08. Mayer - América Nuevo Escenario Del Conflicto Reforma-Contrareforma

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  • Amrica: Nuevo escenario del conflicto Reforma-Contrarreforma

    ALICIA MAYER

    Diversidad doctrinal: protestantismo y catolicismo

    Joel R. Poinsett, ministro norteamericano comisionado en Mxico en 1825 escribi, el 1 de marzo de 1829, al secretario de Estado Martin van Buren la siguiente opinin sobre lo mexicano: "El carcter de esta gente no se puede entender [...] sera un error querer compa-rarlos con las naciones libres y civilizadas de Amrica y Europa [...] Dudo mucho que esta nacin haya avanzado un paso en conocimiento y civilizacin desde la poca de la Conquista al momento de decla-rarse independiente".1

    Tomamos como referencia la cita de un estadounidense del siglo pasado, pero la literatura viajera ofrece, desde la centuria diecio-chesca, innumerables ejemplos de este tipo. Hoy, mucho se ha reco-rrido desde la fecha del citado informe y la experiencia histrica ha diluido algunas diferencias, sobre todo en los tratos diplomticos y comerciales. Sin embargo, se palpa an ahora la incomprensin en-tre las dos Amricas, la sajona y la hispana, que frena l dilogo y la interaccin en un plano ms igualitario.

    Nuestro objetivo en este trabajo es reflexionar sobre el origen de la diversidad entre estos mundos tan polarizados ideolgicamente, como hermanados por un espacio compartido en el hemisferio americano.

    1C. Bosch Garca, "El mester poltico de Poinsett", en Documentos de la relacin Mxico-EEUU, p. 383.

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    Hagamos nuestro el consejo que da el escritor Alejo Carpentier, en su Viaje a la semilla, de mirar en retrospectiva el milagro de la vida, hacia el punto de partida. Mas en este caso lo haremos desde la pers-pectiva de la historia, que analiza fenmenos humanos con una vi-sin muy amplia. As, podemos vislumbrar que el origen de la diversidad entre la Amrica sajona y la iberoamericana descansa en el distinto impulso colonizador de Inglaterra y de Espaa desde el si-glo XVI. Ms an, particularmente debe buscarse en las diferencias doctrinales que conformaron a ambos mundos durante la pugna Reforma-Contrarreforma, que se prolonga con mayor fuerza en el siglo XVII.

    Ambas naciones haban experimentado la unificacin poltica des-de fines del siglo XV, lo que fue una tendencia de la poca de consoli-dacin de los estados nacionales atlnticos (Espaa, Portugal, Francia e Inglaterra), as como una condicin necesaria de su ulterior expan-sin. El fortalecimiento de esos estados europeos por la va de la centra-lizacin regia hizo posible que se incorporasen proyectos sociales, polticos, religiosos y econmicos tendientes a su engrandecimiento, lo que tambin determin su capacidad y necesidad expansiva.

    El siglo XVI trajo grandes cambios e insospechados derroteros para la humanidad. Pensemos, por ejemplo, en el ao 1521. Corts con-quistaba Mxico-Tenochtitlan cuando Lutero vea salir a la luz los pri-meros impresos de su triloga en contra de la Iglesia de Roma, El proceso de Conquista y colonizacin de Amrica fue contemporneo al movimiento de Reforma en Europa.

    A raz de estos acontecimientos, se formularon nuevas metas, aun-que cada regin del Viejo Mundo difera en cuanto a la eleccin de su credo religioso: el norte se inclinara por la nueva propuesta cis-mtica mientras que el mundo mediterrneo se apegara a los dicta-dos de la Iglesia romana. La eleccin desencadenara una larga pugna en la que se veran involucrados muchos grupos humanos que empearan la vida, la honra, la hacienda y la salvacin en una especie de cruzada, ya no tanto de cuo medieval, sino de los modernos tiempos, en que incluso se revolucion el arte de la guerra y de la navegacin.

    La expansin del catolicismo en Amrica comenzara con los es-fuerzos de los espaoles por imponer su devocin ancestral ante las creencias indgenas, al mismo tiempo que luchaba contra el protes-

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    tantismo que avanzaba en Europa, sobre todo en las regiones nrdi-cas ms alejadas de la influencia romana. La propaganda se transmi-ti con mayor efectividad gracias a la imprenta, invento que cambi la manera de comunicarse de los europeos. Mientras que en Amrica, Corts y sus huestes destruan los dolos paganos, en Europa los ico-noclastas protestantes hacan lo suyo en contra de las imgenes cat-licas. La pugna Reforma-Contrarreforma revolucion poco a poco la forma de pensar de los europeos.

    En el siglo XVI la cristiandad occidental se polariz en dos mitades tan espiritual, como tica y econmicamente diferentes. Es en este desmembramiento donde, curiosamente, debe buscarse el origen de las dos distintas entidades que surgieron en el continente americano, es decir, el mundo de origen ibrico-catlico y el anglo-protestante. La eliminacin de Espaa como potencia naval (1585) y la subsiguiente presencia de Inglaterra sobre tierra firme americana (1607) deter-min asimismo la existencia de dos mbitos antagnicos en el nuevo hemisferio. As, el conflicto entre la Inglaterra isabelina y la Espaa de los Austrias, proyectada despus hacia sus herederos, dominara el escenario europeo durante el siglo XVI y se prolongara, quiz con mayor fuerza, al orbe americano.

    Poco,despus del cisma, Inglaterra se decidi por la vertiente calvi-nista, aunque en un enfoque moderado, anglicano, y lo hizo por razo-nes polticas y hegemnicas. Si bien el podero del Albin se mira desde el punto de vista de su potencialidad econmica y poltica, abanderara igualmente el estandarte religioso que le era propio para combatir a Espaa en el terreno ideolgico. Esta ltima se alz tajante por la deci-sin antiprotestante. Su meta en el siglo XVI fue mantener unida a una cristiandad que se desmoronaba por el movimiento reformista, por las ambiciones nacionalistas,y econmicas de otras potencias y por las pa-siones creadas en torno a la nueva religin. Espaa embisti con la fr-mula contrarreformista, al mismo tiempo que se proyectaba hacia Amrica en una de las zagas ms impresionantes de la historia. La Con-trarreforma marc los ordenamientos ticos y econmicos de la penn-sula ibrica al igual qu de sus colonias, lo mismo que la Reforma regul los derroteros de Inglaterra y sus posesiones americanas. Los modelos de vida elegidos las confrontara como enemigas en ambos continentes.

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    El conflicto entre Inglaterra y Espaa que arranca a principios del siglo XVI es parte del pasado conformativo de las colonias americanas (que posteriormente formaran las naciones de Estados Unidos, Ca-nad, Luso e Hispanoamrica). Nada nuevo parece que decimos con eso, mas en ocasiones se olvida la herencia de la historia europea y el mare magnum de los eventos coloniales.

    Nos interesa profundizar ahora en la traslacin del movimiento Reforma-Contrarreforma en el nuevo continente que decidi el por-venir histrico de Norteamrica e Hispanoamrica respectivamente. Ese conflicto, que debe ser visto como una parte del proceso de occidentalizacin de Amrica, determin el modo de ser de los dife-rentes pases americanos. Los distintos mbitos coloniales represen-tan la materializacin de un programa espiritual que se realiza en toda su magnitud en el nuevo suelo. La herencia histrico teolgica y, ms an, las diferentes vivencias religiosas, conformaron a los pueblos de diversa manera. Es necesario urgar en los rasgos espirituales de las respectivas culturas para ver dnde se originan sus caractersticas ms prominentes.

    La historia de nuestros pases es el resultado de una serie de pro-cesos religiosos ya secularizados. En el programa colonial del siglo XVI y en su realizacin en las centurias posteriores se finca la identidad que caracterizar a los pueblos del hemisferio americano.

    Es tan importante estudiar los aspectos espirituales como los ma-teriales para entender la aventura civilizadora europea en ultramar. Adems del Auri sacra fames, tan cara a! hombre renacentista, fu una sincera conviccin por poner en prctica la experiencia de depura-cin del cristianismo lo que anim a los colonizadores europeos en su penetracin por el Nuevo Mundo. Inglaterra y Espaa responden a los patrones de vida de la Europa occidental cristiana, lo que en el fondo no las hace tan extraas o ajenas, aunque cumplieron con los dictados de la reforma religiosa de distinta manera. Por ejemplo, en los reinos espaoles tenemos el experimento franciscano de la utopa milenarista; el erasmiano de la Philosophia Christi y el de corte postridentino. Mientras tanto, en el mundo colonial ingls, despunta el puritanismo, el cuaquerismo y las corrientes derivadas de las dems congregaciones, as como el Gran Despertar y el metodismo del siglo XVIII. En comn, en ambos mundos se persigui el fin de re-

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    crear el reino de Dios en Amrica, fuerte coincidencia que observa-ron catlicos y protestantes, derivada de la misma visin cristiano oc-cidental del mundo. Muchos ideales eran los mismos, aunque quiz subsumidos o disfrazados bajo el diferente aderezo devocional con que quera sazonarse el platillo nacionalista y patriotero. Si compara-mos los objetivos y los valores de los jesutas, por ejemplo, y de los puritanos en Amrica, mucho se podr extraer de comn entre ellos, pese a que eran enemigos declarados en su tiempo. Si bien diferan en la teologa, se observa en ambos una disciplina frrea, una organi-zacin perfecta, un don de proselitismo y propaganda en sus credos, una enorme fuerza de voluntad, autoconocimiento y autocontrol, aus-teridad, frugalidad, espritu de empresa, amor por la educacin y una pedagoga de vanguardia; humanismo, inclinacin al sacrificio, as como nimo para la ganancia lcita y honesta.

    En suma, cuando hablamos de Amrica como nuevo escenario del conflicto Reforma-Contrarreforma, nos referimos precisamente a que el continente fungi como un gran teatro donde catlicos y protes tantes vivieron su diferente espiritualidad; los primeros tratando de hacerse dignos de la salvacin mediante la renuncia, la caridad y las buenas obras; los segundos por medio del cumplimiento de su voca cin sui generis, a travs de la regeneracin en esta vida con la con fianza de una eleccin individual asegurada en el xito personal y material. Ambos, caminando por diferentes vas, reflejan modos de vivir dramticos.

    El conflicto se proyect a Amrica gracias al proceso colonizador. Como en Europa, aqu tambin la pugna se polariz. Se volvi a plan-tar la semilla preexistente en el Viejo Mundo. El odio al rival fue ali-mentado desde el siglo XVI y transmitido a travs de publicaciones que llegaron a los colonos, quienes lo aprehendieron hasta hacerlo suyo, ntimamente. La propaganda en Inglaterra empez temprana-mente con libros como los de Hakluyt y Purchas, luego la literatura isabelina y la cromwelliana asestaron contra el rival espaol. Atizaron el fuego de la condena antihispnica los libelos publicados en los Pa-ses Bajos entonces en guerra de independencia contra la monarqua de Felipe II. En el siglo XVII, el ataque de ingleses y novoingleses se orient principalmente contra Luis XIV, archienemigo de Inglaterra y de forma paralela contra la polticamente decadente Espaa.

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    Igualmente, del lado de Espaa, la prosa y poesa del Siglo de Oro manifiestan el encono contra los ingleses, ya tradicionales enemigos del orbe catlico, y en sus colonias, el ataque continu por medio de escritos de todo tipo. Un ejemplo es la Primavera Indiana de Carlos de Sigenza y Gngora que trasluce en sus octavas lo anterior:

    Ahora que la Hydra venenosa El caudaloso Tmesis esconde, Y al padrn de la fe siempre gloriosa Con pervertidos dogmas corresponde: Esfera fuiste donde victoriosa La piedad alberg, y eres hoy donde Ay dolor donde azicalan atropadas Contra la ciega fe, ciegas espadas.2

    Tanto en Hispanoamrica como en Angloamrica, fue a travs del sermn que se transmiti la propaganda nacionalista y religiosa. Destaca tambin el uso de catecismos escritos en el idioma del pas enemigo que eran enviados con la esperanza de instruir y convencer o de hacer proselitismo. Es interminable en el siglo XVII la guerra de panfletos, catecismos, arengas verbales y sermones. Una vez transmitidos los parmetros de conducta con machacona insistencia por las esferas dominantes, entre los que haba hbiles idelogos de la Reforma y de la Contrarreforma, el alud de la intolerancia se hizo imparable. En el nter, cada mbito colonial fue construyendo sus respectivas identidades, su modo de ser, en el que se inclua siempre el estereotipo del rival.

    Amrica, este nuevo teatro de dramatizacin de la reyerta religiosa, ideolgica y finalmente nacionalista aportara, sin embargo, sus propios matices. En este mbito florecera una nueva planta distinta de Europa. Este orbe no se desangrara con las guerras religiosas que desgastaran al otro continente. Aqu el odio permanecera casi a nivel del subconsciente y aflorara comnmente en esas manifestaciones que hemos mencionado: sermones, prosa, verso, teatro, pero casi nunca en encuentros cara a cara. Adems, el criollismo hara acto de

    2 Carlos de Sigenza y Gngora, Primavera Indiana. Poema Sacro Histrico. Idea de Mara Santsima de Guadalupe de Mxico copiada de flores.

  • Amrica: Nuevo escenario del conflicto Reforma-Contrarreforma 19 presencia en la historia americana, dndole un carcter propio al an-tagonismo religioso en el mundo transocenico. Mucho del orgullo de los nacidos en estas tierras se fincara en la exaltacin de los ele-mentos de su entorno y en la defensa de sus credos religiosos.

    Como puede verse, son muchos los matices que se desprenden de ese fenmeno histrico de largos alcances que se ha denominado la era Reforma-Contrarreforma. En este ensayo se propone un debate recapitulador; se sugiere instrumentar una nueva materia prima con-ceptual para acercarnos a la historia de Amrica, no ya desde la ata-laya de la polarizacin que slo conduce a la trgica disyuntiva de elegir entre dos caminos en el desarrollo histrico, el bueno y el malo, sino de uno que perfile un todo congruente, comprensivo y es-darecedor. Para ello, la historia comparativa abre nuevos cauces de estudio. Imposible resultara en este espacio abarcar todos los elemen-tos que se vislumbran en la Amrica sajona y en la Hispana a raz de los enfrentamientos ideolgicos que les heredaron sus madres pa-trias. Enumerarlos siquiera nos arrojara a un listado sin sentido. Empero, s podemos espigar algunos y emprender la marcha hacia una discusin.

    El interminable debate sobre la modernidad

    Hace poco tiempo escuch decir a un notable historiador britnico que debatir actualmente sobre la modernidad era un ejercicio inte-lectual obsoleto. Acostumbradas las potencias capitalistas a imponer valores paradigmticos, han logrado tambin sumirnos en el confor-mismo de aceptar, a veces sin cuestionamiento, que las naciones pro-testantes dieron el paso definitivo a la modernidad, mientras que las de herencia catlica se quedaron rezagadas.

    Histricamente, el mencionado "debate" se remonta al siglo XVI, cuando William Temple y William Petty, ingleses ambos, escribieron sobre el avance econmico de su patria y atribuyeron al protestantismo la causa de dicho crecimiento, mientras que otras naciones, particularmente Irlanda, se haban quedado atrs por causa de su religin. Desde entonces, surgi una polmica que se ha avivado o adormecido a lo largo de casi cuatro centurias, pero se encendi con

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    fuerza a principios del siglo xx con la publicacin de La tica protes-. tate y el espritu del capitalismo, de Max Weber, que motiv a ms de una veintena de autores de muchas nacionalidades y credos a anali-zar el fenmeno, a emitir juicios y conclusiones.

    Polemizar hoy en torno a la modernidad o a su contrario, el misonesmo casi a los albores del siglo XXI, sigue siendo, en mi opi-nin, no slo un tema interesante, sino un asunto legtimo y vigente, por lo menos en las naciones que no hemos alcanzado, en la ptica de las otras que s lo han hecho, la categora de modernidad.

    Hoy sentimos los hispanoamericanos que hemos recorrido un lar-go y penoso camino para entender por qu debemos aplicar frmu-las ajenas a nuestro desarrollo: repblica, federacin, democracia, liberalismo, capitalismo. Todos ellos son trminos que nos sientan, pero no muy holgadamente. Se nos viste con ellos y los lucimos, mas no nos sentimos muy cmodos en el traje de gala confeccionado a la medida de nuestros vecinos del norte. En nuestra historia, ha habido escasez de tela de donde cortar para adecuar su hechura a nuestras necesidades. En ocasiones, el patrn a seguir se mira casi impercepti-ble, como el que inventaron los sastres del cuento de Grimm para probar la humildad del emperador: bien elegante, pero invisible.

    Reflexionemos en el comentario de Serge Gruzinski: "En el siglo XVI dice el historiador francs !a Reforma protestante y la Con-trarreforma catlica tomaron determinaciones opuestas y decisivas para los tiempos modernos".3 En efecto, cuando hablamos de ese conflicto inevitablemente debemos aludir a su impacto o proyeccin sobre lo que se ha denominado modernidad. La dialctica de este mo-vimiento va dando forma a una nueva visin del mundo, a un nuevo sentir sobre la vida, a una nueva concepcin del hombre, del cosmos, del Creador, de la naturaleza y a otras formas de organizacin polti-ca y econmica. A esa otra manera de dar respuesta del mundo dis-tinta de la tradicional es lo que se denomina modernidad. Hay autores que sugieren que en la Reforma (protestante) est la clave de sta.4 Ms bien considero que es en su propia dialctica, en la realiza-

    3 Serge Gruzinski, La guerra de las imgenes, p. 12. 4 Vd. Juan A. Ortega y Medina, Reforma y modernidad, p. 23. Tambin Edmundo

    O'Gorman piensa en trminos de dicotoma histrica al decir que "la actuali-

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    cin del conflicto mismo, resultante de la lucha entre la Reforma pro-testante y la catlica, donde descansa el desarrollo de los cambios que sern punto de partida de la nueva era. Hoy es necesario combatir el mito de que la modernidad es de cuo exclusivo anglosajn y bur-gus. Es necesario aceptar que alguna participacin y responsabili-dad debe drsele a las naciones de herencia hispnico-catlica en la estructuracin de la nueva era. Tambin existen manifestaciones generosas del nuevo espritu en el medio catlico. S le ha llamado errneamente misonesmo a la gran aventura contrarreformista y ba-rroca hispnica, porque refleja, a los ojos de sus crticos desde los tiempos del racionalismo dieciochesco un escorzo antiprogresista y "decadente". La llamada antimodernidad hispnica no es otra cosa ms que el apego de Espaa y de sus herederos culturales a la tradi-cin medieval, lo que rio le impidi por necesidad histrica si se quiere utilizar nuevos recursos y mtodos que las circunstancias his-tricas le exigan. Si bien es cierto que el espritu que anim a Espa-a en la temprana empresa americana fue el medieval y guerrero, no obstante, el modo expansivo del colonizador choc con los objetivos y proyectos de la Corona. El aliento reconquistador, caballeresco y cruzado se vio alienado por la poltica centralista, vigilante, imperia-lista, homogeneizante, unificadora y civilizadora ibrica. En suma, la meta contrarreformista de territorializacin, conquista, control y co-hesin debe ser vista como un eficaz modelo de los tiempos moder-nos. Por eso se entiende el que el historiador Jorge A. Manrique hable de "dos modernidades, la protestante y la catlica. La primera, fundada en una religiosidad individual, en el xito como marca de eleccin divina y en una orientacin econmica "racionalmente diri-gida", al decir de Weber. La segunda, en una organizacin comunita-ria, apoyada en la tradicin medieval y tridentina,5 pero tambin encaminada a la nueva era.

    zacin del ser histrico de Amrica consista en realizar en las nuevas tierras la nueva Europa. Aqu se reflejaron por eso la Europa de la modernidad y la Europa de la tradicin". (Mxico, el trauma de su historia, p. 8.)

    5 Jorge A. Manrique, "Conversando acerca de unas conversaciones sobre el barroco", en Bolvar Echeverra, comp., Modernidad, mestizaje cultural y ethos ba-rroco, p. 238.

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    Para nosotros los hispanoamericanos, puede ser sta una manera ms abierta de interpretar el fenmeno histrico, pues no excluye de l a las naciones catlicas que han dado una contribucin muy a su ma-nera a la modernidad. No ser que el anterior afn de encasilla-miento que descarta a estos mbitos catlicos del devenir de la nueva historia radica en la explicacin de la historia de Espaa e Hispano-amrica en funcin de unos principios puestos en circulacin tiem-po ha por el acarreo filosfico e historiografa protestante?

    Para referirnos a la modernidad, tanto en Europa como en Am-rica, primero debe ponerse la explicacin dentro de un determinado contexto. Por ejemplo, Edmundo O'Gorman habla de un "trasplante cultural" de Espaa e Inglaterra a sus respectivas colonias,6 lo cual es verdad si lo vemos de forma global. Empero, mientras Espaa viva en el siglo XVII una profunda crisis poltica, decadencia econmica, guerras continentales, peste, hambre y deterioro demogrfico, en ese mismo siglo la Nueva Espaa se construa a partir de la utopa de la primavera indiana como un espacio prometedor que los criollos idea-ron y que se reflej en un auge econmico as como cultural. Asimis-mo, durante el siglo XVII hubo ejemplos notables en el mundo novohispano de avance cientfico e intelectual. Mientras en Mxico se daba una explicacin coherente para los conocimientos matemti-cos y astronmicos de la poca, del cometa que fue visto en 1680-1681, en Boston se tema que fuera un mensaje luciferino, augurio de funestos presagios.7 Por ltimo, cuesta trabajo imaginar algo ms "moderno" dentro, recurdese, del contexto de la poca que el proselitismo jesuta empeado en la conquista espiritual de toda la Tierra para el catolicismo. Ni qu decir de la Reforma catlica misma, disciplinaria, correctora de las deformaciones y abusos, autoritaria, reglamentadora, depuradora de los principios de la fe y fundamento de la moderna Iglesia romana, aunque la dogmtica haya sido defendida a capa y espada a partir de un renovado programa filosfico (Surez, Molina, Belarmino).

    6E. O'Gorman, op. cit., p. 8. 7Nos remitimos a Carlos de Sigenza y Gngora, Libra Astronmica y filos-

    fica e Increase Mather, Heavens Alarm to the World. A Sermn Wherein is showed that fearful sights and signs in Heaven are the presages of great calamities at hand.

  • Amrica: Nuevo escenario del conflicto Reforma-Contrarreforma 23 La modernidad angloprotestante y el misonesmo hispano-catli-

    co han sido conceptos derivados de aquel trasplante ideolgico ocu-rrido desde el siglo XVI a raz de la pugna Reforma-Contrarreforma. Existen otros elementos que surgen igualmente del conflicto y se pro-yectan sobre los fundamentos que caracterizan o distinguen a ambas culturas. A ellos dedicaremos, algunas reflexiones.

    Categoras externas y subyacentes Si bien el mundo hispano-catlico y el anglo-protestante derivan de un mismo tronco, el cristiano occidental, sus ramales se abren en n-gulos opuestos despus de la Reforma. Sus discrepancias no slo des-cansan, en ltima instancia, en las diferencias espirituales que hunden sus races en el pasado remoto, tambin deben tomarse en cuenta los apetitos nacionalistas que los hicieron rivales. Hay posturas irrecon-ciliables y polarizadas entre los dos, no cabe duda. Eso es lo que se destaca en los documentos que reflejan ambas visiones del mundo. Por ejemplo, hay estudios que apuntan a que el liberalismo, la demo-cracia, el individualismo y el capitalismo son fruto, aunque indirecto, de la Reforma. Se atribuye a algunas sectas protestantes el haber dado forma a las ideas democratizadoras y revolucionarias, a la corriente de la libertad, a la tolerancia religiosa y a la libertad de conciencia. En cuanto al capitalismo, se dice que, sin una intencionalidad previa, los calvinistas fueron los artesanos de dicho sistema, por el ascetismo intramundano y la nueva tica que buscaba el xito personal, el cum-plimiento de la vocacin y la orientacin a nuevos valores como el ahorro, la frugalidad y la actividad incesante en el trabajo.8 Es un hecho innegable que el mayor desarrollo capitalista pertenece a las sociedades protestantes y su xito espectacular en este, terreno los ha convertido en modelos universales.

    Aunque se manifiesten en el mundo catlico americano los mismos impulsos lucrativos, exista la sancin tica que aconsejaba la bsque-da de un equilibrio econmico. Los ricos que los haba y en gran nmero en la Nueva Espaa a travs de las obras y de la caridad, deban auspiciar al pobre. Poderosos aristcratas como Juan Caballe-

    8 Deben verse los trabajos de E. Troeltsch, El protestantismo y el mundo moderno; Max Weber La tica protestante.y el espritu del capitalismo; y de W. Sombart, El burgus.

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    ro y Ocio o Miguel de Retes empearon su gran fortuna en repartir limosnas y en la edificacin de grandes y opulentos templos para al-bergar alguna imagen o para ser recordados en las misas postumas. Esto hubiera sido impensable en las sociedades burguesas de Mas-sachusetts o Pensilvania, en que la riqueza era invertida en lo que se consideraban empresas productivas como astilleros, imprentas, escue-las, tierras, pieles y otros fulgurantes negocios en el norte, sin des-cartar a las plantaciones sureas dedicadas a la explotacin agrcola y a la exportacin de sus productos en el mercado exterior. Ellos ha-bran pensado en los mecenas novohispanos como anttesis de virtud y sinnimo de dispendio. Los burgueses protestantes se guiaban ms por los consejos del Pilgrim's Progress de Bunyan que en las mxi-mas propuestas a los prncipes virtuosos de Erasmo, Rivadeneyra o Solrzano Pereyra. Esa distinta manera de interpretar o de entender la vida se deriva, por curioso que parezca, del aejo conflicto hasta aqu reseado.

    Los Estados Unidos han sido vistos como ejemplo de la entroniza-cin de los valores de la modernidad, como mundo racional, prag-mtico, progresista, orientado a la actividad comercial y a la conquista del orbe gracias a la revolucin cientfica y tecnolgica. Amrica La-tina, su contraparte, descansa an en el asidero del fideicomiso so-cial, del espritu corporativo, comunitario. Los visitantes forneos han visto a sus vecinos como pueblos estancados, antiprogresistas, so-ciedades voluntariamente aletargadas y demasiado apegadas a la reli-giosidad. Son ms de tres siglos de literatura viajera, donde se seala al catolicismo como una de las causas principales del rezago. Sin em-bargo, es importante insistir en que pese a la orientacin aristocrati-zante de la sociedad espaola en los siglos XVI y XVII y tambin al sesgo econmico basado en la produccin agrcola, s existieron hombres interesados en los negocios lucrativos y en empresas individuales. Se nos olvida la aventura marinera y mercantil catalano-aragonesa; los fructferos telares castellanos, leoneses, valencianos anteriores al Descubrimiento y ya en Amrica, las haciendas ganaderas y mineras y la red comercial de los criollos. Todava queda por hacer un estudio de los modelos de corporativismo en ambos mundos, lo que sigue en los linderos de la historia comparativa. En la Amrica sajona hay tambin esas manifestaciones. All se entroniz la organizacin industrial

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    individualista y lo que se entiende en el vecino pas por corporacin se mueve en ese plano, en el de los grandes negocios, en los trusts o monopolios. En el mundo catlico, stas informaban totalmente la vida de sus asociados y le daban un sentido, un valor y un contenido que se proyectaba en un cuerpo jurdico jerrquico y una religin su-perior. Las hermandades o asociaciones catlicas, con todo su cortejo de controles, regulaciones y vigilancia estaban ntimamente asociadas a la Iglesia o al Clero. Su supervisin moral y an econmica era muy fuerte. Las corporaciones en la Nueva Espaa pretendan ejercer un derecho de supervisin; a la vez comercial, tcnica e ideolgica. En Norteamrica, la riqueza fue vista como una estricta y orgullosa pose-sin individual reveladora de la eleccin divina, patentizadora de la salvacin. Adems, el ascetismo intramundano estamp un sello espe-cial al trabajo y a la vida. As, "el juicio privado escribe Ortega y Medina desembocara en la libertad; el sacerdocio universal en la igualdad, la glorificacin calvinista de la riqueza en la beatificacin de la propiedad".9 La democracia y la tolerancia son procesos pro-gresivos que derivan de la experiencia colonial angloamericana. Las viejas races religiosas, aunadas a las circunstancias y las corrientes de pensamiento que recogieron sus intelectuales del siglo XVIII (filosofa ilustrada y racionalismo humanista).10

    En Hispanoamrica, el liberalismo carg en el siglo XIX sobre las comunidades indgenas, vistas como obstculos para lograr el progre-so. Pero stas haban sobrevivido gracias a los empeos humanitarios de los misioneros y frailes, as como de la legislacin hispnica, tam-bin desde la Colonia. Los intelectuales del siglo pasado no compren-dieron que era tarde e intil borrar la obra tricenturial de Espaa en Amrica y negar el legado de su cultura.

    En cambio, el desarrollo de las colonias inglesas posterior a la inde-pendencia deriv de la convicciones e ideas que se haban originado entre las minoras religiosas desprendidas de la reforma protestante, que dieron lugar, paulatinamente, a las formas de organizacin pol-tica y social que conocemos hoy como ejemplares de esa cultura.

    9J. A. Ortega y Medina, op. cit., p. 195. 10 Para ver este proceso consltese la obra de H. May, The Enlightenment in

    America.

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    Los recin nacidos Estados Unidos hicieron de la austeridad, energa, autocnfianza, frugalidad, previsin e industria puritanas los resortes impulsores e imprescindibles para la multiplicacin y desarrollo de la riqueza; en la semilla puritana se contena ya toda la grandeza futura de la democracia norteamericana; tambin todo su futuro exclusivo, electo y providencial "destino manifiesto".11

    Los ingleses heredaron desde la Edad Media una conciencia disidente que se reforz con la Reforma y luego desemboc en un nuevo espritu filosfico que tomaron los norteamericanos. Como sabemos, Espaa escribi un captulo diferente en este sentido, mas de conformacin y unidad. Si las ideas polticas liberales forzosamente reconocen la paternidad protestante, debe ser lcito preguntarnos qu le depara el futuro a la Amrica hispana al ser mayoritariamente catlica? Ser posible que logre dar el salto a los valores de la modernidad? Para hacerlo, habr que romper primero con las ataduras al espritu autoritario que viene de la poca virreinal, no slo del propio catolicismo, con su nocin de infalibilidad bblica y de la revelacin como fuente de verdad, y despus con el modelo que rige al sistema poltico que desde la Colonia transita por los mismos senderos.

    La efmera frontera entre otras categoras

    Es cierto que en ambos mundos, el anglo y el hispano, a raz del conflicto Reforma-Contrarreforma, las ideas teolgicas de antao se traslucen en los sistemas de pensamiento de las entidades que las heredaron. Sin embargo, tambin lo es como se dijo lneas atrs el que los dos derivaron de una misma fuente que era la cristiandad occidental. Por ello, en muchos aspectos hay patrones similares que deben resaltarse.

    En Amrica resurge la idea de paraso. En trminos bblicos el hombre haba quedado fuera de l a raz del pecado original, pero la conquista del nuevo continente despert la motivacin para recupe-

    11 J. Ortega y Medina, Destino manifiesto, p. 117.

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    rarlo. Ante la inestabilidad europea en el siglo XVI, Amrica fue vista como un lugar de reserva para salvaguardar la libertad amenazada; fue concebida como mundo dorado, utpico y prometedor. Apareci a los ojos de los colonizadores como un renovado escenario para la salvacin del hombre donde se buscaba un espacio para la depura-cin de la cristiandad. Protestantes y catlicos intentaron recrearlo, cada quien a su modo. Los primeros lo haran a travs de la libertad de conciencia, de grandiosos objetivos en el terreno de lo poltico y lo econmico; de las ideas de democracia, de confianza en el porve-nir de la humanidad con base en la ciencia, en la nueva religin indi-vidualista, en la propiedad privada. El triunfo britnico en Europa cre tambin la conciencia entre los angloamericanos de encabezar los anhelos civilizadores en el hemisferio americano, modelo de ejemplaridad que se tradujo en el posterior imperialismo sobre los vecinos de Hispanoamrica. No es exagerado afirmar que tales aspi-raciones son tan aejas, que pueden encontrarse botones de muestra a finales del siglo XVII, en la osada con que algunos ministros purita-nos sugeran la conquista de las Indias occidentales espaolas por par-te de los protestantes quienes an ni remotamente podan lograr tal hazaa.12

    Por su parte, los criollos espaoles intentaran topizar el paraso teniendo como meta construir una primavera indiana, traducida en una sociedad heredera de las grandezas del pasado indgena unidas a las instituciones ibricas trasplantadas al nuevo suelo, con ellos como los reguladores de la sociedad, pero siempre con la mira de no per-der el trasfondo apostlico y evanglico que descansaba en el mbito supranatural.

    En la defensa de su religin, ambas sociedades tuvieron sus exce-sos. Los autos de fe y la persecucin inquisitorial en la Nueva Espaa tiene su contraparte en los tribunales puritanos de la Nueva Inglate-rra que condenaron al destierro, a refinados tormentos, a la horca y a otras formas de muerte a diecinueve personas acusadas de brujera. Sera muy extenso referir aqu la herencia inquisitorial de la Ginebra

    12 Es el caso de Cotton Mather quien sugiri que era menester "conquistar" ideolgicamente al mundo hispanoamericano. Vid. Alicia Mayer, Dos americanos, dos pensamientos. Carlos de Sigenza y Gngora y Cotton Mather, cap. I.

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    calvinista a las sociedades americanas. Basta decir que tambin en es-tos corredores institucionales hay un espeluznante repertorio donde podemos espulgar ejemplos que dejan la soberbia y dignidad del mundo burgus, moderno y progresista, deshilvanadas.

    Hablando de otro tema, del mismo modo que se considera que el liberalismo deriva de la experiencia reformista, adems de las circuns-tancias particulares del espacio, as tambin se relaciona al barroco como vastago de la Contrarreforma. Sin embargo, es igualmente en este terreno que se pueden encontrar matices. En Hispanoamrica destaca el Barroco, sobre todo desde el punto de vista de los cnones estticos, pero hay ms intersticios en los que pueden buscarse sus ma-nifestaciones en toda Amrica y an, sorpresivamente, entre los mis-mos protestantes.

    Fueron los puritanos, rama radical del calvinismo, los que cuadran tambin en las caractersticas de la visin barroca del mundo. Si bien es cierto que entre ellos no encontraremos el gusto por la sobrecarga decorativa y la manifestacin de lo sensual, sin embargo, volaron ha-cia las alturas en expresiones exageradas y complejas. Fueron afectos al saber culto extremo, al refinamiento y, contrariamente al mundo hispnico, a la represin de los sentidos. La hiprbole form tam-bin parte del modo puritano de expresin que caracteriza tanto a los comentaristas, intelectuales, ministros autores y predicadores como a sus contemporneos hispanoamericanos. Enemigos de la os-tentacin, se orientaron a la vertiente antagnica de sta e hicieron gala de austeridad superlativa. Su sentir dramtico de la vida se de-bi al miedo a la muerte, producto de la angustia existencial que ema-na de la duda de salvacin (propia del calvinismo). No poda conocerse el decreto divino predestinatorio en la eleccin o el repu-dio del individuo sino hasta el momento de la muerte, en que se re-velara la voluntad de Dios. Por eso, el puritano llev una existencia agnica, que se manifest en ocasiones por medio de un complicado manejo mental. Muchas veces era imposible para l normar su vida dentro de una disciplina tan rgida y estricta, por lo que se daban tambin casos de simulacin. Se observaba un tipo de conducta hacia la sociedad y otra en lo privado. Cotton Mather (siglo XVII-XVIII) cali-ficaba de "hipcritas" a algunos coetneos que daban la apariencia de haber pactado con Dios para vivir una vida de santidad cuando no

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    era as. La del puritano no fue una experiencia sensual, visionaria o hedonista. Se bas en la intelectualizacin de la divinidad y en la abs-traccin teolgica. Sin embargo, su conducta y su visin del mundo reflejan la misma crisis y desasosiego de la poca barroca.

    Lo anterior debe ser visto como un ejemplo de que el Barroco es un movimiento tan amplio que no se limita a descubrir una corriente artstica, sino que refleja la mentalidad de toda una poca de crisis y conflicto, pero de alcances extraordinarios en el campo de la cultu-ra. Es tambin una muestra de lo que result, al nivel de las ideas, del conflicto Reforma-Contrarreforma.

    Amrica fue el escenario donde se vivi el desarrollo de las iglesias americanas, tanto la catlica como la protestante. Estas instituciones representaban, en cada mbito, la cristalizacin de los valores defen-didos e impulsados por la Reforma y la Contrarreforma, respectiva-mente. Debe recordarse que "la conjuncin poltico-eclesistica trenz el camo y la seda de la civilizacin y cultura hispanas".13 La difu-sin del catolicismo tridentino en la Nueva Espaa fortaleci la auto-ridad episcopal y viceversa, la consolidacin de sta permiti la transmisin de los valores de vida contrarreformistas. La iglesia fue la impulsora de tradiciones y creencias que alentaron la devocin po-pular. La vida novohispana se centr en la corte, en la iglesia, en los cabildos, en la universidad, en la inquisicin y en las cofradas.

    Por otro lado, la Reforma suprimi la organizacin conventual y reestructur la ekklesa. Las asambleas protestantes respondieron al llamado luterano de interpretar libremente las Sagradas Escrituras, lo que ocasion la proliferacin de congregaciones con diferentes de-nominaciones de acuerdo con la subjetiva interpretacin del Evange-lio. Por parte de Inglaterra no hubo una iglesia "nacionalista" en Amrica, sino mltiples iglesias en cada colonia, muchas de las cuales se originaron en el mismo suelo americano. Adems, la mayora fue independiente del poder secular; otras veces (como en la Nueva In-glaterra), iban ntimamente ligadas al poder poltico. La diversidad religiosa en las trece colonias deriv, a la postre, en la tolerancia. Fue una necesidad que entendieron, sobre todo, los intelectuales influidos por la corriente racionalista (siglo XVIII). Las iglesias protestantes

    l3 J. A. Ortega y Medina, Reforma y modernidad, p. 29.

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    tuvieron que actuar en un mundo cada vez ms laico; su contraparte, la Iglesia catlica, insisti en la integracin, situacin difcil dadas las corrientes particularistas y disidentes de la nueva era, pero finalmente logr en buena medida su cometido: unific a las distintas etnias que entraron en contacto con la llegada del hombre blanco.

    El indio en la ptica del conflicto

    La competencia entre protestantes y catlicos en Amrica involucr irremediablemente al elemento nativo en ella. El rescate de almas fue un impulso legtimo para los evangelizadores de ambos credos. El temple, la virtud, la temeridad, el amoroso ardor misionero e incluso el martirio, se ubica en los soldados espirituales de los dos bandos. Lo mismo tiene el mundo colonial hispnico a un Sahagn, que el novoingls a un Roger Williams. Mas vemos en la historia de larga duracin que, a la postre, lo que vari fueron los resultados. Fue en el terreno de la conversin y de la civilizacin donde Espaa marc la pauta, convirtindose en el ejemplo a seguir. Contaba el hecho de que aventajara a las dems naciones europeas al llevar poco ms de un siglo de experiencia en Amrica practicando su experimento evangelizados Primero, con la iglesia misional; despus de 1555, con el clero secular y posteriormente a 1572 con la avanzada jesutica. En este escenario no haba rivales de la empresa catlica. La propaganda de los calvinistas en Amrica se dirigi contra esos logros, descalificando sus mviles y sus mtodos. Escriba un ministro de Boston en 1702:

    Nosotros no hemos usado la crueldad papista con que los nati-vos de Amrica han sido tratados por otras gentes. Incluso un obispo suyo [Bartolom de las Casas] ha publicado historias muy trgicas de las crueldades espaolas sobre los indios del mundo occidental. Eran tales, que los indios declararon que preferan ir al infierno con sus ancestros, que al mismo celo al que preten-dan llegar los espaoles. Es realmente imposible calcular las va-riadas y exquisitas crueldades con que los execrables espaoles asesinaron, en menos de 50 aos, a no menos de 50 millones de

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    indios. Pero, por otro lado, la buena gente de la Nueva Inglaterra lo ha llevado a cabo con tanta ternura hacia las criaturas rojizas entre las que vivimos, que no adquirira un pi de tierra en este pas sin una compra justa y consentimiento de los nativos que la reclamaban, aunque tenamos una carta real del rey de la Gran Bretaa que nos protega para establecernos en este continente.14

    La crtica, sin embargo, no esconda la admiracin y el deseo de emular aquella aventura:

    Los papistas nos avergenzan. Con qu entusiasmo sus misione-ros cubren el mar y la tierra qu peligrosos viajes, cuntas fati-gas maravillosas soportan sus fanticos para poder ganar las almas de los hombres slo para poder cambiar las viejas cade-nas de la muerte por nuevas? Toleran el odioso y molesto wiguiam de los indios en el horrible desierto si con ello ganan a los salvajes a su supersticin. No menos de 600 clrigos de esa sola orden de los jesutas en unos cuantos aos se embarcaron mu-chas veces para China, para convertir a esa gran nacin a su cristianismo bastardo. No menos de 500 de ellos perdieron la vida en las dificultades de la empresa y an as, los sobrevi-vientes continan en ello, intentando la propagacin de la re-ligin.15

    Ya Ortega y Medina ha sealado que las causas del fracaso protestante en este rubro se deben a las sutilezas teolgicas del calvinismo.16 Vale la pena detenernos brevemente en ellas. En esta doctrina se cree que Dios escoge a los hombres que deben salvarse y redime nicamente a los que elige. Por contra, el ser cado es incapaz de tener fe y refleja visiblemente la ausencia de la gracia divina. Un alma, una vez regenerada por la eterna sabidura del Todopoderoso no se vuelve a perder y viceversa, el reprobo no ser jams, pese al esfuerzo que pueda poner en la ejecucin de sus obras, parte de la grey de Dios.17 Por

    14C. Mather, Magnolia Christi Americana, vol. I, p. 573. 15C. Mather, The nets of Salvation, pp. 35-36. 16 J. A. Ortega y Medina, La evangelizacin puritana en Norteamrica. 17Resumido de J.. Calvino, Institucin de la religin cristiana,passim.

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    eso, en la parte del hemisferio americano donde se observ este cre-do, el indio qued desamparado por la teologa discriminatoria de Calvino y a merced, por ende, de los egostas intereses del europeo.

    Por otra parte, pese a la crueldad de la Conquista en las zonas ocu-padas por la Corona espaola, los naturales tuvieron cabida en los es-quemas civilizatorios. Espaa sacrific su desarrollo material en aras de la defensa moral del indio, que de otra forma "hubiera desaparecido pronta y totalmente sometido a las violentas presiones ambiciosas del feroz individualismo del hombre blanco".18 El mundo contrarrefor-mista hispnico refleja en su arte, en su filosofa, en su visin del mun-do, en la organizacin de sus instituciones, en su cultura toda una frtil transculturacin. Por eso, como observa Gruzinski, Mxico ocupa un lugar preeminente en la evolucin del mundo catlico.19

    El mundo sajn en nuestro continenteclama hoy por desenterrar de un erosionado subsuelo histrico en ese matiz especfico de lo indgena races sustentantes. Pues debe recordarse que de aquel contacto desaparecieron para siempre de la faz de la tierra comuni-dades enteras de nativos. No se trata aqu de formular una jeremiada en favor de los logros hispano-catlicos, ni una contraleyenda negra ya trasnochada y que nos saca a puntapis de la objetividad histri-ca del mundo angloprotestante. Slo se intenta desplegar en la mira de los historiadores de hoy y en una balanza que apele al sentido co-mn y nos permita ver la historia desde una ptica comparativa, sopesando los logros y los fracasos de ambos bandos.

    Dentro de ese conflicto entre los rivales de religiosidad distinta, quiz el ms importante a resear sea el que se refiere a los procesos de asimilacin en uno y otro mbito. En Amrica, los resultados fa-vorecen al mundo catlico: al galo, luso e hispnico. As: "La Amrica hispana nos recuerda Gruzinski se volvi la tierra de todos los sincretismos, el continente de lo hbrido y de lo improvisado. Indios y blancos, esclavos negros, mulatos y mestizos coexisten en un clima de enfrentamiento y de intercambio en que, sin dificultad, podramos reconocernos".20

    18 J. A. Ortega y Medina, Reforma y modernidad, p. 187. 19 S. Gruzinski, op. cit.,p. 108. 20. Ibid , p. 15.

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    El poder de absorcin de la religiosidad tridentina se manifiesta a travs de los milagros, signos sobrenaturales, prodigios y devociones que aderezaron el espacio y el tiempo de los novohispanos. Su fasci-nacin se verti en fiestas, procesiones, peregrinaciones y otros acon-tecimientos que reunieron a todos los grupos humanos sin distincin. El proceso destructivo-constructivo, creador de una incesante dialc-tica, deriv en una manifestacin cultural sui generis en Hispanoam-rica. Esto es parte del proceso de identidad que se despliega an hoy en da. Nuestros vecinos del norte, herederos tambin de una diver-sidad tnica, aunque distinta de la que opera en Hispanoamrica, no conocen esa experiencia. A la algaraba, una realidad humana que apa-rece a sus ojos como desbordada, desbocada, le llaman folclor mexi-cano, pintoresco y extico.

    Las tentativas de integracin del mundo hispano tuvieron un pre-cio en otros terrenos, lo que no es perceptible en el orbe sajn de Amrica. La democracia moderna es ejemplificada por el modelo nor-teamericano. Ellos han formulado su mtodo, sus procedimientos y valores orientados al utilitarismo burgus. Pero, paradjicamente, tuvo que desaparecer en el transcurso de la era colonial todo un gru-po humano para ceder terreno a las oleadas de inmigrantes blancos que con el paso del tiempo ejercieron sus derechos sin preocuparse por otros estamentos sociales menos favorecidos. Tan slo pensemos que, an dentro del crculo de los blancos, la "democracia" norte-americana dej fuera a artesanos, agricultores, obreros y a otros grupos desprovistos de propiedad. El exclusivismo blanco logr imponerse y bloquelos escalafones de las altas jerarquas a otros estamentos. Su desarrollo, por lo tanto, se ve ms uniforme, aunque no exento de dramatismo, al proyectarse la sombra del racismo, tanto el tras-cendente como el inmanente, pero igualmente excluyeme y destruc-tivo, como forma de vida.

    En Hispanoamrica, la fuerza cohesiva espiritual del catolicismo romano result ser un remanso de paz para los grupos dominados, supuesto que la desigualdad secular no implicaba la trascendental. Por la herencia medieval del orbis christianum, se dot al indio de huma-nidad y se le incorpor espiritual y materialmente a la cultura cris-tiana. Se dio la mezcla en todos los rdenes y la consiguiente transculturacin. Por el culto a las imgenes, la veneracin a los san-

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    tos, la asistencia a los servicios religiosos convocados por el repique-tear de las cientas de campanas en las iglesias de los pueblos y ciuda-des, se crearon ataduras imposibles de romper. Basta mirar la devocin a la virgen de Guadalupe como ejemplo de un culto que ha permaneci-do vivo casi cinco centurias.

    El catolicismo pona sobre la mesa su propuesta de salvacin para todo el gnero humano, sin distincin. Su carcter universal se puso a prueba con el Descubrimiento de Amrica, por la necesidad que se present de incorporar nuevas etnias y demostr que el compromiso era conducir a todas ellas al esquema tradicional de salvacin. Sin em-bargo, los obstculos mentales no dejaron de aflorar. En la prctica se dificult la conciencia de igualdad por el sentido de superioridad de los "blancos" (espaoles peninsulares y luego los criollos) frente a los indios, mestizos y castas. La historia colonial novohispana y ni qu decir de la portuguesa est repleta de levantamientos sociales por los graves y violentos desequilibrios de los estamentos. Quedan muchas preguntas en el aire que sera difcil responder en un espacio tan limitado como ste, pero que invitan a la reflexin. Ser todo lo que hemos expuesto lo que ha frenado el proceso de democratizacin en nuestras naciones? Ser que en angloamrica despus del ex-terminio del indio y de la marginacin de las minoras se cre un sentimiento de igualdad (entre los elegidos) nutrido posteriormente por el liberalismo, que favorece la prctica de la democracia?

    Reflexiones finales

    El crecimiento y desarrollo de los mundos catlico y protestante en Amrica se fundamenta desde los meros orgenes coloniales sobre principios tico-religiosos emanados de la Reforma. Sus valores se desprenden del proceso secularizador que surge de la revolucin ideolgica de la poca de transicin a la llamada era de la mo-dernidad.

    A lo largo de la historia colonial, la experiencia acumulada a tra-vs del ejercicio de las respectivas doctrinas religiosas, marc el desa-rrollo de una visin del mundo particular en cada mbito. El norteamericano ha sido un pueblo ejemplar en la promocin de sus

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    valores vitales. Intenso en su vivir en el mundo, descubriendo que es dueo de l, y en un plano inmanentista. Su contraparte, el hombre de herencia latina busca hacer mritos que se traducen en actos con miras a la trascendencia. Parecera que est integrado en el mundo para evadirlo. Este "valle de lgrimas" es su realidad subsumida. Acu-de an a la mediacin de los santos, se sumerge en una seductora mirada de imgenes y se ilusiona con la indefinicin. No se ha podi-do o no ha querido desembarazarse de la jerarqua eclesistica; pone nfasis en la caridad. Su ascetismo no es intramundano; se ejer-cita en la espiritualidad mediante la renuncia, la esperanza de salva-cin y la bsqueda del ms all.

    Sin embargo, no es nuestra intencin dibujar una lnea que separe tajantemente a las dos Amricas como conjuntos imposibles de rela-cionarse entre s. Si destacamos como caractersticas del hombre he-redero de la cultura angloprotestante el ser idealista, autoabnegado, ordenado, metdico, pragmtico, utilitario, confiado en su regene-racin, salvacin y destino especial y del catlico e hispano como su contrario por lgica, no slo caemos en un absurdo maniqueismo, sino que al negarle validez a los procesos de construccin de una identi-dad diferente, le imposibilitamos la conquista de un futuro promiso-rio fincado en sus propios valores culturales.

    El origen histrico de la diversidad de cada pueblo est en el an-tagonismo hegemnico entre Espaa e Inglaterra. En este trabajo he-mos hablado de su proyeccin. La visin contrastante entre las dos Amricas surge precisamente en el desarrollo del conflicto de la Re-forma y de la Contrarreforma, as como tambin en ios estereotipos que se construyeron de forma paralela a ste. El proyecto de vida his-pnico no es responsable del "fracaso" si es que lo hubo pues no era visible o predecible para los contemporneos en ese momento.

    Ahora es lcito preguntarnos ser posible una verdadera unidad americana, basada en el respeto, la igualdad y la comprensin mutuas? Podr haber una Amrica hermanada entre las sociedades hispano-americanas, sajonas y afroamericanas? La necesidad de autoafirmarse corresponde ahora a las naciones hispanoamericanas. stas son las que tienen que alzarse y terminar con el complejo de inferioridad que se ha forjado desde la poca independiente. El "orgullo" criollo fue lamentablemente sustituido por una evasin de la realidad causa-

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    da por el deslumbramiento hacia el ejemplo estadounidense. Si finalmente aceptamos la herencia hispnica que esencialmente nos conforma y hacemos nuestro no slo el legado del humanismo espaol tanto en su vertiente tico-religiosa y esttica, como en su carcter universalista definiremos los fundamentos de la esencia que nos ha constituido por siglos, desde la Colonia, y transitaremos con mayor seguridad por los caminos que ayuden a construir y fortalecer nuestra identidad.

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