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Últimas palabras de Copito de Nieve (En el recinto más importante del zoo. El Mono Blanco dormita en algo que recuerda al trono papal. Cerca de él, el Guardián, cuya actitud y aspecto son los del guardaespaldas de un hombre importante. Vigila los movimientos sospechosos del público. Si alguien echa comida al Mono Blanco, él se adelanta a probarla. Da de comer al Mono Blanco, lo lava, lo espulga. De vez en cuando, toma nota de dichos o hechos del Mono Blanco. El Mono Negro se concentra en una única tarea: acumular objetos formando una montañita que le permita acercarse a un plátano elevado que jamás alcanza. Se alimenta de las sobras que deja el Mono Blanco y se mueve en el espacio que éste le cede. El Guardián se relaciona con él por medio de sólo dos palabras: “Nikro” y “Rómek”. El Mono Negro intenta ser obediente, pero no lo consigue, porque cada una de esas palabras parece tener significados diversos e incluso contradictorios. La inmovilidad del Mono Blanco es tal que el Guardián se acerca a tomarle el pulso. Tras comprobar que todavía vive, el Guardián vuelve a su posición. Hasta que el Mono Blanco hace una seña al Guardián. Éste se acerca. El Mono Blanco le dice algo al oído. El Guardián habla al público.) Guardián- Copito de Nieve quiere hablar. Copito de Nieve quiere hacer tres declaraciones antes de morir. La primera se refiere al difunto Chu Lin. La segunda es un mensaje a los niños de 1

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Últimas palabras de Copito de Nieve

(En el recinto más importante del zoo.

El Mono Blanco dormita en algo que recuerda al trono papal.

Cerca de él, el Guardián, cuya actitud y aspecto son los del guardaespaldas de un hombre importante. Vigila los movimientos sospechosos del público. Si alguien echa comida al Mono Blanco, él se adelanta a probarla. Da de comer al Mono Blanco, lo lava, lo espulga. De vez en cuando, toma nota de dichos o hechos del Mono Blanco.

El Mono Negro se concentra en una única tarea: acumular objetos formando una montañita que le permita acercarse a un plátano elevado que jamás alcanza. Se alimenta de las sobras que deja el Mono Blanco y se mueve en el espacio que éste le cede. El Guardián se relaciona con él por medio de sólo dos palabras: “Nikro” y “Rómek”. El Mono Negro intenta ser obediente, pero no lo consigue, porque cada una de esas palabras parece tener significados diversos e incluso contradictorios.

La inmovilidad del Mono Blanco es tal que el Guardián se acerca a tomarle el pulso. Tras comprobar que todavía vive, el Guardián vuelve a su posición.

Hasta que el Mono Blanco hace una seña al Guardián. Éste se acerca. El Mono Blanco le dice algo al oído. El Guardián habla al público.)

Guardián- Copito de Nieve quiere hablar. Copito de Nieve quiere hacer tres declaraciones antes de morir. La primera se refiere al difunto Chu Lin. La segunda es un mensaje a los niños de Barcelona. La tercera es una respuesta definitiva a la pregunta: “¿Existe Dios?”.

(Ayudado por el Guardián, el Mono Blanco se incorpora y camina hacia el público. Tras comprobar que puede sostenerse en pie, hace un gesto para que el Guardián se aleje. Por fin, habla al público –a veces, con tan poca energía que casi resulta inaudible; otras, con renovado brío-.)

Mono Blanco- Mai. Mai he tingut res contra...

(El Guardián le interrumpe, diciéndole algo al oído. El Mono Blanco vuelve a empezar.)

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Mono Blanco- Nunca. Nunca he tenido nada contra el oso panda del zoo de Madrid. Es lo primero que deseo declarar en este grave momento. Siempre intentaron enfrentarnos. ¿Cuántas veces no lo habré oído decir? “El gorila albino del zoo de Barcelona es mucho más importante que el oso panda del zoo de Madrid”. Probablemente es así, pero deseo declarar, con toda solemnidad, que yo nunca alimenté esa polémica. Siempre tuve el mayor respeto por el difunto Chu Lin. Siempre lo consideré un buen profesional, y me habría gustado acudir a su entierro. No lo hice porque yo jamás salgo de este recinto. No digo “recinto” en tono despectivo: es el mejor recinto del zoo. Hay gente que, al verme, exclama: “Vive mejor que muchas personas en esta ciudad”. Seguro que no les falta razón. Esta ciudad siempre me ha dado un trato exquisito, y más desde que mi situación trascendió a la opinión pública. Desde que se supo que Copito de Nieve estaba aquejado de una enfermedad irreversible, la ciudad se ha volcado con Copito de Nieve. Esa cola, esa larguísima cola de gente... Sois la más conmovedora demostración de amor que ninguna ciudad haya dedicado a su animal favorito. Todos, todos habéis venido a despediros. Incluso el alcalde. Pasó por aquí esta mañana, con un discurso. Desde los mendigos hasta el alcalde, todos os habéis dicho: “Acompañemos a Copito en este difícil tránsito”. Últimamente he leído mucho sobre ello, sobre el tránsito. Sócrates, Séneca, Kierkegaard... Según Montaigne, la muerte es espantosa para Cicerón, deseable para Catón, indiferente para Sócr...

(Se interrumpe ante un batacazo que se da el Mono Negro. El Mono Blanco lo mira. El Mono Negro reanuda su monótona tarea.)

Mono Blanco- Cuando me trajeron, él ya estaba aquí. Entré al recinto y él ya estaba aquí, haciendo exactamente lo mismo que ahora. No ha cambiado nada. A veces me mira como si estuviese a punto de comprender algo. No comprende nada. No sabe por qué está aquí. ¿Lo sabéis vosotros, por qué está él aquí? Él sirve como término de comparación. Él sirve para que os deis cuenta de que yo soy extraordinario. De no estar él aquí, no repararíais en lo excepcional de mi caso. De no estar él aquí, no os daríais cuenta de que soy blanco. De no estar él aquí, pasaríais por alto mi sonrisa. De no estar él aquí, no os asombraría la inteligencia de mi mirada. ¿No es cierto que, comparado con él, casi parezco humano? De vez en cuando me peleo con él por un cacahuete o por un rincón, pero no porque me importen el rincón o el cacahuete, sino porque sé que os tranquiliza comprobar que, en el fondo, sigo siendo un mono.

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Afrancesado, pero mono. Y, sin embargo, soy tan diferente de él... Incluso me siento más afín a ese otro.

(Hace una seña al Guardián, que acude.)

Mono Blanco- Le pagan por mantenerme limpio y darme de comer cinco veces al día. Pero yo le he asignado una misión más importante. Seguro que os habéis preguntado: ¿Cómo conseguirá los libros el mono? La respuesta es él. Un libro al día. Cada noche, le anoto el título, y a la mañana él vuelve con el tomo. Una vez confundió Montaigne con Montesquieu, pero, en general, me trae lo que le pido. ¿Por qué lo hace?, ¿qué obtiene él a cambio?

Guardián- Cumplo con mi deber.

Mono Blanco- Para que satisfaga mis deseos, le amenazo con hacerme daño. Si a mí me pasase algo, él cargaría con las culpas. Él es responsable de mí.

Guardián- Al principio, no me lo tomé bien. Lo hacía de mala gana, y no hay nada peor que trabajar de mala gana. No era el puesto que yo había soñado. No era para esto para lo que me prepararon. Tardé un año en confesárselo a mi mujer: “Soy guardaespaldas de un mono”. Me sentía fracasado. Fue ella, mi señora, la que me hizo ver el aspecto bueno de la cosa. Me hizo ver que no hay en la ciudad nadie tan valioso como él. Quiero decir, en valor simbólico. ¿Os habéis fijado en el mapita, ahí delante? Los puntos rojos son los lugares del mundo en que hay gorilas albinos. Mirad Madrid. ¡No hay punto rojo en Madrid! Sigue sin gustarme limpiarlo, pero ¿a quién podría confiarse esa tarea sin poner en peligro a Copito de Nieve? No come un cacahuete sin que yo lo pruebe antes, no sea que intenten envenenarlo. En realidad, ya da igual lo que coma, el final es inminente. ¿Será también el final para mí, como mis enemigos pronostican? No, para mí será el principio, según mi mujer. A ella se le ocurrió lo de la biografía: “Nadie lo conoce como tú. ¿Quién como tú puede explicar su visión política, sus hábitos sexuales, los detalles de la autopsia...? Tú ve tomando notas, que yo te las paso a limpio”. Además, he ido guardando cosas que ahora parecen tonterías, pero que, como ella dice, subirán de precio en cuanto expire. (Muestra algunas de esas cosas.) También conservo manuscritos en los que grafológicamente podemos comparar escalones de su evolución. (Muestra un papel con un rayajo.) Firma de Copito a los catorce años, en que son visibles las inestabilidades de la adolescencia. (Muestra otro papel con rayajo.) Copito en la madurez. (Muestra otro papel con

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rayajo.) En los años setenta, Copito vive una etapa emocionalmente convulsa, afectado por la guerra de Vietnam. Y, por fin, Copito en la senectud. (Muestra otro papel con rayajo.)

Mono Blanco- Le pedí Montaigne y me trajo Montesquieu, pero le castigué y no ha vuelto a equivocarse. Siete, siete erratas encontré en Montaigne, pero él no tiene culpa de las erratas, ni tampoco Montaigne. Cada vez hay más erratas en los libros. A los responsables de las erratas deberían fusilarlos. Una errata es peor que un crimen. Una errata es un crimen contra el espíritu. Aun así, es mejor Montaigne con erratas que Montesquieu sin ellas. Nadie ha descrito el tránsito como Montaigne. Según Montaigne, filosofar es aprender a morir. Por eso, Montaigne se acostumbró a tener la muerte a todas horas en la imaginación y en la boca. De nada se informaba tanto como de la muerte de otros hombres: qué actitud, qué palabras, qué rostro tuvieron al morir. Pensaba que, para privar a la muerte de la ventaja que le da la sorpresa, hay que frecuentarla e imaginarla con todas sus caras. Imaginar la muerte con antelación nos da una ventaja sobre ella, pensaba Montaigne, y así se convirtió en un... se convirtió en un...

(La fatiga no le deja seguir. Expectantes, el Guardián se dispone a socorrerlo y el Mono Negro interrumpe su monótona tarea.)

Mono Blanco- Se convirtió en un archivero de la muerte. Concluyó que no hay razón para tenerle miedo.

(El Guardián vuelve a su posición y el Mono Negro a su tarea.)

Mono Blanco- Más aun: la muerte es menos temible que cualquier otra cosa. “Multo mortem minus ad nos esse putandum / si minus esse potest quam quod nihil esse videmus”. Es decir: “La muerte es menos que el sueño, si la nada puede tener grados”. “Ni el canto de las aves ni el ruido de la guerra podrán despertarme”, dice Montaigne, y exclama: “Que me halle la muerte plantando flores...”.

(Se interrumpe para rugir al Mono Negro, que se había metido en su zona; lo acorrala; se golpea el pecho, exhibiendo su antigua fuerza.)

Guardián- África. La fuerza de lo elemental. Sonidos primordiales, cielos rojos, horizontes infinitos. Bueno, yo no he estado. En vacaciones, mi señora siempre prefiere Europa. Por si caes enfermo. Preferiblemente, España. Por si caes malo, para entenderte con el médico.

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Mono Blanco- Montaigne: “Que me halle la muerte plantando flores, indiferente a ella y a las imperfecciones de mi jardín”. Trece razones por las que no debemos temer a la muerte, según Montaigne:

Primera, porque es inevitable. “Ille licet ferro cantus se condat aere / mors tamen inclusum protrahet inde caput”. Por mucho que te ocultes, ella te sacará de tu escondite. Esquilo sobrevivió a la batalla de Salamina, pero le mató un caparazón de tortuga que dejó caer un águila desde el aire. Ella siempre sabrá sorprendernos. Por eso aconseja Montaigne: “No sabemos dónde nos espera; esperémosla en cualquier lugar”.

Segunda: porque no la conocemos. ¿A santo de qué condenar algo que no hemos experimentado? La inmortalidad, en cambio, ésa seguro que sería insoportable.

Guardián- Bueno, con el debido respeto, eso es según. Según te vaya. Teniendo salud, un empleo en que te sientas útil y alguien que te apoye en la vida... Alguien con quien estés compenetrado. Alguien con quien compartir los días buenos y los días malos, que también los hay. Esos días tontos, esos días en que haces las cosas pero no sabes por qué las haces, que no le ves el sentido a nada, que mandarías el mundo a la mierda porque no le ves el sentido a nada, esos días que no te levantarías de la cama y te dices: “Un día más. ¿Por qué un día más?”. Pero le echas valor y te levantas: “Vamos, hombre, que no falta tanto para el sábado”. Aunque llega el sábado y, la verdad, no sabes qué hacer con el sábado, y todo lo que se te ocurre, a ella le parece mal, le parece una mala idea, aunque ella tampoco sepa qué hacer, sólo se le ocurren ideas absurdas mientras da vueltas por la casa como un animal enjaulado, y como no sabe qué hacer se dedica a sacarte de quicio, se dedica a romperte los nervios, te pone enfermo, no para hasta que te sientes completamente enfermo, así que el sábado a mediodía ya estás deseando que de una vez llegue el puto lunes.

(Tira lo primero que pilla contra el Mono Negro.)

Mono Blanco- Tercera razón: porque ya estuvimos allí. Tan tonto es llorar porque en cien años no viviremos como llorar porque no vivíamos hace cien años. Dice Montaigne: “El mismo paso que disteis de la muerte a la vida, dadlo sin espanto de la vida a la muerte. Vuestra muerte es parte del orden universal; es parte de la vida del mundo”.

Cuarta: porque, como descubrieron los estoicos, ...

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(Su voz se ha ido apagando. No oímos lo que los estoicos descubrieron, aunque el Mono Blanco no se da cuenta. Su voz vuelve a coger fuerza demasiado tarde.)

... , lo que confirma el punto de vista estoico.

Quinta: porque la vida nunca es corta, así como nunca es larga. ¿Qué significan corto y largo? Observad esos insectos en mi bebedero. Sólo existen un día. El que muere por la mañana, muere joven; el que muere por la tarde, muere viejo. También la extensión de nuestra vida es ridícula si la comparamos con la duración de las estrellas.

El sexto argumento completa el anterior: si has vivido un día, has visto todos. “Un día es igual a otro”, dice Montaigne. “No hay otra luz ni otra oscuridad. Este mundo es el mismo que gozaron tus abuelos y el mismo en que vivirán tus nietos”.

La séptima razón es ésta: si has aprovechado la vida, marcha satisfecho; si no has sabido usarla, ¿para qué quieres una prórroga? Nadie muere antes de su hora. Sea cual sea el momento en que tu vida termine, estará completa. “Cur non ut plenus vitae conviva recedis?”. Mientras que, por el contrario, “cur amplius, addere quaeris / rursum quod pereat male, et ingratum occidat...?”.

(Le interrumpe el batacazo del Mono Negro. El Mono Blanco lo mira.)

Mono Blanco- Somos tan distintos... Esa bocaza que abres en inmensos bostezos, la furia con que te rascas, tus gruñidos... ¿No puedes quedarte quieto un segundo? Mírame a los ojos. Siempre estás aquí, pero siempre estás tan lejos... Haces que me sienta tan solo...

Guardián- No tiene papeles. Es un sin papeles. No es como nosotros.

(El Mono Negro vuelve a lo suyo.)

Guardián- Al principio, mostraba una decepcionante indiferencia por el plátano. Le atraían la naranja y el kiwi, pero no es lo mismo, los niños quieren que el mono coma banana. Así que hubo que ablandarlo, de acuerdo con las instrucciones del manual. Para casos así, para sujetos que se resisten a cooperar, tenemos un manual. (Lo muestra.) “The Guantanamo Bible. Techniques for progress of western democracy”. Por las noches, le encendíamos un foco para que no pegase ojo, le poníamos Sinatra a todo volumen... Hasta que empezó a entrar en razón. Entonces pasamos a la parte específica del método: una escalera y en lo alto una banana. Si no subía la escalera, capucha en la cabeza y al recinto de los

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doberman. Bastó una semana de tratamiento. Así fue como hicimos de él un mono normal. Un mono como Dios manda.

Mono Blanco- Octava razón para no temer a la muerte, según Montaigne: ¿Por qué temerla si ella está, desde siempre, dentro de nosotros? “No huyas de ti mismo”, aconseja Montaigne. “La muerte es parte de ti. Tu vida ha sido la construcción de tu muerte. Todos los días van hacia la muerte; el último la alcanza”.

La novena razón es más bien un juego de palabras: “Respice enim quam nil ad nos ante acta vetustas / temorpis aeterni fuerit”. O sea: “Si estás vivo, la muerte no está; y cuando ella está, eres tú el que no está”.

La décima tampoco resulta muy convincente: “Hay que hacer sitio a otros”.

En cambio, la undécima es inapelable. La undécima dice... La undécima...

(No consigue recordarla.)

La duodécima es: “Por mucho que vivas, no rebajarás el tiempo que estarás muerto”.

Por si esas doce razones no fueran suficientes, aún hay una decimotercera razón, la decisiva. Dice así: “In manicis et / compedibus, saevo te sub custode tenebo. / Ipse Deus...”.

(Un dolor interrumpe su discurso. Hace un gesto al Guardián, que se acerca; le señala un libro. El Guardián lo abre y lee donde le indica el Mono Blanco.)

Guardián- “In manicis et compedibus, saevo te sub custode tenebo. Ipse Deus simul atque volam, me solvet: opinor, hoc sentit moriar. Mors ultima linea rerum est”. Lo de abajo, en letra más chica, es la explicación, por si alguien no lo ha entendido: “Aunque tú, carcelero cruel, me cargues de cadenas, el mismo dios, cuando yo quiera, me liberará. La muerte es la última línea”.

Mono Blanco- Razón decimotercera y decisiva: por ser la muerte la última línea...

(El dolor crece. En su lengua original, africana, el Mono Blanco se dice: “Tengo que seguir”. Pero no puede. El Guardián le prepara y da un cóctel de analgésicos.)

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Guardián- Últimas palabras del ejemplar KSZ581, popularmente conocido como “Copito de Nieve”. Primero, expresión de respeto al difunto Chu Lin. Segundo, mensaje a los niños. Tercero, declaración sobre la existencia de Dios. Dado que en cualquier momento puede producirse el fatal desenlace, estas palabras del mono constituyen su testamento espiritual, su legado a las generaciones fut...

(Calla a un gesto del Mono Blanco. Se aleja.)

Mono Blanco- Razón número trece: la cercanía de la muerte nos hace libres. El moribundo no tiene que servir a nadie, ni es asustado por nada. El moribundo ya no tiene cadenas, ni máscaras. No hay ser más libre que el que va a morir.

(El Mono Blanco mira al público. Silencio intenso.)

Mono Blanco- Me siento tan solo... Sólo Montaigne me acompaña. Mas para leerlo, necesito paz, y es difícil hallarla en estas circunstancias, en medio de esta incesante demostración de afecto. Colegios enteros, equipos de balonmano, congregaciones religiosas, asociaciones numismáticas, todos queréis darme el último adiós. Familias. Familias que no recuerdan en qué residencia abandonaron a sus abuelos. Toda la ciudad ha venido a llorarme. Toda la ciudad ha sacado el luto. ¿Me habéis preguntado si yo deseaba tanto escándalo? Harto de los lamentos de su esposa, Sócrates hizo que la expulsasen del calabozo. “Que se vaya con sus gemidos”, dijo Sócrates, y se puso a filosofar con sus discípulos. Hasta Sócrates pudo escoger entre quiénes quería morir. Igual hizo Montaigne, que preparó su muerte durante toda su vida. Según Montaigne, no hay peor forma de morir que hacerlo rodeado de llorones. Su máxima aspiración era una muerte tranquila y discreta. “Feliz muerte la del que se despide sin pompa”, dice Montaigne. ¿Por qué no os vais a casa a leerlo? Leed a Montaigne y dejadme tranquilo.

Guardián- Discúlpenlo. Los medicamentos le han afectado. Y la insolación. Y la nostalgia de la selva. A la jirafa le pasó. Se puso melancólica y empezó a hablar en verso. Le estamos metiendo calmantes en la alfalfa.

Mono Blanco- Hasta el alcalde ha tenido que pasar por aquí. Nunca imaginé un tránsito tan fatigoso. Resulta tan cargante que me dan ganas de precipitar el final. Ganas me dan de tirarme al foso. Un saltito y ¡catacroc! ¿Estáis preparados para ver algo así? Menudo disgusto, ¿no? ¿Cómo se lo explicaríais a los críos?

(Hace como que se va a tirar al foso.)

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Guardián- Ha perdido la cabeza. Les sucede a todos los agonizantes. La cercanía del límite los vuelve fantasiosos. El pobre rinoceronte murió convencido de que era reina de España.

Mono Blanco- Montaigne no lo desaprobaría. “Invitum qui servat idem facit occidenti”. No, no me detiene Montaigne.

(Se aparta del foso.)

Mono Blanco- No me detiene Montaigne, pero podéis estar tranquilos, no voy a aguaros la fiesta. Hasta el último momento me comportaré como un profesional. Nunca he sido otra cosa que eso: un profesional. Es decir: un actor. Mi mayor mérito no es este accidente del pelo blanco, de poco valdría si el mono no hubiera sabido fingir. He desarrollado un automatismo para complacer a todos.

Guardián- “Automatismo”: es la palabra clave. No está de moda, por culpa de los psicopedagogos. Espontaneidad, creatividad, nada de aprenderse las cosas de memoria... Psicopedagogía. Así nos luce el pelo.

Mono Blanco- Que me mira una abuelita...

Guardián- Expresión para abuelita.

(El Mono Blanco la hace.)

Mono Blanco- Que me mira un gordo...

Guardián- Expresión para gordo.

(El Mono Blanco la hace.)

Guardián- A cada uno lo suyo, automáticamente.

Mono Blanco- Años y años de disciplina. Años y años vigilándome, midiendo cada gesto para evitar que la verdad saliese a la luz. La verdad es ésta: nunca os he querido.

(Como si se quitase una máscara, expresa al público su hostilidad, reprimida durante años.)

Guardián- Váyanse. No quiero que lo recuerden así, diciendo tonterías.

Mono Blanco- Nunca os he querido. Os he engañado a todos. Incluso al alcalde, a él más que a nadie. Esta mañana pronunció un discurso en mi honor. Dijo: “Copito ha sido el mejor ciudadano de Barcelona”. ¿Yo, el mejor ciudadano? Pero ¿qué idea de ciudadanía tiene ese hombre? ¿Cuál sería su ciudad ideal, un zoológico?

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Guardián- La vida en cautividad tiene mala prensa, pero es que la gente habla de oídas. Los zoos han cambiado mucho. Ya no hay rejas. Están separados por fosos, no es tan humillante. Y está todo muy bien organizado: el catering, el peluquero, el dentista, el cura... Los bichos no tienen que preocuparse de nada. Al llegar, les ponen una inyección que los deja suaves. ¿No han visto que están todos como adormilados?

Mono Blanco- El alcalde no os quiere. ¡Tampoco él os ha querido nunca!

Guardián- (Intentando taparle la boca.) Márchense, por favor. Al menos, retiren a los niños. El show de los delfines está a punto de empezar.

Mono Blanco- Niños, vosotros sois los culpables. Vosotros me elegisteis. Una ciudad, un animal. Vosotros convertisteis al mono en símbolo. Porque era blanco. Porque parecía humano. A la gente le gusta reconocer emociones humanas en un animal. Yo me convertí en especialista en eso, en imitar emociones humanas. Alegría. (Expresión de alegría.) Odio. (Expresión de odio.) Miedo. (Expresión de miedo.) Hay veintiún casos, ni uno más ni uno menos. Lo aprendí en Le Brun. Charles Le Brun (1619–1690), director de la Académie Royale de Peinture de Paris en tiempos de Luis XIV. Escribió las “Conférences sur l’expression des passions” (1668). Probó que las pasiones del alma humana se reducen a veintiún expresiones faciales básicas: nacimiento, llanto, risa, alegría, tristeza, sorpresa, admiración, desprecio, amor, odio, celos, deseo, placer, éxtasis, dolor físico, dolor moral, esperanza, desesperación, agonía, miedo y muerte. Es decir:

(Hace sucesivamente las expresiones faciales básicas. El Mono Negro las repite, parodiándolas. Hasta que el Mono Blanco se da cuenta.)

Mono Blanco- Cómo me hubiera gustado ser tú. Cuánto he envidiado tu obscena espontaneidad, tu zafia franqueza. Mientras yo ponía caras, tú seguías tus instintos. Tú no has tenido que fingir.

Mono Negro- ¿Que no? No me gustan los plátanos. Cada mañana, plátano ahí y yo a por el plátano. A gente gusta el mono-busca-plátano. Mono cae y gente ríe. A más alto, más risa. A mí plátano ni fu ni fa. Si será de plástico. Yo finjo yo, también yo. También yo profesional. El secundario. El segundón. El otro.

Mono Blanco- (Al público.) Nunca os hemos querido. No era amor, era miedo. Pero yo ya no tengo nada que temer. Dice Montaigne: “El último día es el día de la verdad. Acaba la comedia y empieza la verdad. El actor se quita la máscara y queda el hombre”. Al fin puedo deciros lo que pienso

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sobre vosotros. He tenido mucho tiempo para observaros. Me pusisteis aquí para mirarme, pero era yo quien os miraba. Os conozco bien, y voy a daros un consejo. (Al Mono Negro.) También es para ti. (Al Guardián.) Y para ti. (Al público.) Mi consejo es éste: cambiad de vida; vivid como si fueseis a morir hoy mismo. El que sabe morir, sabe vivir. El que aprende a morir, aprende a no servir. La muerte es la auténtica libertad, que permite burlarse de todos los grilletes. No hay hombre más libre que el que desprecia su vida. La verdadera libertad es...

(El Guardián le pone una inyección que interrumpe su discurso.)

Guardián- Eutanasia. Del griego ‘’, “bien”, y ‘’, “muerte”. Buena muerte. Montesquieu la justifica. Lo encontré en aquel libro que traje por error, en una nota a pie de página: “”. No, no voy a consentir que el último día eche a perder tantos años de impecable trayectoria.

Mono Blanco- ¡Hipócritas! Y cuando digo “hipócritas”, cada uno sabe por qué le llamo hipócrita. ¡Máscaras fuera! ¡Dejad de fingir! ¡Dejad de comportaros como profesio...!

(El Guardián le inyecta una segunda dosis.)

Guardián- Destinaremos sus órganos al Museo de la Ciencia, será su último servicio a la ciudad. Y lo de fuera lo embalsamaremos, como a Lenin. Por favor, olviden este feo final. Recuérdenlo como el Copito que nunca les negó una sonrisa, nuestro Copito. Como ha dicho el alcalde, la irreparable pérdida, el inmenso hueco, el insoportable vacío, la honda huella en nuestra memoria...

Mono Blanco- Mañana mismo os traerán otro. Un cocodrilo azul, o un elefante enano. Pagarán lo que sea por él. Enseguida empezaréis a olvidarme. Seguro que el pobre Chu Lin experimentó una sensación parecida. Nunca dije nada contra él. Ni una palabra. Me hubiera gustado ir a su entierro. Aunque habría llegado tarde. Aquí las noticias tardan en llegar. Chu Lin murió en el noventa y seis y yo no tuve noticia hasta tres años después. De Mayo del sesenta y ocho me enteré en Septiembre del ochenta y tres. Y de la muerte de Franco no supe hasta ayer. Yo es que a la gente no la he visto cambiar. Me hubiera gustado ir a su entierro. Al de Franco no, al de Chu Lin. Nunca he estado en Madrid. Qué cosas, toda la vida en Barcelona, toda la vida pensando en Madrid.

(Camina hacia la silla.)

Mono Blanco- Pero aún me falta hablar de Dios. No puedo irme sin

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(Muere. Pausa. El Guardián le cierra los ojos. Utilizando la silla que recuerda al trono papal, el Mono Negro por fin alcanza el plátano. Pero el Guardián se lo quita y se lo come. Chillidos de animales llenan el oscuro.)

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