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SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN LA IGLESIA. LA Iglesia, sacramento universal de salvación: la Iglesia, enviada por Dios a las gentes para ser “el sacramento universal de salvación”, obedeciendo al mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el evangelio a todos los hombres. La Iglesia se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda creatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en Él una familia y un pueblo de Dios. CAPITULO I PRINCIPIOS DOCTRINALES. Designio del padre: La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Dios llama a los hombres a la participación de su vida no solo en particular sino constituirlos un pueblo, en el que se congreguen formando unidad sus hijos que están dispersos. Misión del Hijo: Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres. Los santos Padres proclaman constantemente que no está sanado lo que no ha sido asumido por Cristo. Tomó la naturaleza humana integral, cual se encuentra en nosotros, miserable y pobre, mas sin el pecado. Lo que el Señor ha predicado una vez o lo que en Él se ha obrado para la salvación del género humano hay que proclamarlo y difundirlo hasta las extremidades de la tierra, comenzando por Jerusalén, de suerte que lo que se obró de una vez para lpa salvación de todos consiga su efecto en todos en la sucesión de los tiempos. Misión del Espíritu Santo: Y para conseguir esto envió Cristo al Espíritu Santo de parte del Padre, para que realizara interiormente su obra salutífera e impulsara a la Iglesia hacia su propia dilatación. Sin género de duda, el Espíritu Santo obraba ya en el mundo antes de la glorificación de Cristo. El Espíritu Santo “unifica en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos” a toda la Iglesia a través de los tiempos, vivificando las instituciones eclesiales como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el mismo impulso de misión con que había sido llevado el mismo Cristo. Misión de la Iglesia: el Señor Jesús ya desde el principio “llamó a sí a los que É quiso, y designó a doce para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar”. De esta forma los apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y al mismo tiempo

Ad gentes

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SOBRE LA ACTIVIDAD MISIONERA EN LA IGLESIA.

LA Iglesia, sacramento universal de salvación: la Iglesia, enviada por Dios a

las gentes para ser “el sacramento universal de salvación”, obedeciendo al

mandato de su Fundador, se esfuerza en anunciar el evangelio a todos los

hombres. La Iglesia se siente llamada con más urgencia a salvar y renovar a toda

creatura para que todo se instaure en Cristo y todos los hombres constituyan en Él

una familia y un pueblo de Dios.

CAPITULO I

PRINCIPIOS DOCTRINALES.

Designio del padre: La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza,

puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según

el designio de Dios Padre. Dios llama a los hombres a la participación de su vida

no solo en particular sino constituirlos un pueblo, en el que se congreguen

formando unidad sus hijos que están dispersos.

Misión del Hijo: Cristo Jesús fue enviado al mundo como verdadero mediador

entre Dios y los hombres. Los santos Padres proclaman constantemente que no

está sanado lo que no ha sido asumido por Cristo. Tomó la naturaleza humana

integral, cual se encuentra en nosotros, miserable y pobre, mas sin el pecado. Lo

que el Señor ha predicado una vez o lo que en Él se ha obrado para la salvación

del género humano hay que proclamarlo y difundirlo hasta las extremidades de la

tierra, comenzando por Jerusalén, de suerte que lo que se obró de una vez para

lpa salvación de todos consiga su efecto en todos en la sucesión de los tiempos.

Misión del Espíritu Santo: Y para conseguir esto envió Cristo al Espíritu Santo

de parte del Padre, para que realizara interiormente su obra salutífera e impulsara

a la Iglesia hacia su propia dilatación. Sin género de duda, el Espíritu Santo

obraba ya en el mundo antes de la glorificación de Cristo. El Espíritu Santo “unifica

en la comunión y en el servicio y provee de diversos dones jerárquicos y

carismáticos” a toda la Iglesia a través de los tiempos, vivificando las instituciones

eclesiales como alma de ellas e infundiendo en los corazones de los fieles el

mismo impulso de misión con que había sido llevado el mismo Cristo.

Misión de la Iglesia: el Señor Jesús ya desde el principio “llamó a sí a los que É

quiso, y designó a doce para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar”. De

esta forma los apóstoles fueron los gérmenes del nuevo Israel y al mismo tiempo

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origen de la sagrada jerarquía. La misión de la Iglesia se realiza mediante la

actividad por la cual , obedeciendo al mandato de Cristo y movida por la gracia y la

caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres y

pueblos para conducirlos a la fe, a la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de

la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de

tal suerte que se les descubra el camino libre y seguros para la plena participación

del misterio de Cristo. La Iglesia debe caminar, por el mismo camino de Cristo, es

decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la

inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su

resurrección.

La actividad misionera: Las diferencias que hay que reconocer en esta actividad

de la Iglesia no proceden de la naturaleza misma de la misión, sino de las

circunstancias en que esta misión se desarrolla. Estas condiciones dependen de la

Iglesia, de los pueblos, de los grupos o de los hombres a los que la misión se

dirige. Pero a cada circunstancia o situación deben corresponder actividades

propias y recursos adecuados. El fin propio de esta actividad misional es la

evangelización e implantación de la Iglesia en los pueblos o grupos en que todavía

no está enraizada. El medio principal de esta implantación es la predicación del

Evangelio de Jesucristo. La actividad misional entre las gentes se diferencia tanto

de la actividad pastoral que hay que desarrollar con los fieles, cuanto de los

medios que hay que usar para conseguir la unidad de los cristianos. La necesidad

de la misión exige a todos los bautizados reunirse en una solo grey, para poder

dar, de esta forma, testimonio unánime de Cristo, su Señor, delante de todas las

gentes.

Origen y necesidad de la actividad misionera: La razón de esta actividad

misional se basa en la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres sean

salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque Cristo mismo confirmó, la

necesidad de la Iglesia, en la que entran los hombres por la puerta del bautismo.

La Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por

tanto, la actividad misional conserva integral, hoy como siempre, su eficacia y su

necesidad. Mediante esta actividad misionera se glorifica a Dios plenamente, al

recibir los hombres, deliberada y cumplidamente, su obra de salvación, que

completo en Cristo.

La acción misionera en la vida y en la historia humana: La actividad misional

tiene también una conexión íntima con la misma naturaleza humana y con sus

aspiraciones. Porque al manifestar a Cristo, la Iglesia descubre a los hombres la

verdad genuina de sus condiciones y de su vocación total, porque Cristo es el

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principio y el modelo de esta humanidad renovada, llena de amor fraterno, de

sinceridad y de espíritu pacífico, a la que todos aspiran. El evangelio fue el

fermento de la libertad y del progreso en la historia humana, incluso temporal, y se

presenta constantemente como germen de fraternidad, de unidad y de paz. No

carece, pues, de motivos que los fieles celebren a Cristo como “esperanza de las

gentes y salvador de ellas”.

Carácter escatológico de la actividad misionera: el tiempo de la actividad

misional discurre entre la primera y segunda venida del Señor. La actividad

misional es nada más y nada menos que la manifestación o Epifanía del designio

de Dios y su cumplimiento en el mundo y en su historia, en la que Dios realiza

abiertamente, por la misión, la historia de la salud. Todo lo bueno que se halla

sembrado en el corazón y en la mente de los hombres, en los propios ritos y en las

culturas de los pueblos, no solamente no perece, sino que se sana, se eleva y se

completa la gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad de los hombres. Así

la actividad misional tiende a la plenitud escatológica.

CAPITULO II

OBRA MISIONAL

La Iglesia, enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad a todos los

hombres y pueblos, sabe que le queda por hacer todavía una obra misional

ingente. Pues los dos mil millones de hombres, que se reúnen en grandes y

determinados grupos con lazos estables de vida cultural, con las angustias,

tradiciones religiosas, con los fuertes vínculos de relaciones sociales, todavía muy

poco o nada oyeron del evangelio; unos siguen algunas de las grandes religiones,

otros permanecen alejados del conocimiento del mismo Dios, otros niegan su

existencia e incluso a veces lo persiguen.

Todos los fieles cristianos donde quiera que vivan, están obligados a manifestar

con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se

revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, de tal forma, que todos

los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre (Cfr. Mt 5, 16) y

perciban, plenamente, el sentido auténtico de la vida y el vínculo universal de la

unión de los hombres.

Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de Cristo,

únanse con aquellos hombres por el aprecio y la caridad. Como el mismo Cristo

escudriño el corazón de los hombres y los llevó con un coloquio verdaderamente

humano a la luz divina, así sus discípulos, impregnados por el Espíritu de Cristo,

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deben conocer a los hombres entre los que viven, y tratar con ellos para advertir

en dialogo sincero y paciente las riquezas que Dios generosamente ha distribuido

a las gentes.

La presencia de los fieles cristianos en los grupos humanos he de estar

animada por la caridad, esta caridad cristiana se extiende a todos sin distinción de

raza, pues como Dios nos amó con amor gratuito, así los fieles han de vivir

preocupados por el hombre mismo, amándolo con el mismo sentimiento con que

Dios lo busco.

Trabajen los cristianos y colaboren con los demás hombres en la recta ordenación

de los asuntos económicos y sociales. Entréguense con especial cuidado a la

educación de los niños y de los adolescentes. Tomen parte los cristianos en los

esfuerzos de aquellos pueblos que, luchando contra el hambre, la ignorancia y las

enfermedades, se esfuerzan por conseguir mejores condiciones de vida y afianzar

la paz en el mundo. La Iglesia con todo, no pretende mezclarse de ninguna forma

en el régimen de la comunidad terrena. Su autoridad no es otra cosa que el servir.

PREDICACIÓN DEL EVANGELIO Y REUNIÓN DEL PUEBLO DE DIOS

Donde quiera que Dios abre la puerta de la palabra para anunciar el misterio de

Cristo (Col 4,3) a todos los hombres (Mt 16, 15) hay que anunciar (1cor 9, 15; Rom

10, 14) al Dios vivo y a Jesucristo enviado por el para salvar ( 1Tes 1, 9-10; 1 Cor

1, 18-21; Gal 1, 31), a fin de que los no cristianos, abriéndoles el corazón el

Espíritu Santo (Hch 16, 14), creyendo se conviertan libremente y se unan con

sinceridad al señor.

Iníciese, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de la salvación,

en el ejercicio de las costumbres evangélicas y en los ritos sagrados que han de

celebrarse en los tiempos sucesivos, introdúzcanse en la vida de la fe, de la

liturgia y de la caridad del pueblo de Dios. La iniciación cristiana durante el

catecumenado no deben procurarla solamente los catequistas y sacerdotes, sino

toda la comunidad de los fieles.

FORMACIÓN DE LA COMUNIDAD CRISTIANA

El Espíritu Santo, que llama a todos los hombres a Cristo por la semilla de la

palabra y proclamación del evangelio, los congrega en el único pueblo de Dios que

es “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo de adquisición”

(1Pe 2, 9). Los misioneros, por consiguiente, cooperadores de Dios (1Cor 3, 9),

susciten tales comunidades de fieles que, viviendo conforme a la vocación que

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han sido llamados (Ef 4,1), ejerciten las funciones que Dios les ha confiad,

sacerdotal, profética, real. Cultívese el espíritu ecuménico entre los neófitos para

que aprecien debidamente que los hermanos en la fe son discípulos de Cristo,

regenerados por el bautismo, participes con ellos de los innumerables bienes del

pueblo de Dios.

La iglesia agradece, con mucha alegría, la merced inestimable de la vocación

sacerdotal que el señor ha concedido a tantos jóvenes. Hay que tener

particularmente en cuenta lo que se dice sobre la necesidad de armonizar la vida

que hay que llevar según el modelo del evangelio. Ábranse y avívense las

mentes de los alumnos para que conozcan bien y puedan juzgar la cultura de su

pueblo; conozcan claramente en las disciplinas filosóficas y teológicas las

diferencias y semejanzas que hay entre la tradición y religión patria y religión

cristiana.

Aprendan los alumnos la historia, el fin y el método de la acción misional de la

Iglesia, y las especiales condiciones, sociales económicas, y culturales de su

pueblo. Edúquense en el espíritu del ecumenismo y prepárense convenientemente

para el diálogo fraterno con los no cristianos. Elíjanse, además, sacerdotes

idóneos que, después de alguna experiencia pastoral, realicen estudios

superiores en las universidades incluso extranjeras, sobre todo en Roma.

La educación de los catequistas debe efectuarse y acomodarse al progreso

cultual de tal forma que puedan desarrollar lo mejor posible su cometido agravado

con nuevas y mayores obligaciones, como cooperadores eficaces del orden

sacerdotal. Multiplíquense, las escuelas diocesanas y regionales en que los

futuros catequistas estudien la doctrina católica, sobre todo en su aspecto bíblico y

litúrgico, y el método catequético, con la práctica pastoral, y se habitúen a las

costumbres de los cristianos, procurando practicar si cesar la piedad y la santidad

de vida.

Esfuércense los institutos religiosos, que trabajan en la implantación de la

Iglesia, en exponer y comunicar, según el carácter y la idiosincrasia de cada

pueblo, las riquezas místicas de que están totalmente llenos, y que distinguen la

tradición religiosa de la Iglesia.

Procuren todos, sin embargo, buscar su adaptación genuina a las condiciones

locales. Conviene establecer por todas partes en las iglesias nuevas la vida

contemplativa porque pertenece a la plenitud de la presencia de la Iglesia.

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CAPÍTULO III

LAS IGLESIAS PARTICULARES

Incremento de las iglesias nuevas:

En una comunidad determinada la Iglesia logra su objetivo cuando sus fieles

gozan de una estabilidad y firmeza enraizada en una vida social y de algún modo

en la cultura del ambiente, es decir que está abastecida de un número de

sacerdotes aunque es insuficiente, y se ve dotada de ministerios necesarios para

vivir y dilatar la vida del pueblo de Dios bajo la guía del obispo.

La vida del pueblo de Dios en las iglesias jóvenes debe ir floreciendo en todos los

aspectos de la vida cristiana según los cánones de este concilio, los files deben

hacerse comunidades vivas de fe, los laicos deben esforzarse por establecer el

orden de la caridad y la justicia en la vida social, las familias verdaderamente

cristiana se convierten en semilleros de apostolado laical y de vocaciones

sacerdotales y religiosas.

El obispo con su clero procuran sentir y vivir con toda la Iglesia. Las iglesias

nuevas están en comunión con la Iglesia universal, y los elementos propios deben

estar encaminadas a la cultura para aumentar la fuerza del cuerpo místico; por ello

hay que cultivar los elementos teológicos y humanos que puedan llevar al fomento

del sentido de comunión con la Iglesia universal.

Pero estas iglesias por estar situadas en lugares extremadamente pobres se ven

gravemente desprovistas de sacerdotes y de recursos materiales. Por tal cosa

tiene la gran necesidad de la acción misionera de la Iglesia, que ayude al

desarrollo de la iglesia local y a la madurez de la vida cristiana, y también ayude a

las iglesias más antiguas pero que se encuentran en estado de debilitamiento.

Actividad misionera de las iglesias particulares:

La iglesia particular debe conocer muy bien que fue enviada también como

representante de la Iglesia universal a aquellos que no creen en Cristo. Los

sacerdotes nativos deben iniciar la obra de evangelización de las iglesias jóvenes,

deben trabajar con los sacerdotes extranjeros, así forman una sola iglesia. Las

conferencias episcopales deben establecer cursos de renovación bíblica,

teológica, espiritual y pastoral.

Para llevar a cabo la misión en la iglesia particular se requieren ministros aptos

que hay que preparar de modo conveniente a las condiciones de cada iglesia.

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Pero como los hombres tienden a reunirse en grupos, y en ocasiones se resisten

acoger la fe católica, se desea pues que se atienda especialmente estas

situaciones hasta que puedan juntarse en comunidad.

Es necesario que las iglesias particulares participen activamente en la misión de la

Iglesia universal, para que florezca el ardor misional en los nativos del país,

enviando también ellas misioneros aunque sufran de escasez de clero.

Fomento del apostolado seglar:

Los fieles laicos pertenecen al pueblo de Dios y a la sociedad civil: pertenecen al

pueblo en que han nacido y pertenecen a Cristo porque han sido regenerados en

la Iglesia por la fe y el bautismo.

La obligación de los seglares es el testimonio de Cristo que deben dar con la vida

y con la palabra en la familia, en el grupo social y en el ambiente de su profesión.

Deben unirse con sus conciudadanos con caridad verdadera, siembren la fe en

Cristo entre todas las gentes, deben estar preparados para la misión de anunciar

el Evangelio y de comunicar la doctrina de la Iglesia, para dar vigor a la iglesia que

nace.

Los ministros ordenados deben apreciar el esfuerzo y las misión de los laicos,

deben formarlos para que se conciencien de su responsabilidad en favor de todos

los hombres, instruirlos en el misterio de Cristo y ayudarle en las dificultades,

según la constitución lumen Gentium y el decreto apostolicamactuositatem.

Diversidad en la unidad:

Las iglesias jóvenes vividas en Cristo toman en intercambio todas las riquezas de

las naciones que han sido dadas a Cristo, ellas reciben de las costumbres, de la

cultura, de la sabiduría y doctrina todo lo que puede servir para expresar la gloria

de Dios. Para lograr ese objetivo se promueva la reflexión teológica, por la que

sometan a nueva investigación las palabras reveladas por Dios escritas en la

Biblia y explicadas por el magisterio de la Iglesia.

Se excluirá toda clase de sincretismo y de falso particularismo, se acomodará la

vida cristiana al carácter de cualquier cultura y se añadirán a la unidad católica las

tradiciones particulares. Definitivamente las iglesias jóvenes tendrán lugar en la

comunión eclesiástica. Las conferencias episcopales deben unirse entre sí dentro

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de los límites de cada territorio socio-cultural, para conseguir el objetivo de la

adaptación.

CAPÍTULO IV

LOS MISIONEROS

A todo discípulo de Cristo le compete el propagar la fe, pero Cristo de entre los

discípulos llama a lo que quiere para que lo acompañen y enviarlos a predicar a

las gentes (Mc. 3, 13 s.). El Espíritu Santo distribuye carismas según quiere e

inspira la vocación misionera en el corazón de cada persona y suscita en la Iglesia

Institutos propios para la Evangelización. Aquellos que están dispuestos a la obra

misional: sacerdotes, religiosos o seglares, son enviados por la autoridad legítima,

a aquellos que están alejados de Cristo.

El hombre debe responder al llamado de Dios y optar por una entrega total al

Evangelio. El Espíritu Santo es quien lo alienta e inspira.

El que anuncia el Evangelio debe dar a conocer el misterio de Cristo, además de

dar testimonio con su vida y debe estar convencido que Dios le concederá el valor

y la fortaleza para ver la abundancia que encierra la experiencia de tribulación y

pobreza. Debe estar convencido de que la obediencia es la virtud del ministro de

Cristo, el cual por la misma obediencia redime al mundo.

El futuro misionero debe recibir una formación espiritual y moral. Debe ser

perseverante en las dificultades; se presenta a los hombres con apertura de alma

y grandeza de corazón; se acomoda con agrado a las costumbres ajenas; se

dedica a la obra con espíritu de concordia y caridad mutua. Debe nutrirse,

cultivarse elevarse y ejercitarse en la vida espiritual; el misionero ha de ser

hombre de oración y contentarse con lo que tiene. Todo lo anterior para que

crezca en el amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio

cooperando así al misterio de la salvación. Los que sean enviados a los diversos

pueblos como ministros de Jesucristo, deben estar nutridos de la Sagrada

Escritura. Han de prepararse y formarse todos los misioneros, sacerdotes,

hermanos, hermanas y seglares en principios doctrinales que abarquen toda la

Iglesia y la diversidad de los pueblos en sus culturas y religiones. El que va a un

pueblo extranjero aprecie su patrimonio, lenguaje y costumbres. El futuro

misionero debe abordar estudios misionológicos, donde conoce la disposición de

la Iglesia frente a la actividad misionera. Deben prepararse en catequética para

que sea más fructuoso su apostolado. Debe conocer ampliamente la historia,

estructura social y costumbres de las regiones a las que son enviados. Algunos

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deben prepararse de modo más profundo en Institutos misionológicos u otras

Facultades o Universidades para desempeñar de forma eficaz cargos especiales y

ayudar a misioneros donde la labor presenta dificultades.

Todo lo anterior es necesario para cada misionero. Como no se puede satisfacer

la obra misional individualmente, se congrega a los individuos en Institutos donde

se forman convenientemente y cumplan la obra en nombre de la Iglesia.

Los Institutos siguen siendo muy necesarios para llevar muchas gentes a Cristo.

CAPITULO V

ORDENACIÓN DE LA ACTIVIDAD MISIONAL.

Colaboración de todos según sus diferentes dones.

Puesto que los fieles cristianos tienen dones diferentes, deben colaborar en el

Evangelio cada uno según su oportunidad, facultad, carisma y ministerio; todos,

por consiguiente, los que siembran y los que siegan, los que plantan y los que

riegan, es necesario que sean una sola cosa.

Ordenación general.

Es necesario que haya un solo dicasterio competente, a saber: "De propaganda

Fide", para todas las misiones y para toda la actividad misional, salvo, sin

embargo, el derecho de las Iglesias orientales. A la Iglesia compete dictar normas

directivas y principios acomodados a la evangelización y darles impulsos.

Promueva y coordine eficazmente la colecta de ayudas materiales, que ha de

distribuirse a razón de la necesidad o de la utilidad, y de la extensión del territorio,

del número de fieles y de infieles, de las obras y de las Instituciones, de los

auxiliares y de los misioneros.

Ordenación local de las misiones.

Es deber del Obispo, como rector y centro de unidad en el apostolado diocesano,

promover, dirigir y coordinar la actividad misionera, todos los misioneros, incluso

los religiosos exentos, están sometidos al Obispo en las diversas obras que se

refieren al ejercicio del sagrado apostolado. para lograr una coordinación mejor,

establezca el Obispo, en cuanto le sea posible, un Consejo pastoral en que tomen

parte clérigos, religiosos y seglares por medio de delegados escogidos.

Traten las Conferencias Episcopales de común acuerdo los puntos y los

problemas más urgentes, sin descuidar las diferencias locales. Establézcase

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también una cooperación semejante, si es oportuno, entre las diversas

Conferencias Episcopales.

Ordenación de la actividad de los Institutos.

Es también conveniente coordinar las actividades que desarrollan los Institutos o

Asociaciones eclesiásticas. Todos ellos, de cualquier condición que sean,

secunden al ordinario del lugar en todo lo que se refiere a la actividad misional.

Cuando a un Instituto se le ha encomendado un territorio, el superior eclesiástico y

el Instituto procuren, de corazón, dirigirlo todo para que la comunidad cristiana se

desarrolle en iglesia local, al aumentar el clero nativo, habrá que procurar que los

mismos Institutos, de acuerdo con su propio fin, permanezcan fieles a la misma

diócesis encargándose generosamente en obras particulares o de alguna región.

Coordinación entre Institutos.

Los Institutos que se dedican a la actividad misional en el mismo territorio

conviene que encuentren un buen sistema de coordinar sus trabajos. para ello son

muy útiles las Conferencias de religiosos y las reuniones de religiosas, en que

tomen parte todos los Institutos de la misma nación o región. Conviene extenderlo

a la colaboración de los Institutos misioneros en la tierra patria, de suerte que

puedan resolverse los problemas y empresas comunes con más facilidad y

menores gastos, como, por ejemplo, la formación doctrinal de los futuros

misioneros, los cursos para los mismos, las relaciones con las autoridades

públicas o con los órganos internacionales o supranacionales.

Coordinación entre los Institutos científicos.

Requiriendo el recto y ordenado ejercicio de la actividad misionera que los

operarios evangélicos se preparen científicamente para sus trabajos, sobre todo

para el diálogo con las religiones y culturas no cristianas, y reciban ayuda eficaz

en su ejecución.

CAPITULO Vl

LA COOPERACIÓN

Renovación interior de toda la Iglesia

35. Siendo la Iglesia misionera y la evangelización deber fundamental del pueblo

de Dios, siendo conscientes de que es responsabilidad de cada uno la difusión del

Evangelio a todos los gentiles.

Deber misionero de todo el pueblo de Dios

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36. Cada cristiano tiene por deber el de evangelizar a todos, ya que como

miembro de la iglesia por el bautismo, por la confirmación y por la Eucaristía

empezamos a formar parte del cuerpo de Cristo; por ende la predicación y

evangelización que se hagan debe ir sustentada por el testimonio de vida de la

persona Cristina, quien se fortalece por medio del diálogo Ecuménico y que

mediante plegarias y obras de penitencia, buscará la ayuda de Dios para

acrecentar y ayudar a brotar las vocaciones misioneras, que se apoyaran de todas

las formas actuales de comunicación y los órganos nacionales e internacionales

para la trasmisión del mensaje Evangélico.

Deber misionero de las comunidades eclesiales

37. Ya que el pueblo de Dios vive tanto en comunidades parroquiales y

diocesanas, debe buscar desde las mismas la forma como su caridad y su

quehacer misionero llegue a todas las gentes; y de esta manera ora, actúa y

coopera toda la comunidad para la unión y edificación de la Iglesia.

Deber misionero de los Obispos

38. Los Obispos y la Orden Episcopal como sucesores de los apóstoles tienen no

solo la tarea de dirigir sus diócesis, sino también la de llevar y predicar el mensaje

del Evangelio a toda criatura en el mundo; además tienen a su cargo las obras

misionales, especialmente la denominadas Pontificias, las cuales son las que

ayudan a formar desde la niñez a todos los que las conforman, brindando,

fortaleciendo y promoviendo con su ayuda las vocaciones de los jóvenes que se

consagran a la actividad misional de la Iglesia.

También si ve la necesidad de centros e institutos de formación misionera para el

clero, es su deber gestionar para que estos se puedan dar, y que así se pueda

llegar a esos lugares tan apartados y que no han tenido la oportunidad de

escuchar el mensaje del Evangelio.

Deber misionero de los sacerdotes

39. Los presbíteros representan a la persona de cristo, siendo cooperadores del

orden episcopal consagran su vida al servicio de las misiones con el fin de trabajar

en el crecimiento de la iglesia a través de los misterios Eucarísticos.

También a través de la pastoral buscan la evangelización de los fieles y el

aumento del celo de esta, promoviendo la catequesis desde las familias, que son

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las encargadas de cultivar las vocaciones y hacer crecer el fervor de los jóvenes

misioneros.

Deber misionero de los institutos de perfección

40. Los institutos de vida contemplativa que mediante la oración, la penitencia y la

tribulación son las principales fuentes de llevar a la conversión y abrir las almas

de los no cristianos al mensaje del Evangelio.

Por otra parte los institutos de vida activa tienen a su cargo la labor misionera de

extender y propagar el reino de Dios y adaptar este trabajo a las necesidades de

las diferentes comunidades.

En conclusión, tanto en la vida contemplativa como en la activa es necesario que

la acción misionera vaya sustentada por el testimonio de vida,; por consiguiente la

Iglesia, debe dejar que el Espíritu Santo sea quien la oriente, fortalezca y ayude

para la obra misional dirigida al pueblo de Dios.

Deber misionero de los laicos

41. El principal deber de los laicos en las tierras de misión es colaborar y prestar

diferentes servicios para la promulgación del Evangelio, además son los

encargados de orientar a los nuevos cristianos o a las comunidades extranjeras o

nativas que están sedientas de conocer el mensaje de Salvación.

También tienen a su cargo la realización de investigaciones histórico-científico de

las Escrituras, lo cual apoya el trabajo Evangelizador de los agentes de pastoral y

de los misioneros que se forman en los institutos.

Conclusión

42. El Santo Concilio y el Romano Pontífice invitan a que todos los heraldos del

Evangelio y al Pueblo de Dios, a actuar en favor de la propagación del Reino de

Dios y que de esa misma manera junto con la intercesión de la Virgen María

avancemos en el camino de la fe, llevando a los fieles Cristianos al conocimiento y

la claridad de la Verdad.