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San Martin de Munatones el Castillo el Palacio la Ermita

San Martín de Muñatones. Instalaciones de Petronor en Muskiz

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San Martín de Muñatones. Las instalaciones de Petronor en Muskiz albergan el castillo, el palacio y lo que fue la ermita de Muñatones.

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Edita / Argitatzailea:PETRONOR

Textos / Testuak:FIDEL PRESA EZQUERRA

Fotografía / Argazkiak:VISUAL NATURA

Realización y Diseño / Egitea eta Diseinua:TRIÁNGULO PUBLICIDAD Y MARKETING

Imprime / Inprimatzailea:SACAL

1ª Edición / 1. Argitalpena: 2012

© PETROLEOS DEL NORTE, S.A.

D.L.: BI-1150-2012

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PRESENTACIÓN ................................................................................................................................

INTRODUCCIÓN ...............................................................................................................................

EL CASTILLO DE SAN MARTÍN DE MUÑATONES .............................................................

LOPE GARCÍA DE SALAZAR, EL CRONISTA .........................................................................

LOS ESCUDOS ....................................................................................................................................

EL CERCO EXTERIOR DEL CASTILLO DE MUÑATONES ..............................................

LA CERCA INTERIOR ......................................................................................................................

LA TORRE CENTRAL DEL CASTILLO DE MUÑATONES ................................................

ALMENAS Y VENTANAS EN AJÍMEZ DE LA TORRE CENTRAL ..................................

LAS BIENANDANZAS E FORTUNAS ........................................................................................

LA TORRE DE SALAZAR EN PORTUGALETE ......................................................................

EL PALACIO DE LOS SALAZAR ...................................................................................................

BIBLIOGRAFÍA – DOCUMENTACIÓN .....................................................................................

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Javier de Ybarra Bergé publicó hace más de cuarenta años una breve mo-nografía titulada Castillo de Muñatones – Diapositivas comentadas, en la

que de manera sucinta y a la vez didáctica ofrece una visión global de los orígenes, evolución y demás vicisitudes del complejo de San Martín de Muñatones, com-puesto, además de por el castillo, por el palacio de Salazar y por la desaparecida ermita de San Martín. Como Ybarra subraya desde el título, la obra se completa con una colección de 12 diapositivas que sirven de apoyo visual a las explicacio-nes que el autor desgrana a lo largo de otros tantos apartados. Las diapositivas, hoy en desuso, fueron en los años 60 y 70 del siglo pasado un recurso audiovisual muy en boga, especialmente valorado en el ámbito educativo. La concisión del texto, su sencillez y carácter divulgativo, más el concurso de la colección de imá-genes nos empujan a pensar en esa intención pedagógica que atribuimos al autor.

Javier de Ybarra Bergé, nacido en Bilbao en 1913, cursó estudios de derecho en la Universidad de Deusto y, tras la Guerra Civil, ocupó cargos políticos (fue pre-sidente de la Diputación provincial de Vizcaya, alcalde de Bilbao, etc.) y puestos de responsabilidad en las empresas donde, en diversos grados, tenía peso espe-cífico la influyente familia de la que procedía. Los Ybarra son una de las gran-des dinastías empresariales nacidas en el País Vasco a partir de finales del siglo XVIII, y Javier, adecuadamente preparado, ocupó cargos en el Banco de Vizcaya, en Iberduero, en la Babcock Wilcox, etc. También fue presidente de la editora de El Correo Español-El Pueblo Vasco de Bilbao y participó en otras empresas

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periodísticas. Conocido por su espíritu filantrópico, tuvo relación, a través del Tribunal de Menores, con la problemática de la protección de la infancia. Murió a manos de un comando de los llamados “bereziak”, de ETA político-militar, el 18 de junio de 1977 tras pasar treinta días secuestrado en una cueva en las faldas del monte Gorbea.

Más allá de su trágico final y de su faceta empresarial, Javier de Ybarra es conoci-do por su extensa labor de investigación y de difusión en los ámbitos de la histo-ria y del arte, centrada, aunque no exclusivamente, en Bizkaia. Sus publicaciones se cuentan por decenas, abarcando temas como la Edad Media en Bizkaia, la mi-nería, los fueros, la educación, heráldica, arte, etc. Escribió catálogos, biografías y estudios sobre un sinfín de asuntos, aunque, por ceñirnos al tema que nos ocupa, citaremos tres: su Torres de Vizcaya, de 1946, el Catálogo de monumentos de Vizcaya, de 1958, y Escudos de Vizcaya, de 1968.

Si nos viéramos obligados a señalar qué otros motivos (aparte del conocido in-terés que estos asuntos despertaban en él, como se ha dicho) llevaron a Javier de Ybarra a escribir esta obrita centrada en el castillo que durante siglos dominó el Valle de Somorrostro, podríamos lanzar una hipótesis aventurada –y probable-mente errónea–, que nos ayudará, sin embargo, a conocer otro detalle interesante de los Ybarra. Esta poderosa familia tiene sus orígenes en la persona de un hu-milde arriero, Juan Bautista de Ybarra y Rementería, que, procedente de Getxo, se estableció en 1746 en Somorrostro para ocuparse del transporte del mineral, la leña y el carbón que precisaban las ferrerías del Valle, y del hierro elaborado que posteriormente salía de ellas. Juan Bautista llegó a Somorrostro para quedarse y, de hecho, fue admitido como vecino de pleno derecho del Concejo de Musques el último día del año 1751.

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El asunto es que algunas de estas industrias metalúrgicas, concretamente las de Vilochi y El Pobal, eran propiedad del marqués de Villarías, con palacio en San Juan de Somorrostro, y, lo que son las cosas, la relación entre marqués y arriero terminó, pasado el tiempo, siendo algo más que comercial dado que ambas fami-lias se emparentaron al matrimoniar sus biznietos respectivos. Es decir, una parte muy importante de las raíces de los Ybarra están en lo que hoy es Muskiz, muni-cipio que alberga el castillo de Muñatones, y esa puede ser la razón de la especial atracción que estos lugares ejercieron siempre sobre Javier.

Esta publicación es un homenaje a Javier de Ybarra, amante como pocos de nuestro patrimonio y precursor en el estudio de los vestigios de nuestra historia. Que sus hallazgos y conclusiones se hayan visto superados a posteriori por los de otros estudiosos otorga mayor valor a su trabajo, dado que éste ha sido el punto de partida de las nuevas generaciones de investigadores y la base sobre la que se han desarrollado los modernos métodos y técnicas de investigación. Por eso decimos que la figura de los pioneros, sea cual sea la faceta en la que destacan, es trascendental.

En su memoria, esta publicación respeta escrupulosamente el esquema que Yba-rra siguió en su trabajo, y utiliza los datos que recoge, bien es verdad que corregi-dos y aumentados dado que, como se dice más arriba, la restauración del castillo y las campañas de arqueología que paralelamente se vienen practicando en su entorno han servido, como suele suceder, para ratificar, desdecir y/o aumentar (según los casos) la información de que se disponía cuando Javier redactó su monografía. Cierto es, sin embargo, que, siguiendo su espíritu, se intenta aquí di-vulgar y animar a su conocimiento, más que ofrecer un exhaustivo tratado sobre el castillo, que, como se indica en la bibliografía, ya existe1.

Fidel Presa Ezquerra

1 La más completa corresponde a

GONZÁLEZ CEMBELLÍN, J. M. en su Torres

de las Encartaciones. Ver en Bibliografía.

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El castillo de San Martín de Muñatones está enclavado en lo que fue el Concejo de San Julián de Musques, uno de los cuatro que formaron el Valle de Somorrostro, en el Territorio Histórico de Bizkaia. El lugar, un

leve cerro que dominaba los prados circundantes y las marismas resultantes del encuentro del río Barbadún con el mar, pertenece hoy al municipio de Muskiz. El castillo actual es el resultado de una reconstrucción llevada a cabo a finales del siglo XV sobre los restos de una torre anterior, propiedad de los Muñatones, y de otras reformas posteriores. Los Muñatones tienen sus orígenes más lejanos en la Casa Real de Asturias y León, y, según cuenta el Cronista Lope García de Salazar en su obra Las Bienandanzas e Fortunas2, el título de primer señor de Muñatones corresponde a don Gimeno de Muñatones, hijo de Galindo Gastón de Noreña, heredero a su vez del conde de Noreña, noble asturiano que se vio obligado a dejar sus tierras tras enemistarse con el rey de León.

Los Salazar, por su parte, procedían de Burgos y, como en el caso anterior, de-bieron huir de sus dominios relegados por los Velasco, sus enemigos ancestrales, afines al rey Enrique de Trastamara. Los Salazar se asentaron primero en Sopuerta y uno de ellos casó a su hijo Juan López de Salazar de San Martín con Inés de Mu-ñatones, con lo que se estableció la alianza Salazar-Muñatones en el solar de San Martín donde el mismo Juan López construyó en 1339 la primera torre.

2 GARCÍA DE SALAZAR, Lope:

Las Bienandanzas e Fortunas, 4 vols., ed.

A. Rodríguez Herrero, Bilbao, Diputación

foral de Vizcaya, 1984.

De otras ediciones se da cuenta en otro

capítulo de este libro.

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Juan e Inés tuvieron un hijo, Juan Sánchez de Salazar, que unificó el patrimonio de los Salazar-Muñatones y construyó la primitiva muralla defensiva de mam-postería entre 1353 y 1399, período durante el que fue pariente mayor. Un biz-nieto de Juan e Inés, Lope García de Salazar de San Martín y Muñatones (1399-1476), banderizo y Cronista, se casó en 1425 con Juana de Butrón y Mújica, hija del señor de Butrón, por lo que, en su honor, remodeló la antigua torre de Mu-ñatones derribando la primitiva cerca y añadiendo al conjunto un doble muro amurallado, por lo que la fortificación pasó a recibir la consideración de castillo, adquiriendo el aspecto con el que, modificaciones al margen, ha llegado hasta nuestros días. Estudios más fiables aseguran, sin embargo, que la rehabilitación se debió a la necesidad de defenderse adecuadamente del castillo que los Ayala y los Velasco habían construido en el cercano enclave de Lutxana. Ocupado en las luchas de bandos –por ello fue incluso desterrado–, famoso guerrero, su renombre le viene, como se ha dicho, por su obra literaria, de la que es preciso resaltar su Crónica de Siete Casas de Vizcaya y Castilla, que contiene entre otros el relato de la leyenda de Jaun Zuria, y las citadas Bienandanzas e Fortunas, escrito entre 1471 y 1476, un magnífico tratado de historia, en 25 libros, que nos permite conocer, además de otros asuntos, la vida y otras circunstancias de Bizkaia durante los siglos medios.

Su hijo Juan, uno de los que lo envenenó, al que apodaban el Moro, sometió la fortaleza a nuevas reformas interviniendo sobre la torre, el patio y la muralla du-rante el período 1476-1503, e iniciando así una transformación del conjunto para, una vez perdido el interés como construcción militar, hacer de Muñatones una residencia.

Sin confundirlo con un antepasado del mismo nombre –otro don Lope que pasó a la historia por su longevidad, por sus hazañas guerreras y por haber sido padre de más de cien vástagos–, merece la pena resaltar que la vida del Cronista Lope

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García de Salazar de San Martín y Muñatones no es menos sorprendente teniendo en cuenta que escribió su obra magna mientras permanecía preso en su castillo de San Martín de Muñatones por decisión de dos de sus hijos, en desacuerdo con las disposiciones del padre en el asunto del mayorazgo tras el prematuro fallecimien-to del primogénito, de nombre Ochoa. De estos hijos conspiradores y levantiscos dejó escrito: “Preso de los que engendré, crié y acrecenté, e temeroso de mal bebedizo (…)”. Huido del castillo, don Lope fue a refugiarse en su torre de Salazar, en la villa de Portugalete, donde no pudo evitar morir por envenenamiento a manos de

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aquellos descendientes que ya no eran sino sus enemigos. Hombre recto, también escribió de sí mismo con palabras certeras: “Nunca cometió guerra contra persona del mundo, a su entender y creer, por soberbia ni contra la razón, sino por salvar su honra y la de su linaje, ni rompió indebidamente tregua ante sus adversarios, ni mató ni hizo matar a nadie en el mundo (…) y despreció a ladrones y robadores y siempre fue sincero con todos en la medida de lo posible, y quien me lleve la contraria, miente”.

Situado sobre terrenos propiedad de Petronor, el conjunto monumental forma-do por el castillo de San Martín de Muñatones, el hospital o palacio de Salazar y la desaparecida ermita de San Martín, es Monumento Histórico-Artístico según Decreto de 22 de abril de 1949, expedido por el Ministerio de Educación Nacio-nal (B.O.E. 5-5-1949) sobre protección de los castillos. En 1984, según Decreto 265/1984 del Gobierno vasco, de 17 de Julio, es declarado Monumento Histórico-Artístico de carácter nacional. En 1990, según la Ley 7/90 de 3 de julio sobre Patrimonio Cultural Vasco, es declarado Bien Cultural Calificado del pueblo vasco. En 2000, Inmueble de protección especial en el marco del Decreto 14/2000, de 25 de enero, por el que se califica como Bien Cultural, con la categoría de Conjunto Monumental, el Camino de Santiago. En 2001, mediante Resolución de 10 de mayo del viceconsejero de Cultura, Juventud y Deportes, para adaptación a las prescripciones de la Ley 7/90, se abre expediente para establecer un régimen de protección específico aplicable al castillo.

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En la actualidad (año 2012) el castillo está siendo sometido a una meticulosa restauración por cuenta de la Diputación foral de Bizkaia, actual propie-taria, en un proceso que comenzó en 1993 y que se ha prolongado en el

tiempo mediante la puesta en marcha de sucesivos proyectos parciales llevados a cabo según diversas fórmulas o modelos de colaboración interinstitucional. Por ejemplo, entre 1996 y 1998, en colaboración con el Ayuntamiento de Muskiz, funcionó la III Escuela Taller castillo de Muñatones que, entre otras cosas, se ocupó de la restauración de la muralla exterior.

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Como en tantos otros casos, esta construcción ha soportado decenios de abando-no, algo que es fácilmente verificable observando los testimonios gráficos de que disponemos. Primeramente, porque, cuando las luchas de bandos llegaron a su fin, desaparecieron las razones de carácter defensivo-militar que la justificaron; luego, prácticamente desde el siglo XVIII, por razones de herencia o porque sencillamen-te la vida era más cómoda en el palacio aledaño, el hecho es que el castillo quedó deshabitado y en el más absoluto de los abandonos. Hay imágenes que muestran la torre parcialmente destruida y otras en las que aparece cubierta con un tejado a cuatro aguas que, pese a su altura, le da un aspecto más de caserío de labranza que de lo que realmente fue y es. Durante el siglo XX, las penurias económicas derivadas de la Guerra Civil y un más que general desprecio por el patrimonio histórico fueron razones suficientes para que la situación no variara, hasta que las nuevas corrientes culturales, el incremento de la conciencia del valor de la propia historia y de sus tes-timonios materiales, además de la situación de bonanza económica, hicieron posible que en Muskiz y en otros muchos municipios, empresas e instituciones lideraran la restauración de los mejores elementos de nuestro patrimonio común.

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En 1949 el castillo pasó a manos de la Diputación pro-vincial de Vizcaya, lo que dio lugar a los primeros trabajos de restauración consiguien-do, cuando menos, ponerle freno al deterioro de tantos decenios de abandono. Así lo describía un viajero a su paso por Muskiz en esas fechas: “[22 de septiembre de 1949] En medio de este risue-ño paisaje, nos detenemos, al fin, al pie de una altura, ante los restos del que fue poderoso castillo de Muñatones, o de San Julián de Musques. Son las primeras ruinas de una fortaleza que veo en mi vida, y todos lamentamos la desidia que deja desmoronarse y perder estos bellos testigos del pasado. Sólo parte de la fachada, con su puerta gótica, que ostenta tres escudos, se conserva bien”3.

El castillo de San Martín de Muñatones es, según los expertos, el paradigma de las fortalezas guerreras que abundaron en Bizkaia du-rante el período de las luchas de bandos. Conviene tener en cuenta que estamos ante un modelo de fortificación, con torre central y doble muralla circundante, única en todo el territorio de Bizkaia y merecedora en exclusiva, por tanto, del apelativo de “castillo”. Quienes citen como castillos más acreditados los de Butrón y Ar-teaga, deben saber que el primero, ubicado en el municipio vizcaíno de Gatika, es una construcción ajena a la tradición de esta tierra, levantada a finales del siglo XIX con la intención de recrear las for-tificaciones medievales, recogiendo además las influencias de los castillos-palacio del romanticismo alemán. El de Gautegiz Arteaga, por su parte, conocido como el castillo de la emperatriz Eugenia de

3 ALEMPARTE ROBLES, J.: Andanzas por la vieja España, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1961

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Montijo, esposa de Napoleón III de Francia, se erigió también a finales del siglo XIX por encargo de los emperadores (aunque nunca llegaron a pisarlo), a partir de los planos de un arquitecto francés que consiguió plasmar en su obra el estilo de otras residencias reales de su país –en esa época se llevaba el neogoticismo impuesto por los románticos–, obviamente sin la más mínima referencia a los usos de esta región. Es cierto que ambos se construyeron sobre torres genui-nas (la de Butrón y la de Arteaga) de las que no quedan rastros visibles; como también lo es que los antepasados de Eugenia de Montijo emparentaron con el linaje de Arteaga.

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Don Lope García de Salazar de San Martín y Muñato-nes, nacido en 1399, vivió 77 intensos años, una cifra alta para lo que en aquellos tiempos era común, aun-

que no tan exagerada como la de su antepasado homónimo, del que, realidad o leyenda, se dice que vivió 120 años. Envenenado a manos de sus hijos Juan y Pedro, como se señala en la intro-ducción, la muerte del Cronista tuvo lugar exactamente el 9 de noviembre de 1476 en la torre de Salazar, en Portugalete, y según relata un testigo en una declaración posterior con ocasión de un pleito entre varios hijos de don Lope, éste le dijo en plena agonía: “Aprietes en la mi mano, que me quiero morir (…) y teniéndole de la mano falleció, y aquel mismo día lo llevaron a enterrar a la iglesia de San Martín; y lo sabe porque estuvo presente”.

En 1948, fuera de uso la ermita de San Martín y en ruina absoluta, la Diputación vizcaína encargó unas excavaciones con la intención de rescatar los restos de don Lope García de Salazar, caso de en-contrarlos. Los pocos que se encontraron en el entorno del altar hicieron suponer que el lugar se reservaba a personas importantes dado que en el exterior aparecieron más restos y en bastante canti-dad. Del análisis de los huesos hallados en el interior de la iglesia se

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deduce que pertenecieron a un hombre de gran estatura (más de 2 metros) y de edad avanzada, datos que concuerdan con lo que se sabe de don Lope. El “Informe médico legal sobre los restos mortales encontrados en las ruinas de la ermita de San Martín de Muñatones” que Ybarra Bergé mandó elaborar a tal fin así lo acredita.

Durante la búsqueda, también en lugar preferente, descubrieron huesos que, por sus características, correspondían a una joven adolescente, dato que concuerda con el hecho de que junto a don Lope falleció, también envenenada, una hija na-tural suya que probaba previamente los alimentos que su padre ingería, temeroso ante la posibilidad de una intoxicación irreparable. Los testigos relatan el falleci-miento simultáneo, siempre por las mismas causas, del perro del cronista.

Los despojos allí localizados fueron depositados en una caja de zinc que se encuentra desde entonces en la iglesia parroquial de San Juan Bautista de Muskiz “hasta poderles dar decorosa sepultura en la capilla de San Martín cuando ésta se reconstruya o pueda acondicionarse el enterramiento”, como propone el mismo Ybarra Bergé en el opús-culo que redactó al respecto en colaboración con Esteban Calle Iturrino en 1956.

Otros hallazgos vinieron a corroborar lo que Ybarra Bergé daba por hecho. Junto a los huesos descubiertos aparecieron diversas monedas en un muy variado estado de conservación. Una de ellas, de vellón, con la inscripción “1454-1474”; otra más, real de plata, con la leyenda “Enrique IV”. Todas ellas, por tanto, fechadas durante el reinado del último monarca de la casa de Trastamara, contemporáneo de Lope.

La ermita, muy deteriorada, se desmanteló con ocasión de los primeros trabajos llevados a cabo en el complejo tras su adquisición por parte de la Diputación foral. Las mejores piedras de San Martín se conservan en los almacenes de esa institución.

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El Cronista Lope García de Salazar de San Martín y Muñatones reformó la fortaleza entre 1439 y 1446 porque, además de a las habituales luchas intestinas propias de casi todos los linajes –comúnmente relacionadas

con el mayorazgo–, hubo de hacer frente a un período muy violento (puede que el más grave) de las luchas banderizas. La reforma, como se verá, fue total aunque aquí analizaremos uno de los elementos que incorporó a la muralla interior, la más importante, que protege el espacio en cuyo centro se erige la torre central.

El acceso a ese espacio interior se realiza, atravesando la muralla interior, por una única puerta ojival –situada a la izquierda de la fachada principal–, fabricada en sillería rojiza, sobre la que corre un friso con los escudos del linaje: Salazar, Muñatones y Butrón. La puerta es importante: con 1,3-1,6 metros de luz por 2,4 metros de flecha, el paso tiene 2,8 metros de profundidad. Los tres blasones conforman un friso con guardapolvos, que es una especie de sencillo tejadillo voladizo o alerón tallado en la misma piedra con el fin de proteger los escudos del agua de lluvia.

El escudo central corresponde a los Muñatones y, si lo describiéramos conforme a lo que dicta la ciencia heráldica, habría que decir lo siguiente: en campo de sino-ple (verde), consta de 10 panelas de plata, en tres palos de tres, cuatro y tres. En heráldica, una “panela” es una hoja de álamo puesta como mueble en el escudo. A la derecha de las armas de Muñatones, según se miran, aparecen las de los Salazar,

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que, en campo de gules (rojo), lucen diez estrellas de oro de ocho puntas, si bien en el escudo original del linaje las estrellas son trece. En este caso se reparten en tres palos de tres, cuatro y tres respectivamente. A la izquierda, las armas de los Butrón. En campo de gules, dispone de una cruz flordeliseada en plata, cargada de cinco lobos pasantes, de sable. El escudo original presenta los elementos ante-riores más cuatro buitrinos o buitrones de oro. El adjetivo “flordeliseada” relativo a la cruz se refiere al remate de los cuatro brazos, en forma de flor de lis. Por otro lado, los buitrinos o buitrones son una especie de redes o artes de pesca en forma de cono alargado, en cuya boca hay otro más corto, dirigido hacia adentro y abier-to por el vértice para que entren los peces y no puedan salir.

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Parece lógico pensar que estas armas, que pertenecen a los linajes del Cronista Lope García de Salazar de San Martín y Muñatones, y de su esposa Juana de Butrón y Múgica se colocaron con ocasión de la primera gran reforma de la torre, llevada a cabo durante su mayorazgo, que dio lugar a la construcción de la muralla en la que se encuentran. Hay, sin embargo, indicios para suponer que no, que se trata de un añadido posterior. El principal es el erróneo número de estrellas reproducidas en el escudo de los Muñatones, dato incomprensible en el caso de un señor como Lope García de Salazar, estudioso y, por tanto, preocupado por este tipo de detalles. Según los expertos, un error de tal calibre es incongruente con el valor simbólico que cual-quier caballero medieval atribuye a su escudo de armas o al de su consorte.

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Construida, como se viene diciendo, entre 1439 y 1446 bajo el mayorazgo de don Lope García de Salazar, la muralla exterior fue en sus inicios una tapia bastante elemental de medio metro de grosor y 1,65 m de altura,

fabricada en mampostería4 y soportada sobre un zócalo de sillares (piedras labra-das). En su primer formato careció de almenas, troneras o cualquier otro elemen-to arquitectónico de carácter defensivo capaz de albergar o permitir el paso de personas o artefactos de guerra. La cerca se vio reforzada en tres de sus lados por un pequeño foso de naturaleza disuasoria. El cuarto lado del rectángulo exterior, la cara izquierda, no precisó de tal foso por dar a un pronunciado talud.

El conjunto de la importante obra emprendida por don Lope García de Salazar de San Martín y Muñatones (el doble cerco más la torre) precisó para su cons-trucción de 3.000 m3 de piedra, acarreados desde distintas canteras: la de sillería, de Los Vados (Muskiz); la mampostería, de Baltezana y de El Arenao (Galdames). Asimismo compró casas en Jiba y Memerea (Muskiz) para aprovechar la piedra obtenida tras su destrucción. La cal se fabricó en caleros del entorno, como el de Montaño; y la arena, traída en barcazas hasta el puerto de San Martín, se extrajo de las proximidades de Pobeña.

4 Mampostería: obra hecha con mam-puestos (piedras poco o nada labradas) colocados y ajustados unos con otros sin sujeción a determinado orden de hiladas o tamaños.

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Por otra parte, compró los terrenos que separaban el castillo del camino principal, eliminó los viñedos existentes en el lugar y plantó árboles con el fin de ennoblecer la casa y, a la vez, aislarla de la calzada próxima. En resumen, 6 ó 7 años de obras para las que, además, pudo disponer de mano de obra casi gratis: unos por obligación, otros voluntariamente, y los más forzados por las circunstancias, el hecho es que una gran parte de los vecinos del entorno pusieron su fuerza, sus herramientas y sus animales y carros al servicio del señor sin obtener nada a cambio.

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Durante los mayorazgos de Juan el Moro (hijo del Cronista) y de su hijo Ochoa el Mozo –éste ayudado por su madre, Catalina de la Puente– (1476-1503), la cerca exterior sufrió una importante revisión consistente en dar mayor grosor a la muralla, añadirle cubos y torres circulares, y ampliar el foso existente. El aspecto definitivo tras las obras es el que podemos ver en la actualidad: engrosamiento de los muros delantero y posterior, abertura de saeteras y troneras y construcción de almenas, colocación de cuatro torres cilíndricas de 5 m de diámetro y más altas que la muralla en las cuatro esquinas de la cerca, y dos cubos de planta cuadrada –también alme-nados–, fabricados en magnífica sillería rojiza, que refuerzan los dos únicos accesos al castillo. Al contrario que las torres cilíndricas, estos cubos no se integran en la cerca, sino que se apoyan en ella, poniendo en evidencia que se trata de dos añadidos posteriores. Las puertas, de madera, estaban reforzadas, como era costumbre, por un entramado de barras de hierro y clavos de forja. En cuanto al foso, aunque más profundo, siguió siendo seco y recorriendo tres de las cuatro caras de la muralla. El foso se salvaba mediante un pontón fijo de madera. La muralla exterior es un rec-tángulo formado por cuatro lienzos de mampostería de 1 – 1,20 metros de espesor.

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El hecho de que Juan el Moro reforzara solamente los muros delantero y trasero (frente al camino y frente a la ría) dan a entender que la finalidad de la obra fue más propagandística que castrense, buscando sobre todo dar realce al linaje y transmitir una imagen de poderío económico, cuestión capital si se tiene en cuenta la importancia estratégica del camino y, sobre todo, del cercano puerto.

El espacio comprendido entre la cerca exterior y la primera muralla se utilizó –fundamentalmente mientras la muralla no fue más que una sencilla tapia y, por tanto, tenía escaso valor defensivo–, para recluir y proteger los animales domésti-cos que pertenecían al castillo.

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La muralla más cercana a la torre es de mayor altura que la exterior y todo su perímetro se ve recorrido por un paso de adarve, que es un camino prac-ticable situado en lo alto de una muralla, tras las almenas, con la finalidad

de recorrerla y realizar desde ella operaciones de vigilancia, defensa o ataque. La muralla, fabricada en mampostería, con 7,5 metros de altura hasta el paseo y 2,85 metros de grosor, soporta un importante muro almenado de otros dos metros de altura con 66 aspilleras repartidas en sus cuatro caras. Las aspilleras son aberturas largas y estrechas en un muro que permiten disparar desde ellas. También se lla-man saeteras. La altura de este muro hace que sea imposible asomarse a él, pero otorga importancia defensiva a la muralla dado que ésta se alza en total hasta los diez metros.

Tras la reforma de don Lope García de Salazar (prácticamente como la vemos hoy), la cerca interior formaba un rectángulo de aproximadamente 55 x 45 metros y, hasta el adarve, estaba compuesta de dos paredes de mampuesto con un relleno de piedra de poca calidad. Una y otra paredes se reforzaban interiormente me-diante tizones5 que daban consistencia a la construcción.

5 Tizón: piedra destinada a servir de trabazón en paredes estructurales.

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Siempre con la intención de proteger el núcleo del castillo, esta muralla se abre en un único acceso, de tamaño más bien reducido, que, además, se encuentra despla-zado hacia la izquierda del eje que, uniendo las dos entradas de la cerca exterior, divide el castillo en dos partes casi simétricas. Entrando por la puerta sur de la muralla exterior (la principal), el caminante o caballero no encuentra frente a sí el paso que le permita atravesar la muralla interior, por lo que debe circular en dia-gonal hacia la puerta en cuestión. Construida en arco escarzado, aún conserva los goznes y los huecos que sostenían la doble tranca de protección. Esa operación de “desenfilar” la puerta de su eje natural –poco práctica y nada armónica– tiene un incuestionable carácter defensivo, como se ha dicho.

Sobre el arco ojival que corona esa puerta corre un friso con los escudos del linaje (Salazar, Muñatones y Butrón), de los que se habla en otro capítulo. La ausencia de otros indicios hace pensar que, en tiempos de don Lope, el acceso al adarve que transita por el interior de la muralla se realizaba mediante escaleras de mano. Juan el Moro, su hijo, resolvió el problema añadiendo unas escaleras de obra, pero tampoco quedan vestigios de tal actuación.

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La primitiva torre y el foso que la rodeaba datan, probablemente, de los tiempos de Juan López de Salazar (1339). A esta primera construcción se le añadieron en ese mismo siglo, fundamentalmente de la mano de su

hijo Juan Sánchez de Salazar (1359-1399), las primeras protecciones exteriores. La primitiva torre, tenía no más de 20 metros de altura y cuatro fachadas bastante herméticas fabricadas con muros de 1,10 metros de grosor.

Esta torre primera fue la base sobre la cual, un siglo después, se construyó la que, con ligeras modificaciones estructurales, ha llegado hasta nuestros días. La reali-dad es que la vieja torre sigue ahí, cumpliendo el papel de armazón o esqueleto, embutida en la nueva, que la superó en perímetro y altura.

El Cronista Lope García de Salazar, nieto de Juan Sánchez de Salazar, empujado por la virulencia de las luchas banderizas y por los enemigos que tenía dentro de su propia familia, forró la vieja torre, la recreció con una terraza entre 1439 y 1446 y mejoró las defensas exteriores. Además, en el recinto interior, y adosadas a los muros de la torre, construyó varias estancias (que entonces denominaban “pala-cios”) con fines residenciales.

La transformación llevada a cabo en la torre por don Lope puede calificarse de radical: su altura se incrementa en cinco metros; el acceso principal –que nunca estuvo a ras del suelo– se traslada a una fachada hasta entonces lateral, como luego se verá, alcanzándose mediante escalera de madera; los muros pasan a tener 2,80

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metros; se emplea parcialmente piedra de sillería; al crecer, la construcción gana dos plantas; una escalera interior de caracol recorre el zaguán y los tres pisos prin-cipales hasta la terraza, que se refuerza con cuatro torrecillas esquineras; y en tres de sus caras se abren otros tantos pares de ventanas para asegurar la iluminación. La azotea descansa sobre un entramado de 80 vigas; y un aljibe y dos desagües completan la reforma. El prolongado asedio a que se vio sometido por sus hijos llevó a don Lope a realizar otras modificaciones (por ejemplo, derribó los pala-cios para dificultar un posible asalto) hasta que finalmente Juan el Moro tomó la fortaleza en 1476.

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Pero, con toda seguridad, el cambio más radical llevado a cabo por don Lope consistió en modificar el sentido del edifico llevando la fachada (antes en el frente oeste) a la cara sur orientando el castillo entero, torre más defensas, en esa dirección y dotándolo con ello de una peculiaridad reseñable: siendo de base rectangular, la fachada del edificio se trasladó a una de sus caras menores, algo absolutamente infrecuente en este tipo de arquitectura. El desplazamien-to del eje principal en esa dirección tenía un sentido o razón de ser porque al sur circulaba el camino de Castro Urdiales, al sur recibía la mejor luz solar, y hacia allí podía ampliar sus propiedades y aportar prestancia y señorío a un castillo que, además, también era la residencia de un linaje principal.

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Con el acceso de Juan el Moro al mayorazgo, él, su hijo Ochoa y la viuda de aquél introducen nuevas modificacio-nes a lo largo del período que va desde 1476 hasta 1503. Reordenan y sanean las distintas dependencias y desmantelan la terraza sustituyéndola por una estructura de madera con un tejado a cuatro aguas que da lugar a un nuevo camarote. También construyen una nueva escalera exterior (patín) en piedra de acceso a la primera planta de la torre. Si en un pri-mer momento don Lope había construido diversos palacios adosados a la torre y con acceso a ella (luego los desmante-ló), su hijo Juan retomó la idea de las estancias anexas, aho-ra apoyadas en la cerca interior. Allí hace sitio para instalar las trojes, un molino manual, el horno, la bodega, el establo y la rementería (fragua o herrería). Análisis posteriores, han demostrado que, dado que las luchas de bandos decayeron hasta su fin en tiempos de los Reyes Católicos, muchas de las obras que, tanto en la torre como en las cercas, llevó a cabo Juan el Moro fueron más ficticias que reales, es decir, hechas con la única intención de dar la imagen de un linaje podero-so, más que por la necesidad de defenderse de potenciales ataques exteriores.

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La fachada sur, en la que se encuentra una de las puertas ojivales de acceso a la torre que don Lope mandó construir a la “medida de su altor” (siete pies y medio; más de dos metros), posibilita la observación de la línea

de canecillos que corre sobre esta puerta y que permitía apoyar la plataforma de madera del piso interior. Los canecillos son bloques de piedra que sobresalen a ambos lados del muro y soportan las vigas a partir de las cuales se crea una planta o piso.

En la zona alta de la misma fachada sur se mantienen las gárgolas esquineras; tam-bién hay dos aspilleras o ventanas de vano estrecho cuya función, como se ha ex-plicado, era permitir realizar disparos desde dentro sin exponer el cuerpo; y, sobre ellas, una línea de ocho almenas cuadrangulares rematadas en punta de diamante.

Bajo las aspilleras destaca, sin embargo, la ventana en ajimez6, similar a otras dos que se encuentran en otras tantas caras laterales. Este ventanal, que se desvía lige-ramente del eje de la fachada, está coronado por una breve repisa o guardapolvos que, a modo de alerón, evita la entrada del agua que se escurre muro abajo en caso de lluvia. Un recurso similar al empleado con el friso de escudos de armas que corona la entrada de la cerca interior.

6 Se llama ventana en ajimez o germinada a aquella que se compone de dos arcos idénticos enlazados por una estrecha columna denominada parteluz o mainel.

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La ventana –que en realidad son dos, apuntadas y ger-minadas, separadas por un mainel– permitía iluminar la planta superior de la torre, el segundo piso residencial, el más seguro, inmediatamente por debajo de la terraza y del camarote con tejado que la coronaron en épocas consecutivas.

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Don Lope García de Salazar escribió, además de los ya citados 25 libros que componen sus Bie-nandanzas e Fortunas, una obra menos volumi-

nosa y sin la repercusión de aquélla, titulada Crónica de las Siete Casas de Vizcaya y Castilla.

En cuanto a las Bienandanzas e Fortunas, redactado du-rante su prisión entre 1471 y 1476, don Lope relata en sus páginas la memoria de los linajes de Bizkaia y de las tierras colindantes, además de la historia de la creación del mundo. En lo que respecta a las fuentes literarias, todos los autores coinciden en que Lope García de Salazar uti-liza una mezcla de tradiciones populares y de narraciones de origen variado para escribir la historia de los diversos pueblos de Europa, un trabajo que hace sin establecer una divisoria clara entre los hechos verdaderos y los imagina-rios. En esta narración la leyenda es el hilo conductor, el río sobre el que discurren simultáneamente y sin límites matizados la fábula, el pasado impreciso y los hechos his-tóricos conocidos.

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La reproducción del original de este libro se inició poco después de la muerte de su autor. Efectivamente, Ochoa de Salazar, nieto de don Lope, lo mandó copiar a Cristóbal de Mieres en 1492, por lo que el documento resultante –el llamado Códice de Mieres–, que se conserva incompleto, es la copia más an-tigua del original del Cronista. Entre el siglo XV y el XIX se hicieron abun-dantes réplicas –no siempre de la totalidad–, así que la cifra de las que se conservan supera las cuarenta. Como el Códice de Mieres refiere en la última página, “Aquí se acaban los XXV libros que hizo Lope García de Salazar es-tando preso en su casa de San Martín. Lo escribió y acabó Cristóbal de Mieres. En el año del Señor de mil cuatrocientos noventa y dos. En el mes de abril, pasados dieciséis días de dicho mes. A Dios sean dadas muchas gracias por siempre, sin fin. Amén”.

Con posterioridad, se han realizado seis ediciones impresas, tres de ellas in-completas. No todas titulan la obra de manera similar: en las tres de Ángel Rodríguez Herrero, hechas por cuenta de la Diputación provincial de Vizcaya, se denomina Las bienandanzas e fortunas; la edición más antigua, de 1884 en Madrid, obra de Maximiliano Camarón, restaurador de la Biblioteca nacional, tiene un encabezamiento más largo: Las bienandanças e fortunas que escribió Lope García de Salazar en la su torre de San Martín de Muñatones. Ana María Marín Sánchez la editó en 1992, en Zaragoza, bajo el título de Istoria de las bienandanzas e fortunas de Lope García de Salazar. La última, de 2004, en Bilbao, es una edición crítica del Libro de las buenas andanças e fortunas que fizo Lope Garçía de Salazar, obra de Mª Consuelo Villacorta Macho.

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La vieja torre de Salazar en Portugalete fue, como se ha dicho, el escenario donde se puso fin a la tragedia que vivió durante los últimos años de su vida don Lope García de Salazar y Muñatones, el Cronista, acosado por

unos hijos disconformes con las decisiones que su padre había tomado en lo re-ferente a la sucesión en el mayorazgo. Huyendo del castillo de Muñatones, donde permanecía preso por orden de sus hijos, se refugió en la torre de Portugalete para morir envenenado tras ser nuevamente apresado por éstos.

Se habla aquí de “la vieja torre de Salazar” para indicar el lugar en que ocurrieron los hechos que se acaban de relatar: detención y más que probable asesinato de Lope García de Salazar a manos de sus hijos en el verano de 1476. Esta torre, que ya no existe, había sido construida por Juan López de Salazar hacia 1400, pasando a ser propiedad de su sobrino nieto Lope García de Salazar tras la muerte sin des-cendencia de aquél. Ésa fue, por tanto, la primera y principal torre de los Salazar en Portugalete.

A la muerte de don Lope, el linaje quedó dividido en dos ramas: la que encabezó Juan el Moro, que recibió propiamente el mayorazgo y se quedó en la torre de San Martín de Muñatones; y la presidida por el niño Ochoa el Preboste –hijo del primogénito fallecido y heredero legítimo según don Lope–, que se instaló en la de los Salazar en Portugalete.

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En 1493, Ochoa, ya adulto, inició en Portugalete la construcción de una nueva torre, maniobra con la que, según parece, no estaba de acuerdo el pueblo. Tampo-co la villa de Bilbao, cuya denuncia hizo que la corona ordenara la investigación del proyecto y, eventualmente, su paralización. Del análisis de la documentación generada tras aquella denuncia (y otras posteriores) se deduce que las obras tenían como propósito final la construcción de la torre que hoy conocemos. Por lo tan-to, se puede afirmar que, por un tiempo, Ochoa tuvo en Portugalete dos torres, separadas por un cantón que él mismo salvó comunicándolas mediante un pasaje.

Problemas de propiedad aparte, el conjunto se transformó en una “lujosa man-sión” a finales del siglo XIX, si bien mantuvo la planta original y el volumen útil. En 1934, con ocasión de la “revolución de octubre”, el edificio fue incendiado y

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destruido parcialmente, lo que provocó su abandono y paulatino deterioro hasta que en 1958, por encargo de María de Chavarri y Salazar (viuda de su último pro-pietario), fue restaurado por el arquitecto Joaquín de Yrízar, que aplicó al proyecto un concepto nada contrastado de tal manera que nos está permitido hablar de “re-creación” más que de otra cosa. Recreció la torre en casi cuatro metros, se inventó una escalera de piedra exterior y abrió ventanas para adecuar el edificio a las cuatro alturas que según él había tenido (la torre original tuvo dos más un camarote).

Cedido al Ayuntamiento, el edificio fue sometido por éste a una nueva restaura-ción en 2001 con la intención de instalar en él distintos servicios municipales de carácter cultural (museo, sala de exposiciones, etc.), así como un restaurante.

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El palacio se construyó en los primeros años de la XVIª centuria probable-mente sobre los restos de una torre, de nombre “torrecilla de San Mar-tín”, que, según los testimonios de la época, se situaba delante del castillo.

Aquella torre es, con seguridad, el punto de partida del actual edificio palaciego –horizontal y abierto en contraposición al hermetismo y verticalidad del castillo–, presentando una altura más en ese espacio y convirtiéndose así en eje visual en torno al cual gira el inmueble.

Este noble edificio ha pasado por distintos usos hasta que, ya propiedad de Petro-nor, se reformó en 1975 para acoger las oficinas centrales de esta empresa. Anti-guo hospital y palacio de los Salazar, en 1964 fue destinado a “hostal de ruta” por la Diputación provincial de Vizcaya, que era propietaria del edificio desde 1949, tras comprárselo a Mariano de Mazarredo –cuarto marqués de Fregenal tras el fallecimiento de su padre Javier en 1935–, su último propietario por la vía de los descendientes de don Lope. Cuatro años después, en 1968, la Diputación lo cedió al Estado, pasando a formar parte de la red de Paradores Nacionales hasta 1973, año en que, tras escasos cinco años de actividad, cerró la instalación para ser restituido a la institución propietaria. El cierre del Parador, llevado a cabo exactamente el 16 de enero de ese año, supuso el fin de un proyecto que nunca cuajó del todo teniendo en cuenta su proximidad a la capital y a otros munici-pios con mayores y más evidentes atractivos turísticos, y su escasa rentabilidad.

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Se puede decir, por otra parte, que el inmediato uso público que se dio al edi-ficio desde el momento mismo de su adquisición por la Diputación vizcaína permitió su conservación, pese a los riesgos evidentes de intervenciones poco ortodoxas que su decidido destino hostelero pudo conllevar. Baste decir que otros edificios, caso de la ermita cercana, desaparecieron sin opciones en esa misma época. Los folletos turísticos editados a finales de los 60 por Paradores Nacionales para promocionar la nueva instalación decían cosas como éstas: “Desde el Parador se pueden emprender interesantes y sugestivas excursiones que, con regreso en el mismo día, descubrirán panoramas, villas y paisajes de sumo pintoresquismo y belleza. A su lado una carretera comarcal conduce, tras cuatro kilómetros de recorrido, a la playa de La Arena, visible desde el mismo Parador”, a la vez que pregonaba las excelencias de la cocina vasca.

El actual edificio, por efecto de tanta reconversión, dista mucho del primitivo observándose añadidos y transformaciones de muy diversa procedencia y va-lor. Por ejemplo, en su mejor época, cuando los Salazar se trasladaron desde el castillo (principios del siglo XVI), el palacio disponía de algunos elementos ar-quitectónicos de carácter defensivo pese a que los conflictos banderizos habían concluido. Tales elementos desaparecieron en la reforma de la década de los 60.

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Desde su adquisición en 1949 por parte de la Diputación provincial de Vizcaya –y tras las primeras obras de restauración– el edificio fue objeto de debate a propósito de sus posibles usos y, antes de su conversión en hostal de ruta, se barajaron otras opciones: primero se pensó en instalar una Escuela-Hogar (1955), luego un centro municipal de salud y, más tarde, una residencia de especialización para maestros. El palacio de los Salazar daba fe de los apellidos de sus propietarios mediante la presencia de los escudos de Salazar y Muñatones en el dintel de varias de sus ven-tanas. Quienes en su momento realizaron las obras de adaptación para convertirlo en hostal se permitieron añadir otros sobre las puertas, como el de Butrón o el de

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Salazar-Salcedo. Del mismo modo, es nuevo el escudo de Bizkaia que corona la en-trada principal del palacio. Es asimismo reseñable el hecho de que en el soportal o claustro que recorre tres de las cuatro caras del patio se sustituyeron los primitivos apoyos de madera que soportaban los tres cuerpos de tejado por las columnas cilín-dricas de piedra que hoy podemos contemplar. La puerta de acceso al patio y el patín o escalera exterior de piedra que lleva a la primera planta son originales. En la actua-lidad destaca el discreto cierre acristalado que, recorriendo toda su cuerda, aísla el soportal y lo protege de la intemperie, una actuación que ha permitido vestir ese es-pacio con una parte de los muebles y utensilios de época que componen la colección del palacio y que también podemos admirar engalanando otras estancias del mismo.

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YBARRA BERGÉ, J.: Castillo de Muñatones – Diapositivas comentadas, Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos, 1971.

GONZÁLEZ CEMBELLÍN, J.M.: Torres de las Encartaciones, Diputación fo-ral de Bizkaia, Bibao, 2003, vol. I y II.

AREITIO, Darío de: De la prisión y muerte de Lope García de Salazar, Revista Internacional de los Estudios Vascos, 1926, (17), pags. 9-16.

El Castillo de Muñatones. Colección Patrimonio Itinerarios. DFB/BFA, 2006.

GONZÁLEZ CEMBELLÍN, J. M.: El Castillo de San Martín de Muñatones. Kobie Nº IX. DFB/BFA 1992/93.

VILLACORTA MACHO, Mª C.: Edición crítica del Libro de las buenas an-danças e fortunas que fizo Lope Garçía de Salazar, en Oihenart, 2006, (21), pags. 521-536.

YBARRA BERGÉ, J. y CALLE ITURRINO, E.: La tumba de Lope García de Salazar en San Martín de Muñatones, Junta de Cultura de Vizcaya, Bilbao, 1959.

Bibliografia

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Archivo Municipal de Fotografías Antiguas de Muskiz.

La imagen del libro de Las Bienandazas e Fortunas corresponde a una copia origi-nal del siglo XVII, propiedad de don José María Arriola Arana, gernikarra, lekei-tiarra, Cónsul de Bilbao, notario y bibliófilo.

SALAZAR Y ZUBÍA, Enrique (Bilbao, 1861-1922). Medalla de Oro en la Expo-sición Provincial de Vizcaya celebrada en Bilbao en 1882 con su obra Lope García Salazar escribiendo el libro de las Bienandanzas. Reproducido en Euskal-Erria, revista vascongada, nº 1.179, San Sebastián, 1917.

LARROQUE ECHEVERRÍA, Ángel (Bilbao, 1874-1961). Estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, de la que después fue profesor. Su obra se expone en los principales museos de Euskal Herria. El óleo Lope García de Salazar se conserva en el Museo de Euskal Herria de Gernika (Bizkaia).

BALLÓ VELLÉS, Fernando (Portugalete, 1914 - Madrid, 1995). Impresor, pintor y sacerdote, en 1948 realizó por encargo del consistorio cuatro cuadros para el salón de plenos del Ayuntamiento de Portugalete. El correspondiente a Lope García de Salazar es uno de ellos. Actualmente se expone en el Museo Casa Torre Salazar Dorretxea.

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