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Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África XIII Congreso Internacional de ALADAA Experiencias migratorias asiáticas y africanas a países latinoamericanos “Africanos en la Argentina: una visibilidad compleja” Luciana L. Contarino Sparta Resumen Eclipsados por las migraciones procedentes del continente europeo y, en especial, por un discurso oficial que buscaba consolidar la imagen de un país blanco y occidental, los africanos se erigieron en un componente negado de la sociedad argentina. Aunque esta imagen contradijo la evidencia histórica de las decenas de miles de personas introducidas forzadamente dentro del marco del tráfico esclavista y, además, de los ingresos espontáneos posteriores que tuvieron su origen en Cabo Verde, debería esperarse a las últimas dos décadas del siglo XX para que este sector de la población adquiriera real visibilidad, con las nuevas migraciones procedentes de África y el Caribe. En forma simultánea a la llegada de estos inmigrantes, se multiplicaron las acciones dirigidas a mostrar a la africanidad como un componente intrínseco a la nacionalidad argentina, que había quedado oculto detrás del mito del crisol de razas y de la ausencia de discriminación. Sin perjuicio de esta apertura, ha de abordarse el proceso de visibilización e inserción de la población de origen africano como un complejo entramado de construcciones identitarias, presupuestos ideológicos y normas, no exento de prejuicios basados en estereotipos culturales ni de trabas migratorias dirigidas a restringir el acceso a la residencia legal. Sobre el autor Luciana Contarino Sparta (Argentina), historiadora y abogada. Docente del Departamento de Historia e investigadora de la sección de Estudios de Asia y África de la UBA.

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Asociación Latinoamericana de Estudios de Asia y África

XIII Congreso Internacional de ALADAA

Experiencias migratorias

asiáticas y africanas a países

latinoamericanos

“Africanos en la Argentina: una visibilidad compleja”

Luciana L. Contarino Sparta

Resumen

Eclipsados por las migraciones procedentes del continente europeo y, en especial, por un

discurso oficial que buscaba consolidar la imagen de un país blanco y occidental, los

africanos se erigieron en un componente negado de la sociedad argentina. Aunque esta

imagen contradijo la evidencia histórica de las decenas de miles de personas

introducidas forzadamente dentro del marco del tráfico esclavista y, además, de los

ingresos espontáneos posteriores que tuvieron su origen en Cabo Verde, debería

esperarse a las últimas dos décadas del siglo XX para que este sector de la población

adquiriera real visibilidad, con las nuevas migraciones procedentes de África y el

Caribe.

En forma simultánea a la llegada de estos inmigrantes, se multiplicaron las acciones

dirigidas a mostrar a la africanidad como un componente intrínseco a la nacionalidad

argentina, que había quedado oculto detrás del mito del crisol de razas y de la ausencia

de discriminación. Sin perjuicio de esta apertura, ha de abordarse el proceso de

visibilización e inserción de la población de origen africano como un complejo

entramado de construcciones identitarias, presupuestos ideológicos y normas, no exento

de prejuicios basados en estereotipos culturales ni de trabas migratorias dirigidas a

restringir el acceso a la residencia legal.

Sobre el autor

Luciana Contarino Sparta (Argentina), historiadora y abogada. Docente del

Departamento de Historia e investigadora de la sección de Estudios de Asia y África de

la UBA.

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“Africanos en la Argentina: una visibilidad compleja”

Luciana L. Contarino Sparta

1. La gestación de una Argentina “blanca”

Dentro del contexto de las naciones latinoamericanas, Argentina ha sido habitualmente

presentada como un ejemplo excepcional de triunfo de la cultura europea en el hemisferio

sur. Esta imagen comenzó a difundirse al iniciarse la consolidación del Estado nacional en

tiempos decimonónicos y Buenos Aires, la capital, fue expuesta con orgullo por su

arquitectura que emulaba a algunos de los más emblemáticos palacios parisinos.

La preferencia por lo europeo tuvo su expresión legislativa en la propia Constitución

Nacional de 1853, la cual, si bien abría las puertas en su preámbulo a “todos los hombres

del mundo que quieran habitar en suelo argentino”, en su artículo 25 especificaba que “el

gobierno nacional fomentará la inmigración europea”. Uno de los principales ideólogos de

la Carta Magna, Juan Bautista Alberdi, afirmaba: “¿Cómo, en qué forma vendrá en lo

futuro el espíritu vivificante de la civilización europea a nuestro suelo? Como vino en

todas épocas: Europa nos traerá su espíritu nuevo, sus hábitos de industria, sus prácticas

de civilización, en las inmigraciones que nos envíe. Cada europeo que viene a nuestras

playas nos trae más civilizaciones en sus hábitos, que luego comunica a nuestros

habitantes, que muchos libros de filosofía […] ¿Queremos plantar y aclimatar en América

la libertad inglesa, la cultura francesa, la laboriosidad del hombre de Europa y de Estados

Unidos? Traigamos pedazos vivos de ellas en las costumbres de sus habitantes y

radiquémoslas aquí”1.

Lo europeo se erigió en lo “civilizado” en oposición a la “barbarie” y el “salvajismo”

indígena, frente a lo cual, en consecuencia, no se dejaba posibilidad de opción: “¿Quién

conoce caballero entre nosotros que haga alarde de ser indio neto? ¿Quién casaría a su

1 Alberdi, Juan B. Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina,

Diferencias, 2006 (1852), pp. 73-74

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hermana con un Infanzón de la Araucanía, y no mil veces con un zapatero inglés?”2. Y,

más allá de lo ideológico, este pensamiento tuvo su traducción en acciones concretas,

plasmadas en las llamadas “Campañas del Desierto”, a través de la cual se exterminaron y

sometieron a enteros pueblos indígenas con el pretexto de tomar tierras para distribuirlas

entre colonos europeos, las cuales, finalmente, terminaron en manos de una minoría de

terratenientes vinculados al poder político. Asimismo, en 1876 se promulgó la Ley Nº 817

de Inmigración y Colonización, llamada “Ley Avellaneda”, emulando el apellido del

presidente que impulsó su promulgación3, la cual fue puesta en práctica mediante el envío

de agentes a Europa, para propiciar el ingreso de población de ese origen.

El propósito de apoyar el ingreso de inmigrantes europeos en desmedro de otra

procedencia implicaba una oposición absoluta a cualquier posibilidad de diversificación

cultural. Por el contrario, la meta era la homogeneidad, entendida como netamente europea,

presumiéndose que “la diversidad de razas” podría traer consigo “problemas sociales

gravísimos”. Como lo enfatizó Juan Alsina, quien se desempeñó al frente del Departamento

General de Inmigración a comienzos del siglo XX, “los indígenas americanos, los

nuestros, poco numerosos, se han extinguido, otros se van mezclando y así desaparecerá la

raza […]; los africanos o de origen africano, es decir los negros no serán admitidos como

masa inmigratoria, aunque haya habido exploración de intenciones”, como así tampoco

los asiáticos, “porque alterarán la homogeneidad, claramente prescripta, para nuestra

población que conviene sea únicamente de origen europeo”4.

En definitiva: el programa dirigido a poblar el país partía de una contradicción ínsita en

la propia Constitución Nacional. Mientras lo que se ponía en práctica era un proceso

exclusivo, la Ley Suprema abría las puertas supuestamente a todos los que quisieran habitar

el territorio, alentando la difusión del mito de una ideología inclusiva, o sea, el mito del

crisol de razas y de la ausencia de discriminación. La memoria histórica de los pueblos

indígenas, exterminados en sucesivas campañas, quedaba borrada como parte de la

2 Idem

3 Nicolás Avellaneda fue presidente de la República Argentina desde el 12 de octubre de 1874 hasta el mismo

día de 1880. 4 Alsina, Juan. La inmigración en el primer siglo de la Independencia, Buenos Aires, 1910. Cit. En

Garabedian, Marcelo, Museo Roca, p. 8.

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nacionalidad argentina, como así también cualquier raíz africana herencia de los tiempos de

la trata esclavista, quedando así configurada la ficción de que “en la nación moderna han

quedado resueltas las diferencias étnicas”5.

2. La ignorada presencia africana

El mecanismo de la negación resultaba claramente funcional a este programa. Así, como

surge del discurso del titular del Departamento General de Inmigración, en los comienzos

del siglo XX se aceptaba que los indígenas constituían una presencia preexistente a las

campañas de fomento a la inmigración, pero mayoritariamente exterminados o a punto de

extinguirse. Por su parte, a las personas de origen africano ni siquiera se los reconocía

como integrantes de la sociedad argentina. Sólo formaban parte de la lista de inmigrantes

indeseables y si algún descendiente de africanos podía todavía detectarse, se trataba, para

este discurso, de una curiosidad. Según Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la

nación entre 1868 y 1874, ya en la segunda mitad del siglo XIX, quedaban “pocos jóvenes

de color, los cuales ocupan el servicio como cocheros de tono, como porteros de las

oficinas públicas y otros empleos lucrativos; pero como raza, como elemento social, no son

ya sino un accidente pasajero, habiendo desaparecido del todo en las Provincias, y no

habiendo podido establecerse fuera de la ciudad”6.

Estas afirmaciones, sin embargo, no logran sostenerse frente a las evidencias históricas.

En el siglo XVI, el Río de la Plata se transformó en la puerta de ingreso hacia las rutas que

permitían el acceso a las riquezas metalíferas del Perú, donde la demanda de mano de obra

se hizo creciente. Es en este contexto que debe entenderse la primera fundación de Buenos

Aires por Pedro de Mendoza, en 1536, como así también las posteriores de Córdoba,

Santiago del Estero, Tucumán y Catamarca7, en el interior del territorio. Dada la resistencia

5 Reyes Mates, Manuel, Introducción. En: Noufouri, H. y otros. Tinieblas del crisol de razas. Ensayos sobre

las representaciones simbólicas y espaciales de la noción del otro en Argentina, Buenos Aires, Cálamo de

Sumer, 1999. 6 Sarmiento, Domingo Faustino. Conflicto y armonía de las razas en América, Buenos Aires, S. Ostwald

Editor, 1883, p. 41. 7 Arias, Alfredo Martín. La Argentina mestiza, Rosario, Libros del Sur, 2007, p. 40.

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y las dificultades encontradas para utilizar mano de obra indígena8, a partir de la segunda

fundación de Buenos Aires, que tuvo lugar en 1580, se dispuso el ingreso de millares de

africanos esclavizados para cubrir las necesidades de fuerza de trabajo en Asunción, Chile,

el Alto Perú y, en especial, dentro de este último, en las minas de plata del Potosí, por lo

que fueron conducidos a través de Córdoba, Tucumán y Salta hacia sus destinos finales.

Esta situación cambió cuando en 1776 se creó el Virreinato del Río de la Plata, ya que el

interior dejó de ser el centro de atracción de mano de obra esclava debido a la caída abrupta

de la producción argentífera en Potosí.

La creación de un virreinato con centro en el Río de la Plata no fue casual. En realidad,

se trató de una consecuencia de los crecientes intereses económicos que se desarrollaron en

el área, resultado del desenvolvimiento de la economía ganadera de la región y del impulso

a las exportaciones de cueros a través del puerto de Buenos Aires9. Es por ello que, de los

45.000 africanos esclavizados que ingresaron por el puerto de Buenos Aires entre 1740 y

1810, cada vez menos se alejarían hacia otros destinos. En su mayoría, pasarían a insertarse

como fuerza de trabajo en esa ciudad y en las zonas rurales aledañas. Muchos de ellos se

organizarían en el siglo XIX en las llamadas naciones, instituciones representativas y de

ayuda mutua cuya denominación aludía a diferentes lugares o unidades políticas del

territorio africano. Entre ellas se encontraban las naciones Mozambique, Congo, Loango

(reino precolonial angoleño), Benguela y Cabinda (hoy provincias angoleñas), aunque

también existían apelativos referentes al área del Golfo de Guinea y a la región sudanesa10

.

El ingreso de africanos en el interior durante los pasados dos siglos adquirió una

importancia que quedó evidenciada en el censo poblacional llevado adelante por el virrey

Juan José de Vértiz en 1778, cumplido por orden del rey Carlos III, quien exigía la

realización de uno cada año en todas las colonias españolas. Los resultados revelaron que,

en las provincias de Santiago del Estero, Catamarca, Tucumán, Córdoba y Salta, los

8 En el noroeste, pueblos indígenas que habían sido colonizados previamente por el Imperio Inca y, que, por

lo tanto, habían sufrido una experiencia de dominación y aculturación, se incorporaron institucionalmente a la

colonización española como mano de obra, pero este proceso incluyó fuertes movimientos de resistencia. 9 Guzmán, María Florencia. “Una reflexión desprevenida”. En : Andes, Salta, Nº 17, p. 7-8.

10 Goldberg, Marta. “Las sociedades afroargentinas de ayuda mutua en los siglos XVIII y XIX”.

www.cementeriochacarita.com.ar/SociedadAfroArgentinas.rtf

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afromestizos conformaban más del 50% de la población total11

. En Buenos Aires, por su

parte, constituían el 28,4% o sea, 6.825 sobre un total de 24.083 habitantes que tenía la

ciudad12

. Sumados el noroeste, Cuyo y Buenos Aires, la cifra de negros y afromestizos se

elevaba a 93.985, o sea, un 44,5% del total de una población de aproximadamente 210.000

personas dentro del actual territorio argentino.

Si bien el censo de 1795 muestra una significativa contracción de la población de origen

africano dos décadas después, ya que su peso en la composición poblacional del actual

territorio argentino alcanzaba entonces sólo el 16%, este porcentaje puede resultar

engañoso. El proceso de mezcla entre habitantes de diferentes orígenes que se dio en el

interior llevó a que indefectiblemente se mantuviera “un rol gravitante de la población

afromestiza”13

, ya que se verificó un alto grado de cruzamiento entre diferentes sectores de

la población, lo cual derivó, muchas veces, en equívocas clasificaciones.

Es cierto que algunos factores concretos de mortandad propiciaron la reducción

porcentual. Como lo explica Silvia Mallo, al iniciarse el siglo XIX, las mujeres negras y

mulatas superaban numéricamente a los hombres debido al fallecimiento de gran parte de

ellos por su empleo en el ejército14

, tanto en las guerras independentistas como en los

puestos de frontera y en la lucha contra los indígenas. Ya en 1801, existían las Compañías

de Pardos y Morenos, formadas por negros libres y con oficialidad blanca, mientras que en

1807 se incentivó la incorporación de esclavos en las milicias con premios tales como la

manumisión y el otorgamiento de pensiones vitalicias a su familia. Leyes posteriores

promovieron la creación de batallones de negros esclavizados a quienes se prometió la

11

En Catamarca abarcaban el 73,6% de la población; en Salta, el 67,6%; en Tucumán, el 64%; en Santiago

del Estero, el 54,13% y en Córdoba el 54%. Datos extraídos de: Guzmán, María Florencia. “Los mulatos-

mestizos en la jurisdicción riojana a fines del siglo XVIII: el caso de los Llanos”. En: Temas de Asia y África,

Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Nº 2, 1993, pp. 71-107. 12

Mallo, Silvia. “Negros y mulatos rioplatenses viviendo en libertad”. En: Cáceres Gómez, Rina. Rutas de la

esclavitud en África y América latina, San José de Costa Rica, Editorial Universidad de Costa Rica, 2001, p.

313. 13

Guzmán, María Florencia. “Africanos en la Argentina. Una reflexión desprevenida”. En: Andes (Salta),

enero-diciembre 2006, Nº 17, p. 197-238, ISSN 1668-8090 14

Mallo, S. Art. Cit., p. 315.

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libertad a cambio de años de servicio15

. Para 1827, se calcula la existencia de 58 hombres

africanos y mulatos por cada 100 mujeres del mismo origen. Por ello, en el siglo XIX, la

dirección de muchas asociaciones africanas porteñas quedó en manos de mujeres16

.

Otros factores que influyeron en la disminución fueron el menor ingreso de esclavos

ante la abolición de la trata y la alta mortalidad general, sobre todo, infantil, debida a los

brotes epidémicos que afectaba en especial a los sectores más desposeídos de la población.

Aun así, en 1838, el número de habitantes de origen africano en la ciudad de Buenos Aires

ascendía a 14.928 personas, o sea, un 24,8% de la población, mientras que en 1887, si bien

tal porcentaje se reducía al 1,8%17

, abarcaba a 8.005 personas, por lo que el nivel de

contracción18

no resulta tan amplio en términos absolutos.

Más allá de la disminución de la que dan cuenta los censos, lo que resulta relevante es

que no por haberse reducido el número de habitantes de origen africano podía hablarse de

su desaparición como parte integrante de la composición poblacional de la Argentina. Lo

que sucede es que, tanto en el siglo XVIII como en el XIX, resultaba absurdo hablar de

vertientes originarias “puras”, inclusive en lo que hace a los blancos europeos, minoritarios

desde los comienzos de la ocupación. Sólo por ofrecer algunos ejemplos, para 1778, en

Tucumán se contabilizaban 5.809 blancos frente a 25.507 indígenas, mestizos, negros y

mulatos; en Jujuy, eran 923 los blancos y 14.470 los indígenas y mestizos. Una excepción

la constituía tal vez la ciudad de Buenos aires, en donde los blancos eran 22.815 frente a

2.997 mestizos y 3.837 negros. En resumen: la existencia de negros, de indígenas y de un

alto número de mestizos seguía siendo una realidad innegable en los albores de la

independencia.

En el Virreinato del Río de la Plata se consolidó una sociedad dentro de la cual se

encontraban por un lado los españoles, descendientes de sangre pura de los conquistadores,

y por la otra los indígenas, descendientes de los pobladores prehispánicos, mientras que “el

15

Para un desarrollo exhaustivo de este tema, ver: Morrone, Francisco C. Los negros en el ejército:

declinación demográfica y disolución, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1995. 16

Goldberg, M. “Las sociedades….”. 17

Goldberg, Marta. “La población negra y mulata de la Ciudad de Buenos Aires, 1810-1840”. En: Desarrollo

Económico. Revista de Ciencias Sociales, Vol. 16, Nº 61, 1976, pp. 75-99 18

Morrone, F.C. Op.Cit., p. 97.

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resto (negros libres, mestizos, mulatos, zambos, clasificados en infinitas gradaciones por

una conciencia colectiva cada vez más sensible a las diferencias de sangre, que llegó a

distinguir no menos de treinta y dos grados intermedios entre la sangre española y la

indígena) vive sometido a limitaciones jurídicas de gravedad variable” 19

. Si bien existía

un estatuto jurídico de “casta superior”, que abarcaba a europeos y a sus descendientes, no

sólo el nacimiento, también la compra, podía asegurar el acceso a esta categoría y además,

esos descendientes, que formaban el llamado sector criollo, no siempre podían alegar un

origen exento de mestizaje20

. Lo cierto es que una variedad en muchos casos inclasificable

se constituyó en la característica intrínseca, no en la excepción, dentro de la sociedad.

3. ¿Un proyecto de nación inclusiva?

Más allá de la existencia o no de mestizaje, los privilegios de los españoles no se

extendieron en forma absoluta a los descendientes, quienes continuaron sometidos a los

designios de un gobierno extranjero en su lugar de nacimiento. En este contexto se

comprende que, al producirse la invasión de España por Napoleón Bonaparte, los criollos

aprovecharan la separación del trono del rey de España para encabezar una revolución y

proclamar un gobierno patrio. Así, aunque en 1810 se formó una Primera Junta de gobierno

que juró lealtad al monarca Fernando VII, varios de sus miembros mostraron un temprano

afán emancipador. Adquirieron entonces protagonismo los criollos profesionales

encabezados por Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, quienes se

acercarían a las ideas republicanas e impulsarían la aplicación de los principios de la

Revolución Francesa, lo cual implicó el otorgamiento de derechos a indígenas, negros y

esclavos incorporados a las milicias.

19

Halperín Donghi, Tulio. Revolución y guerra. Formación de una élite dirigente en la Argentina criolla,

México, Siglo XXI, 1979, pp. 53-64. 20

El origen mestizo de muchos de los criollos vinculados a la Revolución de Mayo, a las luchas por la

independencia y a la construcción del Estado nacional resulta innegable. Los casos más paradigmáticos son

los de Bernardo de Monteagudo y Bernardino Rivadavia, cuya ascendencia africana resulta hoy

prácticamente indiscutida. Por otra parte, en los últimos años, un grupo encabezado por Hugo Chumbita, autor

de El secreto de Yapeyú. Los orígenes mestizos de San Martín, solicitó ante el Congreso de la Nación que se

realizara un estudio de ADN al cadáver de este prócer para verificar los orígenes indígenas que se le atribuyen

en dicho libro, del cual surge que su filiación materna sería guaraní.

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Establecieron como prioritario “tratar…el reglamento de igualdad y libertad entre las

distintas castas que tiene el Estado”, determinándose que “es contra todo principio o

derecho de gentes querer hacer una distinción por la variedad de colores, cuando son unos

efectos puramente adquiridos por la influencia de los climas”21

. A esto se sumó el

Decreto de Supresión de Honores, por el cual se eliminó cualquier trato diferencial o

ceremonia con respecto a las autoridades de la Junta, militares y otros funcionarios “que

los distinga de los demás ciudadanos”22

. En consonancia con estos principios, la Asamblea

General Constituyente de 1813 dispuso la eliminación del tributo que se obligaba a pagar a

los indígenas, como así también de las instituciones utilizadas para explotar su mano de

obra, que eran la mita, la encomienda, el yanaconazgo y las demás formas de servicio

personal, al tiempo que, en lo que respecta a la población de origen africano, se instituyó la

libertad de vientres y la abolición del tráfico de esclavos. De todos modos, la igualdad y la

libertad ínsitas en estas disposiciones deben relativizarse, ya que la esclavitud no fue

abolida –habría que esperar hasta 1853- y los niños nacidos libres continuaron sujetos a los

amos de sus padres, mientras que, como se lo señalara previamente, a los africanos

esclavizados se les exigieron largos años de servicio militar para alcanzar una libertad que

en la mayor parte de los casos nunca alcanzaron.

Tras la declaración de la independencia de las llamadas entonces Provincias Unidas, en

1816, transcurrieron años de caos e indefinición gubernativa hasta la consolidación

definitiva del Estado nacional, que se produjo en 1853, con la puesta en vigencia de una

nueva Constitución y la introducción del apelativo Argentina23

. Pero, por sobre todas las

cosas, lo que se consagraría a lo largo de ese período es un orden ideológico

definitivamente alejado de los ideales igualitarios e inclusivos de la Revolución de Mayo.

Mientras que en ese entonces se buscaba abarcar como parte de la nación a los habitantes

de todas las razas, orígenes y procedencias territoriales que cohabitaban dentro del antiguo

territorio del virreinato, el concepto se haría cada vez más excluyente.

21

Moreno, Mariano. Plan Revolucionario de Operaciones, 1810, art. 1º, inc. 18º. En: Norberto Piñero

(comp.). Escritos políticos y económicos, Buenos Aires, La Cultura, 1915. 22

El Decreto de Supresión de Honores fue publicado el 8 de diciembre de 1811 en el periódico Gaceta de

Buenos Aires. 23

Para ese entonces se hablaba Confederación Argentina, nombre que, si bien continuó formando parte de los

apelativos oficiales, cayó en desuso después de 1860.

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A nivel económico, el país se perfiló definitivamente como un centro mundial de

producción ganadera, al tiempo que comenzó a fomentarse la actividad agrícola, más

rezagada. Esto, sin embargo, de ningún modo implicó la puesta en práctica de un programa

laboral inclusivo. Bernardino Rivadavia, quien fuera el primer presidente de las Provincias

Unidas, consideraba que la labor agrícola debía quedar en manos de inmigrantes del norte

de Europa, quienes “poseían hábitos de trabajo, empresa y natural sumisión a la disciplina

laboral, virtudes desconocidas por completo entre los gauchos”24

y propició la

concentración de las tierras dedicadas a la ganadería dentro de la provincia de Buenos Aires

en manos de unos pocos hacendados. Su gobierno se inició en febrero de 1826 y duraría

sólo un año y medio, desmoronándose así el poder central. Entonces se consolidaría dentro

de la provincia de Buenos Aires la figura de Juan Manuel de Rosas, hacendado rural que se

constituyó en referente de la campaña frente a la ciudad. Aunque en su segundo período de

gobierno llevó adelante la primera Campaña del Desierto, la cual permitiría avanzar sobre

casi veinte mil kilómetros cuadrados de los trescientos mil que abarca la provincia de

Buenos Aires ocupados por pueblos originarios y continuar la concentración de tierras en

manos de unos pocos cientos de hacendados iniciada en los tiempos de Rivadavia25

,

también tomó medidas dirigidas a favorecer la producción nacional26

y tomó distancia de

los valores iluministas y de los grupos ilustrados, instituyéndose en el representante de los

sectores populares y autóctonos.

Esta posición despertó críticas en un sector de jóvenes intelectuales, cuyos principales

representantes eran Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, José

24

Ferns, H.S. Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, Buenos Aires, Ediciones Solar, 1984, pp. 147-148. 25

“Los mayores compradores fueron las mismas personas que se habían convertidos en grandes

terratenientes en tiempos de la enfiteusis: los Anchorena, Díaz Vélez, Féliz de Álzaga, Felipe Arana y

Domingo Lastra. Hacia 1840, 3.436 leguas cuadradas de la provincia se encontraban en manos de 293

personas”. Lynch, John. Argentine Caudillo: Juan Manuel de Rosas, Lanham, Rowman and Littlefield

Publishers, 2001, p. 21 26

Puso en vigencia una normativa de corte proteccionista destinada a favorecer a los pequeños productores y

agricultores locales y del interior, prohibiendo la introducción de productos de manufactura extranjera que

podían fabricarse en el país y estableciendo fuertes cargas tributarias a otras mercaderías que eran pasibles de

ser sustituidas por nacionales. Asimismo, las exportaciones que salían en buques que no eran de bandera

argentina fueron gravadas con un 4% de su valor. En la práctica, estas medidas tuvieron un alcance muy

limitado, ya que se mantuvo el régimen de puerto único, con los ríos interiores cerrados y las provincias

“sujetas a la marcha económica de Buenos Aires”; además, en 1841, la importación de la mayoría de los

artículos prohibidos volvió a ser permitida. Al respecto, ver obra citada de John Lynch, pp. 150-155.

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Mármol y Miguel Cané –a los que luego se agregaría Domingo Faustino Sarmiento-, que

pretendieron erigirse en continuadores de los principios revolucionarios de 181027

. Sin

embargo, lo que hicieron fue institucionalizar un discurso que se alejaba en forma definitiva

de los principios revolucionarios inclusivos, para comenzar a configurar una idea de nación

argentina que excluía a la población de origen no europeo. Su obra literaria es considerada

fundacional porque se aboca a construir un ser nacional, el cual quedaría enmarcado en los

valores del progreso decimonónico y en oposición a un Otro que coexistía en el mismo

territorio, percibido como contrario a los ideales iluministas y a la civilización occidental.

En su Facundo o Civilización y barbarie, Domingo Faustino Sarmiento contrapone al

habitante de la ciudad, que “vive la vida civilizada, tal como la conocemos en todas partes:

allí están las leyes, las ideas de progreso, los medios de instrucción…”28

, con el gaucho,

en quien la vida del campo ha desenvuelto “las facultades físicas, sin ninguna de las de la

inteligencia”, carente de educación y de ambiciones29

, por lo que su destino será,

taxativamente, convertirse en “un malhechor o un caudillo”30

.

Buenos Aires, en cambio, se constituía en el centro de “la fuerza revolucionaria”,

donde el contacto con los europeos era mayor que en cualquier otra parte: “No hay más que

tomar una lista de vecinos de Buenos Aires para ver cómo abundan en los hijos del país,

los apellidos ingleses, franceses, alemanes, italianos31

. Sin embargo, también resultaba

invadido por el Otro: así, en El Matadero, Echeverría expone con recelo que, “en torno de

cada res”, coexistían “un grupo de figuras humanas de tez y raza distinta”, resaltando,

detrás de la figura del carnicero embadurnado de sangre, “una comparsa de muchachos, de

negras y mulatas achuradoras, cuya fealdad trasuntaba las harpías de la fábula”32

. La

invasión de los “Otros urbanos” es igualmente el tema de la novela Amalia, de José

Mármol, quien observa con horror cómo “las negras y las mulatas que se habían dado ya

carta de independencia absoluta, comenzaban a pasearse en grandes bandadas por la

ciudad”. La presencia de personas ajenas a los ideales raciales europeos y pertenecientes a

27

Andermann, Jens. Mapas de poder, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2000, pp. 34. 28

Sarmiento, Domingo Faustino. Facundo, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1979, p. 27. 29

Idem, p. 37. 30

Ibidem, p. 57. 31

Ibid.,, p. 108. 32

Echeverría, Esteban. El matadero, Barcelona, Linkgua, 2007, p. 16

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las clases bajas e iletradas, se hace posible “por una ficción repugnante de los sucesos de la

época”, que los llevaba a creer –equivocadamente-, “que la sociedad había roto los diques

en que se estrella el mar de sus clases obscuras, amalgamándose la sociedad entera en una

sola familia” 33

. La verdadera nación de ningún modo podía albergar una mezcla, una

convivencia de razas; tal imagen sería sólo una “ficción”. Comenzó, así, a consolidarse el

mito de la nación homogénea.

4. El ocultamiento de la diversidad

Estos intelectuales, que formaron la llamada Generación del ‘3734

, describieron a la

situación política imperante en tiempos de Rosas, como un “despotismo”, que tenía su

origen en la omnipotencia de las masas, por lo que éstas debían ser reconducidas por el

camino de la razón: “La razón colectiva sólo es soberana, no la voluntad colectiva. La

voluntad, es ciega, caprichosa, irracional; la voluntad quiere, la razón examina, pesa y se

decide. De aquí resulta que la soberanía del pueblo sólo puede residir en la razón del

pueblo, y que sólo es llamada a ejercerla la parte sensata y racional de la comunidad

social”. Frente a ello, la única solución era instruir a la población, pero, mientras tanto, la

guía quedaba en manos de estos intelectuales, que eran llamados a “continuar la obra de

sus padres”, enriquecidos “con las lecciones del estudio y de la experiencia”. Para ello,

proponían dejar de lado las divisiones jerárquicas coloniales, argumentando que “el último

de la plebe es hombre igual en derechos a los demás35

.

Sin lugar a dudas, tales postulados recordaban al Decreto de Supresión de Honores y a

las medidas tomadas en favor de indígenas e hijos de esclavos por los revolucionarios de

Mayo. No obstante, lejos estuvo la nueva generación de intelectuales de sostener en la

práctica esa igualdad; como en sus obras literarias, indígenas, africanos y sus descendientes

33

Mármol, José. Amalia, Cátedra, Letras Hispánicas, Edición de Teodosio Fernández, 2000, primera parte,

cap. IX. 34

Esta denominación obedece a que en 1837 fundaron en Buenos Aires un centro dedicado a debatir temas

políticos, culturales y filosóficos llamado Salón Literario. 35

“Dogma socialista de la Asociación de Mayo”. En: Gutiérrez, Juan María (Ed.). Obras completas de D.

Esteban Echeverría. Edición Buenos Aires, Carlos Casavalle Editor, 1870-1874, v.4.

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se transformaron en elementos indeseables y extraños a la nación que comenzaba a

construirse. Tal pensamiento quedó reflejado en las Bases y Puntos de Partida para la

Organización Política de la República Argentina, que, tras la caída de Rosas, en 1852, fue

redactado por Juan Bautista Alberdi como documento antecedente esencial para la

elaboración de la Constitución Nacional. La máxima en la cual se basaba el programa

alberdiano era “gobernar es poblar”, pero iba mucho más allá de una cuestión cuantitativa.

En realidad, se trataba de una propuesta claramente cualitativa que apuntaba a la

introducción de determinado tipo de población: “Gobernar es poblar en el sentido que

poblar es educar, mejorar, civilizar, enriquecer y engrandecer espontánea y rápidamente,

como ha sucedido en los Estados Unidos. Mas para civilizar por medio de la población es

preciso hacerlo con poblaciones civilizadas; para educar a nuestra América en la libertad

y en la industria es preciso poblarla con poblaciones de la Europa más adelantada en

libertad y en industria, como sucede en los Estados Unidos”36

.

Para Alberdi, las poblaciones “civilizadas” eran las originarias de Inglaterra, Irlanda,

Escocia, Suiza, Bélgica, Holanda y Alemania, a las que debía atribuirse la implantación de

los principios de la libertad y de la laboriosidad en ese país de América del Norte. “Si la

población de seis millones de angloamericanos que empezó la República de los Estados

Unidos –se pregunta-, en vez de aumentarse con inmigrados de la Europa libre y

civilizada, se hubiese poblado con chinos o con indios asiáticos, o con africanos, o con

otomanos, ¿sería el mismo país de hombres libres que es hoy día? […]¿Por qué razón he

dicho que en Sud América, gobernar es poblar, y en qué sentido es esto una verdad

incuestionable? Porque poblar, repito, es instruir, educar, moralizar, mejorar la raza. Por

eso he dicho en la Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea.

Pero poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con indios de

Asia y con negros de África37

”.

Las subsiguientes Campañas del Desierto que culminaron entre 1878 y 1881, por

iniciativa de quien fuera titular del Ministerio de Guerra y, posteriormente, presidente de la

36

Alberdi, Juan Bautista. Bases y puntos de partida para la organización del la República Argentina, p. 22. 37

Idem, p. 24.

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Nación, Julio Argentino Roca, tradujeron en la práctica este pensamiento. La población

originaria sobreviviente quedó constreñida a vivir en reducidos espacios alejados de sus

tierras. Por su parte, la Ley Avellaneda de 1876, si bien no logró el propósito de insertar una

mayoría de inmigrantes procedentes de Europa septentrional, ya que ingresaron sobre todo

españoles e italianos, permitió consolidar la imagen de una Argentina de orígenes europeos,

sintetizada en la famosa frase “los argentinos descienden de los barcos”38

. Lo rural, lo

indígena, lo africano, lo tradicional, fue considerado inexistente dentro de la realidad

nacional. Quedó así construida la imagen de una nación homogénea, donde la

discriminación brillaba por su ausencia: ¿a quién se podría discriminar si somos todos

europeos, si aquí no hay negros ni hay indígenas?

5.- Invisibilidad asumida

En abierta contradicción con el espíritu de la “Ley Avellaneda”, desde fines del siglo

XIX y reflotando un camino abandonado en tiempos de la trata esclavista, comenzaron a

llegar inmigrantes a la Argentina procedentes de tierras africanas. El lugar de origen de

estos nuevos ingresados fue, concretamente, el archipiélago de Cabo Verde, desde donde

arribaron apremiados por las sequías y por las imposiciones del gobierno colonial, en

manos de Portugal. Su ingreso al país se dio en sucesivas oleadas que se extendieron hasta

la segunda posguerra.

Estos inmigrantes se concentraron en las proximidades de los puertos más importantes39

,

enrolándose en actividades navales, para las cuales se encontraban capacitados como

consecuencia de las posibilidades que les había ofrecido el medio insular de origen y el

38

La consagración de este proceso se dio de la mano de la élite política que gobernó a la Argentina entre 1880

y 1916, conocida como la Generación del ’80. Entre los presidentes que formaron parte de ella, se encuentra

Julio Argentino Roca, el artífice de la Campaña del Desierto, en cuyo segundo período de gobierno se

promulgó la Ley de Residencia de 1902, por la cual se habilitaba al gobierno a expulsar inmigrantes sin juicio

previo. Esta normativa fue obra de Miguel Cané, uno de los intelectuales que también formó parte de esta

Generación. Para un análisis político-literario del papel cumplido por la élite gobernante en esos años, resulta

ilustrativa la introducción de María Elena Murdrovcic al libro En la sangre, de Eugenio Cambaceres (Buenos

Aires, Stockcero, 2006). 39

En especial en los barrios de Ensenada –ubicado a 60 kilómetros de Buenos Aires- y Dock Sud, en los

límites de la capital.

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profuso tráfico de embarcaciones que recalaban en el archipiélago. Esto les permitió

convertirse en parte de la tripulación de muchos buques mercantes que partían desde la

Argentina con productos agrícolas para la exportación ultramarina. Más allá de lograr una

inserción en el mercado laboral, no tardaron en organizarse como colectividad: en 1927, los

caboverdianos crearon la primera institución representativa de la comunidad en la

Argentina, la Sociedad Caboverdeana de Ayuda Mutua, localizada en Ensenada. Cinco

años más tarde, se fundó la Sociedad de Socorros Mutuos Unión Caboverdeana, en Dock

Sud.

El acogimiento de personas de origen africano en la Marina Mercante e, inclusive, en la

Marina de Guerra –donde también fueron incorporados algunos caboverdianos- se oponía a

la europeización sostenida por el discurso oficial. Para entonces, además, se encontraba en

plena vigencia el discurso basado en la doctrina de la “defensa social”, cuyos seguidores

consideraban que las leyes inmigratorias debían incluir todos los obstáculos posibles para

evitar “el ingreso de razas inferiores” con el fin de alcanzar “una formación étnica elegida

que permita incluir al pueblo argentino del futuro entre la mejor gente de raza blanca”40

.

Sin embargo, este discurso cedió frente a las necesidades impuestas por las actividades

económicas. La Argentina se encontraba en la Edad de Oro de la exportación y encontrar el

personal especializado para la tripulación de los buques que transportaban productos

agrícolas hasta Europa era una prioridad.

Que el rechazo a la inmigración de origen africano haya cedido en este caso,

difícilmente puede interpretarse como un viraje ideológico oficial. Lo que sucede es que las

habilidades que trajeron los caboverdianos consigo resultaron primordiales en el contexto

económico de recepción, por lo que se instalaron en los mismos barrios que otros

inmigrantes de origen europeo y lograron ocupar puestos de trabajo en el sector más

próspero de la economía argentina, o sea, la exportación de productos agropecuarios. Este

acogimiento llevó a que se difundiera entre ellos un manifestado sentimiento de ausencia de

40

Armus, Diego. "Mirando a los italianos. Algunas imágenes esbozadas por la élite en tiempos de la

inmigración masiva". Devoto, Fernando y Gianfausto Rosoli (Comp.). La inmigración italiana en la

Argentina, Biblos, Buenos Aires, 1985, p. 99-100.

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racismo y discriminación dentro del país41

. Sin embargo, la inserción de los caboverdianos

en la sociedad de adopción se vio facilitada por sus propias adscripciones identitarias,

acordes con las preferencias locales.

Aunque quienes emigraban de Cabo Verde lo hacían para escapar a la dura situación

económica del archipiélago y al régimen colonial lusitano –el cual, inclusive, les imponía

migraciones forzadas para ir a trabajar en condiciones penosas a otras colonias42

-, no

dudaron en identificarse a sí mismos como portugueses, aprovechando una adscripción

jurídicamente fidedigna ya que a los habitantes de Cabo Verde se les había otorgado el

estatus de ciudadanos portugueses dentro del imperio. Esto les permitió fraternizar con los

inmigrantes lusitanos, a los que consideraban pertenecientes a la misma “colonia”43

.

Inclusive aquéllos llegados luego de 1945, con la última oleada migratoria, se definían a sí

mismos como “lusoafricanos”44

, tomando así distancia de los africanos continentales. En

resumen: la nacionalidad portuguesa y la asunción de una identidad “mestizada”,

diferenciada del resto de los africanos fenotípica, cultural y educativamente, actuaron como

mecanismos de adscripción funcionales a la europeización que imponía el modelo del país

de recepción.

En una Argentina donde “la existencia de un número importante o visible de negros

[…] va absolutamente en contra de la narrativa dominante de nuestra historia y en contra

de nuestro sentido común” 45

, los caboverdianos alimentaron los mitos locales de la

homogeneidad y del crisol de razas. Al invisibilizarse a sí mismos como africanos, se

insertaron en el país poniendo en práctica una estrategia identitaria consonante con el

discurso oficial.

41

Se trata de una percepción compartida por los inmigrantes sobrevivientes que llegaron a la Argentina en las

décadas del 1940 y 1950. 42

Nos referimos a la emigración “forzada” impuesta por la Corona Portuguesa a los habitantes del

archipiélago a través del sistema de contratos. Un bando real del 18 de mayo de 1864 obligaba al gobernador

de Cabo a “transportar a las islas de Santo Tomé y Príncipe mil hombres y mujeres apelando a toda forma

posible de persuasión” 43

Actas de la Asociación Caboverdiana de Dock Sud, 1934-1935. 44

Entrevistas con emigrados radicados en Dock Sud. 45

Frigerio, Alejandro. “De la ‘desaparición’ de los negros a la ‘reaparición’ de los afrodescendientes:

comprendiendo la política de las identidades negras, las clasificaciones raciales y de su estudio en la

Argentina”. En: Lechini, Gladys (Comp.). Los estudios afroamericanos y africanos en América Latina.

Herencia, presencia y visiones del otro, Córdoba, CLACSO, 2008, pp. 120-121.

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6. Una africanidad emergente

Desde los comienzos de la construcción del Estado la idea de la africanidad se consolidó

como un elemento externo a la nación argentina. Esta posición no quedó circunscripta al

discurso oficial; por el contrario, como lo destaca Alejandro Frigerio, se proyectó a la

sociedad en su conjunto, influyendo de modo directo en la forma en que las personas

adscribieron a categorizaciones raciales, ocultando antepasados negros y desplazando

factores de raza o color hacia los de clase; en resumen: se transformó en una definición

central “en las interacciones sociales de nuestra vida cotidiana”, quedando categorizados

como “negros” en contraposición al ideal blanco, las “personas de tez bien oscura y

cabello mota”46.

Las noticias sobre el proceso independentista en el África subsahariana,

que se inició a fines de la década de 1950 y se extendió a lo largo de los sesenta, no

contribuyó a cambiar la visión instalada sobre el tema. Por ese entonces se abrieron

representaciones diplomáticas pertenecientes a los nuevos países emancipados, con el

consiguiente establecimiento de diplomáticos africanos y de sus respectivas familias en el

país. Esto, sin embargo, sólo sirvió para reafirmar el carácter exótico de la presencia

africana y de ningún modo llevó al reconocimiento de la preexistencia de población de este

origen y, mucho menos, a su aceptación como parte integrante de la sociedad argentina.

Serán los propios africanos y afrodescendientes residentes en el país quienes algunos

años después impulsarán la salida de la invisibilidad. A esta iniciativa se sumará inclusive

la comunidad caboverdiana, en cuyo seno, al culminar el proceso independentista de Cabo

Verde en la década de 1970, se empezó a gestar un viraje adscriptivo en un sector de los

inmigrantes identificados con la lucha, quienes asumieron una identidad y una historia

compartida con el resto de los africanos47

. Esta africanización de la colectividad se

reforzará hacia fines del siglo XX, con la participación activa de la generación de

descendientes. Los más jóvenes se apartaron de las ideas de ausencia de discriminación

alentadas por muchos de los inmigrantes que habían disfrutado condiciones económicas

46

Idem. 47

Este cambio dividió a la comunidad, ya que muchos se opusieron al proceso emancipatorio y a abandonar la

ciudadanía portuguesa. De todos modos, con el impulso de un sector, se creó el comité regional del Partido

Africano para la Independencia de Guinea y Cabo Verde (PAIGC).

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privilegiadas, asumiéndose como marginados y con menores oportunidades laborales por su

color de piel y sus rasgos fenotípicos. La luna de miel con la Argentina llegó así a su fin: la

denuncia de acciones discriminatorias sufridas por sus miembros empezó a ser sentida

como una realidad que los afectaba en forma directa48

.

Contemporáneamente, los africanos considerados desaparecidos llevaron adelante

iniciativas dirigidas a reinsertar a este sector de la población en la historia argentina.

Surgieron instituciones tales como la Casa de la Cultura Indo-Afro-Americana en Santa Fe

(1988) y la Fundación África Vive (1997) en Buenos Aires, impulsadas por descendientes

de africanos esclavizados que llegaron al país en tiempos coloniales. Estos desafíos a la

instaurada invisibilidad africana en la Argentina se enmarcan en el contexto de la

recuperación de la democracia tras el fin de dictadura militar49

y, además, coinciden con el

desarrollo de las nuevas oleadas migratorias africanas procedentes de Senegal, Malí,

Congo, Sierra Leona entre otros países del continente y también del Caribe, en especial de

República Dominicana y Haití50

. Con el inicio del siglo XXI, las diferentes vertientes de la

población africana, descendientes de esclavizados de los tiempos coloniales, caboverdianos

y nuevos inmigrantes impulsaron la realización de festivales artísticos y encuentros

dirigidos a visibilizar la afroargentinidad, mostrar la diversidad originaria de la población

local y poner fin al mito de la ausencia de discriminación, denunciando la existencia de

actitudes racistas dentro de la sociedad51

.

Los datos estadísticos reforzaron la emergencia de la africanidad. En el año 2005 se puso

en práctica la Prueba Piloto Censal de Captación de Afrodescendientes, realizada por la

48

En la Asamblea General Ordinaria realizada el 25 de noviembre de 2001, se denuncia la agresión que sufrió

el socio Gerardo Livramento, quien fue expulsado al grito de “no queremos ver negros en la televisión” del

Sindicato de Actores. 49

Tras la dictadura militar, en 1983 se recuperó la democracia en la Argentina. 50

Estos migrantes se organizaron a instituciones representativas tales como la Asociación de Senegaleses en

la Argentina y la Organización de Haitianos Viviendo en Argentina (OHVA). 51

Muchas de las actividades surgieron de la organización Diáspora Africana de la Argentina (DIAFAR), la

cual aglutina a diferentes asociaciones de afroargentinos del país. La Sociedad Unión Caboverdeana también

han sido muy activas en este sentido en forma individual, ya que se separó de la DIAFAR en 2010. Otra

institución que surgió como asociación civil en el año 2004 es África y su Diáspora, que desarrolla acciones

conjuntas con la DIAFAR. En el año 2006, comenzó a realizarse la llamada Semana de África, abierta a toda

la sociedad. Como parte de sus actividades, se presentan exposiciones de arte y artesanía y números

musicales. Además, se incluyen mesas redondas en las cuales afrodescendientes e inmigrantes recientes

exponen sus respectivas problemáticas.

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Universidad Nacional de Tres de Febrero con la colaboración del Instituto Nacional de

Estadísticas y Censos y el financiamiento del Banco Mundial. Si bien tuvo un alcance

limitado, ya que se desarrolló entre 4.412 habitantes de los barrios de Montserrat,

perteneciente a la Ciudad de Buenos Aires, y Santa Rosa de Lima, ubicado en la Ciudad de

Santa Fe, arrojó que un 5% de los encuestados reconocían tener ascendientes africanos52

, lo

cual implicaría una proyección a nivel nacional de dos millones de personas. Tales

conclusiones tuvieron un aval adicional en el trabajo desarrollado por el Instituto de

Ciencias Antropológicas y el Centro de Genética de la Universidad de Buenos Aires, del

cual se derivó que un 4,3% de la población de la capital y el conurbano tiene marcadores

genéticos africanos53

.

El Censo Nacional de Población del año 2010 incorporó una pregunta por la cual los

censados debieron responder si eran o no afrodescendientes. Esta iniciativa, aunque puede

interpretarse como un avance en el reconocimiento de la africanidad en su carácter de

vertiente de la nacionalidad argentina, sólo abarcó a poblaciones con menos de 50.000

habitantes y al diez por ciento de las restantes, lo cual implica la obtención de resultados

parciales. Además, no se vio acompañada de una acción de concientización amplia que

permitiera a la población en general comprender el significado histórico y social de esta

pregunta54

. En realidad, lo cierto es que aún se encuentra pendiente una acción global de

reconocimiento de la diversidad que tome en consideración a las raíces africanas como una

de las vertientes culturales de la argentinidad, trascendiendo los simples aspectos

cuantitativos y las connotaciones negativas instauradas por la trata esclavista atlántica y el

colonialismo, como condición imprescindible para que este aporte pueda ser cabalmente

valorado en el seno de la sociedad.

52

“Más allá de los promedios. Afrodescendientes en América Latina”. Resultados de la Prueba Piloto de

Captación en la Argentina, Josefina Stubbs y Hisca N. Reyes (Editoras), Universidad Nacional de Tres de

Febrero/The World Bank, 2005. 53

Avena, Sergio y otros. “Mezcla génica en una muestra poblacional de la Ciudad de Buenos Aires”. En:

Medicina (Buenos Aires), 2006, 66, pp. 113-118. 54

La campaña de sensibilización sobre este punto del censo que hizo el Instituto Nacional contra la

Discriminación, el Racismo y la Xenofobia (INADI), perteneciente al Ministerio de Justicia y Derechos

Humanos, tuvo un alcance limitado a un sector minoritario de la población.

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