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EPISODIOS de la Guerr por Luis Montán Aventura del mas joven legionario

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Episodios de la Guerra civil Española

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EPISODIOS de la Guerra Civil por Luis Montán

Aventura del mas joven legionario

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L I B R O S D O C T R Í N A L E S

Revoluciones políticas Mentalidad

y selección humana y progreso humano

FALANGE Y REQUETE, O R G A N I C A M E N T E

S O L I D A R I O S

Universidad, prestigio Evangelio de la nueva

y grandeza nacional España

L I B R E R Í A S A S S I T A R E N

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A V E N T U R A D E L M A S J O V E N

L E G I O N A R I O

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E P I S O D I O S P U B L I C A D O S :

1.—Cómo fué tomado el Alto del León.

2.—Los centauros de España en el Puerto del Pico.

5,—La conquista de Retamares por la columna de Castejón.

4.—Asalto y defensa heroica del Cuartel de la Montaña.

5.—Cómo conquistó Sevilla el General Queipo de Llano.

6.—Tortura y salvación de Málaga.

7.—Por qué fué rojo Madrid.

8.—[Guadalajara, heroica y mártir!

9.—Martirio y reconquista de Vizcaya.

10.—Bilbao rojo y Bilbao nacional.

11.—Gloria y proeza de los de San Quintín.

12.—Defensa y martirio de Santa María de la Cabeza

V a i 1 a d o M d

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EPISODIOS DE LA GUERRA CIVIL

P O R

L U I S M O N T A N

I L U S T R A C I O N E S D E « I T O »

AVENTURA DEL MAS JOVEN

LEGIONARIO

E P I S O D I O N Ú M E R O 13

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Episodios de la guerra civil, por Luis Montán

i | I l u s t r a c i o n e s de « I T O » | i

A v e n t u r a del m á s j o v e n

legionario

Más de uina vez, frente a mi amiguito: José María, pensaba yo que tu aventura bien cabía en uno de estos episodios d)e la Guerra civiL

Era su padre, quien al exponerle ¡mi propósito, ¡me decía siempre: —'No ¡hagas eso. Mi chico no es un héroe de romance, es um espíri-

tu dado a la aventura. Antes de esto, quería ser torero. — Y después de esto'—decía yo—lo volverá a querer ser, pero eso

no quita (brillo a su realidad de hoy. —Déjalo restar—insistió eü padre—no do saquéis de sius casillas

más de lio que está. No véis que es <uni niño. —Pues por eso, por ser un niño es ejempílar.

. Y así era. Y así es. Este niño es un ¡reflejo exacto del espíritu de la juventud' española. Y esta juventud española, ese espíritu de la ju-ventud española, es nada menos que el que iha (ganado la guerra.

Esa juventud casi adolescente que se desbordó de la copa del pa-triotismo como espuma del país, es ¡La que nos lia ganado la guerra. Los hombres, por reflexión, teníamos que cumplir con, nuestro deber y hemos cumplido cada uno desde su sitio, pero esos chiquillos mag-níficos que se echaron a la calle adelante y peñas arriba, no obedecían a la reflexión, ellos eran el impuiliso, la intuición, la raza. Aquella raza que creímos acabada y que sólo estaba dormida; dormida, y que acaba de despertar ¡hace apenas idiez y siete meses con más brío, con más eficacia, con mayor ímpetu, que todas aquellas otras juventudes

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que bordaron con su antecedente sobre la Historia, nuestras más glo-

riosas cruzadas y epopeyas... Esta juventud actual, casi adolescente, que ha 'marchado por todos

los caminos del riesgo cantando, que ha vencido cantando y que ha sabido cantando morir, no tiene pre-cedentes ni en Lepanto, ni en Nu-maricia, ni en las Navas, ni en Ara-piles, ni en los caminos de aventu-ra del mar que cruzaron nuestros almirantes conquistadores tras la Cruz.

Ahora como entonces, la Cruz ha marchado delante para iluminar de fe todos los caminos y todas las gestas. Y tras la Cruz, han escrito con sangre y con coraje, páginas mucho más brillantes que las de Sagunto, que las de Lepanto, que las de Numancia.

Bien vale por eso la pena, ofre-cer el homenaje modesto de uno de nuestros episodios a mi amiguito José María, el más joven legionario de los nuevos tercios españoles.

Bien vale un episodio una vida vivida en flor, como la vivieron los más sazonados frutos de la vida.

Que si París bien vale una misa, bien vale <un episodio mi ami-guito José María, tres o cuatro veces herido, propuesto para una con-decoración y el más joven sargento de la Legión en los nuevos tercios de España.

Y mientras, el padre masticaba entre dientes con aire de reconven -ción y de rezo:

—¡Esté chico! ¡Este chico! • Yo decía: —¡Qué -magnífico chico!

Y ai padre entonces se oponía sonriendo a mis palabras de esté modo:

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p e r o si desde que ha nacido no (hace más que darme disgustos. Insinceridad de padre, que disculpa el propósito de ocultar el or-

gullo que el ¡hijo proporciona. Orgullo amasado con el sobresalto. Así fué siempre para los padres en todas las aventuras de los hijos. Y como este padre dijeron todos:

—Este chico parece vuelto de espaldas al sentido del hogar y de la familia. Es un mocoso y sus besos sobre tmis mejillas son como de hombre. Más que ternura, los besos de estos hijos ofrecen energía.

—¡Buen báculo para ¿a vejez! Y el padre, frente a mí, repite la cantinela de la contrariedad que

sonríe sin querer, como si la sonrisa colgara las ventanas del rostro en fiesta de admiraciones íntimas.

—Estos chicos que dan en sus besos energía, suelen ofrecer los ma-yores frutos de inquietud en sus espíritus.

Y siendo así, hay que decir a los padres de estos jóvenes que la inquietud es salud y deseos de superación.

Entonces ios padres contestan: —Aventura, también son espíritus para la aventura. ¡Oh! ¡Aventura! Norma de la raza. Aventureros fueron todos nues-

tros grandes capitanes y nuestros grandes poetas y ios héroes de nues-tro ¡romancero. Y también el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha era un aventurero de sueños.

Y en este punto interviene mi amiguito José María, diciendo: — Y Cristóbal Colón. Y Sebastián El Cano. Y Hernán Cortés, fue-

ron aventureros. Y yo pregunto: —¿Cuántos años tienes? Y el chico contesta: —A contar de cuando nací, catorce. A partir de cuando viví,

trescientos. —¡Ah! —Sí. hay horas en mi vida que he quemado un siglo de energía. He aquí al caballero legionario de catorce años. Hablamos en tierra de Zamora, templados por el padre Duero,

donde dicen que fué armado caballero el Cid. ¡Catorce años! ¡Un .legionario de catorce años!

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Bien vale París una misa, y este caballero de la Legión un episodio. ¡Catorce años ciaros y enérgicos, como dos catorce versos de un

soneto clásico! —¡La vida también hace sonetos... -

GLORIA DE JULIO EN ZAMORA

La castellana tierra de Zamoira, santa tierra española, dea tierra del vino y del candeal, buena tierra para el garbanzo que a Fuente-saúco dió fama, no estaba ni siquiera dormida.

En Febrero, la candidatura de derechas había derrotado al Frente Popular, y en Julio de 1936, no hizo falta más que un grito, para que

todo Zamora y toda su provincia se incorporara al movimiento salva-dor. Ese grito lo dió el capitán Cira al frente de una compañía del glo-rioso Regimiento de Toledo. Y el grito fué el de: ¡ Viva España! ; que se vió contestado unánimemen-te. Guardia Civil, de Seguridad, de Asalto y Carabineros, se sumaron como un solo hombre a la sombra del grito del capitán Cira, que en-cerraba todo el programa político de la epopeya: ¡ Viva España! ¡ Arriba España! Todo un progra-ma de gobierno, llamando a voces a la bandera eterna.

Dado el grito por el capitán Ci-ra, todo Zamora crugió de entusias-mo. El Gobierno civil fué tomado por el coronel Hernández, y el co-

ronel del Regimiento de Toledo don Eladio Valverde, se hizo cargo del Gobierno militar. Todos los patriotas de Zamora, que es decir todo Zamora, estaban en sus puestos, y así Zamora, la bien cercada, la silenciosa, la apacible, la bizantina y la fervorosa, ganó un puesto

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dfe honor en la Cruzada, a la que ofreció sus ¡mejores hombres, sus víveres, su oro y sus tesoros espirituales, que son muchos, tantos, que por su silencio bien ganado tiene para la historia este lema: «Zamora, la del patriotismo elegante y callado.»

Corría por la vieja ciudad dei Duero que (los ¡mineros asturianos habían llegado al1 pueblo de Benavemte. Y así era. Al poco tiempo el Gobierno civil se vilo sorprendido con una llamada.

—Somos la brigada de mineros venida de Asturias y vamos «pa» esa. —¿Cuántos venís? —Cinco mil. —¿Tenéis armas? —'«.Pa» eso llamamos, venimos con escopetas. Con malas escopetas

y quisiéramos nos tuvierais preparados fusiles y comida. —No vamos a poder. —¿Pues qué pasa? —Que aquí la cosa anda mal y vamos a tener que rendirnos si no

venás en nuestro auxilio. Creo que debéis venir por ferrocarril, si no es seguro que todo Ib perdamos.

No respondo de la referencia de un modo absoluto, pero sí de uin modo relativo. Algo de esto 'hubo. Tanto es así, que ios zamoranos se aprestaron a cortar el ferrocarril en un lugar estratégico- y a em-plazar lias ametralladoras para recibir a los mineros como ellos se merecían.

Pero es el caso que (dos bravos» dinamiteros, no muy conformes con el tono dtíL Gobernador de Zamora, decidieron abandonar Bena-vente y volvieron grupas hacia Asturias, único punto donde por lo visto se consideraban invendibles.

Así, por teléfono, consiguió Zamora ahuyentar a los ((feroces mi-neros» asturianos. Y eso debe Castilla y España a la Zamora silencio-sa. Y eso, en aquellos ¡momentos, fué algo decisivo. Tal vez la razón de que Castilla se salivase de uin frente próximo y peligroso.

Zamora,, la del patriotismo elegante y callado, no recordará jamás a la (historia aquella intervención providencial y acertadísima.

Zamora la «brava», que hace huir a ios mineros por teléfono... •

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JOSE MARIA SE DIBUJA Y DIBUJA SU ESPIRITU DE

AVENTURA

Agosto, calor de estío, y calor de fe. Calor de entusiasmo y de ardor bélico. La gran cinta del Duero, bruñida y brillante cara al sol, como una ciclópea espada de plata.

Sobre el empedrado de Jas viejas calles de la vieja ciuidad, ro-daban los camiones trepidantes de gritos de entusiasmo.

¡Camisas azules! Muchas cami-sas azules, hinchadas como velas navegantes. Muchas camisas azules por donde querían saltar los cora-zones, henchidos también del nue-vo impulso, del nuevo estilo, de la nueva España, Camiones y más ca-miones. Entusiasmo y más entu-siasmo. Naves de la nueva España, navegando cuesta arriba, para de-jar arriba a España.

Camiones y más camiones. Boi-nas rojas y más boinas rojas. So-lera de tradición encendida en la santa fe de nuestros destinos.

Todos cantan para ir a la gue-rra. Todos cantan camino de la vic-toria. Todos cantando, dan la cara a la muerte y se ríen de ella, y can-tando la vencen o la ganan.

José María tenía entonces trece años, y viendo pasar , los camio-nes, sentía en sus venas la sangre hervir y quemarle el corazón.

¡Pues qué! ¿no era él iun hombre también? Tal vez sus años no respondían a su ardor varonil, pero ¿qué colpa -tenía él de eso?

Su padre me dijo un dáa: —De pequeño. De más pequeño quiero decir, daba lecciones de

((falangismo» a sus amiguittos en las escaJieras de casa.

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Tal vez esa precocidad fuese la causa de aquel ardimiento de todo un hombre con no más de trece años. ¡De más pequeño, explv caba ¡lecciones de falangismo a sus amiguitos! La razón era ésta: José María quería ampliar su cátedra en estudios superiores y veía pasar con envidia los camiones cargados de fervor que llevaban a los frentes a lo mejor de España.

El padre me había dicho: José María no ha sido nunca un niño dte película.

Mejor. La vida agradece los niños para la vida. Y la vida de España estaba en los frentes. Y hacia allí miraba José María...

Falftaban días para que nuestro héroe cumpliese los catorce años. Pero nuestro héroe creyó que dejar pasar los días era hacerse traición y hacer traición a lo que el muchacho consideraba su deber para con España.

José María lucía como una condecoración su camisa azul, tan limpia, tan (limpia como esas refulgentes corazas de ensueños que se ponan Jos niños llenos de 'espuma de ilusión y de sueños, que. aspiran a convertir en realidad vivida, para que los mayores, después, crean que son ellos los que están soñando.

Meses después del movimiento preguntaba yo al padre de este niño que era nada «menos que todo un hombre;

—¿Es mal estudiante el muchacho? —Pues ese es el caso, que no es mal estudiante. Los tres años

del bachillerato que lleva cursados, los ha sacado con sobresalientes y notables.

Sí que es raro, en un espíritu de aventura. Dieciséis años tenía Sócrates cuando venció con sus doctrinas al

viejo Anaxágoras. ¡No cabe duda, hay que creer en los hombres grandes a cualquier

edad! Y un día de ese mediados de agosto del primer año triunfal de la

era azul, José María, que no pudo esperar a cumplir los catorce

años, desapareció. Su padre no tuvo más que una despedida rotunda, escrita con

letra contundente en la tapa de una caja de botas. Decía así el muchacho:

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«Me voy al frente. No trates de ir detrás, ni de imandarme de-tener, porque me pego un tiro. A mí no me asusta el frente, ni el fin del mundo. ¡Arriba España!—José María.»

Así inició su carrera militar el que luego había de ser el más joven caballero de tía ¿Legión.

POR LOS CAMINOS DE LA AVENTURA

José María había cogido en marcha en plena calle de Santa Clara, de Zamora, .un camión que, procedente de Galicia, pasaba con-ducido por falangistas hacia Extremadura, donde hacían falta coches.

Por Jos caminos José María, que era el niño metido a hombre en defensa de España, sentía aquella misma alegría indefinible que sin-tiera un día el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, cuan-do «en un lugar de la Mancha» montó sobre su rocín y tomó el camino de la gran aventura (danza en ristre», seguido de su escude-ro Sancho.

Por aquellos caminos, José María, que no conocía a buen seguro, dónde iban a dar, pero presentía que aquel camión iba a desembo-car en el gran mar glorioso de la gran epopeya que él quería vivir o morir, por España, por realidad de sueño, por ambiciosa pre-tensión d)e crear hazañas, por juventud y constitución temperamental.

Y por aquellos caminos, dentro die su camisa azuil, dió en Zafra. Y en Zafra se une al Tercio y del Tercio pasa a Regulares. Unos

y otros lo acogen como a una mascota. El chaval tieine casta. Le ha-blan de tiros, de cañonazos, de bombardeos, de granadas dte mano, de tanques, de lanzallamas y el muchacho no se inmutaba, sólo le faltaba aplaudir el entusiasmo, pero su hombría recién usada, le fre-naba estos impulsos infantiles, y le hacía exclamar:

—No me importa nada. No me asusta nada. Ni el fin del mun-do. Yo sólo quiero defender a «España y salvarla como vosotros y con vosotros.

Y unos y otros le acogen y le miman y fortalecen sus condicio-nes de luchador.

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Va con eü Tercio. Pasa a Regulares. Oye muchos tiros y es verdad, no se asusta de nada. Sin embargo, no ha entrado aún en una acción seria, no ha tomado parte en ninguna acción que tuviera volumen su-ficiente para calificarla de batalla.

Pero un día, un caballero de la Legión curtido y recio, le llamó aparte y le dijo:

—Oye, José Mary ; ¿te gusta de verdad la guerra?

—Me gusta. — ¿No tienes miedo? —No me asusta nada. Ya lo he

dicho. —¿Quieres vivir un gran epi-

sodio? —¿Qué hay que hacer? —Pues venir mañana con nos-

otros. —¿Dónde? —Los legionarios no preguntan,

obedecen. —Yo no pregunto por curiosi-

dad, pregunto por estimular mi ale-gría y mi impaciencia. Y desde lue-go, quiero obedecer.

Ven con nosotros mañana. —Iré. ¿A qué hora? —Estate alerta. —Estaré. —Oyeme este secreto. Se acercó al oído de José María y dijo aligo. José María iluminó

m rostro de alegría. —¿Mañana?

Sí. Mañana tomaremos Badajoz. Y eso sí, José Mary, que •eirá urna batalla...

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B A D A J O Z

Y aquello fué... —Cuenta, José María, cuenta... —No tengo palabra que pueda expresar mi emoción... No era la mía

una emoción de susto, no, era una emoción de vida que se descu-bre. Un respeto nuevo. Una emoción mueva. Primero los himnos, la alegría de ir a vencer—porque el Tercio siempre va a vencer—, los preparativos, las banderas, el ruido de los pasos sobre la tierra, que es como un redoble marcial de los caminos; las risotadas, los chistes, la despreocupación hacia la muerte. .Aquello era un espec-táculo para mí, que me descubría a mi mismo. Me descubría que aquel añejo concepto de la Patria, de la familia, del honor y del deber, tomaba caracteres insospechados; la teoría se transformaba en rea-lidad, aquellos amores tomaban cuerpo de sacrosanta devoción. Y yo pensaba: lo más malo que me puede pasar es morir por España y eso es lo más bueno que le puede sucedes a un soldado español. Y yo era un soldado.

Un tiro. En nuestra- marcha bajo la luna, había sonado el primer tiro. Nadie se detuvo. Nadie le dió importancia. Por fin tomamos po-siciones. El Pa...coo... Pa...coo. Se convirtió en un fuego granea-do de fusil.

—¿Dónde están?—pregunté. Y me contestaron: —Allá, 'enfrente... Toma, claro, enfrente tenían que estar, pero yo quería verlos. Yo

quería hacerlos correr; tirarles bombas de mano. Me dieron un fusil, que disparé hasta consumir un cargador. Sobre mí tiros y más tiros, pero nada. La guerra, sin ver al enemigo, no da miedo. Tiran, tiran y nunca

cree uno que «aquello» hace daño y mucho menos que «aquello» puede darnos.

Antes de que el día rompiese, nuestra artillería inició un fuego terrible. Avanzamos pegados a la tierra, protegidos por nuestro fuego de cañón. Avanzamos durante mucho tiempo. Alguien a mi lado dijo:

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—¡Badajoz! Y en efecto, al fondo, muy al fondo, como una decoración de

teatro, se dibujaba la silueta de la capital extremeña que Íbamos a asaltar. Pero aquella «telón de foro» estaba defendida por una mu-ralla como aquellas que echamos abajo en Zamora porque ahoga-ban a la ciudad con su abrazo. ¿Teníamos que saltar por encima de «aquello»...?

Las ráfagas de ametralladora redoblaban en mis nervios. Me daban ganas de incorporarme y de dar saltos; alguien debió adver-tir mi pensamiente, porque me gritó:

—Quieto, muchacho. Me dió más miedo del grito que de las balas. Me agazapé. La

tierra se estremecía bajo mi cuerpo. Mi fusil disparaba sobre todos lo* puntos que mi imaginación convertía en hombres, pero los puntos negros seguían en sus puestos. O aquello no eran hombres o yo tenía muy imala puntería.

En verdad que aquello por el ruido parecía la antesala del infierno: Pon... paf... taca... taca... taca. Cañón, fusil, ametralladora. ¿Cuán-do empezaríamos con las bombas de mano?...

Y asá, una hora y otra, y oitra... ¿Cuánto tiempo llevábamos allí? ¡Qué difícil es precisar en la guerra los minutos! ¡Qué difícil dis-

tinguir los minutos de la eternidad! ¿Cómo íbamos nosotros a trepar por aquella pared1 de la muralla? Los «rojos» nos hacían fuego desde lo alto, allí no cabía otra cosa

que abrir brecha en la muralla. Aquello era como una de esas viejas estampas de la guerra.

Funcionaron los enlaces, y al clarear el día, nuestro fuego artille-ro se concentró en un punto de la muralla. Como en los viejos graba-dos que recuerdan las batallas de otros tiempos, teníamos que romper la muralla, pasar por la muralla.

El día rompió sobre los cielos y la artillería abrió brecha «a granito; una voz dijo:

—A por ellos. Y otra ordenó: —Al asalto.

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Corno inri solo hombre, se incorporaron, una masa de hombres y> & pecho descubierto, se lanzaron a ganar la brecha, sobre la muralla.

Yo, por .irnos minutos quedé clavadlo era la tierra como aluci-nado, ¡después... me incorporé, y grité:

-Bombas de mano,- dadme bombas de mano.

Pasaban por mi lado sin hacer-me caso, aquellos hombres, centau-ros de Júpiter, tallados bajo el sol, en madera morena.

Llegaron los primeros a la bre-cha abierta...

¡ Qué nido tan terrible! La tierra se estremecía y los cielos parecía que iban a romperse.

—Dadme bombas de mano... Los primeros hombres de la bre-

cha, como en bloque, pisaron Ba-dajoz. Yo recordé entonces, otra vez, los viejos grabados que recuer-dan las epopeyas de la Edad Media.

Vi unas trágicas volteretas. Nai-, pes gloriosos y como naipes abati-dos, los hombres para gloria de Es-paña. «La brecha de la muerte era aquello».

Yo cerré los puños y apreté 1o© dientes para morder un grito. —Dadme bombas de mano... Un hombre, diez, cuarenta, cien, sobre la brecha. Y la brecha

llena de pechos nuevos. Proas de España. — Y o también quiero ir. Darme bombas die mano. Se acercó alguien a mí. No sé quién ni cómo. Y me dijo: —Toma, ((chaval», y duro con ellos. Ya tenía bombas de imano. El día antes me habían estado ense-

ñando su funcionamiento y la manera de lanzarlas, pero era mi apren-dizaje no llegaron a cuatro las bombas que yo había lanzado sobre enemigos imaginarios...

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Corrí a la (brecha con. mi bomba preparada. Llegué. Los caballeros legionarios acababan de romper la resistencia. Tal vez no llegásemos a un centenar, los primemos (hambres que entramos en Badajoz. Por fin vi correr a los «rojos» ante mí y logré comprobar el efecto de mis bombas de mano. iDe pronto, (¿tac», un goflpe en un muslo. Caí...

No- sé bien lo que pasó después. Recuerdo que unas manos estre-charon las mías. Y que uns voces amigas me decían;:

—¡Te has «portao» como un hombre «chaval»! —Así se hace, muchacho! Me curaron. Dormí en un pajar. Al día siguiente me seguí ba-

tiendo. Lo del muslo había sido una rozadura sin importancia. ¡Ya decía yo que «aquello» no podía hacer daño!

RUTAS DE TRIUNFO

—Desde Badajoz, les hicimos correr sin descanso 650 kilómetros. Yo fui detrás de ÜOs ¡rojos más de quinientos. Oropesa, Talavera, Ma-queda, Arenas de San Pedro. ¡Qué bien viví la guerra!

Y José María respira el perfume de sus mejores recuerdos. Y como recordando, dice a media voz: —En Oropesa me despidió el coronel Yagüe. ¡Mi coronel Yagüe!

Dijo que era un niño. Me hizo llorar de rabia. Hasta los periódicos se ocuparon de aquello. ¡Como si yo fuese un niño!

Y el que fué el más joven legionario, añade: — ¡ Qué hacían los hombres que yo no estuviera dispuesto a hacer! Pero José, burila la vigilancia de su coronel y sigue con el' Tercio. —Sí—añade1—; con mis amigos del Tercio, con mis hermanos 'de la

Legión. Había que seguir viviendo la guerra tras aquellos ¡rojos en desbandada. ¡Cómo corrían!

En Maqueda volví a vivir otra gran batalla. Una gran batalla más, en aquellas rutas de triunfo.

Polvo, sol, fragor, casas rotas, gritos, sangre: ¡Maqueda! Aquello era inexpugnable, al decir de los rojos, y les sacamos de

las trincheras de cemento con las bayonetas. Les barrimos con las

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bayonetas como si pincháramos peces fritos con un palillo. Maqueda fué una gran conquista. Porque para esta conquista hubo una buena batalla. Yo (tuve el disgusto de ver caer a un gran amigo aquel día. Desde Badajoz hasta allí vivimos como hermanos. Cayó a mi lado. Me acuerdo de su ú'ltiima sonrisa, /dé su última mirada, de sus últimas palabras:

—Me han dado. Mala suerte. Sigue adelante, que esto no tiene re-medio : ¡ Viva España...!

Se crispaban sus manos. Yo in-tenté sostenerlo. Como si con mi esfuerzo intentase quitárselo a la muerte. Fué inútil...

Seguimos adelante. No había andado tres pasos cuando caí tam-bién. Me había dado un casco de metralla. Nada importante. 1

Me incorporé. Aquello no era nada. Tan no era nada, que estuve cuatro horas haciendo fuego. Fué divertido. Hice un parapeto con dos cadáveres de dos compañeros de la Legión, y me hinché de hacer blancos. Los legionarios son duros hasta después de muertos.

No había acabado de saborear aquel nuevo triunfo de nuestras armas, cuando ¡paf! el coronel Yagtie: ¡Mi coronel!

— ¿Tú? ¿Y cómo estás tú aquí? —¡Mi coronel! Muy contento. Me ha dado un casco de metralla,

y ya me ve. —MejoT, así podrás marchar a tu casa sin volver la cabeza. Y tuve que irme. Y regresé a Zamora. De aquello se ocupó en

eJ «A. B. C.» el gran periodista Sánchez del Arco. ¡Qué bonita es la guerra!

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LA GRAN OSADIA DE LA FE

Yo miro al muchacho, que conserva todas las características de su ed'aid. Tal vez por eso, atrae su simpatía.

¡La guerra es bonita! Así dijo eltmuchacho de la guerra: ¡La guerra es bonita! ¡Qué quiso

expresar el caballero legionario' de catorce años? ¡La guerra es bonita! Qué difícil es el analizar no lo que dijo, sino

lo que quiso diecir, lo que quiso expresar. Tal vez, a 'los catorce años, la guerra se vea con una sola cara. Tal

vez, a los catorce años, la guerra deje de ser trágica, para ser sólo bonita. Tal vez la grandiosidad de la guerra, a los catorce años, pierda en emoción lo mismo que gana en devoción.

Venturosa edad, en que la vida, el dolor y la tragedia, son sólo un espectáculo.

José María, con sus catorce años, veía las cosas como todos los niños de su edad, pero ta edad de José María había producido un hombre, «nada menos que todo un hombre)), que podía servir de ejem-plo a todos los hombres. Gran cría de la raza, este joven caballero legionario.

Su padre lo idecía alguna vez sin que el' chico .lo oyera. —Lo que le pasa a este chico es que tiene casita. Tal vez tfuese eso, por ®o que el chico viera bonita la guerra, por-

que el muchacho fuera un muchacho de casta. —¿Y i tu coronel, te devolvió a Zamora? —Así fué. — ¿ Y (tú? —Yo, que adoro en mi coronel, me resignaba a someterme No

era indisciplina, era rebeldía joven, tal vez santa. ¿No morían por España, muchos de sus hijos?t ¿No defendían los hijos predilectos de España a su madre?, pues yo, como español, quería defender a mi madre España, y si el caso llegara, morir por ella como sus hijos predilectos.

— Y ¿qué hiciste?

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—Pues me volví a escapar dé casa. Y me fui a Guadarrama con un batallón del Regimiento de Infantería de Toledo, que mandaba el comandante Ferrero. Pero un día me dijo el comandante que me iba a mandar para casa. Total, por nada, porque yo me batía como lo que era, como un soldado más. Pero el comandante me dijo seriamente que me mandaba a casa, y en vista de eso, me escapé y me presenté en Salamanca.

—¿ Y qué hiciste en Salamanca ? —Ir al Cuartel General del Ge-

neralísimo. — ¿ Y allí? —Logré ver a Su Excelencia. — ¿Al Generalísimo Franco? —Al mismo. — ¡ Gran osadía de la fe! ¿Y qué

te dijo ? —Me hizo legionario de verdad

y me pude ir donde yo quería. — ¿ Y dónde quisiste ir? —A Asturias; decían que por

allí había fregado gordo. — ¿Y qué impresión te causó el

Generalísimo ? No sé. No sé decirlo. Como si

estuviese delante de España. Como si España descendiera a hablarme. Como si todo lo santo y todo lo grande estuviera ante mí. Ante el salvador de España, yo me sentí temblar, no sé si de jemoción o de miedo, o de alegría, o de gloria. No sé, pero puedo decir que aquel día fué él día más grande de mi vida. ¡Qué importaba ya morir, si había vivido aquel minuto, que valía por toda una vida!

—¡Divina osadía! — Y me fui al fregado die Asturias. Al Tercio, con uin sitio en el

Tercio. Ya no era un turista entre mis camaradas legionarios. A las órdenes del comandante don Ricardo Alonso-, un valiente.

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—¿Y en Asturias!1

—Me batí contento. Muy contento. Y pude comprobar una cosa muy importante. Que cinco hombres pueden tomar una trinchera.

—¿Cómo? —Es uno die esos recuerdos que no olvidaré nunca. Fué un día

de otra manera que aquél en quie me vi ante su excelencia el Generalí-simo, iun día de otra manera, pero también de mucha emoción.

— Y ¿cómo fué? ¿Cómo pueden cinco hombres tomar una trinchera? —Pues es muy fácil. Verá usted...

CUATRO HOMBRES Y UN NIÑO TOMAN UNA TRINCHERA

—En Asturias estuve a las órdenes del comandante don Ricardo Alonso. Todo' un comandante. Todo un caballero. Todo un valiente.

—¿Y tomaste una trinchera? —Contribuí a tomarla con cuatro legionarios más. — Y tú, cinco. —Claro, cuatro y yo cinco. Usted piensa que cuatro y yo, hacíamos

cuatro y medio, pero no fué así, fuimos cinco de la Legión. — ¿ Y cómo fué? —Entonces, en Asturias, había un fregado- bastante decente. Todo»

los días había que vérselas con los «rojillos», y nos las veíamos bás-tente bien. Pero un día, no puedo precisar si de enero o febrero, del I año triunfal, tuvimos más que palabras. Les rechazamos con mu-chas bajas. Empezaba a caer la tarde, una tarde densa, esmerilada por una lluvia fina. Habían: dejado de sonar los tiros, nuestro puesto> no es-taría a más de doscientos metros de 31a primera trinchera del enemigo. Tres camaradas del Tercio, un cabo y yo, comentábamos las inciden-cias de las jornadas. Estábamos alegres. Alguien se había olvidado de una botella de coñac. Nosotros la encontramos y nos olvidamos de de-volverla. Una botella para cinco, no es casi nada. Y cinco para una botella, desde luego, nada. Reíamos. Comentábamos la cobardía de ((aquellos valientes mineros» que teníamos en frente. No tenían

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decisión para el ataque, y la defensa la sostenían mientras no nos veían la cara, pero en cuanto un gorro del Tercio asomaba por sus

trincheras, se llamaban andana. Comentábamos esto, cuando el cabo dijo: —¿Queréis que vayamos a saludar a los «rojillos» de aquella trin-

chera? —A las tres—dijimos los cuatro—. Y como un solo hombre, salimos

de la posición, y sin reparar que nos íbamos a manchar «el temo», co-mo un solo hombre nos pegamos al suelo. El cabo ordenó silencio. Tres se fueron de cara a la trinchera y otro y yo, a unos cien metros de distancia, cada uno por un extremo. La densidad de la tarde nos favorecía. El cabo dispuso que no usá-semos más que la «bomba» de mano y ei cuchillo; por lo visto aquella aventu-ra podía tener ca-racteres de un cuer-po a cuerpo, pero esto lo pienso yo ahora, entonces só-lo pensaba en que aquella emoción, era muy divertida. Yo sentía lo mismo que sentíamos de chicos cuando, jugando al escondi-te, teníamos que registrar en el cuarto oscuro.

¡Qué bonita la emoción de la guerra! Una emoción de cuarto oscuro, entre cuyas sombras se esconde na-

da menos que la muerte o la gloria. Pegados a la tierra seguíamos arrastrándonos bajo la tarde densa

y esmerilada. Nos faltarían veinte metros para llegar; avanzamos.:.; ¿diez?; y en

esto, la voz del cabo que se encrespa y grita: —A por ellos, muchachos. A mí la compañía. Los tires del centro saltaron tres bombas de mano. Nosotros ataca-

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mos por líos extremos. Los rojillos no. se esperaban aquella embestida inverosímil. Seguramente creyeron que les atacaban 400 hombres.

—¡A -mí, muchachos! Dió un salto- de tigre el cabo y se sumergió en ila trinchera como

un iluminado-. Le seguimos. Funcionaron los cuchillos. Salían los hombres como perros, con el rabo ardiendo. Tal vez

fueran treinta los que se dejaron sorprender, cuatro cadáveres quedaron en las trincheras, cinco o seis más sobre el campo, cazados a placer y nosotros, el cabo y yo, dueños de ,1a trinchera. En lia aventura perdi-mos tres camaradas.

Así tomamos una trinchera cuatro hombres y yo. Cinco hombres, según yo. Cuatro hombres y «medio», según usted. Pero de los cua-tro y medio, sólo quedamos uno y medio. Para los tres camaradas, en el cuarto oscuro del escondite de la guerra, se escondía la muerte, v para nosotros...

—La gloria... —No, la tristeza de haberlos dejado allí. —¿Y qué pasó? —Que al cabo le hicieron sargento, y a mí, cabo. Me llamó el co-

mandante y me dijo: ¡Te has portado como un hombre, muchacho! Y esta fué para mí más gloria que mis flamantes galones de cabo.

¡Pobres camaradas caídos! ¡Qué triste dejar en el! camino a tres hermanos!

La güera es bonita, pero algunas veces es triste, muy triste... El comandante Alonso, aprovechando aquella «darita», no sé por

qué, tal vez con ánimo de alejarme también, y parecer que me premia-ba, me dió un permiso largo, y escribió una carta a mi padre, dicién-dole también, que me había batido como un hombre.

Y tuve que volver a Zamora. Terminé mi permiso y me fui a Sala-manca por mi pasaporte. Y en Salamanca...

—¿Qué te pasó? —Qué me encontre a mi coronel Yagüe. —¿Y qué te dijo tu coronel? —Me reconoció en seguida, y me dijo:

—«Te has salido con la tuya. P.uedes irte a tu casa. Ya se te avisará.» Y obedecí. Y me volví a mi casa.

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Zamora se me caía encima. Yo desconfiaba mucho de que me avisa-sen. No oreí que fueran a avisarme nunca más. La guerra se había acabado ¡para mí.

¡ Aquella noche si que tuvo ganas de llorar, como un niño, el cabo más joven de la brava Legión Española!...

UN TIRO DE SUERTE

En Zamora la guerra no ha ¡hecho más que dejar el vaho, caliente de los que se fueron para siempre. Héroes de Ha Zamora chiquita, encerra-da e«n la austeridad de su silenciosa modestia. La Zamora bizantina de las piedras doradas. La Zamora callada y constructiva, hospitalaria y abierta a todos los consuelos, porque abiertos tiene sus brazos para to-dos los caminantes doloridos que llegan, pasan y se van, después de haber recibido, del pueblo de Zamora todas las obras de misericordia, d¡e cortesía y de humanidad. Zamora la cortés. La del buen trato. La hidalga y bizantina. La de la elegancia espiritual' y el corazón abierto a la comprensión.

Y en Zamora, .melancólicamente, dejó correr los días el' cabo más joven de la Legión., acabada su esperanza de ser llamado y con la es-peranza puesta en que un día habrían de llamarle.

—¿Y te llamaron?—lie pregunto en. mi propósito de animarle a que prosiguiera su relato.

—Sí, señor. Me llamaron. Y entonces interviene el padre, mi buen amigo, y me dice: —En efecto, le llamaron. Salió de Zamora el día 23 de febrero,

del segundo año triunfal. — Y marchó... —Contento como un iluminado—continúa el padre . Calcúlate

cuál sería mi sorpresa, cuando justamente a los tres días de haberse marchado, el día 26 del mismo febrero, me lo veo aparecer en el casino. Yo creí que lo habían echado- definitivamente.

—Pero no era eso—^dice él1 mozo—, fué sencillamente, que a la» tres horas de entrar en fuego me dieron un balazo.

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Un tiro de mucha suerte. —¿En qué sector fué eso? —Era el mes de febrero. Y siendo en febrero, no podía ser en

otro sitio que en el sector del Jarama. También fué movido aquel sector, del que no puedo hablar porque sólo estuve, como ya he di-cho, tres horas. Tres horas de fuego no es bastante para poder hablar de una batalla, y de los frentes sólo se sabe lo que se vive y sólo se vive la guerra estando en ella, y sólo se está cuando se pega uno a la tierra con el fusil o se encrespa uno sobre la tierra para dar el pecho a la muerte y usar de las bombas de mano con la misma alegría

conque se usan las serpentinas en Car-naval.

— ¿ Y del tiro qué? — ¡Ah!, pues del

tiro, poca cosa y, sin embargo, lo bastan-te para que me vol-vieran a Zamora.

— Y esta vez para siempre.

Y en este punto vuelve a intervenir el padre del mucha-cho.

—No, para siempre no. El niño vofóvió al frente. Perdóname; para mí «este (legionario», siempre será un niño. Volvió al frente corno te digo y volvió a batirse como un hombre. El muchacho tiene casta...

—Pero volví a encontrarme con mi coronel Yagüe...

—¿Y...? . —Déjame contar, José—dice el padre—. Volvió a batirse como un

hombre; está propuesto para los galones de sargento' y para una recom-pensa importante. Se batió como un hombre; repito que esta guerra no es cosa de broma. Hasta que le descubrió Yagüe,y entonces al des-cubrirlo el coronel, descubrió al muchacho, que no tenía vocación de militar. Lo llevó a Juncos, lo sometió a vida de cuartel; "o hizo lian-

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piar correajes, se ocupó, en una palabra, de disciplinar esa voluntad virgen de mi hijo y adornar su espíritu de aventura. Mi hijo quiso ser militar mientras vivió la vida de campaña, pero cuando lo sometieron a la rigidez del cuartel, el bueno de José me escribió una carta diciéndo-me: «Quiero estudiar. Volver a mis libros.» «Quiero demostrarte que lo mismo tomo una trinchera que conquisto una matrícula de honor.» Dicho sea en honor a la verdad, José es un buen estudiante. Pero además de eso, me añadía en su carta:

«Sabrás que he matado un novillo en Getafe y que me han dado la oreja. Tal vez para ganarte a tí, sea bueno lo de los sobresalientes, pero para ganar dinero, esto del «toro» va bastante bien. Ya puedes reclamarme cuando quieras. Yo me he hecho del Tercio para pegar tiros, pero la verdad, padre, esto de limpiar correajes no me va al temperamento...»

Y lo traje a mi lado. Tiene catorce años, está propuesto para sar-gento y para una recompensa y todo eso, lo ha ganado en el Tercio y en servicio de España.

—¿Estarás orgulloso de él? —Como español sí, como padre no sé si estar triste. Recuerdo aquel

párrafo de su carta... ((sabrás que he matado un toro en Getafe, y me han dado la oreja.»

—Pues estáte satisfecho como padre también.. Analiza al muchacho. Es buen patriota, buen hijo, buen estudiante y, además, tiene un es-píritu de hombre brillante...

Zamora la callada, tiene muchos héroes sobre los luceros... Tito

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Sanvicente, Becedas, ValVerde, Redondo... tantos y tantos muchachos esencia de la raza, espuma de juventud, que supieron morir alegremen-te, como morían aquellos héroes de romance, que la historia señala como antecedentes luminosos...

Y junto a los heróicos caídos, una plegaria de héroes en pie sobre la historia, y junto a unos y otros, José María como .un ejemplo y como un exponenite no ya de la juventud!, sino de la niñez palpitante y en-cendida de esta nueva España, faro de iiuz, irradiando sacrificio y ejemplo sobre los caminos de la civilización occidental que nuestra España joven está salvando de las garras del marxismo internacional.

Por eso un día, la paz universal ofrecerá tributo inmortal al Cau-dillo que la forjó, en el yunque de un viejo pueblo-, plétórico de tra-diciones seculares, sobre el nervio joven de la carne en flor, encendida de corazones únicos, que apenas echados a andar, se ofrecieron a la gloria de la quietud definitiva en defensa de los más santos ideales...

# * *

Y una noche, bajo la bizantina torre de la gentil Catedral zamorana, yo dije al padre de José María:

—Tu dhiquillo tiene un libro. Y él me dijo: —'No lo hagas nunca. —¿Por qué? —Porque dos chicos, mientras no lo son, no deben enterarse de lo

que son. — Y un Episodio- de la Guerra Civil. —No, tampoco-. Los chicos no deben nunca saberse protagonistas

de nada. Si son efectivamente positivos, no deben saberlo tan pronto, y si no lo son, lo creen y se ponen tontos. Y francamente, según dicen, un hijo tonto, salle muy caro.

—Sin embargo*—contesté—, itu hijo en este aspecto, pertenece a Es-paña.

—Sin embargo, yo te suplico que no des el apellido. —Quieres que me exponga a que mis lectores crean que les he con-

tado un cuento. En esta hora, a España sólo puede servírsela con la verdad.

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—A los lectores les interesan los hechos, pero no las personas. —Creo que te equivocas. En España unas veces interesan los hechos

por los hechos y otras muchas, interesan los hechos por la personas que los realizaron...

Y llegó José María. Ríe al vernos y su risa juega con la noche, porque es risa de niño que tras-nocha.

—Bueno, José María, venga tu mano; para mí, es un honor el es-trecharla.

—Ahí va. Y sellamos nuestra despedida en

aquella noche. Bien merece París una misa y

bien merece José María un modesto Episodio. Y aquí está.

Bajo la noche, por fondo la año-sa Catedral de Zamora, quedan pa-dre e hijo hablando, de cosas indi-ferentes.

¡Un caballero de la Legión que no ha cumplido quince años!

¡Un sargento del Tercio, en cuarto año de bachillerato!

¡ Catorce años! Un año para ca-da verso, de este soneto de la vida, enérgico y vibrante, luminoso y rotundo, como aquellos de Fray Lope de Vega, sólo que la vida hace sonetos construyendo héroes de romanee...

Yo oreo en los grandes hombres, a cualquier edad. Sócrates, a los dieciséis años, acabó con. ed viejo prestigio del octo-

genario Anaxágoras... Fué en aquellos años en que Peñoles soñaba con la gloria de Ate-

nas, como el caballero legionario José María Gutiérrez-Somoza sueña con la gloria de la nueva España, que es la España joven de los sue-ños de la más exalada y patriótica juventud1 de todos los tiempos...

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El próximo Episodio:

Gijón rojo y trágico

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C I N C O L I B R O S I N D I S P E N S A B L E S

H a c i a u n a n u e v a Guerra de salvación E s p a ñ a

M A N O L O

S o y u n f u g i t i v o La epopeya del Alcázar

L I B R E R I A S A N T A R E N

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