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1 LA TIERRA DE LAS PUERTAS LIBRO I ALMA LABIUR

La tierra de las puertas. alma labiur

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LA TIERRA DE LAS PUERTAS

LIBRO I

ALMA LABIUR

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Dedico este libro, a mis dos sobrinos:

Silvia López Antúnez

Y

Jordi Pacreu Antúnez

De los cuales, me siento inmensamente orgullosa.

Con todo mi amor…

Alma Labiur

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Más información y comentarios en:

www.almalabiur.com

[email protected]

http://www.topforo.com/latierradelaspuertas

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Capítulo 1

LAS GUARDIANAS

En aquella tierra en penumbra, no se podía diferen ciar el día de

la noche, pues su apariencia mortecina era invariab le.

Las guaridas circulares de los Grúns, se agrupaban salpicando

el entorno, simulando poderosas garras incrustadas en aquella

yerma extensión.

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Sigilosamente, a suficiente altitud para no ser des cubiertas por

ojos enemigos, dos Arpías surcaban el amplio espaci o aéreo.

- Mira, podríamos descansar en aquel saliente plano de la

montaña. Observó la más joven de ellas haciendo un ademán.

- Me parece fiable. Creo que ya es hora de darle de scanso a

nuestras alas.- Dio su conformidad la más veterana .

En la mordiente rocosa, descubrieron una concavidad cubierta

por la maleza.

- ¡Vaya, al parecer la suerte está de nuestro lado! ¡Hemos

encontrado la entrada a una cueva que parece inexp lorada! –

Observó una de ellas.

- No te entusiasmes demasiado hermanita, puede que tan sólo

sea lo que parece, un simple agujero en la montaña. - Añadió la

otra.

Dicho esto, las dos arpías se abrieron paso con sus afiladas

espadas a través de la vegetación, y a medida que s e

adentraban más y más en las entrañas de las profund idades, el

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pasillo natural se dilató hasta el punto en que amb as, pudieron

caminar con holgura la una al lado de la otra.

- ¡Espera Dársun! ¿Que es ese murmullo?- Inquirió l a más

veterana de ellas mientras alargaba su brazo para d etener a su

hermana.

- Suena como el rumor de una cascada.- Contestó la joven

agudizando los sentidos.

- Continuemos, pero mantente alerta.- La advirtió l a más

experimentada.

El sonido se hacía más intenso con cada metro avanz ado, y la

luz alicaída que menguaba la visibilidad, permitía divisar con

más potencia, los destellos brillantes que refulgía n en las

paredes. El túnel finalizó repentinamente, en una p lataforma

ovalada suspendida hacia un abismo.

- ¡Que Jándra nos proteja, estamos en trance! Excla mó Yanúr, la

Arpía mayor.

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- ¡Oh, maravilla de maravillas! Esto es tan innegab le como las

garras de mis patas. Un paraje natural a dónde la desertización

no pudo llegar con sus lacios dedos. ¡Increíble, sí , pero

bellamente real! Podemos planear hasta el lago de m ás abajo.-

Sugirió entusiasmada Dársun.

- ¡No seas tan impetuosa! Es mejor caminar por el s endero y

protegernos con la alta y espesa maleza que crece a ambos

lados, de esta manera podremos ocultarnos si es pre ciso.-

Expuso Yanúr, con sensatez.

- Sin duda nuestra dama mayor, estará muy satisfech a cuando

regresemos con un territorio más añadido al mapa d e

exploración.- Dijo Dársun.

- Como exploradoras, este es nuestro cometido, pero deja de

mirar tanto la cascada y céntrate en poner los pies sobre tierra

firme. Deberías de prestar más atención al terreno. ¿Te has

percatado de que a ambos lados, la naturaleza crece salvaje y a

su ritmo, mientras que el sendero permanece descubi erto y bien

cuidado? Es bueno que te fascinen los ambientes nat urales,

pero para llegar a ser una buena exploradora, eso n o basta,

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tienes que fijarte más en los pequeños detalles, co sas que a ti,

se te pasan con demasiada frecuencia desapercibidas . – Le

regañó Yanúr.

- ¡Siempre igual, relájate y disfruta un poco herma nita!-

- No tenemos tiempo para relajarnos. Eres inexperta ,

irresponsable y no valoras el tiempo que se te ha c oncedido.

Tienes que dejar de soñar tanto y afrontar el hoy, pues tu

impulsividad puede conducirnos a situaciones pelig rosas, fuera

de nuestro control. ¿Te has parado a pensar en algú n momento

por qué está también cuidada la senda? ¿Quién o que la

mantiene en tan perfecto estado? ¿Se te ha ocurrido que puede

ser obra de los Grúns?- Se enfadó Yanúr, plantada d elante de su

hermana y mirándola desde cuatro palmos más arriba debido a

su altura.

- Tú siempre tan negativa, ¿por qué no puedes pensa r que

quizás las criaturas que mantienen el sendero bien cuidado,

pertenecen a una raza amiga? Eres la jefa de las ar pías

exploradoras, pero creo que en este caso te está ce gando tu

afán proteccionista. Si los Grúns hubieran descubie rto este

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lugar, ya lo abrían devastado, como hacen con todo lo que

tocan. En vez de estar deleitándonos con esta diver sidad de

colorido, estaríamos ante la visión opuesta. Un amb iente gris y

deteriorado, falto de color, y ensombrecido por la calcinación.

Ésta es mi deducción como exploradora. Yanúr, sient o decírtelo,

pero creo que esos asquerosos seres amarillos de oj os

inyectados en sangre, te están nublando el juicio. ¿Qué tiene de

malo soñar un poco y desconectar de ésta realidad q ue nos

oprime constantemente?- Argumentó casi sollozando D ársun.

- ¡Perdona tesoro, no quería entristecerte! Me preo cupa que

puedan hacerte daño, por eso en ocasiones soy tan d ura

contigo.-

Las alas de Yanúr se abrieron para acoger con amor casi

maternal a su hermana pequeña. Después de retirarle los

cabellos ondulados que le caían sobre sus grandes y pardos

ojos, prosiguió diciendo con una extensa sonrisa:

- Algún día, tú ocuparás mi lugar como jefa de las exploradoras.

Estoy del todo convencida. Venga, continuemos desce ndiendo.-

La animó.

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- No te preocupes, ya estoy mejor, y ese día que pr onosticas,

espero que sea cuando tú ya estés viejecita y ya no puedas

planear, o sea, que tendrán que pasar aproximadamen te unos

trescientos años.- Dijo Dársun devolviéndole la mi sma

expresión de dulzura a su hermana.

- Sí, sí, pero que conste, no soy negativa, sólo ex tremadamente

realista.- Volvió a regañarla cariñosamente Yanúr, mientras se

giraba para proseguir el sendero.

A su espalda, escuchó la tímida risa de su hermana, y ella,

también sonrió.

El terreno descansaba en un espacio plano y circula r,

desdoblándose en varias direcciones.

La ruidosa cascada, que en algunos tramos de su ver tiente

tropezando con la roca, acentuaba su tumultuoso son ido,

henchía un lago de color melocotón que placenterame nte

bordeaba un extremo de aquel espacioso lugar. A su orilla,

crecían exuberantes, las aperladas flores de unas p lantas

medicinales, conocidas con el nombre de Rinervas.

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Ubicado en el centro de aquel ambiente, se erguía u n cristalino

altar de forma hexagonal, rodeado por unos cirios q ue

chispeaban unas llamas de color azul añil.

- ¡Mira, es un altar!- Exclamó Yanúr con gesto de a sombro,

aligerando el paso descendente, para proseguir dici endo:

- Lo que más me inquieta, es que esos velones que l o rodean,

están encendidos sin aparente signo de desgaste, po r lo que

deduzco, que fueron prendidos recientemente.-

- ¿Qué es lo que guardará en su interior? Preguntó Dársun, con

la cotidiana curiosidad que tanto la caracterizaba, al tiempo, que

sin percatarse, revoloteaba tras su hermana como un a abeja

nerviosa.

- ¡Ve con precaución! – Le advirtió Yanúr conocedor a de la

impulsividad que movía a la joven.

Cuando estaban a punto de desvelar lo que la urna p rotegía, se

escuchó una música de arpa que inundó la atmósfera.

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- ¡Rápido, tras la vegetación!- Y sin decir más, Ya núr, arrastró

con ella a su hermana, quedando ocultas tras el al to verdor del

camino.

Se mantuvieron alerta, esperando que apareciera alg ún ser

abominable, pero después de un rato, nadie hizo act o de

presencia.

- Que raro. La música ha cesado.- Notó Dársun

- Si, y nadie acudió.- Confirmó Yanúr, mientras apa rtaba el

ramaje para escudriñar mejor el entorno.

- No te muevas de aquí, yo intentaré averiguar que guarda el

altar.- Ordeno con tono de mando Yanúr.

- Uf, de acuerdo, no tengo ganas de discutir. Obede ceré las

órdenes como un buen soldado.- Contestó Dársun con evidente

sarcasmo.

Yanúr se fue aproximando con cautela, y cuando estu vo frente

a la acristalada estructura, la música de arpa volv ió a sonar. Era

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una melodía envolvente y relajante. Las notas parec ían fundirse

en el ambiente, acompasadas por la cálida voz del a gua.

- ¡¡No puede ser…!! ¡¡Esto es imposible…!!- Exclamó

sorprendida Yanúr.

- ¿Qué, no puede ser? - Susurró la voz de su herman a

asomando la cabeza por detrás.

- ¿Te has vuelto loca? Me acabas de dar un susto de muerte.

- Lo siento, no fue mi intención. La curiosidad me pudo.-

- ¡¡Un día de estos… grrmmmm!!- Le gruñó su hermana

- ¡¡Vale, vale, no volveré a hacerlo!! Pero, ¿Qué e s esa cosa tan

imposible de creer que guarda la urna? Insistió Dár sun tratando

de restar importancia al enfado de la otra arpía.

- ¡¡ Creo que hemos encontrado el libro azul!!- Vo lvió a

exclamar Yanúr.

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Cuando finalizó las palabras “Libro Azul”, una luz añil salió del

libro, e intensificando su brillar, iluminó las car as de las dos

maravilladas espectadoras.

- ¿Te estás refiriendo al libro que cuenta la histo ria del día

Oscuro?- Interrogó un tanto asustada Dársun.

- ¡¡Sí, a ese libro!! ¿A cuál si no? ¿O a caso cono ces otro libro

Azul?- Dijo con evidente irritabilidad Yanúr.

- Pero se cuenta que había sido destruido por los G rúns.- Aclaró

la joven.

- Al parecer eso no es cierto, pues lo tenemos dela nte.-

Evidenció Yanúr.

- ¿Qué hacemos? ¿Cómo abrir la urna sin dañarla? Ta l vez

encontremos un mecanismo de apertura. Volvió a insi stir con

notoria alteración Dársun.

- No lo sé, no lo sé. Deja ya de moverte tanto, nec esito pensar.

No te atrevas a tocar nada hasta que estemos del to do seguras

de cómo vamos a proceder.- Le advirtió Yanúr.

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De nada sirvieron las indicaciones de su hermana pu es, cuando

esta concluía su frase, Dársun, acarició un pomo co n cabeza de

lobo, que estaba situado al lado izquierdo de la ot ra arpía.

La urna de cristal, se desdobló a derecha e izquier da como si de

dos abanicos individuales se tratara, e inmediatame nte, el libro

quedó al descubierto, mostrando la figura de un árb ol de

grandes raíces, tallado con finos y brillantes hilo s dorados en su

portada. Las dos hermanas retrocedieron al tiempo,

sorprendidas por la voz misteriosa que emergió

espontáneamente de aquellas viejas páginas:

- Si escuchas mi voz, es porque eres una arpía, sól o ellas tienen

el poder necesario para abrir el libro Azul y oír m i relato. Me

llaman Ándra, y en este instante, te otorgo el ran go de

guardiana. Tu historia será la mía y la mía será la tuya, pues

ahora, pasado y presente se escribirán en él. Serás la

privilegiada, la única que podrá ver y leer en sus páginas.

Recuerda que, durante el transcurso de tu misión, t e

encontrarás con fieles aliados, valora su compañía. También

conocerás a lobos con piel de cordero que estarán a l servicio

del mal, a estos seres no es fácil reconocerlos, pe ro confía en tu

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instinto, seguro que te servirá para detectarlos. E lije bien a tus

amigos y desconfía de las facilidades que se te pre senten en el

camino, pues la responsabilidad que se te ha conced ido, implica

riesgos y senderos tortuosos, en dónde nada es lo q ue parece.

Si el libro cayera en manos enemigas, solo podrás v olver a

recuperarlo volviendo a este mismo lugar. El gran h echizo que

lo protege, hace que en otras manos que no sean las de la actual

guardiana, se desvanezca para reaparecer en el inte rior de esta

urna.

No sientas ni el más mínimo temor por ser descubier ta mientras

doy comienzo al relato del día oscuro, porque en es tos

instantes, tú, el libro, y todo lo que te rodea, so is invisibles a

ojos enemigos.

Siéntate lo más cómodamente posible, para poder vis ualizar con

toda tranquilidad, las imágenes que se proyectarán en el aire, al

iniciarse mi historia.- Así habló la esencia de Ánd ra.

Las dos hermanas tomaron asiento, intentando calmar las

agitadas palpitaciones de sus dos corazones.

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La voz empezó diciendo:

Todo comenzó en…

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Capítulo 2

KARNÁK

Después de una larga caminata por el bosque antiguo ,

alcanzamos la población de Karnák.

Un niño nos salió al encuentro, mostrando una mirad a de

sorpresa en sus grandes ojos grises.

- Hola, bienvenidos a Karnák.-

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- Hola, “respondí” me llaman Ándra y ésta es mi bue na amiga

Sáde.

- ¿Cuál es tu nombre?- Pregunté con sonrisa inocent e.

- Soy Yánsy, el delegado de recibimiento. La loba a zul y tú,

seréis atendidas de inmediato por nuestra sacerdoti sa, en el

templo de Anírsys.

- ¡Vaya! Perdona mi ignorancia, pero tu infantil ap ariencia me

había confundido, creía que solo eras un niño curio so.

- ¡Jajajajaja! sí, solemos causar esa equívoca impr esión a los

forasteros que de muy tarde en tarde, logran cruzar nuestras

fronteras. Ya ves, pero en este caso, yo soy el más sorprendido

pues, nunca creí que llegara a ver personalmente, u n espécimen

de lobo azul vivo, de hecho, y según referencias de los libros

ancestrales, la raza de los Seluza, hace siglos que está extinta.

- Soy la última, o al menos, eso creo.- exclamó Sád e con un

atisbo de tristeza.-

- Finalizadas las presentaciones, os pido por favor que me

sigáis.- Nos invitó con gesto amable Yánsy.

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Mientras atravesábamos la población, numerosas figu ras

infantiles nos salían al paso.

Casi de forma imperceptible, Sáde, tomo la aparienc ia de

relación, como ella la denominaba, en la que conser vando su

cabeza lobuna, el resto del cuerpo, cambiaba a form a humana.

- Mmmmm, que extraño, percibo su alegría al vernos, pero se

mantienen en silencio- Observó

- No es costumbre saludar con palabras a los forast eros, hasta

que nuestra señora, os obsequie con la hospitalidad de nuestro

pueblo.- explicó el karnáko.

En los salones del templo se hallaba esperando, una figura con

silueta de niña. Su cara desprendía un tono radiant e, y era tan

bella, que se hacía casi imposible retirar la mirad a de sus

aterciopelados ojos verdes.

- Sed bienvenidos a Karnák.- Dijo con voz melosa.

- Gracias.- Respondimos Sáde y yo al tiempo, mientr as

inclinábamos nuestras cabezas con protocolaria reve rencia.

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- Sentaos y compartir la hospitalidad que os brinda el pueblo de

Karnák. - Volvió a decir.

Mientras nosotras nos acomodábamos al frente de una mesa

pequeña con tonos de mezclas rosados, ella, descend ía

elegantemente las escaleras de circular terminación , para

reunirse con nosotros.

Sin más preámbulo nos dijo:

- Soy Adár, suma sacerdotisa de Karnák. -

- Sospecho, que no estamos aquí por casualidad ¿Ver dad?-

Pregunté con inquietud.

- Como bien has intuido, vuestra presencia, ha sido reclamada

por mi magia.

Los grandes logros en misiones extremas que habéis llevado a

cabo con éxito, se extienden por los diferentes rei nos, como lo

hace el agua por el cauce del río. Sería de necios no solicitar

vuestra ayuda en estos días de necesidad. El débil pueblo de

Karnák, precisa de la fuerza y destreza que poseéis . No somos

guerreros, esto es fácil deducirlo. La única defens a que

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poseemos, reside en las habilidades mágicas con las que

nacemos, pero éstas últimamente, parecen insuficien tes para

mantenernos a salvo, cuando acecha el peligro.

Hace unos meses, se deterioró el manto de invisibil idad que

mantenía oculto a nuestro pueblo. Enviamos emisari os al Monte

Perdido, en dónde se ubica la fuente arco iris, núc leo central de

la esencia que extraemos, para la protección de nue stro

territorio, pero estos, no regresan. Cada vez, las patrullas Grúns

que salen a la superficie son más numerosas, y Sosp echo, que

nuestro asentamiento ha sido tomado por los servido res de

Skrár. Si no recuperamos pronto la fuente, estarem os a merced

del enemigo, y si nuestras fronteras caen, pronto l e seguirán

otras, ya que la intención de este maligno ser, es adueñarse de

los territorios que se expanden en las diversas dim ensiones,

sembrando el caos y el horror.

- ¡No podemos consentir algo tan abominable!- Excla mó con

grave gruñido Sáde.

- Haremos lo que esté a nuestro alcance para que ta les

designios no se cumplan. Tienes mi palabra.- Dije c on firmeza.

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- Entonces, deberíais descansar pues, la misión no será fácil.

Partiréis dentro de dos días; creo que serán sufici entes para que

podáis relajaros y conocer un poco nuestras costumb res. Si os

parece bien, Yánsy, os acompañará en este viaje, ya que, como

buen conocedor del territorio, será un excelente gu ía.

Ahora, id con mi bendición. Nos veremos antes de l a partida;

hasta entonces, espero que disfrutéis de la hospita lidad que os

ofrece mí gente.- Finalizó diciendo Adár.

Los Karnákos son un pueblo pacífico, envuelto de ma gia y

misterio. Su constitución fisiológica, es elegante y esbelta, no

concebida para trabajos rudos, por ello, no encontr aremos en

esta estirpe a grandes guerreros, pero sí, a magníf icos

pensadores.

No cultivan la tierra para el alimento, sí, recogen de ella, lo que

esta les proporciona de manera silvestre, y en agra decimiento

por el sustento, ellos le rinden homenaje, desbroza ndo el

entorno natural y creando floridos jardines para em bellecer las

zonas.

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Una de las mayores pasiones de los Karnákos, es la delicada

talla de cualquier material existente. Sus hábiles manos de

largos y finos dedos, moldean con encanto todo aque llo que se

preste a dicho fin.

Son personajes risueños, alegres, y disfrutan con l a compañía

de los extranjeros que cruzan sus fronteras, escuch ando

atentamente, todo el conocimiento que estos les pue dan

suministrar, mediante una extensa y grata conversac ión.

Esa noche, visitamos los salones de la torre, en dó nde nos

esperaba un gran banquete con música de arpa en nue stro

honor, y antes de acariciar las blancas sábanas con agradable

perfume a lilas, nuestros cansados cuerpos experime ntaron, la

relajante sensación que producen los baños del crát er, con sus

burbujas naturales emanando a tibia temperatura, d e las

entrañas rocosas.

Despertó el alba con sus sonidos matinales; y en co mpañía de

Yánsy, visitamos la posada, dónde cherlýn, la anfit riona, nos

había preparado un grato desayuno a base de variada s frutas,

mermeladas, pan tostado y un sabroso jugo de moras.

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En el transcurso de la tarde, y antes de retirarnos nuevamente a

nuestros respectivos aposentos, el delegado de reci bimiento,

nos condujo hasta el maestro herrero.

Durante el trayecto, Sáde y yo, nos dirigíamos mira das de

asombro, ante las esplendorosas residencias del ent orno.

En alguno de nuestros muchos viajes a otras comarca s,

habíamos escuchado hablar de las maravillas escultó ricas de

este pueblo, pero en ningún instante, la perfección manual que

estábamos contemplando, se acercaba a lo dicho o co mentado,

superándolo en gran escala.

Cada estructura, era presidida en su pórtico bajame nte

amurallado, por dos tallas animales del mismo mater ial brillante,

en el cual se había moldeado la vivienda. Estas efi gies, eran el

preludio de un florido jardín aromático, que daba p aso a la

entrada. Sus diversos matices y coloridos, suaves y alegres

entre sí, carecían de chirriares que desequilibrara n el conjunto

armónico.

Nos detuvimos frente a una morada custodiada por do s figuras

moldeadas de fuego.

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Yánsy, tocando una pequeña campana que sobresalía a los pies

de una de las estatuas, anunciaba nuestra presencia .

Al poco, un karnáko, con grandes ojos negros y de c abello fino,

largo, y canoso, nos dio la bienvenida.

- Sed bienvenidos a mi humilde refugio. Pero pasad, pasad, no

os quedéis en la puerta.- Nos invito a entrar Yárko , el maestro

herrero.

El interior, se componía de un solo nivel, separand o los

ambientes, con la amplitud de unos artesanales arco s

romboidales.

En movimiento constante al rededor una alargada mes a,

embellecida por flores y una vajilla de colorido cr istal, Rámujar,

esposa del herrero, se afanaba en terminar de coloc ar los

alimentos que durante la cena se consumirían.

El agradable calor de hogar, era destilado al ambie nte, por una

crepitante chimenea de considerables dimensiones, e n la que

despuntaba, la forma escultural de la diosa Gea, mo ldeada

delicadamente en bronce brillante.

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- Acomodaros, por favor; la cena está casi lista.- Nos invito con

risa niña, la envolvente voz de Rámujar.

Mientras degustábamos las delicias preparadas, acom pañadas

por un ligero zumo de vallas, me llamó la atención, el inmediato

silencio que se producía, cuando Sáde hablaba.

Sin poder contenerse por más tiempo, Rámujar dijo con

espontaneidad:

-¡Es un honor poder contar en nuestro humilde hogar , con la

presencia de una Seluza!- Los ojos cristalinos al b orde de las

lágrimas, mostraban claramente, la devoción y el re speto que

profesaban a ésta raza.

Sáde, con agradecida sonrisa en su rostro lobezno, le

respondió:

- La gratitud está en mí, hacia aquellos que no olv idan, quienes

son o fueron, los vetustos Seluza.-

En ese instante, Yárko, sin decir palabra, se puso en pié. Inclinó

la mitad del cuerpo, con una mano en el pecho y la otra a su

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espalda, haciendo gesto reverencial, a las palabras recibidas de

Sáde.

Consecutivamente, desapareció tras uno de los arcos , para

prontamente reaparecer, sosteniendo en cada uno de sus

brazos dos objetos brillantes.

El gesto de asombro que esbozó Sáde cuando Yárko,

extendiendo su brazo hacia ella, exhibió la pechera engarzada

con finos hilos azules bordados, que dibujaban con perfección

la cabeza de un lobo; creó en mí, un atisbo interro gante.

- Hace ya muchas lunas, un forastero llamó a mi pue rta. Las

sombras de la noche lo envolvían, y su rostro perma necía oculto

tras la capucha de una aterciopelada capa. No puedo explicar el

porqué, pero su presencia, no me produjo temor algu no. Con

tono grave, así me habló: - “Karnáko, no pretendas entender, lo

que en estos momentos para ti es imposible. Toma és te paquete

y dáselo a Sáde cuando llame a tu puerta. No pregun tes, ni

cuándo, ni quien, lo primordial es que llegue a sus manos; ella

entenderá su significado. Lo único que debes saber, es que tu

raza y todas las existentes en la tierra de las pue rtas, dependen

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de ésta entrega.”- Dicho esto, se disipó entre la s ombras.-

Explicó con detalle Yárko.

Sáde se incorporó para recibir la brillante pieza d e malla.

-Gracias amigo mío; has abierto la senda de la espe ranza. Ahora

sé, que no soy la única superviviente de los Seluza .-

- Ten Ándra, ésta es tuya; con el escudo de los kar nákos

bordado en fuego. Mis manos la crearon, las de mi e sposa la

bordaron, y Adár, la bendijo.- Me ofreció Yárko con orgullo.

Casi al tiempo que recogía agradecida tan valioso r egalo,

Rámujar, abrió un arcón de acero que tenía junto a la llameante

chimenea, para extraer de él, una larga espada. Sac ándola de su

vaina, la hoja brilló.

-Ándra, ésta es Zolev. Rápida como el viento. Para ti fue forjada.-

Me la ofreció mostrándome todo su esplendor.

Era de Diamante negro, y delicadamente grabada en l a

empuñadura, con mi nombre en verde agua. Al sostene rla en mi

mano, me percaté de su ligereza, tanto, que parecía inexistente.

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Llegaron las despedidas, y durante el trayecto de r egreso, no

hubo conversación alguna, pero en mi mente, vagaba la

inquietud, por el desconocido significado de la ent rega que le

hicieron a Sáde.

Amaneció el día, entre grises melancólicamente láng uidos, y

después de un breve refrigerio, con las mochilas ca rgadas de

provisiones, Yánsy, Sáde y yo, abandonamos en silen cio el

palacio.

Las calles estaban desiertas. Los hogares todavía s in aparente

movimiento externo, dejaban escapar por sus chimene as,

humeantes rastros cenizos.

Después de cruzar la plaza, y poco antes de alcanza r el camino

que nos conduciría fuera de la población, nos topam os con una

multitud encabezada por Adár.

-Yánsy, condúcelos por sendas seguras.- Dijo mirand o al

Karnáko.

-Así lo aré mi señora- Le contestó nuestro guía, co n admirable

respecto.

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-Que el camino os sea propicio amigos míos, y que G ea os

ilumine.- De esta manera se despidió de nosotros, l a sacerdotisa

de Karnák.

En el horizonte, se dibujaba la senda tortuosa que se perdía en

las alturas lejanas hacia un tupido bosque. No sabí amos si

volveríamos a disfrutar nuevamente de Karnák y sus amables

gentes, y debido a esa incertidumbre, abandonamos a quel

remanso de paz, con una pena indescriptible en nues tros

corazones. No sonreímos en aquella despedida.

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Capítulo 3

EL REFUGIO

A medida que ascendíamos bordeando la montaña, la p oblación

de Karnák se iba hundiendo en la lejanía del valle.

Comenzaba a lloviznar cuando nos introducíamos en l a

espesura del bosque, abandonando el camino.

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- Todo está muy tranquilo, yo diría incluso, que de masiado-

observó Yánsy, el karnáko.

- Mi olfato, no me indica olores extraños, por lo q ue deduzco que

los lacayos de Skrár, todavía no se han aproximado por las

inmediaciones.- explicó Sáde.

- El cielo parece oscurecerse con rapidez amenazand o tormenta.

¡Nos refugiaremos durante la noche en aquella cueva de allá! -

Indiqué con un ademán para señalar el refugio que h abía

divisado.

A la mañana siguiente, me despertó el agradable olo r que la

tierra despide, al recibir el beso de la lluvia.

Una vez nuestros estómagos estuvieron saciados, pro seguimos

hacia nuestro destino.

Después de una larga caminata por aquel relajante e ntorno,

dónde los sonidos del bosque parecían saludarnos,

desembocamos repentinamente en una zona exenta de

vegetación. Era un cruce de caminos, y Yánsy conoce dor del

mismo, tomo la dirección que nos llevaría al pasaje rocoso de

Grésnar, territorio de las arpías voladoras.

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Serpeamos abruptos carriles de tachonadas rocas que se

repetían sin fin, y de no haber sido por nuestro ex perimentado

guía, nos hubiéramos extraviado en más de una ocasi ón.

Cuando llevábamos dos días de monótona marcha, en l as

altitudes, sobre un abismal acantilado, se recortó la silueta de

un castillo ensombrecido por la noche.

A la entrada del puente suspendido sobre un aterrad or

precipicio, dos imponentes Hompajaros nos cerraron el paso.

- ¡Extraño! ¡Un karnáko, una humana y una loba azul ! – Dijo uno

de ellos.

- ¿Que os trae a este territorio? – Preguntó el otr o, espada en

mano.

- Solamente daremos explicación de nuestra presenci a, ante la

dama mayor de las arpías.- Contesté acariciando la empuñadura

de Zolev.

Una ráfaga de aire sopló inesperadamente. Alcé la m irada, y mis

ojos se encontraron con tres elegantes arpías que d escendían

señorialmente hacia nosotros.

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- Hemos sabido por la señora de Karnák, de vuestra pronta

llegada. Sujetaos bien, os conduciremos a presencia de nuestra

Dama.- Dijo la primera de ellas sin tocar suelo.

La brisa parecía obedecerlas y cuanto más nos elevá bamos,

pudimos divisar en los salientes de roca, a los gua rdianes

invisibles de aquél territorio inescrutable.

En la cima, nos recibía una gran planicie. En el ce ntro de aquel

solemne paraje, las estatuas de Alandé y Marsú, sob eranos del

antiguo reino plateado, nos daban la bienvenida.

Antaño, en el antiguo reino, desde hacia innumerabl es

generaciones, las arpías y los hompajaros compartía n el

territorio en armónica convivencia, pero todo eso c ambió, tras la

traición de Márkiansen, el más poderoso de los sac erdotes, de

aquella esplendorosa soberanía. Cegado por el ansia de poder,

tramó como una víbora en las sombras el derrocamien to de los

reyes; asesinándolos mientras dormían sin un atisbo de

remordimiento en su rostro de águila. Márkiansen, d espués de

perpetrar tan vil crimen, se autoproclamó, nuevo re gente de las

tierras de plata.

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Días después, el consejo supremo del gobierno se re unió en

asamblea, para solventar a quién de los descendient es reales

coronarían. Márkiansen, viendo peligrar lo que tan

enmarañadamente había urdido para obtener el poder absoluto,

ordenó matar a toda la estirpe real, infantes inclu idos, siendo

entonces, cuando sus más oscuras ambiciones quedaro n al

descubierto, desencadenándose una encarnizada batal la, entre

los partidarios de Márkiansen y el resto de la pobl ación.

Viéndose imposibilitados ante la poderosa magia neg ra que

obedecía al maligno sacerdote, un gran número de ar pías y

hompajaros se vieron obligados a huir, para salvar sus vidas y

las de sus desamparados descendientes.

Después de algún tiempo errantes, como testigos viv ientes de

lo que había sido uno de los reinos más esplendoros os de

aquella época, decidieron dividirse en grupos, con el fin de

instaurar esparcidas poblaciones en diferentes terr itorios.

La ciudad más prolífera y relevante de todas ellas, era Grésnar,

en la cual nos encontrábamos.

37

Un sendero conducía hasta la entrada principal de u na fortaleza

trabajada en fino ámbar, adherida a la figura de la montaña,

como parte esencial de la misma.

Allí, al amparo de las nubes, un ejército de arpías y hompajaros

armados, perfeccionaban entre ellos, la disciplina de la lucha.

Cuando atravesamos las puertas del castillo hacia s u interior,

aquella imagen de férreos guerreros, se desvaneció en el aire,

mostrándonos la cotidianidad de sus gentes.

Traspusimos puertas y amplios corredores. Jardines al aire libre

en dónde la luna brillaba sobre las aguas de las c antarinas

fuentes.

Ante un portón gigantesco de labrada roca, nuestra escolta se

detuvo, y una de ellas dijo así:

- Pasad, os esperan.-

Dicho esto, la puerta de doble hoja se abrió hacia el interior,

mostrándonos el espacioso salón del trono.

38

Atravesamos el amplio aposento del sitial hasta lle gar al fondo

del mismo, donde majestuosamente sentada, nos esper aba la

gran dama de las arpías.

- Sed bienvenidos al reino de piedra. En esta hora de encuentro

tendría que desbordar la alegría, pero por desgraci a para todos,

tenemos malas noticias de Karnák, el manto de invis ibilidad

parece haberse desvanecido del todo, y las habilida des mágicas

de nuestros aliados, están ahora a merced del enemi go.- Nos

informó con aire desolado Dría, la señora del reino .

- Apremia comprobar si la fuente Arco Iris, ha caíd o en manos

de los Grúns, y de ser así, liberarla, procediend o a ejecutar el

ritual de purificación. Si vuestros informes son co rrectos, no

debemos demorar nuestra marcha pues, el tiempo que pasemos

charlando, es crucial para la supervivencia de mi p ueblo.- Se

apresuró a decir con evidente preocupación, Yánsy.

- Mis exploradoras me han notificado, que las inmed iaciones del

valle púrpura, están constantemente vigiladas por n umerosas

patrullas de Grúns, por lo que es lógicamente deduc ible

asegurar, que la fuente estará sitiada. La ascensió n al Monte

Perdido, será complicada.

39

Arnowa, Sónya y Kársy, tres de mis mejores guerrera s, os

acompañaran en esta hora incierta, quizás en algún momento de

peligro, os faciliten el acceso a zonas que sin ala s, os estarían

vetadas.

En el valle, tendréis que pisar tierra, ya que, al ser zona

despejada, seriáis un blanco demasiado fácil para l as flechas

envenenadas de los Grúns.- Nos advirtió Dría.

Sin decir más, y después de tomar un breve tentempi é, fuimos

conducidos por una numerosa patrulla de arpías y ho mpajaros,

hasta los labrados y ondulantes jardines de piedra que

sinuosamente conducían al Valle púrpura.

La luz de la luna, besaba con sus rayos las sombras ,

difuminando con su beso, la apretada oscuridad de l a noche.

- Hemos llegado a los lindes de Grésnar, a partir d e aquí,

quedaremos sin la protección de los nuestros. Será conveniente

prestar oídos a todo lo que se mueva.- Sugirió la e legante y bella

Arnowa.

Las primeras luces de la mañana despuntaban suaves,

augurando un día diáfano y tibiamente templado.

40

Ante nuestros pies se deslizaba ahora, un valle ver de, salpicado

por amplios espacios de tupidas florerillas púrpura que se

apretaban entre sí. Al entrar en contacto con aquel ambiente

sosegador, experimenté un repentino impulso de aban dono,

como si en el aire flotara una voz invisible que in sistiera en

despojarme de todo temor.

- ¿Lo percibís?- Pregunté un tanto confusa mientras

avanzábamos.

- ¡Es el embrujo del valle, pero no temas, pronto d esaparecerá!-

Exclamó sonriente Yánsy, conocedor del territorio.

- Espero que sea más bien pronto, porque ésta sens ación no es

la más propicia para una situación de alerta como la nuestra.-

Se preocupo Sáde.

- Nosotras controlamos dichos efectos, quizás porqu e nuestros

dominios están muy cerca, y desde muy pequeñas, nos han

aleccionado sobre la experimentación y el control, de múltiples

sensaciones ambientales.- Argumento Kársy.

41

Como era un territorio abierto, carente de rincones abrigados

que nos permitieran ocultarnos, si llegado el caso fuese

necesario, acordamos montar guardias durante el de scanso.

Al cuarto día de abandonar los jardines de piedra, divisamos en

la lejanía, la senda ascendente que se adentraba en la montaña.

Sin abandonar el trayecto del río Oralc, alcanzamos la pared

Norte de la vertiente, por la que descendía una gra n cola de

agua de estrepitoso sonido, tras aquella gruesa cor tina, se

divisaba lo que parecía una entrada.

- ¡Una polvareda se levanta en el horizonte!- Excla mó Sáde, en

posición de alerta.

- Tiene que ser una patrulla de Grúns- Dijo Sónya m oviendo sus

alas.

- Rápido, tras la cascada- nos apresuró Arnowa con impulso

repentino, mientras acompañaba sus palabras con la acción de

tomar a Sáde entre sus fuertes brazos para conducir la tras el

tapiz acuático. Yánsy y yo, también fuimos suspendi dos

aéreamente con increíble agilidad por Kársy y Sónya , quienes

nos pusieron de inmediato ha cubierto.

42

En breves instantes, hicieron acto de presencia en el lugar, unos

seres robustos de fauces afiladas. Uno de ellos, o lisqueó la

orilla con su chato hocico.

- Me huele a Karnákos.- Dijo con tono ronco.

- Estás un poco obsesionado con los Karnákos, Yax. Cada vez

que paramos a descansar, tu imaginación se dispara y tu boca

remacha incesantemente lo mismo. Te haces repetitiv o.- Le

contestó otro.

- No, esta vez, el olor es muy reciente. ¿No lo not as? – Insistió

Yax.

- Yo no noto nada. Lo único que detecto es este hor ripilante aire

fresco.- volvió a insistir el segundo.

- Un nuevo olor........ A........ ¡Lobo! si, es inc onfundible.- Dijo Yax

aspirando el aire con los ojos cerrados.

- ¡Seguro! ¡Ahora añadirás que es el lobo azul que nuestro amo

nos ordenó que capturáramos vivo!- Se mofó el otro

ridiculizándolo, al tiempo que la patrulla jadeaba una especie de

carcajada común.

43

- ¡Callaos estúpidos, esta vez mi olfato no me enga ña! ¡No

olvidéis las órdenes del amo, o pagaremos muy cara nuestra

incompetencia!- Se enfureció el que parecía el jefe .

- Si, si, Yax, sabemos las ordenes, pero tómatelo c on calma

pues, no veo nada fuera de lo normal en las cercaní as.

- ¡Maldito cabeza hueca, no deberías tomarte a la l igera mi

agudo instinto, recuerda que soy yo quien está al m ando de la

misión, y si ocurre lo peor, tendré que responder c on mi pellejo

ante el soberano!- Se alteró el de más rango, al ti empo que

sujetaba por el cuello a su subordinado.

- Es----ta----bien – Jadeó el que estaba a punto de ser asfixiado

por la potente mano de Yax, jefe de la patrulla.

- Inspeccionemos los alrededores, no quiero sorpres as- Dijo el

jefe del pelotón mientras soltaba con brusquedad al casi

asfixiado soldado.

- ¿Alguien más desea contradecirme o tomarme a bro ma?-

Preguntó mientras escrutaba con ojos de sangre a l os

presentes.

44

Se produjo un murmullo colectivo...........

- No, no, no-

- Pues entonces, nos repartiremos. Vosotros dos, mo ntar

guardia entre los límites del valle y el territorio Grésnar. Si veis

movimientos extraños, soltar las flechas de fuego c omo señal.

Vosotros cuatro, custodiaréis la entrada al camino

ascendente… Los demás, seguirme, escudriñaremos pal mo a

palmo la zona.

Cuando se alejaron lo suficiente, Sáde fue la prime ra en tomar la

palabra:

- Con razón no volvían los exploradores de Karnák, esas bestias

amarillas, los habrán aniquilado a todos.-

- ¿Cómo haremos para llegar al camino elevado sin s er vistos?

Inquirió Kársy.

- Creo que tal cosa no será posible, tendremos que estar

preparados para luchar.- añadió Sónya.

- Pero nos superan en número y son mucho más fuerte s que

nosotros. Tenemos que buscar otra alternativa.- Dij o Sáde

45

- Quizás las artes mágicas de Yánsy, nos presten la ayuda que

tanto necesitamos ahora. Sería muy beneficioso crea r una niebla

espesa que cubra el valle y nos camufle mientras av anzamos.-

Sugerí.

- ¡Eso está hecho!- Afirmó el Karnáko

Sin abandonar el refugio oculto por las aguas, Yáns y, tomó

entre sus finas y largas manos una piedra de jade q ue extrajo de

su mochila, pronunciando unas extrañas palabras, qu e ninguno

de nosotros entendimos.

La niebla gris, no tardó mucho en hacer acto de pre sencia.

Como surgida de la nada, empezó a cubrir velozmente el valle.

Tan presuroso fue su avance, que el territorio pare cía haber sido

engullido por un hálito espesamente apretado.

- Perfecto, la visibilidad es nula, caminemos con p recaución y

siempre alerta.- Dije.

En aquella profunda ceguera, mi brújula nos mostrab a la

dirección correcta.

- ¡Qué raro, esto parece cosa de brujería!- Dijo un a voz ronca.

46

Lo tenía casi en frente de mí, desenfundé mi espada y asesté un

golpe seco. Un Grúns, cayó al suelo fulminado, desp arramando

su negra sangre por el terreno.

- ¡Son Karnákos, están utilizando su magia para dis persarnos!

¡Permanezcamos juntos!- Alertó la voz del jefe en a quel abismo

gris.

- ¡Cuidado Sáde, a tu retaguardia!- Grité. No fui l o bastante

rápida en la advertencia, pues una flecha envenenad a, la alcanzó

en el costado derecho. La loba azul, entró en cóler a al recibir tan

mortífero impacto y con una rapidez diabólica, se r evolvió,

saltando simultáneamente, a la yugular de sus dos a dversarios.

Estos no pudieron escapar de las fauces de Sáde, qu ien se

desplomó cayendo al suelo tras abatir a sus enemigo s.

Corrí en su ayuda empuñando mi espada ennegrecida p or la

sangre de los Grúns, mientras derribaba a dos de el los que me

salían al paso. Después de ese último embate, torno el silencio.

El hechizo de niebla comenzaba a disiparse, y Sáde,

permanecía inmóvil sobre la hierba. La situación er a

preocupante, y yo por primera vez, no supe que hace r. Me quedé

47

allí de pie, exánime, sin capacidad de reacción. Me daba miedo

tocar su cuerpo y descubrir que no respiraba. Por e so, cuando

Arnowa se arrodillo ante ella para comprobar la gra vedad de su

estado, sentí un alivio repentino.

- ¡Está muy mal! Este veneno actúa con rapidez, y s i no

conseguimos en breve el antídoto morirá.- Dijo apen ada.

- Pronto quedaremos al descubierto, deberíamos inte ntar volar

hacia los primeros árboles.- Sugirió Sónya

- Sí, están cerca, y ellos nos camuflarán de ojos e nemigos.-

Reafirmó Kársy.

- Pero Sáde...- dije

- No te preocupes, yo la llevaré.- Se ofreció Kársy .

Una vez disipada la niebla, al amparo de la altura arbolada,

divisamos los esparcidos restos de los Grúns, tritu rando la

belleza del valle.

Estábamos cansadas y nuestras provisiones se habían perdido

en el enfrentamiento. Sáde, continuaba sin abrir lo s ojos,

48

mientras era resguardada por Sónya y Arnowa, sobre la parte

más robusta del tronco.

- Ándra, es necesario que salga a inspeccionar los salientes de

la montaña, quizás encuentre un refugio en las altu ras, que nos

permita guarecernos y recuperarnos del daño sufrido .- Dijo

Kársy, buscando mi aprobación.

- Sí, estoy de acuerdo. – Contesté.

La noche empezaba a desplegar su manto, y una luna dorada

brillaba en la oscurecida inmensidad, cuando Kársy, regresó

con buenas noticias.

- He descubierto una cueva no lejos de aquí. En su interior fluye

una cascada de agua dulce. Será un refugio perfecto para

reponer fuerzas.-

Gracias a nuestras compañeras las arpías, pudimos l legar con

prontitud al refugio de la montaña. Una vez en su i nterior, su

selvática belleza me cautivó.

La luna derramaba su claridad, por una ancha concav idad que

conducía a la superficie.

49

Nos acomodamos como mejor pudimos, prendiendo una

hoguera con las ramas caídas de las acacias que po blaban el

entorno.

Kársy, se dedico a recoger algunas de las plantas d el lugar.

Colocándolas sobre una piedra, separó las hojas más fuertes, y

con suma maestría las entrenzó de tal forma, que co nsiguió

crear un pequeño recipiente. Yánsy la observaba ate ntamente.

- ¡Valla, desconocía esta forma de moldeo! Me gusta ría si fuera

posible, adquirir tan mañoso conocimiento.- Le dijo con

admirada expresión el karnáko.

-En horas más tranquilas, seria para mí un placer e nseñarte.- Le

respondió sonriente Kársy, mientras desmenuzaba las flores y

las introducían en su cuenco natural. Seguidamente, recogió un

poco de agua y se dirigió hasta donde estaba Sáde. Abriendo la

boca de esta, estrujo en su mano un manojo de las h umedecidas

flores, extrayendo de ellas el néctar curativo.

La Seluza, al notar el húmedo brebaje en su gargant a, sin abrir

los ojos, tragó.

- ¿Qué es?- pregunté.

50

- La esencia de la Rinerva, se emplea para contrarr estar los

efectos de los venenos más dañinos. Crece en los bo rdes de las

cascadas y su sabor es agradable, aunque un tanto á cido. Sólo

espero que no sea demasiado tarde para ella. – Me c ontestó

poco esperanzada.

Aquella fue una noche lentamente agónica pues, ning uno de

nosotros pudo pegar ojo, ya que, la preocupación po r nuestra

amiga, era demasiado inquietante.

Arnowa, Sónya y Kársy, se dedicaron a explorar el lugar, yendo

y viniendo constantemente.

El día amaneció envuelto en un gris pálido, como si la tristeza de

su tono, revelara un grito de pena, por los acontec imientos

acaecidos la tarde anterior.

Sáde continuaba inconsciente y con muchas sudoracio nes, las

cuales tratábamos de aliviar, con hojas humedecidas de las

Rinervas.

- Rápido, esconderos tras la maleza, se acerca algu ien.- Advirtió

Kársy revoloteando nerviosa a nuestro alrededor.

51

- Pero, ¿y Sáde….?- Inquirí

- Nosotras nos encargamos….- Añadió Sónya.

Y sin terminar la frase, las tres arpías transporta ron raudas

como el viento a la loba, hasta un saliente de roca muy elevada

que permanecía en penumbra. Yánsy y yo, nos escondi mos tras

la alta maleza del camino principal. La espera no f ue larga, pues

al poco, aparecieron unos seres angelicales de sonr isa niña que

dialogaban en karnáko. Yánsy, nada más verlos, salt ó de un

brinco al camino, corriendo hacia ellos. Debieron r econocerlo de

inmediato, pues la alegría que mostraban era eviden te. Hubo un

instante de abrazos mientras todos nos reuníamos a lrededor de

aquellos maravillosos seres. Cuando las arpías desc endieron

trayendo a Sáde entre sus brazos, para consecutivam ente

dejarla descansando al abrigo de la llameante hogue ra, se

produjo un instante de silencio. Kénty, uno de los recién

llegados, fijo su melancólica mirada en la loba, y rompiendo el

silencio dijo:

- Está muy mal, pero cuando ella nos regale su comp añía, todo

se solucionará.-

52

- ¿A quién os referís cuando habláis de ella?- Preg untó Sónya.

- Poco falta para que lo sepáis.- Volvió a decir Ké nty.

- ¿Pudisteis llegar a la fuente Arco Iris?- Se inte resó Yánsy.

- Si, pero nos resultó del todo imposible recuperar su control

pues, las huestes enemigas la han invadido, y aunqu e

empleamos todas las fuerzas mágicas a nuestro alcan ce para

recuperar la zona, nada se pudo hacer. Los Grúns, estaban

protegidos con un contra-conjuro que inutilizaba to dos los

nuestros. Cuando retrocedíamos, con el fin de llega r a Karnák, e

informar detalladamente de lo sucedido a nuestra s acerdotisa,

fuimos atacados por una patrulla. Consiguieron redu cirnos, y

sólo pudimos escapar nosotros cuatro, gracias a la ayuda

inesperada de ella.-

- ¡¡ Otra vez la desconocida, ya es hora de…!!-

- ¡¡Silencio!! ¡¡Ya despierta!!- Me interrumpió Ké nty.

Instintivamente, todos miramos hacia la orilla del lago pues,

justo en su epicentro, comenzaban a dibujarse unas hondas

circulares de variados e intensos colores.

53

- ¡No podemos dejar sola a Sáde! - exclamé.

- Nada malo le sucederá, ahora está bajo la protec ción de ella.

Ven, acércate sin temor.- Me invitó Kénty.

Dudé durante unos instantes mirando apenada a mi bu ena

amiga, pero había algo en el ambiente que me atraía

inexorablemente hacia la orilla.

54

CAPITULO 4

EL DÍA OSCURO

De la sábana acuática, emergió con lentitud una fig ura femenina.

Su belleza era hechizante, de largos cabellos blanc os cual

destellos de luna. Su esbelto talle, ceñía un vesti do con el cálido

matiz de las retoñadas hojas.

Esbozando una sonrisa, inició un ligero caminar po r encima de

las aguas viniendo a nuestro encuentro.

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- Hola, mis pequeños amigos. – Saludó, inclinándose sobre los

Karnákos acariciándoles los cabellos.

- Hola nuevamente mi señora- Respondieron a coro co n una

reverencia.

- Veo que los informes que me hicieron llegar las p lantas eran

fiables. ¡Bienvenidos a mi rincón natural, nobles A rpías! -

exclamó dedicándoles una leve inclinación de cabeza .

- Gracias por vuestra amable protección, divina señ ora. –

Respondieron agradecidas.

Después sus ojos se clavaron en los míos mientras a sí me

decía:

-Ándra, valerosa guerrera, es un orgullo tenerte ce rca en esta

hora de oscuridad y desconcierto. Me complace que a sí sea.-

-Gracias mi señora, pero el agradecimiento está en mi al poder

disfrutar de vuestro beneplácito.- Confesé con Admi ración.

Era tanta la sorpresa que me embargaba, al saberme en

presencia de la suprema Gea, la más venerada de los cinco

poderes, que por un instante, creí estar soñando.

56

Su mirada se desvió repentinamente, posándola con s uma

atención en el cuerpo dormido de Sáde.

- Esta mal herida señora. No hemos podido ver reacc ión

favorable después de darle el jugo de las Rinervas. - Me

apresuré a informarla.

- Cuando el veneno se propaga tan rápidamente como lo ha

hecho éste, las Rinervas tienden a regenerar el org anismo muy

lentamente, de ahí ese profundo sueño.- Explicó mie ntras nos

acercábamos.

- Pero ¿se curará?- Volví a preguntar con tono de i nquietud.

- No temas, haré todo lo posible para que vuelva co n nosotros.-

Dicho esto, se sentó al lado de Sáde, apoyando la c abeza de la

Seluza sobre su regazo, mientras le acariciaba el h ocico en

forma ascendente, al tiempo que decía en desconocid o pero

dulce idioma:

- Sarbmos ne oñeus, so orreitsed a sol somsiba ed e dnod

siedecorp. -

57

Ante la incertidumbre de todos los que permanecíamo s en pie

pendientes de los resultados, Sáde abrió sus ojos a vellana y dijo

con escasas fuerzas:

- ¡Cubre tu retaguardia Ándra! – Después volvió a c errarlos.

Sin poder evitarlo, unas lágrimas resbalaron por mi mejilla. En

ese instante sentí la caricia protectora de una gar ra mimándome

el hombro. Era Arnowa, quien considerablemente afec tada,

comprendía mi pena.

- Ahora duerme, pero pronto se repondrá. Dejémosla un rato

tranquila y hablemos a la orilla del lago, para no turbar su

descanso.- Sugirió la dama.

Siguiendo la recomendación de Gea, todos nos sentam os al

borde del gran lago.

-Tenemos que recuperar la fuente. La supervivencia de mi gente

depende de ello.- Dejó caer súbitamente Yánsy, mien tras fijaba

su mirada en las refulgentes aguas, como si estuvie ra pensando

en voz alta.

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- Las cosas se han complicado mucho desde que parti steis de

Karnák, y lo que prima en esta hora, es mostraros l os cambios

que se han producido en los distintos territorios d urante

vuestra ausencia, así tendréis una perspectiva real de la

magnitud del problema.- Dijo Gea.

Tras introducir su mano en el líquido elemento, dic ha masa se

petrificó, revelando unas imágenes que a todos nos

sobrecogieron.

Los horrores que los Grúns estaban causando, ocasio naron en

nuestras concentradas miradas, instantes de rechazo y

repulsión.

Karnák estaba sitiada, sus habitantes eran encadena dos, como

si de bestias iracundas se tratara, y aquellos vali entes que se

atrevían a prestar resistencia a sus captores, eran

despiadadamente torturados y servidos a las tropas para su

entretenimiento.

Los bosques calcinados mostraban un abominable pais aje lleno

de brumas y humos pestilentes que ennegrecían la at mósfera.

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En los jardines de piedra del territorio Grésnar, l as siniestras

huestes enemigas, habían montado sus repulsivos

campamentos.

El día se ensombrecía, simulando un anochecer preci pitado. El

caos destructivo cabalgaba a lomos de los macabros seres de

ojos sangre que engullían con su ira desbocada, el colorido

natural de los territorios conquistados, cambiando su límpida

brillantez, por áridas tierras desoladas.

Las escenas que estábamos presenciando, iniciaron s u

término, difuminándose con suma lentitud en e l agua, hasta

diluirse por completo.

- ¿Pero cómo es posible en tan corto tiempo? – Preg unté.

-Los ejércitos enemigos estaban estratégicamente pr eparados

para una rápida invasión, cosa que desconocíamos. D e ahí que

no estuviéramos preparados para afrontar una defens a férrea.-

- Entonces, ¿todo está perdido?- Inquirió Arnowa.

- No, todo no, todavía conservamos el sello, y eso, nos

proporciona un rayo de esperanza. - Dijo Gea.

60

- ¿El sello? ¿A qué se refiere mí señora?- quiso sa ber Kénty.

- Al sello que precintará para siempre las puertas dimensionales.

El sello que tanto codicia Skrár, el poseedor de a lmas.- Explicó

Gea.

Fue en ese instante cuando comprendí a quien se ref ería cuando

hablaba del sello.

Casi instintivamente giré mí cabeza y miré a Sáde, quien

mostraba en la expresión de su rostro, un descanso reparador.

- Sí, exacto, tu intuición es del todo certera, ell a es el sello.- Dijo

Gea confirmando lo que sospechaba.

- Todos los demás al tiempo, giraron sus cuerpos pa ra fijar sus

miradas sorpresivas en la Seluza dormida.

- Lo que no entiendo es por qué el enemigo trató de acabar con

su vida, siendo un alijo tan importante para su señ or.-

argumentó Kénty.

- Fácil, el conjuro de niebla anuló su visión, no p udiendo saber a

quienes estaban atacando. Sólo olisquearon en su ce guera,

61

localizando el olor a Karnákos. Ya sabéis que somos sus

juguetes favoritos.- Explicó con tono irónico Yánsy .

- Los Grúns, tienen órdenes muy específicas de su a mo, y es

capturar a la loba azul con vida, pero poniéndonos en el peor de

los casos, si Sáde hubiera muerto en el enfrentamie nto, tendrían

que llevar su cuerpo a presencia de Skrár. No en v ano le llaman

el poseedor de almas. Es el sumo sacerdote de la ma gia negra, y

tal malignidad, le otorga el poder de convocar la e sencia de un

cuerpo muerto, para hacerla suya, absorbiendo el co nocimiento

y las habilidades que esta posee. El ritual para la posesión de

almas es muy laborioso y extenuante, pero aun a rie sgo de

quedar debilitado en el proceso, estará dispuesto a todo para

conseguir sus propósitos. Su deseo vehemente de dom inio,

crece a cada minuto, y no cejará en el empeño, hast a ver

cumplidos sus más tétricos designios.- explicó con todo detalle

Gea.

- Pero si sellamos las puertas, perderemos para sie mpre el

contacto con otras dimensiones. Dejaríamos de exist ir para los

otros mundos. Sólo seriamos ficción para el futuro de ellos.-

Dijo Arnowa entendiendo la gravedad del problema.

62

- Sí, esa es la situación que hoy nos ha tocado viv ir.

Confiábamos en que esto no sucediera, pero por desg racia,

hemos sido elegidos por el destino, para radicar es ta mortífera

amenaza. No tenemos elección. El mal se ha originad o en

nuestro reino, y no debemos consentir, como respons ables de

todas las dimensiones, que este engendro maligno, r adique toda

existencia benigna. Para ello solo nos queda una al ternativa

posible, el sellado de las puertas.- dijo contunden temente Gea.

Hubo un pequeño silencio y cada uno se sumergió en sus

propias cavilaciones.

Al cabo de un rato, Arnowa volvió a decir:

-Sabemos que las puertas permanecen anónimas, así l o

decidieron los sacerdotes sagrados, para protección de las

mismas. Solo las Gárgolas conocen dicha ubicación. ¿Cuál será

el camino a seguir de aquí en adelante?-

- Tendréis que empezar por localizar a Yidaki, el l íder de los

Eniérs. El os conducirá con certeza, hasta los acan tilados de

mármol, territorio de las Gárgolas. Buscarlo al No roeste, en las

grutas del Olvido, dentro de las ruinas keltoi.- Le respondió Gea.

63

-Y para iniciar la búsqueda de tan enigmático perso naje,

¿Quiénes serán los elegidos?- Quiso saber Kénty.

- Tu no, amigo mío, para tu sabiduría se ha dispues to, otro tipo

de tareas.- Sonrió apaciblemente Gea.

- Yo iré en busca de Yidaki.- Me ofrecí.

- Y yo te acompañaré. No consentiré que te divierta s sola.- Me

sonrió Arnowa.-

- Mm, veo que necesitareis una mente diestra que co ntrole las

artes mágicas en momentos hostiles. Agradeceréis mi

compañía. Me sumo a la partida.- Dijo Yánsy con air e de sabio.

- Pues entonces, decido queda. Sónya y Kársy, regre sarán a

Grésnar, para informar a Dría, sobre las decisiones que aquí se

han tomado. Ella sabrá cómo proceder para poner en aviso a los

reinos de nuestra dimensión.- Añadió Gea.

- ¿Qué va a pasar con Sáde?- Quise saber. -

- No temas, ahora lo que más necesita es reposo. Es te viaje no

es el suyo. Cuando os encontréis en territorio de G árgolas,

Yidaki, sabrá como invocarla. – Me aclaró Gea.

64

- Es la hora del descanso, mañana partiréis.- Añadi ó la dama de

la tierra. Todos asentimos con la cabeza dando nues tra

conformidad.

Poniéndose en pie, dio por finalizada la reunión, y acercándose

a Sáde, le examinó los ojos. Seguidamente, posó su mano

sobre el pecho de la loba, diciendo con tono suave:

- Quizás mañana despierte, noto mucha mejoría, el v eneno

desaparece y la sangre se renueva. – Dicho esto, no s dio la

espalda con caminar dúctil, desapareciendo bajo las aguas.

Después de su marcha, nadie hizo comentario alguno,

simplemente nos acurrucamos como mejor pudimos, al

agradable calor de la llameante hoguera.

Al día siguiente, me desperté sobresaltada, buscand o con la

mirada el cuerpo de Sáde, pero no lo encontré. Mi m ano

temblorosa, apretaba con rigidez el puño de mi espa da, presta a

desenfundar si fuera necesario. Observé extrañada, que todos

dormían con suma placidez. Me apresuré hasta la or illa del lago,

con la esperanza de que Gea, pudiera aclarar mis du das, pero en

ese momento, sentí un caminar sutil a mi espalda. M e giré con

65

brusquedad, para descubrir que por la galería del E ste, se

acercaba la Seluza, quien observando mi tensión, di jo un

agradable encanto:

- Guarda esa espada hermana. No la vas a necesitar de

momento.-

- Por lo que veo ya te encuentras mejor. Eso me ale gra.

Estábamos bastante preocupados por tu estado.- Le r espondí

aliviada al tiempo que enfundaba mi espada.

- Si tengo fuerzas para estirar un poco mis entumec idas piernas,

yo podría auto-diagnosticar que mi evolución es del todo

favorable.

Pero cambiando de tema, sé que has tenido el honor de

conocer a la divina Gea. – Añadió

- Sí. Pero tú, ¿cómo lo has averiguado? ¿Estuviste hablando con

ella?- Me interesé.

- Eso no es lo importante ahora. Lo apremiante en e stos días de

incertidumbre, es dar con el paradero de Yidaki pue s, solo él

puede iniciar la ceremonia del sellado.-

66

- Sáde, se que tu eres el sello. – Le revelé.

- Trágicas fueron las circunstancias en que lo aver igüé, y tengo

que admitir que no fue fácil sobrellevarlo, pero gr acias a los

sabios consejos de la dama de la tierra, mi carga, se hizo con el

tiempo más llevadera.

Cuando mí raza sufrió la persecución indiscriminada de los

Grúns, a causa de nuestro raro pelaje, la existenci a del sello

todavía era desconocido para la codicia imparable d e Skrár.

Pero por desgracia para todos nosotros, ese secreto también

guardado, poco duró. En el transcurso de las abomin ables

cacerías, esa valiosa información, fue desvelada, y de ese

trágico modo, el devorador de almas, supo de nuestr a autentica

valía. Desde entonces, encolerizado por su propia t orpeza,

busca con vehemencia a los Seluza que todavía pueda n quedar

vivos, con el fin de impedir el sellado.

Gracias al regalo que obtuve de Yárko el maestro he rrero de

Karnák, me entere con grata satisdación, de que mi extirpe no

está extinta.

67

Ellos trataran de que el poseedor de almas, siga un rastro

equivoco, dejándome a mí el margen espero que sufic iente, para

llevar a término el sellado.

No todos los Seluza poseen dicho don; sólo uno de nosotros

tiene derecho por nacimiento, y para mayor segurida d, ni tan

siquiera entre los nuestros se conocida la identida d del sello,

hasta que nos vimos al borde de la extinción.

Mi padre agonizaba a causa de las heridas infligida s durante la

batalla de los Grúns, cuando me traspasó su poder. Es una gran

carga para un sólo ser, ya que la responsabilidad q ue implica,

supera cualquier riesgo imaginado. Se me ha impuest o por

sucesión, por lo que me corresponde sin desearlo.

En ocasiones me autoconvencía, de que ese momento n unca

llegaría en esta época, y que yo solo era una vasij a con algo

valioso dentro, que tendría que traspasar, cuando l legara mi

final, a mi primogénito, como anteriormente lo habí a hecho mi

padre, pero el destino es caprichoso y, henos aquí, sabiendo

que todo futuro depende del sellado.

68

El feliz día que te conocí en el Sendero de las Cañ as, me hice la

promesa de que llegado el momento, te desvelaría mí secreto,

pero cuanto más nos unía el camino, menos me apetec ía

contártelo. No me mal interpretes, en ningún moment o fue por

desconfianza. Sabía que te preocuparías más de lo n ecesario

por mi bienestar, y eso pondría en riesgo innecesar io tu vida,

durante las misiones que nos ocupaban. – Me explico Sáde.

- Entiendo tus razonamientos, pero como tu bien dic es, es una

carga muy pesada para haberla soportado sola, de ve ras siento,

no haber podido prestarte el apoyo moral que tanto necesitabas.

– Me lamente.

- Ándra, tenía que ser así, estaba escrito. Me hubi era gustado

acompañaros en esta arriesgada misión que pronto

emprenderéis, pero, en mi maltrecho estado, solo se ría un

pesado lastre, ralentizando la marcha.-

- Tú nunca serás una carga amiga mía, pero ahora, lo que más

me importa, es tu pronto restablecimiento. –

Después de un breve y silencioso período de reflexi ón, sobre

todo lo acaecido hasta ese instante, proseguí con u na pregunta:

69

- Sáde, ¿Cómo se produce el sellado?-

Al cabo de unos instantes Sáde me respondió:

- Ándra, no quiero que te apenes por lo que te voy a contar,

porque las circunstancias del momento nos obligan a esta

finalidad.

El sellado de las puertas lo produce mi aliento, y cuando la

última puerta quede lacrada, mi cuerpo será un cuen co vacío,

falto de vida alguna.-

- Pero eso significa… –

- Si querida amiga, la muerte.- Añadió antes de que yo pudiera

pronunciar esa palabra.

- Pero se puede atacar directamente al enemigo, y p resentar

batalla para que esta drástica medida no sea necesa ria.- Me

apresuré a argumentar, buscando desesperadamente ot ra

salida.

- Ándra, no podemos permitirnos ser egoístas en est os días,

nuestra prioridad recae en el sellado de las puerta s, evitando

con ello que el mal se propague hacia otras dimensi ones. Una

70

vez conseguido este propósito, nos enfrentaremos

abiertamente al poseedor de almas. La batalla entre la luz y las

sombras es ineludible.- Dijo con serenidad.

- ¿Me estas pidiendo que emprenda un camino inciert o hacia

lugares plagados de terror, en donde mi vida y la d e mis

compañeros estará constantemente pendiente de un hi lo… para

que la gran recompensa final sea verte morir?- Iron icé

- Sí, eso mismo te pido. Muchas vidas dependen de e llo. Ese es

el sacrificio que yo afrontaré con dignidad.- Su ca ra mostró

rectitud y firmeza, ante lo que parecía una decisió n, hace tiempo

asumida.

- Hubiera preferido no saber nada al respecto, así no tendría que

cuestionar si todo esto merece la pena.-

-Ándra, ha llegado la hora de despertar, la sombra avanza en la

tierra de las puertas.-

- ¿Despertar?- Pregunté extrañada.

- Si mi niña, desssperrrtarrr.- Su voz sonó ralenti zada y lejana.

71

Sin saber cómo, me encontré acostada en el duro sue lo. A mi

lado yacía Sáde, todavía con los ojos cerrados. La hoguera sin

llama, dejaba escapar de sus candentes brasas, un h umo gris

que ascendía, dibujando con dedos invisibles en el vacío, unos

hilos trazadamente discontinuos.-

No pareces haber descansado lo suficiente.- Dijo la voz de

Yánsy

- He tenido un dormitar bastante agitado.- Respondí muy

abatida.

- Sónya y Kársy están hablando con Gea a la orilla del lago.

Arnowa y los Karnákos fueron en busca de alimentos. Una de

las galerías que está ubicada al Norte, es un frond oso y tupido

bosque de acacias, en dónde crecen abundantes fruto s

silvestres, zarzamoras y jugosas fresas. No tardará n. – Me

informó con detalle.

Al poco, se escucharon unas pisadas nerviosas que se repetían

por el eco de las galerías.

Gea, Kársy y Sónya, se acercaron a nosotros mientra s

mirábamos aparecer a los Karnákos transportando en sus finas

72

manos, unos cestos de mimbre repletos de frutos. Tr as ellos,

como escolta majestuosa, se deslizaba con elegancia la figura

de la bella Arnowa.

Mientras degustábamos los sabrosos productos silves tres, mis

ojos se dirigieron a la concavidad de la techumbre, por la que

asomaba un pedazo de cielo color grana.

- ¡Que extraño! Fijaros en la tonalidad del firmame nto. Nunca lo

había visto de ese color.- Hice notar

- No sabría precisar si es de día o de noche.- Añad ió Kársy, al

tiempo que se ponía en pié con el cuello estirado h acia lo más

alto. Todos la imitamos, atraídos por el repentino cambio que se

estaba produciendo en el exterior.

- El día oscuro ha comenzado- Dijo Gea con voz sen tenciosa.

- ¿El día oscuro?- Se apresuró a inquirir Yánsy.

- Sí, a partir de este instante y hasta que nuestra dimensión sea

liberada del maligno dominio de Skrár, noche y día serán uno

solo. Ni el sol, ni la luna, conseguirán traspasar las tinieblas de

magia negra producidas por el poseedor de almas. La batalla

73

por el dominio absoluto de las dimensiones ha dado comienzo.

La aridez en la tierra de las puertas, avanza morda z y segura,

dirigida por la mano invisible del señor de las som bras. Es hora

de abandonar la palabra, y empuñar las espadas para liberarnos

del caos que se avecina.- concluyó diciendo Gea.

La primera despedida, llegó con la partida de dos b uenas

compañeras, Sónya y Kársy.

- Buscar montañas, acantilados, sitios escarpados e n las alturas

de regreso a Grésnar. No os aventuréis a pisar suel o llano, si no

es del todo necesario pues, podríais ser presas fác iles para las

huestes enemigas.- Aconsejó enérgicamente Gea.

Las vimos desaparecer en silencio, tras la galería Norte.

- Vamos, acerquémonos al epicentro del refugio.- Di jo Gea

instantes después.

Sáde todavía estaba descansando, por lo que acarici é su pelaje

y seguí a los demás. Formamos un gran círculo, y Ge a, se

posicionó en el centro. Alzó sus brazos al unísono y pronunció

éstas palabras:

74

- Etavéle anru. Egetorp noc ut ozihceh a adot aza r elbon euq es

ellah ne sút saínacrec -

Del suelo emergió una urna de Cristal, protegida po r una tupida

hiedra, la cual, se fue retirando en sentido desce ndente, para

dejar al descubierto aquella forma hexagonal de tra nsparente

vidrio. Ésta, descansaba sobre una base escalonada de refinado

mármol azul añil. En su interior, atesoraba un libr o del mismo

color que el pedestal. Una música de arpa, regaló a los oídos

su delicada melodía.

- Ven Arnowa, solo las arpías, tendrán el privilegi o y al tiempo, la

responsabilidad de abrir la urna que guarda el libr o Azul. Así lo

han dictamino las mentes sabias.- Dijo Gea tendiend o su mano a

la arpía, con gesto amable.

Arnowa, calladamente y con mucho respecto, hizo lo que de ella

se solicitaba, y sin más, la urna se desdobló, deja ndo al alcance

de su mano el misterioso libro.

- Éste es el libro Azul. El que irá escribiendo con letras de fuego

la historia del día Oscuro. Arnowa, tú eres desde e ste momento,

la Guardiana. No sientas temor, si cae en manos ene migas pues,

75

tiene la gran habilidad, de desintegrarse, en prese ncia de

fuerzas oscuras, para volver al amparo, de este rec ipiente

cristalino. Eso sí, su escritura se interrumpirá, q uedando

abstraída en un letargo historiador, hasta la llega da de su nueva

guardiana. Solo entonces, pasado y presente se unir án,

activando nuevamente sus escritos, con una recopila ción de lo

acaecido hasta el momento actual. Solo la actual gu ardiana tiene

el privilegio de leer y visualizar su interior. Par a todos los

demás, sus páginas se mostraran vacías.

Él te dibujará acertijos, símbolos, lugares, los cu ales, tendrás

que desenmarañar, para alcanzar el significado corr ecto. Con su

ayuda, podrás esquivar o afrontar las dificultades que se os

presenten en el camino. No dudes en consultarlo cua ndo lo

creas oportuno pues, para tal fin ha sido creado.- Gea entregó el

libro a Arnowa con una leve inclinación de cabeza.

Cuando lo tuvo en sus manos, se quedó tan sorprendi da, como

el resto de nosotros. Repentinamente, el libro empe queñeció de

tal manera, que adquirió el tamaño de una moneda. A rnowa,

Ahogando un grito en su garganta dijo:

-¿Qué ha sucedido?-

76

- Tiene inteligencia propia. Sabe que está al ampar o de la

guardiana. Con el propósito de facilitar su transpo rte, ha

decidido tomar esa apariencia.

Es hora de partir sin más demora.

Me siento cansada, debo sumergirme en el lago para recuperar

fuerzas, presiento que se acercan acontecimientos i nesperados,

para los que debo tener intacta mi energía. La mano negra crece

con furia veloz. Que vuestros corazones, no sufran por aquellos

que en mi refugio se resguardan pues, aunque adorme cida,

siempre estoy alerta. La vegetación los protegerá con firmeza,

ante cualquier indicio de amenaza.- Finalizó dicien do Gea.

Mientras recogíamos las ligeras mochilas que los Ka rnákos nos

habían preparado con bebida y alimento, me arrodil lé para

despedirme de Sáde.

- Mi querida amiga, hoy tengo que dejarte, será muy duro

caminar sin tu compañía, pero como bien sabes, la n ecesidad

así lo requiere. Espero que te recuperes pronto y e n breve

nuestros senderos vuelvan a cruzarse.-

77

- Eso último no lo pongas ni por un solo instante e n tela de

juicio, todavía tengo que cabrearte mucho, contrade cirte,

bromear y reírnos juntas de nuestras propias desgra cias antes

del fin.- Respondió la Seluza, incorporándose con m ucha

lentitud.

- ¡Sáde, estás despierta! Ahora mi marcha será meno s costosa,

sabiendo que tu estado ha mejorado.-

- No podía dejarte partir sin despedirme- Dijo Sáde

- ¡La noble Loba Azul ha vuelto al laberinto de los vivos! –

Bromeó con una extensa sonrisa Gea.

Arnowa y los Karnákos se pusieron tan contentos por las

buenas nuevas, que bailaron todos juntos alrededor de Sáde,

como un aspa de molino en giratorio circular.

- Esto es un buen augurio. Estamos saboreando la qu e sería

nuestra primera victoria.- Dijo Arnowa con felicida d.

Aquel mágico instante, fue efímero, o al menos eso me pareció a

mí, cuando nos alejábamos rumbo a la galería Noroes te,

Arnowa, Yánsy y yo.

78

79

CAPITULO 5

CAMINANDO A LO DESCONOCIDO

Pasamos horas subiendo por pendientes abruptas y se nderos

zigzagueantes que parecían no concluir. De muy cuan do en vez,

alguna brecha en la techumbre de la montaña, arroja ba una luz

tenue, despejando la oscuridad que nos rodeaba. En uno de

nuestros pocos descansos, escuchamos sonidos de aje treo

cercano. Con precaución, nos dirigimos al lugar, bu scando la

lejanía del mismo para no ser descubiertos. Al ampa ro de las

80

alturas, pusimos cuerpo a tierra, arrastrándonos co n sigilo hasta

el borde del barranco.

- Son Centauros.- Dijo Yánsy atisbando precavidamen te.

- Es un grupo reducido. Se habrán refugiado aquí de spués del

día oscuro.- Imaginó Arnowa.

- Creo que deberíamos tener muy claro una cosa, no contaremos

a nadie los asuntos que nos ocupan, de esta forma,

conseguiremos el anonimato necesario para llevar a término

nuestros fines. –Sugerí.

Todos estuvimos de acuerdo en esto.

Alejándonos lo suficiente del filo, Arnowa sacó el libro de su

bolsa. Al abrirlo, este recobró su tamaño normal.

- No muestra nada, solo el relato de lo acontecido hasta el

momento. Esperar, algo se dibuja en la página sigui ente. Es un

arco y una flecha forjados en fuego y unidos entre sí.- Nos

detalló.

- No conozco ningún símbolo que se le semeje- Dijo Yánsy

mientras fruncía el ceño tratando de recordar.

81

- Yo tampoco, pero no olvidemos lo que Gea nos dijo , son

señales que tendremos que desenmarañar. – Puntualic e.

Bajando la pendiente, salimos al encuentro de aquel los

desconocidos. Estos, no tardaron en agruparse entor no a

nosotros.

- ¿Qué os trae por aquí, estáis escapando de alguna compañía

de Grúns?-

Se interesó uno de ellos.

- Sí, tuvimos un encontronazo con una patrulla hace algunos

días y buscando un refugio para guarecernos, hallam os la

entrada a esta gruta.- Contesté

- ¿Y qué, cómo resultó la contienda? Adivino por vu estro

fantástico aspecto, que lo peor se lo llevaron ello s.- Ironizó con

burlesca sonrisa otro.

- Chicos, chicos, ¿En dónde habéis olvidado vuestro s exquisitos

modales? Por favor, disculpad a mis compañeros. Des de el

fatídico momento de la gran oscuridad, han dejado l os

82

protocolos del saludo amistoso a un lado. Me llaman Parnás, ¿y

vosotros sois?...

- Ándra

- Yánsy

- Arnowa.- Contestamos uno a uno.

- Sed bienvenidos a nuestro campamento.- Dijo la vo z femenina

de Parnás, al tiempo que nos indicaba con lo que ap arentaba ser

una desdibujada reverencia, que la siguiéramos.

Mientras pasábamos por en medio de aquellos centaur os de

miradas sombrías y desconfiadas, me percaté de las doradas

armaduras que los vestían.

Una vez estuvimos sentados alrededor de una piedra pegada al

suelo que hacia la función de mesa, los centauros r etomaron las

tareas que cada uno estaba desempeñando poco antes de

nuestra llegada.

Afilando las puntas de las flechas unos, otros, las ungían con

ungüento de oscura tonalidad vinosa, yendo y vinien do de un

lado para otro.

83

- Mucha actividad se destila entre vosotros.- hice notar

dirigiéndome a Parnás, quien desempeñaba la función de

anfitriona.

- Nos estamos preparando para atacar a una patrulla de Grúns

que acampan en los jardines de piedra de Grésnar. ¡ Que

irónico!, antes eran ellos los que tenían que escon derse,

habitando los lugares más oscuros y recónditos de n uestra

dimensión. Ahora, somos nosotros los sometidos.- Di jo con

aparente desprecio.

-¡Nos dirigimos al Noroeste!- Exclamo Yánsy inesper adamente

con tono nervioso.

- ¿Y qué esperáis encontrar en esa dirección?- Inqu irió Parnás

sin retirar la mirada del Karnáko.

-Nada que merezca mención. Nuestros asuntos son ban ales y

sin trascendencia para valientes guerreros como vos otros.-

intentó explicar diplomáticamente Arnowa, adivinand o la

influencia interrogativa que Parnás estaba ejercien do sobre

Yánsy.

84

- Perdonad si me ausento durante unos momentos, per o es hora

de planear nuestra estrategia de ataque. Pronto vol veré para

haceros compañía.- Se disculpó Parnás, al tiempo qu e atusó los

cabellos del Karnáko, como quien le echa un hueso a un perro,

con el fin de contentarlo.

La luz mortecina de unas antorchas clavadas en la r oja tierra,

rodeaban la base de una roca plana. Sobre ella, se desplegaba

un amplio mapa. Parnás se reunió allí con los jefes de su

destacamento. Hablaban tan bajo, que nada de lo que decían,

era captado por nuestros oídos.

- Ándra, esto no me gusta, las cosas están tomando un camino

siniestro. Me di cuenta que trataba de sonsacarle i nformación a

Yánsy, pero no sé cómo.- Dijo Arnowa susurrando.

- Menos mal que interrumpiste, porque por unos mome ntos,

sentí que mi voluntad le pertenecía. Escuché su voz en mi

cabeza y no pude resistir el contestar a su insiste nte pregunta. –

Dijo Yánsy con temor, mirando disimuladamente por e l rabillo

del ojo hacia la reunión de los centauros.

85

- Él, ya sabéis que, hizo mención al símbolo del ar co y las

flechas. Quizás sea una señal de atención, para que nos

alejemos cuanto antes de este campamento.- Deduje.

- Estoy contigo Ándra, la astucia que percibo en P arnás es

demasiado retorcida. Su voz silbante me recuerda a las

serpientes rojas de Colinár, en las tierras negras.

Diplomáticamente tendremos que acelerar nuestra par tida.-

Aconsejó la sabia arpía.

- Cada vez que me mira, se me hiela la sangre.- Aña dió Yánsy.

- ¡Cuidado, ya viene! – Advertí.

- Bueno amigos míos, ¿queréis uniros a la fiesta?- Pregunto

Parnás, refiriéndose a la contienda que estaban pre parando.

- En esta ocasión preferimos mantenernos al margen sino te

importa. Cuando sobrevino el día oscuro, como tu no table

inteligencia sabrá, muchos de nuestros pueblos fuer on

arrasados por los aliados del mal, los pocos que pu dimos

escapar, nos dispersamos, perdiendo así todo contac to. Nuestro

propósito es buscar a los supervivientes para unirn os a ellos y

86

ayudar como mejor podamos.- Le Respondió Arnowa, tr atando

con su argumento, de minimizar la curiosidad que Pa rnás

mostraba hacia nosotros.

- Quizás en momentos más propicios nuestros caminos se

vuelvan a cruzar; entonces, si así lo requieren las

circunstancias, batallaremos juntos en esa ocasión. - Añadí.

- Te damos las gracias por tu hospitalidad, pero de bemos volver

al camino.- Volvió a decir Arnowa, sin más explicac iones.

- ¿Cómo, ya nos priváis tan pronto de vuestra compa ñía?-

Insistió Parnás clavando nuevamente su agria mirada en los

ojos esquivos del Karnáko.

- Deseamos que la batalla que estáis a punto de ini ciar, os sea

del todo propicia. Ahora debemos partir.- Concluyó Arnowa.

Yánsy y yo, seguimos el precipitado paso de nuestra

compañera, quien se había dado radicalmente la vuel ta y

comenzaba a zigzaguear el sendero que bordeaba un e stanque

de candente liquido.

87

- Llevar cuidado en dónde ponéis los pies.- Nos adv irtió Arnowa

sin volver la cabeza.

En un doblez del camino ascendente, pudimos divisar con total

claridad el campamento de los centauros, del cual n os

alejábamos con agradable alivio.

Desde nuestra corta lejanía, pudimos ver como nueva s patrullas

llegaban al lugar, creciendo en número.

- Todavía siento su voz en mi cabeza. Quiere saber nuestro

destino.- Dijo el Karnáko, mientras presurosos, asc endíamos

por la pendiente del enroscado sendero.

- No os detengáis. Yánsy, pasa delante y esfuérzate por

escuchar mi voz.- Dijo Arnowa.

- Te escucho, pero la de Parnás es mucho más intens a. Se está

apoderando de mis pensamientos.- Le contestó el asu stado

Karnáko.

- Fíjate en los brotes tiernos de maleza que salpic an las entradas

de las paredes que nos rodean. ¿Sientes su presenci a?- Le

88

preguntó la arpía con el fin de fijar su atención e n otro

pensamiento.

- ¡Gea!- Exclamó el karnáko.

- Si, Yánsy, Gea camina con nosotros.- Le confirmó Arnowa.

- Me habla con voz clara disipando todas las sombra s. Me dice

que recuerde mi hogar. Karnák. Añoro Karnák. La esp esura de

sus bosques. Los riachuelos canturreando en las cla ras noches

estrelladas. El sonido de las risas de nuestros niñ os, jugando

con los rosados y nacarados nenúfares que flotan en el río de la

gran cascada… -

Mientras Yánsy recordaba en voz alta las vivencias de su amado

Karnák, llegamos al puente de piedra que atravesaba aquella

profundidad de fuego vivaz. Nuestros pies se arrast raban en

ciertos tramos del terreno, debido al sofocante cal or que subía

del candente abismo.

Arnowa, había decidido con determinación concluyent e, que no

hubiera paradas hasta alcanzar el otro extremo del largo puente,

pues justo en ese punto, perderíamos de vista a los centauros,

89

ya que este, descansaba en la entrada de una concav idad

abierta en la pared.

- No creo que estén preparando una batalla contra l os Grúns,

más bien me dio la impresión de que esperaban órden es.- Dijo

Arnowa.

- ¿Y por qué no fuimos capturados?- Pregunté

- No lo sé. Quizás Parnás consideró que nuestra pre sencia no

era una amenaza para sus planes, pero de todas form as, la

inquietud me invade. Temo que hayan descubierto el refugio de

Gea.- Argumentó la Arpía.

- ¡Espero que tus sospechas solo sean eso, sospecha s!-

Contesté.

- Se ha ido. ¡Por fin ha desaparecido! Ya no escuch o la voz de

Parnás. Me siento libre, ligero como un pluma. – Ex clamó Yánsy.

Alcanzamos la abertura que se abría en la pared del otro

extremo del puente.

Un túnel estrecho y casi sin visión corría en línea recta sin

permitir adivinar su término.

90

- Nos alejaremos un buen trecho de la entrada antes de

pararnos. – Dijo Arnowa, girando con desconfianza s u cabeza,

hacia el puente de piedra.

- Yo cerraré la marcha. – Volvió a decidir mientras pasaba su

mano por mi hombro, indicándome que me colocase det rás del

Karnáko.

No puedo precisar el tiempo que estuvimos caminando ,

impulsando nuestros cansados pies hacia delante, de seando

perder de vista la entrada de aquel caluroso túnel, pero

recuerdo, que exhaustos, nos sentamos en un ensanch amiento

del terreno, en donde podíamos permanecer holgadame nte

cómodos, contemplando lo que ahora sólo era un punt o

luminoso, por el que habíamos entrado.

Yánsy, sacó de su mochila un objeto de cristal ámba r y

pronunció unas pocas palabras en Karnáko. De súbito , de

aquella fina talla cristalina, surgió una potente l uz, mitigando la

densidad de aquel conducto ciego.

- ¡Valla con el Karnáko, está lleno de sorpresas!- Exclamó

Arnowa.

91

- ¡Sin duda!- Añadí.

Yánsy se limito a sonreír.

Bebimos de las cantimploras un poco de agua calient e, fruto de

la temperatura ambiental. Echamos mano de los envol torios

donde nuestros amigos nos habían puesto un surtido de frutos

recién recolectados, de los cuales no pudimos disfr utar, porque

su estado era incomestible. Después de esto, nos li mitamos a

posar nuestras cabezas sobre las mochilas, abandoná ndonos al

sueño.

En esa región perdida, por dónde vaga la conscienci a mientras

el descanso repara el cuerpo, me encontré en una ti erra

desconocida.

La luz del sol estaba ausente. Mis pies descalzos, paseaban

relajados por una campiña de verdes tiernos, los cu ales

brillaban húmedos, mecidos por una cálida brisa. Al fondo,

sobre un cielo rojizo, se recortaba erguida, inhies ta e

imponente, sobre un pedestal de roca y musgo, la f igura de un

castillo cincelado en un material opaco de azul osc uro.

92

Una fuerza inexplicable me impulsaba a correr hacia él, y sin

darme cuenta, allí estaba, descalza, indefensa y mu da, sin una

espada para aferrarla a mi puño, ante una puerta de grandes

dimensiones que infundía en mi ánimo un pavor incon trolable.

Me sentí desorientada, pérdida, pero sobretodo sola ,

tremendamente sola. La brisa pareció adivinar mi se ntir, porque

se burló con un soplo repentino de aire gélido, enr edando los

elásticos tirabuzones de mi largo pelo. Me estaba d espejando la

cara, cuando la puerta comenzó a abrirse con un chi rriar

repetitivo, al igual que una noria girando sin desc anso sobre sí

misma. No se percibía otro sonido. El silencio que apretaba el

ambiente, se hizo más inquietante con cada tramo qu e se abría.

Mis pies parecían anclados al suelo, sin posibilida d alguna de

moverse. Sentí la imperiosa necesidad de salir huy endo, como

si fuera perseguida por el mismo Skrár, pero una vo luntad

siniestra e invisible me lo impedía. Hice la intenc ión de levantar

mis pies del terreno, pero estos, no querían respon der a mis

deseos de huída. Justo en ese instante, me desperté envuelta en

un baño de sudor. Mis ojos se encontraron con los d e Arnowa,

quien desvelada, observaba mi agitado dormitar.

93

- Tranquila, Ándra, la sombra ya pasó.- Me tranquil izó la Arpía.

Yánsy, dormía apaciblemente, cuando Arnowa se incor poro para

despertarlo.

Mientras emprendíamos nuevamente la partida, suceso s

inquietantes se estaban produciendo en el Refugio d e Gea.

94

CAPITULO 6

EL LETARGO

La dama Gea salió de su descanso en las profundidad es del

lago Melocotón, con la majestuosidad que la caracte rizaba. A su

elegante paso los verdes del entorno brillaban con intensidad.

Las flores abrían sus pétalos como ventanas que ale gremente

saludan al sol de la mañana. Las aguas que descendí an de la

cascada con su exuberante melena liquida, sonaban c omo

acordes perfectamente acompasados, destilando una m elodía

95

perfecta. Al borde del sendero ascendente, un viejo roble

milenario extendía sus ramas hacia lo más alto.

Los Karnákos y la loba azul se incorporaron al tiem po,

inclinándose para reverenciarla.

-Amigos míos, un mal presagio ha turbado mi descans o.

Oscuros acontecimientos avanzan en esta dirección p or las

galerías interiores. Tenemos escasos momentos para preparar

el conjuro del letargo.- Dijo con tono afligido.

-¿El letargo? ¿Que significa mi señora?- Pregunto K énty entre

mirada interrogante y nerviosismo inesperado.

-El letargo es un sueño profundo en el que se sumer girá Sáde.

Dicho estado la protegerá de caer en manos enemigas . Las

aguas del lago la conducirán a lo más recóndito de sus

profundidades y las corrientes benefactoras, la tra nsportarán

hasta Árnas, la ciudad subacuática, en donde una ve z traspase

su entrada, antesala del reino de las Sirenas, est as se arán

cargo de su custodia.

96

Vayamos sin demora al resguardo del gran roble, él nos

protegerá si nos vemos interrumpidos por presencia no

deseada.-

-¡Escucho cascos!- Exclamó uno de los Karnákos.

-Son un gran número de Centauros- Añadió Gea con p resteza.

Las patrullas enemigas, capitaneadas por Parnás, se acercaban

por la galería central del Refugio.

Mientras los indefensos Karnákos eran ascendidos po r las

ramas más vigorosas del viejo Roble, hasta la espes ura de su

alta copa, la hiedra del camino, seguida de punzan tes zarzas,

espinos, ortigas y ponzoñosas lianas, se deslizaron como el

reflejo espontáneo de un veloz rayo por el camino, y en cuestión

de un suspiro, se adhirieron a las diversas entrada s del refugio

con firme rotundidad, formando una tupida y enmarañ ada tapia

natural. Numerosas compañías de Centauros hicieron acto de

presencia por diversos flancos, pero al ver su paso cortado por

la cerrazón natural, se prepararon para hacerse un hueco entre

la maraña.

97

Acompañados por el sonido ensordecedor del metal qu e

hábilmente manejaban las tropas enemigas sobre el p ernicioso

muro, bajo el espeso ramaje del gran roble, la seño ra de la tierra

iniciaba el conjuro del letargo. Sáde, con el cuerp o extendido de

medio lado, se hallaba suspendida en el vacío, suje ta por unos

dedos invisibles. En el otro extremo del recinto, las tapias

naturales iban cediendo ante el insistente frenesí del ataque.

Los enemigos se abrían paso ante los espinos punzan tes,

cuando Gea concluyó su hechizo. Sáde salió flotando en

dirección al lago, y al tiempo la dama de la tierra , entregaba a las

aguas la custodia del sello. Unas Sirenas de rosado s cabellos, la

sumergieron con sumo cuidado, desapareciendo velozm ente de

la vista de los Karnákos, quienes observaban la es cena, al

amparo de los altos ramajes del viejo Roble. En sus abatidos

corazones, reino un vacío nunca antes experimentado .

Casi al tiempo de aquel hiriente sentir, irrumpía e n el sagrado

recinto, la ira desmedida de las tropas enemigas.

Gea, permanecía de pie sobre las aguas, envuelta en una

aureola de luz semejante a los verdes brotes que en primavera

retoñan. Con los brazos erguidos al unísono, invoca ba la

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presencia de sus hijos a la lucha. Las flechas enve nenadas de

los centauros, silbaron como serpientes encantadas en tropel,

estrellándose en la luz que protegía a la dama. Alg unos

intentaron alcanzarla en el líquido elemento, pero la enérgica

fortaleza de la gran diadema, los expulsaba sin con sideración

contra las paredes. El viejo Roble desenterró sus g randes

raíces y avanzó pesadamente hasta el punto álgido de la

batalla, donde protegió con poderío a sus hermanos, quienes

mostraban signos evidentes de flaqueza. En un gesto brusco del

valeroso árbol, mientras este luchaba con las huest es

enemigas, Kársy, resbaló de rama en rama hasta el suelo,

encontrándose cara a cara, con la imponente figura de Parnás,

fijando sus agrios ojos en él. Abriendo las puertas hacia el

interno pensamiento del Karnáko, esta, se enteró de lo que allí

había acontecido, desde el primer encuentro, hasta la partida de

los caminantes. Luego, con gesto iracundo, alzó su espada con

el fin de cargar sobre el indefenso Kársy, pero las ramas del

árbol lo envolvieron de tal forma, que en décimas d e segundos,

se vio a salvo nuevamente en la copa. Parnás se lle nó de rabia e

intento golpear con su afilado metal el ya maltrech o tronco, pero

99

una vigorosa raíz, se lanzo sobre ella cual látigo firme,

haciéndola caer en un lecho de espinos.

Los centauros estaban ganando la partida y cuando t odo

parecía estar perdido, de no se sabe dónde, empezar on a llover

sobre el foco de la batalla, un gran enjambre de ar pías y

hompajaros fuertemente armados, quienes asestando g olpes

mortíferos, lograron recuperar el control del refug io.

Parnás, mal herida, al ver como sus tropas eran ve ncidas sin

titubeos, decidió huir por una de las galerías, per o cuando

estaba a punto de conseguirlo, una liana espinosa s e agarro a

su cuello, apresándola con firmeza.

Gea seguida por las tropas aliadas, se posicionó en frente de la

Centaura, para decirle:

-Nadie saldrá con vida de este lugar, así debe ser, por el bien de

los nuestros.-

La sangrante Parnás, miro con desprecio a la Dama d e la tierra,

y buscando fuerzas para hablar, arrastrando las pal abras, de

esta manera respondió:

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- Los planes que tan bien guardados teníais, han qu edado al

descubierto, formando parte ya, de mí memoria. Nada podéis

hacer ante el poder del poseedor de almas. Sois poc os y

débiles, insignificantes hormigas que fácilmente pu eden ser

aplastadas. Vuestra trivial resistencia, no aplazar á la ejecución

de lo inevitable.

- Precisamente por tal motivo, las arpías serán tus dignas

carceleras.- Sentenció la divina Gea.

Pero entonces, al termino de esas palabras, Parnás soltó una

risa macabra, y acto seguido, desapareció, dejando una

preocupante duda en el aire.

101

102

CAPITULO 7

NEDE

Yánsy, encabezaba la marcha cuando se empezaron a p roducir

unas monótonas subidas y bajadas de tramos pequeños y

rectilíneos.

-Esto parece no tener fin.- Protestó el Karnáko con tono cansino.

- ¡Ánimo Yánsy!- Lo alentó Arnowa.

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- Mi cuerpo no responde, y comienza a denotar la au sencia de

alimento.- Volvió a decir el Karnáko.

- Creo que todos sentimos dichos efectos.- Añadí.

-Visto lo visto y asumiendo que el cansancio irá en aumento, lo

prudente, es optar por un alto en el camino. - Sugi rió Arnowa.

Los tres acordamos pararnos allí mismo, en una pend iente

descendente del terreno.

-Aprovecharé el momento para ojear el libro, haber si nos

muestra una pronta salida de esta monótona negrura. Yánsy,

por favor, pásame la luz de Karnák. – Requirió amab lemente la

arpía, a lo cual el karnáko respondió con prontitud , cediéndole

lo solicitado.

-Las páginas relatan hechos acaecidos recientemente en el

refugio de Gea.- Nos informó Arnowa.

Mientras la arpía nos contaba lo sucedido, me pare ció oír silbar

en mis oídos, las flechas venenosas de los centauro s. En mi

mente pude ver con toda claridad como mera espectad ora, las

caras asustadas de nuestros indefensos amigos, y lo s esfuerzos

104

de Gea, por mantener a raya la crueldad que exhalab an las

tropas enemigas. Por unos instantes, sentí la perve rsa y

desgarradora mirada de Parnás, amenazándome con inh iesta y

macabra figura, mientras dirigía hacia mí, su arco cargado. Me

sobresalté, soltando un suspiro de alivio, cuando v olví

repentinamente a la realidad del momento.

-Me hubiera gustado estar con ellos.- Dije pensativ a.

-Es un sentimiento compartido.- Respondió Arnowa.

-Sin duda, aunque mi presencia supusiese obstaculiz ar, más

que la misión de auxiliar.- Añadió Yánsy cabizbajo.

-El libro me está dibujando un ambiente.- Continuó Arnowa.

-¿Puedes ser más precisa?- Inquirí.

-Más que un dibujo, yo diría que semeja una ventana animada.

Empieza a mostrarme un paisaje extraño. Estoy viend o un

puente de madera en sentido descendente que atravie sa un

amplio estanque de aguas tranquilas. Al otro extrem o, dicha

suspensión descansa sobre una tarima del mismo mate rial.

Seguidamente, una vereda se pierde tras la apretada arboleda de

105

acacias floridas y robles centenarios, mezclados co n la robustez

de otras especies. Desde el punto más elevado del p uente,

sobresaliendo por encima de la espesura, se divisan en la

lejanía, unas cúpulas puntiagudas que se recortan e n un cielo

claro y despejado, como la luz del mediodía en vera no antes de

la gran oscuridad.- Describió detalladamente Arnowa .

- Pongo en duda que en estos días, exista un lugar tan apacible,

exento de de oscuridad permanente...- Dijo Yánsy co n

desesperanza.

-Soy consciente de la realidad actual, amigo mío, p ero mi tarea

es detallar con la mayor exactitud lo que el libro me desvela.-

Respondió la arpía un tanto molesta.

-Arnowa, mira a tu alrededor. En el exterior reina el caos. La

confusión y la barbarie, sitian los reinos de nuest ra dimensión.

Se hace difícil pensar que a estas alturas, un para je así, lograra

escapar a tan terrible dominio. Permíteme ser un po co escéptica

en este sentido.- Argumenté, al tiempo que Yánsy af irmaba con

la cabeza.

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En el rostro de Arnowa, un gesto de preocupación hi zo acto de

presencia. Siempre se había mostrado segura de sí m isma.

Inalterable en sus deducciones, porque sabía a cien cia cierta,

que eran demostrables al cien por cien; pero ahora, ante

nuestros lógicos planteamientos, la estábamos oblig ando a

recabar en esa sensatez estable que tan fielmente d escribía su

personalidad.

-Creo que se equivocaron de pleno cuando decidieron que yo

fuese la guardiana de este maravilloso libro. ¿Por qué yo? ¿Por

qué no otro u otra cualquiera?- Pregunto con desan imo.

-Porque así debía de ser. El destino no lo elegimos nosotros, es

él quien nos muestra los pasos a seguir. Nacemos co n una

estrella fijada y por mucho que nos empeñemos en d ecir que

eso no es cierto, que yo soy dueño de lo que hago, que mi vida

la dirijo yo, es del todo ficticio, porque cuando o ptamos por

tomar una u otra senda, él, ya la tenía marcada con antelación.-

Filosofó Yánsy con tono serio.

Ambas nos quedamos mirando al Karnáko, perplejas po r tan

repentino y profundo pensar. Y de súbito, rompimos en una

carcajada, liberando la tensión del momento.

107

Arnowa guardó cuidadosamente el libro en su bolsa y después

de cerrarla se la colgó al hombro.

Yánsy tomo la iniciativa de la marcha, seguido a po ca distancia

por mí y cerrando la misma, la elegante Arpía, quie n en esta

ocasión, portaba en su mano derecha la luz de Karná k.

Subimos y bajamos un buen trecho por pendientes lis as, sin

escollos, cuando nos percatamos que en la distancia , la

oscuridad menguaba. A lo lejos, pudimos ver una cla ridad

lateral que chocaba con la pared de enfrente, en dó nde los rayos

rebotan esparciéndose. La luminiscencia procedía, d e una

abertura en el muro, posicionada a nuestra derecha.

-Chicos, por fin tenemos iluminación. Ya no caminar emos por

más tiempo en las sombras.- Exclamó la voz de Arnow a

mientras guardaba en su bolsa la luz de Karnák que nos había

acompañado hasta entonces.

Cuanto más nos acercábamos a la claridad, nuestros ojos

pestañeaban doloridos, tratando de adaptarse a ella con rapidez.

Pasado un buen rato, nos encontramos con el hueco v acío de

una puerta arqueada. Traspasamos el umbral que se a bría hacia

108

una estancia intensamente iluminada. Nuestros cuell os se

torcieron en dirección a los rayos solares que pene traban por la

concavidad de mucho más arriba. Cerramos los ojos

instintivamente, sometiéndonos a la relajada carici a del astro

rey. Cuando salimos de aquel lapsos temporal al cua l

gustosamente nos habíamos abandonado, nos sorprendi ó

descubrir en el centro de la espaciosa sala, un tro no labrado en

marfil violáceo, colgado sobre un podio de escalona do cristal.

En ciertos trechos del mismo, se reflejaban oscila ntes los

juguetones brillos solares.

Aun en aquel aparente estado de abandono en el que parecía

encontrarse, se erguía sobre nuestras cabezas con a ire de

solemne distinción.

En uno de los extremos de aquella estancia, unas es caleras del

mismo material que el trono, ascendían caracoleando hasta la

superficie exterior. - La luz del sol. El libro nun ca se equivoca.

Lo que nos mostró en su momento, es la realidad que estamos

compartieron.- Dijo Arnowa satisfecha.

-¡Increíble! ¡Del todo sorprendente!- Exclamé.

109

-¿Qué, nos aventuramos a salir?- Preguntó Yánsy sin determinar

a quién iba dirigida la pregunta, mientras explorab a los distintos

rincones de la sala.

-Mi consejo es que nos quedemos aquí, si el ciclo n atural sigue

su curso, pronto anochecerá. Este es un lugar perfe cto para

tomarnos un buen descanso. Nos arriesgaremos a exp lorar el

exterior, con las primeras luces del alba. ¿Estáis de acuerdo?-

Finalizó preguntando Arnowa.

-Yo acataré lo que digáis, pero la verdad, siento c uriosidad por

lo que podamos encontrar ahí arriba. – Dijo Yánsy

entusiasmado.

-La prudencia no es una de tus virtudes, Karnáko, p or lo que

voto esperar a mañana. Me siento un tanto desfallec ida y

necesito regenerar fuerzas con un tranquilo sueño.- Contesté.

Acto seguido, y antes de sacar de nuestros empaques las

cantimploras para apurar las últimas gotas de agua que en ellas

quedaban, Yánsy descubrió en una de las paredes, un a puerta

sellada con raras inscripciones.

110

-¿Reconoces la escritura Yánsy?- Pregunto Arnowa ad ivinando

la afirmación de la respuesta.

-Creo haber visto en la gran biblioteca de Karnák, un libro con la

misma simbología. Cuando pregunte por él a Nárfus, el erudito

de lenguas antiguas, me dijo que esta era tan añeja , que nadie

podía precisar cuánto, y que solo unos pocos, conoc ían dicho

lenguaje, entre los cuales, él era uno de ellos. Co n respecto al

contenido, no pudo darme muchos detalles, porque es taba aun

al principio de la traducción del mismo. Lo que sí sé, es que

pertenece a una raza ancestral, conocida con el nom bre de los

Nederianos. Nada más puedo deciros sobre estos símb olos.-

Concluyó el Karnáko.

Después de esto, Arnowa tomó asiento en el trono, y nosotros

dos nos acomodamos a los pies de ella.

El sol de la tarde empezaba a declinar y pudimos ad mirar una

luna creciente, vertiendo su luz nacarada, sobre nu estros

cuerpos debilitados.

-¿Es hermosa verdad?- Pregunté en un susurro al sen tir que el

sueño me envolvía.

111

-La dama de la noche. Sin duda sí que lo es.- Escuc hé decir a la

voz lejana de Arnowa.

-Somos unos verdaderos privilegiados.- Añadió la to davía más

distante voz de Yánsy.

Aquella noche no sentimos temores, ni tuvimos sueño s

intranquilos, pasó raudamente sin complicaciones.

Al alba, como así lo habíamos decidido el día anter ior, iniciamos

la ascensión.

Fue extraño, porque nuestros cuerpos estaban comple tamente

restablecidos y aquella sensación de hambruna, habí a

desaparecido del todo.

Subíamos con agilidad por los peldaños de escalera,

impulsados por el fuerte deseo de aspirar el aire p uro que nos

aguardaba fuera. Sonreíamos y bromeábamos

despreocupadamente. Ya no sentíamos ni calor ni frí o. Nuestros

cuerpos poseían ahora la temperatura normal que a c ada cual le

pertenecía.

112

Cuando alcanzamos la cima, una brisa matinal nos r efresco las

caras, mientras éramos ungidos por la luz diáfana d el día. Nos

detuvimos apenas instantes, admirando la imagen pa radisíaca

que ante nosotros se extendía. Todo se mostraba com o lo había

descrito Arnowa. El puente descendente, el lago de aguas

tranquilas, la vereda que se adentraba en el bosque de tono

primaveral, y las lejanas cúpulas recortadas sobre un cielo

límpido.

Acto seguido, cruzamos el puente, los tres codo con codo,

debido a la gran anchura del mismo.

La expresión de Arnowa lo decía todo. Estaba satisf echa,

apretando contra su pecho la mochila que guardaba e l libro.

Nuestras miradas se cruzaron y entonces dije:

-Todavía no puedo creer que esto sea real.-

Su respuesta fue una amplia sonrisa para decir:

-Disfruta del momento.-

El puente finalizó y continuamos avanzando por la s enda que

irrumpía en aquel florido bosque.

113

Los aromas se mezclaban formando un cóctel de fraga ncias que

deleitaban nuestros sentidos. Sentí una sensación d e plenitud,

como si nada más necesitara. Estaba descansada, tra nquila, y el

paisaje me invitaba a formar parte de él.

-Es un lugar tan extraño como hermoso- Exclamó Arno wa

rompiendo el silencio que nos envolvía.

-¿Os habéis percatado de la robustez que tienen los troncos de

los árboles? No podría ser rodeado uno solo de ell os, ni por

cien Karnákos juntos. Su perímetro es realmente

impresionante.- Observó Yánsy.

-Chicos, no quiero ser la de los malos augurios, pe ro tengo la

incómoda impresión, de que estamos siendo observado s por

muchos ojos invisibles.- Nos advirtió la perceptiva Arnowa.

Instintivamente, me llevé la mano a la empuñadura d e Zolev, ya

que, las corazonadas de nuestra amiga, siempre resu ltaban

certeras.

-Las espadas no son de ninguna utilidad en el reino de Nede.-

Dijo una voz clara, potente y profunda.

114

Las hojas de los árboles temblaron repentinamente, motivadas

por una espontánea brisa que duró escasos segundos, después,

permanecieron nuevamente inmóviles, como si lo ante rior

hubiese sido un fútil espejismo de nuestra imaginac ión.

-¿Qué ha sido eso?- Dijo Yánsy dando un salto al fr ente en

posición de alerta.

Los tres juntamos nuestras espaldas con las caras m irando en

distintas direcciones.

-Parecen asustados, yo diría.- Volvió a decir otra voz,

acompañada por una brisa revoltosa que burlonamente sopló,

enredando nuestros cabellos.

-¿Por qué no os mostráis y así podríamos saber en p resencia de

quienes estamos?- Preguntó Yánsy con tono irritado.

-Conocemos a los Karnákos. Son seres fácilmente sus ceptibles,

de gran corazón y nobles intenciones. Tenemos el pr ivilegio de

conocer a la dama Adár, sacerdotisa de Karnák, quie n en

ocasiones nos visita.- Dijo la primera voz que escu chamos.

115

-¿De qué raza proviene la de más altura? Se escapa a nuestro

conocimiento.- Pregunto otra de las voces.

-La humana parece bastante confundida, pero destila nobleza.-

Observó otra de las voces.

Sostenían una conversación entre ellos, ignorando a propósito

nuestra presencia.

-Nos inquieta el desconocimiento. Tenemos que pedir les que

nos informen con detalle a cerca de ésta, para noso tros,

desconocida especie.- Volvió a decir otra voz.

-Si nos informan al respecto, quizás podríamos perm itirles

quedarse un tiempo entre nosotros. ¿Qué os parece?- Interrogó

la primera de las voces.

Un murmullo positivo afirmó con rotundidad, al tiem po que las

hojas caídas de los árboles se arremolinaban de izq uierda a

derecha en sentido giratorio, como si de una danza ritual se

tratara.

116

-No daré a conocer mi rango a quien se obstina en n o mostrar

su rostro.- Dijo Arnowa, sujetando con firmeza su espada, en

postura amenazante.

Entre tanto Yánsy y yo, nos movíamos impulsivament e,

tratando de escudriñar las cercanías, con la intenc ión de atisbar,

alguna figura horrenda, tras la intensa frondosidad de los

ramajes.

-Tal vez sea el momento de claudicar, dándonos a co nocer. -

Sugirió la primera voz.

-No mostraré mi semblante a una raza que desconoce el respeto

hacia los habitantes de otros territorios.- Argumen tó otra de las

voces, un tanto ofendida.

-Amiga mía, creo que ante la evidente tensión que s e está

percibiendo y dada la desaventajada situación del m omento,

podrías dar un poco tu brazo a torcer y complacerlo s en sus

peticiones.- Sugirió entre dientes el Karnáko, sin dejar ni por un

momento, de blandir su corta espada.

-Yo sólo acato órdenes de mi señora, de nadie más. Las

exigencias de unos seres nada corteses, que se ocul tan como

117

cobardes por temor a lo desconocido, no me inspiran ningún

tipo de respeto ni consideración hacia sus deseos m ás

inmediatos, y mucho menos, la obligación de ceder a sus

peticiones. – Dijo con rotundidad Arnowa.

-¡Que insolente!- exclamó otra voz.

-No consentiremos que una extranjera nos hable de m odo tan

despectivo en nuestro territorio. Quizás debiéramos darles un

buen escarmiento para que sepan a quienes se están

enfrentando.- Dijo otra voz.

Las voces se notaban agraviadas por las últimas pal abras de la

arpía, y cuando creí que se desencadenarían acontec imientos

desagradables para nosotros, la primera voz, sin al terar el tono

dulcificado del principio, de esta manera habló.

-Tal vez la bella dama tenga razón en lo referente a nuestros

modales, y estos no hayan sido los más apropiados p ara recibir

a los visitantes, pero también, abogando en nuestro favor diré,

que en esta tierra, no estamos acostumbrados a reci bir visitas

inesperadas como la de ellos. De todas formas y vol viendo al

problema que nos atañe, propongo plantear la pregun ta de

118

manera menos agresiva, con el fin de que pidiendo d isculpas

por los hechos anteriores, ella muestre un poco de

complacencia.

A la pregunta me remito:

-¿Querría la dama, sacarnos de la ignorancia que s obre su

estirpe poseemos?-

Entonces nuestra compañera, bajo petición tan corre cta,

respondió sin titubeos:

-Me llaman Arnowa y procedo del antiguo linaje de A landé y

Marsú, soberanos del reino plateado.

Somos las Arpías y hompajaros, razas de la noche. E sta es mi

procedencia, y la cuna de la cual desciendo, es la del más alto

linaje.-

Cuando Arnowa concluyó, se hizo un silencio sepulcr al. No se

escuchaban voces, ni risas sarcásticas, ni comentar ios

burlescos, todo lo contrario, la pulcritud del ento rno, pareció

enmudecer, era tal el mutismo reinante, que hasta l as hojas de

los árboles detuvieron su respirar. Nos envolvía un silencio

119

ultratumbista. Pensé que había llegado el momento d e dar fin al

dialogo y dejar que las espadas hablaran, pero mis sensaciones

eran nuevamente equívocas.

Como súbitas apariciones, de cada tronco existente, salió una

figura. Eran masculinas y femeninas. Elegantes, esb eltos,

parecidos en mayor medida a la raza de los altos El fos, pero con

una peculiaridad fisonómica de la que ésta carece.

Los Nederianos poseían unas finas y largas alas, to talmente

incoloras, que brillaban con cada destello de luz, cayéndoles

elegantemente sobre la espalda, hasta la altura de los tobillos.

Tenían rostros de facciones suaves y felinas. El co lor de sus

cabellos era muy variado. Plateados, como los rayos lunares,

dorados, como los dedos del sol, azules, como la in mensidad

del firmamento, verdes, como la exuberante vegetaci ón del

entorno. Sus rasgados y grandes ojos de un vivo ton o violáceo,

emitían una paz inconmensurable que relajaba el esp íritu.

Se agruparon ante nosotros, y encabezando aquella

multitudinaria comitiva, el rostro más hermoso que mis ojos

pudieron contemplar jamás.

120

-Guardad vuestras espadas. – Dijo con tono cálido.

Nos encontrábamos en tierra extraña, ante unos sere s de

semblante angelical, que no mostraban indicios de s er

violentos, pero después de lo que habíamos dejado a trás, nos

resistíamos a creer en sus buenas intenciones, por lo que

desoyendo la recomendación que nos hacía la primera de las

voces, mantuvimos nuestras espadas en alto sin titu bear ni un

solo instante.

Entonces, aquella primera voz que ahora era visible y corpórea,

avanzó con sosiego hacia nosotros, y tocando el fil o de mi

espada con su veloz mano, la hizo desaparecer al in stante.

Ahogue una exclamación de asombro en mi garganta,

percatándome de que Zolev, había vuelto a su funda. En

cuestión de segundos, hizo lo mismo con las de mis

compañeros.

-Relajaos y no sintáis temor. Ahora todo está como es debido.

Me llaman Nídos y seré el guía de vuestros pasos mi entras

permanezcáis en el reino de Nede.- Volvió a decirno s con

amplia sonrisa.

121

-¿Qué extraño lugar es éste, que ajeno a los amargo s

acontecimientos que están sucediendo en los otros r einos,

conserva enigmáticamente el día y la noche?- Pregun to el

Karnáko sin retirar su mirada de la de nuestro anfi trión.

-Amigo mío, os encontráis en Nede, la sagrada tierr a dónde

moran las almas de los árboles. Pero por favor, si no os importa,

caminemos mientras hablamos, porque tenemos tareas que

llevar a cabo, y estas no pueden ser aplazadas. La supervisión

del nacimiento no puede demorarse.- Dijo Nídos con gesto

amable.

Cuando pronuncio esta última frase, cada uno de los presentes

se volvieron en dirección al árbol del cual había s alido,

desapareciendo elegantemente de nuestras asombradas

miradas, mientras se fundían en un abrazo con la ro bustez del

tronco.

Una música melodiosa, rompió las cuerdas del silenc io,

emergiendo de ella un canto armónico y extremadamen te bello.

122

-¡Vaya, esto sí que me sorprende, las Náyades os da n la

bienvenida con sus mejores cánticos!- exclamó Nídos con grata

sonrisa, entrelazando cómodamente sus manos a la es palda.

Alcanzamos un claro del bosque que dibujaba otra se nda, la

cual corría en sentido opuesto al que traíamos.

-Mencionaste con anterioridad el hecho de que Adár, mi señora,

solía visitaros con frecuencia.- Se interesó el Kar náko.

Nídos dibujó una mueca afectiva en su rostro, y mir ando a

Yánsy, le respondió de la siguiente manera:

-Como buen Karnáko, la curiosidad te caracteriza, a migo mío.

No dejas hilo sin atar, a menos que te interese. So is seres en

constante aprendizaje, y de ahí procede la sabidurí a que

atesoráis. Contestando a tu aguda observación, te d iré que si,

Adár suele visitar con frecuencia el reino de Nede. En esta tierra

el tiempo es más raudo, o al menos, por decirlo cor rectamente,

es infinidad de veces más veloz que el del exterio r, por eso

cuando se abandona Nede, solo habrá transcurrido de sde su

marcha, como mucho, una o dos horas en el exterior. Difícil de

123

entender, lo sé, pero así es como funciona. – Expli co el

Nederiano.

-No he entendido muy bien eso de que el tiempo es m ás lento

fuera de vuestras fronteras.- Dijo Arnowa un tanto confusa.

-Exactamente lo dicho. En Nede, cuando se crea una grieta

como por la que vosotros accedisteis, o se abre la puerta

secreta del reino, para recibir a algún conocido vi sitante, la

medida del tiempo tal y como los externos la conceb ís, deja de

existir; lo que aquí conocemos como días, en el pla no exterior,

pasan a ser minutos.

Somos Nederianos, y aquí nada envejece.- Explicó am ablemente

Nídos.

-Entonces Nede, ¿se podría definir como otro plano

dimensional?- Argumenté.

-Sí, pero para ser más exactos, añadiría que es una dimensión

paralela dentro de la tierra de las puertas.

Del reino divino, parten las almas desunidas de los árboles

hacia otras regiones.

124

Somos los pastores de la natura. Los que regeneramo s los

brotes maltrechos. Los que replantamos los bosques tras un

devastador incendio. Los que protegemos siempre baj o la

supervisión de Gea, el equilibrio y la durabilidad de todo entorno

natural. Con ese fin hemos nacido y ese es nuestro cometido.-

Dijo Nídos con más detalle.

Mientras dialogábamos, la mañana se iba transforman do en

tarde, la que, envuelta en luz crepuscular, nos ab razaba con sus

dorados rayos.

-Bien, es hora de un descanso, estamos llegando a l a primera

cúpula. Bajo su cobijo pasaremos la noche, y saciar emos

nuestros estómagos, con los frutos que tan generosa mente nos

proporciona la tierra. Después, cuando la tarde mue ra y la luna

nos ilumine con su blanca palidez, dormiremos en mu llidos y

blandos lechos. – Dispuso el Nederiano.

-Ya veo que lo tenéis todo bien planeado. – Observó Yánsy.

-No es planeado, es simplemente la tarea que a cada cual

corresponde. Todo sucede cuando tiene que suceder. Así de

simple.- Le respondió Nídos.

125

Los árboles empezaron a enmarañarse sobre nuestras cabezas,

ocultando la pulcritud del cielo, para terminar for mando, unas

cúpulas de gótico ramaje. El camino se hizo ancho y totalmente

despejado, como una alfombra de color verde deslizá ndose bajo

nuestros pies. A uno y a otro lado, unos troncos ro bustos se

erguían enfrentados, igual que columnas inhiestas p erdiéndose

en las alturas de las copas. No muy lejos de allí, se escuchaba el

fuerte vigor de una cascada que al ir descendiendo, tropezaba

en los tramos rocosos, despidiendo el sonido con má s potencia.

Al fondo de aquella arqueada y majestuosa construc ción de

verdes, la luz de la tarde penetraba horizontalment e,

propagando sus dorados hilos, y proporcionando a to da aquella

vereda por la que ahora tranquilamente nos paseábam os, una

cálida sensación de bienestar.

Nos desviamos a la derecha en un ramal del camino. Todas las

sendas eran iguales, o eso me pareció a mí. La últi ma que

pisamos, nos condujo hasta un conjunto de árboles a grupados,

suspendidos a gran altura sobre una llanada de verd e tierno.

Los árboles eran como cúpulas gigantescas que abarc aban un

gran perímetro, facilitando el tránsito entre ellos , unos puentes

126

colgantes. Aquellas siluetas naturales, semejaban a la vista, un

bello castillo de madera, labrado todo él, por los dedos de las

ramas.

Nidos se detuvo y dijo:

- ¡Contemplad la cúpula más antigua del reino Neder iano! Pocos

han tenido este privilegio.-

Las palabras no fluían, para describir tanta bellez a, por lo que

simplemente, nos mantuvimos en silencio.

Ascendimos por los puentes que se entrecruzaban, mi entras

nos daban la bienvenida al lugar, la Náyades, los N ederianos y

las Dríades, que se acomodaban en las terrazas colg antes.

Cuando alcanzamos el punto más elevado de aquella a rmónica

conjunción natural, nos asomamos a un espacioso mir ador de

forma picuda, desde el que pudimos admirar, el asom broso

esplendor del reino Nederiano.

-Tomaros vuestro tiempo y disfrutar de la maravilla que tenéis

delante, pues en estos momentos, os encontráis en l a copa del

árbol del color. El más elevado, antiguo, sabio y a ñejo, de los

árboles que forman nuestro territorio. Él proporcio na a sus

127

hermanos dentro y fuera de nuestra región, los dive rsos colores

que cada especie luce, en el momento de su floració n. Yo soy el

alma del Roloc led Lobrá, tal es su pronunciación e n lengua

Nederiana. Nuestra desunión se consumó mucho tiempo atrás, y

hasta ahora, no sentí la necesidad de abandonar su compañía

pues, la mano benefactora y aliada de Eolo, señor d e los

vientos, se complacía en ayudar a transportar hasta su destino,

las semillas invisibles del color, para que llegado el instante,

cada una de las floraciones tuvieran lugar en el se gundo

preciso. Pero ahora….- Nidos no concluyó la frase y una sombra

de preocupación turbo su semblante.

Después de unos momentos en aquella agradable altit ud,

descendimos dos niveles hasta una sala que miraba a l exterior,

en dónde unas hermosas Náyades habían preparado una larga

mesa al borde de otra espaciosa terraza, repleta de frutos y

otras variedades de comida.

Los cantos no cesaron, más bien todo lo contrario, parecían

haberse acentuado, cuando la tarde cedió su paso a la noche.

La luz de los faroles colgantes, irrumpió en el ent orno,

iluminando aquel extenso y hermoso paraje.

128

En el horizonte despejado, mas allá de la arboleda, en medio de

su jardín de estrellas, la luna eclosionaba, esparc iendo finos

hilos de nácar, sobre toda la extensión de Nede.

El semblante de Arnowa brilló con una paz indescrip tible. Se

puso en pie, saludando a la majestuosidad nocturna.

-¿Qué hace?- pregunto Nidos.

-Algo de lo que se ha visto privada desde hace ya t iempo. El

ritual del saludo lunar.- Le informé.

Arnowa, bañada por una luz suave, avanzó hasta el e xtremo

Norte del mirador. Se subió al filo, y seguidamente , desplegó

sus alas con delicada elegancia. En aquella escena de claro

lunar, contemplamos fascinados, la belleza nocturna de Arnowa.

Una de las hijas de la noche, procedente del más al to linaje.

Mientras los presentes nos deleitábamos con sus per fectos y

distinguidos movimientos, se dejo caer al vacío. Ra udamente la

vimos emprender el vuelo, al encuentro de la diosa luna. Cuando

pestañeamos, solo era un punto móvil en el centro d e la lejanía.

129

A su regreso, inclinó la mitad de su cuerpo ante el anonadado

Nídos diciendo:

- Gracias doy, por permitirme pisar este divino rei no, el cual me

ha concedido, aunque sólo sea una vez más, la oport unidad de

llevar a cabo, el rito nocturno.-

Nídos no tenia palabras para responderla, se quedó totalmente

mudo, impactado por la divinidad y el fino aletear de Arnowa.

Sus miradas se cruzaron unos instantes, descubriend o que en

sus corazones, se había despertado el arrullo del a mor.

Momentos después, en otra sala muy parecida a la an terior, un

nivel por debajo, en el mismo núcleo del Roloc led Lobrá, nos

preparábamos para el descanso. Las camas eran mulli das,

blandas, y la vista relajantemente sosegadora. Todo hubiera

sido perfecto aquella noche para mí, si hubiera ten ido a mi vera,

la compañía de mi fiel amiga Sáde, a quien tanto ec haba de

menos.

No hubo sueños turbadores durante el descanso. Me c ostó

mucho penetrar en el mundo de Morfeo, señor de los sueños,

130

pero cuando lo hice, todo fue como un baño de agua cálida en

una tarde de frío.

Al despuntar el Alba, escuche la suave voz de Arnow a que me

decía:

-Vamos, perezosa, todos te están esperando en la sa la comedor.

El desayuno está servido. –

Poco tiempo tarde en asearme para reunirme con los otros, y

nada más verme, Nídos:

-Muy buenos días. Pareces relajada. Eso me indica q ue tu

dormitar ha sido reparador. Me complace que así hay a sido.-

-Gracias, y buen día para todos. Sí, hacía mucho ti empo que no

descansaba de esta manera. He dormido como una niña , todo

seguido y de un tirón.- Respondí alegremente.

Después del desayuno, descendimos por los puentes c olgantes,

volviendo a la senda del día anterior.

Cuando más nos distanciábamos del Roloc led Lobrá, una

sensación de tristeza se iba apoderando de mí.

-Una sombra de palidez nubla tu rostro Ándra.- obse rvó Nídos.

131

-Difícil se me hace explicar lo que siento.- Contes té.

-No te sientas triste por lo que dejas atrás, sino, afortunada por

haber sido testigo de ello.

Las experiencias que recogemos durante el transitar de nuestra

existencia, nos hacen ser como somos, seres únicos e

inimitables. Disfruta de lo que te brinda el moment o sin pensar

en nada más. No es lo que se tiene, lo que concede valía al ser,

es lo que uno hace, durante el tiempo otorgado, lo que marca la

huella de su paso.- Me hizo entender Nídos.

La mañana iba despertando lentamente, cuando alcanz amos el

lugar conocido por los Nederianos, como el nacimien to de los

árboles.

Era un ambiente enigmático, lleno de luz reflejada. Las Náyades

pastoreaban el terreno, proporcionando a los brotes nuevos que

pronto serían trasplantados, las necesidades que e stos

requerían.

Cuando se percataron de nuestra presencia, una de e llas salió

del río que circunvalaba el paisaje, encaminándose hacia

nosotros. Cuando la tuvimos enfrente, dijo mirando a Nídos:

132

- Mi señor, casi es la hora. Los visitantes tienen que seguir el

ritual antes de entrar en contacto con el agua.-

-No te preocupes, yo los aleccionaré. ¿Han llegado los

portadores?- Preguntó Nídos.

- Sí, todo está listo para la ceremonia.- Le respon dió ella.

-Ocupa pues tu lugar, nosotros vamos enseguida.- La instó

Nidos.

La Náyade, asintiendo con la cabeza, se alejó para posicionarse

a orillas del río.

-Tenéis que descalzaros. En el río sagrado se tiene que entrar

con los pies desnudos, de lo contrario, podríais se r ahogados

por sus guardianes.- Nos informó Nídos.

Cuando entre en contacto con el agua, mi cuerpo sin tió un

agudo escalofrío pues, su temperatura, era tremenda mente baja.

-No os separéis de mí ni un solo instante. Una vez iniciado el

ceremonial, nada debe perturbarlo. Manteneros en to do

momento callados, ya que es de vital importancia, que las

almas de los árboles que están por nacer, escuchen claramente

133

la llamada de la Náyades.- Nos advirtió Nidos con g rave

semblante.

Todos asentimos con respeto.

El ritual dio comienzo cuando el sol besó culminant e la

techumbre del cielo. Las numerosas Náyades, se agru paron

formando un abierto abanico en el lugar más profund o del río,

quedando suspendidas sobre el agua, por unos nenúfa res

rosados de grandes dimensiones.

Una carroza acuática tirada por blancos delfines y capitaneada

por una de las ninfas, se aproximó a la orilla, en la cual,

esperaban enfilados los Nederianos portadores.

El que ocupaba el primer lugar, le entregó un retoñ o de árbol.

Ella, con sumo cuidado, lo depositó dentro de la ca rroza.

Seguidamente, ordenó a los delfines que se dirigier an al núcleo

del río.

Allí se detuvieron.

El sol vertió sobre el brote, una cascada de luz do rada,

impregnándolo de la misma. En ese momento, las Náya des

134

alzaron los brazos al clamor del día, elevando sus cristalinas y

hechizantes voces hacia la infinidad del éter. Fue en el punto

álgido de aquella ceremonia, cuando un pequeño, cas i diminuto

Nederiano, salió del árbol niño, revoloteando nervi oso como una

luciérnaga.

Nídos, habló:

-El alma de la Acacia, ha nacido, y hasta el moment o de la

desunión, todo el sentir de ambos, será uno sólo.-

Dicho esto, el minúsculo Nederiano, volvió a penetr ar en el

joven árbol, y éste fue conducido por el carruaje d e delfines

hasta la orilla, en dónde pacientemente esperaba su portador.

Por último, la Ninfa se lo devolvió con gesto amabl e.

-Portador, busca un claro del bosque donde la luz d el día lo

salude. Hunde sus raíces en tierra para vigorizar s u crecimiento,

y de esta forma se completará otro ciclo vital en e l reino de

Nede.- Finalizó diciendo Nídos.

Cuando la luz de la mañana declinaba, para fundirse en eterno

abrazo con la tarde, la ceremonia del nacimiento se dio por

concluida. La tradición obligaba a todos los prese ntes, a

135

bañarse en la cascada del río, mientras las Ninfas nos bendecían

con sus favorables hechizos.

Sonó música de arpas, violines, y otros instrumento s invisibles.

Se sirvieron bandejas rebosantes de frutos, un sucu lento néctar

elaborado secretamente por las Dríades. Hubo risas, bailes,

juegos, cánticos, y la alegría desbordó el lugar.

Nidos danzaba con Arnowa, y el Karnáko, con una de las Ninfas,

cuando decidí retirarme a un lugar más tranquilo, u n tanto

alejado del bullicio de la fiesta.

Me senté al borde del Río, en una roca plana, miran do de frente

la cortina blanquecina de la gran cascada.

Anochecía, y las estrellas se dibujaban en el agua ondulante, la

cual en su movimiento, jugueteando con ellas como siguiendo

el ritmo de la música, las hacía aparecer y desapar ecer.

Cuando estaba allí, asolas con mis pensamientos, me invadió un

sentimiento de nostalgia. En aquel rincón poético d onde la

maldad no tenía cabida, eché de menos a mi gran ami ga Sáde.

Por un momento, imaginé estar en su grata compañía,

136

disfrutando de una intensa e inteligente conversaci ón sobre las

circunstancias actuales.

-¿Por qué tanta tristeza en tu rostro?- Me preguntó un Nederiano

que se había acercado en silencio.

Sorprendida, como si me hubiera descubierto robando

manzanas, respondí con otra pregunta:

- ¿Quién desea saberlo?-

- Nidrás.- Contestó sonriente.

- Pues bien Nidrás, no estoy triste, simplemente un poco

preocupada, eso es todo.- Dije intentando disimular mi estado

anímico.

- Y puedo preguntar, ¿cuál es el motivo de tu preoc upación?-

Volvió a inquirir el Nederiano.

La insistencia de Nidrás, dio rienda suelta para de cir lo que

callaba.

- Pues verás, aunque todo este ambiente festivo es una

verdadera delicia, no puedo ignorar la tragedia que se expande

en la tierra de las puertas. Tengo la sensación de que todo Nede,

137

es irreal, como sustraído de un sueño ideal, del qu e nadie quiere

salir, para no enfrentarse a la dureza de estos día s. Es el refugio

perfecto para un aislamiento ficticio. Llegado el m omento,

¿Cómo afrontaremos el camino que tenemos por delan te fuera

de aquí? Será difícil retomarlo donde lo habíamos d ejado,

después de saborear la iluminación de vuestro marav illoso

reino.-

- Tu preocupación es lógica, pero debo añadir algo en referencia

a los Nederianos, que en absoluto, permanecemos aje nos a lo

que pasa en el exterior. Estamos permanentemente en

comunicación con otras regiones, y sabemos de prime ra mano,

la terrorífica situación que atravesamos. Esto nos afecta a todos

por igual. Nuestra hora de tomar parte activa en la liberación de

las fronteras exteriores, todavía no ha llegado, pe ro cada vez, la

vemos más cerca. Las grietas en nuestro reino han s ido varias,

y aunque algunas, como por la que vosotros accedist eis, ya han

sido cerradas, otras que posteriormente se han ido abriendo,

todavía están en reparación y bajo estricta vigilan cia. El

equilibrio natural se está descompensando, y nuestr a partida

hacia otros reinos, es cada vez más perentoria.

138

Las almas que han consumado la desunión, están sien do

enviadas a la regeneración de los territorios más d añados. Ésta

es una de las muchas tareas a desempeñar en zona ho stil.

Sabemos que el peligro acecha en cada rincón, y que muchos

de nosotros, pereceremos en el intento, pero no por ello

abandonamos. La armonía natural mantiene en perfect o estado

a Nede, si la balanza se descompensa, el reino pasa rá a ser una

mera leyenda. Nada es ajeno a la sombra, y esta par a desgracia

de todos, se alarga con gran rapidez. - Así habló N idrás.

Miré hacia el festejo en silencio, observando como todos se

divertían ajenos a aquella conversación, mientras v olviendo mi

atención a Nidrás, dije:

- Todo lo que está pasando se escapa a mi comprensi ón. Intento

una y otra vez buscarle una lógica, un propósito, p ara que mi

mente se agarre a ese hilo de explicación, pero por mucho que

me esfuerce, sigo sin entender.-

-Ándra, la perversión no tiene explicación, nace y se expande

cual virus abrasador.- Dijo Nidrás.

139

- Me hubiera gustado no haber oído jamás hablar de los Grúns,

de los centauros y de todas esas mortíferas razas q ue prestan

servicio a favor del mal.

En fin, cambiemos el tono de nuestra conversación p ues, no

quiero dedicar ni un solo pensamiento más, a todas esas

repugnantes bestias.

Desde que llegamos a Nede, en varias ocasiones a sa lido el

tema de la desunión, pero ignoro en qué consiste.-

-La desunión es un acto único que sólo se da en nue stra

especie.

Durante el crecimiento, el árbol, y el alma del mis mo, son uno

solo. El alma, no puede aventurarse más allá de su lugar de

nacimiento, pues si lo hiciera, perecería, y su árb ol natal con

ella.

Si el árbol enferma, ella también, si sufre, ella t ambién, todo lo

que le suceda a uno, le pasa al otro. Pero cuando e l árbol

alcanza la plenitud de crecimiento, entonces, ha ll egado el

momento de la desunión.

140

Mediante una larga ceremonia, el alma se desune de su árbol

natal para que pueda tener libertad de movimiento, ayudando

con su independencia, al cuidado y enseñanza de ot ras almas.

Las almas desunidas poseen el don de la inmortalida d y gracias

a ello, pueden mantener el equilibrio vital de la n aturaleza.

Son muy pocos los que llegan a la desunión, ya que muchos

perecen antes de alcanzar este punto. El vínculo de natalidad

entre el árbol y su alma, jamás desaparece, y ante cualquier

indicio de peligro, esta, lo protegerá con un conju ro personal.

Espero haber satisfecho tu curiosidad, en lo refere nte a esta

ceremonia Nederiana.- Me explicó Nidrás.

-Sin duda lo has hecho.- Conteste complacida.

-Ándra, para que veas hasta que punto estamos del t odo

implicados en los acontecimientos externos, te voy a desvelar

un secreto.-

Mirándole con curiosidad, dije:

- Mm, un secreto. Cuenta, cuenta. –Sonreí.

141

-El libro Azul, es una de nuestras valiosas creacio nes. De Nede

partió, hasta el refugio de Gea, para ser entregado a la

guardiana. Lo que desconocíamos, hasta que llegaste is, era la

raza de su protectora. Nos complace saber que la el egida es

Arnowa.-

-Entonces, también sabéis por el libro hacia dónde nos

dirigimos.- Dije confiada.

-No. El libro azul ya no nos pertenece, y no tenemo s poder

alguno sobre él. Sólo tenía la obligación de comuni carnos como

creadores del mismo, a quien se le había concedido el honor de

portarlo. Ahora nadie, a no ser la guardiana, tiene el privilegio de

poder ver lo que le muestre su interior.- Me aclaró .

Aquella noche, descansamos sobre la hierba esponjos a a la

orilla del río. Unos faroles colgantes, suspendidos sobre las

aguas por unas columnas de mármol verde, salpicaban el

líquido elemento con una luz que sosegaba los espír itus.

Acostada al lado de Arnowa y Yánsy, el sueño no tar dó en

acudir, y cuando me hallaba en ese estado de

142

semiinconsciencia, por unos instantes pude ver clar amente el

rostro de Sáde.

Dormía plácidamente en un lecho de blancas plumas. Eché un

rápido vistazo en derredor, con el fin de adivinar dónde se

encontraba mi amiga, pero todo me fue desconocido.

No había árboles ni vegetación terrestre, sí, mucha s plantas

acuáticas flotando en los estanques, y diversas fig uras de

animales marinos, esculpidas en cristal diamantino

embelleciendo el lugar. Las calles, eran anchos can ales que

delimitaban las zonas secas sin escaleras, en donde las Sirenas

habitaban.

Mi vista se dirigió al techo, buscando el aspecto q ue tendría el

plano exterior, tropezando con una gran bóveda de c ristal que

transparentaba los rayos extraviados de una luz déb il, oscilando

en el agua que cubría la cúpula. Entendí que aquel sitio estaba

construido bajo las aguas.

Intenté acercarme a Sáde para despertarla y poder e scuchar

nuevamente su voz, pero las Sirenas me cerraron el paso al

tiempo que me decían:

143

-El sello está en letargo. No debe ser perturbado. Regresa al

mundo de lo terrestre, o el influjo de Árnas te atr apará para

siempre. Este no es tu sitio.- Me instó un coro de voces.

- En ese instante me desperté. Mis ojos se encontra ron con los

de Nídos, quien ya en pié, así me habló:

-Ella está ahora fuera del alcance enemigo, por sue rte para

todos nosotros. No debes preocuparte.-

Asentí con la cabeza y me incorporé.

Las luces del día asomaban tímidamente por entre lo s verdes, y

la cascada cercana, mudaba constantemente el color que la

alcanzaba, quebrándose en un arco iris reflectante. Las

Náyades se habían ido, al igual que las columnas mi steriosas

aparecidas durante la noche para alumbrar el lugar . Tampoco

se divisaba ningún Nederiano cerca, sólo quedábamos en aquel

vergel natural, Yánsy, Arnowa, Nídos y yo.

-¿A dónde se han ido todos?- Pregunto Yánsy.

-El ritual finalizó y cada cual ha retomado la tare a cotidiana que

habitualmente le corresponde- Respondió Nídos.

144

-La noche pasada tuve una conversación muy interesa nte con

un Nederiano. Hoy soy un poco más sabia gracias a é l.- Dije.

-El conocimiento, siempre es bueno en cualquiera de sus

formas.- Me sonrió Nídos

-Sí, el libro azul por ejemplo…..-

-Ándra, no sigas por ese camino. Esos son asuntos q ue

solamente a nosotros tres nos conciernen.- Me inter rumpió la

sorprendida y un tanto acalorada Arnowa.

Nidos, sonreía con discreción.

-Ándra, ¿tú te has vuelto loca o qué? No le hagas d emasiado

caso, Nídos, pues creo que nuestra amiga desvaría. Me parece

que ya hemos demorado demasiado tiempo nuestra part ida y

deberíamos replantearnos el continuar camino.- Dijo con tono

resuelto Yánsy.

-No os preocupéis amigos míos, pues los Nederianos, son

conocedores del libro Azul. Podemos confiar en ello s. Os lo

aseguro.- Dije tratando de tranquilizar al Karnáko y a la arpía,

145

quienes trataban de quitar importancia ante Nídos, a lo que yo

estaba diciendo.

-Sí, somos conocedores de ese libro único que muest ra el

camino o los acontecimientos que se avecinan. Con e se

propósito ha sido creado.- Afirmó Nídos.

Al decir esto, el entrecejo de Arnowa se frunció, y agarrando con

fuerza su mochila, protegió lo que en ella se guard aba. Su

postura defensiva, mostraba que por encima de todo, la misión

que nos habían encomendado, era lo más importante p ara

todos.

-No tienes nada que temer, Arnowa, pues los creador es del libro,

son los Nederianos, aunque según me informó Nidrás, ya no

ejercen ningún poder sobre el mismo. Tal privilegio lo perdieron,

cuando Gea te lo entregó.- Le expliqué.

-Nidrás es muy sabio, y adivino, por la decisión to mada al

hacerte participe de nuestros asuntos, que vio en t i algo muy

especial. Esto me complace.- Argumento Nídos.

-¡No me lo puedo creer, vosotros sois los creadores de tan

valioso instrumento!! Eso sí que es una sorprendent e

146

revelación. Claro, ahora entiendo, el libro nos gui ó hasta

vosotros, o no, quizás no entienda del todo. ¿Estam os

siguiendo la voluntad del libro azul, o tan solo no s indica los

peligros que se presentan en el camino? Estoy un ta nto confuso

al respecto. – Dijo Yánsy.

-El libro tiene voluntad propia, eso sin duda, pero en los hilos

del destino existen espacios impredecibles, por lo que él, no

puede mostraros con exactitud lo que va a acontecer .

Simplemente se limitará a daros pistas y mostraros lugares, los

cuales la guardiana tendrá la capacidad suficiente para

descifrar. Él confía plenamente en ella y procurará en la medida

de lo posible, ajustarse a la realidad que os esper a más

adelante. Cuando el futuro se hace presente, él esc ribe la

historia tal y como sucede, para que quede constanc ia en sus

páginas, de la verdad acaecida- Explicó el Nederian o.

-UHF, muy complicado para mí en estos momentos. Mi mente se

niega a esforzase tanto por entender. Prefiero deja rlo como

está.- Resopló con aire de agotamiento el Karnáko.

-Nidrás, también me comento lo de la partida de los Nederianos.-

Dejé resbalar nuevamente.

147

-Jajaja, si, ya veo que te ha informado sobradament e. Pero dime,

¿también te desveló lo de su pronta desunión?- Quis o saber

Nídos.

-No, tal evento lo omitió. Me explicó su significad o, pero dejó de

lado esa parte.- Contesté.

-Pues cuando la mañana alcance el medio día, ese

acontecimiento será un hecho. Si estáis dispuestos a demorar

un día más vuestra partida, podréis contemplar otro gran

acontecimiento en la tierra de Nede.-

-Todo depende de lo que decidan hacer mis compañero s.-

Contesté mirándolos.

-A mi me parece bien. Pero que sólo sea un día. Mañ ana al

despuntar con las primeras luces, partiremos.- Reso lvió Arnowa.

-Me sumo a ello. – Añadió Yánsy.

-Y yo, que estaba preocupada por como os afectaría el regreso a

las oscuras laderas del exterior.- Dije aliviada.

-¿Cómo es posible? ¿Ponías en duda nuestra priorida d Ándra?-

Inquirió el Karnáko.

148

- Debo confesar que dudé.- Dije, con un, lo siento, en la mirada.

-Esto me gusta, existen lazos fuertes que no se dob legarán con

facilidad ante las adversidades que se nos presente n en el

camino. – Dijo Nídos con semblante satisfecho.

-¿Cómo, es que te unirás a nosotros?- Pregunto Arno wa con un

resplandor en la cara.

- Si, y no seré el único. Nidrás también estará gus toso de

acompañarnos. Pero, no sin vuestro beneplácito.- Af irmó el

Nederiano buscando nuestra aprobación.

- Será todo un honor disfrutar de vuestra compañía. - Dijo

Yánsy.

- Pues si todos estáis conformes, así será.- Resolv ió la placida

voz de Nídos.

Cuando abandonábamos el Nacimiento de los Árboles,

regresando al camino principal, un hecho extraordin ario captó

mi atención.

De la tierra, brotó espontánea y lenta, una hoja ve rde, seguida

de un pequeño tallo, el cual, estirándose hacia arr iba, buscaba la

149

caricia del sol. Se mecía a derecha e izquierda, co mo un recién

nacido, intentando desperezarse del entumecimiento en el que

había permanecido durante su gestación. No sobresal ía más de

un palmo del suelo, cuando al parecer, satisfecho d e haber

conseguido por fin el beso solar, se quedó totalmen te inmóvil.

Me invadió una euforia interna que acelero las pal pitaciones de

mi corazón, y en aquel instante comprendí, que aun a pesar de

las sombras, la vida, seguía abriéndose paso.

La senda que ahora recorríamos, zigzagueaba

pronunciadamente, acompañada a nuestra derecha, por un

riachuelo de cantar alegre.

Hicimos un alto en el camino para recoger unos frut os y beber el

agua transparente del arroyo.

Faltaban algunas horas para el medio día, cuando el sendero

finalizó en un ajardinado páramo. Era la antesala d e una extensa

llanura.

Lejos, en el horizonte, próxima a las montañas, des tacaba por

encima de la tupida arboleda, una cúpula semejante a la del

“Roloc led Lobrá”.

150

La ancha avenida por la que caminábamos, conducía hasta él,

pero no tomamos aquella dirección pues, nos desviam os hacia

el llano, dónde otro árbol de frondosidad exuberant e, solitario,

desplegaba su sombra por el circundante perímetro. Estaba

copado de unas flores blanquecinas que le daban un aspecto de

sólida madurez.

-Percibo tristeza en el aire.- observé.

-Sí, tristeza y al tiempo alegría. Las dos van unid as en este

momento. La tristeza de un Nederiano que pronto dej ará parte

de lo que fue en su árbol natal, y la alegría del á rbol, que gracias

a su alma, puede adquirir más conocimiento del que hasta ahora

posee.- Explicó Nídos.

Mientras caminábamos hacia el florido Almendro, pud imos

contemplar el ajetreo de las Náyades y Dríades que se afanaban

en los preparativos de la ceremonia. Muy lentamente , otros

Nederianos se fueron sumando al lugar. A escasos me tros de

dónde se iba a protagonizar tan magno acontecimient o, Nídos

se detuvo, y todos los demás con él. De la hierba s urgieron trece

tronos de cristal.

151

Era imposible precisar cuántos Nederianos estaban

congregados allí, pero eran cientos.

Cerca de los sitiales, tres sillones de trabajada m adera, se

adecuaban a nuestros respectivos tamaños.

-Debéis ocupar vuestros asientos, yo tengo que pres idir la

ceremonia. -Nos comunicó Nídos, indicándonos con un ademán,

la zona para nosotros dispuesta.

Los Nederianos desunidos, ocuparon sus tronos, y Ní dos entre

ellos. Todos los demás, permanecieron en pié.

Yánsy, no se unió a nosotros de inmediato, quería c uriosear un

poco antes del inicio de la ceremonia.

Con las manos entrelazadas a la espalda, mostrando un aire de

gente importante, caminó disimuladamente hasta el frondoso

Almendro. En ese punto, una Ninfa se dirigió al Kar náko

diciéndole:

-La desunión dará comienzo en breve, por lo que te aconsejo

que ocupes tu lugar. Además, estas en el camino y s i no te

retiras a tiempo, podrías mojarte.- Le sonrió.

152

Yánsy sin contradecirla, inclinó hacia delante lige ramente la

cabeza y volviendo sobre sus pasos, ocupó el asient o reservado

para él.

-Me ha dicho que podía mojarme, que estaba en el ca mino, pero

yo no veo agua por ninguna parte.- Dijo entre dient es.

-Más allá de la vista, existen otros mundos, formas y lugares,

que se muestran cuando menos te lo esperan. - Le di jo Arnowa.

-Sí, sí, pero yo sigo sin ver agua por ningún sitio . Mírala, allí se

ha quedado como una estatua de mármol.- Volvió a ma scullar

por lo bajo con evidente malestar.

-Yánsy guarda las formas por favor, está dando comi enzo el

ceremonial.- Le regañé.

La Ninfa que aguardaba pacientemente junto al árbol

protagonista, pronunció unas palabras que ninguno d e nosotros

entendió, y de súbito, las hojas se estremecieron t emblorosas.

Acto seguido, tocó la hierba con su mano, y ésta, s e retiró hacia

ambos lados.

153

Un manantial de agua cristalina brotó raudo, esparc iendo

circularmente su incolora tonalidad, por la anchuro sa base del

tronco.

-¡Es la hora!- Dijo Nidos poniéndose en pie.

Las ramas volvieron a agitarse esta vez con más vig or,

propagando su agradable fragancia.

Los que permanecían sentados, se levantaron jerárqu icamente,

mientras sus nombres eran pronunciados, por la voz del

conductor ceremonial. Nosotros, respetuosamente, t ambién

nos incorporamos.

Con aquella brillante luz matinal proyectada en los verdes, todo

parecía mágico.

Nidrás, cubierto por una túnica de blanco resplande ciente,

surgió del robusto tronco.

Se hizo el silencio. Los cantos cesaron. El murmura r de la brisa

se detuvo. Las aguas del manantial se paralizaron. Del suelo, a

los pies descalzos del Nederiano, emergió un trono de cristal.

154

Las náyades con una sola voz profunda y envolvente,

pronunciaron un conjuro. El trono, se suspendió en el aire con

la ligereza de una pluma, deslizándose con suma sua vidad, al

encuentro de los otros trece. Una vez se hubo asent ado en el

lugar que le correspondía, las flores del Almendro descendieron

como lluvia cálida sobre el cuerpo de Nidrás, cubri éndolo en su

totalidad. Del árbol salió una voz intensa y añeja :

-Ahora ve, alma mía, camina por la tierra de los mo rtales.

Recoge de ellos lo que puedan enseñarte, pues nunca se

conoce lo suficiente, ni se es demasiado sabio. La desunión es

un hecho ya consumado. Tu independencia fortalece m is raíces.

Aunque desunidos, por siempre seremos uno.-

Nidrás salió de entre las flores para reverenciar a su árbol natal,

y de igual manera fue correspondido por las ramas m ás

próximas.

- Ven Nidrás, ocupa tu sitio entre los inmortales N ederianos.-

Señalando el trono desocupado, lo invito Nídos.

Aquella noche la pasamos en la segunda ciudad habit ada, quien

bordeada por un gran lago, destilaba calma y sosieg o.

155

Con las primeras luces del día, emprendimos la marc ha hacia

una de las fronteras del reino.

Ahora éramos cinco los caminantes que nos aventuráb amos

hacia parajes desconocidos e inhóspitos, con la úni ca

esperanza de dar pronto cumplimiento a nuestro come tido.

-Bueno, bueno, dos personajes masculinos más, esto me gusta.

Sí señor. Ahora somos mayoría.- Bromeó Yánsy.

A medida que avanzábamos, íbamos dejando atrás la

frondosidad de los árboles, para penetrar en una pr adera de

exuberante y baja vegetación.

Nos detuvimos en varios trechos del camino durante el día,

resistiéndonos a abandonar el reino de la luz, sin antes disfrutar

un poco más de las maravillas naturales que nos ofr ecía cada

nuevo paso.

La tarde declinaba, cuando una luna henchida de bla nco nácar,

hacía acto de presencia en el firmamento.

Habíamos alcanzábamos la frontera sur de Nede.

156

Hicimos un alto, en la embocadura de la cañada peñ ascosa de

Rusnif.

En lontananza, sobre la cúspide alisada de una mont aña, se

perfilaba contra el cielo enrojecido, la gélida fi gura del bastión

Onreva.

-Con vuestra aprobación, me ausentaré unos momentos . No

deseo marcharme sin antes mostrar mi respeto a la d iosa luna.-

Dijo Arnowa.

-Tómate el tiempo que necesites. Aquí nos encontrar as a tu

regreso.- Le respondió complaciente Nídos.

No tardó mucho en reaparecer la arpía; y sin más de mora, nos

preparamos para salir de aquel plano dimensional.

Mientras recogía mi mochila del suelo y me la coloc aba a la

espalda, sentí una llamada repentinamente lejana.

-Ándra, ven a nosotras, te estamos esperando. Somos tus

hermanas.- Decían las voces.

-¿Qué ha sido eso?- Pregunté con ojos sorprendidos, mirando al

resto del grupo.

157

-¿El qué?- Se intereso Arnowa con inquietud.

-Las voces. ¿No las oís?- volví a inquirir.

-Yo no escucho nada.- Dijo el karnáko esforzándose por oír.

Sin llegar a entender porqué, y contra mi voluntad, mis piernas

se pusieron en movimiento, acelerando cada vez más el ritmo.

Sentí la presencia de unas entidades desconocidas a mi lado,

que me instaban a marchar con presura, en direcció n a la

fortificación de más allá.

-Ándra, espera. ¿Qué te sucede?- Gritó Arnowa con

desesperación.

Con gran esfuerzo, giré la cabeza sin dejar de corr er hacia

adelante, y ante la indefensión de poder utilizar l a palabra, les

pedí ayuda con la mirada.

Nidos, entendiendo el maleficio que se había infilt rado por

aquella frágil frontera, extendió sus brazos hacia mí, con las

palmas de las manos en señal de alto, diciendo;

158

- El Reino de la luz, fulmina las tinieblas del ext erior. Prohibido

queda su paso a toda presencia oscura. Os ordeno qu e volváis

al abismo del cual procedéis.-

Unos gritos pavorosos, se difuminaron en el aire, y de

inmediato, me sentí liberada. Mi mente perdió la co nciencia, al

tiempo que me desplomaba en el suelo. Cuando volví a

recobrarla, apoyaba mi espalda en una pared rocosa, mientras

mis amigos, con caras de preocupación, se agrupaban entorno a

mí.

-Ándra; ¿Cómo te encuentras?- Se interesó Arnowa.

- Un tanto cansada.- Respondí con escasas fuerzas.

- ¿A quienes pertenecían esas voces?- Pregunté mira ndo a

Nídos.

- Te viste alcanzada por la llamada de las Xánimas. - Me explicó

el Nederiano.

-¿Qué son y como lograron traspasar las fronteras i nvisibles de

Nede?- quiso saber Arnowa.

159

-Las Xánimas, fueron tiempo atrás, grandes consejer as de los

reinos soberanos. Poderosas hechiceras al servicio de los

hombres. Ahora son espíritus malignos que profesan

obediencia al poseedor de almas. Esto hecho, confir ma las

sospechas que teníamos sobre la debilitación de nue stras

fronteras. – Dijo Nidos con semblante preocupado.

-Lo que no entiendo, es el por qué me eligieron a m í y no a

cualquiera de vosotros.- Analicé; al tiempo que per cibía una

mejora constante.

-Es sencillo. Tú eres de su raza, y para ellas es m ás fácil

controlar las voluntades que mejor conocen. Muchos años

caminaron en compañía de los hombres. Saben de su v alor, de

su lealtad, de su orgullo, pero también son conoced oras de sus

debilidades y flaquezas. Dichos conocimientos les c onceden, un

desmesurado poder sobre la raza humana.- Explicó Ni drás.

-Evitemos esta salida. No debemos enfrentarnos abie rtamente

con tan malignos seres.- Sugirió Yánsy.

160

-Lo que realmente me inquieta, es la facilidad de c ontactar con

la mente de Ándra, cuando todavía no hemos cruzado la frontera

de Nede. – Se inquietó Nídos.

-No se puede cambiar lo que está escrito amigo mío. La hora de

nuestro pueblo en la reconquista del exterior, está más próxima

de lo que pensábamos. - Añadió Nidrás con una suave palmadita

en la espalda de su hermano.

-Busquemos pues, la salida al estanque Ollirama. En ese lugar,

abriremos un portal al exterior.- Decidió Nídos.

Todos estuvimos de acuerdo.

La noche profunda y límpida, abrazaba con sus mágic os dedos

aquella apacible tierra y mientras caminábamos haci a el

estanque Ollirama, tuve la agradable sensación, de que nada

malévolo podía perturbar aquel paisaje de eterna tr anquilidad.

Allí, en la pulcritud nocturna, hasta el canto de l os grillos

parecía imperturbable.

Cuando la claridad matinal asomaba, diluyendo las ú ltimas

sombras nocturnas, alcanzamos unas formaciones roco sas.

161

-Este es el lugar perfecto para crear el portal. Al otro lado se

desliza la senda del Ollirama.- Dijo Nídos detenién dose.

Los dos Nederianos juntaron sus manos y cerraron lo s ojos. De

sus labios brotó al compás el lenguaje de su tierra . A

continuación, una luz blanquecina emanó de ambos, f ormando

un foco de potencia energética. La dirigieron rauda hacia el

muro, la cual, abrió una galería traslucida, mostrá ndonos la

senda del otro lado.

-Apresuraros, esto durará poco.- nos instó Nídos.

Cuando todos traspasamos la franja luminosa, la pue rta se

desvaneció exhibiendo la roca desnuda.

Un riachuelo casi sin agua, bordeaba el camino estr echo por el

que ahora deambulábamos. El hábitat, totalmente cal cinado, se

hacía deprimente. El éter, cubierto por aquel manto de tinieblas

entre luz y oscuridad, arrojaba al entorno, un hilo quebrado de

desolación y podredumbre. Por vez primera desde el día oscuro,

todos los caminantes, contemplábamos la superficie de la tierra

de las puertas, en aquel decadente estado.

Nidrás, callaba con una sombra de dolor en su rostr o.

162

Yánsy sin poder contenerse maldijo:

-¡¡El infierno se trague a las bestias que han prov ocado tal

barbarie!!-

-Chicos, debemos proseguir, percibo peligro.- Dijo Arnowa

mirando en derredor.

Mientras tratábamos de buscar una senda más propici a,

escuché que Nídos le recomendaba a Nidrás:

-Este lugar respira muerte. No bajes la guardia.-

Sin desenfundar, sujeté con firmeza la empuñadura d e mi

espada mientras nos adentrábamos en aquel bosque ca lcinado,

sorteando los diferentes escollos que nos salían al paso.

Llegamos a la planicie de lo que tiempo atrás, habí a sido un

hermoso estanque. De él solo quedaba, una forma de gran

dimensión, profunda, reseca y estriada.

A nuestros atentos oídos llegaron voces roncas, me zcladas con

sonidos chirriantes y metálicos que provenían de má s abajo.

Nos asomamos con precaución al barranco sur, procur ando ver

sin ser vistos.

163

En un foso abismal, trabajaban codo con codo, en la desviación

de las aguas, números Grúns y Centauros.

-¿Qué están haciendo?- Inquirió el karnáko en un su surro.

-Es fácil de entender, si no hay agua, no hay vida. Por lo que

todo ser será fácilmente capturado. Están desviand o el río –

Respondió Nídos.

- Una patrulla sube por el camino. Rápido, busquemo s dónde

ocultarnos.- Advirtió Nidrás.

Los dos Nederianos instintivamente, penetraron en l os troncos

de los mortuorios árboles, Arnowa tomó a Yánsy y lo elevo

hasta un alto risco, fuera del alcance de los Grúns que se

aproximaban, pero yo, no encontré lugar dónde guare cerme y

pronto me vi rodeada por aquellos cuerpos rudos,

repugnantemente amarillos. Saqué mi espada tratando de

defenderme, pero fue del todo inútil pues, cayeron sobre mí con

fuerza contundente.

-Mirar chicos, un regalito para las tres hermanas, seguro que

seremos sobradamente recompensados por tan apetitos o

hallazgo.- Dijo exhibiéndome como un trofeo, el que parecía

164

comandar el destacamento. Me ataron de pies y manos a un

tronco fino de madera chamuscada, y tomando este, p or los

extremos, dos de los Grúns, me transportaron con su ma

agilidad.

-Es ligera, casi no pesa.- Se mofó, el que hacia de scansar el palo

sobre su hombro, en la parte delantera.

-Cierto, nos costó más trabajo arrancar la madera d e la tierra,

que transportar a esta criatura.- Le confirmó el qu e compartía la

carga al otro extremo.-

Yo estaba en medio de ambos, balanceándome incómoda mente

a derecha e izquierda, debido a la pedregosa compos ición del

terreno por el que ahora descendíamos.

Mientras atravesábamos el foso, pude mirar de cerca aquellas

moles de metal que desviaban las aguas hacia los ab ismos

profundos. Rodeamos aquel agujero dejándolo atrás. Un poco

más adelante, nos tropezamos con otra patrulla de c entauros

fuertemente armados. Ante la imposibilidad de que a mbas

patrullas pasaran al tiempo por aquel estrechamient o del

165

terreno, los que me habían capturado les cedieron e l paso. Uno

de los centauros se detuvo a mirarme diciendo:

-Una humana. Sin duda las hermanas tendrán un jugue te de su

gusto con el que entretenerse. –

Le miré con desprecio mientras se alejaba con una m alévola

carcajada.

Continuamos subiendo y bajando hasta alcanzar el va lle. A lo

lejos pude divisar la tétrica imagen de una fortale za. Me percate,

de que aquella construcción, era la misma que había mos

intentado evitar en la frontera sur de Nede. Entonc es en mi

cabeza, se aglomeraron los pensamientos, trayendo a mi

memoria, aquel sueño pasado, en dónde frente la pu erta negra,

mis pies no me respondían.

Los Grúns, se detuvieron delante del metálico portó n, mientras

este, descendía para darnos entrada. En la explana da del primer

nivel, se agrupaban varias divisiones de Centauros, Grúns y

otras razas que habían decidido prestar servicio al poseedor de

almas. Noté la ira de muchos ojos clavados en mí, m ientras

subíamos una calle de piedra ancha que finalizaba e n el

166

segundo nivel. Una vez allí, me dejaron en el sue lo, al lado de

una fuente que vertía una especie de líquido negruz co y

pestilente.

Ellos retrocedieron tan aprisa como pudieron sobre sus pasos,

como perseguidos por un miedo incontrolado.

Eché un vistazo a mí alrededor. La amplia plaza est aba solitaria.

Me dolían las muñecas, y los tobillos me sangraban debido a las

fuertes ligaduras. Del primer nivel, subía una bull iciosa

algarabía, voces gruñonas, combinadas con otras fin as y

chillonas. Sin saber porque, mi vista se dirigió a lo alto, hacia la

pendiente de otro bien cuidado y trazado camino. Po r él,

descendían como flotando, tres mujeres hermosas y j óvenes,

vestidas de idéntica manera. Parecían volátiles, ca si efímeras.

Cuando estuvieron a mi altura una de ellas pregunto con deleite

macabro:

-¿Qué tenemos aquí?-

-Se podría decir que es un ejemplar único. Ya pocos quedan con

vida de la frágil raza humana.- Dijo otra.

167

-Creo que deberíamos cortar sus ligaduras, pues al parecer, la

valiosa mercancía se está deteriorando.- Carcajeó

maliciosamente la tercera.

-Será mejor por vuestro bien, que me mantengáis ata da, bestias

horripilantes, porque al mínimo descuido, podéis qu edaros sin

gaznate.- Amenacé, en un arrebato de orgullo.

-¡¡Valerosa si lo es!! Cualidad que siempre he admi rado en los

humanos.- Dijo sarcásticamente la primera en hablar .

-Somos Xánimas, pequeña. Tu desconocimiento resulta

estimulante. Haber, como te lo digo… a si, veras, n o somos

fáciles de matar.- Añadió la segunda.

-¡¡Claro que no!! Y, ¿sabes por qué?- Inquirió la t ercera

acercando su cara a la mía.

-Porque… Ya estamos muertas- Respondieron las tres a coro.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo, y mis ojos se cerraron

debido al cansancio.

168

169

CAPITULO 8

EL BASTIÓN ONREVA

Cuando volví en mí, me encontré en una cama mullida y

cómoda, con sabanas negras que despedían un olor gr atificante.

Mis heridas estaban curadas y mi cuerpo totalmente

restablecido. Mis vestidos eran ligeros y largos, d el mismo tono

que la ropa del lecho. Al incorporarme, un gran esp ejo que

forraba la pared de en frente, mostró mi reflejo en él.

170

La estancia estaba decorada, con flores sanguinas e n diversos

jarrones. Velones Azabache con diferente iluminació n. Encajes y

rasos de tonalidad sangrienta, embellecían las pare des.

Me asomé al balcón abierto, deduciendo por la eleva da situación

del mismo, que me hallaba en la parte más alta del bastión.

En la primera planicie, numerosos escuadrones se al ineaban

con perfección casi absoluta, en espera de órdenes para la

batalla.

Más allá, sobre las lomas de las montañas y los bos ques

quemados, casi imperceptible, como un difuminado tr azo, la

senda por la cual me habían traído, se desvanecía e n la lejana

altitud de las cumbres.

Impulsivamente, fui hacia la puerta, deseando que é sta me

condujese a la libertad, pero como era de esperar, no había

escapatoria posible. Con desanimo, me dejé caer en una butaca.

Pensé en mis amigos, anhelando que ellos, hubieran corrido

mejor suerte que la mía.

171

Al poco, sentí un chasquido, como una llave en la c erradura. La

puerta se abrió hacia fuera. Me incorporé para ver quien estaba

al otro lado, pero nadie había. Salí al pasillo, de slizándome con

suma precaución por aquel espacio forrado de espejo s.

Corrí desesperada; como una posesa, tratando de alc anzar la

puerta que se me mostraba al final, pero cuanto más me

empeñaba en acelerar, ella más se alejaba de mí. E staba

agotada, abatida, exenta de fuerzas para continuar. Me senté en

el frío suelo de dorado mármol, sin apartar la mira da de lo que

podría ser una posible escapatoria de aquel espeluz nante lugar,

mientras me repetía con insistencia:

-Eres fuerte. Puedes conseguirlo-

Volví a incorporarme, poniendo más empeño en alcanz ar el

pomo de aquella puerta, y cuando por fin lo logré, abriéndola, el

desanimo me invadió nuevamente. Era la habitación e n la cual

momentos antes me había despertado. La misma cama, el

mismo balcón y el mismo espejo. Comprendí que aquel las

aterradoras Xánimas, estaban jugando conmigo. Enton ces

vencida, me acurruqué en el lecho, para abandonarme al sueño.

172

En ese mundo especial al que nos transportamos sin voluntad

consciente cuando el cuerpo descansa, me hallé pase ando por

Nede.

Mis pies descalzos, sentían la caricia de la hierba tierna. Todo

estaba en silencio. No se escuchaba el sonido de la cascada. La

brisa no corría, y hasta los árboles semejaban esta r petrificados.

-Estoy atrapada, pero al menos, aquí me siento segu ra.- Me dije.

Fue grande mi sorpresa, cuando ante mis ojos vi apa recer como

surgida de la nada, la figura de Gea.

-Todos estamos atrapados de una u otra manera Ándra .- Me dijo

con sonrisa dulcificante.

-¡Mi señora! – Exclamé, inclinándome ante ella.

-Levántate amiga mía.- Me indicó con suave gesto.

-No he sido de gran ayuda para mis compañeros.- Dij e afligida.

- De nada sirve lamentarse.- Me contestó comprensiv a.

- Me gustaría saber que pasó después de mi captura. - Le sugerí.

173

-Sentémonos pues al cobijo de los árboles. Yo te mo straré lo

sucedido.- Contestó con voz cálida.

Las imágenes se iniciaron justo en el instante de m i captura.

Los Nederianos sin titubear, penetraron respectivam ente en dos

de los árboles calcinados. Arnowa, portando a Yánsy , se elevo a

gran altura, fuera del alcance de las flechas de lo s Grúns.

Una vez que el camino estuvo despejado, y aseguránd ose

previamente de que no había enemigos cerca, la arpí a

descendió, tocando tierra.

Nídos y Nidrás, intentaron abandonar el interior de los troncos

que momentos antes habían ocupado, pero tal empeño , les fue

negado. Estaban atrapados en aquellas mortuorias fi guras, que

mermando su vitalidad natural, les impedían salir a l exterior.

Arnowa, debéis proseguir sin nosotros pues, ya no somos de

ninguna ayuda. Abandonar esta senda y buscar otra q ue sea

menos concurrida. Al Este, se alzan las colinas Sad árod; no

están lejos, y os servirán de resguardo. Pero, cuid aros de pisar

el laberinto de coral, son terrenos demasiado despe jados y

peligrosos.- Aconsejó la voz ultratumbista de de Ni drás.

174

- Tenemos que intentar sacarlos de ahí. - Dijo Arno wa mirando a

Yánsy, preocupada por el destino de los Nederianos.

-No podéis volver a por ayuda, los caminos hasta Ne de no son

seguros. Además, os sería imposible localizar las p uertas

invisibles del reino. Nuestro destino carece de imp ortancia

ahora mismo. Partir de inmediato. La búsqueda de Yi daki es lo

más trascendental ahora, de ese encuentro, depende la libertad

de todas las razas existentes, dentro, y fuera de N ede.- Los

apremió la voz de Nídos.

-Tengo que intentarlo.- Dijo el Karnáko desoyendo l as palabras

de los Nederianos.

-Apártate Arnowa- Insistió Yánsy, con expresión con centrada, al

tiempo que estiraba ampliamente sus brazos, para po sar sus

manos sobre el tronco que aprisionaba a Nídos.

La arpía, dio unos pasos atrás, dejando hacer al ka rnáko.

-¡Gea, escucha mi suplica! Que a la tierra sedienta torne el agua

de la vida, para que las raíces moribundas de este árbol, se

nutran con su vigor, pudiendo con revitalizado fres cor,

175

abandonar las sombras que lo cercan, tornando al be nefactor

resplandor de la luz.-

Cuando Yánsy finalizaba estas palabras, un aro pequ eño de

agua clara rodeó el tronco. El aspecto de la cortez a, fue

ligeramente cambiando, del tono carbonizado, al bla nquecino

que le correspondía, y empezó a extenderse con suma lentitud,

de forma ascendente, para mostrar una envoltura nat ural,

realmente esplendida. Pero antes de alcanzar las ra mas, el agua

se evaporó, y el tronco de forma descendente, recup eró el

requemado anterior. El hechizo de Yánsy, había frac asado.

-Poco faltó amigo mío, pero el terreno está demasia do dañado y

será difícil de recomponer. Agradecemos tus esfuerz os por

intentarlo, pero ahora, debéis partir.- Dijo la can sada voz de

Nidos.

Arnowa sintió en sus labios la caricia invisible de un amoroso

beso. Y creyó ver por breves instantes el rostro de Nídos que le

decía solo a ella y en un susurro:

-Ambos, estaremos unidos por siempre.-

176

Por las mejillas de la Arpía resbalaron unas lágrim as, pero su

corazón ahora empañado por el dolor, le decía que v olverían a

encontrarse.

Se escuchó ajetreo en el camino. Dos columnas de ce ntauros se

dirigían hacia el punto donde se encontraban.

-Rápido debéis marcharos- Los instó Nidrás.

Sin decir más, la arpía y el Karnáko, abandonaron e l camino

principal.

Vadearon los riscos más altos de la zona ocupada po r los

Grúns, tratando en todo momento de no ser descubier tos.

No tardaron en alcanzar las colinas Sadárod, y en un punto

elevado se detuvieron.

Desde allí, tuvieron una clara visión de los domini os de las

Xánimas. En varios recorridos del terreno distante, se

visualizaba el cauce vacío del Ollirama, perdiéndos e en las

latitudes del Norte.

La situación en la que estaban inmersos, era desale ntadora y

preocupante, a la vez que incierta. Pero aun así, e staban

177

dispuestos a enfrentarse a las adversidades y al pe ligro. Durante

muchas millas, recorrieron aquel decrepito ambiente de troncos

robustos y espectrales. Casi sin darse cuenta, dese mbocaron en

una mal trazada senda, la cual, abandonaba el bosco so lugar,

para desembocar, en un laberinto de corales.

-Hemos venido a parar, a dónde menos deseábamos.- S e

percató Yánsy, recordando la advertencia de Nidrás.

Arnowa escudriño los alrededores con sus ojos profu ndos, y no

observando movimiento enemigo por las cercanías pre guntó:

-¿Qué opinas Yánsy, nos aventuramos, o volvemos sob re

nuestros pasos?-

-Regresemos al bosque.- Contestó resolutivo el Karn áko.

Los cuerpos estaban agotados cuando decidieron toma rse un

descanso. Allí el silencio era mortuorio, exento de ruido

acuático, de pájaros cantadores, de brisa que les l legara

relajante a los oídos.

Los troncos dorados de las colinas, faltos de hojas que los

abrigaran, hundían sus gruesas y arañantes raíces, en el tono

178

ocre del terreno. El sueño fue inquieto, tratando d e buscar la

postura adecuada para el descanso.

Poco tiempo después, emprendieron la marcha. Muchas millas

caminaron sin decir palabra, y en trayectos poco ac cesibles,

dónde el proseguir era imposible, Arnowa cargaba co n Yánsy,

sobrevolando la herida montaña.

El conjunto arbolado volvió a finalizar en otra sen da

descubierta, la cual, mostraba desde otro ángulo, e l laberinto de

coral que intentaban eludir.

La arpía, decidió echar una rápida ojeada al libro, para ver lo que

este le podía mostrar.

Justo en ese instante, las imágenes se desvaneciero n en el aire.

-Ándra, tienes que despertar, las Xánimas pronto re clamarán tu

presencia.- Me comunicó con tono apresurado la dama de la

tierra.

-Pero necesito saber qué suerte corrieron Arnowa y Yánsy.-

Contesté impaciente.

179

-En nuestro próximo encuentro despejaras esa duda, hasta

entonces, nada debes temer pues, las Xánimas, desea n que te

unas a ellas, y para ello, no pueden causarte daño alguno. Trata

de recabar información; toda la que puedas, quizás nos sirva

para averiguar sus planes más inmediatos y tomar al guna

ventaja sobre ellos.- Dijo Gea con entonación suave , al tiempo

que me aconsejaba:

- Sígueles la corriente en todo momento y haz lo po sible por

esquivar enfrentamientos innecesarios. Lo important e es que

confíen en ti y de tal manera, te revelen los plane s de su amo.

Nunca, bajo ninguna circunstancia, te quedes a dorm ir en sus

aposentos pues, al hacerlo, estarás dando consentim iento a ser

integrada en el grupo y acto seguido, serias conver tida en una

Xánima. Solo tú, decidirás eso, ellas no pueden ob ligarte, si lo

hicieran, inutilizarían el poder de conversión, cos a que no

arriesgaran a perder.

Despierta Ándra.-

180

Al abrir los ojos, me encontré nuevamente en aquell a habitación.

No recordaba nada del sueño, pero algo en mi interi or, me

exhortaba a desgranar con astucia, los secretos de las Xánimas.

Me sentía contenta, relajada, como una pluma ligera mecida por

la brisa.

Cuando me incorporé en el lecho, escuché una llamad a, eran las

voces de las hermanas:

-Ándra, ven a nosotras.-

Salí de la estancia y crucé el pasillo hasta la pue rta del fondo. Al

abrirla, sin resistencia alguna, ésta no me devolvi ó a mi

habitación, sino, a un amplio jardín de apretados t ulipanes

negros, en donde una labrada fuente de alabastro, v ertía un

líquido carmesí. En el centro, simulando un claustr o,

acomodadas en unos sitiales de Jaspe acolchonado s e

encontraban las tres hermanas.

- Ven Ándra – Dijeron las tres al tiempo, indicándo me con un

ademán, un espacio vacío entre ellas.

181

Me senté accediendo a su petición, pero la desconfi anza me

envolvía. Justo enfrente, un sendero estrecho de lo sas

cuidadosamente alineadas, formaban el sendero desce ndente

que se perdía a la vista en su primer doblez. Perfi lando el

camino, unas majestuosas figuras femeninas de torso perfecto,

lo acompañaban.

-Las efigies que contemplas, son la estirpe real de las Xánimas,

en tiempos pasados, veneradas por los hombres.- Dij o una de

ellas.

-Son hermosas. – dije ocultando mi verdadero sentir .

- Sí, lo fueron, y pronto volverán a serlo. Muchos humanos

pagaron con sus despreciables vidas el destierro al que se

vieron obligadas, pero su vuelta, será memorable.- Dijo con ojos

fríos otra.

- No es momento de reproches. Es hora de presentaci ones. Mi

nombre es Tarsó, mis hermanas, Trenán y Tumbiól.- I ndicó

gesticulando la tercera.

-Mi nombre ya lo sabéis.- Añadí.

182

-No solo sabemos tu nombre querida. Nuestros conoci mientos

sobre tu persona son mucho más amplios de lo que im aginas.

Sabemos entre otras cosas, que no caminabas sola, p ero no

estamos interesadas en esos repugnantes Nederianos, que

envenenan el aire con su luz pulcra. Ni tampoco en los frágiles

Karnákos, a quienes utilizamos para la servidumbre. Las arpías

son indisciplinadas y solo nos acarrearían problema s. De todos

ellos, pronto se encargarán nuestras tropas.- Expli có Tarsó con

tono petulante, clavando sus gélidos ojos incoloros en los míos.

-¿Y que puede interesaros tanto de alguien tan insi gnificante

como yo?- Pregunté.

-Hace tiempo ya, que no teníamos contacto con human os, y no

todos sois causantes de la extinción de nuestra est irpe, por eso,

al saber de tu proximidad a nuestro territorio, nos vimos

impulsadas a conocerte. Es un vínculo que todavía n o hemos

podido romper con tu raza.- Expresó Tumbiól.

Una campana próxima, comenzó a sonar repetidas vece s.

183

-Será mejor que te retires a tus aposentos de momen to.

Tenemos asuntos que resolver. – Volvió a decir Tumb iól

incorporándose.

-Quizás Ándra quiera acompañarnos, así podrá ir

acostumbrándose a nuestra compañía.- Sugirió Tarsó, mirando

fijamente a sus hermanas.

-Creo que será del todo inoportuna su presencia ant e las

tropas.- Resaltó Trenán, la que parecía más callada y sombría.-

-Si se me permite, estaré honrada en acompañaros.- Dije,

intentando indagar, cuáles eran los propósitos de l as Xánimas.

-Nos acompañará.- Dijo con voz firme Tarsó.

Mientras bajábamos por aquel camino custodiado por las

estatuas de mármol hasta la planicie en dónde me ha bían dejado

hacía ya no sé cuánto tiempo atrás mis captores, de scubrí que

ellas no caminaban. Sus largos vestidos les cubrían los pies, y

se movían levitando con naturalidad.

Al lado de una campana de horrible forma metálica, esperaban

dos Grúns, quienes me miraron con ojos de odio. Se arrodillaron

184

ante la presencia de las hermanas, agachando sus ca bezas para

evitar mirarlas.

-¿Qué noticias nos traéis del Sur?- Preguntó Tarsó con aire

inquisidor.

-El dominio de la tierra de las puertas es total, s ólo unos

cuantos rebeldes resisten agazapados, pero pronto s erán

sometidos.- Contesto el siervo con la vista fija en el suelo.

-¿Y cómo es posible que todavía campen a sus anchas los

agitadores?- Volvió a preguntar Tarsó con timbre vi olento.

-Son escurridizos, algunos tienen alas y suben muy alto, a

dónde nosotros no podemos llegar.- volvió a decir c on voz

temblorosa el Grúns.

-Excusas, solo excusas.- La Xánima acompañó la fras e con una

ráfaga de fuego que fulminó al instante a su vasall o, dejando de

él, un montón de carne quemada. El hedor enrareció la

atmósfera todavía más.

-Nuestro amo se impacienta. Exige una solución inme diata al

problema. Que los fuegos del Onreva os consuman, si decide

185

abandonar la torre de Argén antes de lo previsto.- Dijo mirando

al Grúns que quedaba.

-No os preocupéis mi señora, hemos llamado a los ho mpajaros

para que den caza a todos los alados. No tardarán e n llegar al

castillo.- Le aseguró su lacayo.

-En cuanto lleguen, comunicárnoslo de inmediato.- O rdenó

Tarsó.

El Grúns, no se movió de su posición hasta que noso tros

estuvimos casi en el doblez del camino ascendente. Miré hacia

atrás mientras subíamos, y pude ver como aquel gusa no, se

arrastraba hacia el primer llano. Volvimos al pórti co, en dónde

dos Karnákos cautivos con grilletes en los pies, no s sirvieron

comida y bebida. Cuando los vi, sentí la imperiosa necesidad de

empuñar una espada para aniquilar sin piedad a las Xánimas,

pero me contuve. Ellos me miraron con ojos ausentes , como si

ya no sintieran nada, ni miedo, ni tristeza, ni dol or, ni paz.

Parecían indiferentes y resignados.

186

-Estos Karnákos son sumamente serviciales. Hacen si n

rechistar todo lo que se les solicita.- Se burló Tu mbiól mientras

propinaba un puntapié a uno de ellos.

El indefenso Karnáko, se apresuró a recoger todo aq uello que se

le había caído de las manos sin ningún indicio de o posición.

Mis ojos llenos de ira por la injusticia que estaba n contemplado,

esquivaron la mirada penetrante de las hermanas, pa ra que

estas, no pudieran adivinar la rabia contenida que me estaba

carcomiendo el interior.

-Dinos Ándra, ¿qué te parecen estos arcaicos seres

desprovistos de sus artes mágicas?- Me preguntó con tono

ponzoñoso Trenán, la más perversa de las tres.

-Pues eso, arcaicos y enclenques.- Dije mirando a l os Karnákos,

al tiempo que notaba una daga atravesando el corazó n, por

estar traicionando con palabras mi callado sentir.

-Según tengo entendido, tú frecuentabas mucho la co mpañía de

estos innecesarios bichos.- Volvió a decir con sarc asmo

pronunciado, la viperina lengua de Trenán.

187

-Sólo por pura conveniencia. Si tanto conocimiento poseéis de

la raza humana, ¿cómo es que ignoráis la mayor de n uestras

virtudes?- Contesté desairadamente.

-No la provoques hermana, pues nuestra invitada, es mucho

más inteligente de lo que realmente aparenta. No te dejes

engañar por su aspecto de niña buena. Tengo la sens ación de

que no dice todo lo que piensa, ni piensa todo lo q ue dice. Pero

bueno, somos pacientes. Todo será como tenga que se r.-

Argumento con ingenio Tarsó.

-Se hace tarde y ha llegado la hora de informar. – Advirtió

Tumbiól.

-Me parece bien, creo que nuestra invitada necesita descansar.

Puedes regresar a tus aposentos. Mañana continuarem os

conversando.- Dijo Tarsó poniéndose en pie.

-¿Y por qué no invitarla a que conozca Elodargás?- Inquirió un

tanto despechada Trenán.

-¡¡No es el momento!!- Le contestó Tarsó con una mi rada

fulminante.

188

-Pero es…- Trenán no pudo finalizar la frase, pues su hermana

Tarsó, hizo un rápido ademán y selló su boca con un a telaraña,

al tiempo que dulcificaba la voz para dirigirse a m í:

-Puedes retirarte Ándra, mañana descubrirás otros r incones del

castillo Onreva.-

-Con este tiempo, adivinar si es de día o de noche, se hace muy

difícil.- Dije disimulando, como si lo dicho por Tr enán, me

hubiese pasado desapercibido.

-No tienes de que preocuparte, nosotras nos encarga remos de

facilitarte el descanso oportuno, durante el tiempo adecuado. –

Me contestó nuevamente Tarsó.

Asentí con la cabeza y me di la vuelta volviendo so bre los pasos

que me habían conducido desde mi alcoba, hasta aque l lugar del

pórtico. Percibí la mirada de las tres cuando me al ejaba, y hasta

que entré nuevamente en la habitación, no desaparec ió aquella

persecutoria sensación de control. Tras la puerta, encima del

lecho, me dormí prontamente.-

-Te saludo Ándra.- Dijo la voz suave de Gea.

189

-Gracias te doy mi señora, por rescatarme de aquel horripilante

averno.- Agradecí.

-Tengo que hacerte una petición amiga mía. Es neces ario que

consientas, salvaguardar tu esencia tal y como hoy es, en el

interior de esta burbuja de aire purificado. Sólo a sí, el día que

regreses a nosotros, podré devolverte tu esencia im poluta. Por

desgracia, el tiempo que pases en cautiverio, te ir á

transmutando, física y mentalmente, hasta tal punto , que ni tú

misma reconocerás el aspecto que tenías.- Me explic ó.

-Pero tú dijiste que si no dormía en sus aposentos, nada me

ocurriría.- Le contesté.

-Me equivoqué, su magia ha crecido en poder y sient o como

actúa aun mientras dormitas. Tarde o temprano, no t endrán que

pedirte que te unas a ellas, tú lo harás por volunt ad propia.-

Afirmó.

-Entonces, haz lo que dices, preserva mi alma para que en un

futuro, vuelva a ser en esencia, lo que hoy es.- Di je dando mi

consentimiento.

190

No sentí dolor, pero noté como mi yo me abandonaba, y al abrir

los ojos que mantuve cerrados mediante el proceso, pude ver

flotando en el aire límpido de Nede, la burbuja que atesoraba mi

la parte más pura de mi persona, alejándose en los hilos

invisibles de la brisa.

-Si lo que predices se cumple, entonces el tiempo a premia, pues

en breve, deduzco que no regresaré a este vendito l ugar.- Dije

con evidente pena.

- Dices bien, pero no temas, todo es atemporal, mañ ana, hoy,

ayer, sin duda tu cautiverio también lo será, y lle gado el

momento, volverás a ser quien eras.- Trató de anima rme la

señora de la tierra.

-Te traigo nuevas que pueden ser interesantes. Hoy les llegaron

noticias de los territorios que se extienden al Sur de la tierra de

las puertas. Dicen que todavía quedan rebeldes que resisten

ante las tropas enemigas. También dijeron que la ra za de los

hompajaros los ayudaría, sometiendo al resto de los alados. –

La informé.

191

-Malos son tus informes. Ignoraba que este linaje t an noble se

hubiera aliado a la sombra. Enviaré mensajeros a la s arpías.

Ellas son las que dan cobijo en sus dominios, a tod os aquellos

que pudieron escapar del yugo enemigo. Si los Hompa jaros

forman parte de las tropas sombrías, sus vidas corr er grave

peligro.

Tendré que ponerme en contacto con los altos jefes de esta

raza, para averiguar de qué lado luchan. Si consegu imos que

esta especie se alíe a las fuerzas de la luz, sería un golpe de

suma importancia para las huestes enemigas. Faltos de tropas

haladas que patrullen las alturas, se verían del to do

imposibilitados para controlar los reinos aéreos. – Me explicó

Gea.

-Cuando me retiraba a mis aposentos, sucedió algo q ue capto

mi atención. Trenán, la más ponzoñosa de las tres, propició un

repentino enfrentamiento con Tarsó, cuando sugirió que las

acompañara a conocer algo llamado, Elodargás.- Le n otifiqué.

-¡¡Elodargás!! ¿Estás segura de que pronuncio ese n ombre?-

192

-Sí, estoy del todo segura, tanto es así, que Tarsó , la enmudeció

de inmediato lanzándole una telaraña a la boca. Con este

repentino impulso, consiguió sellar los labios de s u hermana,

quien parecía estar dispuesta a revelar por despech o, algo

realmente importante para ellas. Después añadió qu e todavía no

era el momento.- Le confirmé.

-¡¡Elodargás!! ¡En la memoria del tiempo se pierde el recuerdo

de este nombre! El cristal de fuego.

Cuando la tierra de las puertas era joven, y estab a bajo el

precepto del concilio de los magos, uno de ellos, a mbicionando

todo el poder, robó el cristal del conocimiento uti lizándolo en

propio beneficio. Durante la batalla de los magos, estos lo

derrotaron. Su castigo fue el destierro permanente, a un mundo

paralelo exento de vida. Los magos, sellaron la pue rta de ese

mundo perdido, con un fuerte conjuro. Desde entonce s el cristal

se dio por desaparecido. Nunca se volvió a saber de él. Durante

mucho tiempo, los magos se reunieron, tratando de a lcanzar un

pensamiento único, con respecto a la ubicación de l as puertas

dimensionales, resolviendo finalmente que estas, de bían ser

trasladadas a otro enclave desconocido, para sumirl as

193

nuevamente en el anonimato. Los magos abandonaron

voluntariamente el reinado sobre la tierra de las p uertas,

entregando a cada raza existente, el gobierno de lo s territorios

que poblaban.

Ahora entiendo cosas que se escapaban a mis razona mientos.

Skrár no es otro que el mago desterrado. No sé cómo ha podido

liberarse de su cautiverio, pero seguro que el cris tal de fuego

tuvo mucho que ver en ello.-

-Pero si Elodargás, tiene tanto poder, ¿cómo es que todavía el

poseedor de almas ignora dónde se levantan las puer tas

dimensionales?-Pregunté.

-Elodargás, era el cristal único, dónde el concilio guardaba toda

su sabiduría, cuando lo sustrajeron, se dieron cuen ta del daño

que este podía causar en malas manos, fue entonces, cuando se

crearon los doce cristales Viracocha, uno para cada mago. De

esa manera, si por malignos designios fuera usurpad o

cualquiera de ellos, no tendría poder sobre el cono cimiento de

los restantes, y el daño causado por este, sería fá cil de reparar.

194

Una vez que el cristal de fuego pasó a manos del po seedor de

almas, dejó de recibir los conocimientos de la conv ención, y con

ello, perdió la sabiduría que en posteriores reunio nes se

desveló.

El anonimato cubrió todo rastro del lugar dónde se encuentran

las puertas, por eso es tan difícil, aun para nosot ros, hallar el

sitio que las alberga.- Me explicó con detalle Gea.

-Sigo sin entender. Si es tan importante para el en emigo, ¿cómo

es que lo tienen las Xánimas en su poder?- pregunté otra vez.

- Sospecho que el de las Xánimas, no es autentico, más bien

será, una réplica creada por Skrár, con el fin de v igilar y

controlar los movimientos de sus más letales subord inadas. –

Dedujo la señora de la tierra.

-Me siento cansada.- Hice notar, mientras me sujeta ba el cuello

buscando una posición de alivio.

-Toma, bebe. Cuando despiertes, no recordarás nada de este

sueño. Solo notarás, la grata sensación del descans o en tu

cuerpo. De tal manera si te preguntan por tu siesta , no podrás

mentirles, y ellas estarán satisfechas de saberlo. Cuando

195

vuelvas a dormirte, te volveré a traer a Nede y tu memoria

volverá a ti, pero tal efecto solo será posible en mí presencia.

Al mínimo indicio de tu evolutiva transformación, d ejaremos de

encontrarnos. Tu carácter cambiara radicalmente hac ia una

posición insostenible para ambas. Te unirás a la so mbra, como

un espectro alimentado de perversión, al igual que las Xánimas.

Ya no serás Ándra, la valerosa guerrera del acero, en la cual los

más indefensos, encontraban la ayuda que necesitaba n.

No debes entristecerte por ello amiga mía, el desti no es

incontrolable y todo sucede como tiene que suceder. Lo que

está escrito en las páginas del futuro, no se puede cambiar en el

hoy, por mucho empeño que pongamos en ello.- Así me habló la

savia Gea.

-Antes de volver a ese terrorífico mundo que predic es para mí, y

convertirme en lo que más odio, me gustaría tener n oticias de

mis amigos. –Sugerí.

Las imágenes tornaron al punto, dónde Arnowa, abría el libro

Azul, para tomar una decisión, sobre continuar por Sytrá, el

196

laberinto de coral, o regresar al bosque Sadárod, e n función de

lo que este le mostrara.

197

CAPITULO 9

CAUTIVERIO

Las páginas dejaron ver unos trazos de escritura d esconocida,

después, dibujó una senda árida, con una verde coli na al fondo

que desaparecía y volvía con intermitencia. Consecu tivamente,

unos Hompajaros enjaulados, prestaban auxilio a otr as razas

mal heridas.

Nada más desvelaron.

198

Cuando Arnowa termino de relatarle a Yánsy lo que h abía visto,

este así hablo:

-Aunque creo que es una sabia advertencia, no sé có mo

interpretar eso de los árboles que aparecen y desap arecen.-

-Ninguna de las alternativas es buena, pero tendrem os que

decidirnos por una. Mis labios resecos, tienen la i mperiosa

necesidad de refrescarse con un poco de agua fresca . Ésta será

nuestra prioridad más inmediata.- Argumentó Arnowa.

-No, si no estoy en discordancia contigo, sólo qué ¿Tú ves algún

indicio de humedad resbalando por esos polvorientos y

cuarteados fantasmas coralíferos? Si es así, házmel o saber de

inmediato, porque entonces tendría que empezar a pr eocuparme

por los desmesurados signos de ceguera que destilan mis ojos.

- Ironizó con aspavientos el Karnáko.

-Yánsy, sólo digo que ésta debería de ser nuestra p rioridad. Ya

sé que será complicado encontrar algún resquicio de agua en

esta zona, pero no debemos rendirnos antes de tiemp o, además,

en nada nos beneficia el sarcasmo.- Se enfado la ar pía.

199

-Perdona Arnowa, no pretendía ser insolente. En oca siones no

puedo dominar mi irascible comportamiento.- Se disc ulpó el

Karnáko.

-No hay nada que perdonar querido amigo, todo es pa rte del mal

estar que soportamos. Yo tampoco soy muy buena comp añía

cuando me encuentro abatida.

No te muevas de aquí, me arriesgaré aleteando un po co hacia lo

más alto. Tal vez divise alguna formación que nos p roporcione

el suficiente abrigo para descansar un rato.- Le or denó con una

abierta sonrisa Arnowa.

La arpía se elevó rauda, batiendo sostenidamente s us alas en el

vacío, y observando minuciosamente hasta donde la v ista le

alcanzaba. Sus ojos penetrantes se tropezaron con l o que

parecía ser, un débil chorro de agua que resbalaba por unos

corales desgastados. Se acercó con mucho tiento, ex aminando

sobre el terreno la zona.

El deslizar continuado del agua, había creado en el lugar, un

diminuto estanque de agua limpia.

200

Arnowa, rastreo unos minutos las cercanías, buscand o indicios

que le revelaran movimientos enemigos, pero, al no descubrir

huellas recientes, dio por seguro el territorio.

Retornó junto a Yánsy, quien obedientemente, la esp eraba

sentado al borde del camino, descansando su espalda contra un

árbol.

Después de comentarle lo que había encontrado, ambo s se

dirigieron volando al lugar.

Una vez en tierra, llenaron las cantimploras y saci aron la sed.

Cuando estaban dispuestos para emprender nuevamente la

marcha, Yánsy se percato de lo siguiente:

-Arnowa, fíjate, estamos en el camino que nos mostr aba el libro.-

-¿Qué?- Se sorprendió la arpía.

-Sí, mira, es la verde arboleda a la que él hacía r eferencia.-

Observó el Karnáko, mientras alargaba su brazo señ alando

hacia el norte.

201

-¡Qué raro! demasiada aridez nos rodea para que exi sta una

zona verde en las cercanías. Cuando me elevé no la vi. No me

gusta. No me gusta nada.- Mostró su desconfianza Ar nowa.

-Extraño sí que lo es, casi tanto, como el haber en contrado agua

cuando más la necesitábamos. Lo único que podemos h acer al

respecto, es acercarnos a investigar.- Argumentó el Karnáko.

-No se Yánsy, el libro siempre nos muestra adverten cias para

que tengamos sumo cuidado con lo que se avecina. Me parece

demasiado aventurar.- Le contestó Arnowa con rostro

preocupado.

-No tenemos elección. Mira en derredor, nos queda i r hacia el

pulmón natural o por lo contrario, volver nuevament e. Tú

decides.-Dijo el Karnáko, cediendo la responsabili dad a la arpía.

- Ese ambiente me parece irreal. Siento acrecentar la duda en mi

interior.- Titubeó Arnowa.

-Nada podemos perder por atrevernos a investigar el bosque.

Los árboles son densos, proporcionándonos un buen e scondite

en caso necesario. – Evidencio el Karnáko.

202

-Está bien, planearé en esa dirección. Vamos.- Acce dió con

recelo la arpía, tomando a Yánsy en sus brazos, par a

consecutivamente salir volando.

Raudos alcanzaron la zona, pero cuando se disponían a posarse

en el suelo, notaron una fuerza irresistible que lo s imantaba

hacia el interior boscoso.

El campo gravitacional, los empujaba sin elección, hacia el

perímetro arbolado.

De súbito, se escucharon fuertes carcajadas.

El bosque desapareció repentinamente, mostrando una gran

jaula de dimensiones incalculables, ocupada involun tariamente,

por una gran población de diferentes especies. Las casas

decrepitas, dejaban adivinar, lo que en tiempo atrá s, había sido

una pequeña población del entorno. Los cautivos mor adores del

lugar, al verlos aparecer, salieron tímidamente a o bservar como

fantasmas en silencio.

No cabía duda alguna, aquello era una prisión al ai re libre, sin

puertas exteriores ni brechas abiertas para un posi ble escape.

203

Fuera del espacio enrejado, un gran ejército de Fau nos se

felicitaba por la nueva captura.

-Dos esclavos más. Nos serán de utilidad.- Se congr atuló uno de

ellos.

- Si, si, sobre todo el Karnáko. Pagarán bien por é l. Tenemos

que preparar una buena subasta.- Añadió otro.

-Te dije que el espejismo era lo más efectivo para capturar a los

rebeldes. No sé muy bien por qué, pero los verdes l os atraen

como la miel a las moscas.- Se enorgulleció otro.

A todo esto, Arnowa y Yánsy, permanecían inmoviliza dos, al

igual, que dos figuras congeladas en el momento.

Un grupo bien armado de Faunos, los engrilletaron d e pies y

manos, al tiempo que la voluntad individual de los capturados,

volvía a pertenecerles.

La arpía y el Karnáko trataron de prestar resistenc ia, pero de

inmediato fueron sometidos, e introducidos a la fue rza en el

terreno carcelario. Una vez dominados, les colocaro n unos

collares de pinchos en los cuellos.

204

Uno de los carceleros, les quitó las mochilas, hurg ando en el

interior de las mismas.

En la de Arnowa, se topo con el libro azul, quien n o cambió de

tamaño al entrar en contacto con la garra del fauno .

-Que objeto más extraño. ¿Para qué sirve?- Le pregu ntó

mirando fijamente a Arnowa.

-Sólo es un libro.- Contestó ella, dolorida y tendi da en el suelo.

-Libro. Interesante. Quizás nos sea de alguna utili dad. Se lo

entregaremos a nuestro amo.- Dijo el Fauno.

-No sirve para comer, eso puedo asegurártelo.- Añad ió con

sarcasmo el Karnáko.

-No tendrás tiempo de mofarte cuando acabe con tu m iserable

vida.- Le chilló la bestia, mientras descargaba con furor su

negro látigo, sobre el cuerpo indefenso del Karnáko .

El fustigador, aun sostenía en una de sus manos el libro, cuando

este, empezó a despedir una luz añil muy intensa. L os golpes

cesaron, y sorprendido, lo dejó caer al suelo, cont emplando con

asombro, su desintegración sobre el polvoriento ter reno.

205

-¿Dónde está? ¿Qué clase de brujería es ésta? ¡Tráe lo ahora

mismo de vuelta!- Ordenó enfurecido, dirigiendo sus ojos

iracundos hacia la arpía.

-No puedo, no sé qué ha pasado.-Contesto ella.

-¡Te ordeno que lo obligues a volver!- Insistía, si n dejar de

castigarla.

Arnowa, desfalleció debido al dolor, y el fauno, al comprobar

que nada se podía hacer para que volviese el libro, se dio media

vuelta para reunirse con el resto de las tropas.

Yánsy, también mal herido, intentó como pudo auxili ar a su

maltrecha compañera, pero ésta, todavía sin conocim iento, no

respondía a los intentos de reanimación.

Ante la evidente desesperación del Karnáko, acudier on los que

por miedo a represalias, hasta el momento se habían mantenido

ocultos. Con su ayuda, llegaron hasta el interior d e una ruinosa

vivienda, y una vez allí, los acostaron en lo que s imulaban ser

unos lechos de paja. Tras ellos, aparecieron otros, portando

brebajes, gasas y todo lo necesario para curar las heridas.

206

Dicho proceder, señalaba claramente, la cotidianida d de aquella

situación.

Había un gran número de razas cautivas, entre los q ue se

encontraban los Hompajaros, quienes por el vínculo afín que

siempre habían mantenido con las arpías, prestaron constante

atención, a las lesiones de los recién llegados.

Largo tiempo pasó, hasta que Ambos, medianamente

restablecidos, pudieron caminar por pie propio.

Los Faunos, eran seres crueles. Mataban a los débil es y

enfermos, sin ningún tipo de excepción.

A menudo llegaban tropas al lugar para escoger a nu evos

esclavos, distribuyendo la mercancía, en función de las

necesidades requeridas.

En un momento de soledad con Yánsy, Arnowa comentó :

-Ya no lo tengo. Se ha ido.-

-¿El libro?- Preguntó el Karnáko

-Sí, ya no me pertenece.- Afirmó, con la vista perd ida en no se

sabía dónde.

207

-Seguramente habrá vuelto al amparo de la urna, de la cual te

fue confiado. - Dijo Yánsy convencido de ello.

- Lo sé, pero es que parte de mí, parece haber part ido con él. Me

siento vacía.- Volvió a decir Arnowa con ojos vidri osos.

La conversación fue interrumpida por la llegada de un

Hompajaro, quien sostenía en una mano vendas limpia s, y en la

otra, un cuenco medio lleno de un líquido naranja.

-Vamos, miremos que tal van esas heridas.- Dijo con evidente

entusiasmo.

Bajo una imponente acacia reseca, apoyaron sus espa ldas.

Mientras consentían las curas del Hompajaro, escudr iñaron con

la minara su entorno.

No se veía movimiento alguno de tropas al otro lado de los

barrotes.

A escasa distancia de ellos, los enfermos y heridos , unos

sentados en el suelo, otros caminando con lentitud, se reunían

en grupos reducidos.

Sus lánguidos ojos, mostraban la desazón que los em bargaba.

208

-Esto tiene muy buen aspecto. Las heridas están cas i curadas.-

Dijo el Hompajaro satisfecho.

-¿Cuánto tiempo llevas en este deprimente lugar?- S e interesó

Yánsy, volviendo su atención al sanador.

-Hace tanto ya, que la memoria no recuerda. Al igua l que

vosotros, buscábamos un lugar verde y espeso dónde

guarecernos del enemigo, pero, para que contar, el resto ya lo

sabéis.

No intentéis bajo ningún pretexto, deshaceros de lo s collares.

La muerte sería larga y agónica pues, están conecta dos a un

mecanismo que advierte a los faunos.- Les aconsejó el

hompajaro.

- No entiendo tanta pasividad. Les superamos en núm ero y

podríamos intentar…-

-Yánsy, ¿Por qué no prestas atención a lo que te di cen? ¡Ni se te

ocurra pensarlo!- Le interrumpió Arnowa.

-Sabia es la arpía, Karnáko, sigue sus consejos y t e aseguro que

durarás más tiempo.- insinuó el hompajaro.

209

Arnowa, se fijo apenada en las cicatrizadas alas de l sanador.

Estas habían sido mutiladas, dejándole solamente la mitad de

ellas.

Supuso que tal barbarie, fue producida por las best ias captoras,

con el propósito de que los alados, fueran de más f ácil manejo.

Entonces, volvió su cabeza hacia las suyas, deseand o no correr

la misma suerte.

-No temas pequeña, si no te revelas en su contra, c onservarás

las tuyas.- Le dijo con gran apacibilidad el curado r, adivinando

los pensamientos de la arpía.

-Desconocemos tu nombre buen amigo. El mío es Arnow a y este

testarudo que me acompaña, Yánsy.- Se presentó la a rpía.

-En un lugar como este, los nombres no sirven de mu cho, pero

para vosotros soy, Onzébol. Así solían llamarme.

Recuerda pequeño amigo, las mejores alianzas se for jan en

cautiverio o represión, pero todo a su tiempo. Somo s muchos,

sí, pero débiles y cansados, faltos de fuerzas y ar mas, para

210

enfrentarnos abiertamente con las huestes enemigas. -

Argumentó dirigiéndose al Karnáko.

Más allá del horizonte, en dónde se perdía la vista , se levantaba

una nube de polvo.

-Rápido, a las viviendas.- Apremió con nerviosismo Onzébol,

mientras los ayudada a incorporarse.

El lugar, quedo en un instante desierto.

Con miedo en los contraídos rostros, los cautivos s e apretaban

al amparo de aquellas ruinosas moradas.

-¿Qué pasa?- Preguntó el Karnáko mirando a Onzébol con afán

de una respuesta, mientras se prensaban ente sí, en una de las

estructuras.

-Vienen tropas a por esclavos.- Contestó Onzébol ca si en un

susurro.

En el exterior, se escucharon gritos de mando, voce s

entremezcladas, finas y chillonas. Los faunos se pr eparaban

para recibir a los posibles compradores.

211

Un numeroso grupo armado, entró en el recinto, obli gando a

salir por la fuerza, a todos los cautivos.

Los pusieron en formación por razas, seleccionando a los más

fuertes al frente.

Yánsy fue escondido con rapidez por un grupo de Hom lobos,

tras una cámara oculta en la pared, mientras los de más,

impedían la visión de tal maniobra, creando disturb ios.

Una vez estuvieron calmadamente amansados y en perf ecta

formación, los jefes faunos, dieron órdenes a sus s ubordinados,

para que la subasta quedase abierta.

Los exhibían por grupos y a petición de los comprad ores.

- Este tiene buenos brazos. Será de utilidad en la forja- Dijo un

jefe Grúns, toqueteando la musculación de Onzébol.

En un arrebato de ira, el Hompajaro consiguió zafar se de los

cuatro faunos que lo sujetaban, pero el collar actu ó de

inmediato, tirándolo al suelo inconsciente.

El jefe Grúns, dio un salto atrás, esquivando el de sesperado

enviste del que ahora besaba el terreno.

212

-Demasiado agresivo. Nos traerá problemas. Deberíai s

someterlo a una dosis elevada de disciplina antes d e ponerlo en

subasta. No me lo llevo.- Se quejó con agresividad corporal el

alto cargo Grúns.

-Perdonad señor, así lo aremos- Se disculpó sumisam ente, el

fauno supervisor de esclavos.

Sin decir más, el Grúns, continuó inspeccionando el resto de la

mercancía.

Casi al instante, una patrulla de faunos, se llevó a Onzébol fuera

del recinto carcelario.

Arnowa, sin poder resistirse, pregunto en susurro, al enano que

tenía a su derecha:

- ¿A dónde se lo llevan?-

- No quieras saberlo niña.- Le respondió gentilment e.

- ¿No irán a…?- Arnowa no había concluido todavía l a frase,

cuando el enano la interrumpió diciendo:

213

- Tienes que saber que en este lugar, existen cosas más

horripilantes que la muerte. Por desgracia, no en p ocas

ocasiones, la deseamos realmente.-

Arnowa, se paró a observar las múltiples cicatrices que el

aguerrido enano, mostraba en la desnudez de sus bra zos y

rostro.

Su espesa y blanca cabellera se trenzaba cayéndole por encima

de los hombros, dándole un aspecto de solemnidad.

Fue entonces cuando la arpía se percató, de que aqu el con

quien hablaba, no era un enano corriente.

Después de varias horas, la subasta se dio por fin alizada.

Los compradores cargaron de grilletes a sus adquisi ciones,

preparándolos para la partida.

Los jefes encabezaban la caravana en sus diabólicas monturas,

seguidos a pie por los esclavos.

A la voz de…

- ¡En marcha!-

214

Se alejaron al paso, con el chasquido de los látigo s en el suelo.

Había tristeza en sus rostros, lagrimas en sus meji llas, orgullo

en algunas miradas e ira controlada en otras.

Yánsy salía de su escondite al tiempo que Arnowa en traba en la

vivienda acompañada por Rhom, el enano.

-Agazapado como una rata, esto no es digno de un Ka rnáko.-

Protestó

-Peor suerte han corrido otros. Tolo lo que escasea , con el

tiempo se convierte en algo de gran valía para el q ue lo necesita.

No sois efectivos en los trabajos de extrema dureza debido a

vuestra frágil constitución, pero sí eficaces en la s tareas de

servidumbre. Los altos rangos enemigos, solicitan

constantemente Karnákos, bonificando generosamente a

quienes se los suministran. Hoy as tenido suerte, q uizás

mañana no tengas la misma, así que, date por afortu nado.

Por tu propio bien, mantente fuera de la vista de l os faunos-

Finalizó aconsejándolo Rhom, con su tosca voz.

215

Minutos después, una campana sonó en el exterior, a nunciando

el suministro de alimentos.

Los carceleros repartieron las raciones de comida e n el centro

de aquel deprimente entorno.

Arnowa en compañía de Rhom, salió a por la suya, no

consintiendo bajo ningún pretexto, que Yánsy los ac ompañara.

En las cercanías, se podía divisar con claridad, el ir y venir

continuo de las patrullas enemigas.

La gran mayoría de los que partían encadenados, no

regresaban, y los que tenían la suerte de volver, s e veían

extenuados por el cansancio y la fatiga. Sus manos y pies,

chorreaban sangre, y en sus flacos cuerpos semidesn udos, se

mostraban las huellas de los látigos.

Al poco, Un Fauno ataviado con brillante armadura, se incorporo

a la guardia que controlaba con látigos castigadore s y hachas

bien afiladas a la multitud.

-Registrar a fondo las barracas, que nadie se quede sin comida.-

Ordenó.

216

-En seguida señor.- Le respondió uno de los cargos con menor

rango.

Arnowa, con aire preocupado, miró a Rhom, quien un poco más

allá guardaba formación con otros enanos.

Él, entendiendo la inquietud de la arpía, le indicó con gesto

disimulado, que mantuviese la calma.

De las viviendas, los faunos fueron sacando a Arpía s heridas,

niños amedrentados, enanos, casi sin fuerza, y a al gún karnáko

que se había escondido, entre los que se encontraba Yánsy.

Los agruparon a todos y los llevaron a presencia de l gran jefe,

para que el decidiera la suerte de estos.

-Mmmmm, veo que no tenéis hambre, hagamos pues sele cción.-

Dijo Etréum, con torcida sonrisa y fría mirada.

Y como bien haba dictaminado, solo dejó con vida a los más

fuertes. Yánsy tuvo la suerte de ser uno de esos.

La rabia contenida de los reclusos se palpaba en el ambiente.

Rhom, sin poder resistir tanta crueldad, fue el pri mero en

romper filas, y la mecha detonadora de la rebelión en masa.

217

Las tropas faunas sofocaron el alboroto con suma fa cilidad,

consiguiendo con rapidez el control de los sublevad os.

Los cautivos nada podían hacer, ante las tropas arm adas.

Arnowa apretaba los dientes contra el suelo, mientr as era

dominada por sus carceleros. No lejos de ella, Rhom se retorcía

de dolor, mientras miraba con ojos extraviados, a l os que

continuaban asestándole fuertes golpes.

Mientras era férreamente encadenada, la arpía miró hacia lo alto,

buscando alguna grieta o defecto en el armazón de h ierro que

formaba la techumbre, pero para su desgracia, no en contró

ninguno.

Los gritos de Yánsy, le hicieron volver la vista ha cia el tumulto,

descubriendo muy a su pesar, que el Karnáko era con ducido por

sus captores, hacia el exterior del recinto.

Ella grito desesperadamente su nombre, y sus mirada s se

tropezaron un instante. Las últimas palabras del Ka rnáko antes

de desaparecer de su vista fueron:

- Arnowa, no te rindas.-

218

-Dejarlo Ratas abominables- Gritó ella.

-Tu preocúpate de estar en perfectas condiciones pa ra el

trabajo, de lo contrario solo serás un inútil bicho al que

tendremos que sacrificar.- Le recriminó uno de los faunos sin

dejar de azotarla.

Cuando la revuelta estuvo del todo sofocada, los so ldados

abandonaron el lugar para refugiarse en sus cómodas tiendas.

El silencio era casi tan deprimente, como las escen as que se

estaban viviendo.

Los heridos se levantaban como podían, buscando el cobijo de

las moradas.

Los que habían sufrido menos daño, se encargaban de aliviar

las heridas con mayor gravedad.

Rhom, en un acto de voluntad heroica, se enderezó a duras

penas yendo al encuentro de Arnowa, quien imposibil itada,

yacía en el cuarteado y polvoriento terreno.

-Vamos niña, hagamos un último esfuerzo.- Le dijo R hom

mientras trataba de ayudarla a incorporarse.

219

220

CAPITULO 10

VOLVIENDO AL PRINCIPIO

Aquellas imágenes suspendidas en el aire tranquilo de Nede, se

fueron desvaneciendo en el mismo, hasta desaparece r

completamente.

-Ahora ya sabes el destino que han sufrido Yánsy y Arnowa.-

Dijo la voz de Gea.

221

-No queda esperanza en la tierra de las puertas.- A firmé

pensativa y cabizbaja.

-Es hora de volver Ándra, las Xánimas pronto reclam arán tu

presencia.- Me indicó la señora de la tierra.

-¿De qué sirve todo esto? Tanto sufrimiento.- Pregu nte

indignada ante la impotencia que sentía.

- No desesperes Ándra, aun en la más absoluta oscur idad, existe

un hilo de luz al que agarrarse. – Añadió Gea.

- Tal vez tengas razón, pero yo ya seré quien no qu iero ser.

Trataré de alimentar el conocimiento mediante maqui naciones,

engaños y delitos sangrientos, al lado de mi enemig o. Irónico

¿no? Todo pasará a formar parte de un pasado que no existirá

en mi presente. Y qué decir de mis amigos….

Sáde, suspendida en un letargo del cual no se sabe si

despertará algún día, y aun en el caso de lograrlo, su

recompensa final será la muerte.

Nidos y Nidrás, encarcelados a la sombra espectral de aquellos

a quienes protegían.

222

Yánsy, el dulce y apacible Yánsy, condenado a no se sabe que

terribles designios.

Por último, la fiel Arnowa, encarcelada sin posible escapatoria,

en espera de algún indigno cometido.

-A cada cual nos ha tocado desempeñar un papel no e legido,

pero Ándra, todos tenemos que aceptar que los cambi os

producidos por estas adversas circunstancias, traer án nuevos

tiempos y sabia renovada, en donde surgirán nuevos héroes que

lucharan sin tregua por la libertad de los pueblos, y eso amiga

mía, es realmente esperanzador.- Dijo Gea intentand o que sus

palabras me sirvieran de consuelo.

-Siento el corazón tan oprimido por el dolor, que me niego a

esforzarme para llegar a entender el propósito fina l de tanta

vileza. - Contesté

- Nada se pierde del todo, ni los triunfos son siem pre felices.-

Añadió ella.

Al poco me desperté. Mis anfitrionas volvieron a ll amarme con

voces lisonjeras.

223

Una vez más, me encaminé por aquel pasillo asfixiad o de

espejos, hasta la puerta que conducía al exterior, aunque, esta

vez, no fue así.

El escenario que en esta ocasión me mostró al abrir la, era otro

muy diferente.

Entré en una amplia cámara funeraria, en donde ardí a un fuego

avispado, procedente de una gran pira en el centro de la misma.

Allí estaban las tres Xánimas, esperando mi llegada con amplias

sonrisas. Crucé un suelo de piedra labrada, y segui damente, me

invitaron a ocupar un trono vacío al lado de los su yos.

-Esta es la cámara real de nuestras ancestrales pro genitoras.-

Dijo con solemnidad, Tarsó.

Miré a mi alrededor, y lo único destacable a parte de la gran

llama del centro, eran las tumbas de mármol rojo, c oronadas,

cada una de ellas, por bellas efigies femeninas.

Tras unos minutos, unos seres encapuchados de quien es sólo

se podía distinguir dentro de aquellas negras vesti mentas, unos

ojos fríos y penetrantes, entraron en la sala.

224

Rodeando el fuego central con ritual ceremonioso, i niciaron

unos cánticos.

Uno de ellos, el que se diferenciaba de los demás, por el color

morado de su vestimenta, se acercó a nosotras, ofre ciéndonos

con lacias manos de largas uñas blancas, una copa llena de un

raro liquido. La primera en beber de ella, fue Tars ó.

La dorada copa pasó de mano en mano, hasta que lleg ó a mí

turno.

Miré dentro con extrañeza. El brebaje, tenía un col or rojo, como

el de la sangre humana, y cuando me lo acerqué a lo s labios,

noté que estaba tibio. Su textura era espesa. Tuve que hacer un

gran esfuerzo para tragármelo, pero al final, cerr é los ojos y me

lo engullí de golpe.

Las hermanas, aplaudieron satisfechas.

-Ándra, lo que has hecho nos complace. Ahora podrás compartir

con nosotras, el gran honor de estar en presencia de nuestro

sumo señor. Es la hora...- Dijo Tarsó orgullosa.

225

-Ven, acompáñanos. – Me invitó con un elegante adem án

Tumbiól.

Dicho esto, nos encaminamos a una sala contigua, ad ornada

con tules negros, e iluminada, por fuegos escupidor es de

coloridas llamas, que surgían inesperadamente de la s paredes.

Rodeamos el círculo central en donde se levantaba u n pedestal

de brillantes matices, en el cual, reposaba ostento samente, una

forma cristalinamente llameante, de aspecto frío.

-Ándra, te hayas ante Elodargás, el cristal fogoso del

conocimiento. Escasos ojos, han tenido el privilegi o de

contemplar tan valioso objeto, tú eres una de pocos . Ahora, por

favor, silencio.- Ordenó Tarsó con tono templado.

Las tres Xánimas unieron sus manos a las mías,

posicionándolas sobre la llama, y convocando así, la presencia

del poseedor de almas.

Una voz profunda como la noche, inundo la estancia haciendo

temblar el suelo.

En ese momento, las Xánimas, empezaron a levitaban danzando

etéreamente, y yo, sin saber como, las imité.

226

Veo que habéis ampliado en número.- Dijo aquella vo z siniestra.

- Si, mí señor. Es una captura valiosa. Consideramo s que puede

serviros tan ciegamente como lo hacemos tus más fie les

siervas.- Contestó Tarsó.

-Todavía huelo a sangre humana.- Hizo notar el pose edor de

almas.

-No tardará mucho en desaparecer ese pestilente hed or.

Nosotras nos encargamos, pero antes de continuar,

deseábamos obtener tu beneplácito.- Le aseguró sumi sa la voz

de Tarsó.

-Que así sea, la ungiré con el don de la ira. – Sen tencio el

poseedor de almas.

Una bola de fuego, atravesó mí pecho, y a partir de ese mismo

instante, comencé a notarme diferente. Mis recuerdo s se

desvanecían como el humo en mí mente. Ya no sentía

animadversión hacia las Xánimas, más bien todo lo c ontrario,

me infundían un vinculo de proximidad. Mi mente se esforzaba

por recordar, pero me sentí desfallecer.

227

Cuando volví en mí, me encontré nuevamente en la qu e ya

consideraba mi habitación.

Sentí como la vida corría apresuradamente por mis v enas. De

súbito, tuve la imperiosa necesidad de salir al ext erior, pero al

incorporarme, me detuve, pues vi una imagen que no era la mía,

reflejada en el espejo. Mí nuevo aspecto me sorpren dió; tanto

que, me tome unos instantes para recrearme con sati sfacción,

en aquella diferente fisonomía.

Mi cuerpo había cambiado, y me gustaba dicha aparie ncia.

Ahora era una Xánima más. Sonreí maliciosamente a m i nuevo

yo, dejándome conducir por esas nuevas facetas que ahora me

hacían sentir lascivamente hermosa.

Salí de mi alcoba y eché a correr por el pasillo, a l llegar a la

puerta, no tuve que tratar de adivinar a donde me c onduciría,

simplemente, lo sabía. Mis hermanas me esperaban en el

pórtico, orgullosas por el logro conseguido. Ahora, ya era parte

de la familia.

-¿Quieres que paseemos un rato por el castillo?- Me preguntó

Tarsó.

228

-¡Claro! ¡Estaba deseando que lo sugirieras! Me ape tece conocer

a fondo cada rincón de este magnifico lugar.- Dije con gran

entusiasmo.

Cuando descendíamos hasta la primera planicie, un G rúns

estaba a punto de tocar la campana.

-Ándra, ¿Por qué no te encargas tú? Así te irás fam iliarizando

con los lacayos.- Me susurró Tarsó.

-¿De verdad puedo?- Inquirí como una niña pequeña a quien se

le está otorgando permiso para degustar una golosi na

habitualmente prohibida.

-¡¡Por supuesto hermana!!- Dijeron las tres a coro.

Me acerqué al Grúns, y dije con severidad:

-¿Qué nuevas traes?-

El Grúns alzo la mirada y entonces me indigné:

-¡Insolente! ¿Cómo te atreves a mirarme? ¡Arrastrar te como el

gusano que eres, y no oses levantar ni un instante tu vista

repugnante del suelo!- Dije amenazante con una esf era de fuego

que repentinamente se había formado en mi mano.

229

Sentí como el poder aumentaba en mí, alimentando un extremo

egocentrismo.

-Perdonad mi señora, los viles ojos de este siervo. - Me contestó

obediente.-

-¡Habla reptil, antes de que se agote mi paciencia! - Volví a

gritarle.

-Los hompajaros acampan en la primera planicie del castillo

esperando vuestras órdenes.- Me comunicó.

-¡¡Eso nos complace!! ¡Regresa a tu puesto de inmed iato!- Le

ordené.

El Grúns, descendió por el sendero como perseguido por un

rayo, y a mis espaldas se escucharon aplausos y ris as.

-Bravo, así se le habla a un esclavo.- Dijo Trenán acercándose.

-La chica promete.- añadió Tumbiól.

-Ya os dije, que sería una estupenda alumna.- Se en orgulleció

Tarsó.

230

Me sentí especial. Con gran poder a mí alcance. Due ña de mi

voluntad. Despojada por completo de todo temor.

Descendimos hasta la primera explanada en dónde ent re otras

tropas, se encontraban los recién llegados. Cuando nos vieron

aparecer, todos se inclinaron a nuestro paso. Tarsó alzó la mano

pidiendo silencio, y cuando los vivas cesaron, habl ó con voz

alta y clara:

-Tenemos un gran problema que solventar. Que todas las

patrullas se preparen para dar caza a los alados. N uestro amo y

señor, espera en la torre de Argén, la noticia de q ue hemos

sometido a todos los rebeldes. No tengáis piedad. ¡ ¡Sangre!!-

Gritó.

-¡¡Sangre!! ¡¡Sangre!!- Corearon las tropas al tiem po.

Unos cánticos oscuros que sonaron en mis oídos

deliciosamente, acompañaron la marcha del ejército, mientras

Tarsó, se dirigía al capitán de los hompajaros indi cándole con

un ademán que nos siguiera.

-Cuéntanos, Tábian- ¿Cuál es la estrategia prevista ?- Se intereso

la xánima.

231

-Pues veréis, los espías infiltrados en territorio Grésnar, me

comunicaron hace unos días que estaban tapiando con enormes

piedras, los principales accesos terrestres, por lo que a las

tropas de a pie, se les ha ordenado mantenerse a la espera,

hasta que consigamos el control del terreno y halla mos dejado

libres de obstáculos las entradas principales del l aberinto.- Le

comunicó el capitan Tábian.

- Presiento que no será tarea fácil pues, el castil lo de Grésnar,

es una de las fortificaciones mas sólidas que se co nocen dentro

de este plano dimensional.- Hizo notar Tumbiól.

- Cierto, como bien has destacado, no es un objetiv o fácil, pero

para nuestra posible victoria, contamos con aquell os que desde

hace ya largo tiempo, conviven dentro de la fortale za como

meros observadores. Ellos nos abrirán las puertas d el castillo

en cuanto se les de la orden.- Explicó Tábian, el c apitan

hompajaro.

- Veo que lo tenéis todo bien calculado, pero aun a sí, no me

fiaría demasiado de aquellos hompajaros que dicen s er nuestros

aliados. Ten presente, que lo que les une es un vin culo

generacional muy fuerte. Tú, mi buen capitan, deber ías de

232

saberlo mejor que nadie. No se rompe con unas pocas monedas,

tan añeja relación.- Dijo Tarsó, versada en el cono cimiento

profundo de ambas razas.

-Eso no me preocupa, pues realmente no son hompajar os, ni

tampoco arpías los que con ellos se mezclan, aunque esa sea su

apariencia externa.

Es larga la historia que nos ha llevado a separarno s de los

nuestros, y tampoco es el momento de relatarla, sol o por encima

os diré hasta que punto mis gentes y yo profesamos fidelidad

absoluta al gran señor. Habiendo sido expulsados de nuestro

reino y obligados a vagar sin territorio propio dur ante décadas,

por fin y gracias al ofrecimiento de Skrár, los err antes hallamos

amparo en Rasnól, fortificación situada en la isla del lago negro.

Solo diré una cosa más. La voluntad del devorador d e almas, en

lo que concierne a los míos, será cumplida hasta la s ultimas

consecuencias.

Uno de nuestros hechiceros, consiguió después de mu chos

experimentos, una poción que modifica la apariencia externa. Es

una formula un tanto arriesgada debido a su corta d urabilidad,

233

pero aun así, los resultados nos han favorecido muc ho, ya que,

ninguno de los infiltrados ha sido descubierto hast a la fecha, y

ese es el ingrediente sorpresivo, que derrotará a l os reinos

alados.- concluyó la explicación, el capitan hompaj aro.

-Prepara el ataque capitan, y asesta el golpe final a los

renegados. Esa es la voluntad de nuestro Amo y debe verse

cumplida de inmediato.- Ordenó Tarsó.

-Así se ara.- Dijo el hompajaro con una reverencia.

Momentos después, desde los balcones más elevados del

castillo Onreva, nosotras cuatro, contemplamos la

magnificencia del grueso de las tropas.

-Es hora del descanso. Hoy será la última vez que d uermas sola

en esa triste alcoba. A partir de mañana, tendrás u n lecho junto

a los nuestros.- Me comunicó Tarsó acariciándome l a mejilla.

Despidiéndome en segundos, estaba tumbada nuevament e en

mi cama. Sentí un cansancio extremo, pero tardé muc ho en

quedarme dormida. Cuando al fin conseguí rendirme en los

sedosos brazos de Morfeo, allí estaba Gea, esperand o mi

llegada:

234

-Hola Ándra. Ya veo que ésta será nuestra despedida . Las

Xánimas no han perdido el tiempo.- Me dijo.

-No fueron ellas, Gea, fue el poseedor de almas, él me convirtió

en lo que soy.- Conteste un tanto irascible, salien do en defensa

de las que ahora ya eran mis tres hermanas.

-Siento de verdad que estés pasando por este trance , pero era

inevitable.- Se apenó la Dama.

-No me siento mal, todo lo contrario, yo diría que más bien

liberada. Liberada de todo y de todos. Sin preocupa ciones, sin

cargas, sin remordimientos, sin dolorrrrr. – Entonc es noté que

mis ojos se iluminaban con fuego.

Gea me tocó de una palmada la frente diciendo:

-Aparta bestia inmunda, todavía tengo poder suficie nte, para

conversar con la amiga que está cautiva dentro de s u propio

cuerpo. ¡Háblame Ándra, quiero escuchar una vez más tu voz!-

-Lo siento Gea, ya no puedo controlarme, mi otro yo me domina.

Noto que estoy desapareciendo. Gea preparan un ata que aéreo.

Avisa a las arpías. Algunos de los suyos, no son qu ienes dicen

235

ser. Me faltan fuerzas.- Dijo con tono cada vez más debilitado la

que ahora os habla.

-Gracias por esta revelación amiga mía, puede que n os hallas

salvado a muchos de la aniquilación total. Espero q ue volvamos

a encontrarnos muy pronto, pero por el momento, tod o queda

dicho.-

-Sin duda, todo está más que dicho vieja. Mis herma nas y yo,

encontraremos este lugar repugnante, reduciéndolo a ceniza, y

junto con él, a ti.-

Una bola de fuego, salió iracunda de mi mano, estre llándose en

el escudo de luz, que protegía a la dama de la tier ra.

-Vuelve al abismo de dónde procedes víbora sanguina ria.- me

instó la voz de Gea.

Y desde ese momento, ya no recuerdo más. Mi otro yo , camina

con las Xánimas, derrochando maldad.

La esencia de Ándra la guerrera del acero, es la qu e os ha

relatado el comienzo del día oscuro. La misma que G ea

236

salvaguardó en esta burbuja de aire purificado, con el fin de que

mi alma no se corrompiera.

Tal fue el destino que sufrimos todos los que empre ndimos

juntos el viaje hacia las ruinas Keltoi, en las gru tas del Olvido.

Ninguno de nosotros pudo llegar a ellas y conocer a Yidaki.

Aquí, se da por concluido, el relato de cómo se ini ció el día de la

gran oscuridad.

Cincuenta años han pasado desde aquel entonces, per o, si

encontraste el camino hasta el libro, todavía quede esperanza

para la tierra de las puertas. Tu presencia simboli za un punto y

seguido en la historia, reafirmando la creencia de Gea, en la

gran capacidad que poseen las minorías, para conseg uir los

mayores logros. También es un gran triunfo para tod os nosotros

pues, tu presencia me confirma, que el poseedor de almas,

todavía no ha conseguido su propósito.

Ahora, tú, la que me escuchas, eres la segunda de l as

guardianas. Tienes el deber de proseguir con la mis ión que los

primeros elegidos no pudimos llevar a término.

237

Esta es la tarea que estabas predestinada a cumplir . Te deseo

que tengas mejor suerte que la nuestra, y entonces, podamos

conocernos en un futuro no muy lejano.

La voz desapareció y junto con ella, las imágenes h istoriadoras.

El libro quedo al descubierto, en espera de que una de las dos

arpías que habían estado atentas a todo lo acaecido , lo tomara

entre sus manos.

-Yanúr, tu eres la mayor, y creo que es a ti, a qui en corresponde

cogerlo.- Le dijo Dársun, su hermana.

-No estoy del todo segura, después de lo que acabam os de

escuchar, creo que es demasiada responsabilidad.- C ontestó

Yanúr dubitativa.

-Entonces, ¿Qué hacemos? ¿Volver como si nada hubie se

sucedido? ¡No creo que podamos olvidar el dolor, lo s agravios,

y la injusticia!

Mira a tu alrededor, estamos en el refugio de Gea. Aquí empezó

todo, y gracias al último aviso de Ándra, sobre el inminente

golpe que se preparaba contra Grésnar, nuestro pueb lo

238

consiguió desenmascarar a los infiltrados y sobrevi vir al ataque

de los hompajaros. A ella le debemos nuestro presen te.

Bajo las aguas del lago, Sáde permanece en letargo. El roble del

camino, es el que prestó auxilio a los Karnákos. La s distintas

aberturas que se expanden en diferentes direcciones , es por

dónde los centauros atacaron. Sería injusto para to dos los que

pusieron en peligro sus vidas, ignorar lo que ahora conocemos.

Por lo menos, les debemos el intentar proseguir la historia que

se escribirá en el libro azul, para que nuestros de scendientes,

en el futuro, puedan valorar el regalo que se les h a concedido,

gracias a la lucha y al sacrificio incondicional, que prestaron

gratuitamente muchos de los que ya no estarán.

Tú y yo, estamos al principio del principio- Le rec ordó Dársun.

-En ocasiones hermanita, llegas a tocar lo más prof undo y

sensible del pensamiento. Creo que esta vez, tu arg umento me

ha convencido. Aun sabiendo que son asuntos demasia do

grandes para nosotras, creo que merece la pena trat ar de

cambiar los acontecimientos para volcarlos a nuestr o favor. Ya

esta bien de tanta barbarie y mezquindad. Ha llegad o la hora de

poner patas arriba los planes del devorador de alma s. No se

239

como, pero por intentarlo que no quede.- Dijo Yanúr

contundentemente, apoyando cada una de las palabras que

había pronunciado su hermana.

-Deja ya de mirarlo tanto y no te lo plantees más. A ti te

corresponde tomarlo. Eres noble, comprensiva, sensa ta, y

además, la más experimentada de las dos, sin contar que por la

edad, te pertenece su carga.- La instó Dársun miran do fijamente

al libro.

-Está bien, yo lo llevaré, pero antes de cogerlo, pienso que

deberías regresar a los acantilados de Grésnar para poner en

conocimiento de nuestra señora lo que hemos descubi erto

hasta el momento.- Respondió Yanúr, con la intenció n de

apartar a su hermana, del gran peligro en el que se encontrarían,

si decidía acompañarla.

-¡De eso ni hablar! ¡Yo iré a donde tú vayas! Recue rda lo que me

dijiste una vez: Siempre juntas, siempre unidas. El que no quiera

llevar sobre mis hombros la responsabilidad que imp lica ser la

guardiana del libro, no significa que no desee comp artir contigo

el camino que emprendas. Si tú vas al infierno, yo te seguiré

aunque sea de lejos.- Dijo con firme decisión Dársu n.

240

-¡Ya veo que tu posición es inamovible! ¡Esta bien, que así sea!-

Se dio por vencida Yanúr, ante la afirmación de ca beza que le

hizo su hermana.

Cuando el libro tomó contacto directo con las manos de la arpía,

éste, empequeñeció de inmediato.

En el aire se proyectó nuevamente la imagen de Ándr a, la cual

dijo así:

-¡Guardiana, aquí te entrego estos tres pequeños co fres de

madera!-

Al finalizar dichas palabras, los cofres se materia lizaron ante las

expectantes miradas de las dos arpías. Luego, Ándra continuó

diciendo:

-El de color verde, atesora la sabia regeneradora d e la tierra de

Nede. Espárcela en el bosque muerto, dónde están ca utivos

Nídos y Nidrás. De esta forma serán liberados.

El marrón, encierra la magia contra los espejismos, creada por

Adár, suma sacerdotisa de Karnák, y el embrujo ener gético, para

inutilizar los collares paralizadores, regalo de Dr ía, la dama de

241

las arpías. Llegado el momento, destapa el cofre, l as dos

creaciones unidas, os ayudarán en la liberación de los que

permanecen bajo el cautiverio de los faunos.

El de color rojo, guardará mi alma purificada, la c ual se

encargará de devolver a mi cuerpo, la condición hum ana que ha

perdido, mientras permanece bajo el abominable domi nio de las

Xánimas.

Mucho tiempo ha transcurrido desde aquellos días, n o sé si

estos poderosos encantamientos servirán de algo pu es,

desconozco la realidad del hoy. Si en el camino tro piezas con

alguno de los lugares mencionados, abre el cofre q ue

corresponda.

Parte pues, con la bendición de los Edénas, que ell os iluminen

tu camino y te conduzcan por lugares seguros.

Yanúr, guardó con sumo cuidado los dos primeros cof res, y el

tercero lo destapó, para que la imagen de Ándra, pu diera

deslizarse hasta el interior del mismo. Seguidament e, lo cerró,

metiéndolo con sumo cuidado en compañía de los otro s.

-Bueno, allá vamos.- dijo con un profundo suspiro.

242

Tomaron la galería Noroeste, tal y como largo tiemp o atrás, lo

habían hecho por vez primera, Ándra, Yánsy y Arnowa .

En el suelo, todavía se divisaban los restos de la batalla pasada

incrustados en el polvo.

Las dos hermanas siguieron avanzando rumbo a la osc uridad,

hacia un destino incierto. No sabían lo que les dep araría el

futuro, pero estaban totalmente decididas a averigu arlo.

La misión de liberar a la tierra de las puertas del dominio

espeluznante que ejercía con toda impunidad, el pos eedor de

almas, ahora más que nunca, dependía de aquellas do s

esperanzadas y valientes arpías.

FIN

Del libro I