, tropezndose
y brincando corran en pos de la msica maravillosa entre gritos y
carcajadas. El alcalde se qued mudo y los consejeros se quedaron
duros como estacas. Incapaces de dar un paso o de gritarles a los
chicos que pasaban saltando alegremente, slo podan seguir con los
ojos a esa multitud gozosa que persegua al Flautista. Pero qu
angustia sinti el alcalde y cmo palpitaron los cora- zones de los
consejeros cuando el Flautista se desvi de la calle principal y se
dirigi hacia el Weser, que les saldra al paso a sus hijos y sus
hijas! Sin embargo, el Flautista cambi de rumbo y, en lugar de
dirigirse hacia el sur, se dirigi hacia el oeste y rumbe hacia la
colina de Koppelberg, con los chicos siempre pegados a la espalda.
Todos se sintie- ron aliviados. -Nunca podr atravesar ese pico.
Tendr que dejar de tocar y nuestros hijos se detendrn. Pero sucedi
que, al llegar al pie de la montaa, se abri de par en par un portal
maravilloso, como si de pronto hubiese surgido una caverna. El
Flautista avanz y los nios lo siguieron. Y cuando haban 11 11
12. R O B E R T B R O W N I N G 12 entrado todos, hasta el
ltimo, la puerta se cerr de golpe. Dije todos? Me equivoco. Uno de
ellos era ren- go y no haba podido bailotear como los otros.
Cuando, muchos aos despus, le reprochaban su tristeza, sola decir:
"Es muy sombro el pueblo des- de que se fueron mis compaeros. Y no
puedo olvi- dar que estoy privado de contemplar todos esos
maravillosos espectculos que tambin a m me prometi el Flautista.
Deca que nos conduca a una tierra de gozo, que estaba muy cerquita
del pueblo, all noms, donde brotaban fuentes y crecan rboles
frutales y las flores desplegaban matices ms hermo- sos y todo era
extrao y nuevo, donde los gorriones eran ms brillantes que los
pavos reales y los perros ms veloces que las corzas, y las abejas
haban per- dido sus aguijones y los caballos nacan con alas de
guila. Y justo cuando me sent seguro de que en ese lugar iba a
curarme de mi renguera, la msica se de- tuvo y yo me qued all
parado, del lado de afuera de la montaa, abandonado muy a pesar mo
y obligado a seguir rengueando en este mundo y a no volver a or
nunca ms hablar del hermoso pas". Desdichado Hamelin! A muchos
vecinos les vi- no a la mente eso de que es ms fcil que un camello
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13. E L F L A U T I S T A D E H A M E L I N 13 pase por el ojo
de un aguja que un rico entre en el cielo. El alcalde mand
mensajeros hacia los cuatro puntos cardinales para ofrecerle al
Flautista, donde quiera que se lo hallase, todo el oro y toda la
plata que pidiera si regresaba como se haba ido y traa con l a los
nios. Pero cuando vieron que todo era en vano y que el Flautista y
los nios que bailotea- ban a sus espaldas se haban ido para
siempre, lanza- ron un decreto por el cual los abogados deban
fechar sus documentos segn esta frmula: "A tan- tos aos, meses y
das de lo que sucedi aqu el 27 de julio de 1366". Y para no
olvidarse jams de la calle por donde haban desaparecido los nios la
llamaron Calle del Flautista y cualquiera que pasase por ella
tocando la flauta o el tamboril poda estar seguro de que no volvera
a encontrar trabajo en Hamelin. Tampoco permitieron que ninguna
hoste- ra ni ninguna taberna perturbase con el bullicio una calle
tan solemne. Y frente al lugar en que se haba abierto la caverna
levantaron una columna y en ella escribieron esta historia y tambin
la pintaron en el gran vitral de la iglesia, para que el mundo se
entera- se de que les hablan robado sus hijos. Todava hoy estn all
esos recuerdos. 13 13
14. R O B E R T B R O W N I N G 14 Me olvidaba de mencionar que
en Transilvania hay una tribu de gente muy especial que asegura que
las ropas tan extraas que usa, y que tanto llaman la atencin de sus
vecinos, son una herencia de sus antepasados, surgidos de una
prisin subterrnea en la que se los haba sepultado haca largo tiempo
des- pus de haberlos arrebatado del pueblito de Hame- lin, en el
condado de Brunswick, sin que supieran decir cmo o por qu. As que,
Guille, saldemos nuestras deudas con todos los hombres... sobre
todo con los flautistas! Y s llegan a liberarnos con su msica de
ratas o de ratones cumplamos nuestra promesa y pagumosles lo que
hayamos convenido. 14 14