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guión cinematográfico
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Marguerite Duras
Véra Baxter
o
Las playas del Atlántico
Nota de la autora
Recuerdo que Véra Baxter proviene de Suzanna Andler, obra escrita en pocas
semanas –especie de desafío callejero– para mi amiga Loleh Bellon. Un cambio
decisivo se le hizo a esa primera versión cuando decidí filmarla: la intervención de un
tercer personaje llamado unas veces “el cliente del Hotel de París”, otras veces “el
Desconocido”. Ese personaje eclipsó al amante, Michel Cayre, que se volvió un
personaje secundario de tal manera que la historia de amor de Véra Baxter ya no es
vivida ante nuestros ojos sino que es contada por ella a un tercero al que no conoce.
Ese hombre desconocido, ¿es una especie de desdoblamiento del amante? Sin duda.
El guión que aquí se publica, Véra Baxter o Las playas del Atlántico, es aquel a
partir del cual debía rodarse Baxter Véra Baxter. Aun cuando en su mayor parte los
diálogos son los del filme, ahora son entendidos de manera radicalmente diferente.
Debido a que el tercer personaje, el que llega a ver a Véra Baxter al final de la siesta,
es un hombre.
Ya mencioné el error que había cometido al reemplazarlo en el filme por una
mujer. Se trata de un error tan grande, tan grosero que incluso una actriz como
Delphine Seyrig no pudo enmendarlo. No quiero volver sobre eso excepto para decir
que si alguna vez la historia fuera retomada, ya sea en el teatro, ya sea en el cine, sería
esta versión la que debería conservarse y no la del filme ni la de la primera obra
titulada Suzanna Andler.
En el teatro, aparte de la primera escena de exposición de los hechos, la del
bar, todo debería suceder en el interior de la villa donde está escondida Véra Baxter.
Las visitas de la villa podrían mantenerse. Mientras se desarrollaran, las voces
estarían en off sobre el escenario vacío. El episodio de Chantilly debería ser suprimido.
Las modificaciones del texto serían mínimas, deberían ser obvias, refiriéndose sobre
todo a la visita de Monique Combès, al paseo de las dos mujeres por el bosque.
Deberían preverse unas ventanas, unas puertas vidriadas a través de las cuales las
personas mirarían, verían los parques, el mar, la turbulencia exterior, la noche que
cae.
M. D.
El bar del Hotel de París en Thionville-sur-Mer.
Las tres de la tarde. Invierno. Luz blanca.
El lugar es amplio, vacío, sombrío, lujoso. Paredes revestidas de madera.
A través de un vitral, se ve el puerto de Thioville. Dársena de yates. Dársena de
botes de pesca. Un muelle. Algunos escasos transeúntes.
Una terraza de café desahuciada. Viento.
Algunas aves marinas a lo lejos. El mar, pero igualmente distante.
El sitio está casi vacío. Hay tres personas, tres hombres.
Detrás de la barra, un barman. Mira hacia afuera, mirada maquinal.
En el salón, sentado en una mesa, un segundo hombre que también mira hacia
afuera. (Lo llamaremos: el cliente del hotel.)
Sentado en la barra, visto de espaldas, un tercer hombre; no mira nada, al
parecer. (Lo llamaremos: Michel Cayre.)
El bar: sitio listo para acoger la historia, el filme.
Un tiempo muerto bastante largo. Luego un timbre de teléfono (como el de un
espectáculo).
Primer ruido en el lugar.
Primer movimiento en la imagen, el barman se levanta y sale para ir a contestar.
Comienza el filme.
El hombre del bar, Michel Cayre, se da vuelta ligeramente en la dirección que
tomó el barman.
Igual que el cliente en el salón.
Se oyen en off las respuestas del barman.
BARMAN, en off: No… todavía no volvió… no nadie (silencio)… de nada…
hasta luego señor… por nada.
El barman vuelve detrás de la barra, mira a Michel Cayre. Ligera molestia.
El cliente ha girado la cabeza hacia el interior. Silencio.
BARMAN: Llamó cuatro veces desde el mediodía.
MICHEL CAYRE, pausa: De París…
BARMAN: De Chantilly.
MICHEL CAYRE, pausa: ¿Dónde está la villa?
BARMAN: En los parques de Thionville. (Pausa.) Se llama “Las columnatas”.
Una colina. Parques.
Panorámica lenta. Se explora. Parques. Villas dentro de esos parques. Una
música lejana y aguda se desencadenó con el plano.
Las villas desfilan. Todas cerradas, los postigos cerrados.
Otra más: la música se destaca.
Esta se diría que está habitada. Sí. En la planta baja, unos postigos están
abiertos.
En el interior, la luz eléctrica tiñe de amarillo la del día.
Nos detenemos, no nos acercamos. Nos quedamos lejos.
Sí, de esa villa proviene el ruido: una especie de turbulencia. Música de baile y
risas y gritos, mezclados. Ruido de fiesta, intensa, violenta –una fiesta de verano en
invierno.
Tras los vidrios, siluetas bastante numerosas. También bailan.
Llamaremos a ese lugar, a ese ruido, a todo eso: la turbulencia exterior.
Dejamos la turbulencia exterior. La perdemos de vista. Su ruido se aleja.
De nuevo se escudriñan los parques.
Se prosigue buscando.
Y aparece el mar. Intenso. Blanco.
Su ruido se mezcla de golpe con el de la turbulencia y después desaparece.
Entonces: ruido del mar, viento. Y enseguida, el de la turbulencia recuperada,
captada por el viento.
Pasamos por encima del mar.
Subimos una pendiente.
Nos encontramos directamente enfrente de una villa muy grande, construida
sobre la pendiente escarpada de la colina, frente al mar. Está casi cerrada: una puerta-
ventana está abierta. Nos detenemos.
Esa detención nos confirma que en verdad se trata de la villa que se llama “Las
columnatas”.
Terraza con columnas, en efecto.
Especie de fortaleza oscura. Relativamente aislada de las otras villas de los
parques.
La puerta-ventaba abierta da a la terraza. Allí es donde está encerrada la que
esperamos. La música de la turbulencia, de golpe, siempre intensa y aguda, lejana.
Desde “Las columnatas” por lo tanto se la puede escuchar. Risas y gritos llegan a la
villa cerrada.
Esperamos. Luego bordeamos “Las columnatas”, como con prudencia, como si
espiáramos a Véra Baxter.
Descubrimos los alrededores de la villa. Lentitud.
VOZ BARMAN, en off: Es de una gente de Niza… la hicieron construir, y
después hubo una historia… Ya no vienen nunca, excepto ella, para Pascuas, a veces.
En verano alquilan…
Descubrimos así que la turbulencia exterior y “Las columnatas” están a
doscientos metros una de otra, que de alguna manera se miran: una replegada sobre sí
misma, inerte, la otra impúdica, indiscreta, ofendiéndola, salpicándola con su violencia.
VOZ BARMAN, en off: El agente inmobiliario también trató de llamar. Ella no
contesta el teléfono.
Timbre del teléfono dentro de la casa, continúa. Después, silencio.
VOZ CLIENTE, en off: ¿Cómo se llama?
VOZ BARMAN, en off: Baxter. Véra Baxter.
El bar
El barman termina su frase.
Michel Cayre está ausente (hablando por teléfono).
BARMAN: Hace diez años que vienen acá en verano. Él es un empresario, Jean
Baxter… ¿No escuchó hablar de él?
CLIENTE: No.
Mientras el cliente no pide nada, el barman continúa, la información prosigue.
BARMAN, señalando el pasillo: Él es un periodista, Michel Cayre.
Silencio.
Michel Cayre vuelve. Lo vemos de frente. Tiene entre 30 y 35 años. Hermoso.
De una elegancia confiada.
La mirada es dura.
En el rostro, una especie de vulgaridad hecha de seguridad, aunque agrietada
porque se mezcla con un sufrimiento evidente, visible, y que lo deja como pasmado.
El silencio se cierra.
MICHEL CAYRE, en voz baja: Es cierto que no contesta.
BARMAN, duda: Va usted a ir…
Silencio, no hay respuesta.
Durante el silencio, entró una mujer, hermosa, también joven, Monique Combès.
Ella mira a los dos hombres que no se mueven, y se dirige hacia Michel Cayre –
sonriente, falsamente distendida.
MONIQUE COMBÈS: Nos conocemos.
MICHEL CAYRE, reticente: Creo que sí.
Nos acercamos a ellos. Se miran.
Ella sigue sonriendo.
Michel Cayre, por su parte, mantiene una reserva algo agresiva. El cliente
escucha, observa. Escucha ligera, como neutra.
MONIQUE COMBÈS: Usted sabe por qué vine…
MICHEL CAYRE, pausa: No sé nada más que usted. (Pausa.) Ella se fue esta
mañana como a las diez. Yo estaba durmiendo. (Silencio.)
Se sientan en una mesa.
Lentitud de sus gestos.
Silencio antes de hablar.
MONIQUE COMBÈS, pausa: ¿Ella tenía que encontrarse con usted?
MICHEL CAYRE, pausa: Sí. Al mediodía, acá.
MONIQUE COMBÈS: Son las tres y media.
MICHEL CAYRE, silencio bastante prolongado: ¿Qué le dijo ella al agente
inmobiliario?
La conversación en voz baja es oída muy claramente por el cliente.
MONIQUE COMBÈS: Que quería pensarlo antes de alquilar… que el precio le
parecía muy alto… (pausa) en fin, que tenía que hablar con Jean Baxter antes de
decidirse.
La historia se urde poco a poco y siempre lo hace a través de la escucha del
cliente –cada vez más inevitable– que también escuchamos.
MICHEL CAYRE, silencio: La villa ya está alquilada… ¿no es cierto?
Vacilación.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Sí.
El factor esencial de la historia acaba de ser evocado: la mentira.
Volvemos hacia Monique Combès y Michel Cayre: relación muy clara aunque
igualmente neutra.
MICHEL CAYRE: ¿Desde cuándo?
MONIQUE COMBÈS: Ayer… (Vacilación –pausa.) Otras personas la
querían… (Pausa.) Jean Baxter lo supo por la agencia, y la alquiló.
MICHEL CAYRE: ¿Ella todavía lo ignora?
MONIQUE COMBÈS: Sí. (Pausa.) Debía ignorarlo hasta el final… (Pausa.)
MICHEL CAYRE: ¿Sin duda que también el precio del alquiler?
MONIQUE COMBÈS, pausa: Sí. (Pausa.) El informado por la agencia es falso.
(Sonrisas –pausa.) Debe suponer que todavía es demasiado caro… Ella sigue siendo
ahorrativa… (Se detiene.)
MICHEL CAYRE, pausa: ¿Cuánto, en realidad?
MONIQUE COMBÈS, pausa: ¿Por qué quiere saberlo?
MICHEL CAYRE, pausa: Para saber hasta dónde llegaría Jean Baxter por…
(vuelve a empezar) por pura curiosidad.
MONIQUE COMBÈS: No pregunté el precio. (Pausa.) Enorme, creo.
MICHEL CAYRE, pausa: ¿Y si ella no quisiera esa villa?
MONIQUE COMBÈS: Oh… ya sabe, es una cuestión de dinero… La villa
seguiría estando vacía… es todo… pero alquilada.
La turbulencia llega por bocanadas hacia el bar, en los parques, en Thionville, se
va, vuelve, como buscando entrar, posarse en alguna parte: amenaza extraña, negación
en potencia.
Silencio.
MICHEL CAYRE: Igualmente… para Jean Baxter… se supone que ella vino
sola a Thioville a alquilar una villa para el verano, ¿no es así?
MONIQUE COMBÈS, pausa: Sí. (Pausa.) Es lo que ella debería creer… en fin,
quiero decir que debería seguir creyendo que su marido no sabe nada de la presencia de
usted aquí, en Thionville.
Silencio.
MICHEL CAYRE: ¿Cómo sabe que estoy ahí?
MONIQUE COMBÈS, con arrogancia contenida –pausa: Lo vi salir ayer del
Hotel de París… Es tan desierto aquí en invierno, se nota todo el mundo. (Pausa.) Soy
amiga de Jean Baxter.
MICHEL CAYRE, pausa: Él ya lo sabía.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Lo sospechaba, claro…
Alusión a un factor ignorado de la historia.
Silencio.
MICHEL CAYRE, pausa: Por supuesto…
MONIQUE COMBÈS: Sí… (Silencio.)
MICHEL CAYRE: ¿Por qué vino usted?
Michel Cayre a la vez insolente y dolorido. Podría creerse que se va a enfurecer:
el sufrimiento lo supera.
MONIQUE COMBÈS: Para el caso de que usted fuera a buscarla…
No hay respuesta.
MONIQUE COMBÈS, vuelve a empezar: Para que usted sea… (Vacilación –
detención.) Que usted respetara las convenciones… en fin…
MICHEL CAYRE, termina: Quiere decir: la serie de mentiras que rodea a Véra
Baxter…
MONIQUE COMBÈS, tajante: Sí.
Pausa.
MICHEL CAYRE: ¿Quién me lo exige?
Ella le hace frente a la insolencia –hay cierto enojo en la voz.
MONIQUE COMBÈS: Nadie… si esa es la cuestión para usted.
Silencio. Sin respuesta.
MONIQUE COMBÈS: ¿Irá usted?
MICHEL CAYRE, sonríe, irónico: Usted dirá que no sé.
Silencio.
Contracampo.
El cliente los mira.
Ellos se miran.
Es Michel Cayre quien le dirige la palabra.
Dolor en las frases, mezclado con enojo.
MICHEL CAYRE, al cliente: ¿Alcanza a seguir la historia?
CLIENTE, pausa: No muy bien…
MONIQUE COMBÈS, pausa: Discúlpenos…
CLIENTE, un gesto: No… soy yo… (el que me disculpo por haber escuchado
sus palabras.)
Silencio.
Ya está: se dirigieron la palabra. Se ha establecido el lazo con el cliente, es decir,
el espectador privilegiado de la historia.
MICHEL CAYRE, al cliente: ¿Y a usted qué le parece?
Cinismo de Cayre: lo “vemos” mejor a partir de su actitud con el cliente antes
que a partir de lo que le puede decir a Monique Combès. Hay en él una libertad que se
debate, como una adolescencia todavía, sensación de que va a “flaquear” y que se
contiene.
CLIENTE, pausa: Que la ilusión debería seguir estando intacta…
MICHEL CAYRE, pausa: ¿De…?
CLIENTE: De la elección… de la libertad…
MONIQUE COMBÈS, pausa: Así es… sí.
CLIENTE: No se habrían esforzado tanto (sonrisa) en mentir, si no fuera para
proteger… otra cosa… por ejemplo… una especie de… verdad… de sentimiento…
¿no…?
Todavía el bar.
Los tres se callan, como si esperaran el cambio de plano.
Y ya se deja oír la turbulencia exterior, aguda, irónica (como si se burlara de esa
verdad en cuestión).
CLIENTE, en off: Es lo que parece desde afuera…
“Las columnatas”
En una sala oscura, amplia, iluminada sólo por la escasa luz que proviene de una
ventana abierta, erguida, con los ojos cerrados, desafiando todas las suposiciones, sola
en el mundo, Véra Baxter baila con la melodía de la turbulencia exterior.
Maquinalmente, con su cuerpo, la escande.
Esa turbulencia, que se expande en Thionville y que llega a todo, ha llegado a
Véra Baxter.
En lugar de encontrarla abatida, enclaustrada, aislada del mundo exterior,
hallamos a Véra Baxter en la escucha intensa de ese mundo exterior.
Como ciega, profundamente distraída, intenta bailar –con algo de torpeza– en
base a la melodía de la turbulencia exterior.
Trata de concordar con ella, con el afuera. Afuera de la historia de Véra Baxter.
Nos acercamos a ella y la observamos.
Tal vez apunte la vista en nuestra dirección.
Pero no nos mira, sigue bailando.
Suena el teléfono. La mirada de Véra Baxter se aparta, luego vuelve. El cuerpo
prosigue su tentativa, “a tientas”, baila.
El teléfono deja de sonar.
Y entonces, de repente, la turbulencia disminuye –aunque sin acallarse nunca del
todo, restos de risas y de gritos alegres, de ruidos de fiesta. Frases en lengua extranjera
lanzadas a través de los parques franceses de Thionville, como llamados.
Seguimos oyendo la turbulencia, pero muy distante. Casi se hace silencio.
El cuerpo para de bailar y se da vuelta, con los ojos que buscan afuera, ávidos, a
través de los vidrios de la ventana.
Después lentamente Véra Baxter avanza en dirección a la terraza.
La precedemos en un travelling hacia atrás.
Ella cruza la puerta, se encuentra en la terraza a la sombra de las columnas, va
hacia la balaustrada.
Mira.
Ruido del mar.
Y siguen los restos de gritos y de risas de una fiesta apaciguada.
Vemos lo que ella mira: la turbulencia exterior. Ella está en escorzo en la
imagen. La miramos con ella. De pronto, en la otra terraza (la del lugar de la
turbulencia), aparece alguien. De ropa oscura. Un hombre. Está lejos. No vemos el
rostro. Nos quedamos lejos, con Véra Baxter, sobre la terraza de “Las columnatas”. Él
mira a su alrededor, primero hacia el mar, después hacia “Las columnatas”. Y ve. Ve
que hay una mujer allí, sobre una terraza. Y se detiene a su vez y mira a su vez.
Se establece el lazo de una mirada –luego del lazo del ruido. Véra Baxter ha sido
vista. Y ve.
De terraza a terraza, entonces, en los parques vaciados por el invierno, un lazo
tendido.
Ellos se miran.
Tras un gesto amistoso (como los saludos de barco a barco cuando se cruzan en
el mar), con la mano levantada, el hombre le hace una seña a la mujer de la terraza.
Estamos detrás de Véra Baxter.
Su mano vacila, se levanta y vuelve a caer, ella no responde a la señal.
Se da vuelta, atraviesa el campo –la terraza– para ingresar en la casa, volver allí.
Permanecemos en el campo vacío.
Allá, en la otra terraza, el hombre sigue mirando, luego entra, desaparece a su
vez.
Cuando ella pasó cerca de la cámara, hemos notado la mirada de Véra Baxter:
huraña, contrariada, donde podía adivinarse una determinación oscura. Tras la partida
del hombre, recorremos en travelling la columnata de la terraza. Mármoles. Absurdo
monumental del proyecto. Estamos en uno de los sitios del dinero. En ese lugar fúnebre
es donde se encerró Véra Baxter.
El bar
Ha vuelto a desocuparse.
Sólo está el cliente.
Oímos las voces en off de Monique Combès y de Michel Cayre, muy bajas
(desde la entrada del bar).
MICHEL CAYRE, en off: Cuando me encontré con Jean Baxter aquí, creí que
usted era su mujer. Después supe que no… (pausa)… que era otra… (Largo silencio.)
MONIQUE COMBÈS, en off –vacilación extraña: ¿La vio de nuevo… en
París…?
MICHEL CAYRE, en off –molesto, como si mintiera: … Sí, así es… me la
encontré una tarde… ella no estaba con él… (Larga pausa.)… Nos vemos cuando no
está con él…
Las voces son bajas, como agobiadas.
Se diría que Monique Combès también habla por ella.
MONIQUE COMBÈS, en off –pausa: Pero después… de que la vieran con él…
¿no? ¿No le parece?
MICHEL CAYRE, en off: Puede ser. (Pausa.) Ya no lo sé.
Silencio.
MONIQUE COMBÈS, en off: Jean Baxter todavía le interesa mucho.
MICHEL CAYRE, en off –pausa: De manera diferente, creo. Ya tampoco lo
sé… (Detención –pausa.)
Se diría que se ha establecido una especie de intimidad entre ellos. Indiscreción,
aunque muy velada, de Monique Combès.
MONIQUE COMBÈS, en off: ¿Qué va a hacer usted?
MICHEL CAYRE, en off –pausa: Me había puesto un último plazo, seis horas,
si ella no venía, para volver a París… Me gusta manejar de noche…
Silencio.
MICHEL CAYRE, en off: ¿Usted no puede avisarle… de eso… de mi partida?
MONIQUE COMBÈS, en off: No. (Apenada.) La conozco muy poco… nos
conocemos muy poco. (Alusión a su relación con Jean Baxter.)
Silencio. No hay respuesta.
MONIQUE COMBÈS, en off: Voy a pasar por “Las columnatas”, como prometí
hacerlo.
Todavía el bar.
Campo vacío. Después, entrada de Michel Cayre. Pasa delante del cliente, va
hacia el ventanal, mira hacia afuera.
Silencio.
Estamos con el cliente, en el centro del bar.
Dejamos a Michel Cayre donde se encuentra, de espaldas, frente al puerto.
El tiempo pasa. Inmovilidad. Luego Michel Cayre habla. Oímos su voz. Esta vez
debe dirigirse al cliente: no hay nadie más en el bar.
MICHEL CAYRE: El viento paró. (Pausa.) A la siesta, frecuentemente acá…
pero hay siempre…
CLIENTE: … El Atlántico…
MICHEL CAYRE, en voz baja: Sí…
Michel Cayre se da vuelta, llega y, con un gesto que se diría que ignora, se sienta
delante del cliente del hotel –como si éste no existiera– y sigue mirando el puerto.
Michel Cayre acaba de franquear la segunda etapa del filme: la integración del
cliente a la historia de Véra Baxter.
Michel Cayre sigue mirando hacia afuera.
MICHEL CAYRE: El mar está embravecido. Dan ganas de nadar.
No hay respuesta.
Estamos muy cerca de los dos hombres.
De golpe, Michel Cayre, en una especie de clic –después de la frase sobre el
mar–, se pasa lentamente las manos por la cara con un gesto de mucho cansancio.
MICHEL CAYRE, frase incoherente: La dejaré… (pausa)… es preciso que
tenga tiempo de… Llegué al punto en que… no podría tocar a otra mujer… (Pausa.)
Después del verano, puede ser… (Pausa.) Soy alguien… no quiero sufrir.
Silencio. Inmovilidad.
A partir de esta sinceridad desordenada, muy juvenil, y que desdeña toda
reserva, podemos percibir mejor quién es Michel Cayre.
No hay respuesta del cliente.
Las manos de Michel Cayre vuelven a caer.
Michel Cayre finalmente ve al cliente –intenta sonreír.
MICHEL CAYRE: Bebo demasiado… Discúlpeme…
No hay respuesta.
MICHEL CAYRE: ¿Viene a menudo a Thionville?
CLIENTE: No.
MICHEL CAYRE: Ese nombre, Baxter, ¿no le dice nada?
CLIENTE, gesto de “no”: No, nada.
Silencio.
MICHEL CAYRE: Un ambiente… esas fortunas recientes, vea… terrible, sin
verdadero sustento social… (pausa) todo lo que da asco… y entonces, ahí lo tiene…
(Sonrisa: ahí tiene lo que pasa.) Él, jugador, mujeriego, casi siempre ausente (Pausa.)
Ella siempre andándole atrás con sus tres hijos… y fiel a eso… una pareja (piensa)
lamentable, inexistente finalmente y… y al mismo tiempo… (Detención.) Él… (piensa)
es la carrera por el dinero… trágica… Ella… en el fondo… una especie de católica…
(Pausa.) Él se arruinó tres veces… ella está siempre ahí. El dinero vuelve, ella sigue
estando, a la zaga… Han vivido en todas partes (Pausa.). Ella sigue. Habría seguido a
cualquiera de la misma manera… A todas partes. Él se va seis meses. Regresa. Y ella
está ahí…
Silencio. Sale del discurso solitario, se dirige al cliente.
MICHEL CAYRE: La perdí. No sé cuándo. No logro saberlo… (pausa)… ni por
qué insisto en ello… sus mujeres en general son hermosas… ésta, ni siquiera…
Silencio. Sin respuesta.
MICHEL CAYRE: ¿El dinero? ¿Usted cree?
Silencio. No hay respuesta.
CLIENTE, súbitamente claro: Usted se la encontró por casualidad…
MICHEL CAYRE, leve sobresalto como si despertara: Es decir… Sí… una
serie de circunstancias hicieron que (vuelve la calma)… viene a ser lo mismo…
(Detención.). De todas maneras… esa primera vez no importó… pensé que no nos
volveríamos a ver más. (Pausa.) Fue al día siguiente… (piensa)… el deseo que se
desplaza, ya ve, que invade todo… de pronto el ansia de volver a verla, pero con una
fuerza… eso nunca me había pasado… (ya no mira al cliente)… como si… mejor que a
usted, el… (Detención –sentido: el deseo sabía.)
La mirada del cliente es aguda, como si atravesara a Michel Cayre.
CLIENTE, sigue siendo claro: ¿Ella compartía ese deseo?...
MICHEL CAYRE, lo mira, sinceridad: No sé.
Pausa prolongada. Silencio. El cliente vuelve a empezar a hablar.
CLIENTE: Usted dijo que no sabía cuándo la habría perdido…
MICHEL CAYRE: Oh… sin duda, el primer día. Luego debí intentar…
recuperar lo perdido… tal vez sea eso además, no me engaño, lo que considero amor…
esa especie de… salvataje… de…
CLIENTE, termina la frase: ¿De una posibilidad?... (Sonrisa.)
MICHEL CAYRE, sonrisa afligida: Sí, por supuesto… también…
Se calla. El cliente prosigue.
CLIENTE: ¿Hubo algo nuevo después de ese viaje?
MICHEL CAYRE, piensa y después renuncia a hacerlo: Sí… creo…
CLIENTE, pausa: ¿Que ella permanece encerrada en esa villa?
MICHEL CAYRE, pausa: No solamente… no… como una especie de… de
docilidad, sí, así es… desde hace un tiempo… y detrás de la cual ella mantendría… ¿lo
entiende?
CLIENTE: Un poco, así… (pausa) ¿una especie de certeza?...
MICHEL CAYRE, leve sobresalto: Puede ser. (Pausa.) No sé…
Pausa prolongada. El cliente mira a Michel Cayre, que por su parte no mira
nada.
Nuevamente suena el teléfono. La voz del barman muy lejana repite que Véra
Baxter aún no ha vuelto. De repente, susto de Michel Cayre. El cliente lo advierte.
Suavidad de su voz.
CLIENTE: ¿Tiene miedo de algo?...
MICHEL CAYRE, pausa: Es difícil de decir. Como de una amenaza… Desde el
mediodía. (Pausa.) Es la hora a la que él empezó a llamar cada cuarto de hora para pedir
noticias de su mujer.
Silencio.
MICHEL CAYRE: Yo soy alguien que no quiere sufrir.
Como si lo hubiese adivinado, el cliente responde:
CLIENTE: Sí.
Silencio.
“Las columnatas”
Un pasillo.
Hablan. Caminan en alguna parte. En principio, lejos, luego nos vamos
acercando. Voces de mujeres. Son las de Véra Baxter y Monique Combès, en off. Con
un travelling hacia adelante, las sobrepasamos.
Vemos antes que ellas lo que ellas van a ver.
MONIQUE COMBÈS: ¿Te gusta?
VÉRA BAXTER: Todo el terreno de allá adelante pertenece a la villa. Llega
hasta el mar. (Pausa.) Hay una playa privada. Es grande.
Silencio.
Una habitación.
Se oyen los pasos de Véra Baxter y de Monique Combès. Recorren la villa.
Una cama. Pasan habitaciones. Unas camas. No las vemos. Se las oye caminar.
Las habitaciones aparecen unas detrás de otras en planos fijos. Las camas están
unas veces a la izquierda, otras veces a la derecha. Intactas.
Postigos cerrados en todas partes. Las camas están en la oscuridad.
Véra Baxter y Monique Combès prosiguen su recorrido.
VÉRA BAXTER, frases muy espaciadas: Aquélla sería para Christine… Esta
para Marc… Si vienen amigos, Irène y Christine pueden dormir en la misma
habitación… A decir verdad, no sé si Christine vendrá… Tenía que ir a Inglaterra este
año… (Silencio.) La terraza es lo que hace que cueste tan caro. La idea que me había
hecho era muy diferente… Un millón por el mes de agosto es mucho, me parece…
(Silencio.) “Bosque claro” estaba más protegido del viento… más lejos del mar…
pero… ya se alquiló además… es demasiado tarde… (Silencio.)
Última habitación. Un postigo está entreabierto. Muy grande. La habitación
principal. Cama central. Matrimonial.
Unas fotos de mujer.
El postigo se golpea con el viento.
Ellas no entran en el campo.
Nos vamos de la habitación, esta vez con un travelling hacia atrás.
Los pasos de Véra Baxter y de Monique Combès nos sobrepasan.
Silencio.
La terraza
Ellas entran en el campo, van hacia la balaustrada. A lo lejos, se ha reiniciado el
ruido de la turbulencia.
Turbulencia: bailes, risas y gritos.
VÉRA BAXTER: Unos pícaros, quizás, que entraron. (Pausa.) Tal parece que
las villas son invadidas en invierno, hay personas que entran…
Silencio.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Se diría que es una fiesta.
Silencio. No hay respuesta de Véra Baxter.
El mar
Nos detenemos en él. Embravecido. Blanco.
Su ruido de repente.
La turbulencia disminuye –continuamente esas alternancias de violencia y de
apaciguamiento. Miedo.
Silencio.
Véra Baxter habla: suerte de delirio solitario.
VÉRA BAXTER, en off: Es tan aislado acá… Pareciera California… si una
gritara… nadie te escucharía.
Silencio. No hay respuesta de Monique Combès.
VÉRA BAXTER, en off: “Bosque claro” era más chico… No había esta vista…
estos parques… solamente tenía un jardín. (Pausa.) Me parece que fuimos ahí
demasiado tiempo… diez años… desde el nacimiento de Irène…
Silencio. No hay respuesta.
Véra prosigue.
VÉRA BAXTER, en off: Fui yo la que quise cambiar… (Pausa.) Jean siempre
está afuera en verano, ¿qué quieres que le haga? No vuelve más que para dormir…
entonces, esta o la otra para él… A ésta la conocíamos. Pasábamos a menudo en bote
por delante… Me acuerdo, le dije que alguna vez podríamos alquilarla… alguna vez, un
verano… Es cierto que también queríamos otras villas… (Pausa.) Él decía: “Vivir un
amor ahí… un nuevo amor ahí”… ya sabes cómo habla…
MONIQUE COMBÈS, en off –pausa: Sí.
Silencio. Los pasos se alejan.
Los parques
Estamos en la puerta de la villa, como si acecháramos a las dos mujeres.
Se las escucha hablar –sin comprender lo que dicen– y caminar dentro de la
villa.
Los parques están desiertos. Detrás de los árboles, el mar embravecido, blanco.
Más viento.
Se oyen ligeros pasos sobre la grava. Y entonces aparecen.
Casi de la misma estatura, indiferenciadas, ellas caminan lentamente. Las
seguimos.
Caminan frente al mar, como nimbadas por la luz ya atenuada del final de una
tarde de invierno. No vemos sus caras.
MONIQUE COMBÈS: Nunca había entrado en ésta.
No hay respuesta.
MONIQUE COMBÈS: El lugar es hermoso. (Pausa.) ¿La vas a reservar?
VÉRA BAXTER: Me parece que es cara. Debo hablarlo con Jean.
MONIQUE COMBÈS, con hipocresía: ¿No estaba acordado entre ustedes?
VÉRA BAXTER: No hablamos de precios. (Pausa.) Hablé a París por teléfono,
le dejé el número de la villa a Marie-Louise.
MONIQUE COMBÈS: ¿Él no estaba?
VÉRA BAXTER: No. (Pausa.) Tenía que llamar cerca de las cinco para tener
noticias de la más chica.
Pausa.
MONIQUE COMBÈS: ¿No sabes adónde va?
VÉRA BAXTER, pausa: A distintos lugares… A Chantilly, creo. (Pausa.) A lo
de una modelo.
Silencio.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Pasará el verano en las Baleares, al parecer…
VÉRA BAXTER, pausa: No sé.
Silencio.
Conversación difícil, muy suave pero totalmente descolocada, falsa.
MONIQUE COMBÈS: ¿Están bien los chicos, Véra?
VÉRA BAXTER: Sí.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Bajaste al Hotel de París.
VÉRA BAXTER: Así es.
Silencio.
MONIQUE COMBÈS: Jean me llamó por teléfono, me pidió que te aconsejara
si llegabas a dudar entre varias villas.
VÉRA BAXTER: Ésta era la que yo quería. (Pausa.) Y ver el interior.
(Silencio.)
Van a llegar a la orilla del mar.
Llegan. Se miran. Se sonríen. Una sonrisa dolorida, casi penosa. En los ojos de
Véra Baxter, como un temor. El silencio esencial no puede romperse.
MONIQUE COMBÈS: Podrías volver al hotel… llamar desde el hotel…
VÉRA BAXTER: No. (Silencio.)
Véra Baxter mira a Monique: sí, como si de golpe tuviera miedo.
Las vemos a las dos en la imagen: Véra está inmóvil. Monique Combès habla
para evitar esa mirada.
MONIQUE COMBÈS: Hace mucho tiempo que no nos vemos… Cuando fui en
octubre a París, estaban en Bordeaux y…
Véra Baxter la mira fijamente. Monique Combès no termina su frase. La frase
queda en suspenso varios segundos entre ellas. El sentido de su mirada mutua es
ambiguo (de golpe ya no pueden contener la mentira entre ellas).
Véra Baxter finalmente responde, deja de mirar a Monique Combès. El modo de
hablar ya será menos inquieto.
VÉRA BAXTER, lentamente: Fuimos a Bordeaux en octubre, sí… (Pausa.) A
veces salimos juntos, me lleva cuando está solo, dos o tres días…
Monique Combès no sabía esto. Sorpresa en la mirada a pesar de sí misma.
Véra Baxter responde a esa mirada.
VÉRA BAXTER, continúa: No lo decíamos.
Pausa prolongada.
VÉRA BAXTER, continúa: Después de Bordeaux, el clima era bueno, fuimos a
la orilla del mar, ya sabes… adonde nos conocimos… a Arcangues. (Pausa.) No
habíamos vuelto nunca ahí.
MONIQUE COMBÈS, pausa: ¿Él quiso ir?...
VÉRA BAXTER: Sí.
MONIQUE COMBÈS, maquinalmente: … en octubre…
VÉRA BAXTER: Sí.
El mar. Ellas lo miran. Un suceso sin importancia atraviesa el mar: un bote de
pesca a lo lejos, por ejemplo.
MONIQUE COMBÈS, en off –suavemente: Él me dijo: “Este año me iré al
extranjero, quiero dejarla sola… por una vez… sin mí.”
VÉRA BAXTER, en off –pausa– también suavemente: Hace diez años que habla
de cambiar de vida… de mujer… de profesión… No hay que prestarle atención a lo que
dice…
MONIQUE COMBÈS, en off: Sí…
Silencio.
El bote sigue cruzando.
MONIQUE COMBÈS: Felizmente, está el movimiento del puerto que prosigue
en invierno… Parece tan muerto…
VÉRA BAXTER, en off –pausa: Sí… Una se pregunta cómo puede volver la
vida… el verano.
Silencio.
Una especie de “boliche”, falso casino, el “Tahití”, pasa delante de nosotros,
cerrado, trancado contra el viento. Después otras imágenes, de playas, de mar.
MONIQUE COMBÈS, en off –voz baja: No viniste sola a Thionville… (Pausa.)
Te vieron en el puerto, ayer a la tarde, con un hombre que no era Jean Baxter.
Silencio. No hay respuesta.
Las volvemos a encontrar, calladas, cerca del mar.
Silencio antes de que hablen. Tiempo lentísimo.
MONIQUE COMBÈS: Es tan inesperado… No se puede llegar a creerlo.
VÉRA BAXTER, pausa, para sí misma: Resultó así, día tras día. No quise nada
parecido.
MONIQUE COMBÈS, pausa –voz baja: ¿Qué edad tiene Christine?
VÉRA BAXTER, pausa: Diecisiete años.
MONIQUE COMBÈS, piensa: La tuviste muy rápido después del casamiento…
VÉRA BAXTER, piensa: Quince meses. (Pausa prolongada.) Después de
Christine fue cuando el dinero empezó a entrar en la casa. (Pausa.) Y después… él
perdió todo… justo antes del nacimiento de Marc. (Pausa.) Y después… volvió a
empezar a andar… (Leve sonrisa.) Me arrastró por todas partes… Vivimos en todas
partes en París… en dos ambientes, en diez ambientes… eso duró mucho tiempo…
(Silencio.)
Véra Baxter no se mueve. La sonrisa desaparece.
Inmóvil, con la vista baja, dice:
VÉRA BAXTER: Él me va a llamar, voy a volver a la villa. (Pausa
prolongada.) Debo hablarle de Michel Cayre.
Monique Combès. De golpe una alteración muy grande. No sabía hasta qué
punto Véra Baxter le resultaba desconocida. Reanuda el juego de la mentira.
MONIQUE COMBÈS, repite, en voz baja: Michel Cayre… (Pausa
prolongada.) ¿Es periodista de un diario del domingo?
VÉRA BAXTER, sin engañarse: Así es…
MONIQUE COMBÈS: ¿Jean no sabe nada?
VÉRA BAXTER, pausa: No.
MONIQUE COMBÈS, larga pausa: ¿Estás segura, Véra?
VÉRA BAXTER: Sí. (Pausa.) Sólo puede saberlo por mí. (Silencio.)
MONIQUE COMBÈS: Pero… (vacilación) ustedes hablaron de esa
eventualidad juntos…
VÉRA BAXTER, pausa prolongada: A veces… cuando… (Silencio.)
Monique Combès se descubre ante nosotros, habla con violencia.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Mis historias son cortas. (Pausa.) No sé lo que
puede pasar a la larga entre las personas…
Respuesta aparentemente desviada de Véra Baxter; no obstante, es una
verdadera respuesta.
VÉRA BAXTER: Es difícil de decir… es imposible… (Pausa.) Por otro lado…
hablamos muy poco, hablamos de la casa, de los chicos. A veces de sus negocios.
(Pausa prolongada.) ¿Tienes hora?
MONIQUE COMBÈS: Las cinco y diez.
VÉRA BAXTER: Tenemos tiempo de volver por el bosque del otro lado de los
parques… (Silencio.)
Empiezan a caminar. Bordean la playa. Las precedemos.
En principio, se callan.
MONIQUE COMBÈS: ¿Desde cuándo hace que dura?
VÉRA BAXTER: Octubre. (Pausa.) Antes del viaje a Bordeaux. (Pausa más
larga: y aparecen las mentiras.) Me lo encontré en una terraza de café, me acuerdo,
llovía, era por el lado del Alma… Acá apenas me había visto, creo… Yo estaba en la
terraza, esperando a que parara la lluvia…
Monique Combès sabe que Véra Baxter miente y no señala la mentira. Escucha
intensa.
VÉRA BAXTER: Él llegó corriendo… No me reconoció de inmediato…
Miramos la lluvia y después… Fue tan repentino… Nos quedamos sorprendidos…
Silencio.
MONIQUE COMBÈS: Véra, ¿lo que cuentas es falso, no?
VÉRA BAXTER, pausa: Sí.
Se callan durante el tiempo en que caminan por la playa. Entonces, la
turbulencia se reanudará sobre su caminar silencioso. El travelling se detiene: ellas dan
vuelta y toman el camino del bosque. Esperamos hasta que hayan pasado. Después las
seguimos de nuevo.
Esta vez suben la pendiente de la colina.
Sus siluetas ensombrecidas por la espesura del bosque. Contraste con la claridad
del mar cuando se alejan.
No vuelven a hablar del café del Alma.
Marcha lenta y silenciosa, fluidez de la luz que ya se colorea.
La turbulencia cesa.
Ellas se detienen. Ruido de pájaros.
Véra Baxter se apoya en un árbol, como extenuada. Se las vuelve a ver de frente.
MONIQUE COMBÈS, sonrisa afligida: Mentimos mucho tú y yo.
VÉRA BAXTER: Mucho. Sí.
Ellas se sonríen, se miran.
Silencio.
VÉRA BAXTER: Me desperté temprano esta mañana para venir aquí…
Bebemos toda la noche. (Pausa.) Le gusta cuando tomo. (Pausa prolongada.) Estoy tan
cansada…
MONIQUE COMBÈS: Ellos se conocen.
VÉRA BAXTER: ¿Quiénes? (Comprende de quiénes se trata.) Han jugado al
póker juntos. Y también han navegado.
MONIQUE COMBÈS: Entonces yo me lo encontré…
VÉRA BAXTER: Fue el año pasado.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Es verdad… Yo evité venir.
Con el recuerdo del sufrimiento, vuelve la sinceridad.
MONIQUE COMBÈS, pausa: ¿Jean tuvo alguna historia acá el verano pasado?
VÉRA BAXTER, piensa: No. (Pausa.) O muy cortas. (Pausa.) No, el verano
pasado sólo me tenía a mí… (Leve sonrisa.)
MONIQUE COMBÈS, pausa: Podía pasar que solamente te tuviera a ti…
(Sonrisa idéntica.)
VÉRA BAXTER: Sí.
Silencio. Se callan. Véra Baxter mira el bosque.
Habría que tener la sensación de que se alcanza una especie de verdad a pesar de
ellas y que cuando las frases se mezclan y se vuelven opacas esa verdad está más cerca
de ser alcanzada.
El lugar –la espesura del bosque–, la hora tardía, el silencio se conjugan para
ello.
Monique Combès mira a Véra quien a su vez mira el bosque.
VÉRA BAXTER: Venía acá con los niños cuando eran chicos… y hacía
demasiado calor en la playa. (Pausa.) Nunca había vuelto a venir… (Silencio.)
MONIQUE COMBÈS: Nunca habíamos hablado de Jean Baxter juntas. (Pausa.)
Es la primera vez.
VÉRA BAXTER, pausa: Sí.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Eso nunca fue serio para él… lo sabías…
VÉRA BAXTER, pausa: Como todo el mundo… no de otra manera…
Voces muy presentes, de verdadera confidencia:
MONIQUE COMBÈS: ¿Qué es lo que no sabías?
VÉRA BAXTER: Si habías sido desdichada.
MONIQUE COMBÈS, con dificultad, lentamente: Sí. (Pausa.) Él no lo sabe.
VÉRA BAXTER: No.
Silencio.
MONIQUE COMBÈS: Nunca tuviste miedo por esa historia…
VÉRA BAXTER: No.
MONIQUE COMBÈS: Tenías razón…
VÉRA BAXTER, larga pausa: Todas las veces se iba para siempre. (Sonrisa.)
MONIQUE COMBÈS, pausa: ¿Le creías?
VÉRA BAXTER, larga pausa, extrañeza: Ya no sé… de repente… (Silencio.)
La turbulencia que a lo lejos se reanuda.
Véra Baxter se acuerda de su vida: cambio de correlación que se le escapa.
VÉRA BAXTER: Todo eso es posible debido al dinero.
MONIQUE COMBÈS: ¿Qué?
VÉRA BAXTER: Nuestro matrimonio. (Pausa.) Cuando se va con una mujer,
manda cheques. (Pausa.) Cuando la historia se prolonga, manda mucho dinero. (Pausa.)
Nunca se olvidó de mandarlo. (Natural. Risa fresca, de golpe, como de un niño.) A
veces se equivoca, y lo manda dos veces. (Pausa prolongada.) Cuando se va, está
algunos días sin llamar por teléfono. (Pausa.) A veces tres días. Cuatro días. Y después
vuelve a empezar a llamar.
MONIQUE COMBÈS, pausa: Cuando fuimos a Venecia…
VÉRA BAXTER, con suavidad, como una confesión: Sí, también. (Pausa
larga.) Después… cuando vuelve… ve que todavía estamos ahí, con los niños…
Silencio.
MONIQUE COMBÈS: Hablaba mucho de ti…
VÉRA BAXTER, corrige: De su mujer…
MONIQUE COMBÈS: Sí. (De nuevo muy lentamente.) Espera… (piensa) sí…
decía que no se la podía conocer sino a través del deseo. (Pausa.) Que habría querido…
encontrarla en otro lugar, fuera del matrimonio…
Silencio.
Momento equívoco. Se pronuncian algunas palabras. Se efectúan transgresiones
en la suavidad, el sufrimiento. Respuesta de Véra muy tardía, muy afligida.
VÉRA BAXTER: No habría sido posible…
Ellas se quedan allí, todavía sin razón, demorándose lejos de todo.
Véra Baxter mira a esa otra mujer, Monique Combès.
VÉRA BAXTER, lenta, suavemente: Reconozco tu perfume… es el mismo que
hace dos años…
MONIQUE COMBÈS, pausa, en voz baja: Sí.
VÉRA BAXTER, suave: Cuando regresaba de verte… (olía a ese perfume…).
La turbulencia paró. Ruidos del bosque.
Silencio mientras Véra Baxter deja que Monique Combès la mire.
Imperceptiblemente, empiezan a moverse. Parten de nuevo. Las dejamos
alejarse.
Ya no las seguimos: como si renunciáramos a hacerlo.
Lo último que ellas dicen se oirá decrescendo.
MONIQUE COMBÈS: Cuando una se encuentra con Jean Baxter, al principio,
se cree que es un hombre solo. (Pausa.) Una lo compadece por tener la mujer que tiene.
(Pausa.) Y luego, poco a poco, olvidamos a esa mujer… (pausa) una olvida hasta su
existencia… (Pausa prolongada.) Sólo después… descubrimos en Jean Baxter como
una especie de… de imposibilidad para… para amar… sí… una se pregunta si Jean
Baxter no cree acaso en Dios sin decirlo. (Pausa larga.) A veces, se descubre la verdad.
VÉRA BAXTER, pausa prolongada: ¿Cuándo?
MONIQUE COMBÈS: Ayer, cuando llamó por teléfono para saber dónde
estabas.
La respuesta de Véra Baxter tarda en llegar. Se produce cuando ellas han salido
fuera del campo: expresa la locura de Véra Baxter.
VÉRA BAXTER, en off: Pensé que eso duraría para siempre. (Pausa larga –por
segunda vez:) Eso no habría sido posible.
El bosque. Fijo.
La turbulencia vuelve a empezar.
Muy lejos, cuando ya no las esperábamos, las voces de las mujeres:
MONIQUE COMBÈS, en off: Me olvidaba de decirte… Te acuerdas de Bernard
Fontaine… Se mató en el auto anteayer… (Pausa.) No querías admitirlo, pero te
gustaba.
VÉRA BAXTER, en off: Puede ser… Ahora que… (ella se recobra) que lo
dices…
Se esperan unos segundos antes de cortar.
La turbulencia
La turbulencia, a lo lejos, siempre a la misma distancia. Gente, en las ventanas y
sobre la terraza, que mira y sigue con la vista el paseo de regreso de las dos mujeres, a
las que nosotros ya no vemos. Así hasta el final, hasta la desaparición alternada de las
dos mujeres. La turbulencia cesa. Silencio.
La fachada de “Las columnatas”, siempre apagada y que se registra en un plano
panorámico de muy cerca.
El castillo de Chantilly
Y entonces, mientras la turbulencia se reinicia muy suavemente, sólo la música,
sin gritos, sin risas, como apaciguada, adormecida con la tarde, aparece de pronto, como
salida de una leyenda, enorme, bajo una luz verde, muy oscura (más oscura que en
Thionville), la fachada del castillo de Chantilly. Ceremonial gigantesco de esa historia
de amor, fuera de toda leyenda. Hablamos de ella, medieval, de Véra y Jean Baxter,
nuestros contemporáneos.
Poco a poco, la voz de Jean Baxter empieza a llegar, saliendo de una suerte de
densidad de silencio que recuerda la de una cámara insonorizada –llamados muy suaves
del nombre de su mujer. (Off total.)
JEAN BAXTER: Véra… hola… ¿Véra?
VÉRA BAXTER, presente: Acá estoy…
En el silencio, la fachada avanza.
Todo está cerrado: esplendor sin uso.
Primero en silencio, luego bajo las voces que continúan, las de una adoración
secreta y culpable.
Turbulencia de Thionville en Chantilly.
Silencios desmesurados entre las frases.
VÉRA BAXTER: ¿Dónde estás?
JEAN BAXTER: En Chantilly.
VÉRA BAXTER, silencio: Estás solo…
JEAN BAXTER, pausa: Ella se fue a pasear por el bosque. (Pausa.) Hay
niebla… (Silencio.)
VÉRA BAXTER: Aquí, esta mañana había viento… ahora…
Largo silencio.
No hay dudas: son las voces del amor. De donde sea que provengan, a
quienquiera que pertenezcan.
Véra Baxter. Ojos que lloran. Llanto inagotable. Como si hubiese perdido
cualquier otra identidad excepto la de quien llora por el amor mismo, desaparecido del
mundo. Hipos muy leves, como de niño.
No se dicen nada.
Después nuevamente la voz de Jean Baxter, asordinada, que la busca y la llama.
JEAN BAXTER: Véra… Véra…
VÉRA BAXTER, pausa: Sí…
Lloran. Llegan gemidos a través del teléfono, más terribles todavía, reprimidos.
Jean Baxter trata de evitar llorar.
No se hablan. Se escuchan llorar. Llantos conjugados. Luego vuelve la voz
sorda, puede hablar.
JEAN BAXTER: ¿Dónde estás?
VÉRA BAXTER, apenas pronunciado: Ya no sé…
El mar. De un azul profundo. Liso y vacío. Su ruido mezclado con el de los
llantos.
Comienza la conversación encima del mar.
VÉRA BAXTER: Era por la villa, es cara… un millón… Preferí hablarte antes
de alquilar… Me parece que es mucho.
JEAN BAXTER: ¿Y qué tiene?...
VÉRA BAXTER: Es grande. Ocho habitaciones. (Pausa.) Hay una playa
abajo…
JEAN BAXTER: Sí…
Largo silencio.
A lo lejos, la turbulencia, muy suave, como una canción de cuna. El silencio se
prolonga: esas personas no saben hablar de su amor.
VÉRA BAXTER: “Bosque claro” ya está alquilado… fuimos ahí demasiado
tiempo… demasiado… pero (detención)… estos parques de aquí… es terrible…
terrible, creo…
Largo silencio. Sin respuesta de Jean Baxter.
Dejamos el mar sin cortes. Llegamos a los parques vacíos. Su silencio aún
perdura. Aquí el accidente es la voz.
VÉRA BAXTER: Tal vez habría hecho falta cambiar de lugares… de todo… de
todo…
Largo silencio de nuevo, luego Jean Baxter responde:
JEAN BAXTER: También lo intentamos.
Regreso a Véra Baxter en el momento en que grita. Véra Baxter grita.
VÉRA BAXTER, grito: Jean…
JEAN BAXTER, pausa: Acá estoy.
Silencio de ambas partes. Luego, súbita violencia de Véra Baxter. Frase
desconectada, que puebla el silencio de sollozos.
VÉRA BAXTER, queja violenta: Aquí el invierno es feroz, se diría que hace
diez años que no viene nadie…
Silencio. Sin respuesta de Jean Baxter.
Sigue ella en un plano rigurosamente fijo, hablando en medio del llanto. Fuerte.
Sin pudor. Él la deja llorar.
VÉRA BAXTER: Hubiésemos podido irnos. Cambiar de país… abandonar
Francia…
Silencio. No hay respuesta de Jean Baxter.
VÉRA BAXTER: Diecisiete años… (grito) con todos los chicos además…
Silencio. No hay respuesta de Jean Baxter.
VÉRA BAXTER: Habríamos debido separarnos… divorciarnos… no vivir más
juntos… perdernos… y después… (reencontrarnos).
Llanto continuo. Largo silencio. Después, cambio de declaraciones, absurdo, sin
motivo aparente.
VÉRA BAXTER, de un tirón: Me encontré con Monique Combès en los
parques… Hablé mucho… mucho… mentí… acerca de todo… Mucho. (Llanto muy
fuerte.) Miento todo el tiempo… a todo el mundo…
JEAN BAXTER, pausa: Nadie más que tú dices la verdad… (Silencio.)
Se oye el grito de Véra Baxter. Sordo. Terrible.
La turbulencia exterior. Silencio en torno a ella.
Sobre la terraza de la villa, personas: han salido y escuchan –se diría– el grito de
Véra Baxter. Como si ese grito fuera audible en toda la ciudad, en los parques, en todas
partes. Y anunciara la muerte de un amor.
VÉRA BAXTER, grito: Jean… se acabó… se acabó… terminó… Jean… lo
sabías…
Véra Baxter, que acaba de gritar. Como si hubiera escuchado ese grito pero
salido de otro lugar que no fuese ella misma. Espanto. Momento muy breve. Por el
lapso de escuchar el grito, su eco. En principio ella está inmóvil.
Y luego el teléfono es soltado y cae sobre el diván como si Véra Baxter hubiese
muerto.
Silencio.
La respuesta de Jean Baxter llega por el teléfono tirado.
JEAN BAXTER: Ya no sé nada.
Silencio de Véra Baxter.
Y a partir de esa voz, la vida regresa, junto con el llanto. Sollozos silenciosos.
Véra Baxter recupera el auricular. Queja violenta.
VÉRA BAXTER: Jean… Jean…
Silencio, después nuevamente la voz sorda.
JEAN BAXTER: Voy a tomar el avión, estaré en Thionville en ocho horas.
El llanto cesa. Llega el enojo, terrible, que desfigura el rostro, hiela la voz.
VÉRA BAXTER: Ya no estaré aquí. (Pausa.) Me reuniré con él, nos habremos
ido de Thionville.
Silencio de Jean Baxter.
Ella observa la villa.
VÉRA BAXTER: Me encerré aquí para matarme, creo. (Pausa.) Y entonces…
(Detención.)
Muy lenta, muy asordinada, la respuesta:
JEAN BAXTER: ¿Por qué morir?
Silencio.
El rostro de Véra Baxter se descompone, como presa de un asco insuperable.
VÉRA BAXTER: Ya no quiero nada. Ni a nadie. No sabía que… (Detención.)
Silencio de Jean Baxter.
De nuevo, derramamiento de lágrimas.
VÉRA BAXTER: Está también… Bebo mucho en este momento… No tenía la
costumbre… De noche, bebo… Eso me gusta… y entonces… la idea del verano…
nuevamente… Vuelve demasiado rápido, creo… y entonces los parques… tan
desiertos… se diría que es California… podría gritar… y no vendría nadie…
Silencio. Luego, imperceptible, a lo lejos, la turbulencia vuelve a empezar:
interrumpe la frase de Véra Baxter. Véra Baxter escucha esa turbulencia y poco a poco
mira hacia ella, se tiende hacia ella –las lágrimas se incrementan– como hacia una
especie de auxilio.
VÉRA BAXTER: Hay una fiesta en una villa de los parques… Tal vez sea eso
lo que hizo que… (no me haya matado)… Escucha…
Chantilly
Clásica sala de estar de una residencia de los alrededores de París. Fuego de leña
en la chimenea.
No hay luces encendidas. Oscuridad coloreada por el crepúsculo.
Está vacío. Nadie. Se oyen ruidos de llanto en alguna parte; debe provenir de
una puerta abierta hacia el interior.
También se oye una música muy aguda, tenue –un hilo de música; es de la
turbulencia exterior. Cerca del fuego, sobre una mesa baja, un teléfono: descolgado. Del
auricular de ese teléfono caído sale la música de la turbulencia exterior.
Una mujer de abrigo claro entra lentamente.
Clásica silueta de modelo. Escucha el llanto y la turbulencia, mira a través de la
puerta interior. Sin hacer ruido, avanza, va a ver. Después vuelve cerca del fuego, se
calienta las manos. Descubre el teléfono caído. Escucha la turbulencia.
Tranquilamente cuelga el teléfono. Clic: la turbulencia cesa al mismo tiempo
que el llanto. Pausa. Luego la mujer habla con mucha suavidad (a Jean Baxter, al que no
vemos, al que nunca vemos).
MUJER, en voz baja: Llamaste a Thionville, por lo que veo…
No hay respuesta. Silencio.
Lentamente, la mujer se quita el abrigo, lo cuelga, se sirve algo de beber –
whisky escocés– y se sienta en un sillón.
Mira el fuego.
Después habla de nuevo, siempre con suavidad.
MUJER: Deberías venir cerca del fuego. (Pausa prolongada.) Fui a Villiers por
los lagos. Han destruido el bosque por allá… varias hectáreas… es terrible… ya no se
reconoce nada…
“Las columnatas”
Véra Baxter, inmóvil. Escucha la turbulencia exterior, que se aleja.
Ruidos de Thionville. Sirenas de barcos. Rumores lejanos. El sonido del mar, de
nuevo, amortiguado. El auricular del teléfono también está sobre el diván, caído cerca
de Véra Baxter.
Ella no lo ve.
Ella mira fijamente los parques, el mar.
El mar
Colores ya crepusculares.
Unos muelles iluminados, a lo lejos.
Un oleaje cargado, denso, casi silencioso.
La entrada de “Las columnatas” –El pasillo
En la oscuridad, un hombre observa.
Es el cliente del Hotel de París (que aquí se convertirá en “el Desconocido”, con
respecto a Véra Baxter).
Véra Baxter observada.
Todavía frente al mar, con la cabeza ligeramente ladeada. Asistimos a su
descubrimiento por parte del hombre que la mira.
Sensación de violación, de una indiscreción absoluta.
Véra Baxter, lentamente, gira la cabeza y lo ve. Se miran.
No hay miedo alguno en la mirada de Véra Baxter. Ausente, todavía en otro
lado, en la desesperación de no amar más.
El hombre habla mientras todavía la vemos a ella.
EL DESCONOCIDO: ¿Es usted Véra Baxter?
VÉRA BAXTER: Sí.
EL DESCONOCIDO: Vengo de parte de Michel Cayre. Me pidió que viniera a
buscarla.
Se miran. Silencio.
VÉRA BAXTER: ¿Quién es usted?
EL DESCONOCIDO: Un cliente del Hotel de París.
Él ingresa en la casa.
Se los ve a los dos.
Él mira hacia afuera. Ella mira el suelo.
Ella está en primer plano.
Él está detrás de ella, de espaldas.
No se da vuelta.
VÉRA BAXTER: ¿Hace mucho que estaba usted ahí?
EL DESCONOCIDO, pausa: Usted hablaba del verano… A usted le parecía…
penoso planificarlo…
VÉRA BAXTER, como si se acordara: ¿Dónde está Michel Cayre?
EL DESCONOCIDO: En el hotel, creo. Dijo que cualquier otro tenía más
posibilidades que él de sacarla de la fortaleza de “Las columnatas”.
VÉRA BAXTER, mecánicamente: Iba a ir a reunirme con él.
Silencio. Él se da vuelta y la mira.
Voces suaves.
EL DESCONOCIDO. Está lejos, y usted no tiene auto…
VÉRA BAXTER, piensa, sin convicción: Habría llamado por teléfono a la
agencia (inmobiliaria) para que me vinieran a buscar… (pausa) o habría caminado…
Silencio. Él no contesta.
VÉRA BAXTER: ¿Qué hora es?
EL DESCONOCIDO: No tengo reloj.
Silencio. Él mira hacia afuera. Véra Baxter por su parte está como aturdida,
ausente.
EL DESCONOCIDO: No es tarde. El sol todavía no se puso, mire…
Ella mira. Luego baja los ojos.
VÉRA BAXTER, pausa: ¿Él ha tomado?
EL DESCONOCIDO, pausa –simple: Sí. Como para que se maten en la ruta…
(Sonríe.) Con todos los hijos que tienen los dos.
VÉRA BAXTER, en voz baja, maquinal: Ah… le dijo…
EL DESCONOCIDO: Sí.
Silencio. Ella está distraída, aún ausente: vacía.
VÉRA BAXTER: ¿Usted no lo conocía?
EL DESCONOCIDO: Para nada, no. (Sonrisa.) Estuvimos dos horas en el bar
del hotel… Hablamos por largo rato… ya sabe, como suele pasar a veces…
Ella lo mira por primera vez. Silencio.
EL DESCONOCIDO: Podemos irnos cuando usted quiera. El auto está abajo.
No hay respuesta. Silencio.
VÉRA BAXTER, distraída: Es curioso, no lo escuché entrar en la casa…
Silencio.
EL DESCONOCIDO, con una extrema delicadeza dentro de la indiscreción:
¿Era su marido el que llamó por teléfono?
VÉRA BAXTER: Sí. (Pausa.) Por la villa…
EL DESCONOCIDO: Ya sé.
Silencio.
VÉRA BAXTER, pausa: La voy a alquilar.
EL DESCONOCIDO, mira hacia afuera –lentamente: De todos modos está un
poco concurrido.
Los parques
En un camino entre los parques, pasan unos obreros.
La turbulencia exterior.
La villa está iluminada.
El ruido que sale de ella se torna muy fuerte.
Permanecemos (con Véra Baxter y el Desconocido) dentro de la pieza oscura.
Se ve la turbulencia a través de los vidrios de las puertas-ventanas de la terraza.
Hay personas afuera que miran hacia el mar, y luego hacia la villa de “Las columnatas”.
EL DESCONOCIDO: Una fiesta… según parece…
VÉRA BAXTER: Sí.
EL DESCONOCIDO: Es por el lado del bosque, allá, una de las últimas villas
de los parques…
Silencio.
Ella va hacia la terraza, se detiene antes de llegar.
Silencio.
EL DESCONOCIDO: Hace un momento, dos mujeres se encontraron aquí
abajo. (Pausa larga.) Hablaron por largo rato.
Ella giró la cabeza bruscamente hacia él.
Él es completamente dueño de sí. Larga pausa.
VÉRA BAXTER: ¿Usted las conocía?
EL DESCONOCIDO: No todavía, no.
Silencio.
Juego muy sutil. Ya equívoco. Lento.
EL DESCONOCIDO: Estábamos paseando por aquí con Michel Cayre. (Pausa.)
Las vimos.
VÉRA BAXTER, pausa: Entonces no se quedó en la habitación como había
dicho.
EL DESCONOCIDO: No. (Pausa.) No pudo, creo. (Pausa.) No soportaba
esperar más.
Silencio.
VÉRA BAXTER: ¿Todavía está en el hotel?
Él la mira. No responde.
VÉRA BAXTER: ¿Qué cree usted?
EL DESCONOCIDO, pausa: Tal vez sí. (Silencio.)
VÉRA BAXTER, brutal: Debería dejarme.
EL DESCONOCIDO: Dice que está en ese punto en que no podría tocar a otra
mujer. (Pausa.) Todavía no. (Pausa.) Pero… (Detención.)
Palabras relatadas. Erotismo desviado. Silencio.
VÉRA BAXTER: ¿Observaron por mucho tiempo a esas mujeres?
EL DESCONOCIDO: Sí. Todo el tiempo en el que estuvieron hablando.
VÉRA BAXTER, larga pausa: ¿Por qué?
EL DESCONOCIDO, lentamente: Al verlas de lejos, se podía creer que
escuchábamos sus palabras.
Silencio.
EL DESCONOCIDO, pausa: ¿Qué decían?
Intimidad extraña, impersonal.
VÉRA BAXTER: Hablaron de un escritor. Se mató en un auto la semana
pasada. (Pausa.) Bernard Fontaine… ¿ese nombre le dice algo?
EL DESCONOCIDO, piensa: No…
VÉRA BAXTER: Lo conocí aquí, hace dos años. (Pausa.) Me lo había
encontrado una vez en París. (Pausa.) Me había citado, recuerdo… cerca del Alma.
EL DESCONOCIDO, pausa: Usted no acudió a la cita.
VÉRA BAXTER: No. (Pausa.)
Silencio. Él mira hacia el mar. Continúa la turbulencia exterior.
EL DESCONOCIDO: Hay unas ensenadas abajo, no las había visto. (Pausa.)
También hay una playita de arena.
Él se da vuelta hacia ella.
EL DESCONOCIDO: Debe ser práctico por los niños. Se los puede vigilar
desde acá.
VÉRA BAXTER, pausa: Oh… ya son grandes. (Pausa.) Excepto la última.
(Pausa.) Ella vino… (Sonrisa conmovedora.) Ya no la esperábamos…
Silencio. Mira a su alrededor, la villa.
VÉRA BAXTER: Quería verla, creo. Eso es todo. (Pausa.) Es como si ahora ya
no tuviera nada que hacer. (Pausa.) Tal vez siempre sea así cuando se alquila, cuando se
compra… ¿no?
EL DESCONOCIDO: Tal vez. (Sonrisa.) No sé. (Silencio.)
VÉRA BAXTER: ¿Quiere verla…?
EL DESCONOCIDO, pausa: ¿Por qué no?
Salen fuera del campo. Campo vacío.
Silencio.
Véra entra en la casa.
La seguimos.
Mira a su alrededor.
La turbulencia llega atenuada.
Pasa la casa, observada por Véra Baxter y por el Desconocido. Mucha lentitud.
Las habitaciones. Una tras otra.
VÉRA BAXTER, en off: La gente debe entrar en invierno… dormir… En la
cocina, hay pan, restos…
Detención. Después vuelven a empezar.
Una oficina. Luego una pieza sin uso.
Otra habitación. Panorámica lenta. Las ventanas y los muebles. El mar.
Detención. Silencio.
EL DESCONOCIDO, en off: ¿Le gusta?
VÉRA BAXTER, en off: Es grande… bien ubicada… pero… (fea).
EL DESCONOCIDO, en off –sonrisa: Sí.
Vuelven al living, sobrepasan la cámara.
VÉRA BAXTER, en off: No sé cuando algo es feo…
Volvieron al living.
Se detienen. Él la mira. Mirada evidente, directa. Ella mira hacia afuera.
Después sale del campo hacia la terraza.
VÉRA BAXTER, en off: ¿Qué pasa?
EL DESCONOCIDO: La miro.
Silencio. Inmovilidad.
EL DESCONOCIDO: Michel Cayre dijo: “Al principio, no es hermosa. (Pausa.)
Se vuelve hermosa después.”
Sin respuesta. Silencio. Inmovilidad. Luego ella vuelve.
VÉRA BAXTER: Pasemos por la agencia y nos vamos, si usted quiere… Le
confirmo el alquiler y volvemos al hotel. Me acostaré enseguida, comeré en la
habitación. (Pausa.) Estoy muy cansada…
Él no responde. Ella se queda allí, delante de él. Luego alza la vista, él la sigue
mirando. Mirada indiferente, menos evidente.
VÉRA BAXTER: ¿No quiere?
EL DESCONOCIDO: No creo que usted tenga ganas de volver al hotel.
Largo silencio. Como si se efectuara una mutación de la comedia a la realidad. Y
ella habla:
VÉRA BAXTER, lentamente: ¿Y de qué tengo ganas?
EL DESCONOCIDO, lentamente: De nada, creo. Es un momento así… Hay que
esperar…
Otra vez un largo silencio.
Él deja de mirarla. Ella lo mira.
VÉRA BAXTER: Quisiera que usted se vaya.
Él sigue sin mirarla, como si estuviera absorto en el espectáculo de los parques.
VÉRA BAXTER: Quisiera dormir.
EL DESCONOCIDO, pausa, lentitud: Quisiera poder dejarla. (Pausa.) Pero no
puedo hacerlo. (Pausa.) Usted está en peligro (de muerte), creo… (Silencio.)
Como si hablara de alguien más, Véra Baxter va a hablar de sí misma:
VÉRA BAXTER: Esta mañana quería morir. Y entonces escuché la fiesta de
allá… Pero esta tarde… (Silencio.)
EL DESCONOCIDO, pausa: No… (Pausa.) Creo que se equivoca. (Pausa.)
Esta mañana usted esperaba algo: la llamada de Jean Baxter. Esta tarde, creo que nada.
Nada más.
Ella se calla, lo mira. Él sigue mirando hacia afuera.
EL DESCONOCIDO: En una media hora, será de noche.
Silencio.
Él se da vuelta hacia ella. Ella se sienta, derecha, en una silla, presa de sí misma,
por primera vez, curiosa por ella misma.
Fijeza. Silencio.
VÉRA BAXTER: Usted escuchó toda la llamada por teléfono.
EL DESCONOCIDO, pausa: Sí.
Silencio. Se instaura otro tiempo. Otra duración. Más lenta. Más opaca. Larga
inmovilidad antes de hablar.
EL DESCONOCIDO: ¿Usted se casó muy joven?
VÉRA BAXTER, distraída: Veinte años. (Pausa.) Era un amigo de mis
hermanos. (Pausa.) Lo conocía de siempre.
Silencio.
Ella se calla, se diría que lo olvida.
Él se sienta frente a ella, lejos de ella, y la mira.
Ella descubre esa mirada y tiene como una sonrisa de disculpas hacia el
Desconocido por estar tan preocupada por sí misma. Él le sonríe.
VÉRA BAXTER: No sé lo que pasó.
EL DESCONOCIDO: ¿Cuándo?...
VÉRA BAXTER: Esta mañana…
EL DESCONOCIDO, con absoluta suavidad. ¿Y ahora?
Ella piensa. Cierra los ojos. Piensa.
VÉRA BAXTER: Ya lo he visto antes, ¿no?
EL DESCONOCIDO: No creo. (Pausa –sonrisa.) Mi identidad no le diría nada.
(Pausa.) Yo también habría podido encontrarla en los bares de Thionville, cuando usted
esperaba que Jean Baxter terminara sus partidas de póker. (Sonrisa –pausa.) Pero
resulta que no. Que eso no sucedió. (Pausa bastante larga.) ¿Él estaba en Chantilly?
VÉRA BAXTER, maquinalmente: Sí. Está en lo de una modelo. También va
allá con bastante frecuencia. (Pausa.) Ella había salido a pasear. Él estaba solo en la
casa. (Pausa.) Es hermosa… muy joven… no está todo el tiempo allí… sabe, ella viaja.
EL DESCONOCIDO, sonrisa: Ya veo…
Largo silencio.
Él la mira. Ella se calla. Después vuelve a empezar a hablar.
Siempre como adormecida.
VÉRA BAXTER: Me dijo que yo decía la verdad.
EL DESCONOCIDO: ¿Jean Baxter, su marido?
VÉRA BAXTER: Sí. (Pausa.)
EL DESCONOCIDO, pausa: Michel Cayre dijo que usted miente. (Sonrisa.)
VÉRA BAXTER: A él le miento.
EL DESCONOCIDO, pausa: ¿Y a Jean Baxter?
VÉRA BAXTER: Nunca me hace preguntas.
EL DESCONOCIDO, pausa: Yo sólo estoy de paso, cruzando por su vida…
entonces si una… (vacilación) verdad se dijese aquí esta tarde, no tendría ningún
futuro… quedaría sin consecuencias.
La turbulencia exterior de golpe se vuelve muy intensa.
Él la mira largamente. Se callan.
EL DESCONOCIDO: Parecieran extranjeros. (Pausa.) Una fiesta.
A través de las ventanas se ve bailar. De lejos, siempre.
EL DESCONOCIDO: La habíamos oído casi de todas partes en Thionville sin
saber dónde era (pausa), de dónde venía. (Pausa.) Después la vimos, hace un rato
(cuando vinimos con Michel Cayre). (Pausa.) La llamamos: la turbulencia exterior.
Como si hubiésemos nombrado una tormenta, o al viento. (Pausa.) Sin dudas porque
llegaba a todo Thionville, y nadie podía evitar escucharla.
VÉRA BAXTER, pausa: En un momento dado, hicieron señas… esta tarde…
para que fuera, creo.
EL DESCONOCIDO, pausa: Y usted no fue.
VÉRA BAXTER: No.
Silencio. Distracción aparente.
VÉRA BAXTER: Fue después cuando pensé en salir… y me encontré con
Monique Combès por el lado del garaje de barcos… y entonces ella vino.
EL DESCONOCIDO, pausa: ¿Era una amiga?
VÉRA BAXTER, pausa, se diría que piensa: Ella venía a la casa.
Él sonríe. Ella “vuelve” hacia él. Baja la vista.
Silencio.
EL DESCONOCIDO, de pronto, abrupto: ¿Él dijo que era caro?
VÉRA BAXTER, pausa: Para él no es tan caro. (Pausa.) No es tanto dinero.
(Pausa.) No.
Él insiste, muy natural. Sonrisa.
EL DESCONOCIDO: ¿Habría pagado aún más para perderla?
Seriedad de la respuesta:
VÉRA BAXTER, pausa: Él gana mucho dinero.
Silencio.
EL DESCONOCIDO: Debe ser lo que primero dicen de él cuando acaban de
conocerlo, ¿no es cierto? Que gana mucho dinero.
VÉRA BAXTER, un dolor nunca dicho: Sí, así es…
EL DESCONOCIDO, prosigue: ¿Y también que siempre lo ganó, muy
fácilmente?…
VÉRA BAXTER, gesto: Sí.
EL DESCONOCIDO: … y también que todo lo que gana, lo gasta… (pausa)
con las mujeres… el juego…
VÉRA BAXTER, gesto: sí –pausa, se rectifica: Todo lo que roba, dicen…
EL DESCONOCIDO, claro, pero con la misma suavidad: Sí.
Él se levanta como por efecto de algo insoportable pero se queda ahí, en la pieza,
vuelto hacia el exterior. Inmovilidad de los dos. Lentitud. Palabras difíciles.
VÉRA BAXTER: Él le había pagado a Michel Cayre. Un millón. El mismo
precio que la villa.
EL DESCONOCIDO, no se da vuelta –pausa: Él lo deseaba.
VERÁ BAXTER, con dificultad: Sí.
EL DESCONOCIDO, muy lentamente: ¿Es algo que no habría debido decirse?
VÉRA BAXTER: No. (Pausa.) Miré la chequera a la noche en su escritorio.
EL DESCONOCIDO, pausa: Sin duda que era necesario pasar por eso…
VÉRA BAXTER, pausa: Me había vuelto inaccesible de no ser por él, por Jean
Baxter.
Silencio muy prolongado.
EL DESCONOCIDO: Quiere decir que usted le fue infiel a Jean Baxter.
Véra Baxter de pronto trata de responder sin poder lograrlo. Pausa
anormalmente larga.
VÉRA BAXTER: Sí…
De nuevo un silencio muy largo. Después ella vuelve a hablar.
VÉRA BAXTER: Fui a lo de Michel Cayre porque estaba pago. (Pausa.) El
dinero lo permitió… en fin…
EL DESCONOCIDO, siempre con suavidad: … ¿qué?...
Respuesta tardía de Véra Baxter.
VÉRA BAXTER, en voz baja:… la historia…
EL DESCONOCIDO, larga pausa: ¿Un millón, dijo?
VÉRA BAXTER: … sí…
El desconocido planteó la última pregunta –sobre el millón– con una especie de
negligencia, como si el relato que va a seguir fuera desdeñable con respecto a esa
“parte” de la historia que acaba de ser, aunque apenas, señalada.
El departamento de Michel Cayre
Una habitación modesta.
Cosas de mujer sobre unas sillas.
VÉRA BAXTER, en off: Se habían encontrado en un club de bacará. (Pausa.)
¿Debió contarle?
No hay respuesta. Lenta panorámica en la habitación vacía.
VÉRA BAXTER, en off –como recitado: Michel Cayre me llamó por teléfono,
me dijo: “Conocí a Jean Baxter la semana pasada. Me pidió que la llamara. Usted debe
saber de qué se trata.” (Pausa.) Dije que sí. (Pausa.) Fui a su casa a la siesta. (Pausa.)
Él fue quien me abrió. El departamento era oscuro, lleno de cosas de la otra mujer.
(Pausa.) Primero me dijo que había decidido conservar el cheque de Jean Baxter sin
llamarme y después que… había cambiado de opinión… que había tenido ganas de
conocerme debido al precio que yo valía: un millón.
Silencio. La panorámica continúa: la cama deshecha.
VÉRA BAXTER, en off: Pregunté si Jean Baxter sabía a qué hora debía suceder.
Me dijo que lo ignoraba.
Cámara fija sobre la cama deshecha.
VÉRA BAXTER, en off: A la siesta, en casa de Michel Cayre, hubo una llamada
de teléfono. (Pausa.) Escuché un grito. Alguien que llamaba, después colgaron… un
hombre…
Silencio.
Volvemos al living de “Las columnatas”.
VÉRA BAXTER, termina: Ya no debíamos volver a vernos con Michel Cayre.
(Pausa.) Después llamó de nuevo. (Pausa.) Como si ese millón fuera inagotable…
(Silencio.).
El Desconocido sigue estando frente a los parques. Calla. Véra Baxter se aparta
hacia el interior de la casa. De pronto parece contrariada, de nuevo en una especie de
soledad –deja de mirar hacia el hombre, hacia la terraza.
Sin respuesta del Desconocido. Silencio.
VÉRA BAXTER, pausa: Usted no escuchó tal vez…
EL DESCONOCIDO, pausa: Miraba a esas personas. La villa, allá.
Ella no se recupera. Permanece inmóvil, esperando una respuesta: él todavía no
puede responder.
VÉRA BAXTER: ¿Se lo había contado Michel Cayre?
Silencio. Respuesta tardía del Desconocido.
EL DESCONOCIDO: Michel Cayre me habló de una deuda de juego. (Pausa.)
Pero la cifra es la misma: un millón.
Ella sigue esperando, como si esa no fuera la verdadera respuesta.
EL DESCONOCIDO: Escuché lo que usted dijo.
La turbulencia exterior completamente iluminada.
Música y baile. Ruido de voces.
EL DESCONOCIDO: ¿Usted no le habló a Jean Baxter sobre esa siesta en lo de
Michel Cayre?
VÉRA BAXTER, pausa: No.
Silencio.
EL DESCONOCIDO: ¿Habría debido hacerlo? Habría debido devolverle esa
infidelidad a Jean Baxter, ¿no es así?
VÉRA BAXTER: Sí.
Silencio.
VÉRA BAXTER: No me hizo ninguna pregunta, yo esperaba que lo hiciera,
pero no lo hizo. (Pausa prolongada.) Aquella tarde… cuando él volvió… dijo que
estaba muy cansado por el trabajo, se fue a su cuarto, no cenó. Recuerdo que yo miraba
televisión. Él tenía miedo de que habláramos. (Pausa.) De verme. (Pausa.) Cuando los
chicos estuvieron acostados, salió, lo escuché en el pasillo. (Pausa.) Debió irse a jugar a
las cartas en uno de sus clubes… (Pausa.) Durante varios días, evitamos vernos,
encontrarnos dentro de la casa.
Volvemos a la villa. No se han movido.
Véra Baxter termina –de nuevo– su relato.
VÉRA BAXTER, elipsis de golpe: Después vine a Thionville para alquilar la
villa.
El Desconocido ha reaccionado, se da vuelta bruscamente hacia ella, se recobra
enseguida. Habla con suavidad, con precaución.
EL DESCONOCIDO, pausa: Había entendido que había pasado más tiempo,
casi todo el invierno.
Silencio. No hay respuesta de Véra Baxter.
EL DESCONOCIDO: Y que también había habido un viaje a Bordeaux, creo, en
octubre.
Ella no se mueve. No lo mira. Silencio.
Después habla:
VÉRA BAXTER, casi brutal de pronto: No le preste atención a lo que digo.
EL DESCONOCIDO, pausa, suavidad: No…
Ruido de viento. Largo silencio.
EL DESCONOCIDO: El viento vuelve a soplar de noche.
VÉRA BAXTER, lentamente: Siempre hay viento.
EL DESCONOCIDO: ¿Excepto en agosto tal vez?...
VÉRA BAXTER, lenta, ausente: Oh, tres días…
Ella se levanta de su silla.
Camina por la pieza, sin finalidad. Él la mira.
VÉRA BAXTER: Va mucho a Chantilly después de esa historia, para no
molestarme, ya sabe…
EL DESCONOCIDO, con suavidad: Sí.
Silencio. Ella se calla. No lo mira.
EL DESCONOCIDO: Veo a Jean Baxter. La miro a usted y lo veo.
Silencio. Ella escucha –como de lejos.
EL DESCONOCIDO, en voz baja, suave: Michel Cayre dijo: “Jean Baxter tiene
el encanto que da el dinero”.
Están lejos uno de la otra. Él la sigue mirando. Silencio. Después ella habla,
maquinalmente, llanamente.
VÉRA BAXTER: Michel Cayre no lo sabe ganar.
EL DESCONOCIDO: No sé. No lo conozco.
VÉRA BAXTER, confirma: No, no sabe. (Larga pausa –divagación hacia el
abismo.) Es terrible… Nunca es suficiente. (Pausa.) Terrible.
EL DESCONOCIDO, pausa: Sí. (Pausa.) Michel Cayre no lo puede saber.
VÉRA BAXTER: No.
EL DESCONOCIDO, pausa: Dijo: “Nunca rechacé el dinero venga de donde
venga. Nunca lo voy a rechazar. (Vacilación.) En ningún caso.”
VÉRA BAXTER: Sí. (Pausa.) Tiene razón, creo.
EL DESCONOCIDO, claramente: Sí.
Silencio. Miran afuera. Se miran.
EL DESCONOCIDO: ¿Vendrá Jean Baxter este verano?
VÉRA BAXTER: No sé.
EL DESCONOCIDO: ¿Bastaría con que usted se lo pidiera?
VÉRA BAXTER, pausa: Vendrá unos días… por los chicos. El resto del
tiempo…
EL DESCONOCIDO: ¿Irá a las Baleares, con una mujer de Chantilly?
VÉRA BAXTER, asombrada pero no lo hace notar: Es posible. (Pausa.) Ya
sabe… actúa como los demás, hace lo que hacen los demás, sus colegas. Va adonde van
ellos… a Cannes… a las Baleares. Más allá del dinero… (Admirable sinceridad.) No
tiene mucha imaginación, vea… (Claramente, con orgullo) Es alguien común.
Él se sorprende por la respuesta. Se aparta hacia el mar, vuelve a su lugar: dado
vuelta hacia el exterior, el rostro anulado.
Silencio.
EL DESCONOCIDO, con suavidad: Los parques volvieron a la oscuridad.
(Pausa.) Pero la playa todavía está iluminada, el mar también…
VÉRA BAXTER, continúa, como sorda: La inteligencia, ni siquiera sabe lo que
eso quiere decir… No piensa en nada… como si no valiera la pena. Y a mí me da igual,
vea, e incluso preferiría… (Detención en seco.)
EL DESCONOCIDO, con suavidad: Sí, ya veo…
Silencio, después ella continúa.
VÉRA BAXTER: No tiene más que eso, precisamente, dinero… ni siquiera es
rico… tiene dinero… eso es todo…
Él se da vuelta hacia ella, la mira.
EL DESCONOCIDO, de golpe claramente: Y eso Jean Baxter lo sabe por sí
mismo.
Ella lo mira, sorprendida de que haya dicho algo que ella no ignoraba, pero que
nunca se había dicho.
VÉRA BAXTER: Sí. Así es.
Silencio. De nuevo él mira el mar. Jean Baxter acaba de ser evocado en lo que
tiene de esencial: su humildad, su “pobreza” –más allá del espesor, de la mugre que lo
oculta: el dinero.
Silencio.
EL DESCONOCIDO: Usted debería venir a ver…
No hay respuesta.
Véra Baxter va a ver cerca del Desconocido.
El sol se pone sobre el puerto.
Otros paisajes –salvajes, desiertos– de los alrededores de Thionville. En todas
partes, descensos de luz en el agua.
Voces suaves, como lejanas.
VÉRA BAXTER, en off: Él lloraba.
EL DESCONOCIDO, en off: ¿Esta tarde?...
VÉRA BAXTER, en off: Sí.
EL DESCONOCIDO, en off –pausa: ¿Decía que tenía que hacerlo, que era un
crimen?... (muy suave)… que usted era… (detención) que un día, ¿se lo daría?
VÉRA BAXTER, en off: Sí. (Pausa.) No servía para nada.
EL DESCONOCIDO, pausa: También había hecho apuestas. (Trata de
recordar.) Dos veces, creo… ¿no? Con amigos suyos.
VÉRA BAXTER, en off: No sé.
EL DESCONOCIDO, en off: Hace tres años.
VÉRA BAXTER, en off: No sabía. (Pausa.) Fue recién el verano pasado,
cuando se encontró con Michel Cayre, y supo lo que había que hacer.
Silencio.
EL DESCONOCIDO, en off: Jean Baxter, ¿siempre tenía una historia?...
No hay respuesta de Véra Baxter.
EL DESCONOCIDO, en off: ¿Nunca estaba sin tener una historia?...
No hay respuesta de Véra Baxter.
EL DESCONOCIDO, en off. ¿Y sus propias historias eran las de Jean Baxter?
VÉRA BAXTER, en off –en voz baja: Tal vez… ya no lo sé… (piensa,
descubre) sí.
Silencio.
EL DESCONOCIDO, en off: ¿Comprendía que tenía que hacerlo?
VÉRA BAXTER, en off –larga pausa: A veces… en verano… a veces se iba por
mucho tiempo.
Están en la terraza frente a los parques.
Los vemos juntos. A ella por completo, él, con la cara dada vuelta.
VÉRA BAXTER: Mentí.
El Desconocido no se mueve.
VÉRA BAXTER: Fue… (Detención.)
EL DESCONOCIDO, con suavidad: No fue en octubre.
VÉRA BAXTER: No.
El Desconocido no dice más nada. Espera que ella hable.
VÉRA BAXTER, con dificultad, lentamente: Fue hace tres días… (detención)
en París. Era por el lado del Alma, creo… llovía… (Detención.) Me refugié en un
café… en la terraza… y… (Detención –silencio.)
El Desconocido prosigue:
EL DESCONOCIDO, lentamente: ¿Era Bernard Fontaine?...
VÉRA BAXTER: No. (Pausa.) Otro. (Pausa.) Nunca lo había visto…
Largo silencio.
EL DESCONOCIDO: No se parecía a nadie…
VÉRA BAXTER: No. (Pausa.) No sé su nombre.
Siguen mirando hacia los parques.
No se miran.
Él no interviene, deja que las palabras surjan de la oscuridad.
VÉRA BAXTER, con mucha dificultad: Apenas se acercó… (Detención.)
Fuimos a un hotel… (Detención, muy lentamente.) Fue esa vez que…
Se diría que el Desconocido no escucha. Responde siempre en el mismo tono,
idéntico, neutro.
EL DESCONOCIDO, lentamente: ¿Lo volvió a ver?
VÉRA BAXTER: No.
EL DESCONOCIDO: Quiere decir que no valía la pena…
VÉRA BAXTER, pausa: Así es, sí…
Cuando pensamos que el relato ha terminado, vuelve a empezar.
VÉRA BAXTER, pausa, con dificultad: Aquella vez… Jean lo adivinó, creo. A
la noche… (Detención.)
EL DESCONOCIDO, pausa: ¿Y Michel Cayre?
VÉRA BAXTER: No. (Pausa.) Fue hace tres días. La víspera de mi viaje aquí.
Largo silencio del Desconocido y de Véra Baxter ante la verdad que finalmente
acaba de decirse. Luego habla el Desconocido:
EL DESCONOCIDO: Es curioso… ese dolor…cuando usted lo contó… ahí.
Él se da vuelta apenas, apoya la mano sobre su pecho.
Sonrisa muy leve, afligida.
Ella se calla.
EL DESCONOCIDO, prosigue: Como si yo también acabara de perderla.
Ella no responde.
Silencio en todas partes. Adentro y afuera.
Silencio como acontecimiento.
Luego de nuevo un “accidente” exterior, ya sea en el mar, un barco que podría
pasar, ya sea en los parques, gritos o una melodía de la turbulencia exterior. Después
todo vuelve a caer en el silencio.
EL DESCONOCIDO, con aflicción: La luz baja. Mire el mar.
VÉRA BAXTER: Casi negro.
Silencio de nuevo.
Lentamente, pero como bajo el efecto de una visión insoportable, Véra Baxter se
de vuelta y deja la terraza, desaparece en el interior de “Las columnatas”. Él no se ha
movido.
Sigue el silencio. Luego lentamente, de espaldas, siempre sin mostrar el rostro,
el Desconocido habla por última vez de Jean Baxter.
EL DESCONOCIDO, suavemente: Siguió siendo muy joven, Jean Baxter…
¿no? no sabe sufrir… ¿no es así?
Silencio. No hay respuesta de Véra Baxter.
EL DESCONOCIDO: De la misma manera, él debe ser feliz con todas sus
fuerzas… ¿no?
No hay respuesta de Véra Baxter.
EL DESCONOCIDO, suavemente: Tenía usted razón. (Pausa.) Él se equivocó.
Todos nos equivocamos. (Pausa.) Él no sabía nada antes de esta tarde.
Silencio. No hay respuesta de Véra Baxter.
EL DESCONOCIDO: El dolor debía esperar desde hace días y días… y
entonces usted habló…
Sin respuesta. Silencio.
EL DESCONOCIDO: Quedará sin dudas algo en Jean Baxter… menos infancia
tal vez… (vacila) menos inocencia…
Sin respuesta. Silencio.
EL DESCONOCIDO: Es curioso, sí, lo veo mejor que a ese hombre del hotel…
(Pausa.) Jean Baxter, el hombre de dinero. (Sonrisa.) Ese hombre perdido, ese fantoche.
(Pausa.)
Silencio.
Véra Baxter, con la cabeza hundida entre las manos, agachada en el piso, cerca
del teléfono. Silencio.
EL DESCONOCIDO, en off. Debería venir a ver. El sol está entrando en el mar.
Ya solamente el puerto está iluminado.
Véra Baxter se da vuelta. No mira.
No llora.
Por encima del oleaje, el crepúsculo. Colores súbitamente violentos. En el
parque, sendas vacías. El color se expande por esos parques vacíos, como una marea.
Véra Baxter todavía en la misma pose. No mira. Los ojos bajos, como si
recordara:
VÉRA BAXTER, lentamente: En verano, a veces, es como un incendio…
Él sigue mirando el atardecer.
Suavidad.
EL DESCONOCIDO: De todos modos se siente el invierno a través de los
colores… (Pausa prolongada.) Cualquiera sea el clima, siempre hay una calma a estas
horas.
VÉRA BAXTER, pausa: Creo que sí.
Lentamente, ella se levanta. Mira a su alrededor.
Una sirena a lo lejos. Ella escucha. Como muerta.
EL DESCONOCIDO: Es la sirena de los polvorines. (Pausa.) Son las seis.
(Silencio.)
VÉRA BAXTER, queja absurda, desubicada: La agencia debería llamar por
teléfono… no entiendo. (Pausa.) No han debido lograr reunirse con los dueños… Cómo
tardan…
Sin respuesta. Silencio.
VÉRA BAXTER: Vámonos. Vamos a la agencia si quiere…
EL DESCONOCIDO, pausa, claramente: No vale la pena. (Pausa.) La casa ya
está alquilada. Ya está.
Silencio. Sin respuesta de Véra Baxter.
EL DESCONOCIDO: Jean Baxter la alquiló ayer a la mañana. (Pausa.) La
agencia ya está informada. (Pausa.) El cheque ya se hizo y se mandó.
Erguida en medio de la habitación, sola (él está en la terraza), ella escucha la
historia.
Ella lo escucha con indiferencia, como lo haría con una historia ajena a su vida.
EL DESCONOCIDO, sigue contando: Michel Cayre vio a Monique Combès
esta mañana en el Hotel de París, ella se lo dijo.
Largo silencio. Se callan. Y entonces Véra Baxter plantea una última pregunta,
maquinalmente.
VÉRA BAXTER: ¿Dijeron el precio?
EL DESCONOCIDO, pausa: Enorme, al parecer. Fue el término de Monique
Combès.
VÉRA BAXTER, pausa: ¿Cuánto?
EL DESCONOCIDO: Ella no lo sabía.
Silencio. Luego pareciera que todo se enreda. Véra Baxter mira la villa, se
mueve y se lamenta.
VÉRA BAXTER, lamento prolongado, como durmiendo: Esta casa… A esta
hora parece tan triste, ¿no cree? (Pausa.) Los parques dan miedo. (Pausa.) El
crepúsculo es triste aquí, de este lado… y desde aquí se lo ve (gesto) completamente…
EL DESCONOCIDO, pausa: Es una hora difícil en todas partes…
VÉRA BAXTER: Sí.
Ella se da vuelta, sigue mirando a su alrededor.
VÉRA BAXTER: Pertenece a unas personas de Rouen. Los Jacquement. Están
relativamente separados. Hicieron construir esto y después… (Silencio bastante
prolongado.) Debió pasar algo aquí hace algunos años… no me acuerdo… Fue la mujer
que intentó matarse o bien trataron de matarla… (Detención.)
Ella se calla. Silencio. Luego sigue mirando la casa a su alrededor.
VÉRA BAXTER, queja solitaria: Es como si la hubiera habitado desde hace
meses…
No hay respuesta del Desconocido.
VÉRA BAXTER, continúa: A menos que lo deje pasar… (Pausa.) ¿Y si alguna
vez… (pausa) permaneciera vacía y alquilada?
Él no responde. Deja que surja el habla solitaria.
VÉRA BAXTER: Todavía puedo deshacerlo todo. (Detención.) ¿Ir a la agencia,
decir que cambié de opinión?...
Ella mira al Desconocido. Luego se diría que lo olvida.
VÉRA BAXTER: Pero, ¿y los chicos? ¿A dónde irían? (Pausa.) Christine tenía
que ir a Inglaterra de todos modos… sólo estaría Irène…
Ella se de cuenta de que él la mira.
Ella espera que él hable.
EL DESCONOCIDO: ¿La última?...
VÉRA BAXTER, dolor, súbito arranque: Sí. (Pausa, violencia.) Todavía me
cuesta separarme de ella. (Pausa prolongada.) Ella es difícil, obstinada… también
triste, a menudo… miente… con pequeñas mentiras, vea, pero no se entiende por qué…
Jean dice que no es nada… a mí me da miedo… (Detención).
Ella acaba de hablar de sí misma a través de la niña, pero no lo sabe. El
Desconocido la mira. Lentamente, como la oscuridad, el miedo invade el lugar. Ella lo
mira como si esperara una ayuda. Después lo descubre.
VÉRA BAXTER: Michel Cayre se fue, ¿no es cierto?
EL DESCONOCIDO: Sí.
Silencio. Se miran.
VÉRA BAXTER: ¿Ya se había ido cuando usted llegó?
EL DESCONOCIDO: Sí. (Pausa.) Vine por mí mismo después de su partida.
Ella lo sigue mirando, íntegramente en esa mirada.
VÉRA BAXTER: ¿Por qué?
EL DESCONOCIDO: Debido a su nombre, creo. (Cierra los ojos, piensa.)
Apenas fue pronunciado allá, en el Hotel de París, por primera vez, tuve ganas de ver
quién lo llevaba. (Pausa.) Solamente debido a esas dos palabras (pausa): Véra (pausa)
Baxter (pausa). Por ese nombre.
VÉRA BAXTER, repite su nombre como si lo escuchara por primera vez: Véra
Baxter.
EL DESCONOCIDO: Sí. (Pausa.) Lo reconocí. (Pausa.) ¿Se acuerda?
VÉRA BAXTER, entra en la locura, sin sentirlo: No.
EL DESCONOCIDO: Fue hace mil años, no acá, en los bosques al borde del
Atlántico, había unas mujeres…
El mar. Noche. Por encima, salvaje, la masa compacta de bosques hundidos en la
noche. La cámara recorre el mar y el bosque. Tinta negra de una noche milenaria.
EL DESCONOCIDO: … sus maridos estaban lejos, casi siempre, en la guerra
del señor, en la Cruzada, y ellas a veces se quedaban durante meses en sus cabañas,
solas en medio del bosque, esperándolos. (Pausa.) Y fue así que ellas empezaron a
hablar con los árboles, con el mar, con los animales del bosque…
VÉRA BAXTER, en off –pausa, recuerda: ¿Las quemaron?...
EL DESCONOCIDO: Así es, sí. (Pausa.) Una de ellas se llamaba Véra
Baxter…
Volvemos a encontrarlos en el mismo sitio, en la oscuridad creciente, delante de
la terraza, frente a los parques. Se miran.
Miedo común. Tal vez miedo al amor. Ella lo sigue mirando.
Él desvía la cabeza hacia afuera, hacia la turbulencia exterior.
VÉRA BAXTER, con sorda violencia: Ya no puedo querer nada más.
EL DESCONOCIDO, pausa: Pudo querer morir. (Pausa prolongada.) Es cierto
que es el más fácil de todos los deseos.
Poco a poco, los dejamos para observar los parques. Dolor. En todas partes,
dolor. En todas partes. En la luz sombría. Las palabras.
VÉRA BAXTER: Usted, usted pudo una vez.
No hay respuesta del Desconocido.
VÉRA BAXTER: Apenas usted habló (detención) adiviné (detención) que usted
también… una vez… había querido morir.
EL DESCONOCIDO: Es una posible identidad (pausa) que tal vez yo conserve
para usted.
No hay respuesta de Véra Baxter.
Uno por uno, los jóvenes se van de la villa –la de la turbulencia exterior.
Algunos llevan guitarras. Ruidos de voces en los caminos.
Detrás de ellos, la villa queda abierta, completamente iluminada. Se alejan.
Siempre vistos desde la distancia de la terraza. Esperamos a que desaparezcan, que se
desagote por completo lo que fue la turbulencia exterior: expiración igualmente
desgarradora.
Uno por uno, los grupos se van alejando.
Silencio. Ya está: la turbulencia se ha desvanecido.
Los parques ahora están desiertos. En el medio, esa villa iluminada y vacía.
Los volvemos a encontrar en el mismo lugar. Aún inmóviles. Se diría que ella ha
llorado durante la desaparición de la turbulencia exterior.
VÉRA BAXTER: Vamos a quedar a oscuras muy rápido ahora. La electricidad
aquí está cortada.
Sin respuesta del Desconocido.
Ella se mueve primero, va hacia la terraza.
VÉRA BAXTER, gesto igualmente milenario: Vamos a cerrar…
EL DESCONOCIDO, con suavidad: ¿Por qué?...
VÉRA BAXTER, pausa: Se va a hacer de noche…
EL DESCONOCIDO: Creo que no vale la pena.
VÉRA BAXTER: Pero…
EL DESCONOCIDO: Como usted quiera…
Ella vuelve atrás. Gestos lentos. Va a buscar su abrigo, su cartera. Él se mueve a
su vez.
Hablan lentamente como después del miedo.
EL DESCONOCIDO: Hubo buen clima en París también hoy.
VÉRA BAXTER: Creo que llovió a la mañana.
Ya está: ella va hacia la puerta. Él está a su lado. Silencio. Luego ella habla.
VÉRA BAXTER: Siempre íbamos a las playas del Atlántico.
EL DESCONOCIDO: Una costumbre.
VÉRA BAXTER: Sí. Habría continuado, creo… Siempre aquí… A él sólo le
gustaba el Atlántico…
EL DESCONOCIDO: ¿Y a usted?
VÉRA BAXTER: Yo no opinaba.
Ligera detención, última mirada, como si ella se hubiese olvidado de algo.
Después ella vuelve a partir. El Desconocido la sigue.
Ya está. Ella sale. Se libera de “Las columnatas”.
Salen.
El acto se realiza casi imperceptiblemente, ella no debió darse cuenta de que
estaba saliendo.
Se oyen sus voces, ya afuera, lejos.
VÉRA BAXTER, en off: Son hermosas las Baleares, creo.
EL DESCONOCIDO, en off: No conozco…
Permanecemos en la puerta que ha quedado abierta. A lo lejos, como un
incendio en la masa sombría de los parques, la villa iluminada de la turbulencia exterior.
BAXTER VÉRA BAXTER
Véra Baxter salía del internado cuando se casó con Jean Baxter. Era un amigo de
sus hermanos, al que ella siempre había conocido. Tenía veinte años.
Desde ese matrimonio hasta el filme pasaron dieciocho años. Ella tuvo tres hijos.
Fue cuando nació Christine que Jean Baxter cayó en la ruina por primera vez. Y después
el dinero volvió con el nacimiento de Marc. Para luego volver a faltar de nuevo. Para
luego regresar de nuevo.
En la época exacta del filme, hay dinero en casa de los Baxter. Hay mucho. Con
el cual pagar una villa de verano de un millón por el mes de agosto. Véra Baxter tiene
treinta y ocho años.
De la existencia llevada adelante hasta entonces por Véra Baxter podría decirse
que está acribillada de cifras, de fechas, de datos cifrados, fechados. Y según la agenda
cronológica habitual, se podría incluso llegar a decir que esa existencia sólo se traduce
en términos de balances financieros.
En efecto, a Véra Baxter no le ha pasado nada durante dieciocho años excepto
haber amado a su marido con fidelidad. En este caso, para algunos el acontecimiento es
la duración. Para otros más, es la inmovilidad de ese amor, por un hombre del cual la
misma Véra Baxter nos informa que es “ordinario, sin imaginación”, ladrón de marca
mayor, jugador, mujeriego, que no tiene nada más, dice ella, nada más que eso: dinero.
Pero, como agrega ella, pero que lo sabe. Porque tiene esa cualidad, que él mismo lo
sabe.
Hasta el filme, fue él, Jean Baxter, quien efectuó la inevitable extracción del
deseo en el exterior para reconducirlo hacia la pareja. Sólo él, hasta entonces, recondujo
el fresco deseo de la novedad y alimentó con ello el matrimonio –siguiendo vías
secretas y que desafían cualquier análisis, aunque fuesen prácticas de las más usuales.
Ella no, ella no va al exterior.
Ella se queda en la casa con los niños, las mucamas y las mujeres de la limpieza.
A esas compañías les debe sin dudas su habla sencilla, casi laboriosa, como arrancada
de ella, esa ingratitud, esa dificultad para salir afuera del silencio.
Véra Baxter también esperó mucho en su departamento de Malesherbes o de
Passy. Porque a menudo él se iba con mujeres que encontraba –y a las cuales creía cada
vez que eran las mujeres de su vida. Y todas las veces ella esperaba aterrada. Hasta
entonces, según dice ella, al cabo de algunos días, a veces tres días, a veces cuatro días,
él siempre volvió a llamar por teléfono. En esos casos, la permanencia de la pareja sin
embargo se puso siempre de manifiesto. Cuando se iba, Jean Baxter le mandaba
cheques a su mujer. Como otros lo hacen con falsos telegramas o cartas mentirosas.
Nunca olvidó enviar la señal de que el matrimonio continuaba en alguna parte: el
dinero. El dinero conjunto.
Permanecemos aquí, por supuesto, dentro de las apariencias institucionales del
matrimonio. Nunca intentamos penetrar en los ámbitos económicos y cerrados de esa
duración.
La casa Baxter incita a huir a quien piense en la pasión y hable de ello. En este
caso, no sucede nada heroico, nada ejemplar, nada claro. Nada. Nada más que esa
duración uniforme que va directo a la muerte. Duración que se ignora. Inmóvil. Que se
une a la fosa común de la pasión, del silencio. Silencio nunca nombrado. Pasión nunca
nombrada, tanto más vivida en la medida en que se siente culpable, amenazada por una
moral de la pareja que está vigente –moral decretada desde afuera de la pasión– y a
partir de la esterilidad misma: la falta en la locura de amar siempre.
No sé quién es Véra Baxter apegada a la fidelidad y que vive la pasión como
otros el crimen, y que se sabe juzgada como traidora a una libertad teórica e imperante,
por el fascismo inocente de una nueva moral liberadora.
No la juzgo. Creo no haberla juzgado.
Hace falta –aún lo creía– un final: un día, Jean Baxter desea que otros aparte de
él accedan al cuerpo de su mujer, que éste sea compartido, lanzado fuera del
matrimonio, a la calle, entregado a los otros, conocido, a fin de que otros lo conozcan,
como él, sólo por la voz de ese cuerpo, el deseo. Vale decir que el deseo de Véra Baxter
se extienda, desborde la pareja y que regrese hacia esa pareja cargado con una
experiencia adventicia: que de alguna manera ellos se reúnan por la misma separación –
como si fueran separables– en un dolor contradictorio e inventado por él. Él inventa
entonces el dolor de ser dejado por Véra Baxter, su mujer.
Véra Baxter no es hermosa. Es una mujer que se calla, que no vemos. Incapaz de
hacer el esfuerzo de gustar, de aparentar. Jean Baxter se ve pues en la obligación de
pasar por la venta de su mujer para que ella le sea adúltera. Tiene los medios para
hacerlo. Lo hace. La vende muy caro. La suma corresponde a la del alquiler de una villa
de verano. El precio intriga. ¿Por qué cuesta tan cara esa mujer a la que nadie ve? Por lo
tanto, es algo que funciona. Y Véra Baxter se torna adúltera por orden de su marido.
Nada se dijo antes. Nada se dirá después.
M. D.
LOS CAMINOS DE LA DESESPERACIÓN JOVIAL
–¿Quién es Véra Baxter en el filme?
–Es una mujer infernal, presa de su fidelidad. Tal vez sea un caso desesperado.
Lo que sé, lo que todas sabemos, es que ese caso existe. Es infernal debido a su
vocación unívoca por el matrimonio, por la fidelidad. Pero, ¿acaso no me equivoco,
acaso el deseo no es el deseo de un solo ser? ¿Acaso el deseo no es lo contrario de la
dispersión del deseo?
Lo que sé de Véra Baxter es que su existencia tiene apariencias completamente
tranquilizadoras, normales, que debería ser reconocida como la mujer y la madre
perfectas, y a través de todas las fronteras, y que a mí ella me da miedo. No es la mujer
de El camión1 la que me da miedo, es Véra Baxter. La mujer de El camión no es
circunscripta por ninguna identidad. Rompió con todas las identidades posibles, ya no es
nada más que una autoestopista. Algunos disponen de una práctica teórica, marxista u
otra. Ella dispone de la práctica del auto-stop.
Véra Baxter aparentemente no tiene ningún recurso antes del filme. Antes del
filme, es una inválida, si se quiere, del amor. Con el filme se produce un accidente en
Véra Baxter. Es el del deseo. El hecho de que Jean Baxter le haya pagado a un
desconocido para que su mujer saliera de su fidelidad hacia él, eso depende del deseo.
El adulterio pagado de Véra Baxter debía rentabilizar el deseo de la pareja. Pero el
resultado esperado no se produjo. Véra Baxter, lanzada a la prostitución, pagada o no,
ya nunca más volverá con Jean Baxter. Tal vez muera por ello. Quiero decir que morirá
por ya no amar al mismo hombre hasta su muerte. Creo que ella quiere matarse porque
es simplemente posible que ya no ame al mismo hombre durante toda su vida. En eso
consiste probablemente el arcaísmo de Véra Baxter. La mujer de los bosques de la Edad
Media, como hay millones en el mundo, abandonadas en nuestra época.
Creo que si Véra Baxter se encontrara con la mujer de El camión, le tendría
miedo, pero no la relegaría dentro de las categorías políticas o mentales en las cuales la
relega el chofer del camión. Lo que ellas tienen en común, y es sin dudas irremediable,
es el amor. Sobre el de Véra Baxter por sus hijos, su marido, hemos oído hablar desde
hace tiempo. Al de la mujer de El camión, informe, desordenado, peligroso, ya lo
conocemos menos. Amar a un hijo, o amar a todos los niños, vivos o muertos, confluye
1 Película de 1977 dirigida por Marguerite Duras, con Gérard Depardieu [T.].
en alguna parte. Amar a un estafador, de baja categoría pero humilde, o bien a un
hombre honesto que se cree tal, también confluye
Declaraciones recogidas por
CLAIRE DEVARRIEUX.
Le Monde, 16 de junio de 1977.
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