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Con la vida basta para la monotoníaNo hables con la boca llenaDe José Eduardo González

© C. Pablo Lorenzo

José Eduardo González tiene esa capacidad de contarnos historias entretenidas con un lenguajesencillo, como si se las estuviera contando a un amigo, esa familiaridad con la que afronta el textohace que lo ameno se transforme en interés genuino. A medida que entren en estos cuentos podránver que el escritor posee una imaginación prodigiosa y una versatilidad de elección mayúscula.Se nota la marca del cuento del clásico con final inesperado, con la intención efectista deasombrarnos, la mayoría de las veces lo logra incluso con los micros, diría mejor, más en ellos queen los demás.Sus personajes son variados y enfocados casi exclusivamente de forma individual en un momentobisagra en su vida, por lo que se podrá ver un político, un empresario, Caín, Judas, un conquistador,un gusano… y a todos ellos les está a punto de pasar algo, esa seguridad de que lo fuera de comúnestá por suceder es algo que se apodera del lector desde el momento en que ya se ha leído un par detextos, esto se debe a que se entra en el código del autor y se sabe que no nos llevará a esas historiassencillas, monótonas y existenciales, de las cuales parece tender el gusto de la literatura local, comosi profundizando en el hastío creyeran ser originales. No, González es un escritor de lo fantástico,de lo subreal, de lo literario, si bien el necesario eco de lo real se haya agazapado esto es un meroparámetro para apuntalar ideas capaces de asombrarnos.Política, ecos de lo bíblico, justicia extraña, deux ex machina, saltos históricos, flasback entrepresente y pasado, orden, fatalismo, humor, es parte de lo que se puede encontrar en estos cuentosque no defraudaran a la hora su lectura y que forman parte de su libro “No hables con la bocallena”.*Características más profundas se pueden observar en la generalidad de todos los textos presentadosen este Suplemento Especial Escritores Destacados: los personajes poseen mucho diálogo interior,lo que lo acerca levemente al relato psicológico; cierta tendencia a aventurarse en lo fantástico; labrevedad de los relatos; la distorsión necesaria de la realidad para que el texto sea literario (se nospresenta una cosa y termina siendo otra); el humor, especialmente en “El lenguaje de los grandes”;historias mayormente circulares; focalización en las frustraciones de la vida cotidiana como lafutilidad de las pequeñas luchas y miserias humanas, el acercamiento a la humildad; y por último,algo en lo que me agrada como lector, cierto coqueteo con lo absurdo que se halla en varios de suscuentos algo poco usado por estos lados y difícil de manejar.Si pudiera elegir el momento de leer estos textos, lo haría en esos viajes largos de colectivo dondeel paisaje no cambia nada y solo el persistente olor a pies del mochilero de atrás se nos presentacomo hecho relevante, entonces sería un buen escape a la realidad que es un sinnúmero demonotonías, para esos momentos esta hecha la literatura, para rescatarnos de ese hastío, para esoestán los autores como José Eduardo González.

* Nota del crítico: Es una visión parcial del libro No hables con la boca llena ya que no he leído la obra en sutotalidad y puede que alguno de los cuentos de este suplemento no pertenezcan al libro mencionado.

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ALGO GRAVE QUE OCULTAR"¿Están de acuerdo con que el profesor Montero me acompañe como candidato avicegobernador?", preguntó aquella tarde el viejo Herrera, un sexagenario solterón, a quienconsideraba mi padrino político. Yo respondí que sí, como los demás integrantes del comitéejecutivo del partido, pese a mis deseos de gritarle: "¡Viejo falluto, vos me habías asegurado que yosería candidato a vicegobernador, y ahora me salís con esto!". Después, siguiendo el ejemplo de losdemás, me levanté y saludé al obsecuente de Montero, quien fingía estar sorprendido. Terminadaslas felicitaciones, el viejo volvió a hablar: "En cuanto a las demás candidaturas, también quiero elpronunciamiento democrático del partido. Eso sí, los que actualmente sean diputados o concejales,y hayan cumplido con el partido, tendrán un lugar preferencial en las listas". Concluida la reunión, yaprovechando que los demás se agrupaban frente a Herrera, abandoné el comité sin poderexplicarme el por qué de mi reemplazo por Montero, un semianalfabeto que a duras penas habíaterminado la escuela primaria, pese a lo cual lo habían nombrado profesor de educación física enalgunas escuelas de la provincia, tarea que realizaba de traje y corbata, y sin sacarse el sombrero.Pese a las quejas de Patricia, mi mujer, esa noche no paré de dar vueltas en la cama, ya que ladecisión de Herrera significaba el derrumbe de mi estrategia, justo cuando estaba a punto de servicegobernador, ya que nuestro triunfo en las elecciones era seguro. No me imaginaba, ya próximoa cumplir los 45, estancado otros cuatro años en una banca de diputado provincial, cuando habíapensado en usar la vicegobernación como trampolín para alcanzar el sillón de gobernador. Nochesdespués, solo en el dormitorio matrimonial, ya que Patricia había optado por dormir en otrahabitación, se me ocurrió la idea que impidió que enloqueciera ante la falta de sueño. El planimaginado no era sencillo, y debía encontrar colaboradores para llevarlo a cabo. Así, luego debarajar varios nombres, me decidí por Berardi, un abogado joven y muy capaz, perodesaprovechado por el partido."La idea es la siguiente", le dije días después a Berardi, "hay que negociar con Herrera: lacandidatura a vicegobernador ahora, o un puesto en su gabinete luego de ganar las elecciones. Si lopresionamos, aceptará cualquier cosa". "¿Y por qué está tan seguro, doctor?", me preguntó Berardi."Porque todos tenemos algo grave que ocultar y Herrera no debe ser una excepción. Entonces habráque averiguar qué hubo de cierto en los rumores que lo involucraron, porque mire que se dijeroncosas de él...".Berardi me recordó que nunca se había probado nada, y destacó que se corría el riesgo de noobtener ningún resultado. Yo lo tranquilicé diciéndole que él ganaría de cualquier forma, ya que legarantizaba un lugar en la lista de candidatos a diputados provinciales."Va a ser un trabajo arduo para el que necesitaría tres colaboradores...", me dijo.Luego de asegurarle también tres candidaturas a concejal, Berardi me preguntó sobre el plazopara realizar la investigación. "Terminándola a fin del mes que viene, tendría tiempo para pelear lacandidatura a vicegobernador; de lo contrario, habría que finalizar antes de que asuma Herrera parapoder negociar mi inclusión en el gabinete". "¿Le interesa algún ministerio en particular?", preguntóentonces Berardi. "El de gobierno, ya que desde allí se controla a la policía, a través de la cual sepuede conocer vida y milagros de medio mundo, eso, en política, es de gran valor".La semana siguiente Berardi y sus colaboradores comenzaron a investigar sobre la coima que elviejo habría recibido por el asunto de la ley de promoción minera. Esta ley, impulsada por ungobierno anterior, y a la que nuestro partido se había opuesto tenazmente (más por obstruccionismoque por principios), beneficiaba sólo a empresas mineras nacionales. Como el oficialismo no teníamayoría en la Cámara de Diputados para aprobarla, Herrera ofreció el apoyo de nuestra bancada acambio de incluir a las empresas extranjeras entre las beneficiarias de la ley. ¡Para qué! Laxenofobia de la población afloró inmediatamente. "A Herrera lo bancan empresas extranjeras quequieren expoliar las riquezas de la provincia", afirmaba un veterano dirigente sindical. "Herrera,Herrera, los yanquis te veneran", coreaba un grupo de estudiantes frente a la casa del viejo. No faltóquien dijera haber visto a Herrera recibir miles de dólares de un emisario de las empresasextranjeras, pero aquél, haciendo caso omiso de los rumores, defendió tenazmente la modificaciónpropuesta, la que al final fue aprobada. Tiempo después, de las numerosas empresas extranjeras que,

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según se dijo, aprovecharían las grandes ventajas de la ley para radicarse en la provincia, lo hizosólo una, otra, que también había pensado instalarse, desistió de hacerlo ante la enorme coima quele pidieron funcionarios del gobierno."No hay nada", me informó Berardi dos semanas después. "El viejo sólo tiene cuenta en el BancoProvincial, donde el movimiento de los últimos años no indica nada raro. Además, no tiene caja deseguridad, ni cuentas bancarias en el exterior". "Habrá que buscar por otro lado", le dije, "peroahora vamos, que el acto es a las diez, y tenemos 40 minutos de viaje".Más tarde, y ya en el acto de lanzamiento de la campaña del partido, presenté al viejo Herreradestacando su integridad como ciudadano, pero sobre todo como médico. Berardi, a pocos pasos demí, apenas pudo disimular una sonrisa: esa noche, camino al acto, le había encargado queaveriguara sobre los chismes que decían que Herrera había sido unos de los aborteros más famososde la provincia. Pero, según me comunicó Berardi a la semana siguiente, las autoridades del ColegioMédico negaron tal posibilidad, lo mismo que otros médicos consultados, y no faltó el maliciosoque dijera que Herrera debía ser uno de los pocos ginecólogos que no había incurrido en talpráctica. Desalentado, le encargué entonces a Berardi que averiguara sobre el rumor que decía queel viejo había mantenido relaciones íntimas con una sobrina 30 años menor que él, y a la que habríasometido a aberrantes prácticas sexuales.Al mismo tiempo que yo acompañaba a Herrera en una gira por el interior de la provincia, en laque resaltábamos su hombría de bien, Berardi se ocupaba de la investigación encomendada que,como las anteriores, dio resultado negativo."Tiene que haber algo", dije con rabia, "no es posible que este tipo no tenga vicios, sea de unahonradez a todo prueba, y haya tenido una vida profesional intachable. Algo debe ocultar, algo biengrave, y usted tiene que descubrirlo Berardi, apelando incluso a procedimientos que podríanrepugnar a nuestra condición de verdaderos demócratas. Haga lo que estime necesario, mándeloseguir, intercepte su correspondencia, pínchele el teléfono, pero encuentre algo, que el tiempoapremia". Pero los días pasaron y Berardi no dio señales de vida, hasta que el destino cambiótotalmente mis planes.No bien entré en casa, y vi el rostro demudado de Patricia, comprendí que algo serio habíaocurrido. "Murió el doctor Herrera, parece que le dio un ataque", me dijo. Poco después, yarecuperado del aturdimiento provocado por la noticia, comprendí que ésta era la oportunidad quetanto había esperado, así que di media vuelta y me dirigí al comité central del partido, donde,viendo que ninguno de los integrantes del comité ejecutivo tenía la menor idea de lo que había quehacer, propuse que veláramos al viejo en el comité central, me ofrecí para despedir sus restos en elcementerio, y mocioné para que luego del sepelio eligiéramos a los nuevos candidatos a gobernadory vice, todo lo cual fue aprobado por unanimidad.Los acontecimientos de los días siguientes se desarrollaron tal cual lo había previsto. En las fotosy filmaciones del velorio mi figura fue la más destacada del partido. Además, mi discurso en elcementerio fue el que más emocionó a los presentes. Así, a nadie extrañó que el comité ejecutivoaprobara por unanimidad una moción de Montero, aunque sugerida por mí, para que yo fueracandidato a gobernador."Por supuesto que estoy contento", les respondí a los periodistas que me esperaban el domingopor la noche en la puerta del comité central del partido, abriéndome paso entre el gentío que coreabami nombre. Pero no lo estaba, ya que la victoria había sido más estrecha de lo esperado, al punto deno haber ganado todas las bancas de diputado previstas, entre ellas la de Berardi. Por eso lo eludídiscretamente esa noche, aunque no pude negarme a atenderlo cuando me telefoneó el lunes amediodía, justo cuando llegaba a casa."Buenas tardes, señor gobernador", respondió Berardi a mi "Hola". "Gracias, Berardi, y lamentono poder decirle señor diputado", me disculpé. "No se preocupe, doctor, otra vez será", me dijo, yagregó, "ahí le mandé parte de la última investigación que hicimos, usted estaba en lo cierto,Herrera tenía algo grave que ocultar...".Sin esperar a que Berardi dijera algo más, y con malsana curiosidad, abrí rápidamente el sobreubicado sobre mi escritorio, y extraje su contenido: una foto y una carta. La foto mostraba a Herrera

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entrando en un hotel por horas, acompañado por una mujer cuya peluca rubia y anteojos negros noalcanzaban a disimular las reconocibles facciones de Patricia. Y en la carta, escrita en papel conmembrete de la comisión legislativa que presido, Patricia, que firmaba "Patito", se dirigía a Herrera,a quien llamaba ''mi potro salvaje'', quejándose por el escaso tiempo que le dedicaba últimamente.Una mezcla de sorpresa y rabia me impidió hablar durante algunos segundos. Después, algorecuperado, dije, "Esta bien, Berardi, ahora vamos a tirar esto que ya no tiene ningún valor". El selimitó a decir que sí, después de lo cual conversamos de diferentes temas, para terminar hablando demis posibles colaboradores. Más tarde, cuando colgué el teléfono, el gabinete que me acompañaríaen mi gestión de gobernador tenía un integrante seguro: Berardi sería ministro de gobierno.

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A M O R P R O H I B I D OConmovido, el joven mira el cuerpo exánime de su hermano. "No me quedaba más remedio quematarlo", se dice, porque de lo contrario habría concretado sus amenazas de contárselo todo a supadre, y él no podía permitir que se saliera otra vez con la suya. Ya era hora de poner fin a susdeseos, siempre satisfechos por aquél.Más calmado -sus manos han dejado de temblar-, el muchacho se congratula de haber concretadosu madurada decisión, y se dice que de allí en adelante todo será diferente. Sin embargo, prontodesaparece su contenida alegría, porque advierte que de nuevo ha caído en la trampa de su hermano,ya que ahora deberá escapar, renunciando, tal cual le había reclamado aquél, a ese amor que es laúnica razón de su existir.De esa forma Caín se aleja para siempre de lo que fuera el paraíso terrenal, maldiciendo sudestino, preguntándose con rabia por qué no habrá sido hijo único.

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C O M E T I D OLuego de reunirse con Caifás, Judas Iscariote buscó con desesperación a Jesús, a quien encontróorando en el huerto de Getsemaní.- Debes huir, Maestro -le dijo Judas al Nazareno-. Caifás y los fariseos quieren detenerte. Me hanofrecido 30 dineros para que les diga adonde pueden encontrarte.- Entonces ve e infórmaselos -le ordenó Jesús.- Pero, Maestro... -intentó una débil resistencia el apóstol.- Es tu deber hacerlo -insistió Jesús-. Mi padre así lo ha dispuesto. Nadie puede torcer suvoluntad.- Como tú ordenes, Maestro -dijo entonces Judas.A continuación, tras despedirse de Jesús, Judas abandonó el olivar, único testigo de aquelencuentro, y regresó a Jerusalén, a cumplir con el cometido que el destino le había fijado.

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CON LAS HORAS CONTADAS“¿Por qué?”, se pregunta Martín Rosales, mirando el teléfono en su mano temblorosa. “¿Porqué?”, vuelve a preguntarse, colgando el tubo y caminando hasta el amplio ventanal de su elegantedespacho.Pero se le ocurren demasiadas respuestas, que se amontonan en su cerebro, mientras observa auna mujer que lo mira desde el edificio de enfrente. Enseguida, como impulsado por un resorte,pega un salto y se aleja del ventanal. “Estúpido, podrían haberme matado”, se dice, volviendo a suescritorio.Sí, podrían haberlo hecho, porque una voz de hombre acaba de anunciárselo por teléfono: “SeñorRosales, usted tiene las horas contadas; no llegará a los 50”.“¿Quién?”, se pregunta ahora Martín, y las respuestas se acumulan de nuevo en su cabeza.Entonces se sienta tras su escritorio, pensando que debe ser alguien que sabe que mañana cumple50 años, aunque eso no ayuda mucho, ya que puede tratarse de cualquier familiar, amigo oconocido, pero, resuelto a descubrir de quien se trata, decide considerarlos a todos. Y comienza conlos integrantes de su familia, a los que descarta sin más trámite, porque “¿qué motivo podrían tenerLaura y los chicos?”. Sí, aún llama así a sus hijos, aunque Pablo ya tiene 23 años, y Marcela, 20.Después decide seguir con amigos y parientes, pero son tantos que no sabe por cuál empezar.Entonces advierte lo enorme de la tarea que ha emprendido, porque le llevará horas analizarlos unopor uno, y quedan menos de seis para la medianoche.El teléfono vuelve a sonar cuando la desazón lo invade por primera vez en la tarde, y es la mismavoz, que repite idénticas palabras: “Señor Rosales, usted tiene las horas contadas; no llegará a los50”. Y Graciela, su secretaria, le reitera que quien habló dijo llamarse García, pero Martín no lotiene en cuenta, ya que está seguro de que se trata de un nombre falso, además ahora sólo le interesahacer algo, y pronto.“Voy a llamar a la policía”, se dice tras un momento de indecisión, aunque no tarda en desecharla idea, pensando que así sólo empeorará las cosas. Claro que, como necesita compartir suproblema, va a telefonearle a su esposa, pero también desiste de hacerlo, porque no quierepreocuparla, cuando todo debe ser una broma, “una broma de pésimo gusto”. Tampoco puedecontárselo a Pablo, ya que está de paseo en Europa, y en Marcela mejor ni pensar, porque casi no sehablan desde que en la facultad le llenaron la cabeza de “ideas raras”; además, seguro que le diría:“Jodéte, eso te pasa por explotador”, o algo parecido.Entonces decide hablarle a Raúl, su mejor amigo, y socio en la empresa a la vez, pero el teléfonosuena justo cuando va a llamarlo, y las manos comienzan a temblarle, como al escuchar aquella voz,aunque ahora es casualmente Raúl quien lo llama, lo que Martín aprovecha para invitarlo a tomarun café.“Ahora no puedo, estoy muy ocupado”, le responde nervioso Raúl, y agrega, “enseguida te haréllegar el CD que te prometí, espero que te guste”, después se despide y corta, impidiendo queMartín insista con la invitación, al tiempo que lo deja pensando en su inusual comportamiento, yaque nunca ha rehusado una invitación suya.“Tiene que ser Raúl”, se dice Martín, “que debe haber descubierto mi aventura con su mujer.Aunque, pensándolo bien...”. Entonces se convence de que es casi imposible, porque ellos han sidosiempre muy cuidadosos, viéndose apenas cada quince días, y nunca en el mismo lugar. “¡No, cómova a ser Raúl!”, se dice sonriendo.Descartado Raúl, surge el nombre de su secretaria. “Debe ser ella, despechada porque decidíterminar con lo nuestro”, piensa Martín. pero luego de un momento ya no está tan seguro, porqueella sabía que su relación sería pasajera. “No, no puede ser Graciela, porque ni siquiera sabe que lasemana que viene, cuando yo esté de viaje, la empresa le comunicará que ha decidido prescindir desus servicios”.El teléfono vuelve a sonar cuando se está preguntando “¿Por qué?” y “¿Quién?”, y las manos letiemblan otra vez, pero se tranquiliza al escuchar la voz de Graciela, quien le recuerda que el lunesdebe ir sin falta al ministerio, por el asunto de la licitación.“¡La licitación, cómo no se me había ocurrido antes!”, se dice Martín, pensando que podría

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tratarse de una jugada de una empresa rival, para ponerlo nervioso. ¿Acaso no usó él, hace unosaños, una táctica semejante? Entonces recuerda aquella vez que le mandó unos anónimos al dueñode la única empresa competidora, diciéndole que su esposa lo engañaba, y armó tal escándalo,porque el asunto resultó ser cierto, que la empresa rival se retiró de la licitación, y no puede evitaruna sonrisa al evocarlo. Aunque, tras meditar un momento, decide que una jugada así es imposibletratándose de empresas serias, incluso él no haría hoy una cosa semejante. No, ahora es másefectivo sobornar a un burócrata, o recurrir al espionaje interempresario.La desesperación lo gana otra vez, y está por llamar de nuevo a su casa, cuando se acuerda delreportaje que le hicieron tiempo atrás, y que aquella revista publicó con el título de “El ejecutivo delaño”. Ha perdido la cuenta del número de veces que lo ha leído, al punto de recordar sus respuestascasi de memoria, sobre todo aquella en la que decía: “Nací en el primer minuto del 15 de octubre de1954”.En ese momento advierte lo inútil de su búsqueda, porque cualquiera pudo haber leído laentrevista, con lo cual el número de sospechosos crece al infinito, y ahora también pueden ser losobreros que despidió a principios de año, o los peones de su finca, que siempre se quejan de que lespaga una miseria, o los propietarios de las casas que construyó, y cuyos techos se derrumbaron, ypor qué no, hasta un grupo subversivo. Podría agregar más nombres a la lista, pero le pareceinnecesario, porque ya no le interesa conocer sus identidades, de aquí en más simplemente serán“ellos”, ahora sólo le importa salvar el pellejo.Entonces resuelve irse, porque el encierro lo pone nervioso, además, “ellos” pueden intentarlo encualquier momento. De modo que sale de su despacho y saluda apenas a Graciela, quien le entregael CD prometido por Raúl y le desea feliz cumpleaños. Pero Martín casi no la escucha, preocupadocomo está por llegar al ascensor, cuyas puertas se abren en ese momento, mostrando su interiorafortunadamente vacío. Y la suerte parece seguir de su lado, porque un viaje sin escalas lo llevahasta el subsuelo.Ahora, mientras se dirige a su automóvil, se congratula de que todo esté saliendo bien, pero otrotemor no tarda en agobiarlo: deben estar esperándolo, y aprovecharán la falta de testigos paraeliminarlo. Por eso aminora la marcha, mientras mira de reojo, tratando de ubicar a sus potencialesatacantes, y se tranquiliza al ver el vehículo estacionado unos pasos más adelante.Una nueva sospecha lo asalta cuando va a subir a su automóvil. “Debe tener una bombaconectada al arranque, pero no se saldrán con la suya”, se dice, y dando media vuelta comienza adesandar el camino recorrido, rumbo al auto de su hijo, estacionado a corta distancia, y cuyas llavesMartín palpa satisfecho en su bolsillo.Mientras pone en marcha el auto de Pablo, Martín sonríe orgulloso de su rapidez para encontrarsoluciones alternativas, aunque una nueva duda lo invade: “¿Y si tuviera los frenos cortados?”. Perono le queda más remedio que seguir, ya inmerso en el río de vehículos que abandona la ciudad, ycon su nerviosismo creciendo cada segundo.Un semáforo en rojo le permite comprobar que los frenos se encuentran bien, con lo que lograserenarse, aunque sólo por un instante, ya que esa corta espera le resulta insoportable. Entonces unnuevo temor lo abruma: “ellos” intentarán tenderle una emboscada en el camino. “Pero no loconseguirán”, se dice, y en otro cambio de planes, del que vuelve a enorgullecerse, abandona lamaraña de vehículos y se dirige al camino viejo, más largo, pero más seguro.Pronto advierte que la soledad de la ruta vieja es contraproducente, porque le permitedesconcentrarse y pensar, con lo que otras dudas lo agobian. Entonces busca distraerse escuchandola radio, pero se desanima otra vez, aunque por otro motivo: bajó la bolsa, y si hasta fin de mes nosube al menos un veinte por ciento, perderá un montón de dinero. “Pero, ¡qué me importa lacotización de las acciones a fin de mes, si no sé si llegaré al final del día”, piensa. Por eso apaga laradio y trata de llenar el silencio tarareando alguna melodía, pero no le sale ninguna, lo cualaumenta su nerviosismo. “Voy a parar a tomar un café”, se dice, tratando de tranquilizarse.Más tarde, sentado a la mesa de un restaurant, y frente a un pocillo vacío, decide hablarle aLaura, pero otra duda lo asalta, esta peor que las anteriores, porque ahora sospecha que es ella quienestá detrás de todo. Pero no tarda en calmarse, pensando que sus continuas infidelidades, de las que

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Laura es consciente, no constituyen un motivo valedero. “No, no puede ser Laura”, se dice, “¡cómova a ser ella!”.De esta forma, más sereno que al llegar, intenta comunicarse con su casa mediante su teléfonocelular, pero unas interferencias le impiden hacerlo. “País de mierda” piensa, dirigiéndose a suautomóvil, tan nervioso como cuando se bajó.Con el sol perdiéndose en el horizonte, reemprende la marcha. “Tengo que serenarme” se dice,“sobre todo ahora que la visibilidad es menor”. Pero es en vano, porque sus nervios siguen igualque antes, o peor, y apaga la radio a poco de encenderla. Es entonces cuando repara, sobre el asientodel acompañante, en el CD que Graciela le entregó al salir de su despacho. Sacude la cabezapensando en lo estúpido que ha sido al no escucharlo antes, conociendo el efecto sedante que leproduce la música. Así que lo pone en el reproductor de CD, al tiempo que aminora la marcha, perono es música lo que se siente, sino aquella voz que escuchó por teléfono, y las palabras son lasmismas: “Señor Rosales, usted tiene las horas contadas; no llegará a los 50”. Luego se produce unsilencio, y a continuación se escucha una carcajada, seguida por la voz inconfundible de Raúl: “Nollegará a los 50 sin antes haber escuchado esta selección de música, realizada por su mejor amigo.¡Feliz cumpleaños, viejo!”.Martín detiene el auto a un costado del camino y permanece inmóvil, mirando el reproductor deCD, que empieza a emitir música folclórica. Enseguida, mientras esboza una sonrisa, reanuda lamarcha. Y la sonrisa se transforma en risa, contenida al principio, ruidosa e imparable, después, yya nada parece tener importancia, total, así libera las tensiones acumuladas en esa tarde infernal,total, ahora está seguro de que llegará a los 50, y no sólo a los 50, sino también a los 71, como supadre, o a los 93, como su abuelo. Tampoco parece importarle que unas personas, que esperan en laparada del colectivo, lo miren como a bicho raro, o que sus estentóreas carcajadas impidan escucharla voz de Mercedes Sosa, o que el auto de Pablo, en su trayectoria zigzagueante, invada el carrilopuesto, por el que a pocos metros, y oculto por una curva cerrada, se aproxima un enorme camión.

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CONCEPCIÓNParado junto al palo mayor del bergantín, Rodrigo Zalazar mira la costa que desfila ante sus ojos.Está ansioso por llegar a destino para reunirse con su amada, a quien no ve desde el combate deCarahiba, en donde derrotaron a los guaraníes. Catorce días han pasado en aquel lugar,reponiéndose de la lucha, y después otros tantos en Nuestra Señora de la Asunción, en donde seaprovisionaron de bastimentos y municiones para la batalla que los espera. Pero esto ya no leimporta a Rodrigo, quien a los treinta años está harto de esa vida de guerra y privaciones. Por eso hadecidido desertar y huir a la selva junto a Concepción. Allí, junto a la criatura que ella lleva en susentrañas, comenzarán una nueva vida.Qué lejana le parece a Rodrigo aquella primavera de 1534, cuando los tesoros de Atahualpa,exhibidos en la Casa de Contratación de Sevilla, despertaron en él, como en tantos otros, la ilusiónde la riqueza fácil de conseguir. Entonces no había dudado en enrolarse en la expedición deladelantado don Pedro de Mendoza, que partiría tiempo después en busca de las fabulosasposesiones del Rey Blanco.Dejando de lado sus pensamientos, Rodrigo desvía la vista a popa y observa las embarcacionesque los siguen. Son ocho bergantines y doscientas canoas grandes, que llevan cuatrocientoscristianos y mil quinientos indios yapures, según acaba de contarle el germano Ulrico Schmidl, queno cesa de apuntar todo cuanto le llama la atención.En las notas de Schmidl, lo mismo que en la memoria de Rodrigo, están registrados todos loshechos importantes de los últimos años, como los ocurridos en el fuerte de Santa María del BuenAire, que levantaron junto al río ancho como un mar. Allí, sitiados por los querandíes, el hambre lossometió a dura prueba, y hasta cueros y zapatos hervidos sirvieron para llenar sus estómagos.Rodrigo quiere alejar de su mente esos recuerdos, y trata de distraerse mirando la vegetación quebordea el río Paraguay, tan distinta de la del Guadalquivir, pero le resulta imposible, porqueenseguida vuelve a recordar aquel día terrible cuando, con otros compañeros, sació su hambre conla carne de aquellos desgraciados a los que habían colgado por matar y comerse un caballo.De nuevo intenta el rudo español poner su mente en blanco, pero es inútil, porque por elladesfilan otros recuerdos, como el regreso del Adelantado a España, tullido y sifilítico, o la trágicaexpedición de Juan de Ayolas en busca de la ciudad de los Césares, o el hambre, que no ha cesadode acosarlos. También la guerra ha sido otra compañera inseparable, ya que han vivido peleando, aveces contra los indios, y otras entre ellos.La guerra y las privaciones, así como las malas noticias llegadas desde España, el fallecimientode sus padres primero, y el de su prometida después, terminaron por destrozar las esperanzas deRodrigo, que habría enloquecido si no hubiera conocido a Concepción, como él la bautizó,reemplazando su nombre guaraní. Ha sido ella quien le ha dado un nuevo sentido a su vida, y con suimagen en la mente, Rodrigo susurra su nombre, mientras observa la vegetación costera con laabsurda ilusión de descubrir su figura corriendo entre los árboles.La llegada a Hieruquisaba y el posterior desembarco, sacan a Rodrigo de su ensimismamiento,devolviéndolo a la realidad, en la que una nueva batalla los espera. Otra más, se dice, harto de esasluchas a las que considera inútiles. Otra más, se repite, a menos que Tabere, el cacique guaraní,acceda a la intimación del jefe de los expedicionarios. "Decídle que vuelvan a sus tierras con susmujeres e hijos, y que sirvan a los cristianos, como lo hicieron antes", instruye Martínez de Irala alos emisarios indígenas que envía al campamento enemigo.Mientras aguarda el regreso de los enviados de su jefe, Rodrigo se sumerge en sus pensamientosy revive el ocho de diciembre de dos años antes. La noche es cálida y sofocante. A Rodrigo, quemonta guardia, le preocupan más los mosquitos que la presencia eventual de algún enemigo. Unruido a corta distancia lo hace olvidar por un momento de los insectos que lo abruman. Mientrasapronta su arcabuz, recorre con la mirada el terreno que lo rodea, apenas iluminado por la luz que sefiltra a través del follaje. Un crujir de hojas le permite descubrir un bulto escondido tras un árbol.Entonces se corre unos pasos para tener un blanco perfecto y dispara, pero el arma se trabafrustrando su intento. Nuevas tentativas son también infructuosas. Nervioso, Rodrigo resuelveacercarse a su enemigo para apuñalarlo. Está dispuesto a trabarse en lucha si es necesario. Pero no

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es un fiero indígena quien lo espera agazapado, sino una bella muchacha cuyo pie lastimado le haimpedido escapar. Conmovido, Rodrigo le cura la herida como puede. Ella, agradecida le ofrece sucuerpo y, en una mezcla de español y guaraní, le dice: "Tú, che caraí". Halagado, Rodrigo aceptaconvertirse en amo de la joven. Después, acariciándole la cabeza, le dice: "A partir de ahora tellamarás Concepción". La muchacha acepta sumisa su nuevo nombre, que Rodrigo le ha dado enhonor a la Inmaculada, ya que cree que Ella ha permitido ese encuentro, al que considera milagroso.Y desde esa noche no han dejado de encontrarse, allí donde la guerra entre sus pueblos los haobligado a desplazarse."Tabere decir que no", comunican a Irala los mensajeros indígenas al volver del campamentoenemigo. Rodrigo, que conoce enseguida la noticia, sabe que ahora es inevitable una nueva batalla,en la que podrá morir o, peor aún, caer en poder de los guaraníes, quienes seban a sus prisioneros,para luego comérselos. Por eso, mientras se dirige a librar combate, se encomienda al Todopoderosoy también a Tupá, el dios de su amada, pidiendo salir con vida de la lucha. Y su ruego es escuchado,ya que luego de un combate feroz, en el que pierde la cuenta de los indios que mata, su cuerpopresenta sólo algunas magulladuras. Más tarde, cuando las últimas luces del día dejan el campo debatalla, Rodrigo observa dolorido ese paisaje familiar de cadáveres diseminados, y se promete quenunca más volverá a matar.Rodrigo, que descansa sobre un cuero de venado que lo separa del suelo húmedo, despierta y seincorpora. El cansancio acumulado en los días anteriores ha sido tal que no recuerda en quémomento volvió a su tienda a recostarse. Algunos de sus compañeros descansan, mientras otroscelebran la victoria embriagándose con vino de miel, obsequio de sus aliados yapures. Es elmomento de escapar, se dice Rodrigo, y en corto tiempo reúne las pocas pertenencias que llevaconsigo. Después, favorecido por la oscuridad de la noche, se interna en la selva, donde esperareunirse con su joven amante.Cauteloso, Rodrigo avanza atento a cualquier ruido que pueda indicarle la proximidad deConcepción, pero no escucha nada, sólo el rumor, cada vez más distante, de las voces cargadas dealcohol de quienes celebran la victoria. ¿Y si ella hubiera decidido no acompañarlo?, se preguntapreocupado. No, se responde, sin detener la marcha, porque fue ella quien insistió para que huyeranjuntos.Las luces oscilantes de unas fogatas le indican a Rodrigo la cercanía del campamento guaraní. ¿Ysi ella hubiera muerto?, es la nueva pregunta que lo atormenta, mientras sigue avanzando. No, seresponde, porque ahora, lo mismo que en Carahiba, Tabere debe haber puesto a salvo a mujeres yniños, instalándolos en un lugar distante del campo de batalla. ¿Y si la hubieran descubierto cuandointentaba huir?, vuelve a torturarse, y esta vez encuentra consuelo susurrando una plegaria alTodopoderoso, pidiendo encontrarse pronto con ella. Y sus ruegos son escuchados, ya que un ruidode pisadas le anuncia la llegada de Concepción, a quien abraza y colma de besos. Después, mientrasdesliza sus manos ásperas por el abultado vientre de la joven, vuelve a rezar, ahora a viva voz,agradeciendo el favor recibido.¡Cuánto daría Rodrigo porque todo eso fuera verdad! Pero es sólo un sueño, del cual es arrancadopor un rumor creciente de voces. Sobresaltado, se levanta para averiguar el origen de aquellavocinglería. Pronto descubre que se trata de una legión de indios yapures, quienes avanzanexultantes, exhibiendo como trofeos de guerra cientos de cabezas de los derrotados guaraníes.Rodrigo observa con estupor aquel desfile macabro, y su asombro se transforma en horror, aldescubrir entre aquella multitud de cabezas oscilantes, el dulce rostro de Concepción, pendiendo desus cabellos. Entonces emite un alarido, que es ahogado por los vítores con que son recibidos losindígenas. Y después sigue gritando enloquecido, al tiempo que se aleja del lugar, internándose parasiempre en la selva.

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DIFERENCIAS INSALVABLESDesde que la conoció hace unos días, no ha podido quitársela de la cabeza. Pero sufre, ya que ellaparece no haber reparado en su existencia. Claro, entre ambos existen diferencias insalvables, almenos por ahora.Mientras interrumpe sus tareas y aguarda esperanzado su aparición, se pregunta cómo puedehaber seres que pretendan ignorar su pasado, porque ella también empezó desde abajo, como él.Pero es inútil que insista con lo mismo; las de su clase seguirán mirándolo con desdén, y algunas,hasta con repugnancia. Y está perdido en sus cavilaciones, cuando divisa su frágil figura. En vanotrata de atraerla con sus movimientos, que a ella deben parecerle ridículos, porque pasa raudamentefrente a él, ignorando su presencia. Dolorido, el gusano de seda reanuda su trabajo, con la esperanzade ver pasar otra vez a la mariposa de la que está perdidamente enamorado.

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EL ENEMIGOLa luz del sol que entra por la ventana dibuja una figura de formas irregulares sobre la funda dela almohada. Alcira, con los ojos cerrados, se incorpora y busca a tientas su bata a los pies de lacama. Un machacón tan tan llega desde la cocina.Abriendo lentamente los ojos, cuyos párpados le pesan una barbaridad, Alcira apoya los piessobre el piso y calza sus chinelas. Luego se para y camina hacia la cocina, con la cabeza dándolevueltas.Sobre la hornalla encendida, la tapa de la pava se mueve al ritmo impuesto por el vapor quedesprende una delgada capa de agua hirviente."¡Qué distraída que está Beatriz últimamente, olvidarse la pava en el fuego!", dice Alcira,apagando la hornalla y haciendo un gesto de contrariedad. "¿Habrá pasado el cartero?", piensaenseguida, volviéndose esperanzada hacia la mesa. "No, no hay nada", se contesta, observando lamesa vacía, tras lo cual se vuelve y enciende nuevamente la hornalla.Del living comedor llega el sonido de las doce campanadas del reloj a péndulo, que Alcira cuentacon atención."¿Tan tarde? ¿Por qué Beatriz me habrá dejado dormir tanto? No tiene sentido tomar desayuno aesta hora; con un café será suficiente", piensa, colocando la cafetera sobre la hornalla encendida.A través de la ventana, y mezclada con el sonido de la sirena de la fábrica, llega la voz cada vezmás próxima de Beatriz, que tararea una canción de moda."Buenos días", dice Beatriz, abriendo la puerta y depositando sobre el piso los bolsos con lascompras del día."Buenas", le responde Alcira, ocultando apenas su mal humor, y agrega: "No deberías habermedejado dormir tanto, son más de las doce"."Como anoche tuviste una pesadilla...", dice Beatriz recogiendo los bolsos y colocándolos juntoal armario. Luego, mientras desocupa los bolsos, pregunta despreocupada: "¿Encontraste la cartaque llegó?""¿Una carta? ¿Qué carta?", pregunta ansiosa Alcira."La que trajo el cartero; la dejé sobre la mesa", dice Beatriz, volviéndose y apuntando con eldedo hacia la mesa vacía. "¿Dónde la habré dejado? ¡Qué cabeza la mía!". "Debe estar en el living",agrega enseguida, ante la mirada inquisidora de Alcira.Olvidándose de la cafetera, cuyo contenido comienza a hervir, Alcira corre al living, cuya puertatraspone."¿Está ahí?", pregunta Beatriz desde la cocina."Sí", le responde Alcira, parada frente a la mesa del living, encima de la cual descansa el sobrecon membrete de la Southern Line, de Amberes. Va a estirar la mano para recogerlo, pero sedetiene, porque intuye su contenido, con su redacción fría de frases hechas: "Lamentamoscomunicarle que...". "El deceso se produjo en alta mar, en circunstancias que... "Sí, debe tratarse del final de esa pelea desigual con ese enemigo poderoso, que ya se ha llevado asu padre, y también a Gabriel, su esposo, y que ahora seguramente le ha arrebatado a su hijo.Parada allí, sin saber qué hacer, su mente vuela hacia el día en que Gabriel le comunicó que habíadecidido embarcarse en el Seawife de la Southern Line de Amberes."Pero, ¿no me habías dicho que aceptarías el trabajo en la conservera?", le había preguntado ellaen tono de reproche."Es cierto", le había respondido él, "pero vos sabés lo que tira el mar. Una vez que has respiradosu aire, y que tus ojos se han llenado de su inmensidad, resulta difícil rechazar su invitación".Entonces habían resultado inútiles sus intentos de disuadirlo, y tras el primer viaje habían venidootros dos, con la boda de ambos de por medio, así hasta la llegada de la carta con membrete de laSouthern Line de Amberes, con su lenguaje administrativo de frases hechas: "Lamentamoscomunicarle que...". "El deceso se produjo en alta mar en circunstancias que...". Entonces decidióque debía encarar la lucha de otra manera, por eso lo vendió todo y se fue de aquel pueblo junto almar, para que el hijo que llevaba en sus entrañas no respirara ese aire, ni viera aquellasinmensidades.

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Beatriz, su hermana soltera, se alegró de que se fuera a vivir con ella, a cientos de kilómetros delenemigo cuyo nombre no se pronunció en esa casa durante siete años, hasta el día en que Martín lasorprendiera preguntándole: "¿Mamá, qué es el mar?"Por un momento pensó que su esfuerzo había resultado en vano, aunque se tranquilizó al ver queél se conformaba con su breve respuesta y no insistía con el asunto. Pero todo había sido unailusión, como lo comprobó años después, al descubrir un libro de aventuras marinas escondidodebajo de su almohada. Sintió por segunda vez que las fuerzas la abandonaban, pero decidió nodarse por vencida, ya que había esperanzas mientras él no conociera el mar. Por eso luchódenodadamente por aferrarlo a tierra firme, consiguiéndole un trabajo en la fábrica, entre otrascosas. Pero un día, las palabras de Martín, ya casi un hombre, la volvieron a la realidad."En las vacaciones pienso ir con mis amigos a la playa; tengo tantas ganas de conocer el mar..."A partir de allí todo esfuerzo había resultado inútil, porque él había regresado maravillado de suviaje, no hablando de otra cosa que de aquellas inmensidades en las que deseaba internarse, y deaquel aire de características indescriptibles. Lo demás había sido historia repetida: la de su padre, lade su esposo. Y así había realizado el primer viaje, y tras ése otros más. Sí, la misma historia, yseguramente el mismo final, escrito en esa carta con membrete de la Southern Line de Amberes, quese rehusaba a abrir.La voz de Beatriz, desde la cocina, sacó a Alcira de sus pensamientos:"¿Es carta de Martín?""Sí", le respondió Alcira, estirando su mano y tomando el sobre, pero sin decidirse a abrirlo.Luego, comprendiendo que no tenía sentido prolongar aquella agonía, abrió el sobre y extrajo lafina hoja de papel, con su escueto contenido de frases hechas:"Lamentamos comunicarle que...". "El deceso se produjo en alta mar, en circunstancias que...Un grito cargado de dolor e impotencia escapó de la garganta de Alcira. "¡Por qué, Dios, porqué!", retumbaron sus palabras en la habitación en semipenumbra."¿Te ocurre algo?", volvió a escucharse la voz de Beatriz."Es sólo una pesadilla", le respondió Alcira, sentándose lentamente en la cama sin abrir los ojos.Luego, acostándose de nuevo, repitió varias veces para sí, tratando de tranquilizarse: "Es sólo unapesadilla, una horrible pesadilla..."La luz del sol que entra por la ventana dibuja una figura de formas irregulares sobre la funda dela almohada. Alcira, con los ojos cerrados, se incorpora y busca a tientas su bata a los pies de lacama. Un machacón tan tan llega desde la cocina ...

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EL FINAL DEL RECORRIDOFeliz, la joven se deja conducir hacia el final del recorrido, entre decenas de atentas miradas. Lablancura de su atuendo contrasta con el ropaje multicolor de los presentes. Sus manos, unidas a laaltura de la cintura, sostienen un ramo de azahares. Una mirada de reojo le permite observar aquienes flanquean su camino. Hay muchos rostros familiares allí, pero también personas que noconoce."Son los curiosos que nunca faltan en estas ocasiones", se dice, mientras sigue avanzando. Elfinal del recorrido, adonde la aguarda el sacerdote que la unirá en matrimonio, se encuentra apenasa un par de metros. Le parece que no podrá transitar esa corta distancia, ya que el corazón, pleno dedicha, está a punto de estallarle. Pero la presencia de su madre, que la mira con ojos llorosos dealegría, la tranquiliza y le da fuerzas para continuar. Y es allí, en esos últimos metros, donde lafantasía se rompe y deja paso a la realidad. Porque no es un vestido de novia lo que luce su delgadocuerpo, sino una larga túnica que cubre sus pies descalzos. Tampoco son flores las que mantienenunidas sus manos, sino una cuerda que lastima sus muñecas. Y no es alegría lo que colma sucorazón, sino angustia, la que se acrecienta al ver a su madre llorando sin consuelo. Tampoco hayaltar, ni sacerdote, al final del recorrido, sino un cadalso, en donde la espera el verdugo, listo paracumplir con la orden de hacerla morir en la hoguera, injustamente condenada por herejía.

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EL HOMBRE DEL MIRADORTras aguardar el paso de un solitario camión, cruzamos la ruta polvorienta hasta el caserónrodeado de rejas. Como todas las semanas, nos hemos desviado de nuestro camino de vuelta delcolegio para tratar de ver al hombre que suele asomarse al balcón del segundo piso.- Un día podríamos entrar -sugiere uno de los niños del grupo.- No -dice otro-, porque el que entre no podrá salir hasta que se muera el hombre que ahora viveallí.A continuación, narra la historia según la cual si alguien entra en la casa es atrapado por suocupante, quien lo mantiene preso hasta el día de su muerte, entonces el intruso ocupa su lugar. Ydespués cuenta que el actual morador es un niño que desapareció del barrio hace más de 30 años.- No es cierto -digo yo, y les doy la versión de mi padre, quien afirma que ese chico se fue a otraciudad porque su padrastro vivía castigándolo.- Pero, entonces, el hombre que está ahí, ¿quién es? -pregunta un niño trepado a la reja.- Mi padre dice que deben ser vagabundos, que se refugian algún tiempo en la casa y luego se van-le respondo.- No, es siempre el mismo hombre -dice otro de mis compañeros de grado.- Pero, ¿alguien lo ha visto? -se escucha una vocecita chillona.- Sí, mi primo lo vio dos veces - le responde con voz ronca el único adolescente del grupo.- ¿Y de qué vive? - pregunta otro de los niños- Parece que de noche, cuando no hay nadie cerca, sale a buscar comida en los tachos de basura-le contesta el de la voz ronca.- Pero alguien debería haberlo visto -opina otro.Entonces la discusión se generaliza, ya que todos queremos hablar al mismo tiempo, hasta que lavocinglería reinante es interrumpida por un grito del niño encaramado en la reja:- Ahí se lo puede ver.Automáticamente todos dirigimos la vista hacia el mirador, pero es inútil, porque el misteriosohabitante ya esta fuera del alcance de nuestros ojos. Entonces, decepcionados por un nuevo fracaso,emprendemos el regreso a nuestras casas.- Seguro que te demoraste en la casa del mirador -me dice mi madre, no bien traspongo la puertade calle.-Sí, pero fui sólo para acompañar a los otros chicos, es una tontería que a mí no me interesa -lemiento, ya que estoy orgulloso de que en el barrio tengamos esa especie de leyenda, y pienso algúndía entrar en el caserón, luego de atravesar la enmarañada vegetación que lo rodea.Tras esperar a que el semáforo les dé vía libre, los colegiales cruzan raudamente la ruta de seiscarriles. Sus rostros pálidos, y el vapor que se desprende de sus bocas, indican que debe hacermucho frío a la intemperie. No pasa día sin que se reúnan junto a la reja que rodea la mansión,donde permanecen largo rato. Ellos constituyen mi único motivo de distracción desde aquel día,hace ya 40 años, cuando sin decirle nada a nadie, entré subrepticiamente en este caserónabandonado, con la intención de develar el misterio del hombre del mirador.

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EL LENGUAJE DE LOS GRANDESLa mano derecha de mamá recorrió con rapidez la distancia que nos separaba, y dio de lleno enmi boca, tras mandar la panera al piso. Enseguida, mezclados con mis llantos, se escucharon susgritos:- Mocoso atrevido, ¡de dónde habrás sacado una cosa semejante!A continuación, y sin darme respiro, su otra mano dejó ardiendo una de mis orejas. Papá, comode costumbre, se limitó a mirar en silencio. Después, tras un rápido traslado a mi pieza, la voz demamá me llegó desde la cocina, en donde ayudaba a papá a lavar los platos:- La próxima vez que diga una cosa parecida, ¡le lavo la boca con detergente, para que aprenda!Más tarde, cuando mi dolor, más espiritual que físico, era vencido por el sueño, volví a escucharsu voz, procedente esta vez del dormitorio matrimonial:- Pendejo insolente, ¡la que nos espera cuando sea más grande!El primer sonido que escuché a la mañana siguiente fue la voz de mamá, que hablaba porteléfono con una de sus amigas.- No sé qué voy a hacer cuando se le desate del todo la lengua, porque si ahora dice cosas así...-comentó preocupada.Angustiado, moví varias veces la lengua, temiendo que me la hubiera atado mientras dormía,pero por suerte no lo había hecho. Vaya a saber lo que había querido significar, ya que cada vezentiendo menos el lenguaje de los grandes. Sin ir más lejos, la noche anterior, creyendo decir algolindo de tía Pocha, había armado lío semejante.- Menos mal que la Pocha no estaba, porque había ido a pasar el día al campo con un amigo, sino, el calor que habríamos pasado. -le comentó mamá más tarde a una vecina.Esto también me dejó pensando, ya que la noche anterior había estado más bien fresco, al puntoque cuando papá fue a prender el ventilador, mamá le dijo que no lo hiciera.Después, mamá siguió hablando con orgullo de su hermana menor, y terminó diciendo:- Sí, ha venido a visitarnos por algunos días, como todos los años. En Buenos Aires le va muybien; está trabajando de modelo, y dentro de poco la van a contratar en la televisión.- Se lo debe haber escuchado a uno de esos negros atorrantes que están construyendo elpavimento -le oí decir a mamá ayer, a mediodía, mientras tomaba el biberón.- Son de lo peor; piropean a todas las mujeres del barrio, y a cada rato te tocan el timbre parapedirte alguna cosa. Yo ya les corté el chorro -dijo, refiriéndose tal vez a la manguera que lepidieron varias veces.Enseguida, tras un momento de silencio, agregó:- Sí, ya camina, y se mete por todos lados. ¡Es rejodido!-tras lo cual se despidió y salió corriendoa la cocina, desde donde venía un fuerte olor a quemado.Y mamá estaba en lo cierto, ya que fue a uno de esos señores al que le escuché decir que tíaPocha es una guacha degenerada, pero no se lo dijo a los otros hombres que trabajan con él, sino ala misma tía Pocha, mientras los dos jugueteaban en el sillón grande del living comedor, que parecíaque ya se desarmaba. Claro que yo no pude contárselo a mamá, porque ella me castigó,prohibiéndome hablar hasta mañana. Pero yo creo que esta noche, para la cena, ella me perdonará yseguro que se va a poner muy contenta cuando yo diga que tía Pocha es una yegua insaciable. Y notiene por qué reaccionar de otra manera, ya que esta mañana, cuando ella estaba en misa, tía Pochase rió mucho cuando se lo dijeron. Además, si no me cree, puedo pedirle a papá que le explique quees cierto, porque fue él quien se lo dijo, después de que ambos salieron de la piecita de servicio,donde habían estado encerrados largo rato.

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EL POZOCansado, el joven ecologista se deja llevar por sus pensamientos, mientras hunde la pala en latierra húmeda.“Si el terreno fuera mío”, se dice, “pondría un jacarandá, o un lapacho”. Le parece que las floresazules del primero, o las rosadas del segundo, le darían un aspecto menos lúgubre a ese lugardesolado, además de contribuir a purificar el ambiente.Pero –sigue reflexionando, mientras a su lado crece el montículo de tierra- no tiene sentidopensar en qué hacer en terreno ajeno, máxime cuando a quienes le han ordenado este trabajo, pocodebe importarles el paisaje, o el mejoramiento del medio ambiente.Así, resignado, continúa cavando el pozo, ante la mirada impávida de los tres individuos que,revólver en mano, aguardan a que finalice su tarea.

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EL TIRANOQue entre una cincuentena de profesores el vicedirector me hubiera elegido para despedir, ennombre de los docentes, al recientemente fallecido director del colegio, constituía un honor y undesafío a la vez. Un honor, porque significaba un reconocimiento a mi condición de candidatonatural a la vicedirección, que ahora quedaría vacante por ascenso del vicedirector; y también undesafío, ya que debería referirme a quien en vida haba sido unánimemente temido por profesores,no docentes y alumnos. Si hubiera sido otra persona, pensaba, no me habría importado decir lashipocresías de estilo, pero tratándose del profesor Ezequiel Salvatierra Núñez, "el tirano", como loapodábamos, no podía yo, que había encabezado los escasos y tibios movimientos de resistencia asu poder omnímodo, y un permanente crítico de sus arbitrariedades, terminar pronunciando palabrasde elogio a su gestión. Claro que si quería mantener intactas mis aspiraciones a la vicedirección,tampoco podía despacharme con un discurso de tono fuertemente crítico, sobre todo delante de lasautoridades educativas, que seguramente estarían presentes en el cementerio. Así fue que me llevólargas horas de trabajo, en las que elegí cuidadosamente cada frase, elaborar un discurso neutro que,según se lo considerara, podía tomarse tanto de elogio como de crítica. Y la cosa no resultó nadamal, ya que salvo mi colega Rosetti (que apenas pudo disimular una sonrisa socarrona, en medio delas caras estudiadamente serias de los reunidos frente al panteón de la Asociación Docente), losdemás se mostraron satisfechos, y hasta recibí un breve agradecimiento de doña Julia de SalvatierraNúñez, la joven viuda, a quien había conocido apenas horas antes, cuando presidiendo unadelegación del colegio, y tras abrirme paso entre el coro plañidero que la rodeaba, le expresé unpesar que realmente no sentíamos.Un mes después, al concluir la primera misa conmemorativa (y cuando ya se había entablado unapuja feroz por la vicedirección), ella me detuvo frente a la iglesia y me invitó a visitarla en su casa.A partir de ese momento comenzó a cambiar mi opinión sobre "el tirano" (y también mi escala devalores), ya que, aunque no me resultaba fácil, tuve que admitir que algún mérito debía haber tenidoaquel hombre, capaz de conquistar a esta mujer, 20 años menor que él, y además increíblementebella, todo lo contrario de los chismes (los cuales, debo confesarlo, contribuí inconscientemente adivulgar) que decían que no la dejaba salir de la casa debido a su extrema fealdad. Tampoco pudedejar de aceptar el mérito de quien, en apenas tres años de matrimonio, había convertido a alguienincapaz de realizar la menor tarea doméstica (según confesión de la propia señora Julia) en unmodelo de ama de casa, que a sus excelentes dotes de cocinera sumaba su inclinación por lalimpieza, manifiesta en la pulcritud que mostraban las distintas habitaciones de su residencia, y queya había conocido a través del aspecto impecable del "tirano", con sus camisas inmaculadamentelimpias y planchadas, y sus trajes como recién salidos de la tintorería. No menos importante era sucotidiana dedicación al jardín de la casa, cuyo magnífico estado cualquier desconocido habríaatribuido al trabajo permanente de por lo menos dos jardineros.Asimismo hube de admitir, poco a poco, y a regañadientes, mi admiración por quien, en el cortotiempo antes señalado, había transformado a una mujer caprichosa y hosca (también segúntestimonio de Julia) en un ejemplo de sumisión y docilidad, incapaz de pronunciar la menor queja, ysiempre con una sonrisa a flor de labios. Finalmente, con el paso de los años, no sindesgarramientos internos, y a costa de odios y enemistades, tuve que reconocer lo acertado de lagestión del profesor Salvatierra Núñez al frente del colegio, imponiendo su férrea autoridad (que ensu momento confundí ingenuamente con autoritarismo) para transformar a un conjunto deprofesores vagos, empleados ineficientes y alumnos díscolos, en un grupo modelo, ejemplo delaboriosidad, eficiencia y disciplina.Es así que hoy, a 15 años de su fallecimiento, soy capaz de defenderlo a muerte cuando alguien,basándose más en habladurías que en realidades, intenta empañar su digna memoria. Por eso,aunque sé que a escondidas me critican (entre ellos el vago de Rosetti, que no por haber sidoamigote mío se va a salvar de que le corte la cabeza), diciendo que soy igual que don Ezequiel, yllamándome incluso "tirano", no he dudado en colocar su retrato en mi despacho de la dirección. Setrata de una copia del que tenemos en el dormitorio matrimonial, el cual es testigo del cumplimientode la costumbre que él impusiera (y que, como otras, yo he mantenido) de ser despertado todas las

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mañanas por Julita, quien, tras depositar sobre la cama la bandeja con mi desayuno, espera sonrientemis directivas para la jornada que comienza.

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ENVIDIASiempre he pensado que la envidia es la principal fuente de infelicidad, de ahí que desde chicome dedicara a ser y a tener todo aquello cuya carencia pudiera despertar en mí ese sentimiento. Así,logré sobresalir en toda actividad que emprendí.Pero pronto descubrí que eso no bastaba, ya que había quienes sin ser alumnos brillantes, nideportistas destacados, provocaban en mí una gran envidia simplemente por el hecho de tenerdinero. Largos años de sacrificio me llevaron a ser el hombre más rico del pueblo, pero paralograrlo descuidé mi vida sentimental, con lo cual empecé a envidiar a aquellos que con mi edad yahabían formado una familia. Con mi dinero y apostura, no me costó conquistar a la joven máscodiciada de la zona, con quien, y junto a los tres hijos inteligentes y bellos que tuvimos, pasamos aconstituir la envidia de todos.Pero, siendo un hombre importante e inmensamente rico, no era totalmente feliz, ya que no teníala mejor casa de la región. Por eso contraté a arquitectos e ingenieros de fama internacional, paraque diseñaran y construyeran una mansión que fuera envidiada no sólo en el pueblo, sino en todo elpaís. En su construcción se emplearon los mejores materiales, traídos de diferentes sitios delmundo. El día en que la inauguramos, con una fiesta de la que no se tiene memoria en la zona, sentíuna gran felicidad, ya que creí haber concretado todos mis sueños. Desgraciadamente no fue así yaque, concluida la celebración, y antes de acostarme, me asomé al balcón del primer piso de laresidencia. Desde allí pude observar la casita del joven sacerdote que oficia misa en la capillaubicada del otro lado de la calle. Entonces sentí una gran envidia por ese hombre insobornable yaustero, ya que posee algo que jamás podré tener: la más espléndida vista de la que alguien puedadisfrutar en cientos de kilómetros a la redonda.

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HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPAREMi relación con Lucrecia fue una guerra sin cuartel desde el comienzo de nuestro matrimonio,cuando nos dimos cuenta de que no éramos los millonarios con los que creíamos habernos casado,sino simples mortales pertenecientes a la clase media: ella una muchacha hueca con delirios degrandeza, yo un ingeniero frustrado metido a comerciante.Dicho descubrimiento dio lugar a un odio recíproco, el que a su vez originó una seguidilla detentativas para eliminarnos mutuamente, la que comenzó no bien regresamos de nuestra luna demiel.La serie comenzó con mi intento de electrocutarla, para lo cual preparé adecuadamente susecador de cabello, y quedé a la espera de la siguiente oportunidad en que lo usaría. No conté‚ conque ese día, en el que yo -ex profeso- me encontraba de viaje, llegaría inesperadamente a casa,desde su Italia natal, mi tía Caterina. Esta, tras saludar a Lucrecia y departir un rato con ella,resolvió tomar un baño y lavarse la cabeza, con las consecuencias que son de imaginar.La primer intentona de Lucrecia, para la que, según supe después, se había preparado siguiendoun curso rápido de mecánica del automóvil, consistió en "arreglar" mi pequeño último modelo a finde que me lo pusiera de sombrero. Pero el plan fracasó porque su hermano Renzo, que tenía su autodescompuesto, me pidió el mío para efectuar un trámite urgente que, como es de suponer, nuncallegó a realizar.Para mi segunda tentativa tuve en cuenta la costumbre de Lucrecia, una fanática de la higiene, detreparse en una gran escalera portátil para limpiar los lugares más inaccesibles de la casa.Los peldaños superiores, convenientemente aserruchados, harían que Lucrecia cayera desde unaaltura considerable y pasase a mejor vida.Unos días después, al bajar del colectivo (desde el "accidente" de Renzo viajaba sólo en ómnibusy taxi), vi una gran cantidad de gente reunida en la vereda de casa, lo que me hizo pensar que miplan había tenido éxito. Sin embargo, al acercarme comprobé que la aglomeración era frente a lacasa de al lado, donde vive, o, mejor dicho, donde vivía mi hermana Donatella, que esa mañana lehabía pedido prestada la escalera a Lucrecia, para sacar unas telarañas del cielo raso de su livingcomedor.A continuación, el turno, tácitamente acordado, le correspondía a Lucrecia, quien se decidió porel aflojamiento de los primeros peldaños de la escalera que conduce al sótano de casa, donde yosolía pasar las mañanas de los domingos, desarmando y volviendo a armar aparatos eléctricos.El domingo siguiente, un estruendo y los gritos de mi suegra, que pedía auxilio para su esposo,me arrancaron de la cama más temprano que de costumbre, pese a lo cual, y por razones obvias, mevi impedido de practicar mi pasatiempo dominical.Posteriores intentos, todos magistralmente concebidos, ya que la policía jamás sospechó denosotros y atribuyó siempre los "accidentes" a causas fortuitas, terminaron con las vidas delhermano mayor de Lucrecia y de mi tía Emma, dejaron viuda a mi hermana Sofía, huérfanos a dossobrinos de Lucrecia, heredera de una fortuna considerable a mi prima Silvana, y permitieron quemi cuñado Gino se casara de nuevo sin necesidad de divorciarse previamente.La serie tenía visos de continuar, hasta que una noche, al regresar a casa luego de asistir alvelorio de tío Alberto, aplastado esa mañana por el voladizo que pendía sobre mi hamaca del jardín,resolví tratar con Lucrecia sin ambages la situación, que amenazaba con terminar con nuestrasfamilias, por las cuales ambos, como dignos descendientes de calabreses y sicilianos, sentíamosverdadera devoción.- No podemos seguir así, Lucrecia -le dije, sosteniendo en mi mano el vaso de whisky que, apoco de llegar, me había servido de una botella guardada bajo siete llaves.- Sí, tenés razón, Nicolás -convino ella, tras beber un sorbo de la gaseosa que había compradocamino de casa, y a la cual no había perdido de vista desde entonces.De esta forma, motivados por un ambiente especial, al que contribuía tanto la música suave queemitía el reproductor de CD (que yo había encendido tomando la precaución de usar guantes yzapatos aislantes), como la tenue luz que desprendían los focos de la pesada araña (debajo de la cualambos teníamos la precaución de no pararnos), terminamos reconociendo que nos unían cosas más

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importantes que el común deseo de enviudar, y que, por lo visto, estábamos condenados a seguirjuntos hasta que la muerte, por causas naturales, nos separase.A la mañana siguiente, luego de una noche de amor comparable sólo con las vividas durantenuestras dos semanas de noviazgo, resolvimos celebrar el reencuentro con una fiesta a la queinvitaríamos a los familiares que aún nos quedaban, entre los cuales, y con justa razón, estabatomando cuerpo la idea de que Lucrecia y yo atraíamos a la mala suerte.Dentro de lo que las circunstancias me permiten, he intentado darle a entender a Lucrecia queesta vez no he tenido nada que ver con el asunto.Ella, también dentro de sus posibilidades, me ha expresado algo parecido.Sin embargo, ambos nos iremos de este mundo dudando de la veracidad de las afirmaciones delotro, y con la imagen de los dos retorciéndonos de dolor sobre la alfombra del living de casa, dedonde, hace apenas unos minutos, se retiraron los parientes que habíamos invitado a la fiesta con lacual celebramos nuestra reconciliación.

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IMAGENUn verdadero día de perros. Esta mañana mi mujer me pidió el divorcio. Por la tarde, el contadorde mi empresa me informó que estoy al borde de la bancarrota. Para rematarla, mi amante, queacaba de irse, me avisó que me deja por otro. Y encima esta lluvia torrencial, que me pone losnervios de punta y parece no acabar nunca.Casi sin darme cuenta, me pongo a hacer caras frente al ventanal que da a la calle, el cualdevuelve fielmente mis morisquetas. Después realizo una serie de piruetas, y me río de las figurasridículas de mi imagen formadas en el vidrio. Es increíble que este entretenimiento estúpido mehaga olvidar, al menos por un momento, los problemas que me agobian. Y el juego tonto se vuelveinverosímil, porque la imagen se independiza de mí, y me invita a reunirme con ella. Pero yo dudoen hacerlo, aunque apenas por un instante, ya que, luego de un intervalo de pocos segundos, misojos miran si ver la imagen de mi cara, formada en un charco de la vereda, doce pisos más abajo.

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INJUSTICIAEs muy injusto lo que le está pasando al Beto, ya que un tipo honesto como él no se merece unacosa así. Y no lo digo solamente yo, que soy su mejor amigo, lo mismo opinan todos en el barrio.Lo conozco desde hace 15 años, cuando su familia se vino a vivir a la vuelta de casa. Enseguida noshicimos amigos, y como también íbamos al mismo grado, nos pasábamos el día entero juntos. "Austedes sólo les falta dormir en la misma pieza", solía decirnos doña Leonor, su mamá, que en pazdescanse la pobre, y no estaba desacertada, porque ya más grandes, cuando volvíamos tarde dealguna milonga, él se quedaba a dormir en mi casa, o yo en la suya.Lo que le ocurre al Beto es una tremenda injusticia, como tantas que hay en la vida, y no escuestión de ver quién tiene la culpa, porque creo que aquí no hay culpables; lamentablemente lascosas se dieron así, y punto.Como dije antes, con el Beto fuimos juntos a la escuela primaria, de tercero a séptimo grado, ytambién a primer año de la secundaria (industrial, para más datos), pero yo abandoné enseguida,porque no me daba el mate; en cambio él siguió hasta terminar.Es una verdadera pena que esto le esté pasando a alguien tan inteligente como él, que sicontinuara estudiando seguramente se recibiría de ingeniero. Pero, como no quiero desviarme delasunto que me preocupa, y que no me deja dormir tranquilo, sigo con el relato. Luego de recibirsede técnico mecánico, el Beto puso un tallercito de reparación de autos, y como es serio y trabajador,empezaron a lloverle clientes de toda la ciudad. Lo curioso es que esto, que entonces parecía unabendición, fue la raíz de lo que le ocurre ahora, porque un día cayó al taller a hacer arreglar su autola tana Capellini, hija del fabricante de fideos, una rubia de cuerpo escultural, y el flechazo con elBeto fue instantáneo, ya que se casaron al poco tiempo. El casorio fue de novela, y tanto a mí comoa la gorda, mi mujer, con la que me había casado unos meses antes, nos invitaron a la fiesta.A mí me parece injusto que a las personas más buenas les ocurran la mayoría de las cosas malas,pero la vida es así, y se suele decir que los que son buenos viven poco, tal vez porque no puedensoportar tantas injusticias. Claro que en esto hay mucho macaneo, porque cuando se murió miprimo, el Cacho, mi tía no se cansaba de repetir: "Pobrecito, era tan bueno que tenía que morirsejoven", siendo que lo había liquidado la policía al intentar asaltar un banco.Retomando lo del Beto, su casamiento cayó como balde de agua fría en el barrio, sobre todo paralas minas que se habían hecho ilusiones con él, y enseguida empezaron las críticas, diciendo que erainmoral gastarse tanta plata en un casamiento, o afirmando que la familia de ella era muy superior,lo cual es relativo, porque si bien los Capellini tienen más guita, en materia de educación es alrevés, ya que el padre de la tana no debe haber terminado la primaria. También los criticaron porirse a vivir al centro, en vez de quedarse en el barrio donde, por otra parte, el Beto sigue teniendo sutaller. Volviendo a mis reflexiones (este problema, en el que pienso todo el día, me ha vuelto mediofilósofo), es notable como la envidia (bien entendida) que yo sentía por el Beto cuando se casó conla tana, ahora, viendo lo que le ocurre, se ha transformado en compasión. Por eso no me arrepientode haberme casado con la gorda, a la que le sobrarán rollos por todas partes, pero que en la camaestá diez puntos, y que, siendo fea, es difícil que alguien se fije en ella. Además, ¿en qué lugarestaría mejor que en mi trabajo de supervisor general de los almacenes de mi suegro, en donde notengo horarios rígidos que cumplir, debiendo limitarme a controlar, de vez en cuando, las tressucursales de la empresa?Siguiendo con lo del Beto, otra cosa que se dijo fue que la tana lo miraba en menos, pero eso noes cierto. Es verdad que ella es un poco estirada, como lo advertí la primera vez que nos invitaron acenar a su casa, y sé que a mi mujer la desprecia, pero al Beto no, de lo contrario no se habríacasado con él. También la criticaron diciendo que mientras el Beto se pasaba el día entero metido ensu overol grasiento, ella andaba ventilándose por ahí, empilchada a la última moda. Por último,empezaron a insinuar que ella lo engañaba, pero no tenían pruebas de lo que decían, como no lastienen ahora; además, estoy casi seguro de que entonces no había nada de cierto en lo que serumoreaba. Y digo entonces, porque ahora, cuando los chismes siguen, me consta que es verdad, ycomo suele ocurrir en estos casos, el Beto no sabe nada. Y tal vez yo, que lo quiero tanto, deberíacontárselo, y sacarme esta angustia que tengo, pero no sé qué hacer, porque resulta muy difícil

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decirle a un tipo que la mujer lo engaña con otro, y peor aún resulta confesarle que lo hace con sumejor amigo.

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MAXTerminó de ascender los últimos escalones y se detuvo. La subida de siete pisos -el ascensor nofuncionaba- lo había dejado exhausto. Por otro lado, no había encontrado a nadie en el camino."Todos los departamentos están desocupados. Es un edificio que van a demoler para construir unatorre de oficinas", le había anticipado Max.Miró su reloj a la luz de la linterna. Casi las nueve menos veinte. Disponía de tiempo suficientepara preparar todo sin apuro.Iluminando el pasillo con la linterna, llegó hasta la puerta del departamento y la abrió sindificultad, como había hecho con la de calle. El aire viciado y cálido, proveniente del interior, leconfirmó también la información brindada por Max. "Está deshabitado desde hace bastante tiempo",le había dicho aquél, con su fuerte acento extranjero.Entró y cerró la puerta tras de sí. El calor y la humedad reinantes en la habitación, que debíahaber sido el living del departamento, eran insoportables y dificultaban su respiración. Deberíaadelgazar unos kilos, se dijo mientras depositaba la valija sobre el piso.Sacó de un bolsillo el sobre que Max le había hecho llegar antes de venir y observó la foto quecontenía. Se trataba de un rubio con cara de niño, de unos 20 años, aunque Max le había dicho quetenía 27.Guardó la foto en el bolsillo y con ayuda de la linterna localizó la habitación que daba a la calle.También allí el aire era irrespirable. Caminó hasta la única ventana y la abrió con gran esfuerzo,hinchadas como estaban las hojas por la humedad. Colocó la cabeza contra la persiana ypermaneció un momento así, aspirando el aire que entraba a través de las tablillas. Después destrabóla falleba, separó apenas las hojas y miró al edificio de enfrente.Había luz en las dos ventanas del séptimo piso: la de la izquierda se encontraba cerrada, no así lade la derecha, en cuyo interior se podían apreciar un ropero, una cómoda, y el respaldo de una camade dos plazas.Sonrió al ver aparecer al rubio de la foto, quien caminó hasta la cómoda y se paró de espaldas a laventana, convirtiéndose así en un blanco casi perfecto. ¿Por qué debía esperar hasta las nueve ymedia para liquidarlo en la habitación de la izquierda, si ahora lo tenía servido en la de la derecha?No tuvo tiempo de responderse, ya que en ese momento entró en la habitación una muchacha deunos 18 años, con un niño en brazos, al cual depositó sobre la cama.El corazón se le arrugó al verlos. ¿Qué hacían allí esa mujer y el niño? ¿Por qué Max, quesiempre le informaba de todo, no le había dicho nada al respecto?El rubio le dijo algo a la muchacha y salió de la habitación.¿Y si Max se hubiera equivocado y aquél no fuera el tipo al que tenía que matar? No, eraimposible, ya que sus rasgos coincidían con los del hombre de la foto.Dejó de mirar por la ventana y trató de pensar en otra cosa, siguiendo el consejo que Max lehabía dado al ofrecerle el primer trabajo, casi 10 años atrás: "Si te interesa, agarrálo, pero sin hacerpreguntas".Por otra parte, Max conocía de sobra las dos únicas condiciones que ponía para realizar untrabajo: que la víctima fuera un hombre (jamás seria capaz de matar a una mujer), y que se tratasede un delincuente. Y Max siempre había cumplido, como lo había verificado leyendo los diarios delas ciudades del interior adonde aquél lo había mandado hasta que la situación se había despejado.Sí, sus victimas habían sido traficantes de drogas, asesinos, tratantes de blancas; en síntesis,escoria de la sociedad que él había contribuido a eliminar. ¿Y si siempre había sido así, por qué ibaa ser diferente en esta oportunidad?Mejor no pienso más en el asunto y preparo las cosas, se dijo yendo al living, de donde regresócon la valija, la que colocó sobre el piso. Luego sacó de aquélla el trípode y, tras desplegarlo, lodepositó junto a la ventana.Después fue retirando las diferentes partes del fusil, las que ensambló con lentitud, cumpliendocon una especie de ritual, que culminaba cuando, con el fusil armado y montado, deslizaba susmanos sobre el metal del caño, experimentando un placer semejante al que sentía cuando acariciabaa una mujer.

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Respiró profundamente y miró de nuevo su reloj. Aún faltaba más de media hora. El calor seguíasiendo insoportable y la transpiración no cesaba de correr por todo su cuerpo.Separó un poco las persianas, para que entrara más aire, y miró enfrente. La ventana izquierdaseguía cerrada, aunque el rubio debía encontrarse allí, ya que en la otra habitación sólo se veían lamujer y el chico. Apuntó el fusil hacia la ventana derecha y observó a través de la mira telescópica.La visión de la muchacha dándole de mamar al niño volvió a estrujarle el corazón. ¿Y si, después detodo, el rubio fuera un buen tipo, al que Max quisiera eliminar vaya uno a saber por qué?Estruendos cercanos y una ráfaga de luz lo sacaron de sus pensamientos. ¿Fuegos artificiales? sepreguntó, haciendo el fusil a un lado. Sí, se respondió, asomándose apenas a la ventana paraobservar aquellas lucecitas de colores que siempre lo habían enloquecido.Fue precisamente al estallar una bengala, cuando sintió el primer impacto, en el hombro. Delsegundo, que dio de lleno en su frente justo cuando estallaba un destello rojo, jamás llegó a tomarconciencia.El rubio con cara de niño cerró la ventana izquierda del séptimo piso y comenzó a desarmar sufusil. Luego, mientras guardaba las diferentes partes en la valija, pensó que también en este trabajo,el segundo que realizaba para Max, todo había ocurrido tal cual se lo había anticipado aquél: elgordo cuarentón, al que debía liquidar, había llegado al edificio de enfrente a las ocho y media, y sehabía asomado a la ventana del séptimo piso a las nueve, cuando comenzaron los fuegos artificialesen la otra cuadra.Tras plegar el trípode y guardarlo en la valija, el rubio apagó la luz y se dirigió a la habitacióncontigua, en donde se encontraban su mujer y su hijito. ¿Por qué habría insistido Max para que lostrajera con él? Había estado por averiguarlo, pero al final había seguido el consejo del propio Maxde no hacer preguntas.Su mujer le sonrió al verlo entrar. El rubio le devolvió la sonrisa y le indicó que se apurara; losesperaba un largo viaje al interior, en donde Max les había alquilado una casita. Allí permaneceríanhasta que la investigación de la muerte del gordo cuarentón llegara a un punto muerto y el asuntopasase al olvido.

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PESADILLASNo sé exactamente cuando fue la primera pesadilla, pero recuerdo muy bien que me despertéagitado y con el piyamas empapado por la transpiración. Un extraño aparecía en nuestra casa y semetía en la vida de mi familia, la que terminaba por eliminarme. Los sueños siguientes, que serepitieron a intervalos de tres o cuatro días, fueron haciendo más precisa la pesadilla inicial. Elextraño no era tal, sino Daniel, un hermano mío que había emigrado 20 años antes a los EstadosUnidos, donde había muerto en un accidente de aviación. Daniel llegaba a casa y, con su apostura ysimpatía, no tardaba en enamorar a mi esposa y conquistar a mis hijos, a quienes terminaba porpersuadir de la conveniencia de mandarme a mejor vida. Pese a mis intentos de mantener mispesadillas en secreto, los gritos con que desperté de una de ellas me obligaron a contárselo todo ami mujer y mis hijos.Sentados a mi alrededor en la cama matrimonial, escucharon preocupados el relato. Era de nochey nos encontrábamos en el comedor. Daniel y yo ocupábamos los extremos de la mesa, mientras losdemás se ubicaban en los costados. La cena estaba servida y todos me miraban, urgiéndome acomer. Entonces yo les hacía caso, pues, a pesar de notar que mi comida era diferente de la de ellos,carecía de voluntad para oponerme a sus órdenes. La comida tenía un sabor sospechosamenteextraño...Luego de confortarme, colmándome de besos y abrazos, mi familia me convenció de la necesidadde seguir un tratamiento psiquiátrico, el cual no tardó en dar resultados, ya que las pesadillasdesaparecieron, aunque no puedo evitar cierto estremecimiento cada vez que llaman a la puerta,como ahora, en que acaba de sonar el timbre. Preocupado, me dirijo a la puerta de calle, la que abrocon cierto temor. La figura familiar del cartero me devuelve la tranquilidad. Contesto a su saludo yrecibo el telegrama que me entrega. El texto es muy breve: "Llego mañana. Saludos. Daniel".

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REVÓLVERESSu especialidad eran los revólveres. Los había dibujado en todos los tamaños: desde pequeños,para diseñar unas estampillas, hasta enormes, como parte de un mural de dimensiones gigantescas.En sus trabajos, que se exponían en el mundo entero, había representado sus diferentes tipos: debolsillo, Smith y Weston, y Colt, entre muchos otros.Creía haberlos dibujado en las distintas posiciones posibles, pero un día advirtió que le faltabauna, y decidió trazarla. Fue su obra final, ya que una vez terminada –con el arma de frente,apuntando hacia el observador-, el gatillo se disparó accidentalmente, y una bala perforó sucorazón.

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ROMPECABEZASComo todas las noches, sentada a la mesa del solitario comedor, la robusta señora completó elrompecabezas que mostraba a un triste y famélico león. Veinticuatro horas después, ubicado en elmismo lugar, uno de sus nietos abrió la caja que contenía las piezas del juego y comenzó acombinarlas pacientemente, sin prestar atención al llanto de sus tías, ni a los rostros preocupados desus padres y tíos, que entraban y salían de la casa, hablaban por teléfono, o miraban el televisor,donde cada tanto aparecía la fotografía de su abuela.Cerca de la medianoche, el niño ubicó correctamente las últimas piezas, y sus ojos se iluminaronal ver aparecer la figura de un león, durmiendo satisfecho junto a los restos de su abundante cena.

José Eduardo González - ReseñaIngeniero Químico, trabajo como docente einvestigador en la Facultad de Ingeniería de laUniversidad Nacional de San Juan.Curriculum LiterarioCuentoDistincionesAproximadamente 40 distinciones (premios ymenciones) en concursos de cuento en Argentina, Chiley España.Publicaciones en Diarios y Revistas:. Suplemento Cultural Página Abierta, Diario LaPrensa, Buenos Aires.. Revista Puro Cuento, Buenos Aires.. Revista Las Letras, Ramos Mejía, Buenos Aires.Publicaciones en Libros:. Sexta antología de Escritores Sanjuaninos. SADEFilial San Juan. San Juan. 1991.. Canciones y Poesías de Cuyo. Tomo 3. EdicionesCulturales de Mendoza. Mendoza. 1993.. Antología Premio Nacional de Cuento Corto “JulioCortázar” 1996. Ediciones “Arlequín de San Telmo”,Buenos Aires, 1996.. Quince Líneas. Relatos Hiperbreves. EditorialTusquets, Barcelona. 1996.. Antología Literaria Sanjuanina del Siglo XX.Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan,San Juan, 1997.. San Juan por sus letras. Subsecretaría de Cultura.Gobierno de San Juan, San Juan, 2001.. San Juan. Antología de Narradores y Poetas.Editorial Desde la Gente, Buenos Aires, 2001.. Leer por leer. Eudeba. Buenos Aires, 2004.. Cuentos Argentinos. Cuyo y Centro. Eudeba,Buenos Aires, 2005.. Lengua 6. Editorial Estrada, Buenos Aires, 2007.. Chile con mis ojos. 2007. Santiago de Chile, 2008.Libros Publicados:“No hables con la boca llena” (Cuentos). Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan,San Juan, 2008.

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TeatroDistinciones. Obras: “Cicatrices”, “Encadenado al pasado” y “Velorios” obtuvieron menciones en elCertamen Literario Vendimia de la Región Cuyana, Categoría Teatro, organizado por el Ministeriode Cultura y Educación del Gobierno de Mendoza, años 1990, 1992, y 1994.. Obra “Velorios”, seleccionada por la fundación Carlos Somigliana para ser representada enBuenos Aires, 1994.. Obras para niños “Los horneros”, “El examen de violín” y “Hermanas”, obtuvieron premios enel Certamen Literario Aldo Alessandri, Azul, Provincia de Buenos Aires, años 1995, 1996 y 1997.. Obra: “Historias de Provincia”, recibió el Segundo Premio Regional de Teatro Año 2000,Región Cuyo, organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación.. Obra: “Emprender la retirada” obtuvo el Segundo Premio en el Primer Concurso de Obras deTeatro Breve “Enrique Fernández Huérfano”, organizado por la Casa de Cultura de Versalles,Buenos Aires, 2002.. Obra “Una vida nueva” recibió el Primer Premio en el Concurso de Dramaturgia, organizadopor la Municipalidad de San Juan, 2008.Libros publicados.. “Velorios”, Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan, San Juan, 1995.. “Historias de Provincia” Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan, San Juan,2003.. “Teatro”. Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan, San Juan, 2008.. “Teatro para niños”. Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan, San Juan, 2008.Obras representadas.. “Velorios” en San Juan, Mendoza, San Luis, Buenos Aires (Teatro Cervantes) y Ushuaia.. “Una vida nueva”. En San Juan.Otros. Obtención de distinciones en concursos de guiones de cine, letras de canciones y guiones devideos educativos.. Publicación del libro “Biografías Breves de Físicos Notables”, Editorial Fundación UniversidadNacional de San Juan, San Juan, 2007, escrito en colaboración con Rosa Beatriz Venturini.

De la base de datos de Papirando:González, José Eduardo: [email protected]:Papirando 6 – Monstruos – (Página 4) - RAGOUT DE CORDEROhttp://www.4shared.com/file/134839255/613cf430/Papirando_6_-_Monstruos.htmlLNFV:NO HABLES CON LA BOCA LLENAhttp://tallerliterariorg.blogspot.com/2009/10/no-hables-con-la-boca-llena-jose.htmlEXTERMINIOhttp://tallerliterariorg.blogspot.com/2009/09/e-x-t-e-r-m-i-n-i-o-jose-eduardo.htmlCASTIGOhttp://tallerliterariorg.blogspot.com/2010/05/c-s-t-i-g-o-s-jose-eduardo-gonzalez.htmlOtros Blogs:NO HABLES CON LA BOCA LLENAhttp://www.esliteratura.com/docs/no-hables-con-la-boca-llena-jose-eduardo-gonzalez-4240.htmlNota del coordinador: Los cuentos que hemos publicados pertenecen al libro: “No hables con la boca llena” -Editorial Fundación Universidad Nacional de San Juan.

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INDICETEXTO PÁGINACon la vida basta para la monotonía© C. Pablo Lorenzo (2)Obras del autor:Algo grave que ocultar (3)Amor prohibido (6)Cometido (7)Con las horas contadas (8)Concepción (11)Diferencias insalvables (13)El enemigo (14)El final del recorrido (16)El hombre del mirador (17)El lenguaje de los grandes (18)El pozo (19)El tirano (20)Envidia (22)Hasta que la muerte nos separe (23)Imagen (25)Injusticia (26)Max (28)Pesadillas (30)Revólveres (31)Rompecabezas (32)Sobre el autor:Reseña (33)Indice (34)

Staff:Editor: Carlos Pablo LorenzoISSN 1853-0109Editorial: Biblioteca Popular Municipal “Sofía Vicic de Cepernic” – Calle Costa Rica y Bella Vista S/N , Codigo Postal9400 – Río Gallegos – Provincia de Santa Cruz – Argentina – Tel. 02966 – 425003Revista Papirando – Especial JOSÉ EDUARDO GONZÁLEZ - “Escritores destacados”// Revista Literaria Bimensual dedistribución gratuita – Formato pdf // Año II N° Suplemento 4 – Diciembre de 2010 // Editor responsable: Carlos PabloLorenzo – [email protected] // Página web: http://www.tallerliterariorg.blogspot.com // Río Gallegos –Santa Cruz - Argentina