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1 adviento 2009 - C - Se acerca vuestra liberación Acción Católica General Alfonso XI, 4 5º 28014 Madrid www.accioncatolicageneral.es [email protected]

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adviento

2009 - C -

Se acercavuestra

liberación

Acción Católica General

Alfonso XI, 4 5º 28014 Madrid

www.accioncatolicageneral.es [email protected]

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CELEBRACIÓN DE LAS PRIMERAS VÍSPERAS DEL I DOMINGO DE ADVIENTO

HOMILÍA DE SU SANTIDAD

BENEDICTO XVI

Basílica Vaticana Sábado 2 diciembre 2006

Queridos hermanos y hermanas: La primera antífona de esta celebración vesper-tina se presenta como apertura del tiempo de Adviento y resuena como antífona de todo el Año litúrgico: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, Dios viene, nuestro Salvador”. Al inicio de un nuevo ciclo anual, la liturgia invita a la Iglesia a renovar su anuncio a todos los pueblos y lo resume en dos palabras: “Dios viene”. Esta expresión tan sintética contiene una fuerza de sugestión siempre nueva. Detengámonos un momento a reflexionar: no usa el pasado -Dios ha venido- ni el futuro, -Dios vendrá-, sino el presente: “Dios viene”. Como podemos comprobar, se trata de un pre-sente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo mo-mento “Dios viene”. El verbo “venir” se presenta como un verbo “teológico”, incluso “teologal”, porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que “Dios viene” significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característi-cos: es el Dios-que-viene. El Adviento invita a los creyentes a tomar con-ciencia de esta verdad y a actuar coherente-mente. Resuena como un llamamiento saluda-ble que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses: Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora. El único verdadero Dios, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de noso-tros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene. Es un Padre que nunca deja de pensar en noso-tros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, per-manecer en nosotros. Viene porque desea li-berarnos del mal y de la muerte, de todo lo que

impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos. Los Padres de la Iglesia explican que la “veni-da” de Dios -continua y, por decirlo así, conna-tural con su mismo ser- se concentra en las dos principales venidas de Cristo, la de su encarna-ción y la de su vuelta gloriosa al fin de la histo-ria (cf. San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 15, 1: PG 33, 870). El tiempo de Adviento se desarrolla entre estos dos polos. En los primeros días se subraya la espera de la última venida del Señor, como lo demuestran también los textos de la celebra-ción vespertina de hoy. En cambio, al acercarse la Navidad, prevalecerá la memoria del acontecimiento de Belén, para reconocer en él la “plenitud del tiempo”. Entre estas dos venidas, “manifiestas”, hay una terce-ra, que san Bernardo llama “intermedia” y “oculta”: se realiza en el alma de los creyentes y es una especie de “puente” entre la primera y la última. “En la primera -escribe san Bernardo-, Cristo fue nuestra redención; en la última se manifestará como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo” (Discurso 5

sobre el Adviento, 1). Para la venida de Cristo que podríamos llamar “encarnación espiritual”, el arquetipo siempre es María. Como la Virgen Madre llevó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada una de las almas y toda la Iglesia están llamadas, en su peregrinación terrena, a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor siempre re-novados. Así la Liturgia del Adviento pone de relieve que la Iglesia da voz a esa espera de Dios profun-damente inscrita en la historia de la humani-dad, una espera a menudo sofocada y desviada hacia direcciones equivocadas. La Iglesia, cuerpo místicamente unido a Cristo cabeza, es sacramento, es decir, signo e instrumento efi-caz también de esta espera de Dios. De una forma que sólo él conoce, la comuni-dad cristiana puede apresurar la venida final, ayudando a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene. Y lo hace ante todo, pero no sólo, con la oración. Las “obras buenas” son esenciales e inseparables de la oración, como recuerda la oración de este primer domingo de Adviento, con la que pedimos al Padre celestial que suscite en nosotros “el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene, acompañados por las buenas obras”.

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Desde esta perspectiva, el Adviento es un tiempo muy apto para vivirlo en comunión con todos los que esperan en un mundo más justo y más fraterno, y que gracias a Dios son nume-rosos. En este compromiso por la justicia pue-den unirse de algún modo hombres de cual-quier nacionalidad y cultura, creyentes y no creyentes, pues todos albergan el mismo an-helo, aunque con motivaciones distintas, de un futuro de justicia y de paz. La paz es la meta a la que aspira la humanidad entera. Para los creyentes “paz” es uno de los nombres más bellos de Dios, que quiere el entendimiento entre todos sus hijos, como he recordado en mi peregrinación de los días pa-sados a Turquía. Un canto de paz resonó en los cielos cuando Dios se hizo hombre y nació de una mujer, en la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4,

4).

Así pues, comencemos este nuevo Adviento -tiempo que nos regala el Señor del tiempo- despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y de que se haga su volun-tad en la tierra como en el cielo. En esta espera dejémonos guiar por la Virgen María, Madre del Dios-que-viene, Madre de la esperanza, a quien celebraremos dentro de unos días como Inmaculada. Que ella nos ob-tenga la gracia de ser santos e inmaculados en el amor cuando tenga lugar la venida de nues-tro Señor Jesucristo, al cual, con el Padre y el Espíritu Santo, sea alabanza y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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I Domingo de Adviento – C

Jeremías 33, 14-16 “Suscitaré a David un vástago legítimo”

Salmo 24 “A ti, Señor, levanto mi alma” 1Tesalonicenses 3, 12-4, 2 “Que el Señor os fortalezca internamente, para cuando Jesús vuelva”

Lucas 21, 25-28. 34-36 “Se acerca vuestra liberación”

Ruego/rogamos por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo/leemos el texto.

Después contemplo y subrayo.

25 «Habrá señales en el sol, en la luna y en los astros; las naciones esta-rán angustiadas en la tierra y enloquecidas por el estruendo del mar y de las olas; 26 los hombres, muertos de terror y de ansiedad por lo que se le echa encima al mundo, pues las columnas de los cielos se tamba-learán. 27 Entonces verán al hijo del hombre venir en una nube con gran poder y majestad. 28 Cuando comiencen a suceder estas cosas, tened ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra libera-ción». 34 «Cuidad de que vuestros corazones no se emboten por el vicio, la borrachera y las preocupaciones de la vida, y caiga de improviso sobre vosotros este día 35 como un lazo, porque así vendrá ese día sobre to-dos los habitantes de la tierra. 36 Estad alerta y orad en todo momento para que podáis libraros de todo lo que ha de venir y presentaros ante el hijo del hombre».

Lucas 21, 25-28. 34-36

Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escu-cho... veo ¿Qué haré/haremos este Adviento para estar bien a punto para celebrar la Navidad (viviendo la esperanza, la acogida, el gozo...)? ¿Qué haré/haremos después para continuar haciendo pasos en este ca-mino?

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio ¿veo? Contemplando las personas de mi entorno y mi propia vida, y también el propio grupo (comunidad, parro-quia, equipo...), ¿de qué viene a liberarnos Jesús?

Llamadas que el Padre me hace -nos hace- hoy a través de este evangelio, y compromiso o compromisos que me invita a tomar hoy a través de este Evangelio.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Sobre el Adviento

En primer lugar, Adviento es un tiempo vinculado a la Navidad: no es la preparación. Ocasión, pues, para renovar en nosotros, discípulas de Jesucristo, la capa-citado de esperar Buenas Noticias, de acoger perso-nas, de dejarnos cambiar-transformar por la Venida de Dios a nosotros. La liturgia nos quiere hacer vivir la

experiencia que Aquel que ya vino continúa presente y actuando y vendrá para llevar a plenitud el Reino.

A menudo podemos vivir como si todo esto de la Navidad fuera sólo un guapo recuerdo del pasado. Podemos vivir sin esperar nada nuevo (¡quizás te-nemos de todo!). No nos hace falta acoger nada

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(somos autosuficientes, independientes, emancipa-dos... y nos convencemos en aras de la libertad).

Pero si la liturgia del Adviento pretende hacernos re-vivir estas actitudes necesarias por acoger el Dios-con-nosotros, es porque nos quiere enviar a la mi-sión: el mundo que Dios tanto aprecio necesita testi-gos de esperanza, testigos precisamente de esto, de que Dios estima, sobre todo a los rechazados.

Llegamos al adviento. Todo gira en torno a la veni-da del Salvador: su manifestación en la carne huma-na, su presencia y venida actual, su vuelta definitiva. Pasado, presente y futuro. El adviento es llamada que sólo puede ser escuchada por quienes reconocen y experimentan que Dios es fiel y cumple sus prome-sas. El plan de salvación que se realiza en la persona de Jesús se inserta en el tiempo y la historia y cuenta con el hombre. Los creyentes sabemos que no hay eterno retorno sino que hay que preparar su venida.

Llega el adviento -“toca”-, ¡no! Dios es como es y porque nosotros estamos como estamos. Es decir, porque Dios desde siempre se ha acreditado como alguien que busca al hombre y viene a su encuentro... ¿nosotros desorientados, necesitados del Salvador?

La perícopa lucana, con que empieza el nuevo año litúrgico, está situada al final de la actividad pública de Jesús en Jerusalén y pertenece al llamado discurso escatológico. El evangelista ha tomado como patrón Mc 13 y en los fragmentos presentados hoy ha intro-ducido algunos retoques propios bien significativos. Éstos dejan traslucir con claridad lo que quiere resaltar para su comunidad y, al comenzar este tiempo de gracia y salvación que es el adviento, también para nosotros. La Buena Noticia del evangelio tiene plena vigencia siempre: en su primer momento, ayer y hoy.

Marcos piensa que el fin del mundo sobrevendrá pronto. Lucas, en cambio, interpone un tiempo in-termedio largo en el que nos encontramos.

El texto tiene dos partes. En la primera se anuncia, con típico lenguaje apocalíptico, la venida del Hijo del hombre, lleno de poder y de gloria (25-28); en la segunda, se exhorta a los cristianos a vigilar con per-severancia ante su inesperada venida.

De entrada debemos hacer el esfuerzo de superar una primera impresión. Nos puede parecer que Jesús anuncia calamidades. Pero no. Sólo describe la reali-dad -a menudo dura- para anunciar -precisamente- que Dios hace-hará- algo. Él es el Señor de la historia y el futuro es suyo.

Es un evangelio que nos abre a la esperanza en me-dio de un mundo removido. Desde el presente nos hace mirar el futuro de Dios. Y, a la vez, nos anima a estar atentos al mismo presente, porque Dios ya es. Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio

El itinerario del Adviento marca un proceso que va de lo universal a lo concreto, de la humanidad a la persona individual, de lo global a lo local.

Última etapa de la vida de Jesús, su corta estancia en Jerusalén, está marcada por la controversia: idea diferente del mundo.

Judíos dirigentes creen que el mundo está constitui-do entre clases dominantes (ellos) y clases domina-das (el pueblo).

Jesús, por la idea que tiene de dignidad de la perso-na, cree que el mundo está llamado a una plenitud en la que cada persona alcance la dicha.

Puede ser bueno leer el evangelio de Lucas desde la entrada de Jesús en Jerusalén (19, 28ss). Busquemos qué hace, qué dice y con quien está Jesús en el recinto del templo, que es el lugar dónde dice las palabras de este texto de hoy. Más en concreto, leamos el comienzo del capítulo 21: la ofrenda de la viuda pobre (21, 1-4) y el comienzo del discurso a propósito de la fascinación que provocaba el templo en algunos (21, 5-6). Fijémo-nos: qué personajes se mueven en este recinto, cuales son sus intereses y sus preocupaciones; a qué aspiran. Si queremos tener una visión más amplia, podemos tomar un contexto más ancho, desde la tercera vez que Jesús comenta que ahora subimos a Jerusalén (18,

31ss): Jesús, qué hace, qué dice, qué actitud toma con las personas, qué los provoca... como se posiciona ante el templo y las maneras diversas de vivir la reli-gión que tienen los otras personajes.

Texto, con un lenguaje apocalíptico, que no quiere transmitir una perspectiva catastrofista (fin del mun-do) sino la idea de sociedad y mundo llamado a la plenitud. Lucas 21, 5-36 es una instrucción sobre el tiempo pre-vio a la venida del Reino. Se suele llamar discurso escato-lógico, porque habla sobre los acontecimien-tos últimos y definitivos, sobre la última venida del Señor (eskhaton = último, definitivo). Debido a que habla de la venida del Hijo del hombre con poder y gloria, se le designa también como discurso sobre la parusía (parusía significa presencia y, en la literatura cristiana, designa la venida o manifestación gloriosa y definitiva de Cristo). Otras veces, por el lenguaje e imágenes que emplea, se le denomina discurso apo-calíptico (apocalipsis = revelación; apocalíptico: géne-ro literario en el que, a través de visiones que hablan de tribulaciones y cataclismos cósmicos, se nos revela la salvación y se proyecta ansiosamente la mirada hacia el futuro del que se espera llegue la liberación).

Los signos cósmicos (25) han de entenderse como el tambalearse de los poderes opresores (sol, luna, estrella signos de los poderosos)... ¡algo se mueve! El poder del sistema no es tan inexpugnable como los poderosos quieren hacer creer.

“Las potencias del cielo temblarán” (26) se quiere anunciar un nuevo orden basado en no en desplazar a los que están, sino en otro basado en la dignidad de la persona como realidad fundamental de la so-ciedad nueva.

Esta dignidad básica viene señalado con la imagen “alzar la cabeza” (28). La cabeza doblegada es señal de una vida sometida al imperio de opresión. Levantada

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no es signo de orgullo, sino de dignidad. Jesús quie-re a las personas erguidas.

“Estar de pie” (36), es tener la misma actitud resis-tente de Jesús que no ha abdicado de sus sueños de un mundo nuevo y ha sellado su utopía con la entre-ga total de todos sus días, su sangre. Esta resistencia es el rostro de la verdad de la fe en la dignidad de la persona, base honda de la utopía cristiana de la so-ciedad nueva.

Y miramos los versículos de este domingo (21, 25-28.

34-36). Todo, el impacto inicial, hay palabras que son buena noticia: “el Hijo del hombre viniendo” (27), la “liberación se acerca” (28). Motivo de gozo, por lo tan-to.

También descubrimos novedades respeto a los discípulos, nosotros mismos: Jesús propone una manera de vivir. Hace la propuesta del hombre nue-vo (hombre y mujer) que Dios quiere. Vida nueva en “la liberación” que “se acerca” (28). Nos cuestiona, por lo tanto: ¿de qué tenemos necesidad de ser libe-rados?

Y si miramos el contexto social dónde vivimos, el que pasa en nuestro entorno inmediato, en el país, en el mundo... y el que viven las personas que tenemos al borde, nos podemos preguntar (del mismo modo que lo buscábamos en los personajes del evangelio): qué intereses y preocupaciones tiene la gente; qué cosas las fascinan; religiosamente, qué buscan, qué hacen, qué practican; qué los ata, de qué tienen necesidad de ser liberadas. Y nosotros. Y yo.

Y, todavía más: todos estos hechos y situaciones ¿como quedan tocados por las palabras de Jesús? Lo que descubrimos de Jesús y de la libertad que trae, como afecta a esta realidad.

LLEGA EL DIA DE VUESTRA LIBERACIÓN

«Tened ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación» (Lc 21, 28).

Señor,

en este tiempo de adviento, en la espera de tu nacimiento...

Para los agobios del cuerpo, un tiempo de consuelo.

Para el espíritu roto, el regalo de tu aliento.

Para cada vida saciada, una vida rescatada.

Por cada sudor vertido, su gloria bien medida.

Para cada viejo ignorado, mil ángeles de cuidados.

Para cada niño olvidado, besos de pan y cariño.

Para la mujer trabajadora, cantos de alabanza en la tierra.

Para cada pobre que llora, justicia en paños de gloria.

Para cada cacique que triunfe, brazos de unión que lo derriben.

Señor, por tu amor, para cada cruz un descanso,

para cada espina una flor, para cada noche el relámpago

de tu liberación.

V J A

VER: Se acercan las navidades. El bombardeo pu-blicitario ha comenzado: juguetes, móviles, colonias,

electrodomésticos, turrones, bebidas... Quien más quien menos ya está pensando en los preparativos de esos días, y la gran preocupación suelen ser las comidas o cenas, las reuniones familiares, los rega-los, viajes, dónde pasar el fin de año... Hasta los que nos consideramos creyentes, aunque “sabemos” lo que celebramos en Navidad, entramos demasiado y nos dejamos atrapar por este remolino consumista de este sistema capitalista neoliberal ateo.

JUZGAR: Por eso, en este primer domingo de Adviento, el Evangelio nos presenta un texto que, de entrada, parece que poco tiene que ver con la Navi-dad. Sin embargo, es un toque de atención: Jesús ya ha venido en la historia, y eso ya sería motivo sufi-ciente de celebración; pero además, continúa vi-niendo. Quiere nacer de nuevo en nuestro corazón, quiere formar parte de nuestra vida.

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Ante la realidad de nuestro mundo, de nuestra vida, ante tantas situaciones y comportamientos que nos preocupan, que nos agobian, ante la incertidumbre... no nos dejemos caer en la desesperación o el fata-lismo. El Señor, en este comienzo del Adviento, nos anima a «levantar nuestra cabeza», porque «se acerca nuestra liberación». Dios, por medio de su Hijo, en nuestro hoy, quiere «cumplir la promesa que hizo a la casa de Israel y a la casa de Judá», como hemos escuchado en la 1ª lectu-ra, para que haya justicia y derecho en la tierra. Dios en Jesús ofrece una señal de esperanza para la humanidad. Pero eso sí: debemos “tener cuidado” y que “no se nos embote la mente con los agobios de la vida”. El Señor va a venir a nuestra vida, quiere ofrecernos su salvación, y nos avisa para que estemos preparados, para que el ambiente abrumador de estos días no nos distraiga, para que las preocupaciones de lo inmediato no nos emboten la mente y nos impidan ver más allá.

ACTUAR: El tiempo de Adviento nos invita a prepararnos a acoger en nuestra vida, una vez más, la novedad de Jesús y su Evangelio. Las preocupacio-nes, los problemas, las complicaciones, la rutina dia-ria, el ambiente social y consumista pueden llegar a dominarnos. Hoy la Palabra de Dios nos muestra que hay Alguien que nos ofrece verdadera esperanza, que rompe nuestro estancamiento.

Por eso, nos podemos y debemos hacer unas pre-guntas: Ante el inicio del Adviento, ¿ya he pensado qué voy a hacer para “levantar la cabeza” de la rutina diaria? ¿De qué esclavitudes me gustaría que me liberase el Señor? ¿Qué tiene embotada mi mente, qué me tiene agobiado? ¿Cómo puedo afrontar los preparativos necesarios de la Navidad, para que no me impidan vivirla en profundidad? ¿Qué tiempo voy a dedicar a la oración para preparar mi corazón y recibir al Señor? ¿Qué debo incorporar en mi Plan Personal de Vida Militante? San Pablo decía en la 2ª lectura: «Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante». No se trata de bus-car nuevas fórmulas o de complicarnos la vida; se trata de hacer el esfuerzo de llevar a la práctica con mayor coherencia lo que durante el año anterior hemos aprendido acerca del seguimiento de Jesús. Podemos y debemos cambiar nuestra vida, no en sus circunstancias externas, no en sus problemas, sino en el modo de afrontarlos. El Señor, que quiere na-cer de nuevo, se acerca ya a nosotros en la Eucaristía, para darnos la fuerza que necesitamos, para que estemos siempre despiertos y lo acojamos cuando se nos cruce en cualquier persona o acontecimiento, y encontremos la liberación que tanto deseamos y que sólo Él puede darnos.

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II Domingo de Adviento - C

Baruc 5, 1-9 “Dios mostrará tu esplendor”

Salmo 125 “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” Filipenses 1, 4-6. 8-11 “Que lleguéis al día de Cristo limpios e irreprochables”

Lucas 3, 1-6 “Todos verán la salvación de Dios”

Ruego/rogamos por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, poder seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo/leemos el texto.

Después contemplo y subrayo. 1 El año quince del reinado de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, estando Herodes al frente de Galilea, su hermano Filipo al frente de Iturea y de la región de Traconítida, y Lisanias al frente de Abilene, 2 bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, Dios habló a Juan, el hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y él fue recorriendo toda la región del Jordán, predicando un bautismo de conversión para recibir el perdón de los pecados, 4 como está escrito en el libro del profeta Isaías:

Voz que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor,

allanad sus sendas; 5 que los valles se eleven,

que los montes y colinas se abajen, que los caminos tortuosos

se hagan rectos y los escabrosos llanos,

6 para que todos vean la salvación de Dios.

Lc 3, 1-6

Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escu-cho...veo ¿Qué es el “Éxodo” -camino de salida hacia la libertad- que me hace falta hacer este Adviento para estar bien a punto para celebrar la Navidad? ¿Qué haré/haremos después para continuar dando pasos en este camino?

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio ¿veo? Contemplando las personas de mi entorno, ¿cuáles conozco que, de una manera u otra, buscan “la salva-ción de Dios” (aunque no hablen con este lenguaje ni quizás no “conozcan” a Dios)?

Llamadas que el Padre me hace -nos hace- hoy a través de este evangelio, y compromiso o compromisos que me invita a tomar hoy a través de este Evangelio.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Notas para situar el texto

Lucas, siguiendo el paralelismo entre Juan y Jesús, inicia la actividad de Juan, último eslabón de la anti-gua alianza. La solemne cronología civil y religiosa sitúa en la historia la intervención divina. La Palabra

de Dios viene a este hombre “despierto” en los años 27 ó 28 después de Cristo.

Juan Bautista es uno de los protagonistas del Ad-viento. Protagonista junto con todas las personas que acogen el plan de Dios y preparan el camino del Mesías. Hoy nos es presentado y, el próximo, lo en-

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contraremos en acción. Juan Bautista fue un profeta que apareció poco antes que Jesús. Hijo de un mudo (= pueblo en silencio) y de una estéril (= fruto del Espíritu), no siguió el sacerdocio paterno (renunció a los privilegios de la herencia).

Se nos dan detalles de espacio y de tiempo. Y, pre-sentando Juan como quien cumple la profecía de Isaías (Is 40, 3-5), se nos dice que es Jesús, el Señor, quien traerá “a todo el mundo la salvación de Dios” (6). Y nos propone, por lo tanto, que hay un “camino” a “preparar” (4) y a seguir en este momento histórico, en la situación presente. El Evangelio de Lucas acaba hablando de un camino: el de Emaus (Lc 24, 13-35). El contenido del Evangelio queda enmarcado. Nota sobre el bautismo de Juan y nuestro

Juan “predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (3). El bautismo, o inmersión ritual dentro del agua, existía como práctica de puri-ficación. En tiempo de Jesús era practicado por los judíos observantes como signo de pureza ritual antes de la plegaria o de los ágapes en común. Juan Bautis-ta usa este rito como signo del perdón de los peca-dos y como preparación de la venida del Reino. Los cristianos adoptarán el bautismo como signo de su fe en Jesucristo muerto y resucitado y de su integración dentro la comunidad cristiana con la consiguiente conversión de la vida anterior (Hechos 2, 38; Rom 6, 1-14). Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio

Si nos paramos a mirar el marco geográfico (no hace falta coger el mapa, pero si tenemos un a mano, siem-pre va bien de conocer el país), nos daremos cuenta que hay dos lugares dónde se desarrolla la acción: 1) el lugar dónde Juan recibe el llamamiento “el desier-to” (2) y el lugar dónde Juan lleva a término la misión: “toda la región del Jordán” (3). Un matiz interesante: Juan no espera que la gente vaya al desierto buscando Dios. Dicho de otra manera, Dios vive dónde viven las personas. Esto anticipa lo que más adelante Lc nos presentará de Jesús: recibe la misión en el Jordán y hace el discernimiento en el “desierto” (Lc 3, 21-4, 13) y empieza y desarrolla su ministerio en Galilea (Lc 4, 14ss), dónde vive la gente, en medio de la vida de las perso-nas, en una geografía concreta.

En los capítulos iniciales de la obra de Lucas (Evan-gelio+Hechos) contrapone, en las personas de Juan y Jesús, dos épocas y dos maneras de hacer misión: Juan será precursor y testigo, Jesús será Mesías en-viado por el Padre. En ambos la misión se hace en el marco de la historia.

Podríamos pensar que este texto no habla de Jesús. Pero sí. Juan, su precursor, anuncia su venida (4-6) con palabras del profeta (Is 40, 3-5). Si nos fijamos, podremos ver qué dice del “Señor” (4), qué hará este que debe venir (5-6), como somos invitados a prepa-rar su venida (3-4).

De los versículos 5-6 podemos deducir qué conse-cuencias tendrá la venida del Mesías sobre las vícti-mas de la injusticia (“terrenos tortuosos y caminos

escabrosos” que hace falta transformar). Estaremos haciendo lo que hace Lucas: ubicar la acción libera-dora de Jesucristo en un marco geográfico y históri-co concreto. Es cierto que haciendo este ejercicio podemos ser simplistas (cómo hacen los políticos populistas por ganar los votos de los pobres). Pero es igualmente cierto que el Evangelio sólo se verifica cuando los pobres son liberados (no cuando les da-mos algo de “limosna” a través de un maratón televi-sivo o de una recogida navideña de alimentos).

El encabezamiento reproduce el modelo de co-mienzo de la mayor parte de los libros proféticos del AT, situando al profeta en espacio y tiempo; es una fórmula que expresa la inspiración divina (vino la palabra de Dios a X).

No es tanto una palabra que interviene en la histo-ria para modificarla sino una palabra que utiliza la mediación histórica como necesaria. La historia será lenguaje de Dios para hacer ver cómo es el designio de amor del Padre sobre nosotros.

Lucas presenta a Juan como profeta: el que dice a los oyentes lo que Dios quiere decirles. Pero con ciertos matices muy significativos: 1) Es presentado como el último profeta del AT. Los nuevos tiempos, el Reino de Dios, irrumpen con Jesús, no con él. 2) Era muy austero, mientras que Jesús es descrito co-mo amigo de comidas y fiestas (cf. Lc 7, 33-34). 3) Su mensaje es de penitencia y de conversión, y anuncia el «castigo de Dios», mientras que Jesús habla de buena noticia, del amor de Dios, el perdón, la rehabi-litación, «el año de gracia» y la liberación.

Predicar entendido en sentido de proclamar; conver-sión etimológicamente significa cambio de mentalidad.

Juan proclama un “bautismo de conversión” (3) que es la espiritualidad tradicional de Israel. Juan llama a sus oyentes a reformar las vidas, para así tomar cuer-po el perdón de los pecados. Jesús la supera por el bautismo de “agua y de espíritu” (Jn 2, 33), bautismo de entrega y de donación total.

La misión de Juan es “preparar el camino” (4). La tarea de anunciar a Jesús es, en sí misma, una obra de testimonio. Mostrar el camino, señalar el horizon-te, ensanchar esperanzas, ofrecer un nuevo amane-cer es tarea de quien trabaja la profecía nueva.

Hace falta que leamos al profeta Isaías en el frag-mento citado aquí: Is 40,3-5. Descubriremos el senti-do del camino que se ha de abrir al Señor en el de-sierto (Is 40, 3): un nuevo éxodo, una nueva liberación que Dios llevará a término. ¿Es este el “camino” del que tanto hablamos en el Adviento?

Pero el evangelista Lucas esta cita de Isaías la pro-longa hasta dar cabida a la afirmación: “Y todos verán la salvación de Dios”; es la universalización. Dios envía su salvación a todos y todas sin excepción. Nadie queda excluido del perdón de Dios. Es decir, toda criatura está llamada a la plenitud. El acceso a ésta, don de Dios, es tarea y responsabilidad del creyente (Lc 19, 11-28): “Negociad mientras vuelvo”.

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DIOS NUESTRO

Desde tu entraña eterna eres el Dios para nosotros,

sin condiciones, enteramente y sin receso,

desde el primer latido hasta el último despojo.

Pero tú nos has hecho para la sangre y los sentidos.

Sólo puedes ser el Dios para nosotros, siendo el Dios con nosotros, el Tú inagotable y encarnado

en una espalda limitada que quepa en nuestro abrazo.

Sólo puedes ser para nosotros y con nosotros al ser el Dios desde nosotros.

Cada día nos sorprendes, vecino, amigo, transeúnte,

y nos renuevas el alba y los amores.

Cada mañana crecen en jardines ajenos

las preguntas necesarias, y las flores gratuitas.

Innumerables, tus palabras vuelan, sonríen, duermen, brillan y se apagan.

¡Ya nunca podrás ser Dios sin nosotros!

Todas las podas y cosechas se funden y fermentan

en el único cuenco de tu propia cercanía,

para crear contigo el vino nuevo de tu mesa

en la fiesta sin ocaso.

V J A

VER: Hay personas de las que decimos que tienen carisma, es decir, que atraen fuertemente a las de-más. En un grupo, estas personas destacan, se nota su presencia, y no porque se hagan de notar a pro-pósito. Es algo que va más allá del aspecto físico o de sus bienes materiales o sus logros profesionales; sus palabras, sus gestos, su vida entera, atraen la aten-ción de los que les rodean. Y eso nos ocurre con gente “famosa” (deportistas, cantantes, actores y actrices...) y con gente anónima (familiares, amigos, compañeros de trabajo o estudios...): hay “algo” en su vida que les hace sobresalir, y aunque no sepamos definirlo, les da ese punto que nos atrae.

JUZGAR: En este segundo domingo de Adviento, la liturgia nos presenta a uno de esos personajes-clave, que fueron atrayentes para la gente de su tiem-po: Juan el Bautista. La vida misma de Juan cuestiona-ba e impactaba en la gente: su aspecto, su austeridad en el vestido y el alimento, y la convicción con que predicaba «un bautismo de conversión para el perdón de los pecados», no dejaban indiferente a nadie. Juan el Bautista acogió la Palabra de Dios que vino sobre él y se lanzó a predicarla, aunque fuera en

medio del desierto. Y la predicó de un modo fuerte y valiente, le pese a quien le pese, guste o no guste, porque sabe que tiene que ser fiel a Dios. Y la gente conocía su coherencia interna y acudía a escucharle, y tomaban el serio el mensaje: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale». Y recibían el bautismo de Juan, como signo externo de conversión, movidos y estimulados por el ejemplo de vida del profeta, por-que también ellos querían ver «la salvación de Dios».

ACTUAR: La figura de Juan el Bautista en este segundo domingo de Adviento nos puede llevar a reflexionar en una doble dimensión: al interior y al exterior. Al interior, continuando con lo que veíamos en la fiesta de la Inmaculada acerca de preparar al Señor una digna morada, podemos reflexionar: Estamos en el segundo domingo de Adviento, dentro de dos semanas, celebraremos la Navidad: ¿ya me he puesto a preparar el camino del Señor, o estoy dejando pa-sar el tiempo? ¿Qué actitudes y comportamientos debo allanar o enderezar, porque son obstáculos que dificultan mi seguimiento de Jesús? Y hacia el exterior, mirando a Juan el Bautista, pre-guntémonos: ¿Mi estilo de vida cuestiona a la gente que me conoce? ¿Se ve coherencia entre lo que afirmo creer y mi comportamiento, tanto en los as-pectos externos como en la relación con los demás? ¿Mi acción es transformadora, empleando tiempo en acoger la Palabra de Dios, en leerla despacio, medi-tarla, orarla, para poderla planificar? ¿Soy capaz de seguir predicando la Palabra de Dios, de serle fiel, aunque me sienta en medio de un desierto? ¿Cómo

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llevo mi compromiso socio-político en mi Plan Per-sonal de Vida Militante? Todos los cristianos deberíamos tener “carisma”, deberíamos cuestionar a los demás porque nuestra fe tendría que notarse, “transpirarse” en nuestras obras, en nuestro estilo de vida ordinario, en el mo-do de relacionarnos con los demás, en nuestra con-vicción y coherencia, en nuestra militancia. Nos cree-rían o no, pero no deberíamos dejar indiferente a

nadie. Si descubrimos que no es así, si sólo nos dife-renciamos de otros en que cumplimos una serie de preceptos religiosos, tomemos en serio la llamada que Dios a través de Juan el Bautista nos hace, y em-pecemos a allanar el camino del Señor. Él nos ofrece su Palabra y se nos ofrece en la Eucaristía, para que con su presencia en nuestro interior seamos también profetas en el desierto del mundo y, por nuestro testimonio, todos puedan ver la salvación de Dios.

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Solemnidad de la Inmaculada - C

Génesis 3, 9-15. 20 “Establezco hostilidades entre tu estirpe y la de la mujer”

Salmo 97 “Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” Efesios 1, 3-6. 11-12 “Nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo”

Lucas 1, 26-38 “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”

Ruego/rogamos por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, po-der seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo/leemos el texto.

Después contemplo y subrayo. 26 A los seis meses envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Gali-lea, llamada Nazaret, 27 a una joven virgen, prometida de un hom-bre descendiente de David, llamado José. La virgen se llamaba Ma-ría. 28 Entró donde ella estaba, y le dijo: «Alégrate, llena de gracia; el Señor está contigo». 29 Ante estas palabras, María se turbó y se preguntaba qué significaría tal saludo. 30 El ángel le dijo: «No tengas miedo, María, porque has encontrado gracia ante Dios. 31 Concebi-rás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. 32 Será grande y se le llamará Hijo del altísimo; el Señor le dará el trono de David, su padre; 33 reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin». 34 María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no tengo relaciones?». 35 El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y se le llamará Hijo de Dios. 36 Mira, tu parienta Isabel ha concebido también un hijo en su ancia-nidad, y la que se llamaba estéril está ya de seis meses, 37 porque no hay nada imposible para Dios». 38 María dijo: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel la dejó.

Lc 1, 26-38

Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escucho...veo. En lo que he vivido en estos días y, sobre todo, en las personas que he tenido a mi lado, ¿dónde he descubierto que Dios derrama sobre el mundo, sobre las personas, su “gracia” para salvar a todos?

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio ¿veo? ¿Qué respuestas positivas he descubierto a esa “gracia de Dios” que siempre va acompañada de UNA misión?

Llamadas que el Padre me hace -nos hace- hoy a través de este evangelio, y compromiso o compromisos que me invita a tomar hoy a través de este Evangelio.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... La fiesta de la Concepción Inmaculada de María

Esta fiesta “mariana” quizá no es tan “mariana” como una tradición estrecha ha transmitido: es una fiesta dedicada a la gracia de Dios (28), a la iniciativa de Dios que quiere salvar a toda la humanidad, atra-pada en el pecado y la muerte (primera lectura de hoy: Gn

3, 9-15. 20). No es tampoco -¡ni mucho menos!- una exaltación de la virginidad de María: cuando el Evan-gelio pone en boca de María que “no conozco a

varón” (34), está diciendo que “el Santo que va a na-cer se llamará Hijo de Dios” (35), será obra de Dios, no de iniciativa humana. Por tanto, no le podemos hacer decir otras cosas.

Esta fiesta, eso si, incide en el hecho de que Dios ha escogido a María (26-27) -ahora sí que la ponemos en su lugar- desde antes de que ella misma naciese -tal como nos ha escogido a todos, como expresa bellamente el salmo 139.

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En el domingo cuarto de Adviento volveremos a encontrar este evangelio. Aunque leamos el mismo texto, los acentos serán diferentes. Entonces lo lee-remos en clave de la espera-preparación inmediata de la fiesta de Navidad, en la espera-preparación de la venida del Señor.

De ahí la importancia que tiene el texto, pero tam-bién el contexto eclesial-comunitario en el que se lee-acoge. Ahí está la pedagogía.

Sin duda Lucas se muestra como el mayor narrador del Nuevo Testamento y donde mejor lo acredita es en el llamado relato de la infancia (Lc 1-2). El evangelis-ta recrea un género literario existente en el Antiguo Testamento, el anuncio, para darnos la más decisiva noticia de la historia de la humanidad: en su amor condescendiente, complaciente y benevolente para con los hombres, en su misericordia entrañable el Padre ha entregado por obra del Espíritu Santo lo mejor que tiene a la humanidad caída, a su propio Hijo, que se ha hecho hombre con todas las conse-cuencias entre y por nosotros. Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio

Según la costumbre judía, había un espacio de tiempo aproximado de un año entre el momento en que una mujer era “desposada” (27) con un hombre y el día en que se celebraba el matrimonio y los espo-sos empezaban a vivir juntos.

José era de la casa de “David” (27). Mateo lo llama “hijo de David” (Mt 1, 20).

El saludo del ángel era el habitual de la época: “Alégrate” (28). En el contexto, este saludo presenta a María como la que ha sido escogida por Dios.

El nombre de “Jesús” (31) que significa “el Señor salva”. En Mt 1, 21 se explica: “Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”. El mismo nombre de Jesús indica su misión: “él viene a traer a los hombres la salvación de Dios”. Por eso se puede decir que es el Salvador (Lc 2, 11).

“No conozco a varón” (34): es una expresión típica-mente bíblica, Aquí significa que María no ha tenido relaciones sexuales con hombre alguno. Y la finalidad del texto es indicar, desde el primer momento del evangelio de Lucas, el origen divino de Jesús (32. 35).

Sobre “el Espíritu Santo” (35), tengamos en cuenta que ya participa al principio en la acción creadora de Dios (Gn 1, 2). En Jesucristo, Dios hace nueva la Creación.

También la expresión “te cubrirá con su sombra” (35) nos conecta con las Escrituras: recuerda la nube que cubría el tabernáculo mientras el pueblo de Israel caminaba por el desierto (Ex 40, 34-35; Nm 9, 15) y que era un signo de la presencia de Dios.

La expresión “Hijo de Dios” (35) en Lucas aparece en una voz del cielo, en el bautismo (3, 22) y la transfi-guración (9, 35); también en boca del diablo y de los demonios, que reconocen a Jesús como Hijo de Dios (4, 3. 9. 41; 8, 28); y el mismo Jesús lo dice a petición de los dirigentes judíos (22, 70).

La expresión “para Dios nada hay imposible” (37) nos hace releer el texto de Gn 18, 14, donde encon-tramos la concepción extraordinaria de Isaac.

NO TE RINDAS

No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo,

aceptar tus sombras, enterrar tus miedos,

liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje,

perseguir tus sueños, destrabar el tiempo,

correr los escombros, y destapar el cielo.

No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme,

aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda,

y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma

aún hay vida en tus sueños.

Porque la vida es tuya y tuyo también el deseo. Porque lo has querido y porque te quiero. Porque existe el vino y el amor, es cierto.

Porque no hay heridas que no cure el tiempo.

Abrir las puertas, quitar los cerrojos,

abandonar las murallas que te protegieron, vivir la vida y aceptar el reto,

recuperar la risa, ensayar un canto,

bajar la guardia y extender las manos desplegar las alas

e intentar de nuevo, celebrar la vida y retomar los cielos.

No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme,

aunque el miedo muerda, aunque el sol se ponga y se calle el viento,

aún hay fuego en tu alma, aún hay vida en tus sueños

porque cada día es un comienzo nuevo, porque esta es la hora y el mejor momento. Porque no estás solo, porque yo te quiero.

Mario Benedetti

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V J A

VER: Normalmente, cuando sabemos que vamos a recibir invitados en nuestra casa, dentro de los lógi-cos preparativos incluimos una limpieza general. Queremos que la persona que llegue se sienta bien acogida, y nunca se nos ocurriría recibirla en un sa-lón polvoriento y con trastos por en medio, ni ofre-cerle una habitación sin sábanas limpias o un baño con toallas usadas. Y durante la estancia de esa persona en nuestra casa, procuraremos que todo esté en perfectas condicio-nes, y aunque nos dé más trabajo, seguiremos man-teniendo la limpieza para que nuestro huésped siga estando cómodo.

JUZGAR: El domingo pasado iniciábamos el tiempo de Adviento, y en esta primera semana ya celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Celebramos que ella, ya en su concepción, fue preservada de todo rastro de pecado, puesto que iba a recibir en su seno al Hijo de Dios. Y ante tan gran don, María supo responder mante-niendo esa limpieza inmaculada, y así, cuando el ángel le anunció el plan de Dios en la anunciación, ella estaba preparada y dispuesta para acoger al Hijo de Dios: «Hágase en mí según tu palabra». Hay deta-lles que no acaba de comprender -«¿cómo será eso...?»- pero como se sabe y se siente preparada, responde con fe: «Aquí está la esclava del Señor». Es consciente del gran regalo que va a recibir, del “Huésped” que va a llevar en sus entrañas, y se cen-tra sólo en agradar a Dios, en hacer lo que Él espera, en cuidarle y atenderle del mejor posible. Y para eso, mantendrá su limpieza toda la vida.

María por ello es la primera cristiana, y modelo para todos los que queremos seguir a Jesús, porque al ser una de nosotros, sencilla, humilde... podemos tomar-la como referente.

ACTUAR: El domingo pasado decíamos que el tiempo de Adviento nos invita a prepararnos a aco-ger en nuestra vida, una vez más, la novedad de Jesús y su Evangelio. Y nos hacíamos unas preguntas para ver cómo prepararnos durante este tiempo. Hoy, celebrando esta fiesta de María, encontramos el primer paso que debemos dar: “limpiar nuestra casa”. Es verdad que, por nuestro bautismo, también fuimos limpiados de todo rastro de pecado. Pero en el deve-nir de la vida, nuestra debilidad e incoherencia provo-ca que la suciedad, el pecado, vuelva a acumularse. Y hay que limpiarla si no queremos que se quede pega-da, arraigada, como esas manchas que, por llevar tanto tiempo, ya no hay nada ni nadie que las quite. Si vamos a recibir al Señor en nuestra vida, empece-mos por prepararle su sitio. Y por eso nos volvemos a preguntar: ¿Qué suciedades (actitudes, comporta-mientos...) encuentro en mi vida? ¿Cómo están de arraigadas? ¿Me molestan realmente, o ya me he acostumbrado y no me esfuerzo en corregirlas? ¿Qué está desordenado en mi interior? ¿Hago inten-tos para recuperar el orden y la estabilidad, o me dejo llevar? ¿Cuánto hace que no recibo el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación? ¿Cómo llevo la dimensión espiritual en mi Plan Per-sonal de Vida Militante? Somos responsables de mantener limpio nuestro interior, como lo hizo María. Sabemos que Dios va a venir, y no podemos descuidarnos y, cuando llegue, que nos encuentre sucios y desordenados. Fijémo-nos hoy especialmente en María que nos acompaña en nuestro caminar tras los pasos de Jesús, y deje-mos que nos enseñe, como buena “ama de casa” a mantener nuestra limpieza como ella la supo mante-ner, y a utilizar los mejores “productos de limpieza”: la oración, la Eucaristía, y el sacramento de la Recon-ciliación. Son los cauces sencillos pero eficaces que, aunque “no sepamos cómo será eso”, nos irán pre-parando y limpiando interiormente para que, a ejemplo de María, preparemos también al Señor, que viene, una digna morada.

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III Domingo de Adviento - B

Sofonías 3, 14-18a “El Señor se alegra con júbilo en ti”

Interleccional: Isaías 12, 2-3. 4bcd, 5-6 “Gritad jubilosos: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel” Filipenses 4, 4-7 “El Señor está cerca”

Lucas 3, 10-18 “¿Qué hacemos nosotros?”

Ruego/rogamos por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, po-der seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo/leemos el texto.

Después contemplo y subrayo.

10 La gente le preguntaba: «¿Qué tenemos que hacer?». 11 Y él contes-taba: «El que tenga dos túnicas reparta con el que no tiene ninguna, y el que tiene alimentos que haga igual». 12 Acudieron también unos publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué tenemos que hacer nosotros?» 13 Y él les respondió: «No exijáis nada más de lo que manda la ley». 14 Le preguntaron también unos soldados: «Y ¿nosotros qué debemos hacer?». Y les contestó: «No intimidéis a nadie, no de-nunciéis falsamente y contentaos con vuestra paga». 15 Como la gente estaba expectante y se preguntaba si no sería Juan el Mesías, 16 Juan declaró públicamente: «Yo os bautizo con agua, pero ya viene el que es más fuerte que yo, y a quien no soy digno de desatar la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y con fuego. 17 Tiene en su mano el bieldo para aventar su parva, llevar el trigo a su granero y quemar la paja en fuego que no se apaga». 18 Con estas y otras muchas exhortaciones evangelizaba al pueblo.

Lc 3, 10-18

Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escucho...veo ¿Qué me aporta/nos aporta este Evangelio para preparar la Navidad, por distinguir el “grano” de la “paja”?

Y vuelvo a mirar la vida, los HECHOS vividos, las PERSONAS de mi entorno... desde el evangelio ¿veo? ¿Hay gente con ganas de cambiar en algo su vida y de transformar la realidad injusta? ¿Qué ilusiones tienen? ¿Dónde buscan respuestas a la pregunta “qué tengo que hacer”?

Llamadas que el Padre me hace -nos hace- hoy a través de este evangelio, y compromiso o compromisos que me invita a tomar hoy a través de este Evangelio.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Abiertos a hacer “la voluntad de Dios”

En el camino hacia Navidad, este domingo nos ofrece la posibilidad de plantearnos que no hay es-pera-esperanza si no hay acción. La espera es activa. Y el Dios que viene nos pone en acción. Nos provoca la pregunta: “¿qué tenemos que hacer?” (10. 12. 14).

“Hacer” o actuar no es; pero si llenar la vida de actividad. El “hacer” que Juan propone es una acción

con sentido, que tiene un objetivo, una acción en la que hay otra gente implicada, una acción que trans-forma y nos transforma. Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio

El texto de hoy, está centrado en una pregunta -“¿qué tenemos que hacer?” (10. 12. 14)- y en las respues-tas que Juan Bautista (da adaptándose a cada caso y situación). La pregunta es la propia de la persona que

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se ha dado cuenta que hace falta cambiar, que quiere cambiar su propia vida y que quiere transformar el mundo en el que vive, el medio es su ambiente.

Fijémonos en Juan: Esta situación de búsqueda del cambio ha estado provocada por la acción profética de Juan (Lc 3, 1-9). Ahora el mismo Juan da pistas bien concretas para cambiar (11. 13. 14). Y las da -dice el Evangelio (18)- sobre todo con el testigo de vida. Las respuestas que hace parten de la realidad del entor-no: hay gente que no tiene vestido ni comida... “Juan anunciaba al pueblo la buena nueva” (18) a partir de esta acción profética. El evangelio es Palabra eficaz (He 4, 12) cuándo se encarna (Jn 1, 14). Aun cuando el tono de Juan es muy imperativo, lo que dice son pistas, propuestas. Seguir los caminos que muestran los profetas, los caminos que muestra Jesús con su vida y su palabra, sólo se puede hacer en libertad. No se puede hacer por imposición, ni de manera voluntarista.

Fijémonos en el pueblo: El texto habla “del pue-blo”, que “vivía en la expectación” (15). También Juan tiene esta actitud: “viene...” (16-17). El pueblo mani-fiesta la expectación buscando algo de Dios en aquel que ven activo, transformador. Y Juan la manifiesta con su acción y su palabra profética.

Fijémonos en Jesús: También se nos dicen cosas de Jesús: Juan, por aclarar que él no es “el Mesias” (15), nos anuncia su venida. Dice que quien “viene” es quien “bautizará con el Espíritu Santo y con fuego” (16). Jesús es quien hace soplar su viento porque distinguimos entre el “grano” y la “paja” (17), entre una manera de vivir que vale la pena y otra que no vale la pena (16-17). Es por el don de este “Espíritu Santo” (16) que po-dremos seguir a Jesús, que podremos compartir ves-tido, comida (11), que podremos ser honrados y no abusar de los demás (13.14). Es por este don que po-dremos hacer todo esto, que podremos ser militan-

tes porqué estimamos como él nos ha estimado (Jn 13,

34-35; o todos los capítulos 13-17 de Jn).

¿QUÉ TENEMOS QUE HACER? La vida es...

una oportunidad, aprovéchala; un sueño, hazlo realidad; una aventura, sumérgete en ella; un reto, afróntalo; una promesa, créela; un misterio, contémplalo; una empresa, realízala; un himno, cántalo; una oferta, merécela.

La vida es la vida, ámala.

La vida es... belleza, admírala; riqueza, compártela; lucha, acéptala; semilla, siémbrala; tragedia, domínala; felicidad, saboréala; sorpresa, ábrela; gracia, acógela; llamada, respóndela.

La vida es la vida, vívela.

La vida es... saludo de Dios, recíbelo; tesoro, cuídalo; compromiso, cúmplelo; amor, disfrútalo; desafío, encáralo; regalo, gózalo; combate, gánalo; camino, recórrelo; encuentro, hazlo realidad.

La vida es la vida, entrégala.

Fl.Ulibarri

V J A

VER: Estamos cada vez más cerca de la Navidad, y por todas partes nos llegan mensajes de alegría y

felicidad: anuncios de todos los productos que hacen felices a quienes los tienen, películas dulzonas llenas de buenos sentimientos, ofertas de fiestas y viajes para pasarlo bien... Y sin embargo, si nos paramos a ver, descubrimos que, salvo para un reducido grupo de gente “afortu-nada”, quizá no hay demasiados motivos para tanta celebración: si hablamos de problemas generales, el terrorismo no se soluciona, la violencia está presente en los hogares, en la calle, en las aulas, la vivienda resulta cada vez más inaccesible para mucha gente, crece la inestabilidad en el empleo, la inmigración ilegal continúa, subida de precios en productos de primera necesidad... Y eso sin contar con las situacio-nes personales, que a veces son muy duras y tristes.

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En estas circunstancias, ¿cómo ponerse a celebrar alegremente la Navidad? ¿Hay motivos para ello?

JUZGAR: Toda la Palabra de Dios que hemos escuchado, en este tercer domingo de Adviento, es una invitación a la alegría. En la 1ª lectura, el motivo de alegría para el pueblo, de regocijo, es que «El Señor ha expulsado a tus enemigos». En el Evangelio hemos encontrado a personas de distintos colectivos que, al escuchar la predicación del Bautista, le reali-zan la misma pregunta: «¿Qué hacemos?». Y Juan les responde que se conviertan, les invita a que su com-portamiento esté de acuerdo con el amor y la justicia que exige el Reino. Ante el anuncio de la Buena No-ticia, ¿cómo responder, cada uno desde su situación, desde sus circunstancias personales, laborales, fami-liares...? Y para cada uno, Juan tiene una respuesta para que preparen el camino al Señor: «comparte con quien no tiene, no exijas más de lo debido, no te aproveches de nadie...». Es San Pablo en la 2ª el que da el principal argumento para estar alegres: «El Señor está cerca». Ya estamos a punto de celebrar la Navidad, y si nos preparamos podremos reconocer con mayor facilidad su presen-cia en nosotros y en la realidad que nos rodea, por pobre y negativa que nos parezca. Y el descubri-miento de su presencia, de su cercanía, es lo que puede llenar nuestro corazón de una alegría profun-da, y vivir esa presencia en toda situación, por dura que ésta sea.

ACTUAR: Por eso, ante la proximidad de la Navi-dad, parémonos ante el Señor y preguntémosle con humildad: ¿Qué tenemos, qué tengo que hacer? En mi Plan Personal de Vida Militante, ¿cómo llevo la dimen-sión económica? ¿Hago comunión cristiana de bienes?

¿En mi trato con las demás personas soy más exigente con ellas que conmigo misma? ¿Me aprovecho de las personas por mi cargo, responsabilidad, trabajo...? Sepamos, también, poner en las manos de Dios nuestras preocupaciones, recordando que no tene-mos que resolver solos los problemas, sino que es-tamos en sus manos y no nos va a dejar abandona-dos. Y al ponernos en las manos de Dios nosotros y nuestras circunstancias, crecerá también nuestra esperanza, porque aunque algunos problemas con-tinúen, experimentaremos que Él está cerca, con nosotros, que su paz, «que sobrepasa todo juicio», llena nuestro corazón. Y eso es motivo de alegría profunda. Y esta alegría profunda que brota de la certeza de la cercanía del Señor nos hará fuertes, y nos hará capaces de acompañar y ayudar a otras per-sonas que están en la oscuridad del dolor y la triste-za, así también ellas podrán descubrir la presencia del Señor a su lado. Por encima de las circunstancias externas y persona-les, sin quitarles su gravedad pero sin dejarnos aplas-tar por ellas, el Señor hoy nos invita a creernos y a vivir la alegría profunda de la fe en Él, transformando así nuestra vida. A punto de celebrar la Navidad, preguntémosle en esta Eucaristía qué tenemos que hacer para celebrar de verdad la Navidad y vivir nuestro día a día, para que así, en toda ocasión, tanto en la súplica como en la acción de gracias, nada nos quite la alegría ni la esperanza del corazón, y sepa-mos transmitirlas a las demás personas.

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IV Domingo de Adviento – B

Miqueas 5, 1-4ª “De ti saldrá el jefe de Israel”

Salmo 79 “Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” Hebreos 10, 5-10 “Aquí estoy para hacer tu voluntad”

Lucas 1, 39-45 “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”

Ruego/rogamos por pedir el don de comprender el Evangelio y poder conocer y estimar a Jesucristo y, así, po-der seguirlo mejor.

Apunto algunos hechos vividos esta semana que ha acabado.

Leo/leemos el texto.

Después contemplo y subrayo.

39 Unos días después María se dirigió presurosa a la montaña, a una ciudad de Judá. 40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isa-bel. 41 Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. 42 Y dijo alzando la voz: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vien-tre! 43 ¿Y cómo es que la madre de mi Señor viene a mí? 44 Tan pronto como tu saludo sonó en mis oídos, el niño saltó de ale-gría en mi seno. 45 ¡Dichosa tú que has creído que se cumplirán las cosas que te ha dicho el Señor!».

Lc 1, 39-45

Ahora apunto aquello que descubro de JESÚS y de los otros personajes, la BUENA NOTICIA que escucho...veo. Como María, que llama a la puerta de Isabel, escucho la llamada de aquel que es “el fruto bendito” de sus entra-ñas y que viene a visitarnos.

Llamadas que el Padre me hace -nos hace- hoy a través de este evangelio, y compromiso o compromisos que me invita a tomar hoy a través de este Evangelio

Llamadas que el Padre me hace -nos hace- hoy a través de este evangelio, y compromiso o compromisos que me invita a tomar hoy a través de este Evangelio.

Plegaria. Diálogo con Jesús dando gracias, pidiendo... Notas para situar el texto

El domingo 4 de Adviento tiene -cada año con lectu-ras distintas- un claro color mariano. Es como el pre-ludio de la próxima Natividad del Señor. En este ciclo B, el evangelio es la anunciación del ángel a María.

Lucas, en sus primeros capítulos (prólogo), pone en paralelo las figuras de Juan y Jesús. En este texto de hoy Juan y Jesús se encuentran a través de la ma-dre de uno y la madre del otro, ambas embarazadas.

Jesús visita a Juan. El Hijo de Dios nos visita. Y se queda entre nosotros.

La lectura de este texto pide sencillez para acoger la acción maravillosa de Dios en la acogida de estas mujeres (1, 48-49) y en aquellos a quienes ellas repre-sentan: los pobres, los huérfanos, los extranjeros, las viudas, los enfermos, los cautivos, los pecadores... en definitiva, las y los estériles, es decir, que no pueden producir en una sociedad que, precisamente, valora las personas según la capacidad de producción.

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El "sí" de Dios nos alcanza a todos en la persona de esa humilde muchacha de Nazaret. El "sí" de María a Dios también representa de algún modo a todos los que a lo largo de la historia han dicho "sí" a los pla-nes de Dios sobre sus vidas. Notas para fijarnos en Jesús y el Evangelio

Isabel descubre el misterio que se ha realizado en María, quien visita a su prima.

Es muy importante el tema del vientre (41. 44). En Dt 7, 13 y 28, 4 “el fruto del vientre” es signo de bendición y de la promesa de Dios cumplida. En Isabel, ese fruto portador de la promesa “salta”, reacciona ante la visita de quien porta a Jesús, evidencia total de la promesa para la historia (Dios ha tomado rostro en histórico).

Los embarazos de Isabel y de María no son comu-nes. Isabel nos es presentada como una mujer de edad adelantada y estéril (Lc 1, 7); y la esterilidad era vista como una vergüenza o como un castigo de Dios. María, por su parte, no conoce hombre (1, 34). María se identifica con las estériles. Aquello que parece imposible en un caso y en el otro, no lo es para Dios (1, 37). Tampoco lo había estado en el caso del hijo de Abraham y Sara, el hijo que Dios había prometido (Gn 18, 14). Y en tantas otras situaciones de la historia del pueblo de Dios, también en la historia actual (Mt 19, 23-26).

María tiene prisa: “se fue deprisa” a visitar Isabel (39). Una prisa debida a su obediencia al plan de Dios. Por el ángel ha sabido (1, 36) que el embarazo de Isa-bel es parte del plan de Dios al cual ella ha dado su sí: soy la esclava del Señor: que se cumplan en mí tus palabras (1, 38). Y hace falta encontrarse, hace falta unirse en el proyecto del mundo nuevo que Dios tiene previsto.

El saludo de Isabel: “eres bendita... y es bendecido el fruto de tus entrañas” (42), junto con la bienaventu-ranza: “feliz tú que has creído” (45), nos presenta María como discípulo de Jesús. Esto nos recuerda aquella otra escena del mismo evangelio de Lucas (11, 27) en la cual una mujer de entre la multitud larga una bienaventuranza de ala-banza a Jesús diciéndole: Benditas las entrañas que te llevaron y los pechos que te criaron. En aquella ocasión Jesús responde diciendo otra bienaventu-ranza dedicada a quienes lo siguen, a los discípulos: dichosos quienes escuchan la palabra de Dios y la guardan. Es decir, María es discípulo. Jesús nos en-seña a contemplarla como la discípulo modelo, quien escucha la palabra de Dios y la guarda. Y todavía nos hace pasar a otro lugar del mismo evangelio (Lc 8, 21) en el que Jesús hace de los discípu-los su familia: mi madre y mis familiares son estos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. Quie-nes lo seguimos estamos unidos a Él íntimamente.

La “alegría” (44) que respira toda la escena es debi-do a la acción del “Espíritu Santo” (41), quien irá con-duciendo todo el plan de Dios en la persona de Je-

sús, el Hijo de Dios, el Hijo de María, y en todos quienes darán testimonio, como Isabel: “el niño ha saltado de joya” (41. 44). Es el Espíritu Santo quien hace posible que tanto Isabel como nosotros descu-brimos quien es Jesús: “mi Señor” (43).

En el encuentro de María-Jesús e Isabel-Juan, se da el encuentro del Antiguo y el Nuevo Testamento: Dios siempre ha actuado a través de los pobres, y continuará actuando del mismo modo, con las mis-mas opciones, con el mismo estilo. Dios no tiene otra manera de llevar a término su plan, su proyecto. Otros modelos son estériles.

LA VIRGEN MARIA DE NAVIDAD

Corría la Virgen María por los caminos de Judea,

a casa de Zacarías corría con gran prisa.

La movían sus años mozos, le daban aliento la ternura

para ver de su pariente los gozos, de ser para Isabel ayuda.

Como una mujer de pueblo, mujer de pueblo que era,

no rebajaba la tarea, tampoco medía la entrega.

Entró dispuesta y fuerte en casa de Zacarías,

con la Gracia de Dios por norte entró la Virgen María.

De forma sincera y clara nos dejó bien dicho

cual es de Dios el retrato, cuales son de Dios los modos.

La Virgen María ahora no quiere ser de otro modo: se presenta en buena hora

compartiendo los sentimiento.

Para alegrarse con los contentos, para llorar por las ausencias, para ser en el sufrir aliento,

de Dios vivida presencia.

María, alma de pobre, la fuerza de Dios abierta; María, humilde y fuerte, la lucha de gente atenta.

Por donde pasa hablando, o sumida en el silencio,

la gente queda cantando de Dios el gran misterio.

Queda cantando la grandeza de quien hace maravillas de quedarse de una pieza

ante tan pobre esclava.

Queda cantado las alabanzas el Dios que abaja a los soberbios

y hace remarca en la alabanza

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de los humildes y los pobres.

Por eso, Virgen María, en vísperas de Navidad, nos sumamos al canto

de Isabel, tú prima.

Bendita entre las mujeres, bendito tu fruto santo,

bendita porque has creído a quien en ti hizo tanto.

Amén.

V J A

VER: Imaginemos que suena el teléfono, contes-tamos la llamada, y escuchamos inesperadamente la voz de alguien querido; seguramente sentiremos que nuestro corazón da un brinco de alegría: “¡Qué sorpresa, qué alegría!” exclamamos. Y si nos dice. “Voy ahora a verte”, nos alegramos mucho. Imaginemos que, al poco rato, es el telefonillo del portero automático el que suena, y que esa persona nos dice: “Ya estoy aquí, subo enseguida”. Volvere-mos a saltar de alegría, nos aprestamos con rapidez a recibirle, y esperaremos impacientes mientras sube el ascensor, para poder saludarle y darle, por fin, un fuerte abrazo y un beso.

JUZGAR: Estamos a punto de celebrar la Navi-dad, y en el Evangelio hemos escuchado el relato de un encuentro, un encuentro lleno de alegría: el de María con Isabel. El saludo de María provoca un salto de gozo en el niño que Isabel lleva en su vientre. Es la reacción humana ante la cercanía del Salvador. Se alegra el hijo y se alegra la madre, con una alegría inesperada, una alegría que incluso Isabel piensa que no merece: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?» Pero ante una visita así, ante la presencia del Señor, sólo cabe la alegría dichosa, una alegría que se comparte con quien la ha dado. Por eso Isabel dice a María: «¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».

Y esta alegría se ve acrecentada por el hecho de que todo un Dios se haya hecho pequeño y cercano, y se haya fijado en la humildad y pequeñez de personas aparentemente insignificantes, pero que han sabido acogerle, porque sólo los que son humildes y pe-queños son capaces de comprender el misterio del Dios que nace para nuestra salvación.

ACTUAR: El día de la Inmaculada decíamos que Jesús venía como Huésped y que debíamos preparar-le una digna morada en nuestro corazón. Ahora nuestro Huésped, El Señor, llama a nuestra puerta; está ya subiendo por nuestra escalera o ascensor interior. Acabamos de escuchar su voz, su Palabra, como Isabel escuchó la de María; dentro de unos momentos podremos recibirle en el Sacramento de la Eucaristía, y llevarlo en nuestro interior; y hoy es-pecialmente deberíamos notar que por dentro esta-mos saltando de gozo, como Juan en el vientre de Isabel, se nos debería notar que dentro de unas po-cas horas vamos a poder recibirle con las puertas de nuestra vida totalmente abiertas. Acojamos con humildad, sintiéndonos pequeños pero afortunados, como María e Isabel, el misterio del Dios que quiere nacer y crecer plenamente en nuestra vida para transformarla. Que el día de hoy no sea un domingo más, ni nos absorban las tareas y preparativos. Que la Eucaristía que vamos a comulgar nos convierta en “Marías” que llevan en su interior al Salvador, para que en medio de nuestras tareas coti-dianas, vivamos con la alegría de la anticipación de la gran fiesta de Navidad; que por nuestro semblante, por nuestras palabras, por nuestros gestos, nosotros y quienes nos rodean puedan experimentar que se cumplen las palabras de Isabel: «¡Dichoso tú, dichosa tú, que has creído, que te has preparado para recibir al Señor, porque lo que él te ha dicho se cumplirá!».