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CRITICÓN, 102,
2 0 0 8 ,
pp.
3 7 - 5 3 .
L a
transmisión de la exégesis
en la oratoria sagrada del
siglo
xvn
l caso del Panegírico
funeral del Rey elipe
por Fray
Hortensio
Paravicino
F r a n c i s Ce r da n
L E M S O - F R A M E S P A ,
Universidad de Toulouse-Le Mirail
L a
palabra griega
exégesis
significa exac tam ent e,
según
reza el diccionario de la RAE:
«Explicación,
interpretación. Aplícase principalmente a la de los libros de la Sagrada
E s c r i t u r a » . Ya los hebreos, al lado del texto sagrado de la Biblia, habían elaborado
primero el Midrash y
después
la Haggadá y el Pesher, for mas que se pro lo ngar on en el
Nuevo
Testamento. En la perícopa del Evangelio del Niño perdido (Luc as 2, 4 2 - 5 2 )
vemos al
Niño
Jesús, con
sólo
doce años, discutir con los doctores sobre las E s c r i t u r a s ,
en un puro ejercicio de exégesis verbal.
Después
de tres años de vida pública y de
predicación oral, Cristo, antes de desaparecer por los
cielos
«en su gloriosa asc ensió n»,
como dice el texto litúrgico,
envió
a sus apóstoles por el mundo a predicar el Evangelio:
«Euntes
in mundum universum praedicate Evangelium omni creaturae»
(Me 14 , 15 ).
Durante muchos años la predicación evangélica fue realizada oralmente y,
sólo
después,
po co a po co , surgieron text os escritos: las primera s epístolas atrib uidas a los apóstol es y
los relatos evangélicos. A p a r t i r del final del siglo segundo, los libros sagrados cristianos
formaron un corpus co mpa rab le al del Antiguo Tes tam ent o. Mu ch os de
esos
textos son
ya comentarios que tienen que ver con la teología, y podemos decir que se t r a t a , en
cierto modo, de exégesis a p a r t i r del Antiguo Testamento. Luego, en la línea de la
exégesis hebraica, se fue constituyendo un corpus exegético ca da vez más imp ort ant e.
Cite mos pr ime ro a Orígenes y los alejandrino s por una part e y, por
o t r a ,
los
antioquianos y seguidores de Luc ian o. Lue go, los llamados «Pa dre s», los Doct ores de la
Iglesia y los santos más rec ono ci dos , c om o san Ata nasi o (f 3 7 3 ) , san Basilio Ma gn o
( 3 2 9 - 3 7 9 ) ,
sa n J u a n Crisóstomo
( 3 5 4 - 4 0 7 ) ,
san Agustín
( 3 5 4 - 4 3 0 ) ,
san Jerónimo (340-
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F R A N C I S C E R D A N Criticón,
102, 2 0 0 8
4 2 0 ) , san Pedro Crisólogo ( f 45 0 ) , san Gregori o Ma gno ( 5 4 0 - 6 0 4 ) , Beda el Venerable
( 6 7 3 - 7 3 5 ) ,
san Juan Damaseno (siglo v m ) y, más tarde, Hu go de san Víct or (f 1 1 4 1 ) ,
Alberto Magno
( 1 1 8 3 - 1 2 8 0 )
y otr os mu ch o. .. To das esas obra s exegéticas confluyeron
en la inmensa exégesis que son la Suma y la Catena áurea de sant o To má s de Aqui no, en
pleno
siglo
x i n
( 1 2 2 7 - 1 2 7 4 ) .
Pasa ndo por alto el poste rior desarroll o medieval,
llegamos a los Humanistas y a los
Siglos
de Oro, particularmente en España.
A p a r t i r del Concilio de Trento, se puso el énfasis sobre los comentarios de los Padres
de la Iglesia
p a r a
explicar mejor el dogma y, con la crecida importancia de la
predi cac ión, me nudea ron los sermo nari os, las retór icas cristianas y las obr as teóri cas
sobre el «Arte de predicar» Ars praedicandi). Nos interesaremos aquí
sólo
a la primera
de las tres ope ra ci one s int rínsecas de la ret óri ca : la
inventio.
To do s los trata distas
insisten en la manera de «formar un sermón». Por ejemplo san Francisco de B o r j a
( t e r c e r General de los jesuítas), en su Tratado breve y provechoso del modo de predicar
el Santo Evangelio,
dice así:
El
predicador [...] primero eligirá el texto sagrado, el argumento y materia de la doctrina y qué
es lo que dicen ac e r c a de esto los santos, y meditará su Evangelio. Tenga p a r a esto lugares
comunes con abundancia y riqueza de sentencias, razones, metáforas, figuras de la divina
Escr i tura, ejemplos, historias y comparaciones.
1
Estos elementos, como lo particulariza Félix Herrero Salgado, experto en oratoria
s a g r a d a del
Siglo
de O ro , los hab rá de busc ar el diligente orador en los libros de su
biblioteca:
Después, gran parte de este material hallado lo utilizará el predicador en el discurso: unas
veces, asimilado, formando parte del cuerpo doctrinal; otras aflorará con las mismas o
parecidas palabras que halló en los textos de su estudio, e, incluso, a veces, con la explícita
mención de sus autores. Palabras prestadas, breves sentencias o frases más o menos amplias,
que constituyen las citas
1
.
L a s
citas provenientes de los com enta rios patrístic os cobr an parti cula r interés,
por que confie ren «a uto rid ad» al discurs o del pre dic ado r. Así es c om o, repit iendo
textualmente a los Padres y Doctores, o citándolos de manera más alusiva, los oradores
cristianos del Siglo de Or o par tic ipa n dir ec tam ent e de la tra nsmi sió n de la exégesis
tradicional.
Se puede c on vo ca r aquí el testi monio de una ob ra literaria de ficción,
El pasajero
de
Suárez de Figueroa (publicado en 1617, pero escrito un poco antes). Es un coloquio, que
sigue las normas del conocido género. La t r a m a anecdótica pone en escena a cuatro
viandantes que conversan a lo largo del camino. En el
alivio
iv, tr at an del tema de la
predicación. En realidad, Suárez de Figueroa traduce, muchas veces a la letra, una
r e t ó r i c a cristiana, el Modo de compore una predica del franci scano Fr a Fra nce sc o
Panigarola
3
.
Siguiendo
el capítulo ni de su modelo, que versa sobre lo que podríamos
llamar
la «biblio teca del pr ed ic ad or », y que es de sumo interés po rq ue tiene direc ta
1
B o r j a ,
Tratado breve, p. 17.
1
H e r r e r o , 2002, p. 64.
3
Véase Cerdan, 1987.
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3 9
aplicación en todo el campo de la oratoria sagrada del Siglo de Oro, Suárez de Figueroa
d e c l a r a :
Conviene
después
valerse de cantidad de libros de que se puedan
s a c a r
los conceptos que
introducen y prueban la proposición elegida. Del modo que
t r a s
haber propuesto fabricar
algún edificio, conviene se busquen los lugares de piedra y tabla
p a r a s a c a r
de
ellos
los
materiales
que han de intervenir en la obra, así es menester
en t r a r
en el lugar de los libros,
procurando
sa c a r
de
ellos
y poner aparte casi una selva de todos los conceptos que han de
servir
a la materia propuesta
4
.
E s t a
palabra de
selva
nos lleva a la idea de antología, de trozos escogidos y reunidos,
c om o un ramille te de flores o un florilegio. Es algo muy imp orta nte que desembo ca en
un elemento básico p a r a la elaboración del sermón, a saber la constitución, por cada
predicador, de su propio libro de apuntes o selva personal. La idea no es nueva. Sabido
es que ya los humanistas como
E r a s m o ,
Luis Vives, Miguel de Salinas o Palmireno,
recopilaban pacientemente,
según
el método del
codex excerptorius,
lugares de ot ro s
autores según las lecturas que hacían directamente. El método se aplicó sin dificultad al
campo de la predicación. Contemporáneo de Panigarola y de Suárez de Figueroa, el
Doctor
Fra nci sco Terr ones del Ca ño escribió en su
Instrucción de predicadores
(publicado en 16 1 7 , el mismo año que
El pasajero)
las
siguientes
líneas:
aviso que el que quisiere hallar cosas buenas, pa r a enriquecer su sermón, no ha de aguardar
a
buscarlas cuando le encargan el sermón, porque con la apretura de tiempo habrá de tomar lo
que hallare, sino que ha de estar, como dicen, alforja hecha de a t r á s ; porque al estudiar los
libros sobre la Sagrada E s c r i t u r a , como dije a t r á s , ha de ir notando y apuntando en sus lugares
comunes o Evangelios todo lo que hallare notable, curioso o provechoso [...] y así he ido por
o t r o
camino, de tener libros blancos distinguidos por abecedario, dejando pa r a cada letra de a,
b,
c,
c u a t r o ,
doce o veinte hojas, conforme a como hay unas letras que comienzan más
vocablos que
o t r a s ;
y allí en cada letra iba poniendo los vocablos de materias predicables,
como en la A ponía en una plana: Ambitio discordiam parit Más abajo: Ambitiosi sunt
insatiabiles. Y de esta manera tengo puestas casi cuantas consideraciones se pueden predicar. Y
acabando de pasar un libro o un autor, volvía por lo que dejaba notado a los márgenes y
apuntábalo en mis lugares comunes cada cosa en la letra y consideración donde tocaba
5
.
L o que explica así el sabio ob i sp o de Tuy, lo mismo que Suárez de
Figueroa/Panigarola, no es
o t r a
cosa que la re-elaboración, por cuenta propia, de lo que
existía en el dominio público y de amplia
difusión
a
p a r t i r
de la invención de la
imprenta, o sea las obras de compilación llamadas Polianteas (lo mi sm o que
Florilegium ,
Concordatas
y otr os diccionari os de citas, obr as muy soco rri das desde el
siglo xv i h ast a el x v m y aún después.
Florilegium
es la pal abra emplea da en el célebre
grito
de
F r a y
Gerund io: «¡Vi va el florilegio », c omo
símbolo
de la facilidad y del poco
t r a b a j o
que podía costar la elaboración de un sermón.
Durante
el siglo xvi, la
Poliantea
po r excelencia fue la de Dome ni co Nanni Mirabel io
( 1 5 0 7 ) ,
que conoció numerosas refundiciones y ampliaciones en sucesivas ediciones. En
4
Suárez
de
Figueroa, El pasajero,
p. 298.
5
Terrones
del Caño,
Instrucción de Predicadores,
pp.
49 -50.
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F R A N C I S C E R D A N
Criticón, 102, 2 0 0 8
el siglo x v n , la más difundida fue la de Jos eph Lange o Langio (J osephus Langi us).
Como en los diccionarios, los artículos o entradas se suceden, palabra por palabra,
según el orden alfabético. Cada artículo se compone de varios desarrollos:
Bien se puede imaginar el aprovechamiento que harían los predicadores de tales
tesoros
6
y de qué ma ner a podía n cont ribui r a la transmi sión de la exégesis. N o obst ante ,
Panigarola/Suárez de Figueroa, lo mismo que Terrones del Caño, y antes, Estella y
Salucio, hacen un vibrante elogio de la lectura personal y de su continuo cultivo. Y hay
que notar que a medio camino entre los originales de los Padres de la Iglesia o de los
santos y los diccionarios de citas agrupadas según los co nce pto s predicabl es, existen
obras
personales que elaboran una exégesis propia a
p a r t i r
de la patrística y la tradición.
Sólo citaremos aquí algunos de los más destacados entre los autores de estas obras:
Nicolás de L y r e (o de L i r a ) y El To sta do (Alfonso Madri gal, obispo de Ávila), Jansenio
(Cornelius Jansenius, episcopus Yprensis, episcopus Gandavensis) con su
Concordia
Evangélica, Pelb art o, Galesino y Alfonso de Castro. Pero también F r a y Luis de Granada,
con su
Silva
de lugares comunes.
En el
siglo
x v n , destac an los jesuítas Ant oni o
Fernández,
Cornelio Cornelisen (Cornelius a Lapide),
Diego
de Celada y
Diego
de
B a e z a .
Precisamente, en pleno siglo xvn, se entabló, sobre el modo de predicar, una violenta
controversia
entre dos jesuítas, el Padre José de Ormaza, autor de una
Censura de la
Elocuencia (Za rago za, 16 4 8 ) editada modername nte por Giuseppina Ledda y Vittoria
Stagno
7
, y el Pad re Valentín de Céspedes, que conte stó c on su admi rabl e y divertidí simo
Trece
por docena, cuya edición crítica, con introducci ón y notas pudimos public ar Jos é
Enrique Laplana Gil y yo en
1 9 9 8
8
.
Gran parte del debate versa, justamente, sobre los
lugares citados, tanto del texto bíblico como de las obras exegéticas, centrándose en
p a r t i c u l a r
en torno a la erudición, a la licitud de la imitación o, incluso, a la
posibilidad
de plagio. P a r a ilustrar el debate sobre este proceso de reempleo o de realobaración del
cuerpo exegético, me concentraré sobre un caso particular, el del
Panegírico funeral del
Rey Felipe III de F r a y Hortensio Paravicino.
6
Sobre la importancia de esas
Polianteas
en las bibliotecas de los predicadores, véanse, además de mi
artículo sobre el
alivio
IV de El pasajero, ya citado, los trabajos de Infantes, 1 98 8 y López Poza, 199 0.
7
O r m a z a ,
Censura de la Eloquencia,
1985.
8
En los Anejos de Criticón, n° 11 . Cabe señalar que el primero en rebatir a Orma za fue el aragonés
Bondía, en su
Triunfo de la Verdad sobre la Censura de la Eloquencia
( 1 6 4 9 ) .
1-
Definitio et
etymolog
2- Sententiae biblicae.
3- Loci biblici
4-
Sententiae philosophicae
5- Similitudines
6- Adagia
7- Sententiae poetarum
8 -
Sententiae politicae
9- Patrum sententiae
1 0 - Histórica exempla
1 1 -
Apopbtegmata
1 2 -
Exempla sacra
1 3 - Profana exempla
1 4 - Hieroglyphica
1 5 - Emblemata
1 6 - Fabulae
1 7 -
Theologorum sententiae
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L A
T R A N S M I S I Ó N D E L A E X É G E S I S E N L A O R A T O R I A S A G R A D A 4 1
J u a n
de Jáu r e g u i , Apología por la verdad, 1625.
"Véase un
análisis
detallado de esta
Oración
fúnebre en
H e r r e r o ,
2001, pp.
4 5 3 - 4 6 5 .
Cuando murió el rey Felipe III
( 1 6 2 1 ) ,
el sermón de las Honras fúnebres celebradas,
según la costumbre, ocho días después de las exequias, fue predicado por el jesuíta
Jerónimo Florencia que había acompañado al soberano en su larga agonía. El sucesor,
Felipe IV, mandó al duque de Arcos que pidiera a todos los Predicadores Reales un texto
en loor del difunto rey
p a r a
reunidos en un libro.
F r a y
Hortensio Paravicino escribió
entonces un Epitafio que dio a la im pr en ta sin t a r d a r , ya que el libro colectivo
proyectado no veía la luz. Felipe IV decidió también que cada año se organizarían
Parentaciones en la Capill a Real
p a r a
los aniversarios del óbito de su padre y también de
su madre la reina M a r g a r i t a de Austri a. En 1 6 2 5 , el ser món fúnebre que había de
predicarse
se encomendó a
F r a y
Hort ensi o. El trinitario op tó entonces po r co mpo ner un
Panegírico funeral que pr on un ci ó desde el pulpi to de la Capi lla Real , en pres enci a del
r e y ,
de la familia real, de los embajadores, de los dignatarios eclesiásticos y de los
grandes y nobles de la c o r t e . Poco después, dio el texto de su discurso a la imprenta, el
cual se imprimió sin
t a r d a r
acompañado de una nueva edición del Epitafio de 1 6 2 1 . A
las pocas semanas se
difundió
por Madrid una malhumorada censura anónima, en
pliegos
manuscritos, contra esas dos obras. No se conservaba ni un
solo
ejemplar de ese
manuscrito
y
sólo
lo conocíamos a través del texto impreso de
J u a n
de Jáuregui que
salió en defensa de Paravicino en un opúsculo titulado Apología por la verdad
9
. Hace
poco, gracias a la amistad de María Teresa Cacho, de la Universidad de Zaragoza,
llegó
a mis manos el único ejemplar rescatado de este manuscrito titulado Antihortensio.
Presenté el ca so hace poc o en mi artículo de 20 0 7 y estoy pr epa ran do la edición crítica
de este texto rescatado.
P a r a las Ho nr as fúnebres de 1 6 2 1 , en la oc ta va de las exequ ias del rey Felipe III, el
padre Flor encia había pre dic ado una auténtic a Or ac ió n fúnebre, o discurso evangélico
e s t r u c t u r a d o ,
como un sermón temático, a
p a r t i r
de un
tema.
El
tema
lo sa ca ba del
Eclesiástico 30, 4
Mortuus est pater eius et quasi non est mortuus; similem enim reliquit
sibi post se) y la oración entera giraba alrededor del tema que servía de quicio
1 0
.
Paravicino, en 1 6 2 5 , opta por pronunciar un
Panegírico funeral,
o discurso co nti nuo ,
sin tema sa cad o de la Biblia y sin las
divisiones
internas de los sermones. El discurso,
estructurado
en loor del difunto rey, hace un panegírico continuo, desde el principio
hasta
el final. Por
o t r a
p a r t e ,
F r a y
Hortensio se vale de un gran número de citas.
Frecuentemente echa mano de lugares de la Biblia, a menudo del Antiguo Testamento
(Moisés, Abraham y
J a c o b ) ,
pero también del
Nuevo
Testamento (Evangelios, Hechos,
san Pedro y san Pablo, el Apocalipsis). P a r a autorizar su discurso r e c u r r e también a la
c i t a
de obras originales impresas, ora en citas textuales, ora procediendo por alusión.
Unas veces se t r a t a de autores clásicos de la antigüedad greco-latina y o t r a s , las más, de
comentaristas y exegetas, de grandes santos, Padres y Doctores de la Iglesia, así como de
escolásticos más modernos o, incluso, contemporáneos. O sea que, en un discurso que
podría presentarse como alejado de las normas y de los cánones de la concionatoria
religiosa,
F r a y
Hortensio se apoya a menudo en la exégesis tradicional, contribuyendo
así a su reelaboración y a su transmisión.
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F R A N C I S
C E R D A N
Criticón, 102, 2 0 0 8
E l
anónimo Censor del
Antihortensio
ac ha ca a Para vic ino vari os defectos e
imp rop ied ade s, en par tic ula r en lo to ca nt e al «géner o» nuevo que con stit uía este
Panegírico.
Nos limitaremos sin em bar go a un solo punto, el que versa precisamente
sobre las citas que hace Paravicino, a quien el autor acusa de plagiar obras impresas.
E s a s
obras son
t r e s :
El Gobernador cristiano
de
F r a y
J u a n
Márquez, otro sermón
fúnebre al rey Felipe III pr edi ca do po r el tri nit ari o por tugu és
F r e i
Ba ltez ar Páez en
Lisboa, en 1 6 2 1 , e impreso el mis mo año , y sobre tod o la obra del jesuíta
Diego
de
Baeza Comentaría moraba in Evangelicam
historiam ( 1 6 2 3 ) ,
que es, como reza el título,
una estricta obra de exégesis.
G r a c i a s
a lo que escribe J u a n de Jáuregui en su Apología por la verdad, sabía mos ya,
de mane ra par cia l, que el debate vers aba sobre la licitud de rep rod uci r cita s de los
P a d r e s , de los Doctores de la Iglesia o de los santos, sin c a e r en el flagrante plagio, o sea,
sobre la libertad de aprovecharse de los comentarios anteriores que transmitían la
exégesis tradicional
p a r a
explicar la doctrina cristiana y su dogma. Tomaremos algunos
ejemplos precisos sacados del
Panegírico.
E n la parte en que Paravicino evoca lo que llamaríamos hoy «los asuntos exteriores»,
recordando
las acciones de los ejércitos españoles en diferentes batallas o conquistas, la
idea direc triz es que Felipe III siempre ob ró co m o rey prud ent e y religio sísim o,
procurando siempre atenerse a causas justas. Así dice:
Más ¿qué no haría su religión? Su respeto al Cielo, ¿qué no o br ar ía? Si sabe del sol mismo de
Dios
su fénix amoroso Agustino, que no le parte nunca en las batallas, antes bien entiende
(como si pudiera dudarlo) a las armas más justas y religiosas,
para
entregarles con la luz la
victoria,
como lo experimentó Abías, con cuarenta mil hombres menos que Jeroboam en su
ejército.
Quien a primera luz mirare a Josué, por más valiente le tendrá que a Moisés,
viéndole
siempre entre las armas de las victorias. Mas quien atento considerare que al ademán que
Moisés levanta en el monte los brazos, él los juega allá en la campaña y que no vence el uno en
el campo más que el otro dispone en el oratorio, verá que Moisés, si no es mayor soldado,
mejor rey y gobernador es. Que el sol,
p ar a o br ar
en la
t ierra ,
no se a r r a n c a de su orbe: desde
lo más alto de él, mientras más mesurado, está más activo. Y a la verdad tan valientes son las
manos del príncipe que las levanta puras a Dios en las ocasiones de la guerra (óiganme los
príncipes todos), que quien lo era tanto como Josué (valiente digo), que pudo arro l lar esta piel
estrellada del cielo, como David dijo, como si revolviera la capa o el manto militar al brazo, y
p a r a
permitirla o prohibírsela al mundo, fueron arbitros imperantes de la luz sus manos:
p ar a
s a c a r
felizmente la espada propia, le libró
Dios,
no sólo el tiempo,
sino
la destreza en ajenos
brazos
E s t e pasaje (la cit a es algo la rga, lo recon oc emos ) es muy significativo de la ma ne ra
de proceder de Paravicino. P a r a la primera p a r t e , el anónimo Censor acusa y se mofa
así:
Sermones cortesanos, 199 4, pp. 2 0 1 - 2 0 2 . En adelante daremos directamente la página después de la
cita.
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L A T R A N S M I S I Ó N D E L A E X É G E S I S E N L A O R A T O R I A S A G R A D A 4 3
El
lugar que cita de San Agustín y la victoria de Abías, juntas las halló el Panegirista en fray
J u a n Márquez y aunque hay otros vulgares ejemplos
fuesen
[sic] los que más holgadamente
pudo t ras ladar . Poca costa la va teniendo el
Panegírico funeral
(f. 334 v-334b isr) .
Y ,
en efecto, Márquez en su libro II
ha
vida
de
Josué ,
capítulo
X X V I I ,
hablando de
las victori as de Jo sué, cit a a San Agustín (Epíst ola 1 9 4 ) : «que solía decir que cu an do dos
campos batallan, Dios está con el ojo de un palmo, p a r a dar la victoria donde conoce la
justicia», y poco
después
añade: «Baste, en lugar de mil, el caso del Rey Abías, que
estando en ca mp o con cuar enta mil hombres , con tra Je ro bo am que tenía ochenta mil, le
desbarató...»
(p. 32 4 ).
E n la misma página, Márquez pone otros ejemplos y cita dos veces a san Bernardo,
que fray Hortensio no aprovecha. Si Paravicino, como se puede pensar, escogió en esta
página dos elementos de Márquez, también hay que reconocer que se
t r a t a
de casos muy
conocidos y frecuentemente citados y aprovechados.
L a
segunda parte del pasaje que hemos citado plantea un problema más
difícil,
porque el anónimo Censor aprieta la censura:
Hasta
el fin de la plana
ajenos brazos]
no dejó este autor de la mano al Maestro Márquez. No
es imitación, es traslado cuanto dice de Moisés y Josué [...]. No me espantara tanto que lo
dijera en el pulpito, con ser libro tan moderno y tan a la letra, pero darlo a la estampa en
propio nombre con tanto aparato de elocuencia merece la pena de la ley flavia en los plagiarios
(f. 3 3 4b i sr ) .
E l
Censor pone el dedo en la llaga. Pero hay que interogarse sobre dos cosas: por una
p a r t e , si hay plagio y en que medida o extensión y, por
o t r a
p a r t e , si hay utilizació n de
elementos exegéticos pre-existentes. El libro del agustino fray
J u a n
Márquez se publicó
el año 1612 en Salamanca y conoció rápidamente numerosas ediciones porque tocaba
un tema muy discutido entonces (el del «Gobierno de Dios») y entraba de lleno en la
corriente
anti-Maquiavelo, lo que explica su duradero éxito. Es evidente que un hombre
tan
ate nto a las inquietudes de su tiempo co mo Pa rav ici no no podía d esc ono cer el libro
de Márquez y se puede afirmar que lo había leído detenidamente, sa can do apuntes
detallados.
Comparemos, pues, el texto del Panegírico cit ado anter iorme nte co n lo que escribe
Márquez:
Tan
poderosa llave es la oración p a r a abr ir y c e r r a r los cielos y tanto dependen de ella los
sucesos de las guerras cristianas, que a quien ha podido arrol lar esta piel estrellada, como si
revolviera el manto al brazo y tenido en las manos poder dar y quitar la luz al mundo,
p ar a
sa c a r a tiempo la espada, se le libró la destreza en brazos ajenos (p. 98).
No se puede negar que las tres últimas líneas del agustino han sido aprovechadas
directamente por Paravicino. No obstante, se podrá notar que fray Hortensio añade de
su cose cha, por ejemplo identificando a David (Salmo 1 0 3 , 2 ) , y reela bora ndo bastant e,
según su estilo, la pri mer a par te del p á r r a f o . Pero lo interesante se sitúa en otro
nivel
que es, como hemos dicho, la reutilización de elementos exegéticos pre-existentes. Y
aquí Paravici no aplica estricta mente los consejos d ados p or los trat adista s y autores de
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4 4
F R A N C I S C E R D A N
Criticón,
102,
2 0 0 8
Artes de predicar,
valiéndose
p a r a ,
la
inventio
de su ser món , de mat eria les hall ados en
diversas fuentes.
To me mo s ot ro ejemplo. Má rqu ez, en el capít ulo XVI del libro I
t r a t a
de los deberes
del monarca en materia de impuestos o tributos pagados por los subditos y escribe:
Y debe tener por cierto el rey cristiano que los tributos que se juntan con grandes extorsiones
se
suelen
mal lograr y lucir poco, como escribió san Gregorio a la imperatriz Constancia, y que
cuanto mayor y más absoluto señor fuere de su
t i e r r a ,
tanto más ha de huir de fatigarla,
convirtiendo siempre la potestad en alivio y no en aflicción de los suyos, de que es repreendido
en la
E s c r i t u r a
Roboam, porque pidiéndole el pueblo que le desahogase de los tributos que
había cargado su padre Salomón, respondió que el dedo menor de su mano era más grueso que
el hombro de su padre y que así les pensaba
a g r a v a r
el yugo, debiendo inferir lo contrario,
porque cuanto más fuertes son los hombros de los reyes, tanto mayor obligación tienen de
compadecerse del reino y ayudarle, porque es ley divina y natural que el rey y el reino se
traigan a veces en hombros, el reino llevando en paciencia los tributos justos, como hemos
dicho de
I s ac ar ,
y el rey doliéndose de su desconsuelo cuando lleva más de lo que puede. Por lo
cual el profeta Samuel, en el banquete que hizo antes de ungir a Saúl por rey de Israel, le
mandó guardar de industria la espalda de carnero p ar a advertirle que sobre las espaldas de los
reyes ha de
c a r g a r
el desconsuelo de los vasallos. Y el santo Job decía de sí: Si levavi super
pupillum manum meam etiam cum viderem me in porta superiorem humerus meus a iunctura
sua
cadat et brachium meum confringatur [Iob 31 ,
2 1 - 2 2 ] .
Si di mangonada al afligido cuando
me vi rey en mi trono, Dios me desprenda el hombro de su lugar como a quien debía traer en
él al subdito fatigado y no lo hizo... (p. 94 )
Márquez
sigue con una alusión al em per ado r Vale ntini ano a la ba do po r san
Ambrosio, poniendo así el agustino la exégesis al servicio de la materia política. Veamos
a h o r a
lo que escribe Paravicino,
p a r a
hacer el
elogio
de Felipe III en el mis mo asunto de
los tributos:
Así, aunque entre tan públicos y particulares menesteres, no agravó el peso de sus pueblos,
antes,
con afabilidad a lo menos se le aliviaba. Los dedos de las manos quería Roboán hacer
gruesos como las espaldas de Salomón su padre, habiendo Samuel, cuando le ungía a Saúl el
reino, dejádole de industria una espalda de carnero por mejor plato y jurado Job, que si al
afligido le dio de mano, se le cayese el brazo del hombro: señales una y
o t r a
que han de ayudar
los príncipes con el hombro de la compasión al otro del servicio, y que deben estimar
amorosamente de sus vasallos el gusto con que se empeñan por ello; pues aun de
Dios
dijo
Sofonías que él mismo ponía el hombro adonde el otro los hombres (p. 205).
L a
filiación, como vemos, es directa y el anónimo Censor triunfa una vez más: «Esto
y lo que se sigue de los lugares de los Reyes y Job, a la letra del maestro Márquez»
(f. 334bis). Notaremos, sin embargo, que Paravicino abrevia o sintetiza, reelaborando
los elementos tomados prestados con su genuino estilo y no entregándose, pues, a una
imitación servil.
Aduciremos un último ejemplo de la probada o supuesta imitación de Márquez por
Paravicino. F r a y Hortensio, p a r a subrayar una vez más la idea de que Dios favorece las
a r m a s que combaten por causas justas y religiosas, dándoles la victoria, especifica,
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L A T R A N S M I S I Ó N D E L A E X É G E S I S E N L A O R A T O R I A S A G R A D A 4 5
aludiendo a la histori a de los de Siquem (Génesis, 3 4 ) , cas tigad os por cir cunc idar se po r
interés y sin c r e e r verdaderamente en Jehová:
Muevan la religión y el celo de ella las
a r m a s ,
que Dios
d ar á
las victorias. Aparte ella las
comodidades, que él las sabrá disponer mayores. Quita
Dios
reino y vida al príncipe de Siquem
por
tomar religión verdadera con atención sola a su materia de Estado (p. 202).
Una
vez más el Censor denuncia: «a la letra del maestro fray
J u a n
Márquez». Pero si
comparamos texto a texto, vemos cuan exagerada resulta la acusación. El agustino, en el
capítulo X X X I V del libro II, había escrito, hablando de los príncipes hipócritas:
los príncipes que profesan la religión católica por el provecho temporal, debiéndola abrazar
puestos los ojos en sólo los
bienes
del cielo. Cuan desgraciados fines se pueden pronosticar a
los que esto hacen, dícelo la historia del príncipe de Siquem [...] tan infelices sucesos pueden
esperar
los príncipes que mudan religión por materia de Estado, cuando escogiendo el de
Siquem la verdadera, pagó de contado el intento con que se movió a seguirla, tomando por
medio
p a r a
su conservación lo que había de ser fin de todas sus acciones y, como dice san
Agustín, usando de lo que había de gozar y gozando de lo que había de usar, que es la mayor
perversidad de todas (p. 360).
E n
este caso (y lo que aconteció al rey Enrique IV de
F r a n c i a
se trasluce fácilmente),
la historia del príncipe de Siquem y de sus hijos era muy ejemplar y se citaba a menudo.
Con razón,
J u a n
de Jáuregui podía rebatir los argumentos del Censor:
El estilo de V.m. cuanto a la comprobación de los hurtos es de esta manera: si Márquez habla
de Moisen o Sichen y sus historias, y el autor
t r a ta
de las mismas, dice
luego
que es copia
a la
letra.
¡Gracioso tema ¿Quiere V.m. prohibir el leer la
E s c r i t u r a ,
y citarla cada uno a su
intento? ¿Quiere que, por huir unos de otros, cuenten de diversas maneras las historias
sagradas? Pienso yo que en citarlas y referirlas es fuerza concuerden todos (f. 28v).
Podríamos
multiplicar los ejemplos de casos en los que Paravicino toma prestadas
ideas, palabras o clausulas del agustino y que el anónimo Censor, con fruición, censura
y satiriza,
siguiendo
siempre el mismo método exagerado, afirmando y repitiendo, como
un estribillo: «copiado a la l e t r a » . Baste aquí la ejemplaridad de lo aducido en relación
con Márquez. El mismo Maestro Márquez, que había multiplicado las referencias
bíblicas y las cita s de la patr íst ica en un libro «po lít ico» que es un te so ro de exégesis,
facilita a sus lectores (entre los que se contaban numerosos predicadores) unas
copiosísimas tablas: una «de las cuestiones que se disputan»,
o t r a
«de las cosas
notabl es» y, por fin, una «de los lugares de la Bib lia ». Pa ra vi ci no , co n to da buena
conciencia, r e c u r r e a lo que había escrito Már qu ez , unas veces imitá ndol o o cop ián dol o
de c e r c a , otr as res umie ndo o valiéndose de una sencilla alusión ,
siguiendo
en esto los
consejos de los autores de las Arte de predicar. Es ta mo s pues en presencia de dos autores
conscientes de la transmisión de la exégesis: el uno, que ofrece, y el otro que, al leerlo,
recibe
(antes, a su vez, de facilitarla a sus oyentes). La labor del comentarista es
inacabable.
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4 6 F R A N C I S C E R D A N Criticón, 102, 2 0 0 8
Pasemos ahora a lo que concierne al jesuíta Padre
Diego
de Baeza, en quien el Censor
ve otro inspirador directo de varios renglones del
Panegírico
de Parav icin o. Ha y ca sos
en los que la deuda de fray Hortensio no hace duda. Así, por ejemplo, cuando el orador,
casi al a b r i r su Panegírico, declama:
E n t r o , pues, como temerario de medroso, atreviéndome a nombrar por muerto un rey de
tantas vidas. Así lo
sintió
de otro grande rey el mayor voto de nuestra fe, san Pedro, cuando
desde otro lugar como éste dijo a los hebreos que les quería decir, aunque fuese atrevimiento,
que había muerto David y le habían enterrado, y su sepulcro duraba hasta aquel día. Tan
ajena
juzgó de la gloria real la sombra de la muerte el apóstol, tan lejos de la púrpura de la
co r t i n a los paños de su túmulo, que le pareció linaje de temeridad hablar en que un príncipe
como David fuese muerto, y el bulto de la Majestad adorado se desvaneciese entre las cenizas.
Bien Así refiere Agustino que adoraban a Apis los gitanos en un sepulcro, pero delante de la
imagen de Harpócrates, con el dedo en la boca, en muestras de silencio, p a r a advertir que
entre las honras divinas de Apis nadie se atreviese a hablar de su muerte. Tan indigno
accidente calificaban de un varón memorable la muerte de él. Así cogían
h o r r o r
a que la
hidalguía humana, a
quien
sirve luces el Cielo, la envolviese en sombras la
t ierra ,
que ni el
amago de nombrar su fin les permitían a sus labios (pp. 1 9 3 - 1 9 4 ) ,
y prosigue más lejos:
Mas si de ver en el sepulcro los ángeles juzgó la boca griega de oro que allí estaba enterrado
Dios, pues asistían los ángeles a aquel cielo, templada la armonía divina a consonancia
humana... (p. 194)
Aquí, el Predicador Real se aprovecha directamente de un pasaje del libro V,
capítulo I de Baeza:
Considera atentamente cómo el audaz príncipe de los apóstoles, al comunicarles a los hebreos
la resurrección del Señor, juzgó conveniente mentar a David yaciente en el sepulcro. ¿Quién,
en efecto, hubiera achacado semejante deshonor a un rey tan noble, hasta decir que yacía no
en el paraíso,
sino
en un sepulcro? El autor es san Agustín (cap. 5 de la Civit., 18) diciendo que
los egipcios adoraban a Apis encerrado en un sepulcro y delante una imagen de Harpócrates
con un dedo puesto sobre la boca p ar a pedir silencio y que así nadie se atreviera a mentar su
sepultura entre los honores divinos tributados a Apis. En efecto, se reputaba
indigno
y
vergonzoso el que un hombre, ciertamente el mayor de los más grandes, quedase sepultado en
la oscuridad del sepulcro y que siguiera yaciendo en medio de las cenizas aquel a quien servían
todas las luces del cielo. Pues desde la resurrección divina, nada, ni paraíso
terrestre ,
ni trono
rea l , ni el mismo cielo, nada más glorioso al hombre que el sepulcro. A este propósito san J u a n
Crisósotomo (2 Sal.) juzga que el sepulcro fue dado como lugar
digno
y glorioso, incluso
p ar a
los ángeles, diciendo: Para manifestar que Dios había sido sepultado los ángeles permanecían
cerca del sepulcro lo mismo que están en el cielo
a
.
1 2
Tra du cc ió n nuestra . El text o lat ino de Baeza es: «Exp end e di l igentius, unde sibi v ideatu r au da x
Apostolorum princeps, nimirum, quod apud gnaros Dominicae Resurrectionis memoret Dav idem in se pul chr o
degentem.
Quis enim
t a n t u m dedecus Regi
nobi l i s s imo
inureret , q u e m non in par adi so, sed in sepu lchr o
rec umb ere dicat ? Aut hor est D. August., 18 de Civitat. Cap. 5 ,
quod Aegypti i
colebant
A p i m
in sep ulch ro
cond itum , cui assidebat Harp ocr ati s
idolum digi to
ori impresso
si lentium indicens,
ne
quis
auderet Ínter
divinos
hono res Api
exhibitos ejus
sepulchrum
meminisse .
Infame
enim
e t verecundum putabat ur ,
quod h o m o
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L A T R A N S M I S I Ó N D E L A E X É G E S I S E N L A O R A T O R I A S A G R A D A 4 7
Aunque añade frases y no pocas ideas de su propia cosecha, Paravicino sabe valerse
bastante directamente de los elementos exegéticos y de los argumentos reunidos por el
jesuíta como el lugar de la Biblia (Hechos, 1 4 - 3 0 ) , san Agustín, san Ju an Cris óst omo .
Casi
de la misma mane ra, cuan do, p a r a desarrollar la idea según la cual «nunca el
cono cim ien to del hijo toc ó en pusilanimidades de sier vo», fray Hor ten sio
r e c u r r e
al
conocido
episodio
del sacrificio de Abraham (Gn, 22) y escribe:
Ejemplo hiciera a esta verdad, si tal temiera de ella, con el cuidado que Abraham tuvo en su
hijo Isaac, cuando vio en él más gusto de consagrarse al cuchillo, o por excusar la turbación de
las a r a s con algún estremecimiento del sacrificio, como ponderó un grande autor, o por
prevenir la impaciencia a que podía obligar el dolor a una víctima racional y gallarda, como
sintió Agustino, o porque, como ilustres plumas notaron, juzgó que le era a un gran dolor
algún exceso lícito, mientras no ofendiese ni la obediencia ni el ánimo (p. 214) ,
el anó nim o Cens or repre hende así: «El ejemplo de Isaac con la advertenc ia de Caye tan o
(que es el autor a quien señala) y otro lugar de san Zenón (a quien llama «ilustre
pluma») ,
la trasladó a la letra de Baeza» (f.
3 3 6 r ) .
Comparemos con lo que escribe
Baeza:
Doy un ejemplo de este tan santo temor en la persona de Abraham, hombre de religioso
escrúpulo y de insigne piedad, quien, p a r a sacrificar su hijo al Señor, incluso cuando éste se
ofrecía devotamente y sin que él tuviese que hacerle violencia, lo ató estrechamente y con
cautela.
Nada era más conocido del padre que la devota y celosa voluntad con la que el hijo se
entregaba a la muerte. Nada era más evidente que su firmeza de espíritu y su adhesión. Más
fácil hubiera sido embotar la punta de un
a r m a
por el fuego que doblegar el ánimo de Isaac y
no obstante Abraham sujeta a su hijo. Y no es extraño. En efecto (nos dice Cayetano) la razón
de
sujetarle no fue el temor de que Isaac se levantase y
saltase
del
altar
sino que se
manifestasen involuntarios movimientos como es natural que se produzcan en una degollación
y que viniesen así a turbar indecentemente la buena ordenación del sacrificio. Así lo dice
Cayetano y acertadamente. Más próximo aún y más claramente, San Zenón: A pesar de su
calma, este excelente padre tuvo temor de que algunas señales de dolor fueran consentidas a la
hora
de la muerte
Así ocurre a menudo a los corazones animosos, que hasta las murallas de
bronce, con los golpes del ariete, se abren en pequeñas fisuras y así también la gotera
persistente cava la piedra
1
'.
omn ium sublimiorum facile princeps sepulchrali c lauderetur cal ig ine ,
et
inter cineres jaceret,
cui
famulantur
omnia coe l i lumina.
Sed
ja m
ex
re surrect ione Dominica
nil
g loriosius nomini q uam sepulchrum ,
non
terrestris
paradisus, non reg ius thronus , non cae lum ipsum. Ad haec D. C h r y s o s t . , in Psal . 2, pondérât sepu lchram
dignam et glor iosa m sedem, etiam An gelis dedisse in verbis: ut ostenderent Angeli, Deum fuisse sepultum, ad
sepulchram tanquam apud caelum manebant» ( p . 2 8 1 ) .
a
Tradu cc ión nues tra . El texto lat ino de Baeza dice: «Do s ingulare huius sanct iss imi t imoris exem plum in
viro re l ig ione et p ie ta te ins igni Abraham, qui filium ut Domino l ibaret , e ts i l ibent i et inv ic to animo se
devoventem, nihilominus fort iter, cau teque l igavit . Nil not ius
patr i ,
q u a m filii sui a lacr is et devota voluntas ,
qua se mort i t radebat . Nil patent ius , quam ejusdem constans et invectus anim us: credibil ius hebetanda m
ignis
et g ladii aciem, quam I saac animum fug i turum et tamen filium ligat. Nec m i r u m .
Ratio enim ligandi
(ait
Caietanus)
non fuit
timor,
ne Isaac surgeret aut ne Isaac exiliret ab altari, sed ne involuntarie motus, ut potè
naturales in actu iugulationis exìstentes ordinatum, composuit iamque situum exturbarent in nonnullam
indecentiam sacrifica.
Sic
Ca ie tanus
et
recte.
Illustrius adhuc
D.
Z e n o .
Securus
pater optimus
timuit, ne
dolori
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F R A N C I S C E R D A N
Criticón, 102, 2 0 0 8
L o
primero que notaremos es que el conocidísimo episodio del sacrificio de Abraham
fue comentado a menudo por los escrituristas desde la antigüedad latina, y que era
norm al que cualquier biblista o predi cad or co noc ier a la corr espon dient e exégesis de
Cayetano,
de san Zenón y de otros muchos. Que Paravicino coincidiera con Baeza no es
tampoco ninguna sorpresa. Ya Jáuregui en su Apología por la verdad, había rectif icado:
Cuando Baeza o Páez acotan con Tertuliano, Salustio o San Cirilo, y el autor con los mismos,
dice V. m. al momento que traslada a Páez y Baeza. Respondo lo que ahora decía del sagrado
t e x t o : que alegar unos mismos autores no es imitarse aquellos que los alegan, es
sólo
un
concurso forzoso en valerse de antiguas doctrinas y acudir a las fuentes donde se hallan (f.
2 8 v - 2 9 r ) .
P e r o , de todas formas, en este caso preciso, como en otros muchos, no es posible
decir, como afirma el anónimo Censor, que Paravicino traslada «a la l e t r a » . Primero
porque el texto conciso y alusivo del
Panegírico
dista mu ch o del ampl io desa rro llo en
latín de Baeza, con citas textuales de los exegetas. En segundo lugar, porque, además de
las alusiones a Cay eta no («un grande a u t o r » ) y a san Zenón («ilustre pluma») cita a san
Agustín no mentado por Baeza. Es más que probable, que Paravicino había leído
detenidamente y anotado las Commentaria moralia in Evangelicam
historiam
del
jesuíta, pero también es muy probable que estas citas se hallasen ya reunidas en una
Poliantea o una Conco rda nci a. El predi cado r trinitario partic ipa consc ienteme nte aquí
del proceso de transmisión de la tradicional exégesis a p a r t i r de fuentes co mun es.
Cit are mos de nuevo a Jáu regui , quien notaba:
Doy fe de haber
oído
al Doctor Francisco Sánchez de Villanueva, Predicador de Su Majestad,
que, enviándole este mismo autor
Diego
de Baeza su libro impreso, se puso a leer muchos
lugares en presencia de quien se lo t ra ía y halló que no pocos contenían los mismos conceptos
que él había predicado años antes y que tiene apuntados en cuadernos
suyos
antiguos (f. 17r-
v).
Na da ext ra ño en esto. El mis mo Ba eza no pr oc ur ab a escribir una obra de ingeniosa
originalidad, sino que tenía plena conciencia de proponer un libro útil p a r a sus futuros
lectores. En el interesante prólogo a esos lectores, rotulado Auctor lectori, el jesui ta
subraya la importancia de r e c u r r i r a los comentarios antiguos de la patrística, verdadero
maná p a r a el alimento espiritual, y declara que su libro es una reelaboración de muchos
elementos de la exégesis tradicional.
Después
de
r e c o r d a r
el cá nt ic o de Moi sés (Dt, 32 ,
2 :
«Caiga a gotas como la lluvia mi doctrina /
Destile
como el rocío mi discurso»),
termina confesando su deseo de brindar elementos apto s p a r a nutrir y fecundar futuras
obras ajenas:
Y o ,
apartado en los confines de la
t ierra
y despreciado, me
beneficio
de la potencia de Dios, el
cual, de los confines de la t ierra , suscita las nubes p ar a que mi doctrina se agolpe en lluvia y
aliquid liceret in morte. Saepe invicti animi, imo et moenia aerea
medio
in ariete, vel rimulas faciunt et dum
lapis crebra gutta cavatur» (p. 3).
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que mi discurso, despedazado en pequeños párrafos, fluya como el rocío. E s t o , como lo
espero, amable lector, no será infecundo p a r a el mundo
14
.
Muy revelador de este ánimo generoso es el hecho de que, en los apéndices de sus
o b r a s ,
tanto los
Comtnentaria allegorica et moralia de Christo figurato in Veteri
Testamento co mo las Commentaria moralia in Evangelicam historiam, figuren var ias
tablas, en particular una tabla de cosas notables o lugares comunes loci communes),
cosa bastante frecuente en los sermonarios y libros de exégesis, y
o t r a ,
cosa poco
frecuente, p a r a el uso de los predicadores Ad concionatorum usum), según el calendario
litúrgico.
P a r a terminar examinaremos el caso, más complejo, del también trinitario, provincial
de Portugal, frei Baltezar Páez, autor de una oración fúnebre
p a r a
Felipe III.
Rec ord emo s la cro nolo gía. El rey falleció el 31 de ma rz o de 16 2 1 . Para vic ino, c om o
vimos, redactó entonces sus
Epitafios o Elogio funerales al rey Don Felipe III el Piadoso
y los dio a la imprenta casi inmediatamente. El opúsculo salió de las prensas de Tomás
J u n t i a últimos de may o o primer os días de junio de este año de 1 6 2 1 . Po r enton ces, en
Lisbo a, « Em hum officio, que os Irmá os da Irm and ade de tod os os Sancto s dos Officiais
e Criados de sua Magestade fizeráo, conforme ao seu Compromisso», frei Baltezar Páez
predicó su oración fúnebre que salió impresa, por Pedro Craesbeek, a finales del mes de
julio del año, o sea más de un mes
después
de la publicación de los
Elogios
de
Paravicino. En ambas obras existen frases enteras muy parecidas o casi iguales, lo que,
de ningún modo puede considerarse como mera casualidad. Hubo, está c l a r o , contacto
directo.
J u a n de Jáuregui,
después
de declarar: «Y porque no se
piense
tocamos en el
crédito del padre mae str o fr. Bal tas ar Páez , infiriendo que imitó al Aut or », intentó
minimizar el asunto, advirtiendo: «que las menudencias en que concuerdan, o son de
lugares comunes, o alegaciones de santos, o modos brevísimos de locución, que ni
importa sean imitados, ni que dejen de serlo» (f. 39v). P e r o , al final sacó la con clu sión
siguiente:
E n
esta nota t rae V. m. muchas cláusulas expresas del Autor y de Páez y también dice que
toda
la plana a la letra es traslado del otro sermón,
caso
bien
prodigioso
p a r a
quien ha visto lo que
ya dijimos y sabe por las fechas notadas, quién pudo trasladar a quien, cuando algo fuese el
traslado (f. 42r).
P a r a
explicar el caso, se puede subrayar que entre los dos Provinciales trinitarios
existían vínculos m uy estrec hos y relac iones frecuentes. E n aquel entonces los
manuscritos circulaban a veces con rapidez. Bien podría ser que Páez recibiera una copia
de los Elogios antes de co mpo ner su sermón. Pero se presenta ot ro probl ema plante ado
por
las similitudes que existen, según el Censor, entre el Sermao de Páez de 1 6 2 1 y el
Panegírico de Para vic ino de 1 6 2 5 , ya que, en este ca so , la ante rio rida d del portu gués es
1 4
Traducción nuestra. El texto latino de Baeza dice: «Ego, in extremis terrae
dimissus,
ac despectus, aptor
potentia Dei, qui ab extremis terrae
nubes
educit ut concrescat in pluviam doctrina mea et minutissimis
paragraphis distinctum fluat, ut ros,
eloquium
meum. Id orbi, optime mector, ut spero , non erit infoecundum»
(preliminares).
RITICÓN. Núm. 102 (2008). Francis CERDAN. La transmisión de la exégesis en la oratoria sagrada del siglo XVII (El caso ...
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L A
T R A N S M I S I Ó N D E L A E X É G E S I S E N L A O R A T O R I A S A G R A D A 5 1
Croizat-Viallet,
2 0 0 2 ,
p. 105.
nota J e a n Cro izat -Via llet : «Es así c o mo lo que era frut o de un tr ab aj o per sona l se
convierte en patrimonio común de los predicadores»
1 5
. Sab em os, en efec to, que los
oradores
sacros, incluso los más famosos y exitosos, acudían a tales instrumentos, con
toda buena conciencia, p a r a la elaboración de sus sermones. E s t a práctica de escritura
fue prolo ngad a graci as a los numero sos serm onar ios publica dos en el
siglo
x v n y que
ofrecían también índices y copiosas tablas de lugares y de cosas notables. Por o t r a p a r t e ,
las Artes de predicar aco nseja n cla ram ent e a los or ado res que saquen apunte s, no
sólo
de las Esc rit ura s y de la Patr ístic a,
sino
también de obras de todo tipo. Los autores
modernos que publican obras donde se reproducen comentarios de los lugares
bíblicos
escrit os po r los Sant os, los Pad res y los exegetas o teó logo s m ás de sta ca dos ,
acompañándolos de sus propios comentarios, no ambicionan hacer obra original,
sino
que ofrecen el fruto de su trabajo p a r a facilitar la transmisión del tesoro exegético
existente. El co nc ep to de «p rop ied ad» intelec tual o literaria no era vigente en aquel
entonces. Imitar a los grandes autores era lícito, con tal que la intención fuera r e c t a y
con miras al mayor
bien
de tod os. Jáu regui, al defender a Paravi cino , afirmaba :
Ahora vamos a que los libros [imitados]
fuesen
manoseados de la gente de estudio: ¿quién
duda que sucede así a los mejores; y que no dejarse de la mano es su mayor calidad a que mira
el precepto de Horacio: Vos exemplaria Graeca nocturna vérsate manu, vérsate diurna. Los
ejemplares mejores, cierto es que de noche y de día se manosean, y los malos
viven
intactos.
Cuando imitamos a Platón y Aristóteles, a Ambrosio, Agustino y Jerónimo ¿sería
bien
culparnos porque son conocidos sus libros y manoseados? (f.
2 v - 3 r ) .
Y ,
un poco más lejos, subrayaba aún más lo dicho aquí:
ya no quiero suponer la verdad: doy que lo sea mil veces haber imitado el Autor muchas
galas y adornos ajenos. Cuando esto fuera así (pregunto), ¿quién hay que lo juzgue por culpa?
Antes es forzoso alabarlo,
viendo
usar siempre lo mismo a los excelentes autores. Pues si
comentamos a alguno, apenas contiene sentencia ni cláusula que no se halle semejante en otros
a
quien
pudo seguir, sin que esto se atribuya a defecto,
sino
a estudio y acierto muy grande (f.
1 2 v - 1 3 r ) .
J á u r e g u i ,
ingenio lego
pero de gran erudición, formulaba así la
opinión
general,
compartida
tanto por los literatos como por los autores religiosos de obras de teoría o
de
índole
teoló gico -mo ral . Que da cla ro que, lo mis mo que en el
Panegírico
de
Paravicino, en mucho s ser mon es de la épo ca de Felipe III y Felipe IV se reut iliz aban
ideas, conceptos, cláusulas y elementos diversos provenientes de las
Polianteas, Selvas
o
Florilegios así co mo de obr as de cl aro
c a r á c t e r
exegético que volvían a exponer y
d e s a r r o l l a r
los comentarios patrísticos. Pero también está claro que a veces los oradores
se inspiraban incluso de sermones de otros predicadores a través de los índices o tablas
colocados adrede al final de los sermonarios. Este fluir conscientemente aceptado y
utilizado ase guró la tra nsmi sión de la exégesis en la or at or ia sagrad a del
Siglo
de Oro.
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F R A N C I S C E R D A N Criticón, 102, 2 0 0 8
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Resumen. A partir del siglo n, se desarrolla un corpus exegético cristiano (primeros escrituristas, Padres y
Santos de la Iglesia, escolásticos) que irá a confluir en la Summa de Santo Tomás de Aquino.
Después
del
Concilio de
Trento,
se multiplican las citas de exegetas antiguos en los sermones del
Siglo
de Oro. Los
predicadores se valen de olianteas y
Florilegios,
pero también de obras de autores modernos que elaboran
una exegesis propia a partir de la patrística y de la tradición. El abundante empleo de las citas en los sermones,
si cont ribuy ó a la transmisión de la exegesis bíblica, no dejó de p lantea r prob lema s, en partic ular los que giran
en torn o al ejerc icio de la erudici ón, a la licitud de la imitación o, incluso, a la posibilidad de plagio. El
Panegírico
funeral del rey Felipe III,
predicado por fray Hortensio Paravicino en 1625 y censurado en seguida
por un anónimo erudito puede servir de ejemplo para ilustrar los mecanismos de la utilización de una exegesis
reciente (Juan Márquez, Diego de Baeza) por un afamado Predic ador Real.
Résumé. A partir du II
E
siècle s'est développé sur la Bible un
Corpus
exégétique chrétien (premiers
commentateurs, Pères de l'Église, scolastiques) qui confluera dans la Somme de saint Thomas d'Aquin. Après
le Conc ile de Tre nte, les citatio ns des exégètes anciens se multiplient dans les sermons du Siècle d'or . Les
prédicateurs ont recours aux
Florilèges
et
Polyanthées,
mais aussi aux œuvres d'auteurs modernes qui publient
des exégèses originales. L'emploi de nombreuses citations dans le sermons, s'il contribua à la transmission de
l'exégèse biblique, ne manqua pas de poser des problèmes en ce qui concerne la pratique de l'érudition, les
limites licites de l'imitation et, même, la
possibilité
de plagiat. Le
Panegírico funeral
del rey
Felipe
III
prêché
par Paravicino en 1625 et censuré aussitôt par un érudit anonyme peut servir d'exemple pour illustrer les
mécanismes de l'utilisation d'une exégèse récente (Juan Márquez et
Diego
de Baeza) par un Prédicat eur Royal
de renom.
Summary. A Christian exegetical Corpus concerning the Bible that comes into existence starting in the second
century (composed of the earliest commentators, Church fathers, and scholastics) converges in the Summa of
Saint Thomas Aquinas. After the Council of
Trent,
citations from early exegetes multiply in Golden Age
sermons.
Pr eachers turn to Florilèges and Polyanthes, but also to works by modern auth ors who published
original exegeses. If employing numerous citations in sermons contributed to the transmission of biblical
exegesis, it also posed problems concerning the use of erudition, the permissible limits of imitation, and
even
the possibility
of plagiarism. The Panegírico
funeral del rey Felipe III
delivered by Paravicino in 1625 and
censored immediately by an anonymous scholar serves as an exemplary illustration of the mechanisms for the
use of recent exegesis
(Juan
Márquez and Diego de Baeza) by a celebrated Royal
Preacher.
Palabras clave.
BAEZA,
Diego de. Exegesis. M Á R Q U E Z , Juan. Oratoria sagrada. PARAVICINO, fray Hortensio.
P Á E Z , frei Baltezar.
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ANTONIO
MIRA DE AMESCUA
TEATRO
COMPLETO
VOLUMEN VII
AUTOS RELIGIOSOS)
Edición coordinada
por
Agustín
de la Granja
Universidad de Granada - Diputación de Granada
2007
RITICÓN Núm 102 (2008) Francis CERDAN La transmisión de la exégesis en la oratoria sagrada del siglo XVII (El caso