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2 ALGUNOS FRAGMENTOS [Gastón B es el narrador, Luis Martín B es su hermano y José Emilio B-B2 y Leonor B1-B, sus padres. Raúl S y Celia S1 son los padres de Aurora S, esposa del narrador, Gastón B. Se trata de los personajes principales del libro.] GASTÓN B -B1 Y TARZÁN El vástago B-B1 había visto una película de Tarzán en el lejano 1950 y había quedado prendado. Sus padres eran grandes consumidores de cine y, cuando les parecía una impudicia volver a dejar a Gastón en la casa de los L, no tenían más remedio que arrastrarlo con ellos a ver películas de grandes. No las prohibidas para menores, por su-puesto, pero sí historias que de aventuras infantiles tenían muy poco o nada. El chico se aburría y protestaba. Pin encontró un expediente infalible al respecto. Convenció a Gastón de que se trataba de versiones modernizadas de Tarzán, en las que el héroe abandonaba la selva por la ciudad, se enamoraba de una Jane que vestía polleras estrechas, un trajecito sastre y calzaba tacones. Gastón insistía en que le gustaba más Tarzán en la selva que en Buenos Aires, pero toleraba mejor el aburrimiento tratando de entender por qué razón el Rey de los Monos se había metido en aquellos bretes urbanos. De cualquier modo, el Tarzán que boxeaba en el Gran Triunfador, protagonizado por Kirk Douglas, le había parecido muy cercano al perfil más caro de su personaje. Pero el Tarzán cantante le colmaba la paciencia. www.elboomeran.com/

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ALGUNOS FRAGMENTOS

[Gastón B es el narrador, Luis Martín B es su hermano y José Emilio B-B2 y Leonor B1-B, sus padres. Raúl S y Celia S1 son los padres de Aurora S, esposa del narrador, Gastón B.

Se trata de los personajes principales del libro.]

GASTÓN B -B1 Y TARZÁN

El vástago B-B1 había visto una película de Tarzán en el lejano 1950 y había quedado prendado. Sus padres eran grandes consumidores de cine y, cuando les parecía una impudicia volver a dejar a Gastón en la casa de los L, no tenían más remedio que arrastrarlo con ellos a ver películas de grandes. No las prohibidas para menores, por su-puesto, pero sí historias que de aventuras infantiles tenían muy poco o nada. El chico se aburría y protestaba. Pin encontró un expediente infalible al respecto. Convenció a Gastón de que se trataba de versiones modernizadas de Tarzán, en las que el héroe abandonaba la selva por la ciudad, se enamoraba de una Jane que vestía polleras estrechas, un trajecito sastre y calzaba tacones. Gastón insistía en que le gustaba más Tarzán en la selva que en Buenos Aires, pero toleraba mejor el aburrimiento tratando de entender por qué razón el Rey de los Monos se había metido en aquellos bretes urbanos. De cualquier modo, el Tarzán que boxeaba en el Gran Triunfador, protagonizado por Kirk Douglas, le había parecido muy cercano al perfil más caro de su personaje. Pero el Tarzán cantante le colmaba la paciencia.

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JOSÉ EMILIO B -B 2, GASTÓN B -B 1 Y EL DISPARATE

Existía una diferencia profunda en los espíritus de José Emilio [padre] y Gastón [hijo] referida al acogimiento del disparate: Gastón encontraba placer en cultivarlo, aunque lo hiciera sin demasiada conciencia. El padre no creía en los lapsus de la psicopatología de la vida cotidiana pero, igual que Freud, detestaba el surrealismo. Cierta vez, iba la familia entera en el auto por la avenida Las Heras, a la altura de la calle Coronel Díaz. La visión de la cárcel de encausados que allí se levantaba inspiró al primogénito una pregunta: «Si ésta es de encausados, ¿dónde están quienes recibieron condena por los delitos más graves?». «Los que tenían la cadena perpetua iban a Ushuaia hasta que Perón cerró esa prisión definitivamente en 1947», contestó Leonor. «Mirá, qué interesante, replicó el chico, por lo menos, antes de quedar encerrados para siempre, se hacían un lindo viajecito.» Pin frenó bruscamente el auto, se bajó y, según la costumbre, tomó a su hijo de las solapas para zamarrearlo con furia: «Pero ¡¿siempre, siempre, vas a decir esas estupideces, vos?!». El pobre Gastón seguía los pasos de Artaud, sin siquiera haber oído el nombre del dramaturgo, y preanunciaba algunos acentos del Vigilar y castigar de Foucault, pero su padre careció de la perspicacia que habría reconocido una cierta gracia cómica y una aproximación muy prematura a la antropología en el vástago.

LUIS M ARTÍN B -B1, JOVEN PERIODISTA DEPORTIVO

A pesar de la presión de la escuela y de la familia, el adolescente pudo cultivar su afición por el fútbol y otros deportes, cumplida como actividad más bien intelectual y teórica que corporal y práctica. Reunió la colección completa de la revista El Gráfico, desde su primer número salido el 31 de mayo de 1919, para lo que concurrió los fines de semana de todo un año a los puestos de vendedores de libros en el parque Lezica. A finales de 1966, se presentó a un concurso sobre la historia del fútbol nacional organizado por aquella revista y compartió los diez mil pesos del primer premio. Su retrato fue figura de tapa. La cantidad obtenida significaba mucho dinero. Martín lo invirtió en la compra de una filmadora Súper 8. La pasión futbolística tenía al club Ríver Plate por destinatario. Junto a un compañero del colegio, Martín fundó una revista propia, El hincha de Ríver, escrita a máquina y reproducida mediante un sistema de stencils, que tuvo cierto éxito editorial en las tribunas populares del estadio Monumental. Se alcanzó un punto culminante de la empresa cuando Antonio Carrizo, mítico arquero del equipo, concedió una entrevista muy simpática a los periodistas bisoños. Martín quiso continuar el surco abierto mediante un segundo reportaje, un cuestionario al gran Angelito Labruna, miembro de la Máquina, la delantera legendaria de Ríver que había ganado varios campeonatos nacionales en los años 40. Martín consiguió el teléfono del negocio de deportes que había establecido Labruna.Lo llamó de inmediato, le propuso hacerle unas preguntas y transcribir sus respuestas en Elhincha. Labruna aceptó y escuchó la primera pregunta. La redacción reflejaba losconocimientos lingüísticos y literarios adquiridos por los editores juveniles en las aulas delColegio Buenos Aires. Ríver pasaba a la sazón por un mal momento. «Estimado campeón,¿cree usted que los últimos traspiés de nuestro glorioso equipo son caídas esporádicas o supersistencia en el tiempo indicaría más bien el comienzo de una gran débâcle?» «Che, pibe,¿por qué no te vas a la mierda?», contestó el campeón e interrumpió la llamada. «¿Cómo sepuede ser tan ordinario y guarango con un chico?», se preguntó Leonor al enterarse de lagrosería.

LAS SEGUNDAS NUPCIAS DE JOSÉ EMILIO B -B 2

En la centenaria historia de los B que se conoce, el eros y el sexo fueron impulsos irreprimibles de sus varones, que les otorgaron ora fortaleza y deseos de devorarse alegre-

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mente el mundo, ora desasosiego y desenfreno. La institución del matrimonio, reguladora antigua de esas energías, tuvo una eficacia inesperada entre ellos. El dolor brotó y el drama se abrió paso en los momentos de soledad o silencio libidinal (perdón por el freudismo) que precedieron (las solterías) y sucedieron (las viudeces, los abandonos no queridos) a los largos períodos de encuentros estables, en buena medida felices. Las catástrofes mayores que los B infligieron a los otros y a sí mismos se ubicaron siempre en las épocas de un eros no correspondido. La psique de José Emilio padeció tales vaivenes precisamente en la década del 80 cuando, tras la muerte de Leonor, la ausencia de una mujer en su casa, en su existencia cotidiana, en la intimidad del dormitorio se le hizo insoportable. Al principio, se trató de médicas bastante más jóvenes que Pin [sobrenombre de José Emilio], caracterizadas todas ellas por una bondad que sólo cabía interpretar como exteriorización y búsqueda de una imagen especular y lejana de Leonor. A decir verdad, Gastón no era muy feliz con los devaneos, porque su padre le había confesado que reproduciría gustoso la historia del abuelo Jean B, de manera que el casi cuarentón egoísta andaba preocupado frente a la posibilidad de que le nacieran varios hermanitos. El hijo de nuestro médico había olvidado por completo sus perplejidades y pecados de lujuria de otras épocas, de consecuencias algo más devastadoras que los buenos signos de energía crepuscular del profesor. Las cosas se encauzaron tras la llegada a escena de una bioquímica, Paulina, más joven que José Emilio pero ya madura. En julio de 1986, nuestro hombre tuvo un infarto que lo dejó asustado. Se restableció con rapidez, tanta que él mismo juzgó mejor casarse lo antes posible. El segundo y último matrimonio de su vida fue celebrado en el mes de octubre. Gastón actuó como testigo de la novia. Después de años de dolor, los B habían decidido divertirse y cultivar el absurdo.

LEONOR B1 -B

En noviembre de 1951, en virtud de la ley que había instaurado el sufragio femenino (y que la joven opositora o «contrera» reducía al aprovechamiento que la pareja presidencial acostumbraba hacer de las iniciativas socialistas de los años 20 y 30), la bachiller Leonor B1-B fue designada presidente de una mesa electoral y se empeñó en cumplir su cometido con gran dignidad. Una mujer, que se disponía a votar en la urna bajo la responsabilidad de nuestra biografiada, dijo en voz alta: «Este votito es para el general Perón». «Venga, dijo Leonor y una chispa de felicidad le alumbró la mirada, su voto es nulo porque está prohibido hacer cualquier ostentación de partidismo durante el acto del comicio.» La fiscal del par-tido peronista tragó saliva, enrojeció pero tuvo que firmar el acta de anulación que Leonor le presentó en un santiamén.

CECIL IA S1

Cecilia comenzó a asistir a la escuela en 1919 y dio pruebas de una inteligencia especial para las matemáticas y la geografía. Las letras y la historia, en cambio, no gozaron de sus simpatías epistemológicas desde una edad muy temprana. Entiéndase que le gustaba escuchar, primero, y leer, más tarde, relatos de aventuras románticas o biografías dramáticas pero, aun en los casos más realistas, había siempre un dejo de desconfianza en ella acerca de que la verdad de la existencia cotidiana transcurriera como en los cuentos y las novelas. La historia, por otra parte, tal vez porque se trató en primera instancia de la historia narrada en el Antiguo Testamento y, luego, de la historia apologética de la monarquía rumana, despertó muy rápido la astucia de Cecilia que hubo de percibir, en tales disciplinas de estudio, una manipulación inaceptable de lo verdaderamente acontecido. Ni qué decir que las tergiversaciones del fascismo en los 30-40 y del

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comunismo a partir de 1946 sirvieron para alimentar y fundamentar sobre bases razonables el descreimiento histórico y filosófico de Cecilia. Hasta su más insigne vejez habría de conservar esa intolerancia respecto de la literatura fantástica, por ejemplo, y de la historiografía, que ella consideraba el más irresponsable, irreal y desaforado de todos los géneros. Siendo anciana y a pesar de ver en él a un tipo genial, discutiría con Gastón B, su yerno, que Dios quiso le tocase un historiador en semejante papel, polemizaría a brazo partido sobre las bondades de la geografía, una ciencia de lo concreto, en contra de las patrañas de la historia («La montaña está ahí, el río pasa a su lado y allí se quedan, de modo que siempre puedes ir a verlos y los encontrarás. Las versiones de lo sucedido en la historia, en cambio, se modifican como quieren los gobernantes de turno. ¿Tú te crees esas mentiras que les cuentas a tus alumnos, Gastón?» «Pero, Cecilia, replicaba el acusado, el relieve, las aguas, las poblaciones de la Tierra también cambian y donde había un mar en la juventud de usted, como en el caso del mar Aral, ¿lo recuerda?, ahora no hay ni siquiera un pantano.» «Cómo no voy a recordar, el Aral está en Rusia más allá del Caspio, pero…» «Ahí tiene, lo que queda de él no está más en Rusia sino entre Kazajstán y Uzbekistán, ya ve de qué forma hasta los países, sus nombres, sus límites se modifican, y eso, que yo sepa, es geografía.» «Aj, Gastón, me pones nerviosa con tus sofismas, pero caíste en tu trampa, porque esos cambios que dices son efecto de la política, es decir, de la historia.») Esa sospecha foucaultiana, ese escepticismo histórico y filosófico que fue adquirido en los años primeros de la escuela en Rumanía, no la dejó nunca a través de las migraciones y, es más, su hija Aurora S habría de heredar el mismo temple de ánimo e idéntica pertinacia en la identificación entre la mitología y la ciencia histórica, para consternación de su marido atribulado, quien siempre quiso educar a su mujer en el conocimiento racional del pasado. Lo paradójico es que Cecilia, sus hermanas, Aurora S, tuvieron vidas más que novelescas, y la historia (está bien que se trató de la historia de lo sucedido, no de lo narrado), sus fuerzas enormes, sus huracanes, sus violencias, las desparramaron por los siete mares del mundo.

Los años 20 fueron una delicia para todas las adolescentes y niñas S1: escuela, progreso, automóvil con chofer en la imprenta y en la casa, visitas de tíos y parientes lejanos, fiestas multitudinarias de aniversarios y casamientos, pesaj y Año Nuevo, cine y teatro, bailes y saraos hacia el fin de la década. En el filo de los 18, ese mojón que entonces señalaba a los varones de la burguesía la elección firme de la carrera universitaria o profesional, el inicio de una responsabilidad nueva, y que indicaba a las jóvenes la era de la disponibilidad para el matrimonio, alrededor de ese momento, Cecilia, con sus 17 avanzados, creyó que había llegado el momento de ser cabalmente moderna y se inscribió en los cursos de gimnasia recién inaugurados en la nueva palestra de la comunidad israelita de Bucarest: el Aurora, un nombre que aludía, por cierto, al renacer del pueblo judío e indicaba la presencia de muchachos sionistas en el staff de profesores y atletas. Uno de los concurrentes más jóvenes al Aurora se destacó tanto en los ejercicios con los grandes aparatos que, muy pronto, los maestros de mayor experiencia gimnástica delegaron en él buena parte de las clases, incluidas las que tomaban las mujeres. Se trataba nada menos que de Raúl S, un rubio de 20 años a la sazón, de gran belleza y simpatía, por el que todas las alumnas suspiraban, pero que se enamoró perdidamente de Cecilia ni bien la vio llorar cierta noche y escuchó, poco más tarde, una de sus ironías.

La parca nutrió el orbe metafórico y simbólico de Cecilia más que cualquier otra cosa. Así como los tropos en torno a los genitales se cuentan de a miles en los Cantos carnavalescos de la literatura italiana, la muerte fue evocada por las alusiones más insólitas e inesperadas en una catarata de símiles, alegorías, sinécdoques y metonimias que Cecilia inventaba con la misma espontaneidad del agua al salir de un manantial. Analícese, por ejemplo, este caso de sinécdoque. Acababa de llegar a Buenos Aires del viaje a São Paulo en el que se había

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colocado la lápida con el nombre sobre la tumba de su hermana Coca, Aurora [su hija, esposa de Gastón B] había ido a buscarla al aeropuerto con su amiga Anita L-M, una nieta de Nicolae Iorga que vivía en la Argentina, cuando preguntada en el auto que conducía al grupo a la ciudad si acaso padecía frío, Cecilia contestó: «No tengo frío, soy yo quien se está enfriando». Su yerno, al conocer la respuesta, aseguró que se trataba de una prolon-gación lógica del estado de ánimo suscitado por el funeral de la hermana, pero, catorce años más tarde, en el aniversario nº 88 de la suegra, Gastón hubo de reconocer que había tenido el privilegio de asistir a uno de los procesos de enfriamiento e hibernación más prolongados de la historia.

RAÚL S

Si hubo formas cimeras de la gloria en la biografía de Raúl, ellas fueron las que le proporcionaron los logros académicos y emocionales de su hija Aurora y el mero aterrizaje de sus nietos en este mundo. Cuando Aurora recibió su diploma de médica de la Universidad de Buenos Aires, en mayo de 1970, Raúl presidió una mesa, bien poblada de parientes y amistades, en uno de los mejores y más caros restaurantes de la ciudad. Nuestro hombre había superado los 60 años de edad pero igual se lo veía, aquella noche, tan radiante bebedor de hidromiel como un dios olímpico, bello, eternamente joven. En Aurora médica resucitaban su hermano amado, Aurelio, su madre Perla en un momento de máxima alegría de la vida, tal cual quieren los teólogos que permanezcan en la eternidad los cuerpos gloriosos de los buenos muertos. No tan arriba, por cierto, aunque muy alto, voló el espíritu de Raúl cuando la hija se unió en matrimonio con el joven Gastón B, en diciembre de aquel mismo año. La prisa de la pareja no dio respiro ni tiempo de organizar el festejo que el jefe de la familia S en la Argentina hubiera querido. Por suerte, aquella rapidez se hizo extensiva al nacimiento del primer vástago, una niña, Constanza B-S, parida a poco más de nueve meses de la unión legal, en el plazo de rigor para aventar cualquier maledicencia o sospecha respecto de las urgencias primeras. El gozo de Raúl se tornó equivalente al de un serafín dantesco. E insistimos con los símiles tomados de la tradición épico-religiosa de Occidente, porque son los mejores vehículos para transmitir los estados de exaltación reparadora por los que atravesó Raúl en aquellos momentos de despliegue físico y moral de las generaciones, desde la línea salida del vientre de bobe Tsune y anudada en la figura del aventurero de tres continentes, transformado en atleta anciano y contemplativo de la pampa. Por otra parte, el nombre de la pequeña evocaba, sin lugar a equívocos, el del puerto agitado del que salieron varias veces y al que una sola regresaron los S en sus aventuras de película. A cumbres parecidas dio lugar el nacimiento del segundo hijo de Aurora, un varón, Lucio B-S, habido, para mayor fama de la madre y de sus antepasados, en Ushuaia, el último rincón habitable y gélido de la Tierra. Otra vez, se imponen en nuestra descripción los modelos de la hagiografía, dado que Raúl sintió que su hija, al darle ese descendiente en condiciones que él juzgaba adversas y únicas en la historia conocida de las mujeres de la familia, había adquirido lo que (nuevamente los teólogos, que nos perdone el temple laico y enciclopédico de los lectores al que convocamos desde el título de esta obra) suele llamarse «virtudes heroicas» de los candidatos a la santidad.

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