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La voluntad humana y el deseo natural de felicidad.
Fases del acto voluntario
Por Esther GómezDra. En Filosofía
Además de las facultades nutritivas, sensitivas o cognoscitivas, en el hombre hay también unas
facultades apetitivas gracias a las cuales lo conocido se apetece, se quiere, se gusta o se tiende a
ello. Estas facultades son fundamentales para el vivir y el obrar humano pues si no apeteciéramos
o no tendiéramos hacia lo que se nos presenta como bueno o agradable no nos moveríamos hacia
ninguna cosa y no habría modo de lograr nuestra propia perfección.
Al observar los distintos seres del universo, notamos una cierta tendencia o apetito común a
todos: una inclinación natural a conservar su propio ser y a alcanzar su propia plenitud. Así, por
ejemplo, la química nos enseña que los átomos siempre buscan su propia estabilidad y deducimos
que las plantas se nutren para crecer y desarrollarse al igual que los animales y el hombre. Por
esto, al observar cómo las piedras siempre tienden a caer o el fuego siempre tiende a subir, se
habla de un apetito natural en ellas, aunque, obviamente, como las piedras o el fuego son seres
inanimados, no “sienten” ese apetito; es más bien una inclinación natural.
En los seres animados dotados de conocimiento sensitivo, este apetito natural para la
conservación del propio ser y para alcanzar la propia plenitud, pasa por una percepción sensible
que capta cosas agradables o no agradables al sentido y a esta percepción sigue un apetito
sensible que tiende hacia lo agradable y huye de lo percibido como desagradable o dañino.
El hombre, por su parte está dotado de una facultad cognoscitiva sensitiva (sentidos) y de una
facultad de conocimiento intelectivo (entendimiento) para alcanzar su plenitud y, por lo tanto, de
estas dos facultades cognoscitivas se siguen dos facultades apetitivas. Gracias a una, al hombre le
gusta lo agradable percibido por los sentidos (apetito sensitivo) y tiende a ello y, gracias a la otra,
quiere y apetece lo que la inteligencia le presenta como bueno (voluntad).
Así como el entendimiento está abierto a toda la realidad, la voluntad está abierta y ordenada al
bien absoluto y al bien perfecto y, por tanto, aunque la inteligencia le presente muchos bienes
distintos, nunca queda determinada a elegirlos de manera necesaria, pues todos los bienes
creados son bienes participados, es decir, son cosas buenas en mayor o menor grado, pero nunca
el bien total. Por eso, la voluntad siempre quiere más y más y nunca queda totalmente satisfecha.
La voluntad sólo quedaría obligada a elegir algo si ese algo fuera el Bien en sí. Absoluto y perfecto
y sólo en la posesión de ese bien quedaría totalmente satisfecha de modo que alcanzaría una paz y
alegría total y absolutamente permanente: la felicidad. La felicidad es el estado de satisfacción que
sigue a la posesión del bien que llena todo el deseo de la voluntad.
Este deseo de felicidad es natural y se da en nosotros igual que el deseo comer cuando tenemos
hambre o la tendencia natural a conocer algo que se presenta ante nosotros. Por ser natural no es
algo impuesto sino que nos es dado por naturaleza. El hombre no elige el fin de su vida, pues
naturalmente todo hombre desea la felicidad como meta. Lo cual significa que no se elige querer
ser feliz1, porque el fin último no cae bajo la elección. Lo que elegimos los hombres con nuestra
voluntad son los medios que nos conducen a la felicidad que naturalmente apetecemos y que
gracias a la inteligencia podemos conocer para ordenar nuestros actos hacia ella.
Por otro lado, este bien al que está ordenada la voluntad incluye el bien del hombre y es por esto
que la voluntad dirige al hombre hacia su fin propio y plenitud y mueve a todas las demás
potencias hacia ese fin (caminar, dormir, comer, estudiar, emocionarse…). La voluntad tiene la
función de orientar y de ordenar todas las potencias de modo que permitan al hombre alcanzar su
perfección propia.
Es importante saber que no puede ser querido lo que previamente no es entendido. Nada es
querido si antes no es conocido, afirmaba San Agustín. Por eso la voluntad es facultad que sigue
siempre al entendimiento. De ahí la necesidad de entender bien y de evitar el error de pensar que
se puede querer sin conocer. También es cierto que a Dios se le puede querer en esta vida más de
lo que se le conoce. La inteligencia precede al acto de querer, de ahí la importancia de conocer la
verdad. Porque si no conocemos la verdad no queremos bien. Si la inteligencia me engaña, o se
equivoca, entonces el querer no es perfecto.
Si la voluntad sigue al entendimiento, quiere decir que la voluntad quiere según lo que uno
entiende. Según lo que entendemos queremos. Claro que entendemos con una facultad y
1 “… en verdad todos los hombres desean ser felices y lo ansían con un amor apasionado, y en la felicidad ponen el fin de sus apetencias” San Agustín, De Trinitate, C.XIII, 5, 8.
queremos con otra, pero como somos una unidad, según lo que entendemos queremos y si
entendemos mal, no queremos bien.
No debemos olvidar que el entender es inmanente, esto es, una operación que permanece en
quien la realiza. “Así, la acción que permanece en el mismo agente es una procesión en el propio
interior. Esto se da sobre todo en el entendimiento, cuya acción, entender, permanece en quien
entiende. Pues, quien entiende, por el hecho de entender, hace un proceso en sí mismo”. (Suma
Teológica. 1, q. 27. a. 1). Lo entendido está en nosotros, y la voluntad sigue al entendimiento,
luego queremos según lo que está en nosotros como entendido, entonces, podemos decir que
queremos desde dentro. Es decir, queremos desde nosotros, porque el querer parte de dentro de
nosotros mismos. Querer es en este sentido también inmanente. Por eso, si uno quiere mal,
aunque después no realice el acto, ese acto ya es malo. No hace falta que se cometa el robo, basta
que se quiera cometerlo y en el interior nos hayamos determinado a realizarlo. Si se quiere,
aunque después, por ciertas circunstancias, no se realice, ya se es ladrón. Es íntimo el querer, es
inmanente.
Como el apetito racional se mueve desde dentro, en el acto de la voluntad nosotros nos dirigimos
a nosotros a mismo, nos conducimos. Por eso cuando elijo algo no es sólo porque me guste
sensiblemente. El apetito racional es íntimo, parte siempre desde dentro. El acto voluntario
procede desde el interior de la persona que se posee a sí misma.
La voluntad es, dentro de las facultades del alma, la potencia más alta que tiene la capacidad de
movernos. Como la voluntad es el apetito racional, se opone al apetito instintivo. La voluntad es
más bien un apetito reflexivo y no impulsivo. Por eso, gracias a que poseemos voluntad somos
amos o dueños de nuestros actos. Dicho de otro modo, mientras más voluntad hay en mis actos,
más dominio de mí hay en ellos y, debido a esto, actúo con más libertad.
Ahora bien, este acto voluntario, al ser reflexivo pasa por varias fases que señalaremos a
continuación:
Primera fase: La intención del fin
El acto voluntario comienza con la intención de alcanzar aquello que se desea, aquello hacia lo
cual tiende, que queda así ya definido. Pues, si no tenemos la intención de alcanzar algo, nunca
nos moveremos hacia ese algo. La intención, entonces, se refiere a lo que mueve hacia el fin
(como cuando decimos que un alumno estudia para aprobar los cursos del semestre –fin-, la causa
de esa elección de estudiar no se limita al regocijo de la aprobación de tal asignatura, sino puede
ser al gozo que le provoca el aprender como también la cada vez más cercana titulación –lo que
mueve hacia el fin). Aquí la voluntad se manifiesta como principio de movimiento, pues desea
dicho fin.
Segunda fase: La deliberación
La deliberación es justo posterior a la intención del fin y consiste en un momento de indecisión. Se
trata de una examinación de las distintas alternativas a elegir que se presentan para alcanzar
aquello que se desea. Así se sopesan las razones a favor y en contra de aquellas alternativas. Una
vez acabado este análisis, la deliberación culmina cuando el sujeto logra ver la mejor opción y dice
en su interior, tal cosa es la que debo hacer. Como vemos, aquí se establece el deber. Aquí la
voluntad debe establecer una cierta tranquilidad espiritual en el sujeto que delibera, eliminando
así las distracciones de los impulsos que tienden de modo desordenado e irreflexivamente a una o
más alternativas. Como vemos, ésta, junto con la intención del fin, son las únicas fases en las
cuales la inteligencia juega un papel preponderante. En la intención del fin, la inteligencia conoce
el fin y en la deliberación sopesa las diversas alternativas.
Tercera fase: La decisión
En esta etapa, la persona establece lo que quiere, que no siempre está de acuerdo a lo que en la
deliberación ha visto como lo más adecuado o debido. Sería el caso de una persona que intenta
hacer una dieta pero ceda ante un rico chocolate, comiéndoselo, si bien sabe que no debe hacerlo.
Por eso, en esta etapa, el sujeto establece el quiero y será siempre eso que quiere lo que elegirá.
Nunca el hombre se moverá voluntariamente hacia algo que no quiera. Dicho de otra forma, se
comió esa persona el chocolate porque quiso, si bien sabía que no debía, pues al final tuvo que
consentir voluntariamente a esas ansias y así dejar de combatir para moverse hacia el chocolate.
Por eso se les dice a estas personas, por ejemplo, que les faltó fuerza de voluntad. Estableciendo,
entonces, el quiero, culmina la deliberación y se establece la decisión. Aquí el acto es completo de
la voluntad, por eso dice santo Tomás que lo propio de la voluntad es la elección.
Cuarta fase: La ejecución
La ejecución consiste en realizar lo que se decidió, es decir, lo que quiere. En esta etapa el acto es
más bien exterior, pues puede haber un impedimento físico o de otra especie que dificulte la
ejecución de lo que se ha elegido, mas no quita o remueve nada de voluntariedad al acto. Esto no
pasa, sin embargo, en las otras etapas, pues si llegase a faltar alguna, el acto voluntario se vería
gravemente alterado o inexistente. Aquí la voluntad sólo tiene por misión poner en movimiento
las facultades motoras o ejecutoras y mantenerlas en actividad.
En definitiva, una voluntad sana es aquella que por su fortaleza genera que el sujeto se mueva
según lo que estima como debido alcanzar, es decir, que elige lo que en la deliberación establece
que debe hacer. La falta de deliberación o reflexión, la falta de decisión y la falta de ejecución
provoca que el acto sea menos voluntario y, por ende, menos libre. De ahí la necesidad de actuar
con convicción y de reflexionar antes y después de los actos para así ir perfeccionando cada vez
más nuestros actos libres o, lo que es igual, ir adquiriendo cada vez más mayor libertad.
Glosario:
Apetito racional o voluntad: inclinación a un bien percibido por el entendimiento.
Entendimiento: facultad del hombre por medio de la cual puede conocer la verdad.
Verdad: aquello que es.
Conocer: saber de algo lo qué es dando cuenta de sus causas.
Bien: aquello que todos los seres apetecen.
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