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Guatemala, noviembre 2012, AÑO 2, No. 7 “No es costumbre romana condenar a ningún hombre sin que el acusado se enfrente cara a cara con sus acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación” San Lucas (Hecho de los Apóstoles, capítulo 22) POLÍTICA, CATASTROFE Y CONSTITUCIÓN (Páginas 3 y 4) LAS OBJECIONES A LA JUSTICIA CONSTITUCIONAL EN UN SISTEMA DEMOCRÁTICO Julio César Cordón Aguilar E l control judicial sobre la constitucio- nalidad de las leyes –y, más aun, el quehacer de los tribunales constitu- cionales– no ha estado exento de críticas referidas a los fundamentos de su exis- tencia en un Estado democrático. Alexander BICKEL, citado por FERRERES COMELLAS, cuestiona la legitimidad de la función de la justicia constitucional para ejercer el control sobre la labor del legis- lador. Indica este autor que la institución de control de las leyes parece haber sido diseñada para limitar las decisiones asu- midas por los órganos políticos que re- presentan la voluntad de la mayoría; en tal sentido, si se acepta que el principio mayoritario es un ingrediente de la de- mocracia, aunque no el único, se hace difícil justificar aquel control. Es lo que el citado autor ha denominado como “la dificultad contra-mayoritaria ”1 . Así, las objeciones que se han formula- do al control judicial de la constituciona- lidad de las leyes se centran, principal- mente, en la menor legitimidad demo- crática del juez constitucional, pues la ley a enjuiciar ha sido emanada de un Parlamento elegido en forma periódica 1 FERRERES COMELLAS, VÍCTOR: Justicia constitucional y democracia, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1997. pág. 41. Alegoría de la Justicia de Rafael (Las Estancias de Rafael, Palacio Apostólico del Vaticano).

Revista de la Corte de Constitucionalidad

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Guatemala, noviembre 2012, AÑO 2, No. 7

“No es costumbre romana condenar a ningún hombre sin que el acusado se enfrente cara a cara con sus acusadores y tenga oportunidad de defenderse de la acusación” San Lucas (Hecho de los Apóstoles, capítulo 22)

PoLíticA, cAtAStRoFE Y coNStitUciÓN(Páginas 3 y 4)

Las objeciones a La justicia constitucionaL en un sistema democrático

Julio césar cordón Aguilar

El control judicial sobre la constitucio-nalidad de las leyes –y, más aun, el quehacer de los tribunales constitu-

cionales– no ha estado exento de críticas referidas a los fundamentos de su exis-tencia en un Estado democrático.

Alexander Bickel, citado por Ferreres comellas, cuestiona la legitimidad de la función de la justicia constitucional para

ejercer el control sobre la labor del legis-lador. Indica este autor que la institución de control de las leyes parece haber sido diseñada para limitar las decisiones asu-midas por los órganos políticos que re-presentan la voluntad de la mayoría; en tal sentido, si se acepta que el principio mayoritario es un ingrediente de la de-mocracia, aunque no el único, se hace difícil justificar aquel control. Es lo que

el citado autor ha denominado como “la dificultad contra-mayoritaria”1.

Así, las objeciones que se han formula-do al control judicial de la constituciona-lidad de las leyes se centran, principal-mente, en la menor legitimidad demo-crática del juez constitucional, pues la ley a enjuiciar ha sido emanada de un Parlamento elegido en forma periódica

1 Ferreres comellas, Víctor: Justicia constitucional y democracia, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1997. pág. 41.

Alegoría de la Justicia de Rafael (Las Estancias de Rafael, Palacio Apostólico del Vaticano).

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por el electorado, mediante sufragio universal.

De esa cuenta, varios son los argumen-tos que han servido para dar respuesta al cuestionamiento, aunque no logran apla-carlo por completo, como la designación de los jueces constitucionales por órga-nos políticos representativos, adquirien-do con ello mayor legitimidad democráti-ca. En igualdad de condiciones se ubica el carácter temporal que la función de los jueces constitucionales puede tener, de-pendiendo del país de que se trate. Por ende, en el caso de Estados Unidos de América, la situación no deja de ser re-levante, por cuanto los jueces federales son nombrados con carácter vitalicio.

Con todo, más pareciera que tales justifi-caciones logran despojar de intensidad a las objeciones, sin desvirtuarlas, persis-tiendo así la crítica que se hace en orden a los principios democráticos.

Uno de los argumentos que se utilizan para negar relevancia a la objeción de-mocrática es el que se funda en el ca-rácter constitucional de la norma que reconoce la competencia del tribunal constitucional para ejercer el control so-bre la labor del legislador, norma cuya aprobación responde a los mismos prin-cipios democráticos.

Si bien el argumento es válido, es tam-bién necesario apreciar que una institu-ción, cualquiera que esta sea, puede ser democrática por su contenido o por su origen. En tal sentido, si bien la norma que origina el control judicial sobre la constitucionalidad de las leyes tiene una jerarquía suprema en el orden jurídico (por lo menos eso es lo que sucede en el caso de Guatemala), ello no basta para paliar cualquier crítica que se haga des-de el contexto del Estado democrático.

En todo caso, será la forma como pro-cedan los jueces llamados a ejercer tal labor y, especialmente, los límites a los que se sometan, los que determinarán el sustento o no de aquellas objeciones y, con ello, la legitimidad para el desempe-ño de su función2.

No falta quien pretenda defender la tarea encomendada a la justicia constitucional aduciendo que el

principio democrático no es el único que debe observarse en el diseño del Estado; en cambio, se le debe dar la relevancia que merece al principio de protección de los derechos fundamentales, función que ha sido encomendada a la justicia consti-tucional, la que si bien puede carecer de un origen absolutamente democrático, se hace necesaria para garantizar los ci-mientos democráticos del Estado3.

La apelación a la protección de los de-rechos fundamentales tiene una trascen-dental importancia en la consolidación del Estado democrático y, por ende, en la función que ejerce la justicia constitucio-nal en ese sentido, pero ello no es sufi-ciente como para hacer desaparecer las dudas que genera la objeción de que se ha hecho mención, pues los argumentos esenciales de esta siguen latentes.

Ante ello, y como antes se adelantó, será el desempeño de la función enco-mendada a la justicia constitucional la que habrá de dar respuesta ante la ob-jeción democrática, es decir que esa ob-jeción persistirá hasta que no sea el juez constitucional el que, mediante su labor, demuestre no sólo la necesidad de ese control, sino la prudencia y conveniencia de su existencia, por ser sus pronuncia-mientos los que en primer lugar deno-tan un claro respeto y valoración por los principios democráticos del Estado y por las normas supremas que informan su organización y funcionamiento.

En tal sentido, de lo que se trata es de que, en ejercicio de las tareas encomen-dadas a la justicia constitucional, los órganos que la ejercen se mantengan siempre en el marco de las funciones que la Constitución les ha conferido, sin que sus fallos modifiquen o desvirtúen la distribución de competencias que esta contempla.

Como corolario, será el propio tribunal constitucional el que deberá someter-se a los límites que denotan el sistema democrático, velando siempre por la ob-servancia del principio de separación de

poderes, de manera que ninguno de los órganos que la Constitución crea inter-fiera en las funciones que esta ha atri-buido a los otros, menos aún, pretender el propio tribunal tener injerencia alguna en dichas funciones.

Asimismo, se hace imprescindible que el tribunal determine con precisión los alcances de la función que le compete, al punto de evitar que, sin actuar direc-tamente en uso de las facultades otorga-das a los otros órganos estatales, sean sus interpretaciones las que denoten una intromisión en estas.

Es así como en ejercicio del control de constitucionalidad el tribunal bien puede apreciar la incompati-

bilidad con el texto fundamental de de-terminada ley, pero sin dejar de advertir que dicho control debe respetar el ac-tuar político del Parlamento, de manera que en todo lo que se refiera a la con-veniencia o pertinencia de una determi-nada legislación, la decisión compete únicamente al órgano político, fuera de lo cual, tan sólo la validez material o for-mal puede ser objeto de análisis ante la justicia constitucional4.

Este punto ha suscitado especial rele-vancia, denotando la incidencia que en cuestiones de carácter político puede llegar a tener la labor de la justicia cons-titucional. Eso es así, pues la función de control se ejerce respecto de órganos y actos eminentemente políticos, de forma que el tribunal ha de velar porque sus pronunciamientos no se vean invadidos de tal carácter, sin ser ajeno a este.

En tal contexto, el juez constitucional ha de calificar la compatibilidad del acto po-lítico (de su contenido y forma de aproba-ción) con las normas de la Constitución, lo que desarrollará mediante un análisis de orden estrictamente jurídico, sin de-jarse asaltar por connotaciones ajenas a su función jurisdiccional, pero siempre en conciencia de los efectos y conse-cuencias del sentido de su decisión, no permitiendo que ello le conduzca a reso-luciones marcadas por condicionamien-tos extraños al importante papel que la Constitución le ha conferido5.

2 Ferreres comellas: Justicia constitucional…, cit., págs. 46-49.3 Ferreres comellas: Justicia constitucional…, cit., págs. 49 y 50.4 Véase la sentencia de 8 de enero de 2008 dictada por la Corte de Constitucionalidad de Guatemala (expedientes acumulados 1202-2006, 1288-2006 y 1451-2007), en la

que el tribunal se muestra cuidadoso de estos aspectos.5 El artículo 143 de la Ley de Amparo, Exhibición Personal y de Constitucionalidad indica que la inconstitucionalidad será resuelta, en cualquier caso, como punto de derecho.

En ese sentido, véase la sentencia de la Corte de Constitucionalidad de 26 de septiembre de 1991 (expedientes acumulados 303 y 330-90).

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La previsión constitucional acer-ca de los derechos fundamen-tales de la persona humana y

de su adecuado desenvolvimiento social y comunitario, no puede dejar de considerar aquellas situaciones de anormalidad en los que se haga preciso que el Estado intervenga en su función más característica: la pro-tección de la vida y de los bienes de sus habitantes.

Los elementos de la naturaleza, de suyo ciegos y de magnitudes impre-visibles, y aquellos de origen huma-no, por su esencia, irregulares y has-ta sorpresivos, han sido causantes de grandes catástrofes terráqueas, que en suma han producido enor-mes pérdidas de vidas y de bienes, en proporciones gigantes, que po-nen a la vista la extremada debilidad de los conocimientos y tecnología actuales para predecirlos en tiempo oportuno. El fenómeno, como es lógico entender, es de orden uni-

versal. No hay día en que no se pro-duzca en alguna parte un desastre, sea ello en el mundo de economía avanzada (Japón, EE UU, etc) como en cualquier área olvidada del pla-neta. La amenaza es permanente, aunque el grado de vulnerabilidad dependa, eso sí, en gran parte del factor de mayor o menor riqueza o pobreza que afecte a diversas zo-nas. Guatemala pertenece a una región de persistentes amenazas y su exposición vulnerable es en gran medida resultado de una ecuación en que intervienen el subdesarrollo económico y el político como facto-res determinantes.

La percepción de esta realidad con-duce a tener una visión pragmática de la misión que corresponde al Estado, con el fin de preparar una cultura que conozca y comprenda los fenómenos, se prepare lo mejor posible para enfrentarlos y optimice los recursos disponibles para reducir

o mitigar la vulnerabilidad. De igual manera, también para organizar los mecanismos de respuesta y recu-peración que garanticen al país la máxima y más pronta normalización después de sufrir cualquier tipo de catástrofe.

El mal manejo de una crisis puede producir también efectos nocivos en materia de confianza en la institucio-nalidad política. Anastasio Somoza Debayle se enteró muy tarde que los oportunistas de la emergencia, que depredaron bienes de la ayuda in-ternacional, causaron el principio del fin de su gobierno, pues nada puede provocar tanta indignación como lucrar con la desgracia humana. Iguales resultados desastrosos pue-de generar la fórmula del botín po-lítico, pretendiendo hacer de la ins-titución coordinadora una agencia de paletos electorales. Lo dice con suficiente peso de estadista el expre-sidente Clinton en su libro memorial

POLÍTICA, CATÁSTROFE Y CONSTITUCIÓN

Guatemala pertenece a una región de persistentes amenazas y su exposición vulnerable es en gran medida resultado de una ecuación en que intervienen el subdesarrollo económico y el político como factores determinantes.

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Mi vida: “Tradicionalmente, el puesto de director de la AFGE [Agencia Federal de Gestión de Emergencias] terminaba en manos de un aliado político del presidente, que quería un car-go cómodo pero que no tenía experiencia [igual a calidad profesional] previa con situa-ciones de emergencia. Tomé nota mentalmente de que de-bía evitar ese error si ganaba. Los votantes no eligen a un presidente en función de cómo se enfrenta a los desastres na-turales, pero si sucede alguno, rápidamente se convierte en la prioridad más importantes de su vida.” (p. 495) El mal manejo de una crisis causa costos polí-ticos irreparables (por ejemplo el presidente George W. Bush frente a la tormenta Katrina).

La Constitución Política de la Repú-blica contiene elementos suficientes que respaldarían tanto una amplia programación de tipo preventivo (que es de la mayor importancia) como de instrumentos para reaccio-nar de la manera más rápida y efi-caz en la atención de un desastre. Todo depende de que la clase po-lítica entienda que los enunciados supremos de nuestra juridicidad del sector público se basan en la visión personalista del Estado, que conci-be al ser humano como centro clave de la organización social. Los mares no fueron hechos para las barcas, sino las barcas para el mar. Es de-cir, el derecho fue construido para que los seres humanos encuentren cobijo en la realización de sus fines esenciales, para los cuales necesita, en primer término, defender la vida y la de los suyos y luego encontrar un continente social propicio para su desarrollo.

De ahí que la Constitución, desde su Preámbulo, afirma la primacía de la

persona humana, y, en su artículo 4º enuncia un precepto moral de enor-me significado: “los seres humanos deben guardar conducta fraternal entre sí ”.

Lo normal, y así es como ha suce-dido en Guatemala, ha sido que, frente a una situación de calamidad que haya golpeado gravemente a miles de conciudadanos, ha sido la respuesta solidaria y generosa de la sociedad, y la operatividad de la agencia gubernamental para coor-dinar la emergencia. Sin embargo, como lamentablemente suele su-ceder, surgen individuos y medios cáusticos que en lugar de ayudar obstaculizan las labores de atención a los damnificados y afectados por una catástrofe. De ahí que, como en todos los sistemas jurídicos, se ha-yan previsto medidas de excepción que operan durante tales emergen-cias. De esto se ocupan los artículos 138 y 139 de la Constitución Política de la República.

A estas situaciones, como otras de naturaleza social, responde el régi-

men constitucional con la pre-visión de las medidas de excep-ción. Se señala que el fundamen-to del régimen de excepción es la necesidad, puesto que po-drían no funcionar los órganos encargados de asegurar la paz jurídica, o sus decisiones no son respetadas o actúan bajo una grave presión coactiva que impi-de que decidan libremente. Una situación tal pone la vida y el patrimonio de los habitantes en el mayor riesgo y sólo mediante la fuerza, que reduzca a los per-turbadores, podría controlarla. Opera el régimen de excepción a causa de una alteración grave del orden público y con el fin de restablecerlo.

También puede funcionar preventivamente a efecto de evitar que se quebrante

la paz social. Permite utilizar medidas proscritas en tiempos normales, en los que su aplicación sería conside-rada como atentatoria contra los de-rechos de las personas. El equilibrio entre libertad y autoridad se rompe en favor de ésta en tanto custodio de bienes sociales de crucial impor-tancia: la seguridad colectiva. Así se dice que ofrece el contraste de restringir el ejercicio de ciertos de-rechos para garantizar su plenitud futura. Y se argumenta: el mal uso que de las garantías fundamentales hagan algunos menoscaba las de la sociedad, lo que obliga a suspender temporalmente las de aquellos por interés de la mayoría, que, se presu-me, no quiere trastornar el Estado. El régimen de excepción, como pro-ducto de la organización jurídica, necesita regulación, porque siendo una manifestación de fuerza, el le-gislador debe exigir formalidades y condiciones para implantarlo, pro-curando evitar una represión desati-nada que aumente el mal que trata de evitar.

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consideraciones generales: Es importante dejar sentado que el proceso penal constituye un me-

canismo para que el Estado –por medio del ejercicio de su poder de castigar (ius puniendi), con respeto de las garantías penales– sancione conductas que vulne-ran bienes jurídicos relevantes protegi-dos por la sociedad para evitar que aten-ten contra la convivencia pacífica. Como metáfora, Claus Roxín, teórico penalista alemán, considera que el Derecho pro-cesal penal sirve de sismógrafo de la Constitución en cada país, porque reside en ello su actuar político, lo cual significa, que cada cambio esencial en la estructu-ra política del Estado también conduce a trasformaciones del proceso penal.

Se debe ser consciente de que el po-der político, cuando toma posición del Estado para gobernar, realiza cambios dentro de los cuales pueden incluirse la modificación de las leyes, reglamentos y otros. Por ello, resulta relevante que toda mutación normativa posea legitimi-dad social y democrática, para que su destinatario “el Pueblo” sea consciente de la gran importancia y necesidad del respeto a los derechos de las personas que viven en un espacio territorial dividido por líneas imaginarias que constituyen un Estado.

El respeto a las garantías constitucionales re-fleja un Estado moderno y democrático, donde los derechos fundamentales reconocidos por la Constitución y diversos Tratados Internaciona-les en materia de Derechos Humanos, suscritos y ratificados por el país, están por encima de cualquier decisión política, la que además debe respetar la independencia de las estructuras del Poder. Ello conlleva a la aplicación del principio moral del Derecho penal nacional e internacional que establece que una persona no puede o no debe enfrentarse a las sanciones penales de for-ma antojadiza, sino a excepción de un acto que fuera previamente penalizado por la ley; es decir, la máxima del Derecho penal –Nullum crimen sine lege– no hay delito sin ley previa, se traduce en una protección que posee el ciudadano frente al poder punitivo del Estado para que pueda pe-nalizar únicamente actos estrictamente conside-rados como delictivos en una ley formal emitida con anterioridad a la comisión de dicho acto.

origen: El Principio de Legalidad Penal nace con el Estado de Derecho como consecuencia de un largo y sangriento proceso histórico que simbolizó el paso de un Estado absolutista a un Estado liberal, influenciado por el pensamiento político y filosófico del Iluminismo y de la Ilustra-

ción en el Siglo XVIII. En el continente america-no, se plasma en un texto legal, por primera vez, con las Declaraciones de Derechos de los na-cientes Estados Americanos: Filadelfia (1774), Virginia (1776) y Maryland (1776), y en el con-tinente europeo con el Código Penal austriaco de José II (1787), así como en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la Revolución Francesa (26 de agosto de 1789), en cuyo artículo 8 determinaba: “nadie podrá ser castigado sino en virtud de una ley establecida y promulgada anteriormente al delito y legalmente aplicada”. Algunos tratadistas en Derecho penal aseguran que el principio de legalidad fue plas-mado por primera vez en la cláusula treinta y nueve de la Carta Magna de Juan “sin tierra”: “Ningún hombre libre podrá ser detenido o en-carcelado o privado de sus derechos o de sus bienes, ni puesto fuera de la ley ni desterrado o privado de su rango de cualquier otra forma, ni usaremos de la fuerza contra él ni enviaremos a otros que lo hagan, sino en virtud de sentencia judicial de sus pares y con arreglo a la ley del reino.” (Carta Magna, Cláusula 39).

El Estado liberal –inspirado en los postulados de la Revolución Francesa de 1789 (liberté – ega-lité – fraternité)– reconoce la libertad y la igual-dad como garantías jurídicas, por lo que prohibe la esclavitud y la mayoría de los ciudadanos ya no se encuentran excluidos del Estado, como sucedía en el reynado absolutista. En un Es-tado liberal, se debe proteger al individuo y a

la familia para garantizar el contrato social como modelo creador de los estados, en el que ese ente abstracto –Estado- debe defender a la sociedad de los órganos que integran el Poder político, lo que se consigue mediante la técnica formal de la división de po-deres y el principio de legalidad. Esto implica que parte de las garantías ju-rídicas penales queden establecidas para que el ciudadano sepa de lo que se le va a juzgar, cuál es el mal co-metido y en qué medida ese mal será sancionado. Con ello, se garantiza el sometimiento del Estado al Derecho.

El principio de legalidad es una reac-ción contra la arbitrariedad, el abuso de poder y la inseguridad jurídica que garantizan al ciudadano las bases de limitación de su libertad de acción frente al poder del Estado, que será el encargado de acusarlo si comete una acción punible. Cesare Bonesa-ra, marqués de Beccaria, en el libro De los Delitos y de las Penas, en el capítulo III, reseña: “…sólo las leyes pueden decretar las penas de los de-

litos; y que esta autoridad no puede residir más que en el legislador que representa aun toda la sociedad agrupada por un contrato social…” (Beccaria, Cesare, De los delitos y de las Penas, Bogotá, Colombia: Temis, 3ra, 2005, página 74).

Lo anterior refleja el principio de legalidad juris-diccional, el cual implica que nadie puede ser condenado sin antes haber sido citado, oído y vencido ante juez competente y preestablecido (artículo 12 de la Constitución Política de la Re-pública). La frase -Nullum crimen, nulla poena sine lege praevia – que se traduce en “no hay delito ni pena sin ley previa” que consagra el principio de legalidad penal lo creó Paul Johann Anselm Ritter von Feuerbach, criminalista y fi-lósofo alemán, inspirado en las ideas de Hegel.

Derecho interno: La formulación de Feuerbach ha sido admitida por las normas nacionales de manera más amplia, poseyendo carácter consti-tucional, así el artículo 17 de la Constitución Po-lítica de la República de Guatemala, señala que no son punibles las acciones u omisiones que no estén calificados como delito o falta y penadas por ley anterior a su perpetración; lo que está plasmado tanto en el Código Penal como en el Procesal Penal. En consecuencia, la legalidad penal en el ordenamiento jurídico guatemalteco queda determinada por los siguientes principios:a) Nullum crime sine lege scripta, stricta y prae-

via. Destaca aspectos esenciales como ley escrita y ley estricta. Esto es, rige el principio

NULLUM CRIMEN SINE LEGEPrinciPio de LegaLidad PenaL

M.A. Yasmine María Letona Estrada1

1 Abogada Asesora I de la Sección Penal de la Corte de Constitucionalidad.

Fotografía cortesía de El Vocero de Puerto Rico.

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de certeza y se afirma la legalidad criminal. La regla es de rechazo a la retroactividad de la ley penal. Sin embargo, por excepción se permite la retroactividad penal benigna, tal como lo indica la norma constitucional: “La ley no tiene efecto retroactivo, salvo en materia penal cuando favorezca al reo “, articulo 15.

b) Nulla poena sine lege. De base constitucional que refuerza el carácter garantista del princi-pio de legalidad (artículo 17). Así, no pueden imponerse más penas que las establecidas por el legislador previamente, tampoco se pueden sustituir penas y menos crearlas o inventarlas. El principio de legalidad penal queda así establecido.

c) Nemo damnetur nisi per legale iudicium o nu-lla poena sine iudicio. Nadie puede ser cas-tigado sino en virtud de un juicio formal ante sus jueces naturales y que se respeten las garantías establecidas en la ley (artículo 12 constitucional). Este principio expresa la ne-cesidad de precisar que la administración de justicia se vincula a ley y se proscribe toda posibilidad de arbitrariedad. No en vano, la Constitución declara como principios y dere-chos de la función jurisdiccional, la observan-cia del debido proceso y tutela juridicial efec-tiva. Ninguna persona puede ser desviada de la jurisdicción predeterminada por la ley, ni sometida a procedimiento distinto de los pre-viamente establecido, ni juzgada por órganos jurisdiccionales de excepción ni por comisio-nes especiales creadas al efecto, cualquiera que sea su denominación.

d) No se puede ejecutar pena alguna sino en la forma prevista por la ley. El principio de lega-lidad de la ejecución penal se encuentra pre-visto en el artículo 19 de la Constitución.

Derecho internacional: La noción de nullum crimen sine lege ha sido importante en el con-texto del derecho penal internacional. Los actos penados por los tribunales penales internaciona-les eran de legalidad ambigua en las situaciones de conflicto o atrocidad en que fueron cometi-dos. El Estatuto de Roma de la Corte Penal In-ternacional, suscrito el 17 de julio 1998, refiere en la parte de Principios Generales de Derecho Penal, artículo 22, que: 1. Una persona no será penalmente responsa-

ble de conformidad con el Estatuto a menos que la conducta de que se trate constituya, en el momento en que tiene lugar, un crimen de la competencia de la Corte.

2. La definición de crimen será interpretada es-trictamente y no se hará extensiva por analo-gía. En caso de ambigüedad, será interpreta-da en favor de la persona objeto de investiga-ción, enjuiciamiento o condena.

3. El presente artículo no afectará a la tipifica-ción de una conducta como crimen de dere-cho internacional independientemente del presente Estatuto.

En el sistema universal el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, recoge el principio de legalidad en el artículo 15, al manifestar: “1. Nadie será condenado por actos u omisiones que en el momento de cometerse no fueran delictivos según el derecho nacional o interna-cional. Tampoco se impondrá pena más grave que la aplicable en el momento de la comisión del delito. Si con posterioridad a la comisión del

delito la ley dispone la imposición de una pena más leve, el delincuente se beneficiará de ello.” Circunstancia que en el sistema regional intera-mericano, establece la Convención Americana Sobre Derechos Humanos, en el artículo 9: “Na-die puede ser condenado por acciones u omisio-nes que en el momento de cometerse no fueran delictivos según el derecho aplicable. Tampoco se puede imponer pena más grave que la aplica-ble en el momento de la comisión del delito. Si con posterioridad a la comisión del delito la ley dispone la imposición de una pena más leve, el delincuente se beneficiará de ello.”

Funciones: i) Garantiza los derechos y liberta-des del individuo; ii) Protege al ciudadano que ha cometido una acción punible de la venganza pública, ya que ningún acto por más perjudicial que sea puede ser castigado sino está tipificado como delito en el Código Penal, iii) Evita el arbi-trio del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial; y iv) Afirma la certeza y seguridad jurídicas, ya que limita la potestad de castigar –ius imperium- del Estado; ya que únicamente se podrá ejercer esta potestad cuando la conducta de una perso-na se subsume en una figura penal previamente tipificada como delito por el Poder Legislativo.

Efectos: En el campo de las fuentes. 1. El prin-cipio de legalidad formal excluye a las fuentes no escritas del Derecho Penal, como la costumbre, la analogía, la interpretación analógica, la inter-pretación extensiva y la teleológica. 2. El principio de legalidad formal excluye a las fuentes escritas diferentes de la ley, es decir excluye a la doctrina. Impone como única fuente a la ley, apoyada en los principios de reserva de ley, taxatividad, irre-troactividad.

Jurisprudencia constitucional: La Corte de Constitucionalidad, ha sido extensa en sus pro-nunciamientos respecto de la necesidad de res-petar el principio de legalidad, debido a que fija las condiciones para penalizar determinadas con-ductas que limitarán el ejercicio a la libertad de acción de los habitantes del país.

En el fallo dictado el 17 de julio de 2012, dentro del expediente 1822-2011, el Tribunal Cons-titucional, declaró la inconstitucionalidad por

omisión legislativa parcial del artículo 201 Bis del Código Penal, ya que el legislador al crear el delito de tortura omitió prohibir todas las conductas que constituyen tortura según los tratados internacio-nales que regulan esa materia, y a su vez indicó, respecto del principio de legalidad, lo siguiente: “…Los tipos penales, al ser conductas prohibidas que constituirán figuras sancionadoras, deben cumplir con los principios constitucionales, dentro de los que se encuentra el de legalidad, que refiere que no son punibles las acciones u omisiones que no estén calificadas como delito o falta y penadas por ley anterior a su perpetración, el cual va aparejado a la libertad de acción de la que goza todo ciuda-dano, al principio de proporcionalidad, entre otros; razón por la que la conducta prohibida debe ser concreta, porque si no se consignan íntegramente los elementos específicos del supuesto de hecho, no se cumplirían con los parámetros constituciona-les para la creación de los delitos”.

Otro pronunciamiento en cuanto a ese princi-pio lo realizó en la sentencia de 01 de febrero

de 2006, dentro del expediente 1122-2005: “El artículo 17 de la Constitución Política de la Re-pública de Guatemala expresa que no son pu-nibles las acciones u omisiones que no estén calificadas como delito o falta y penadas por ley anterior a su perpetración. Este principio, que a su vez constituye una garantía para un juzga-miento conforme al principio jurídico del debido proceso, constituye uno de los elementos cen-trales de la persecución penal en una sociedad democrática, e impone la obligación al legislador ordinario de definir en la forma más clara y pre-cisa posible (lex certa) cuáles son esas “accio-nes u omisiones” que son consideradas punibles mediante la determinación de tipos penales que contemplen una clara definición de la conducta incriminada, concretizar sus elementos y permi-tir así deslindar conductas punibles de aquellas que no lo son. Esto cobra aún mayor relevancia en regímenes democráticos en los que tanto el legislador como el juzgador deben, en extremo, ser prudentes para que en el establecimiento e imposición de sanciones penales, no menosca-ben derechos fundamentales de las personas, por sancionar la realización de conductas que de acuerdo con el espíritu del ordenamiento constitucional no podrían ser punibles. Por ello, las leyes que mediante la regulación de tipos y sanciones penales propendan a una protección indebida e irrazonable a un funcionario e impidan con ello el escrutinio público de su labor pública (Auditoría Social), atentan contra el derecho a la libre expresión del pensamiento y, por ende, afrentan al propio régimen democrático. En ese sentido se pronunció la Corte Europea de De-rechos Humanos, en la sentencia de veintiséis de abril de mil novecientos setenta y seis (caso Handsyde vs UK), en la que se afirmó que la libertad de expresión es uno de los fundamen-tos esenciales de la sociedad democrática, y de ahí que su ejercicio sea válido “no sólo para las ideas o informaciones que son favorablemen-te recibidas o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino también para aquellas que chocan, inquietan u ofenden al Estado o a una fracción cualquiera de la población. Tales son las demandas del pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura, sin las cuales no existe una ‘sociedad democrática’. Esto significa que toda formalidad, condición, restricción o sanción im-puesta en la materia debe ser proporcionada al fin legítimo que se persigue” ” (Vid. Ayala Corao, Carlos, “Situación del Derecho a la Libertad de Expresión [Venezuela]”, AA.VV., Informe 2004, Caracas, 2005).”

conclusión: La relevancia de la máxima –nullum crimen sine lege– en el derecho penal constitu-cional, radica en garantizar a los ciudadanos que los actos cometidos por éstos no serán punibles si no han sido conductas prohibidas previamente mediante una ley emitida por el organismo legis-lativo, lo que permite el ejercicio de la libertad de acción que todos gozamos y que es inherente de la persona humana. El rango constitucional que posee el principio de legalidad es una limitación ante la arbitrariedad, abuso de poder del Estado e inseguridad jurídica, lo que hace imperativa su aplicación por todos los órganos judiciales del país, ya que como bien dijo Claus Roxin “un Es-tado de Derecho debe proteger al individuo no sólo mediante el Derecho Penal, sino también del Derecho penal”.

Guatemala, noviembre 2012, AÑO 2, No. 7 7

Dentro del estudio del trámite del plan-teamiento de inconstitucionalidad de ley en caso concreto (a lo que nos refe-

rimos en el INFOCC del mes de septiembre), es pertinente aludir a otras incidencias de sin-gular importancia.

De conformidad con el artículo 24 del Acuerdo 4-89 de la Corte de Constitucionalidad, agotado el trámite correspondiente, el Tribunal deberá dictar “sentencia” en caso de haberse instado la inconstitucionalidad como única pretensión o “auto razonado” en los demás casos, deci-sión que es apelable ante este Tribunal. De esa cuenta, el artículo 126 de la Ley de Amparo, Exhibición Personal y de Constitucionalidad es-tablece que el proceso principal dentro del cual se plantea la citada garantía debe suspender-se “…desde el momento en que el tribunal de primera instancia dicte el auto que resuelva lo relativo a la inconstitucionalidad, hasta que el mismo cause ejecutoria…”; disposición que ha sido interpretada por vía jurisprudencial y desa-rrollada por el artículo 24 bis del Acuerdo 4-89 precitado, en el sentido de que esa suspensión temporal del proceso deberá ser decretada por el Tribunal de primer grado, únicamente cuan-do se hubiere declarado con lugar la inconstitu-cionalidad de ley en caso concreto planteada, por lo que si esta se declara sin lugar, el trámite del proceso deberá proseguir. Ello en favor de los principios de celeridad y rapidez que infor-man a los procesos de carácter administrativo y judicial, y en procura de alcanzar efectivamente el objetivo de que la administración de justicia sea pronta y cumplida.

Por otra parte, esta Corte ha dispuesto que pue-de dar lugar al rechazo in limine de la incons-titucionalidad de ley en caso concreto cuando esta se plantea dentro del trámite de un proce-so de amparo o bien, si se presenta dentro de un antejuicio. En el primero de los casos, se ha considerado que por poseer cada una de estas dos garantías constitucionales su propio ámbi-to de aplicación, resultan ser excluyentes, de tal manera que una impide el actuar de la otra. En el segundo caso se ha determinado que por ser el antejuicio únicamente una prerrogativa, no constituye un proceso jurisdiccional que conlleve una decisión de fondo, por lo que no

cumple con el requisito de caso concreto previo necesario para que sea viable el estudio de la relacionada garantía constitucional.

Por lo anterior, también pueden señalarse en materia de inconstitucionalidad de ley en caso concreto los criterios siguientes:

cRitERio 4: La suspensión del trámite del proceso principal dentro del cual se plan-tea la inconstitucionalidad de ley en caso concreto procede únicamente si esa ga-rantía se ha declarado con lugar.

“…La transcripción del fallo citado en el apar-tado anterior [sentencia de 16 de junio de 2010, dictada dentro del expediente 2333-2009], permite establecer que esta Corte, por conducto de su jurisprudencia, ha sentado el criterio de que las declaratorias de improce-dencia de las acciones de inconstitucionali-dad en caso concreto no suspenden la tra-mitación del proceso principal dentro del cual fueron instadas, razón por la cual no existe yerro o afectación alguna en la esfera de los derechos de las partes al disponer la continui-dad de las actuaciones…” (auto de cuatro de agosto de dos mil diez, dictado en el expediente 2221-2010).

En igual sentido:Expediente 4380-2011, auto de 29 de noviembre de 2011Expediente 919-2011, auto de 15 de junio de 2011Expediente 3111-2011, auto de 12 de agosto de 2011

cRitERio 5: Resulta improcedente el planteamiento de la inconstitucionalidad de ley en caso concreto, dentro del trámite de un proceso de amparo.

“…Esta Corte, al analizar el actuar de la auto-ridad ocursada [rechazo liminar de una incons-titucionalidad de ley en caso concreto], consi-dera que ésta no infringió lo establecido en la Ley de la materia, pues de conformidad con reiterada jurisprudencia de este Tribunal no es procedente la promoción de una inconstitucio-nalidad de ley en caso concreto, dentro de un proceso de amparo, puesto que cada una de las garantías constitucionales posee un campo de acción determinado, que permite la repara-

ción de violaciones a derechos constituciona-les producidas en la jurisdicción ordinaria, de tal manera que son excluyentes una de otra, por lo que de ser una la procedente, impide el actuar de la otra..” (auto de seis de enero de 2010, dictado en el expediente 4946-2009).

cRitERio 6: Resulta improcedente el planteamiento de la inconstitucionalidad de ley en caso concreto, dentro del trámite de un antejuicio.

“…Según las normas relacionadas [artículos 266 de la Constitución Política de la República y 116 de la Ley de Amparo, Exhibición Personal y de Constitucionalidad], la inconstitucionalidad de ley en caso concreto, al contrario del am-paro, es limitada en cuanto a su procedencia pues, no puede interponerse en cualquier ám-bito. El Doctor Luis Felipe Sáenz Juárez, en su obra titulada ‘Inconstitucionalidad de Leyes en Casos Concretos en Guatemala’ ubica como requisitos para la viabilidad de esta garantía: (a) existencia -promoción en su caso- de un proceso jurisdiccional pendiente de solución; (…) c) cita puntual de la norma de ley vigente -no de resoluciones-, sobre la que se exprese duda de legitimidad constitucional de aplicar-se a la solución del caso concreto; d) que el órgano judicial <en primera instancia> o cons-titucional <en segundo grado> advierta que el litigio puede ser razonablemente resuelto con apoyo en la disposición de ley cuya inaplica-ción se persigue; (…)Con base en lo anterior, al hacer el estudio correspondiente, esta Corte advierte que por su naturaleza, el antejuicio es solamente una prerrogativa y no constituye un proceso jurisdiccional que conlleve una deci-sión de ese tipo, por lo que no cumple con los requisitos para que pueda plantearse, en su trámite, la inconstitucionalidad de ley en caso concreto. En todo caso si se estima que en la tramitación del antejuicio, la autoridad vulnera derechos por considerarse que se fundamenta en normas que no hagan prevalecer la norma-tiva constitucional, se tiene al alcance el am-paro, como garantía específica ante actos que infrinjan los derechos que la Constitución y las leyes reconocen.” (auto de cinco de junio de 2009, dictado en el expediente 1953-2009).

1 Abogada Coordinadora de Presidencia y de la Comisión de Incidencias Procesales de la Corte de Constitucionalidad.

(Segunda parte)Ana Margarita Monzón Paredes de Vásquez1

JURISPRUDENCIA CONSTITUCIONALINCIDENCIAS

EN EL TRÁMITE DE INCONSTITUCIONALIDAD DE LEY EN CASO CONCRETO

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El término justicia, como todos lo sabemos, es dar a cada quien lo que le corresponde: “ius quia

iustum , non ius quia iussum”, lo que equivale a que el Derecho está man-dado y debe ser obedecido no sólo porque está plasmado en la ley, sino porque lo que se manda es justo para lograr una convivencia plena. La Ley es la manifestación del Estado por me-dio de la cual se busca normar la vida de las personas en una sociedad.

En épocas anteriores existían los lla-mados súbditos en vez de ciudadanos, y ahí quien no cumpliera las leyes era encarcelado, juzgado sumariamente y condenado; en cambio, en nuestra sociedad, el Derecho es la pieza clave para resolver pacíficamente los pro-blemas, los seres humanos civilizados primero debemos buscar los diversos métodos alternativos de resolución de

conflictos y acudir al ámbito penal como última ratio. Sin embargo, nos caracte-rizamos principalmente por la desobe-diencia a las leyes; el ser humano deli-beradamente infringe de manera cons-tante leyes, reglamentos y órdenes.

Difícil hacerse la pregunta: ¿justicia para quién? Porque en la sindicación de un hecho, al igual que en una mo-neda, siempre hay dos caras o dos versiones principales: la de la supues-ta víctima y la del supuesto sindicado; sin embargo, vale la pena recordar que todos los guatemaltecos estamos revestidos del principio de inocencia y que quien nos acusa debe por impe-rativo legal probar sus aseveraciones.

Resulta innegable que se ha vuelto una práctica constante en tribunales que el sindicado debe probar su ino-cencia, obviando por completo ese

revestimiento de inocencia y que la carga de la prueba recae en el ente investigador.

Como juzgadores, nos encontramos con diversidad de casos en los cua-les existe poca profundización de los medios probatorios que se presentan, puesto que no es lo mismo, por ejem-plo, dominar la ciencia del derecho que dominar las ciencias médicas, ahí ra-dica la importancia que para probar un hecho debemos de auxiliarnos de di-versidad de disciplinas, porque no bas-ta únicamente con hacer una acusa-ción, sino que ésta debe ir revestida del valor justicia, y nuevamente surge el interrogante: ¿justicia para quién?

La respuesta es sumamente fácil, y está basada en la objetividad del ente investigador: “justicia para quien la merezca, justicia al aplicar la ley para el verdadero y comprobado culpable, justicia para la víctima real, justicia para el acusado falsamente”.

Desde el punto de vista de los juzga-dores es una tarea ardua el conoci-miento y análisis de un caso concreto, tenemos en nuestras manos el absol-ver o condenar a una persona, pero dicha condena no sólo se queda en el condenado, alcanza a sus colatera-les, puesto que la mayoría tiene hijos, madre, padre, esposo, esposa, her-manos, hermanas, cuñados, cuñadas, que también sufren las consecuencias de una condena.

Por lo tanto, con un trabajo objetivo, real, profundo y con verdadero sentido de responsabilidad podremos aplicar JUSTICIA PARA QUIEN LA MEREZCA.

La JusticiaLicda. Dasma Janina Guillén Flores1

1 Magistrada Vocal I de la Sala Quinta de la Corte de Apelaciones del ramo Penal, Narcoactividad y Delitos contra el Ambiente con sede en la ciudad de Quetzaltenango.

El triunfo de la justicia, de Durameau (Palacio de Justicia de Ruan, Francia)

Guatemala, noviembre 2012, AÑO 2, No. 7