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En la Tebaida, santa Eufrasia, virgen, que
siendo de familia senatorial, optó por
hacer vida eremítica en el desierto, en humildad,
pobreza y obediencia.
Hija de un pariente del Emperador Teodosio I,
Se crió bajo la protección del
emperador. Partió a Egipto y se refugio en un
convento.
La santa se negó a abandonar el convento y
escribió una carta al emperador suplicando que
la dejara en libertad, que vendiese todos los bienes heredados de sus padres
para que sean distribuidos entre los pobres así como
dejar libres a todos los
esclavos de su casa.
"Como he dado a luz a mis hijas en la cruz dijo
en cierta ocasión, las quiero más que a mí
misma. Mi amor tiene sus raíces en Dios y en el
conocimiento de mi propia miseria, pues
comprendo que a la edad en que hacen la
profesión, yo no hubiese sido capaz de soportar tantas privaciones y un
trabajo tan duro".
María Eufrasia creía en la Buena Nueva, que Dios era como un Pastor compasivo. Cuyo amor no tenía límites al crearnos con dignidad. El mismo entregó su vida a la
misión redentora de salvación del Padre, a través
de la obra del Espíritu de transformar a cada persona
en la santidad de Dios. Siempre tuvo el valor de
actuar iluminada por esta misma misión: amar y
respetar la dignidad de la persona y hacer todo lo que ella pudiera por el bienestar
de la gente.
Ya en su lecho de muerte, tanto Julia su compañera de
celda y la abadesa le imploraron a la santa que le obtuviera la gracia de estar
con ella en el cielo. Tres días después de la muerte de
Eufrasia, Julia falleció y poco tiempo después, lo hizo la
abadesa.