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Setenta homilías La Palabra de Dios transforma nuestras vidas Gumersindo Díaz sdb

Setenta Homilías

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Espiritualidad Salesiana

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Setenta homilías

La Palabra de Dios

transforma nuestras vidas

Gumersindo Díaz sdb

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Setenta homilías

Siguiendo las huellas de Jesús, muerto y resucitado,

animados por la esperanza del cielo.

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Gumersindo Díaz [email protected]

70 homilíasLa Palabra de Dios transforma nuestras vidas

Santo Domingo, Rep. DominicanaSeptiembre / 2009

Impreso en Editora Corripio Santo Domingo. República Dominicana

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Introducción

Desde Mayo del año 2003 hasta la Cuaresma del 2009 he estado enviando algunas de mis homilías a varios amigos y amigas con quienes comparto de vez en cuando algún correo electrónico. Ellos son mis amigos en la fe, y me han apoyado con su oración, su amistad y su ayuda económica, y yo les he servido con lo poco que tengo: un poquito de amor a Dios y un poquito de esperanza del cielo. En estos seis años, las homilías enviadas por correo elec-trónico suman 70 homilías. A principios del 2009 las he ido revisando para hacer una publicación de todas juntas. Es para nosotros una gran riqueza espiritual el poder aprovechar nuestras reflexiones de ayer y de hoy, transfor-mando nuestra vida en un encuentro personal con la Palabra de Dios. De ordinario, lo que decimos es parte de lo que vivimos, y de ese modo, las 70 homilías forman una pequeña historia de nuestro camino en la fe. Estas páginas no brotan de una cátedra universitaria. Ellas constituyen los latidos de un corazón que ama a Dios, y siente verdadero gozo por haber sido llamado por el Señor a compartir los trabajos del Evangelio. La revisión de este material me ha ayudado a reavivar mi unión con Dios y mi pasión por la caridad pastoral. Que estas páginas nos ayuden a sumergirnos en la sencillez del Evangelio, y a saber buscar el último puesto a través de un servicio gozoso a Dios y a los hermanos. Con María y con Juan, aguardamos la resurrección al pie de la cruz; y con María Magdalena proc-lamamos nuestra fe en la resurrección al contemplar la tumba vacía. Dios bendiga este libro para que logre su verdadera finalidad: Que crean, y que tengan vida eterna.

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La Palabra Los hombres y mujeres de fe se dejan plas-mar por la Palabra de Dios, y la traducen en testimonio para el mundo. Somos convocados por la Palabra de Dios, para vivir de la Palabra, y permanecer bajo el señorío de la Palabra.

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Homilía 1 Buen Pastor: Servir hasta dar la vida

IV - Pascua - B. (11-Mayo-03)Hechos 4, 8-12 Salmo 117 I Juan 3, 1-2 Juan 10, 11-18

La meditación que la Iglesia nos trae hoy es algo maravilloso. Jesús se nos presenta con la delicadeza de dar la vida. Y un dar la vida no de cualquier forma, sino darla toda. No sólo como una misión que se debe cumplir, sino “por amor”. Muchos de los trabajos que hacemos, no los hacemos por amor. Los hacemos porque es una misión o una obligación que nos toca cumplir. A veces hasta la misma Misa vamos a oírla porque es una obligación. Y eso le quita calidad a nuestra vida en el seguimiento de Jesucristo. Jesús no sólo viene a morir para salvarnos, sino que su servicio lo realiza como un pastor bueno, dándole a la vida el sabor del bien, con un amor desinteresado, con un gran deseo de vida eterna. El acto de entrega de Jesús con un amor tan grande que es un holocausto, es un acto de entrega que es vida, vida que salva, vida que llena al mundo. Es vida que se irradia produciendo un bien inmenso: Resucitan los muertos, los paralíticos caminan, se abren los oídos de los sordos, y el pan de los pobres se reparte a manos llenas por todas partes. Es la victoria del bien sobre el mal. Es la era de la luz sobre las tinieblas, la renovación del espíritu del que cree. Cualquiera puede matar, cualquiera puede dañar a otro, pero dar vida, sólo Dios puede hacerlo. Dar vida es la obra del que resucitó lleno de vida para dar vida al mundo. Pedro lo dice claro: “No somos nosotros los que curamos al paralítico”. Nosotros solamente pronunciamos el nombre del Señor , y lo hicimos con fe, y se abrieron las compuertas de la enfermedad

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y entró la vida como un torrente de salud. Son ráfagas de vida que sanean las grietas del pecado en el corazón del hombre. Es la era del ¡aleluya!, el canto de la vida. Ya los cementerios no son campos de muerte, ni expresan las ruinas del hombre. Con la resurrección de Cristo, los cementerios son lugar de silencio, lugar de descanso en espera de la vida nueva. La muerte ha muerto y la vida ya no muere. Es la era de la misericordia, la era del bien, porque da gusto hacer el bien. El miedo que se esparcía por el mundo como una oscura tormenta, ya no existe. Ya no hay temor. La muerte ya no nos pertenece. Somos herederos de la vida. Al morir vamos al cementerio a esperar la vida, a dormir por un momento el sueño de la paz, hasta que llegue la Nueva Vida. La Iglesia aprovecha la liturgia para celebrar los variados aspectos que nos ofrece la vida de Jesucristo: Jesús Niño, Jesús nazareno crucificado, Jesús misericordioso, Jesús curando enfermos y resucitando muertos, Jesús resucitado...etc. Hoy celebramos a Jesús buen pastor, que da la vida por sus ove-jas, y las ovejas lo buscan y lo siguen, porque es un servicio por amor, hecho con gusto, como algo que agrada, algo que conlleva la grandeza de lo divino. Cuando nosotros vamos a hacer algo por alguien, sea en la familia, sea en el trabajo, en cualquier actividad personal, hagámoslo con mucho amor, con mucha delicadeza, porque en nuestro trabajo representamos al buen pastor que se ha convertido para nosotros en escuela de bondad y de misericordia. La figura del buen pastor es una de las figuras que más ha impactado a la comunidad cristiana. De las pinturas que se encontraron en las catacumbas, la figura del buen pastor es una de las primeras. Y observemos un detalle: No pintaron a un viejo que a penas camina apoyándose en un bastón.

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Pintaron a un joven maduro con una oveja al hombro. Es una expresión de grandeza, de energía, con ilusión de servir. La im-agen del buen pastor tiene que calar mucho dentro de nuestras vidas y ayudarnos a que todo sea más fácil, porque actuamos con actitud de entrega y un amor grande, como lo hizo Jesús.

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Homilía 2Vivir en Cristo

V-Pascua - B (18-Mayo-03)Hechos 9, 26-31 Salmo 21 I Juan 3, 18-24 Juan 15, 1-8

“ Yo soy el tronco, ustedes son las ramas”. “El que está unido a Mí, da mucho fruto”.

Jesús es claro: Sin El no podemos hacer nada. Pablo era un león, y cuando ese león atacaba, hacía daño de verdad. Ya había cundido el miedo sobre ese Pablo de Tarso. Cuando Pablo apareció como cristiano, casi nadie le creía. Ya lo habían visto atacar, y era muy difícil que ahora lo aceptaran como seguidor de Jesucristo. Bernabé lo presentó a los apóstoles, y Pablo explicó lo que había pasado al encontrarse con Cristo. Los discípulos de Jesús habían visto personas malas que no se habían convertido: Ni Pilatos, ni Herodes, ni los sumos sacerdotes, ni Judas. Esas personas habían estado cerca de Jesucristo y no se habían convertido. La Magdalena se convirtió, Zaqueo se convirtió, pero no eran personas opuestas a la fe, lo que tenían era debilidad humana, y de eso se habían convertido. Pablo era diferente: Pablo golpeaba y arrastraba a los que seguían a Jesús. Y ahora lo que tienen delante es a un manso cordero. Por tanto, la conversión de Pablo no es sólo la alegría de que una persona se convirtió. Es muchísimo más.

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Los cristianos se encuentran con una nueva dimensión de la Gracia. Es una Gracia con poder para apagar el volcán de fuego que el demonio haya puesto en los corazones más duros. Es el poder transformador del Espíritu que está con ellos. Caerán los judíos; caerán los imperios; hasta el Imperio Romano se doblegará ante la fuerza de la gracia salvadora. Es una nueva era que empieza. Es la victoria de la fe en Jesucristo. Y eso produce una energía y un entusiasmo tal en los cristianos que los lleva a dar la vida por el Señor.Dice la primera lectura: “ La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria”. Ellos seguían siendo perseguidos, sufriendo por causa del Evangelio, pero el sufrimiento no se sentía, pues era un proyecto demasiado grande en el que ellos estaban envueltos. “La Iglesia se construía en la fidelidad al Señor”. Ellos se dejaban llevar. El Espíritu los conducía. Juan presenta en la segunda lectura un programa bien sencillo: La vida del cristiano consiste en: Creer en Jesucristo y amar-nos los unos a los otros. Esas son las condiciones para entrar en el club del Señor. Jesús es el que construye la vida en nosotros. El es el que marca el camino. Y si nos apartamos de El, no podemos hacer nada. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Pero esa semejanza se perdió con el pecado. Para recuperar esa semejanza divina es necesario volverse hacia Jesucristo, el cual realiza en nosotros un trabajo para transformarnos. Esa transformación es un misterio. A nosotros nos gustaría que Jesús tuviera una varita mágica, que nos tocara y nos dijera: ya eres bueno. Pero ese no es el plan de Dios. Dios no envió a su Hijo al mundo en alas de ángeles, sino con cuerpo mortal, bajo el peso de una cruz. La ley del menor esfuerzo, “que todo me salga fácil”, no existe para el cristiano. “A toda rama que no da fruto la arranca. A las ramas

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que dan fruto, las poda para que den más fruto”. A quien da fruto, lo poda, no para hacerlo sufrir; lo poda para purificarlo y hacerlo feliz. Cristo es un árbol que no acepta una rama seca, o una rama con poca vida. O la rama se llena de la vida de Cristo, o es expulsada por la vida intensa del árbol. Cuando un cirujano amuela los hierros del hospital y casi descuartiza a un enfermo, no hace eso para hacerlo sufrir, sino para arrancarle el tumor y que viva. Hoy estaba yo ordenando unas fotografías y vi un letrero pequeñito en una foto que decía: En cada sufrimiento hay una llamada a la alegría. La transformación que conduce hacia Cristo es salud divina, es grito de alegría, es victoria, aunque lleve el precio de la purificación. “Sin Mí no pueden hacer nada”, dice Jesús. Tienen que estar unidos a Mí. Esto es un principio supremo en la Iglesia. La preparación vale. La capacidad del evangelizador vale. Pero esto es asunto del mismo Dios. Nosotros somos simples ayudantes. Cuando Pablo cayó del caballo, estuvo tres días ciego, para que entendiera que toda su ciencia, que toda su Biblia, que toda su riqueza, no significaba nada. Que lo único importante ahora era dejarse llevar por el Señor. Con una docilidad al Espíritu Santo y un amor loco por Jesucristo es que Pablo llegó a ser lo que fue. Jesús sabía que el futuro de la Iglesia iba a ser duro: por eso le dijo a sus discípulos: “Como la rama no puede dar fruto si no está unida al tronco, tampoco ustedes podrán dar fruto si no permanecen unidos a Mí”. Y la Iglesia, a través de estos 21 siglos, lo ha entendido muy bien. Y cada uno de nosotros que sigue a Jesucristo lo sabe muy bien: El día que confiemos demasiado en nuestras fuerzas vendrá la ruina; y cuando ponemos toda la confianza en el Señor, es tiempo de victoria y de felicidad. C C C

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Homilía 3Imitar a Jesús

VI - Pascua – B ( 25-Mayo-2003 )Hechos 10, 25-26. 34-35. 44-48 I Juan 4, 7-10 Juan 15, 9-17

Salmo 97: El Señor revela a las naciones su justicia.

Este Domingo es considerado como el domingo de la expansión misionera. Aunque la Ley Mosaica presiona por mantener los antiguos preceptos, el Espíritu rompe las fronteras y los lanza cada vez más lejos en la nueva vida del seguimiento del Resucitado. Los paganos se convierten por miles y encuentran la libertad espiritual en el seguimiento del Señor Jesús. La nueva vida en el Espíritu se caracteriza por la imitación del amor de Dios manifestado en Cristo. Un amor que es ágape, que es caridad creadora. Es una nueva era donde ya no hay viudas ni huérfanos, porque todos forman una sola familia. Ya nadie está solo ni abandonado, porque los lazos de hermandad espiritual son más fuertes que los lazos de los hermanos de sangre. La Ley del amor tiene su fuerza en Jesucristo, que a su vez recibe su fuerza del amor de la misma Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ya la herencia de los hijos de Dios no se aplica sólo al pueblo judío, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a todos los que creen en Jesús. La primera Lectura presenta al Espíritu Santo como un fuego devorador, derramándose sobre judíos y gentiles, convirtiéndoles en nuevas criaturas por la Gracia. Pedro los bautiza por centenares y todos quedan maravillados de los prodigios que Dios obra en la comunidad. La razón de esta nueva alegría, de esta fraternidad gozosa es la presencia del Señor Resucitado que va dando su amor y su gracia a los que creen en El. El apósto Juan continúa con el

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gran mensaje de Jesús: “Hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios”. Un mundo que estuvo dominado por la terrible ley del “ojo por ojo y diente por diente”, ahora entra en el poder de la no-violencia, de la humildad y de la mansedumbre, vivida con la fuerza del amor. Ahora se trata de vivir no por el poder de la pasión o por la fuerza del pecado, sino por la fuerza de Jesucristo, muerto y resucitado por amor. Juan ha experimentado algo muy grande, y así lo da a conocer: “No amamos con un amor nuestro. Amamos porque Dios nos amó primero, y puso su amor en nosotros”. A nosotros nos toca ser fieles a ese amor que ha llegado gratuitamente a nosotros para curarnos de todas las enfermedades que devoraban nuestro espíritu. Es una herencia que hay que cuidar, y un estilo que hay que vivir. Dios envió a su Hijo a morir por nuestros pecados como una escuela de amor donde debemos aprender a vivir mejor. El Evangelio es la pieza maestra de la fraternidad universal. Al fondo de esta fraternidad está el Señor con el poder de su Resurrección. Antes de partir, Jesús hace una solemne petición: “Permanezcan en mi amor”. Si guardan mis mandamientos permanecerán en mi amor”. Este es el principal mandamiento que les doy: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. El mandamiento del amor pertenece a toda la historia de Israel, pues Dios siempre fue el Dios del amor, pero Jesús le añade algo nuevo a ese mandamiento: Ámense “como yo los he amado”. Hay un ejemplo supremo para seguir: Imitar a Jesús que amó hasta dar la vida. De ese principio han salido la multitud de santos y mártires que tiene la Iglesia. Hombres y mujeres dispuestos a todo para ofrecer su vida como Jesús. El gran defensor de la raza negra en Estados Unidos, Martín Luther

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King, decía: “Que los policías se cansen de golpearnos, antes que nosotros nos cansemos de amarlos”. Amor contra el palo no es una ley fácil. No es algo que está dentro de nosotros por ley natural. Es algo que viene puesto desde fuera por el Espíritu Santo, haciéndonos criaturas nuevas. Por eso dice Jesús: “No son ustedes los que me han elegido a Mí, soy yo quien los he elegido y los he destinado para que vayan y den mucho fruto”. Somos elegidos dentro de un proyecto, y tenemos que manten-ernos a la altura de ese proyecto de Dios, que es el amor y la amistad con Jesús como fuerza transformadora del mundo.

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Homilía 4Los medios de comunicación y la paz

Ascensión –B. (1-Junio-03)Hechos 1, 1-11 Efesios 1, 17-23 Marcos 16, 15-20

Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones... En este Domingo celebramos la fiesta de la Ascensión y la 37ª Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales. El tema dado por Juan Pablo II para esta jornada es: “Los medios de comunicación al servicio de la paz a la luz de la Pacem in terris” (Paz en la tierra). El Papa Juan XXIII escribió palabras encomiables a favor de la paz. Esa encíclica “Pacem in terris” es realmente un monumento a la paz. Juan 23 veía en el estilo del mundo, una inseguridad, una amenaza para la paz. Amenaza que todavía continúa y que es muy poco lo que se está logrando. Juan Pablo II ha sido un verdadero luchador por la paz. El mundo lo admira, pero no lo ha podido seguir: Israel, Palestina, África, Oriente Medio, Venezuela, Cuba, son pueblos sin paz, pues la dignidad humana está pisoteada. No es la pobreza,

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no es el hambre, lo que impide la paz. La paz se hace imposible por dos razones: 1) Porque el hombre es víctima del hombre, y se pisotea la dignidad de los débiles e indefensos. 2) Porque se prescinde de Dios, dejándolo a un lado e ignorándolo. Hoy, día de la Ascensión de Jesús al cielo, que abre un capítulo a la Esperanza cristiana, a vivir una vida en ascensión continua hacia lo espiritual, el Papa hace un llamado a todos los comunicadores para que le sirvan a la paz según la línea de la Pacem In Terris. En el No.167 del documento afirma Juan 23: “Tanto por vocación como por profesión, los comunicadores están llamados a ser agentes de paz, de justicia, de libertad y de amor, contribuyendo con su importante labor a un orden social basado en la verdad, establecido de acuerdo con las normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad, y realizado bajo el auspicio de la libertad”. Por ello, dice el Santo Padre: “Mi oración en esta Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales se eleva para que los hombres y mujeres de los medios, asuman más que nunca el desafío de su vocación: Servirle al bien común universal. Los cristianos tenemos el deber de comunicar al mundo la Buena Noticia de Jesucristo, muerto y resucitado. Tenemos que llevar consuelo, paz, esperanza a un mundo que le falta consuelo, que le falta amor, y donde la guerra lo devora todo en muchos sectores de la vida humana. Pablo VI decía: “La vida de un cristiano no vale si no es vida que anuncia”. Jesús, antes de subir al cielo, puso en nuestras manos su Evangelio para hacerlo conocer y amar: “Vayan por el mundo, y procla-men el Evangelio a toda criatura, el que crea y se bautice se salvará”. Hoy día, en que el hombre ha adquirido un gran poder de comunicación a través de muchos medios, la Iglesia quiere que todos esos medios:Radio, Televisión, Internet,

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sirvan para potenciar el anuncio del Evangelio de Jesucristo. Jesús nos dio el mandato de anunciar, pero El no se ha desentendido de este mundo. El sigue en medio de nosotros apoyando nuestro trabajo y nuestra esperanza. El está ahí, en medio del mundo, cargando su cruz, bendiciendo, y llamando a una vida mejor. Dios es el gran comunicador, pero es el Dios del silencio. Él prometió su presencia, prometió acompañarnos a través de este largo valle de lágrimas, pero su presencia es en silencio. Su Espíritu es quien nos comunica todo, quien nos alienta y anima. Cada día, en las alegrías y en las penas, en la seguridad y en la soledad, en la esperanza y en la desilusión, se oye su voz de amor que palpita en medio del gran silencio del mundo:Yo, Dios de amor y de perdón, Dios de comprensión y de ayuda, Dios de paz y de silencio, Dios de esperanza sin límites, Dios de la verdad y de la vida, Dios del esfuerzo y de la aceptación serena, Dios de la bendición y de la mirada limpia, Dios de la noche y del día, Yo estoy ahí, al lado de cada hombre o mujer que cree en mí, al lado de los más necesitados, acompañando a mis hijos en todas partes. Sobre las olas del mar, como dulce gaviota, ahí estoy Yo. Como brillante águila volando sobre las montañas, ahí estoy Yo, cuidando a mis pequeños que se debaten en su paso por la vida. En el pobre y el abatido que pelean con la adversidad para sobrevivir, ahí estoy Yo. En el anciano cuyo cuerpo sufre las grietas de la vida y los límites dolientes del desgaste del camino, ahí estoy Yo. En la débil esperanza de tantos niños y jóvenes ahogados por la pesada marcha de la vida, ahí estoy Yo. Mi voz resuena en todos los rincones del universo, y mi imagen está grabada como huella doliente en todos los corazones que vibran por algún amor saludable.

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En la estrecha senda del hombre de bien, ahí estoy yo dejando las señales por donde hay que andar. Yo soy la alegría del mundo, la paz del espíritu, el descanso del alma. Quien escucha mi voz y la sigue comienza en la tierra la felicidad del cielo. Yo soy el caminante de todos los días, cruzando sonrisas con todos los rostros cansados, y devolviendo la paz a los que andan fuera de camino. Esta tierra es mi herencia y los caminos dolientes son mis caminos, cargando las cruces silenciosas hasta la resurrección final. Yo soy la respuesta a todos los misterios, pero serán descifrados sólo al final del camino. Mis bendiciones caen sobre buenos y malos: los buenos para acercarlos a mí con entusiasmo y generosidad; los malos para que tomen decisiones de cambio si así lo desean. En la vida eterna todos reconocerán que yo estuve ahí, cada vez que me necesitaron, y que muchos sufrieron sólo cuando no pudieron ver mi rostro. Como todos los hombres y mujeres de buena voluntad esperan el cielo para descansar, yo también espero ese final para reunirme con todos mis hijos en el sueño de una vida feliz, ganada paso a paso por cada uno de ellos en la victoria del bien. Hasta esa hora dichosa, yo sigo caminando con todos ustedes, amando con un corazón más grande que el mundo, y ayudándoles a comprender que “Yo estoy ahí”, siempre. C C C

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Visto desde la fe, unasmanos misteriosas sostuvieron el avión al caer en el río Hudson en Estados Unidos. (2008)

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Homilía 5Pentecostés - Ciclo B - ( 8-Junio-2003 )

Hechos 2, 1-11. Salmo 103. Icor. 12, 3-13. Juan 20, 19-23

La Iglesia divide las celebraciones del Año Litúrgico en “tiempos fuertes” y “tiempos débiles”. Tiempos llenos de vivencia de salvación, y tiempos de una meditación continuada. Los tiempos que la Iglesia considera más fuertes en el misterio de la Salvación en Jesucristo son: Navidad, Cuaresma, Pascua y Pentecostés. En Navidad se nos ofrece la grandeza de la Encarnación, Dios con nosotros, Dios que se hace parte de la familia humana. La Cuaresma se nos presenta como un estilo especial de vida, una toma de conciencia del sufrimiento de Cristo y la necesidad de purificarnos, tratando de crecer en el amor al Señor . Para entrar en ese estilo de vida es preciso un acto grande de fe. En el Triduo Pascual, el Hijo de Dios trata de hacernos ver hasta donde es capaz de llegar el ser humano en la ofrenda de sí mismo cuando posee la fuerza del Espíritu. Un holocausto gozoso sólo es posible cuando se tiene una verdadera fuerza divina. Ahora bien: la alegría de la Navidad, la conciencia de la Cuaresma, y el heroísmo de la Semana Santa con el triunfo de la Pascua, toda esa carga espiritual no se puede experimentar a fondo ni mantenerse con las simples fuerzas humanas. Se necesita la asistencia, el cuidado, el apoyo del Espíritu Santo. Por eso dice Jesús: “Ustedes son mis amigos, ustedes son mi elección, ustedes van a seguir viviendo esta nueva vida: Permanezcan en mi amor”. No los dejaré huérfanos. Les enviaré al Espíritu Santo que los asistirá, que despertará en ustedes esa capacidad que tienen de ofrecer sus vidas por el Reino. Van a sufrir, pero sufrirán con gozo, porque Yo estoy

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con ustedes dándoles la fuerza de mi Espíritu. Y la promesa de Jesús de enviarles el Espíritu Santo se cumplió, y ese fue un día grande, un día lleno de misterio, un día lleno de energía divina. Allí nació la Iglesia, o mejor dicho, se terminó de configurar. Y la nueva Iglesia tomó conciencia de su papel en el mundo y de su puesto en el proyecto salvador. Allí los apóstoles gritaron de alegría y lloraron de emoción como diciéndole al Señor que ellos no eran dignos de un puesto tan alto, ni de esa distinción tan especial. Ellos recordaban las palabras de Jesús: “No me eligieron ustedes a Mí, soy yo quien los elegí a ustedes y los he destinado para que vayan y den mucho fruto”. Y en el momento de Pentecostés “vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían posándose sobre cada uno de ellos”. Llenos del Espíritu Santo, al hablar, habían entrado en una nueva dimensión. Todos los oían hablar en su propio idioma. Hoy día, cuando se hace alguna reunión internacional y se quiere que la voz de un orador sea oída en cuatro o cinco lenguas, hay que usar un montón de equipos sofisticados y una gran cantidad de personas bien preparadas, y aún así siempre hay limitaciones en la trasmisión. Sin embargo, en Pentecostés, los apóstoles hablaban en su lengua nativa y todos los oían hablar en su propio idioma. Porqué? Porque el Espíritu había invadido los corazones de todos, y todos oían en su corazón lo que Dios hablaba por boca de Pedro. Los judíos quisieron matar a Jesús. Lo hicieron, pero resucitó. Ahora, la vida nueva en el Espíritu será perseguida, pero no podrán detenerla, porque es proyecto de Dios. El poder que ellos reciben no es para dominar, no es para ser Iglesia con el triunfo de este mundo. Es una nueva vida con los criterios de Dios, donde “quien quiera ser el más grande, debe ser el servidor de todos”, y donde el primero

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debe ser el último y el esclavo de todos. Jesús dice: “Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados, les quedarán perdonados....” Reciban el Espíritu santo para perdonar, para comprender, para estar a gusto en medio de los débiles. Esa es la Iglesia que quiere el Señor, esa es la Iglesia que El llenó del Espíritu Santo. El “poder” es cosa del mundo... casi “cosa de Satanás”. Lo propio de los hijos de Dios es “servir”, es el gozo del deber bien cumplido y hecho por amor, es la alegría de una conciencia limpia, la felicidad de saber que el Espíritu Santo ha empezado en nosotros la obra buena y la llevará a término. Nuestro Dios es el Dios de los humildes, de los que se dejan llenar por el Espíritu Santo y dan fruto abundante. C C C

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Hoy es mi Pentecostés

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Homilía 6Plan de salvación

XV T.O. –B. (13-Julio-03) Amós 7, 12-15 Salmo: 84 Efesios 1, 3-14 Marcos 6, 7-13

Todo plan de Dios sobre el hombre es siempre bueno, pero el hombre encuentra siempre muchos problemas para aceptar la voluntad de Dios, para dejarse guiar. Como la persona está inclinada al mal, eso la lleva a dudar del bien, y a aferrarse al mal. Prefiere apoyarse en el mal que lo considera seguro, antes que unirse al bien, pues lo considera un reto, un desafío con muchas exigencias. El poeta romano Ovidio decía: Yo veo el bien y lo apruebo, pero sigo el mal. En nuestra manera de pensar se mezclan muchas emociones, intereses creados, deficiencias de datos, que nos impiden ver lo que de verdad nos conviene, y esto nos conduce a apartarnos de la verdad. El apóstol san Pablo nos presenta en la carta a los Efesios el maravilloso plan de Dios en Jesucristo: “Creados y Salvados en Cristo”, sin embargo, en 21 siglos presentando ese plan de Dios, es un porcentaje muy pequeño de la humanidad que se ha acercado al Señor, y de ese porcentaje, sólo una minoría ha aceptado el poder transformador de Jesucristo y ha cambiado su vida radicalmente. La voz de Dios que está en toda la creación, que está en toda persona que sigue el camino del bien, empezó a manifestarse a través de los profetas del A.T. Pero la Historia Sagrada nos presenta un cuadro doloroso, pues todos esos profetas que traían la voz de Dios, que manifestaban el querer de Dios, los mataron a todos. Y no podemos decir que el Pueblo de Israel los mató; nosotros, hombres y mujeres del siglo 21 también somos capaces de matarlos si se presentaran. Es como si el hombre le dijera al mismo Dios: Nosotros

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estamos bien como estamos. No nos cambie nuestros planes”. Pero Dios sabe que nuestros proyectos nos conducen a la ruina, y nos envía mensajeros para avisarnos. Amós llega hasta el templo de Betel y denuncia la vida que se está llevando sin Dios, y las consecuencias que vendrán de una vida así. El primero que se sobresalta es Amasías, sacerdote del templo. Este le avisa al rey Jeroboam sobre la presencia de Amós. El grito es uno sólo: “Profeta, vete de aquí. El país no puede soportar que sigas hablando”. Había que acabar con Amós. Era una molestia. Si hoy día aparece alguien que denuncia la corrupción y proclama la verdad y la justicia, lo empujamos fuera del camino y lo declaramos “enfermo”, “loco”, y quién sabe cuántas cosas más. Todos queremos curar, pero nadie quiere la medicina. En su lucha profética, dijo Jesús: “ Vino Juan que ni comía ni bebía, y dijeron: tiene un demonio. Vino el Hijo del hombre, que como y bebe, y dicen: he aquí un amigo de borrachos y comelones. Pero el Espíritu da la razón a la sabiduría”. Esto significa que el hombre o mujer que desea entrar en la sabiduría de Dios, el Espíritu lo guía. La Iglesia se sienta a meditar en este proyecto de lecturas de hoy. En la primera lectura aparece el rechazo al profeta que habla en nombre de Dios, y en seguida, la Iglesia dice en el salmo: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu sal-vación”. Aunque nosotros vivamos en el reino de la mentira, aunque estemos inclinados al mal, la Iglesia, los hijos de Dios, creemos en Jesucristo y buscamos su misericordia. Los hijos de Dios en medio del mundo tenemos que parecernos a las flores: Una flor nace en un basurero, se alimenta de basura, no critica la basura, pero la flor no acepta ser basura. Una flor con la fuerza que le da la naturaleza transforma la basura

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en alimento positivo. Y nosotros, por la energía que nos da la Gracia, podemos pisar este mundo con pies de pecadores y caminar dejando huellas de santos. Tenemos poder para no conformarnos con la medida del mundo y buscar la medida de Dios. En la segunda lectura nos dice Pablo: “Dios nos escogió en Cristo antes de la creación del mundo para que seamos santos por el amor”.... “En su gran amor, Dios nos ha liberado por la sangre que su Hijo derramó”... “El nos ha hecho conocer su voluntad secreta, o sea, el Plan que El mismo se había propuesto llevar a cabo”. Dice san Juan: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en El”. Y el apóstol san Pablo dice en Romanos 8, 35-39: “Nada ni nadie podrá separarnos del amor de Dios, pues estamos enraizados en Jesucristo”. Jesús confía en los que le siguen, en los que le aman. En el Evangelio de hoy, llama a sus discípulos, les entrega el Reino de su Padre, pone en sus manos el Plan de Dios, y los envía a predicar. Pero Jesús es claro, muy definido: Por eso les dice: 1-No lleven provisiones, no confíen demasiado en sus fuerzas. Esto no es proyecto de Uds., es proyecto del Padre, confíen en El, vayan adelante. 2-Sean comprensivos, sean buenos con todos, pero sean de una postura definida. Se dialoga con el pecador, pero con el pecado no se dialoga. El mal hay que superarlo, no puede haber componendas con el mal. Si llegan a un sitio anunciando el reino de Dios y los rechazan, sacudan el polvo de los pies, y váyanse. Lleven misericordia en sus corazones, pero sean hombres y mujeres definidos. DIOS ES PRIMERO. Vivan la primacía del bien, la primacía del Espíritu. Ustedes serán el grano de trigo que cae en tierra y muere, pero se levantarán miles de espigas y habrá fruto abundante, y el campo de Dios será hermoso. C C C

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Homilía 7El camino del bien

XIX T.O. –B (10-Agosto-2003)I Reyes 19, 4-8. Salmo 33. Efesios 4,30 – 5,2. Juan 6, 41-51

La vida es como una escalera: de peldaño en peldaño, se puede ir subiendo y también se puede ir bajando. Para subir hace falta mucho esfuerzo y mucho equilibrio. Muchas personas se unieron a esta comunidad para ofrecerle al Señor una iglesia que fuera bonita, acogedora, como el Señor se merece. Eso es ya un aspecto del crecimiento de la comunidad. A nosotros nos toca seguir creciendo, invadir el campo del Espíritu y llenarnos de Dios. Eso nos hará muy felices. Pero todo eso exige un precio, y talvez, alguna que otra lágrima tendrá que brotar de nuestros ojos. No importa. El Señor se merece lo mejor, y debemos lograrlo. El primer paso es éste: Que cada uno lo que tiene que hacer lo haga bien. Si prendes una vela: hazlo bien. Si tomas una escoba para barrer, trata de barrer bien. Si tienes que hacer una lectura: prepárate bien, proclámala bien, con solemnidad... No es palabra nuestra...es Palabra del mismo Dios. Si tratas de vivir tu fe... vívela bien, no como un parche o como un barniz en tu vida. Deja que el Señor invada lo profundo de tu ser, y que Él sea tu dueño. Dice la segunda lectura: “Hemos sido sellados por el Espíritu de Dios, para distinguirnos como propiedad de El” (Efesios 4,30). Y sigue diciendo el apóstol Pablo: “ Echen fuera la amargura, las pasiones, los enojos, los gritos, los insultos, y toda clase de maldad. Sean buenos y compasivos unos con otros”. Pablo quiere que los cristianos, imitando a Jesucristo, logremos en nosotros una imagen delicada, noble, santa.

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Necesitamos alimentarnos fuertemente del sagrario, pues el camino es largo y tenemos mucho que andar. Elías tuvo que comer bien para seguir andando. Y la Iglesia ha tenido que comer mucho Pan Eucarístico para poder superar el fuego del mundo y seguir andando sin cansarse en estos 21 siglos de marcha de la fe. Somos parte de un espíritu bueno y no podemos dejarnos vencer por el espíritu del mal. Todo lo que tenemos que hacer hagámoslo bien... por una sola razón: que lo hacemos para el Señor y el Señor se merece lo mejor. Cada uno es enviado a pasar por la vida haciendo el bien al estilo de Jesús de Nazaret. El tiempo se nos va sin darnos cuenta y nos falta tiempo para hacer el bien. Dice Juan Pablo II: “ El espíritu del mundo altera la tendencia del hombre a darse a los demás desinteresadamente”. Es una batalla interior la que tenemos que vivir para lograr de nosotros lo que el Señor quiere. Se cuenta que una madre tenía una hija malgeniosa. Cada día explotaba 10 ó 12 veces por su duro carácter. La madre ya cansada de aconsejar, se lo ocurrió lo siguiente: Entregó a la hija una caja llena de clavos, y le dijo: Hija, vez esa pared de madera fina que hay entre la cocina y el garaje? Sí, mami, dijo ella. Cada vez que te enfades clavas un clavo en la pared. La hija así lo hizo. Un día más clavos y otro día menos, los clavos llegaron a su fin. Y la madre dijo: Ahora es tu trabajo. Cada vez que tú pases un día sin enfadarte, vas y sacas un clavo de la pared. La niña empezó su esfuerzo, y en unos meses había sacado todos los clavos y había aprendido a controlarse. Pero ahora hay algo que debes aprender, hija mía, dijo la madre. Has sido capaz de retirar todos los clavos de la pared, pero quedaron los hoyos. Aunque nos corrijamos fácilmente dejamos huellas con nuestras malas acciones que no son fáciles de quitar.

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Cuando herimos a una persona, le podemos decir muchas veces: “discúlpame, perdóname”, pero ya dejamos una herida que tarda en curarse. Son los huecos de los clavos que vamos dejando en nuestras amistades, en nuestros familiares, en nuestros vecinos. Las relaciones humanas hay que cuidarlas mucho, pues somos demasiado sensibles, y fácilmente dejamos huecos que nunca se cierran. Un segundo aspecto con el que podemos crecer en nuestra parroquia es “cambiar nuestro concepto de felicidad”. Para muchos, felicidad es dinero, estrenar continuamente ropa nueva, tener una carrera brillante con mucho éxito, recorrer el mundo conociendo grandes cosas.... Sin embargo, el ser humano está llamado a otro estilo de felicidad. Felicidad es sentir que vivir es una aventura hermosa, es una familia reunida, viviendo en paz, es una vida donde se llora, se sueña, se sonríe; es ser plenamente humano. Es vivir rodeado de amor, es sembrar amistad, es sentir el abrazo del amigo que nos quiere bien... Es despertarse a las 5 de la mañana y dar una vuelta por la cama del hijo o la hija para verlos dormir. Es ser capaz de llevar el corazón repleto de poesía, y saber tirar un ramo de flores al viento y ofrecerlos por aquellos que nunca reciben una flor. Es sentarse a la mesa a beberse un cafecito o un te caliente o una cerveza fría... escuchando una melodía que inspira el corazón. Es saber disfrutar de la lluvia, del temporal, del frío o del calor, sabiendo que el ser humano es el rey de la creación y que la tierra que pisa es dulce y llena de aventura... haciendo de la vida casi una locura, la locura de Dios al crearnos tan maravillosamente felices. Es saber proceder bien en todos tus actos sin tener que arrepentirte de nada antes de ir a dormir, porque todo tu día ha sido noble. Es no dañar a nadie, es estar en paz contigo! Y si estás en paz

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contigo y en paz también con Dios, tu felicidad será sublime. Para una felicidad así hay que estar bien alimentado con ese Pan que tiene el mejor sabor del mundo, porque está lleno de vida y sabe a eternidad. El que come mi pan y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. C C C

Homilía 8El Pan de Vida

XX T.O. –B. (17-Agosto-03)Proverbios 9, 1-6 Efesios 5, 15-20 Juan 6, 51-58

Salmo 33: Gusten y vean qué bueno es el Señor.

EL PAN DE VIDA es el alimento de las almas fuertes, de aquellos que se atreven a dar un paso en la fe y comer a Dios como manjar. Es el alimento de las almas grandes, de los que cada día emprenden el vuelo de la gracia, y buscan las alturas de una vida en permanente ofrenda. Nosotros no comemos a Cristo, es El que nos come a nosotros. No es El que se transforma en nosotros, sino nosotros que nos hacemos otros Cristos y nos transformamos en El. Por eso dice el apóstol san Pablo: “ No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”. Nos volvemos otros Cristos, y el Padre Eterno nos reconoce como a sus hijos, por parecernos a su Hijo. El teólogo Teilard de Chardin celebró una Misa en un desierto de Australia. No tenía pan ni vino para celebrar. Por eso, puso sobre el Altar las penas, los sufrimientos, los trabajos de la humanidad. Al llegar la hora de la comunión, comulgó con eso, con el sufrimiento del mundo, y así pudo decir: “enséñame, Señor, a comulgar muriendo”. Todo sufrimiento es un poquito

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de muerte, algo que nos va crucificando para transformarnos en Jesús. O sea, nosotros vamos disminuyendo, menguando, para que Jesús crezca en nosotros, y nos vaya transformando en El. Es lo que decía Juan el Bautista: “Conviene que yo mengüe, y que El crezca”. Por eso el cristiano, al comer el Pan de vida se va haciendo fuerte para vivir las horas malas con alegría. No tenemos miedo a sufrir, porque ese es el programa: ir muriendo para que El crezca en nosotros. El temor a la muerte, el temor al sufrimiento desaparece, y la persona se hace fuerte y serena ante todas las circunstancias de la vida. Pero esto es algo que hay que llevarlo a la realidad, pues de lo contrario nos pasamos 20, 30 y hasta 50 años, creyendo lo mismo, comulgando y confesando sin ninguna reacción interior. Se trata de que, al ir a Misa, cuando el sacerdote dice “el Cuerpo de Cristo”, uno se llene de asombro, sienta vibrar todo su ser ante el misterio del que está participando, y se haga fuerte en la fe. Que al salir de Misa estemos llenos de una alegría nueva. San Mateo nos presenta este misterio en términos alegóricos, diciendo: “allí donde está el cadáver se reunirán los buitres”. El cuerpo de Cristo es el cadáver, la víctima. Los buitres representan a las aves grandes, poderosas. Significa que no es alimento de hormigas, de vidas pequeñas, sino de los grandes que se atreven a dar un paso y estar de pie ante el misterio. Cristo se hace pan para ser partido y para ser comido. Y con Cristo, todos nosotros nos hacemos pan para ser partido y para ser comido. Por eso no debemos extrañarnos que nos toque sufrir. Se trata de ser partido y ser comido, para ser transformado. Para entender y saborear este manjar, hay que renunciar a muchos otros panes, a muchos panes que hacen daño, a muchos panes que no alimentan porque no pueden saciar el hambre de Dios. El pan material lo comemos para quitar el

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hambre. El Pan espiritual lo comemos para tener más hambre, para sentir más hambre de Dios, más necesidad de El. Mientras más lo comemos más queremos comer. El Santo Padre, en su última encíclica nos recuerda que la fe de la Iglesia sobre el misterio eucarístico no ha variado. Seguimos creyendo en la presencia real de Jesús en la Eucaristía. El Papa dice así: “Toda la explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre de Cristo Jesús son los que están delante de nosotros”. El Papa insiste en que el pueblo cristiano debe acostumbrarse a adorar este misterio. Juan Pablo II manifiesta su gusto por la adoración eucarística, diciendo: “Es hermoso estar con El, y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (Juan 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. El cristianismo debe distinguirse en nuestros tiempos por el arte de la adoración, y sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento. Muchas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia de adoración, y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo”. La vida de hoy nos está pidiendo a gritos, acercarnos más a Jesús y dejarnos conducir y transformar por El, alimentarnos con El para vivir en El. C C C

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Homilía 9Profundizar nuestra fe

XXI T.O. –B (24-Agosto-2003)Josué 24, 1-2. 15-18 Salmo 33. Efesios 5, 21-32 Juan 6, 60-69

Queridos hermanos: Hoy la Iglesia nos invita a reafirmar y profundizar nuestra opción por Jesucristo. El camino de la fe es siempre un camino claro. Todo hombre es libre en aceptar la fe, pero tiene que optar. No se permite la neutralidad: O se está con Dios, o se está contra Dios. “Quien no recoge conmigo, desparrama”-dice Jesús. La Biblia nos dice: “Pongo ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte”. Tú decides. Si eliges el bien, vivirás. Si eliges el mal, serás parte del misterio del mal. El mal puede llevarte por un camino agradable por mucho tiempo, pero siempre terminarás en la ruina. El triunfo final de esta vida es sólo para el bien. Josué habla claro en la primera lectura: “Si desean servir a otros dioses, háganlo. Yo y mi familia serviremos al Señor”. Pedro responde por los demás apóstoles, y define su postura a favor de Jesús: “Señor, a dónde vamos a ir? Tú tienes palabra de vida eterna”. En el mensaje de hoy aparecen dos grupos de personas: Uno positivo, y el otro negativo. El grupo negativo está formado por el pueblo que acompañaba a Josué. Un pueblo que había dejado morir el culto a Dios; un pueblo que había perdido la alegría de la fe. También forman el grupo negativo los seguidores de Jesús que, bajo la influencia de los fariseos, empezaron a criticarlo. El grupo positivo está formado por Josué y su familia, y en el N.T. por el grupo de los primeros cristianos. Estos se definen por el Señor, lo aceptan sin condiciones, aún sabiendo que El exige un cambio radical

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en sus vidas. En medio del grupo negativo y el grupo positivo se coloca la Iglesia, cargada de experiencia de Dios y plenamente definida en su seguimiento de Jesucristo. La respuesta de la Iglesia es la respuesta del Salmo Responsorial: “Gusten y vean qué bueno es el Señor”. La Iglesia no dice que la fe es una obligación, o que la cruz de Cristo es un peso. Todo lo contrario. La Iglesia afirma: Gusten, saboreen la vida espiritual, el seguimiento de Jesús tiene buen sabor. LA VIDA ESPIRITUAL NO ES UNA CARGA, ES UN PRIVILEGIO, Y EXIGE DEFINIRSE, DECIDIRSE TOTALMENTE POR EL SEÑOR. Cuando la madre de los Macabeos fue presentada ante el rey Nabucodonosor, y se le ordenó ofrecer incienso a los ídolos, ella prefirió ver martirizar a sus hijos uno a uno, y luego morir ella de último, antes que abandonar a su Dios. Ningún poder de la tierra podía diezmar su reciedumbre espiritual, porque la energía le venía del mismo Dios a quien seguía con todo el amor de su alma. Después de 20 ó 40 años viviendo el mismo estilo de fe, es llegada la hora de definirse, de cambiar la vida cristiana, sobre todo cuando se está viviendo una vida de fe a medias. Cada lectura de la Palabra de Dios nos está invitando a una vida heroica, a una opción fundamental profunda. Para saborear la vida de Dios, para sentirle gusto a la vida espiritual, es necesario navegar mar adentro, definirse por el Señor, asumir una conducta que responda a las exigencias profundas de la gracia. Mientras tanto es preciso una batalla interior, hasta que se despejen las nieblas, y Dios aparezca como primacía del alma. A ese nivel, la fe es un privilegio, un don, y ese don es acom-pañado por una aceptación gozosa. La vibración espiritual de los santos no es entendida por los que no conocen

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a Dios, ni por los que viven una vida cristiana superficial. Ellos oyen en lo profundo de sus corazones y cantan a coro con toda la Iglesia: “GUSTEN Y VEAN QUE BUENO ES EL SEÑOR”. C C C

Homilía 10La Exaltación de la santa Cruz (9-Sept.-2003)Números 21, 4-9 Filipenses 2, 6-11 Juan 3, 13-17

Salmo 77: No olviden las acciones de Dios.

I - El signo de la cruz. “Completo en mí, lo que falta a la Pasión de Cristo”, dice el apóstol san Pablo. Y nosotros nos preguntamos: Es que falta algo a la Pasión de Jesucristo para salvarnos? Sí. Jesús, al cargar la cruz en obediencia al Padre, recibió la resurrección, la salvación y un pueblo en herencia, por quienes ofreció su sacrificio. Jesús cargó la cruz, y el Padre aceptó la forma como El lo hizo, en obediencia y en totalidad de ofrenda. “Un pueblo en herencia” significa que todo aquél que cargue la cruz como Jesús la cargó, será aceptado por el Padre. Es como si el Padre dijera: Jesús, Hijo amado, yo acepto tu cruz, y esa forma de tu cargarla, esa forma de tu ofrecerte, me agrada tanto que todo aquél que cargue su cruz como tú la cargaste, yo acepto su sacrificio, lo resucito y lo salvo. Dice Jesús: “Quien quiera ser discípulo mío, que cargue con su cruz y me siga”. Es decir, quien quiera parecerse a Mí y ser aceptado por el Padre debe cargar su cruz como yo la cargué. ¿Qué falta, pues, a la Pasión del Señor? Que yo tengo que personificar la cruz de Cristo a través de la mía. Yo tengo

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que hacer de mi cruz lo que El hizo de la de El. Si no, entonces no se me aplican sus méritos. Si yo la cargo como El la cargó, el Padre me reconoce como su hijo. Jesús me liberó del pecado, me liberó de la culpa, me liberó de la muerte eterna, pero no me liberó de cargar mi propia cruz. Eso es lo que falta a la Pasión de Cristo, que yo también cargue mi cruz. Yo tengo que personificar la cruz de Cristo a través de la mía. El amor de Cristo me salvó, pero a eso le falta algo: Qué falta? Que yo tengo que personificar el amor de Cristo a través del mío. Dice Jesús: “Como el Padre me amó, yo les he amado; permanezcan en mi amor”. O sea, personifiquen mi amor, actualicen mi amor con el amor de ustedes. Sin eso no hay salvación. Dice san Agustín: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Eso es lo que falta a la pasión de Cristo, que tú tienes que tomar parte en tu propia salvación, cargando tu cruz como lo hizo Jesús. II – Algunos principios en torno al misterio de la Cruz. ** La cruz es para ser ofrecida, no para ser llorada. ** Los sufrimientos son para convertirlos en ofrendas, no en lamentos. Santa Teresita del Niño Jesús entró al convento de clausura a los 17 años. Su delicada salud le produjo muchas incomprensiones y muchos sufrimientos. Ella se propuso transformar cada sufrimiento en una rosa para Jesús crucificado. La Virgen, dice san Lucas, guardaba todas sus penas en su corazón, y desde ahí las ofrecía a su Dios. Transformar los sufrimientos en ofrenda al Padre es un camino de alto grado de santidad. ** La Cruz bien aceptada tiene sentido de presencia de Dios. Si no sufrimos nada, puede ser una señal de que Dios nos ha olvidado. Si sufrimos mucho puede ser una señal de que Dios

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está presente en nuestras vidas, y de que está aceptando nuestra ofrenda. ** Todos tenemos que cargar una cruz, pues éste es un valle de lágrimas. Los que tienen fe la llevan con alegría, los que no tienen fe, la cargan con amargura., y a veces, hasta con deses-peración. El rico y el pobre, el sano y el enfermo, el bueno y el malo, el que tiene fama y el olvidado, todos cargan su cruz. Pero la fe marca la diferencia. Y con fe, la cruz pesa menos. ** Las grandes cruces producen lágrimas en los ojos, y mucha paz en el corazón. Las personas que han sufrido mucho se van llenando de una gran paz, de un sosiego emocional que es un premio en esta vida. Recuerdo haber hablado muchas veces con una señora ciega, y su voz irradiaba una gran paz. Su voz parecía de origen divino. Todo sufrimiento es un poquito de muerte y sabe mal. Sólo la fe puede transformar los sufrimientos en fuerza positiva y ayudarnos a crecer en la unión con Dios. ** A Dios nunca se le pregunta “ por qué?”. La realidad se acepta y se ofrece como viene y como es. Con todos los personajes de la Biblia deberíamos decir siempre: “Sí, acepto”. Eso es vivir aceptando la voluntad de Dios. ** La vida de fe no puede ser un proyecto de parches espirituales, sino un cambio radical interior. Ese cambio radical se logra a través de una cruz bien aceptada. ** Nuestra Iglesia no es sólo para cumplir normas, sino para construir santos. Eso se logra cuando se recorre el camino de los santos, cuando se camina con una cruz bien aceptada y bien llevada. III - Oración al Crucificado: En este soneto, el autor cen-tra su alma en el misterio de la cruz como misterio de amor incondicional...

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No me mueve mi Dios para quererteEl cielo que me tienes prometido.

Ni me mueve el infierno tan temidoPara dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte,Clavado en una cruz y escarnecido.

Muéveme el ver tu cuerpo tan herido,Muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme al fin, tu amor y en tal maneraQue aunque no hubiera cielo yo te amaraY aunque no hubiera infierno te temiera.No me tienes que dar porque te quiera,Pues aunque lo que espero no esperara,

LO MISMO QUE TE QUIERO TE QUISIERA. C C C

Si usted no puede con la cruz, póngale una rueda, pero no la tire. Siga los pasos de Cristo, y llévela hasta el final.

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Homilía 11La humildad, terreno baldíoXXVI T.O. -B (29-Sept. 2003)

Números 11, 25-29. Salmo 18. Santiago 5, 1-6. Marcos 9, 38-48

En la vida, cada uno camina como quiere y construye su nicho en el rincón que puede para ser reverenciado hasta por sí mismo. Todos nos hemos endiosado, y Dios ya no sabe qué hacer con tantos dioses. Como en los tiempos antiguos, sólo un “resto” busca al Señor con sinceridad. Dios se convierte, muchas veces, en un trampolín que lo usamos para fortalecer nuestro propio culto, haciendo que se note lo que hacemos por la Iglesia. A veces, hay más competencia en la vida de la Iglesia que en la vida comercial. Los comerciantes, con frecuencia, se apoyan unos a otros para vender más, mientras que en la Iglesia, “asamblea de Dios”, “asamblea fraterna”, se dan muchos casos de competencia, donde unos dañan la fe de otros por el gusto de “mandar y prevalecer”. Siguen teniendo valor las palabras de Juan Bautista: “Conviene que El crezca y que yo disminuya”. Y de hecho, Juan desapareció en el remolino de la intriga, degollado por la espada de los que matan para dominar. Los dioses del mundo son dioses de muerte. Sólo Jesucristo es Dios de vida, porque es Dios de amor. Necesitamos pertenecer al pueblo humilde que busca a Dios, y abandonar nuestros caminos, que son sendas cargadas de equivocaciones, porque nos falta mucha luz. Nos hace falta la oración del ciego de Jericó: “Señor, que yo vea”. Que veamos con tu luz, porque nuestra luz nos ciega y nos oculta la verdad. Tanto en la primera lectura como en el Evangelio hay una necesidad en los que han sido privilegiados con el don del Espíritu, de adueñarse de la

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vida espiritual, haciendo casi que Dios les pida permiso para nombrar a otros. El Espíritu sopla donde quiere e invade a quien quiere. La Iglesia tiene el mandato de cuidar la vida espiritual y de organizarla, pero trata, de muchas formas, de recibir la fuerza y la luz de lo alto para no matar el espíritu en el pueblo de Dios. Con frecuencia hay grupos que dejan de funcionar, porque han ido matando el espíritu con un funcionamiento que no es según el Evangelio. Cuando muere el espíritu, muere la alegría de la fe, y cuando muere la alegría de la fe Dios ha sido sustituido por otros valores. Esta es la era de los laicos, donde los laicos ayudan en todos los trabajos de la Iglesia, pero cuando se da participación a los laicos en los poderes de la Iglesia, los que ostentan alguna autoridad son más exigentes que el mismo sacerdote. Y eso hace que muchas personas abandonen una determinada iglesia, porque no soportan a líderes dominantes. Santiago habla fuerte contra las riquezas y contra el daño espiritual que los bienes materiales producen en los ricos. Santiago recordaba las palabras de Jesús: “Es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico pase la puerta del reino de los cielos”. Pero no hay que olvidar, que tanto Jesús, como Santiago, no atacaron directamente a las riquezas, sino a los “ricos”. Las riquezas son un don de Dios, un regalo de su amor infinito. Mientras que para la Iglesia, “ricos” son aquellos que han desviado su corazón del Señor y lo han puesto en las riquezas. Y además, muchas veces son riquezas mal habidas, explotando a los más débiles. La misma Iglesia necesita las riquezas para mantener el culto al Dios verdadero y para el anuncio del Evangelio. Pero la Iglesia se esfuerza en ser “administradora”, y no tanto “poseedora” de los bienes materiales. Una persona que posee bienes y sabe

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compartir, eso es una gran virtud. El saber compartir es don de Dios. “Cuando el pobre nada tiene y aún reparte, va Dios mismo en nuestro mismo caminar”, dice una canción. Si queremos servir en la Iglesia, necesitamos mantener el corazón libre del apego a este mundo para que Dios lo pueda llenar, y la mente libre del apego a “mandar”, para que Dios nos pueda iluminar y darnos su apoyo en las decisiones. En este aspecto, Jesús habló muy claro a sus discípulos (Mateo 20, 24-28): “ Como ustedes saben, los jefes de las naciones gobiernan con tiranía a sus súbditos, y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande deberá servir a los demás, y el que quiera ser el primero deberá ser el esclavo de todos. Del mismo modo, el Hijo del Hombre no vino para ser servido sino para servir y dar su vida como precio por la libertad de muchos”. C C C

Familia que reza unida, permanece unida. P. Peyton

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Homilía 12Unidad en el matrimonioXXVII T.O. –B (5-Oct. 2003)

Génesis 2, 18-24. Salmo 127. Hebreos 2, 9-11. Marcos 10, 2-16

Cuando Dios dijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” quiso decir que el hombre poseería una relación de amor de amor con Dios su creador. Quiso decir que el hombre viviría en su interior una relación hacia sus semejantes como se vive en la Trinidad: Padre-Hijo-Espíritu Santo. Naturalmente, el hombre fue hecho inclinado al bien, inclinado al amor, inclinado a la unidad. Poseía una naturaleza enriquecida y noble, como correspondía a un ser creado a imagen y semejanza de Dios. Por un hecho misterioso, el pecado destruyó la fuerza de esa inclinación al bien, y el hombre empezó a ser egoísta, y creó en su interior el rechazo y el odio, destruyendo la necesidad que tenía de los demás. El hombre que fue creado para que sintiera la necesidad del abrazo fraterno, comenzó a sentir la autosuficiencia y a prescindir de los demás, llegando en su agresividad hasta a dar muerte a su hermano. Esta dimensión fue protagonizada en un primer momento por la acción de Caín sobre Abel. Pero aunque muchos rechacen a sus semejantes, llevamos inscrito en nuestro ser la huella del Creador, y en esa misma huella de Dios, encubamos la nostalgia de nuestros hermanos. La Iglesia cree firmemente que el hombre fue creado por Dios, y que eso lo obliga a regresar a su Creador. Hoy la Iglesia nos hace reflexionar sobre un aspecto de la unidad humana que es el matrimonio. Para la Iglesia, la unidad de una familia es algo más que la simple felicidad de una pareja. Dos personas que se casan con la bendición del Señor, son dos miembros

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de su Cuerpo Místico, que logran, con la fuerza del amor cris-tiano, la victoria sobre el pecado; que llevan sobre sí el sello de la sangre redentora, y son sacramento de la unión de Cristo con la Iglesia. Ese amor que se dan no es sólo una atracción humana, ese amor lleva consigo el precio de la sangre de Jesu-cristo derramada por amor. Es un amor impregnado de caridad humana, de un gran deseo de servir, y eso les viene del mismo Dios. La sangre de Cristo se derramó en la cruz pensando en los demás, y todo aquél que cree en Jesús, siente la necesidad gozosa de servir a sus semejantes, como mandato supremo del Maestro: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. La unidad del amor humano se rompe fácilmente, pero cuando el amor de los esposos cristianos lleva el sello del sacrificio de la cruz, se vuelve sacramento indestructible de unidad. De ahí la frase de la Biblia: “ Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. La unión de una pareja es comunidad de amor, es unión redentora, es Dios que los une, y los ayuda a recuperar la vida que el hombre tenía antes del primer pecado. Se casan para hacer feliz al otro, para redimirlo del peso de esta vida, para servirle hasta la muerte. El matrimonio se construye so-bre una promesa heroica: “Hasta que la muerte los separe”. Eso no es cosa de este mundo. Para ser fiel a una promesa de tal magnitud, se necesita una fuerza divina. Mientras la Iglesia, por mandato del Señor, lucha por lograr la unidad en el amor, el mundo siembra la desunión, busca la ruptura, porque eso va dentro de nosotros con el pecado. Cuando dos personas se unen, existe entre ellos un hilo conductor muy fino: la admiración. Dos personas se casan porque cada uno de ellos quedó lleno de admiración de las cualidades del otro. La admiración es suficiente para enloquecer de amor por un instante. Pero la admiración es débil, y ante

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cualquier fallo se desinfla, y produce profunda decepción. Cuando la admiración muere, se pierde la fe en el otro, y no se recupera tan fácilmente. La Iglesia le proporciona a los esposos un par de antídotos, que son el perdón y la misericordia para curar las heridas y seguir andando. Pero a veces la ruptura es explosiva y no se tiene la suficiente energía de Dios para poder curar, y entonces la unidad se rompe. Por eso la Iglesia suplica a las parejas de esposos que se alimenten de la vida de Cristo, pues la unidad entre ellos y la unidad con sus hijos son conceptos siempre amenazados. Hoy más que nunca, debido a que todos estamos cansados, y nadie está dispuesto a sopo-rtar nada de nadie, es necesario buscar al Señor, es necesario arrodillarse a rezar, para que el Señor nos aplique el precio de su sangre redentora, y nos dé la alegría de estar juntos, a pesar de nuestras diferencias y nuestras profundas deficiencias. Según san Pablo, el amor, todo lo sufre, todo lo espera, todo lo cree, todo lo soporta, y un amor así no puede ser vencido por todas las fuerzas negativas del mundo. Y un amor así sólo se encuentra al pie de la cruz de Cristo, cuando la esperanza divina le da sentido a la vida, llevándonos más allá de todas las esperanzas terrenas. Una pareja de esposos que se quieren mu-cho, si no se alimentan en el amor de Jesucristo, de Jesucristo muerto y resucitado, vivirán siempre un amor amenazado, un amor débil, que puede romperse en cualquier momento. La Eucaristía semanal y la oración familiar diaria son elementos necesarios para dar fortaleza a la unidad matrimonial, dejando en los hijos la huella de un amor vivido y anunciado al estilo del amor de Cristo en la cruz. C C C

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Homilía 13Señor, que yo vea!

XXX T.O. –B (26-Oct. 2003)Jeremías 31, 7-9. Salmo 125. Hebreos 5, 1-6. Marcos 10, 46-52

Cambiar y ser mejores es una tarea de héroes.

Todos necesitamos más luz para poder andar. El camino es largo, la ruta es difícil y hay mucha confusión. Jesús dijo: “Caminemos mientras hay luz, porque llega la noche y no se puede andar”. Cuando el cansancio del camino y la rutina de la vida terminan matando la alegría de la fe, eso es noche, y eso es muerte. Necesitamos retroalimentarnos espiritualmente, pues la vida de Dios nos exige llevar con nosotros el desafío del camino, la alegría de la esperanza y la paz en nuestro espíritu. No es la vida la que nos desafía, sino que somos nosotros que desafiamos el mundo, que nos atrevemos a dar un paso en la oscuridad con la confianza de la oración del ciego de Jericó: “Señor, que yo vea”. Y con una gran humildad gritamos en medio de la noche: “Señor, queremos ver, queremos saber discernir lo que nos conviene y lo que no nos conviene”. Caminar por el mundo en una ruta que lleve a los verdaderos valores no es fácil. Se necesita una sensibilidad nueva y un alma nueva. Nuestra vista se vuelve hacia la altura, y hasta las estrellas se nos apagan. Pero el deseo de cambiar y de crecer va más allá de nuestra naturaleza y allí escuchamos la voz del mismo Dios. Las águilas nos dan un gran ejemplo en el esfuerzo por una renovación interior. Un águila puede vivir hasta los 70 años, pero a los 40 ya está cargada de signos de muerte y tiene que realizar un forzoso cambio total. A los 40 años su pico

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se curva, apuntando contra su pecho; sus uñas se vuelven apretadas y flexibles, y no consigue atrapar sus presas para alimentarse. Sus alas están envejecidas y sus plumas son muy gruesas y apenas puede volar. Debe asumir el reto de una dolorosa renovación para seguir viviendo. Desafiando los signos de muerte que la tienen enjaulada, explota en ella la energía profunda que la lleva al combate. Su renovación durará 150 días, destruyéndose a sí misma para nacer de nuevo. Vuela hasta una roca dura en lo alto de una montaña y se queda allí. Con su encorvado pico golpea y golpea la roca hasta que el pico se despegue de su cara. Espera hasta que le nazca un nuevo pico. Con el nuevo pico, arranca una tras otra las largas uñas de sus dedos. Y espera otra temporada hasta que le salen nuevas uñas. Y con las nuevas uñas arranca todas sus viejas plumas, y se queda allí media muerta hasta que le nacen nuevas plumas. Todo este proceso son 5 meses de lucha dura. Emprende luego el vuelo de renovación, y le quedan ahora 30 años más para vivir. Los primeros 40 años fueron un regalo de la naturaleza; estos nuevos 30 años son una conquista, tienen un precio grande, el precio de enfrentarse a sí misma para no dejarse morir. La vida le viene desde dentro, y ella debe buscarla.La primera vida fue para nosotros un regalo de la naturaleza. La nueva vida en Cristo tiene un precio y nos exige despertar fuerzas dormidas que están en lo profundo de nuestro ser, y que sirven para no dejarnos caer, para no perder el gusto de Dios. Sólo la luz de Dios nos indica el camino a seguir. Un alud de las montañas nevadas se despeña pendiente abajo destruyéndolo todo, pero renueva la montaña, y brota la vida nueva por todas partes, porque la naturaleza transforma en fecundidad los que parecen ser signos de muerte. En el deporte del rafting un grupo de aventureros suben a un

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bote sin más equipaje que las dos manos y un remo. Ellos saben que la corriente del río es peligrosa, que el río posee muchos acantilados y cascadas por el camino. Ellos desafían el peligro y saben que en cada burbuja del agua del río les asecha un poquito de muerte. Los más cobardes del grupo se han quedado en el refugio de la montaña. Los aventureros se debaten entre las olas, despertando una experiencia nueva dentro de ellos. Al final del camino, el bote ha chocado mucho y está casi roto; varios de ellos tienen franjas de sangre en el cuerpo, pues el trayecto ha sido duro. Pero en su espíritu hay un signo de victoria, y hay decisión para emprender, la próxima vez, una aventura más rica y más desafiante. Los tornados se presentan como un exquisito arte de la fuerza de la naturaleza, que devoran los campos y las casas sembrando la destrucción y la muerte, pero de esa misma muerte surge la vida, naciendo nuevos árboles, y las familias construyendo nuevas y mejores casas con el sabor de un nuevo esfuerzo de la comunidad. Nosotros somos el alud de las montañas nevadas, somos el águila que desgarra su pico y sus uñas para vivir más, somos el tornado que devora los campos para despertar nueva vida en medio de los signos de muerte, somos los aventureros del río de la vida, que solo tenemos por remo nuestras débiles manos, y el grito de una esperanza. Somos la pelea de lo terreno contra lo infinito, porque queremos vivir, y el mundo quiere apagar nuestra hambre y nuestra sed con un simple pedazo de pan. Nosotros queremos algo más, queremos correr aunque no tengamos pies, y queremos dejar huellas de santos, aunque el pecado haya salpicado nuestras vidas. Es la pelea del espíritu nuevo hasta la victoria final. Hay una multitud inmensa que viven esclavos del egoísmo

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y nosotros queremos romper la pesada armadura de la rutina, y renacer dejando atrás lo finito, lo caduco, lo que vale poco, para saborear a grandes sorbos los bienes de arriba. Recordemos las palabras de santa Teresa de Jesús: “Váyanse, bienes del mundo; váyanse las dichas vanas. Aunque todo lo pierda, sólo Dios basta”. Y todo esto es posible porque JESUS está ahí, vivo, dentro y fuera de nosotros, llamándonos a un mundo mejor, generando en nosotros un amor nuevo. Su mirada es dulce y sus ojos son claros; su ofrenda es grande, y su programa compromete, desbarata nuestra vida para reconstruirla en una nueva dimensión, para experimentar el vuelo feliz del águila renovada. “Señor, que yo vea”! Que yo pueda comprender tu deseo de que seamos seres nuevos, con una esperanza nueva, revividos por la fuerza de la fe. Jesús ayer, nosotros hoy, juntos, construyendo un nuevo mundo que empieza hoy, porque El está aquí, muere y resucita sobre el altar, como ley suprema de la existencia del hombre nuevo. Somos un mundo de mártires, de vidas totalmente ofrecidas, de sonrisas felices que envían su luz hasta la eternidad, devolviendo la paz a muchos corazones. “Con nosotros está y no lo conocemos, con nosotros permanecerá, aunque tardemos mucho en verlo”. Señor, queremos ver, cambia la fuerza de nuestros ojos, danos la luz para andar, aunque se caigan los pies a pedazos por el desafío de la ruta dura, larga y pesada, pues nuestro es-píritu seguirá vivo, y llegará siempre más allá, hasta encontrar la mano de un padre que extiende la suya en al oscuridad y apretando suavemente la mía, me permite andar por un camino donde apenas puedo ver. Señor, que yo vea, que yo sepa hacia dónde voy. En nuestro andar habrá un montón de derrotas, y sobre esas derrotas pondremos un poquito de fe y se volverán

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victorias, porque le hemos dado razón a nuestra lucha, y aún perdiendo la batalla, la hemos ganado, porque sobre los es-combros de nuestros fallos, vivirá el deseo de seguir luchando, y tendremos la gran humildad de saber decir con la fuerza de nuestra fe: Señor, que yo vea, que yo sepa hacia dónde voy, que yo comprenda lo hermoso que es seguirte a Ti, que mis ojos se iluminen con una luz tan grande que me permita ver hasta con los ojos cerrados. Como dice Calderón de la Barca, nuestra vida es un sueño, somos soñadores de la fantasía de la fe, caminantes de grandes esperanzas. Nuestro espíritu lleva la antorcha de Dios, que permite iluminar a aquellos que se han quedado ciegos, porque perdieron la luz, y sólo saben andar caminos oscuros. Señor, que podamos ver, y que nos quede luz suficiente para poder iluminar esos campos donde han matado a Dios, pues sabemos que también ahí, Dios quiere resucitar y seguir viviendo. Desde que el Mártir del Gólgota se subió a una cruz, y proc-lamó un amor más allá de toda frontera, la vida nueva es el alimento de los que saben luchar, de los que saben mirar la vida con los ojos de la fe, y se comprometen con Cristo sin mirar las consecuencias. Señor, que yo vea, y que pueda verte a Ti, que te vea con la luz de esos valientes que se atreven a dar un paso y arrodillarse junto al altar, para celebrar tu sacrificio y también su propio sacrificio, haciéndose parte de tu ofrenda al Padre en el altar. C C C

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Homilía 14Estén alertas... habrá un juicio!

XXXIII T.O. –B ( 16-Nov.-03 ) Daniel 12, 1-3. Salmo 15. Hebreos 10, 11-18. Marcos 13, 24-32

“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Hoy asistimos a palabras fuertes de parte de Jesús. El nos ofreció mucho amor, mucho perdón, mucha comprensión... Pero El no nos engañó, ni nos puso las cosas demasiado fáciles al estilo humano. El habló claro: denle a Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César... No se puede servir a dos señores... Estén alertas, velen y oren, porque el enemigo del alma es fuerte y sabe atacar. El habló claro: Habrá un juicio... El universo tendrá su final...Esto que llamamos mundo con este estilo de la vida del hombre, va a terminar...Resucitaremos a una vida sin fin en Cristo, y con Cristo, en Dios. Esa es nuestra fe. A la Iglesia de Jesucristo no le interesa saber ni cómo va a suceder, ni cuando va a suceder. De hecho, Jesús se adelantó a decir que “nadie lo sabe”. Lo más importante para la Iglesia es que estemos preparados. Y estar preparados significa llevar una vida según las exigencias del Evangelio. La propuesta de Jesús es bien sencilla: No podemos servir a dos señores: O aceptamos las exigencias de Jesucristo, o aceptamos las exigencias del mundo y sus valores. O alimentamos nuestro espíritu con los valores del reino de Cristo, o nos conformamos con lo pasajero y caduco de esta vida. Para estar con el Señor, para mantenernos de pie ante el Hijo del hombre, no hay receta para resolver todos los problemas y estar tranquilos. Es preciso estar siempre alertas...siempre despiertos, pues el enemigo del alma no descansa. Asecha y tienta continuamente. Dice el apóstol Pedro: “El demonio, como león rugiente, anda

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buscando a quién devorar”. Es preciso velar y orar. Es necesario refugiarse en el camino de la gracia. La confesión, la comunión, los ratos de oración: es todo un estilo para ubicarnos dentro del campo de la inmunidad espiritual. Según la profecía de Daniel, que es parte de una visión apocalíptica, al final de los tiempos habrá momentos difíciles, luchas interiores y exteriores, que pondrán a prueba la fe de muchos. Es por eso que se necesita mucha fortaleza. El profeta Daniel, ya en su tiempo veía el final de los justos: Los que enseñaron a muchos la justicia con sus propias vidas, brillarán como estrellas. La respuesta del salmo es muy significativa: Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. El salmo 15 forma parte de la teología fundamental del pueblo de Israel. El salmista sabe que el mundo es un gran almacén de cosas y más cosas, que todas esas cosas forman la herencia humana, y que todos luchamos para aumentar la parte de la herencia que nos toca. El salmista dice claramente: El Señor es mi herencia, El es el lote de mi heredad, y me encanta mi heredad. Por encima de todo, el salmista ha elegido al Señor, y con El, se siente feliz. Mientras termina este combate del bien y del mal, Jesús está sentado a la derecha de Dios, y espera la victoria final, cuando cada ser humano se defina por Cristo o contra Cristo. La visión que Jesús presenta en el Evangelio es una visión majestuosa. Toda esa escenografía es para darnos a entender el gran poder del Hijo de Dios que viene a llamar a todos a un juicio universal. El gran contraste está en que en medio de toda esa ruina, en medio de esa gran catástrofe, los hijos de Dios permanecerán serenos. La fe y la esperanza son poderes que superan toda ansiedad. En la misma ruina se revivirán las señales de victoria. Dice el apóstol Pablo en su carta a los Romanos:

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“Los sufrimientos de la vida presente no son nada comparados con la dicha que un día se nos mostrará”. El cielo y la tierra pasarán, dice Jesús, pero mis palabras no pasarán. Por eso, antes de marcharse en la Ascensión, les dijo: “ Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”... O sea, la lucha de ustedes será también mi lucha, y mi paz, será también la paz que ustedes tendrán. Que nadie desmaye, que nadie tiemble. Si creemos en Jesús, El no nos dejará solos. Siguen resonando en los oídos de la Iglesia de Jesucristo sus consoladoras palabras: A pesar de las tribulaciones de esta vida, ustedes tendrán paz, la paz que Yo les doy.

Jesús nos llama a una vida plena, para siempre, con Dios. La Eucaristía que celebramos es ya un comienzo de la vida definitiva. Por eso, nuestros pies caminan sobre la tierra, pero nuestros ojos y nuestros corazones siguen mirando hacia el cielo, desde donde nos vendrá la verdadera vida. Mientras aguardamos la victoria final, tratamos de vivir alegres sirviéndole a Dios y a los hermanos. C C C

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Homilía 15Misa de Acción de Gracias (31 –Dic.- 2003)

I Juan 2, 18-21 Salmo 95 Juan 1, 1-18

En unas horas estaremos cerrando este pedazo de vida y de historia, marcado con el número 2003 de la Era Cristiana. Nos acercamos al altar para dar gracias a Dios, llevando en nuestras manos los días buenos y los días malos, pues por la grandeza de nuestra fe, somos capaces de agradecerlo todo, lo que produjo alegría y lo que dejó mal sabor; lo que nos hizo felices y lo que nos hizo sufrir; lo que nos hizo soñar y lo que mató nuestras ilusiones; lo que fue parte del tiempo, y lo que abrió la frontera de la eternidad, por la sencilla razón de que, a los que creen en Dios, todo les sirve para bien. La Iglesia nos ha formado para andar por la vida sin miedos y sin lágrimas, sabiendo acuñar esperanzas y sueños, alegrías y canciones, porque nuestros pies son más grandes que los obstáculos del camino, y somos capaces de llevar pies de pecadores e ir dejando huellas de santos. El año civil empieza y termina en un tiempo tan mágico y hermoso, tan suave y tan lleno de paz que no permite recordar los pasos incierto y el cansancio del largo camino andado durante doce meses. El año civil mirado desde la óptica del Hijo de Dios, desde la gran ofrenda del cielo a la tierra, termina en una explosión de acción de gracias, de buenos recuerdos, de promesas y sueños de paz. Cuando Dios se mete en el programa del hombre, todo lo que era carga pesada, se vuelve ágil y llevadero; todo lo que no gustaba, adquiere un nuevo sabor, con una placentera sonrisa de que todo ha estado bien. El amor infinito de Dios manifestado en la persona de un recién nacido, cargado en los brazos de una virgen madre, entre júbilo de pastores y cantar de ángeles,

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no es sólo el comienzo de la Era Mesiánica, sino una pequeña estampa del futuro Reino de Dios. En esa gran alegría se disuelven nuestros pesares, y todo el bagaje del año queda plenamente purificado. Los dolores, sufrimientos, combates y desilusiones que maltrataron el alma, por ser parte de este valle de lágrimas, adquieren una respuesta válida y satisfactoria, que es coronada con un grato suspiro de descanso espiritual. El final del año se parece a un gran edificio que, al final de la construcción luce poco agradable, y luego los artistas se dedican a colocar cubre faltas, y convierten la obra en una gran alegoría del saber humano. El tiempo de Navidad y año nuevo le dan una nueva visión a todo el año, definiéndolo como un camino que se ha recorrido entre ilusiones y cantos, sintiendo el dulce peso de muchas promesas cumplidas. Para quitar las grietas y líneas torcidas de la construcción de este año, para pasar la puerta del 2004 con una conciencia clara de fe y de amor, cimentando la construcción del mañana en un pasado sereno y gozoso, es necesario saber valorar la vida al estilo de Dios, es necesario perder el miedo a la oscuridad del mundo, pero sobre todo, hay que saber olvidar lo que salió mal, y celebrar las victorias que nos han ayudado a empezar un nuevo año con alegría. Los bienes de ayer son las fuerzas para la construcción del mañana, y nuestra mochila se sigue llenando de bendiciones, porque nos protege el mismo Dios. Copiando un poco a la escritora Zenaida Bacardí, antes de cruzar la línea de la esperanza que marca la entrada del 2004, es necesario...Olvidar.. y pensar en positivo. Olvidar...las resacas que dejaron las tormentas vividas en las limitaciones de la debilidad humana. Olvidar...los pasos tambaleantes, los pasos retrasados, los pasos hacia atrás con fracasos dolorosos.

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Olvidar...las veces que pasaste ignorado, inadvertido, lastimado, y herido.Olvidar...los sueños consumidos, las ilusiones hechas cenizas, los intentos hecho polvo y el amor convertido en un pobre recuerdo, porque se murió antes de florecer. Olvidar...las veces que latió tu corazón y nadie se dio cuenta, que quisiste hacer algo y no te dejaron, que abriste los ojos y te cerraron los párpados, porque el bien que llevas dentro muy pocos lo reconocen. Olvidar...los días cargados de insignificancia y de rutina, como un tiempo perdido y malgastado. Olvidar...las piedras altas e insalvables con las que tropezaste muchas veces, los secretos angustiosos y tristes, las espinas que se clavaron muy hondo, hasta donde duele de verdad. Olvidar...las semillas que se quedaron dormidas sin germinar, los vuelos a ras de tierra, las rosas que se secaron antes de tiempo, y los frutos que no nacieron porque la planta se marchitó. Olvidar...los días de vanidad, la máscara que hizo aparecer lo que no soy, el ropaje que le hizo daño a la verdad, porque la verdad murió a la sombra de la mentira. No vivamos hacia atrás, no comencemos el año cargados de sombras, no le demos la espalda a la luz. Rompamos las amarras de aspectos cansados de la vida, que hay que dejarlos para poder volar. Mientras menos cargas lleves contigo, tendrás que llorar menos y el cansancio será mucho menor. Párate en la proa de tu barco, levanta de nuevo las velas, mira hacia lo largo y ancho del mar... Cuando te convenzas de su inmensidad, encontrarás otro camino, y cuando mires al cielo parecerás gaviota que, apartándose de todo, encuentra el recto camino que le hace volar hasta Dios. Entonces sabrás que las

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cadenas que atan la vida aquí y allá, y que la limitan demasiado, no tienen sentido. Muchas de esas cadenas pudieron romperse solas, dándole a la vida un significado mucho más hermoso. El pasado es sólo una escuela para aprender... el presente es para vivir renaciendo cada día y cada hora... el futuro es para soñar, porque siempre puedes ser algo más. Vivir empezando es la forma de llegar. Lo demás es para olvidarlo. Si no puedes olvidar, arrastrarás cargas inútiles que harán lenta tu marcha, y empobrecerán la respuesta que te toca darle a Dios, al mundo y a tu misma vida. Si eres capaz de limpiar tu pasado, dejando atrás lo que no vale, y caminar con los ojos llenos de luz para ver qué quieres y hacia dónde vas, puedes declararte un nuevo ser, y empezar una nueva vida, con una rica aventura que vale la pena vivirla. Animo! Pon tu nombre entre los héroes y nadie lo podrá borrar, porque tendrá el sello de Dios. C C C

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Homilía 16Amor a Dios y Servicio a los hermanos

II T.O. – C. (18-Enero-2004)Isaías 62, 1-5 Salmo 95 I Cor. 12, 4-11 Juan 2, 1-11

La Iglesia centra hoy su mensaje en dimensión esponsal. La relación de Dios para con su pueblo es como la de un matrimonio, como la de una familia. Dios se ocupa, cuida de su pueblo, y éste trata de agradarle en todo. En una palabra, el pueblo debe vivir en un verdadero culto de amor. Cuando el pueblo celebraba el culto con el corazón vacío de amor, los profetas gritaban en nombre de Dios: “Este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de Mí”. El mensaje está iluminado por las bodas de Caná. Jesús aparece como el esposo que ilumina las palabras de Isaías: “ya no te llamarán abandonada, ni a tu tierra devastada”. Jerusalén será ahora la “preferida”, la de una nueva boda. Jesús es el nuevo esposo de Jerusalén que perdona la infidelidad de su pueblo y va a llenarlo de fiesta. Es la fiesta del hijo pródigo que vuelve, o de la samaritana que busca un poco de agua viva. Jesús es el esposo de la comunidad cristiana. Su comunidad vivirá en permanente fiesta. Es la fiesta de la fe, la fiesta del amor que salva. La Iglesia nos introduce en este clima de la boda para darnos varias enseñanzas fundamentales. La nueva vida en Cristo será una fiesta. Hay que sentirse parte de una verdadera vida nueva. Es el mismo Dios que está en plan de transformarlo todo. Cambiar el agua en vino significa que habrá un cambio radical en la vida del hombre. La dura experiencia de este valle de lágrimas será transformada en la alegría del cielo, en la alegría de haber encontrado a Dios, en la seguridad de estar bajo su

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cuidado. El hombre encuentra respuesta a todos los problemas, porque Dios está presente. El Nuevo Testamento será el vino nuevo que alegrará el corazón de los hijos del Reino. Será un Reino de abundancia. Jesús no convierte un poquito de agua en vino, sino más de 300 litros. Es el comienzo de sus signos y será una expresión generosa de la vida de Dios entre nosotros. Se preanuncia la pesca milagrosa, la multiplicación de los panes, la curación de los leprosos, la resurrección de los muertos. Jesús manifiesta su gloria y sus discípulos creen en El y le dan su adhesión. Es el comienzo de una nueva era, la era cristiana, camino de alegría y salvación. La comunidad cristiana será una comunidad sensible a las necesidades de los demás, una comunidad preferentemente servicial. Será una comunidad adornada de carismas, de dotes, donde se manifieste la riqueza del servicio al hermano. La Virgen aparece como intercesora ante Dios, como la mujer sensible a las necesidades de la familia. Encontrar a Cristo, enrolarse con El en su salvación, significa: 1) Entrenarse a vivir de fiesta, fiesta de fe, fiesta de amor. 2) Entrenarse a vivir para servir, cultivar la sensibilidad de sentir en la propia vida las cargas de los demás. Eso exige un entrenamiento, eso no viene por simple ley natural. Cultivar esa sensibilidad no es fácil. María pudo, porque estaba llena del Espíritu Santo. Así Ella se fue a ayudar a su prima Isabel. Y en medio de la Boda dice: “No tienen vino”... En Nazaret vive un gran silencio ante todo lo que sucede. Esa capacidad de servir no viene por ley natural. Se necesita la vida del Espíritu. Y María empieza a vivir la era cristiana, la era de la fiesta de Dios. Para nosotros no es fácil. Pertenecemos a una sociedad llena de competencia, un ambiente cargado de egoísmo. El egoísmo nos vuelve monstruos, como una montaña que nos aparta del dolor ajeno.

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La caridad es como un fuego que va quemando y purificando el remolino personal que nos ha hecho idólatras de nosotros mismos, para convertirnos en hombres nuevos. Vivir de fiesta es vivir para servir, reduciendo al máximo las propias necesidades y las propias exigencias. Todo eso implica una gran disciplina interior. La Iglesia garantiza su fidelidad a Dios haciendo que cada uno haga rendir al máximo su propio carisma, y sienta el gozo de servir. Jesús es para nosotros la nueva era, donde la felicidad de uno crece con la alegría del hermano. Enrolarse con Jesús es vivir de fiesta, y participar de esta fiesta significa vivir para servir. C C C

“Las aves poderosas tienen nidos, viejos nidos construidos a su gusto y donde pueden descansar. Nosotros, las avecillas del bosque, volamos de rama en rama y no nos duele volar, porque no amamos los nidos, sino el poder de las alas”.

El amor humilde, el último puesto, el servicio desinte-resado, son valores que no son atractivos, ni siquiera para los hijos de Dios. No hemos entendido el mensaje claro y preciso de Jesús: “Que el primero sea el último, que el más grande sea el servidor”...

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Homilía 17Fiesta de san Juan Bosco

(31-Enero-2004 y 2009)Ezequiel 34, 11-31 Filipenses 4, 4-9 Mateo 18, 1-10

Celebramos en este fin de semana la fiesta de san Juan Bosco, padre y maestro de la Juventud. Ese fue el título que le dio Juan Pablo II al cumplirse los 100 años de la muerte del santo de los jóvenes, del santo de la alegría y de la sencillez, del santo de la mirada limpia y el abrazo caliente que brota de un corazón profundamente enamorado de Dios. El fue el fundador de tres ramas religiosas que se alimentan de un santificador espíritu de familia: Los salesianos (SDB), las salesianas (FMA) y los Cooperadores salesianos (CCSS). Vivió para los jóvenes en un intenso trabajo de caridad pastoral. Esa caridad pastoral, vivida en una profunda unión con Dios, fue la herencia que dejó a sus hijos como camino de santidad. Su proyecto sigue siendo : “Formar honrados ciudadanos y buenos cristianos”. San Juan Bosco se nos presenta como un proyecto de santidad, un camino alegre hacia Jesucristo. La carta de san Pablo a los Efesios nos dice hoy: Estén alegres, alegres en el Señor. La alegría es parte de la santidad salesiana. El trabajo intenso y la alegría de la fe nos distinguen como hijos de Don Bosco. Nuestra vida está consagrada a servir a los jóvenes más pobres y necesitados de la sociedad. Ellos son nuestra herencia, y tenemos que cuidarla con alegría. Nos esforzamos por ser creíbles como “signos y portadores del amor de Dios” a los jóvenes. Aquí estamos tocando una necesidad profunda de toda la Iglesia. La Iglesia sabe que sus hijos deben ser “creyentes”, pero también “creíbles”. Ser signos creíbles del amor de Dios

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para los jóvenes es un gran desafío que afrontan los hijos de Don Bosco en la sociedad de hoy. El 31 de Enero del año 1982, el rector mayor Don Egidio Viganó dio en Roma una homilía bien corta, pero muy significativa: “ Un jesuita puede ser santo como él quiera. Un franciscano puede ser santo como a él le agrade. Pero un salesiano debe ser santo con una santidad que le guste a los jóvenes. El salesiano debe tener una santidad simpática”. El Rector Mayor quería decir que el salesiano debe llevar una vida que sea “creíble” para los jóvenes. Hoy día nos diría don Pascual Chávez: “Nuestra santidad, personal y comunitaria, debe ser tal que pueda contagiar a los jóvenes”. Nuestra Iglesia, por desgracia, conserva todavía algunos rasgos de hipocresía, herencia del fariseísmo, y por ello, no todo lo que hacemos conduce a la santidad. Será, por tanto, una gran batalla enfrentar el gran desafío de rectificar nuestras obras para ser “creyentes” y también “creíbles”, pues la santidad de Dios pide siempre una vida sencilla y transparente. Amor a Dios y servicio al prójimo: en eso consiste todo lo que Dios nos pide. Don Bosco inició una familia de santos. El sistema salesiano conduce al joven a la santidad viviendo con alegría una actitud positiva de esperanza. El sistema de Don Bosco ayuda al joven a comprender que el mañana será mejor que hoy, y que será mejor no sólo porque Dios me va a bendecir, sino también porque yo estoy construyendo mi futuro y voy a lograr que el bien, lo que es bonito, lo que es óptimo, lo que es alegre, que todo eso crezca en mí cada día más. “Es una actitud positiva de esperanza” lo que va dentro de mí. Y esa actitud el joven la recibe del salesiano que vive así. Y esa actitud positiva de esperanza es camino de alegría y es camino de santidad. La familia salesiana se santifica sirviendo a los jóvenes. Los frutos

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del sistema salesiano, como sistema de santidad, son ya muchos. Ya tenemos 5 santos salesianos: San Juan Bosco, santa María Dominga Mazzarello, santo Domingo Savio, san Calixto Caravario y san Luis Versiglia. Estos dos últimos alcanzaron la palma del martirio. Nuestros beatos salesianos son muchos: Miguel Rúa, primer sucesor de Don Bosco; Felipe Rinaldi, tercer sucesor de Don Bosco y fundador de las voluntarias de Don Bosco; José Calasanz con 31 mártires españoles; Angela Morano, salesiana; Luis Variara, fundador de las Hijas de los Sagrados Corazones, para atender a los leprosos; José Kowalski, martirizado en Polonia junto con 5 jóvenes. María Romero, salesiana nicaragüense; Artémides Zatti, hermano salesiano que trabajó en Argentina; y la más joven flor del jardín salesiano, Laura Vicuña, que murió a los 12 años ofreciendo su vida por la conversión de su madre. Sor Eusebia Palomino, salesiana. Alejandrina María Da Costa, una cooperadora salesiana de Portugal, y Augusto Czartoriski, salesiano húngaro nacido en Francia. Es una familia de santos que va creciendo. Hasta ahora, la mayoría de nuestros santos y beatos tienen menos de 70 años de edad. Somos una congregación de santos jóvenes. Hombres y mujeres jóvenes que se consumen en el trabajo intenso y la alegría de la fe. Signos creíbles que se han hecho páginas hermosas de una Iglesia de héroes y de santos. El jardín salesiano es bello y lleva toda la alegría de la Iglesia. Juan Pablo II, al dirigir unas palabras a los miembros del Capítu-lo General XXV, nos invitó a seguir las huellas de santidad de nuestro padre Don Bosco. El nos recordó que somos una familia de santos, y que la vitalidad de esa familia debe crecer. Nues-tro Rector Mayor, Don Pascual Chávez, en su primera carta a

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todos los miembros de la Familia Salesiana del mundo ex-presó el mismo deseo: “salesianos, sean santos”. El nos está animando siempre a cumplir con esta sublime misión: Que lleguemos a ser “signos creíbles del amor de Dios para los jóvenes, y que los contagiemos con nuestra experiencia de santidad”. Sólo así lograremos la meta de nuestro padre Don Bosco que se esforzó por conducir a los jóvenes hacia Jesucris-to, recorriendo con ellos un camino heroico de santidad. C C C

Homilía 18Cuando Dios llama

V T.O. –C. (8-Febr.-2004)Isaías 6, 1-8. Salmo 137 I Corintios 15, 1-11 Lucas 5, 1-11

El seguimiento de Jesucristo conlleva exigencias profundas. Cuando Dios llama, pide mucho. Y pide mucho, porque podemos dar mucho. Oír la voz de Dios y seguirla exige una verdadera transformación interior. El camino de Dios siempre es heroico. Él se acercó a nosotros en la persona de Jesús, con una expresión heroica de la ofrenda de sí mismo. Su llamado nos pide que recorramos el camino con la misma grandeza y con el mismo heroísmo. El apóstol Pablo nos dice hoy que la base de todo anuncio del Evangelio consiste en presentar a Jesús, perseguido, muerto, sepultado y resucitado. Y Pablo añade algo más: Ese Jesús se nos presenta así, porque es el Mesías de las Escrituras. El fue anunciado así, es profecía cumplida. Lo que se dice de Jesús no es un invento de los apóstoles y de sus seguidores. Es el

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cumplimiento de las Escrituras. Esta fue una de las grandes batallas que tuvo que sufrir el cristianismo contra el judaísmo, que quiso reducir a Jesús a la persona de un simple profeta. La grandeza de Jesús de Nazaret desbordaba las Escrituras, al mismo tiempo que se apoyaba en ellas, porque la vida de Jesús era profecía en las Escrituras. Ese Jesús muerto y resucitado terminó su misión y subió al cielo, pero sigue vivo entre nosotros a través de su Espíritu. El es la voz de Dios que llama en todas las épocas y circunstancias de la vida del hombre. El es la voz que llamaba en el Antiguo Testamento; El es el maestro que llamó a los apóstoles y discípulos del Evangelio; El es la voz que sigue llamando en toda la historia de la Iglesia. Esa voz continúa con las mismas exigencias y con la misma promesa de santidad. Es un llamado gratuito para sentarse junto a Dios a gozar de su grandeza, de su santidad, y de su amor infinito, pero también asumiendo el precio de una experiencia que compromete en forma total. Hoy se nos presenta la vocación de Isaías, ése gran profeta del Antiguo Testamento, cuya palabra llenó la fe del pueblo de Israel. Hoy asistimos al gran milagro de la pesca milagrosa, como un presagio de lo que iban a hacer los pescadores de hombres. Nombres propios colocados junto a Cristo, para darle al mundo una lección de dignidad humana al estilo de Dios. Pedro, Santiago, Juan, Andrés... Pescadores sencillos donde ya se había sembrado algo de la chispa divina de la fe. Ellos no serían como serpientes que se arrastran por el suelo, sino misteriosas águilas que supieron volar en medio de las tormentas del imperio romano y del paganismo oriental. Hombres sencillos que, al igual que los jóvenes de Babilonia, supieron caminar sobre las brasas encendidas de la fe, para pertenecerle eternamente a su Dios. Hoy, la vocación de Isaías

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y la vocación de los apóstoles nos ofrece una lección profunda: Acercarse a Dios implica una gran purificación, un cambio total de la propia personalidad. Algunos ejemplos:Moisés: Oyó la voz que decía: “Quita el calzado de tus pies, pues el lugar en que estás es tierra sagrada”. Era como decirle: Todo el ropaje de tu vida debe ser purificado y transformado, porque estás en la presencia de Dios. Deja tu mundo pequeño para entrar en la inmensidad de Dios, para ser parte de los planes de Dios. Isaías : El ángel tocó sus labios con un carbón encendido. Es purificado a base de fuego. No se trata de un cómodo masaje, es fuego que quema y transforma. Dar un paso adelante para encontrarse con Dios es siempre un paso heroico. Los apóstoles: “Dejándolo todo, le siguieron”. Conseguir esas barcas y esas redes les habrá costado mucho trabajo y muchos años de esfuerzo. Abandonar todo, las barcas, las redes, la ilusión de pescar, los compromisos familiares, para seguir a Alguien que promete mucho, pero no ahora, porque su reino no es de este mundo. Es un vuelco que hay que darle a toda la imaginación, construyendo una nueva razón de vivir. Es como cerrar los ojos y caer al vacío, con una esperanza tan grande, que hasta el aire les sirve de apoyo.El joven rico: A ese joven Jesús le dijo: “ Vende todo lo que tienes, dalo a los pobres”. Es un despojo total, de todo aquello que uno ha considerado siempre como alegría y como felicidad. Es enfocar profundamente la fe en Dios y hacer que “el Señor sea mi herencia”. Es cambiar la visión de la vida, conquistando otros valores, para darle otro sentido a la propia existencia. Todo esto es transformación, es purificación, y exige una decisión suprema y heroica. Es ser propiedad de Dios y dejarlo a El que me lleve por el rumbo que El quiera.

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Yo soy su herencia y El es mi herencia. Seguimos sus huellas y su voz es el imán de la esperanza. Paso a paso se va tocando el misterio. No hay que olvidar que esto no es fácil. Cuando se ha encontrado a Dios, cuando se vive una profunda experiencia de Dios, se pasa por una purificación que es una verdadera noche oscura. Por eso Isaías grita: Ay de mí, estoy perdido. Los apóstoles tardaron tres años en comprender para qué habían sido llamados, y muchos han dicho que “no” a Dios, pues saben que su camino compromete. Pero cuando llega el amanecer, cuando Dios llena toda la persona, la vida es muy diferente. Entonces todo se mira desde otro ángulo y viene envuelto en otra luz. Todo es leído a la luz de la fe y del amor divino. ** Entonces se tiene suficiente sol para mantener una actitud brillante. ** Entonces se ve la lluvia como un bálsamo que fecunda la tierra dura sin maltratarla. ** Entonces se tiene la suficiente felicidad para mantener un espíritu vivo y alegre, a pesar del duro camino.** Entonces se tiene la capacidad de ver en el dolor un contraste que hace que los pequeños momentos de gozo parezcan más grandes y hermosos. El día malo no me molesta, y además, hace que yo mire el día bueno con más amor. ** Entonces se aprecia lo poco que se tiene, desaparecen muchas necesidades y exigencias, y la ambición se muere. ** Entonces, aunque nos alegran los saludos de quienes nos rodean, no tenemos miedo a decir “adiós” para encontrar nuevos caminos de servir. Se toma un minuto para encontrar una persona especial, una hora para apreciarla, un día para amarla y toda una vida para olvidarla. Con Dios es diferente: Se toma un instante para

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encontrar a Dios, para oír su voz, y en toda una eternidad nunca se le podrá olvidar, porque El vive en mí y yo en El.

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Ellos, al instante, dejando las redes, le siguieron.

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Homilía 19La revisión de vida

VII T.O. –C. (22-Febr.-2004)I Samuel 26, 2. 7-23 Salmo 102 ICor. 15, 45-49 Lucas 6, 27-38

En este Domingo 7º del tiempo ordinario, la Iglesia nos presenta una gran oportunidad de revisar nuestras vidas a la luz del Evangelio. El Evangelio es una doctrina, una teología, una doctrina que conduce al amor, pero es también un código de conducta. Pero no es solamente un código de leyes, que se cumple y se acabó. Es un código de principios amplios, como una espiral lanzada hacia el infinito, abriendo el espíritu a sueños de eternidad. Cuando el Concilio Vaticano II terminó sus reuniones, llenó a toda la Iglesia con nuevos mensajes, nuevos programas, y despertó un verdadero interés por la renovación espiritual. Surgió así un plan de trabajo espiritual llamado “Revisión de vida”. Revisión de vida, tanto para las personas como para los grupos. Era un programa simple, pero implicaba mucho valor. Se trataba de tomar una página del Evangelio y confrontarla con la propia vida, viendo a qué nivel uno estaba de esa página, cuán lejos podía uno estar de cumplir con esa página que es la voz de Jesucristo y que representa su divina voluntad. Cuando era una reflexión personal, no había problema, pues era una meditación, con el plan de tomar decisiones mejores de la propia vida. Pero, la revisión de vida, era más bien un asunto de grupo: El grupo, de 7 ó 10 personas, tomaba una página del Evangelio, la leía, la reflexionaba, y luego cada uno tenía que decir a qué nivel estaba de acuerdo con esa página, en que fallaba, en qué se distanciaba de Jesucristo, y todo eso tenía que declararlo públicamente delante de los demás. Era como

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una confesión pública. Ese sistema fue cayendo, pues era algo muy comprometido, tanto que ya casi no se habla de revisión de vida. Pero sigue siendo un camino válido, al menos a nivel personal. El Evangelio es el código de conducta, es la línea a seguir, es la vida de Cristo que queremos imitar. Y cuando se trata de imitar a Jesucristo, no podemos quedarnos en ideas generales: Cristo fue bueno, pasó por la tierra haciendo el bien, fue humilde, fue obediente, etc. Hay que descender a sus mandatos, para tratar de ser el discípulo que El quería en cada hombre o cada mujer. Jesús cambiaba y sigue cambiando totalmente la personalidad del discípulo, hasta tal punto que transforma la persona desde dentro, construyendo un ser nuevo. Precisamente, el Evangelio de hoy presenta un cuadro de consejos de Jesús muy bien definidos, y que van a transformar la persona en un nuevo ser. No es tan fácil meterse en ese programa. Se necesita mucho valor. Es un programa para almas fuertes y muy generosas. No vamos a hacer una meditación sobre este evangelio. Solamente vamos a sacar frases, peticiones de Jesús. Y con esas frases uno se puede sentar, y hacer la propia revisión de vida. Es decir, frente a cada uno de esos principios, ver a qué nivel yo estoy. Naturalmente, uno se revisa para tomar decisiones de crecimiento, tratando de asumir esos principios y crecer en cada uno de ellos. Hoy vamos a dejar a un lado la primera y la segunda lectura, y nos vamos a quedar con una lista de peticiones que nos dirige el Evangelio:1-Amen a sus enemigos... 2-Hagan el bien a los que les odian... 3-Bendigan a los que les maldicen...4-Oren por los que les in-jurian... 5-A quien te pide, dale... 6-Al que se lleve lo tuyo no se lo reclames... 7-Traten a los demás como quieren que ellos

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les traten... 8-Hagan el bien y presten sin esperar nada... 9-Sean buenos con los malvados y desagradecidos... 10-Sean compasivos como el Padre es compasivo... 11-No juzguen y no serán juzgados... 12-No condenen y no serán condenados... 13-Perdonen y serán perdonados... 14-Den y se les dará... 15-La medida que usen, la usarán con ustedes. Quince peticiones de una simple paginita del Evangelio. Quince peticiones que son suficientes para pasarnos toda la vida revisando nuestro progreso en la virtud. Hay muchas de esas peticiones que son como nadar en aguas superficiales. Pero en otras, hay que navegar mar adentro, y meterse en aguas bien profundas... Hay que ir leyendo estas peticiones de Jesús, y quedarse un minuto de silencio después de cada una para ver cómo encaja dentro de nuestra vida. Para contemplar la grandeza de lo que se nos pide.

Como complemento, quiero también presentarles algunos puntos que ayudan a mantener una vida espiritual saludable...1-Trabaje siempre como si no necesitara el dinero, sólo por el gozo de trabajar. El trabajo es un privilegio, una terapia del espíritu. 2-Ame como si nunca hubiera sido herido o decepcionado.

3-Baile como si nadie lo estuviera viendo. 4-Cante como si nadie lo estuviera escuchando. 5-Viva como si el cielo estuviera en la tierra. 6-Siga andando, deje buenas huellas. No se preocupe para quién serán. Alguien las encontrará en el camino y las usará.

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Estos seis puntos tienen un gran significado. En la vida, todos somos actores de un gran teatro. Estamos representando nuestras vidas y sentimos una gran necesidad de quedar bien, de que nos aplaudan, de que la multitud se sienta a gusto con nosotros, de que cada una de las actuaciones sea un triunfo. Pero ese pedestal, esa lucha para que todo lo que yo hago me salga bien, todo esto está acabando con la vida interior. Hay que salirse del escenario. Hay que bajarse del palco. Yo puedo seguir siendo actor, pero no puedo tener más espectador que yo mismo, y un pequeño espacio junto a mí, para Dios. Con una vida así, desaparece la mitad de las enfermedades, y el estrés se reduce a un 15%. No es aislarse de la familia o de los amigos. Es simplemente lograr el arte de salirse del escenario. Cada uno está llamado a hacer las cosas lo mejor posible, pero mientras consigue ese “mejor posible” tiene un solo espectador que es uno mismo, y debemos saber que todo lo que hacemos es para la gloria de Dios. He aquí muy buenos deseos para ti y para muchos...1-Que todos los días tus manos encuentren algún trabajo para hacer. El ocio es una enfermedad. El trabajo es una hermosa terapia espiritual. 2-Que tu mano tenga siempre una moneda para ofrecer... O sea, que no dejes pasar ningún día sin hacer algún bien, sin tener algo para ofrecérselo a alguien. El egoísta no puede conocer a Jesucristo. 3-Que cada día el sol brille en tu ventana, y que tu vida no conozca la oscuridad. 4-Que de cada una de tus lluvias siempre brote un arco iris. Cuando alguna de tus lágrimas termina en el arco iris de una sonrisa, tu vida ha encontrado un pedacito de cielo.5-Que unas manos amigas siempre estén cerca de ti.

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Los amigos son los ángeles que nos permiten volar cuando nuestras alas están rotas. Jesús quiere algo más de lo que nosotros estamos logrando con nuestras vidas. La Iglesia quiere algo más de lo que en realidad somos. La vida cristiana es un reto permanente y cada día podemos dar algo más para estar más cerca de Cristo.

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Homilía 20La Fidelidad

I - Cuaresma. – B. (29-Febr.-2004)Deuter. 26, 4-10 Salmo 90 Romanos 10, 8-13 Lucas 4, 1-13

El Evangelio de hoy nos habla de tres tentaciones, y de la victoria de Jesús sobre el demonio. Ante cada una de las tentaciones, la respuesta de Jesús se apoya en la voluntad de Dios, manifestada en la Escritura. La victoria de Jesús contra el demonio fue una victoria de fidelidad a Dios. La cuaresma nos conduce a la revisión de los caminos del espíritu: El Sacrificio, la Oración y la Caridad. En una palabra, se trata de revisar nuestra fidelidad a la Palabra de Dios y buscar alguna forma de crecer. Nuestro espíritu de sacrificio es pobre, nuestra oración se va volviendo un poco vacía y nuestra caridad se ahoga por la fuerza destructora de nuestro egoísmo. El trabajo consiste en reavivar nuestra FIDELIDAD a Dios, reafirmando nuestro amor a El, dando vida a nuestra consagración, reconociendo que por el Bautismo hemos hecho una donación total de nuestras vidas y que somos propiedad de Dios. “Donación total” significa morir, vivir en un lento holocausto

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de ofrecimiento, y saber que la fidelidad no es un concepto estático, sino que hoy tratamos de hacer las cosas mejor que ayer, y mañana, mejor que hoy. Perder ese crecimiento continuo es dejarnos arrastrar por una corriente vacía de Dios que nos lleva al precipicio de los valores más sencillos de la vida. Para lograr la victoria sobre el pecado, para vencer cada tentación, es preciso llegar hasta los límites de una verdadera muerte. Para ser fiel a Dios y vencer el mal es preciso morir. La vida es como una vela: para dar luz tiene que quemarse. La luz exige combustión, consumo de energía, ofrenda que se gasta. El evangelio de hoy termina con una frase un poco enigmática: “Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión”. Jesús había vencido, pero el demonio iba a enfrentarlo con todo su poder para sacarlo del proyecto de Dios. Los ataques de los fariseos, la presión del Sanedrín, la multitud que lo criticaba, y sobre todo el sudor de sangre del huerto de los olivos, fueron solamente aspectos variados de las tentaciones del comienzo de su vida pública. Es por eso que necesitamos refugiarnos en el Señor, pues aunque venzamos un día, el demonio nos acecha el día siguiente, hasta debilitar nuestra fidelidad. La fidelidad es un verdadero refugio para la vida de un hogar, para la relación de una amistad, para la fe en el Señor. La verdadera protección de una familia ( padre, madre e hijos) no son las verjas, ni los candados, ni las alarmas. La verdadera protección es el amor y la fidelidad que los une en una fuerza indestructible. La fidelidad de un sacerdote o de una religiosa es una energía increíble, que lo lleva a pasar por todas las cruces y su rostro se muestra siempre feliz. La fidelidad define la vida y la configura para que funcione bien. Los santos saben de fidelidad, por eso saben de felicidad. Cuando santa Teresita del Niño Jesús escupía la sangre, y el

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dolor de sus pulmones, destruidos por la tuberculosis, no la dejaba respirar, ella sólo pensaba en evitar cualquier lamento para ser fiel a Dios hasta el final. La agonía de su muerte duró dos años. Al final, llegando al éxtasis del dolor, exclamó: “Dios mío, ya no puedo más; pero yo te amo”. Y en ese acto de amor y de fidelidad, expiró. El 25 de Abril de este año, el santo Padre beatificará tres miembros de la Familia Salesiana: Augusto Czartoryski sdb; Eusebia Palomino fma; y Alejandrina María Da Costa, cooperadora salesiana. Alejandrina nunca trabajó propiamente con nosotros. Se unió al espíritu salesiano desde su lecho del dolor, donde duró más de 30 años postrada, y su director espiritual era un salesiano. Cuando Alejandrina tenía 14 años, era una jovencita que vivía en grado sumo su amor a Jesús y a la santísima Virgen. Su alma era más la de un ángel que la de una persona humana. Un día, entró en su habitación un hombre con intención de violarla. Ella saltó por una ventana, pero la ventana estaba muy alta, y al caer, rompió su columna vertebral. La llevaron al hospital, pero nunca pudo curar. Luego enfermó y estuvo postrada por más de 30 años hasta su muerte. Ella no sabía, que al saltar por esa ventana había caído en los brazos de Cristo, no para impedirle caer, no para pasarle la mano sanadora y curarle las heridas. Cristo la recibió en sus brazos para clavarla junto con Él a la cruz, y hacerle sentir el éxtasis de la pasión salvadora. Era una hija predilecta cuya vivencia se internaba en el misterio de la cruz. Se conservan fotografías de distintos momentos de su enfermedad, donde se ve con su cuerpo todo retorcido por el dolor. Y Alejandrina se fue volviendo un escombro humano que se debatía para ser fiel a su Señor. No “fiel hasta que la muerte los separe”, sino fiel hasta que la muerte los uniera para siempre, pasando del éxtasis del dolor al éxtasis del amor. De esos 30 años de

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doliente cama, Alejandrina pasó 13 años sin comer nada. Sólo se alimentaba con la comunión. Un permanente milagro del amor divino la mantenía viva. En la última fotografía que le tomaron, después de 12 años sin comer nada, con esos ojos profundos, gastados por el dolor, afloró en ella suna pálida sonrisa, como diciendo: más allá de este montón de huesos, cubiertos de carne crucificada, hay una fe y una fidelidad a mi Dios que me da valor y que me hace feliz. Son los caminos grandiosos de los santos. Sus últimas lágrimas pasaron por el arco iris de su sonrisa y se volvieron canción de amor para su Dios. La fidelidad es el verdadero problema de las confesiones. Oímos con frecuencia esta frase: “No tengo nada qué confesar... yo vivo bien...” Pero si analizamos nuestra fidelidad a Dios, y echamos una mirada hacia atrás, veremos que el camino que hemos dejado tiene muchos hoyos, que hay muchos momentos de la vida que han quedado vacíos, sin fidelidad, sin amor, sin caridad, arropados por el egoísmo, por el interés personal... etc. Pero sobre todo, nos daremos cuenta que no hay forma de volver hacia atrás a arreglar nuestro camino, y no queremos que eso sea así. Surge así el arrepentimiento, no un arrepentimiento que dice: “Señor, perdóname, renuévame por dentro, yo quiero cambiar...”. Se trata de lograr un arrepentimiento auténtico que pueda decir: “ Señor, de ahora en adelante, te amaré tanto que te haré olvidar de mis faltas. Señor, me envolveré contigo en un remolino de amor tan grande, que ya no podrás acordarte de que un día te fallé”. Estaré contigo no sólo en la multiplicación de los panes, o caminando sobre las aguas del mar de Galilea, o en la alegría de ver resucitar a un muerto. Estaré contigo en el sudor de sangre del Huerto de los Olivos, en el falso juicio de Anás y

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Caifás, recibiendo los golpes de los soldados, y sobre todo, al pie de la cruz, clavado contigo a la cruz, muriendo contigo, sepultado contigo, resucitando contigo. Como el mundo sigue crucificando al Señor, antes que los clavos lleguen a sus manos, pasarán primero por nuestras manos, pues estaremos unidos a El con una fidelidad grande, al estilo de los santos que más fuerte experimentaron el misterio salvador de su cruz. No habrá nada que pueda debilitar una fidelidad que se alimenta en la pasión redentora de Jesucristo y que sabe interpretar las horas difíciles de cada día como momentos especiales de nuestro abrazo con Jesús al pie de la cruz. C C C

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Homilía 21La Transfiguración

II Cuaresma –C (7-Marzo-2004)Genesis 15, 5-12. 17-18 Filipenses 3,17 - 4,1 Lucas 9, 28-36

Celebramos la Transfiguración del Señor. Un detalle hermoso de Jesús, que frente al anuncio de la Pasión, hace ver un destello de su Gloria y de su nueva vida. Es muy fácil decir: Jesús ya resucitó, El ya pagó por mí, por tanto, lo que a mí me toca es celebrar el hecho de que yo estoy resucitado con El. Todo eso es verdad y es parte de la animación de la Iglesia. Pero antes de llegar a esa luz de Cristo, tenemos que purificarnos, nos espera nuestra propia cruz. Para llegar al día hay que vencer la noche. Para llegar a la luz hay que vencer la oscuridad. Para llegar a la felicidad hay que vencer el sufrimiento y la muerte. No digo que para llegar al día hay que pasar por la noche, sino que hay que vencer la noche. Vencer es algo más fuerte, implica una victoria que hay que sufrirla y hay que ganarla. Jesús quiso marcarnos un verdadero camino, no una fantasía espiritual. En su misma transfiguración, Jesús dialoga con Moisés y Elías, pero no habla de su victoria, de su Resurrección; habla de su muerte que va a llevarse a cabo en Jerusalén. En plena visión del Tabor, el tema es el sufrimiento y la muerte. La fuerza para resucitar estaba dentro de esa misma muerte. El Viernes Santo es el alma del Domingo de Resurrección. Los grandes sacrificios que se afrontan son el alma de las victorias que vamos ganando. Ésta no es una vida que camina al azar, ni por casualidad. Cada victoria lleva consigo una lucha a muerte. Los grandes sacrificios son los que nos van dando grandeza. Jesús se transfiguró como una señal de lo que iba a suceder después de su muerte. Pasando por el dolor y por la muerte,

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Jesús va transfigurando nuestras vidas. Lo importante es ser dócil y dejarse llevar. El camino del cristiano no es camino de masaje o de caramelitos. La victoria de la fe es posible, porque llevamos una energía espiritual capaz de vencer todo tipo de sufrimiento, convirtiéndolo en energía positiva, dando pasos de resurrección. Lo nuestro ahora es tomar la cruz, sacar fuerza de nuestra fe en Jesús resucitado para purificarnos y transformar nuestros sufrimientos en vida nueva. Contemplamos a Jesús transfigurado en el Tabor, sabemos que nosotros nos estamos transfigurando, pero es una transfiguración personal ganada paso a paso, después de ganar las victorias del espíritu, masticando luchas y hasta fracasos. Cuando Francisco de Asís entró en la Iglesia de San Damián, y se acercó al gran crucifijo, vivió una de las experiencias más hermosas de su vida: aquel crucifijo despegó una mano y le dio un abrazo a Francisco.Qué gran consuelo! Aquellos brazos de yeso se convierten en carne para darle un abrazo a Francisco. En ese instante, Jesús no le habló de felicidad, ni le resolvió sus problemas. Jesús grabó sus cinco llagas en el cuerpo de Francisco. Esas llagas nunca se curaron. Le dolieron toda la vida, dándole un único consuelo: experimentar la pasión de su amigo Jesús. Las cosas que nos hacen sufrir son pasaportes a la santidad, pasaportes para nuestra transfiguración. El camino de los santos es camino de inmolación y de ofrenda. Pero en ese remolino de dolor y de contrariedad encuentran la paz y la compañía de Jesús, que va más allá de todo consuelo que se ha podido soñar. Talvez no lleguemos a decir como santa Teresita del Niño Jesús: “Le pedí a Dios sufrimientos, y me mandó mucho, pero ya no sufro, porque todo lo que me hace sufrir me produce gozo”. Ella fue una verdadera alma transfigurada. Pero talvez, en nuestra

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pequeñez espiritual podamos decirle al Señor: Si quieres golpear mi vida, hazlo. Toma el martillo y golpea duro. Por cada golpe voy a llorar y me voy a quejar, pero en medio de mi llanto y de mis quejas, yo te amo. Alejandrina María Da Costa, beatificada el 25 de Abril del 2004, es una de las místicas más grandes de nuestros tiempos. Cuando tenía 14 años, era una jovencita que vivía plenamente de Dios. Su alma parecía transfigurada. Un día entró un hombre en su habitación con intención de violarla. Alejandrina saltó por una ventana de la casa, pero cayó de muy alto. Se hizo varias heridas y se rompió la columna vertebral. La llevaron al hospital, pero el daño era mucho y no pudo curar. Cuando Jesús la recibió al caer de aquella ventana, no le pasó su mano sanadora, ni le impidió herirse. Más bien, la estrechó contra su corazón y la llevó a la agonía de la Cruz. Alejandrina fue siendo asumida por la enfermedad hasta quedar postrada. Pasó 30 años postrada en cama. Y cuando ya su carne y sus huesos habían sido devorados por el dolor, el cuerpo rechazó la comida, y Alejandrina pasó sus últimos 12 años sin comer nada. Sólo recibía la Comunión y de eso vivía. Con frecuencia abría sus brazos y quedaba sumida en la agonía de la pasión de Jesús, quien la llevaba, en una espiral de sacrificio hasta una verdadera transfiguración. Esos son los caminos del Señor, la predilección que el muestra por muchos de sus hijos más amados. Muchos recordamos el hecho de santa Teresa de Avila, quien, estando muy enferma, tomó un caballo y fue a visitar un enfermo. Por el camino el caballo tropezó y Teresa cayó al suelo rompiéndose una pierna. Teresa fuera de sí, le dijo a Jesús: Señor, encima de que estoy enferma y voy a ver a otro enfermo, tú me rompes una pierna. Jesús le contestó: Teresa, así trato yo a mis mejores amigos. Y Teresa se conformó con murmurar en voz baja:

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“Por eso tienes tan pocos amigos”. La Congregación Salesiana, a partir del Capítulo General 25, está haciendo un fuerte llamado para que emprendamos un verdadero trabajo por ser santos, y demos testimonio de santidad a nuestros niños y jóvenes. En Octubre del año 2000 se canonizaron dos santos salesianos: san Luis Versiglia y san Calixto Caravario. En Abril del 2002 se beatificaron tres miembros de nuestra Familia Salesiana: El P. Luis Variaria, la Hermana, sor María Romero, y el Coadjutor salesiano Artémides Zatti. El 25 de Abril del 2004 tendremos la beatificación de tres miembros más de nuestra Familia Salesiana: Eusebia Palomino FMA, Augusto Czartoryski SDB, y Alejandrina María Da Costa CCSS. Estos procesos de beatificaciones y canonizaciones están produciendo un verdadero calor de santidad en las filas salesianas. A todo esto se une la doble celebración de este año 2004: Los 100 años de la muerte de la beata Laura Vicuña, que llegó a la santidad alos 12 años de edad, y los 50 años de la canonización de santo Domingo Savio, que llegó a la santidad a la edad de 14 años. Los tres que serán beatificados en Abril son personas jóvenes: Eusebia Palomino murió a los 34 años. El príncipe Augusto Czartoryski murió a los 36 años. Y Alejandrina María Da Costa a los 51 años. Vidas jóvenes que se han ido consumiendo por Dios. La mayoría de ellos han pasado sus días en un holocausto rápido, como espigas que maduraron demasiado pronto y fu-eron llevadas al altar para ser trigo molido por amor, en una comunión eterna con Dios, en una lenta transfiguración. El dolor y la cruz son un misterio, pero son la purificación nec-esaria para la transformación de esta vida en una vida nueva, para pasar de los lamentos de esta vida a una felicidad sin fin. Ellos y ellas nos han dado el ejemplo, nos han marcado un

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camino grande. Los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, no se quedaron a contemplar a Jesús en el Tabor. Ellos bajaron a morir con El y por El. Su muerte fue el camino de purificación que los transfiguró en criaturas nuevas y que les dio la ver-dadera felicidad. El desafío es grande. Quien tenga valor que dé un paso adelante y que tome su cruz detrás de Cristo. Sus lágrimas caerán, pero su corazón será feliz para siempre. En la segunda lectura de hoy Pablo dice: “Muchos andan como enemigos de la cruz de Cristo”. Cuando se ha perdido el sentido de la cruz y se le tiene miedo a cualquier sufrimiento, nuestra vida queda vagando por callejones sin salida. Para lle-gar al manantial de la felicidad, para saborear la paz de Dios, para entrar en el descanso del espíritu, es preciso aceptar el desafío de todo lo que nos maltrata para hacernos crecer. Hay que arrancar todo miedo del corazón y devolverle a nuestra alma la capacidad de vencer. Nuestras lágrimas tienen que terminar en el arco iris de una sonrisa, para darle a la vida un toque de felicidad. El mundo sigue crucificando a Jesús. Acerquémonos al rostro doliente de Jesús, coloquemos nues-tras manos sobre la de El, y cuando los clavos vayan a atravesar sus manos, que pasen primero por las nuestras. Estar clavado con Cristo es lograr una victoria absoluta sobre el mundo, y es saber que vale la pena seguir a Jesucristo hasta las últimas consecuencias. C C C

Beata Eusebia Palomino,inmolada por la enfermedada los 34 años.

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Homilía 22Camino de santidad

III - Cuaresma –C (14-Marzo-04)Éxodo 3, 1-8. 13-15 I Corintios 10, 1-6. 10-12 Lucas 13, 1-9

En este tercer Domingo de Cuaresma, la Iglesia espera que ya nosotros estemos trabajando de lleno por nuestra propia santificación. Este es un tiempo para meditar en el misterio de la Cruz y para dar algún paso firme hacia la imitación de Jesu-cristo. Lamentablemente, pasan cuaresmas y más cuaresmas sobre nosotros, y nuestra vida es siempre un poco superficial. Caminamos paralelos al misterio de la cruz y del sufrimiento, y ante la menor cosa que nos molesta, nos envolvemos en un remolino de quejas. Las quejas y los lamentos son un refugio infeliz que nos ha contagiado a todos, o a casi todos. El Bau-tismo nos comprometió con el seguimiento de Jesucristo y con una lucha permanente por lograr una vida mejor. La caridad, la humildad, la unión con Dios, el espíritu de sacrificio son virtudes que deben brillar en nuestro arbolito de la santidad. El Señor tiene paciencia con nuestros pecados y con nuestras limitaciones, pero exige frutos. Esa higuera que fue encon-trada sin frutos, con toda naturalidad, el Señor pidió que la cortaran, que la arrancaran de raíz, pues no debía ocupar un lugar en balde. A través de tantas lluvias y soles que pasaron por sus ramas, ella tuvo la oportunidad suficiente para dar fruto abundante. Pablo dice en la segunda lectura que muchos israelitas no pudieron disfrutar de la tierra prometida, pues sucumbieron en el camino. Y más que sucumbir, simplemente fueron exterminados, porque codiciaron el mal y se apartaron del bien. Las protestas fueron para ellos una forma de no obedecer la voz de Dios. Ellos fueron lanzados al desierto

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no para quejarse, sino para seguir la marcha, apoyados en la fuerza de lo alto, hasta entrar en la tierra prometida. La Iglesia busca frutos en cada uno de nosotros. El Señor busca frutos abundantes en sus hijos predilectos. El Señor pide mucho, porque podemos dar mucho. La Iglesia goza por la abundancia de frutos que hay en todos los cristianos del mundo. Pero la Iglesia sabe que los pies de la mayoría no caminan sobre una línea heroica. Nos conformamos con la superficie, con el agua de la orilla, nos da miedo remar mar adentro. Como decía Pablo el Domingo pasado: “muchos andan como enemigos de la cruz de Cristo”. Nos conformamos con el mínimo de esfuerzo, y con una santidad “barniz” que ni siquiera a nosotros mismos nos convence, y mucho menos al Señor. Para Jesús, según el Evangelio de hoy, el primer fruto debe ser la conversión. El mundo sufre muchos males, muchas tragedias, pero la más grande de ellas es que no somos capaces de convertirnos, y nos volvemos cada vez más áridos y agresivos. La falta de conversión se debe, en gran parte, a la falta de humildad. Los dos pilares de la salvación, Jesús y María, entraron en este proyecto salvador siguiendo el camino de la humildad. Jesús, Hijo de Dios, se anonadó a sí mismo, y pasó por todas las condiciones humanas más humillantes. La Virgen María, se declaró “la esclava del Señor”. Nuestro mundo se vacía de Dios porque está perdiendo su rica humanidad. El vacío del espíritu es el fruto de una gran falta de humildad en el pueblo de Dios. En la antigua Roma se solía decir: “Humili plenior”. Que significa: “Mientras más humilde, más se llena de Dios. Y mientras más lleno de Dios, es más humilde”. En la zarza ardiendo la voz le pidió a Moisés: “Quita el calzado de tus pies, pues el lugar en que estás es tierra sagrada”. Significa que debía despojarse de todo aquello que pudiera

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obstaculizar la presencia de Dios en su vida. El mismo Moisés iba a ser terreno sagrado, terreno de Dios. Quitar el calzado significaba una gran purificación para Moisés y estar dispuesto a que le hirieran las espinas del camino. Su protección no debía estar en el zapato, sino en su capacidad para “ser de Dios” en medio de un pueblo hostil. Convertirse es dejarse purificar, es aceptar la voluntad de Dios por encima de todo. Es conquistar la alegría de la fe, para vencer todos los obstáculos de esta vida con gozo y serenidad. Convertirse es quitarle un poco de valor a este mundo, para aumentar la esperanza de lo que nos espera en el cielo. El libro del profeta Malaquías tiene un pasaje interesante en cuanto a purificación del hombre: Malaquías 3, 3: “Yo seré para mi pueblo como un purificador y refinador de plata”. Un grupo de personas se sentaron a meditar, y tomaron como tema ese versículo de Malaquías. Se preguntaban con gran inquietud, cuál sería el significado concreto de esa expresión: “Dios, refinador de plata”. Dieron muchas opiniones, pero la inquietud no pudo ser aclarada. Finalmente, uno dijo: “En la próxima reunión yo les voy a traer el significado exacto. Buscó un taller donde refinan la plata y pidió permiso para observar el proceso. El refinador de plata, con unas grandes tenazas, tomó un trozo de plata sin purificar y lo colocó en la parte más caliente del fuego. Sostenía las tenazas todo el tiempo con sus manos, y su mirada estaba clavada sobre el trozo de plata. Aquella plata parecía llorar mientras iba perdiendo impurezas. Cansado de mirar, nuestro investigar preguntó: ¿Porqué usted no descansa sus manos o deja de mirar la plata y el fuego, mientras la plata se purifica? El obrero respondió: No puedo dejar de mirar, pues en el instante en que está purificada hay que sacar la plata del fuego; de lo contrario se destruye el precioso metal.

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Y allí surgió el gran interrogante: ¿Cuándo es que usted sabe que la plata está purificada? El obrero sonrió, y dijo: “La plata está purificada cuando mi imagen se refleja en la plata”. Nuestro interlocutor había entendido plenamente qué había querido decir Malaquías al presentar a Dios como el refinador de plata. Dios nos toma como a la plata, está todo el tiempo con su mirada fija en nosotros, nos ve llorar y quejarnos durante el proceso de purificación, y cuando Dios se refleja en nuestra vida, cuando nuestro rostro proyecta el rostro de Dios, enton-ces estamos purificados. Esto nos permite entender la frase que dice: “Los santos son el rostro de Dios para el mundo”. Se necesita mucha humildad y mucho deseo de santidad para dejar que Dios nos mantenga en el fuego. Para ver la vida como un gran horno donde estamos llamados a purificarnos. Hay muchas impurezas dentro de nosotros, zonas de nuestro espíritu a donde no ha llegado el evangelio, resabios humanos y vanidades a montones, que obligan a Dios a esperar demasiado tiempo para que El pueda reflejarse en nuestra vida, tras haber adquirido al menos un poquito de santidad. Cada cuaresma es un tiempo fuerte de trabajo espiritual. Cada Pascua es una meta preciosa para darle una razón a nuestra búsqueda de Dios. Si en esta vida, nos va bien en todo, es porque Dios se está olvidando de nosotros. A los que El ama los estrecha hacia su cruz. A los que el quiere mucho, les da a beber un poquito de su cáliz redentor. Cuando el Señor encuentra personas bien disponibles a su Gracia y a su Cruz, El los lanza por el gran precipicio de la fe. Cada hora de sufrimiento es un pasaporte hacia la santidad. Cada compromiso que asumimos tratando de servir a los demás, imitando a Jesucristo, es un pasaporte hacia la santidad. Nuestro mundo se está cayendo a pedazos

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pues la humanidad se va volviendo agresiva e insatisfecha de todo. El único refugio que tenemos para protegernos es buscar al Señor, arrimarnos como el Cireneo a su cruz, y hacer que nuestra cruz sea una extensión de la cruz salvadora de Jesús. Mientras tanto, hay mucho camino por andar, y muchas penas para digerir. Convencernos que necesitamos purificación, y dejarnos purificar, son pasos que exigen mucho tiempo de espera y una fuerte voluntad de decisión. En una palabra, es morir muchas veces en una ofrenda continua. El Señor com-prende nuestras limitaciones y nuestros fallos, pero El nos da, cada día, una oportunidad para dar un paso más en esa línea de fuego que es nuestra propia santificación. C C C

Beata Alejandrina María Da Costa. Cooperadora salesiana de Portugal. 30 años postrada en una cama. 12 años sin comer ni beber, viviendo de la Comu-nión. Murió a los 51 años.

Beato Augusto Czartoriski. Sacerdote salesiano. Príncipe polaco, heredero al reino de su de su padre, al que renunció para poder ser sacerdote sale-siano. Murió a los 34 años.

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Homilía 23La Misericordia del Padre (El hijo pródigo)

IV-Cuaresma-C (21-Marzo-04)Josué 5, 9-12 II Cor. 5, 17-21 Lucas 15, 1-3. 11-32

Este Evangelio de san Lucas se suele llamar el Evangelio de la Misericordia. De la misma forma que el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios es el himno a la caridad, Lucas 15 es un himno a la Misericordia de Dios. Antes de entrar en el evangelio, la Iglesia nos ofrece el salmo responsorial que dice: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”. Después de ese salmo, nos ofrece esta preciosa parábola salida del Corazón de Cristo, que es como una legendaria historia de amor. No vamos a dar un tema especial sobre este evangelio, sino que nos vamos a quedar leyendo entre líneas, para descubrir aspectos preciosos de este texto. 1) El padre se quedó triste, se quedó esperando, pero no fue a buscarlo. Su hijo debía enfrentar él solo la lucha interior para superar las dificultades. Al salir a la calle, ya se sabía que le iba a ir mal. La conversión debía ser algo profundo y libre. Sólo así había garantía de que no se volviera a ir, cuando su decisión fuera una lucha interior trabajosa, y brotara con fuerza espontánea. 2) Este evangelio es un canto a la conversión. Es un premio al que está dispuesto a liberarse del mal. La parábola nos indica que Dios no mira al hombre desde su pecado, sino desde su debilidad. Los fariseos miraban a los pecadores desde su pecado, y sólo pensaban en el castigo. Nosotros miramos primero el fallo, y luego al que falla. Dios mira primero al que falla para tratar de ayudarlo. Una cosa es el pecado y otra es el pecador. Este fue uno de los aspectos que hizo sufrir más

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al Papa Juan XXIII durante los cuatro años de su pontificado. El quería cambiar el rostro de la Iglesia, pero muchos cardenales, que vivían una especia de herencia inquisidora, herencia farisaica, trataban de impedirlo. Querían línea dura para la Iglesia, no la que puede ofrecer un padre, sino la que ofrece un policía que controla y domina. Cuando Juan XXIII escribió la Encíclica “Pacem in Terris” (la paz en la tierra), encontró muchos obstáculos, pues él quería echar el puente del diálogo para encontrarse con capitalistas y comunistas, con la fe de Occidente y Oriente, con la fe católica y la fe de la reforma protestante. Cuando aceptó recibir a la hija del presidente ruso, tuvo muchas oposiciones, pero la recibió. A este Papa bueno, lo hicieron sufrir, pero impuso su actitud de padre. Juan XXIII decía: El fallo yo debo condenarlo, pero puedo estar al lado del que falla y comprenderlo. Cuando se mira al hombre desde su debilidad, no desde su pecado, es más fácil encontrarle perdón. 3) Es una gran lección para los fariseos, quienes en la parábola, representaban al hermano mayor. Ellos acostumbraban a señalar el pecado de los gentiles, querían acabar con la fiesta del Hijo de Dios en medio de su pueblo, eran un freno a la conversión. 4) El motivo de la conversión del hijo pródigo no era muy válido. Lo que lo hizo cambiar no fue el amor a su padre, sino el hambre que estaba pasando. La parábola hace ver que a Dios no le interesa por cuál camino regresamos, o por qué motivos decidimos volver. Lo que le interesa es que el hijo ha vuelto a la casa. La calle es el peligro, la casa es la seguridad. Por qué regresó, cómo le fue, qué le pasó... Nada de eso interesa. Lo grande es que ya está en casa, que el amor paterno ha crecido, que el amor fraterno ahora es más que antes. Hacerle una fiesta al que falló es algo que no cabe en nuestros pensamientos.

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Dios no le hace la fiesta al pecado, sino a la conversión, a la victoria sobre su debilidad. Es día de victoria y Dios lo ve así. Es el triunfo de la redención. 5) El hijo pródigo, al llegar pronuncia tres frases, pero solo en una él puede decidir. A) Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. B) Ya no merezco llamarme hijo tuyo. C) Trátame como a uno de tus jornaleros. El hijo pródigo puede reconocer su pecado, y de verdad ha pecado contra el cielo y contra su padre, pero el papá nunca dejará de llamarle su hijo, y mucho menos llegará a tratarlo como un jornalero. Siempre será su hijo, y siempre será alguien importante. Cuántos jóvenes caen abatidos por el poder de la droga! Para los demás será siempre un maleante que se buscó la muerte. Para su madre, por malo que haya sido, será siempre un “hijo” al que ve sufrir. 6) “Cuando estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió”. El padre, que representa al mismo Dios, tiene una actitud positiva y rápida. El hermano mayor empieza a discutir, a buscar razones, a lamentarse. Pone su conducta como modelo, y juzga a todos los que le rodean de acuerdo con su conducta. Jesús es como ese papá. El Padre Eterno es como ese papá. El hermano mayor es como los fariseos, que entorpecen la alegría de la fraternidad, que exigen respuesta a su estilo, que frenan la conversión, porque exigen demasiado. Jesús quiere instaurar un mundo humilde, comprensivo, llevadero, fraterno. 7) Un hijo puede abandonar a su padre, pero un padre jamás abandona a su hijo. El padre o la madre siempre esperan. Recordamos aquella historia o leyenda del tiempo oscuro de la masonería: Según la leyenda, un hombre que deseaba ingresar como miembro de una logia masónica, debía ir a matar a su madre, y sacarle el corazón.Y todavía con el corazón palpitando, llevarlo a la Logia. Alguien se decidió a pasar la terrible prueba.

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Sacó el corazón de su madre y corrió hacia la Logia. Mientras iba por el camino, tropezó y el corazón se le cayó y rodó por la acera. Cuando el hijo corrió detrás del corazón sangrante, al tomarlo con sus manos cubierto con mucha tierra, oyó una voz que le dijo: “hijo mío, te has hecho daño? Cuando la ofensa cae en el amor paterno se disuelve. Lo que daña las relaciones humanas es el egoísmo, y el padre sólo piensa en el bien del hijo. La era cristiana significa “ser feliz”, porque el otro es feliz. 8) El recibimiento que el padre ha hecho a su hijo es tan grande, que todos se han olvidado del pecado del hijo. El ambiente está tan lleno de fiesta, que no se nota que alguien ha fallado. Nadie se acuerda de que un día el hijo se fue ofendiendo a su familia. Y éste es el desafío que la Iglesia nos ofrece hoy. Así como ese papá usó una misericordia tan grande que borró la conciencia de pecado, también debe brotar en nuestro corazón una amor tan grande a Dios, que Dios no pueda recordar que un día le fuimos infieles. Que nos veamos envueltos en un remolino de amor tan grande hacia Jesucristo, que El no pueda recordar que algún día hubo pecado en nosotros, o que algún día le dimos la espalda como otros hijos pródigos. El Señor se merece eso y mucho más. Así podremos eternamente cantar con alegría “Gusten y vean qué bueno es el Señor! C C C

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Homilía 24Siguiendo a Jesucristo

II – Pascua – C. (18-Abril-2004)Hechos 5, 12-16 Apocalipsis 1, 9-19 Juan 20, 19-31

Jesús inició un proceso de formación con sus discípulos. A la muerte de Jesús habían asimilado muy poco. El camino de Jesús era de total novedad. Había mucha distancia entre lo que ellos habían aprendido de la Iglesia Judía y las enseñanzas del Señor. La doctrina de la caridad, del perdón, de la humildad, la imagen de Dios Padre, eran aspectos muy nuevos que debían ser cambiados totalmente en las mentes de los discípulos.

Cuando Jesús resucita, no regresa simplemente a presentarse, a llenarlos de alegría porque El ya no puede sufrir, porque ya es inmune a la guerra de los fariseos. El regresa a continuar su tarea, a reafirmarlos un poco más en el proyecto de salvación. Por eso les dice en varias ocasiones: “No recuerdan lo que les decía cuando estaba con ustedes, que todo lo escrito de Mí tenía que cumplirse? Y les aclaraba de nuevo las Escrituras. Así es la pedagogía de Dios, así es su plan misericordioso. Así es su paciencia al esperar que el pecador se decida, así es su paciencia esperando que los que están flojos se fortalezcan.

Con las primeras apariciones iban madurando un poco. En este Evangelio el Señor da un paso más: “RECIBAN EL ESPÍRITU SANTO”. Es el Espíritu Santo quien va a manejar todo el trabajo que les espera en la nueva Iglesia. Perdonar pecados no es una función humana. Es una fuerza divina que debe estar dirigida por el Espíritu del mismo Jesús. En el grupo había una especie de oveja descarriada que no creía en

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el testimonio de los demás. Eso significaba una brecha demasiado peligrosa para los nuevos seguidores de Jesucristo. Era una Iglesia que viviría con la presencia espiritual de Jesús, y el testimonio de unos y otros sería la gran fuerza que haría crecer a la Iglesia. Las experiencias de fe de cada uno, sería como una llama que iría calentando a toda la comunidad. El testimonio debía tener un gran valor desde el primer momento. Por eso, Jesús se aparece, y va directamente hacia Tomás con un programa especial para él: “....trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino creyente”. La lección fue muy fuerte para Tomás, quien sólo pudo exclamar: “Señor mío, y Dios mío”! Y Jesús continúa diciendo: “ Dichosos los que crean sin ver...”. Dichosos los que crean sin ver milagros. Dichosos los que caminen al lado del Dios del silencio, sin hacer preguntas y sin esperar respuestas. Dichosos los que se dejen guiar por el Espíritu del Señor para vencer el mal, vencer el pecado, vencer la muerte. Seguir a Jesús exigirá imitarlo hasta las últimas consecuencias. Esto fue algo que la comunidad cristiana entendió muy bien desde el principio. La idea del “desprendimiento de todo lo material” y la idea de “tomar parte en los sufrimientos de Jesús” fue la fuerza que alimentó a los primeros cristianos. Por eso la Iglesia pudo crecer, porque puso buenas bases, porque fue a lo esencial. Hoy día nuestros templos dan pena: templos llenos de gentes exigentes, dominantes, quejosas. Y el culto se empobrece porque está vacío de espíritu. Dice el apóstol Juan en la segunda lectura: “Yo, vuestro hermano y compañero en la tribulación.... Juan no se presenta como el gran apóstol que se acercó tanto al corazón del maestro, ni como el apóstol que estuvo firme al pie de la cruz acompañando a su maestro y a la santísima Virgen.

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Se presenta como el “compañero en la tribulación”, haciendo ver que su gloria está en ser parte de los sufrimientos del Señor. San Pablo dice en una de sus cartas: “ El Espíritu me asegura que de ciudad en ciudad me aguardan cárceles, persecuciones, sufrimientos, cadenas.... Ser otro Cristo en la tierra implica algo más que levantar las manos y gritar “aleluya”....”Cristo ha resucitado”. Hay un autor que dice: “Ser feliz no es lograr que todo esté perfecto en nuestras vidas. Es haber tomado la decisión de ir más allá de lo imperfecto”. Del mismo modo podemos decir que ser santo no es lograr una pureza de alma que pueda competir con los ángeles. Es haber decidido luchar contra el pecado, estando dispuestos a llegar hasta la sangre o hasta la misma muerte en esa lucha. Cuando se ha encontrado a Dios, se desea su compañía, sin importar el precio, o la cuota de sacrificio que exija. El ser humano lleva dentro de sí una gran capacidad de inmolación. No nos conformamos con un plato de comida o tomar el aire fresco a la orilla del mar. Hay grandeza dentro de nosotros, y cuando esa grandeza despierta, somos capaces de grandes heroísmos. Cuando se ha entrado de verdad en el campo de la fe, no venimos a la iglesia a pedirle cosas a Jesús, o a pedirle que nos quite sufrimientos. Venimos a pedirle que nos haga parte de su vida, que nos toque algo de sus sufrimientos para entrar en la herencia de la resurrección. La oración de los verdaderos hijos de Dios es oración de verdaderos santos: C C C

Señor, yo solo pido no pedirte nada,estar aquí junto a tu imagen viva.oír tu voz, sentirte como amigoy ser la lámpara que tu presencia cuida.

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Homilía 25La Primacía de Dios

III-Pascua-C (25-Abril-04)Hechos 5, 27-32. 40-41. Apocalipsis 5, 11-14. Juan 21, 1-19

En este tercer Domingo de Pascua, el apóstol Pedro lanza un principio supremo para toda la Iglesia: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Ese fue el ejemplo de Jesús que murió en una cruz en obediencia a la voluntad del Padre. Por obedecer a Dios, Jesús recibió tres grandes premios: 1- La Resurrección. 2- El Nuevo Pueblo en herencia. 3- Recibió un nombre sobre todo nombre, ante el cual se dobla toda rodilla, y se inclinan el cielo, la tierra y los abismos. Todo esto es lo que la Iglesia vive como la PRIMACÍA DE DIOS. En torno al centenario de la muerte de la beata Laura Vicuña, y los 50 años de la canonización de santo Domingo Savio, la Congregación Salesiana ha propuesto un Jubileo de Santidad. Ese jubileo se construye sobre ese gran principio de la Primacía de Dios. La Iglesia ha llegado a la inmolación de miles de sus miembros por negarse a obedecer al Sanedrín judío, al imperio romano, y a tantas otras fuerzas negativas que han querido colocar el nombre de Jesús en un plano inaceptable. La Congregación salesiana, en su jubileo de santidad, presenta un buen grupo de siervos de Dios, venerables, beatos y santos que se han inmolado siguiendo la fuerza de la cruz de Cristo, y que se constituyen en testimonio, dando ejemplo claro de que “Dios es primero”. Cuando una comunidad, o una familia o una persona pierde la alegría de la fe y se aparta de la Primacía de Dios, entra en una gran decadencia y todo empieza a irle mal. Dice Jesús a sus apóstoles: Echen la red a la derecha para

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pescar”. Pedro sabe que en toda la noche no han pescado nada. Pero en nombre del Señor, echará las redes. Las echaron y no tenían fuerzas para sacarlas, por la multitud de peces. Fue el milagro de la obediencia a Dios. San Juan presenta una preciosa estampa de la Primacía de Dios en la segunda lectura: “ Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza”.... Y oí que todas las criaturas que hay en cielo y tierra decían: honor, gloria y poder por siglos y siglos”. Hoy la Iglesia beatifica tres miembros de la Familia Salesiana: Un sacerdote polaco: Augusto Czartoryski, una salesiana española: Eusebia Palomino ,y una cooperadora de Portugal: Alejandrina María Da Costa. En esas tres vidas, la Primacía de Dios se realiza por encima de todos los criterios humanos. ** Cuando el príncipe Augusto Czartoryski tiene en sus manos la herencia de la corona de España y de la corona de Polonia, y oye la voz de Dios en su interior que lo llama a consagrarse a El totalmente, él decide renunciar a todo para hacerse sacerdote. Una ola de obstáculos frena su camino, y él se limita a decir: “Si Dios lo quiere, El hará desparecer los obstáculos. Si Dios no lo quiere, yo tampoco lo quiero. Yo deseo que se haga su voluntad”. Las contrariedades movidas por su familia fueron un verdadero martirio para él. La vida se le hizo tan difícil que hasta su salud se fue quebrantando, tanto que la muerte se lo llevó a los 35 años. Su madre había muerto a los 30 años de edad, dejándole la corona de España, y una cualidad un poco rara: el desapego a las cosas terrenas. A la muerte de Augusto apareció uno de los primeros frutos de su sacrificio: Una princesa, tía de Augusto, vino al funeral, y la recibieron 120 jóvenes polacos que habían venido desde Polonia a enrolarse con Don Bosco, desde que habían oído que el príncipe

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Augusto había abandonado la comodidad de su familia para venir a hacerse salesiano. ** Cuando Alejandrina María Da Costa saltó por una ventana para proteger su pureza, se lastimó la columna vertebral. En poco tiempo quedó paralizada. Y aquella muchacha, alegre y vivaz, se fue convirtiendo en un pequeño andrajo inmóvil. Hasta esa cama llegó la voluntad de Dios con sus grandes planes. Siguiendo esos caminos misteriosos de Dios, de pequeño andrajo inmóvil, Dios la convirtió en víctima mística junto a Jesús crucificado. Al principio, Alejandrina con sus 19 años, hizo de todo para conseguir la curación. Se sometió a todo tratamiento médico y nada consiguió. Se dirigió a Dios haciendo voto de llevar luto por el resto de su vida, si se curaba, y no escuchó respuesta del Dios del silencio. La madre, las hermanas y las primas, hicieron novenas y oraciones por varios años, buscando la curación. Mientras más sufría, iba sintiendo un mayor deseo de amor por Jesús. Luego se ofreció a Dios como víctima por los pecadores del mundo. A partir de ahí fue perdiendo el deseo de curarse, sólo deseaba sufrir para inmolarse por los pecadores del mundo. Jesús le había dicho: “Ayúdame a salvar la humanidad”. El 13 de Octubre de 1938, a los 34 años de edad, sufrió por primera vez la pasión de Jesús, cosa que se repetirá todos los viernes hasta 1942. El 3 de Abril de 1942 le administraron los últimos sacramentos, pues todos estaban convencidos de que ya partía hacia el cielo. Lo que hizo fue entrar en una muerte mística, que es un proceso tremendamente doloroso, porque es una especie de destrucción e incineración de su propio cuerpo. A partir de ahí empezó el ayuno perfecto, viviendo en adelante sólo de la Comunión, hasta el 13 de Octubre de 1955. Su lecho se convirtió en un lugar de evangelización, pues una multitud de peregrinos

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empezaron a visitar su casa para verla y oír sus palabras. En 1953, dos años antes de morir, la afluencia de peregrinos era enorme. Se conservan algunos datos: el 19 de Marzo la visitaron 500 personas. El 9 de Mayo, dos mil. El 5 de Junio, 5 mil. Y el 6 de Junio, 6 mil. Las calles y plazas del pueblo de Balazar vivían llenas de vehículos. Su vista se fue apagando y vivía en la oscuridad. Con el deseo que tenía de morir, le llamaba a ese lugar, su prisión oscura. Sus ojos no aguantaban ni un pequeño rayo de luz. Dirigiéndose a todos los pecadores del mundo dijo: Me he exprimido toda por ustedes. El 6 de Mayo de 1955 la Virgen le dijo: Dentro de poco vendré a llevarte”. El 13 de Octubre de 1955, hay un grupo de personas a su lado esperando su partida: Ella susurra suavemente: “ No pequéis, el mundo no vale nada. Reciban a menudo la comunión. Recen el rosario cada día. Adiós, hasta vernos en el cielo. Y diciendo.. “me voy al cielo”, entró en la verdadera vida. A Eusebia Palomino se le llama la santa con alma de criada, sencilla como una paloma y santa como un ángel. A los 7 años su padre la dedicó a limosnera. A los 10 años empezó a trabajar como criada en una familia. A los 18 entró a trabajar como muchacha de servicio en un colegio de las Hijas de María Auxiliadora, donde despertó su vocación. Cuando entró al Noviciado, la encargaron de la cocina y de la huerta. Cuando hizo su Profesión, convirtiéndose en sor Eusebia, fue enviada a un colegio, encargada de la cocina y de la ropería. Toda su vida se consumió por el servicio sencillo y la enfermedad. Tenemos mucho qué decir de sor Eusebia, pero sólo les voy a leer dos parrafitos de esa vida que escribió don Teresio Bosco, que tienen el olor de una rosa espiritual.7 años: “Cuando llegaba el invierno partían de Cantalpino un hombre y una niña. Iban a mendigar. El hombre era Agustín

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Palomino y tenía 41 años. La niña era Eusebia y tenía 7 años. Aquella niña escribía más tarde: “ Hacía mucho frío, pero yo sentía todavía el calor del abrazo de mi madre, y me seguían sus palabras: Vuelvan pronto, porque estoy preocupada. Al llegar a una aldea la recorrían casa por casa, extendiendo la mano. Eusebia miraba a las personas de abajo a arriba, sonreía y decía: Un pan, por el amor de Dios. Nadie se resistía a la sonrisa de esa mendiga. Le daban un pan, un plato de garbanzos, o un puñado de lentejas. Eusebia y Agustín daban las gracias y se iban a otra aldea. Si pasaban por un bosque, Eusebia recogía ramas, Agustín juntaba dos piedras y encendía fuego. En un sartén que siempre llevaba consigo, preparaba la cena. Mi padre hacía una sopa tan buena que yo cantaba de alegría. Aquella pareja tan dispareja, nunca pensó que esa sencilla escena sería recordada en el mundo entero” cuando esta niña se convirtiera en la beata Eusebia Palomino.

19 años: Este párrafo se titula: “Vivía sólo de Dios y para Dios”. Está de sirvienta en la casa de las salesianas y escribe ella misma: “ Me ocupaba de tener limpia la casa, ayudar en la cocina, tender la ropa blanca, llevar la leña y acompañar a las internas a la escuela pública o a hacer recados. Pero entre tantas ocupaciones era feliz y ni siquiera sentía el frío al tender la ropa. Ni me molestaba el trabajo, ni las grietas de las manos que sangraban a causa del hielo, antes al contrario, gozaba porque tenía algo que ofrecerle al Señor. Lo hacía todo con alegría y con la intención de reparar mis pecados y salvar almas”. Así de sencillos son los santos. Así de sencilla y santa es nuestra Familia Salesiana que hoy siente la alegría pascual en estos tres miembros que vivieron por encima de todo, la primacía de Dios. C C C

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Homilía 26El buen Pastor

IV –Pascua –C. ( 1-Mayo-04)Hechos 13, 14. 43-52 Apocalipsis 7, 9. 14-17 Juan 10, 27-30

La Iglesia aprovecha el IV domingo de Pascua para meditar en la imagen del buen Pastor. Una imagen que nos da seguridad y apoyo. Hoy día en las cosas del mundo estamos muy activos, y en los compromisos con Dios somos un poco flojos. Al mundo le hace falta un toquecito más de Dios, y nosotros necesitamos un toque de vida espiritual. Nos ha invadido la mentalidad y la manera de vivir del mundo. Necesitamos que Dios nos dé sabiduría para ver lo que es correcto, voluntad para elegir lo correcto y fuerza para permanecer en lo correcto. Buscando lo que es fácil y lo que satisface nos hemos enfermado y nos hemos debilitado. La fuerza y la seguridad nos vienen del buen pastor, cuya presencia fortalece a su rebaño. La Iglesia vivió la cuaresma, la Semana Santa y el triduo pascual y de todo eso se ha formado la imagen del Pastor que da la vida, que se ofrece por amor. La imagen del buen Pastor que nos trae el mismo Jesús se desprende del Viernes Santo, cuando Jesús, como pastor de su pueblo, derrama su sangre, da su vida. Como El, hay miles de pastores que cuidan el rebaño, que se han dejado matar para que su Iglesia no sea un rebaño devorado por una manada de lobos hambrientos de valores temporales. Por eso tenemos tantos santos y mártires que son la gloria de la Iglesia y del buen pastor que es Jesús. Hay miles de pastores que son fieles a su amado pastor, y hay millones de ovejas que lo siguen y lo aman, y son parte de su sacrificio redentor. La liturgia de hoy está llena de mensajes que unen al pastor con sus ovejas no como un trabajo cualquiera, sino con

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una unidad de amor y de apoyo total entre la oveja y su pastor. Pero no todo es unidad y amor. La Iglesia sufre el hecho de que muchos hombres y mujeres, consagrados y laicos, que son parte del trabajo pastoral, no están a la altura de su misión, no son fieles ni a Jesús ni al Evangelio, y saborean más los pedestales que los sacrificios. Por eso dice Dios por boca del profeta Ezequiel: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas, y las guiaré a pastos hermosos, y las libraré de los malos pastores”. La vida espiritual del pueblo de Israel está definida por el salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta. Cuando dice “nada me falta” indica una verdadera felicidad y la seguridad de las ovejas. El salmo responsorial dice: “Somos su pueblo y ovejas de su rebaño”. Y el Evangelio reafirma algo más profundo: “Mis ovejas escuchan mi voz y ellas me siguen...Yo les doy la vida eterna”. Porque creen en Mí, porque me siguen, porque oyen mi voz, yo las lleno de vida eterna, la vida que sólo Yo puedo dar. “El Cordero que está delante del trono es nuestro pastor, y nos conducirá a fuentes de aguas vivas”. Cuando nos quedamos sin Dios nos quedamos sin seguridad, pues sólo el verdadero pastor puede cuidar las ovejas. Nuestra humanidad busca entre los escombros del mundo restos de cosas que le den seguridad y felicidad, pero todo se desvanece en las manos. Las glorias de esta vida son como hojas de otoño: caen del árbol, ruedan por tierra, se vuelven tierra, y nunca vuelven al árbol. Sólo el verdadero amor al buen pastor puede librarnos de las ruinas del mundo. Sólo en El hay verdadero sosiego, seguridad y descanso. Hoy, muchos estamos en el primer puesto: opinando, dirigiendo, decidiendo, y haciendo de pastores. Mañana, la vida, con el pasar del tiempo nos arrancará el primer puesto, y nos lanzará al segundo o tercer lugar, como a una fría cuneta que ni lágrimas tiene para llorar. Lo único

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bueno del primer puesto es que alguna huella quede marcada con dignidad y generosidad, para que algún día, alguien la pueda seguir, y el bien siga creciendo. Las huellas de Juan XXIII y Juan Pablo II fortalecen a la Iglesia. Cuando en 1854 Don Bosco reunió un grupito de sus mejores jóvenes para que se preocuparan de la continuidad de la obra salesiana, algunos se dieron cuenta de que era preciso hacerse sacerdote, cosa no muy bien vista en ese momento en Italia. En medio de las dudas, se oyó la voz de Juan Cagliero que dijo: Fraile o no fraile, yo me quedo con Don Bosco. La imagen de Don Bosco había impactado tanto en su alma que estaba dispuesto a darlo todo por seguir sus huellas. La imagen de Jesús impactó tanto en sus discípulos, que llegaron hasta el martirio y cambiaron el curso de la historia anunciando la salvación en nombre de Cristo. Estamos invitados a rezar por la vocaciones, pero en primer lugar estamos invitados a un testimonio directo, llevando una vida que nuestros jóvenes deseen ser como sus pastores, porque su manera de ser les convence. Desde la ima-gen del buen pastor, la Iglesia mira las vocaciones religiosas y sacerdotales como un verdadero tesoro, pero mira también a tantos hijos e hijas dispersos por el mundo que necesitan sentir la seguridad de alguien que les cuide. Jesús nos presentó la grandeza de Dios Padre, la belleza de un Dios amigo, y sobre todo, la fuerza y el apoyo de un Dios pastor. El pueblo de Israel es un pueblo de pastores. Son muchos los pastores que pasan el día cuidando de su rebaño, e incluso, cuando llega la noche, con un ojo duermen, y con el otro velan sobre la segu-ridad de sus ovejas. De esa vida real, Jesús sacó la imagen de un Dios que cuida a sus hijos en este agitado mundo donde hay tantos lobos dispuestos a devorar a cualquier oveja que se presente. Por eso, hoy más que nunca, la imagen del buen

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pastor, y la tranquilidad junto a Cristo, son una urgencia para todos nosotros. Su presencia nos conforta y nos da descanso. Una de las frases que la Iglesia medita mucho en Semana Santa es ésta: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”. La Iglesia sufre los embates de una sociedad herida por el pecado y donde ella tiene que realizar su labor de divina pastora. El mundo insidia contra la Iglesia contagiando a sus miembros y a sus mismos ministros ordenados. Estamos en el mundo y corremos el riesgo de ser del mundo, y de hecho, a veces lo somos. Necesitamos continua vigilancia y purificación, porque el mundo contamina a la Iglesia con su mentalidad y su manera de pensar y de vivir. Jesús quiere junto a él pastores y ovejas humildes, que escuchen su voz, que acepten los caminos difíciles por donde El decide llevarlas. El Señor no quiere ovejas y pastores quejosos, dominantes, con sabor a grandeza y a gloria del mundo. El redil de Cristo no es sólo ruido y aplauso. Es mucho más. Como los apóstoles, también nosotros seguiremos cambiando la historia, logrando que el mundo sea curado y transformado por el poder del Evangelio. Seguiremos sintiendo la presencia del pastor y su llamado a la fidelidad y a la ofrenda gozosa. El acontecimiento redentor “Jesús de Nazaret” llenó a los apóstoles y a los primeros cristianos, y nosotros tenemos que ser parte de esa gran vida de Cristo, en su muerte y en su resurrección. Para mantener la grandeza de nuestra Iglesia, y la fidelidad que el Maestro pide, tenemos que rezar mucho y rezar bien, para despojarnos de nosotros mismos, y permanecer unidos a Jesús, buen Pastor. C C C

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Homilía 27Día de las madres

V – Pascua – C. (9-Mayo-04)Hechos 14, 20-26 Apocalipsis 21, 1-5 Juan 13, 31-35

Este V Domingo de Pascua coincide con la celebración del día de las madres. Las lecturas y todo el contexto de la celebración de hoy, adquieren gran resonancia en la fiesta de las madres. En el corazón de las madres se cumplen las escrituras que hemos leído hoy. Dice Juan en el Apocalipsis: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, vi la nueva Jerusalén arreglada como una novia que se adorna para su esposo”. Las madres poseen los sentimientos del cielo nuevo y de la tierra nueva. Ellas son el adorno de la casa y transforman, todo lo que tocan, en alegría familiar. La primera lectura dice: “ Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios”. En este mundo donde hay que pasar mucho trabajo para tener éxito en algo, en que el Reino de Dios nos exige decisiones muy valientes, las madres son la vanguardia en las luchas del Reino. A la Virgen María parece que le tocó un hogar tan perfecto que debió vivir como se vive en el cielo. Pero no fue así. Ella acompañó a su hijo Jesús en todo el supremo y duro camino de la Redención, y fue el primer corazón que quedó traspasado por la lucha del bien y del mal. La fe cristiana presenta a la Dolorosa con 7 espadas clavadas en su corazón, no porque fue elegida, no porque permaneció Virgen, sino porque fue madre. Y como madre le tocó parte de la crucifixión de su hijo. El evangelio dice: “Les doy un mandato nuevo, que se amen unos a otros como yo los he amado”. En el regazo materno se empieza a aprender esas lecciones de un amor totalmente nuevo al estilo de Jesús.

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Cuando un niño pierde esa escuela de la madre, es fácil que vaya vagando por el mundo sin entender qué significa ser bueno. Sin la escuela de la madre le será difícil vencer el mal que todos encontramos en el camino. Las madres son el baluarte del bien, la muralla de la bondad. Los falsos criterios, los intereses creados, la sociedad de consumo llena de mentiras, han ido minando los grandes valores de esta pobre y sufrida humanidad. Debido a este poder del mal que enferma el pensamiento humano, a muchas personas se les cansa el alma, y huyen de sus casas, y van en busca de sosiego y de libertad, pero no hacen más que envolverse en nuevas cadenas que los atan, una vez que abandonan sus deberes y corren por la vida a merced de sus caprichos, donde el primer verdugo es uno mismo. Los jóvenes sienten la fuerza de la juventud, se declaran distintos de los demás, caen en los brazos de una música ruidosa que aturde el alma, se refugian en discotecas, y en toda clase de experiencias nocivas, hasta llegan a abandonar los estudios porque la voluntad se vuelve débil, y al final, cuando han acabado con ellos, los dejan averiados en una cuneta, en una cárcel o en un hospital. Lamentablemente, muchos de nuestros queridos jóvenes, dominados por la sociedad de consumo y el poder del mal que los ciega, se van al cementerio antes de tiempo. Ya casi no tenemos niños. Muchos de ellos han sido obligados a pensar como mayores, y las grandes empresas que proveen material para los niños, piensan más en sus ganancias al vender sus productos que en ayudar al niño a permanecer siendo niño. Las muñecas y muñecos, los objetos de uso de los niños representan personajes y cosas de los mayores. Los niños coleccionan soldados, cargados de enormes ametralladoras, al estilo de Rambo, y eso de niño no tiene nada. El mundo va

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devorando muchos valores que son nuestra seguridad, pero el valor de la “madre” nunca se rompe, porque lleva dentro un poder divino. Ese es un valor muy bien hecho, y no puede ser destruido por el hombre. Un joven puede ser un criminal para la policía, un inadaptado para la escuela, una pesadilla para su comunidad, pero, para la madre, será siempre su hijo, al cual le tiene que dar un pedacito más grande del corazón, porque lo ve que sufre más. La nueva sociedad que Jesús proclamó en el Evangelio empieza y se aprende en el amor de las madres. Cuenta una leyenda masónica, que en tiempos pasados, cuando nació la masonería era uno de los movimientos más crueles del mundo. Cada socio, antes de entrar a la logia masónica, tenía que matar a su madre, sacarle el corazón, y ese corazón, todavía palpitando y caliente, llevarlo a logia para ser aceptado como un miembro digno del infernal grupo. La leyenda dice que un señor mató a su madre, le sacó el corazón, y corrió con él hacia la logia masónica. Como iba muy de prisa, tropezó en la calle, se le cayó el corazón, el cual rodó por la acera. Cuando el hom-bre se inclinó para recoger aquel corazón envuelto en sangre y tierra, oyó la voz de su madre que le preguntó: “Hijo mío, te has hecho daño? Esta leyenda o historia quiere decirnos que las madres nunca se sienten heridas, y, si por un momento, se enfadan un poco, eso se le pasa rápido, no importa el calibre de la ofensa. Naturalmente, este nivel del corazón de las madres lo aseguramos presente en la clase trabajadora, donde la “hu-manidad” es muy grande. En las familias muy ricas, donde la empresa económica y las grandes herencias debilitan la fuerza del corazón, es otra cosa. Hace unos años, en una familia del Condado, ocurrió un hecho que da escalofrío. Una señora, servía en una casa, atendiendo un niño de 5 años y una niña de 7. Por la noche, el padre y la madre se fueron a un hotel a una

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fiesta de la gran sociedad. La sirvienta estaba sola en la casa con los niños. A las 10 de la noche entró un ladrón, y persiguió a las tres criaturas indefensas. La sirvienta, logró esconderse en una habitación donde había teléfono. Llamó al hotel y explicó la situación de la casa. La madre de los niños le contestó fríamente: Llame a la policía, porque nosotros estamos en una fiesta, y en este momento no podemos salir. El amor de Dios y el amor de las madres son dos grandes valores que representan la seguridad del mundo, porque son valores que no pueden corromperse. La sociedad de consumo ha envuelto el día de las madres con toda su fuerza, pero no lo puede dañar, porque es algo demasiado grande y demasiado hermoso. Esa multitud de regalos que van y vienen de un lado para otro hacen crecer ese amor que tiene calidad divina, y le dan brillo a la celebración. Las madres: Camino de amor y de paz. Con el gran deseo de felicidad, salud y paz para nuestras madres, estamos llenando el mundo de bendiciones, echando aire fresco a la pesada vida social, y afirmando que creemos en el bien, y que nos aferramos a los grandes valores que vienen del mismo Dios. Cada día es día de las madres. Pero la sociedad nos ofrece un día especial para agradecer y celebrar. Toda la celebración nos lleva a reconocer, a admirar, a contemplar una criatura que posee tantos dones divinos. Ella es fuente de vida, amable protección, un ser delicado y al mismo tiempo con una resistencia que no tiene límite. Con una lágrima expresa su alegría, su pena, su desilusión, su soledad y su dolor. Su corazón es lo que hace girar el mundo. Su beso puede curar cualquier cosa, desde una rodilla raspada hasta un corazón roto. Las madres nunca aceptan un “no” cuando existe una solución mejor. La fiesta de las madres nos invita a agradecer su presencia, sus caricias,

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sus abrazos, su entrega gozosa, su ternura, su mirada llena de amor, su silencio creador, en una palabra, toda su vida como expresión de amor humano y divino al mismo tiempo. Hoy cada madre puede comprender que valió la pena sufrir, porque la alegría de los días buenos supera el sufrimiento de los días malos. Considerando que las madres son parte de las victorias que hombres y mujeres han tenido en sus vidas, un hermoso refrán reza así: “La mano que mece la cuna, mueve el mundo”. Gracias, mamás, por su amor hasta la muerte, y más allá de la muerte, porque su amor es más fuerte que la muerte. C C C

Homilía 28Permanezcan en mi amor

VI –Pascua-C. (16-Mayo-04)Hechos 15, 1-2. 22-29 Apocalipsis 21, 10-23 Juan 14, 23-29

“El que me ama guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. Los capítulos 13, 14 y 15 del Evangelio de san Juan nos traen lecturas sublimes que podemos saborear con paladar de ángeles. Son palabras que expresan el gran amor de Jesús por sus discípulos, y al mismo tiempo transparentan una cierta nostalgia, porque su misión está llegando a su fin. Una vez que Jesús se fue, envió el Espíritu que había recibido del Padre. La primera labor del Espíritu Santo fue hacer brotar en los Apóstoles un amor loco por Jesús. Ese gran amor les permitió llegar a un holocausto gozoso por causa de Cristo. En ese amor encontraron ellos su paz, su seguridad, su fuerza, y en ese amor sigue la Iglesia

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encontrando su paz y su felicidad. Las palabras de Jesús siguen resonando como un eco en toda la comunidad cristiana: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor del Padre”.... “Yo les doy mi paz, no como la da el mundo”... sino una paz que genera seguridad y apoyo incondicional. La paz que el mundo nos ofrece es una paz basada en la ley del más fuerte, y aún así, es siempre una paz amenazada. La amenaza no posee tregua, siempre asecha. Donde falta Dios, el mal lo devora todo. Por eso Jesús insistía: Permanezcan en mi amor, no se aparten de Mí, sólo en Mí encontrarán descanso...Yo he vencido al mundo y mi victoria es vuestra victoria.

Jesús es el amigo que apoya y bendice. Su amor es exigente, no para dominar, sino para ayudarnos a crecer en la santidad. Sus caminos no son nuestros caminos. El debe ir delante, hay que seguirlo a Él. El Pueblo de Dios es su herencia, y El no quiere que se le pierda ni uno solo de los que el Padre le ha dado. Hay personas que no buscan a Dios, pero Dios las busca a ellas. Hay personas que no conocen a Dios, pero Dios las conoce y las ama. Y cuando menos lo esperan, El los está siguiendo a hurtadillas y los cubre con su amor irresistible. Jesús es para nosotros el Dios del amor, el Dios que no impone cargas pesadas, porque su doctrina es doctrina del corazón. Cuando los apóstoles empezaron a tener dificultades con la Ley de Moisés, tomaron una bella decisión: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables”. No se trata de exigencias, de preceptos, de normas para cumplir. La Iglesia no es un plan de Dios para cumplir normas, sino para construir santos. Es ya la hora de una nueva forma de vivir, de buscar a Dios y darle culto en espíritu y verdad. Es hora de darles un nuevo giro

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a las tribulaciones de esta vida marcada por el pecado. Es hora de sublimar la visión de la vida, de ensanchar la brecha divina con una gran esperanza, porque en Jesús podemos encontrar todas las respuestas. La Iglesia se esfuerza día y noche por anunciar a Jesús de Nazaret, y pide que creamos en Jesús, que nos volvamos locos de amor por El, que nuestro amor al Señor sea tan grande que podamos abrir los cielos y quemar la tierra, y que broten los cielos nuevos y la tierra nueva. La Iglesia sufre, trabaja, y crece animada por la fuerza del Espíritu Santo, y su consuelo está en contemplar la vida de Jesús y su gran amor por sus discípulos. Todo gira en torno a ese inicio de Jesús con los doce Apóstoles. Dice el apóstol Juan en el Apocalipsis: “La nueva Jerusalén traía la gloria de Dios...... y el muro que la protegía tenía 12 cimientos que llevaban los nombres de los apóstoles del Cordero. Templo no vi ninguno, porque su templo es el Dios todopoderoso y el Cordero”. Sus apóstoles forman su corona y su victoria. Y con los apóstoles, una multitud de salvados, los que vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestidos en la sangre del cordero. Hoy la Iglesia universal celebra la 38 Jornada mundial de las comunicaciones sociales. El Papa nos recuerda que nosotros no podemos alimentarnos con cualquier basura que el pecado del mundo nos ofrezca. Somos manantiales de vida de Dios, y fuentes de gracia, y eso hay que protegerlo. “La estatura moral de las personas crece o disminuye según las palabras que pronuncian y los mensajes que eligen oír”. Muchos mensajes deforman la vida, la familia, la religión y la moralidad. De Jesús hemos aprendido el criterio ético, y la alta dignidad de la persona humana. La unidad familiar, el verdadero amor, la fe de la comunidad, todo eso es como un libro sagrado que hay

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que custodiar y defender con respeto y amor, porque llevan el precio de la sangre de Cristo, y la esperanza de que un día estaremos juntos en el cielo que vendrá. Somos administradores y dispensadores de un inmenso poder espiritual que pertenece al patrimonio de la humanidad, y está destinado al enriquecimiento de toda la comunidad humana. Esta gracia de Dios que nos defiende del mal, que nos mantiene calientes, corazón a corazón con Jesús y que es nuestra herencia espiritual, el empeño de la Iglesia que busca darle al hombre una tierra con saber a cielo, donde Dios puede pasearse con sus hijos, es un gran desafío que nos toca y nos compromete a todos. Recordemos, como en una oración que hace vibrar todo nuestro interior, las palabras de Jesús en el capítulo 15 de san Juan: “ No fueron ustedes quienes me eligieron a Mí. Soy Yo quien los he elegido y los he destinado para que den fruto y que ese fruto dure. .... Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor del Padre. En el mundo tendrán tribulaciones, pero no tengan miedo ni se acobarden... Yo he vencido al mundo y mi victoria es vuestra victoria, y en mi amor tendrán paz y vivirán seguros. C C C

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Homilía 29La ascensión personal

Ascensión –C. (23-Mayo-04)Hechos 1, 1-11 Efesios 1, 17-23 Lucas 24, 46-53

La despedida de Jesús tuvo dos aspectos muy fuertes para sus discípulos: 1º. En esos tres años de compañía con Jesús, habían aprendido a gustar lo bueno que es el Señor, y lo her-moso que era seguirle. Verlo marcharse producía una soledad profunda en cada uno de ellos. 2º. Ellos habían iniciado un plan espiritual distinto de la orientación de los fariseos y doc-tores de la Ley. Pero en sus mentes, ese plan era todavía muy superficial. Necesitaban ahondar, crecer, elevarse un poco más allá de la vivencia ordinaria. Cómo crecer sin la compañía del Maestro? En ese momento, ellos no tenían conciencia de lo que iba a significar para ellos, la venida del Espíritu Santo. Jesús se elevó de la tierra al cielo, y poco a poco, ellos se irían elevando en su manera de pensar y de vivir. Irían rompiendo las amarras para navegar en el mar profundo del camino de la fe. Tratarían de ir eliminando de sus almas, los caprichos, los criterios humanos, los amores pequeños, y se esforzarían por arrancar el miedo que llevaban en su interior. Sus alas se irían desplegando para volar también ellos, para elevarse hasta un nivel de vida, donde pudieran ver y sentir la presencia de Dios. La venida del Espíritu Santo los lanzaría hasta una vida totalmente sublimada, donde pudieran redescubrir a su amado Jesús. “Hagan discípulos de todos los pueblos, y bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. La Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, vendrían a morar en cada bautizado, en cada uno de aquellos que se habían sumergido en la vida del Señor Jesús. Para ayudarlos a caminar

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y a crecer en la vida nueva, Jesús les dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Lo importante en este camino de la Gracia de Dios, es poder ver y reconocer la presencia de Jesús que sigue caminando junto a nosotros. La batalla espiritual para elevarse a un nivel en que se pueda realmente vivir de Dios, no es sencilla. Gustamos más de acomodarnos espiritualmente, que de remar contra corriente y levantar nuestro espíritu a una vida más santa. El espíritu de sacrificio se ha perdido, y sin eso, no existe el puente que nos permite pasar a la vida de Dios. Seguimos atrapados por las emociones y el sentir de la vida puramente humana, dándonos el lujo de quedarnos con un pobre barniz cristiano. Para poder vivir de espíritu, hay que romper muchas amarras y cortar muchas ataduras que bloquean nuestro crecimiento en la fe. Cuando santo Domingo Savio se quedó 5 horas en éxtasis detrás del altar después de la Comunión, y permaneció elevado como un pie del suelo, eso era un signo de que toda su vida se había llenado de un amor tan grande de Dios, que estaba fuera del nivel de la vida ordinaria. Por eso, en su espíritu, podía ver y sentir la presencia de Dios. Por eso, unos momentos antes de morir, decía: “Qué cosas tan hermosas veo”! En el Capítulo General 25, celebrado en Roma en el año 2002, el Santo Padre trataba de levantar la vida de los salesianos a un nivel de mayor santidad, con el siguiente mensaje: “Salesianos del tercer milenio, sean apasionados maestros y guías, santos y formadores de santos, como lo fue san Juan Bosco”. El mensaje de la flor y el basurero yo lo he usado muchas veces, pero siempre se saca una buena lección: Una flor nace en un basurero, se alimenta de basura, no critica la basura, pero la flor no acepta ser basura. Naturalmente, no todos tienen el valor de pelear la grandeza de ser flor, y convertir

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la basura en alimento positivo. A veces, nos gusta ser basura, para parecernos a los demás, pues la dignidad de la flor nos exige ser distintos, nos exige abandonar muchas experiencias, y hasta apartarnos de algunas personas que se conforman con poco. Un sabio se puso a dialogar con un niño y le dijo: Te enseñaré los secretos para se feliz. Esos secretos los guardo en dos cofres, que son mi mente y mi corazón. Par encontrar esa felicidad hay una serie de pasos que debes seguir en la vida: 1º. Reconocer la presencia de Dios en tu vida, y por tanto, amarlo y darle gracias por todo lo que tienes. 2º. Debes amarte a ti mismo, y cada día al levantarte, decir: Yo soy importante, y espero mucho de mí mismo. Si caigo en la ley del menor esfuerzo, me estoy despreciando a mí mismo. 3º. No debes envidiar a nadie por lo que tiene o por lo que es. Ellos alcanzaron sus metas, tú lograrás las tuyas. 4º. No debes albergar en tu corazón rencor hacia nadie. Ese sentimiento no te dejará ser feliz. Deja que las leyes de Dios hagan la justicia. Tú perdona y olvida. 5º. Nunca tomes la cosas que no te pertenecen. Mañana te quitarán algo de más valor, y tú pagarás un precio alto porque no supiste respetar lo ajeno. 6º. No debes maltratar a nadie. Todos los seres del mundo tenemos derecho a que se nos respete y se nos quiera. 7º. Levántate siempre con una sonrisa en los labios. Observa a tu alrededor y descubre en todas las cosas el lado bueno y bonito. 8º. Ayuda a los demás sin esperar nada a cambio. Debes aprender a vivir la gratuidad de Dios. 9º. Debes saber que no vivimos en el cielo. Por mucho que luchemos, no todo saldrá perfecto. Jesús fue buenísimo y lo criticaron y lo golpearon más que a nadie. Don Bosco fue

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una persona fantástica, y varias veces trataron de matarlo. 10º. Toma siempre una postura definida en tu vida, y acepta las consecuencias. Todo esto constituye nuestro trabajo interior espiritual para que nuestro espíritu crezca, y vayamos logrando así nuestra propia ascensión. Nuestra persona debe ser pulida, purificada, y llenada de algo más que no sea un montón de juguetes, y cosas que nos hacen sentarnos a disfrutar en vez de saber andar. La vida demasiado materialista nos tiene amarrado al suelo y no logramos levantarnos un poquito para saborear valores mejores. Necesitamos una gran docilidad al Espíritu Santo, para que su fuerza nos vaya configurando con Jesucristo, y podamos ver al Señor que nos habla, que derrite nuestro hielo, y que camina a nuestro lado, calentando nuestro espíritu para que vivamos con los pies en la tierra, y un corazón soñando con los valores del Reino. C C C

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Homilía 30Fortaleza y Confianza

Pentecostés-C. (30-Mayo-04)Hechos 2, 1-11 I Corintios 12, 3-7. 12-13 Juan 20, 19-23

Hoy es mi Pentecostés. Para quienes viven en Cristo, cada día es Pentecostés, porque son guiados por el Espíritu del Señor. La Iglesia acepta que el crecimiento en la fe se hace a través de los Sacramentos, y que los sacramentos ayudan a crecer cuando la persona posee los dones del Espíritu Santo. Estos son los dones del Espíritu Santo: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios. Estos dones completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Cuando recibimos estos dones, nos hacemos más dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas. Teniendo en cuenta los cuatro Evangelios, antes de subir al cielo, Jesús dejó tres recomendaciones : 1)Bauticen. 2)Perdonen los pecados. 3) Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo. Mientras la Iglesia bautiza y perdona pecados, mientras la Iglesia se sitúa en el mundo como algo distinto del mundo, recibe la herencia del Maestro, de ser en el mundo “bandera discutida”. Camina y trabaja rodeada de enemigos, pues el pecado que crucificó a Jesús, todavía sigue actuando y quiere crucificar también a su Cuerpo que es la Iglesia. Las pruebas, los días malos, los sufrimientos que la Iglesia debe pasar para seguir anunciando el Evangelio la van a acompañar todo el camino. Esas pruebas que le van viniendo, el Señor no se las va a quitar. Esas pruebas son parte de la purificación del mundo, porque todavía el pecado está vivo. El pecado no puede vencer,

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porque fue vencido por Jesús, pero todavía pelea y obstaculiza la marcha. Jesús sigue llamando: Tomen su cruz, y síganme. El no nos quita las cargas. Todavía no estamos en el cielo. Lo que El prometió fue estar con nosotros, caminar con nosotros, darnos su Espíritu para que podamos andar con alegría por encima de las espinas y del fuego, como los tres jóvenes del horno encendido de Babilonia. El pueblo de Israel tuvo siempre una gran confianza en Dios: “ El Señor es mi Pastor, nada me falta. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque El va conmigo”. Esa era la confianza de Jesús en su Padre Celestial, y esa confianza es nuestra herencia. Cuando prendieron a Jesús, sus amigos rezaban por El, pero fue crucificado. Cuando se llevaban a los cristianos presos para matarlos, la comunidad rezaba por ellos, pero los mataban y las fieras se los comían. Cuando el apóstol Pablo tenía aquellos problemas que obstaculizaban su trabajo, Pablo suplicó al Señor diciendo: Señor, libérame de esta espina, de este aguijón de la muerte, para poder trabajar mejor, y Jesús le contestó: Pablo, te basta mi gracia, te basta mi compañía, yo te ayudaré. Por eso, santa Teresa, después de sufrir muchas contrariedades, donde sus hijas hasta la expulsaron de un convento, pudo decir: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Solo Dios basta. La Iglesia se mantiene como un permanente Pentecostés, donde sus hijos, cada día reciben una nueva fuerza, a través del bautismo, la caridad, los sacramentos, la oración, el servicio alegre y desinteresado, y la inmolación gozosa. Esos son los signos de la presencia de Jesús entre nosotros. Con la confianza en Dios, se crea en nosotros una reciedumbre espiritual que

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el mundo no puede vencer. Por eso decía el profeta Abacuc: “Aunque la higuera no echa yemas, y las viñas no tienen fru-tos. Aunque el olivo olvida su aceituna, y los campos no dan cosecha. Aunque se acaban las ovejas del redil, y no quedan vacas en el establo, yo exultaré con el Señor, me gloriaré en Dios mi salvador”. Sabemos que la Iglesia no pide a Dios que le quite sus prue-bas, pero sabemos que en muchas ocasiones, Dios se hace presente con su poder, y le allana el camino. En la primera comunidad cristiana, muchas veces las cárceles se abrían, y algunas fieras se rehusaban a tocar a sus víctimas. San Pablo era el perseguidor más fuerte de los cristianos. Jesús lo tumbó del caballo y lo hizo un amigo predilecto, dando un gran apoyo para el crecimiento de las primeras comunidades cristianas. El imperio romano se cansó de matar cristianos, pero luego vino un emperador, Constantino, que se convirtió, hizo bautizar toda su familia, y mandó bautizar a todos los soldados de ese gran imperio romano. Napoleón tomó preso al Papa Pío VII y lo retuvo 5 años en la Isla de Santa Elena. La comunidad cristiana rezaba. Napoleón regresó derrotado, y el Papa re-gresó victorioso a Roma. Cuando Don Bosco vivió las horas difíciles el Oratorio ambulante, en uno de esos momentos duros, fue a parar a un cementerio abandonado, donde había una capilla, y allí rezaba con sus muchachos. Pero el sacerdote que atendía la capilla, y una criada que le ayudaba, le hicieron la vida imposible a Don Bosco, e hicieron que se marchara de allí, sin saber a dónde ir. A la semana, la criada y el sacerdote, habían muerto, sin ninguna señal de enfermedad. El tirano dominicano, Rafael Leonidas Trujillo Molina, construyó mu-chas iglesias en República Dominicana, pero su vida personal era muy cuestionable. Cuando quiso que le dieran el título de

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“benefactor de la Iglesia”, los obispos se negaron. El desató una tremenda guerra contra la Iglesia Dominicana. Decidió empezar a matar a los obispos uno por uno. El 31 de Mayo de 1963, un grupo de malhechores tenía que ir a ejecutar a Mons. Panal, obispo de la Vega. Su muerte había sido firmada por Trujillo, para el día 31. Pero el 30 de Mayo por la noche sus mismos hombres mataron a Trujillo, y su muerte anuló su firma, y Mons. Panal y los demás obispos salvaron sus vidas. Mucha gente que no quieren saber de curas y monjas, suelen decir: “La Iglesia es tan fuerte, que ni los curas y las monjas la han podido derrumbar”. No es asunto de poder, es cuestión de Gracia de Dios. Su Reino no es de este mundo, pero se construye en este mundo convirtiendo los días buenos y los días malos en ofrenda gozosa. La Iglesia no es un poder con armas y tanques, es un organismo débil, pero no está sola. El Espíritu Santo la guía. El Señor permite las pruebas, pero no deja que vayan más allá de las fuerzas de sus hijos. La Eucaristía y el espíritu de santidad de la Iglesia son señales de la presencia real de Jesús entre nosotros. Necesitamos ablandar nuestro terreno interior, aflojar la resistencia de nuestro corazón, hacernos dóciles a la gracia, para que el Espíritu nos vaya comunicando sus dones, para que nos haga fuertes en la fe. Que la confianza en Dios nos de una gran seguridad, y que podamos sentir la presencia del Señor, que vive en nosotros. Pertenecemos al reino de Cristo donde se vive con una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo, y un solo espíritu que nos anima y nos cuida a todos. Termino con las palabras del final de la Secuencia : Da a los fieles que en ti esperan, tus sagrados siete dones y carismas, da su mérito al esfuerzo, salva al que busca salvarse, y danos tu gozo eterno. C C C

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Homilía 31Somos parte del Misterio de Dios

X- T.O. –C. (6-Junio-04)Proverbios 8, 22-31 Romanos 5, 1-5 Juan 16, 12-15

Hoy celebramos este gran Misterio de Dios, la Santísima Trinidad. Cada vez que celebramos un atributo de Dios, tratamos de representarlo con imágenes que concreticen las ideas que estamos pensando. En Pentecostés representábamos al Espíritu Santo que baja desde cielo en forma de paloma; la ascensión la presentamos con alguna pintura de alguien que se eleva por el aire, y algo nos imaginamos. Pero las representaciones de la Santísima Trinidad no funcionan. Llegar hasta las puertas de este misterio de Dios es un asunto de fe, no es asunto de imaginación. El pueblo de Israel descubrió y vivió la existencia de un Dios único, vivo y verdadero. Los hombres y mujeres de fe de ese pueblo se dedicaron con alma y cuerpo a vivir y a cuidar esa idea del Dios único y cercano. Entrar en el misterio de la Trinidad, llevar a nuestra mente la idea de que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y que el Espíritu Santo es Dios, es una gran verdad a la que llegamos sólo porque creemos en la Palabra de Jesús. Jesús nos habló de su Padre, nos habló de enviarnos al Espíritu Santo, que es su Espíritu, y que es el Espíritu del Padre. Aceptar que no son tres dioses, sino uno sólo, en tres personas iguales y distintas, es algo que exige mucha fe y mucha humildad de la razón. Cuando Jesús dijo al apóstol Felipe: “Felipe, ¿cómo dices tú muéstranos al Padre? ¿Tú no sabes que quien me ve a mí, ve al Padre?” Esa es una idea que no acepta representación. Cuando vemos esos dibujos: Un señor mayor que representa al Padre, un hombre maduro que representa al Hijo, y una paloma

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que desciende sobre el Padre y el Hijo, eso no corresponde en nada a la realidad. No se trata de un papá mayor, y un hijo menor.... Cuando Jesús dice: “Quien me ve a Mí, ve al Padre, no es un dato para representarlo, sino que algo así es para meditarlo, alabarlo, e inclinar nuestra cabeza en señal de una fe profunda. Dios se nos presenta como Padre, como Dios amor, se nos presenta como el Hijo del hombre que viene a salvarnos, y se vuelve Dios salvador, y continúa su obra en nosotros, como Espíritu Santificador. Cada día, en muchas ocasiones nos ponemos en contacto con la Trinidad, al persignarnos diciendo: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, reafirmando la vida divina dentro de nuestra vida a través de la fe. Es una pena que al acostarnos, al levantarnos, al entrar o salir de una iglesia invocamos a la Santísima Trinidad en una forma tan sencilla, y tan distraída, que casi ni nos damos cuenta. Esta fiesta debe ayudarnos a hacer bien despacio la señal de la cruz, y a pronunciar esas palabras con serenidad y comprensión. En una simple señal sucede algo muy importante: La cruz es el servicio más grande que hemos recibido de Dios, la cruz como signo de salvación. Y la Trinidad es el misterio más grande que se nos ha comunicado de Dios. Por tanto, en esa señal de la cruz unimos en una sola meditación, el misterio más grande y el servicio más grande que hemos recibido de la bondad de Dios. Por qué se hace la cruz con el “Santísimo” al dar la bendición solemne? Es el misterio de amor hecho un pedazo de pan, que al moverse en el aire, nos recuerda que el amor más grande se realizó en una cruz. Eso es la bendición solemne. El Pan de vida y el recuerdo de la cruz, unidos en una sola expresión de fe. En contacto con estos misterios de Dios, expresando nuestra fe, nuestra vida se va transformando y va dando muchos frutos

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de santidad. Hay también frutos de oración. La persona que se alimenta profundamente de la vida de Dios, le va cogiendo gusto a la oración, y al entrar a la iglesia siente la necesidad de comunicarse con Dios. Cuando una persona llega a la iglesia y no sabe qué hacer hasta que empieza la Misa, está experimentando un gran vacío espiritual. Aquellos que se encuentran la Misa demasiado larga o el rezo de un rosario algo que cansa, significa que la habitación de la Trinidad en su alma se ha perdido, que la sal se está volviendo sosa, y que la luz se le está apagando. Hay muchos que expresan frutos de solidaridad, fraternidad, ayuda mutua. Las tragedias despiertan a nivel mundial muchas escenas de apoyo, porque somos lanzados por la misma voz de Dios que llevamos dentro. En una funeraria hay un gran letrero en la pared que dice: Bienaventurado aquél que sabe, que compartir el dolor es dividirlo, y compartir la alegría es multiplicarla. Esos son sentimientos que brotan dentro de la fuerza divina que mora en nosotros. Hay muchos mensajes que corren por ahí que son el fruto de hombres de fe, de mujeres que tienen una conexión directa con el corazón de Cristo. Somos evangelizadores a muchos niveles: en la fe, en la alegría, en el servicio, en el trabajo interior, en la sinceridad, etc. Uno de esos escritos sencillos y anónimos que brotan de almas nobles, dice así: Creo en ti, amigo, si tu sonrisa es como un rayo de luz que alegra mi existencia. Creo en ti, amigo, si tus ojos brillan de alegría al encontrarnos.Creo en ti, amigo, si compartes mis lágrimas y sabes llorar con los que lloran. Creo en ti, amigo, si tu mano está abierta para dar y tu

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voluntad es generosa para ayudar. Creo en ti, amigo, si tus palabras son sinceras y expresan lo que sientes en tu corazón. Creo en ti, amigo, si sabes comprender con bondad mis debilidades, y me defiendes cuando me calumnian. Creo en ti, amigo, si tienes valor para corregirme amablemente. Creo en ti, amigo, si sabes orar por mí, y brindarme buen ejemplo. Creo en ti, amigo, si tu amistad me lleva a amar más a Dios, y a tratar mejor a los demás. Pero, recordemos bien: Dios trabaja en nosotros, y quiere llevar a término su obra. No nos podemos conformar con una fe que sea un pequeño barniz para quedar bien ante los demás. No debemos invocar a Dios sólo en las tormentas o en los momentos trágicos. En los momentos de fuertes turbulencias, en los pasajeros de un avión, aumenta el número de los que creen, y de los que rezan. Pero la fe no es eso. Fe es todo una vida que se une a Jesucristo para vivir como él vivió, para pasar por la vida haciendo el bien, no es cuestión de miedo. Voy a terminar con un mensaje que es un chiste, pero tiene mucho significado en la vida real. El ateo: Un ateo caminaba por el bosque, y decía: Qué árboles tan majestuosos! Qué ríos tan hermosos! Qué animales tan bellos...! Mientras caminaba a lo largo de la orilla del río, escuchó un ruido que venía de los arbustos detrás de él. Se volteó para mirar y vio un enorme oso que venía hacia él. Corrió muy rápido y su corazón empezó a latir con mucha rapidez. Tropezó con una piedra, y cayó a tierra, y mientras trataba de incorporarse, el oso ya estaba junto a él. Cuando el oso levantó su pata derecha para darle el zarpazo de la muerte, el hombre dio un grito: !“Dios mío”!

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pareció que el tiempo se detuvo. El oso se frisó, el bosque quedósilencioso. Una fuerte luz brilló alrededor del hombre y una voz se oyó desde los cielos: “Tú has negado mi existencia por todos estos años, y además, les ha enseñado a otros que yo no existo”. Ahora tú esperas que yo te ayude a salir de esta situ-ación? El ateo miró directamente hacia la luz brillante y dijo: Es verdad, sería hipócrita de mi parte, pretender de repente que me trates como a un cristiano. Pero, al menos podrías hacer que el oso se haga cristiano? Así yo podría tener alguna compasión. “Muy bien”, dijo la voz. La luz dejó de brillar y los sonidos del bosque se reanudaron. De pronto, el oso cayó de rodillas, levantó sus dos patas, bajó la cabeza, y como buen cristiano, rezó así: “Señor, bendice este alimento que voy a recibir, y por lo cual te estoy verdaderamente agradecido. Amén. Dice el salmo 23: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo”. Pero eso sucede, si yo también voy con El. Jesús entra en nuestras vidas, si nosotros le abrimos la puerta a través de una fe grande y sincera. C C C

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Homilía 32Antes de decir “adiós” XI – T.O. -C. (13-Junio-04)

II Samuel 12, 7-10. 13 Gálatas 2, 16. 19-21 Lucas 7,36–8,10

Nota: Dejo aquí esta homilía que es un caso especial, pues es parte del caminar de esta vida, donde avanzamos entre luces y sombras, pero siempre vence la luz.

Toda persona que sale de su casa el sábado o el Domingo y dice presente en una iglesia, lo hace porque quiere acercarse un poco más al amor del Señor, lo hace porque desea disolver toda presión acumulada en su espíritu durante la semana, y lo hace, buscando paz para su alma. Por ello, todo el que llega a la iglesia desea escuchar cosas hermosas, oír hablar de la hermosura del cielo y de la grandeza de Dios. Sentir la seguridad de que Dios nunca nos deja solos. Como sea, voy a presentar algunos pensamientos que no son parte del Evangelio, pero que son parte de nuestro caminar en el Señor. Como el tiempo corre, y ya sólo me queda un poco más de un mes, quiero usar el día de hoy para informarles de mi partida y de la situación de la parroquia. Todo ello es parte de nuestras vidas, y nuestras vidas son del Señor. Si Él estuviera físicamente aquí, hablaríamos con El de todo esto. Este año que he pasado entre ustedes ha sido un año positivo y yo siento que he crecido en el acercamiento a mi amado Jesús. Nos hemos ayudado mutuamente a crecer. Eso es bonito. No nos preocupan los pasos que podíamos seguir dando juntos, sino que nos alegramos por el camino andado, donde al caminar hemos sabido rimar los latidos de nuestros corazones. La gloria es del Señor. Sólo El hace posible las cosas hermosas. La vida

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espiritual que hemos vivido ha sido buena y serena. La Navidad, la Cuaresma, Pascua, fueron tiempos muy hermosos. Gozamos de la presencia del Señor y eso es una gran victoria. En la primera lectura, Dios se queja del rey David porque no ha sabido corresponder. Dios lo ha llenado de bendiciones y de dones maravillosos, pero la conducta de David le desagrada a Dios. El reino de David era un proyecto de Dios, y él debía respetar lo que Dios quería, pero no fue así. Por eso Dios se queja y hasta le informa de un duro castigo. Dios es bueno y compasivo, pero hay que respetar sus proyectos. Después de un año de trabajo pastoral en esta parroquia, tengo que abandonar este servicio y volver a mi país. He tenido que bregar con dos problemas muy fuertes: 1-Una economía demasiado floja, donde se ha logrado muy poco por problemas internos de nuestra obra salesiana. 2-La obediencia al párroco como coordinador de los trabajos pastorales de la parroquia. Varias personas han logrado pasarme por encima, y todo reino dividido se arruina. Hay personas que son una bendición de Dios y ayudan en el trabajo pastoral, pero hay otras que le producen un peso a la marcha, que son un verdadero obstáculo al crecimiento en la fe. Para poner orden, hay que exigir disciplina, y el que exige disciplina, cae mal y se hace antipático. La casa de Dios es casa de oración y no es para que cada uno haga lo que quiere en ella. Nuestro lugar de culto es sagrado y el templo se respeta como casa de Dios. Sé que para ustedes tres cambios de párroco en tres años es algo muy molesto. Un párroco no es un simple empleado. Es alguien que entra en la vida íntima de las personas, que acompaña en el secreto y el misterio de cada vida. Tantos cambios es una dura prueba para una comunidad de fe.

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Talvez yo tenga que decir como dice el salmo responsorial: Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado. Pero no teman, la Iglesia siempre ha salido fortalecida de las pruebas. Esto no es cosa de hombres, es proyecto de Dios. Yo me voy sereno y contento de haber cumplido con mi deber. Hago mías las palabras de Pablo en la 2ª. Lectura: “Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. El es el que me conforta en este difícil momento. Me voy, porque no puedo trabajar, mis manos están atadas, pero me voy en paz con Dios y conmigo mismo. Hice todo lo que pude, y talvez fui más allá de donde podía. Lo que Dios ha hecho por nosotros no es exhibición de poder, sino una exhibición de amor generoso. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. Dios no piensa como nosotros. En el Evangelio ha sucedido algo hermoso: La prostituta es vista por Dios con mejores ojos que el fariseo que lo invitó a comer. El Evangelio no se mueve por un poder humano, es fuerza de amor, y si no hay amor, perdemos el tiempo. Una de las cosas que deben reforzar cuando venga el nuevo párroco es el principio de autoridad. Si en un ejército no hay obediencia, el ejército se derrumba. Si un hijo se enfrenta a sus padres, la familia se vuelve débil. Y si en una parroquia le pasan por encima al párroco, es posible que el demonio tenga su cola bien metida en la pastoral, y que sólo se cosechen fracasos. Una comunidad de fe no es un club. Las relaciones de las personas son parte del misterio de Dios. La obediencia, el respeto y el amor, es sólo el comienzo de un largo camino que hay que andar. Sólo pido que Dios nos ampare a todos. Busquen el agua donde sea, pero no dejen que el agua viva se acabe, aunque tengan que pasar a través de la Cruz de Cristo. Vale la pena cualquier sacrificio con tal de calmar la sed

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de Dios, y que El nos dé el alimento necesario para seguir siendo una proyección de su amor. Sería hermoso escuchar la voz del Señor que nos dice: “Perdonados están los pecados de esta parroquia. Vayan en paz y no pequen más. Se les perdona mucho, porque han amado mucho”. C C C

Homilía 33Apoyados por la Gracia de Dios

XII – T.O. –C. (20-Junio-04)Zacarías 12, 10-11 Gálatas 3, 26-29 Lucas 9, 18-24

En este día de los padres, nuestra mente y nuestro corazón se dirigen en primer lugar, a nuestro Padre, Dios. La fe nos asegura que su protección va más allá de cualquier concepto de padre que tengamos en nuestra historia personal. Jesucristo, con su gran pasión por el hombre, vivió para dos fines: Mostrarle al Padre la necesidad de apoyo que hay en nosotros, y mostrarnos a nosotros la grandeza y la misericordia de Dios Padre. Por el bautismo hemos quedado enraizados en la vida del Señor, y con la fuerza del Espíritu Santo, podemos decir “Padre nuestro, que estás en el cielo”. La vida cristiana nos exige preocuparnos principalmente por dos cosas: 1ª. Que somos pecadores, y por tanto, necesitamos luchar mucho para entrar en la vida de Dios. 2ª. Que no debemos preocuparnos por nuestras limitaciones, pues estamos enraizados en Cristo, y siempre bajo la mano bondadosa del Padre. Es decir: la conciencia nos dice que tenemos que luchar continuamente contra nuestros pecados. Pero la fe nos dice que esa lucha está siendo observada por unos ojos de padre,

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desde el cielo. Nuestra debilidad es nuestro miedo, la misericordia de Dios es nuestra seguridad. Y cada día, al caer la tarde, se encuentran, frente a frente, nuestros pecados y el amor de Dios, y triunfa la misericordia. El profeta Zacarías dice: “Mirarán al que traspasaron, harán llanto como el llanto por un hijo único”. Eso significa que el Hijo de Dios ocuparía el centro de nuestras vidas, y que cualquier ofensa la íbamos a sentir, porque El es el objeto de nuestro amor. Dice el apóstol Pablo: “os habéis revestido de Cristo”, y en lenguaje paulino, significa que “estamos sumergidos en el inmenso océano del amor del Señor”. En el Evangelio dice Jesús: “ El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y se venga conmigo”. Cargar la cruz es la tarea de todo ser humano que posee un cuerpo doliente y que habita en este valle de lágrimas.... pero la expresión “que se venga conmigo” significa que no andaremos solos, que El nos acompaña, y lo hace tan bien, que a veces nos carga a nosotros con todo y cruz. Para crecer en esta vida de Dios, para sentirnos de verdad “hijos amados del Padre”, se necesitan tres cosas: 1ª. Trabajar duro para ir más allá de nuestras imperfecciones, para cambiar nuestra manera de pensar. Trabajar cada día, cada hora. La santidad es un regalo de Dios, pero no viene como la lluvia. Es por eso que la Iglesia invita cada día a rezar, a meditar, a tomar decisiones de vida mejor. La naturaleza nos da el ejemplo: Las raíces de las plantas trabajan las 24 horas del día para arrancarle a la tierra la vida de las plantas. 2ª. Mucha paciencia, saber esperar. Lograr un cambio en la propia vida es obra de héroes. No se cambia de la noche a la mañana. Nuestra naturaleza caída, inclinada al mal, no sabe esperar. Todo lo queremos rápido, muy rápido. La semilla que se siembra hoy, no tendrá

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fruto mañana. Hay plantas que tardan 5, 10 o más años en dar frutos. A los primeros cristianos les exigían 5 años de cateque-sis para poderlos bautizar. Era una gran espera, pero salía un hombre o una mujer de fe. 3ª. La más importante: Reconocer el apoyo que nos viene de parte de Dios. Quiero hacer hincapié en el significado de la paciencia en nuestro ritmo espiritual, con el ejemplo de una planta: El bambú japonés: No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se queda ahí esperando a que salgan las hojitas. Hay algo muy curioso que sucede en el bambú japonés, y que lo transforma en no apto para los impacientes. La semilla cae en tierra, la riegas y la riegas, y el tiempo pasa sin que suceda nada. Durante los primeros 7 años no abre la tierra para salir el retoño. Un cultivador inex-perto estaría convencido de haber comprado semilla mala, no fértil. Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de seis semanas, esa planta de bambú crece más de 30 metros. Y uno se pregunta: Tardó sólo seis semanas en crecer? La verdad es que esa planta de bambú, durante esos 7 años de aparente inactividad, estuvo generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener en ese mes y medio. Ese bambú prefiere primero el cre-cimiento interno, y eso requiere tiempo. Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente, justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es tarea difícil convencer al impaciente que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.En un mundo donde se gusta mucho lo rápido, lo superficial, lo que llega a prisa, nos vemos lanzados al precipicio. Cuando no

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veamos el resultado apetecido y en el tiempo deseado, no desesperemos, pensemos en el bambú japonés. Talvez estemos creciendo por dentro para luego rendir más. El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación, y que exige mucha paciencia. Un proceso que exige cambio, acción, y formidables dotes de paciencia. Analicemos también el tercer punto: Reconocer el apoyo que nos viene de parte de Dios. El amor de Dios, amor de padre, nos envuelve completamente, y es hermoso ver que sus bendiciones caen sobre nosotros como hojas de Otoño, o como cubre la brisa fresca las olas del mar. Su amor para con nosotros es más grande que el amor que Dios tiene hacia las flores cuando va haciendo brotar los colores brillantes, o cuando invade las montañas en las noches serenas iluminándolas con legiones de luciérnagas. El amor de Dios es como un arco iris que brilla permanente en el cielo, mientras bandadas de avecillas adornan el espacio. Toda la naturaleza es un cántico al amor de Dios. El llena las montañas con sus verdes árboles, y llena los mares con su indefinido horizonte. El amor de Dios llega en el día bueno y en el día malo, y ese amor es tan hermoso que hace que casi no se sienta la diferencia entre el día bueno y el día malo, entre el éxito y el fracaso, entre el aplauso y el rechazo, simplemente porque El está ahí, y nunca se va. Cuando estamos solos, el amor de Dios nos acompaña, y cuando todos nos rodean, ese amor también está presente. El amor de Dios no es algo que podamos ver o poseer como cosa propia. Es como un aire profundo, una sensación de felicidad, una gran seguridad en cualquier momento difícil, una gran alegría que invade todo nuestro ser, que produce sosiego, y que nos da la sensación de que caminamos hacia la casa del Padre protegidos por una seguridad infinita. C C C

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Homilía 34 La ofrenda absoluta

XIII-T.O.-C. (27-Junio-04)I Reyes 19, 16-21 Gálatas 4, 31 – 5, 13-18 Lucas 9, 51-62

Salmo 15: Tú, Señor, eres el lote de mi heredad.

En toda idea de vocación es básico el concepto de ofrenda. Toda fe y toda idea religiosa se basa en la ofrenda de uno mismo. Creer es sentirse propiedad de Dios. El encuentro del hombre con la divinidad siempre es a base de ofrecer algo, dando algo de lo material que el hombre tiene, para recibir parte de la fuerza espiritual de la divinidad. La ofrenda es también parte de las relaciones humanas, relación de los hombres entre sí, y relación del hombre con Dios. Esa conducta es parte del principio espiritual que presenta la gran diferencia entre Dios y las criaturas, entre el espíritu y la materia. Según esto, mientras más te desprende de lo material, más te llena de lo espiritual. Mientras más nos vaciamos del mundo, más nos llenamos de Dios. Eliseo había estado dedicado a sus labranzas y a sus negocios. Ahora va a ser profeta, hombre de Dios. Necesita liberarse de toda atadura interior del mundo, de lo material. El vuelve a casa, quema los aperos, mata y asa los bueyes, y da de comer a la gente. Así, liberado de todo lo material, puede marchar limpio interiormente para dedicarse a la Palabra de Dios. Cada vez que alguien le pedía a Jesús que quería seguirlo, Jesús respondía: Vende cuanto tienes, dalo a los pobres, luego ven y sígueme. El desprendimiento material fue siempre el paso necesario para el crecimiento espiritual y para la verdad-era unidad con el Señor. En la vida social sucede eso mismo: Un amigo le regala algo a otro, como diciendo: Te regalo algo material para tener parte en tu espíritu, para ser parte de tu

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recuerdo. Una vocación le dice a Jesucristo: Te ofrezco mi vida para llenarme de Ti, para tener parte en tus sufrimientos, y luego tener parte en tu resurrección. El mundo está manejado por dos conceptos: El egoísmo y la ofrenda. En la distribución de estas dos energías interiores se dan tres estados: 1º. El egoísta puro: Sólo piensa en sí mismo, olvidándose de Dios y de los demás. Aunque puede llegar a ayudar a alguien, esa ofrenda es parte de su orgullo y de su vanagloria. 2º. Aquél que, centrado en sí mismo, deja alguna ventanita abierta para pensar en los demás por amor al Señor. Su sacrificio no es algo que duela. Por eso decía madre Teresa: La verdadera ofrenda nos pide dar hasta que duela. Cuando lo que doy me duele, ese sufrimiento me une a la cruz de Cristo que fue la mayor ofrenda que el mundo ha recibido y recibirá en toda su historia. 3º. Aquél que se olvida de sí mismo y se vuelve ofrenda total, y piensa sólo en servir a los demás por amor a Dios. En esa multitud de hombres y mujeres que han sabido sacrificar toda su vida en aras de su Dios, está la gran riqueza de la Iglesia. Los mártires, los consagrados, los santos y santas de Dios que han sabido darle la espalda a las cosas del mundo, son un ejemplo de fe heroica. Todo cristiano está llamado al heroísmo por las exigencias de su bautismo. Dios comprende nuestras debilidades, pero mantiene siempre un llamado a una ofrenda total, pidiéndonos que copiemos la actitud de Cristo en la Cruz. El Evangelio de hoy presenta exigencias que llevan a la PRIMACÍA DE DIOS. Dios es primero y está por encima de todo. Es una pena que no siempre Dios es primero para nosotros. Son muchas las manifestaciones de nuestras vidas que nos hacen ver que nuestros intereses y preocupaciones ocupan el primer puesto en nuestra vida interior. Si una persona

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va a salir para el médico y le llega una visita, deja la visita y se va al médico. Si tiene que salir para su trabajo y le llega una visita, deja la visita y se va a su trabajo. Pero si al salir para la Misa, le llega una visita, dice con todo pesar: Ay, no puedo ir a la Misa, porque me llegó visita. El culto a Dios lo hacemos si se puede, y cuando se puede. Es a eso a lo que yo llamo “poner a Dios en segundo plano”. Dice uno a Jesús: Te seguiré a dondequiera que vayas. Jesús le responde: Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. Eso significa que el que lo sigue no tendrá ni gloria ni descanso. Que el que sigue a Jesús debe renunciar a todo estilo de comodidad. A otro le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Y también esta expresión: El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no es acto para el Reino de Dios. Estas frases significan que la ofrenda a Dios debe ser absoluta. Dios no comparte con otros intereses su puesto en el corazón de sus hijos. Todo esto nos habla de la primacía de Dios. El es primero y se merece todo. Aunque la Iglesia sabe que la consagración sacerdotal no está reñida con el manejo de una familia, aunque sabe que en la Iglesia Oriental hay sacerdotes célibes y también sacerdotes casados, nuestra Iglesia occidental sigue apoyando la idea de un sacerdote consagrado en forma absoluta por el Reino de Dios. Así vivió Jesús, y así vivieron los apóstoles. La Iglesia se alimenta de una fe heroica y de una ofrenda heroica. La santidad de Dios en el mundo pide mucho, porque podemos dar mucho. Dichoso aquél que logra entenderlo así. C C C

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Homilía 35Somos propiedad de Dios

XIV – T.O. –C. (4-Julio-04)Isaías 66, 10-14 Salmo 65 Gálatas 6, 14-18 Lucas 10, 1-20

Los discípulos de Jesús habían entrado en una amistad tan grande con él que se sentían “propiedad del Señor”. Lentamente se iban olvidando de sí mismos y el gran proyecto de Dios en Jesucristo los iba absorbiendo, y ya no sabían si pertenecían al cielo o a la tierra. Era una experiencia única. El Salmo 23: “El Señor es mi Pastor”, y el Salmo 15: “El Señor es mi herencia”, se habían fundido, formando una raza nueva que nacía y se fortalecía como primicia del Nuevo Testamento. Según san Pablo, “Jesucristo nos ha marcado para vivir una nueva vida”. Eso es realmente bello y sólo se entiende cuando el alma se sumerge en la vida de Dios, y además, cuando Dios da el don de poder saborear los bienes de arriba, porque eso no es nuestro, es Él que lo concede. Sin Dios no se va a ningún lado. Con Dios, todos los caminos se abren. Las grandes penas, los grandes estragos de la humanidad, la letanía de fracasos que está experimentando este mundo, se deben al vacío de Dios. El profeta Isaías, en esa primera lectura, donde él canta las glorias de Jerusalén, dice: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz, como un torrente en crecida las riquezas de las naciones”. Esa es la frase más importante de todo el texto de Isaías. Y de esa frase, la palabra más significativa es ese Yo, que significa “la presencia de Dios”. Esa presencia será para el pueblo de Israel motivo de gozo. El gozo se deberá a que Dios está ahí, que es parte de la vida del pueblo. Hay mucha gente que le ha ido mal en la vida, en la economía, en las relaciones humanas, en la

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salud, y todo eso se debe a que esa persona ha vivido alejada de Dios. Al faltarle Dios, al faltarle una concentración espiritual profunda, la vida superficial le ha lanzado por caminos de espejismo que sólo llevan al desastre, impidiendo una verdadera orientación de su propia vida. En el salmo responsorial la Iglesia canta: “Aclamad al Señor, tierra entera”. Es como diciendo: Que toda la tierra se llene de Dios, que se llene de su santidad, porque un mundo sin Dios es demasiado frío, y tiene mal sabor. Pablo se siente gozoso cuando dice en la segunda lectura: “Yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús”. O sea, la presencia de Jesús me ha marcado, yo soy de El. Cuando se bautiza un niño o una niña, el primer signo que se hace es la señal de la cruz en la frente, para indicar que está marcado para Dios, que es propiedad de Dios. Dice Jesús en el Evangelio: Cuando entren a una casa, digan: “Paz a esta casa. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos la paz”. Gente de paz significa gente abierta a la Gracia, gente con sed de Dios, deseosa de algo espiritual. No podemos prescindir de Dios, somos de El. Nadie puede prescindir de su corazón, nadie puede prescindir de su cerebro, está hecho así, y tiene que aceptarlo. Nadie puede prescindir de quien lo hizo, somos hijos de Dios. Cuando los discípulos regresan de su predicación, vienen felices porque han vencido al demonio, han arrojado los malos espíritus con el poder del Señor. Pero Jesús los detiene, y les dice: No estén contentos por ese regalito que el cielo les ha concedido. Estén alegres porque sus nombres están inscritos en el cielo. Estén alegres porque han sido marcados por Dios, porque llevan la fuerza de Dios, porque llevan una vida nueva que nadie les podrá quitar. Hoy habrá mucha gente celebrando, sintiendo la Independencia Americana, pero sin darse cuenta que por

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dentro están llenos de cadenas. Cadenas en la política, con promesas que sólo son palabras. Cadenas en la economía, con un mundo que miente y engaña por todas partes. Cadenas en los amores pequeños, porque cuando uno se ama demasiado a sí mismo, su amor se vuelve muy pequeño. Cadenas en la religión, porque muchos no están definidos en su fe, y la confusión los devora. Por eso en los hijos de Dios surge un grito profundo, una llamada apasionante del alma: Señor, danos tu libertad, la que sólo Tú puedes dar, la libertad que libera y salva. La libertad que se logra porque estamos llenos de la presencia de Dios. Podríamos preguntarnos: Porqué muchas personas viven sin Dios? De quién es la culpa? Puede haber muchas respuestas, puede haber muchas excusas, pero la respuesta es sólo una: El único culpable de vivir sin Dios es uno mismo. Leyenda o historia, hay un mensaje que dice así: Una empresa iba a declararse en bancarrota. Varios centenares de obreros iban a quedar sin trabajo. Se inició una revisión de toda la empresa, buscando encontrar quiénes habían sido los culpables de que la empresa se hundiera. Una mañana apareció un gran letrero en la fábrica que decía: Se encontró el culpable de la ruina de la compañía, y ha muerto. Mañana su cadáver estará expuesto en tal sitio. Vengan a verlo. A la hora de la convocatoria, aquello se inundó de obreros, tropezándose unos con otros, para ver al culpable. Allá al fondo, un gran ataúd con la tapa entreabierta. Y comenzó la sorpresa: Cada uno que se inclinaba y miraba dentro del ataúd, se quedaba petrificado y se retiraba. La maniobra había sido fantástica: Al fondo del ataúd no había ningún cadáver, había un gran espejo, y todo el que miraba se veía a sí mismo, y sabía que él era parte de haber matado la compañía. La conclusión es clara: Sólo existe uno que es

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capaz de limitar tu crecimiento, de impedirte creer en Dios: Ese eres tú mismo. Tú eres la única persona que puedes cambiar tu vida dándole un buen sentido. Tú eres la única persona que puedes perjudicar tu vida, lanzándola al vacío. Dentro de tu corazón hay suficiente energía para transformarte a ti mismo, para ser el artista de tu vida... lo demás son simples excusas. Dios nos espera en cada esquina, en cada despertar, en cada hora difícil, para hacer de nuestra vida un motivo de gozo, porque El está presente, porque somos propiedad de El. C C C

Porqué has dudado, hombre de poca fe?

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Homilía 36Anda, haz tú lo mismo

XV – T.O. –C (11-Julio-04)Deuter.30, 10-14 Salmo 68 Colosenses 1,15-20 Lucas 10, 25-37

En el año 1968, en un canal de TV española, hicieron una prueba de la parábola del buen samaritano. Voltearon un vehículo cerca de la carretera, colocaron allí el cuerpo de una persona cerca del vehículo y simulando estar herida, y colocaron las cámaras para observar qué pasaba. Antes que se parara el primero pasaron como veinte carros o camiones. Por fin se detuvo un camionero, y cuando vio que se trataba de una simulación, se fue bien disgustado. Siguieron pasando muchos, y hasta sacerdotes pasaron y no se detuvieron. Fue un buen sermón para esta sociedad ahogada por la prisa y donde nadie está para nadie. Nuestro mundo se enorgullece de los logros que ha obtenido, y del gran progreso del que se disfruta hoy día. Sin embargo, por un lado, el hombre es víctima del hombre, y por otro lado, la pobreza y las enfermedades se comen la raza humana. Mientras una gran sociedad disfruta locamente de abundancia, otros pasan la barrera del dolor humano. Mientras una multitud de personas reparten migajas de las grandes posesiones que tienen, el Evangelio grita a los bautizados para que se acuerden de sus hermanos. Mientras curas y monjas han hecho voto de pobreza, y prometen repartir todo lo que reciban con los más necesitados, muchos conventos y casas religiosas guardan enormes cuentas en los bancos, bus-cando primero su seguridad económica, y después la caridad cristiana. El amor al dinero ha pasado por encima de la caridad y del desprendimiento, y lo devora todo. El amor al prójimo es parte del amor a Dios. Dios ha querido

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que nuestro amor a Él se concretice en el amor al prójimo. Dios se encarnó, se hizo hombre, y El quiere que nuestro amor a El se encarne en los más necesitados, sean culpables o no de su necesidad. La caridad no averigua cuál es la causa del mal, lo que trata es de resolverlo. La caridad cristiana está en la base de toda relación entre Dios y el hombre. Es por eso que el examen final para entrar en la verdadera vida, será sobre la caridad, sobre las obras de misericordia... porque tuve hambre y me dieron de comer, porque estuve necesitado y se preocuparon por mí.... Hay mucho bien en el mundo, hay muchas personas que disfrutan de hacer el bien. Pero la caridad cristiana tiene todavía un largo camino por andar. Jesús es nuestro modelo. Los Hechos de los apóstoles definen a Jesús con una frase sencilla: “pasó por la vida haciendo el bien”. Esa es una buena frase para ponerla en la tumba de un hijo de Dios. La primera evangelización que se hace en la Iglesia es a través de la caridad. Todo el río de palabras que pronunciamos y de libros que escribimos es secundario. La caridad es la base del conocimiento de Dios. Por eso los primeros cristianos crecieron rápido en cantidad y en santidad. Cada uno de ellos era un samaritano para los demás. Y eso los hizo entender a Dios. No tenían muchos libros, no oían muchos sermones, pero vivieron la caridad y entendieron a Jesucristo. Cuando Juanito Bosco apacentaba la vaca de su casa, otro muchacho apacentaba sus animales. Era tiempo de hambre. Juanito recibía el desayuno de su mamá con pan blanco y suave. El otro niño recibía un pan oscuro y duro. Juanito le cambiaba su desayuno bueno por el desayuno malo del compañero. La nobleza de alma que tenía ese niño Juanito Bosco le permitió a Dios usarlo para un gran proyecto de salvación. En realidad,

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personas dañadas, que disfruten del mal, forman un porcentaje muy bajo. La mayoría de personas gustan de hacer el bien, pero no es un bien que se practique en grado heroico. No nos aven-turamos a hacer el bien, porque no poseemos toda la verdad de lo que vemos y tenemos miedo. El bien se ve frenado por el miedo... Hay un principio supremo en cuanto a la caridad: Es preferible equivocarse dándole al que no lo merece, que dejar de ayudar al que realmente lo necesita. El bien es un riesgo, pero el bien siempre vale. Cuando el samaritano se bajó de su caballo y fue a atender al herido, pudo ser un maleante que simulaba su estado, y podía ser para atracarlo. Ahí es donde está la grandeza del bien, que no tiene miedo. Por quién murió el hijo de Dios? Por los pecadores....ladrones, asesinos, prostitutas, borrachones, fariseos, hipócritas... Todo está en su camino. Por eso su muerte valió la pena, porque no pudo ser recompensada, porque le sirvió a los que realmente eran malos. En 1995 llegué yo a Río de Janeiro: tenía que llamar a la compañía aérea en Estados Unidos para verificación de vuelo. Yo no sabía el portugués, ni tenía tarjetas para llamar, y los teléfonos eran todos de tarjetas. Un señor, sacó su tarjeta, la puso en la máquina, yo hice mi llamada, resolví mi problema, y cuando le quise pagar, no aceptó. El recuerdo de que un desconocido, resolvió mi problema no se me olvida nunca. Eso es la caridad. Es un impacto en el alma. Cuando yo trasladaba mis cosas desde Santo Domingo para trabajar en Orocovis, recorriendo la carretera 155, una piedra me rompió una goma del carro.Un señor cambió la goma, otro la arregló y ninguno quiso cobrar. Eso es caridad y no se me olvida. De todos esos sermones con los que han aturdido mi pobre mente en retiros y reuniones, no tengo recuerdo, pero la caridad no se me olvida. Por eso dijo Jesús en el Evangelio: Anda, haz tú lo mismo.

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Jesús no quiere que estropeemos algo tan bonito como es la caridad bien hecha, y por eso dijo: Que no sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda. El dar puede llegar fácil hasta el grado heroico, pues la persona está consciente de que eso agrada a Dios. La intención de hacerlo por amor a Dios es lo que da la fuerza para ir más allá de la fuerza de la razón. Para llegar a ese camino heroico de la ofrenda de nosotros y de nuestras cosas, para entrar en ese camino de desprendimiento que santifica, la Iglesia ofrece modelos a imitar. La Iglesia nos presenta la llamada de Dios y también a aquellos que han sabido responder con grandeza. Pablo dice: Me hice débil con los débiles para ganar a todos los que pueda para la causa de Cristo. Madre Teresa decía: En nuestra ofrenda debemos dar hasta que duela, y todos sabemos lo que fue la vida de esa santa mujer. Cuando Juan XXIII fue enviado desde Roma a un país oriental, se quitó el anillo episcopal para que lo vendieran para la construcción de una iglesia oriental. No era una iglesia de rito católico romano, pero la caridad correspondía a todos los ritos. Y lo que Juan XXIII consiguió con eso fue que Roma lo mandó a cambiar. Don Bosco, el hombre de corazón fuerte que lo consagró todo para ayudar a los débiles, niños y jóvenes necesitados, había oído bien claro: “Lo que hagan por uno de estos humildes hermanos, por Mí lo han hecho”. Lo que nos da la fuerza es nuestra fe. El comunismo proclama la caridad cristiana como base de su ideología: “Todo es de todos”. Por qué siempre fracasa el comunismo? Porque no tiene a Dios. Lo que es bien de todos lo convierte en lucha de clases, y le falta la fe para sublimar los sentimientos interiores que se rebelan al bien. Mientras más deseo tengamos de servirle al Señor, mientras más amor a Dios tengamos, nuestra caridad fluirá como un manantial en la montaña. Y mientras más

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vivamos para los demás, experimentaremos la felicidad que sólo Dios puede dar. C C C

Homilía 37Vida nueva en Cristo

XXXI T.O. -C (31-Octubre-2004)Sabiduría 11, 23 - 12, 2 II Tes. 1, 11 – 2, 2 Lucas 19, 1-10

La primera lectura es una pieza maestra de la fe del hombre en su Dios, donde se siente la presencia creadora y alentadora del Señor. Somos pequeños como un granito de arena y como una gota de rocío mañanero, pero llevamos con nosotros una chispa divina que engrandece nuestra vida, porque El nos da su misericordia, su perdón y su amor. El centro del pensamiento de la Iglesia en este domingo está en el acontecimiento salvador que envuelve a Zaqueo. Éste hombre, pecador a los ojos del mundo, quería ver a Jesús. Jesús se le presentó, fue a visitar su casa y cambió su vida. Con esto la Iglesia nos dice que cuando uno quiere acercarse al Señor, se obtiene más de lo que uno busca. Zaqueo quería verlo, y se llenó de la gracia de Cristo. Su vida se transformó de tal forma que tuvo que repartir su dinero, porque ya no le hacía falta. Jesús llenó su vida y lo limpió por dentro. Ahí es donde está la riqueza y la belleza de la redención. Dios ha traído al mundo una gran novedad. La vida nueva en Cristo supera todos los amores pequeños, todos los deseos humanos, y toda la felicidad que el mundo nos ofrece. Pablo lo perdió todo y fue feliz, Zaqueo lo repartió todo y fue feliz, pues quien tiene a Jesús lo tiene todo. Eso es lo que busca la Iglesia en todos nosotros:

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llenarnos del Señor, desbaratar la fuerza material que nos domina, para poner un poquito de cielo en nosotros y cambiar nuestras vidas. La primera oración de hoy dice: Concédenos, Señor, caminar sin tropiezos hacia los bienes que nos prometes. Para no tropezar, tenemos que fortalecernos en la fe. Sentir la fuerza de Jesús, y dejar que el cielo, como un gran imán espiritual, atraiga nuestra vida, y le dé un toque diferente. Para caminar sin tropiezos necesitamos zambullirnos dentro de la vida de la Iglesia, buscar las cosas del Reino de Dios, saborear la oración, leer con pasión la Palabra de Dios y comulgar con paladar de ángeles. Este es un año maravilloso para enriquecernos con la vida sobrenatural. El Santo Padre y la Congregación Salesiana nos ofrecen un camino fabuloso de vida en el Espíritu:Este año 2004-2005 es el año del santo rosario. Un año para vivir el Evangelio en compañía de María, la Madre de Dios y Madre nuestra. Este año 2004-2005 fue declarado en el congreso eucarístico de Guadalajara, Méjico, como el año de la Eucaristía. El Santo Padre nos invita a acercarnos al Pan de Vida con un amor loco por el Señor, a hacer de nuestra vida una pequeña Eucaristía, a vivir en una profunda actitud de ofrenda. Este año 2004-2005 ha sido declarado por el Rector Mayor, don Pascual Chávez, como el año del Jubileo de la santidad juvenil salesiana. Se nos pide meternos dentro de la vida de todos estos santos y beatos salesianos, y caminar como ellos con pasos rápidos hacia el cielo. Un niña como la beata Laura Vicuña que ofrece su vida para liberar a su mamá del pecado; un adolescente como santo Domingo Savio que vive un verdadero éxtasis de amor con Jesucristo y con su santa Madre, son ejemplos que nos invitan a tomar nuestra vida de fe muy en serio. Este es un año para quitar un poquito de tierra

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de nuestras vidas y poner un poquito más de cielo. Este planeta tierra, este valle de lágrimas, es duro de vivir cuando falta Dios. Nos hace falta un poco de cielo para que la vida se haga hermosa. Somos peregrinos que vamos hacia la casa del Padre, y al llegar sabemos que habrá un juicio. Lo que Dios va a buscar en nosotros no es lo que nosotros consideramos como importante en esta vida. 1-Dios no nos preguntará qué modelo de carro usamos... Nos preguntará, a cuántas personas les servimos con ese vehículo. 2-Dios no nos preguntará cuántos metros cuadrados tenía nuestra casa... Nos preguntará a cuántas personas recibimos en ella. 3-Dios no nos preguntará la marca de la ropa de nuestro armario... nos preguntará a cuántos ayudamos a vestir. 4-Dios no nos preguntará qué título obtuvimos en la universidad... nos preguntará si en lo que hacíamos pusimos toda nuestra capacidad, dando de nosotros lo mejor. 5-Dios no nos preguntará en qué sector de la ciudad vivíamos... nos preguntará cómo tratamos a nuestros vecinos. 6-Dios no nos preguntará por el color de nuestra piel, sino por nuestra pureza interior. Dios no acusa. Dios nos da su vida nueva y fortalece nuestro espíritu para que demos testimonio de El y de su amor. Nos toca a nosotros ser fieles a esa noble misión. C C C

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Homilía 38Dios de amor

III - Aviento. -A. (12-Diciembre-04)Isaías 35, 1-10 Santiago 5, 7-10 Mateo 11, 2-11

Aviento nos invita a ir al encuentro con Dios. Muchos son los caminos que nos llevan al encuentro del Señor, y son muchas las llamadas que nos invitan a sentir la presencia de Dios entre nosotros. Nuestros oídos están aturdidos por otras voces, y nuestros corazones tienen nostalgias de caminos, donde Dios casi se está apagando. Jesús ya nació en Belén, vivió en Nazaret, murió y resucitó en Jerusalén. Su salvación está en la historia del hombre. La Iglesia celebra ese grato acontecimiento del Verbo Encarnado, y lo quiere celebrar con la alegría del primer nacimiento. Al mismo tiempo que recordamos el establo de Belén, la Iglesia espera ver un hermoso pesebre, no sólo en los templos y calles del mundo, sino en el corazón de cada hombre o mujer de fe. Si cada uno de nosotros prepara una verdadera celebración interior, el Hijo de Dios realmente vuelve a nacer, y se vuelve noticia para la humanidad. Tres personajes llenan este tiempo de Adviento y que nos animan para ir al encuentro del Señor: Isaías, que es el gran profeta que prepara la venida del Señor como luz del mundo; Juan el Bautista, que se sumerge con verdadera pasión a vivir el misterio del Mesías que llega, el profeta que transforma su persona desde dentro, para hacer un llamado a la penitencia desde su propia vida; y la Virgen María, que es un monumento del amor de Dios, y es a ella que le toca darle el primer abrazo, tras el saludo del ángel. Estos tres personajes nos conducen a la grandeza y a la sencillez del gran misterio de un Dios con

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nosotros. La lección de Jesús a esta confusa humanidad fue sencilla y muy clara. El mundo tiene un motor que lo mueve: el amor. Este mundo sin Dios no funciona, porque si se mata a Dios, muere también el amor. De dónde nacen la mayoría de los problemas de nuestro mundo? Los problemas nacen de la ausencia de Dios. En ninguna época el hombre ha manejado tanto dinero como ahora. Los bancos están llenos de dinero, los lugares de consumo y diversión están repletos de clientes, el “ir de compra” es una auténtica diversión. Sin embargo millones de personas carecen de muchas cosas, porque falta Dios. Muchos ricos administran su dinero sin contar con Dios. Piensan que no lo necesitan. Muchos pobres administran lo poco que tienen también sin Dios, pues sólo piensan en tener más, y dan rienda suelta a sus emociones, y el dinerito se les pierde en las manos. El desorden administrativo de la humanidad se debe a la ausencia de Dios. En ninguna época se ha hablado tanto de paz como en estos momentos: Jornadas mundiales de la paz, protestas contra la violencia, hombres y mujeres de fe están trabajando por la paz, pero no hay verdadera paz. Los terroristas y los constructores del crimen, le pasan por encima a Dios y al hombre. Y los que buscamos la paz queremos conseguirla sin Dios, a nuestro estilo. Lo primero para tener paz es una gran conversión de la humanidad y esa conversión no está, ni va a venir tan fácilmente. En ninguna época se ha hablado tanto de amor, de fraternidad, de apoyo mutuo como ésta. Sin embargo, las barreras del egoísmo, de la envidia y de la zancadilla dominan nuestro mundo. Todos queremos triunfar aunque tengamos que aplastar a otros, y un amor sin Dios no es posible. Los caminos del laberinto de una sociedad de poca fe se ensanchan cada vez más, y se llenan

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de confusión. Ese Dios que no está, que parece que se ha ido, es a quien esperamos que nazca de nuevo, porque El es la base de toda esperanza. El camino que Dios nos ha trazado es sencillo y hermoso: Es el camino del amor, pero no siempre sabemos andarlo. El nos hace ver que para seguirlo es necesario cargar con la propia cruz, pero primero nos llena de amor, para que la cruz no tenga mucho peso. Santa Teresita del Niño Jesús dijo: “Le pedí a Dios que me enviara sufrimiento, me mandó mucho, pero ya no sufro, porque todo lo que me hace sufrir me produce gozo”. Al estar llena de amor le cambió la cara al sufrimiento y lo hizo instrumento de gozo, ofrenda agradable a Dios.

San Maximiliano Kolbe, en la segunda Misa que celebró, pidió la gracia de ser mártir. En un momento en que iban a matar a un compañero de la prisión, ese hombre lloraba desesperadamente, y Maximiliano le dijo a los guardias alemanes: Mátenme a mí, y dejen libre a este hombre. Le aceptaron la propuesta, y así logró el martirio. Llegó a una escena tan heroica, porque estaba lleno del amor de Dios.

La beata Alejandrina María Da Costa saltó por una ventana, cuando un hombre la perseguía a los 14 años. Al caer se rompió la columna vertebral, y duró 37 años postrada en una cama. Los últimos 13 años los pasó sin comer nada, más que la comunión que recibía todos los días. Después de cinco años de enfermedad, ella no quería curar, sino sufrir para acompañar a Jesús en la salvación de los pecadores. Se llenó de amor a la cruz de Cristo como signo de salvación y pudo pronunciar estas palabras que están escritas en su tumba en Portugal: “Pecadores del mundo, si esto les sirve de algo, tomen mis cenizas, pisotéenlas, riéguenlas por todas partes, pero no cometan pecado.

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Esta maravillosa mística de la Familia Salesiana se llenó de la fuerza del Viernes Santo y se alimentó del sacrificio redentor. Al llenarse de amor, vivió su resurrección desde el lecho del dolor. Termino con unas palabras sobre el amor, ese amor que es el motor del mundo, pero que no siempre está entre nosotros con toda su pureza. Los hombres y mujeres que aman saben que el amor pertenece al infinito. No se le puede definir, ni se le puede enjaular, pues en un instante, bendice y vuela. Cuando hay celo, el amor está siendo prisionero en las capas profundas del egoísmo, y no se le permite volar, y el amor sufre. Cuando el amor quiere detenerse y descansar, duerme en el corazón de un niño. Por eso Dios se hizo niño, y sigue haciéndose niño para que el amor esté vivo entre nosotros. Por eso dijo Jesús: Los que quieran ir al reino del amor, deben hacerse como un niño. El mundo está lleno de amor, porque Dios dejó abierta una ventana y se escapó una ráfaga de su amor infinito. Desde ese momento, el amor es el puente virtual que nos une a Dios. Cuando alguien intenta amar, matando a Dios, mata también al amor, porque Dios es su fuente. San Juan evangelista estaba bien claro sobre esto: “El que no ama no es de Dios, ni conoce a Dios, porque Dios es amor”. C C C

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Homilía 39Un toque de divinidad

Navidad -A. (25-Diciembre-04)Isaías 52, 7-10 Hebreos 1, 1-6 Juan 1, 1-18

Esta pequeña reflexión se inspira no sólo en la fiesta del 25 de Diciembre, sino en todo el significado del tiempo de Navidad. Dios, al nacer como un niño, ha dado un toque de divinidad a este mundo material, temporal, limitado. No es sólo cuestión de celebrar la presencia del Dios-con-nosotros, o de contemplar este grandioso acontecimiento para la humanidad, sino que se trata de una invitación, de un llamado que se le hace al hombre para que se eleve un poco, liberándose de la red de cadenas que lo atan, y que siendo polvo, lo hacen que cada vez sea más polvo. Dios es libre, y viene a llamar al hombre al don de la libertad. La libertad interior no es un juego, ni es un regalo sencillo. Las personas que llevan años de luchas tratando de vivir la libertad interior, saben que el camino de la liberación es duro y trabajoso. Estamos demasiado atrapados en este planeta tierra. Las leyes de la naturaleza nos controlan desde fuera. Y en nuestro interior, somos esclavos de las fuerzas del pecado que nos inclinan al mal. Un gran poeta de la antigua Roma, Ovidio, decía: “video meliora, proboque, deteriora sequor”: Yo veo el bien y lo apruebo, pero sigo el mal”. Y el apóstol san Pablo decía también: “Llevo en mí una ley de muerte que me lleva a hacer el mal que no quiero y me impide hacer el bien que quiero”. Elevar esta naturaleza un poquito para que se haga menos terrena, no es fácil. El profeta Isaías nos anuncia una gran

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noticia cuando ve venir el mensajero de la paz: “ Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la salvación”. Las palabras de Isaías son un verdadero cántico de alegría. Pero, al pasar la página, nos encontramos con el prólogo del Evangelio de san Juan que dice: “La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la conoció. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron”. Juan 1. En medio de los cánticos de los ángeles: “Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”, oímos las palabras del anciano Simeón, al tomar en sus brazos al niño Jesús: “Éste será una bandera discutida, y a ti, María, una espada atravesará tu alma”. El nacimiento del Hijo de Dios será de gran noticia para la tierra, pero su misión lleva consigo precio de sangre. Tras la historia de Jesús, hoy, 21 siglos más tarde, podemos comprender que “sacar el mal del mundo” es un proyecto que sólo Dios puede emprender. Estamos tocando las puertas de un misterio que no es asequible a nuestra mente humana. Cuando se trata de enviar un cohete al espacio se necesitan toneladas de pólvora para que esa máquina se libere de la gruesa capa de la atmósfera y pueda navegar a alta velocidad en un espacio libre de presión. En el campo del espíritu es todavía peor, pues se trata de algo que está inscrito en el mismo ser de nuestra naturaleza. La inclinación al mal es una fuerza que está dentro de nosotros y que nos lleva por caminos que no queremos. En la leyenda americana de “Peter Pan” hay un personaje llamado “Campanita” que posee una especie de polvo divino, y el que es tocado por ese polvo, elimina la ley de la gravedad y puede volar. Cuando Peter Pan invita a Wendy y a sus dos hermanitos a visitar la isla de Neverland (Nuncamás), un poco

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de polvo de Campanita es rociado sobre los tres amigos de Peter, y emprenden el vuelo junto a su amigo. Mientras van volando, el niño pequeño se da cuenta de que se ha quedado el perrito, toma a Campanita y la sacude sobre el perrito, para que vuele y los acompañe. El perrito está atado con una cu-erda, y cuando le echan el polvo divino, puede levantarse en el aire, pero no puede seguir volando, pues la cuerda lo ata a la tierra y no lo deja volar. La semejanza es perfecta. El perrito, aunque fue tocado por el polvo divino, no pudo volar, pues estaba atado con una cuerda. Todo aquél que esté atado a la tierra por una cadena que lleve la fuerza del pecado, no podrá levantarse a vivir la experiencia de lo divino, pues lleva en su ser un impedimento profundo. Es por eso, que se precisa una gran liberación interior, una ruptura de cadenas que nos atan, para que recibamos el toque divino del Hijo de Dios, y podamos levantarnos a una experiencia de orden espiritual. Mientras más amor le tengamos a este mundo, más se debilitará la acción de Jesucristo en nosotros. Dios es quien nos da el don de la Gracia, pero nos toca a nosotros preparar nuestro interior para que esa Gracia se instale en nuestras vidas. Cuando se quiere instalar un programa en una computadora, si en la computa-dora hay muchos virus, el programa no se instala, o se instala mal. Eso nos pasa a nosotros. Al recibir la gracia de Dios, no la podemos vivir a plenitud, porque hay demasiados virus con sabor de mundo en nuestra experiencia divina. Hay que sanar, hay que limpiar, hay que abandonar cosas que no nos dejan crecer, ni saborear la vida sobrenatural. Si Navidad es un toque divino sobre la tierra, en este tiempo de Navidad deberíamos buscar más las cosas de orden espiritual. Pero sucede al revés : Si comer es algo material, comemos más para hacernos más material...Bebemos más para hacernos más material...

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Nos divertimos más, dándole valor a las cosas de la carne. Al celebrar la presencia de lo divino, potenciamos lo temporal. En vez de tratar de hacernos más divinos, nos aferramos más al consumo, a lo material, a lo que es de este mundo. Dejarse tocar por Dios y elevarse un poco a lo espiritual no es programa fácil. Por eso, el canto de los ángeles no dice solamente “gloria a Dios en las alturas”, sino que también añade: “ y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad”. Esa paz no le tocará a todo el mundo, sino solamente a los que tienen una voluntad buena, o sea, que son capaces de abandonar algo del mundo para unirse al proyecto de Dios. El toque divino dado por Dios a nuestra naturaleza humana fue una realidad. Pero la marcha es muy lenta, y el reino de Dios crece muy despacio. Celebrando las fiestas del Señor, lo que hacemos es llenarnos de lo material y de lo que se consume en el tiempo. En vez de acercarnos a Dios, nos alejamos, y nuestras fiestas tienen un efecto contrario a lo que tendríamos que lograr. El apóstol san Juan dice: “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a cuantos lo recibieron les da el poder de llegar a ser hijos de Dios, si creen en su nombre”. Jn 1, 1-18. Como sea, siempre hay una puerta abierta para los que tienen “buena voluntad”, para aquellos que aceptan dejarse tocar por la fuerza divina, rompiendo así las cadenas que nos atan, y volando libres hacia el terreno de la voluntad de Dios, sintiendo que somos su propiedad y que le amamos con todo el corazón. C C C

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Homilía 40La fe y el milagro

V - Cuaresma. –A. (13-Marzo-05)Ezequiel 37, 12-14 Romanos 8, 8-11 Juan 11, 1-45

Dice Ezequiel: “Les infundiré mi Espíritu y vivirán”. Dice Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá”.

Antes de entrar en la Semana Mayor, donde celebraremos la muerte y la resurrección de Cristo, la Iglesia nos invita a tocar fondo, a revisar nuestra fe y a ahondar en nuestro acercamiento al misterio de Dios. Aceptar por la fe que Jesús es el dueño de la salud y la enfermedad, de la muerte y de la vida, es también sentir que somos parte de la presencia de Dios en la tierra. La fe es un don sobrenatural, y si llegamos a creer, es por la fuerza y la luz que nos da el Espíritu recibido en el Bautismo. Poder creer que en un pedacito de pan consagrado está la persona de Jesucristo, aceptar con Marta, con María y con toda la Iglesia universal, que El es la resurrección y la vida, es una gracia que hemos recibido, y tenemos que decir que eso es parte del misterio de Dios con nosotros. ¿Por qué no nacimos musulmanes, o en un pueblo budista? El hecho de haber nacido en un ambiente cristiano, con la mente abierta a la fe, dentro de esta experiencia de salvación, todo ello es una gracia, un don, que nos lleva a ser parte del Misterio de Dios en la tierra. Hoy asistimos a uno de los más grandes milagros de Jesús: Lázaro, que llevaba 4 días enterrado, se levanta sano y salvo de la tumba. Aunque muchos vieron la realización concreta del milagro, ése era un acontecimiento para ser creído por la fe.

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Cuando algo del cielo se realiza en la tierra sólo puede ser visto y entendido por los ojos de la fe. Fuera de la fe, toda explicación naufraga. Con esa chispa divina que hay en nosotros, contemplamos dos tipos de milagros: Los milagros de la creación, y los milagros que llevan a la salvación. La creación es un milagro de Dios. Para que se produzca ese milagro, sólo hace falta el poder de Dios. Dios crea para su mayor gloria, para manifestar su poder y no necesita interlocutor. Los milagros que llevan a la salvación son los milagros obrados por Jesús en su vida pública, y los milagros obrados por la Iglesia en el nombre de Jesús. Para que se produzcan estos milagros hacen falta dos fuerzas: Primero, el poder de Dios que puede hacerlo. Segundo, la fe del creyente que recibe el milagro. Sin la fe no hay milagros que lleven a la salvación. Sin la fe de Marta y María, el milagro de Lázaro no era posible. Jesús le dice a Marta: “No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Este tipo de milagro se realiza para despertar la fe o para hacerla crecer. Las curaciones de Jesús no eran para que la gente estuviera sana. Esa gente volvía a enfermar, y el mismo Lázaro volvió a morir. El milagro de Lázaro era para fortalecer la fe de los discípulos, incluso para despertar la fe de muchos judíos que llegaron a creer en El. El P. Emiliano Tardif se curó de un cáncer, no para que viviera un poco más, sino para que ese milagro sirviera para llamar a muchas personas a la conversión, para que la buena noticia cabalgara sobre ese milagro. De hecho, Emiliano Tardif, mientras una multitud de más de 10 mil personas lo estaban esperando, falleció en su habitación en Argentina. La misión para la cual ese milagro se había producido ya estaba completa, y Tardif se fue. Esa fe que produce milagros debe ser una fe que brota de una intensa adhesión a Jesucristo. La fe es un

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caminar en el misterio de Dios. La fe en Cristo tiene que ir desbaratando el pecado que todavía tiene sus marcas en no-sotros y que produce en nosotros más gusto por lo que es del mundo que por aquello que es espiritual. La fe debe ir matando la fuerza del mundo que está dentro de nosotros, para irnos configurando con el Señor. Con esa fe empobrecida que ten-emos nosotros, que nos pasamos 20, 40 o 60 años creyendo lo mismo, rezando de la misma forma el Padre Nuestro, encendiendo el mismo velón, o con la misma débil caridad, que sólo damos de nosotros pequeños restos que no nos mo-lesta el perderlos; y sobre todo, con ese tremendo miedo a la cruz que no nos permite sufrir nada, pues cualquier cosa que nos moleste, enseguida decimos: “Señor, pásame tu mano sanadora y libérame de eso que no aguanto más”... E incluso llegamos a pensar que la persona que acepta el sufrimiento es un masoquista, que eso no tiene sentido, porque mi Jesús ya está resucitado.... Todo eso es como un virus que va matando la fuerza espiritual y que apaga la fe. Pasamos una cuaresma entera sin sufrir nada, sin ayunar, sin purificación, sin caridad, y en el Triduo Pascual celebramos la muerte y la resurrección de Cristo, que no es nuestra muerte, porque no hemos muerto a nada, ni hemos resucitado a nada. Lo que hemos vivido es todo una literatura y unos rituales vacíos. No hay nada que purifique todo este sabor de mundo que hay en nosotros y que nos lance a una experiencia espiritual más profunda. Por eso no llegamos al campo del milagro. La cruz se nos cae de la mano, y como la santidad consiste en copiar el estilo de Jesús al cargar nuestra cruz, no hay sabor de santidad en nosotros, ni podemos entrar a ser parte de los milagros de Dios. Santa Teresita del Niño Jesús se dio cuenta que escupía la sangre y que sus pulmones estaban dañados. Entonces, se dijo para

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sí misma: “ Si le digo a mis superioras que estoy enferma, buscarán un médico, y si el médico me cura, no podré sufrir para mi Jesús”. Cuando las monjas se dieron cuenta, ya era tarde. La unidad con Cristo en la ofrenda de uno mismo no es algo simple. Es verdadera muerte. Para nosotros, esa actitud de santa Teresita, fue una locura. Para Dios, fue una ofrenda heroica. Cuando la beata Alejandrina María Da Costa, a sus 14 años saltó por una ventana huyendo de un hombre, se rompió la columna vertebral y quedó paralizada. Toda la comunidad cristiana, de grupo en grupo, rezó durante cinco años, pidiendo la curación de Alejandrina. Una jovencita cumpliendo sus 15, 16, 17 años paralizada en una cama, daba mucha pena. Cuando cumplió 19 años Jesús se le presentó en una visión y le dijo: “Alejandrina, no quiero que cures. Quiero que me acompañe a sufrir por los pecadores”. Alejandrina pasó 41 años paralítica en una cama, y durante 8 años experimentó cada viernes, por tres horas, todos los dolores de la agonía de Jesús en la cruz. Después de todo ese dolor, quedaba como un verdadero guiñapo humano. Se convirtió en la mística más grande del siglo 20. Pasó 12 años y 7 meses sin probar comida, sólo ingiriendo la Comunión. Mientras todo el mundo rezaba buscando la curación, Jesús la invitó a sufrir, porque todavía la cruz existe para nosotros, y sigue siendo instrumento de sal-vación. Cuando san Maximiliano Kolbe celebró en Polonia su segunda Misa después de su ordenación, le pidió a Dios que le concediera la gracia de morir mártir. Que él pudiera derramar su sangre por la fe en Jesucristo. En la segunda guerra mundial cayó preso en uno de los horribles campos de concentración de los alemanes. El vivía su vida como un preso más. Nadie sabía que él era sacerdote. Un día se produjo una revuelta entre los presos y un grupo se escapó. Los alemanes reunieron a la

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multitud de presos y les dijeron: Como escarmiento para que esto no vuelva a suceder, vamos a escoger a 10 de ustedes y los vamos a matar aquí mismo. Separaron a diez presos. Uno de ellos empezó a gritar: “Por favor, no me maten, tengo esposa e hijos y quiero volver a verlos... Cuando dejó de gritar, el P. Maximiliano le dijo a los soldados: “Liberen a ese hombre, y mátenme a mí”. Para dar un paso así, hay que poseer una fe muy grande, y sobre todo, saber, que detrás de ese fusil, había unas manos de Padre que lo iban a acoger con amor infinito. Así se cumplió el gran deseo de ser mártir. Mártir de la caridad como Jesús en la cruz. La Iglesia nos invita a celebrar la muerte y la resurrección de Cristo como nuestra propia muerte y nuestra propia victoria. Si cada cuaresma, y especialmente cada Semana Santa, se llevara algo de ese mundo que domina dentro de nosotros, la celebración de la Pascua de Cristo sería un verdadero aleluya. Cuando la vida cristiana es vivida en la fe, fe que transforma y fe que da vida, cada paso es para nosotros un milagro de la presencia de Dios en el mundo. Todo esto es posible, pero Dios tiene que trabajar en nosotros como trabajó en la Virgen María. Dios hizo maravillas en ella porque fue humilde y esclava. Si Dios encuentra en nosotros “humildad” y “disponibilidad”, cosas maravillosas sucederán en nuestras vidas, porque somos parte de su muerte y su resurrección. CCC

..... es fe.

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Homilía 41Pérdida del hambre de Dios

IV – Pascua – A. (17-Abril-05)Hechos 2, 36-41 I Pedro 2, 20-25 Juan 10, 1-10

Salmo 23: El Señor es mi Pastor, nada me falta.

El cuarto Domingo de Pascua es el Domingo del Buen Pastor. La Iglesia toma conciencia de que todo el Pueblo de Dios es como un gran rebaño que sigue al Buen Pastor, Jesucristo, bajo la acción del Espíritu Santo. Las ovejas que lo han descubierto como su redentor, reconocen su voz, pues el Espíritu Santo les ilumina y les hace entender lo que Dios quiere decirnos con su voz de Pastor. El Domingo del Buen Pastor es el día que la Iglesia dedica todos los años para rezar por las vocaciones, para meditar en la entrega al Señor, en la consagración a Dios de tantos jóvenes, ellos y ellas, quienes dejando a un lado las voces del mundo, saben tener a Dios como su directo interlocutor, y llegan a la expresión heroica de sus vidas, consagrándose a la causa del Evangelio, para construir el Reino del Señor. Rezar por las vocaciones, dar limosnas para el sostenimiento de las vocaciones, y hacer sacrificios para que el Dueño de la mies nos bendiga con santas y abundantes vocaciones, es un compromiso del pueblo de Dios, que necesita hombres y mujeres que cuiden de la herencia de Jesucristo, quien nos dejó en su Palabra un camino seguro para llegar a la casa del Padre en la otra vida. Debido a las grandes preocupaciones en lo que es material y pasajero; debido a nuestra huida de todo sacrificio, y a la búsqueda de un cuadro enorme de satisfacciones pasajeras, vamos perdiendo nuestra sintonía con la voz de Dios, y nos

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vamos alejando del redil y casi desconocemos la voz del verdadero pastor. Oímos solamente lo que nos interesa. Lo que es de orden espiritual pasa como un torbellino de confusión por nuestra mente, sin detenernos a considerar el valor que tiene, o de la necesidad que tenemos de fortalecer nuestra fe. El Santo Padre, cada año, escribe un mensaje para la jornada de oraciones por la vocaciones. Hoy la Iglesia medita en el último mensaje de Juan Pablo II para este 17 de Abril, donde él hace un ferviente llamado a los jóvenes, y les dice: “no tengan miedo a entrar en la barca de Cristo y remar mar adentro, con una vida totalmente dedicada al Señor. La oveja que realmente ama a Cristo y quiere seguirlo es llamada a un plan de vida heroico. Eso significa “remar mar adentro”, buscar un poco más lo que es de Dios, para que se alimente la fe y se fortalezca la esperanza del cielo. Lamentablemente, nuestra sociedad, nuestro mundo de hoy, con una fiebre y una agonía por aumentar la economía y disfrutar de sus encantos, no solamente deja de oír la voz del buen Pastor, sino que va perdiendo el sabor de las cosas de Dios. Dios no es lo primero en nuestras vidas. Si a la hora de ir a trabajar, llega una visita, la persona deja la visita y se va para su trabajo. Si a la hora de salir para una cita médica, llega una visita, la persona deja la visita, y se va a su cita médica. Pero, si a la hora de ir para la Misa, llega una visita, la persona atiende la visita y deja de ir a la Misa. Las cosas de Dios se hacen “si se puede”. Eso va lentamente debilitando la fe y perdiendo el sabor de Dios. En muchas circunstancias de la vida no logramos entender a Dios, porque no oímos su voz, y cuando se trata de alimentarnos de la oración o del Pan de vida, no tenemos el sabor para gustarlo y no nos interesa. El apóstol Pedro dice en la 2da. Lectura : “Si hacen el bien

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y además aceptan el sufrimiento eso cuenta mucho ante Dios”. Significa que no basta con hacer el bien. También hace falta aceptar el sufrimiento al estilo de Cristo, o sea, hay que hacer el bien y además unirse a Cristo en este plan de salvación. Una de las experiencias más penosa que estoy teniendo cuando celebro Misa en las pequeñas comunidades de los campos, es ver gran cantidad de gente haciendo nada, sentada frente a la calle viendo los carros pasar, jugando dominó, o tomando el fresco de la tarde. Se celebra la Misa a 50 metros de donde ellos están y no participan. La gran enfermedad de la sociedad no es la violencia: eso es cosa de unos pocos. No es la maldad que hay en el mundo, porque hay demasiada gente buena. La gran enfermedad es el vacío espiritual, la pérdida del hambre de Dios. En la Misa, la mayoría de los feligreses no comulgan. No sienten el deseo del Pan de vida. Mucha de la gente que no va a la Misa, no es gente mala, es gente buena, capaz de hacer mucho bien, creen en Dios, no son pecadores llenos de maldad...simplemente, eso de la Misa no les interesa, no les sabe a nada. Han perdido el sabor de Dios, no ven valor en el culto que se celebra. Un juego de pelota, un show en una calle, un par de jóvenes dando cuatro brincos y diciendo que eso es bailar, los despierta por dentro, hace brillar sus ojos y los llena de interés... pero si entran a una iglesia, todo les aburre, porque se perdió el sabor de Dios. Cuando una persona tiene mucha gripe, no quiere comer, el cuerpo se ha debilitado y la comida le sabe amarga. Ha perdido el sabor de la comida. El cuerpo necesita la comida, pero le sabe mal y no la quiere. Lo grande es que para recuperar el apetito del cuerpo basta con una inyección o una pastilla. Pero el apetito del alma, el hambre de Dios, cuando se pierde, no se recupera tan fácilmente. La falta de hambre de Dios es

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muerte interior, es muerte del alma, y es difícil recuperar esa vida nueva que nos viene de Cristo. Por eso la Iglesia insiste: Limpiemos nuestra alma para poder acercarnos al Pan de vida y adquirir un poco de fortaleza espiritual. No descuidemos la oración y la comunicación con Dios. Ese poquito de fe que todavía queda en nosotros hay que protegerlo, alimentarlo, y no dejar que los que no tienen fe nos lo destruyan con sus conceptos vacíos y su falta de sabor espiritual. El salmo responsorial es una pieza maestra de la espiritualidad del pueblo de Israel y de toda la Iglesia: El Señor es mi pastor, El me cuida, El me guía, El me ilumina. Si me dejo conducir por El, mi vida va a cambiar, voy a sentir mucha seguridad y mucha fuerza para andar por la vida. La felicidad para mí no será solamente una carga de emoción humana, sino que encontraré mi felicidad en el Evangelio, hasta en la misma cruz que me toca cargar, en el deber bien cumplido, en las cosas bien hechas, porque tengo otro paladar y otros valores para apreciar este mundo. Comprender cuánto Dios nos ama es algo que nos ayuda a amarle más. Dios nos manda flores cada primavera, y cada mañana nos regala un amanecer. Cuando queremos hablar con El, nos escucha con amor. El puede vivir en cualquier parte del universo, pues el mundo es suyo, pero el lugar preferido de Dios para habitar es el corazón humano. Por eso creó al hombre a su imagen y semejanza. Naturalmente, Dios no nos prometió días sin dolor, risa sin tristeza, sol sin lluvia. Lo que prometió fue mucha fuerza para sobrellevar la carga de cada día, consuelo para las lágrimas, y sobre todo, mucha luz en nuestro camino, porque seguirle a El es saber a dónde uno va, qué es lo que uno quiere, y saber que nuestra meta es muy hermosa, porque El está. C C C

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Homilía 42No pierdan la calma

V-Pascua-A. (24-Abril-05)Hechos 6, 1-7 I Pedro 2, 4-9 Juan 14, 1-12

Los primeros cuatro Domingos de Pascua presentaban un gran contraste: Por un lado, la alegría pascual al ver a Jesús resucitado. Por otro lado, lo que el Señor sufrió para llegar a su Pascua, y lo que le tocaba sufrir a la comunidad para estar junto a su Maestro en la muerte y en la Resurrección. Se narra el crecimiento del grupo de los que seguían a Jesucristo en medio de persecuciones y martirios, y también en medio de grandes milagros que eran las señales de la presencia de un Jesús resucitado, la señal seguro de que Jesús está vivo. Este Domingo V está dominado por la paz del corazón de Cristo que dice a sus discípulos: pase lo que pase “no pierdan la calma”, “yo estoy con ustedes”, “no teman”. Es un precioso llamado al sosiego, al descanso, a tomar conciencia de que hay una fuerza dentro de nosotros, con la que podemos vencer toda tempestad. Los apóstoles dejan la repartición de alimentos de la comunidad en mano de 7 servidores(diáconos), y se dedican plenamente a la meditación de la Palabra de Dios, a trasmitir la alegría profunda de que el Señor está vivo. Las oraciones buscan en Dios una mirada de amor de Padre, una gran libertad de espíritu, y la herencia eterna. Nuestros corazones, apoyados en la misericordia divina, quieren apoyarse en Dios. En la segunda lectura, Pedro pone en el alma de sus hijos las preocupaciones de arriba: Ustedes son piedras vivas, que van construyendo el templo espiritual que es la Iglesia donde habita el Señor. Todos nosotros somos casa de Dios, templos del Señor. Dejemos de un lado la alegría del mundo para

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disfrutar de esta gran realidad que es nuestra pertenencia a Jesucristo. Los que no siguen a Dios se estrellan contra la roca, tropiezan y caen. Nosotros somos linaje elegido, sacerdocio real, nación santa. Somos un pueblo que proclama la alegría de haber salido de las tinieblas y haber entrado en la luz. Al andar por la vida no debemos tener miedo. El camino es claro y la meta es segura. Jesús es el camino, la verdad y la vida. Jesús es el camino, porque es El quien sale al encuentro en cada circunstancia en que lo necesitamos. El es el camino de los que están tristes y preocupados, porque sólo El puede devolver la alegría perdida. El es el camino de aquellos que han decidido dedicar su vida a anunciar su nombre y su Evangelio. El es el camino de aquellos que lo aman como verdaderos locos de Dios, de aquellos que lo tienen como la única razón de sus vidas. Jesús es el Señor de los caminos, de los que de verdad quieren andar, y dar un paso de valor en la vida. Jesús es la verdad, y Él no puede morar donde hay mentira, y doble cara. El fariseísmo quiso frenarlo en el tiempo de su presencia física, y lo sigue frenando hoy día en su santa Iglesia. Jesús es el alimento de aquellos que quieren vivir de verdad, de los que quieren un poquito de vida divina. Jesús es la vida, es el Pan de vida de toda la Iglesia, que se alimenta cada día para seguir andando en la verdad. Jesús es Camino, Verdad, y Vida, hacia donde el mundo tiene que mirar, porque fuera de El, todo se desvanece, todo se derrumba, todo pierde significado. Camino, Verdad y Vida, que llena las expectativas de la humanidad. En Él encontramos sosiego y descanso, y se aviva nuestra esperanza. Sanos o enfermos, ricos o pobres, vivos o muertos, somos del Señor, y caminando junto a El, oímos esas hermosas palabras: No tengan miedo, no pierdan la calma, Yo soy el descanso de ustedes.

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Permanezcan junto a Mí, pues sólo Yo les puedo devolver la felicidad que creen haber perdido. C C C

Homilía 43Testimonio de unidad

XXVII -T.O. –B ( 9-Oct.-2006 )Génesis 2, 18-24 Hebreos 2, 9-11 Marcos 10, 2-16

Dice Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”... “No está bien que el hombre esté sólo”. Con nuestra fe llegamos hasta el misterio de la pareja humana, y vemos que sale del mismo Dios. Antes del pecado original, esta pareja estaba dotada de dones sobrenaturales, de santidad. La unidad y el amor eran cosas ordinarias, como sucede en los ángeles. Habían sido creados a imagen y semejanza de Dios. Pero otro misterio se abrió paso en la existencia humana: el pecado, la rebelión, el poder del mal. Se perdió la unidad, se perdió la santidad y se perdió el verdadero amor. El hombre y la mujer dejaron de ser una ayuda el uno para el otro, y en vez del amor gratuito, empezó la conquista y la rivalidad para imponer la propia manera de ver. El rescate de los valores del hombre encontró su fuerza y su estilo en el Hijo de Dios, Jesucristo. Los que fueron creados a imagen y semejanza de Dios, ahora son salvados a imagen y semejanza del Hijo de Dios hecho hombre. Siguiendo a Jesucristo, con la propia ofrenda, con la propia renuncia, con el propio sacrificio, se recuperan la unidad y el verdadero amor de la humanidad. Los lazos económicos no unen a las personas; los lazos políticos no unen a la comunidad; incluso los lazos

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de sangre no siempre nos unen, pues hay muchos padres, hijos y hermanos que viven como enemigos: ni se aceptan, ni se hablan. Solamente siguiendo el camino de la cruz, con la inmolación propia, se puede lograr la unidad y el auténtico amor. No se puede hablar de unidad de la raza humana, ni de una nación, ni de un pueblo, si no hay unidad en la pareja. El mundo adolece de un porcentaje muy elevado de separaciones, rupturas y divorcios. La pareja actual está inundada de luchas y discusiones, y no tiene sosiego ni para la paz, ni para el amor. Muchas parejas se casan con separación de dinero, de posesiones, con un criterio marcado de distancia entre los dos. Se trata de reconstruir la gratuidad de Dios más allá de las limitaciones del pecado. La distancia entre las personas sólo se supera con el sacrificio personal, inmolando la propia persona con todo lo que se tiene, para poder querer con calidad, al estilo del amor de Cristo. Jesús renunció a su poder divino, a su grandeza infinita, e incluso se dejó matar como hombre para poder amar más allá de lo razonable. El precio de su amor fue su sangre, su donación total. Si una pareja se casa con separación de bienes, cuál es el precio de ese amor? Lógicamente surge una pregunta: Después que una persona acumuló bienes y herencias, se los va a ofrecer a otra persona que no ha hecho nada? La respuesta está al pie de la cruz: La Redención es gratuita. El premio del que redime es la alegría de ser capaz de redimir. Se trata de inmolar todo lo que usted es y todo lo que tiene para poder lograr el sueño de su vida que consiste en llegar a la unidad y al amor pleno con alguien, y saber que eso es proyecto de Dios, y que el hombre lo logra porque fue creado a imagen y semejanza de Dios. El amor y la unidad se miden por la calidad de lo que usted renunció

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para poder amar. Jesús, cuando alguien quería seguirle, le decía: “Vende lo que tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme”. Los santos renunciaban a todo lo que tenían o que podían tener para lograr un amor loco hacia Jesucristo. Cuando dos personas se unen para formar una sola carne, si uno tiene más y otro tiene menos, el dichoso no es el que tiene menos, porque se casó con una persona rica. El dichoso es el rico, pues puede vivir un amor con una inmolación mayor, con un precio mayor. Jesucristo es el más dichoso, porque fue el que se sacrificó más para amar. Cuando hay divorcios siempre se alega incompatibilidad de caracteres. Pero eso no es razón, pues incompatibles somos todos. El pecado nos ha convertido a todos en montañas de egoísmo, y sólo puede haber unidad entre nosotros, cuando el amor propio y todo lo que uno es, se sacrifica y se ofrece. Ese fue el estilo de Jesucristo, y sólo así se puede construir un poquito de amor que redime. El hombre y la mujer no fueron creados con un molde. Dios los creó dejando en cada uno su propia originalidad. Por eso el amor vale, pues cada uno debe renunciar a algo para lograr la unidad. Y mientras más renuncia hay, el amor vale más. La famosa igualdad del hombre y la mujer no existe ni existirá. Se está buscando una igualdad en lo que se exige. Pero la igualdad que funciona es “en lo que se ofrece”. Si uno ofrece algo y el otro busca igualarlo en ofrecer, en dar de sí mismo, eso redime. Pero cuando se busca la igualdad en la reivindicación, exigiendo derechos, no hay respuesta. El hombre y la mujer fueron creados cada uno con su originalidad existencial, y no pueden unirse por exigencias, sino por ofrenda. Y mientras más grande es la ofrenda, y mientras más noble es la ofrenda, mayor es la unidad y mayor es el amor. Hay parejas que quieren casarse viviendo cada uno su montaña de egoísmo. Su

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persona es un huerto cerrado, y aman en la distancia. No son amantes al pie del altar, o delante del juez, son piratas que vienen a invadir el territorio del otro para dominarlo y ponerlo a su servicio. Si muchas parejas quieren seguir unidos, no para sufrir, sino para ser felices, deben rectificar sus intenciones, y sanar los motivos de su unión, pues fácilmente la unidad puede estar enferma. Dice el apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy: “Por la gracia de Dios, Jesús padeció la muerte para bien de todos”. En un mundo imperfecto, limitado y deficiente, la única forma de redimir un ambiente es que alguien se sacrifique por el bien de todos. Pero, cuando nadie quiere sufrir, un hogar no se reconstruye. Exhibiendo razones y derechos personales no se recupera la unidad de una pareja. La redención es fruto de sacrificio y de muerte. Sólo imitando la inmolación gozosa de Jesucristo en la cruz es que la humanidad puede crear un mundo hermoso y liberarnos de una mutua destrucción. C C C

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Homilía 44Navidad y Año Nuevo (2006-2007)

Jornada de la paz y Madre de Dios.Los confines de la tierra han contemplado

la victoria de nuestro Dios.

“De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas, no alzará la espada pueblo contra pueblo,

no se adiestrarán para la guerra”. Isaías 2, 1-5“Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la salvación”. Isaías 52, 7-10

“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra” ... - Jornada de la paz -

Navidad y Año nuevo es un tiempo para agradecer, para reflexionar y para celebrar. Saber agradecer todas y cada uno de las bendiciones que recibimos en el año 2006: Salud, amor, felicidad, alegría, tristezas, fracasos y desengaños. Los días buenos y los días malos fueron como una escuela que nos enseñó a saber vivir . Detenernos a reflexionar para pedir perdón por todo aquello que pasó por nuestra vida y no tuvo a la altura de nuestra dignidad de hijos de Dios. Ver si damos lo mejor de nosotros, y si estamos cumpliendo la misión para la cual estamos en este mundo. Es también tiempo de celebrar nuestra capacidad de amar, de pensar, de sentir, de trabajar, de compartir y de perdonar. Celebrar la vida es hermoso, pues son muchos los que han partido de este mundo sin poder decir adiós, sin poder decir cuánto amaban, sin un “gracias”, un beso, un abrazo o una

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sonrisa. Es tiempo de hacer buenos propósitos para sembrar el bien con mayor generosidad. Es un tiempo en que nos deseamos una hermosa Navidad y todo lo bueno del universo para el año 2007 que empieza. Qué será todo lo bueno del 2007? El bien no es una casualidad, no cae como la lluvia de las nubes. El bien es lo que el hombre trabaje y construya con su propio esfuerzo, con su abundante ilusión. Cuando el hombre tenga verdadera pasión por el bien, el mundo dará un viraje hacia Dios. El año que termina nos ha dejado una serie de escombros que hay que limpiarlos. La guerra de Irak y sus agitados acontecimientos es una verdadera espina para el mundo. El Vaticano condenó el Sábado la ejecución de Saddam Hussein, a la que calificó de evento trágico, y alertó que se corre el riesgo de fomentar un sentimiento de venganza y sembrar una redoblada violencia en Irak. Ejecutar a los culpables no es la forma de reconstruir la justicia y reconciliar la sociedad. La humanidad se tiene que construir sobre otros principios que no sean los del “ojo por ojo” y el “diente por diente”. Los acontecimientos actuales nos aseguran que los caminos del hombre están bloqueados, y que la humanidad camina hacia su propio precipicio, porque el hombre sigue siendo víctima del hombre. Las diferencias entre Occidente y el Medio Oriente que están aterrizando en Irán; las conversaciones con Corea del Norte; el doloroso silencio de Cuba; el desequilibrio de los discursos que se oyen en el generoso país de Venezuela, donde se vive un permanente margen de desorientación; una Europa globalizada, buscando que el euro se haga poderoso y forzando la vida de los más pobres; los Estados Unidos navegando con dos cualidades peligrosas: el poder y el miedo, pues en este momento, Estados Unidos, con todo su poder, está lleno de

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temor; una Iglesia de Jesucristo, que en muchos ambientes experimenta más poder del mundo que humildad de Evangelio, que trata de entenderse con el rico y el pobre, con el bueno y el malo, practicando una prudencia que no le cause problemas; un país como el nuestro, República Dominicana, que tiene una tierra rica, un suelo lleno de minas, y una gente noble y generosa, donde todos podríamos vivir bastante bien, pero está crucificado por una dura economía, ya que el gobierno ha encontrado una mina en los impuestos. El gobierno goza de una economía millonaria, pero ahoga al pueblo con unos impuestos elevadísimos, talvez los más altos del mundo. Todo esto y mucho más son los escombros que el 2006 nos ha dejado. No hay tiempo para lamentarse, pero es tiempo para reconocer la realidad que pisamos. El egoísmo del hombre moderno es como un cáncer que devora nuestra esperanza, y no nos deja soñar, pues en vez de sueños tenemos pesadillas. La competencia económica y la fiebre de poseer no deja que el hombre logre la paz, ni exterior ni interior. Los centros de recreo y de corrupción se multiplican, y las iglesias, donde se le da culto a Dios, se vacían. La personas, aun siendo nobles y generosas, se contentan con decir: No tengo tiempo para rezar, pues los 7 días de la semana y las 24 horas del día son para sus asuntos materiales, y los valores del alma son simples rituales, que con frecuencia ni se consideran como válidos. La invasión de fiestas y celebraciones de la Navidad no llevan nada de Dios, y supuestamente celebran el nacimiento de un Dios que ni conocen ni aman. Por eso hay tantas peleas, tantas guerras, tantas separaciones, porque el hombre sin Dios, pierde su flexibilidad, volviéndose quebradizo y resentido. La Navidad nos recuerda la generosidad de Dios al enviarnos a su Hijo Jesucristo, y el Año Nuevo nos habla de proyectos y

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esperanzas, de alegrías y de un futuro cargado de entusiasmo. Son como una inyección positiva para este mundo cansado y maltrecho. Es como despertar a una hermosa realidad, que nos pertenece, que nos dice que somos capaces de algo mejor, pero que nos hemos desviado del verdadero camino y que necesitamos corregir ruta. Pertenecemos a una humanidad agitada, cansada, nerviosa, que únicamente ve sosiego en el dinero, y el dinero no hace más que generar muchos males, pues no siempre es dinero usado para buenos propósitos, sino para alimentar pasiones, egoísmos y emociones descontroladas. Parece que Caín todavía está vivo y anda con su garrote al hombro, y Abel anda huyendo como huyó el Niño Dios a Egipto. Todos vamos detrás de lo que vale poco, y no entendemos que Jesucristo nos está ofreciendo algo mejor. Un mundo mirado con la perspectiva de la Navidad y el Año Nuevo, es un mundo precioso, rico, festivo, lleno de elegancia espiritual. Navidad, Año Nuevo y la fiesta de Reyes, son un llamado a la sencillez de los niños, a la alegría noble, a soñar como sueñan los niños, a cantar con los ángeles, con las aves del bosque y los insectos de la noche, a comprender que nuestro mundo es un paraíso terrenal y que es un crimen dañarlo. Cantar “noche de paz”, “noche de amor” es aceptar el divino proyecto de un mundo en paz, y aceptar acompañar a Dios a lograr la paz que el hombre solo no puede conseguir. Navidad no es sólo un plato de comida, un baso de bebida y cuatro brincos en una fiesta. Navidad es desbaratar el mundo de pecados y de pasiones, para construir un mundo nuevo de ángeles que cantan, de niños que ríen y de un Dios que se pasea entre nosotros llenándonos de vida eterna. Termino con un mensaje que la emisora “Raíces” que la firma León Jiménez ha estado radiando en esta Navidad 2006:

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“He visto la estrella que guía a los de buen corazón, la Navidad retorna, y por eso sé lo que es el deseo de paz. He visto a María junto a la cuna, y por eso sé lo que es amor. He mirado los ojos del Niño Dios en el pesebre que lo acoge, por eso sé lo que es la fe. He observado el arco iris ofreciendo sus colores al recién nacido, suenan campanas anunciando su llegada, por eso sé lo que es la belleza. La Navidad es un milagro, y la noticia se hace nueva en cada punto de la tierra: Ha nacido el Salvador! He visto una oruga abrirse en busca de alas, aspira a mariposa, quiere, como el ángel que anunció a María que tendría un hijo por gracia de Dios, ser igual que aquél que trajo la noticia. Mariposas de todo tipo y colores rondan el pesebre, y el Niño ríe, por eso sé lo que son los misterios. He visto la eternidad de estrellas y entre tantos fulgores un lucero que avisa la Natividad. Han venido pastores, reyes, y animales domésticos, por eso creo que en todo nacimiento de Dios existen palabras infinitas. He visto reyes que dejan mirra, incienso y amor, en la cuna de paja. He visto la risa de los cielos cuajada de alegría, el que nace será llamado Jesús y dará sentido al mundo y a sus cosas. Sea nuestro júbilo permanente, por él sabemos quién es Dios”.

Todo esto es poesía, es ilusión de niños y de ángeles. Pero si esa poesía lanzara una brisa fresca sobre nuestro espíritu, sudado y cansado por el largo y pesado camino, empezaríamos una nueva vida, y nuestra esperanza y nuestras ilusiones serían un poquito mejores. Feliz Navidad, y feliz año 2007 lleno de proyectos e ilusiones, pero sobre todo lleno de los proyectos de Dios para crear un mundo en paz. C C C

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Homilía 45Cristo Rey

Ciclo B. (25 - Nov.-2007)2 Samuel 5, 1-3 Colosenses 1, 12-20 Lucas 23, 35-43

Salmo 121: Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor.

Celebramos la fiesta de Cristo Rey. El es el rey de nuestros corazones, de nuestras mentes, de nuestra esperanza. Rey de nuestra fe, de nuestro culto. A Él lo adoramos y lo proclamamos Rey de la Historia. Acercarnos a adorar a Jesucristo es nuestra felicidad. Lo buscamos de noche y de día, en el día bueno y en el día malo. Nada se antepone a nuestro amor a El. El es la única verdadera necesidad que tenemos. Nada nos aparta de acercarnos a El para adorarlo. Rezar a los pies del Señor es una sensación de reposo espiritual. Muchas personas dicen: yo trabajo mucho, y el único día que tengo para descansar es el domingo, y no voy a meterme en una iglesia. Eso significa que Jesús no es su descanso. Dicen los ancianos a David: “Hueso tuyo y carne tuya somos”. Tú eres nuestro rey, por ti estamos dispuestos a cualquier sacrificio. Muchos cristianos van a su Misa, comulgan, cooperan con el mantenimiento del templo y del culto, pero en el fondo consideran la Misa como una obligación, como un peso espiritual. Dice el salmo responsorial: “Vamos alegres a la casa del Señor”. Ir a la casa de Dios es alegría, es descanso, es ofrenda gozosa. La comunidad cristiana sale de sus casas para la Iglesia a dar culto a Dios y a buscar un poco de paz, a buscar descanso del alma y fuerza espiritual para sobrellevar las limitaciones y los problemas de la vida diaria. Sólo en El, nuestro rey, podemos encontrar respuestas para muchos de

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nuestros sufrimientos. El Bautismo es sacramento de iniciación, es considerar a Jesucristo como lo primero, lo más importante en la vida. Los niños, los jóvenes, e incluso muchos mayores, cuando hay un paseo, y se dice: salida a las 5 de la mañana…se levantan a las 4:00 de la madrugada, con alegría, con entusiasmo, no sienten molestia en nada. Pero cuando se trata de un culto a Dios, todo es pesado. La mayoría de los grupos que van de paseo en Domingo, eliminan la Misa, pues es una molestia al horario. Nosotros le ofrecemos nuestras energías a lo que vale poco. Una vez que somos hombres y mujeres de fe, que hemos aceptado creer en Jesucristo y seguirlo, lo mejor debe ser para el Señor. Cuando participamos de algo espiritual, nuestro espíritu debe vibrar, nuestros ojos deben brillar de alegría. Sentir que Jesús está con nosotros debe llenarnos de admiración interior. Dice san Pablo en este himno a los Colosenses: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo… Somos pueblo santo, somos pueblo de Dios. La herencia del pueblo santo es Jesucristo. Es Jesús quien nos convoca, quien nos fortalece, y quien nos hace ser felices, aun en el lecho del dolor. Muchas personas, por cualquier cosita que les digan o le hagan, o por un favor que pidieron y no se pudo, salen disgustadas, criticando a la Iglesia y al cura. Eso se debe a que su fe no ha crecido, su raíz cristiana es demasiado débil, no han amado a Jesucristo lo suficiente como para aceptar serenamente alguna contrariedad. Su fe se desvanece por cualquier pedacito de cruz. Es decir, se adoran a sí mismos como reyes, no a Jesucristo. Dios es rey, somos su pueblo santo, Jesucristo es nuestra herencia. Somos su propiedad y Él hace de nosotros lo que

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El quiera. Eso es camino de fe. Cuando uno se encuentra con una comunidad, donde la gente se queja de todo, donde quieren que todo sea fácil, donde critican al cura por cualquier cosita… es porque se ha vuelto una comunidad cristiana agresiva, donde la sal se ha vuelto sosa, y la luz se está apagando. A veces uno se pregunta: quién fue el que evangelizó a esta comunidad? Y la respuesta es que muchos sacerdotes nos gusta tener un anzuelo para pescar aplausos, y buscamos sonrisas y aprobación, y nos gusta escuchar alabanzas: Este padre sí es bueno, éste sí es chévere… No siempre ése es el camino del Evangelio. Jesucristo es rey, rey desde el sacrificio de la cruz, desde la ofrenda total. El Evangelio nos exige pasar por el misterio de la cruz, por el triunfo de la fe, no por el triunfo del mundo. Las personas que son felices en la fe, no consiguen eso de este lado de la cruz, sino de aquel lado, después de pasar por el misterio de la cruz, después de que algo de nosotros ha sido crucificado y purificado. Jesucristo, como rey de nuestras vidas, como dueño absoluto de nuestro destino, nos está conduciendo a una felicidad inmensa, pero el camino recorrido es camino heroico, no es camino de masajes o de caramelos. Es camino de ofrenda, de pequeñas muertes cada día. Es rey desde la cruz y su reino no es de este mundo. Mientras Jesús moría en la cruz, unos decían: que baje de la cruz…pero ellos no sabían que la cruz era su grandeza…que el bajarse de la cruz era derrota, que el terminar la ofrenda era victoria. El buen ladrón dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Y Jesús le respondió: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Hoy, cuando se acabe esta misión, tendremos el paraíso. Pero primero hay que terminar la ofrenda. Para lograr la felicidad de ser nueva planta, la semilla tiene que morir.

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Si no hay muerte, si no hay sacrificio, si no hay renuncia a muchas cosas, no habrá esa felicidad que viene de allá, donde Jesucristo es rey para siempre. C C C

Homilía 46La Exaltación de la Santa Cruz

(14-Sept.-08)Números 21, 4-9 Filipenses 2, 6-11 Juan 3, 13-17

Salmo 77: No olviden las acciones de Dios.

“No olviden las acciones de Dios”. La serpiente de bronce con su poder era una acción de la misericordia de Dios. El Hijo de Dios que colgó de la cruz ofreciendo misericordia infinita, era también acción de Dios. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en El”. Para judíos y griegos, la cruz era señal de oprobio, signo de maldición. Con el Sacrificio de Cristo, la cruz pasó a ser signo de salvación, signo de amor y de misericordia. La entrega total de Jesús cambió el rumbo de la humanidad. Este mundo pecador y doliente entonó su primer aleluya el Viernes Santo, al pie de la cruz. El Jueves Santo, con la institución de la Eucaristía y el nacimiento del Sacerdocio, recibe su grandeza del Viernes Santo. Y la Resurrección de Jesús recibe toda su fuerza y su significado también del Viernes Santo, cuando el Padre acepta la ofrenda del Hijo que derrama su sangre sobre el Madero Santificador. Dice el apóstol Pablo: “Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de Cruz”. Para vivir la experiencia cristiana en profundidad es preciso una gran

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humildad, un buen arrepentimiento y estar disponibles a la voluntad de Dios. Una vez que la humildad ha ido desapareciendo de nuestra experiencia humana, el amor a la cruz, el espíritu de sacrificio en forma gozosa se ha perdido. Nadie acepta que lo pisoteen. Nadie quiere que le digan nada en contra de sus actuaciones. Sólo queremos aprobación y aplauso. La competencia social que hay en obispados, parroquias y comunidades es como una enfermedad que no le permite a la Iglesia crecer en santidad. La cruz sólo puede salvar si se carga con humildad. La cruz es signo de santidad, porque es lugar de ofrenda, donde Jesús se dio totalmente. La vida humana es para ser ofrenda: Culto a Dios y servicio a los hermanos. Nos hemos vuelto montañas intocables, y nuestras relaciones son egoístas. Somos pequeños dioses, y Dios no sabe qué hacer con tantos dioses. El único camino para ir hacia Jesucristo, para purificarse y santificarse es el camino de la cruz. Los demás caminos son atajos que mueren en los precipicios. Los primeros cristianos entendieron la necesidad del desprendimiento y de tomar parte en los sufrimientos de Jesucristo para poder amarlo y vivir con Él. Hasta vendían sus casas, para que su corazón se llenara de Dios, e iban al martirio cantando salmos. Por eso nos legaron una Iglesia santa, grande y llena de amor al Señor. Hoy día, nuestro cristianismo se está volviendo un barniz exterior, pero por dentro la “ofrenda gozosa”, no está. Nuestras vidas están lanzadas en forma rabiosa a conseguir más y más cosas, buscando la seguridad humana, dándole poca importancia al desprendimiento y a la pobreza del corazón. Cuando se casa una pareja, no son dos víctimas que van hacia el altar a ofrecerse el uno por el otro al estilo de Cristo, para gastarse y morir por un proyecto

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familiar. Son dos seres cargados de intereses personales, con un barniz de amor humano, que a la primera lluvia se disuelve y desaparece. Vemos tantas rupturas, divorcios, separaciones, porque el amor es ofrenda, y la conciencia de una vida como ofrenda existe en muy pocos casos. La sed de poseer y de acumular dinero que tienen nuestras iglesias, frena el crecimiento del amor al Evangelio. Y por otro lado, multiplicamos la exigencias a las personas de fe, con charlas, planes pastorales, cursillos y reuniones, y cansamos a la gente, y se pierde el aprecio por lo que es de Dios. En una palabra: Cada día sabemos menos de Dios, porque complicamos mucho lo sencillo que es Dios. La política debería ser uno de los programas más hermosos en la vida del hombre, porque el servir es parte esencial del amor de Dios. Pero la sed que tenemos de acaparar más y más cosas, se ha vuelto una enfermedad, y la política es ya un camino de mentira y de hipocresía casi en todas partes. Una familia es un altar, y el altar es ara, es lugar de ofrenda. Una parroquia es una altar, un programa de fe para ofrecernos y dar cuanto podamos por razón de nuestro amor a Jesucristo. Un pueblo es ara, un lugar donde ofrecerse para servir. Decía José Martí: “La patria es ara, no pedestal”. Todos queremos un PEDESTAL, donde mandar, dominar, controlar, donde exhibir nuestros encantos y cualidades, donde recibir muchos aplausos. No queremos ARA, queremos PEDESTAL. Y nos empujamos unos otros imponiendo nuestra voluntad, y nos volvemos egoístas, ácidos, exigentes y no somos felices. Jesús nos ofrece el signo de la cruz como altar de la humanidad, como lugar de ofrenda. Al seguir el camino de Jesús, pasando por la vida haciendo el bien, y aceptando nuestra cruz con gozo, podemos ser felices tanto en esta vida como en la otra. La

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ofrenda es muerte, es gastarse por los demás, es gastarse a gusto sirviendo a otros. Pero el morir no tiene buen sabor. Nos gusta que nos levanten pedestales, que nos den alabanzas y aplausos, que no nos hagan sufrir. El Evangelio nos invita a algo más, a salirnos del criterio común y a entrar en la senda del heroísmo. Si nuestra querida Iglesia no da un vuelco en sus estructuras y en su forma de anunciar, si la Iglesia no recupera la humildad y el amor primero, si no destruye la cantidad de pequeñas sillas gestatorias que pululan por todas partes, la marcha de la Iglesia seguirá siendo lenta, pesada. La Iglesia no fracasará, porque es proyecto de Dios, pero terminará sacándole lágrimas hasta al mismo Dios, antes de que el Espíritu nos haga volver al recto camino, aceptando la cruz y amando la cruz como único camino de santidad. C C C

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Homilía 47La voluntad de Dios

XXV T. O. – A. (21-Sept.-08)Isaías 55, 6-9 Filipenses 1, 20-27 Mateo 20, 1-16

Salmo: Cerca está el Señor de los que lo invocan.

La comunidad cristiana tiene como lema supremo hacer siempre la voluntad de Dios. Todos ponemos a Dios por delante: “Si Dios quiere ... Dios mediante ... Dios tiene un plan para nosotros”, etc. En algunas personas eso es real, pero en la mayoría de los cristianos eso es una simple y hermosa costumbre cristiana. Nosotros hemos transformado el noble y grandioso camino de la fe en la pobre búsqueda de un cielo en la tierra. Cuando todo nos va bien, decimos “gracias, Señor”. Pero, cuando algún fracaso, contratiempo o enfermedad toca a nuestras puertas, brota de nosotros todo un arsenal de oraciones, e incluso ponemos a otros muchos a pedir, para que desapar-ezca ese poquito de cruz que nos ha tocado. Nos llenamos de angustia, y le pedimos al Señor, con toda insistencia, que pase su mano sanadora por nosotros, que El es grande y poderoso y que El puede curarnos. No queremos que nada venga a dañar nuestra adorada felicidad terrenal. Naturalmente, ni ése fue el plan de Dios para Jesucristo, ni ése es el Evangelio que se nos ha trasmitido. Miramos con alegría al Cristo resucitado, pero no queremos mirar al Cristo crucificado, porque la cruz hiere nuestros ojos. Y la única puerta para ser amigos de Cristo y recibir un poquito de su santidad es acompañarle en sus su-frimientos, para luego tener parte en la resurrección. My pocos cristianos son capaces de agradecer a Dios el día malo, y ver que en una contrariedad hay un plan de Dios. El día bueno y el día malo “ofrecidos” son iguales, pero nuestra naturaleza

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no acepta esa igualdad. La vida cristiana de hombres y mujeres de fe se ha empobrecido mucho, porque los temas del Evangelio se han ido quedando en un plano de hermosa literatura, y hasta de anuncio comercial religioso.

Isaías nos recuerda que Dios es rico en perdón, pero que “los planes de Dios no son nuestros planes, y que los caminos de Dios son distintos de los nuestros”. En el año 2004 fue beatificada la cooperadora salesiana de Portugal Alejandrina María da Costa. Cuando tenía 14 años, huyendo de un hombre que la perseguía, saltó por una ventana de la casa y se fracturó la columna vertebral. Quedó postrada en cama de por vida. La familia, los amigos, y todos los grupos de oración de su parroquia empezaron a rezar, pidiendo a Dios la curación de la jovencita. El caso se hizo famoso, y hasta del extranjero iban grupos a esa casa a pedir un milagro para esta heroína de la pureza. Después de 5 años de oración, Jesús se le presentó en una visión, y le dijo: “Alejandrina, yo no quiero que cures. Quiero que me acompañe a sufrir por los pecados del mundo”. Esa gran mística del siglo XX, después de esa visión, duró 32 años en su lecho de dolor, hasta que murió a los 51 años de edad. Todos consideraban que lo más grande que le podía suceder era obtener un milagro y volver a caminar. Un milagro, donde el mismo Jesús pasaba su mano sanadora, eso sería algo muy grande. Pero Jesucristo no pensaba así. Los milagros son buenos y ayudan a la evangelización, pero no son la meta de la vida de la Iglesia. La historia de la Iglesia está para ver el gran milagro de la Salvación en Jesucristo, para ver a hombres y mujeres ofrecer gozosamente sus vidas como la de Cristo en la Cruz, teniendo parte en sus sufrimientos para tener parte en su resurrección. Lo más hermoso que le sucedió a Alejandrina

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fue acompañar a Jesús en un proyecto tan grande como era el de estar clavada en la cruz junto a Jesús, sufriendo por los pecados del mundo. Estar clavada en la cruz era mucho mayor que disfrutar de la vida y participar todos los días comulgando en una Misa. Los primeros cristianos llegaron hasta a sentir gozo cuando les tocaba algún sufrimiento. Todos recordamos la anécdota de aquel hombre que se había alejado de todos los vecinos en el sector donde vivía. Un niño de 5 años se había hecho muy amigo de él y lo visitaba con frecuencia. Un día, la mamá preguntó al niño: ¿Qué has hecho para ser amigo de ese hombre? El niño contestó: Cuando él llora, yo me siento con él junto al árbol, y le ayudo a llorar. Una cosa es cierta: vivimos en un valle de lágrimas, poseemos un cuerpo doliente, y aunque no nos gusta sufrir, el mejor camino cristiano es el de la purificación para poder acercarnos a la santidad de Dios. Según san Pablo, seguimos completando en nosotros lo que falta a la pasión de Cristo. La celebración de la resurrección de Cristo es sólo un “ ya, pero todavía no”.

Pablo dice en la 2da. Lectura: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia”. Cuando Pablo dice “para mí la vida es Cristo”, nosotros aceptamos eso y lo vivimos. Pero aquello de “la muerte es una ganancia”, ahí no estamos de acuerdo. Consideramos que el cielo es muy bonito, pero que mientras más tarde, mejor. Estamos tan apegados a esta tierra, le hemos cogido tanto sabor al mundo, que el morir es casi una “tragedia”. Los caminos de Dios no son nuestros caminos, y lo que Dios considera bueno, no siempre se hace fácil de aceptar. Cada día, Dios cambia los latigazos que nos da la vida en aplausos, pero hay que tener mucha fe para poder oír esos aplausos. En el Evangelio Jesús habla de Dios Padre como el dueño de la

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viña que nos llama a todos a trabajar por su Reino. Unos antes, otros después. Unos temprano, otros más tarde. Es una viña especial. Aquí sólo hay una ley: el amor con que se trabaja. No cuenta ni el antes, ni el después. No cuenta ni siquiera el que trabaja más o el que trabaja menos. Sólo cuenta la calidad de la ofrenda y la plenitud del amor. En esa viña, al trabajar, todos reciben el mismo denario: El amor del Señor. En esta tierra, nos gusta establecer diferencias, que se sepa quién es menos y quién es más. En la viña del Señor las pasiones no cuentan. Las consecuencias del pecado no cuentan. Cuenta el hombre nuevo, la nueva vida en Cristo. Quien consigue esa vida en una año, feliz de él. Quien la consigue en 50 años, igualmente feliz. Si alguien la consigue al morir, con una acto de arrepentimiento, el cielo se llena de aplausos. La familia de Dios es familia divina, donde la humildad es el encanto de Dios, donde la alegría de unos es ver a los otros felices, porque es la era de la salvación. Mientras tanto, entre todos tenemos que terminar de construir el Reino, viviendo con humildad, agradeciendo a Dios por habernos enviado a Jesucristo, y tratando de servir a los hermanos, hasta con la muerte en la cruz, si fuera necesario. C C C

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Homilía 48Dios mira el interior

XXVI T.O. -A. (28-9-08)Ezequiel 18, 25-28 Filipenses 2, 1-11 Mateo 21, 28-32 Salmo 24: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.

La Iglesia, madre buena que cuida la santidad de sus hijos, nos convoca cada día y cada Domingo para potenciar la escucha de la Palabra de Dios y saborear el alimento que da verdadera vida. Los cristianos somos llamados a profundizar más y más el poquito de fe que tenemos, pues fácilmente la superficialidad del mundo en que vivimos contagia y contamina nuestros más preciados conceptos sobre el seguimiento de Jesucristo y la esperanza de la vida eterna. Hoy día, la familia de los hijos de Dios se siente un poco incómoda por lo que está sucediendo: hombres y mujeres de fe estudian la Palabra de Dios, leen y meditan temas preciosos sobre la amistad con Cristo, grupos y más grupos vibrando en retiros y encuentros, enormes filas comulgando en las Misas, canciones y más canciones, cada cual más preciosa, sin embargo nuestro pueblo, nuestra sociedad está cada vez más vacía de Dios. Nuestra fuerza espiritual no es respuesta a los problemas de cada día. Mientras Dios más desaparece de los templos, los rituales son más cargados y más solemnes. Al desvanecerse el alma de nuestra fe, hacemos cosas y más cosas, pero no somos más que gallinas que pican y pican granos virtuales de maíz. La semilla que cayó en tierra buena dio mucho fruto, pero la semilla que cayó en tierra mala, aunque la semilla era buena, no pudo dar fruto. El camino de la fe es camino de ofrenda, camino de sacrificio, camino de humildad. Las lecturas de hoy centran su atención en la humildad como

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imitación de Cristo, como terreno propicio para posibilitar la santidad de Dios. El salmo nos dice que Dios hace caminar a los humildes con rectitud. Dios se ocupa especialmente de los humildes. Toda la Biblia es un cántico a los humildes, a los sencillos que buscan a Dios. Jesús murió en el ara de la cruz. El ara es el altar donde se ofrece y se consume la ofrenda. Lo opuesto al ara es el pedestal. Nosotros no queremos saber de ara, nos gusta el pedestal. Nos gusta el primer puesto para ser aplaudido. Vivimos una sociedad de competencia, de prevalecer unos sobre los otros. Tenemos hambre de grandeza, queremos pedestales done levantarnos para dominar. El primer puesto y el pedestal no son lugares evangélicos. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, presenta este asunto con mucha claridad: Si Jesús se humilló, si Jesús se anonadó, la humildad es el camino del que sigue a Jesucristo. “No obren por rivalidad, ni por ostentación. Consideren superiores a los demás, tengan los mismos sentimientos de Cristo, el cual, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz”. La estructura de la organización cristiana se ha enfermado. Al ordenar a un sacerdote se le pone en un peligroso “primer puesto” en la asamblea. Al consagrar a un obispo se le coloca en un pedestal muy alto. Jesús habló bien claro a sus discípulos: “El que quiera ser el primero que vaya a sentarse en el último puesto, y el que quiera ser el más grande, que sea el servidor de todos”. Jesús construyó su proyecto de salvación sobre el servicio y el culto a Dios, a quien debemos amar sobre todas las cosas. Los seres humanos somos limitados y con el servicio

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nos apoyamos unos a otros. Las organizaciones humanas han destruido la preciosa cualidad humana de “servir”, y han obstaculizado el Evangelio. La política ha deteriorado la ca-pacidad de servir, pues sólo se busca un pedestal y un puñado de dinero. Las economías de todos los países se desintegran, y caminamos junto a una caravana de hombres y mujeres cru-cificados por la mala administración del dinero. Ya el mundo no es un jardín para sembrar flores, sino una mina para sacar oro, y al final sólo queda la caverna para enterrarnos a todos. La misma Iglesia posee una enorme sed de dinero, supuestamente para ayudar a los más necesitados y servir mejor al Evangelio, pero luego aparecen oscuras administraciones que no convencen a nadie. Y para colmo, la Iglesia ya no posee humildad para ofrecerles a sus hijos, sino que dispone de abundantes pedestales, donde el “sistema de mando” pueda hacerse fuerte ante el mundo. Este mundo de hoy ha levantado un trono a cada persona como alguien poderosamente into-cable, y esto ha dado pie a que todos nos hayamos endiosado. Nos hemos vuelto seres difíciles y por la menor cosita que alguien dice contra nosotros, explotamos. No hay terreno para el Evangelio, que es anonadamiento, sacrificio y muerte. Por eso, el pueblo cristiano tiene más rituales, congresos, sínodos, y hasta concilios. Europa luce vacía de Dios y América goza de muchos “ritos”, aunque no de muchos “santos”. Una gran cantidad de organizaciones tienen montados bellos programas de caridad cristiana, supuestamente les sirven a los más pobres, pero el dinero acumulado tiene que cubrir primero el papeleo y los salarios cómodos de los intermediarios de la caridad. Nunca se ha visto a un niño pobre enriquecerse con las ayudas que llegan, pero a muchos de los que trabajan con esos niños abandonados les va muy bien económicamente.

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Todas éstas son enfermedades que la Iglesia las sufre, y no es fácil liberarse de ellas. Muchos hijos de la Iglesia quieren triunfos, y el Evangelio no se los puede dar, porque el Viernes Santo quitó los triunfos del borrador del proyecto de salvación. El Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia, y un día habrá ver-dadera libertad de espíritu en el camino de la fe, pero el camino será largo, y habrá que esperar bastante para abrir con digni-dad una página del Evangelio. Jesús dio una gran sacudida al pueblo judío cuando dijo: “Los publicanos y las prostitutas irán delante de ustedes en el reino de los cielos”. Muchas personas a quienes señalamos como pecadores, irán delante de muchos que llamamos santos. Los que se reconocen pecadores y se arrepienten irán delante de aquellos que se reconocen buenos y no encuentran de qué arrepentirse. Dios lee en el interior y sabe quién es cada uno. Y toda la gente que usa la Iglesia para engañar y para aprovecharse, incluyendo los curas y las monjas, serán la gran vergüenza en la vida eterna, cuando el juicio de Dios aclare todo lo que está encubierto. C C C

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Homilía 49La viña del Señor

XXVII - T.O. -A. (5-Oct.-08)Isaías 5, 1-7 Filipenses 4, 6-9 Mateo 21, 33-43

Salmo: La viña del Señor es la casa de Israel.

En este domingo, la Iglesia vive un momento grande en torno a la Palabra de Dios. Por un lado, las lecturas de hoy son una fuerte profecía que sacude a toda la comunidad cristiana, donde Dios busca que su Palabra fecunde su viña y dé más frutos. Y por otro lado, hoy se inicia en Roma el Sínodo de los obispos

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en torno a la Palabra de Dios. El Sínodo parte de dos pasajes bíblicos: “....dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”(Lucas 11, 28). Y “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen”(Lucas 8, 21). De los 253 padres sinodales que están reunidos en Roma del 5 al 26 de Octubre para buscar caminos mejores para llenarnos de la Palabra que santifica, hay cardenales, obispos y superiores generales de nuestro mundo católico. Hay también participantes de la Iglesia Oriental, como Bartolomé I, patriarca ecuménico; está el patriarca de Moscú, Serbia y Rumania, la Iglesia Ortodoxa de Grecia, la Iglesia apostólica de Armenia, la comunidad anglicana, la federación luterana mundial, la Iglesia de los discípulos de Cristo, además del Consejo Ecuménico de las Iglesias. Están también invitados por el Santo Padre, el Rabino de Haifa, quien presentará el enfoque hebreo de la Palabra en el Antiguo Testamento, el secretario general de las sociedades bíblicas unidas, y el hermano Alois, prior de la comunidad de Taizé, Francia. La Iglesia busca, por todos los medios, centrarnos en torno a la Palabra, ayudarnos a darle importancia a la Palabra como fuerza de salvación. Es una gran pena ver y oír la cantidad de cosas que nos distraen de la Palabra de Dios en las Misas. Al leer las Escrituras, sabiendo que no es algo que se dijo sólo para los antiguos, sino que es la voz profética de Dios para nosotros hoy, un gran silencio debería electrizar todo el templo, sumergiéndonos en una profunda y agradable meditación, haciendo de la Eucaristía un evento de salvación. La Iglesia desea que nos dejemos interpelar por la Palabra de Dios, que nos dejemos purificar por la Palabra de Dios, y que nos dejemos santificar por la Palabra de Dios. En la primera lectura, el profeta Isaías no habla para el

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Israel de ayer. Esta lectura se hace hoy, y para hoy, para nosotros, para sacudir nuestro corazón, quitándole un poco del mundo con su huella de pecado, y llenándolo con un poco más de Dios. Dice Isaías: Dios se siente mal, trabajó demasiado para preparar la viña, esperó buenos racimos de uvas bien dulces, y lo que produjo fue agrazones, uvitas pequeñas y amargas. Dios es perdón y es misericordia, pero Dios no trabaja en vano. Las palabras de Isaías son duras: “Voy a abandonar la viña, la dejaré sin protección, para que la pisoteen y la arrasen”. Cuando Dios nos abandona, cuando nos deja como árbol que no da frutos, el asunto es serio. Es como si Dios dijera: Espero de mis hijos que practiquen el derecho, la caridad, la humildad, y estoy recogiendo asesinatos, injusticias. En vez de quererse, se pisotean unos a otros, cada uno buscando su interés. Les he presentado el modelo de ofrenda que yo quiero a través de la muerte de mi Hijo en la cruz, y nadie quiere aceptar su propio sufrimiento como signo de purificación. Consideran el sufrimiento como un como un castigo de Dios, o como un masoquismo, no han entendido el misterio de la cruz. El apóstol Pablo nos aconseja: No se preocupen tanto por lo que no vale, ocúpense de vivir en la presencia de Dios y de buscar su paz que sobrepasa todo consuelo. Miren mi ejemplo: Yo he sido un loco de amor por Jesucristo, tratando de tener parte en sus sufrimientos para luego tener parte en su resurrección. Unidos a Pablo, iremos por buen camino. En el Evangelio, Jesús añade una nota más fuerte a la parábola de la viña: Los labradores de la viña matan a los enviados, se adueñan de la viña, atropellan las ovejas y las usan a su antojo.Pero Dios lo ve todo desde el cielo. “Les quitaré a ustedes el Reino de Dios, y se lo daré a otros que trabajen mejor, que sigan mi Palabra, y que den mejores frutos”.

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La viña del Señor es la casa de Israel. La viña del Señor es la Iglesia de Jesucristo. Una Iglesia regada y bendecida por la sangre de Cristo. Una Iglesia que nació grande y heroica el Viernes Santo al pie de la cruz, con el sacrificio redentor, y se fortaleció con la Resurrección de Jesús. Una Iglesia alimentada con el cuerpo y la sangre del Señor, con una multitud de mila-gros y más milagros a través de los siglos. Una Iglesia cubierta con el manto de la Virgen María en sus apariciones a través de toda la tierra. Después de toda esa protección de Dios, casi no reconocemos a la Iglesia de Jesucristo. Hay gente buena, hay santos y santas de Dios, pero las deficiencias del Pueblo de Dios presentan una comunidad sin calidad divina. El heroísmo y la grandeza de la fe se han perdido. Parecemos frutos menores de una cosecha malograda. Jesús habló clara-mente a sus discípulos: Quiero servidores humildes, que se gasten por el Reino, donde Dios es primero, que sean santos como Dios es santo. La Iglesia es muy atacada y de muchas formas, pero no es porque los enemigos son muchos y malos, sino también porque la Iglesia, la viña del Señor, ha dejado el camino estrecho y le ha cogido gusto al camino ancho, donde los frutos lucen bien, pero son amargos. Qué es ahora de Europa? Dónde está la Europa cristiana que nos envió tantos misioneros, unos que sembraron el evangelio, y otros que nos han producido enormes dolores de cabeza? El pagan-ismo ha pisoteado a Europa hasta dejarla devastada: Templos vacíos, corrupción por todas partes, y Dios metido dentro de las estatuas de piedra, que apenas llegan a ser simple obras de arte. Y qué pasa con América, el continente de la Esperanza, sobre todo, América Latina? Veo a mi pueblo americano casi peor que Europa. Reuniones continentales, encuentros y más encuentros de obispos y peritos de la Palabra, que apenas se

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reducen a un esquema o un libro de reflexión. Poseemos en nuestra América una gran cantidad de obispos que más bien parecen señores feudales que servidores del Evangelio. Te- nemos muchos sacerdotes, párrocos o vicarios, que se presentan con tantos planes pastorales, con tantas exigencias y con tantas leyes que parecen más bien capataces de brigadas que hombres humildes que reparten la santidad de Dios. El pueblo de Dios está cansado de tantas imposiciones. Por ejemplo, el cursillo prebautismal nació en el Concilio Vaticano II en el año 1965. Ese cursillo, en el mundo entero, nadie lo quiere. Si en 43 años no ha sido aceptado, es mejor suprimirlo. Lo que se hace a la fuerza no produce santidad. El amor a Dios es lo más libre que hay. No nos sentimos libres, pero no nos vamos a salir, no vamos as dejar nuestra Iglesia, lo que queremos es que se le eche abono a la viña y que dé mejores frutos. Cuando el padre y la madre no tienen amor, tienen que crear muchas leyes para controlar su casa. Si no tenemos amor, tenemos que crear muchas leyes para controlar al pueblo de Dios. Pero si no hay amor, esa no es la viña del Señor. Y la profecía de hoy es muy dura para la viña que no da fruto. La Iglesia se ha hecho eco de las personas necesitadas y de los niños abandonados a través de Caritas, organismo internacional. En un encuentro en Quito, Ecuador, se constató que el 80% de todo lo que se recoge para los pobres, se va en cubrir sueldos y otras preben-das de los que trabajan en ese organismo. Pero no tenemos que preocuparnos: lo que damos se puede seguir dando, porque vale. Lo que damos es una ofrenda en primer lugar para Dios, aunque luego esa ofrenda tenga que cruzar muchos arroyos y muchos precipicios antes de llegar a los pobres y marginados. El dinero, las colectas, ése es otro fruto amargo del que es mejor no hablar. Los mercaderes del templo siguen vivos. Hay

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muchos sacerdotes y diáconos trabajando en la viña del Señor que no están evangelizando, sino produciendo un poco de dinero. La fiebre económica debilita a los hijos de Dios. Con el Vaticano II se abrió la gran compuerta del laicado: hombres y mujeres a servir en el altar, a presidir celebraciones y encuentros. Esto ha dado paso a muchos santos y santas, pero también a mucho fariseísmo. Hay muchos laicos buscando que se note lo que hacen, buscando pedestales para ser aplaudidos, y eso no es de Dios. Lo que se hace para Dios es ofrenda pura, y debe caer en el silencio para que sólo Dios lo pueda notar. Muchas de nuestras liturgias se dirigen hacia Dios, pero no llegan, porque no se hacen según Dios. Celebraciones de bodas y de quinceañeras que son casi una profanación del templo, porque el show que se crea no es oración. Esas cosas se pueden hacer, pero según el estilo del Evangelio, no según el mundo. Hay que darle a Dios lo que es de Dios, y al mundo lo que es del mundo. El Espíritu es quien guía a la Iglesia y Dios siempre triunfa. Pero hay un largo camino hasta el retorno a Dios de nuestra comunidad de bautizados. Sólo El, que escudriña los corazones, sabrá discernir en cada situación lo que hay de verdad o de mentira. Sólo El puede lanzar su manto de misericordia y no dejar que su viña sea arrasada, después que ha sido regada con la sangre de Cristo. Repito el pensamiento de Jesús a sus discípulos: Quiero servidores humildes, no quiero señores feudales ni capataces en mi viña. Quiero santos, y sé que ustedes pueden lograrlo. La vida del Señor tiene un protocolo de santidad: “El que quiera ser el primero que ocupe el último puesto, y el que quiera ser el más grande que sea el servidor de todos”. C C C

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Homilía 50Boda de Cristo con la humanidad

XXVIII T.O. -A. (12-Oct.-2008)Isaías 25, 6-10 Filipenses 4, 12-14. 19-20 Mateo 22, 1-14

Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta.

Introducción: Algunos de ustedes se han extrañado al oír el tono fuerte de algunas homilías, que responden a lecturas proféticas duras, especialmente, los dos domingos pasados. No olvidemos que nuestra Iglesia nació y vive en un contexto profético, anunciando el bien, que es de Dios, y denunciando el mal, que es del mundo. Los triunfos y grandezas que tiene la Iglesia católica hoy día, forman un camino peligroso. Los que seguimos a Jesucristo, estamos llamados a vivir un camino de cruz, al estilo del Maestro. Para que el hombre sea salvado hay que arrancarlo del pecado, y eso no se logra sin dolor y sin sangre. Las personas que viven su fe en un contesto acaramelado, como una especie de club social donde todo está bien, no han entendido a Jesucristo. El camino espiritual es misterio, y así hay que aceptarlo, pues así lo quiso Dios en Cristo Jesús. Europa vivió siglos y siglos en un feliz triun-falismo, y creyó que con repartir cargos y prebendas a hijos predilectos, aprovechando que Dios ha sido abundante en sus dones para con su pueblo, ya todo estaba bien. El gran conti-nente de los grandes doctores de la Iglesia se fue levantando sobre pedestales de fe, se olvidó un poco de la cruz, y ahora experimenta un vacío de Dios que no sabe cómo llenarlo. La pérdida de Dios es peligrosa, pues si la sal se vuelve sosa, no hay forma de salarla. El cristiano de hoy, además de huir de todo sacrificio tiene un oído que no resiste ninguna voz profética. Preferimos que digan que todo está bien, que no se

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denuncie nada, y vivimos una paz interior parecida a la paz del cementerio. Si la Iglesia pierde su dimensión profética y su amor a la cruz estamos al borde del precipicio y nos aguarda una terrible ruina. El Evangelio es un camino transformador y salvador, pero precisa de purificación. Con todo, nos consuela saber, que el Espíritu Santo es quien guía a la Iglesia, y que su éxito está asegurado, porque Dios no fracasa. Ante un grupo de personas denunciando en el Internet los errores de la Iglesia católica, un señor hizo este comentario: “No importa lo que suceda, consérvense hombres y mujeres de Iglesia. Guarden el Espíritu de la Iglesia. Sufran con sus dolores, y alégrense con sus gozos. Escuchen a la Iglesia, pero, sobre todo, ámenla. La Iglesia necesita ser amada, y enseñen a otros a amarla”.

Homilía: Después de meditar el domingo pasado en la dura reacción del dueño de la viña, como si fuera un contraste de luz y de sombra, de pecado y de perdón, aparece hoy en las lecturas, la fiesta de la fe. El contenido espiritual de este mensaje es algo que nos apasiona y nos llena de honda satisfacción y alegre esperanza. El profeta Isaías, verdadero cantor de los tiempos mesiánicos, contempla la presencia del Hijo de Dios en el mundo como una fiesta, un gran banquete, la boda de Jesucristo con la humanidad. El profeta ve que la presencia de Dios resuelve todos los problemas de la humanidad, devolviendo la alegría a los rostros y a los corazones atribulados: “ El Señor Dios, enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país”. “Celebremos y gocemos con la salvación de Dios”. Una vez que la Iglesia se hace parte de la visión de Isaías

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responde con la grandeza del salmo 23: “El Señor es mi pastor”... quiero habitar en su casa para siempre, porque ahí ya no hay llanto ni luto, todo está lleno de la sabiduría de Dios. Con la presencia del Señor, todo sufrimiento es disuelto en una ofrenda gozosa, y la misma vida adquiere otra dimensión. El salmo 23 resume la alegría espiritual del A.T. y se adentra en el N.T. como parte de la experiencia de Jesucristo en las manos del Padre. El salmo 23 es compañero del salmo 15: “El Señor es mi herencia”... El es el lote de mi heredad y mi copa... me ha tocado un lote hermoso... me encanta mi heredad. Los salmistas del salmo 23 y del salmo 15 coinciden en poner al Señor como su refugio y su seguridad. Esa seguridad depende del nivel de fe que se tenga, y del estilo de abandono que se haya logrado en las manos de Dios. Uno de los aspectos más hermosos de este domingo es el encuentro con el alma de san Pablo: “Sé vivir en pobreza y en abundancia, en salud y en enfermedad”... estoy adaptado para todo, porque “todo lo puedo en aquél que me conforta”. Para hablar así, se necesita haber ahondado mucho en la vida de fe, haber pasado por una gran purificación, y haber enloquecido de amor por Jesucristo. La experiencia de san Pablo es casi única, y es una invitación a un camino grande en el Señor. Pablo era un hacendado social, un doctor de la Ley, un fariseo de la clase dominante y un ciudadano romano. Al conocer a Jesús lo perdió todo, y quedó como un pobre perseguido. Una vez que Pablo quedó limpio de prestigio, de poder y de posesiones humanas, la gracia de Dios lo invadió, haciendo de él un hombre nuevo, y entró en una fiesta de fe permanente al ser un invitado de honor al banquete de las bodas de Cristo con la humanidad. Todo estos hizo exclamar a Pablo: “Todo lo puedo en Aquél que me conforta”... “No vivo yo, es Cristo

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quien vive en mí”. La parábola de la boda del Hijo es bien clara: Dios celebra con la humanidad una boda, pero es una boda que no termina, es una fiesta permanente. Al amar a Dios, le servimos con un gozo tal, que vivimos de fiesta. No importa si nuestros días son malos o buenos, Dios es todo, y todo lo que nos pasa se vuelve ofrenda. Así podemos cantar con el salmo 23: “El Señor es mi pastor”...El cuida de mí, nada me faltará, no tengo nada qué temer. Y al sentir la seguridad de Dios, la vida se vuelve alegría, paz interior, una paz que nada ni nadie nos puede quitar, porque está enraizada en Jesucristo. Nuestras parroquias disponen de una gran cantidad de hombres y mujeres que se ocupan de servir en el templo, de dar catecismo, de llevar consuelo y comunión a los enfermos, y todo esto lo hacen con mucho amor, porque han decidido que lo mejor de sus vidas es para el Señor. Ya no nos preocupa el perder o el ganar, no nos interesa ni la salud ni la enfermedad, porque somos del Señor. Es a esto a lo que la Iglesia llama vivir de fiesta, y es esta situación la que se enfoca como boda de Dios con la humanidad. Se trata de tener un corazón capaz de saborear el cielo mientras vamos por la tierra. Hombres y mujeres que han entrado en ese banquete de amor, que se sienten parte del novio y parte de la humanidad, con un gozo existencial tan grande, que en muchas ocasiones, hasta la respiración se detiene. No es mérito nuestro, no es virtud acumulada en el trabajo interior, simplemente hemos sido invitados a las bodas del amor de Dios, y nos acercamos al banquete vestidos con el traje de fiesta que el mismo Dios ha preparado para los que le aman. La vida cristiana es una aventura de fe, una fiesta de amor, y una vez que uno la experimenta, es como tocar el misterio hasta el fondo y verse atrapado por un gozo eterno. C

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Homilía 51Domund : Evangelización y Caridad

XXIX- T.O.-A (19-Octubre-08) Zacarías 8, 20-23 Romanos 10, 9-18 Marcos 16, 15-20

Salmo 66: Que todos los pueblos conozcan tu bondad.

La Iglesia nos invita hoy a meditar sobre el trabajo del Reino de Dios, tratando de potenciar su crecimiento hacia los lugares más remotos del mundo, y su crecimiento hacia el interior de nuestros corazones. Desde el año 1992, la Iglesia Latinoamericana ha querido reflexionar sobre su avance en el camino de la fe en estos primeros 500 años de evangelización. Al reflexionar sobre su propia vida, la Iglesia constata que hay mucho don de Dios en su trabajo, goza con la santidad de muchos de sus hijos e hijas, pero sufre dos grandes deficiencias en su acción pastoral: 1-El 90% de las personas de todos estos pueblos están bautizadas, pero sólo un 15% están viviendo la alegría de su bautismo en las celebraciones litúrgicas. Más del 75% viven alejados de Dios. 2-El grupo que ama al Señor, que participa de las celebraciones de fe, no ama a Dios con un amor apasionado que les permita asumir grandes sacrificios por razón de su Reino. Para subsanar este vacío de “Evangelio vivo” en la mayoría, y para reactivar nuestro amor a Jesucristo, la Iglesia sigue oyendo la voz de Jesús: “Vayan por el mundo, anuncien la Buena Noticia y bauticen para que se salven”. El salmo responsorial dice en forma bien sencilla: “Que todos los pueblos conozcan tu bondad”. Lo importante no es que conozcan muchos atributos de Dios. Lo importante es que conozcan la bondad de Dios, porque en alguien pudieron leer esa bondad, y esa bondad está ahí por razón del Reino.

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Proclamar el Reino de Dios es encarnar el amor de Dios y anunciarlo de una forma creíble. Necesitamos ser creyentes y también creíbles. Ser creyente es fácil, pero, para ser creíble, hay que llevar a cuestas con mucha claridad los principios del Evangelio. Desde el año 1992, con la Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Santo Domingo, se han desatado una serie de reuniones, encuentros, conferencias, planes pastorales, sínodos arquidiocesanos, cursos, talleres y reuniones de toda índole, para ir en busca de los alejados y aumentar la pasión en nuestro amor a Jesucristo. Después de todos estos planes continentales, misiones nacionales e internacionales, ríos de escritos llevándolos de casa en casa, grupos de oración y de reflexión que hasta lloran buscando una respuesta del mismo Dios, estamos constatando una lamentable realidad: A la Iglesia y a las reuniones siguen yendo los mismos de siempre, los alejados no están volviendo a la Iglesia, y nuestro amor al Señor no es tan apasionado que nos lleve a asumir grandes sacrificios. Más bien estamos huyendo de todo lo que nos hace sufrir. Las celebraciones de fe son más un ritual que una expresión de vida. En el fondo, la triste verdad es que hacemos muchas actividades por el Reino, pero no somos creíbles. Para proclamar el amor a Dios al estilo de Jesucristo es necesario algo más que palabras...cantadas, rezadas o habladas... no importa... son simples palabras. Desde un principio, Jesús fue bien claro para presentar su Evangelio: Amar a Dios y anunciar ese amor implica renunciar a muchas cosas y dedicarse al bien de otros por amor a Dios. Creer en Jesucristo es amarlo y vivir como El vivió. Los primeros cristianos entendieron desde un principio la necesidad del desprendimiento para seguir a Jesucristo. Jesús, al llamar

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a sus discípulos decía: “Dejen todo, denlo a los pobres, y luego síganme”. Las cosas no son malas, pero el espíritu del mundo está apegado a las cosas. El poder no es malo, pero el mundo está amarrado al poder. Cuando el espíritu del mundo se adueña de nosotros, el amor a Dios no puede crecer. La primera comunidad cristiana aprendió la lección suprema del desprendimiento. Por eso, la gente decía: “mirad cómo se aman”. La mayor parte de sus bienes eran para compartirlos, y se volvían creíbles en su acción evangelizadora. En ese clima, la Iglesia creció rápido en cantidad y en fidelidad, aún tratándose de un mundo fuertemente pagano. Ese crecimiento fue posible porque su amor a Jesucristo era apasionado, al estilo de san Pablo, y compartían sus bienes con generosidad. Nuestra Iglesia, compartiendo lo que tiene no arregla el problema de los pobres, pero al compartir, puede arreglar su corazón, y así volverse creíble. Vayamos a los datos: En la parroquia Sgdo. Corazón de Jesús de Mao, Rep. Dominicana, hay una comunidad bien pobre, llamada el Junquito. Es una comunidad pequeña, son unas 45 familias. Usando el tercer plan pastoral de la diócesis de Mao, nos esforzamos durante un par de años para atraer a la gente a la Misa y a la catequesis. Asistían a Misa solamente de 8 a 12 personas, y se les veía sin interés. No éramos creíbles. En Diciembre del 2007, una vaguada desbordó la Presa de Tavera, y el gobierno abrió 5 compuertas. El río Yaque del Norte subió como 10 veces su caudal, arrastró unas 25 casas en Santiago, y la zona del Junquito la inundó totalmente, llegando el agua hasta el techo de las casas. Todo se perdió. La gente quedó sin nada. Desde que las aguas bajaron, la gente regresó a sus casas a sacar el lodo y a tratar de reubicarse, pues no tenían dónde ir. El gobierno prometió ayuda, pero no resolvió nada

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El párroco de la catedral y yo conseguimos ayuda en Caritas de la diócesis de Santiago. Yo entré cuatro veces a la comunidad con un camioncito cargado de cosas para la gente. Nosotros no resolvimos el problema de la gente, pues lo perdieron todo, pero con nuestra presencia y nuestra ayuda nos volvimos creíbles. A partir de Enero 2008, la capilla se llena en todas las Misas. Nueve meses después, no se le ha vuelto a dar nada a la gente, sin embargo, la capilla se sigue llenando. Lo que el plan pas-toral no pudo, la caridad lo logró. Si en nuestros obispados y en nuestras parroquias hubiera un poco más de humanidad, de amor por los pobres, la evangelización no necesitaría de planes pastorales especiales. Si buena parte del dinero que se acumula en obispados y parroquias se usara para cubrir necesidades de la misma gente de la comunidad, la santidad de la Iglesia crecería como en los primeros tiempos. Cuando yo estuve encargado de la catequesis en la parroquia Saint Ki-eran de Miami, las confirmaciones tenían muchas exigencias y reglas, pues se trataba de la presencia de los señores obispos. Había un tremendo manual, cuyas normas había que cumplir al pie de la letra. En Mayo del año 1999, le tocó administrar la confirmación a nuestro querido Mons. Román. Cuando fui a la Ermita de la Caridad a ponerme de acuerdo con él para la ceremonia, ni siquiera abrió el libro de las normas, solamente me dijo: “padre, organice una celebración que la gente se sienta a gusto”. Aquel santo varón ya había entendido que si queremos ser creíbles, hay que ponerle a nuestra acción pas-toral un poco de humanidad. A la Iglesia no le falta santidad, lo que le falta es un poco de delicadeza, de comprensión, de humanidad. El trato que damos en nuestras oficinas evangeliza más que todos nuestros sermones. Una familia que va a sus Misas, que cree en el Señor, que vive su fe con

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sencillez, al tener un hijo se le debería bautizar sin muchas exigencias. Ese niño que nace en un contexto de fe como el nuestro, tiene un derecho natural a que se le libere del pecado original, y esa es la voluntad de la Iglesia universal. Eso no es asunto de los papás, que si están casados o no, que si están bautizados o no; es un derecho natural del niño. Las exigencias que hay en esta parroquia San Juan Bautista para celebrar un bautismo es algo exagerado. La acción pastoral no produce santidad, porque se hace pesada. Nuestra Iglesia debería montar sus planes pastorales sobre signos que convenzan. Si uno visita el “Youth Center” en Miami, y ve el cuartito donde vive Mons. Román, se da cuenta de que es un obispo creíble. Si la Arquidiócesis de Miami, que actualmente posee cerca de 100 millones de dólares en bancos tratando de asegurar su vida económica, tomara la mitad de ese dinero(que no lo necesita), y lo compartiera con los más necesitados, no arreglaría el problema de los pobres, pero se volvería más creíble ante esos mismos feligreses que donaron todo ese dinero, en promesas periódicas, desde el año 2000 al año 2005. Si un grupo de 2000 obispos latinoamericanos, en un gesto supremo de humildad, quemaran sus tiaras(capuchas que usan de sombrero) como signo de renuncia a esa expresión de poder, la Iglesia recibiría un aplauso universal. Con obispos y sacerdotes buscando o gozándose de su poder, con esa fiebre de dinero que hay en el clero universal, con esa multitud de laicos disfrutando de pedestales en las iglesias donde van a rezar, el Evangelio se asfixia. Nuestra Iglesia se va muriendo poco a poco, pues apenas nos quedamos con ritos profesionales, pero no tenemos un amor apasionado al estilo de san Pablo y de nuestro padre Don Bosco. No salimos de nuestras celebraciones más confortados en la fe. Salimos contentos,

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porque la Misa ya se acabó, y mientras más pronto se termina la celebración, la gente está más contenta. “Misericordia quiero, no sacrificios”, decía el profeta Isaías, y lo reafirmó el mismo Jesucristo. “Vengan, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer”, porque me cuidaron cuando estuve necesitado. Otra cosa que nos hace perder credibilidad es el hecho de que los mejores amigos de los curas son los ricos y los políticos. Supuestamente se trata de buscar ayuda para los pobres, pero, lamentablemente, los pobres no se lo creen. Yo sé que no estamos viviendo tiempos proféticos, y que muy pocos estarán de acuerdo conmigo en estas reflexiones. El cambio que yo he visto operarse en mi trabajo parroquial, y el fruto que he logrado, me animan a seguir escuchando la voz del Señor a través de su Espíritu, que no abandona a sus hijos, y que seguirá fortaleciendo este Reino de Dios hasta la victoria final. C C C

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Homilía 52El amor nos hace fuertes

XXX T. O. –A. ( 26-Oct. 2008 )Exodo 22, 20-26 I Tesalonicenses 1, 5-10 Mateo 22, 34-40

Salmo 17: Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza”.

Las lecturas de hoy centran su atención en el mandamiento supremo del amor. No es un amor cualquiera, es el amor que hemos aprendido del mismo Dios, porque El nos amó primero. Vivir el amor de Dios es vivir en un camino de ofrendas. El amor va desde las pequeñas cosas hasta la inmolación total, como sucedió con Jesucristo en la cruz. Madre Teresa decía: “ Amar es dar hasta que duela”. Ese amor que es acción hacia los demás, en primer lugar, es una acción hacia los más débiles y necesitados. Ese amor hacia el necesitado, en Dios, se llama compasión. Los conceptos de la primera lectura son bien claros: Traten bien al forastero, a las viudas, a los huérfanos...no sean usureros cuando prestan dinero...si toman algo prestado, devuélvanlo pronto... Todo esto tiene una razón fundamental: “Si los afligidos gritan a Mí, yo los escucharé, porque Yo soy compasivo”. La compasión es parte de nuestro amor cristiano, y la compasión es requisito indispensable para salvarse: “Porque tuve hambre y me dieron de comer....” La Iglesia, considerándose parte de los pobres, de los afligidos, de los que necesitan el amor de Dios, dice en el salmo: “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza”. La Iglesia es pobre y es necesitada, porque carga en esta vida, la pesada cruz de los pecados y la superficialidad de sus hijos. De esos hijos que no han encontrado la plenitud del amor de Dios, pero que son sus hijos. “Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza”. El cristiano está bien claro: En este mundo, todo puede fallar, hasta el amor

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de la propia familia, pero Dios sigue siendo nuestra fortaleza. Para poder andar el camino del amor necesitamos mucho equilibrio, mucha fortaleza, saber amar sin esperar respuesta, porque es amor convertido en ofrenda, porque es amar como ama Dios. En la segunda lectura Pablo nos presenta la comunidad de Tesalónica que se ha convertido en ejemplo para toda la región, por haber acogido la Palabra de Dios en medio de una gran lucha, pero con mucha alegría espiritual. Convertirse en pueblo de fe en medio de ese mundo pagano, no era algo fácil, por eso dice el apóstol Pablo: “acogiendo la Palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo”. Vivir nuestra fe con dignidad, con grandeza, implica mucho sacrificio. Cuando vemos que la fe no exige ningún esfuerzo o que no produce ningún sacrificio concreto, es porque no nos estamos acercando al Señor de verdad, no nos dejamos sacudir y transformar por su Palabra, y la ofrenda de nosotros por el crecimiento del Reino es pequeña. Muchas veces lo que vivimos es un espejismo de la fe, una especie de club social religioso, pero la cruz no está tocando nuestra vida, como para arrancar de nosotros el pecado y hacernos propiedad de Dios. Somos interpelados por una religión que es de inmolación diaria, y tenemos que dar una respuesta que lleve el sello del amor que le tenemos a Jesucristo, un amor que se ha hecho fuerte en el camino de la fe. Vivimos en una sociedad llena de opiniones diferentes, que nos arrastra hacia una vida cómoda y no deja recorrer el camino heroico que exige nuestra fe para mantenernos como hijos de Dios. Nos faltan decisiones claras en nuestro seguimiento a Jesucristo. En el año 1964 escribía yo este pensamiento: “A mí me llena de encanto la gran obra del amor: que con pies de pecador, yo deje huellas de santo. Dejar huellas

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de santos con pies de pecadores exige una fe valiente y un compromiso concreto que nos ayude a dar hasta que duela. Dejar huellas de santos implica estar fortalecidos por un amor que tiene el sello del mismo Dios, un amor que se ha purificado en la cruz. El Evangelio nos sitúa en un programa sencillo: Ama a tu Dios, colócalo en tu vida como la primera fuerza que te guía, y ama tu prójimo sirviéndole en todo lo que puedas. Jesús pasó por la vida haciendo el bien, y amar a Dios y servir al prójimo es pasar por la vida haciendo el bien, sin egoísmo ni avaricia. Si nuestro prójimo llora, lloramos con él. Si ríe, reímos con él. Todos somos de Cristo y cuando uno sufre, sufrimos todos. Jesús sintetiza aquí toda la Ley y los profetas, y define con claridad lo que es sustancialmente la voluntad de Dios. Hay una ley de muerte en nosotros que nos inclina a ser egoístas, a olvidarnos de Dios y olvidarnos del prójimo. Pero hay también en nosotros una ley de vida, una semilla divina, que nos inclina a amar a Dios y al prójimo. Esa ley divina es puesta por Dios en nuestra naturaleza y anida en lo profundo del alma. Esa ley nos hace realmente felices cuando nos olvidamos de nosotros y pensamos en los demás. No hay ningún mandamiento que nos diga: Busca que alguien te ame. Pero sí hay un mandamiento dentro y fuera de nosotros que nos dice: Ama a Dios y ama a tu prójimo como a ti mismo. Todas las personas que disfrutan de todo y que lo tienen todo, llega un momento en que se dan cuenta que algo les falta. No podemos dejarnos atrapar por un plato de comida y un poco de diversión. Somos algo más. Dice san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón no descansará tranquilo hasta que no descanse en ti”. El Jueves Santo Jesús deja a sus discípulos su mandamiento

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supremo: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. El mandamiento del amor es tan antiguo como antiguo es el hombre. Pero Jesús le añade algo nuevo: “Como Yo los he amado”. De esta forma, el amor se vuelve una gran meta para la comunidad cristiana. La gran meta de poder llegar hasta el holocausto en la ofrenda personal. Benedicto XVI dijo hace poco en una de sus reflexiones: Lo único creíble que le queda a la Iglesia es el amor. Y nosotros podemos decir con toda seguridad: O la Iglesia recupera ese “amor primero” en que se formaron los primeros cristianos, o no podrá volver a ser creíble. Y si no somos creíbles, no podemos evangelizar. Todo sacrificio, toda ofrenda, toda mano que se tiende como signo de amor cristiano, será siempre una acción creíble. Y toda acción que lleva el sello del amor y de la credibilidad, será siempre fuente de santidad y un signo de que el Reino de Dios ha llegado a nosotros. C C C

Homilía 53Fieles Difuntos

Ciclo A ( 2-Nov.-2008 )Daniel 12, 1-3 Romanos 14, 7-12 Lucas. 12, 35-40

Salmo 23: El Señor es mi Pastor, nada me falta.

Celebramos hoy la Conmemoración de los Fieles Difuntos, el triunfo de la Pascua de Cristo en todos los que se bautizaron con su Gracia. El triunfo de los redimidos por la sangre de Cristo, la victoria de la muerte sobre la vida del mundo. Es la fe en la resurrección de Jesús lo que le da sentido a la celebración de la muerte. Dice el profeta Daniel: “Los que duermen en la región del

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polvo se despertarán: unos para la vida eterna, otros para la pena eterna”. Vivir en la fe es vivir en victoria sobre el mundo, es buscar los verdaderos valores, los que acercan al triunfo de Cristo. La Iglesia ante la muerte no llora, la Iglesia celebra la muerte. El día del bautismo, la Iglesia invita a los bautizados a vivir un compromiso con Cristo. Deposita en ellos la fuerza del Espíritu de Dios, y los envía al mundo a proclamar en grado heroico, la muerte y la resurrección de Cristo, que es también su propia muerte y su propia resurrección. Cuando el justo muere, la Iglesia celebra su victoria sobre los criterios del mundo. El hombre y la mujer de fe son los justos, no según la justicia del mundo, sino según la justicia de Dios que es misericordia, que es perdón, que es amor al otro, porque Dios nos amó primero. La justicia divina es bien distinta de la justicia humana. Con la justicia del mundo nosotros exigimos que nos den lo que es nuestro. Con la justicia de Dios nosotros renunciamos a lo que es nuestro, lo damos a los demás, y nos quedamos con Cristo, porque Cristo nos basta. Con la justicia del mundo exigimos que se absuelva al inocente. Con la justicia de Dios somos capaces de aceptar la culpa de otro, para que el otro sea libre, a imitación de Cristo que se ofreció en la cruz para morir por los culpables. Así actuó un santo sacerdote polaco, Maximiliano Kolbe, quien al ver que llevaban al patíbulo a un compañero de la cárcel, pidió que lo mataran a él y liberaran al condenado a muerte. Mataron al sacerdote, y el condenado volvió libre a su familia. En ese momento se escenificaba la victoria de la vida de Cristo sobre los criterios del mundo. El mundo dice: el que la hace que la pague. El cristiano dice: Hay que lograr la libertad del oprimido, no importa el precio, ni el nivel del sacrificio. Lo que celebramos con los difuntos es la justicia

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divina que vivieron, su heroísmo de la imitación de Cristo en medio de la corrupción del mundo, hijos de Dios que según dice hoy el profeta Daniel, son “justos que brillarán como el resplandor del firmamento, y como las estrellas por toda la eternidad”. Hombres y mujeres que dejaron sembrada en sus familias la herencia de una esperanza, que, a imitación de Cristo, lograron borrar parte del pecado del mundo, con su propio sacrificio y la ofrenda gozosa de sus vidas. Ellos y ellas, entraron en la muerte, esa oscura noche de la vida, sabiendo que encontrarían unas manos de padre que los iban a acoger con amor infinito. Sabían que la muerte no era una caída en el vacío eterno para entrar en la nada, sino el paso hacia el encuentro con Dios, la entrada en una vida feliz, ganada en este mundo con la práctica del amor del Señor. Visitar hoy los cementerios, dialogar con los seres queridos ya difuntos, llevarles flores como signo de agradecimiento, es una gran catequesis, porque es saber pedirles perdón, agradecer sus sacrificios y prometerles que vamos a buscar esa vida mejor que ellos siempre soñaron. “La resurrección de la carne” nos da la clave para entender el sentido que tiene la muerte para los que creemos en Cristo. Gracias a nuestra fe en que resucitaremos, para nosotros, la muerte es el paso hacia la vida, es como abrir una ventana a una eternidad dichosa, es cambiar de vestido, pero no de ser, es trocar la debilidad y el dolor en gozo desbordante. Para el criterio del mundo, el que murió ya se fue, y se acabó. Para nosotros es distinto: Los seres queridos que se fueron son parte de nuestras vidas, de nuestra fe, son apoyo en nuestra esperanza. Una intención que se pone en la Misa, es sentirlos como parte de la Eucaristía, parte de nuestra oración. Desde la tumba ellos nos animan a vivir la justicia de Dios, a cantar con paz interior el salmo 23: “El Señor es mi pastor...El me guía

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por senderos de justicia...Aunque camine por cañadas oscuras, Él va siempre conmigo, El me cuida y me lleva a su descanso. Las personas que aman a Dios con todo el corazón encuentran en este salmo un verdadero tesoro espiritual. Cada palabra cae en el alma como un verdadero bálsamo que devuelve la paz al espíritu y disuelve todo el estrés que la vida acumuló en nuestras almas. Cualquiera de nosotros al calentar su corazón con la palabra de Dios y acercarse a comer el pan de vida, puede decir con todo el gozo interior: “Oigo sus pasos que me guían, siento la brisa fresca cuando su sombra me envuelve. Los latidos de su corazón van al ritmo de los míos, y mi alma se llena de alegría y de serenidad”. La voz de san Pablo en la segunda lectura es preciosa: “Si vivimos, vivimos para el Señor. Si morimos, morimos para el Señor”. Muertos o vivos, sanos o enfermos, ya nada importa, sólo Cristo nos importa y queremos amarle con todo el corazón. La profecía de Daniel sobre la luz de los justos, la paz interior del cántico espiritual del salmo 23, y la confianza de san Pablo cuando dice: “somos del Señor”, todo eso no está confirmado y logrado definitivamente. Es una batalla que estamos peleando. Es una victoria que sólo es posible si Dios está con nosotros. Nuestra naturaleza humana ha gustado del bien, pero todavía está salpicada por el pecado, y también saborea el mal. Por eso dice Jesús: Tengan ceñida la cintura y encendidas las lámparas para que estén preparados para ofrecer su amor al Señor a penas venga y llame... Estén preparados, porque a la hora que menos piensan viene el Hijo del hombre”. Celebrar el día de los difuntos es celebrar la esperanza, es celebrar el amor de Dios sobre el mundo, es saber que la tierra no es un punto casual en el espacio infinito: somos parte de

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un gran proyecto de Dios. Proyecto que está envuelto en el misterio, pero que es real, pues Jesucristo lo demostró y nos dio la confianza eterna de que El está con nosotros, y que so-mos parte del designio de Dios. Celebrar los difuntos es mirar hacia el cielo y reafirmar nuestra esperanza, sabiendo que no estamos perdidos en el universo, sino que estamos cuidados por el amor de Dios, que El nos ayuda a caminar por esta vida sabiendo que esta tierra no es nuestra patria, porque somos ciudadanos del infinito, y eso nos llena de satisfacción y de seguridad eterna. C C C

Homilía 54Los mercaderes del templo

Dedicación iglesia san Juan de Letrán (A) ( 9-Nov. 08 )Ezequiel 47, 1-12 I Corintios 3, 9-17 Juan 2, 13-22

El tema de hoy se centra en la iglesia de san Juan de Letrán como catedral del Papa y como centro de todas las iglesias del mundo. Una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo. Entre todos vamos construyendo la única Iglesia de Jesucristo, la familia de los hijos de Dios, viviendo nuestra fe y dando testi-monio del nombre de Cristo. Una Iglesia que se construye con el sacrificio de todos, pero una Iglesia que vive la alegría de la fe en Cristo muerto y resucitado. Al observar la construcción de la Iglesia, también se mira a la reparación de una Iglesia que lleva 21 siglos construyéndose, y donde muchas vigas están rotas, y algunas paredes están débiles. A eso se refiere el tema de los mercaderes del templo que afronta el mismo Jesús en las lecturas de hoy. Es un tema fuerte y también de actualidad.

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Tenemos que abrir las páginas del Evangelio y dejarnos interpelar por la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es guiada por el Espíritu Santo, y tiene que presentarse ante nosotros con fuerza, con toda su verdad y con libertad de espíritu. Dice el Profeta Ezequiel: El agua iba bajando por el lado derecho del templo, desde el centro del altar.... Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboca la corriente, tendrán vida. Es un pasaje precioso sobre la era mesiánica, donde se ve un mundo de pecado que será saneado por el agua viva que viene del templo santo de Dios. Las aguas que brotan del santuario llevan vida, y revivirá todo el desierto de la estepa. Llegarán hasta el mar y lo purificarán. Cristo es la vida del santuario, el agua viva que irá purificando el pecado del mundo para construir el Reino de Dios. Pablo hace ver que el único cimiento en la construcción de la Iglesia es Cristo. Este proyecto de salvación es obra de Dios, y sólo Dios nos ilumina para hacer bien las cosas. Cuando alguien se interpone a Dios con sus criterios personales, produce un poco de molestia en la evangelización, pero en poco tiempo Dios lo deja a un lado y sigue su obra. El apóstol Pedro dice en una de sus cartas: “Somos piedras vivas del templo de Dios”, y las piedras que no sirvan serán desechadas. Podemos beneficiarnos de la obra de Dios, pero no podemos entorpecerla. Esa fue la gran profecía de Gamaliel en los Hechos de los apóstoles, cuando los judíos querían matar también a todos los discípulos: “Dejen tranquilos a esos hombres, pues si es cosa de hombre, eso se acaba pronto, pero si es cosa de Dios, no podremos ganarle la guerra a Dios”. Después del Concilio Vat. II, la Iglesia está llena de cardenales, obispos, sacerdotes, y una legión de laicos, hombres y mujeres que trabajan en la Iglesia de Jesucristo para edificar

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el reino de Dios. Pero esta Iglesia no es obra de hombres, es obra de Dios. Nosotros somos pobres siervos y siervas a quienes Dios se digna encomendarles algo por hacer. En esta Iglesia, que es divina y es humana, decimos con lágrimas en los ojos, que no todo es santidad. En todos los niveles hay quienes se levantan pedestales, quienes en su acción pastoral ponen 40% de Evangelio y 60% de criterio personal. Discípulos de Jesús que lo controlan todo y lo dominan todo, y ese no es el mandato de Jesús. En Mateo 20, 26-28, las palabras de Jesús son bien claras: “Sepan que los jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen; pero ustedes no sean así: el que quiera ser el primero que sea el último de todos y el que quiera ser el más grande que se haga el servidor de todos”. Pero no hay que preocuparse: todos aquellos y aquellas que frenan el Evangelio, que construyen en forma equivocada, imponiendo sus criterios, en poco tiempo serán paja que se lleva el viento. De ellos no queda ni una página para que la historia los pueda recordar. Todos podemos recordar sacerdotes, misioneros y misioneras, santos y humildes que nos han ayudado a construir el Reino de Dios, y eso es grandeza de la Iglesia. Pero también hemos visto otros, llenos de poder, de ciencia y de orgullo humano, que nos han hecho andar por páginas vacías de Evangelio. Sólo los humildes nos han entregado páginas de auténtica pastoral y evangelización. Todos sabemos los sacrificios que ha costado la construcción de grandes templos en Europa y en América, y hoy no son más que caserones vacíos, donde el mantenimiento se vuelve una pesadilla. Son páginas que se van escribiendo en la santa Iglesia y que no siempre son páginas escritas según la sencillez del Evangelio. A Dios hay que darle lo mejor, pero cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Y el verdadero regalo

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para Dios somos nosotros. Jesús encontró en Jerusalén un templo que no alababa a Dios. “Quiten esto de aquí, dijo Jesús...el santuario debe ser fuente de vida de Dios, y no una fuente de ganancias materiales. Para ser hijos de Dios se necesita desprendimiento, y las primeras comunidades cristianas aprendieron a compartir y nos legaron una herencia de generosidad increíble. Nuestra Iglesia mueve multitudes, y posee una gran organización social, y tiene el peligro de que muchos puedan levantar pedestales. Nuestra Iglesia, con millones y millones de hombres y mujeres generosos, capaces de desprenderse de todo, es una Iglesia que acumula dinero, dinero grande. De ahí surge otro gran peligro: Muchos administradores facilitan el servicio y la distribución, pero otros, al ver el dinero, se les iluminan los ojos, y se adueñan de un dinero que no les pertenece. Esos son los mercaderes del templo. Muchas veces en las parroquias a todo hay que sacarle dinero, porque la generosidad se ha perdido. Observemos una escena nuestra que trata de acercarse al mandato de Jesús: “Porque tuve hambre y me dieron de comer”.... Los ciclones azotaron a Haití y a Cuba. Son nuestros hermanos. No los de China y Pakistán, sino los que están ahí en nuestra puerta, ahogándose en charcos de agua. Se recogió dinero, no sé cuánto. Se recogieron cosas para llenar dos furgones. El ciclón pasó hace mucho. Un furgón se lo llevaron hace como diez días. Las demás cosas están tiradas en el colegio. Cuándo llegará eso a Haití? talvez para Navidad. Parte de las cosas estarán dañadas por el calor dentro del furgón, y parte le servirán a los organizadores de Haití o de Cuba. Lo que llega a los pobres es bien poco. Cuál es el mal: La caridad de nuestra Iglesia Católica es débil y lenta. Así no fue nuestra historia. Nos hemos vuelto palabras, y a veces,

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palabras vacías. Si ponemos a un buen predicador que haga un tema sobre la compasión por los pobres, o sobre las necesidades del continente africano, escribirían páginas dignas del libro de Guines. Pero un material que debe llegar pronto a la casa del pobre no nos quita el sueño. Es eso lo que yo llamo una Iglesia que se ha vuelto débil, ya casi lo que sabemos es vocear en las iglesias cantando o rezando, pero nada más. Es hora de pedir perdón, y de cambiar. Es fácil ser un mercader del templo o apoyar a un mercader del templo, pero es difícil volverse piedra viva de la Iglesia, como nos dice san Pedro. El dinero acumulado en las Iglesias no es para guardarlo. Es para compartir con los necesitados, como hacían los primeros cristianos. Que una Diócesis tenga 50 o 60 mil dólares para las emergencias es algo normal. Que una parroquia tenga en banco 20 ó 30 mil dólares para necesidades imprevistas, también es normal. Pero la acumulación de gran cantidad de dinero sin un proyecto fijo, mientras hay tanta gente necesitada, en el país o en cualquier lugar del mundo, pues somos una única Iglesia, es algo que no lo aprueba el Evangelio. La sed de dinero y de cosas materiales nos ha enfermado a todos, y nuestra Iglesia tendrá que dar un gran cambio, para volver a ser creíble. Gran cantidad de pobres en el mundo consideran a la Iglesia como un organismo rico, y eso nos quita credibilidad. Los mercaderes del templo no se han ido. Como sea, termino con las palabras de un señor en España, quien en medio de inmensas críticas contra la Iglesia en el Internet, él escribía: “No importa lo que suceda, consérvense hombres y mujeres de Iglesia. Guarden el espíritu de la Iglesia. Sufran con sus dolores, y alégrense con sus gozos. Escuchen a la Iglesia, pero sobre todo, ámenla. La Iglesia necesita ser amada y enseñen a otros a amarla”. C C C

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Homilía 55Cristo Rey

Ciclo A. ( 23-11-2008 )Ezequiel 34, 11-17 I Cor. 15, 20-28 Mateo 25, 31-46

Salmo: El Señor es mi Pastor, nada me falta.

Toda la Iglesia proclama a Jesús “Rey”. Y con gozo, todos nosotros lo aceptamos como Rey. Su trono es el universo, su culto se realiza en todos los templos donde hay hombres y mujeres de buena voluntad, donde hay jóvenes y niños en cuyas mentes se ha encendido la llama de alguna esperanza. El abrazo con ese Rey se realiza a través de la fe, en el calor de nuestro corazón, en esa dulce hoguera donde se fraguan los grandes amores, desde donde salen las grandes decisiones, y se ofrecen los grandes sacrificios de aquellos que lo amamos con locura. El es nuestro rey supremo, no importa cómo lo veamos venir. Si lo vemos nacer humilde en un pesebre, rodeado de animales, entonces nuestro amor es grande, porque nos acercamos a la locura de un Dios que respira distinto de nosotros, y que nos invita a insospechadas aventuras del Espíritu. Si viene hacia nosotros caminando sobre las olas del mar, o predicando el sermón de la montaña, o multiplicando los panes, o resucitando a Lázaro, Él es nuestro Rey, porque Él es el regalo del Padre que ha enviado a su Hijo para que tengamos vida. Si se nos presenta predicando la verdad, denunciando la mentira, abandonado por las multitudes que tienen sus mentes oxidadas por las tradiciones judías, o un Jesús llorando sobre Jerusalén y lanzando la profecía de su destrucción, Él es Rey, porque no hace su voluntad, sino que cumple la voluntad del Padre que le ha

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confiado una gran misión. Si se nos presenta con la nostalgia de una dolorosa despedida de sus discípulos, realizando la expresión más romántica que se pueda dar en los amores vividos entre el cielo y la tierra, cuando el ser que ama se convierte en un pedazo de pan para dejarse comer y volverse vida en el corazón de su familia santa, ahí Él es rey, porque nos ha dado la sublime lección de hasta dónde un ser humano es capaz de sacrificio por los demás, cuando lleva dentro la fuerza de Dios, y cuando rompe las amarras de los amores pequeños y se lanza a navegar por los mares inmensos de los amores divinos. Si se nos presenta bajando de la cruz, con su cuerpo bañado en sangre, pero sus venas vacías, sin aliento en sus pulmones, desde donde salieron tantas palabras cargadas de compasión y de perdón, con un rostro sin vida, sin esa vida que tanto repartió entre enfermos y difuntos, y colocándose en los brazos de su madre, la más dolorosa de todos, para que lo pusiera en la tumba y supiera que ya la ofrenda estaba completa...ahí todavía es más Rey, porque ahí nació la Iglesia, nació el sacerdocio, nació la Eucaristía, y al abrirse las tumbas y al rasgarse el velo del templo encendió en esta fría tierra la pasión por lo divino, por lo que es de Dios. En ese reinado que abre en la tierra el surco del dolor para que brote la nueva vida cargada de frutos de santidad, ahí cobra sentido la Resurrección, la de Cristo y la nuestra, pues al inclinarse la cabeza de Jesús sobre el madero de la cruz firma un pacto de amor eterno entre Dios y la humanidad. Estas son contemplaciones sublimes y hermosas, donde el dolor cobra expresión de alegría y de resurrección, porque es tiempo de salvación, porque el mundo desborda de una felicidad indestructible, es Dios con nosotros, y reina desde el amor, no desde el poder o desde una enfermiza autoridad.

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En esa herencia de amor está la escuela de sus hijos, la escuela de todos nosotros, para aprender a pasar por la vida haciendo el bien, a saber dar de uno mismo hasta que duela, a saber inmolarse a sí mismo para que el reino de Dios crezca. Contemplando al crucificado al pie de la cruz es donde brota un amor apasionado por Jesucristo, un amor de frutos generosos, donde nuestro árbol se vuelve bueno y da frutos buenos. Ese Dios que es Rey, es el Dios que salva por medio de la fe. La vida de Dios es amor, es caridad, y creer en Dios es vivir en la caridad. Si decimos creer en Jesús y no tenemos caridad estamos en la mentira. Acercarse a Cristo y tener parte en su vida es vivir en la caridad. La caridad no es sólo pensamiento, es acción, es fruto de un árbol bueno. El rey a quien seguimos y amamos no es un Dios complicado. Es Dios sencillo, humilde, que se extasiaba con la flores del campo y se llenaba de alegría con las avecillas del bosque. Es el Dios de los pies descalzos o de las sandalias rotas por los caminos polvorientos de Israel. Es el Dios que se ocupa con suma delicadeza de sus ovejas, que no duerme ni descansa cuidándolas: Dice el profeta Ezequiel: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas, buscaré las perdidas, recogeré a las descarriadas, vendaré a las heridas, curaré a las enfermas, a las fuertes las guardaré y las apacentaré como es debido”. No es un Dios que exija mucho, pero pide amor y confianza: “Yo voy a juzgar entre oveja y oveja” dice Dios. Yo juzgaré entre las ovejas que me siguen de verdad y las que me siguen de palabra. Yo juzgaré entre las que son de un amor heroico y las que se quejan de todo, y quieren vida cómoda. Hoy la Iglesia nos presenta dos formas de servir a ese Rey: Primero: una confianza absoluta: El Señor es mi pastor...nada me falta. Es una confianza que es amor, que es sentirse bien siguiéndolo y ofreciendo la vida

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por El. Segundo: Una caridad a toda prueba, una caridad que llega hasta el riesgo, una caridad que el mismo Dios sabe que es buena. Dice el Señor: “Vengan, benditos de mi Padre, hereden el Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber, porque estuve enfermo y se ocuparon de mí”. El camino del Señor es sencillo, es saber compartir, es saber tener compasión, es saber perdonar. Es levantarse cada día como se levanta el sol, sin tener que perdonar a nadie, porque todo lo del día anterior ha sido borrado, ha sido olvi-dado, quedándonos sólo con el amor, que es lo único que debe ir dentro de la mochila que nos acompaña en el camino, donde el Señor es mi pastor y nada me falta, y donde todo lo mío es para compartirlo con un mundo que sufre y que tiene hambre y que en nombre de Dios tengo que ayudar y amar. C C C

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Homilía 56Adviento

I Domingo - B (30-Nov.-2008)Isaías 63, 16-19. 64, 2-7 I Cor. 1, 3-9 Marcos 13, 33-37Salmo: Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve

Comenzamos el Adviento, tiempo de reflexión, tiempo de oración, tiempo de espera, tiempo de reafirmar nuestra esperanza en Dios y en la misma vida. Tiempo de darle razón a nuestro vivir. Si la esperanza cristiana se ha enfriado, necesitamos volver a calentarla. El Mesías ya vino y nos aseguró que el reino de Dios está a nuestro alcance, somos de ese Reino. Aguardamos la segunda venida de Jesús, y vivimos como hombres y mujeres de esperanza. Ahora sólo se trata de ver y sentir la promesa de la salvación. Reactivar en nosotros el encuentro con el Mesías a través de nuestro bautismo. El Adviento nos lleva a revivir nuestro bautismo como un verdadero nacimiento de Jesús. Es tiempo de rezar y de profundizar en la Palabra de Dios. Ese Dios-con-nosotros tiene que ser iluminado, y tiene que devolvernos la alegría de la fe, la alegría de Dios que muchas veces el mundo ha arrancado de nosotros. Estamos llamados a reflejar la luz de Cristo y a devolverle al mundo la verdadera esperanza, pues las esperanzas débiles de esta tierra nos invitan a dormir y a olvidarnos de Dios. La pérdida de la fe en las grandes masas significa un pueblo de Dios dormido en el disfrute del mundo. En algunas películas de terror presentan a niños que no pueden dormirse, pues si se duermen, el monstruo aparece en el sueño y los mata. Eso mismo nos pasa a nosotros: si nos dormimos, el monstruo

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del mundo, el monstruo de una falsa felicidad nos adormece y transforma nuestra esperanza. Adviento nos hace abrir los ojos, tomar conciencia de la presencia de Dios en el mundo. Adviento modela al pueblo de Israel como el alfarero hace con la vasija usando arcilla nueva. Eso es lo que queremos hacer con nuestras vidas para mantenernos como hombres y mujeres con sabor de cielo. Ser la luz de Cristo no es fácil. La misma vela que encendimos para empezar el Adviento nos da una hermosa lección: para dar luz, esa vela tiene que quemarse. Para dar luz tenemos que quemarnos, gastarnos por la esperanza del reino. Jesús es la luz del mundo. Para ser luz no fue suficiente con predicar el sermón de la montaña: Bienaventurados los pobres, los humildes, los que lloran. No fue suficiente con resucitar a Lázaro y dar señales de un poder divino... No fue suficiente con multiplicar los panes y dar de comer a todo un pueblo hambriento. Para ser la luz del mundo, El debió incendiarse de amor en la cruz hasta derramar toda su sangre, hasta gastarse en una ofrenda perfecta por la Redención. El se hizo luz e iluminó una nueva esperanza, y nos invita a envolvernos en esa experiencia de amor que nos ofrece y nos santifica. Qué esperanzas vive hoy la humanidad? Son esperanzas muy débiles que en vez de hacernos felices nos hacen sufrir. La caída económica mundial, la pérdida de gran cantidad de puestos de trabajo, la criminalidad que va detrás de unos pesos, todo eso produce enfermedad y muerte. Estamos acorralados. Nos estamos conformando con esperanzas muy pobres: comida, dinero, diversión, poder... Son esperanzas débiles que mantienen nuestro mundo confundido y oscuro. Los signos de la verdadera esperanza se mueren, la luz de Cristo se apaga, y hoy somos invitados a reavivar esa luz, a buscar nuevos caminos

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a saber que Dios es primero. La corrupción en la esfera pública corrompe conciencias, conductas, y oscurece nuestros verdaderos valores. El vacío de Dios destruye hasta nuestras relaciones humanas, nuestro amor se rompe por todas partes, y los intereses mezquinos conducen a gran cantidad de personas a caminar de espaldas para ignorarse. Tratamos de sacar provecho los unos de los otros, y la gratuidad de Dios se desvanece. No es pesimismo, es realismo que espanta cuando se tiene una conciencia cristiana, una conciencia que ha luchado para que Dios sea primero en el mundo, una conciencia que desea quemar muchas esperanzas pequeñas para sumergirse en la búsqueda de los valores de arriba. Dios renueva nuestras vidas cambiando la historia, y reviviendo la fe de la humanidad. El Adviento despierta los recuerdos de la bondad de Dios, de su amor sobre el mundo, y abre para nosotros las puertas de nuevas y verdaderas esperanzas. Escribió un cardenal del vaticano: Dime lo que esperas y te diré quién eres. Dime qué esperanzas brillan en tus ojos, y te diré cuál será tu ruina o tu felicidad. C C C

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Homilía 57Novena Niño Jesús (5:00 A.M.)

IV Adviento - B (21-Dic.-08)2 Samuel 7, 1-16 Romanos 16, 25-27 Lucas 1, 26-38

Salmo 88: Cantaré eternamente las misericordias del Señor.

Estamos celebrando el séptimo día de la Novena del Niño Jesús, y vemos con alegría a tantas personas que se han levan-tado temprano para venir a buscar un poquito de Dios, ofre-ciéndole este culto con el amor de toda la Iglesia universal. El encendido de las cuatro velas del Adviento es expresión de luz, de amor y de las esperanzas de la Iglesia. Todos estos adornos que vemos en esta iglesia nos están diciendo que estamos metido en un misterio grande, que lo que Dios ha hecho por nosotros desborda toda la imaginación del hombre, y que el cántico de María “proclama mi alma la grandeza del Señor...porque Dios ha mirado la humillación de su esclava” es un cántico que lo puede entonar cada cristiano, cada hombre o mujer de buena voluntad que cree y espera en Dios. Nosotros somos parte de este gran proyecto salvador, que no es nuestro, es del Señor, y para trabajar en este proyecto hemos de estar iluminados por el mismo Dios. Y recordemos que ese Dios grande, misericordioso, y con una caridad infinita, que llega al hombre sabiendo que el hombre es débil, pecador y malo, un Dios que abraza a los pecadores, que bendice al bueno y al malo, que se regocija con los sencillos, ese Dios tuvo un problema: Tuvo que reaccionar en su evangelio contra fariseos, doctores de la Ley y sacerdotes del templo, porque El sabía que si este proyecto de amor caía en manos de esas personas lo iban a destruir y continuarían como antes, constituyéndose como dueños de la salvación y no como enviados de Dios.

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Cuando nuestro querido Papa Juan XXIII abrió una brecha en la Iglesia con la gran pregunta del Concilio Vaticano II “Iglesia, qué dices de ti misma?”, y situó a la Iglesia frente a sí misma, no frente a los pecadores, o frente a los enemigos de la Iglesia o frente a los herejes, sino a cuestionarse y a analizarse a sí misma, el Papa no obtuvo toda la victoria que él deseaba, primero porque Dios respeta la acción del hombre, y segundo, porque algunos cardenales del Vaticano frenaron la gran apertura del corazón de padre que tenía Juan XXIII. No se quería remover esa “verdad” que la Iglesia tenía, y tam-poco se querían destapar cosas y estilos que podían resultar muy cuestionables. El Concilio Vaticano II se celebró e hizo mucho bien, pero fue dentro de un ámbito más reducido de lo que el Papa quería. Esa reducción no se debió a los enemigos de la Iglesia, sino que el Concilio fue frenado por los mismos cardenales del Vaticano. Si hoy revisamos las estadísticas de las religiones del mundo, vemos con pena, que mientras otras religiones suben, la religión católica va poco a poco bajando el porcentaje. No se entiende que teniendo nosotros un proyecto salvador tan hermoso y tan protegido por el Espíritu Santo, se vuelva débil en su marcha. El fracaso se debe a que muchos pastores ponen en sus proyectos pastorales 20% de Evangelio y 80% de criterio personal. No siempre somos capaces de de-sprendernos de las cosas de esta tierra al estilo del Niño pobre de Belén, y crear en nosotros un pedacito de cielo, y por eso nos volvemos estériles. Curas y monjas con la sed de dinero que tenemos nos hemos vuelto estériles para lograr la eficacia de la Palabra de Dios, y nos hemos vuelto poco creíbles a los ojos del pueblo. Aunque en estas Misas de aguinaldo vemos esta iglesia llena de feligreses, todos sabemos que si miramos unos 10 años hacia atrás, lo que vemos ahora no es el Orocovis

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de antes. ¿Qué ha pasado? Nadie tiene el valor para decirlo, pero algo tenemos que decir, aunque sean palabras duras que muchos oídos prefieren no escuchar. Los profetas empezaron a decirnos desde el principio del Adviento que veían venir algo grandioso, que el mundo iba a ser totalmente transformado. Lo que más escuchamos fueron los cánticos de Isaías: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob ven, caminemos a la luz del Señor” Isaías 2, 1-5. Y al final del Adviento el profeta dice: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la paz, que pregona la salvación”. Es el cántico de los profetas que están extasiados por la nueva vida que trae el Hijo de Dios. En la primera lectura, el rey David, que tuvo sus deficiencias y sus pecados, pero que amó a Dios con locura y bailó para su Dios, deseaba hacerle una casa hermosa al Señor. Dios le dice a Natán: Ve y dile a David que los montes son míos, que todo el universo es mío, que no quiero un templo ni de madera ni de piedra. Lo que yo quiero vale mucho más: “El será para mí un hijo, y yo seré para él un padre”. Yo haré eterna su descendencia, y esa profecía se cumplió en Jesucristo, llamado también “Hijo de David”. Nosotros le queremos ofrecer a Dios varilla y cemento, pero Dios prefiere hombres y mujeres limpios de corazón, hijos e hijas que lo amen con toda su alma. Nosotros somos los templos de Dios. Cuando vivimos el amor de los primeros cristianos, cuando sabemos trabajar los unos por los otros, sin competencias ni guerras infelices, el cielo se llena de alegría. Juan Bautista proclama: “allanen los caminos del Señor, enderecen sus sendas”. Isaías es el primero en proclamar el

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cambio interior, recordando que lo que iba a suceder era algo que nadie podría imaginar. Pero Isaías es el primero que allana su propio camino con su amor a Dios y una adhesión capaz de dejarse matar por su Dios. Dice el Evangelio: “Juan Bautista iba vestido de piel de camello con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre”. ¿Qué significa ese tipo de vida? Era una vida austera, sacrificada, una vida pendiente de su Redentor, que ya estaba en medio del pueblo, pues Juan y Jesús sólo se llevaban 6 meses. Juan estaba preparado, había allanado el camino del Señor en su propia vida antes de salir a predicar. María dice: “Aquí está la esclava del Señor. Que se haga en mí lo que El desea”... que se cumpla en mí la voluntad de Dios. El plan del Altísimo la desborda. Ella allanó el camino del Señor con una humildad tan grande que le permitió cantar: “El poderoso ha hecho obras grandes en mí...no porque era la mujer más linda de Israel, no porque era la mejor preparada en la cultura de su pueblo, sino “porque miró la humildad de su sierva” y eso le gustó a Dios. Con esa humildad de María Dios podía nacer en un pesebre, no como los pesebres de hoy que son obras del arte cristiano, sino en un establo sucio, y todo eso era parte de su misterioso plan de salvación. Este Dios, humilde y santo, no se fue a nacer al palacio de Herodes, ni al palacio de Pilatos, ni en una casa rica de la comunidad, pues quería hacer ver que lo de El era otra cosa, que El no piensa como nosotros. Y aunque nosotros nos relacionamos mejor con los ricos y poderosos, y aunque nos gustan los pedestales y los nombramientos de honor, y somos capaces de imponer a la gente cargas que ni nosotros somos capaces de llevar, el proyecto de Dios sigue siendo otra cosa.

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¿Cuáles son las condiciones para que este Dios instale su reino de amor en el mundo? La primera condición es una gran humildad. Se abajó hasta lo último. Descendió a una expresión que nosotros no entendemos, ni nos gusta mucho. Dios es así. Para poder acercarnos a ese reino de amor hace falta también, una gran caridad, y la caridad implica desprendimiento. Que yo me desprenda de lo que tengo para compartirlo con otro, pues ya lo material no me preocupa, pues me basta con mi Dios, al que amo por encima de todo. Así fueron las palabras de santa Teresa: “Nada te turbe...sólo Dios basta”. Y así fue el testimonio de Madre Teresa: “Dar hasta que duela”. Es precisamente la voz de Jesús que dice: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”. Y era el lema de san Juan Bosco: “Señor, dame almas, llévate lo demás”. Don Bosco necesitaba lo demás, pero no era su preocupación. Quien yace en el pesebre es pura caridad, rodeado por una madre sencilla, un hombre hu-milde, y unos pastores que llevan como primer don la alegría del campo. Además de humildad y de caridad, el Niño de Belén es compasión, misericordia y perdón. Compasión es hacer nuestro el dolor ajeno, y buscar por todos los medios la felicidad del prójimo. En una sociedad con un egoísmo que va desde el altar hasta los rincones más oscuros de la ciudad, se hace difícil el anuncio del Evangelio: “Quien quiera ser el primero que se haga el último de todos”. ¿Dónde está la humildad para poder llegar al pesebre? La búsqueda de pedestales, la competencia por los puestos de honor, y la desmedida preocupación por acumular dinero, la sed del primer puesto como lugar para el propio brillo, y la triste arrogancia en mandar y controlar a los demás, todo eso cierra el humilde camino para llegar al pesebre, especialmente

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para curas y monjas. La prudencia de los buenos y la sencillez de los humildes sirven con frecuencia para encubar males que degeneran en cáncer y en muerte de comunidades enteras. Y luego nadie sabe qué pasó, pero la muerte la llevaban a cuestas. ¿Dónde está la caridad para llegar a Belén? Talvez yo tampoco tenga el valor de presentar el triste cuadro de nuestra inoperante caridad. Pero, si queremos llegar hasta el pesebre de Jesús necesitamos pasar por la humildad, la caridad y la compasión. Sin esos valores, Jesús no puede nacer, porque no es su plan. Analicemos un poquito el asunto de la caridad, porque es algo demasiado importante. Benedicto XVI dice: “Lo único creíble que le queda a la Iglesia es el amor”. ¿Cuál es la caridad de este pueblo de Orocovis para con la administración de esta parroquia? Tenemos 12 zonas pastorales, y en cada una hay un grupo grande de laicos que trabajan duro. Todas esas capillas están bien limpias no porque viene el viento y se lleva la basura. Es trabajo fuerte, desinteresado, generoso, con clima de Palabra de Dios y de Pan de vida. Hay muchos sacrificios callados, esfuerzos que sólo Dios ve y sólo Dios recibe. La forma de cooperar de esta gente es fabulosa: Un día una colecta, y otra día segunda colecta, y un sobre para una ayuda especial, y una necesidad que hay que cubrir, y un calendario que se le debería dar y también se le vende, y nadie se queja, y todos aportan. Es una comunidad de feligreses profundamente entregada a este proyecto de Dios. Pero, mis hermanos, nosotros los sacerdotes tenemos que confesarnos aquí delante del altar, porque nuestra respuesta a esa buena gente no es del todo correcta. Durante el concilio Vaticano II un grupo de obispos franceses preguntaron a Roma si podían bautizar a un niño de una familia que no era practicante.

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La respuesta de Roma fue que sí, que bauticen, pues el derecho al bautismo no es de los padres, es del niño que nació con el pecado original y tiene derecho a ser acogido por la Iglesia universal para verse liberado. Si ustedes van a la parroquia de las Cabras verán que el cursillo prebautismal dura sólo una media hora. Si van a nuestra parroquia de Aguadilla, el cursillo es sólo una hora. Pero si vienen a esta parroquia, hay un diálogo de los papás con el sacerdote y 4 horas de reflexión un Sábado en la mañana. Una pesada carga que el pueblo no puede llevar. Si una madre soltera, que no viene a la Iglesia los domingos, quiere bautizar un niño, esta iglesia no se lo bautiza. Esa es la respuesta de caridad de esta parroquia. Son palabras duras que ustedes no prefieren oír, pero esa es una de las causas de la disminución de feligreses en el culto. El silencio de los prudentes es muchas veces una oportunidad para que los malos puedan crecer. Un proyecto de Dios tan bonito, con unas personas tan buenas como es este pueblo, se nos der-rumba en las manos. Y hay más: Cuál es la razón de ser de los salesianos? Lo primero no es decir las Misas... lo primero no es recoger buenas colectas y tener poderosas cuentas en los bancos. Lo primero es que Don Bosco dejó a los salesianos para servirles a niños y jóvenes del mundo, especialmente a los más necesitados. Nosotros podemos morir de hambre y eso no es nada. Puede faltarnos lo necesario para vestir y para la medicina, y eso no es nada. Pero no podemos vivir sin servir a los jóvenes, porque esa es nuestra herencia. Para eso somos nosotros. Sin embargo, cuando nuestros jóvenes que están luchando para apoyarse unos a otros, tratan de hacer alguna actividad, pasan demasiado trabajo para conseguir cuatro pesos viejos de nuestra enfermiza administración. Luego decimos: está bajando la asistencia de las Misas...y cuál es la causa?

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Los mismos sacerdotes con una estructura pastoral que no funciona, matan la asistencia al culto. Los salesianos en Puerto Rico no tenemos vocaciones, porque nuestras obras no tienen calidad para cuidarlas. Los jóvenes de hoy no van en fila a los seminarios... pero si en los conventos de las monjas y en las casas de los sacerdotes hay un poquito de vida de Dios, el Espíritu suscita vocaciones. Cuando Francisco de Asís en la Edad Media hizo el primer nacimiento no lo hizo para adornar su casa. Lo hizo para meditar en ese misterio de la Navidad, en ese anonadamiento del mismo Dios. Como hombre desprendido de todo y lleno de caridad, Francisco podía extasiarse al contemplar esa historia de la Navidad. Para nosotros entrar con san Francisco a esa hermosa historia de Navidad tenemos que despojarnos de muchas cosas. El P. Mario Borgonovo de feliz memoria, seguía y apoyaba a muchos adiptos y ambulantes, y visitaba los Hogares Crea, porque tenía un corazón oratoriano. El P. Mario despertó en esta parroquia la llama de Don Bosco por servir a los jóvenes, y no podemos dejar apagar esa llama, por tener dinero en el Banco para favorecer nuestra seguridad económica. Por los años 80, los Guaraguaos de Venezuela cantaron: “No basta rezar. Hacen falta muchas cosas para conseguir la paz”. Yo creo que el Niño Jesús en nuestra casa salesiana podrá nacer en la cocina donde hay dos cocineras humildes y trabajadoras, o en la oficina del sr. Ricardo, pero en el recinto privado de los padres de esta parroquia Jesús no puede nacer, pues Jesús no está de acuerdo con muchas de las actitudes que se viven ahí dentro. Hay muchas cosas que hay que cambiar para que Jesús nazca en medio de nosotros. Que el Señor nos bendiga a todos y nos de la humildad, la caridad y la compasión suficientes para meditar en este gran

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misterio junto a María, José y los profetas , y que tengamos la alegría de cantar en la Noche Santa: “Engrandece mi alma al Señor” porque somos parte del pesebre santo, donde Dios es nuestra alegría y nosotros somos la alegría de Dios. C C C

Homilía 58Año Nuevo 2009

II Navidad – B ( 4-Enero-09 )Eclesiástico 24, 1-12 Efesios 1, 3-6. 15-18 Juan 1, 1-18Salmo 147:La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.

El paso de un año a otro nos ayuda a desprendernos de muchas cosas, a dejar la comodidad de la orilla, para adentrarnos hacia alta mar. A saber tirar fuera muchas cargas que nos aprisionan, a abandonar tinieblas que nos hacen tropezar, quitar atmósferas que pesan sobre nuestras vidas, reduciendo así el peso sobre el corazón, hasta convertirnos en poderosas águilas que pueden volar sobre las montañas, esas montañas que a veces obstaculizan nuestra marcha en la vida. Aprendiendo a volar libres, sin peso en las alas, libres como ángeles de Dios, libres como la Virgen María que aprendió a navegar con toda su fe en la voluntad de Dios, hasta convertirse en Madre del Redentor. Al abandonar parte de la carga, nuestro corazón podrá latir con más fuerza, y nuestra vida será más rica, y nuestros sueños serán más hermosos. Tenemos que lograr recorrer el 2009 con el espíritu de la Navidad, con una gran generosidad y con la gratuidad de Dios, que da todo sin esperar nada a cambio. De ese modo seremos más grande que el universo, y podremos ser compañeros de Jesús para ayudarle a construir su reino. Un buen camino en la vida nos exige saber compartir nuestras cosas y nuestro tiempo, por la sencilla razón de que no estamos

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apegados a este mundo y que somos herederos de la felicidad de Dios. Llevamos una armonía en nuestro espíritu, una fuerza interior que nos permite saber perder y saber ganar, siempre con serenidad, y con una sonrisa propia de un alma que vive en paz, de un alma que posee la paz que sólo Dios puede dar. En este segundo domingo de Navidad se nos presenta la Palabra que se ha hecho carne y que habita entre nosotros, una Palabra que es Sabiduría de Dios, una Palabra que ha plantado su tienda en un pueblo para formar una familia de santos. Prácticamente estamos tocando el misterio de Dios, y recogemos sus enseñanzas para aprender a vivir como El quiere. El apóstol san Pablo nos dice que “El nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante El por el amor”. Por eso Pablo da gracias a Dios por esta condición tan hermosa que nos ha tocado: ser hijos de Dios, sumergirnos en su amor, caminar como hijos de la luz, llenos de la santidad divina. Es un gran privilegio el hecho de que por puro amor hemos quedado sumergidos en el misterio grande de la Redención, somos hombres y mujeres de esperanza, y nuestra herencia es la gloria de Dios. El Evangelio sigue repitiendo una y otra vez: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Y de esa gracia de Dios hemos participado todos, recibiendo gracia tras gracia, y san Juan se goza comunicándonos esa gran verdad. Somos hombres y mujeres marcados por esa gracia de Dios, y llegamos a comprender cuál es nuestra realidad, y cuál es nuestra misión como evangelizadores del reino. En su audiencia del Miércoles pasado, decía el Papa: “Entramos en este año con la ilusión de que el futuro será mejor que el pasado”...Pero no se trata de

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tener más suerte, ni de que el mercado tenga mejores ganancias, sino de que cada uno sea mejor, y de que nos esforcemos más en preservar los grandes valores de una vida sana en Cristo”. Tenemos que evitar que los apetitos enfermos de nuestra sociedad destruyan la grandeza de nuestros corazones. A veces el mundo nos debilita tanto, que somos capaces de vender la armonía de nuestra vida de fe y el mandato de Jesús “ámense unos a otros”, por un plato de comida. Nos conformamos con las migajas que nos regala un mundo empobrecido, y se nos caen de las manos los grandes valores del reino de Dios, simplemente porque nuestro espíritu se ha vuelto pequeño. El Santo Padre dice: “Jesucristo no organizó una campaña contra la pobreza, pero predicó el Evangelio a los pobres” para limpiarlos del afán desmedido de acumular cosas y dinero, y hacerles ver que hay una felicidad superior que el dinero no puede dar, una felicidad que sólo la fuerza del Espíritu de Cristo puede proporcionar. Necesitamos dinero para hacer las cosas que tenemos entre manos; necesitamos dinero para sobrevivir. Pero como hijos de Dios, debemos estar muy atentos, pues los grandes males del mundo vienen también envueltos con un puñado de dinero, y hay ganancias que no siempre están libres de culpa. El derrumbe de la economía mundial se debe al apetito de dinero, un apetito tan grande que ha podido romper la poderosa estructura de los bancos y la fuerza increíble del movimiento petrolero mundial. La primera y la segunda guerra mundial buscaban poder, y detrás del poder, el dinero. Las rupturas que hay de grupos, de comunidades y de parejas, en el fondo, adolecen de un cierto virus del dinero. Nuestra preciosa Iglesia que Jesucristo ha construido con su Encarnación, su muerte y su Resurrección, tiene santidad, tiene valores increíbles que

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han podido atravesar por una historia de 21 siglos y mantener la frente alta y canonizar a una multitud de sus hijos, pero todas las críticas que van contra la Iglesia como un avispero inmenso, hay que aceptar que se deben a que nuestras autoridades reli-giosas llevan en una mano el Evangelio y en la otra un dinero que no siempre han sabido administrar, disminuyendo así la credibilidad en la Palabra hecha carne. En nuestras tierras caribeñas murió una multitud de indios indefensos, porque los colonizadores prefirieron matarlos a ellos para adueñarse de un par de piedras brillantes llamadas “oro”, y la terrible esclavitud Africa-América produjo un daño tan grande que todavía hoy se siente en Haití y en el sur de los Estados Unidos, y todo para que los dueños de esa historia desdichada se llenaran el bolsillo vendiendo esclavos. Jesús alabó a los pobres y atacó un poco a las riquezas, y propuso a sus hijos una vida feliz basada en el desprendimiento de lo económico y del poder temporal. Jesús no tuvo muchas cosas y fue feliz, y esa felicidad fue la que quiso para sus hijos anunciándoles el Evangelio. Si alguien quiere sacarle un gran provecho al 2009, empiece con tiempo, desde ahora, a unirse a Jesucristo, asumiendo una vida humilde, generosa, despegada del mundo, y con una amor al cielo que permita asumir cualquier sacrificio. Cuando vaciemos el cora-zón de muchas cosas, y cuando nuestras manos estén vacías de culpa, Dios llenará nuestras vidas más de lo que el mundo puede hacerlo, y la felicidad tendrá una puerta abierta para hacer de nuestra vida una dichosa aventura llena de Dios.C C C

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Homilía 59Epifanía

Ciclo B ( 6-Enero-2009 )Isaías 60, 1-6 Efesios 3, 2-6 Mateo 2, 1-12

Salmo 147: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

Todo lo que hemos vivido hasta ahora, desde el Adviento hasta la fiesta de la Epifanía del Señor, nos da a entender que estamos actualizando y celebrando algo grande. Las voces de los profetas, los nacimientos, las presentaciones que se hacen con reyes magos, y los preciosos textos que hemos meditado, todo nos sumerge en una expresión de alegría infinita. La Iglesia se esfuerza por darle un verdadero relieve a este acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios. Si un día se inventara la máquina para viajar en el tiempo, la Iglesia pagaría lo que fuera para viajar a Belén un mes antes del Nacimiento del Niño, y prepararte a Jesús un clima acogedor en el mismo pesebre, donde El quiso nacer. Pero no sólo para prepararle un lugar mejor al Señor, sino para contemplar el comienzo de ese gran misterio que ha cambiado el mundo. Es presencia de Dios, es salvación, es victoria de la creación, es un cambio radical de la experiencia humana. El profeta Isaías vivió este acontecimiento a más de 500 años de distancia del nacimiento de Cristo, y se llenó de emoción en sus cánticos del Siervo de Dios, y deseó con toda su alma ser parte de los días del Mesías. El se conformó con una profunda contemplación, diciendo: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor”. Las tinieblas se disipan,

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los sufrimientos se deshacen en ofrenda gozosa, y la seguridad y el amor desvanecen los temores del mundo. Por eso repite Isaías: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que pregona la salvación”. La esperanza del pueblo de Israel era como una cascada de dimensiones infinitas. La vida del pueblo vibraba en torno a ese gran acontecimiento que debía realizarse. La Iglesia recoge toda esta esperanza del pueblo de Israel para meditar en las vibrantes palabras del profeta Isaías en la fiesta de la Epifanía: “Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz. La gloria del Señor amanece sobre ti”. Es como si el profeta dijera: Todas las naciones se iluminarán con tu luz, tu gloria será la gloria del mundo, y tu amor llenará de bondad cada rincón de la tierra. Epifanía no es sólo cuestión de los reyes magos. Es toda una explosión de alegría y júbilo que llega como una luz al corazón de María y de José, a los pastores, a los ángeles, y a todo el pueblo de Israel, y también a los pueblos lejanos por vía de los reyes magos. Los profetas y todo Israel siempre consideraron que la manifestación de Dios iba a ser algo privado de Israel, como una herencia que el pueblo disfrutaría y haría extensivo a otros pueblos, bajo ciertas condiciones de su vida y de sus leyes. San Pablo aclara la universalidad de la salvación en la segunda lectura diciendo: “que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo, y partícipe de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Lo que da la herencia divina no es la Promesa. La Promesa era una noticia muy buena, pues ayudaba a estar preparados, pero la herencia se recibe por el Evangelio que Jesucristo anuncia, y que al ser aceptado por la fe, es Palabra de Dios que salva. Los mismos reyes magos reciben la luz de la estrella antes que Herodes y que los

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sacerdotes del templo. La Iglesia contempla con dolor que al llegar los magos a Jerusalén, la estrella se perdió, pues ni el rey Herodes, ni los sacerdotes del templo estaban preparados para recibirla. Sin embargo, los pastores recibieron la noticia de los mismo ángeles, por ser gente sencilla capaz de acoger en su corazón al divino Rey. Herodes y los dirigentes del templo se sobresaltaron, mandaron a matar a los inocentes, porque vieron en el nacimiento del Niño Dios a uno que les iba a quitar su reino. Cuando los magos dejaron aquel recinto de maldad, tanto civil como religioso, volvió a brillar la estrella y a brillar también la alegría de los magos. Estos misteriosos reyes nunca han sido identificados como pertenecientes a un lugar determinado, pero creemos en ellos por formar parte de la Sagrada Escritura y del mensaje de la salvación. Le ofrecieron al Niño: Oro, por ser realmente un Rey; Incienso, por tratarse de un Rey divino; y Mirra, preanunciando que su reino no era de este mundo, y que transformar este mundo en Reino de Dios le iba a costar un gran sacrificio al Salvador. El dolor iba a ser parte de la vida del Hijo de Dios, la cruz sería una dura herencia, pero la explosión de alegría que vive el universo convertiría la cruz en ofrenda gozosa, y la mirra, para los que tienen sabor de Dios, tendría el sabor de un testamento de amor. De ahí que el Cuerpo y la Sangre de Cristo, después de pasar por la mirra de la Cruz, tienen para nosotros sabor de Redención y alegría de vida eterna. Y los sufrimientos que nos tocan, después que nosotros pasamos por la alegría de la Navidad y la alegría de la Pascua, son simples espinas que cuidan las rosas de nuestro amor a Jesucristo. C C C

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Homilía 60El Bautismo de Jesús

Ciclo B (11-Enero-2009 )Isaías 42, 1-7 Hechos 10, 34-38 Marcos 1, 7-11

Salmo 28: El Señor bendice a su pueblo con la paz.

El año litúrgico intenta celebrar todos los aspectos de la vida de Cristo. Con esta fiesta del Bautismo de Jesús culmina el tiempo de Navidad y el tiempo de su Encarnación y su manifestación al mundo. Tras el Bautismo, con la declaración de Mesías Divino por parte del Padre, empieza la vida pública de Jesús. Al comienzo de su vida pública, la Iglesia quiere ofrecernos una imagen bien definida de Jesús, una imagen que tenga su relieve original, su filiación divina, para que el Pueblo de Dios, al contemplar y adorar a Jesucristo, comprenda algo del porqué su Dios es Dios de amor, y al pasar por la vida haciendo el bien, logró que los ciegos vean, los cojos anden, los muertos resuciten, los leprosos queden limpios, y a los pobres se les anuncie un Evangelio de salvación. En las lecturas de hoy aparecen tres imágenes sobre la figura de Jesucristo: La primera es la de Isaías que nos presenta al Siervo de Dios. El pueblo de Israel ha vuelto del destierro muy desgarrado, sin historia, sin culto, y con una fe débil, pues sólo hay un resto que la practica. Esta imagen del Siervo de Dios en Isaías es parte del libro de la Consolación de Israel. Esta consolación de Israel es también parte de la consolación de todo hombre o mujer de fe que reza como rezó ese pueblo después de la esclavitud; que reza como cualquier persona abatida por la fuerza negativa de este valle de lágrimas, de este mundo de pecado: “Levanto mis ojos a los montes, de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo

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el cielo y la tierra. El profeta Isaías presenta a este Siervo doliente en cuatro cánticos: 1-El primer cántico es la lectura de hoy, Isaías 42, 1-7. El Siervo es elegido y es ungido. Es siervo, porque hace la voluntad de Dios, pero es también Hijo, porque lleva su Espíritu y es la complacencia de su Dios. El segundo cántico está en Isaías 49, 1-6. El Siervo es elegido desde el seno materno, logrará la unidad de Israel, y será la luz para todos los pueblos de la tierra. El tercer cántico está en Isaías 50, 4: Dios abre el oído de su Siervo para que se vuelva discípulo, y el siervo abre su oído, abre su corazón, abre su alma y se abandona en su Padre hasta dejar que lo maltraten, que acaben con él, pues no importa lo que pase, su Dios se cuida de El. Este cántico resume un poco la tradición espiritual de Israel: El salmo 15: El Señor es mi herencia. El Salmo 23: El Señor es mi pastor, nada me falta. El Salmo 91: El que mora al amparo del Altísimo no temerá ningún mal. Es la teología del abandono en las manos de Dios que llega hasta el misterio de la cruz. Y el cuarto cántico está en Isaías 52, 13: Es la victoria del Siervo: Enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Esta exaltación en el Nuevo Testamento será la Resurrección de Jesús. La 2da. Imagen de Jesucristo está en la segunda lectura. Aquí la imagen del Siervo pasa a ser Jesús de Nazaret. Dice Pedro: Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos, porque Dios estaba con El. Una de las definiciones más sencillas del Siervo de Dios la da san Pedro en este texto cuando dice: Pasó por la vida haciendo el bien.. y liberando a los oprimidos. El mal no sólo hace daño sino que esclaviza, y cuando el mal se adueña de una situación es muy difícil de arrancar, sobre todo sabiendo que a veces el mal toma el

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aspecto del bien, y entonces no hay manera de identificarlo y destruirlo. Recordamos la película de la bella y la bestia: el hechizo del mal, por falta de amor, se adueñó del castillo: el príncipe se volvió un monstruo, las personas se volvieron simples objetos, y todo el castillo quedó oscuro y tenebroso. Cuando el amor de la jovencita, llena de luz y de bendición, fue pronunciado dentro del castillo, toda una luz invadió el recinto, el monstruo volvió a ser el príncipe, las cosas volvieron a ser las personas de antes, y todo el castillo se iluminó y se liberó del hechizo del mal. El amor de Cristo, transformado en sacrificio y ofrenda, destruye el hechizo del mal del mundo, y le devuelve la paz, la alegría y la belleza infinita de Dios. Darle al hombre y al mundo la libertad de espíritu es sólo cosa de Dios, pues es algo demasiado grande, ya que la esclavitud del pecado tiene su reino en todos los rincones de nuestra familia humana. La tercera imagen es la de Jesucristo bautizado y proclamado por el Padre como Hijo predilecto. La escena del bautismo de Jesús empieza con una humilde presentación de Juan el Bautista: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo les bautizo con agua, pero El los bautizará con Espíritu Santo”. Con Espíritu Santo y fuego nos dará un poco de su vida divina, llenando nuestros ojos de esperanza, y haciéndonos seres libres, libres sin demasiado amor al mundo y a sus cosas, libres sin temor a nada, ni siquiera a la misma muerte. No es fácil transformar este mundo en Reino de Dios. En tiempo de Jesús no sólo hubo un Pilatos que lo condenó, o un Herodes que mandó matar a niños inocentes, o unos fariseos que hicieron declaraciones falsas para matar a Jesús, sino también hubo un Judas, y por ello la traición y la hipocresía siguen probando

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el valor de la fe de los verdaderos bautizados en cristo, aun dentro de la misma Iglesia, que es pecadora y santa. Lamentablemente hay mucho trigo y mucha cizaña. Muchas veces la cizaña aparece revestida de trigo, frena la evangelización, pero no es fácil de identificar. Cuando el agua se derramó sobre la cabeza de Jesús, se abrió el cielo, el Espíritu bajó sobre El en forma de paloma, y se oyó la voz del Padre que decía: Tú eres mi hijo amado. Y en El, cuando nos bautizamos, oímos también la voz del Padre que nos dice a cada uno: Tu eres mi hijo amado, y si nuestra fe es auténtica, dirá: Tú eres mi complacencia, porque haces mi voluntad. El verdadero bautismo, el sumergirse en el plan de Dios, tuvo para Cristo y para cada cristiano un doble momento: Lo que es el momento ritual , conocido también como sacramento de iniciación, comienzo de nuestra vida de fe, y para Cristo, comienzo de su vida pública. Y luego la realización concreta a través de toda la vida, que nos va bautizando, que nos configura con el plan de Dios. El bautismo ritual de Jesús se hizo en el Jordán, pero luego toda su vida fue un irse sumergiendo en el plan salvador del Padre. Su nacimiento, su epifanía, la persecución de los judíos, sus milagros, su predicación y la misma cruz lo fueron bautizando en el plan amoroso de Dios. A través de toda nuestra vida nos vamos bautizando, nos vamos sumergiendo en Cristo hasta configurarnos con El. Así podemos llegar a proclamar como san Pablo: ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí. Ese es nuestro verdadero bautismo que dura toda la vida, y que es coronado con la muerte en una transformación total. Aceptando el sufrimiento, pasando por la vida haciendo el bien, viviendo la alegría de nuestra fe, logramos quitarle al mundo el hechizo del mal, para

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transformarlo en reino de santidad, donde se vive más en el cielo que en la tierra. Todo eso es posible cuando nos asiste la gracia de Dios, y nosotros estamos dispuestos a llevar nuestra ofrenda hasta la entrega total de nuestra vida. C C C

Homilía 61Dios sigue llamando

II T.O. – B ( 18-I-09 )I Samuel 3, 3-10 I Cor. 6, 13-20 Juan 1, 35-42

Salmo 39: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

Meditamos hoy en dos aspectos fundamentales de nuestra fe cristiana: 1-Dios que llama. 2-Dios cercano. Acercarse a escuchar la Palabra de Dios genera en nosotros un compromiso absoluto, algo que compromete totalmente toda nuestra vida. No es sólo oír, es escuchar, aceptar con gozo todo lo que El diga. La aceptación de la Palabra de Dios conlleva el reto de cualquier sacrificio, llegando la ofrenda personal hasta la misma muerte. Los primeros cristianos se envolvían de tal forma en su amor a Jesucristo y en escuchar su Palabra, que compartían todo lo que tenían con un total desprendimiento, y cuando los echaban a los leones, entraban al circo cantando salmos, mientras las fieras los devoraban vivos. Eso era fe; eso era amor a su Jesús, muerto y resucitado. ¿Qué es la fe, qué es el amor de Dios? a) Es Abrahán que acepta sacrificar a su hijo único, como un acto de fidelidad a Dios. b) Es Isaías que dice: “como la lluvia que al caer siempre

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da fruto”, así es la Palabra de Dios, que no se pronuncia en vano. c) Es san Pablo que recibe el llamado de Dios, y toda la fuerza del pueblo judío no logra detenerlo en su proyecto. La fe es un poder, el amor es una energía indestructible, porque ambos llevan el sello de Dios. Cuando Pablo se hizo cristiano, 40 hombres del judaísmo se prometieron no comer ni beber hasta no matar a Pablo. Y de hecho, una vez lo dejaron por muerto, después de apedrearlo. Hay un salmo en la Biblia que dice: “Aunque un ejército acampe contra mí, mi corazón no tiembla”. La obediencia a la Palabra de Dios disuelve cualquier miedo, y está por encima de toda exigencia humana. d) Es la valentía de los apóstoles que al ser tomado presos, le dicen al Sanedrín: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. La fe y el amor a Jesucristo forman una adhesión tan fuerte a su proyecto de salvación, que ni la misma amenaza de muerte logra anularla. Una constelación de mártires han sellado con su sangre la adhesión a la Palabra de Dios. El avance de la fe y del amor de Dios no hay quien lo detenga. Esto lo resume así el poeta Pablo Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”. Nosotros casi no escuchamos la Palabra de Dios, pues nuestra atención espiritual en las celebraciones es muy poca. Estamos preocupados por muchas cosas, y nuestra concentración no es buena, y de esa forma, no se genera una respuesta a la Palabra. Cuando Elí le dice a Samuel: “Ve a dormir, y si te vuelve a llamar, di: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. A partir de ahí, Samuel no durmió, pues no era Elí el que iba a hablar, era el mismo Dios. En esa frase “habla Señor que tu siervo te escucha”, está contenida toda una teología de la respuesta que debemos darle a Dios. Este salmo 39 es la respuesta de la Iglesia en la liturgia de hoy y en la vida. Vivimos para escuchar la

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Palabra de Dios y cumplir su santa voluntad. Es la Palabra la que nos dice cuál es la voluntad de Dios, y esa Palabra tiene que ser interpretada en cada momento de la historia y en cada circunstancia personal o colectiva. La Iglesia vive para escuchar la Palabra y partir el Pan. Juan Pablo II nos dijo en su encíclica sobre la Eucaristía: “Todo el que asiste a Misa debe estar absorbido por dos milagros: Dios que habla, y Dios que se hace Pan”. Uno de los aspectos bonitos del mensaje de hoy es la cercanía de Dios. Las demás religiones dan culto a un Dios lejano. Nosotros glorificamos a un Dios cercano, que camina con nosotros, que vive dentro de nosotros. Por el Bautismo, la Trinidad mora dentro de nosotros. Alá atrae a millones de musulmanes, pero Alá es para ellos un dios lejano, al que no pueden llegar. Nuestro Dios es Jesucristo que se hace Palabra y se hace Pan. Es Dios cercano, que comprende y apoya. Los dos discípulos del Evangelio, preguntaron a Jesús: “Maestro, dónde vives? Fueron y se quedaron con El aquel día”. Es un texto que tiene dimensión vocacional. Este texto representa una gran alegría para la Iglesia y un gran sufrimiento. Es una gran alegría el saber que miles de jóvenes, ellos y ellas, entran a un seminario o a un convento, y al encontrar a Jesús, se quedan con El toda la vida. Se quedan con El para proclamar su Reino, para vivir su estilo de caridad, para decirle a todo el mundo: “Gusten y vean qué bueno es el Señor”. Pero este texto representa para la Iglesia también un sufrimiento. La Iglesia sufre porque sabe que muchos jóvenes abandonan los seminarios, pues allí dentro no encuentran al Señor Jesús. Algunos salen, porque no tienen vocación, pero otros muchos salen porque el ambiente de la casa religiosa asfixia o debilita su fe, pues allí no se vive ni de Caridad, ni de

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Palabra de Dios, ni de Pan de vida. El pueblo de Dios cree que cuando se trata de casas de sacerdotes o comunidades de monjas, allí dentro se vive de amor de Dios, y eso no siempre es cierto. Cuando dentro de la casa religiosa se crean intereses económicos, deseos de mandar o de imponer leyes y exigencias que esclavizan, aún rezando y diciendo Misas, ahí dentro se vive un verdadero purgatorio. Y el dolor más grande de la Iglesia se produce cuando nuestros sacerdotes jóvenes abandonan su vocación, porque no pueden aguantar el vacío de Dios que se vive en muchas comunidades religiosas. Después que ha costado tanto forjar un sacerdote, una comunidad religiosa que anda bastante fuera del Evangelio, termina quemándole la vocación. Todos gritan lo mismo: “No me hice sacerdote para ser infeliz”, y los asfixian. Ellos prefieren irse al mundo donde Dios se hace presente en muchas familias sencillas, cuya fe es un templo. No basta con que estemos contentos de nuestro trabajo. No basta con que la gente esté contenta de nosotros y nos aplauda. El primero que debe estar contento es el mismo Dios. Y cuando Dios está contento nos envía vocaciones para que constituyan nuestro relevo en el servicio a Dios y a los jóvenes. Don Bosco decía: Si una obra salesiana no produce vocaciones, ciérrenla, pues el anuncio del Evangelio no es bueno. En Puerto Rico no tenemos vocaciones. Tenemos un solo joven en el Noviciado y un clima vocacional casi muerto. Dios no quiere enviarnos vocaciones, pues si las manda, se las destruimos. Y eso es grave. Dios puede perdonarnos, pero puede dejarnos a la vera del camino y prescindir de nosotros, y eso también es grave. La falta de vocaciones demuestra que la obra salesiana en Puerto Rico está a la deriva, y la razón es que los salesianos han sustituido el Evangelio por otros intereses personales. Y si un

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salesiano intenta hacer algo o corregir algo, lo expulsan o lo destruyen. Para anunciar el Evangelio no bastan buenas colectas y buenos aplausos. Jesús y los primeros cristianos nos dieron la norma: La Palabra de Dios se escribe con sangre, con grandes sacrificios. Si es sólo papel escrito, no produce santidad. “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo” y no puede dar fruto. C C C

Homilía 62Conversión de san Pablo

( 25-Enero-2009 )Hechos 22, 3-16 Gálatas 1, 11-20 Marcos 16, 15-18

Salmo 116: Vayan al mundo entero y proclamen el Evangelio.

“Yo Pablo, apóstol de Jesucristo” es la forma precisa y clara con que el apóstol define su verdadera nueva vida, la vida que adquirió al dejar el judaísmo y enrolarse con Jesús y su proyecto salvador. La figura de Pablo emerge en un momento bien difícil para los cristianos. No un tiempo difícil porque ellos tuvieran miedo al sacrificio o a la muerte, sino porque la presión que los judíos les estaban imponiendo frenaba la evangelización. Jesús dijo a sus discípulos: “Vayan por el mundo, anuncien y den testimonio de lo que han visto y oído, y yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo. La entrada de Pablo en el escenario del Evangelio es parte de la protección divina ofrecida por Jesús con su presencia. Pablo no es sólo el milagro de un alma clara y definida, que apoya y anima a sus compañeros. La figura

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de san Pablo es mucho más. En san Pablo está la transparencia de Nicodemo, de quien el mismo Jesús dijo: He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. Pablo fue discípulo de Gamaliel, rabino que tenía a Dios en primer plano, pues sabía que lo que es de Dios lleva una fuerza que nadie puede vencer. En Pablo se da una de las expresiones más hermosas de la salvación en Jesucristo, pues en vez de enfrentar al enemigo, Jesús lo llama por su nombre, lo salva y lo transforma en fuerza positiva para la causa del reino. La Iglesia ha tenido un gran acierto en proclamar el año paulino, como una oportunidad para rejuvenecer la fe de sus hijos, pero es un año que no está siendo muy bien aprovechado. Apenas algunas celebraciones y algunos temas sobre san Pablo se desarrollan en la Iglesia, pero no se nota una gran sacudida del pueblo de Dios. Las mismas peregrinaciones para potenciar los lugares de san Pablo, como son su nacimiento en Turquía, su predicación en Asia Menor, y su martirio en Roma, no están teniendo el relieve que merecen. Parece como si la Iglesia no estuviera abierta a un cambio sustancial en su evangelización. San Pablo se nos presenta en sus cartas y en el libro de los Hechos como un hombre profundamente enamorado de Cristo, convencido de que Cristo es el único salvador que trae la vida nueva y definitiva. El pueblo de Israel y su tradición bloquearon a Pablo, reduciéndolo a un círculo muy estrecho. Luego Jesús, con su gracia y su misericordia, abrió las compuertas de esa alma grande y espiritual que supo renunciar a todo, para entregarse a El con toda la fuerza de su corazón de creyente. En los Hechos de los apóstoles, Pablo da un testimonio gozoso de su cambio de historia. El hace ver que la experiencia vivida en el camino de Damasco no fue un sueño: Se declara discípulo de Gamaliel, con quien aprendió todos los detalles

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de la Ley de Moisés. Se declara como perseguidor de la Iglesia, metiendo en la cárcel a hombres y mujeres seguidores de Jesucristo. Y en su viaje, mientras va a perseguir cristianos, al medio día (para que no se crea que es un sueño), una luz lo invade, toca su mente y su corazón, lo llama por su nombre, y lo transforma en hombre nuevo. Pablo, en medio de la oscuridad y de una gran emoción , pregunta: Quién eres Señor? Y la voz misteriosa le responde: Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Estas palabras debieron traspasar a Pablo de arriba a abajo y de dentro hacia fuera. Allí murió el Pablo de dimensión judía, y nació el nuevo Pablo, apóstol de Jesucristo. Este santo apóstol, llamado por Jesús en una circunstancia tan especial, era un fariseo de la clase dominante, un doctor de la Ley, un ciudadano romano, y al ser llamado por Jesús queda convertido en un pobre perseguido. Cuarenta hombres judíos se comprometieron a no comer ni beber hasta no matar a Pablo. Una vez lo dejaron por muerto después de apedrearlo, pero Pablo llega a disfrutar dentro de él la riqueza inmensa de poseer en su corazón al dueño del cielo y de la tierra, y, sobre todo, a Aquel que por salvarlo se dejó clavar en una cruz, y se dejó atravesar el corazón con una lanza, para que se derramara hasta la última gota de su sangre. El santo Ananías, se conforma con decirle: El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, porque vas a ser testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído. Pablo es enviado al mundo con la fuerza de Dios, y el entusiasmo de un apóstol santo. La alegría de Pablo fortaleció a toda la comunidad de creyentes, pues vieron en él esa mano divina que les había prometido asistencia para siempre. La primera persecución había sacudido mucho a los cristianos y la presencia de Pablo generó una conciencia clara del apoyo de Jesucristo. Siempre que la Iglesia ha tenido

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problemas internos o externos, el Señor se ha hecho presente y ha dado su apoyo milagroso. Es su Iglesia, su heredad al pie de la cruz, la que se llenó de admiración al ver la tumba vacía, la que aguarda la resurrección final para vivir eternamente con su Señor. Frente a los emperadores romanos que mataron cristianos en cantidad, que trataron de devorar al pueblo cristiano, surgió en el siglo IV el emperador Constantino el grande, que se bautizó él y toda su familia, y mandó bautizar a todas las legiones de soldados del imperio. En la Edad Media la Iglesia se había hecho muy superficial, y empezó a buscar la riqueza y la vida cómoda, y surgió Francisco de Asís, que asumiendo una pobreza evangélica, invitó al pueblo de Dios a regresar al Evangelio auténtico. Recorrió con sus seguidores 600 kilómetros a pie, para ir a Roma a denunciar el debilitamiento de la fe con una vida cómoda, y la huida de todo sacrificio. En el siglo XV y XVI la Iglesia pasó por dos momentos bien difíciles: la Inquisición y la Reforma protestante. La Inquisición constituyó la noche oscura de la Iglesia, donde algunos monjes, apoyados por las autoridades eclesiásticas, trataron de imponer la fe por la fuerza, y todos aquellos que decían algo contra la Iglesia o contrario a la fe, lo llevaban a juicio, y si era culpable, lo condenaban a ser quemado vivo. De un ambiente así tuvo que brotar la Reforma protestante con Lutero en Alemania, Calvino en Francia y Zwinglio en Suiza. El pueblo de Dios no podía resistir más lo que se estaba viviendo. En ese doloroso clima se levanta la figura de san Francisco de Sales, quien con su gran virtud de la mansedumbre, y con su libro “Filotea” donde presentó su aprecio por la santidad laical, fue devolviendo a la Iglesia su verdadero rostro. La frase

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clave de su pastoral era ésta: “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”. Esa vida llena de mansedumbre y de amor cristiano de Francisco de Sales le gustó a san Juan Bosco, y le dio a sus seguidores el nombre de San Francisco de Sales: los Salesianos. En los tiempos de Don Bosco había en Turín un sacerdote por cada 25 habitantes, y era un sacerdocio alejado del pueblo sencillo. Don Bosco fue tratado como loco, pero logró cambiar de ruta, y se convirtió en el amigo de los niños y de los jóvenes. Invadió las calles y los barrios con sus muchachos, al igual que aquel Jesús que recorría los caminos polvorientos de Galilea acompañado de sus sencillos apóstoles. Todos sabemos que nuestra Iglesia no vive hoy día una gran espiritualidad. El presidente de la renovación carismática italiana dice que la verdadera crisis de nuestro tiempo es espiritual. Según él, la crisis actual está basada en una conciencia cada vez más errónea, decadente, y rendida al mal. El hombre de hoy se ha vuelto prisionero de sí mismo, y un extraño a la verdadera construcción del bien común. Para bombardear esta situación se necesita algo más que una predicación complaciente. Hay que volver a escribir la palabra Evangelio con gotas de sangre, para darle al hombre caído la voluntad de luchar contra sus propios defectos, y la capacidad de gozar la victoria que le devuelve el sabor de Dios y de las cosas de arriba, borrando un poco el rabioso apego a las cosas de este mundo. La Iglesia quiere inyectar en cada cristiano el espíritu de san Pablo, con un amor loco a Jesucristo, y una aceptación gozosa del camino de la cruz. No queremos ser frutos menores de una tierra cansada. Queremos darle a la Iglesia el rostro de los primeros cristianos, no importa la cuota de sacrificio que haya que pagar. C C C

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Homilía 63La presentación del Señor

Ciclo - B. ( 2-Febr.-09 )Malaquías 3, 1-4 Hebreos 2, 14-18 Lucas 2, 22-40

Salmo 24: El Señor, Dios de los ejércitos, él es el rey de la gloria.

Esta fiesta celebra y reflexiona sobre dos puntos importantes: La purificación cristiana y la ofrenda de amor. El profeta Malaquías dice que el mensajero que llega al santuario refinará a los hijos de Leví y presentará una ofrenda agradable al Señor. La ofrenda que va hacia Dios debe ser pura y todo el pueblo se debe purificar. La carta a los Hebreos presenta al sacerdote perfecto: Ofrece una ofrenda pura, se ofrece a sí mismo como ofrenda perfecta, y asume nuestra naturaleza para ofrecernos a todos con El. Todos somos parte de su ofrenda al Padre. Todos sufrimos y morimos con El. Somos parte de su vida y de su proyecto redentor. Es sumo sacerdote compasivo y fiel, pasa por la prueba del dolor para acompañar a los que sufren, pues es parte de ellos. Recibe un cuerpo doliente, y desde ese cuerpo convierte todo sufrimiento en ofrenda agradable a Dios. En otro pasaje de esta carta dice Jesús: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me diste un cuerpo. Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Hasta la venida de Jesucristo, el sufrimiento era tenido como castigo de Dios. Ahora, todo sufrimiento que es ofrecido por amor, pasa a través de la cruz de Cristo, se purifica y se vuelve ofrenda agradable. La ley de Moisés pide que todo primogénito lleve una ofrenda al ser presentado al templo. Esa ofrenda que lleva la madre por su purificación y por su hijo,

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puede ser un cordero si es una familia que tiene algunas posesiones, y puede ser un par de tórtolas o dos pichones, si es una familia pobre. Es una ofrenda que se remonta a la salida de Egipto, y significa una acción de gracias por la liberación de los primogénitos del pueblo de Israel. Hoy día, la ofrenda que lleva el cristiano es la ofrenda de sí mismo, uniéndose a la ofrenda de Cristo por nuestra liberación del pecado y de la muerte eterna. El anciano Simeón descubre al Mesías en ese Niño de María y de José, y ofrece su propia vida, renunciando a lo que le queda por vivir y deseando irse al cielo. Con la alegría del Espíritu Santo que lo invade, entona su cántico: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien haz presentado ante todos los pueblos, luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel”. Esta fiesta de la Presentación del Señor se llama también fiesta de Purificación de María, que llega al templo después de los 40 días de haber tenido su primogénito, y también se le llama fiesta de la Candelaria, por la procesión de luces con que se suele iniciar esta celebración. Las velas encendidas significan que Cristo es luz, que ha asumido la naturaleza humana y la ha iluminado con una visión divina de las cosas y de los acontecimientos ordinarios. Más que llevar luces al santuario, cada cristiano es una luz que brilla por la presencia de Cristo y que tiene su corazón iluminado por un intenso amor hacia el Señor y su santa madre. Simeón reconoció al Salvador presente en el mundo, y nosotros lo reconocemos presente en la comunidad y en nuestras vidas. Ese santo anciano, poseído por el Espíritu Santo, presenta al Niño Dios como una bandera discutida, y le profetiza a María el dolor de una espada que atravesará su corazón de madre. Pero María, junto al Hijo,

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es ya ofrenda perfecta, y su dolor es parte del plan del Padre, y es un sufrimiento con fuerza de redención. El camino del Hijo es camino de la madre, y la victoria del Hijo será también victoria de la madre. La presentación del Señor es ofrenda, es purificación, es luz. Somos la caravana de la luz que marcha iluminando al mundo con la victoria de la fe, y ofreciendo cada gota de dolor sobre el altar de la vida, con la esperanza de vivir una muerte que se ofrece, y una feliz resurrección que se espera. C C C

Homilía 64Job y Pablo: Lamento y Confianza

V T.O. –B (8-Febr.-09)Job 7, 1-7 I Corintios 9, 16-23 Marcos 1, 29-39

Salmo 146: Alaben al Señor que sana los corazones destrozados.

Job presenta su situación en términos dramáticos y pesimis-tas: meses baldíos, noches de fatiga, días que se consumen sin esperanza. Para Job, la vida es batalla continua, una verdadera esclavitud, una carga pesada que nos han impuesto. Por eso busca alguna sombra y trata de refugiarse donde haya un poco de paz. Ante el dolor, la fe de Job se ha vuelto débil. En realidad, la figura de Job es la voz del Antiguo Testamento que no tiene respuesta para el sufrimiento, y lo ve como un castigo de Dios. La fe de Job se ha confundido con el dolor que experimenta, pero siempre queda una pequeña luz que le permite clamar hacia Dios desde su miseria. El N.T. y toda la Iglesia dan un

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paso adelante con el salmo responsorial: Alabad al Señor que sana los corazones destrozados. Desde una lamentación desesperada se pasa a la confianza en Dios. La respuesta al dolor es Jesucristo. Jesús entra en el dolor y lo transforma en fuente de purificación. Aunque Jesús curó a muchos enfermos y resucitó muertos, El nos ha hecho ver que el dolor no se supera quitándolo, sino asumiéndolo y ofreciéndolo. El cristiano con su fe y su amor a Dios se coloca por encima del dolor, y lo convierte en energía positiva, en fuente de santidad. El apóstol Pablo dice en su carta a los Romanos: “Pienso que los sufrimientos de esta vida no son nada comparados con la dicha que nos espera” (Romanos 8, 18). La dicha que esperamos es un bálsamo que nos da seguridad y paz. La esperanza del cielo actúa en nosotros como un refugio santo. La figura de Pablo, en contraste con el patriarca Job, aparece como la expresión perfecta del seguimiento de Jesucristo. Su mente y su corazón desbordan de amor por Jesús y su misión. Pablo sabe que la gran misión que lleva a cabo no es motivo de orgullo para él. Es más bien motivo de acción de gracias, pues Jesús lo ha llamado a ser parte de un proyecto grande, del plan divino de la salvación. Pablo considera que su verdadera paga es anunciarlo de balde, participar de la gratuidad de Dios que derrama sus dones sobre todos los hombres, sin esperar nada a cambio. La visión de Pablo ha cambiado mucho. Pablo es un ser nuevo. Pablo era un doctor de la Ley, un fariseo de la clase dominante, un ciudadano romano, y al seguir a Jesucristo se vuelve débil, esclavo, un pobre perseguido, y todo ese anonadamiento lo transforma en un apóstol apto para la gloria de Dios. Con los conceptos del judaísmo no podía ser cristiano. Nosotros con los conceptos del mundo no podemos seguir a Jesús. Debe haber una transformación. Cuando Jesús llama

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a sus seguidores, lo primero que les pide es desprendimiento y humildad: “Vende lo que tienes, dalo a los pobres, luego ven y sígueme”. Y más tarde les pedirá que sean el último de todos y el servidor de todos. Pablo no sólo siente el gozo de anunciar, sino que se hace esclavo, débil, y así puede ganar a muchos para el Señor. El reino no es cuestión de grandeza: Dios proyecta su reino en medio de los pobres y los débiles. Al seguir a Jesucristo, al proclamar su nombre y su reino, eso no se puede hacer de cualquier forma. El mensajero que anuncia la buena nueva debe ser humilde, hacerse esclavo de los demás, ser plenamente desinteresado, y vivir en una gran intimidad con el Señor. La evangelización no es cosa nuestra, es plan de Dios, y a El hay que referirse continuamente para que nos ilumine y nos ayude a abrir caminos nuevos para la fe. Nosotros tenemos un gran problema: fácilmente mezclamos a Dios con el mundo. Creemos que por tener un buen puesto de mando y poder controlarlo todo, así la evangelización va muy bien. El Evangelio funciona de otro modo. A veces cuando creemos fracasar se ha triunfado más de la cuenta. Dios no piensa como nosotros, y sus caminos no son nuestros caminos. Otros creen que el tener dinero abundante para cubrir los gastos, eso es suficiente para que la evangelización funcione bien. El apoyo humano ayuda al Evangelio, pero en las cosas de Dios, el débil tiene más éxito que el fuerte; lo inseguro puede funcionar mejor que lo seguro. La Iglesia se esfuerza en analizar la Palabra de Dios para que llegue mejor al mundo. Por ello hemos tenido las reflexiones de las Conferencias Episcopales Latinoamericanas: Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida...el Sínodo de la Palabra, la Misión Continental, etc. Todas esas reuniones se dedican a analizar la Palabra, a presentar mejor la herencia de Jesús. Pero el problema de la

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evangelización no es la Palabra, que de por sí, es buena. El problema no es el pueblo que la recibe, que es pueblo humilde y santo. El problema mayor son los mensajeros de la Palabra. Los sembradores no sabemos sembrar. Nos falta humildad, nos falta oración. En muchas parroquias, el primero que está vacío de Dios es el cura. Misas vacías de espíritu, predicación sin alma. Nos conformamos con decir: ay, la asistencia del pueblo disminuye, la gente se confiesa poco, reza poco, faltan vocaciones. Pero no aceptamos el verdadero mal que sufre la Iglesia: Una multitud de sacerdotes dominantes, llenos de or-gullo por sus títulos, que todo lo controlan, más exigentes que los fariseos, imponiendo cargas que ellos no pueden llevar. Un montón de curas y monjas buscando seguridad en el dinero, y ese dinero no siempre cubre las necesidades de los feligreses. Así no eran los primeros cristianos. Una legión de curas y monjas muy viejos que no quieren soltar la sartén, y lo contro-lan todo. Que no saben que Dios les dio 30 ó 40 años para servir, y que ya se acabó, y es hora de retirarse, viviendo en humildad, y sirviendo de ayuda en lo que se pueda. Una multi-tud de laicos sirviendo en las parroquias que parecen capataces de fábricas, y manejan las iglesias y capillas como “sus terri-torios”. La misma sociedad es clara: A las personas que pasan de sus 65 años les piden que se retiren. Se les da un apoyo para que vivan, pero se les retira de la administración laboral. Hay empresas que no aceptan obreros con más de cincuenta años. No es discriminación. Un cerebro a los 70 años no funciona igual que a los 45 años. Es el relevo de la vida que hay que respetarlo. La Iglesia retira de la administración a los obispos que cumplen 75 años de edad, y es una buena decisión, aunque a muchos obispos les saquen lágrimas para dejar sus diócesis. Al que terminó de andar le toca sentarse, y después “partir”,

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en forma gozosa. En muchas parroquias hay una gran cantidad de servidores que se han refugiado en las iglesias y mandan más que el cura. Manejan sus trabajos sin humildad, sin oración personal, y las pobres iglesias funcionan peor que clubes sociales. Los templos se han convertido en territorio invadido por curas y laicos sin espiritualidad interior. Como nadie puede meterse con la Iglesia, todos los problemas de la pastoral se manejan en silencio, y en ese silencio nos encontramos con curas y monjas buscando dinero, laicos buscando refugio pues no tienen paz en sus casas, y todos gozando de la inmunidad espiritual de la Iglesia. Se necesita, pues, mucha humildad, mucho sacrificio, y cuando ya han cumplido su deber, y su cerebro es un cerebro cansado, saber retirarse, aunque otras personas más jóvenes tengan que caminar sobre peldaños de errores. Conozco una parroquia donde el administrador tiene ya 79 años. Aunque sea un genio, esos cables ya están tostados, ya es un alma cansada, y la visión de futuro se volvió pasado, y la consecuencia de ese cansancio se proyecta en toda la marcha de la parroquia, incluyendo la misma evangelización, pues mucha gente viene frenada y tiene que trabajar con insatisfacción. El camino de la fe es un camino ágil, alegre, libre, donde cada uno da lo que puede, y el templo no puede ser refugio ni campo de éxito para nadie. La Iglesia no tiene fuerza para cambiar esta situación, pues todo el mundo quiere ser aplaudido, nadie quiere quedar mal. Nos sumergimos en un río de protecciones, y dejamos al Espíritu Santo que resuelva lo que pueda. Jesús habló claro: “Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da buen fruto”. Si no muere, queda infecundo. La falta de fecundidad que tiene nuestra Iglesia católica, el debilitamiento de las vocaciones, la disminución de la asistencia en las iglesias, tienen su razón

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en el trabajo pastoral que se ha empobrecido. Los servidores del altar tienen su mente y su corazón en otra cosa que no es el altar. El templo, el altar, el anuncio del evangelio es campo de ofrenda y no puede ser pedestal para otros propósitos. Obispos, sacerdotes y laicos tienen que dar un poco más de sí mismos para que la Iglesia vuelva a ser lo que era antes. Algunas frases del Evangelio hay que escribirlas con sangre para que se puedan entender. Sabemos que la Iglesia está dirigida por el Espíritu Santo y no la vamos a derrumbar, pero mientras pasa nuestra generación, podemos hacer mucho daño al proyecto de Dios, pues El ha decidido confiar en nosotros, y a pesar de nuestros fallos, sigue esperando en nosotros. C C C

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Homilía 65La lepra

VI T.O. (15-Febr.-09)Levítico 13, 1-2. 44-46 I Corintios 10, 31–11, 1 Marcos 1,40-45

Salmo 31: Tú eres mi refugio,me rodeas de cantos de liberación.

Los leprosos vivían en Israel una situación desesperada. Estos enfermos sufren mucho en todo el mundo, pero en Israel, la misma legislación religiosa y civil se iba contra ellos. Se trataba de una enfermedad que en ese tiempo era incurable, que se tenía por contagiosa y se consideraba como un castigo de Dios por haber pecado. Junto al peso físico y moral de esa situación desesperante, la legislación les mandaba andar harapientos, despeinados, proclamarse “impuro” frente a los demás, y vagar lejos de los poblados. Se creía que esta enfermedad no venía por limitación o debilidad del cuerpo humano, sino por castigo de Dios ante algún pecado cometido. Y si era Dios quien daba el castigo, ese enfermo debía curarlo Dios, cuando perdonara su pecado. En este texto no hay misericordia, no hay compasión. La misericordia vendrá con la vida de Jesucristo, protagonizada en la parábola del hijo pródigo, y en las curaciones que Jesús hacía de los enfermos, especialmente los leprosos. El sacerdote debía determinar si ya estaba curado, y en cierto sentido, perdonado por Dios. Esto es ya un preanuncio de la confesión, donde el sacerdote es quien ofrece el perdón de Dios. La llegada de Jesús es un progreso, no sólo en cuanto a la salvación universal, sino también en las relaciones humanas. El cristiano será una persona sensible, amable y caritativa, con

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una actitud siempre abierta a una vida fraterna, y a buscar el bien del otro por encima del propio interés. Ordinariamente, en las lecturas de la celebración dominical, la primera y la tercera lectura tienen un cierto parecido, y responden a una misma idea. En las lecturas de hoy hay un contraste. En el Levítico el leproso es alejado y declarado culpable de pecado. En el N.T. el leproso es curado y declarado sin culpa. En los tiempos de Jesús, la Ley permanecía igual, los leprosos vivían aislados. Pero al oír hablar de los milagros de Jesús, se acercaban un poco, buscando su curación. Jesús pasa por encima a la ley, toca al enfermo y lo cura. El leproso se arrodilla y dice: “Si quieres, puedes limpiarme”. Expresa su fe y lo hace con humildad. El Evangelio dice: Jesús, sintió lástima, lo tocó y lo curó. Aquí está el centro de la meditación de este fin de semana. Jesús siente lástima, lo toca y lo cura. Jesús siente compasión, rompe la ley, y se va más allá de la ley. Porqué la Ley no permitía tocar al enfermo? Porque la ley no sentía lástima. La ley, de por sí, es una reacción sin misericordia. La ley tiene la postura del más fuerte. Simplemente se impone. Jesús cumple la ley, pero le añade un poquito de lástima, le añade misericordia, le añade amor. La Ley de Jesús será ley de amor, que no maltrata, sino que levanta. Nuestras leyes no son para levantar, son para imponer castigos, para dominar y controlar. Nuestras leyes parece que son justas y logran el orden social, pero en realidad son leyes inhumanas, no tienen consideración de nadie, y al final, todos pagamos las duras consecuencias. El derrumbe de la economía mundial se debe a que pertenecemos a un mundo mal organizado, un mundo que protege el egoísmo y la ley del más fuerte. Los ríos de lágrimas que se están produciendo con el despido de centenares de miles de obreros, es el fruto amargo que nos dice que nuestro árbol

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no da buena cosecha. La organización social, donde cada uno trata de ganar más y más, sin preocuparse por lo que le pasa al vecino, es una bomba de tiempo que pronostica una ruina cada vez mayor. Nuestras leyes están todavía en el A.T. Nuestras leyes son ley del más fuerte. Quien la hizo la paga. Así no es Dios. El Evangelio prácticamente se ha quedado en una simple noticia. La fuerza sanadora del Evangelio ha producido en nosotros muy poco del estilo de vida que Dios quiere. Las Escrituras se han quedado para nosotros como una literatura bonita, y el culto que celebramos es sólo un ritual artístico. La caridad cristiana es en nosotros una especie de ensayo, y sólo en algunas circunstancias se realiza, y no es caridad que duela. Nuestras reacciones tienen muy poca comprensión. Nuestra justicia es dura, no lleva un poquito de amor. Hasta gozamos con que el pecador pague su falta. En uno de los viajes de Jesús, unos samaritanos les tiraron piedras, y Felipe dijo: Señor, quiere que mandemos bajar fuego del cielo para quemarlos a todos? Jesús se limitó a decir: Felipe, tú no sabes de qué raza somos, tú no has entendido qué clase de gente tenemos que ser nosotros. Cuando algunos cristianos tenían pleitos entre ellos, e iban a la corte, Pablo se disgustaba. Pablo consideraba que somos gente tan distinta, que es mejor dejarse robar, antes que ir a un juez humano, pues nuestro Juez es el Señor. Todo esto no ha entrado al corazón del hombre. Hace unos 12 años, una señora de Santurce en Puerto Rico se bajaba de un autobús de AMA, de los autobuses del Municipio de San Juan. El autobús arrancó antes de tiempo, y arrastró a la señora que tenía como 73 años de edad. Un brazo se despegó por dentro del hombro. Ha sufrido toda su vida, yendo de médico en médico. Su único hijo murió pequeñito.

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Sus amigas le aconsejaron demandar a la compañía del autobús. Realmente ella lo necesitaba y hubiera recibido un buen dinero. Pero es cristiana, de esas que han encontrado a Jesucristo. Ella no aceptó hacer demanda, por razón de su fe. Ella pensó: el chofer no lo hizo a propósito. Si ella demandaba, al chofer lo cancelaban... y su esposa y sus hijos iban a pagar por algo que nadie tenía la culpa. Eso que nosotros llamamos “tengo razón”, es un parche que no siempre le pega a una conciencia cristiana. Pablo en la 2da. lectura dice: Ya coman, ya beban, hagan todo para dar gloria a Dios. No den escándalo ni a judíos, ni a griegos, ni a los hermanos en la fe. Ustedes son seres nuevos, que observan las leyes, pero en ustedes va primero la misericordia y el perdón. Uno cualquiera del mundo puede decir: Si cometió el delito, y se demuestra que es culpable, debe pagar. El cristiano dice: Si cometió el delito, aunque se demuestre que es culpable, lo perdono. Acercarse a Jesús y cambiar de vida, una vida que le pase por encima a la ley, no es fácil. Por eso el cristianismo se nos queda convertido en un pequeño barniz, en un poco de ritual, pero no nos sacude y nos transforma desde dentro. Vivir con Jesús y como Jesús es morir cada día, y esa muerte exige una fe grande. La lepra que nos presentan hoy las escrituras nos lleva a considerar también la lepra del espíritu. Es la lepra de la comodidad, la lepra del egoísmo, la lepra de una caridad débil, la lepra del chisme dañino, la lepra de una oración superficial, la lepra de un amor a Dios muy pobre, la lepra del orgullo y la vanidad. Simplemente lepra que no se cura tan fácilmente y que contagia con el mal ejemplo. Ustedes ven que las personas que viven en los campos se apoyan todos, se conocen todos. Pero vayan a la gran ciudad, a los enormes

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edificios de la gran ciudad. De una puerta a otra la gente no se conoce. Y a eso le llamamos progreso. Porque progreso es matar al hombre y tenerle respeto a las leyes y a las máquinas. La prisa de la gran ciudad no tiene caridad para nadie. Pero Dios no es así. Igual que sucedía con los judíos, nuestra sociedad no rechaza a los deambulantes (adiptos o homeless), pero les huye. Los deambulantes no son atractivos. Y hay que recordar que esos pobrecitos son el fruto de una sociedad bastante dañada, de una sociedad engreída por sus logros, orgullosa y vanidosa. No todo lo que vivimos es bondad y es cristianismo. La Palabra de Dios está todavía lejos de curarnos de la lepra del espíritu. Hoy es un buen día para caer de rodillas ante Jesucristo y decirle con toda humildad: Señor, si quieres puedes limpiarnos de esta lepra del alma que nos va matando poco a poco. Y quiera Dios que Jesús se compadezca de nosotros, y podamos oír esas hermosas palabras: Quiero, queden limpios. Y luego como penitencia nos diga a cada uno: Vete, y no peques más.

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Homilía 66La Misericordia del SeñorVII - T. O. –C ( 22-Febr.-09 )

Isaías 43, 18-25 II Corintios 1, 18-22 Marcos 2, 1-12Salmo: “Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”.

En este fin de semana meditamos el binomio “Pecado – Perdón”: el pecado del hombre y el perdón de Dios. Un himno de vísperas dice así: “Al llegar a la tarde, se encontraron frente a frente, tu amor y mi pecado, y triunfó tu misericordia”. Isaías considera que la misericordia de Dios va a transformar el mundo en una verdadera novedad. El texto de Isaías dice: “No recuerden lo de antaño, lo que se vivió antes”. Ahora voy a crear algo asombrosamente nuevo. “Abriré camino en el desierto, ríos en la tierra árida... quiere decir que, un pueblo árido, que se ha alejado de Dios, va a ser inundado de perdón, de misericordia y de amor. Aunque el pueblo se ha vuelto malo, conserva la sed de Dios, tiene hambre espiritual. Y basado en esa hambre, Dios va a salvar a su pueblo de la ruina eterna. El pueblo no pide perdón... Dios se adelanta y concede un perdón que el pueblo desea, pero que no lo pide. “Yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes”, dice Dios. Jesús le dice al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”. Le adelanta la curación interior, antes que la parálisis del cuerpo, sin que el paralítico lo pida. Es puro don de Dios. Las lecturas nos están dando una postura muy optimista de la relación del hombre con Dios. Dios ve nuestros pecados y los perdona por su cuenta, porque nos perdona más allá de nuestras culpas. La Iglesia conoce sus faltas y sabe que tiene seguro el perdón.

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Por eso reza conmovida: “Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”. Sáname, Señor, porque a ti he encomendado mi causa. Sáname, Señor, porque tú eres mi única respuesta. Son muchas las curaciones que necesita nuestra Iglesia católica. Pablo habla en la 2ª. Lectura del titubeo de la fe, que es una fe indecisa, débil. Dice el apóstol: Cristo no fue primero sí, y luego no. Jesús se mantuvo firme hasta morir en la cruz. Pablo sabía que muchos cristianos de Corinto se aflojaban o se retiraban, y él les escribe diciéndoles: “Sigan el ejemplo de Cristo, o sigan mi ejemplo”. Pablo lo perdió todo, y su fidelidad al Evangelio se mantuvo hasta que fue decapitado en Roma. Esa fidelidad es la que Pablo quiere para sus hijos, poniéndoles el ejemplo de Cristo y el de sí mismo.

Nuestros sacramentos se han convertido en un sí y luego un no. Millones de personas se bautizan, pero de muchos bautizados lo que queda es un simple papel manchado en la oficina parroquial. Cuántas primeras comuniones, confirmaciones...y esos sacramentos se quedan en ritos vacíos, pues los que siguen yendo a la Iglesia son sólo un 10 ó un 15%. Por eso la Iglesia reza así: “Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”, porque lo que estamos haciendo, con mucha frecuencia, se desvanece, y estamos muy lejos de tu voluntad.

Y si entramos en el mandato de la caridad, vemos que se ha debilitado demasiado. No basta con echar un par de pesos en la colecta, o con llenar una alcancía para los pobres en Cuaresma. La caridad pide un toque de fidelidad a Dios, una caridad que llegue a dar hasta que duela. El mandato de la caridad ha sido cubierto por una caridad débil, donde a penas compartimos migajas. Migajas que no llevan el sello de nuestra fe. Y este problema va desde el altar hasta el último bautizado.

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Desde el vaticano, los obispados, y casas de curas y monjas, la caridad se presenta débil, tiene una gran anemia, y no acepta ser curada. En muchos de nuestros centros, la caridad es un esqueleto que Dios no aprecia. El Evangelio nació y vive sobre una plataforma de compasión, de caridad y de perdón. Y si ese ambiente de caridad no existe, entonces ningún plan pastoral funciona, porque sólo la caridad le da vida a todo lo que hacemos. Isaías dice: voy a crear algo nuevo... Cuando nosotros tomamos el Evangelio y lo encajamos en los criterios humanos, el Evangelio se asfixia. Nosotros tenemos mucha gente que nos quiere, que nos ayuda y nos cuida más de la cuenta. Pero, porqué nos quieren? Porque supuestamente estamos dedicados a los más pobres y a los más necesitados. Ahora bien, los pobres, los deambulantes, los drogadictos, encuentran en nosotros, los curas y las monjas, unos amigos que los acogen con amor? ¿Tienen ellos nuestra casa como un hogar donde beberse un buen vaso de jugo, o comerse un sándwich? Realmente no es así. No podemos decir que son culpables, que son antisociales, que no quieren cambiar. La Palabra de Dios no se preocupa de culpabilidad... se preocupa de sembrar el bien, porque el bien es de Dios. Dice Isaías: Yo, por mi cuenta, borraré sus crímenes, o sea, Dios nos hace el bien, no importa lo malo que seamos nosotros. Nosotros no podemos imitar a Jesús naciendo en un pesebre...no vamos a imitar a Jesús andando con los pies descalzos en el polvo caliente...porque nuestra piel no da para eso. Talvez no vamos a imitar a Jesús muriendo en una cruz, flagelado, golpeado y rechazado. Pero podemos vivir su Espíritu. Dice el apóstol Pablo en la segunda lectura: Él ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.

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Llevamos el Espíritu de Dios, pero actuamos con el espíritu del mundo. Ése es el gran problema de muchas casas religiosas. El criterio del mundo ha invadido nuestros templos y nuestros conventos. Ahí dentro, no todo es caridad. Nuestro pueblo cristiano se ha llenado de egoísmo, de intereses creados, de miedo a servir, de comodidad, y la vida espiritual se ha vuelto débil en nosotros. Hay algo que es realmente increíble: Con tantos cristianos que seguimos a Jesucristo por más de 2000 años: católicos orientales, católicos occidentales, anglicanos, protestantes de verdadera formación cristiana, ejércitos de curas, monjas, obispos, cardenales, etc., con todo eso, nuestro mundo tendría que ser un paraíso terrenal, un verdadero oasis de paz, y lo que tenemos es una fuerza espiritual deficiente en el mundo entero, un mundo débil espiritualmente por falta de verdadera caridad, y de verdadero amor entre nosotros. Y nadie se preocupa, nadie reacciona con fuerza profética, y todos caminamos hacia delante como frutos menores de una historia empobrecida. La curación del paralítico es un símbolo. Nuestra parálisis es grande y todos necesitamos sanación interior. El salmo responsorial dice: Sáname, Señor, porque he pecado contra ti. La Iglesia sabe que su gran pecado es no amar o amar poco. Amor no es darse muchos abrazos y besos. Amor es algo más. No hubo bofetada, ni latigazo que le doliera más a Jesús que el beso de Judas. Eso le traspasó el alma, porque eso fue después de elegirlo como apóstol. El mandamiento del amor implica una base de sacrificio, de desprendimiento de las cosas materiales, y de renuncia de uno mismo, y no es fácil de practicar. Si queremos vivir la Palabra de Dios con los criterios del mundo, fracasamos. Jesús creó una novedad, perdonando y amando más allá de los límites de lo que es razonable para

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nosotros. Y los que experimentan esa novedad saben que vale la pena seguir a Jesucristo con todo el amor de nuestra vida.

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Homilía 67Tiempo de cuaresma

I Cuaresma –B (1-Marzo-2009)Génesis 9, 8-15 I Pedro 3, 18-22 Marcos 1, 12-15Salmo 24: Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad.

La cuaresma es, ante todo, un llamado a la conversión. Se busca que cada cristiano se empeñe en un gran trabajo espiritual, en un fuerte proyecto personal para dar un paso heroico que lo acerque a Jesucristo. Al contemplar al Cristo en la cruz, tratamos de reconocerlo como redentor, amarlo como el único refugio en la vida, y vivir de El como única esperanza. La Iglesia presenta la vida de Cristo en su mayor relieve, con los mejores textos de los profetas, y los pasajes más vivos del Nuevo Testamento. La vida de Cristo es algo que se analiza todo el año, pero en la Cuaresma esa vida del Señor aparece como tiempo fuerte del llamado a la conversión y al amor. Al presentarnos la grandeza del amor de Cristo y su sacrificio, la Iglesia nos mueve a un amor grande hacia El, y a crecer en la aceptación de la propia cruz. El Evangelio nos dice que Jesús fue tentado, y que venció la tentación con la oración y el ayuno. Para nosotros, toda la vida humana se nos presenta en forma de tentación, invitándonos a vivir una vida fácil, creando un cielo en la tierra y huyendo

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de todo sacrificio. Pero, también la vida cristiana es una continua invitación al heroísmo, a poner a Jesucristo como el modelo de cada día, aceptando vivir como El vivió, y haciendo el bien como El lo hizo. Una de las grandes deficiencias de la Iglesia es ese poquito de fariseísmo que no hemos logrado superar. Zaqueo se convirtió porque se reconoció pecador. María Magdalena cambió porque reconoció sus pecados. Pero los fariseos se creían buenos, y no encontraban de qué cambiar. A nosotros nos pasa igual. Nos consideramos tan buenos que no hay forma de cambiar. Y los conventos de curas y monjas, que llevamos el sello de “consagrados”, es difícil cambiar, porque nos consideramos mejor que los ángeles. De esa forma, las confesiones son siempre las mismas, el amor a Cristo se vuelve un culto vacío, lleno de papeles, canciones y predicación sin alma.

En este tiempo de cuaresma, la Iglesia nos dice: quien practica la caridad que practique un poco más de caridad; los que rezan que recen un poco más; el que suele hacer algún sacrificio que se sacrifique más, especialmente sacrificios de la lengua, sacrificio de los prejuicios, sacrificios de las quejas. El Evangelio insiste: cambien de ruta, sálganse del camino ancho. La senda del Señor es misericordia y perdón. Es un camino para reavivar la esperanza del cielo, buscando más las cosas del Señor. La cuaresma es marcha hacia la Pascua, tratando de llegar purificados. Es afinar el oído con la oración y la caridad, para escuchar mejor a Dios, para entender más su Palabra, para aprender más de los hermanos. Jesús, desde su inmenso amor, se nos muestra compasivo y se constituye para nosotros en escuela de santidad. Su llamado es permanente y su invitación nos hace ver que su yugo es llevadero y su carga

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es ligera. Todos podemos llegar hasta los pies de Jesús a recibir su amor, y todos podemos conquistar la santidad, porque es un camino sencillo: traten a los demás como quieren que ellos les traten. “Porque tuve hambre y me dieron de comer, porque tuve sed y me dieron de beber. Ser santo es bien sencillo: Es repartir con tu vecino necesitado el pedazo de pan que tienes en tus manos. Y al mismo tiempo, destruir toda avaricia y toda ambición. Buscar primero el reino de Dios y lo demás se nos dará por añadidura. Con tanta necesidad de rezar, de leer y meditar la Palabra de Dios, con tanta necesidad que hay en esta cuaresma de evangelizar, nuestra parroquia ha lanzado una gran actividad para recoger fondos y aumentar la capacidad económica. Parece que todo confluye para sacarle provecho económico a la vida parroquial. A los nueve días de la cuaresma no se ha visto en movimiento ni un solo vía crucis. Pero las oficinas están llenas de cajas para ventas de 2,500 velones (pascualitos), 5 mil pulseras, 2 mil alcancías, taquillas para cena pan y vino, etc. El ambiente es un mercado. Los feligreses deberían hacer una huelga de cooperación, y sólo cooperar en la primera y la segunda colecta, que son para el mantenimiento del culto y para el obispado. Es una gran pena cuando los sacerdotes se vuelven peseteros, y le quitan energía a la evangelización. Además, próximamente llegarán los sobres para la cuaresma, sabiendo que una mínima parte de ese dinero llega a los pobres, pues la mayor parte se queda en cabildeos de oficinas. Han regresado los mercaderes del templo y no sabemos cómo sacarlos, pues tienen un barniz de bondad que los hace intocables. Como esto es proyecto del Espíritu Santo, que lo resuelva el Señor, y mientras tanto, esta situación la tiene que sufrir el pueblo, no por lo que gastan, sino porque se quedan

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con hambre de Dios, pues nadie le da un buen alimento espiritual. La Iglesia de Jesucristo se debate en medio de una gran confusión espiritual, y los preciosos tiempos fuertes de la liturgia se nos pasan con poca eficacia, debido a una vivencia muy débil. Déjanos, Señor, mirar tu rostro, y cerrar los oídos a tantos caminos pequeños por donde nos quieren llevar. Sólo en ti hay vida eterna, y sólo tú puedes llenar nuestro corazón con la esperanza del cielo. C C C

Homilía 68Fe y generosidad de AbrahánII Cuaresma - B (8-Marzo-2009)

Génesis 22, 1-18 Romanos 8, 31-34 Marcos 9, 2-10Salmo 115:Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Dios hizo el mundo como expresión suprema de su gratuidad. Dios hizo al hombre y a la mujer como la expresión más rica de su amor y de su grandeza. La gratuidad de Dios se perdió en el mundo, y el amor y la generosidad se debilitaron por la presencia del misterio del mal que no podemos comprender. Sólo sabemos que la muerte de Cristo y todo el bien del mundo es parte de un proyecto para reconstruir este averiado universo, hasta devolverle a nuestra pequeña tierra la calidad de “paraíso terrenal”, pueblo de Dios que espera algo grande. Dice el libro del Génesis: “Dios dijo a Abrahán: Toma a tu hijo único, al que quieres, y vete al país de Moria y ofrécemelo

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en sacrificio, en uno de los montes que te indicaré”. Estas son palabras supremas donde interviene el mismo Dios. Si le pedían a Abrahán su casa, sus ganados, sus tierras, sus obreros, todo hubiera sido poco. Pero, pedirle a su hijo único, que le nació después de los 90 años de edad, que formaba su ilusión, su amor, su todo, era como desbaratarlo desde lo más profundo de su ser. Dios desbarata a Abrahán desde dentro, desde sus seguridades más íntimas, desde su amor más grande. Dios crea en Abrahán una imagen de la ofrenda de su Hijo en la cruz, la expresión de una ofrenda perfecta que cambia al hombre y lo devuelve a su origen. Abrahán se vuelve donación perfecta, sacrificio obediente, él saca todo de sí, desbarata su refugio, sus ilusiones, se queda sin nada, se vuelve vacío, y ese vacío es el que Dios va a llenar para que sea un ser nuevo. Abrahán pasa del ser que posee al ser que se da, y en donarse estará su felicidad. Todo lo otro fue borrado. No será feliz poseyendo, sino dando. Es un cambio radical. Al sacrificarse Cristo en la cruz, hasta el cielo se vacía, y se llena cuando resucita. Con el sacrificio de Abrahán comienza la era de la salvación bíblica, despertando la gratuidad de Dios, la generosidad de Dios, el signo del retorno a la grandeza primera. Abrahán no será un vacío, estará lleno de Dios, y su sacrificio termina en verdadera resurrección. Con el sacrificio de Isaac, símbolo del sacrificio de Cristo, se le cambió al hombre el sello de poseer, acaparar, guardar, por el sello de “donar”, “repartir”, “renunciar”. Aquí ya vemos el porqué Jesús, al llamar a sus discípulos les pedía: Vendan cuanto tienen, denlo a los pobres, y tendrán un tesoro en el cielo. Cuando san Francisco salió de su casa sin ropa, experimentó una felicidad que el papá nunca podría experimentar. Francisco había tocado el proyecto salvador de Dios. Descender al vacío del mundo para pasar

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al lleno espiritual de Dios. La naturaleza está llena de donaciones perfectas, de gratuidad infinita. Las montañas recogen el agua y se la dan al río, y el río dona toda su agua, no se queda con nada, la dona al que tiene sed, al animal que va a beber, al que se quiere bañar, al campo que hay que fecundar, y el agua que queda la deposita en el mar, porque el río es donación perfecta, por eso es hermoso el río, y su canción de un solo acorde, es siempre sublime. El río no guarda agua en tanques para tiempo de sequía. Si tiene que secarse, se seca, pero todo lo que recibe lo da. Una tubería lleva agua, no se queda con nada, todo sale por la llave. Así es Dios. Así es que el mundo se salva, no acaparando, no con vanidad, no con soberbia, se salva donando todo. Una flor se abre y se ofrece para adornar el mundo y alegrar los ojos. La flor no guarda ni un pétalo, se da toda. Cuando se marchita se pone triste, porque no puede dar más. Hay personas que hacen adornos de flores secas. Es que las flores quieren ser adorno hasta con sus cenizas. Eso es sublime y es bello. Por eso decía Jesús: Miren las aves del cielo y los lirios del campo, no siembran ni siegan, pero son felices, muy felices. Si nuestras parroquias fueran como los ríos, que todo lo que reciben lo repartieran, que no acumularan nada, habría una felicidad increíble y habría menos necesidad. Piensen en las aguas que bajan de las montañas, todas se reparten, y el río es feliz. La única necesidad que tiene una parroquia es repartir todo lo que llega, esa es su misión, como la misión del río. Nuestras diócesis, nuestras parroquias tienen millones acumulados en los bancos y no son felices, muchos curas viven amargados protegiendo un dinero que no les pertenece, eso es del pueblo, el pueblo lo dio para las necesidades del pueblo, no para el banco del cura, por eso el cura o la monja no son felices, porque

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el candado de la felicidad se les cerró y se les perdió la llave. Los ríos, las tuberías, las flores, los niños, todo lo dan, son felices, son signos de la gratuidad de Dios, y son signos de la felicidad de Dios. El Hijo de Dios da hasta la última gota de su sangre, y es feliz, por eso resucita. Abrahán prepara un altar, prepara el fuego y ata al hijo...el cuchillo no llegó al hijo, pero llegó al corazón del papá. La escena es fuerte, es dura. Abrahán habrá rezado como Jesús en Getsemaní: Dios, aparta de mí este sacrificio, mi mano tiembla, y en vez de matar a mi hijo prefiero matarme yo. Isaac también habrá rezado: Papá, no sería mejor ofrecerle a Dios un cordero, no comprendo que tú me puedas matar. Desde ese primer momento de la relación de Dios y el hombre, Dios nos dice que para sacar el pecado del mundo, que para cambiar la naturaleza del hombre se necesita dolor y sangre. Abrahán e Isaac se rinden a la voluntad de Dios. Ese sacrificio, esa obediencia, va a generar ríos de bendiciones para Abrahán, para su familia, para su pueblo...ríos de bendiciones para el mundo, porque la obediencia de Abrahán tocó el amor infinito de Dios, y Dios se ha desbordado de amor. Su gratuidad ya no regala flores, ríos o montañas, regala pedazos de cielo como experimentaron los apóstoles en el Tabor. Un pedazo de cielo. Curas y monjas se han entregado a Dios para desprenderse de todo, pero no es verdad. Por eso no son felices. El corazón está dividido entre la seguridad material y espiritual y Dios no puede darles un pedacito de Tabor, un pedacito de cielo, porque no han subido al Tabor. “Caminaré en la presencia del Señor...no importa lo que pase, lo que tenga que sufrir, lo que tenga que ofrecer...no importa lo que pase, lo que tenga que sufrir, lo que tenga que ofrecer...no importa el grado de sacrificio en el que deba vivir, caminaré

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en la presencia del Señor. No en cualquier sitio, será en el país de la vida, donde Cristo genera vida, donde yo genero vida, porque ya no soy parte de la muerte, del apego al mundo, ya lo ofrecí todo como Abrahán, como Jesús, como Don Bosco, y convertido en ofrenda, pertenezco al país de la vida, al país del amor, de la seguridad, de la felicidad sin fin. Abrahán en su hijo ofreció todo, y el Padre ofrece a su Hijo Jesús para reunir en El toda la ofrenda de la humanidad. Sólo los que saben dar conocen a Dios. Los que acaparan no son de Dios. Jesús recibe nuestra ofrenda, la purifica, y la entrega al Padre. Dice el apóstol Pablo: A los que dan alegremente Dios los ama. El cristianismo nació como caridad, como donación, como renuncia, no como planes pastorales. El sacrificio de Abrahán se hace en una montaña. Jesús también sube a la montaña, lejos de la agonía del mundo, lejos de los intereses materiales, allí se transfigura, allí muestra lo sencillo y lo bello que es el cielo. Pedro dice qué bien se está aquí, vamos a quedarnos aquí, no piensa ni en comida ni en nada, es un mundo nuevo para él, es el cielo, libre de todo. La escuela de Cristo es escuela de Tabor, escuela de resplandor divino, escuela de morir y resucitar. En el Tabor los apóstoles se sienten bien ligados a Jesús, sienten necesidad de estar con El...qué bien se está aquí. Mucho habrán sufrido los apóstoles cuando Jesús se fue, habrán sentido una soledad profunda, un vacío inmenso. El amor hacia Jesús crecía y crecía, y ellos se iban formando para ser capaces de dar la vida por El. Al ser parte del reino de Dios habían probado lo hermoso que es el cielo; y la tierra, con sus preocupaciones, se les volvió tan pequeña que ya no les interesaba. C C C

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Homilía 69Nuevos mercaderes del templo

III Cuaresma – B (15-3-09)Éxodo 20, 1-17 I Corintios 1, 22-25 Juan 2, 13-25

Salmo 18: Señor, tú tienes palabra de vida eterna.

La Iglesia nos presenta la Cuaresma como tiempo fuerte para la oración y la contemplación del misterio de Cristo. Es una gran oportunidad para saciar el hambre de Dios y colmar la sed de su Palabra. En medio de un mundo que nos exige un alto precio por lo que vale poco, le pedimos a Dios sabiduría para descubrir lo que es correcto, voluntad para elegir lo correcto, y fuerza para permanecer en lo correcto. Mantener nuestra vida blindada con lo que es bueno, lo que es justo y lo que es cierto, implica un alimento continuo con los valores sobrenaturales. Para anclar la vida en puerto seguro, el libro del Éxodo nos da el primer consejo: “No tendrás otro Dios frente a mí”. Centrar la vida en Dios como la única fuerza que nos sostiene, nos exige entrega, adoración filial y una confianza absoluta en el amor de Dios. Dios ofrece piedad por mil generaciones para los que lo aman y guardan sus preceptos. Los que lo aman y guardan sus preceptos son un pueblo consagrado a Dios, pueblo de su propiedad. En el Éxodo se insiste en que ese pueblo consagrado debe dar culto a Dios, y para ese culto en el A. T. se eligió el sábado, y en el N. T. se eligió el Domingo, como recuerdo de la resurrección del Señor. Ese culto no es cuestión de un simple precepto de oír Misa, es una necesidad de alimentar la fe y mantenerla fuerte. El Éxodo nos presenta, además, una serie de mandamientos que nos ayudan a mantenernos como un pueblo dedicado al bien. El pasaje de la Carta a los Corintios

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nos invita a descubrir y a amar el valor de la cruz, porque su fe en Jesús fue muy limitada. Para ellos, la cruz fue un escándalo, considerando que un Dios no puede sufrir. Los griegos, representando a todo el pueblo pagano, tampoco pudieron entender la cruz, pues la razón en la que ellos confían, les dice que amar el sufrimiento es una necedad. Para los cristianos, la cruz es gloria y sabiduría de Dios. El valor de la cruz no lo hemos recibido por revelación humana, es Dios a través de su Espíritu quien nos lo ha dado a conocer. El camino de la cruz es objeto de fe, es camino de ofrenda, es una opción que implica un gran sacrificio. El Evangelio es un camino heroico para aquellos que están dispuestos a mancharse de sangre al pie de la cruz. Nuestro Dios no es un dios monstruo a quien se le tiene miedo. Creemos en Jesucristo, Dios-Amor, clavado en una cruz, quien nos exige una vivencia increíble si queremos estar con Él. El Evangelio de hoy es electricidad pura. Es un llamado al corazón de la Iglesia para que le dé a Dios lo que es de Dios, y disminuya un poco el amor que le tiene al mundo. Jesús los echó a todos del templo diciendo: “Quiten eso de aquí...mi casa es casa de oración...no conviertan en mercado la casa de mi Padre”. El templo tiene dimensión espiritual, es símbolo del templo espiritual que es Jesucristo, y en El, nosotros somos templos de Dios. El templo es cosa de Dios y no puede ser objeto de una ansiosa vida económica. Desde un principio, los apóstoles y la primera comunidad cristiana, comprendieron el llamado de Jesús al desprendimiento económico para poder experimentar la nueva vida a la que invita el Evangelio. Los primeros cristianos se esforzaron en compartir todo lo que tenían, pues vaciando el corazón de las cosas materiales, Dios

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lo puede llenar con su Espíritu. Dios es meta única. La sed de dinero debilita la sed de Dios. Vemos con pena que la Iglesia, esta sublime asamblea de los hijos de Dios, tiene una gran tentación: con suma facilidad tiende a juntar el amor a Dios y el amor al dinero. Contamos con una gran cantidad de gente generosa y nos aprovechamos de su corazón abierto. El mismo Jesús hizo ver que no es posible unir, en un mismo corazón, el amor a Dios y el amor a las cosas del mundo. Por eso, muchas de las actividades que se hacen pro fondos parroquiales ahogan o debilitan la vida espiritual. Echando una mirada sólo a la obra salesiana en la Iglesia, vemos los estragos del dinero en la acción pastoral. En los pueblos de abundancia económica, se tiende a marginar a Dios en la acción pastoral. Los salesianos estamos en primer lugar para servir a los niños y jóvenes, los más pobres y más necesitados. Si observamos esa vida salesiana en Haití, República Dominicana, Bolivia, Perú, Colombia, Guatemala, etc, veremos un hervidero de muchachos y muchachas corriendo por nuestros patios, pues el mismo ambiente pobre conduce a vivir una fe serena y alegre, porque Jesús es parte de la acción pastoral. Pero cuando se observan las obras salesianas de Europa, Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico, el contexto ambiental de niños y jóvenes es muy pobre, no sólo por ser una sociedad diferente, sino también, porque a muchos misioneros que trabajan con nosotros les atrae más el dinero que la caridad pastoral. Una vida pobre y limitada la tenemos como un mal que hay que combatir, sin embargo un ambiente limitado económicamente favorece mucho más una fe gozosa que un ambiente con mejores posibilidades económicas. Cuando un misionero de la India o de los países más

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pobres de Latinoamérica vuelve a su tierra de vacaciones, la gente se admira por los informes del bello apostolado que realizan en las misiones. Pero cuando regresan de Estados Unidos o de Puerto Rico, la gente no piensa en misión o evangelización, lo que dicen es ...dólares, dólares, tú estás donde están los dólares. Y ellos se gozan por ser misioneros que vienen de la gran América. Nunca podremos comprender que mientras más ricas son nuestras obras, menos se parecen al pesebre de Belén, y menos evangelizan. Como el mundo nos deslumbra, preferimos parecernos a las empresas humanas, antes que asemejarnos a los caminos polvorientos de Jesús y sus apóstoles. El dinero no es malo, puede ayudarnos a realizar un buen servicio. Cuando el dinero llega a nuestras manos, lo único que nos salva es el repartirlo como los primeros cristianos, hacer que todo se disuelva en obras de caridad. Así podemos seguir siendo Pesebre de Belén, aunque lleguemos a manejar millones. Cuando las oficinas de Caritas de las distintas diócesis reciben dinero o provisiones, a los verdaderos pobres, les llega de último y les llega bastante poco, o no les llega nada. A pesar de la penuria económica que viven muchas parroquias, toda Latinoamérica considera que la Iglesia católica es rica, y eso nos hace perder credibilidad. Y sin credibilidad no hay evangelización. Los primeros cristianos crearon una preciosa Iglesia desprendida, llena de caridad, y continuó así por muchos siglos, produciendo santos y mártires. Pero el peso de los siglos acumuló mucho polvo y se empañó la visión de la Iglesia. Con todo, siempre se conservó un resto vivo y transparente donde el Espíritu Santo sigue vivo. Hacia la Edad Media surgió el grupo de los anacoretas y ermitaños, que prefirieron huir de las comunidades de fe y vivir a solas su relación con Dios,

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porque el ambiente era malo. El caso extremo de esa reacción fue la figura de san Francisco de Asís, que salió desnudo de su casa, en protesta por el apego económico de su papá. Aunque la Edad Media tuvo su buen movimiento espiritual, la Iglesia continuó con un virus materialista en sus dirigentes obispos, sacerdotes y monjas. El amor al mundo se volvió un contagio clerical. El malestar llegó a su culmen con la llegada de Lutero en el siglo XV, quien se lanzó a un cisma, a una ruptura en la evangelización, por reacción a la simonía eclesiástica, es decir, la indignación que se daba en muchos feligreses por la venta de indulgencias, oraciones, y servicios pastorales “pagados”. En resumen, lo que indignó a Lutero en Alemania, Swinglio en Suiza, Calvino en Francia y Enrique VIII en Inglaterra fue el enriquecimiento del clero a costa del Evangelio. La Iglesia perdía credibilidad y se fueron quebrando sus filas. Si la Iglesia católica no despierta a tiempo y la fiebre de dinero continúa como un virus eclesiástico, nuestra querida Iglesia se va a asfixiar, peor que en la Edad Media. Nosotros no pensamos como Lutero. Amamos a la Iglesia y no la abandonamos, porque amamos a Jesucristo como la única razón de vivir. Creemos en la Iglesia y en la acción del Espíritu Santo en ella. Luchamos para arrancar y transformar sus lágrimas en arco iris de esperanza. Toda parroquia, sea cual fuere la zona donde trabaja, puede vivir y desenvolverse con la colecta ordinaria y las intenciones de Misas. La segunda colecta es una aportación suficiente para las diócesis, donde esa actividad es programada. Aceptamos que la donación es un valor cristiano, que toda persona puede donar lo suyo a la Iglesia, a un sacerdote, o a los pobres, cuando lo desee. Pero la cantidad de actividades pro fondos parroquiales, aprovechando la sencillez de la gente

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al congregarse en torno a la Palabra, es un error pastoral que debilita la fe y el amor al Señor. Dios es bueno, es compasivo y puede perdonarnos, pero tenemos que pedir perdón, y darle al Evangelio la pureza con que lo inició Jesucristo. La invitación al desprendimiento que Jesús lanzó en los primeros siglos es un llamado que sigue vivo, y ese desprendimiento transformado en caridad es camino seguro para la salvación. C C C

Homilía 70La gratuidad de Dios

IV Cuaresma –B (22-3-09)2 Crónicas 36, 14-23 Efesios 2, 4-10 Juan 3, 14-21

Salmo 136: “Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti”.

Apoyados en la Palabra de Dios, tocamos hoy uno de los temas más hermosos en nuestra relación con Dios y con los hermanos. El amor es la solución a todos los problemas del mundo, pero hay que llevarlo a su expresión máxima: la gratuidad. La gratuidad consiste en disfrutar del bien por el bien, el amor por el amor, la fe en Dios como regalo del universo, la belleza de la creación, porque en sí misma es un regalo del cielo y de la tierra. En cada paso que damos, escuchamos tambores que resuenan en el cielo y en la tierra, porque vivir es una gran aventura y es expresión hermosa de la gratuidad de Dios. Como un regalo de nuestra naturaleza, nosotros tenemos un poquito de amor, pero no sabemos amar. Nuestro amor es

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imperfecto, tiene muchos intereses, y se resquebraja fácilmente. A nuestro amor le falta el sabor de la gratuidad. Dios no nos reprocha el hecho de que tengamos un amor imperfecto, pero nos pide una continua superación, y El nos invita a que seamos nosotros mismos los que superemos y purifiquemos el amor que llevamos dentro. Dios nos ofrece dos grandes lecciones de amor puro: la naturaleza con la gratuidad de la creación, y la muerte de Jesucristo en la cruz con la gratuidad de la salvación. La naturaleza es una lección continua de la gratuidad de Dios: Los jardines, con la belleza de las flores que no temen abrirse, aunque el sol o la lluvia la puedan dañar. Los campos con sus árboles que adornan y dan frutos, con los pajarillos que cantan, y la brisa que ondea como un susurro de Dios. Los ríos que recrean las montañas y fecundan los valles. El aire que respiramos, donde cada soplo de aire que pasa por los pulmones es la suave vibración de un Dios que se recrea en nuestras vidas. A muchas empresas les gustaría aprisionar el aire para sacarle un gran provecho económico, matando la gratuidad del creador. Las riquezas de la tierra son un regalo de Dios al hombre, pero el hombre, con su mano interesada, lo daña todo. Las minas de oro, de diamante, son secuestradas por espíritus pequeños que no saben lo feliz que es Dios dando, y lo feliz que sería el hombre respetando y repartiendo. Los yacimientos de petróleo son patrimonio del hombre, pero los cerebros avariciosos despojan a los más débiles con leyes que no nacen en el corazón de Dios. Si los que extraen el petróleo de la tierra, sólo cobraran lo que invirtieron y lo necesario para los obreros, y luego repartieran todo lo demás, como patrimonio común del mundo, qué diferente sería esta vida. Se habla de aguas territoriales, pero eso no tiene sentido, pues el mar es de todos, es parte

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de la gratuidad de Dios, y el hombre no necesitaría defenderse si él mismo no hubiera creado la guerra y la competencia para satisfacer su apetito envenenado, y una avaricia que nunca le dará la felicidad. Cuando tengamos una superpoblación y la comida empiece a escasear, y haya que explotar las riquezas de los mares y los océanos, empezarán las naciones a poner vallas en el mar y a levantar paredes, para que sus peces no se les vayan a otra nación. Y vendrán las guerras de los barcos para proteger sus peces, y los pueblos más fuertes estarán pescando millones de peces para venderlos y enriquecerse. El hombre no disfruta de la paz por la paz, y el bien por el bien. Los niños, que saben de la gratuidad de Dios, nos dan lecciones a los mayores y son la alegría del mundo. Por eso Jesucristo les dijo a sus discípulos: Si ustedes no se vuelven como niños no pueden entrar en el reino de los cielos. El cielo es vida de ángeles en una perfecta gratuidad de Dios. La muerte de Cristo en la cruz es una lección continua de la gratuidad de la salvación. El amor de Cristo es una escuela permanente para elevarnos de nuestras pequeñeces hasta la sonrisa de Dios sobre el mundo. El madero de la cruz manchado de sangre es señal de sacrificio total por pura gratuidad de Dios. Todo nos invita a acercarnos a Dios para llenarnos de su Espíritu y amar como El ama. La naturaleza y la redención nos invitan a rasgar la pesada atmósfera que nos oprime y a elevarnos a la hermosa vida de los niños y de los ángeles. Nuestras iglesias nos presentan crucifijos, figuras de santos, mensajes sublimes que nos invitan a dejar esta tierra y a ponernos a la altura de la fe. Nuestras vidas están cargadas de proyectos, de programas, de intereses pequeños. La Palabra de Dios nos quiere purificar, pero se desvanece en nuestras mentes enfermas. El afán desmedido del dinero nos tiene enfermos

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a todos, y el misterio de Dios no puede sacudir nuestro ser profundo y disolver nuestros deseos. Si no podemos vivir la gratuidad en las familias, si no podemos vivir la gratuidad en los negocios, si no podemos vivir la gratuidad en las grandes empresas, al menos en los templos, en medio de la asamblea cristiana, nos gustaría vivir la gratuidad de Dios. Así vivieron los primeros cristianos, repartiéndolo todo y amándose todos con un amor loco al estilo de Dios. Por eso los paganos decían: “mirad cómo se aman”. Ese Jesús que se extasiaba con los lirios del campo y los pajarillos del bosque, que pidió a sus hijos un corazón de niño, que situó el primer puesto detrás del último, que constituyó al más pequeño como el más grande, ese Jesús soñó con la hermosa familia de los hijos de Dios. Pero nuestra Iglesia, disfrutando de puestos de honor, erguida sobre asombrosos pedestales, con tanto dinero como las empresas del mundo, nuestra santa y bella Iglesia, no puede disfrutar de la gratuidad de Dios, porque parece una computadora con muchos virus, y Dios tendrá que resetearla, si la quiere grande como la fundó. Las tantas actividades que se hacen en las iglesias, aún con el pretexto de servicio a los pobres, diluyen un poco la fuerza del Evangelio. No es rico el que tiene muchas cosas, sino el que necesita pocas cosas, y por eso Jesús habló de desprendimiento y de generosidad. Mientras menos necesitamos, más cosas nos sobran. Purificar el amor quitándole intereses materiales es acercarlo a la gratuidad de Dios, es purificarlo y volverlo santo. Querer a una persona porque puede darme algo, es un amor que se arrastra por la tierra. Querer a alguien porque puedo ayudarlo, porque puedo redimirlo es amor que conecta con lo alto. Las parejas se quieren con locura, pero es un amor con barniz de pasión, y al menor fallo, la unidad se rompe. Dos

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seres pasan 20 ó 30 años juntos, sirviéndose con un amor casi loco, y por una frase que hiere a uno, todo se viene abajo. Así es el amor humano, porque le falta gratuidad, por eso tiene poca capacidad de redención. Dios amó mucho a su pueblo Israel. El autor sagrado se queja de la conducta inapropiada de un pueblo que ha recibido tantos dones: “En aquellos días, todos los jefes, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor”. Dios ofreció al pueblo los mandamientos y su apoyo espiritual para que fuera un pueblo noble. Pero el pueblo no entendió la gratuidad de Dios, ellos iban detrás de otras cosas. Dios, por su compasión y misericordia, les envió mensajeros y profetas con avisos saludables, pero la gente se había alejado demasiado de Dios, no escuchaban la voz de los profetas y acumulaban pecado sobre pecado. Dios quiso ayudarlos, bendecirlos, pero la vida espiritual seguía en abandono. Y Dios los dejó caer en la mayor desolación. Vinieron los enemigos, derribaron las murallas, incendiaron los palacios, y sembraron la ruina por todas partes. Abandonaron a Dios y se convirtieron en esclavos de los caldeos por más de 70 años. Siempre quedó un resto de Israel que amó al Señor con todo el corazón y que salvó el retorno a la vida espiritual. Sobre la base de esa fe, Dios perdonó al pueblo, y los persas, con el rey Ciro, les permitieron volver a reorganizar su pueblo y su culto. La Iglesia responde con el resto de Israel diciendo: “Que se me pegue la lengua al paladar, si no me acuerdo de ti”. Que me suceda lo que sea, si yo dejo morir esta fe y este amor a Dios, simplemente por un puñado de dinero. Dice el apóstol Pablo: “Dios...por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo

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–por pura gracia estáis salvados.... “Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia y su bondad para con nosotros”. Esa salvación no se debe a nosotros ni a nuestras obras, la recibimos por pura gracia. Esa es la gratuidad de Dios, por eso es hermosa la salvación, porque es don gratuito de Dios. Si uno compra una flor es algo bello, pero si uno recibe una flor de regalo, es algo más hermoso, porque entonces la flor trae con ella toda la carga de la amistad. La salvación que Dios nos trae, el rescate del pecado tiene una finalidad, tiene un plan. Dice Pablo a los efesios: “Nos ha creado en Cristo Jesús para que nos dediquemos a las buenas obras...para que pasemos por la vida haciendo el bien, disfrutando del bien por el bien, y del amor por el amor, imitando el estilo de vida del mismo Dios. El Evangelio proclama ese don maravilloso de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en El, sino que tengan vida eterna”. Envió a su Hijo a un mundo lleno de errores, lleno de pecados. Jesús plantó su tienda en medio de un mundo lleno de limitaciones, y no vino a juzgar, ni a condenar. Vino para que nos salvemos, vino para que seamos felices con su amistad, para que heredemos su reino y empecemos a gustar la gran diferencia de tener libertad de espíritu, sin dejarnos atrapar por los valores temporales. Dios derramó sobre el mundo los dones de la creación, y en Jesucristo, derramó toda su sangre, como una expresión sublime de su gratuidad infinita. En esta relación maravillosa entre Dios y el hombre hay sólo un problema. No todo el mundo vivirá ese amor gratuito, no todos obtendrán la salvación. El Evangelio de hoy es bien claro:“La luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas”. Muchas veces

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dejamos de hacer el bien por temor a que nos engañen. Estamos desperdiciando la gran oportunidad de vivir esta aventura de la vida en un camino grande como es la gratuidad de Dios, tratando de vivir el bien por el bien, el amor por el amor, como hijos que amamos a Dios con locura y somos felices sintiendo su presencia entre nosotros. C C C

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Apéndice

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Viernes Santo10-Abril-2009

El Viernes Santo es el día más grande del Año Litúrgico, es la celebración más hermosa, y es el día con mayor significado en toda la historia de la humanidad. Si se mira desde el punto de vista humano, con una mente pequeña, y a través del velo y la cofusión que acompaña al pensamiento en esta vida, nos parece que es el día más triste, pues Dios, hecho hombre por amor, muere en el oprobio de una humillante cruz. Sin embargo, es el Viernes Santo en que el eterno Padre recibe la ofrenda perfecta, el sacrificio perfecto y el amor total de su Hijo Jesucristo, y el Hijo recibe en herencia y en premio, una humanidad redimida. Todos los misterios de la redención re-ciben su fuerza y su valor del Viernes Santo. La Encarnación, los milagros de Jesús, la Eucaristía, el sacerdocio, el perdón de los pecados, todo el regalo que recibe la Virgen María como madre celestial, y la misma resurrección son frutos directos de la Sangre derramada en la Cruz y ofrecida por amor. El Viernes Santo reactiva el amor entre Dios y el hombre. El Jueves Santo y el Domingo de resurrección celebran el amor que se hace plenitud de ofrenda el Viernes Santo. El amor llega a nosotros en un contexto cargado de misterio: Anonad-amiento total y desprendimiento total de todo apego al mundo. Jesús muere en la cruz haciéndose nadie, rebajándose en una humillación total, y sin poseer nada de esta tierra, más que la ofrenda de sí mismo envuelta en su dolor y su soledad. De este modo, Jesús inicia el camino perfecto al que El ha llamado con frecuencia: “Vendan cuanto tienen, denlo a los pobres, y tendrán un tesoro en el cielo”. Los que amamos al Señor Jesús conservamos su herencia espiritual y también una especie de

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herencia material simbólica que El nos dejó para que nos acordemos de su desprendimiento y sencillez:

LA HERENCIA DE JESUS... Yo soy Jesús, y al ser entregado como Cordero para la sal-vación de la humanidad, creo conveniente repartir mis cosas entre los que me siguen de verdad. Así les dejo todas las cosas que desde mi nacimiento han estado presentes en mi vida y la han marcado de modo significativo. 1-La estrella de Belén: para ayudar a los que andan desori-entados.2-El pesebre: a los que no tienen ni un sitio donde cobijarse, ni un poco de fuego para calentarse en noches frías de soledad. 3-Las sandalias: para los que están dispuestos a estar siempre en camino buscando una vida mejor. 4-La palangana: donde lavé los pies a mis discípulos, para aquellos que quieran aprender a servir, y para aquellos que quieran rebajarse y aparecer pequeños ante los demás. 5-El plato: donde partí el pan en la última cena, para aquellos que quieran vivir en fraternidad. 6-El cáliz: para los que están sedientos de un mundo mejor y una sociedad más justa. 7-La Cruz: para todos aquellos que estén dispuestos a cargar con ella, con amor. 8-Y sobre todo, la herencia más grande soy Yo mismo: Me quedo con todos ustedes para alimentarlos con el Pan de Vida, caminar siempre a su lado y cuidar sus vidas. Dios abre el cielo y la tierra y su voz se escucha por todos los rincones del universo pidiendo al hombre que lo acompañe en la construcción de un mundo nuevo. Su gran amor calentó la tierra y le devolvió la esperanza. En El reside toda seguridad.

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Vigilia PascualSábado Santo (11-Abril-2009)

Este año presidí la Vigilia Pascual en un ambiente muy sen-cillo con unas 45 personas. La celebré en el Hogar Crea de Orocovis con los 25 residentes del Hogar, y unas 20 personas invitadas. Fue una celebración sencilla, serena y de un gran gozo interior. Se sentía la presencia de Jesús resucitado. En la pequeña homilía enfocamos a Jesús resucitado como luz de nuestras vidas. Iluminando un poco la vida de esos jóvenes del Hogar Crea, decíamos que nuestros errores, de ordinario, no los cometemos por maldad, sino por falta de luz interior. A la hora de tomar una decisión no vemos claro, tropezamos con facilidad, y pagamos un precio muy alto por nuestros errores, cuando en realidad no tenemos culpa, pues los cometemos por falta de luz. La Vigilia Pascual nos llena de alegría, pues Jesús resucita como luz, una luz que ilumina nuestra vida desde dentro, y nos permite caminar con más facilidad.

Jesús nos ilumina desde dentro y nos da: SABIDURÍA para ver lo que es correcto;

VOLUNTAD para elegir lo que es correcto;FUERZA para permanecer en lo que es correcto.

No basta con ver lo que es correcto, hay que elegir lo que es correcto y permanecer en lo correcto. Decía el gran poeta latino Ovidio: Yo veo el bien y lo apruebo, pero sigo el mal. Y san Pablo decía a este respecto: “Tengo dentro de mí una ley de muerte que me lleva a hacer el mal que no quiero y me impide hacer el bien que quiero”. Cada hora, cada minuto, necesitamos sabiduría para ver lo correcto, voluntad para elegir lo correcto y una gran fuerza para permanecer en lo

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correcto. Francisco de Asís y su desprendimiento total

Los primeros cristianos y los grandes maestros de la pobreza evangélica nos han llevado a comprender que el dejarlo todo se convierte en algo casi necesario para expresar la sobreabun-dancia del don recibido de Dios. El don recibido es el mismo Jesús, y ese don es tan grande que exige un despojamiento total, y una vida entera “despojado de todo”. Francisco se comprendió a sí mismo dentro del Evangelio. De ahí su actualidad y la fascinación que lleva a seguirlo aún hoy día, después de ocho siglos. Tomás de Celano dice de él: “El pobrecillo de Asís llevaba siempre a Jesús en el corazón, a Jesús en los labios, a Jesús en los oídos, a Jesús en los ojos, a Jesús en las manos, llenando su alma y su cuerpo entero. Yendo de viaje, meditando o cantando a Jesús, se olvidaba de que estaba de viaje, y se detenía para invitar a todas las criaturas a alabar a Jesús”.

“Las aves poderosas tienen nidos, viejos nidos construidos a su gusto y donde pueden descansar. Nosotros, las avecillas del bosque, volamos de rama en rama, y no nos duele volar, porque no amamos los nidos, sino el poder de las alas” (Libro Manantial, pág. 298)

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- Pensamientos -Esperanza : Mientras haya hombres con esperanza, el árbol de la humanidad tendrá siempre una nueva hoja preparada para nacer mañana.

Codicia : Ya el mundo no es un jardín para sembrar flores, sino una mina para sacar oro, y al final sólo queda la caverna para enterrarnos a todos. Desilución : Muchos hijos de la Iglesia católica quieren triun-fos, y el Evangelio no se los puede dar, pues el Viernes Santo quitó los triunfos del borrador del proyecto de salvación.

Humildad : “Sepan que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero que sea el esclavo. Como el Hijo del hombre que no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”. Mateo 20, 25-28.Comentario: El Evangelio no es un pedestal para exhibirse, ni una pantalla grande para brillar. El Evangelio es un camino para gente humilde y sacrificada. El Evangelio es la vida de aquellos que están dispuestos a mancharse de sangre al pie de la cruz. El ansia de primeros puestos, el ansia de dinero y el ansia de poder, mantienen a la Iglesia de Jesucristo muy débil en su evangelización. El esfuerzo de tantos hijos e hijas llenos de fe y de santidad sólo consigue una marcha lenta, porque aquellos que usan el Evangelio para su propia gloria, frenan la credibilidad del pueblo de Dios.

Democracia: La supuesta democracia actual es una mentira, al menos para Latinoamérica. Las promesas nunca llegan

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a cumplirse. Los programas políticos se basan en el servicio a los demás, con un verdadero amor fraterno. En una palabra, son páginas del Evangelio de Jesucristo. Pero esos programas son realizados por personas que no son de vivencia espiritual, y al fallar el hombre, falla también el programa. La democracia sólo llega hasta el día de las elecciones. Cuando elegimos un presidente de un partido concreto, ese partido se convierte en tirano, apoyándose en que fue elegido. Los que no son de ese partido, son “hombres y mujeres derrotados en las urnas”. Desde que un partido sube al poder, se constituye en verdadero tirano, ahoga al pueblo con impuestos y más impuestos, se for-ran de dinero, y se aplican sueldos extraterrestres. El día de las elecciones, la democracia pasa a ser “tiranía democrática”.

La Felicidad: Ser feliz es sentir y entender que vivir es una aventura hermosa. Es una familia viviendo en paz, donde se llora, se sueña y se sonríe. Es volverse plenamente humano, viviendo una transparencia espiritual. Es sembrar amistad y sentir el abrazo del amigo que nos quiere bien. Es despertarse a las 5:00 de la mañana y dar una vuelta por la cama de los niños para verlos dormir. Es ser capaz de llevar el corazón repleto de poesía, y saber tirar un ramo de flores al viento y ofrecerlo por aquellos que nunca reciben una flor. Es saber disfrutar de la lluvia, la nieve, el frío o el calor, y saber que la tierra que pisas es hermosa y llena de aventuras. Es saber que Dios fue feliz al crearnos y que llevamos dentro una chispa de la felicidad de Dios. Es saber proceder bien en todos tus actos, sin tener que arrepentirte antes de ir a dormir, porque todo tu día ha sido noble. Es no dañar a nadie y estar en paz contigo, haciendo de tus huellas la sublime melodía de los que ya no son de este mundo. Vivivr así, indudablemente, es ser feliz.

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Pastoral moderna y vacío profético

Yo no sé, si este corre...corre, y este montón de reuniones y encuentros a nivel parroquial, diocesano, nacional y continental está ayudando o frenando la evangelización. No sé si es algo movido por el Espíritu de Cristo, o es algo “humano” que le gusta incluso a Satanás para frenar la marcha de la fe y quitarle efectividad al anuncio del Evangelio. Yo no creo que, para rezar un Padre Nuestro, y para tener un poquito de culto, diciéndole a Dios que lo amamos y le agradecemos el sacrificio salvador de Jesucristo, haya que movilizar tanta actividad y crear tanta agonía pastoral: Plan Pastoral Diocesano, Aparecida, Misión Continental, comisiones, etc. Una caridad bien hecha logra más frutos.

Cada vez sabemos menos de Dios, porque complicamos mucho

lo sencillo que es Dios. Queremos parecernos a la sociedad de consumo que vive de reunión en reunión para cuidar la competencia social. Nosotros somos otra cosa... no somos ese mundo que, en vez de vivir de verdad, saborea la muerte lentamente, agonizando detrás de un par de pesos. Nuestra efectividad radica en el testimonio. Lamentablemente, por nuestras obras ya no pasa la brisa fresca de la cueva del profeta Elías, y en nuestras mentes hay más ansiedad que pastoral y más agonía que evangelización. Jesús les decía a los fariseos: “Ustedes van hasta el fin del mundo para ganar un prosélito, y cuando lo tienen, le crean tantas cargas y tantas exigencias que lo hacen reo del infierno”. Son palabras del mismo Jesús. Si tenemos algo de éxito en la evangelización, yo no lo sé. Pero una cosa es clara: Europa

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quiso tener una fe muy moderna, llena de exigencias y de téc-nicas pastorales...Encuentros y congresos en abundancia... y se está apagando la profecía de salvación en Europa. América tiene todavía un poquito de Dios, pero estamos creando tantos programas y tantos planes pastorales, que vamos a quitarle energía a nuestra esperanza, quedándonos con un montón de pancartas, folletos, planes, esquemas y reuniones. Y para colmo, los que participan de todo eso, son siempre el mismo grupito, y lo que decimos ya no produce impacto en nadie. El que abandona la fe por su cuenta, fácilmente un día vuelve a Dios. Pero el que se asfixia en medio de la comunidad de fe y se enfría, jamás volverá a calentarse. El daño es total.

Los super héroes En el año 1964, al terminar los estudios de Filosofía en el Seminario de Aibonito, Puerto Rico, mientras nos preparábamos para ir a las casas para la nueva etapa de formación que era el Tirocino o magisterio práctico, el inspector de turno, el argentino P. José González del Pino, nos dio un sabio consejo: “Recuerden que en el Noviciado, el maestro de novicios se hacía el malo para probarlos. Pero ahora, en las casas de trabajo, hay directores que no se hacen el malo, es que lo son”. Nosotros no le dimos importancia al consejo, pero con los años, nos dimos cuenta que encerraba una gran verdad. Hoy día, para vivir una vida entregada a Dios en una comunidad cualquiera de religiosos, y en algunos casos hasta sacerdotes diocesanos, no basta con la capacidad heroica para entregarle la vida a Dios. No basta con ser héroes para vivir de fe en la vida consagrada. Hay que ser superhéroes. Hay sacerdotes y religiosos que han dejado la vida consagrada

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estando claros de su vocación y teniendo la capacidad para entregar su vida al Señor. Lamentablemente, ellos han podido aceptar a Jesucristo, pero no han podido aceptar al superior, quien en muchas ocasiones, representando a Cristo, guarda una gran diferencia con el humilde Maestro de Nazaret. Hoy día, se necesita tener el heroísmo de entregar la vida a Jesucristo, y tener el heroísmo de aguantar al superior de turno, llámese director, inspector u obispo. Las dos capacidades convierten a un consagrado en un “superhéroe”. El concepto de “superior” ha ido cambiando, y hay muchos obispos que son verdaderos “amigos”, y hay inspectores que son “un pedazo de pan”. Pero hay muchos “primeros puestos” que son leña verde, donde el fuego del Espíritu no puede quemar, y como no tienen la capacidad humana para dirigir, se tienen que refugiar en una autoritarismo que daña a muchas personas. De esa forma tenemos muchos religiosos, religiosas y sacerdotes que han abandonado la ofrenda de sus vidas en algún carisma, simplemente porque han tenido la capacidad heroica de ofrecerse a Dios, pero la capacidad heroica de aguantar al superior no la han podido tener. Todos aceptamos que Dios asiste con su Espíritu a la elección de superiores, llámense directores, inspectores, obispos. Las palabras de Jesús “lo que aten sobre la tierra será atado en el cielo”, eso ni siquiera se duda. Pero también estamos claros en que Pedro, después de haber sido elegido por Jesús, negó al Maestro. O sea, así como cualquier súbdito puede equivocarse en sus decisiones, también cualquier superior, siendo un ser humano, se puede equivocar. Pero el error del superior tratan de ocultarlo de la forma que sea, porque eso le haría demasiado daño al sistema, aunque haya que sacrificar al súbito. Y esto es muy grave para el Evangelio.

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Cuando se construyó el expreso V Centenario, atravesando la vía por medio de la ciudad de Santo Domingo, Rep. Dominicana, y el gobierno de turno hizo daño a muchas personas pobres e indefensas, un grupo de unos 12 sacerdotes de la zona norte de la ciudad estábamos en lo correcto al enfrentar al gobierno, y defender a los pobres e indefensos. No encontramos apoyo en nuestro obispo, y él prefirió que nos calláramos para no molestar a la sociedad, y para que no dijéramos tonterías. No toda la historia se escribe. Pero en el cielo está la colección completa del “ Libro de la Vida”. No se escapa nada. Nuestra Iglesia, seguidora de Jesucristo, es precisamente grande por eso: porque a pesar de tantos hombres limitados que ocupan primeros puestos, el Espíritu sigue vivo, dejando atrás a todos aquellos que no supieron estar a la altura de su elección y de su misión. Hay un detalle interesante en la Iglesia: Cuando un cardenal es elegido Papa, cambia de color su vestimenta. Del color púrpura pasa a usar color blanco. Es como si lo sacaran del conjunto, porque ese elegido es ya otra cosa. Simple detalle, pero tiene su valor. Es duro pensar en lo mucho que luchó Jesús para crear “SERVIDORES”, y su adorada Iglesia, arrastrando el barro de los siglos, ha adornado a muchos servidores con la “gracia” o mejor “la desgracia” de un exagerado poder. Qué hermoso sería si la Iglesia pudiera desbaratar el poderoso “primer puesto” de sus hijos, y la trasmisión de poderes se hiciera sin tanto escenario de mundo, sin tantos gastos inútiles, sin tantos obstáculos para que el Evangelio del “servir” y “no ser servido” se pudiera cumplir. Los poderes pueden existir, pues somos parte del mundo en el cual vivimos, pero que sea algo distinto, algo que transparente a Jesús y su misión entre

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los pobres y necesitados. Mientras tanto, hay que esperar mu-cho, pues a pesar de la alegría de haber tenido a un Juan XXIII y a un Juan Pablo II, esta Iglesia no va a dar un vuelco muy grande por ahora. Seguiremos soñando, un día será, es cosa de Dios. Mientras tanto, no puede morir la esperanza.

Isaías Juan Bautista

Angel GabrielVirgen María

La vida de la Iglesia de Jesucristo es camino profético. Su triunfo está asegurado. Es proyecto de Dios.

“Mi consejo es éste, dijo Gamaliel: no se metan con esos hombres, suéltenlos. Si su idea y su actividad son cosas de hombres, se dispersarán. Pero, si es cosa de Dios, no lograrán dispersarlos, y se expondrían a luchar contra Dios”. Hechos 5, 34,39.

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Después que el cristiano ha conocido a Jesucristo, y lo ha amado con todo su corazón, ya no hay sombras en su vida, pues la sombra es sólo el paso hacia la luz; no hay fracasos, porque se vive en victoria; no hay quejas, porque todo se vuelve respuesta positiva; no hay muerte, porque es sólo el paso hacia la vida eterna.

Las lecturas de este domingo V de Pascua son sencillas y hermosas: “La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, vivía en la fidelidad y el temor de Dios, y estaba animada por el consuelo del Espíritu Santo” (Hechos 9, 26-31). El Evangelio nos pone a meditar en Juan 15, 1-8, el tema de la vid y los sarmientos, el tronco y las ramas. “Sin El no podemos hacer nada”. En este evangelio subyace la nostalgia de Jesús por estar unido a sus hijos: “Permanezcan en mi amor... permanezcan en Mí y Yo en ustedes”. Ahondemos un poco y empecemos a hacernos preguntas: ¿Porqué gozaba la Iglesia de paz y consuelo en el Espíritu Santo? Porque realmente estaban unidos a Jesucristo. La figura de Jesús había impactado fuertemente en ellos y producía un verdadero entusiasmo. Sabemos lo fuerte que era el judaísmo, lo enraizado que estaba en la comunidad, y la fuerza con que fariseos y doctores cuidaban la observancia de la Ley de Moisés. Sin embargo, el hecho “Jesús de Nazaret”, con su predicación, sus milagros, su muerte y su resurrección, le había pasado por encima a todo, y nadie podía frenar su crecimiento. Las autoridades judías se desesperaban, prohibían, encarcelaban, golpeaban, mataban, pero todo en vano. La fe en Jesucristo era tan grande que nadie le ponía asunto a las amenazas. La fuerza del Espíritu, el impacto de la gracia de Dios habían arrancado el miedo de los hombres y mujeres

Permanezcan en mi amor

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de fe. El imperio romano creyó que se trataba de una verdadera epidemia que le había venido al mundo, pues no entendían una fidelidad de tal naturaleza. La valentía era tan grande que entraban al circo de las fieras cantando salmos y alabando a Dios. Eso era fe, eso era amor, eso era dejarse transformar por la Palabra de Dios. Por eso la Iglesia gozaba de paz y vivía en el temor del Señor. Era un cambio radical que vivían las personas y podían sumergirse en la paz que sólo Dios puede dar. Renunciaban a lo que tenían, vendían sus casas, aceptaban cualquier sacrificio, porque Cristo llenaba sus vi-das. Jesucristo no era un simple ritual, era la vida de sus hijos. Eran personas humildes, sacrificadas, desprendidas de todo: por eso la Iglesia gozaba de paz. El plan era parecerse a Jesús en la muerte...y lo demás vendría por añadidura. Hoy día, si se dice algo en contra de una persona, se va de la Iglesia. Hay que andar con una serie de alabanzas y de medias tintas para tener contentos a todos los feligreses. Y a eso le llamamos fe, cuando lo que tenemos es un club social-religioso con un barniz de liturgia. En algunos grupos especiales hay personas que en la asamblea tocan bonito, cantan bellísimo, y hasta lloran de emoción, pero luego se divorcian de sus hogares, porque nadie los entiende ni ellos entienden a nadie. Nadie los aguanta y ellos no aguantan a nadie. Caminar junto a Jesús es cuestión de vida, es ruptura con nuestro esquema mental para entrar en la nueva vida, es sacrificio supremo para configu-rarse con la vida del Señor. Las intenciones de Misas y las colectas son una forma noble de cooperar al mantenimiento de las iglesias. Pero basados en esas ayudas, nuestras igle-sias han quedado marcadas por una energía económica que capta múltiples donaciones de un pueblo generoso y santo, y esas donaciones caen en un remolino de administración

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que no siempre es caridad. El pueblo es bueno y no se queja, pero el verdadero espíritu de Cristo se debilita en la comunidad de fe. Y la Iglesia, por ganar un par de dólares, pierde la credibilidad de ser instrumento de santidad y no tiene capacidad para convencer y santificar. Ya en los tiempos de san Juan, la comunidad iba aflojando en su fidelidad al Señor. Por eso dice el apóstol en la segunda lectura: “no amen de palabras y de boca, sino de verdad y con obras”. Es fácil decir “yo amo a Dios”, “yo tengo fe”. Esa afirmación debe ir hasta el centro de nuestra conciencia, sacudirla y transformarla, logrando una nueva vida en nosotros. Aquellos primeros cristianos, unidos a Jesucristo, se volvían humildes, perdían el amor a las cosas materiales, y aceptaban cualquier sacrificio. Nosotros, unidos a Jesucristo durante tantos años deberíamos dar mejores frutos, pero apenas llegamos a un pobre ritual que no siempre santifica. Surge así una pregunta: ¿Se nota en nuestras iglesias más oración, hay más caridad, crece el sabor de Dios, el sabor de la vida espiritual? Nosotros sentimos necesidad de comer...y comemos. Sentimos necesidad de dormir ...y dormimos ¿Cuándo sentimos verdadera necesidad de rezar? Hoy por hoy, salvo rarísimos casos, disponemos de una comunidad cristiana a quienes una Misa les cansa y les aburre si se pasa de una hora. Y en la mayoría de los casos, mientras más corto es el culto a Dios, más contento salimos. Si muchos mayores miramos hacia atrás para ver cómo vivimos la fe de niños, tenemos que aceptar que aquello era más hermoso. Significa que no hemos crecido. Los planes pastorales buscan a los alejados, pero todos estamos alejados, y no encontramos el camino para volver. La gran pregunta es ésta: ¿Qué impacto realiza hoy

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la comunidad cristiana sobre el mundo? ¿Atraemos a los alejados, o nos dejamos arrastrar por la mentalidad y la forma de vivir del mundo? Lo que atraía de los primeros cristianos no era su alegría, su amor o su delicadeza: era, sobre todo, el cambio radical que daba la gente por razón de parecerse a Jesucristo. Cuando Francisco de Asís se quitó la ropa y salió de su casa como un loco, produjo un impacto tan fuerte en la sociedad que hoy, ocho siglos después, se aplaude su valor. Lo que se alaba es el cambio radical que dio Francisco por su amor a Jesucristo. Hoy día no tenemos muchos santos porque la Iglesia está ofreciendo poca cosa. Nuestros feligreses van a Misa si pueden, si no están muy ocupados. Dios no es primero. La ruptura con el mundo y la radicalidad del Evangelio no las tenemos. El Espíritu Santo tendrá que hacer algo para que su Iglesia no desfallezca en el camino. Hoy día se recogen muy buenas colectas en el mundo para servir a los pobres, y eso es bueno. Pero... “no sólo de pan vive el hombre”. Nuestra Iglesia no se puede agotar haciendo buenas colectas. Un jovencito que ha decidido ser sacerdote, que se ha criado en contacto con nuestro centro juvenil salesiano, se acercó a uno de nuestros sacerdotes y le dijo: “Don Bosco a mí me fascina, pero los salesianos de hoy no me convencen, me voy a otra congregación”. Ese es un testimonio muy fuerte y que debe hacernos pensar. Cuando no hay frutos, las ramas son cortadas. Y cuando han sido cortadas, aunque las pinten de verde, están secas. Cuando no hay sacrificio no hay vida. Toda redención exige sangre. Seguir a Jesucristo es mucho más que imponer el propio criterio en un camino de fe. Nuestro Capítulo General 26 nos está pidiendo: Volver a Don Bosco... Volver a los primeros cristianos...volver a lo que es creíble, a lo que santifica, a una vida marcada por el Evangelio de Jesús. C C

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Canto del cisne- Viviendo la etapa final -

Con mi canto del cisneal atardecer de mi vida,vengo ante ti, mi Señor,

a rezar y a ofrecer. Cuando ya lo que quede

no sirva para ofrecer, tíralo, dispérsalo,

como ceniza sobre el mar,porque ya la ofrenda

está completa.

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Indice

Presentación........................................................................... 3Homilía 1 - Buen Pastor....................................................... 5Homilía 2 - Vivir en Cristo.................................................... 7Homilía 3 - Imitar a Jesús...................................................... 10Homilía 4 - Medios de comunicación y la paz...................... 12Homilía 5 - Pentecostés ........................................................ 16Homilía 6 - Plan de Salvación .............................................. 19Homilía 7 - El camino del bien ............................................. 22Homilía 8 - El Pan de Vida ................................................... 25Homilía 9 - Profundizar nuestra fe ....................................... 28Homilía 10 - La exaltación de la santa Cruz ........................ 30Homilía 11 - La humildad, terreno baldío ............................ 34Homilía 12 - Unidad en el matrimonio ............................. 37Homilía 13 - Señor, que yo vea .......................................... 40Homilía 14 - Estén alertas, habrá un juicio........................... 45Homilía 15 - Misa de acción de gracias................................ 48Homilía 16 - Amor a Dios y servicio al prójimo................... 52Homilía 17 - Fiesta de san Juan Bosco................................. 55Homilía 18 - Cuando Dios llama....................................... 58Homilía 19 - La revisión de vida.......................................... 63Homilía 20 - La fidelidad................................................... 67Homilía 21 - La Transfiguración.......................................... 72Homilía 22 - Camino de santidad...................................... 77Homilía 23 - Misericordia del Padre(hijo pródigo).............. 82Homilía 24 - Siguiendo a Jesucristo..................................... 86Homilía 25 - La primacía de Dios...................................... 89Homilía 26 - El buen pastor................................................ 94Homilía 27 - Día de las madres............................................ 98Homilía 28 - Permanezcan en mi amor................................ 102Homilía 29 - La ascensión personal................................... 106Homilía 30 - Fortaleza y confianza...................................... 110

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Homilía 31 - Somos parte del misterio de Dios.................. 114Homilía 32 - Antes de decir “adiós”.................................... 119Homilía 33 - Apoyados por la gracia de Dios...................... 122Homilía 34 - La ofrenda absoluta...................................... 126Homilía 35 - Somos propiedad de Dios............................... 129Homilia 36 - Anda, haz tú lo mismo.................................. 133Homilía 37 - Vida nueva en Cristo....................................... 137Homilía 38 - Dios de Amor.................................................. 140Homilía 39 - Un toque de divinidad..................................... 144Homilía 40 - La fe y el milagro............................................ 148Homilía 41 - Pérdida del hambre de Dios......................... 153Homilía 42 - No pierdan la calma........................................ 157Homilía 43 - Testimonio de unidad................................... 159Homilía 44 - Navidad y Año Nuevo................................... 163Homilía 45 - Cristo Rey........................................................ 168Homilía 46 - La exaltación de la santa cruz..................... 171Homilía 47 - La voluntad de Dios........................................ 175Homilía 48 - Dios mira el interior...................................... 179Homilía 49 - La viña del Señor.......................................... 182Homilía 50 - Boda de Cristo con la humanidad............... 188Homilía 51 - Domund: Evangelización y caridad............ 192Homilía 52 - El amor nos hace fuertes................................. 198Homilía 53 - Fieles difuntos................................................. 201Homilía 54 - Los mercaderes del templo.............................. 205Homilía 55 - Cristo Rey...................................................... 210Homilía 56 - Adviento.......................................................... 214Homilía 57 - Novena Niño Jesús........................................ 217Homilía 58 - Año Nuevo 2009............................................. 225Homilía 59 - Epifanía........................................................... 229Homilía 60 - El Bautismo de Jesús....................................... 232Homilía 61 - Dios sigue llamando........................................ 236Homilía 62 - Conversión de san Pablo.............................. 240Homilía 63 - La presentación del Señor............................... 245

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Homilía 64 - Job y Pablo: Lamento y Confianza............. 247Homilía 65 - La lepra........................................................... 253Homilía 66 - La misericordia del Señor............................... 258Homilía 67 - Tiempo de cuaresma....................................... 262Homilía 68 - Fe y generosidad de Abrahán...................... 265Homilía 69 - Nuevos mercaderes del templo.................... 270Homilía 70 - La gratuidad de Dios.................................... 275

ApéndiceViernes Santo 2009...La herencia de Jesús........................ 283Vigilia Pascual 2009............................................................. 285Pensamientos........................................................................ 287Pastoral moderna y vacío profético...Los super héroes........ 289Permanezcan en mi amor.................................................. 294El canto del cisne................................................................ 298

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Proclamando el amor de Jesucristo en cada paso y en cada respiración.

Aceptando la cruz y dejando huellas de amor.