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Universidad, responsabilidad social y los tiempos difíciles Querida comunidad de la Universidad Iberoamericana Torreón: Saludo con alegría a todas y todos ustedes en el inicio de un nuevo ciclo escolar. Saludo y doy la bienvenida a esta casa de estudios a quienes hoy se integran a nuestra comunidad, tanto estudiantes como personal académico. Hago votos para que su estancia aquí resulte una experiencia que marque positivamente su vida. Si en una palabra tuviéramos que dar cuenta del contexto social actual esta sería dificultad. Convivimos en tiempos adversos, pues nos ha tocado, como a todos los seres humanos de todos las épocas vivir en tiempos difíciles, tal como escribió Shakespeare. Pero si esta aseveración es cierta, entonces las dificultades no tendrían por qué caracterizar a nuestra época sino, por el contrario, habría que glosar las estrategias con las cuales se afrontan los retos y se construyen escenarios de convivencia distintos, más justos y, definitivamente, más humanizados. No se dice nada nuevo si se afirma que la educación es la estrategia privilegiada para orientar el desarrollo de las sociedades, hacia estadios de mayor equidad y de convivencia más humanizada. Lo importante, más allá de la estrategia general, en este caso la educación, es el modo de concebirla y de hacerla operativa. En este sentido, quiero reflexionar con ustedes algunos de los aspectos del plan de estudios que compendia la pedagogía ignaciana

Lectio brevis 2010 la responsabilidad social y los tiempos difíciles

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Universidad, responsabilidad social y los tiempos difíciles

Querida comunidad de la Universidad Iberoamericana Torreón:

Saludo con alegría a todas y todos ustedes en el inicio de un nuevo

ciclo escolar. Saludo y doy la bienvenida a esta casa de estudios a

quienes hoy se integran a nuestra comunidad, tanto estudiantes como

personal académico. Hago votos para que su estancia aquí resulte

una experiencia que marque positivamente su vida.

Si en una palabra tuviéramos que dar cuenta del contexto social actual

esta sería dificultad. Convivimos en tiempos adversos, pues nos ha

tocado, como a todos los seres humanos de todos las épocas vivir en

tiempos difíciles, tal como escribió Shakespeare. Pero si esta

aseveración es cierta, entonces las dificultades no tendrían por qué

caracterizar a nuestra época sino, por el contrario, habría que glosar

las estrategias con las cuales se afrontan los retos y se construyen

escenarios de convivencia distintos, más justos y, definitivamente, más

humanizados.

No se dice nada nuevo si se afirma que la educación es la estrategia

privilegiada para orientar el desarrollo de las sociedades, hacia

estadios de mayor equidad y de convivencia más humanizada. Lo

importante, más allá de la estrategia general, en este caso la

educación, es el modo de concebirla y de hacerla operativa.

En este sentido, quiero reflexionar con ustedes algunos de los

aspectos del plan de estudios que compendia la pedagogía ignaciana

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y que conocemos como la Ratio studiorum y que me parece que son

convenientes traer a nuestro presente, pues arrojan luz en el camino a

seguir, para concretar un modelo educativo pertinente para nuestra

época.

A punto de concluir el siglo XVI, y con ya decenas de años de

experiencia de trabajo educativo en aquella centuria de reformas en el

mundo de occidente, la Compañía de Jesús publica un documento que

compendiaba la experiencia, las directrices y el sentido que la

educación debería tener en los colegios jesuitas. En 1599, la Ratio

studiorum surge como una respuesta sistematizada e innovadora a la

demanda generaliza de educación en Europa y paulatinamente en los

lugares a donde fue desarrollando su trabajo misional la Orden

fundada por san Ignacio de Loyola.

Gran parte de ese texto está conformado por un conjunto de reglas

que más bien podemos hoy entender como directrices pedagógicas,

cuya intención principal es la de lograr que a través de la educación,

las almas, por usar una expresión de ese tiempo, se abrieran a la

experiencia plena del encuentro con su Creador.

Como ayer, hoy la tarea educativa al modo ignaciano pretende lo

mismo. En el apartado de reglas destinadas a los alumnos no jesuitas

de los colegios, se establece que los estudiantes habrán de tener un

comportamiento y realizar acciones que muestren que se busca tanto

el desarrollo del conocimiento como el de las virtudes; tanto la

integridad como la adquisición de letras.

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Un lenguaje más cercano a nosotros podría decir que se trata, para el

caso de las universidades jesuitas, que los estudiantes busquen el

desarrollo de talentos profesionales marcados por un compromiso con

la familia humana. Esa es la orientación central y núcleo de toda

organización educativa confiada a la Compañía de Jesús.

Hoy, un modo práctico para concretar esta intención pedagógica

podemos encontrarla en el compromiso social de estudiantes y

egresados, pero también del resto de la comunidad educativa. Un

compromiso que surja como respuesta entrañable a los retos del

entorno y las necesidades de humanización.

Podemos encontrar en la responsabilidad social, entendida esta como

una respuesta ética, producto de una conciencia de pertenencia a la

familia humana, orientaciones prácticas al desarrollo de las virtudes,

de aquellos que conformamos las comunidades educativas

ignacianas.

La expansión que la responsabilidad social ha tenido en nuestros días,

tiene un origen que es preciso recordar para evitar un abuso del

término, o una utilización que lejos de convertirse en respuesta ética

genuina, sea simplemente un modo de cuidar una imagen.

Las profundas huellas degradantes en el medio ambiente producto de

las actividades industriales y económicas, en general motivaron la

conciencia de afectación generalizada a la familia humana, en caso de

mantener ese modelo de producir los bienes destinados al bienestar

de las personas. Ese aspecto quiero enfatizarlo, el daño generado al

medio ambiente no solo es una afectación parcial sino que tiene

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consecuencias en la calidad de vida actual, pero sin duda de las

generaciones por venir. De allí que el tema del cuidado del medio

ambiente esté vinculado al origen de la responsabilidad social

particularmente en el ámbito empresarial.

Por eso resulta pertinente hacer mención que el modelo de empresa

socialmente responsable, no es lo mismo que filantropía o compromiso

social del empresario. Son cosas distintas la responsabilidad social

empresarial o corporativa, y la del empresario. Tanto en la empresa

como en otras organizaciones, la responsabilidad social es un enfoque

de organización, es un modo de ser más que solamente un modo de

hacer.

Al tratarse de un modo de ser, la responsabilidad social incluye

acciones sin las cuales difícilmente podría calificarse el compromiso de

una empresa como tal.

Una primera característica de este tipo de responsabilidad es aquella

de la que ya hice una primera mención: ser y actuar responsablemente

hoy implica acciones de cuidado del medio ambiente. Digámoslo de

otra manera, una organización o una empresa que se concibe como

socialmente responsable, ha de desarrollar una conciencia ecológica

corporativa que se pueda medir, probar, testimoniar.

Esto significa que no solamente habría que realizar campañas

parciales de protección ambiental, sino que la organización toda

implique en sus procesos un cuidado ambiental medible por ahorros

energéticos, uso y reuso sustentable del agua, y lo mismo con

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materiales que bien pueden reciclarse o bien sustituirse por otros cuya

huella ecológica no se sea dañina.

Un segundo elemento asociado al tema de la responsabilidad social y

que podemos desprender de la reflexión anterior, es que se trata de un

modo de ser corporativo, lo que significa que quienes forman parte de

una organización comparten un modo de ser y actuar. No se trata de

una suma de voluntades o buenas prácticas sino que

institucionalmente sea un sello distintivo de la organización. Me inclino

a pensar que el todo es, en efecto, más que la suma de sus partes. Y

la responsabilidad social en una organización es más que la suma de

las buenas acciones de cada uno de sus miembros. Repito: es un

modo de enfocar procesos y tareas, metas y acciones.

Por eso, en las organizaciones actuar responsablemente implica crear

condiciones de desarrollo personal en sus integrantes. Es evidente

que no significa ausencia de conflictos, pero sí un compromiso por

abordarlos y encauzarlos y, sobre todo, disposición para obtener

metas comunes a través de acciones asentadas en valores

compartidos.

Un tercer elemento de la responsabilidad social es la inclusión que

implica la no discriminación. Es larga la lista de condiciones que han

generado y, lamentablemente muchas aún generan, situaciones de

discriminación. Pero el principio que sustenta a la no discriminación

es, de fondo, la certeza de compartir una misma condición humana.

Esa conciencia es la raíz de toda ética posible.

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Un cuarto elemento característico de la responsabilidad social es la

vinculación para el desarrollo comunitario. Lo que supone una

conciencia de compartir espacios, no solamente acaer en ellos. Así

como los seres humanos convivimos y no solo vivimos, las

organizaciones compartimos espacios y no solo los ocupamos. Ello

implica entonces que no se debe eludir el compromiso con el

desarrollo de las comunidades.

Hasta aquí, podemos resumir lo anterior del siguiente modo: la

responsabilidad social descansa sobre el desarrollo de una conciencia

ecológica, de condición humana, de modos de ser y actuar y una

conciencia de compartir espacios. Podríamos decir que estas cuatro

se sintetizarían en la conciencia de ser humanos en convivencia

históricamente situados.

Precisamente esto último es lo que propongo como versión

actualizada de la virtud a desarrollar en los estudiantes de las

instituciones educativas ignacianas. De tal manera que el estudiante y

futuro profesionista sea una persona cuyo modo de proceder responda

a su entorno, derivando sus acciones de la conciencia de ser humano,

que no se puede pensar sin compromisos claros con el medio

ambiente, la generación de comunidades, la inclusión y el desarrollo

comunitario.

Debe quedar claro que tampoco habrá profesionistas socialmente

responsables, si el desarrollo de talentos profesionales queda trunco o

se caracterice por lagunas que impidan afrontar con pericia los retos

de la realidad.

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De ahí la pertinencia, la vigente actualidad de ese principio de la Ratio

Studiorum respecto a los alumnos de las instituciones ignacianas: se

debe desarrollar indistintamente y siempre de la mano el conocimiento

y el compromiso con la familia humana, el desarrollo de habilidades

profesionales y la responsabilidad social. Lo anterior, en dos palabras,

fue resumido al modo ignaciano en virtudes y letras.

Regreso al principio de esta breve reflexión: compartimos tiempos

difíciles con retos muy particulares. Esa particularidad nos obliga a que

toda práctica en nuestras instituciones educativas ha de estar

orientada al desarrollo de habilidades profesionales que generen

capacidades de solución.

La responsabilidad social ha de ser una característica propia de la

institución universitaria y por tanto de su comunidad. El alumno, la

alumna de la universidad ignaciana no es tal si no desarrolla sus

talentos profesionales y la interiorización de nuevos conocimientos a la

par que enriquece su conciencia de ser parte de la familia humana.

Lo que ahora pongamos en práctica tendrá sus efectos más visibles

en el mediano y largo plazo. De modo que si visualizamos un planeta

equilibrado ambientalmente y comunidades inclusivas y equitativas

nuestra tarea hoy es la misma que ayer: formar mujeres y hombres de

conocimiento y virtudes, eso es un modo de ser socialmente

responsables.

Muchas gracias.

Ing. Héctor Acuña Nogueira, SJ

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