04 La Política

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    la totalidad, el absoluto. A través de las diversas solicitudes que llegan hasta él en el

    impacto con la realidad, la responsabilidad del hombre se compromete a responder las preguntas que el sentido religioso (o, dicho bíblicamente, el «corazón») expresa.

    2) Al jugarse esta responsabilidad frente a los valores, el hombre se pone en relación con

    el poder. El poder lo entiendo como lo define Romano Guardini en su libro homónimo: lacapacidad que permite indicar una finalidad común y organizar las cosas para alcanzarla4.

    Ahora bien, o el poder está determinado por la voluntad de servir a la criatura de Dios ensu evolución dinámica (es decir, servir al hombre, a la cultura y a la praxis que se derivande ello) o bien tiende a reducir toda la realidad humana a sus propios propósitos, y de ese

    modo, el Estado se presenta como la fuente de todos los derechos y reduce al hombre a

    «un trozo de materia o un ciudadano anónimo de la ciudad terrena»5, como lo expresa la

    Gaudium et spes.

    3) Quiero insistir sobre la posibilidad nefasta a la que me acabo de referir.

    Si el poder mira exclusivamente lo que concierne a su propia imagen sobre la realidad,entonces tendrá que intentar gobernar los deseos del hombre. Pues, en efecto, ante eldeseo –que es el emblema de la libertad, porque abre el horizonte a la categoría de la

     posibilidad–, el problema del poder es el de obtener el mayor consenso posible de unamasa cada vez más condicionada a sus exigencias.

    De este modo, los mass-media y la secularización se convierten en instrumentos para la

    inducción empecinada de ciertos deseos y la cancelación o la exclusión de otros deseosdel hombre, y así los valores sufren una reducción sistemática y esencial. Como observa

    el Papa en la Encíclica  Dives in misericordia: «La tragedia de nuestro tiempo es la pérdida de la libertad de conciencia que sufren pueblos enteros, obtenida mediante el uso

    cínico de los medios de comunicación social por parte de quien detenta el poder»6.

    4) ¿Cuál es la consecuencia de lo dicho hasta ahora? El panorama de la vida social se

    hace cada vez más uniforme y gris: es la gran «homologación» de la que habla Pasolini.Una situación que se podría describir con la siguiente fórmula: la P (poder) está en

     proporción directa con la I (impotencia). El poder se convierte en prepotencia ante una

    impotencia favorecida, precisamente, a través de la reducción sistemática de los deseos,las exigencias y los valores.

    Me permito citar un pasaje del gran escritor checoslovaco Vaclav Belohradsky, uno delos primeros firmantes de «Carta 77».

    Dice así: «Tradición europea significa no poder vivir más allá de la conciencia,

    reduciéndola a un aparato anónimo como la ley o el Estado. Esta firmeza de conciencia esuna herencia de tradición griega, cristiana y burguesa. La irreductibilidad de la conciencia

    a las instituciones está amenazada en la época de los medios de comunicación de masa,de los Estados totalitarios y de la computarización generalizada de la sociedad. En efecto,

    nos resulta muy fácil imaginarnos instituciones tan perfectamente organizadas que

    4 Cf. GUARDINI, R.: El poder, op. cit.m p. 13.5 Cf. Gaudium et spes 14, 2. Constitución pastoral del 7 de diciembre de 1965.6 Cf. JUAN PABLO II: Dives in misericordia, 11. Carta encíclica del 30 de noviembre de 1980.

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    impongan como legítima cualquiera de sus acciones. Basta con disponer de una

    organización eficiente para legitimar cualquier cosa.»Podríamos sintetizar de este modo la esencia de lo que nos amenaza: los Estados

     programan a los ciudadanos, a las industrias, a los consumidores, a las editoriales, a loslectores. Toda la sociedad se convierte, poco a poco, en un producto del Estado.»

    El desencanto actual de los jóvenes y el cinismo de los adultos tiene su origen en elapagamiento del deseo. Y en esta inercia general, ¿cuál suele ser la alternativa? Un

    voluntarismo asfixiante y sin horizonte, sin genialidad y sin espacio. Un moralismo queapoya al Estado entendiéndolo como la fuente última de la consistencia del flujo vitalhumano.

    5) Una cultura de la responsabilidad debe mantener viva la posición original del hombre,

    de la que brotan los deseos y los valores. Una cultura de la responsabilidad tiene que partir del sentido religioso.El sentido religioso impulsa a los hombres a unirse no por la provisionalidad de un

     provecho propio, sino en lo sustancial. Impulsa a unirse en la sociedad con una

    integralidad y una libertad sorprendentes: por ello el nacimiento de movimientos es signode esta vivacidad, responsabilidad y cultura que dinamizan todo el cuerpo social.Hay que observar que es imposible reducir a los a algo abstracto. A pesar de la inercia o

    la falta de inteligencia de quien los representa o de quien participa en ellos, losmovimientos tienden a mostrar su autenticidad haciendo frente a las necesidades en las

    que se encarnan sus deseos; los movimientos responden a estos deseos imaginando y

    creando estructuras operativas, cercanas y adecuadas, a las que llamamos obras («formasde vida nuevas para el hombre», como dijo Juan Pablo II en el Meeting de Rímini de

    1982).Las obras constituyen una verdadera aportación a la novedad del tejido y del rostro de la

    sociedad.

    Me permito observar a propósito de esto que el realismo y la prudencia son lascaracterísticas de las obras que son generadas por una responsabilidad auténtica (el

    realismo se conecta con la importancia del hecho de que el fundamento de la verdad es laadecuación del entendimiento a la realidad; mientras que la prudencia, que en la Summa 

    de santo Tomás se define como un criterio recto ante las cosas que se hacen, se mide

    según la verdad de las mismas, incluso antes que por el aspecto ético de la bondad).La obra, precisamente por esta necesidad de realismo y de prudencia, se convierte en

    signo de imaginación, sacrificio y apertura.Por lo tanto, la fuerza y la duración de la responsabilidad personal se demuestran en el

    compromiso que las personas tengan para reconocer la primacía de una sociedad libre y

    creadora ante el poder. En la primacía de la sociedad frente al Estado se salva la culturade la responsabilidad. Primacía de la sociedad y, por lo tanto, del tejido creado por las

    relaciones dinámicas entre los movimientos. Así, a través de la creación de obras ycongregaciones, los movimientos construyen las comunidades intermedias en que se

    expresa la libertad de las personas, potenciada además por su forma asociativa.

    6) Querría proponer ahora algunas conclusiones.

    7 Cf. BELOHRANDSKY, V.: «L’epoca degli ultimi uomini,» en L’altra Europa 6 (1986), pp. 5ss.

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    Un partido que sofocase, que no favoreciese o que no defendiese esta rica creatividad

    social, empezaría a crear o mantendría en el poder a un Estado prepotente en relación a lasociedad.

    Un Estado de este tipo está en función de los programas de quien está en el poder.Llamaría a la responsabilidad sólo para suscitar el consenso sobre cosas programadas de

    antemano, e incluso la moralidad se concebiría y se exaltaría sólo en función del statusquo, al que quizá se designaría con la palabra paz.

    Pasolini sugería con amargura que un Estado de Poder (es decir un Estado entendidocomo un determinado orden de poder), al modo en que con tanta frecuencia lo tenemoshoy, no es modificable y, al máximo, sólo le deja espacio a la utopía, porque ésta no dura,

    o a la nostalgia individual, porque es impotente.

    Por el contrario, una política verdadera es la que defiende una novedad de vida en el

     presente, capaz de modificar la organización del poder.La politica debe decidir, por lo tanto, si favorece a la sociedad :-exclusivamente comoinstrumento de manipulación del Estado, como objeto de su poder; o si favorece un

    Estado que sea verdaderamente laico, es decir, al servicio de la vida social, según el

    concepto tomista de "bien común, tal y como fue lo recuperó el gran y olvidadomagisterio de León XIII.He hecho esta última observación, aunque sea obvia, para recordar que no es un camino

    nada fácil, sino duro como lo es siempre el camino de la verdad en la vida. Pero no hayque tener miedo, ni siquiera aquí, de lo que decía el Santo Evangelio: el que quiera salvar

    sus cosas y su vida, las perderá, pero el que dé su vida por el nombre de Cristo, la ganará.

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    Capítulo 14: El deseo y la política[Apuntes de una conversación con políticos cristianos,Centro Cultural San Carlo, Milán, 30 de baril de 1987] 

     Don Giussani, quiero preguntarle comparte usted la afirmación de que lo que se dijo en

     Assago ha sido algo insólito e inusual, puesto que la preocupación central de sus

     palabras no ha coincidido con el discurso «político» normal, sino que estaban presentes

    un acento y un contenido diversos.

    Yo no he sentido ningún acento novedoso, quiero decir que he hablado de acuerdo con lo

    que la razón me dicta diariamente, de acuerdo con el tipo de educación que recibí y eltipo de relaciones que vivo normalmente con los demás. Sin embargo, puedo entender

    que mi intervención haya resultado difícil de entender.

    El problema actual consiste en que el cristiano reconquiste la aplicación de los parámetros de la fe, la esperanza y la caridad para aplicarlos en la vida cotidiana: se ha

    hecho precisa una reconquista, porque el ímpetu de la novedad cristiana –esa novedad delser que significa un modo diverso de ser para los hombres– está prácticamente sofocada.

    El Nuevo Testamento habla de una «nueva criatura»8, y Jesús dice a Nicodemo: «Es

    necesario que nazcas de nuevo»9. Lo que no ha sido sólo un modo de decir, sino algo tan

    concreto para Nicodemo (que era un sabio), que éste quedó desconcertado. Una realidad

     puede demostrarse por los efectos que genera y, sin embargo, no verla directamente.

    Dante escribió: «¿Quién eres tú, que quieres erigirte en juez, / para juzgar desde lejos, amiles de millas / con la vista como un palmo de corta?»

    10. Sostener o admitir que la

    realidad desborda aunque sea por un poco nuestra normal capacidad de medirla, equivalea decir: «creo en Dios».

    8 Gal 6, 15.9 Cf. Jn 3, 3.10 DANTE: Paraíso, XIX, vv. 79-81.

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      A pesar de que su intervención fue escuchada con mucha atención, el contenido de la

    misma no se convirtió en parte de los discursos políticos y asistenciales, ¿cómo puede

    explicar esta situación?

    El hecho de que mi discurso no haya sido criticado, o al menos no haya resultado

    criticado acremente, se debe en primer lugar a que el acento del mismo fue puesto enconsideraciones humanas elementales (y por lo mismo difícilmente criticables), pero en

    segundo lugar, porque hay un cierto tipo de personas, de mentalidad y de posición que seencuentran tan lejos de lo humano, que no logran entender el sentido de estas palabras y, por lo mismo, prefieren no hablar de ello.

    En relación a las consecuencias del discurso de Assago surgieron más bien irritaciones y

    ataques.

    Por ejemplo se reprobó la afirmación de que la política tendría que tender a favorecer lacreatividad social que surge desde abajo o, como dice la Doctrina social de la Iglesia,«favorecer la multiplicación de las comunidades intermedias»; esto es para mí un factor

    de vida o muerte para la vida de un pueblo. Y a propósito de ello puede darse que el

    discurso y la acción de la libertad de enseñanza, por mencionar un caso específico, seanmejor expresados por un partido diverso al de mi preferencia.

     El secretario de la Democracia Cristiana comentaba su discurso diciendo que «un

     proceso político construido totalmente en el mañana con referencia exclusiva al deseo,

    es un proceso lejano de los análisis y de las construcciones que nos permiten identificar

    los procesos democráticos al interno de la sociedad». ¿Por qué puso usted el deseo al

    centro de su reflexión sobre el poder?

    Yo comencé con una afirmación que retomé de Juan Pablo II: «La política es un quehacerque se refiere al hombre». Pero, ¿qué es lo fundamental para el hombre?, ¿acaso el

     poder? Si así fuese, el hombre estaría destinado a ser esclavo y quedar alienado por esos

     pocos que tienen la fortuna de expresar ese momento culminante, pasajero y efímero quees el poder en el flujo histórico. Por el contrario, lo esencial para el hombre es eso que yo

    llamo deseo.El deseo es como una chispa con la cual se enciende el motor humano. Todos los

    movimientos de la persona humana nacen de este fenómeno, de este dinamismo

    constitutivo del hombre. El deseo enciende el motor del hombre. Y por ello busca el pany el agua, el trabajo y la mujer, por el deseo busca un sillón más cómodo donde sentarse y

    un alojamiento más decente donde estar, por el deseo se interesa por el modo en queciertas personas son tratadas, aunque él no sea tratado así, lo que se presenta

     precisamente por fuerza del engrandecimiento, por fuerza del dilatarse y madurar de esos

    estímulos que el hombre tiene dentro y que la Biblia llama globalmente «corazón», y queyo llamo también «razón», pues no hay razón sin que, de algún modo, se desate el afecto.

    Justamente bajo el influjo de este deseo, del imperio de estas exigencias, es que yo puedoatender y traducir el deseo que llevo dentro con mis ojos, con mis manos, con mis células

    cerebrales y con la fuerza de mi corazón.

     No existe la posibilidad de construir en el mañana. Existe sólo la posibilidad de construircon el deseo presente, que me hace capaz de estar atentísimo: un padre o una madre que

    tienen un hijo enfermo están atentos a prestarle toda la ayuda que le haga falta, hasta enlos detalles más finos. El deseo resulta así perfectamente analítico en relación con lo que

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    sucede a su alrededor: no se le escapa ni un pelo, pues en cuanto energía de construcción,

    no se cansa jamás.En cambio, es característico de la utopía construir en el mañana a partir del análisis y de

    la postura que no siguen al deseo natural, sino que nacen del preconcepto propuesto porla ideología. Entre seguir la ideología del poder o el deseo del corazón del hombre no

    existe una alternativa. Porque desde hace ya cuatrocientos años el hombre mira larealidad tratando de proyectar sobre ella su propia imagen preconcebida y, por lo mismo,

    la relación entre el sujeto y la realidad se establece como posesión, como poder.El deseo, por su naturaleza, empuja al hombre sobre la realidad abierto a aprender cómomoverse y dónde debe construir. «La cultura –decía Juan Pablo II ante la UNESCO–

    tiene como último objetivo la maduración de la persona, del hombre como objeto y sujeto

    de la cultura»11

    . Todo inicia y termina en el hombre.

    Es por esto que la frase con la cual hemos iniciado resulta dramática y nos obliga a elegirentre dos posturas diversas: o la construcción como resultado del compromiso analítico y productivo del hombre en el presente, o la construcción política futura como fruto de un

    concepto preestablecido, de un programa ideológico (que es la concepción de la realidad

    que arranca de ciertas preocupaciones intelectuales) que analiza y usa la realidad conreferencia a dicho preconcepto y, por lo mismo, es violenta.Hago siempre una comparación que es dramática, sobre todo en estos tiempos: ¿acaso no

     podría el poder quitarse el peso de la vejez a fin de garantizar una humanidad fresca ycreativa? Y así, ¿quién podría impedirle a este poder que instaurase una ley general de la

    eutanasia para quien cumpliese treinta años? ¿Quién se los podría impedir? Nadie.

    Hay diferencia entre el proyecto de un hombre que nace de aquello por lo que el hombrefue hecho (deseo, exigencia, urgencia, evidencia, corazón) y el proyecto político

    construido sobre el concepto que los intelectuales han inventado acerca del hombre y susrelaciones con el mundo.

    El análisis y la construcción dependen de la intensidad con la que el deseo sea realista.

    Por ello no es una utopía ni un idealismo; en cambio, la utopía y el idealismo son propiosde quien pone la tecnocracia como su principio político, porque la tecnocracia presupone

    la existencia de hombres-máquina, la existencia de hombres que son total yabsolutamente observados mediante sus análisis y son manipulados integralmente en

    vista de la construcción. Pero, gracias a Dios, los hombres no son así. De suerte que la

    esperanza marxista de Bloch es infinitamente más abstracta y futurista que la esperanzacristiana, en el sentido de que la esperanza cristiana se encuentra dentro del instante,

    como el pico que golpea contra la roca del hoy. No es el instante abstracto, sino elinstante en las condiciones concretas que trae consigo. Lo único que nos permite eludir

    esta concreción es el preconcepto, y el preconcepto nace de una imagen que construimos

    al margen del amor. La imagen construida con amor, en cambio, enfrenta la realidad talcomo ésta se muestra, en correspondencia con su propio deseo.

    Pero de hecho el poder se ejerce a menudo en contradicción con el deseo. Así que

    cuando nos ponemos a hacer política, dicha contradicción nos hace parecer como

    caballeros medievales que irrumpen valerosamente dentro de una realidad que no

    corresponde con el deseo y se convierte en un desafío para los hombres: el desafío de

    11 Cf. JUAN PABLO II: La vida humana es cultura, Alocución ante la UNESCO, 2 de junio de 1980, op.

    cit., p. 473.

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     poder plegar el poder al deseo. Se trata de un desafío que no puede explicarse en

    términos políticos, y por ello que hago el ejemplo del caballero medieval, porque él

    tendría que resolver el poniendo en juego la unidad de su persona.

    El poder tiene que ver con los hombres, y los hombres son más complejos de lo que pueden expresar los análisis del sociólogo o psicólogo en turno. Por ejemplo, el hombre

    tiene una necesidad absoluta de crear la propia realidad de algún modo: para entender bien esta afirmación piensen ustedes lo que sucedería si el Estado estableciese quién será

    tu mujer y tu familia, cuántos hijos debes tener y dónde debes vivir. ¡Sería un infierno!Porque el hombre es protagonista de sí mismo.Debemos tener presente que el poder guía una sociedad humana, es decir, una sociedad

    compleja, hecha por hombres. Así que el hombre no puede ser reducido a ningún

    esquema analítico. Por ello la sabiduría de la Doctrina social de la Iglesia invita al poder

    a que solicite, ayude y, por tanto, valorice la iniciativa del hombre y el protagonismo dela gente, y ha acuñado un principio que ha sido repetido continuamente, primero por JuanXXIII y luego por Paulo VI: el principio de subsidiariedad. Según él, el Estado, el poder,

    debe intervenir sólo ahí donde el hombre haga falta, donde el hombre no logre construir

    lo que desea construir a pesar de tener derecho de hacerlo conforme con su naturaleza, loque no quiere decir que el poder tenga derecho de actuar ahí donde el hombre no logrehacer lo que el jefe del gobierno se imagina que debe ser construido.

    Aquí retomo el concepto de «sociedades intermedias» que señalaba en Assago: unhombre tiene un deseo y busca el modo de satisfacerlo, otros hombres sienten el mismo

    deseo y también buscan satisfacerlo, luego entienden que juntándose satisfacen cada cual

    su deseo de un modo más fácil y pleno. En la medida en que el poder da libertad paracrear comunidades intermedias y se pone a su servicio, en esa medida existe una

    humanidad feliz.Esto es tan cierto, que la gente para la cual el poder es lo primero, tiene necesidad de que

    el hombre no sea feliz para poder trabajar, tiene necesidad de esclavizar el orden de los

    hombres, tiene necesidad de complicar o sofocar la movilidad creativa de los gruposhumanos.

    El poder, que fue hecho para servir (principio de subsidiariedad), fácilmente se puedeconvertir –debido a la naturaleza humana– en despiadado y déspota, sin que para ello

    tenga que llegar a la creación de las cámaras de gas de Auschwitz o los láger soviéticos.

    ¿Qué diferencia hay entre el discurso sobre el deseo en el que usted ha mostrado tan

    notable certeza y las batallas de liberación que se realizaron en el pasado, fundadas

    sobre la base de que era necesario liberar una serie de deseos que de otro modo

    seguirían siendo oprimidos (tales como el divorcio, el aborto o la libertad sexual) y que

    hoy aparecen como un sistema de valores comunes en los que nos encontramos inmersos

     y como una especie de consenso común sobre los deseos?

    Hay una palabra que corresponde con la idea verdadera de hombre y, por tanto, con laidea verdadera de política: la palabra «libertad». La libertad es lo contrario de lo que

    usted dijo antes (libertad de abortar, de divorciarse, etc.), porque la libertad no es algo

    que pueda ser definido por el poder a través de los medios masivos de comunicación.

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    A mis estudiantes de la universidad les digo12

    : «cuando ustedes escuchan pronunciar la

     palabra libertad o cuando oyen hablar de la relación entre hombre y mujer, les vienen a lacabeza las imágenes del poder, de lo que dicen los poderosos. De ese modo ustedes

    quedan bloqueados por el poder».La libertad es una palabra que uno debe aprender a través de la observación de su propia

    naturaleza.La libertad nace de la satisfacción del deseo, lo que quiere decir que la naturaleza nos

    indica que la libertad es esa capacidad a través de la cual buscamos la satisfacción total yfinal, es decir, la capacidad de la felicidad. Es lo mismo que decían los filósofos alafirmar que la libertad es la capacidad del fin, del destino.

    Esto significa que la libertad es la capacidad de adherirse, no la capacidad para romper

    las ataduras. La libertad es la capacidad de adherirse fielmente con una mujer, y no la de

    abandonarla cuando te parezca y te plazca.Una acción política debe tener en cuenta eso que la naturaleza del hombre indica, esomismo que la naturaleza del hombre aconseja como ideal.

    Al dar respuesta a la propia necesidad, el deseo construirá como pueda, y diez años

    después logrará construirla mejor. De modo que, de ningún modo, la exaltación del deseoconsiste en posponerlo para el mañana. Se trata de no dejar ir ninguna posibilidad del presente; el mañana, si no es el fruto del sacrificio presente, es la violencia: la violencia

    de la imagen que se proyecta empujando las cosas de acuerdo con el programa preestablecido.

    ¿Qué puede querer decir «servicio» sino subsidiariedad? Si veo que uno se cae y no

     puede levantarse, corro a ayudarlo. Esta es la subsidiariedad, es decir, el servicio. El poder es este servicio. Por ello el poder es la cosa más grande y buena.

    De modo que al poder se le debe juzgar por sus síntomas, en cuanto éstas indican si viveel principio de subsidiariedad o la prepotencia (tal como me permití expresarlo en

    Assago). Pues el peligro más grande del poder es la prepotencia, la prepotencia. Ya que

    en la prepotencia desaparece totalmente la imitación que el poder puede hacer del poderde Dios, que es el Señor.

    Un cristiano debe tener presente en todas sus decisiones, se presenten en el nivel que se presenten (y por tanto también sus decisiones políticas), las indicaciones del magisterio

    de la Iglesia. Pues creo o no creo en esta unidad, pero si creo en ella, entonces mi criterio

    se conforma con dicha unidad y escucho al órgano por el cual expresa potentemente elsentido del destino y del camino. Este es el magisterio eclesial. Así que de Cristo en

    adelante la cosa más grande para nosotros es que el criterio hermenéutico, el criteriointerpretativo que necesitamos, no es algo que está dentro de nosotros, sino fuera. Es algo

    grande porque no existe una tercera posibilidad: si este «fuera», si este criterio último de

    interpretación, no es Cristo («Yo soy el camino, la verdad y la vida»13

    ), que permaneceen la historia como un magisterio infalible, entonces este criterio es el poder. Por ello, la

    cosa más dramática de este tiempo es el peligro de perder de modo absoluto la libertad dela inteligencia y el afecto.

    El Papa dijo en un discurso que es mejor morir que perder nuestra humanidad. La

    humanidad la pierdes cuando el poder determina tus pensamientos y tus sentimientos. Por

    12 Monseñor Giussani fue catedrático de Introducción a la Teología en la Universidad Católica del SacroCuore en Milán de 1964 a 1990.13 Jn 14, 6.

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    ello debemos estar atentos para salvar esta libertad también dentro de la Iglesia. Se trata

    de obedecer al magisterio en sus directivas tanto como tener el valor de vivir hasta elfondo tal obediencia, hasta el punto de que tu libertad responda obedientemente ante las

    circunstancias.

    ¿Por qué un cristiano habría de renunciar a seguir el poder una vez que se percata que através del poder puede buscar la realización de sus deseos?

    Usted está invitando al cristiano a que desee el poder… ¡De acuerdo! Estoy totalmente deacuerdo con usted. ¿Cuál es nuestra tarea? Que el poder sea deseado como servicio. No hay nada tan cercano al poder como la palabra amor. Es Jesús quien ha realizado esta

    unidad. Multipliquen sus compromisos, sin importar a que partido pertenezcan. Basta que

    tengan presentes estas cuestiones.

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    Capítulo 15: Afirmar al otro por lo que es

    [«Democracia», apuntes de método en El camino a la verdad es una experiencia , Encuentro,1997] 

    El valor de la democracia es una condición necesaria para desarrollar socialmente una

    comunión misionera, pero al mismo tiempo es ya una expresión embrionaria de ella:

    1) El ideal de la democracia surge normalmente como exigencia de relaciones exactas y

     justas entre las personas y los grupos. Más particularmente, la exigencia natural yhumana de que la convivencia ayude a afirmar a la persona, de que las relaciones

    «sociales» no obstaculicen el crecimiento de la personalidad, es un punto de partida parala verdadera democracia.

    Por lo tanto, el principio de la democracia es el sentido del hombre «en tanto que es», es

    la consideración, el respeto y la afirmación del hombre «porque es».La democracia, en su auténtico espíritu, no es ante todo una técnica social, un mecanismo

    determinado de relaciones externas; de modo que la tentación que debemos evitar es la dereducir la convivencia democrática al puro hecho de un orden exterior y formal. En tal

    caso, el respeto por el otro tiende a coincidir con una fundamental indiferencia hacia él.El espíritu de la auténtica democracia mueve, en cambio, a que todos tengan una actitudde respeto activo en relación con los otros, en una correspondencia que tiende a afirmar al

    otro en sus valores y en su libertad. A este modo de relación entre los hombres que lademocracia tiende a instaurar se le podría llamar «diálogo».

    El diálogo como método de convivencia evidentemente tiene que radicar y calificarse de

    acuerdo con una «ideología», de acuerdo con un determinado modo de concebirse a símismo, a los hombres y al mundo; de tal suerte que la voluntad de diálogo no puede

    separarse de un determinado tipo de sensibilidad y de cosmovisión en la que se vive. Aúnel más sincero de los demócratas sufre por ello la tentación de considerar que el triunfo

    de su modo particular de concebir al mundo y al hombre deba ser considerado como el

    criterio ideal.Pero si esta expectativa deja de considerarse como una esperanza para convertirse en el

    motivo y el criterio de la relaciones, entonces se convierte en violencia, en la violencia de buscar el triunfo de mi ideología, con la eliminación del individuo libre. El esfuerzo de

    crear, por ejemplo, la Internacionalización, o de generar una homogeneidad a toda costa

    «dejando de lado todo lo que nos divide», puede tener un punto de partida conmovedor, pero al final y siempre, termina por despedazar a la persona en nombre de una idea matriz

    o de una bandera.

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    El indispensable que el criterio de la convivencia humana sea la afirmación del hombre

    «en cuanto que es»: sólo entonces el ideal concreto de la sociedad en la tierra será laafirmación de una «comunión» entre las diversas ideologías que se están en juego.

    Por ello el contrato que regula la vida común (la «Constitución») debe buscar ofrecernormas cada vez más perfectas que aseguren y eduquen a los hombres para que estos

    convivan como comunión.

    2) El cristiano se haya particularmente dispuesto y sensible hacia este valor, justamente porque es educado para afirmar la caridad como única ley de la existencia, por la que elideal de toda acción es la comunión con el otro y la afirmación de su realidad «porque

    es».

    Pero sólo en la caridad cristiana esta afirmación es segura, en cuanto que en la caridad

    ese respeto activo hacia los demás hombres encuentra su motivo último. El motivo últimono puede ser sólo el hecho de que «un hombre es un hombre», el motivo último de mirespeto hacia el otro debe ser algo que tenga que ver con mi propio origen y destino, con

    mi bien y mi salvación, debe ser algo que corresponda supremamente con mi fin: algo

    que entra en comunión definitiva conmigo.El motivo último es el misterio de Dios, en su esencia (Trinidad) y en su manifestaciónhistórica (Reino de Dios). Debo respetar activamente al otro (amarlo), porque así como

    es, pertenece al misterio del Reino de Dios; debo acercarme al otro casi con la mismareligiosidad con la que me acerco al Sacramento, porque él es un segmento del designio

    de Dios, y el misterio de Dios es un misterio de bien que excede a mi control.

    Sin este fundamento, la afirmación de la persona como último y verdadero criterio desociabilidad no puede sostenerse y alimentarse, sino que va a la quiebra y se vuelve de

    nuevo sutil y violentamente ambiguo.Es por ello que Pío XI dijo en una ocasión que «La democracia será cristiana o no será»

    (ya que si Dios puede «convertir las piedras en hijos de Abraham»14

    , con mayor razón

    hace de la Iglesia el lugar donde vive la conciencia de su misterio).

    3) Un gobierno de la cosa pública que se inspire en el concepto cristiano de laconvivencia tendrá como ideal el pluralismo. De modo que las tramas de la vida social

    deberán hacer posible la existencia y el desarrollo de cualquier tipo de intento de

    expresión humana.La realización de esta convivencia plural implica grandes problemas: el pluralismo es una

    directriz ideal para este mundo. No obstante, es necesario comprometerse en el sin temor.El pluralismo, justamente en cuanto que tiende a afirmar todas las experiencias libres y

     particulares de acuerdo con su autenticidad, tiende también a oponerse decididamente al

    concepto de democracia y apertura que prevalece en nuestra mentalidad actual.Según nuestra visión, tendemos a identificar el relativismo con la «democracia», sin

    importar de que tipo de relativismo se viva, con tal que sea relativismo; y por tanto setiende a calificar como antidemocrático (intolerante y dogmático) todo aquello que

    afirme algo absoluto.

    De esta mentalidad y del compromiso que conlleva, nace ese intento de definir como un«espíritu abierto» a quien sea proclive para «poner entre paréntesis todo lo que nos divide

    14 Cf. Mt 3, 9; Lc 3, 8.

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    y mire sólo lo que nos une», a quien es proclive a «no tener en cuenta las ideologías» (lo

    que de por sí es una «ideologización») provocando un gran número de equívocos.En particular es importante hacer notar que esta posición tiende a arrancar de la presencia

    cristiana en el ambiente y la sociedad precisamente aquello que tiene de peculiar, trata devaciar la presencia cristiana del contenido de Su comunión y disipar la esencia de su

    misión.Es fácil notar que la primera característica que es negada al cristianismo en nombre de

    esta falsa democracia es su presencia comunitaria en la sociedad: toda manifestación deese hecho esencial por la cual el cristianismo vive y actúa como comunión y comoobediencia, y por ello como comunidad jerárquica, será tachado de clausura, de

    integrismo y de intento de dictadura clerical.

    Para nuestra mentalidad cristiana la democracia es convivencia, es reconocer que mi vida

    implica la existencia de otro y que el instrumento de la convivencia es el diálogo. Pero eldiálogo es propuesta al otro de lo que yo vivo y atención hacia lo que el otro vive, propuesta y atención que nacen de una estima por su humanidad y por un amor al otro

    que en ningún momento implica duda sobre mí, que no implica en ningún sentido

    renunciar al compromiso que tengo que lo que soy.Por ello la democracia no puede fundarse interiormente en una igualación ideológicacomún, sino en la caridad, es decir, en el amor del hombre adecuadamente motivado por

    su relación con Dios.