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Arzobispado de Arequipa Domingo 04 de diciembre de 2016 UN PROFETA PARA EL SIGLO XXI Juan el Bautista es uno de los personajes más importantes en el tiempo de Adviento. Los evangelios nos lo presentan como un hombre austero, vestido con piel de camello y una correa alrededor de la cintura, que se alimentaba con saltamontes y miel silvestre. Predicaba fuertemente la conversión y un bautismo para el perdón de los pecados, al mismo tiempo que anunciaba la inminente llegada del Mesías. Decía: “Detrás de mí viene uno que es más fuerte que yo y al que no soy digno de inclinarme para desatarle las sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo”. Juan el Bautista es, pues, el mensajero y precursor de Jesús. Su estilo recuerda al gran profeta Elías que, según la tradición judía, debía preceder inmediatamente al Mesías. Mucha gente lo seguía al desierto y se hacía bautizar por él. Poco después, al inicio de la vida pública de Jesús, Juan murió decapitado por el rey Herodes, instigado por Herodías a quien había denunciado su pecado de haber dejado a su marido para irse a vivir con el rey. Juan había cumplido su misión. Jesús, el Mesías, había comenzado la suya. Herodes y Herodías, en cambio, se cerraron en sus planes, en sus placeres y no quisieron escuchar la voz de Dios que les ofrecía un reino mucho mejor que el suyo limitado y caduco. Han pasado veinte siglos desde entonces, pero la voz de Juan el Bautista no deja de resonar pidiéndonos la conversión, es decir que reconozcamos nuestros pecados y nos abramos al amor de Dios, que nos ama tanto que está siempre dispuesto a perdonarnos y a introducirnos en su reino que no tendrá fin. Es lo mismo que está haciendo el Papa Francisco que, continuamente, está tratando de iluminar nuestra realidad de pecado pero, al mismo tiempo, nos invita a acogernos a la misericordia de Dios y a hacerla presente en nuestra vida diaria. “Dios nunca se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón”, nos dijo el Papa a los pocos días de comenzar su pontificado. Desde entonces, en sus predicaciones y discursos nos exhorta a reflexionar sobre la manera en que vivimos y la atención que damos a los más pobres y marginados de la sociedad, pero nos exhorta también a pedirle a Dios que nos dé la gracia para salir de la cárcel de nuestro egoísmo y vivir en comunión con él y con el prójimo quienquiera que sea. La segunda semana de Adviento, que estamos comenzando, nos invita a reconocer el desierto que hay en nuestro corazón, nuestra sequía de buenas obras, que nunca son suficientes, para desde ahí preparar el camino al Señor. No ganamos nada disimulando nuestra pobreza radical, maquillándonos para que no se note el vacío que la sociedad de consumo deja en lo profundo de nuestro ser. Sólo quien sienta verdadera hambre y sed de ser transformado verá la gloria de Dios en esta Navidad. Escuchemos a Juan el Bautista, escuchemos al Papa Francisco y, a través del humilde reconocimiento de nuestros pecados y limitaciones, preparemos nuestros corazones para acoger a Jesús que, en esta Navidad, viene a hacernos partícipes, gratuitamente, de su vida divina. Que nadie se sienta excluido de este don; que nadie se quede, como Herodes y Herodías, encerrado en su pequeño reino caduco y limitado. La salvación es para todos, independientemente de la situación en la que cada uno se encuentre. + Javier Del Río Alba Arzobispo de Arequipa LA COLUMNA De Mons. Javier Del Río Alba

Un Profeta para el siglo XXI

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Arzobispado de Arequipa

Domingo 04 de

diciembrede 2016

UN PROFETA PARA EL SIGLO XXI

Juan el Bautista es uno de los personajes más importantes en el tiempo de Adviento. Los evangelios nos lo presentan como un hombre austero, vestido con piel de camello y una correa alrededor de la cintura, que se alimentaba con saltamontes y miel silvestre. Predicaba fuertemente la conversión y un bautismo para el perdón de los pecados, al mismo tiempo que anunciaba la inminente llegada del Mesías. Decía: “Detrás de mí viene uno que es más fuerte que yo y al que no soy digno de inclinarme para desatarle las sandalias. Yo los he bautizado con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo”. Juan el Bautista es, pues, el mensajero y precursor de Jesús. Su estilo recuerda al gran profeta Elías que, según la tradición judía, debía preceder inmediatamente al Mesías. Mucha gente lo seguía al desierto y se hacía bautizar por él. Poco después, al inicio de la vida pública de Jesús, Juan murió decapitado por el rey Herodes, instigado por Herodías a quien había denunciado su pecado de haber dejado a su marido para irse a vivir con el rey. Juan había cumplido su misión. Jesús, el Mesías, había comenzado la suya. Herodes y Herodías, en cambio, se cerraron en sus planes, en sus placeres y no quisieron escuchar la voz de Dios que les ofrecía un reino mucho mejor que el suyo limitado y caduco.

Han pasado veinte siglos desde entonces, pero la voz de Juan el Bautista no deja de resonar pidiéndonos la conversión, es decir que reconozcamos nuestros pecados y nos abramos al amor de Dios, que nos ama tanto que está siempre dispuesto a perdonarnos y a introducirnos en su reino que no tendrá fin. Es lo mismo que está haciendo el Papa Francisco que, continuamente, está tratando de iluminar nuestra realidad de pecado pero, al mismo tiempo, nos invita a

acogernos a la misericordia de Dios y a hacerla presente en nuestra vida diaria. “Dios nunca se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón”, nos dijo el Papa a los pocos días de comenzar su pontificado. Desde entonces, en sus predicaciones y discursos nos exhorta a reflexionar sobre la manera en que vivimos y la atención que damos a los más pobres y marginados de la sociedad, pero nos exhorta también a pedirle a Dios que nos dé la gracia para salir de la cárcel de nuestro egoísmo y vivir en comunión con él y con el prójimo quienquiera que sea.

La segunda semana de Adviento, que estamos comenzando, nos invita a reconocer el desierto que hay en nuestro corazón, nuestra sequía de buenas obras, que nunca son suficientes, para desde ahí preparar el camino al Señor. No ganamos nada disimulando nuestra pobreza radical, maquillándonos para que no se note el vacío que la sociedad de consumo deja en lo profundo de nuestro ser. Sólo quien sienta verdadera hambre y sed de ser transformado verá la gloria de Dios en esta Navidad. Escuchemos a Juan el Bautista, escuchemos al Papa Francisco y, a través del humilde reconocimiento de nuestros pecados y limitaciones, preparemos nuestros corazones para acoger a Jesús que, en esta Navidad, viene a hacernos partícipes, gratuitamente, de su vida divina. Que nadie se sienta excluido de este don; que nadie se quede, como Herodes y Herodías, encerrado en su pequeño reino caduco y limitado. La salvación es para todos, independientemente de la situación en la que cada uno se encuentre.

+ Javier Del Río AlbaArzobispo de Arequipa

LA COLUMNADe Mons. Javier Del Río Alba