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Historia de España 2º BACHILLERATO Prof. Antonio Parada Moreno Ud. El régimen de la Restauración

El régimen de la Restauración

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Historia de España

2º BACHILLERATO

Prof. Antonio Parada Moreno

Ud. El régimen de la Restauración

HISTORIA DE ESPAÑA Ud. El régimen de la Restauración

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1. EL ESTABLECIMIENTO DE ALFONSO XII COMO REY Y EL

FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA CANOVISTA; LA

RESTAURACIÓN EN CASTILLA-LA MANCHA.

El régimen político de la Restauración.

Un nuevo sistema político.

La Restauración, tuvo como principal artífice a Antonio Cánovas del

Castillo y supuso, tras el fallido intento de instaurar un régimen

democrático durante el Sexenio (1868-1874), la restauración en el trono

de la dinastía de los Borbones. Se trató de un sistema fundamentado en la

alternancia en el poder de dos grandes partidos, el liberal y el

conservador.

La Restauración duró más de cincuenta años; desde el pronunciamiento

del general Martínez Campos en 1874 hasta la II República en 1931.

Durante este dilatado periodo se consolidó un régimen constitucional y

parlamentario pero nunca llegó a ser plenamente democrático y estuvo

dominado por una burguesía oligárquica apoyada por un capitalismo de

base agraria.

El régimen de la Restauración pretendía:

Crear un sistema político compartido por todos los sectores

burgueses de la sociedad española, de forma que ningún grupo se

viese tentado de recurrir al pronunciamiento militar o a la

movilización social para acceder al poder.

Asegurar la exclusión de las clases bajas de la vida políticas a las

que se responsabilizaba del desorden del Sexenio Democrático.

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El programa político y los inicios del régimen.

El programa político de los alfonsinos se plasmó en el Manifiesto de

Sandhurst redactado por Cánovas en noviembre de 1974, en nombre del

futuro Alfonso XII. Recogía los siguientes aspectos:

La legitimidad histórica era la base de la fórmula política

monárquica y no de la decisión de ninguna asamblea política.

La defensa de una monarquía constitucional.

La proclamación de un sentimiento patriótico, católico y liberal.

El manifiesto respondía a los intereses de quienes deseaban instaurar un

régimen liberal estable y poner fin al deterioro político, a la guerra carlista

y a la insurrección cubana.

La puesta en marcha del régimen fue obra de un ministerio-regencia

presidido por Cánovas en el que participaron personalidades de distinta

procedencia política. Su actuación se concretó en:

Preparar la llegada a España de Alfonso XII (1885-1895)

Revisar la obra política del Sexenio Democrático. En consecuencia

restableció el matrimonio canónico, se limitó la libertad de

imprenta y se prohibió a los profesores universitarios explicar en

contra del dogma católico y el régimen monárquico. En respuesta,

varias decenas de catedráticos abandonaron la universidad y

fundaron la Institución Libre de Enseñanza (1876), uno de los

centros educativos y científicos más influyentes de España.

Poner fin a los conflictos bélicos abiertos. La guerra carlista

concluyó en febrero de 1876. La guerra de Cuba, declarada en

1868, finalizó con el convenio de Zanjón en 1878 aunque el

conflicto se reabriría posteriormente.

Se redactó un nuevo texto constitucional.

La Constitución de 1876

El texto constitucional fue discutido en las Cortes de 1876, elegidas por

sufragio universal masculino y resultó aprobado con un 87% de los votos.

Los aspectos esenciales de esta constitución son:

La monarquía como pieza clave del sistema político. El rey amplió

sus poderes (participación en la función legislativa; convocatoria,

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suspensión y cierre de las Cortes; nombramiento de ministros;

mando supremo del ejército).

Se adoptó la soberanía compartida entre el rey y las Cortes.

Se establecieron unas Cortes bicamerales, con un congreso

elegido y un senado integrado a partes iguales por miembros

elegidos y miembros vitalicios.

Se acordó la tolerancia religiosa pero se decretó como religión

oficial del Estado a la religión católica permitiendo los otros cultos

en el ámbito privado.

En 1878 se aceptó el sufragio censitario que dio el derecho a voto a los

propietarios y a las personas con un alto nivel de instrucción o títulos

académicos. Este sistema electoral redujo la participación en 1881 a poco

más del 5% de la población. En 1890 se volvió al sufragio universal

masculino.

El sistema político.

La estabilidad política de la Restauración se basaba en la alternancia

pacífica en el poder entre dos fuerzas políticas, conservadores y liberales,

denominados partidos dinásticos. Esta alternancia o turno implicaba:

El fin del exclusivismo político que caracterizó el reinado de Isabel

II.

La supresión del recurso a los pronunciamientos militares o a las

insurrecciones para recuperar el poder.

El sistema requería el acuerdo entre los políticos para compartir el poder

y la intervención de la Corona para asegurar ese compromiso.

Los partidos políticos dinásticos

Los dos grandes partidos políticos sobre los que se sustentaba el sistema

eran el Partido Liberal-Conservador y el Partido Liberal-Fusionista. No

estaban estructurados como los partidos actuales sino que los vínculos

entre sus miembros se establecían a través de lealtades personales por lo

que la unidad interna de los partidos era muy precaria. No obstante cada

fuerza política tenía su propio perfil y bases sociales relativamente

distintas.

El Partido Liberal-Conservador o Partido Conservador. Su líder fue

Antonio Cánovas del Castillo. Este partido tuvo su origen en el

grupo de alfonsinos creado durante el Sexenio Democrático y en

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él se integraron los antiguos moderados, los unionistas, algunos

progresistas y un sector de políticos católicos.

Su ideología se basaba en un liberalismo conservador y entre sus

bases sociales destacaban los grandes propietarios agrarios y la

alta burguesía industrial y financiera.

El Partido Liberal-Fusionista o Partido Liberal. Su líder fue

Práxedes Mateo Sagasta. El partido surgió por la agregación de

importantes personalidades que tuvieron un protagonismo

destacado durante el Sexenio Democrático. Integraban el partido

progresistas, algunos unionistas y políticos descontentos con

Cánovas; también se incorporaron algunos republicanos.

Su ideología se basaba en un progresismo de orden, es decir, que

no pusiera en peligro las bases socioeconómicas del régimen

liberal-burgués. Durante la restauración abandonó la defensa de

la soberanía nacional aunque apostó el sufragio universal

masculino. Sus bases sociales se hallaban entre las clases medias y

el alto funcionariado.

IDEOLOGÍA DE CONSERVADORES Y LIBERALES

CONSERVADORES LIBERALES

Tipo de soberanía

Compartida entre el Rey y las Cortes.

Soberanía nacional. Aceptan lo dispuesto en la constitución de 1876

Sufragio

Censitario Universal masculino

Reconocimiento de derechos

Se reconocen derechos pero en el ejercicio del poder tienden a limitarlos

Reconocimiento amplio de derechos individuales y colectivos.

Ejercicio del poder

Apuesta por un Estado centralista

Estado centralista pero con cierta autonomía de regiones y municipios

Relaciones con la Iglesia Católica

Estado confesional Estado confesional con libertad de cultos y Estado aconfesional

COINCIDENCIAS Defensa de la monarquía de Alfonso XII, de la constitución de 1876, de la propiedad privada y la consolidación de un Estado liberal y unitario.

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El turno de partidos.

En el Pacto de El Pardo (1885) los conservadores y los liberales

establecieron un sistema de rotación en el poder que se mantuvo vigente

hasta la I Guerra Mundial (1914).

Entre 1875 y 1881 los conservadores detentaron el gobierno de forma

continuada. Diseñaron la base institucional del sistema político

(Constitución de 1876 y Ley electoral de 1878 que establecía el sufragio

censitario). En 1881 los progresistas llegaron al gobierno y lo hacían por

primera vez en todo el siglo XIX llamados por la Corona y sin tener que

recurrir a la fuerza. Pero la falta de cohesión interna impidió a Sagasta

desarrollar una política progresista de reformas. Cuando de nuevo

formaron gobierno entre 1885 y 1890 impulsaron la modernización del

Estado a través de:

El Código de Comercio de 1885 y el Código Civil de 1889.

La Ley de Jurados y la Ley de Asociaciones (que legalizaba la

formación de sindicatos obreros); ambas de 1887.

La Ley del Sufragio de 1890 que establecía de nuevo el sufragio

universal masculino.

Alfonso XII falleció en noviembre de 1885 cuando su heredero, el futuro

Alfonso XIII todavía no había nacido (lo haría en mayo de 1886). Se

estableció, en consecuencia, un periodo de regencia a cargo de la reina

Mª Cristina, segunda esposa del monarca fallecido. La regencia duraría

hasta 1902, año en que Alfonso XIII asumió el poder con dieciséis años.

El caciquismo.

Cuando el partido en el poder se veía sometido a grandes presiones

internas, el rey llamaba a formar gobierno al otro partido dinástico. Para

conseguir el respaldo de las Cortes, imprescindibles en un régimen

parlamentario como el que diseñaba la Constitución de 1876, se

preparaban nuevas elecciones, que, si era preciso, eran manipuladas para

que el resultado satisficiera al nuevo gobierno y respetara a la oposición.

La representación parlamentaria resultante se distribuía entre una

mayoría de diputados del partido en el poder, la presencia de todos los

jefes de las tendencias del otro partido dinástico y un muy limitado

número de diputados del resto de partidos.

El correcto funcionamiento del turno descansaba sobre dos condiciones

pactadas:

La implicación de la Corona como árbitro entre los partidos en

tanto que el rey podía decidir cuándo convenía sustituir un

partido por otro en el gobierno. Esto dotaba al régimen de

estabilidad pero impedía su progresiva democratización y la

correcta expresión de la voluntad popular.

El falseamiento electoral que era el medio utilizado para alcanzar

las mayorías parlamentarias necesarias.

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Las elecciones se manipulaban a través del encasillado y del pucherazo:

Mediante el encasillado, las fuerzas políticas negociaban y se

repartían los distritos electorales entre los partidos dinásticos. A

veces se elegía a algún político que no pertenecía a ninguno de

ellos.

El pucherazo se ejecutaba cuando no había acuerdo entre los

partidos: compra de votos, intimidación del votante, colocación

de urnas en lugares inaccesibles o utilización del nombre de

electores fallecidos.

Y todo ello fue posible gracias a la influencia y poder económico de

determinados individuos (caciques) que lo ejercían sobre la sociedad en

sus respectivas áreas de influencia. Los caciques eran personas notables,

sobre todo en la España rural, a menudo ricos propietarios que daban

trabajo a jornaleros y que tenían una gran influencia en la vida local, tanto

en lo social como en lo político. También podían ser profesionales de

prestigio o funcionarios de la Administración que controlaban los

ayuntamientos, hacían informes y certificados personales, dirigían el

sorteo de las quintas, resolvían o complicaban los trámites burocráticos,…

Así, los caciques intercambiaban votos por favores con sus clientes de

modo que compensaban el apoyo electoral con la entrega de cargos y

prebendas, la realización de obras públicas, recomendaciones, etc. El

caciquismo fue un fenómeno extendido por toda España pero tuvo su

máximo desarrollo en Andalucía, Galicia y castilla.

No obstante y es preciso reseñarlo, la corrupción electoral no fue un

fenómeno exclusivo ni de España ni de la Restauración. La novedad

residía en que en España, las élites conservadora y liberal pactaran la

forma de llevarla a cabo.

La Restauración en Castilla-La Mancha. La población de la actual Castilla-La Mancha se incrementó ligeramente a lo largo del siglo (de un millón en 1800 se pasó a 1,4 millones en 1900). Las razones de su lento crecimiento radican en la epidemia del cólera (1885), las guerras civiles y coloniales y la emigración. En conjunto, la población era mayoritariamente analfabeta y las escasas universidades creadas en los siglos XV y XVI (Almagro, Sigüenza y Toledo) fueron desapareciendo a lo largo del siglo. La economía regional siguió siendo eminentemente agraria sufriendo las consecuencias de un deficiente mercado nacional, y la ausencia de comunicaciones eficientes y de abastecimiento en épocas de malas

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cosechas. Los intentos por crear un tejido industrial fueron escasos o bien fracasaron salvo en la explotación minera (Almadén), y sus actividades asociadas. Sólo en la provincia de Albacete tuvo alguna relevancia la actividad comercial. El sistema político de la Restauración lo garantizaban los partidos dinásticos y la oligarquía caciquil. El elevado índice de analfabetismo en las actuales tierras de Castilla-La Mancha posibilitó que, como en otras áreas geográficas españolas, éste fuese especialmente intenso. Destacaron el conde de Romanones en Guadalajara, los Ochando en Casas Ibáñez (Albacete), los López Chicheri en Hellín (Albacete) o los Arribas en Cañete (Cuenca). Por su parte el movimiento obrero se difundió aunque de forma tímida. El anarquismo caló en Manzanares y Alcázar de San Juan (Ciudad Real) gracias a la llegada del ferrocarril. El marxismo lo hizo en Toledo y Guadalajara. El regionalismo castellano tuvo una presencia minoritaria y además los nacionalismos vasco y catalán generaron un movimiento de reacción en ambas Castillas identificando a éstas con la propia España; con su labor unificadora, con su grandeza a historia. En Castilla La Nueva había dos sensibilidades: la que defendía una Castilla formada por las provincias situadas al norte y sur del Sistema Central y la que apostaba por una región manchega con las regiones situadas al sur de dicho sistema.

2. LA OPOSICIÓN POLÍTICA AL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN.

El carlismo.

La derrota militar del Carlismo en 1876 no supuso su desaparición como

opción política y provocó una crisis que no se superó hasta la década de

los noventa. A lo largo de las Restauración evolucionó en dos etapas:

En un primer momento, hasta 1888, muchos carlistas

permanecieron en el exilio y en general estuvieron

desorganizados y con fuertes divisiones internas permaneciendo

prácticamente al margen de la vida política. En ese mismo años,

1888, los más integristas se escindieron.

Entre 1888 y 1890 se hicieron con el control los neocatólicos,

partidarios de adaptarse a la nueva situación y participar en la

vida política. Esta corriente estuvo apoyada por la jerarquía de la

iglesia Católica. Se expresaron a través del partido Unión Católica.

El republicanismo.

Tras el fracaso de la I República, el republicanismo tarde muchos años en

recomponerse y constituir una alternativa política. No obstante su ideario

(anticlericalismo y defensa de reformas en materia social) se mantuvo

vivo a través de los ateneos, la prensa y ambientes intelectuales.

La fragmentación de los republicanos obedecía a razones ideológicas y

personales. Las grandes divergencias se centraban en torno a la

organización del Estado (centralista o federal) y a la estrategia para

alcanzar el poder (insurrección o participación en la vida política). A partir

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de los años ochenta, muchos republicanos se integraron en el régimen de

la Restauración por lo que el movimiento se debilitó todavía más.

Hasta la aparición de Unión Republicana en 1903 con Nicolás Salmerón y

Alejandro Lerroux los republicanos no volvieron a presentarse unidos.

El movimiento obrero.

Las posibilidades de acción del movimiento obrero durante la

Restauración eran bastante pequeñas pues las libertades de asociación,

expresión y reunión estaban limitadas. Además, el sistema político no se

preocupó de integrarlos. A esta realidad hay que añadir la fuerte división

interna que presentaba el movimiento obrero al integrar una corriente

anarquista y otra socialista reformista.

El anarquismo se reorganizó en 1881 a través de la Federación de

Trabajadores de la Región Española (FTRE) de gran implantación

en Andalucía y Cataluña. Las estrategia política de los anarquistas

se centró en tres tipos de acciones:

o La acción violenta, como los atentados en Barcelona entre

1893 y 1896 o el asesinato de Cánovas en 1897.

o La acción sindical, a través de huelgas generales y la

reivindicación de la jornada laboral de ocho horas.

o La producción cultural.

La represión sistemática de los anarquistas desencadeno una

oleada de protestas de intelectuales y políticos.

El socialismo. Se desarrolló de la mano del Partido Socialista

Obrero Español fundado en Madrid por Pablo Iglesias en 1879 y

del sindicato socialista Unión General de Trabajadores fundado en

Barcelona en 1888.

Regionalismos y nacionalismos.

A finales del siglo XIX se produjo la eclosión de los nacionalismos

periféricos en Cataluña, País Vasco, Galicia y Comunidad Valenciana. Hasta

entonces, los movimientos regionalistas se habían centrado en el ámbito

cultural pero la especificidad cultural empezó a tomar una dimensión

política ya que la centralización del Estado y el reforzamiento de la

identidad nacional española parecían poner en peligro las culturas

periféricas.

Los regionalismos fueron movimientos heterogéneos en el que

participaron grupos ideológicos distantes entre sí como los federalistas,

carlistas o católicos.

El catalanismo evolucionó con el siglo paralelo al desarrollo

industrial catalán. El proteccionismo económico y el movimiento

intelectual denominado Renaixença fueron sus aglutinantes.

o En 1882, Valentí Almirall, considerado padre del

catalanismo político, fundó el Centre Català que empezó

a defender la autonomía de Cataluña.

o En 1891 se creó la Unió Catalanista que dio a conocer las

Bases de Manresa y que, desde un ideario claramente

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conservador, proponían un pacto con la Corona y por

tanto, la consideración de Cataluña como una entidad

autónoma dentro de España.

o En 1901 aparecía la Lliga Regionalista de Francesc Cambó

y Enric Prat de la Riba. Este nuevo partido aspiraba a

participar activamente en la vida política y a estar

representado en las instituciones con objeto de defender

los intereses del catalanismo.

El nacionalismo vasco surgió en la década de 1890. Sus orígenes

hay que buscarlos en la derrota del carlismo y la consiguiente

pérdida de sus fueros, en la defensa de la lengua vasca y en la

sensación de peligro que Sabino Arana (fundador del Partido

Nacionalista Vasco –PNV- en 1895) creyó ver en la llegada de

inmigrantes del resto de España a la zona minera e industrial de

Bilbao. El movimiento nacionalista estaba impregnado de un

fuerte sentimiento religioso católico, de defensa de la tradición y

defendía la pureza racial del pueblo vasco por lo que adquirió un

cierto sentido xenófobo. En un principio en PNV se declaró

independentista pero evolucionó hacia el autonomismo.

El regionalismo gallego. Otros movimientos regionalistas.

o El regionalismo gallego de los años ochenta del siglo XIX

estuvo impulsado por una minoría; la de los propietarios

agrarios y comerciantes pero carecía de una base social

sólida. Mitificaban la sociedad tradicional gallega y

responsabilizaban del atraso económico de Galicia a la

subordinación política de Galicia con respecto al Estado.

o También se desarrollaron movimientos regionalistas en

Andalucía, Aragón y Valencia.

3. LA CRISIS DE 1898 Y LA LIQUIDACIÓN DEL IMPERIO COLONIAL.

La política exterior y la política colonial.

La política exterior

A finales del siglo XIX, el régimen de la restauración se vio sacudido por

una fuerte crisis, provocada por la guerra colonial y la pérdida de los

últimos restos del imperio colonial. España, quedaba reducida en la

política internacional al grupo de las naciones débiles o moribundas. A

nivel interior se vio envuelta en una crisis interna o de identidad que, sin

poner en cuestión el sistema político, fue denominada por los propios

coetáneos como Desastre.

La monarquía alfonsina no situó entre sus prioridades la política exterior,

sino que todos sus esfuerzos políticos se centraron en cuestiones de

orden interno. Los políticos españoles partían de la idea de la decadencia

de España y los países latinos frente a la superioridad de las potencias

germanas y anglosajonas por lo que trataron de no implicarse en

conflictos exteriores.

En consecuencia, la política colonial española apostaba por mantener la

soberanía española sobre los territorios de Ultramar que todavía no se

habían independizado y, a lo sumo, intervenir en el norte de África.

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La guerra colonial.

La guerra de Cuba

La paz de Zanjón de 1878 sólo había puesto fin a la guerra larga

aplazando el problema. El tratado prometía nuevas condiciones políticas y

administrativas, el fin de la esclavitud y una amnistía. Pero las esperanzas

criollas se vieron frustradas porque la esclavitud no fue abolida hasta

1886 y las primeras actuaciones para dotar a Cuba de instituciones de

gobierno autónomas llegaron demasiado tarde, en 1893.

Por otra parte, desde 1878, los sectores independentistas liderados por

José Martí fueron logrando el apoyo cada vez mayor de la sociedad

cubana y de los Estados Unidos que tenía fuertes intereses económicos y

estratégicos en la isla.

En España, la opinión pública fue inicialmente partidaria de la guerra con

la excepción de los federalistas, socialistas, anarquistas y algunos

intelectuales y políticos. Y los republicanos se mostraron abiertamente

belicistas. El apoyo popular fue disminuyendo conforme se hacía visibles

los costes de la contienda y, por su parte, los jóvenes adinerados llamados

afilas compraban la redención de su servicio de armas de manera que sólo

los pertenecientes a las clases populares embarcaban a Cuba.

La guerra estalló en 1895 con el llamado grito de Baire con un amplio

apoyo popular que incluía a la población negra y mulata. La respuesta del

gobierno presidido por Cánovas fue la de enviar un ejército al mando de

Martínez Campos y Valeriano Weyler. El primero pretendía acabar con la

insurrección mediante la actuación contundente del ejército y del intento

político de conciliar al gobierno español con los sublevados pero fracasó

en el intento. Sustituido por Weyler, éste inició una férrea represión. Una

de las medidas más polémicas fue concentrar a la población civil para

evitar que apoyase a los rebeldes independentistas.

Pero los insurrectos contaban con gran apoyo popular, estaban adaptados

al terreno y lo conocían mejor que las tropas españolas. El mal

aprovisionamiento de las éstas, la falta de pertrechos y las enfermedades

tropicales causaron gran mortandad en las filas del ejército, haciendo de

la victoria final un objetivo prácticamente inalcanzable.

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En 1897 y tras el asesinado de Cánovas, el nuevo gobierno liberal

presidido por Marcelo Azcárraga sustituyó a Weyler por el general Blanco

que intentó una estrategia de conciliación. Para ello decretó la autonomía

de Cuba, el sufragio universal masculino y la igualdad de derechos entre

insulares y peninsulares. Pero las reformas llegaban demasiado tarde;

para entonces los independentistas ya contaban con el apoyo

estadounidense y se negaron a aceptar el fin de las hostilidades.

La voladura del buque Maine en el puerto de La Habana en febrero de

1898 aceleró la intervención de los Estados Unidos en la guerra. Aunque

el hundimiento del acorazado todavía sigue siendo objeto de

especulaciones, todo apunta de que se trató de un accidente. Pero la

guerra interesaba a todos: al imperialismo de los Estados Unidos, a los

independentistas cubanos y al gobierno de Sagasta, que consideró que

una derrota era un mal menor si con ella se salvaba el régimen político.

España negó su participación en el incidente pero la intervención

norteamericana era ya un hecho. Las derrotas militares en Cavite (mayo

de 1898) y en Santiago de Cuba (julio de 1898) llevaron a España a iniciar

negociaciones mientras Estados Unidos desembarcaba en Puerto Rico y

Manila (Filipinas). Por el tratado de paz de París de 1898 entre España y

Estados Unidos se ponía fin al imperio español de Ultramar. El ejército

español regresó vencido y en condiciones lamentables, mientras muchos

españoles se preparaban para evacuar la isla y repatriar sus intereses.

La guerra de Filipinas

Filipinas era una colonia que había recibido una escasa inmigración

española y contaba con una débil presencia militar; no así de misioneros

de las principales órdenes religiosas. El independentismo se fraguó en la

formación de la Liga Filipina fundada por José Rizal en 1892. La

insurrección estalló en 1896 y se extendió por la provincia de Manila. El

general García Polavieja llevó a cabo una dura represión y condenó a

muerte a Rizal sin que se demostrara si realmente había participado en la

insurrección.

El curso de la guerra fue favorable a España hasta que en 1898 entró en

escena Estados Unidos.

Consecuencias del “desastre”.

La derrota en la guerra de Cuba y la pérdida de las colonias fueron

conocidas como el desastre del 98. Se convirtió en símbolo de la gran

crisis que atravesaba el sistema político de la Restauración. No obstante la

derrota no provocó ningún cambio político. De hecho, la crisis fue más

bien de índole intelectual.

Una de las primeras consecuencias fue la formación de una corriente de

opinión muy amplia a favor de la regeneración de España. Una

regeneración que habría de acometerse en todos los órdenes, desde el

político al social pasando por el económico e intelectual.. A medio plazo

las consecuencias fueron relevantes:

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La presencia española en ultramar se trató de sustituir con una

mayor atención al norte de África. El control de la franja

septentrional de Marruecos se convirtió en una de las obsesiones

de la época de Alfonso XIII.

Se abrió un importante debate sobre los defectos que padecía

España y las medidas que había que adoptar para remediarlos.

Este era el mensaje del regeneracionismo. Se trataba de una

corriente de opinión que llegó a alentar dos proyectos contrarios:

el refuerzo de la identidad nacional española y, a la vez, el

reforzamiento de proyectos nacionalistas alternativos.

A nivel económico, la potenciación del proteccionismo económico

que había comenzado con el arancel de 1891. La defensa del

mercado interior, así como la aplicación de un nacionalismo

económico fueron las consecuencias más duraderas del la Crisis

del 98, ya que se prolongaron hasta la llegada del Plan de

Estabilización de 1959 durante la dictadura del general Franco.