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De toros

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Un recull d´arguments a favor i en contra de les curses de braus

Manuel Villar Pujol

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Fernando Savater, Un abuso arrogante, El País, 04/03/2010 ... no creo que la suerte del toro de lidia sea la más digna de compasión... al menos entre quienes comemos carne de vacas, cerdos o aves de corral y gastamos zapatos y bolsos de piel. Me parece que la vida de los toros y hasta su cuarto de hora final de batalla dolorosa sería envidiada por muchos de los animales que están a nuestro servicio... si pudieran conocerla. Puede que los toros o los caballos de carreras merezcan también una lágrima, pero como el resto de los seres vivos, especialmente nosotros y nuestros hijos. Y tampoco me parece aceptable determinar inapelablemente que el gozo que la corrida produce a los aficionados no sea más que una expresión de regodeo cruel y sanguinario. No es lo mismo disfrutar viendo luchar que disfrutar viendo sufrir: hay códigos de honor y celebraciones simbólicas que pueden no compartirse pero que nadie puede arrogarse la autoridad moral para descalificar sin más.

A fin de cuentas y lo más importante: se trata de una cuestión de libertad. La asistencia a las corridas de toros es voluntaria y el aprecio que merecen optativo para cada cual. Comprendo perfectamente que haya quienes sientan rechazo y disgusto ante ellas, como a los demás nos pasa ante tantos otros espectáculos, hábitos y demostraciones culturales. Pero que eso faculte a las autoridades de ningún sitio para decidir desde la prepotencia moral institucionalizada si son compatibles o no con nuestra ciudadanía resulta un abuso arrogante.

Prohibir un juego de indudable raigambre literaria y artística, codificado y estilizado rigurosamente a lo largo de siglos, del que disfrutan muchas personas y que garantiza una forma de vida y un tipo de desarrollo económico, ligado al paisaje y a la ganadería, exige algo más que un respetable pero no universalizable remilgo de ciertas sensibilidades. Salvo que lo que esté en juego sea otro tipo de consideraciones políticas, en las cuales prefiero no entrar.

Francesc-Marc Álvaro, Toros y comparaciones, La Vanguardia, 05/03/2010

El sufrimiento de los seres vivos es un abordaje habitual del asunto entre quienes propugnan la prohibición de las corridas. Este es un enfoque eficaz, dado que forma parte del consenso más amplio en nuestras sociedades que el dolor es algo indeseable y que, lejos del dictado de las grandes religiones, debemos hacer todo lo posible -desde la ciencia y la política- para reducir su presencia en nuestra vida cotidiana. El malentendido empieza cuando colocamos la existencia de animales y plantas al mismo exacto nivel que la existencia humana. Porque es obvio que hay una jerarquía que no puede ignorarse para no desfigurar el lugar que ocupa el ser humano en el planeta, y para no problematizar en exceso aquello que constituye la base del progreso, por muy cuestionado que esté tal concepto a principios del siglo XXI: desde la remota época en que nos dedicábamos a cazar mamuts en clanes nómadas, no hemos hecho otra cosa que tratar de dominar la naturaleza, toros incluidos.

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Carlos Abella, Tiempo de construir, El País, 04/03/2010 No hay que prohibir nada; simplemente, si no hay afición, que muera la fiesta. Pero un atisbo de ese gran sentido común empieza a asomar por las rendijas del Parlament. Entre una prohibición total -que sería brutal- y que todo siga como hasta ahora habrá que encontrar algún clavo humanizador del espectáculo, para que nadie salga derrotado: unas banderillas o una puya que haga menos sangre, un peto que triplique la protección actual, y una reforma reglamentaria que suavice ciertas suertes, estimulando el indulto. Fernando Savater, Rebelión en la granja, El País, 16/03/2010 ¡No falta ya más que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es! Como parece que había quedado claro en otros casos -por ejemplo, el del aborto- el Parlamento no está para zanjar cuestiones de conciencia individual, sino para establecer normas que permitan convivir morales diferentes sin penalizar ninguna y respetando la libertad individual. Para empezar a comprender estos asuntos es imprescindible retroceder bastante en el tiempo. Digamos hasta el comienzo de la historia. El desarrollo de la sociedad humana se basa desde el principio en la utilización de animales para nuestros fines: nos han servido de alimento ("todo lo que nada, corre o vuela... ¡a la cazuela!"), de fuerza motriz tirando de carros o haciendo girar norias, de transporte y de arma de guerra (¡los escuadrones de Alejandro, los elefantes de Aníbal!), sus pieles curtidas nos han vestido y nos han calzado, han arado los campos, han defendido nuestras casas y nuestros rebaños (¡también formados por animales!) y -supongo que lo más humillante de todo- nos han servido de pasatiempo en circos y otros espectáculos, nos han hecho zalemas como mascotas de compañía y han trinado en jaulitas a la espera de su alpiste. Por no mencionar a los que han donado involuntariamente -y a veces aún vivos- sus cuerpos a la ciencia para el avance de la medicina, la cosmética y hasta la astronáutica (¡Laika, pionera del Sputnik!). Nos han sido imprescindibles para evitar males mayores: el antropólogo Marvin Harris justificó que los aztecas se comiesen a sus prisioneros por la ausencia en su territorio de mamíferos de talla suficiente para poder convertirse en fuente de proteínas y Jared Diamond explica el rezago de ciertas poblaciones africanas por carecer de bestias domesticables que pudiesen servirles para el transporte o la carga. Si tantos y tan variados empleos son formas de maltrato, hay que reconocer que la civilización humana se basa en el maltrato de los animales. De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastronómicas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien.

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Reconocemos que en los mataderos o las granjas avícolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espectáculo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentarían esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos. La preocupación por el bienestar de los demás seres vivos obtuvo el patronazgo de notables ilustrados -Montaigne, Jeremy Bentham, Schopenhauer...- pero también el refrendo de algunos que mostraron humanitarismo con las bestias y bestialidad con los humanos: las primeras leyes europeas protoecologistas de protección de la Madre Tierra y de los animales fueron dictadas por el vegetariano Adolf Hitler. En cualquier caso, la sensibilidad hacia el sufrimiento de otros vivientes es un signo de la modernidad. Víctor Gómez Pin – Francis Wolf, No a las prohibiciones, El País, 03/03/2010

Los buenos sentimientos de los abolicionistas se reducen por desgracia a la siguiente máxima: ¡no provoquemos dolor! Si se trata de repudiar los comportamientos crueles, obviamente de acuerdo. Si se trata de mejorar las condiciones de vida de los bueyes y los pollos, más de acuerdo. Pero si se trata de "liberar" a los animales de todo tipo de dolor y, en consecuencia, de toda subordinación al hombre; si se trata hoy de prohibir la corrida de toros para mañana prohibir la pesca y la caza y hasta el consumo de carne (es decir prohibirlos exclusivamente a los hombres, no a las demás especies animales) entonces se hace evidente que la conciencia animalista no es una extensión de los valores humanistas, sino la negación de los mismos.

Este nuevo culto es peligroso. Cada vez que se ha erigido la defensa de la naturaleza en imperativo absoluto se ha desvalorizado al ser humano. Que los hombres inventen el animal cuando dejan de creer en Dios no es necesariamente una buena noticia.

Francisco González Ledesma, La memoria del llanto, El País, 05/03/2010

Gente docta me dice: te equivocas. Esto es una tradición. Cierto. Pero gente docta me recuerda: teníamos la tradición de quemar vivos a los herejes en la plaza pública, la de ejecutar a garrote ante toda una ciudad, la de la esclavitud, la de la educación a palos. Todas esas tradiciones las hemos ido eliminando a base de leyes, cultura y valores humanos. ¿No habrá una ley para prohibir esa última tortura, por la cual además pagamos?

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Jesús Mosterín, La España negra y la tauromaquia, El País, 11/03/2010

De la palabra latina mores (costumbres) procede nuestro término moral. El conjunto de las costumbres y normas de un grupo o una tribu constituye su moral. Cosa muy distinta es la ética, que es el análisis filosófico y racional de las morales. Mientras la moral puede ser provinciana, la ética siempre es universal. Desde un punto de vista ético, lo importante es determinar si una norma es justificable racionalmente o no; su procedencia tribal, nacional o religiosa es irrelevante. La justificación ética de una norma requiere la argumentación en función de principios generales formales, como la consistencia o la universalidad, o materiales, como la evitación del dolor innecesario. Desde luego, lo que no justifica éticamente nada es que algo sea tradicional.

Las normas más respetables suelen ser universales. Todo el mundo está de acuerdo en que no se debe matar al vecino, ni mutilar a la vecina, ni quemar el bosque, ni asaltar al viajero. Por desgracia, en muchos sitios hay costumbres locales crueles, sangrientas e injustificables, aunque no por ello menos tradicionales. De hecho, todas las salvajadas son tradicionales allí donde se practican.

Queda el argumento de la libertad, basado en la incomprensión del concepto y en la ausencia de cultura liberal. La libertad que han propugnado los pensadores liberales es la de las transacciones voluntarias entre seres humanos adultos: dos humanos adultos pueden interaccionar entre ellos como quieran, mientras la interacción sea voluntaria por ambas partes y no agredan a terceros. Ni la Iglesia ni el Estado ni ninguna otra instancia pueden interferir en dichas transacciones voluntarias.

Ningún liberal ha defendido un presunto derecho a maltratar y torturar a criaturas indefensas. De hecho, los países que más han contribuido a desarrollar la idea de la libertad, como Inglaterra, han sido los primeros que han abolido los encierros y las corridas de toros. Curiosamente, y es un síntoma de nuestro atraso, la misma discusión que estamos teniendo ahora en España y sobre todo en Cataluña ya se tuvo en Gran Bretaña hace 200 años. Los padres del liberalismo tomaron partido inequívoco contra la crueldad. Ya entonces, frente al burdo sofisma de que, puesto que los caballos o los toros no hablan ni piensan en términos abstractos se los puede torturar impunemente, el gran jurista y filósofo liberal Jeremy Bentham señalaba que la pregunta éticamente relevante no es si pueden hablar o pensar, sino si pueden sufrir.

Eduardo Arroyo, Golpe a la convivencia, El País, 04/03/2010

Más en una fiesta de tal acervo cultural como los toros. "La más culta que hay hoy en el mundo", decía en su época García Lorca. Un acontecimiento que se pierde en sus raíces dentro de la noche de los tiempos, desde los íberos hasta nuestros días, que define nuestra identidad, del Mediterráneo al Pacífico, por su implantación en América. Sólo entiendo la persecución en la cabeza de quien está dispuesto a obligar a un país rico, abierto y cosmopolita como Cataluña a convertirse en un rincón donde reine un ruralismo sospechoso y semifascista.

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Ruth Toledano, Ética para matador, El País, 05/03/2010

Wagensberg, creador y director científico de Fundación La Caixa y Creu de Sant Jordi de la Generalitat, (mostró lo) incontestable: los instrumentos con los que se lleva a cabo en la plaza el martirio de un animal herbívoro, es decir, no depredador y cuyo único afán, en consecuencia, es huir del acoso que sufre, encontrar la salida del coso al que ha sido arrastrado, escapar del pánico que le produce lo que no comprende y regresar al campo del que fue secuestrado . Pero le queda lo peor: puyas que son lanzas que le destrozan músculos en la espalda y en el cuello, que le rompen vasos sanguíneos y nervios, que le abren agujeros por donde luego podrán hundirse las banderillas, que son unos palos terminados en arpones de acero. Todo ello antes de ser atravesado por una espada de 80 centímetros que quiere llegarle al corazón pero que no suele hacerlo a la primera, sino que le atraviesa los pulmones, la pleura, a veces el hígado, y le rompe la arteria aorta, lo que provoca que aquel pacífico herbívoro se encuentre ahora agonizando entre enormes vómitos de sangre, aunque aún aspire con desesperación a sobrevivir a tanto dolor y olvidar ese martirio. Por eso aún intenta mantenerse en pie y encaminarse a la puerta por la que le hicieron entrar, momento en el que lo apuñalan en la nuca con el descabello, otra larga espada que termina en una cuchilla de 10 centímetros. Corpulento y potente, todavía vive, aunque ahora sí cae al suelo, humillado, desgarrado, sanguinolento. Entonces lo rematan con la puntilla, un cuchillo-puñal con el que intentan seccionarle la médula espinal a la altura de las vértebras atlas y axis. No es fácil atinar, por eso el matarife remueve el filo del cuchillo por entre el amasijo de carne, músculos y nervios. El toro ya está paralizado. Morirá por asfixia. Pero, cuando es arrastrado para sacarlo de la arena, sobre la que deja un visible rastro de sangre; después de que, si la faena se considera estética, le hayan cortado una oreja o dos y acaso el rabo, que su verdugo exhibe a los espectadores; cuando ya no queda en él, sin embargo, rastro alguno de esperanza de huida, con la boca entreabierta y la lengua colgando, mutilado, se le ha visto pestañear. Pestañear. Lo ha grabado, junto con todo lo anterior, Alfonso Chillerón, presidente de ANPBA. En el Parlament se relató ese sufrimiento. Torturar así a un animal es una salvajada y hacer de ello un espectáculo, una bajeza espiritual, intelectual y moral. No sirve apelar a la tradición: muchos actos execrables fueron tradiciones muy populares, como las ejecuciones públicas.

David González, Espanya són toros, Avui, 05/03/2010

Aquí, si hem de matar alguna cosa, la matem amb la paraula; allà, algunes coses encara les maten amb l’espasa. Però tenim una tendència penosa a fer-nos trampes al solitari: esclar que matar o no matar toros és un tema de progrés civilitzatori. Però també identitari. I polític. Per molt que diguem (Puigcercós, Duran i Lleida) que no ho és, o que no pretenem que ho sigui. ¿A qui coi volem enganyar? ¿Al toro? ¿A Espanya? Sí, d’acord. Aquí deliberem. I allà executen... o se suïciden.

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Nicole Muchnik, El arte, las corridas y mi acordeón, El País, 26/03/2010

Si no se trata de arte, se podría hablar de la corrida como de un ritual que responde o que busca responder a la interrogación del hombre sobre la muerte. El hombre, la mujer, se interrogan sobre la muerte desde el día de su nacimiento. Incluso los niños descubren muy pronto su abismo.

Pero, ¿puede decirse que la corrida responde a esa pregunta mediante el espectáculo de la muerte del otro? ¿Y máxime cuando esa muerte es la culminación de verdaderas torturas por arma blanca, infligidas a sabiendas y casi científicamente para prolongar el espectáculo?

Podemos felicitarnos de que los grandes filósofos y escritores no hayan tenido necesidad de tanto para tratar el tema. "El arte recela siempre de las evocaciones de la condición mortal", escribe el pintor Mark Rothko. Pero no necesita del espectáculo de la muerte para hacerse una idea de ello.

De hecho, la corrida se asemeja más bien al sacrificio. Sacrificio de un animal siempre, de un hombre a veces. Como con los sacrificios antiguos, el público de las plazas, los aficionados, forman una comunidad unida por ese ritual de violencia.

Pero mientras que los sacrificios a los dioses solían hacerse a cambio de alguna protección, la corrida es un comercio, un asunto económico. Alrededor del espectáculo, ganaderos, toreros y público ponen en circulación una cantidad muy importante de dinero, que alcanza incluso hasta la venta de carne. Y por esa razón es más difícil de desarraigar.

Y si se trata de hablar de moral, Milan Kundera puede servir de referencia: "El auténtico test moral de la humanidad (el más radical, el que se sitúa a un nivel tan profundo que escapa a nuestra mirada) son sus relaciones con aquellos que están a su merced: los animales. Y es aquí donde se produce el fallo fundamental del hombre, tan fundamental que todos los demás derivan de ese".

Pablo de Lora, José Luís Martí y Félix Ovejero, De toros y argumentos, El País, 19/08/2010

... estos días hemos podido escuchar en boca de algunos protaurinos una preferencia por la "desaparición natural" de las corridas antes que por la prohibición impuesta por el poder público. Las corridas ya habían perdido buena parte del favor popular en Cataluña -se dice- así que hubiera sido mejor que se dejaran extinguir por sí solas. Pero este argumento tampoco funciona. Imaginen que lo extendiéramos a otras acciones o actividades prohibidas. Que dijéramos algo así como: "Cada vez son menos los padres que maltratan físicamente a sus hijos menores, así que dejemos que desaparezca esta práctica de manera natural".

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Se ha aducido también que, si no fuera por las corridas, desaparecería esta "especie" de toros, y que si las prohibimos, propiciaremos su desaparición. Es el argumento de la preservación, un razonamiento añejo en los pagos de la discusión sobre la consideración moral que merecen los animales no humanos. Al respecto cabe esgrimir, primero, que, desde el punto de vista zoológico, los toros de lidia no constituyen una "especie" independiente. Segundo, si los aficionados son tan profundos defensores de los toros que luchan por su supervivencia, ¿por qué no aúnan esfuerzos colectivos para preservarlos creando refugios naturales en las dehesas sin causarles por ello sufrimiento, como hacemos con los bisontes, por ejemplo? Finalmente, a nosotros nos preocupan prioritariamente -en este y en otros ámbitos de la ética- los intereses y el bienestar de los individuos que sufren el maltrato. Las "especies" -como las lenguas, las naciones o los pueblos- no se ven afectadas por el perjuicio de su inexistencia. Si para preservar una especie debemos torturar a todos sus miembros, tal vez la preservación no sea tan valiosa.

... se apela a la libertad: la prohibición supondría un "liberticidio", han dicho algunos. El poder público no está, ha señalado una representante del PP, para decirnos cómo vestir o qué estilos de vida abrazar. Una segunda expresión de la libertad -la libertad de empresa-, ampararía también que se sigan celebrando corridas. El argumento en cuestión presupone lo que antes hemos negado: que desde el punto de vista moral es irrelevante el sufrimiento o dolor que causemos a los animales no humanos. Si la prohibición es un sacrificio ilegítimo de la libertad de espectadores y empresarios es porque lo que ocurra con el toro en la plaza no cuenta nada. Se ha repetido hasta la saciedad, pero muchos no se han querido enterar, que nuestros ordenamientos jurídicos cuentan con multitud de restricciones a la libertad que nadie considera ofensivas ni liberticidas porque con ellas se protegen bienes igualmente valiosos o importantes, incluso cuando ni siquiera se infligen daños a sujetos con capacidad de sufrir. La protección del patrimonio histórico-artístico, o del medio ambiente, o la disciplina urbanística, son ámbitos plagados de prohibiciones en aras a que todos disfrutemos de paisajes, o ciudades más amables, o de un legado monumental, pictórico, escultórico que estimamos valioso. ¿Alguien se imagina que un grupo de personas, basándose en la libertad de empresa, constituyera una sociedad que organizara espectáculos de tortura pública de delfines, en el que tras causarles diversos daños, dolor y sufrimiento se acabara con su vida con una espada? ¿Justificaría algo la libertad de empresa, o incluso la diversión que pudiera generar esta macabra actividad en cierto público? ¿O es que los toros merecen menos respeto que los delfines? Ni la libertad de empresa, ni el lucro mercantil, ni la diversión de los aficionados, sirven para justificar una actividad que produce dolor y sufrimiento a un mamífero superior.

... se esgrime habitualmente el argumento de que los toros son un arte -no los toros en sí mismos, entiéndase, sino las acciones que les provocan sufrimiento y al final la muerte-. Pero este razonamiento es, en el mejor de los casos, incompleto, y en el peor, inconcluyente. Lo que sí nos interesa subrayar es que, de resultas de ese debate, cabe concluir que decir que algo es arte no le confiere ningún estatus o valor especial a la actividad en cuestión. Lo que da valor -estético- a un objeto no es, pues, que dicho objeto sea simplemente catalogado como arte, sino el hecho de que se trate de buen

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arte o arte valioso. Por lo demás, igual que una tradición no es, por el hecho de serlo, buena o mala moralmente, tampoco lo es el buen arte.

Que algunos artistas hayan realizado magníficas obras a cuenta de las corridas, como tantos novelistas las han realizado a cuenta de los asesinatos, no les otorga -ni a las corridas ni al asesinato- ninguna dignidad artística.

... no estamos comparando el asesinato de un ser humano con el sacrificio de un toro; no, no estamos estableciendo una relación de semejanza sino una semejanza de relaciones.

Jesús Mosterín, Salvajadas de pueblo, El País, 24/09/2010

Los toros de fuego, con la cornamenta ardiendo; toros ensogados, toros a la mar, bous al carrer, toros maltratados, estresados, heridos o muertos se suceden en Tordesillas, Extremadura, el bajo Aragón o Valencia (3.000 festejos brutales al año). Su suplicio no es menor porque no se los mate. La tortura es peor que la muerte. Estas bestialidades tienen lugar en la región más atrasada de Cataluña y que lo seguirá siendo, vista la ayuda al subdesarrollo que ha recibido del Parlament. Es lamentable que tras su grandeza al abolir las corridas, en un proceso ejemplarmente democrático, haya caído en la contradicción en los correbous. Esta vez no ha habido comparecencias. La votación ha sido un trámite.

Josep-Maria Terricabras, L´oportunitat de prohibir els toros, El Periódico de Catalunya, 10/03/2010 … quan es defensen les curses per tradició, art o gust, i no es diu res més, s’està simplement acceptant que la tradició, l’art o el gust ja són un judici ètic, és a dir, que la tradició, l’art o el gust són bons. Però, ¿ho són sempre? ¿Els fets són sempre bons? ¿S’han de confondre els fets amb un judici ètic? Estaria bé de respondre ben directament la pregunta ètica clau: ¿és moralment correcte infligir dolor i sofriment a un ésser vivent només per al meu gust, per al meu plaer, perquè ho he fet sempre? Aquesta és la pregunta, la pregunta necessària i clara. Potser no serà oportuna per a aquells que no se la volen fer, però és la que s’ha de fer. Fernando Savater, La barbarie compasiva, El País, 07/09/2010

no és cert que la compassió pel dolor universal sigui la base de l'ètica. Sens dubte ser compassiu és un sentiment que ens millora, però no un precepte moral ineludible. Passejant pel camp, veig que un pardalet ha caigut del niu i pia anguniosament a terra exposat a tots els perills: com sóc compassiu, el recullo i el retorno a la seva llar ... encara que així perjudiqui la serp que també ha de menjar per viure. ¡Bravo, tinc bon cor! Però si qui gemega abandonat en una galleda d'escombraries és un nadó, tinc l´ obligació ètica d'ajudar-lo, em compadeixi d'ell o no. Si no ho faig, no seré poc sentimental o dur de cor sinó clarament immoral. La diferència és important, tot el que

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compte en l'ètica -el reconeixement de l'humà per l'humà i el deure íntim que ens imposa- resideix aquí.(...)

(…) el bàrbar no és qui maltracta o no es compadeix de les bèsties, sinó qui no distingeix entre el tracte que devem als humans i el que correspon als animals.(...) Richard David Precht, ¿Quién soy y... cuántos? Un viaje filosófico, Ariel, Barna 2009 En l´estat actual de la civilització occidental, els nostres sentiments ens fan molt difícil a la majoria de les persones matar un porc o un xai, tot i que sabem com es fa. En quant els peixos, en canvi, hi ha més persones que s´atreveixen a matar-los. I poques persones tenen escrúpols a l´hora de "matar" els ous de les gallines. Als homes d´èpoques passades els va resultar més fàcil matar els animals, com els individus dels pobles naturals acostumen a tenir-ne menys problemes. La moral sempre depèn menys d´una definició abstracta de l´existència humana que del nivell de sensibilització d´una societat, i pot afirmar-se que l´actual nivell de sensibilització a Europa occidental representa un punt àlgid en l´evolució de la humanitat. Justament per això es requereix l´"engany" de la indústria càrnica, que tracta d´evita que la cuixa de xai s´assembli a la cuixa de xai, el que s´enganya a la nostra intuïció i per met l´ocultació. En la nostra societat, la majoria de les persones no senten fàstic ni aversió en menjar carn per l´única raó que no veuen amb els seus propis ulls el sofriment dels animals. Víctor Gómez Pin, Toros, lengua y estigma, El País, 16/12/2009 Tras estos argumentos abolicionistas es indudable que subyace un enorme problema filosófico y científico, en el que está en juego la concepción misma del hombre y de su lazo con las demás especies. Desde luego, una interpretación reduccionista del alto grado de homología genética que se da entre humanos y otros animales puede dar lugar a una revolución en el concepto que tenemos de comportamiento ético. Éste no pasaría ya por la exigencia de no instrumentalizar a los seres de razón, de tratar al hombre como un fin y nunca como un medio, sino por la empatía con todos los seres susceptibles de sufrimiento, en cualquier caso con aquellos dotados de sistema nervioso central. Esta nueva ética tendría sin duda la dificultad de la coherencia, pues ¿cómo renunciar a la instrumentalización -empezando por esa forma mayor que es alimentarse de ellos- de seres dotados de sistema nervioso central, sin poner en entredicho las condiciones mismas de supervivencia de los humanos?