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P. Manuel Garrido, O. S. B. – Año litúrgico patrístico (2) MANUEL GARRIDO BONAÑO, O.S.B. Año litúrgico patrístico (2) Cuaresma Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2002

Año litúrgico patrístico - GRATIS DATE · 4 P. Manuel Garrido, O. S. B. – Año litúrgico patrístico (2) Postcomunión: «Señor, estos sacramen- tos que hemos recibido hagan

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2 P. Manuel Garrido, O. S. B. – Año litúrgico patrístico (2)

MANUEL GARRIDO BONAÑO, O.S.B.

Año litúrgicopatrístico

(2) Cuaresma

Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2002

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Cuaresma

La Cuaresma es el período litúrgico queprepara a los cristianos para la celebra-ción de las fiestas de la Pascua. Tenía lu-gar esta preparación, en un principio, solodesde el Viernes Santo a la Vigilia Pascual:«dies in quibus est ablatus Sponsus» (losdías en que se nos quitó el Esposo). Lue-go se alargó a una semana y más tardealgo más.

Como tiempo litúrgico normal, la Cua-resma comienza en el siglo IV, en toda laIglesia, sin que precediera para ello unaorden o mandato especial. Ya en ese pe-ríodo se tenía en cuenta de modo espe-cial a los catecúmenos, que habían de re-cibir el bautismo en la Vigilia Pascual, y alos penitentes, que serían reconciliados elJueves Santo por la mañana.

La Sacrosanctum Concilium del Vatica-no II dice a este respecto:

«Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a losfieles, entregados más intensamente a oír la pala-bra de Dios y a la oración, para que celebren elmisterio pascual, sobre todo mediante el recuer-do o la preparación del bautismo y mediante lapenitencia, dese particular relieve en la liturgia yen la catequesis litúrgica al doble carácter de estetiempo» (nº 109).

En este tiempo, según las normas de laIglesia, pueden realizarse diversos ejerci-cios, o bien paralitúrgicos o bien piado-sos, como el Via crucis, a los que el pue-blo fiel está muy sensibilizado.

En un principio la Cuaresma comenza-ba con el primer Domingo de ese períodolitúrgico. Luego, como en los domingosno se ayunaba, se añadieron unos díasmás, y así surgió el Miércoles de Ceniza,en el que se imponía la ceniza y el sayal alos penitentes públicos; después esta cos-tumbre se extendió a todos.

Con motivo de la reforma litúrgica delVaticano II, se pretendió suprimir la cele-bración del Miércoles de Ceniza y comen-zar la Cuaresma por el Domingo, dejandoal criterio de los sacerdotes el imponer laceniza a los fieles el lunes siguiente.

Pero Pablo VI decidió que se mantuvie-se la disciplina tradicional del Miércolesde Ceniza, y él daba ejemplo recibiendotodos los años devotísimamente la cenizaen su cabeza. Los Pontífices siguienteshan continuado con esa misma práctica.

Miércoles de CenizaEntrada: «Te compadeces de todos, Se-

ñor, y no odias nada de lo que has hecho;cierras los ojos a los pecados de los hom-bres, para que se arrepientan. Y los per-donas, porque Tú eres nuestro Dios ySeñor» (Sap 11,24-25,27).

Colecta (del Misal anterior, y antes delVeronense, Gelasiano y Gregoriano): «Se-ñor, fortalécenos con tu auxilio al empe-zar la Cuaresma, para que nos mantenga-mos en espíritu de conversión; que la aus-teridad penitencial de estos días nos ayu-de en el combate cristiano contra las fuer-zas del mal».

Comunión: «El que medita la Ley delSeñor da fruto en su sazón» (Sal 1,2-3).

Cuaresma - Ceniza

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4 P. Manuel Garrido, O. S. B. – Año litúrgico patrístico (2)

Postcomunión: «Señor, estos sacramen-tos que hemos recibido hagan nuestrosayunos agradables a tus ojos y obren comoremedio saludable de todos nuestros ma-les».

–Joel 2,12-18: Rasgad los corazones,no las vestiduras. Es éste un llamamientodel profeta Joel al pueblo de Dios parauna celebración comunitaria de la peni-tencia. La respuesta de Dios a este ayunola presenta el profeta como una vuelta ala era paradisíaca. La penitencia, el ayunoy los ritos de purificación harán que elpueblo, en el día del juicio, entre en la eradefinitiva de la felicidad.

A las condiciones de un ayuno agrada-ble a Dios, que sea a un tiempo comuni-tario e interior, le añade el profeta su di-mensión escatológica. Por él se llegará ala futura felicidad y a la vida eterna conDios.

–Para que Dios perdone es menester queexista el reconocimiento de la culpa y elconsiguiente arrepentimiento. Hacemosnuestra esa actitud espiritual con el Sal-mo 50: «Misericordia, Dios mío, hemospecado. Misericordia, Dios mío, por tubondad, por tu inmensa compasión borrami culpa. Lava del todo mi delito, limpiami pecado. Pues yo reconozco mi culpa,tengo siempre presente mi pecado.

«Contra ti, contra ti solo pequé. OhDios, crea en mí un corazón puro, renué-vame por dentro con espíritu firme; nome arrojes lejos de tu rostro, no me qui-tes tu santo espíritu. Devuélveme la ale-gría de tu salvación, afiánzame con espí-ritu generoso. Señor, me abrirás los la-bios y mi boca proclamará tu alabanza».

–2 Corintios 5,20–6,2: Dejaos reconci-liar con Dios. Ahora es tiempo de gracia.Cristo es ante todo el Reconciliador, elPríncipe de la paz. Los Apóstoles y losministros sagrados continúan su obra en

el sacramento de la penitencia. ComentaSan Agustín:

«No tendría validez la exhortación a la reconci-liación, si no fuéramos enemigos. Así pues, todoel mundo era enemigo del Salvador y amigo delque lo tenía cautivo; con otras palabras, era ene-migo de Dios y amigo del diablo. También el gé-nero humano en su totalidad estaba encorvadohasta tocar la tierra.

«Comprendiendo ya quiénes son esos enemi-gos, el salmista levanta su voz contra ellos, y dicea Dios: “han encorvado mi alma” (Sal 56,7). Eldiablo y sus ángeles han encorvado las almas delos hombres hasta la tierra, es decir, hasta el pun-to que, inclinados a todo lo temporal y terreno,no buscan ya las cosas celestiales. Esto es, enefecto, lo que dice el Señor de esa mujer a la queSatanás tenía atada desde hacía dieciocho años, ya la que convenía ya librar de esa cadena, y ensábado precisamente. ¿Quiénes miraban con ma-los ojos a la que se erguía, sino los encorvados?Encorvados porque, no entendiendo los precep-tos mismos de Dios, los miraban con corazónterrenal» (Sermón 162,B).

La cruz de ceniza, que hoy nos imponela Iglesia, es la señal de que estamos dis-puestos a emprender una vida de peniten-cia: «Convertíos y creed al Evangelio»(Mc 1,15). «Acuérdate de que eres polvoy al polvo volverás» (Gén 3,19). Es lamisma llamada que ya escuchamos al pro-feta Joel: «Convertíos a mí de todo cora-zón con ayuno, con llanto, con luto. Ras-gad vuestros corazones, no las vestidu-ras: convertíos al Señor Dios vuestro».

–Mateo 6,1-6.16-18: Tu Padre, que velo escondido, te recompensará. ComentaSan Agustín:

«Ciertos hombres hacen el bien y temen servistos, y ponen todo su afán en encubrir sus bue-nas obras. Buscan la ocasión en que nadie los vea.Entonces dan algo en limosna con el temor dechocar con aquel precepto: «guardaos de realizarvuestra justicia para ser vistos por ellos» (Mt6,1). Pero el Señor no mandó que se ocultasen lasobras buenas, sino que prohibió que se pensasesolo en la alabanza humana al hacerlas –«para servistos por los hombres»–; que fuera ése el fruto

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que buscaran únicamente, sin desear ningún otrobien superior y celestial.

«Si lo hicieran solo para ser alabados, caeríanbajo la prohibición del Señor. Guardaos, pues, debuscar ese fruto: el ser vistos por los hombres. Y,sin embargo, manda: «vean vuestras buenasobras» (Mt 5,16). Una cosa es buscar en la bue-na acción tu propia alabanza, y otra buscar en elbien obrar la alabanza de Dios. Cuando buscas tualabanza, te has quedado en la alabanza de loshombres; cuando buscas la alabanza de Dios, hasadquirido la gloria eterna. Obremos así para noser vistos por los hombres, es decir, obremos detal manera que no busquemos la recompensa dela mirada humana. Al contrario, obremos de talmanera que quienes nos vean y nos imiten glori-fiquen a Dios. Y caigamos en la cuenta de que si élno nos hubiera hecho así, nada seríamos» (Ser-món 338,3-4).

Jueves después de CenizaEntrada: «Cuando invoqué al Señor, Él

escuchó mi voz, rescató mi alma de laguerra que me hacían. Encomienda a Diostus afanes, que Él te sustentará» (cf. Sal54,17-20.23)

Colecta (del Misal anterior, antesGregoriano): «Señor, que tu gracia inspi-re, sostenga y acompañe nuestras obras,para que nuestro trabajo comience en Ticomo en su fuente, y tienda siempre a Ticomo a su fin».

Comunión: «Oh Dios, crea en mí uncorazón puro, renuévame por dentro conespíritu firme» (Sal 50,12).

Postcomunión: «Favorecidos con el dondel Cielo te pedimos, Dios Todopodero-so, que esta Eucaristía se haga viva reali-dad en nosotros y nos alcance la salva-ción».

–Deuteronomio 30,15-20: Pongo de-lante de ti la bendición y la maldición.Ante el hombre se alzan dos caminos: elde la felicidad, en el caso de que acate losmandamientos de Dios, y el de la desgra-cia, si no quiere obedecer. Hemos de ele-

gir uno u otro. La presentación de estaalternativa nos evoca la amonestación deCristo a caminar por la senda estrecha,que lleva a la vida, y rechazar la ancha,que conduce a la perdición.

¿Por qué no adelantamos en nuestra vidaespiritual, después de tanto tiempo comollevamos practicándola? Porque no somosconsecuentes con el camino elegido. Noterminamos de ser seguidores de Cristo,según sus enseñanzas. Nos sigue atrayen-do todavía el otro camino, ancho, ventu-roso, pero que lleva a la perdición.

El apóstol San Pablo nos amonesta enér-gicamente: «Caminad en espíritu, y nosatisfagáis los deseos de vuestra carne.Bien claras son las obras de la carne: for-nicación, inmundicia, impudicia, lujuria,enemistades, disputas, envidias, ira, riñas,disensiones, herejías, homicidios, embria-gueces, glotonerías. Los que practicantales cosas no pueden entrar en el reinode Dios. Los frutos del espíritu son: cari-dad, gozo, paz, paciencia, benignidad,bondad, longanimidad, afabilidad, bondad,fe, mansedumbre, templanza. Contra és-tos no hay ley» (Gál 5,16-23).

«Caminad en espíritu». A esto tiende lapráctica penitencial de la Cuaresma. Sumisión consiste en libertar la naturalezahumana de la esclavitud de la sensualidady de las pasiones, para someterla al domi-nio de la gracia y de la vida del Espíritu.Siempre hemos de estar en actitud deconversión. San Clemente Romano dice:

«Recorramos todos los tiempos, y aprenda-mos cómo el Señor, de generación en generación,concedió un tiempo de penitencia a los que de-seaban convertirse a Él. Noé predicó la peniten-cia, y los que le escucharon se salvaron. Lo mis-mo Jonás... De la penitencia hablaron, inspiradospor el Espíritu Santo, los que fueron ministros dela gracia de Dios. Y el mismo Señor de todas lascosas habló también con juramento de la peniten-cia... Obedezcamos, por tanto, a su magnífico yglorioso designio, e, implorando con súplicas su

Cuaresma - Ceniza

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misericordia y benignidad, recurramos a su bene-volencia y convirtámonos, dejadas a un lado lasvanas obras, las contiendas, las envidias, que con-ducen a la muerte» (Carta a los Corintios 7,4-8–8,5-9).

–La Cuaresma es tiempo de renovacióncristiana, de reemprender el camino ini-ciado por nuestro bautismo, de dar, en elseguimiento de Cristo, un nuevo paso auna mayor perfección cristiana. Eso esprecisamente el Misterio Pascual, inicia-do en nosotros y a cuya celebración anualnos preparamos.

Encaja perfectamente el Salmo 1 a lalectura anterior: «Dichoso el hombre queno sigue el camino de los impíos, ni entrapor la senda de los pecadores, ni se sientaen la reunión de los cínicos, sino que sugozo es la ley del Señor, y medita su leydía y noche. Dichoso el hombre que hapuestos su confianza en el Señor. Serácomo un árbol, plantado al borde de laacequia; da fruto en su sazón, no se mar-chitan sus hojas. Cuanto emprende tienebuen fin... No así los impíos, no así: se-rán paja que arrebata el viento...»

–Lucas 9,22-25: El que pierda su vidapor mi causa la salvará. El verdadero dis-cípulo de Cristo ha de cargar con su cruzcada día, siguiéndolo. La Cuaresma pre-para al cristiano a revivir el misterio de lacruz. Morir a uno mismo es requisito paravivir la vida de la gracia santificante. Esseguir la senda que conduce a la vida eter-na. Así exhorta San León Magno:

«Es necesario, amadísimos, para adherirnosinseparablemente a este misterio [el de la cruz deCristo] hacer los mayores esfuerzos del alma ydel cuerpo; porque, si es malo permanecer ajenoa la solemnidad pascual, es aún peor asociarse ala comunidad de los fieles sin haber participadoantes en los sufrimientos de Cristo. El Señor hadicho: “quien no toma su cruz y me sigue no esdigno de Mí” (Mt 10,38).

«Y añade San Pablo: “si participamos en sussufrimientos, también participaremos en su Rei-

no” (Rom 8,17; 1 Tim 2,12). Así, pues, el mejormodo de honrar la pasión, muerte y resurrecciónde Cristo es sufrir, morir y resucitar con Él... Poreso, cuando alguien se da cuenta que sobrepasalos límites de las disciplina cristiana y que susdeseos van hacia lo que le haría desviar del cami-no recto, que recurra a la cruz del Señor y clave enella lo que le lleva a la perdición» (Sermón 70,19de la Pasión 4).

Viernes después de CenizaEntrada: «Escucha, Señor, y ten pie-

dad de mí; Señor, socórreme» (Sal 29,11).Colecta (del misal anterior y antes en

Gelasiano y Gregoriano): «Confírmanos,Señor, en el espíritu de penitencia con quehemos empezado la Cuaresma; y que laausteridad exterior que practicamos vayasiempre acompañada por la sinceridad decorazón».

Comunión: «Señor, enséñame tus ca-minos e instrúyeme en tus sendas» (Sal24,4).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor To-dopoderoso, que la participación en tussacramentos nos purifique de todos nues-tros pecados y nos disponga a recibir losdones de tu bondad».

–Isaías 58,1-9: ¿Es ése el ayuno que elSeñor desea? El ayuno no solo ha de con-sistir en comer menos, sino también yprincipalmente en no cometer pecados yhacer actos de caridad. Esto es constanteen los profetas y también en las enseñan-zas de Cristo (cf. Mt 6,1-6.16-18; 25,34-40). Dice San León Magno:

«No hay cosa más útil que unir los ayunossantos y razonables con la limosna. Ésta, bajo laúnica denominación de misericordia, contienemuchas y laudables acciones de piedad; de modoque, aunque las situaciones de fortuna sean des-iguales, pueden ser iguales las disposiciones deánimo de todos los fieles. Porque el amor quedebemos tanto a Dios como a los hombres no seve nunca impedido hasta tal punto que no puedaquerer lo que es bueno...

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«El que se compadece caritativamente de quie-nes sufren cualquier calamidad es bienaventura-do no solo en virtud de su benevolencia, sino porel bien de la paz. Las realizaciones del amor pue-den ser muy diversas, y así, en razón de la mismadiversidad, todos los buenos cristianos puedenejercitarse en ellas, no solo los ricos y pudientes,sino incluso los de posición media y aun los po-bres. De este modo, quienes son desiguales porsu capacidad de hacer la limosna, son semejantesen el amor y en el afecto con que la hacen» (Ser-món 6 de Cuaresma 1-2).

Y San Agustín:«Vuestros ayunos no sean como los que con-

dena el profeta (Is 58,5). Él fustiga el ayuno de lagente pendenciera; aprueba el de los piadosos;condena a quienes aprietan y busca a quien aflo-jan; acusa a los cizañeros, aprecia a los pacifica-dores. Éste es el motivo por el que en estos díasrefrenáis vuestros deseos de cosas lícitas, parano sucumbir ante lo ilícito. De esta forma, nues-tra oración, hecha con humildad y caridad, conayuno y limosnas, templanza y perdón, practi-cando el bien y no devolviendo mal por mal...,busca la paz y la consigue» (Sermón 206,3).

–El ayuno que Dios nos concede hacerconsiste en una total conversión en obrasbuenas, y no solo en palabras y ritos ex-ternos. Por no haber ayudado así en mu-chas ocasiones, hemos de confesar nues-tra culpa con gran arrepentimiento: el Sal-mo 50, que ya comentamos el Miércolespasado, expresa nuestra súplica de per-dón. Dice San León Magno:

«Porque es propio de la festividad pascual quetoda la Iglesia goce del perdón de los pecados, nosólo aquellos que renacen en el santo bautismo,sino también aquellos que, desde hace tiempo, seencuentran ya en el número de los hijos adoptivos.Pues, si bien los hombres renacen a la vida nuevaprincipalmente por el bautismo, como a todosnos es necesario renovarnos cada día de las man-chas de nuestra condición pecadora, y no hayquien no tenga que ser mejor en la escala de laperfección, debemos esforzarnos para que nadiese encuentre bajo el efecto de viejos vicios el díade la Redención» (Sermón 6 de Cuaresma,1-2).

–Mateo 9,14-15: Llegará un día en quese lleven al Esposo y entonces ayunarán.

El ayuno está relacionado con el tiempode la espera. Jesús mismo ha ayunado enel desierto, resumiendo en Sí la larga pre-paración de la humanidad en la instaura-ción del Reino. Cuando comienza el mi-nisterio público, Jesús puede decir contoda razón que el Reino ya está allí, queha llegado el Esposo, que sus discípulosno han de ayunar mientras Él viva.

El ayuno del Viernes Santo respondede modo especial a estas palabras de Je-sús: es el ayuno en el día en que Jesús,muerto en la Cruz, es arrebatado de entrelos suyos.

En nuestros días esperamos la venidadefinitiva del Esposo, al final de los tiem-pos, en la plenitud del Reino. La evoca-ción de los misterios redentores del Se-ñor es preparada como lo hicieron sus se-guidores. En los primeros tiempos, sóloel Viernes y Sábado Santos. Más tarde,se alargó a una semana y, posteriormen-te, a los cuarenta días de la Cuaresma.

En esta preparación se intensifican lasprácticas ascéticas de ayuno, abstinenciay otras penitencias. La abstinencia actualde los viernes de Cuaresma es por tantola preparación para la celebración de losmisterios de la Pasión, Muerte y Resu-rrección del Señor, y también actitud deespera de la llegada gloriosa de Jesucristoy la instauración de su Reino en el fin delmundo.

Sábado después de CenizaEntrada: «Respóndenos, Señor, con la

bondad de tu gracia; por tu gran compa-sión, vuélvete hacia nosotros, Señor» (Sal68,17).

Colecta (del misal anterior y antes delGregoriano): «Dios todopoderoso y eter-no, mira compasivo nuestra debilidad yextiende sobre nosotros tu mano podero-sa».

Cuaresma - Ceniza

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Comunión: Misericordia quiero, y nosacrificio –dice el Señor–; que no he ve-nido a llamar a los justos, sino a los peca-dores (Mt 9,13)

Postcomunión: Alimentados con el pande vida, te pedimos, Señor, que cuantohemos vivido y celebrado como misterioen esta Eucaristía, lo recibamos en el Cielocomo plenitud de salvación.

–Isaías 58,9-14: Cuando partas tu pancon el hambriento, brillará tu luz en lastinieblas. El profeta recoge algunas for-mas de proceder que manifiestan una au-téntica penitencia, fuente de luz y de ale-gría para quienes la practican.

Con las obras de caridad hacia los de-más hombres, nuestros hermanos, el cris-tiano sale, por la abnegación, de su egoís-mo, y ésta es la mejor conversión, la pe-nitencia que agrada a Dios. No son sóloobras de caridad las materiales, como lalimosna, la ayuda en la enfermedad y laancianidad, sino todas las que derivan delamor, como la disponibilidad, el servicioy la entrega. Dice San Gregorio Nacian-ceno:

«No consintamos, hermanos, en administrarde mala manera lo que, por don divino, se nos haconcedido... No nos dediquemos a acumular yguardar dinero, mientras otros tienen que lucharen medio de la pobreza...

«Imitemos aquella suprema y primordial leyde Dios que hace llover sobre justos y pecado-res, y hace salir igualmente el sol para todos; quepone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosquesa disposición de todos sus habitantes; el aire se loentrega a las aves y el agua a los que viven en ella,y a todos da con abundancia los subsidios parasu existencia, sin que haya autoridad de nadie quelos detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronte-ras que los separen; se lo entregó todo en común,con amplitud y abundancia y sin deficiencia algu-na. Así enaltece la uniforme dignidad de la natu-raleza con la igualdad de sus dones y pone demanifiesto las riquezas de su benignidad» (Ser-món 14, sobre el amor a los pobres, 23-25).

–El mismo Señor que nos invita a laconversión de nuestras obras nos prome-te, a cambio, ser nuestro Pastor. Con elSalmo 85 nos sentimos pobres y desam-parados; por eso acudimos a Dios. Él nosenseña el camino del bien obrar, del quenos ha hablado el profeta Isaías en la lec-tura anterior; caminando por él, alcanza-remos la meta final de la Patria eterna:

«Enséñame, Señor, tu camino, para quesiga tu verdad. Inclina tu oído, Señor, es-cúchame, que soy un pobre desampara-do, protege mi vida, que soy un fiel tuyo,salva a tu siervo, que confía en Ti. Túeres mi Dios; piedad de mí, Señor, que Tite estoy llamando todo el día; alegra elalma de tu siervo, pues levanto mi almahacia Ti. Porque Tú, Señor, eres bueno yclemente, rico en misericordia con los quete invocan. Señor, escucha mi oración,atiende a la voz de mi súplica.»

–Lucas 5,27-32: No he venido a lla-mar a los justos, sino a los pecadores aque se conviertan. En el evangelio de estedía Jesús invita explícitamente a la con-versión al publicano Leví. El Señor nosllama constantemente, pero de modo es-pecial en estos días de Cuaresma, a la con-versión, a un progreso mayor en nuestravida espiritual. Ante Dios todos somospecadores y todos necesitamos conver-tirnos. Comenta San Agustín:

«La voz del Señor llama a los pecadores paraque dejen de serlo, no sea que piensen los hom-bres que el Señor amó a los pecadores y optenpor estar siempre en pecado, para que Cristo losame. Cristo ama a los pecadores, como el médicoal enfermo: con vistas a eliminar la fiebre y asanarlo. No es su deseo que esté siempre enfer-mo, para tener siempre a quien visitar; lo quequiere es sanarlo.

«Por tanto, el Señor no vino a llamar a los jus-tos, sino a los pecadores, para justificar al im-pío... ¿No te llevará a la plenitud angélica desde lacercana condición humana, quien te transformóen lo contrario de lo que eras? Por tanto, cuando

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comiences a ser justo, comienzas ya a imitar lavida angélica, ya que cuando eras impío estabasalejado de la vida de ellos. Presenta la fe, te hacesjusto y te sometes a Dios, tú que blasfemabas, y,aunque estabas vuelto hacia las criaturas, deseasya al Creador» (Sermón 97 A,1).

1ª Semana de Cuaresma

DomingoEntrada: «Me invocará y le escucharé,

lo defenderé; lo saciaré de largos días»(Sal 90,15-16).

Colecta (Gelasiano): «Al celebrar un añomás la santa Cuaresma concédenos, Diostodopoderoso, avanzar en la inteligenciadel misterio de Cristo, y vivirlo en su ple-nitud».

Ofertorio (del misal anterior, y antes delGelasiano y Gregoriano): «Te rogamos,Señor, que nos prepares dignamente paraofrecer este sacrificio con el que inaugu-ramos la celebración de la Pascua»

Comunión: «No solo de pan vive elhombre, sino de toda palabra que sale dela boca de Dios» (Mt 4,4), o bien «El Se-ñor te cubrirá con sus plumas, bajo susalas te refugiarás» (Sal 90,4).

Postcomunión (composición nueva conelementos del Misal de Bobbio, siglo VIIy pasajes evangélicos –Mt 4,4; Jn 6,51–): «Después de recibir el pan del Cieloque alimenta la fe, consolida la esperanzay fortalece el amor, te rogamos, Diosnuestro, que nos hagas sentir hambre deCristo, pan vivo y verdadero, y nos ense-ñes a vivir constantemente de toda pala-bra que sale de tu boca».

1ª Semana de Cuaresma

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CICLO AEl mayor obstáculo para vivir una Cua-

resma cristiana es el orgullo del hombre,siempre dispuesto a desentenderse de Diosy de su voluntad amorosa, para autodi-vinizarse y determinar por sí mismo la leydel bien y del mal. La liturgia de hoy nosenseña a tomar el camino recto.

–Génesis 2,7-5–3,1-7: Creación y pe-cado de nuestros primeros padres. Fui-mos creados, por amor de Dios, para glo-rificar al Creador a través de las cosascreadas. Pero el pecado original, la so-berbia de Adán y Eva, trajo la degrada-ción de la naturaleza humana. ComentaSan Agustín:

«Se pasó por alto la amenaza de Dios y seprestó atención a la promesa del diablo. Pero laamenaza de Dios resultó ser verdadera y falso elengaño del diablo. ¿De qué le sirvió –os pregun-to– de qué le sirvió a la mujer decir: “la serpienteme indujo”, y al varón: “la mujer que me distecomo compañera me dio y comí“? ¿Acaso lesvalió la excusa y evitaron la condena?» (Sermón224).

–Seguimos pidiendo perdón al Señor conel Salmo 50, que ya comentamos el miér-coles de Ceniza.

–Romanos 5,12-19: Donde abundó elpecado, sobreabundó la gracia. Para re-generarnos, el amor de Dios nos ofrecióla redención en Cristo, el nuevo Adán.Todos hemos de convertirnos a Cristopara nuestra salvación. Comenta SanAgustín:

«Ved lo que nos dio a beber el hombre, ved loque bebimos de aquel progenitor, que apenas pu-dimos digerir. Si esto nos vino por medio del hom-bre, ¿qué nos llegó a través del Hijo del Hombre?(Rom 5,12-19)... Por aquél el pecado, por Cristola justicia. Por tanto, todos los pecadores perte-necemos al hombre y todos los justos al Hijo delHombre (Sermón 255,4). Como dice el Señor por

el profeta Isaías: «Vuestra salvación está enconvertiros y en tener calma; vuestra fuerza estáen confiar y en estar tranquilos. Pero el Señorespera para apiadarse, aguanta para compadecer-se; porque el Señor es un Dios recto: dichosos losque esperan en Él» (Is 30,15.18).

–Mateo 4,1-11: Jesús ayuna durantecuarenta días y es tentado. Jesús no sóloes el Salvador, en quien podemos confiar,sino también el modelo que nos enseña avencer en nosotros mismos toda tenta-ción degradante. San Agustín dice:

«Nuestra vida en medio de esta peregrinaciónno puede estar sin tentaciones, ya que nuestroprogreso se realiza precisamente a través de latentación, y nadie se conoce a sí mismo si no estentado, ni puede ser coronado si no ha vencido,ni vencer si no ha combatido, ni combatir si care-ce de enemigos y de tentaciones...

« Cristo nos incluyó en Sí mismo cuando quisoverse tentado por Satanás. Nos acaban de leerque Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar porel diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por eldiablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú,porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él proce-día para ti la salvación; de ti procedía la muertepara Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él losultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva,de ti para Él la tentación y de Él para ti la victoria.Si hemos sido tentados en Él, también en Él ven-cemos al diablo.

«¿Te fijas en que Cristo fue tentado y no tefijas en que venció? Reconócete a ti mismo tenta-do en Él, reconócete también vencedor en Él. Podíahaber evitado al diablo; pero, si no hubiese sidotentado no te habría aleccionado para la victoria,cuando tú fueras tentado» (Comentario sobre losSalmos, salmo 60,2-3).

CICLO BToda la historia de la salvación eviden-

cia el designio divino de purificarnos denuestros pecados y entablar con nosotrosuna alianza de salvación y de santidad. Lapenitencia cuaresmal tiene su origen en elejemplo personal de Cristo, quien, no obs-tante su absoluta santidad personal y para

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invitarnos personalmente con su ejemplo,consagró cuarenta días íntegros a la ora-ción, al ayuno y a la ascética penitencial.Hemos de estar persuadidos de que tene-mos necesidad de penitencia, si no que-remos anular en nosotros el fruto del sa-crificio redentor del Calvario.

–Génesis 9,8-15: Pacto de Dios conNoé, liberado de las aguas del diluvio.Tras el castigo purificador del diluvio,Dios volvió a proclamar su designio dealianza y salvación sobre la comunidadnuevamente regenerada y misteriosamenteseleccionada entre la humanidad pecado-ra: «Donde abundó el pecado, sobreabun-dó la gracia» (Rom 5,20).

Esta es la idea que parece enseñarnosla lectura del diluvio. El pecado lleva siem-pre a la destrucción; pero Dios tambiénestá siempre dispuesto a recrear al hom-bre, a renovarlo de modo que continúeviviendo en la justicia y santidad. Por esoDios se une a la humanidad con un pacto,la alianza, empeño que Dios tiene en fa-vor de los hombres.

Dios está cerca, como amigo que cuidadel destino del hombre y desea su plenarealización. Donde existió el pecado y lamuerte, ahora brilla el arco iris en el cielo,signo del Sol del Amor divino, que nocesará jamás de querer bien al hombre.Éste volverá una y otra vez al pecado,pero Dios se compadecerá siempre, per-donando y robusteciendo con su graciael alma del hombre, para que progrese ensantidad y en justicia. Para el pecador arre-pentido hay siempre una esperanza desalvación. La celebración cuaresmal noslo confirma en esta bella liturgia.

–Lo expresamos con el Salmo 32: «Lapalabra del Señor es sincera y todas susacciones son leales; Él ama la justicia y elderecho, y su misericordia llena la tierra.Los ojos del Señor están puestos en susfieles, en los que esperan en su miseri-

cordia, para librar sus vidas de la muertey redimirlos en el tiempo de hambre. No-sotros aguardamos al Señor: Él es nues-tro auxilio y escudo; que tu misericordia,Señor, venga sobre nosotros como lo es-peramos de Ti».

–1 Pedro 3,18-22: Aquello fue un sím-bolo del bautismo que ahora os salva. Porla muerte redentora de Cristo las aguasbautismales son, en los planes de Dios, elmedio sacramental que nos limpia denuestros pecados y nos incorpora a laIglesia, arca definitiva de salvación.

Podemos resumir la lectura anterior conesta afirmación: donde la mirada humanano ve más que el desfallecimiento del hom-bre, allí la visión cristiana toma el poder yla acción vivificadora de Dios, y actúacomo Cristo, que aceptó la muerte en lu-gar de los pecadores, para salvarlos, al-canzando así su propia glorificación. Lafe hace comprender que todos los con-dicionamientos y limitaciones humanasalcanzan un valor positivo cuando el hom-bre los acepta por amor a Dios, transfor-mándolos, con la gracia divina, en gestosconstructivos y salvíficos para sí y paralos demás, a ejemplo de Cristo.

–Marcos 1,12-15: Era tentado por Sa-tanás y los ángeles le servían. La conver-sión evangélica personal y la penitenciareformadora de nuestras vidas son tanimprescindibles, que sin ellas no puedehaber salvación para nosotros. El aval denuestra conversión es el Corazón del HijoRedentor. Comenta San Agustín:

«En el combate hasta la muerte está la victoriaplena y gloriosa. En efecto, las primeras tenta-ciones propuestas a nuestro Señor, el Rey de losmártires, fueron duras; en el pan, la concupis-cencia de la carne; en la promesa de reinos, laambición mundana, y en la curiosidad de la prue-ba, la concupiscencia de los ojos. Todas estascosas pertenecen al mundo, pero son cosas dul-ces, no crueles.

1ª Semana de Cuaresma

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«Mirad ahora al Rey de los mártires presen-tándonos ejemplos de cómo hemos de combatiry ayudando misericordiosamente a los comba-tientes. ¿Por qué permitió ser tentado, sino paraenseñarnos a resistir al tentador? Si el mundo tepromete el placer carnal, respóndele: “más delei-table es Dios”. Si te promete honores y dignida-des seculares, respóndele: “el Reino de Dios esmás excelso que todo”. Si te promete curiosida-des superfluas y condenables, respóndele: “sólola Verdad de Dios no se equivoca”» (Sermón384,5).

CICLO CLa oración es el primer paso para la re-

novación santificadora de las prácticascuaresmales. Es también la primera lec-ción que Cristo nos ofreció en su vidapública. Sus cuarenta días de oración, endiálogo entrañable con el Padre, fortale-cido con el Espíritu Santo, constituyen elejemplo a seguir en este santo tiempo deCuaresma. Si queremos tomar en serionuestra vocación y condición cristianas,si queremos salir victoriosos de la tenta-ción, debemos orar como Cristo hizo enel desierto.

–Deuteronomio 26,4-10: Profesión defe del pueblo escogido. Con la ofrendaanual de las primicias, Israel evocaba elacontecimiento más evidente de toda lahistoria de la salvación: que es siempre elamor de Dios el que toma la iniciativa paralibrarnos de toda esclavitud. En la ofren-da de las primicias el israelita declara lamotivación de su gesto ofertorial: el re-cuerdo de las intervenciones de Dios enfavor de sus padres y de todo el pueblo,que culminan con la entrega de la TierraPrometida.

Nosotros tenemos muchos motivos,más aún que los antiguos israelitas, paraalabar a Dios y ofrecerle toda nuestra vida:Él nos creó, pero más aún nos redimió,en prueba de su amor inmenso y gratuito,que está suscitando siempre nuestra co-

rrespondencia de amor, de adoración, deentrega total. Todo cuanto tenemos es deÉl, y nosotros, llenos de amor, se lo de-volvemos, con toda nuestra voluntad, li-bremente. Igual que el pueblo de Israel, ycon mayor razón, nosotros, que vivimosen la época de la técnica, del progreso ydel bienestar, debemos ofrecer a Diosnuestras cosas, y, sobre todo, nuestrasvidas.

–Con el Salmo 90 tenemos la seguri-dad de que Dios nos ayuda y nos pone alamparo de Cristo en la tentación, segúnla lectura evangélica de hoy: «Tú que ha-bitas al amparo del Altísimo, que vives ala sombra del Omnipotente, di al Señor:Refugio mío, Dios mío, confío en Ti. Nose te acercará la desgracia, ni la plaga lle-gará hasta tu tienda, porque a sus ángelesha dado órdenes para que te guarden entus caminos. Te llevarán en su palmas,para que tu pie no tropiece en la piedra;caminarás sobre áspides y víboras, piso-tearás leones y dragones. Se puso junto amí; lo librarás; lo protegeré porque cono-ce mi nombre, me invocará y lo escucha-ré. Con él estaré en la tribulación, lo de-fenderé, lo glorificaré».

–Romanos 10, 8-13: Profesión de fe delque cree en Jesucristo. Por la fe en Cristonos es posible a todos los hombres la re-generación y la reconciliación con Diosentre nosotros mismos. San Agustín co-menta este pasaje:

«Creamos en Cristo crucificado, pero resucita-do al tercer día. Esta fe, la fe por la cual creemosque Cristo resucitó de entre los muertos es la quenos distingue de los paganos... El Apóstol dice:“Pues si crees en tu corazón que Jesús es el Señory confiesas con tu boca que Dios lo resucitó deentre los muertos, te salvarás” (Rom 10,9). Creeden vuestro corazón... Pero sea vuestra fe la de loscristianos, no la de los demonios...

«Pregunta a un pagano si fue crucificado Cris-to. Te responderá: “Ciertamente”. Pregúntale siresucitó y te lo negará. Pregunta a un judío si fue

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crucificado Cristo y te confesará el crimen de susantepasados. Pregúntale, sin embargo, si resucitóde entre los muertos; lo negará, se reirá y te acu-sará. Somos diferentes... Si nos distinguimos enla fe, distingámonos, de igual manera, en las cos-tumbres, en las obras, inflamándonos la caridad»(Sermón 234,3).

–Lucas 4,1-13: Jesús fue conducido porel Espíritu en el desierto y tentado por eldiablo. El naturalismo de la vida, las am-biciones del corazón y el orgullo idolátricoson las tres tentaciones que nos acechana diario y que Cristo Jesús nos enseñó asuperar con su propio ejemplo redentor.

San Agustín afirma que el diablo se sir-vió de la Escritura para tentar a Cristo yel Señor también le respondió con la Es-critura (cf. Sermón 313 E,4). En todotiempo, como individuos y como colecti-vidad, estamos sujetos a la tentación deservirnos del poder, del prestigio, de laorganización, del privilegio, de las rique-zas..., para imponernos a los demás ysubyugarlos.

Hemos de estar alerta y superar todaslas dificultades que se nos presentan ennuestro caminar hacia Dios, sobre todoen este tiempo de Cuaresma, tan apropia-do para la revisión de vida, para cambiarde mentalidad, para el dolor de nuestrospecados .

LunesEntrada: «Como están los ojos de los

esclavos fijos en las manos de sus seño-res, así están nuestros ojos en el Señor,Dios nuestro, esperando su misericordia.Misericordia, Señor, misericordia» (Sal122,2-3).

Colecta (del misal anterior, y antes delGregoriano y Gelasiano): «Conviértenosa Ti, Dios salvador nuestro; ilumínanoscon la luz de tu palabra, para que la cele-bración de esta Cuaresma produzca en no-sotros sus mejores frutos».

Comunión: «Os aseguro, dice el Señor,que cada vez que lo hicisteis con uno deestos, mis humildes hermanos, conmigolo hicisteis. Venid vosotros, benditos demi Padre; heredad el Reino preparado paravosotros desde la creación del mundo»(Mt 25,40.34).

Postcomunión: «Concédenos experi-mentar, Señor Dios nuestro, al recibir tuEucaristía, alivio para el alma y para elcuerpo; y así, restaurada en Cristo la in-tegridad de la persona, podremos gloriar-nos de la plenitud de tu salvación».

–Levítico 19,1-2.11-18: Juzgarás conjusticia a tu prójimo. Dios dio al puebloelegido un código de santidad y de justi-cia: «Seréis santos porque yo, vuestroDios, soy santo». Muchas prescripcionesdel Antiguo Testamento siguen siendoválidas para nosotros, como las de estalectura; hemos de cumplirlas con mayorrazón que los antiguos, porque tenemosla perfección y la ayuda sobrenatural con-tenida en el Nuevo Testamento.

El concepto de santidad es del todotranscendente, único, distante. No pode-mos llegar jamás a la santidad de Dios. Éles absolutamente Otro, Separado, Único.Pero hemos de acercarnos lo más posiblepara tratar con Él. Cristo vino a enseñar-nos el camino más seguro para ello, quees el amor. Este amor no es cosa nuestra,sino que ha sido infundido por Dios mis-mo en nuestra alma: «El amor de Dios hasido derramado en vuestros corazones porel Espíritu Santo que nos ha sido dado»(Rom 5,5).

Este amor se manifiesta en nuestras re-laciones con los demás hombres, comose indica en esta misma lectura y es unsigno de la santidad, como aparece enDios mismo, según el profeta Oseas: «Noejecutaré el ardor de mi cólera, porque yosoy Dios y no hombre; en medio de ti, Yoel Santo» (11,9). La tendencia a la santi-

1ª Semana de Cuaresma

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dad ha de ser nuestra tarea principal. DiceCasiano:

«Este debe ser nuestro principal objetivo y eldesignio constante de nuestro corazón; que nues-tra alma esté continuamente unida a Dios y a lascosas divinas. Todo lo que se aparte de esto, porgrande que pueda parecernos, ha de tener en no-sotros un lugar secundario, por el último de to-dos. Incluso hemos de considerarlo como un dañopositivo» (Colaciones 1).

Y San Agustín:«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón

está inquieto hasta que descanse en ti» (Confe-siones 1,1).

–El Señor quiere que no sólo estemosatentos a su ley, sino que la contemple-mos y hagamos de ella nuestro alimentocotidiano, nuestra delicia. Por ese cami-no alcanzaremos la santidad.

Para esto nos resulta utilísimo meditarcon el Salmo 18: «Tus palabras, Señor,son espíritu y vida. La ley del Señor esperfecta y es descanso del alma; el pre-cepto del Señor es fiel e instruye al igno-rante. Los mandatos del Señor son rec-tos y alegran el corazón; la norma del Se-ñor es límpida y da luz a los ojos. La vo-luntad del Señor es pura y eternamenteestable; los mandamientos del Señor sonverdaderos y enteramente justos. Que teagraden las palabras de mi boca, y lleguea tu presencia el meditar de mi corazón,Señor, Roca mía, Redentor mío».

–Mateo 25,31-46: Lo que hiciste a unode estos mis hermanos, conmigo lo hicis-te. El gran signo de la verdadera santidades el amor a Dios y al prójimo. Es tantrascendental ver al Señor en el prójimo,que nuestro encuentro definitivo con Élversará sobre la manera en que lo hemosvivido a través del prójimo. Es lo que diceSan Juan de la Cruz: «en el atardecer denuestra vida seremos examinados sobreel amor». En nuestro caminar hacia Diosen este mundo, el incumplimiento de esteprecepto nos hace caminar en tinieblas y

nos imposibilita la participación en la ce-lebración del Sacramento del Amor. Co-menta San Agustín:

«Recordad, hermanos, lo que ha de decir a losque están a la derecha. No les dirá: “hiciste esta oaquella obra grande”, sino: “tuve hambre y medisteis de comer”; a los que están a la izquierdano les dirá: “hicisteis ésta o aquélla obra mala”,sino: “tuve hambre y no me disteis de comer.”Los primeros, por su limosna irán a la vida eter-na; los segundos por su esterilidad, al fuego eter-no, Elegid ahora el estar a la derecha o a la izquier-da» (Sermón 204,10).

En otro lugar dice:«Nadie tema dar a los pobres; no piense nadie

que quien recibe es aquél cuya mano ve. Quienrecibe es el que te mandó dar. Y no decimos estoporque así nos parece por conjetura humana; es-cúchale a Él que te aconseja y te da seguridad enla Escritura. Tuve hambre y me diste de comer...(Sermón 86,3).

MartesEntrada: Señor, Tú has sido nuestro

refugio de generación en generación. Des-de siempre y por siempre Tú eres Dios(Sal 89,1-2).

Colecta (del misal anterior, y antes delGregoriano): Señor, mira con amor a tufamilia, y a los que moderan su cuerpocon la penitencia, aviva en su espíritu eldeseo de poseerte.

Comunión: Escúchame cuando te in-voco, Dios, defensor mío; Tú, que en elaprieto me diste anchura, ten piedad demí y escucha mi oración (Sal 4,2).

Postcomunión: Que esta Eucaristía nosayude, Señor, a vencer nuestro apego alos bienes de la tierra y a desear los bie-nes del Cielo.

–Isaías 55,10-11: Mi palabra no volve-rá a Mí vacía, sino que hará mi volun-tad. Hemos de recibir la palabra de Dioscon generosidad y colaborar con ella paraque dé fruto abundante de santidad en no-

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sotros y en los demás. Vino, primero porlos profetas, luego por el Bautista y, final-mente, por el mismo Cristo: «Muchasveces y en muchas ocasiones habló Diosa nuestros Padres por ministerio de losprofetas, últimamente, en estos días, noshabló por su Hijo»: (Heb 1,1). Así comen-ta San Asterio, obispo de Amasea:

«Si pensáis emular a Dios, puesto que habéissido creados a su imagen, imitad su ejemplo. Vo-sotros, que sois cristianos, que con vuestro mis-mo nombre estáis proclamando la bondad, imitadla caridad de Cristo...

«Pensad en los tesoros de su benignidad, pueshabiendo de venir como hombre a los hombres,envió previamente a Juan como heraldo y ejem-plo de penitencia y, por delante de Juan, envió atodos los profetas, para que indujeran a los hom-bres a convertirse, a volver al buen camino y avivir una vida fecunda.

«Luego se presentó Él mismo y clamaba consu propia voz: “Venid a Mí todos los que estáiscansados y agobiados y yo os aliviaré”. ¿Y cómoacogió a los que escucharon su voz? Les concedióun pronto perdón de sus pecados, y los libró enun instante de sus ansiedades. La palabra los hizosantos, el Espíritu los confirmó, el hombre viejoquedó sepultado en el agua, el hombre nuevo flo-reció por la gracia. ¿Y qué ocurrió a continua-ción? El que había sido enemigo se convirtió enamigo, el extraño resultó ser hijo, el profano vinoa ser sagrado y piadoso» (Homilía 13).

En este tiempo cuaresmal hemos de leercon más frecuencia la Sagrada Escrituray escuchar en los sermones y pláticas elmensaje de Dios a nuestra alma y ponerloen práctica. Así la Palabra de Dios novolverá a Él vacía.

–Con el Salmo 33 invocamos al Señoren nuestra pobreza y angustia, pues Él essiempre rico y generoso para los que loinvocan con fe: «Proclamad conmigo lagrandeza del Señor, ensalcemos juntos sunombre. Yo consulté al Señor y me res-pondió, me libró de todas mis ansias.Contempladlo y quedaréis radiantes, vues-tro rostros no se avergonzará. Si el afligi-do invoca al Señor, Él lo escucha y lo

salva de sus angustias. Los ojos del Se-ñor miran a los justos, sus oídos escu-chan sus gritos; pero el Señor se enfrentacon los malhechores para borra de la tie-rra su memoria. Cuando uno grita, el Se-ñor lo escucha y lo libra de sus angustias;el Señor está cerca de los abatidos».

–Mateo 6,7-15: Vosotros rezad así. Laoración ocupa un puesto privilegiado enla Cuaresma. Tenemos necesidad de orar.El Señor nos dio ejemplos de oración ynos enseñó el modo de hacerlo. Pasabalas noches en oración, nos dice el Evan-gelio. Oigamos a San Cipriano:

«Los preceptos evangélicos, queridos herma-nos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas,fundamentos que edifican la esperanza, cimien-tos que corroboran la fe, alimentos del corazón,garantía para la obtención de la salvación: ellosinstruyen en la tierra a las mentes dóciles de loscreyentes y los conducen a los reinos celestia-les...

«El Hijo de Dios, entre todos los demás salu-dables consejos y divinos preceptos con los queorientó a su pueblo para la salvación, le enseñótambién la manera de orar, y, a su vez, Él mismonos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamosque pedir. El que nos dio la vida nos enseñó tam-bién a orar, con la misma benignidad con la que day otorga todo lo demás, para que fuésemos escu-chados con más facilidad, al dirigirnos al Padrecon la misma oración que el Hijo nos enseñó.

«...¿pues qué oración más espiritual puede ha-ber que la que nos fue dada por Cristo, por quiennos fue enviado también el Espíritu Santo, y quéplegaria más verdadera ante el Padre que la quebrotó de los labios del Hijo, que es la Verdad?...Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios,nuestro Maestro, nos enseñó. A Dios le resultaamiga y familiar la oración que se le dirige con susmismas palabras, la misma oración de Cristo, quellega a sus oídos» (Tratado sobre el Padrenues-tro 1-3).

MiércolesEntrada: «Recuerda, Señor, que tu ter-

nura y tu misericordia son eternas, pueslos que esperan en Ti no quedan defrau-

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dados. Salva, oh Dios, a Israel de todostus peligros» (Sal 24,6.3.22).

Colecta (del Misal anterior y antes delGelasiano y Gregoriano): «Señor, miracomplacido a tu pueblo, que desea entre-garse a Ti con una vida santa; y a los quemoderan su cuerpo con la penitencia,transfórmales interiormente mediante elfruto de las buenas obras».

Comunión: «Que se alegren los que seacogen a Ti con júbilo eterno; protégelospara que se llenen de gozo» (Sal 5,12).

Postcomunión: «Tú, Señor, que no ce-sas de invitarnos a tu mesa, concédenosque este banquete en el que hemos parti-cipado sea para nosotros fuente de vidaeterna».

–Jonás 3,1-10: Los habitantes de Nínivese arrepintieron de su mala conducta. Esuna lectura con gran valor teológico so-bre el perdón de los pecados. Gran con-traste entre Israel, el pueblo elegido, queno escucha a los profetas y es castigado,y Nínive, ciudad pagana, que escucha aJonás y hace penitencia, obteniendo el per-dón de sus pecados. Escuchemos a SanClemente Romano:

«Fijemos con atención nuestra mirada en lasangre de Cristo y reconozcamos cuán preciosaha sido a los ojos de Dios, su Padre, pues, derra-mada por nuestra salvación, alcanzó la gracia dela penitencia para todo el mundo.

«Recorramos todos los tiempos y aprendamoscómo el Señor, de generación en generación, con-cedió un tiempo de penitencia a los que deseabanconvertirse a Él. Noé predicó la penitencia y losque lo escucharon se salvaron. Jonás anunció alos ninivitas la destrucción de su ciudad, y ellos,arrepentidos de sus pecados, pidieron perdón aDios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la indul-gencia, a pesar de no ser de no ser del puebloelegido. De la penitencia hablaron inspirados porel Espíritu Santo, los que fueron ministros de lagracia de Dios.

«Y el mismo Señor de todas las cosas hablótambién, con juramento, de la penitencia: “Pormi vida, oráculo del Señor, que no quiero la muer-

te del pecador, sino que cambie de conducta“. Yañade aquella hermosa sentencia: “Cesad de obrarel mal, casa de Israel. Di a los hijos de mi pueblo:Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo,aunque sean como púrpura y rojos como escarla-ta, si os convertís a Mí de todo corazón y decís:`Padre´; os escucharé como a mi pueblo santo”.

«Queriendo, pues, el Señor que todos los queÉl ama tengan parte en la penitencia, lo confirmóasí con su omnipotente voluntad» (Carta a losCorintios 7,4–8,3).

–Una vez más utilizamos el Salmo 50 –que ya comentamos el Miércoles de Ce-niza–, texto magnífico para expresar elarrepentimiento de los pecados. Conver-tíos a Mí de todo corazón en ayunos ylágrimas y llantos, dice el Señor. Rasgadvuestros corazones y convertíos al Se-ñor, porque Él es benigno y misericor-dioso, paciente y bondadoso y siempredispuesto a perdonar el mal... Perdona,Señor, perdona a tu pueblo y no des aloprobio tu heredad (cf. Joel)

Dios quiere la penitencia. Una peniten-cia cordial y sincera. Quiere el arrepenti-miento, la contrición, pero también lasobras externas de mortificación y de ejer-cicio de la virtud de caridad.

–Lucas 11,29-32: A esta generación nose le dará otro signo que el de Jonás. A lolargo de la Cuaresma todos somos invita-dos a la penitencia y a la conversión. Co-menta San Agustín:

«Jonás anunció no la misericordia, sino la ira,que era inminente... Solamente amenazó con ladestrucción y la proclamó; no obstante, ellos, sinperder la esperanza en la misericordia de Dios, seconvirtieron a la penitencia y Dios los perdonó.Mas, ¿qué hemos de decir? ¿Que el profeta min-tió? Si lo entiendes carnalmente, parece haber di-cho algo que fue falso; pero, si lo entiendes espi-ritualmente, se cumplió lo que predijo el profeta.Nínive, en efecto, fue derruida.

«Prestad atención a lo que era Nínive y vedque fue derruida. ¿Qué era Nínive? Comían, be-bían, compraban, vendían, plantaban, edificaban;se entregaban al perjurio, a la mentira, a la em-briaguez, a los crímenes, a toda clase de corrup-

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ción. Así era Nínive. Fíjate cómo es ahora: lloran,se duelen, se contristan en el cilicio y la ceniza, enel ayuno y en la oración. ¿Dónde está aquella otraNínive? Ciertamente ha sido derruida, porque susacciones ya no son las de antes» (Sermón 361,2).

JuevesEntrada: «Señor, escucha mis palabras,

atiende a mis gemidos, haz caso de misgritos de súplica. Rey mío y Dios mío»(Sal 5,2-3)

Colecta (del Misal anterior y antes delGelasiano y Gregoriano): «Concédenos lagracia, Señor, de pensar y practicar siem-pre el bien, y, pues sin Ti no podemos niexistir ni ser buenos, haz que vivamossiempre según tu voluntad».

Comunión: «Quien pide, recibe; quienbusca, encuentra; y al que llama, se leabre» (Mt 7,8).

Postcomunión: «Señor, Dios nuestro,concédenos que este sacramento, garan-tía de nuestra salvación, sea nuestro auxi-lio en esta vida y nos alcance los bienesde la vida futura».

–Ester 14,3-5,12-14: No tengo otro de-fensor que tú. La súplica de Ester, en unmomento de gran peligro, es modelo parala oración cristiana. Comienza confesan-do la soberanía única, exclusiva, de Diossobre todo lo que existe. Luego apela a sumisericordia, según la cual eligió a Israelcomo heredad suya; finalmente, pide laprotección de Dios en momento tan difí-cil para ella y para su pueblo. ComentaSan Juan Crisóstomo:

«El mismo bien está en la plegaria y en el diálo-go con Dios, porque equivale a una íntima unióncon Él; y así, como los ojos del cuerpo se ilumi-nan cuando contemplan la luz, así también el almadirigida hacia Dios se ilumina con inefable luz.Una plegaria, por supuesto, que no sea de rutina,sino hecha con el corazón, que no está limitada aun tiempo concreto o a unas horas determinadas,sino que se prolonga día y noche sin interrup-ción.

«Conviene, en efecto, que elevemos la mente aDios no sólo cuando nos dedicamos expresamen-te a la oración, sino también cuando atendemos aotras ocupaciones, como el cuidado de los po-bres o las útiles tareas de la munificencia, en to-das las cuales debemos mezclar el anhelo y elrecuerdo de Dios; de modo que todas nuestrasobras, como si estuvieran condimentadas con lasal del amor de Dios, se convierten en un alimen-to dulcísimo para el Señor. Pero sólo podremosdisfrutar perpetuamente de la abundancia que deDios brota, si le dedicamos mucho tiempo.

«La oración es luz del alma, verdadero conoci-miento de Dios, mediadora entre Dios y los hom-bres. Hace que el alma se eleve hasta el cielo yabrace a Dios con inefables abrazos... Por la ora-ción el alma expone sus propios deseos y recibedones mejores que toda la naturaleza visible» (Ho-milía 6, sobre la oración).

–Con el Salmo 137 expresamos la con-fianza y seguridad que tenemos en Dioscuando nos dirigimos a Él en la oración:«Te doy gracias, Señor, de todo corazón,delante de los ángeles tañeré para Ti. Mepostraré hacia tu santuario. Daré graciasa tu nombre. Por tu misericordia y leal-tad. Cuando te invoqué me escuchaste,acreciste el valor de mi alma. Extiendestu brazo contra la ira de mi enemigo. ElSeñor completará sus favores conmigo:Señor, tu misericordia es eterna, no aban-dones la obra de tus manos».

Sigue diciendo San Juan Crisóstomo:«Pues la oración se presenta ante Dios como

venerable intermediario. Alegra nuestro espírituy tranquiliza sus afectos... La oración es un de-seo de Dios, una inefable piedad, no otorgada porlos hombres, sino concedida por la gracia divi-na... El don de semejante súplica, cuando Dios lootorga a alguien, es una riqueza inagotable y unalimento celestial que satura el alma; quien lo sa-borea se enciende en un deseo indeficiente delSeñor, como en un fuego ardiente que inflama sualma» (ibid.).

–Mateo 7,7-12: Quien pide, recibe. Je-sús invita a sus discípulos a practicar laoración. La eficacia de la oración se fun-da en la condición paternal del Padre «que

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está en los cielos». Seguimos con SanJuan Crisóstomo:

«Cuando quieres reconstruir en ti aquella mo-rada que Dios se edificó en el primer hombre,adórnate con la modestia y la humildad y hazteresplandeciente con la luz de la justicia; decora tuser con la fe y la grandeza de alma, a manera demuros y piedras; y, por encima de todo, comoquien pone la cúspide para coronar un edificio,coloca la oración, a fin de preparar a Dios unacasa perfecta y poderle recibir en ella como sifuera una mansión regia y espléndida, ya que,por la gracia divina, es como si poseyeras la mis-ma imagen de Dios colocada en el templo de tualma» (ibid.).

El Espíritu mismo intercede por noso-tros con gemidos inefables, ya que noso-tros no sabemos pedir lo que nos convie-ne, como dice San Pablo.

ViernesEntrada: «Señor, ensancha mi corazón

oprimido y sácame de mis tribulaciones.Mira mis trabajos y mis penas y perdonatodos mis pecados» (Sal 24,17-18).

Colecta (del Veronense y Gelasiano):«Que tu pueblo, Señor, como preparacióna las fiestas de Pascua, se entregue a laspenitencias corporales, y que nuestra aus-teridad comunitaria sirva para la renova-ción espiritual de tus fieles».

Comunión: «No me complazco en lamuerte del pecador –dice el Señor– sinoen que se convierta y viva» (Ez 33,11).

Postcomunión: «Señor, que esta Euca-ristía nos renueve, y, purificándonos dela corrupción del pecado, nos haga entraren comunión con el misterio que nos sal-va».

–Ezequiel 18,21-28: ¿Acaso quiero yola muerte del malvado y que no se con-vierta de su camino y viva? Cada uno esresponsable ante Dios. Por eso se invitauna vez más a la conversión y al cambiode vida, tan apropiado en este tiempo de

Cuaresma, pues la eficacia de la auténticapenitencia es la conversión personal delcorazón a Dios.

Pero podemos y debemos orar por laconversión de los demás. La penitenciadebe restablecer de nuevo el orden altera-do, haciendo desaparecer nuestro aleja-miento de Dios y nuestro apego desorde-nado a las criaturas. El alma debe retor-nar a Dios por el arrepentimiento: «Con-vertíos a Mí de todo corazón».

A la conversión interior deben acompa-ñar las obras externas de penitencia, lamortificación, que tiene muchos aspec-tos: ayuno, abstinencia, abnegación, pa-ciencia... realizadas con gran discreción,sin hacer alardes de personas austeras.

El cristianismo es la religión de la inte-rioridad, no de la ostentación y vana apa-riencia ante los hombres. La piedad cris-tiana tiene por único objeto a Dios y a suvoluntad. Y el fundamento de esta piedades el amor. La conversión ha de mostrar-se en las buenas obras: ser más caritati-vos, más serviciales, más cariñosos, másamables, más desprendidos, más bonda-dosos. Dice San Clemente Romano:

«Seamos humildes, deponiendo toda jactancia,ostentación e insensatez, y los arrebatos de laira... Como quiera, pues, que hemos participadode tantos y tan grandes y tan ilustres hechos,emprendamos otra vez la meta de la paz que nosfue anunciada desde el principio y fijemos nues-tra mirada en el Padre y Creador del universo,acogiéndonos a los magníficos y superabundan-tes dones y beneficios de su paz» (Carta a losCorintios 19,2).

–Dios no quiere la muerte del pecador,sino que se convierta y que viva. La con-versión es siempre posible y Dios actúapara que se realice. Por muy abrumadosque nos veamos por nuestras culpa, nun-ca hemos de desesperar de la misericor-dia del Señor. Con el Salmo 129 expresa-mos esa confianza: «Desde lo hondo a tigrito, Señor; Señor, escucha mi voz; es-

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tén tus oídos atentos a la voz de mi súpli-ca. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,¿quién podrá resistir? Pero de ti procedeel perdón y así infundes respeto. Mi almaespera en el Señor, espera en su palabra;mi alma aguarda al Señor, más que el cen-tinela la aurora; porque del Señor viene lamisericordia, la redención copiosa; y Élredimirá a Israel de todos sus delitos».

Reconozcámonos y sintámonos íntima-mente unidos e identificados con nues-tros hermanos y hermanas en Cristo, ypidamos todos por cada uno y cada unopor todos.

–Mateo 5,20-26: Vete primero a recon-ciliarte con tu hermano. El arrepentimientodel cristiano se demuestra ante todo en eldeseo de practicar la justicia. La Cuares-ma es el tiempo más edecuado para el per-dón de las injurias y para la reconcilia-ción. No es posible tener odio al hermanoy participar en la Eucaristía, sacramentodel Amor.

Esta doctrina pasó desde el Evangelio ala literatura cristiana. Ya aparece en el li-bro más antiguo del cristianismo, no bí-blico, la Didajé, de fines del siglo prime-ro. Y así se ha seguido enseñando en laIglesia hasta nuestros días. San LeónMagno lo expone con frecuencia en sussermones de Cuaresma. En el dice:

«Vosotros, amadísimos, que os disponéis paracelebrar la Pascua del Señor, ejercitaos en los san-tos ayunos, de modo que lleguéis a la más santade todas las fiestas libres de toda turbación. Ex-pulse el amor de la humildad el espíritu de lasoberbia, fuente de todo pecado, y mitigue lamansedumbre a los que infla el orgullo. Los quecon sus ofensas han exasperado los ánimos, re-conciliados entre sí, busquen entrar en la unidadde la concordia. No volvais mal por mal, sinoperdonaos mutuamente, como Cristo nos ha per-donado (Rom 12,17). Suprimid las enemistadeshumanas con la paz...

«Nosotros, que diariamente tenemos necesi-dad de los remedios de la indulgencia, perdone-

mos sin dificultad las faltas de los otros. Si deci-mos al Señor, nuestro Padre: “perdónanos nues-tras ofensas, como nosotros perdonamos a losque nos ofenden” (Mt 6,12), es absolutamentecierto que, al conceder el perdón a las ofensas delos otros, nos disponemos nosotros mismos paraalcanzar la clemencia divina» (Sermón 6,3 deCuaresma).

SábadoEntrada: «La Ley del Señór es perfec-

ta y es descanso del alma; el precepto delSeñor es fiel e instruye al ignorante» (Sal18,8).

Colecta (Veronense): «Dios, Padre eter-no, vuelve hacia Ti nuestros corazones,para que, consagrados a tu servicio, nobusquemos sino a Ti, lo único necesario,y nos entreguemos a la práctica de lasobras de misericordia».

Comunión: «Sed perfectos, como vues-tro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).

Postcomunión: «Asiste, Señor, con tuayuda continua, a los que alimentas conla Eucaristía; y a cuantos has iluminadocon el don de tu palabra, acompáñalessiempre con el consuelo de tu gracia».

–Deuteronomio 26,16-19: Serás unpueblo consagrado al Señor tu Dios. Paraesto es necesario cumplir en todo momen-to la ley del Señor, su voluntad. Dios exi-gió a su pueblo elegido, por la alianza, lafidelidad, la adhesión total cuyo signo esla obediencia a sus mandatos. La recom-pensa a esa fidelidad era precisamente serel pueblo santo del Señor.

La alianza es una realidad siempre ac-tual. No se trata de vivir dentro de la eco-nomía antigua; pero el pasado nos sirvepara definir mejor el presente, puesto quelas maravillas pasadas no cesan de reno-varse en la actualidad.

En cada uno de los fieles vuelve a acti-varse el drama del desierto, con sus be-

1ª Semana de Cuaresma

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neficios y sus murmuraciones, sus ben-diciones y sus alternativas; a cada uno lecorresponde, por tanto escoger entreamar a Dios y obedecerle o desobede-cerle y olvidarle. La recompensa prome-tida por Dios a quienes le sirven y le obe-decen es la vida feliz y la gloria. Así pues,la ley no es tanto una serie de preceptoscuanto una actitud religiosa: «Yo seré parati tu Dios y tú serás para Mí mi pueblo».

El cristiano no puede dar razón de sufe sino poniendo de manifiesto en su com-portamiento presente la referencia a unacontecimiento original, que es la gratui-dad de la elección de Dios en Jesucristo,lugar de la nueva alianza y cumplimientode la promesa. San Ireneo dice:

«Quienes se hallan en la luz no son los queiluminan a la luz, sino que es ésta la que los ilumi-na a ellos; ellos no dan nada a la luz sino quereciben su beneficio, pues se ven iluminados porella. Así sucede con el servir a Dios, que a Diosno le da nada, ya que Dios no tiene necesidad delos servicios humanos; Él, en cambio, otorga lavida, la incorrupción, la gloria eterna a los que lesiguen y le sirven» (Contra las herejías 4,14,1).

–Dios nos pide que guardemos sus pre-ceptos, que sigamos sus caminos, puesello redunda en bien nuestro. Así nos loconfirma el Salmo 118: «Dichoso el que,con vida intachable, camina en la volun-tad del Señor; dichoso el que, guardandosus preceptos, lo busca de todo corazón.Tú promulgas tus decretos, para que seobserven exactamente; ojalá esté firmemi camino, para cumplir tus consignas.Te alabaré con sincero corazón, cuandoaprenda tus justos mandamientos; quieroguardar tus leyes exactamente, Tú no meabandones».

San Ireneo continúa diciendo: «Ni nos mandó que lo siguiéramos porque ne-

cesitase de nuestro servicio, sino para salvarnosa nosotros mismos. Porque seguir al Salvadorequivale a participar de la salvación y seguir a laluz es lo mismo que quedar iluminado... Por eso

Él requiere de los hombres que lo sirvan, parabeneficiar a los que perseveran en su servicio, yaque Dios es bueno y misericordioso. Pues en lamisma medida en que Dios no carece de nada, elhombre se halla indigente de la comunión conDios.» (Ibid.)

–Mateo 5,43-48: Sed perfectos comovuestro Padre celestial es perfecto. La leysuprema de Dios, que ya vimos se en-cuentra en el Antiguo Testamento: «sedsantos como santo soy yo» se confirmaaún más en el Nuevo Testamento, con Je-sucristo, que nos dice que imitemos anuestro Padre celestial, que es perfecto.La perfección de la caridad se manifiestaante todo en el amor a los enemigos. Co-menta San Agustín:

«Comprende las circunstancias y sé prudente.¿Cuántos blasfeman contra tu Dios? Oyéndolotú, ¿no lo oye Él? Lo sabes tú, y ¿lo ignora Él? Ycon todo hace salir el sol sobre los buenos y losmalos, y hace llover sobre los justos e injustos(Mt 5,45). Muestra su paciencia, difiriendo elejercicio de su poder. Reconoce tú también lascircunstancias y no dejes que los ojos se encien-dan enojados... Tienes algo que hacer. Evita losaltercados y dedícate a la oración. No devuelvasinsulto por insulto, antes bien ora por quien teinsulta. Ya que le quieres, habla a Dios por él...Abre tú los ojos a la luz; tú, envuelto en tinieblas,reconoce al hermano que está fuera de ellas... Anteel Padre tenemos una sola voz: “Padre nuestroque estás en los cielos...” ¿Por qué no tener tam-bién una misma paz?» (Sermón 357,4).

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2ª Semana de Cuaresma

DomingoEntrada: «Oigo en mi corazón: “Bus-

cad mi rostro”. Tu rostro buscaré, Se-ñor; no me escondas tu rostro» (Sal 26,8-9). «Recuerda, Señor, que tu ternura y tumisericordia son eternas, pues los que es-peran en Ti no quedan defraudados, mien-tras el fracaso malogra a los traidores.Salva, oh Dios, a Israel, de todos sus pe-ligros» (Sal 24,6.3.22).

Colecta (nueva composición, inspiradaen la antigua liturgia hispánica o mozá-rabe): «Señor, Padre santo, tú que noshas mandado escuchar a tu Hijo, el Predi-lecto, alimenta nuestro espíritu con tu Pa-labra; así, con mirada limpia, contempla-remos gozosos la gloria de tu rostro».

Ofertorio: «Te pedimos, Señor, que estaoblación borre todos nuestros pecados,santifique los cuerpos y las almas de tussiervos y nos prepare a celebrar digna-mente las fiestas pascuales»

Comunión: «Éste es mi Hijo, el Ama-do, mi Predilecto. Escuchadle» (Mt 17,5).

Postcomunión (del Gelasiano): «Te da-mos gracias, Señor, porque al darnos eneste sacramento el Cuerpo glorioso de tuHijo, nos haces partícipes ya en este mun-do, de los bienes eternos de tu reino».

CICLO ACon su Transfiguración en el Tabor,

quiso Cristo adelantarnos lo que despuésnos evidenciaría con su gloriosa Resurrec-ción, una vez consumado el misterio re-dentor del Calvario.

–Génesis 12,1-4: Vocación de Abrahán,padre del pueblo de Dios». La fe haceposible la salvación de los hombres. Perola fe no es simple filosofía religiosa, sinofidelidad personal al designio de Dios, quenos traza el camino de salvación, comolo hizo con Abrahán, padre y modelo delos creyentes. Comenta San Agustín:

«Se ha realizado en Cristo la promesa que hizoa Abrahán cuando le dijo: “En tu descendenciaserán benditas todas las gentes ” (Gén 12,3). Deponer los ojos en sí mismo, ¿Cómo lo hubieracreído? Era un hombre solo y viejo, y su mujerestéril y de edad avanzada... No existía base algu-na en absoluto donde apoyar la esperanza; mi-rando, empero, a quien le hacía la promesa, locreía, aun sin ver el camino. He ahí cumplido antenosotros lo que fue objeto de su fe; creemos, enconsecuencia, lo que no vemos, por lo que viendoestamos» (Sermón 130,3).

–Con el Salmo 32 decimos: «Que tumisericordia, Señor, venga sobre noso-tros como lo esperamos en Ti. La palabradel Señor es sincera y todas sus accionesson leales. Él ama la justicia y el derechoy su misericordia llena la tierra».

–2 Timoteo 1,8-10: Dios nos llama eilumina. No por nuestros méritos, sinopor la obra de Jesucristo, Dios mismorealiza la salvación del verdadero creyen-te. La iniciativa es siempre de Dios; sóloes nuestra la respuesta responsable, co-herente y llena de amor. El testimonio delque trata el Apóstol no es tanto doctrinalcuanto vital.

La presencia escondida de Cristo sehace visible y transparente no por sabias

2ª Semana de Cuaresma

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disquisiciones teológicas, sino por autén-ticos comportamientos prácticos. Cristose hace presente en la comunidad cuandoexisten hombres que piensan y, sobretodo, que actúan como Él.

Cristiano es no el que habla como Cris-to, sino el que vive como Él. La gratuidaddel don salvífico no atenúa la colabora-ción del hombre. El designio de Dios avan-za en el mundo con la actuación de lascausas segundas. Dios obra por el hom-bre que se somete a su plan de salvaciónen Cristo.

De ahí nuestra gran responsabilidad enla obra de la redención, no únicamente denosotros, sino de todo el mundo. Es elgran misterio de que hablaba Pío XII enla encíclica Mystici Corporis: Dios quie-re realizar la salvación de los hombres pormedio de otros hombres ¡Una dignidadgrande y una grande responsabilidad!

–Mateo 17,1-7: Su rostro resplandeciócomo el sol. Aunque la necesidad de lacruz puede escandalizarnos, la filiacióndivina de Cristo Jesús es suficiente ga-rantía que nos alienta a vivir en serio elmisterio del Calvario para nuestra salva-ción. Comenta San León Magno:

«Para que adquiriesen los apóstoles una inque-brantable fortaleza y no temblasen ante la aspe-reza de la cruz, para que no se avergonzasen de lapasión de Cristo, ni tuviesen por denigrante elpadecer lo mismo, ya que podrían con los supli-cios de la tortura ganar la gloria del reino, tomó aPedro, a Santiago y al hermano de éste, Juan, y,subiendo con ellos a un monte elevado, les mani-festó el esplendor de su gloria.

«Aunque admitían en Él la majestad divina,con todo desconocían el poder oculto de su cuer-po. Por eso les había prometido anteriormenteque no gustarían la muerte algunos de sus discí-pulos antes de ver al Hijo del Hombre venir en surealeza, es decir, en la majestuosa claridad quepensaba manifestar como perteneciente a la na-turaleza humana que había asumido.

«Porque aquella otra visión inefable e inaccesi-ble de su dignidad, que se reserva en la vida eterna

para los limpios de corazón, de ninguna manerapodían verla. Si no queremos vivir como si hubié-ramos renunciado a nuestra identidad cristiana espreciso que toda nuestra vida esté alentada por lagloria de Cristo» (Sermón 51,2).

CICLO BEl acontecimiento de la Transfiguración

del Señor es más necesario para nosotrosque para Él mismo. Su finalidad fue pro-clamar ante sus apóstoles privilegiados lacondición divina de Jesús, compatible conel anuncio de la Pasión que les acababade hacer.

Para nosotros, nos recuerda que nues-tra vocación cristiana es, ante todo, vo-cación de santidad, esto es, vocación deser transfigurados en Cristo, por el únicocamino que es posible alcanzar esa trans-formación de nuestra vida: el camino dela cruz, de la abnegación, renuncia a unomismo y colaborar con la gracia divinaen una verdadera renovación sobrenatu-ral de cada instante.

–Génesis 22,1-2.9-10.13.15-18: Diosmanda a Abrahán que sacrifique a su hijoIsaac. Abraham es en la historia de la sal-vación el modelo exacto del creyente, quevive fiándose de la palabra de Dios, obe-deciéndole también en los momentos deprueba, como cuando le pide el sacrificiode su hijo Isaac. Comenta San Agustín:

«Justo es, hermanos, que confiemos en Dios,aun antes de que pague nada, porque en realidadni puede mentir, ni puede engañar, fiaron en Élnuestros padres. Así lo hizo Abrahán. He ahí unafe digna de ser alabada y pregonada. Nada habíarecibido aún de Dios y creyó cuando le hizo lapromesa; nosotros, en cambio, a pesar de haberrecibido tanto, aún no confiamos en Él...

«Abrahán confió inmediatamente en Dios, y latierra no se le dio a él personalmente, sino que lareservó para su posteridad... Nuestro Señor Je-sucristo se convirtió en posteridad de Abrahán.Lo que encontramos prometido a Abrahán, lo ve-mos cumplido en nosotros» (Sermón 113,A,10).

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–Con el Salmo 115 aclamamos: «Ca-minaré en presencia del Señor, en el paísde la vida. Tenía fe, aun cuando dije: “Quédesgraciado soy”. Mucho le cuesta al Se-ñor la muerte de sus fieles. Señor, soy tusiervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava;rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sa-crificio de alabanza, invocando tu nom-bre, Señor. Cumpliré al Señor mis votos,en presencia de todo el pueblo; en el atriode la casa del Señor, en medio de ti, Jeru-salén». Caminemos siempre en presenciadel Señor con una fe viva y por el verda-dero Camino, que es Cristo, Señor nues-tro.

–Romanos 8,31-34: Dios no perdonó asu propio Hijo. En Cristo Jesús, el HijoUnigénito del Padre, sacrificado por nues-tra salvación, tenemos la absoluta eviden-cia del amor que el Padre nos tiene (Jn3,16). El Corazón de Jesucristo es la re-velación de ese inmenso amor. Comen-tando este pasaje paulino, San Agustíndice:

«Si Dios no perdonó a su propio Hijo... ¿cómono iba a darnos todo con Él? Cristo sufrió la Pa-sión: muramos al pecado. Cristo resucitó: viva-mos para Dios. Cristo pasó de este mundo alPadre: no se apague aquí nuestro corazón, antesbien, sígale al cielo. Nuestra Cabeza pendió delmadero: crucifiquemos la concupiscencia de lacarne. Yació en el sepulcro: sepultados con Él,olvidemos el pecado. Está sentado en el cielo:transfiramos nuestros deseos a las cosas subli-mes. Ha de venir como Juez: no llevemos el mis-mo yugo que los infieles... Pondrá a los malos a laizquierda y a los buenos a su derecha: elijamosnuestro lugar con las obras. Su Reino no tendráfin: no temamos en absoluto el fin de esta vida»(Sermón 229 D,1)

–Marcos 9,1-9: Este es mi Hijo amado.Aceptemos la oferta que nos hace el Pa-dre. Escuchémoslo y sigamos sus ense-ñanzas. Así es como seremos verdaderoscristianos. Comenta San León Magno:

«Este es mi Hijo. No nos separe la divinidad,ni nos divida el poder, ni nos diferencie la eterni-

dad. Este es mi Hijo, no adoptivo, sino propio;no creado por otro, sino engendrado por Mí mis-mo; ni pertenece a otra naturaleza semejante a lamía, sino que, nacido de mi sustancia, es igual aMí mismo. Este es mi Hijo, por quien fueronhechas todas las cosas y sin Él nada se hizo (Jn1,3)...

«Escuchad sin vacilación alguna a Aquél enquien yo me complazco, pues es la Verdad y laVida (Jn 14,16), mi Poder y mi Sabiduría (1 Cor1,24). Escuchad al que ha anunciado los miste-rios de la ley y ha cantado la voz de los profetas.Escuchadle, que ha redimido al mundo con susangre, ha atado al diablo y le ha arrebatado susarmas (Mt 12,29), que ha roto la cédula de con-dena (Col 2,14) y el pacto de la prevaricación.Escuchadle, que abre el camino del cielo y, por elsuplicio de la cruz, os prepara la escala para subiral Reino» (Sermón 51)

CICLO CLos textos bíblicos y litúrgicos de esta

celebración nos presentan al Hijo muyamado del Padre, garantía segura de nues-tra fe y de nuestra salvación. Por su Trans-figuración nos preanuncia lo que sería des-pués de su Resurrección y Ascensión alos cielos. Sólo Él tiene poder para reno-var nuestro interior por la gracia san-tificante, como verdaderos hijos de Dios.Por el camino de la Cruz llegaremos alreino de la Luz.

–Génesis 15,5-12.17-18: Alianza deDios con Abrahán, que en la historia de lasalvación es un modelo ejemplarísimopara los creyentes. Por su fe, se fió in-condicionalmente de Dios y comprome-tió toda su vida. Comenta San Agustín:

«Si uno puede degenerar por las costumbres,de idéntica manera puede uno hacerse hijo porellas. Así, a nosotros, hermanos, se nos llamóhijos de Abrahán, sin haberlo conocido personal-mente y sin tener de él la descendencia carnal.¿Cómo, pues, somos hijos de Abrahán? No en lacarne, sino en la fe. “Creyó Abrahán a Dios y lefue reputado como justicia” (Gén 15,16).

«Si, pues, Abrahán fue justo por creer, todoslos que después de él imitaron la fe de Abrahán se

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hicieron hijos de él. Los judíos, nacidos de él se-gún la carne, no siguieron su fe y se degeneraron;imitándolo nosotros, aunque nacidos de gente ex-tranjera, conseguimos lo que ellos perdieron porsu degeneración» (Sermón 305,A,3).

–Con el Salmo 26 proclamamos: «ElSeñor es mi luz y mi salvación, ¿a quiéntemeré? El Señor es la defensa de mi vida,¿quién me hará temblar? Escúchame, Se-ñor, que te llamo, ten piedad, respónde-me. Digo en mi corazón: “Busca su Ros-tro”. Tu Rostro buscaré, Señor, no meescondas tu Rostro; no rechaces con iraa tu siervo, que Tú eres mi auxilio. Espe-ro gozar de la dicha del Señor en el paísde la vida. Espera en el Señor, sé valiente,ten ánimo, espera en el Señor». ComentaSan Agustín:

«Él me ilumina; apártense las tinieblas. Él mesalva, desaparezca la flaqueza. Caminando segu-ro en la Luz, ¿a quién temeré? No otorga Diosuna salvación que pueda ser quebrantada por algo;ni una Luz que pueda ser oscurecida por alguien.El Señor salva, nosotros somos salvados. Luego,si Él ilumina y nosotros somos iluminados, si Élsalva y nosotros somos salvados, sin Él somostinieblas y flaqueza» (Sermón 243,6).

–Filipenses 3,17-4,1: Cristo nos trans-formará según el modelo de su Cuerpoglorioso. También nosotros hemos sidoelegidos por Dios. La Cruz de Cristo es elsigno eficaz que el Padre nos ha ofrecidopara transformarnos en hijos suyos, se-gún el modelo del Corazón del Hijo muyamado. Dice el Apóstol que somos con-ciudadanos del cielo. ¿Cómo es posibleesto viviendo en la tierra? San Agustín loexplica:

«¿Por qué no vamos a esforzarnos sobre latierra, de modo que, gracias a la fe, la esperanza yla caridad con las que nos unimos con Cristo des-cansemos ya con Él en el cielo? Mientras Él estáallí, sigue estando con nosotros; y nosotros, mien-tras estamos aquí, podemos estar ya con Él allí.Él está con nosotros por su divinidad, su poder ysu amor; nosotros, en cambio, aunque no poda-mos llevarlo a cabo como Él por su divinidad, síque podemos por su amor hacia Él...

«Bajó, pues, del cielo por su misericordia, peroya no subió el solo, puesto que nosotros subi-mos también en Él por la gracia. Así, pues, Cristodescendió Él solo, pero ya no subió Él solo; no esque queramos confundir la dignidad de la Cabezacon la del cuerpo, pero sí afirmamos que la uni-dad de todo el Cuerpo pide que éste no sea sepa-rado de su Cabeza» (Sermón 98,1-2).

–Lucas 9,28-36: Mientras oraba, el as-pecto de su rostro cambió. La Transfigu-ración adelantó momentáneamente el mis-terio de la Resurrección pascual. Nos ga-rantiza el poder del Hijo muy amado pararenovar nuestra vida y reconciliarnos conel Padre. Comenta San León Magno:

«De tal modo manifiesta el Señor su gloria antelos testigos elegidos y con tal resplandor hacebrillar su forma corporal, común a los demásmortales, que semeja su rostro el fulgor del sol eiguala el vestido la blancura de la nieve. Funda-menta también la esperanza de la Santa Iglesia,que reconoce en la Transfiguración del Cuerpomístico de Cristo la transformación con que va aser agraciada, ya que puede prometerse a cadamiembro la participación en la gloria que con an-terioridad resplandece en la Cabeza» (Sermón 51,sobre la Transfiguración, 3).

Es necesario que llenemos toda nuestravida del ansia permanente de la perfec-ción, pues hemos sido llamados a la san-tidad y a esto nos lleva nuestra identidadde creyentes en Cristo. Hemos de sacrifi-car toda frivolidad, pereza, mediocridad...para asemejarnos a la imagen de Cristo,resplandeciente de verdad y santidad.

LunesEntrada: «Sálvame, Señor, ten miseri-

cordia de mí. Mi pie se mantiene en elcamino llano. En la asamblea bendeciré alSeñor» (Sal 25,11-12).

Colecta (del Gelasiano y Gregoriano):«Señor, Padre santo, que, para nuestrobien espiritual nos mandaste dominarnuestro cuerpo mediante la austeridad;ayúdanos a librarnos de la seducción del

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pecado, y a entregarnos al cumplimientofilial de tu santa Ley».

Comunión: «Sed compasivos comovuestro Padre es compasivo, dice el Se-ñor» (Lc 6,36).

Postcomunión: «Señor, que esta comu-nión nos limpie de pecado, y nos hagapartícipes de las alegrías del cielo».

–Daniel 9,4-10: Nosotros hemos peca-do, nos hemos apartado de tus manda-mientos. En la plegaria de Daniel se reco-noce la malicia del pecado con gran sin-ceridad. Reflexionemos sobre nuestrospecados, en este tiempo de penitenciacuaresmal. De una parte, el amor y la mi-sericordia de Dios; de otra, nuestras caí-das e infidelidades. ¿No debiera Él aban-donarnos? ¿No lo hemos merecido? ¿Yno parece a veces que Dios deja tambiénabandonada, en su alocado camino, anuestra generación infiel? Bien merecidolo tenemos.

¿Quién puede salvarnos? Solamente lapenitencia, el recogimiento, la conversión.Todos los profetas reclaman, en nombrede Dios, la conversión: «Convertíos a Míde todo corazón con ayunos, llanto y lá-grimas de penitencia... arrepentíos y con-vertíos de los delitos que habéis perpetra-do y estrenad un corazón nuevo y un es-píritu nuevo; y así no moriréis, casa deIsrael. Pues no quiero la muerte de na-die... arrepentíos y viviréis» (Ez 18,30-32).

«Convertíos a Mí... y yo me convertiréa vosotros... No seáis como vuestros pa-dres, a quienes predicaban los antiguosprofetas. Así dice el Señor: Convertíosde vuestra mala conducta y de vuestrasmalas obras» (Za 1,3-4). «Buscad al Se-ñor, mientras se le encuentra, invocadlomientras está cerca; que el malvado aban-done su camino, y el criminal sus place-res; que regrese al Señor y Él tendrá pie-

dad. Nuestro Dios es rico en perdón» (Is55,6-7).

–El Salmo 78 nos enseña a reconocersinceramente nuestros pecados y nos abrea la misericordia de Dios:

«Señor, no nos trates como merecennuestros pecados. No recuerdes contranosotros las culpas de nuestros padres;que tu compasión nos alcance pronto,pues estamos agotados. Socórrenos, DiosSalvador nuestro, por el honor de tu nom-bre. Llegue a tu presencia el gemido delcautivo, con tu brazo poderoso salva alos condenados a muerte. Mientras noso-tros, pueblo tuyo, ovejas de tu rebaño, tedaremos gracias siempre, cantaremos tusalabanzas de generación en generación».

¿Quién puede salvarnos? La conversióna la ley y a los mandamientos del señor.La ley del Señor es intachable. Ella enca-mina y reconforta a las almas.

–Lucas 6,36-38: Perdonad y seréis per-donados. Esta es la actitud del verdaderodiscípulo de Cristo. La grandeza del hom-bre, la realización auténtica de su ser, con-siste en ser imagen de Dios, acercándosea su modelo, Cristo. La misericordia deDios es necesaria para juzgar como Él,superando todas las medidas humanas.Comenta San Agustín:

«Ved, hermanos, que la cosa está clara y que laamonestación es útil... Todo hombre, al mismotiempo que es deudor ante Dios, tiene a su her-mano por deudor... Por esto el Dios justo esta-bleció que, así como te comportes con tu deudor,se comportará Él contigo... Respecto al perdón,tú no solo quieres que se te perdone tu pecado,sino que también tienes a quién perdonar... Portanto, si queremos que se nos perdone a noso-tros, hemos de estar dispuestos a perdonar todaslas culpas que se cometan contra nosotros...»(Sermón 83,2-4).

Resida en el alma amansada y humildela misericordiosa disponibilidad para elperdón. Solicite perdón quien ofendió;

2ª Semana de Cuaresma

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concédalo quien lo recibió. Así observa-remos el precepto del Señor.

MartesEntrada: «Da luz a mis ojos, para que

no duerma en la muerte; para que no digami enemigo: “Le he podido”» (Sal 12,4-5).

Colecta (del misal anterior, y antes, delGelasiano): «Señor, vela con amor conti-nuo sobre tu Iglesia; y, pues sin tu ayudano puede sostenerse lo que se cimientaen la debilidad humana, protege a tu Igle-sia en el peligro y mantenla en el caminode la salvación».

Comunión: «Proclamo todas tus mara-villas, me alegro y exulto contigo y tocoen honor de tu nombre, oh Altísimo» (Sal9,2-3).

Postcomunión: «Te rogamos, Señor, queesta Eucaristía nos ayude a vivir más san-tamente, y nos obtenga tu ayuda cons-tantemente».

–Isaías 1,10.16-20: Aprended a obrarbien, buscad la justicia. La mejor peni-tencia es apartarse del pecado y obrar elbien. Comenta San Agustín:

«Mostrad que sois un cuerpo digno de la Ca-beza... Tal Cabeza no puede sino tener un cuerpoadecuado a ella» (Sermón 341,13).

Lactancio dice que la caridad cristianaes la verdadera justicia:

«Da preferentemente a éste de quien nada es-peras. ¿Por qué eliges las personas? ¿Por quéexaminas los miembros? Has de estimar comohombre a todo el que por esto te pide, porque teconsidera hombre. Expulsa aquellas sombras yapariencias de justicia y adopta la verdadera ytangible. Da copiosamente a los ciegos, enfer-mos, cojos, desvalidos , a quienes a no ser que seles socorra fallecerán. Son inútiles a los hombres,pero útiles a Dios, quien conserva su vida, quienles da el espíritu, quien los juzga dignos de la luz.Protégelos en cuanto esté de tu mano y sustentacon humanidad la vida de los hombres para queno mueran.

«Quien puede socorrer a los que están a puntode perecer, si no lo hace los mata. Uno, pues, esel oficio cierto y verdadero de la liberalidad y dela justicia: alimentar a los indigentes y a los impe-didos» (Inst. Divinas 6,11).

Así lo afirma también San Ambrosio:«La misericordia es parte de la justicia, de modo

que si quieres dar a los pobres esta misericordiaes justicia, según aquello: “Distribuyó, dio a lospobres, su justicia permanece eternamente”(Sal111,9). Además, porque es injusto que el que escompletamente igual a ti no sea ayudado por susemejante» (Sermón 8 sobre el Salmo 118,22).

–La justicia, la misericordia y las obrasde caridad han de salir del interior del co-razón. «No todo el que dice: ”Señor, Se-ñor”, entrará en el reino de los cielos» (Mt7,21). Lo que ha de cambiar en la peni-tencia es el corazón, pues es de allí dedonde proceden nuestros actos. Con elSalmo 49 proclamamos esta verdad:

«Al que sigue buen camino le haré verla salvación de Dios. No te reprocho tussacrificios, pues siempre están tus holo-caustos ante Mí. Pero no aceptaré un be-cerro de tu casa, ni un cabrito de tus re-baños. ¿Por qué recitas mis preceptos ytienes siempre en la boca mi alianza, túque detestas mis mandatos? Eso haces ¿yme voy a callar? ¿Crees que soy comotú? Te acusaré, te lo echaré en cara. Elque ofrece acción de gracias ése me hon-ra; al que sigue buen camino, le haré verla salvación de Dios»

–Mateo 23,1-12: Ellos no hacen lo quedicen. Debemos dar buen ejemplo no solocon las palabras, sino principalmente conlas obras. Lo contrario es el fariseísmo,la hipocresía de los escribas y los jefes dela Sinagoga, que Cristo condena en estalectura evangélica.

Esta actitud consiste esencialmente enutilizar las prerrogativas propias de la con-dición de representante de Dios, para, conpretexto de tributarle culto, procurar elpropio interés y honra, engañando a los

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fieles. Las mismas prácticas y gestos re-ligiosos quedan despojadas de su auténti-co sentido, ante el deseo desordenado dehacerse notar. Además, el hipócrita ponesu ciencia teológica al servicio de su egoís-mo, aprovechando su erudición para es-coger, entre la casuística de los precep-tos, aquellos que le a él le reportan bene-ficio y cargando a otros con mandamien-tos de los que ellos mismos se conside-ran dispensados.

Es un mal gravísimo. Pero es tambiénuna tentación para todos, si no fundamen-tamos nuestras obras en la humildad decorazón y de un amor sincero a Dios y alprójimo. En todo momento hemos de dara Dios un culto adecuado, el que exige supropio ser y sus obras de amor.

MiércolesEntrada: «No me abandones, Señor,

Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa asocorrerme, Señor mío, mi salvación»(Sal 37,22-23).

Colecta (del Gelasiano): «Señor, guar-da a tu familia en el camino del bien, quetú le señalaste; y haz que, protegida portu mano en sus necesidades temporales,tienda con mayor libertad hacia los bie-nes eternos».

Comunión: «El Hijo del Hombre no havenido para que le sirvan, sino para darsu vida en rescate de muchos» (Mt20,28).

Postcomunión: «Te pedimos, SeñorDios nuestro, que esta Eucaristía, prendade inmortalidad, sea para nosotros causade salvación eterna».

–Jeremías 18,18-20: ¡Venid y le herire-mos! Jeremías se lamenta de las maqui-naciones de sus enemigos que tramananiquilarlo. Es una figura de Cristo en supasión y en su muerte. Los príncipes delos sacerdotes y los fariseos se reúnen en

gran consejo y determinan: «hay que ha-cer desaparecer a Jesús, el Nazareno»;se apoderan de Jesús en el huerto; le ul-trajan e insultan mientras Él se desangraen la cruz y ruega al Padre por ellos: «Per-dónalos. No saben lo que hacen».

¡Sus enemigos! Pero, ¿no nos situamostambién nosotros muchas veces entre lasfilas de sus perseguidores y enemigos?¿No es cada pecado un desprecio de Je-sús, de sus preceptos, de su doctrina, desus bienes y promesas? ¡Con cuánta fre-cuencia en la vida del cristiano se oponena Cristo y a sus mandatos las pasiones,los planes y miras humanas! Pidamos alSeñor que nos ilumine, para que a la luzde su pasión reconozcamos la malicia yla odiosidad de nuestros pecados e infi-delidades. San Agustín dice:

«La pasión de nuestro Señor y Salvador Jesu-cristo es una prenda de gloria y una enseñanza depaciencia. Pues, ¿qué dejará de esperar de la glo-ria de Dios el corazón de los fieles, si por ellos elHijo único de Dios, coeterno con el Padre, no secontentó con nacer como un hombre entre loshombres, sino que quiso incluso morir por manode los hombres, que Él mismo había creado?Grande es lo que el Señor nos promete para elfuturo, pero es mucho mayor aún aquello quecelebramos recordando lo que ha hecho por no-sotros» (Sermón 3).

–Con el Salmo 30 pedimos al Señor unaliberación de las fuerzas del Mal, que tiendesus redes para perjudicarnos: «Sálvame,Señor, por tu misericordia de la red queme han tendido, porque Tú eres mi am-paro. A tus manos encomiendo mi espíri-tu: Tú, el Dios leal, me librarás. Oigo elcuchicheo de la gente y todo me da mie-do; se conjuran contra mí y traman qui-tarme la vida. Pero, yo confío en Ti, Se-ñor, te digo: “Tú eres mi Dios. En tus ma-nos están mis azares; líbrame de los ene-migos que me persiguen”».

–Mateo 20 17-28: Le condenarán amuerte. Por tercera vez en el Evangelio,

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Jesucristo anuncia su pasión, que ya seperfila en el horizonte. A la petición de lamadre de los hijos del Zebedeo, Cristo res-ponde con un mensaje claro: Él no havenido a ser servido, sino a servir; susdiscípulos han de seguir sus huellas. Éles el auténtico Siervo de Yahvé. ComentaSan Agustín:

«Cosa grande es el conocimiento de Cristo cru-cificado. ¡Cuántas cosas encierra en su interiorese tesoro! ¡Cristo crucificado! Tal es el tesoroescondido de la sabiduría y de la ciencia. No osengañéis, pues, bajo el pretexto de la sabiduría.Juntaos ante la envoltura y orad para que se osdesenvuelva.

«¡Necio filósofo de este mundo! Eso que bus-cas es nada... ¿De qué aprovecha que tengas sed,si desprecias la fuente?... ¿Y cuál es su preceptosino que creamos en Él y nos amemos mutua-mente? ¿Creer en quién? En Cristo crucificado.Este es su mandato: que creamos en Cristo cruci-ficado... Pero donde está la humildad, está tam-bién la majestad; donde la debilidad, allí el poder;donde la muerte, allí también la vida. Si quieresllegar a la segunda parte, no desprecies la prime-ra» (Sermón 160,3-4).

JuevesEntrada: «Señor, sondéame y conoce

mi corazón, ponme a prueba y conocemis sentimientos. Mira si mi camino sedesvía, guíame por el camino recto» (Sal138,23-24).

Colecta (del misal anterior, y antes delGelasiano y Gregoriano): «Señor, tú queamas la inocencia y la devuelves a quienla ha perdido, atrae hacia Ti nuestros co-razones y abrásalos en el fuego de tu es-píritu, para que permanezcamos firmesen la fe y eficaces en el bien obrar».

Comunión: «Dichoso el que con vidaintachable camina en la voluntad del Se-ñor» (Sal 118,1).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor, queel fruto de este santo sacrificio persevereen nosotros, y se manifieste siempre ennuestras obras»

–Jeremías 17,5-10: Maldito quien con-fía en el hombre; bendito quien confía enel Señor. La oposición entre las dos acti-tudes que son fuente de desgracia o defelicidad, nos dispone a contemplar las dosfiguras de la parábola evangélica: el ricoEpulón y el pobre Lázaro. Comenta SanAgustín:

«El hombre se perdió por primera vez a causadel amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amadoa sí mismo y hubiese antepuesto a Dios a sí mis-mo, hubiera estado siempre sometido a Dios; nose hubiera inclinado a hacer su propia voluntaddescuidando la de Dios.

«Amarse a uno mismo no es otra cosa que que-rer hacer la propia voluntad. Antepón la volun-tad de Dios; aprende a amarte, no amándote. Pues,para que sepáis que es un vicio amarse, dice así elApóstol: “habrá hombres amantes de sí mis-mos”... “amantes del dinero”. Ya estáis viendoque te encuentras fuera... ¿Por qué vas fuera?...Comenzaste a amar lo que es exterior a ti y teextraviaste».

San Agustín evoca la parábola del hijo pródigo;« Vuelto a sí se dirige al Padre, donde encuentrarefugio segurísimo. Si, pues, había salido de sí yde aquél que le había dado el ser, al volver a sípara ir al Padre, niégase a sí mismo. ¿Qué es ne-garse a sí mismo? No presuma de sí, advierta quees hombre y escuche el dicho profético: “¡Maldi-to todo el que pone su esperanza en elhombre!” (Jer 17,5). Sea guía de sí mismo, perono hacia abajo; sea guía de sí mismo, mas paraadherirse a Dios» (Sermón 96,2).

–El Salmo 1 es una meditación sobre eldestino de los buenos y de los malos. Eltema de los caminos en el Antiguo Testa-mento y en el Nuevo, en la vida de la Igle-sia primitiva, como en la Didajé, es muyexpresivo de las diferentes actitudes hu-manas.

–Lucas 16,19-31: Tú recibiste bienes envida y Lázaro a su vez males; por esoencuentra aquí consuelo mientras tú pa-deces. El juicio de Dios supondrá la in-versión de acá abajo. El rico Epulón y elpobre Lázaro son las dos posturas en lavida que se cambian en el juicio de Dios.

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Hemos de atender a la voz de Dios, puessólo en ellas encontramos el camino se-guro para recibir el premio en la otra vida.Dios ha hablado en el Antiguo y en elNuevo Testamento, y sigue hablando enla Iglesia, a través de la Tradición, el Ma-gisterio, los dogmas y los sacramentos.San Agustín destaca el destino final dequienes siguen uno u otro camino:

«Ved a uno y a otro, al que vive en el placer yal que vive en el dolor: el rico vivía entre placeresy el pobre entre dolores; el primero banqueteaba,el segundo sufría; aquél era tratado con respetopor la familia que lo rodeaba, éste era lamido porlos perros; aquél se volvía más duro en sus ban-quetes, éste ni con las migajas podía alimentarse.

«Pasó el placer, pasó la necesidad; pasaron losbienes del rico y los males del pobre; al rico levinieron males y al pobre bienes. Lo pasado pasópara siempre; lo que vino después nunca dismi-nuyó. El rico ardía en los infiernos; el pobre sealegraba en el seno de Abrahán. Primeramentehabía deseado el pobre una migaja de la mesa delrico; luego deseó el rico una gota del dedo delpobre. La penuria de éste acabó en la saciedad; elplacer de aquél terminó en el dolor sin fin» (Ser-món 339,5).

ViernesEntrada: «A Ti, Señor, me acojo, no

quede yo nunca defraudado; sácame dela red que me han tendido, porque tú eresmi amparo» (Sal 30,2.5).

Colecta (del misal anterior y, antes, delGregoriano y Gelasiano): «Concédenos,Dios Todopoderoso, que, purificados porla penitencia cuaresmal, lleguemos a lasfiestas de Pascua con perfecto espíritude conversión».

Comunión: «Dios nos amó y nos envióa su Hijo como propiciación por nuestrospecados» (1 Jn 4,10).

Postcomunión: «Señor, después de re-cibir la prenda de la eterna salvación, hazque, de tal modo la deseemos y busque-

mos, que podamos conseguirla por tu mi-sericordia».

–Génesis 37,3-4.12-13.17-28: ¡Ahí vie-ne el soñador! ¡Venid, matémosle! El epi-sodio de José es figura de Cristo, recha-zado por los hombres y glorificado porDios. La esclavitud a la que fue entrega-do José por sus hermanos es condenadacon estas palabras de San Gregorio Ni-seno:

«Ahora bien, el que se apropia lo que es deDios, atribuyendo a su linaje tal poder que setenga a sí mismo por dueño de los hombres ymujeres, ¿qué otra cosa hace que traspasar por lasoberbia de la Naturaleza, mirándose a sí mismocomo cosa distinta de aquellos sobre los que man-da? He poseído esclavos y esclavas. Condenas aservidumbre al hombre cuya naturaleza es libre eindependiente, y te opones a la ley de Dios, tras-tornando la ley que Él estableció sobre la natura-leza.

«Y es así que el que fue creado para ser dueñode la tierra, y destinado por su Hacedor paramandar, a ése lo metes tú bajo el yugo de la servi-dumbre, como si quisieras contravenir e impug-nar la ordenación de Dios. Tú has olvidado cuálesson los límites de tu autoridad, que no se extien-den más allá del dominio de los irracionales. Im-peren, dice la Escritura, sobre los volátiles, sobrelos peces y los cuadrúpedos (Gén 1,26)... Pues,si Dios no esclaviza al libre, ¿quién osará ponersu propio poder por encima del poder de Dios?»(Homilía 4, sobre el Eclesiastés).

Además, la acción de los hermanos deJosé tuvo mayor maldad aún, pues eranhermanos y obraron por envidia, para eli-minarlo, después de haber pretendido ase-sinarlo.

–El Salmo 104 es un canto a la bondadde los planes de Dios: José, liberado de laesclavitud, se convierte en su día en sal-vador de su pueblo. El cumplimiento ine-xorable de la voluntad de Dios no restaculpa a la perversidad de sus hermanos.

El Señor actuó conduciendo la historiay lo hace hoy también, a pesar de los pe-

2ª Semana de Cuaresma

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cados de los hombres: «Llamó al hambresobre aquella tierra: cortando el sustentode pan; por delante había enviado a unhombre, a José, vendido como esclavo.Le trabaron los pies con grillos, le metie-ron al cuello la argolla, hasta que se cum-plió su predicción y la palabra del Señorlo acreditó. El rey lo mandó desatar, elSeñor de pueblos le abrió la prisión, lonombró administrador de su casa, señorde todas sus posesiones».

–Mateo 21,33-43.45-46: Este es el he-redero. Venid, matémosle. La parábola delos viñadores, encierra la predicción de lapasión y muerte de Cristo. Después dehaber enviado a mensajeros, como losprofetas, que fueron aniquilados, envió asu propio Hijo, al que también mataron.La parábola es también fundamento de lavocación del pueblo gentil al reino de Dios.San Agustín así lo explica:

«Se plantó la viña, es decir, la ley dada en loscorazones de los judíos. Fueron enviados los pro-fetas a buscar el fruto, o sea, la rectitud de vida.Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muer-te. Fue enviado también Cristo, el Hijo único delPadre de familia; y no solo dieron muerte al here-dero, sino que también, por ello, perdieron la he-redad. Su perversa decisión les produjo el efectocontrario. Para poseerla le dieron muerte, y porhaberle dado muerte, la perdieron» (Sermón 87,3).

Nuestro Señor toma sobre sí nuestrospecados, los expía y suplica desde la cruz,con lágrimas de sangre, para nosotros yen nuestro lugar, el perdón y la gracia.

Merecemos el castigo de Dios por nohaber recibido generosamente sus donesy por no habernos comportado como loexige la vocación a la que hemos sido lla-mados, por nuestros pecados y nuestrasiniquidades. Supliquemos al Señor queaparte su ira y su furor de nosotros. ¡Cuán-tos pecados, cuántas iniquidades se co-meten diariamente en el mundo! ¿Qué se-ría de todos nosotros si el Señor no fueranuestro Redentor y Salvador?

SábadoEntrada: «El Señor es clemente y mi-

sericordioso, lento a la cólera y rico enpiedad; el Señor es bueno con todos, escariñoso con todas sus criaturas» (Sal144,8-9).

Colecta (del Veronense y Gelasiano):«Señor, Dios nuestro que, por medio delos sacramentos, nos permites participarde los bienes de tu Reino ya en nuestravida mortal: dirígenos tú mismo en el ca-mino de la vida, para que lleguemos a al-canzar la luz en la que habitas con tussantos».

Comunión: «Deberías alegrarte, hijo,porque este hermano tuyo estaba muertoy ha revivido, estaba perdido y lo hemosencontrado» (Lc 15,32).

Postcomunión: «Señor, que la gracia detus sacramentos llegue a lo más hondo denuestro corazón y nos comunique sufuerza divina».

–Miqueas 7,14-15.18-20: Arrojará alfondo del mar todos nuestros delitos. Diosse complace en la misericordia y en elperdón total de los pecados. Así apareceen la revelación del Antiguo Testamento,pero más aún en el Nuevo, con la vida,doctrina, pasión y muerte de Cristo. Él esel Buen Pastor que da la vida por las ove-jas, la realización de las muchas imáge-nes veterotestamentarias sobre la acciónde Dios en su pueblo. «Pastorea a su pue-blo con el cayado, a las ovejas de su he-redad, a las que habitan apartadas en lamaleza».

Por amor a las ovejas instituyó el sa-cramento de la penitencia, que arroja a loprofundo del mar nuestros pecados, que,más aún, los hace desaparecer. El Señormurió en la Cruz por nosotros. ¿Pudo

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hacer algo más en bien nuestro? ¿No de-bieran la vista del Crucificado y el recuerdode su muerte y de su amor hacia noso-tros, inflamarnos en un amor agradecidotan grande que nos obligara a evitar deuna vez para siempre el pecado? Nos for-talece la gracia y la fuerza de la SantísimaEucaristía, en la cual se nos da Señor enpersona como alimento de nuestra alma.

Para el Buen Pastor, preocupado inmen-samente por la profunda debilidad y mali-cia de los hombres, no bastan ni su gene-roso y desbordante amor hacia ellos en laEucaristía, ni su entrega total en la Cruz.Por eso, entregó a su Iglesia un nuevomedio de purificación del pecado, de cu-ración de las heridas causadas por él, defortalecimiento frente a la tentación. Ins-tituyó el gran sacramento de la Peniten-cia.

–Siempre que hay conversión hay per-dón, porque el Señor es compasivo y mi-sericordioso, no quiere la muerte del pe-cador, sino que se convierta y que viva.Cuando el hombre arrepentido vuelve,siempre encuentra los brazos del Padreque siente ternura por sus hijos.

Lo vemos en el Salmo 102: «El Señores compasivo y misericordioso. Bendice,alma mía, al Señor y todo mi ser a susanto nombre. Bendice, alma mía, al Se-ñor y no olvides sus beneficios. Él per-dona todas tus culpas y cura todas tusenfermedades; Él rescata tu vida de la fosay te colma de gracia y de ternura. No estásiempre acusando, ni guarda rencor per-petuo. No nos trata como merecen nues-tros pecados, ni nos paga según nuestrasculpas. Como se levanta el cielo sobre latierra, se levanta su bondad sobre sus fie-les; como dista el Oriente del Ocaso, asíaleja de nosotros nuestros delitos»

–Lucas 15,1-3.11-32: Parábola del hijopródigo o del Padre misericordioso. Esuna bellísima narración, la reina de las

parábolas. Es el gran canto al inmensoamor divino que se muestra indulgente conel pecador, lección oportunísima en me-dio de la celebración de la Cuaresma. SanAgustín invita a tomar la actitud del hijoque se vuelve a su padre:

«Imita aquel hijo menor, porque quizá eres comoaquel hijo menor que, después de malgastar yperder todos sus haberes viviendo pródigamen-te, sintió necesidad, apacentó puercos y, agotadopor el hambre, suspiró y se acordó de su padre.¿Y qué dice de él el Evangelio?: “Y volvió a símismo”. Quien se había perdido hasta a sí mis-mo, volvió a sí mismo. Veamos si se quedó en símismo. Vuelto a sí mismo, dijo: “Me levantaré...e iré a casa de mi padres”. Ved que ya se niega a símismo quien se había hallado a sí mismo. ¿Cómose niega? Escuchad: “Y le diré: ̀ He pecado contrael cielo y contra ti... Ya no soy digno de llamarmehijo tuyo´» (Sermón 330,3).

Y el padre lo perdonó y lo agasajó. Senos perdonan los pecados en el sacramen-to de la Penitencia. El Padre vuelve a re-cibirnos como hijos suyos y nos admitegozoso al banquete de la Eucaristía. Asícomenta san Ambrosio:

«No temamos haber despilfarrado el patrimo-nio de la dignidad espiritual en placeres terrena-les. Porque el Padre vuelve a dar al hijo el tesoroque antes poseía, el tesoro de la fe, que nuncadisminuye; pues, aunque lo hubiese dado todo, elque no pierde lo que da lo tiene todo. Y no temasque no te vaya a recibir, porque Dios no se alegrade la perdición de los vivos (Sab 1,13). En ver-dad, saldrá corriendo a tu encuentro y se arrojaráa tu cuello, pues el Señor es quien levanta loscorazones (Sal 145,8), te dará un beso, señal de laternura y del amor, y mandará que te pongan elvestido, el anillo y las sandalias. Tú todavía te-mes por la afrenta que le has causado, pero Él tedevuelve tu dignidad perdida; tú tienes miedo alcastigo, y Él sin embargo te besa; tú temes, en fin,el reproche, pero Él te agasaja con un banquete»(Comentario a San Lucas, VII, 212).

2ª Semana de Cuaresma

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3ª Semana de Cuaresma

DomingoEntrada: «Tengo los ojos puestos en el

Señor, porque Él saca mis pies de la red.Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, queestoy solo y afligido» (Sal 24,15-16). Obien: «Cuando os haga ver mi santidad,os reuniré de todos los países; derramarésobre vosotros un agua pura, que os pu-rificará; de todas vuestras inmundicias eidolatrías os he de purificar. Y os infundi-ré un espíritu nuevo» (Ez 36,23-26)

Colecta (del Gelasiano): «Señor, Padrede misericordia y origen de todo bien, queaceptas el ayuno, la oración y la limosnacomo remedio de nuestros pecados, miracon amor a tu pueblo penitente y restauracon tu misericordia a los que estamos hun-didos bajo el peso de nuestras culpas».

Ofertorio (del misal anterior y, antes,del Gelasiano y Gregoriano): «Te pedimos,Señor, que la celebración de esta eucaris-tía perdone nuestras deudas y nos ayudea perdonar a nuestros deudores».

Comunión: «El que beba del agua queyo le daré –dice el Señor– no tendrá mássed; el agua que yo le daré se convertirádentro de él en un surtidor de agua quesalta hasta la vida eterna» (Jn 4,13-14).O bien: «Hasta el gorrión ha encontrado

una casa y la golondrina un nido dondecolocar sus polluelos: tus altares, Señorde los ejércitos, Rey mío y Dios mío. Di-chosos los que viven en tu casa alabán-dote por siempre» (Sal 83,4-5).

Postcomunión (del Veronense): «Ali-mentados ya en la tierra con el pan delcielo, prenda de eterna salvación, te su-plicamos, Señor, que se haga realidad ennuestra vida futura lo que hemos recibidoen este sacramento».

CICLO AEl agua, símbolo bíblico del don vivi-

ficante del Espíritu Santo, signo de vidaen la conciencia humana y en la historiade la salvación, constituye el tema litúrgi-co de este Domingo, en el que se tienende modo especial se tiene presentes a loscatecúmenos, que se preparan para serbautizados en la Vigilia Pascual.

–Éxodo 17,3-7: Danos agua para be-ber. El agua viva que Moisés dio misterio-samente a su pueblo, sediento en el de-sierto, era signo de la Providencia divina.Comenta San Agustín:

«Bebieron la misma bebida que nosotros, puesla Roca era Cristo. Bebieron, pues, bebida espiri-tual, la que se tomaba por la fe, no la que se bebíacon el cuerpo. Oísteis que era la misma bebida: laRoca era Cristo... fue golpeada la roca misma conel madero para que saliera agua, pues fue golpea-da con una vara ¿Por qué con madera y no conhierro, sino porque la Cruz fue acercada a Cristopara darnos a beber la gracia?

«Así pues, el mismo alimento y la misma bebi-da, mas esto sólo para los que entienden y creen.Para los que no entienden, allí no había más quemaná y agua, alimento para el hambriento y bebi-da para el sediento. Entonces Cristo tenía quevenir aún; ahora, Cristo ya ha venido... distintaspalabras, pero el mismo Cristo» (Sermón 352,3)

–«Venid, aclamemos al Señor, demos ví-tores a la Roca que nos salva; entremosen su presencia dándole gracias. No en-

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durezcáis el corazón como en Meribá,como el día de Masá en el desierto, cuan-do vuestros padres me pusieron a pruebay me tentaron, aunque habían visto misobras» (Salmo 94).

–Romanos 5,1-2.5-8: El amor de Diosha sido derramado en vuestros corazonespor el Espíritu Santo que se os ha dado.En la Nueva Ley, Cristo es la garantía denuestra fe y de la vida divina que, por eldon del Espíritu Santo, se derrama ennuestros corazones. San Agustín comen-ta este pasaje paulino:

«¡Admirable bondad de Dios, que nos otorgaun don igual a Él mismo! Su don es el EspírituSanto. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sonun Dios único: la Trinidad. Y ¿qué bien nos trajoel Espíritu Santo? Óyeselo al Apóstol: El “Amorde Dios que ha sido derramado en nuestros cora-zones”. ¿De dónde, oh mendigo, te vino ese amorde Dios descendido en tu corazón? ¿Cómo hapodido este amor divino ser derramado en el co-razón de un hombre?

«“Llevamos este tesoro en vasos de barro, diceel Apóstol”. ¿Por qué en vasos de barro? Paraque resalte la fuerza de Dios. Y, por último dice:“El amor de Dios ha sido derramado en nuestroscorazones”, y, para que no se atribuya nadie a símismo el amar a Dios, añade: “por el EspírituSanto que nos ha sido dado”.

«Luego, para que tú ames a Dios es necesarioque Dios more en ti, que su amor venga de Él yvuelva de ti a Él; o sea, que recibas su moción,ponga en ti su fuego, te ilumine y levante su Amor»(Sermón 128,4).

–Juan 4,5-42: Un surtidor de agua quesalte hasta la vida eterna. El encuentropersonal con el Corazón de Cristo, por lafe y el amor, es la base misma de los sa-cramentos, signos de la acción de Diosque nos salva en su Hijo Redentor. Tam-bién San Agustín contempla el pasajeevangélico de la samaritana, al hablar delos encuentros redentores personales deJesús en el Evangelio:

«Les propuso la parábola de dos personas deu-doras de un mismo acreedor. También Jesús de-

seaba a Simón, que le había invitado a comer supan. Tenía Él mismo hambre de aquél que le ali-mentaba... Es lo mismo que dijo a la samaritana:“Tengo sed”. ¿Qué quiere decir “tengo sed”?Quiere decir: “Anhelo tu fe”» (Sermón 99,3).

El encuentro de Jesús con la samaritanamarcó la vida y la conciencia de aquellamujer, para transformarla y redimirla.Nosotros también tenemos que ser mar-cados por la Eucaristía que celebramos yrecibimos.

CICLO BNo podemos reducir nuestra celebra-

ción cuaresmal en una meras prácticasdevocionales. «No todo el que dice: “Se-ñor, Señor” entrará en el Reino de los Cie-los» (Mt 7,21). Hemos de identificar nues-tra voluntad con la de Dios. A esto debenconducirnos nuestras prácticas cuaresma-les. La fidelidad filial con que Jesucristocumplió la voluntad del Padre, hasta elsacrificio real de su vida, su actitud deobediencia incondicional, constituyen elejemplo de vida impresionante que debe-mos imitar, como discípulos suyos.

–Éxodo 20,1-17: La ley fue dada porMoisés. Dios se eligió un pueblo para rea-lizar con él una alianza de amor y salva-ción. La ley mosaica fue la manifestaciónpaternal de su amor, en forma de manda-tos divinos que dignificasen la vida de sushijos. Son diez los preceptos, pero se re-ducen a dos, como dice San Agustín:

«Has de amar a Dios con todo tu ser, porque esmejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, por-que es lo que eres tú. Los preceptos son dos, portanto: “ama a Dios” y “ama al prójimo”; tres encambio los objetos del amor... pues no se diría “yal prójimo como a ti mismo”, si no te amas a timismo.

«Si son tres los objetos del amor, ¿por qué,pues, son dos los preceptos? ¿Por qué? Escucha-dle. Dios no consideró necesario exhortarte a amar-te a ti mismo, pues no hay nadie que no se ame a

3ª Semana de Cuaresma

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sí mismo. Mas, puesto que muchos van a la per-dición por amarse mal, diciéndote que ames a tuDios con todo tu ser, se te dio al mismo tiempo lanorma de cómo has de amarte a ti mismo. ¿Quie-res amarte a ti mismo? Para que no te pierdas enti mismo, ama a Dios con todo tu ser, pues en Élte encontrarás a ti» (Sermón 179 A, 3-4).

–Con el Salmo 18 decimos: «La ley delSeñor es perfecta y es descanso del alma;el precepto del Señor es fiel e instruye alignorante. Los mandatos del Señor sonrectos y alegran el corazón; la norma delSeñor es límpida y da luz a los ojos. Lavoluntad del Señor es pura y eternamenteestable; los mandamientos del Señor sonverdaderos y enteramente justos».

–1 Corintios 1,22-25: Predicamos aCristo crucificado, escándalo para loshombres, pero sabiduría de Dios para losllamados. Jesús no vino a abrogar la ley,sino a perfeccionarla con el amor (Mt5,17). El misterio de la Cruz es la mejorprueba de su amor total al Padre y a loshombres, sus hermanos. San Agustíndice:

«Los sabios de este mundo nos insultan a pro-pósito de la Cruz de Cristo y dicen: “¿Qué cora-zón tenéis que adoráis a un Dios crucificado?”“¿Qué corazón tenemos?”... Ciertamente, no elvuestro. La sabiduría de este mundo es necedadante Dios. No tenemos, pues, un corazón comoel vuestro. Decid lo que queráis. Vosotros nopodéis ver a Jesús, porque os avergonzáis de su-bir al árbol, como hizo Zaqueo; suba el humilde ala Cruz... y, para no avergonzarte de la Cruz deCristo, ponla en tu frente...» (Sermón 174,3).

–Juan 2,13-25: Destruid este templo yen tres días lo levantaré. Jesús hubo deenfrentarse personalmente con el fariseís-mo puritano, que trataba de conjugar lapiedad legalista con sus propios interesesegoístas y materiales. Comenta SanAgustín:

«¿Para qué quiso Salomón que el templo fueselevantado? Para que fuese prefiguración del cuer-po de Cristo. Aquel templo era una sombra; llególa luz y ahuyentó la sombra. Busca ahora el tem-

plo construido por Salomón y encontrarás lasruinas. ¿Por qué se convirtió en ruinas aquel tem-plo? Porque se cumplió lo que él simbolizaba.

«El verdadero templo, que es el cuerpo del Se-ñor, se derrumbó; pero luego se levantó, y de talmanera que en modo alguno podrá derrumbarsede nuevo. “Destruid este templo y yo lo levanta-ré en tres días”, había dicho el Señor respecto a sucuerpo. Así pues, el templo de Dios es el cuerpode Cristo... Quien dijo: “vuestros cuerpos sonmiembros de Cristo”, ¿qué otra cosa mostró sinoque nuestros cuerpos y nuestra Cabeza, que esCristo, constituyen en conjunto el único templode Dios?» (Sermón 217).

CICLO CLa imagen de la Iglesia como pueblo de

Dios en peregrinación penitencial hacia laPascua salvadora (Lumen Gentium 8),cobra en esta celebración litúrgica una granfuerza renovadora de nuestra conciencia.La Cuaresma es siempre un tiempo fuer-te de conversión, de revisión de vida, dereconciliación evangélica con Dios y contodos nuestros hermanos. El Concilio Va-ticano II ha subrayado esta condiciónpermanente e irrenunciable de la Iglesia yde cada uno de sus miembros:

«Mientras Cristo, santo, inocente, inmacula-do, no conoció el pecado, sino que vino única-mente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesiaencierra en su propio seno pecadores; y, siendoal mismo tiempo santa y necesitada de purifica-ción, avanza continuamente por la senda de lapenitencia y de la renovación» (ibid.).

–Éxodo 3,1-8. 13-15: «Yo soy» me en-vía a vosotros. La vocación de Moiséssignifica en la historia de la salvación elcomienzo de la liberación providencial delpueblo de Dios; el principio del caminode salvación, que es siempre una iniciati-va gratuita de Dios. San Agustín explicael nombre bajo el que Dios se presenta asu pueblo, «Yo soy».

«Romped los ídolos de vuestros corazones,prestad atención a lo que se dijo a Moisés cuando

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preguntó cuál era el nombre de Dios: “Yo soy elque soy”. Todo cuanto es, en comparación conÉl, es como si no fuera. Lo que realmente es des-conoce cualquier clase de mutación. Todo lo quecambia y es inestable y durante cierto tiempo nocesa de sufrir mutaciones, fue y será; pero no loincluye dentro de aquel es.

«Dios es cambio, carece de fue y será. Lo quefue, ya no es; lo que será, aún no es y lo que llegapara luego desaparecer, será para no ser. Pensad,si podéis, esas palabras: “Yo soy el que soy”. Noos turbéis con pensamientos caprichosos y pa-sajeros. Paraos en el es, permaneced en El mismoque es. ¿Adónde vais? Permaneced, para que tam-bién vosotros podáis ser» (Sermón 223,a,5).

–Con el Salmo 102 decimos: «Bendi-ce, alma mía, al Señor, y todo mi ser a susanto nombre. Bendice, alma mía al Se-ñor, y no olvides sus beneficios. Él per-dona todas tus culpas, y cura todas tusenfermedades; Él rescata tu vida de la fosay te colma de gracia y de ternura».

–1 Corintios 10,1-6.10-12: La vida delpueblo de Israel en el desierto se escribiópara ejemplo nuestro. El designio divinode salvación, iniciado con la mediaciónde Moisés, culminaría en la obra redento-ra de Cristo. En Él nosotros hemos sidoelegidos; pero no podemos ser los engreí-dos.

Los sacramentos no garantizan en ab-soluto la salvación si no corresponde a lagracia recibida la libertad de los benefi-ciarios; no hay en ellos nada de magia,sino el encuentro entre dos libertades, lade Dios y la nuestra. Desvincular la re-cepción de los sacramentos de la fe o dela conducta moral, equivale a recaer enlas faltas del pueblo de Israel en el desier-to, experimentando inmediatamente elmismo fracaso que ellos conocieron.

El obrar de Dios es siempre una inmen-sa garantía, pues Él no puede engañarseni engañarnos, pero la salvación que nosofrece no es nunca automática. No bastacon recibir los gestos de la gracia de Dios;es preciso además la respuesta de la fe y

la conversión, que ajuste permanentemen-te nuestra mirada con la suya.

–Lucas 13,1-9: Si no os convertís, to-dos pereceréis de la misma manera. Diostiene derecho a reclamar de nosotros unafidelidad cada vez más profunda. Por esosiempre necesitamos de conversión sin-cera y de renovación santificadora y tam-bién la Iglesia nos propone la conversión,no solo en el momento de recibir la fe, si-no a lo largo de toda la vida. Esta llamadase hace especialmente apremiante cuan-do hemos pecado y en determinados tiem-pos litúrgicos, como Adviento y Cuares-ma.

La conversión lleva consigo la renunciaal pecado y al estado de vida incompati-ble con las enseñanzas del Evangelio, y lavuelta sincera a Dios. No basta solo elpropósito de cambiar de vida, sino que esnecesario el dolor por haber ofendido aDios. Este cambio de vida y de mentali-dad parte siempre de la fe, de la llamadacontinua de Dios, Padre misericordioso.San Máximo de Turín dice:

«Nada hay tan grato y querido por Dios, comoel hecho de que los hombres se conviertan a Élcon sincero arrepentimiento» (Carta 4).

LunesEntrada: «Mi alma se consume y an-

hela los atrios del Señor; mi corazón ycarne retozan por el Dios vivo» (Sal 83,3).

Colecta (del misal anterior y, antes, delGregoriano y Gelasiano): «Señor, purifi-ca y protege a tu Iglesia con misericordiacontinua y, pues sin tu ayuda no puedemantener su firmeza, que tu protecciónla dirija y la sostenga siempre».

Comunión: «Alabad al Señor todas lasnaciones, firme es su misericordia connosotros» (Sal 116,1-2).

Postcomunión: «Que la comunión en tusacramento, Señor, nos purifique de nues-tras culpas y nos conceda la unidad».

3ª Semana de Cuaresma

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–2 Reyes 5,1-15: La curación deNaamán el sirio se ha considerado en eltiempo de Cuaresma como prefiguraciónde la llamada a todas las naciones a la fe yal bautismo.

El camino que sigue Naamán hasta elrito que le cura indica el camino de todocandidato a los sacramentos, que no sonválidos si no se reciben en el interior deun diálogo entre Dios que se revela y elhombre que obedece y se adhiere a Él porla fe. Pero esto no elimina la eficacia delsacramento, que obra independientemen-te de nuestra voluntad. San Hipólito dicedel Bautismo:

«El que se sumerge en este baño de regenera-ción renuncia al diablo y se adhiere a Cristo, niegaal enemigo del género humano y profesa su fe enla divinidad de Cristo, se despoja de su condiciónde siervo y se reviste de la de hijo adoptivo, saledel bautismo resplandeciente como el sol, emi-tiendo rayos de justicia, y, lo que es más impor-tante, vuelve de allí convertido en hijo de Dios ycoheredero de Cristo» (Sermón sobre la Teofanía).

Y San Ildefonso de Toledo:«Nunca deja de bautizar el que no cesa de pu-

rificar; y así, hasta el fin de los siglos. Cristo es elque bautiza, porque siempre es Él quien purifica.Por tanto, que el hombre se acerque con fe alhumilde ministro, ya que éste está respaldadopor tan gran maestro. El maestro es Cristo y laeficacia de este sacramento reside no en las accio-nes del ministro, sino en el poder del maestro quees Cristo» (Tratado sobre el Bautismo).

En el bautismo, junto a la dignidad delos hijos de Dios, recibimos la gracia y lallamada a la santidad, que nos permite serconsecuentes y no perder la dignidad re-cibida.

–Con el Salmo 41 clamamos: «Mi almatiene sed del Dios vivo. ¿Cuándo entraréa ver el rostro de Dios? Como busca lacierva corrientes de agua, así mi alma tebusca a Ti, Dios mío. Envía tu luz y tuverdad, que ellas me guíen y me conduz-can hasta tu monte santo, hasta tu mora-

da. Que yo me acerque al altar de Dios, alDios de mi alegría; y que te dé gracias alson de la cítara, Dios, Dios mío».

Israel pierde el Reino de Dios y sus ri-quezas. En cambio, los paganos llegan aobtener la salvación, que también se nosofrece a nosotros en la santa Iglesia. Peroa condición de que creamos, de que nossometamos humildemente a las enseñan-zas y mandamientos de Cristo y de su Igle-sia, de que ambicionemos la salvación.Con tal de que, reconociendo sinceramen-te nuestra indignidad y nuestra incapaci-dad, nos volvamos hacia el Señor, llenosde confianza en Él e invocando su auxi-lio.

–Lucas 4,24-30: Jesús ha sido enviadopara la salvación de todos los hombres,no solo para la de los judíos. A ellos vinoprimero, pero «vino a los suyos y los su-yos no le recibieron» (Jn 1,11): los hom-bres de Nazaret únicamente quieren quesu conciudadano Jesús realice los mila-gros que ha hecho en Cafarnaún.

No podemos buscar a Cristo para ser-virnos de Él a nuestro antojo. De Él loesperamos todo y de modo especial la sal-vación, pero hemos colaborar, con granfe y amor generoso, en correspondenciaal que Él nos tiene. En la liturgia de estedía, nosotros somos el pagano Naamán.Corramos al gran profeta, a Cristo, puesestamos enfermos del alma y necesitamosuna curación que sólo Cristo nos puededar.

Lo que hoy encontramos en Cristo y ensu Iglesia es solamente el comienzo denuestra salvación, cuya plenitud nosaguarda en la otra vida, en la verdaderaPascua. Y así como el pueblo escogidoperdió la salvación, por no creer en Cris-to, también a nosotros nos puede ocurrirlos mismo. Sólo la fe, la sumisión a Cris-to y a su Iglesia nos pueden salvar. Co-menta San Ambrosio:

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«La envidia, que convierte al amor en odio cruel,traiciona a los compatriotas. Al mismo tiempo,ese dardo de estas palabras, muestra que esperasen vano el bien de la misericordia celestial, si noquieres los frutos de la virtud en los demás; puesDios desprecia a los envidiosos y aparta las ma-ravillas de su poder a los que fustigan en los otroslos beneficios divinos» (Comentario a San LucasIV, 46)

MartesEntrada: «Yo te invoco porque tú me

respondes, Dios mío; inclina el oído yescucha mis palabras. Guárdame como alas niñas de tus ojos, a la sombra de tusalas escóndeme» (Sal 16,6.8).

Colecta (del misal anterior y, antes, delGregoriano y Gelasiano): «Señor, que tugracia no nos abandone, para que, entre-gados plenamente a tu servicio, sintamossobre nosotros tu protección continua».

Comunión: «Señor, ¿quién puede hos-pedarse en tu tienda y hospedarse en tumonte santo? El que procede honrada-mente y practica la justicia» (Sal 14,1-2).

Postcomunión: «La participación en esteSacramento acreciente nuestra vida cris-tiana, expíe nuestros pecados y nos otor-gue tu protección».

–Daniel 3,25.34-43: Acepta nuestrocorazón contrito y nuestro espíritu humil-de. «Un corazón contrito y humillado elSeñor no lo desprecia» (Sal 50,19). Elsacrificio más agradable a Dios es el de lacontrición y la humildad. Esta verdad, queya aparecía en el Antiguo Testamento,como vemos en la oración de Azarías querecoge la lectura de hoy, adquiere mayorrelevancia incluso en las enseñanzas deCristo, la vida de la Virgen María, y ladoctrina de los Padres y del Magisteriode la Iglesia. Casiano dice:

«La verdadera paciencia y tranquilidad del almasolo puede adquirirse y consolidarse con una pro-funda humildad de corazón. La virtud que mana

de esta fuente no tiene necesidad del retiro de unacelda, ni del refugio de la soledad. En realidad, nole falta un apoyo exterior cuando está interior-mente sostenida por la humildad, que es su ma-dre y guardiana. Por otra parte, si nos sentimosairados cuando se nos provoca, es indicio de quelos cimientos de la humildad no son estables»(Colaciones 18,13).

«Nadie puede alcanzar la santidad si no es através de una verdadera humildad, ante todo paracon sus hermanos. Pero también debe tenerla paracon Dios, persuadido de que, si Él no lo protegey ayuda en cada instante, le es absolutamenteimposible obtener la santidad a la que aspira yhacia la cual corre» (Instituciones 12,23).

La humildad y la caridad son las ruedasmaestras; todas las demás giran a su al-rededor: «Acepta, Señor, nuestro corazóncontrito y nuestro espíritu humilde, queéste sea hoy y siempre nuestro sacrificio,y que sea agradable en tu presencia» (Dan3,40).

–Un corazón contrito y humillado Diosno lo desprecia. Este es el sentido de laoración de Azarías. No te acuerdes denuestros pecados, porque tu ternura y tumisericordia son eternas.

Con la confianza de que Dios enseña sucamino a los humildes, decimos con elSalmo 24: «Enséñame tus caminos, ins-trúyeme en tus sendas, haz que caminecon lealtad; enséñame, porque Tú eres miDios y Salvador. Recuerda, Señor, que tuternura y tu misericordia son eternas;acuérdate de mí con misericordia, por tubondad, Señor. El Señor es bueno y rec-to, enseña el camino a los pecadores, hacecaminar a los humildes con rectitud, en-seña su camino a los humildes».

–Mateo 18,21-35: El Padre no os perdo-nará si cada cual no perdona de corazón asu hermano. El perdón supone correspon-dencia. Es una enseñanza clara en el Evan-gelio. San Agustín explica este evangelio:

«No te hastíes de perdonar siempre al que searrepiente. Si no fueras tú también deudor, impu-

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nemente podrías ser un severo acreedor. Pero túque eres también deudor, y lo eres de quien notiene deuda alguna, si tienes un deudor, pon aten-ción a lo que haces con él. Lo mismo hará Dioscontigo... Si te alegras cuando se te perdona, temeel no perdonar por tu parte.

«El mismo Salvador manifestó cuán grandedebe ser tu temor, al proponer en el Evangelio laparábola de aquel siervo a quien su señor le pidiócuentas y le encontró deudor de cien mil talen-tos... ¡Cómo hemos de temer, hermanos míos, sitenemos fe, si creemos en el Evangelio, si no cree-mos que el Señor es mentiroso! Temamos, pres-temos atención... perdonemos. ¿Pierdes acaso algode aquello que perdonas? Otorgas perdón» (Ser-món 114 A,2).

«Perdonad y se os perdonará, dad y seos dará» (Lc 6,37-38). No pensamos querecibiremos lo que damos. Damos cosasmortales, recibiremos inmortales; damoscosas temporales, recibiremos eternas;damos cosas terrenas, recibiremos celes-tes. Recibiremos la recompensa de nues-tro mismo Señor.

MiércolesEntrada: «Asegura mis pasos con tu

promesa. Que ninguna maldad me domi-ne» (Sal 118,133).

Colecta (nueva redacción, con elemen-tos del Gelasiano y del Sermón 40,4 deSan León Magno): «Penetrados del senti-do cristiano de la Cuaresma y alimenta-dos con tu Palabra, te pedimos, Señor,que te sirvamos fielmente con nuestraspenitencias y perseveremos unidos en laplegaria».

Comunión: «Me enseñarás el senderode la vida, me saciarás de gozo en tu pre-sencia» (Sal 15,11).

Postcomunión: «Santifícanos, Señor,con este pan del cielo que hemos recibi-do, para que, libres de nuestros errores,podamos alcanzar las promesas eternas».

–Deuteronomio 4,1.5-9: Guardad lospreceptos y cumplidlos. La Ley es expre-

sión de la voluntad divina y forma partede la alianza. La observancia de la Ley hade producir dos efectos en los gentiles: elreconocimiento de la sublimidad de la Leyy la constatación de la presencia de Diosen medio de su pueblo.

Las grandes maravillas realizadas porDios en favor de Israel debieron ser mo-tivos para ser fieles al Señor. Pero la his-toria de la salvación nos manifiesta lo con-trario: el pueblo de Dios fue ingrato e in-fiel al Señor muchas veces. Fue ingratoal Señor.

¿Y nosotros? En realidad, Dios ha reali-zado aún mayores portentos con noso-tros, por la Encarnación de su Hijo, la Re-dención, la institución de la Iglesia, laEucaristía y los demás sacramentos...También nosotros hemos recibido losmandamientos y preceptos de Dios paraque los cumplamos. Esos preceptos ymandatos son santos, sabios e inviolables,como el mismo Dios. Son frutos de labondad, de la sabiduría, de la justicia y dela santidad de Dios. ¿Puede haber paranosotros algo mejor, más razonable, mássanto, más poderoso y más dichoso quela santa voluntad de Dios, expresada ensus mandamientos? Tal vez muchas ve-ces hemos dejado de cumplirlos.

Hoy, en esta celebración cuaresmal vol-vamos a escoger de nuevo el camino delos divinos preceptos: «Amarás al Señor,tu Dios, con todo tu corazón, con toda tualma y con todas tus fuerzas. Y a tu pró-jimo como a ti mismo»

No seamos como los escribas y fari-seos del tiempo de Jesucristo. Ellos cum-plían, en apariencia, los mandatos de Dios,interpretando la letra según su interés.Digamos y cumplamos nosotros lo queJesús dijo: «Mi comida consiste en hacersiempre la voluntad del que me envió» (Jn4,34). Debemos morir a la propia volun-tad, para vivir entera y ciegamente con-

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fiados en la santa voluntad de Dios, en-tregados totalmente a su beneplácito, algobierno y Providencia de Dios y llevan-do, según sus mandamientos, una con-ducta intachable. Esta es la esencia de lavida cristiana. ¿Pensamos así? ¿Vivimosasí?

–Si Dios nos ha dado mandamientos yleyes es para que vivamos y nos salve-mos. Por eso, los preceptos del Señor sonla alegría del hombre, que se ve distingui-do y privilegiado con ellos. De ahí brotael deseo de una fidelidad sincera, quemanifestamos con el Salmo 147: «Glori-fica al Señor, Jerusalén, alaba a tu Dios,Sión, que ha reforzado los cerrojos de tuspuertas, y ha bendecido a tus hijos dentrode ti. Él envía su mensaje a la tierra y supalabra corre veloz, manda la nieve comolana, esparce la escarcha como ceniza.Anuncia su palabra a Jacob, sus decretosa Israel; con ninguna nación obró así, niles dio a conocer sus mandatos».

–Mateo 5,17-19: Quien cumpla losmandamientos y los enseñe será grandeen el Reino de los cielos. La santa Cua-resma es un tiempo adecuado para exa-minar nuestra vida entera, para una revi-sión de vida en el cumplimiento de losmandatos de Dios. Cristo vino a vivificarla ley y a perfeccionarla. Él fue modeloen el cumplimiento de la voluntad divina.Dice San Bernardo:

«Y ya que en la voluntad de Dios está la vida,no podemos dudar lo más mínimo de que nadaencontraremos que nos sea más útil y provecho-so que aquello que concuerda con el querer divi-no, vida de nuestra alma. Procuremos con solici-tud no desviarnos en lo más mínimo de la volun-tad de Dios» (Sermón 5).

No se haga mi voluntad, sino la tuya,dijo el Señor (Mc 14,36; cf. Mt 26,33-46; Lc 22,40-46). Y comenta San LeónMagno:

«Esta voz de la Cabeza es la salvación de todoel Cuerpo; esta voz enseña a todos los fieles,

enciende a los confesores, corona a los mártires»(Sermón 58).

JuevesEntrada: «Yo soy la salvación del pue-

blo –dice el Señor–. Cuando me llamendesde el peligro, yo les escucharé y serépara siempre su Señor».

Colecta (del Gregoriano): «Te pedimoshumildemente, que a medida que se acer-ca la fiesta de nuestra salvación, vaya cre-ciendo en intensidad nuestra entrega, paracelebrar dignamente el misterio pascual».

Comunión: «Tú promulgas tus decre-tos para que se observen exactamente;ojalá esté firme mi camino para cumplirtus consignas».

Postcomunión: «Presta benigno tu ayu-da, Señór, a quienes alimentas con tussacramentos, para que consigamos tusalvación en la celebración de estos mis-terios y en la vida cotidiana».

–Jeremías 7,23-28: Aquí está la genteque no escuchó la voz del Señor, su Dios.El profeta Jeremías clama contra la in-credulidad de sus contemporáneos. No es-cuchan la voz de Dios que desea realizarplenamente la alianza entre Él y su pue-blo. La actuación del profeta será, una vezmás, inútil. Por eso, la ruina de la naciónes inminente y, por la bondad de Dios, sesalvará un resto que permanece fiel. Esun adelanto de lo que sucederá con la ve-nida del Verbo encarnado. Y, ¿solamenteen aquel tiempo? ¡Cuánta infidelidad tam-bién en nuestros días en muchos que sony se llaman cristianos, pero que actúancomo paganos!

Este tiempo litúrgico es muy adecuadopara reflexionar y corregir las infidelida-des con respecto a Dios y a su mensajede salvación. Allí donde vive y obra elverdadero espíritu de Cuaresma, afluyeal alma, a raudales, la vida divina de la

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gracia, de las virtudes y de las buenasobras.

El cristiano se convierte en coedificadordel Reino de Dios, en piedra viva, queayuda a levantar todo el edificio: primeroen su propia persona y después junto consus semejantes. Su práctica cuaresmalaprovecha a todos, derramando sobre ellosluz, gracia, arrepentimiento. Con su ejem-plo, su oración y sus méritos colabora enla salvación y santificación de sus her-manos. ¡Qué responsabilidad, pues, lanuestra si no aprovechamos este tiempode gracia, que es la Cuaresma! ¡Qué per-juicio para nosotros mismos y para losdemás! No podemos ser indiferentes a lasalvación de los hombres, que son her-manos nuestros.

–El gran pecado de Israel fue cerrar susoídos a la palabra del Señor. También estepeligro nos acecha a nosotros. Por eso elSalmo 90 nos advierte: «Ojalá escuchéishoy su voz; no endurezcáis vuestro cora-zón. Venid, aclamemos al Señor, demosvítores a la Roca que nos salva; entremosa su presencia dándole gracias, vitoreán-dolo al son de instrumentos. Entrad, pos-trémonos por tierra, bendiciendo al Se-ñor, Creador nuestro. Porque Él es nues-tro Dios y nosotros su pueblo, el rebañoque Él guía. No endurezcáis el corazóncomo en Meribá, como el día de Masá enel desierto, cuando vuestros padres mepusieron a prueba y me tentaron, aunquehabían visto mis obras».

–Lucas 11,14-23: El que no está con-migo está contra Mí. Lo mismo que entiempos de Jeremías, la incredulidad y lainfidelidad fue el signo de los contempo-ráneos de Jesús. Su ejemplo, su palabra,sus milagros son manifestaciones palpa-bles del origen divino de su ser. Pero elcorazón de aquellos hombres estuvo en-durecido y lo consideraron aliado del de-monio. ¡Qué perversidad y qué gran mis-

terio! ¿Y nosotros? San Gregorio Magnodice:

«Volvimos la espalda ante el rostro de Aquelcuyas palabras despreciamos, cuyos preceptosconculcamos; pero aun estando a nuestra espaldanos vuelve a llamar Él, que se ve despreciado yclama por medio de sus preceptos y nos esperacon paciencia» (Hom. sobre los Evangelios 16).

¡Unidos siempre a Cristo! En Él encon-tramos nuestra salvación. Digamos conSan Gregorio Nacianceno:

«Quédate con nosotros, porque nos rodean enel alma las tinieblas y solo Tú, oh Cristo, eres laLuz. Tú puedes calmar nuestra ansia que nosconsume» (Carta 212).

Oremos intensamente. Hagamos peni-tencia en este tiempo de preparación parala Pascua, a fin de que nos renovemos enCristo Jesús. Comenta San Ambrosio:

«Todo reino dividido será desolado. El porquéde esta afirmación es el mostrar que su reino esindivisible y perpetuo, puesto que se le acusabade echar los demonios en nombre de Beelzebú,príncipe de los demonios... Aquellos, pues, queno ponen en Cristo su esperanza, sino que creenque los demonios son arrojados en nombre delpríncipe de los demonios, niegan ser súbditos deun reino eterno» (Comentario a San Lucas VII,91).

ViernesEntrada: «No tienes igual entre los dio-

ses, Señor: Grande eres tú, y haces ma-ravillas, tú eres el único Dios» (Sal85,8.10).

Colecta (Veronense, Gregoriano yGelasiano): «Infunde, Señor, tu gracia ennuestros corazones, para que sepamos do-minar nuestro egoismo y secundar las ins-piraciones que nos vienen del Cielo».

Comunión: «Amar a Dios con todo co-razón y al prójimo como a ti mismo valemás que todos los sacrificios» (cf. Mc12,33).

Postcomunión: «Señor, que la acciónde tu poder en nosotros penetre íntima-

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mente nuestro ser, para que lleguemos undía a la plena posesión de lo que ahorarecibimos en la Eucaristía».

–Oseas 14,2-10: No volveremos a lla-mar Dios a las obras de nuestras manos.El profeta invita a Israel a la conversión:«Perdona del todo la iniquidad, recibe be-névolo el sacrificio de nuestros labios».Destruido por su iniquidad, Israel se con-vierte por fin con palabras sinceras y nohipócritas. Reconoce que no lo salvaránalianzas humanas, dioses falsificados niholocaustos vacíos, sino la primacía delamor en la fidelidad a la alianza con suDios. Se vislumbra entonces una felici-dad paradisíaca.

Pero la misma conversión es obra delamor gratuito y generoso de Dios. Él su-giere las palabras, sana la infidelidad, esel rocío vivificador, el fruto procede desu gran compasión. En definitiva, triunfasu infinito Amor.

En efecto, Oseas ha transformado elsentimiento de culpabilidad de sus com-patriotas. Para él, la falta no consiste enla violación de las tradiciones ancestralesy sacrales, de las que uno se libra por me-dio de ritos penitenciales, sino en la resis-tencia a encontrar a Dios en la vida ordi-naria. El pecado es la negación a ver aDios en la historia de cada día, de cadamomento. Por eso, la conversión a la queinvita el profeta es un acto interior, por elque el hombre hace callar su orgullo acep-tando que el acontecimiento en que vivees iniciativa de Dios con respecto a él ygracia de su benevolencia. La conversiónha de ser la actitud fundamental del cris-tiano. No hay momento más precioso parapedir a Dios la conversión que la SantaMisa.

–El Señor es el único Dios. Ni las obrasde nuestras manos, ni nada fuera de Élpuede ser Dios para nosotros. Todo pe-

cado es fundamentalmente una idolatríay, por tanto, una defección de la alianza,una infidelidad.

Con el Salmo 80 lo proclamamos sin-ceramente: «Oigo un lenguaje desconoci-do: retiré los hombros de la carga, y susmanos dejaron la espuerta. Clamaste enla aflicción y te libré. Te respondí ocultoentre los truenos, te puse a prueba junto ala fuente de Meribá. Escucha, pueblo mío,doy testimonio contra ti, ojalá me escu-chases, Israel. No tendrás un dios extra-ño, no adorarás un dios extranjero. Yo soyel Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto.Ojalá me escuchase mi pueblo, y camina-se Israel por mi camino: Te alimentaríacon flor de harina, te saciaría con mielsilvestre».

–Marcos 12,28-34: El Señor, nuestroDios, es el único Señor, y lo amarás. AlSeñor le agrada la misericordia y no lossacrificios: prefiere la sinceridad del co-razón a las prácticas meramente externas.La Ley de Cristo es el amor a Dios y alprójimo. San Bernardo dice:

«El amor, basta por sí solo, satisface por sísolo y por causa de sí. Su mérito y su premio seidentifican con él mismo. El amor no requiereotro motivo fuera de él mismo, ni tampoco nin-gún provecho; su fruto consiste en su misma prác-tica. Amo porque amo, amo para amar. Gran cosaes el amor, con tal de que recurra a su principio yorigen, con tal de que vuelva siempre su fuente ysea una continua emanación de la misma» (Ser-món 83).

Esa fuente no es otra que Dios. Cons-tantemente encontramos en nuestra vidaocasiones para manifestar nuestro amora Dios y al prójimo. No debemos esperarocasiones extraordinarias para amar. He-mos de aprender a amar en nuestra vidaordinaria: a través del espíritu de servi-cio, con el trabajo bien hecho, con unaconversación amable, con la serenidad enlos momentos difíciles, agradeciendo losdones a Dios y al prójimo.

3ª Semana de Cuaresma

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SábadoEntrada: «Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. Él perdonatodas tus culpas» (Sal 102,2-3).

Colecta (Veronense y Gelasiano): «Lle-nos de alegría al celebrar un año más laCuaresma, te pedimos, Señor, vivir los sa-cramentos pascuales y sentir en nosotrosel gozo de su eficacia».

Comunión: «El publicano, quedándoseatrás, se golpeaba el pecho diciendo: “OhDios, ten compasión de este pecador”»(Lc 18,13).

Postcomunión: «Concédenos, Dios demisericordia, venerar con sincero respe-to, la Santa Eucaristía que nos alimenta,y recibirla siempre con un profundo es-píritu de fe».

–Oseas 6,1-6: Quiero misericordia y nosacrificios. Dios quiere misericordia y nosacrificios de animales, su conocimientoy no holocaustos. El profeta invita a lapenitencia y a una vuelta sincera a Dios,pero el pueblo es inconstante. ¡Cuántasliturgias en las que los que asisten a ellasnada experimentan, de las que salen sinhaber encontrado a Dios, sin haberle co-nocido un poco más! ¡Qué negligentessomos a veces los sacerdotes y los laicosa la hora de participar en los santos mis-terios!

Comenta San Agustín:«Presta atención a lo que dice la Escritura:

“Quiero la misericordia antes que el sacrificio”(Os 6,6). No ofrezcas un sacrificio que no vayaacompañado de la misericordia, porque no se teperdonarán los pecados. Quizá digas: “Carezcode pecados”. Aunque te muevas con cuidado,mientras vives corporalmente en este mundo, teencuentras en medio de tribulaciones y estreche-ces y has de pasar por innumerables tentaciones:no podrás vivir sin pecado. Es cierto que Dios te

dice: “No te intranquilice tu pecado”... si nadadebes, sé duro en exigir; pero si eres deudor, con-gratúlate, más bien, de tener un deudor en quienpuedas hacer lo que se hará en ti» (Sermón 386,1).

–Puede haber una conversión que nosea auténtica. Es necesario que cambie elcorazón. A veces tenemos el peligro dequedarnos en meras fórmulas y ritualis-mos externos. El Salmo 50, que comen-tamos el Miércoles de Ceniza, es siempreuna llamada fuerte a la auténtica peniten-cia.

–Lucas 18,9-14: El publicano bajó acasa justificado y el fariseo no. En opo-sición a la soberbia y suficiencia del fari-seo que se jactaba de sus propias obras,la humildad del publicano constituye elauténtico culto espiritual de la penitenciadel corazón, de la interioridad del cultoque agrada al Señor. El publicano recibióde Dios la justificación a causa de su hu-milde arrepentimiento. San Agustín dice:

«El Señor es excelso y dirige su mirada a lascosas humildes. A los que se ensalzan, como aquelfariseo, los conoce, en cambio, de lejos. Las cosaselevadas las conoces desde lejos, pero en ningúnmodo las desconoce.

«Mira de cerca la humildad del publicano. Espoco decir que se mantenía en pie a lo lejos, nisiquiera alzaba los ojos al cielo; para no ser mira-do, rehuía él mirar. No se atrevía a levantar lavista hacia arriba; le oprimía la conciencia y laesperanza lo levantaba... Pon atención a quiénruega. ¿Por qué te admiras de que Dios perdonecuando el pecador se reconoce como tal? Hasoído la controversia sobre el fariseo y el publicano,escucha la sentencia. Escuchaste al acusador so-berbio y al reo humilde. Escucha ahora al Juez:“En verdad os digo que aquel publicano descen-dió del templo justificado, más que aquel fari-seo”» (Sermón 115,2).

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4ª Semana de Cuaresma

DomingoEntrada: «Festejad a Jerusalén, gozad

con ella todos los que la amáis, alegraosde su alegría los que por ella llevasteis luto;mamaréis a sus pechos y os saciaréis desus consuelos» (Is 66,10-11).

Colecta (del misal anterior y antes delGregoriano): «Señor, que reconcilias a loshombres contigo por tu palabra hechacarne, haz que el pueblo cristiano se apre-sure, con fe viva y entrega generosa acelebrar las fiestas pascuales».

Ofertorio (del Veronense y del Sacra-mentario de Bérgamo): «Al ofrecerte, Se-ñor, en la celebración gozosa del domin-go, los dones que nos traen la salvación,te rogamos nos ayudes a celebrar estossantos misterios con fe verdadera y a sa-ber ofrecértelos por la salvación del mun-do»

Comunión: «El Señor me puso barroen los ojos, me lavé y veo, y he empeza-do a creer en Dios (Jn 9,11). O bien: «De-berías alegrarte, hijo, porque este herma-no tuyo estaba muerto y ha revivido, es-taba perdido y lo hemos encontrado» (Lc15,32). O bien: «Jerusalén está fundadacomo ciudad bien compacta. Allá subenlas tribus, las tribus del Señor, según la

costumbre de Israel, a celebrar el nom-bre del Señor» (Sal 121,3-4).

Postcomunión (Veronense y Gelasiano):«Señor Dios, luz que alumbras a todohombre que viene a este mundo, iluminanuestro espíritu con la claridad de tu gra-cia, para que nuestros pensamientos seandignos de Ti, y aprendamos a amarte detodo corazón».

CICLO AEn esta celebración, la Iglesia alegra

nuestras almas con el pregón gozoso dela cercanía de Pascua, en el que se pro-claman el don de la fe en Cristo y el sa-cramento del bautismo como misterios deLuz, que iluminan nuestras vidas en eltiempo, redimiéndonos de las tinieblas delpecado.

–1 Samuel 16,6-7.10-13: David es un-gido rey de Israel. Los juicios de Dios sondistintos de los juicios humanos. Éstosse agotan con la luz de sus apariencias,mientras que Dios ilumina verdaderamentelas realidades del corazón y elige a los su-yos por propia iniciativa. La vocación esel llamamiento que Dios hace al hombreque ha escogido y destinado a una misiónespecial en la historia de la salvación. Lallamada de Dios ha de tener una corres-pondencia generosa y absoluta. Es la res-puesta a la que se refiere San Agustín:

«¿Quiénes son los rectos de corazón? Los quequieren lo que Dios quiere... No quieras torcer lavoluntad de Dios» (Comentario al Salmo 93).

–Con el Salmo 22 proclamamos: «ElSeñor es mi Pastor, nada me falta. Enverdes praderas me hace recostar, meconduce hacia fuentes tranquilas y repa-ra mis fuerzas. Me guía por el senderojusto».

–Efesios 5,8-14: Levántate de entre losmuertos y Cristo será tu luz. La vocación

4ª Semana de Cuaresma

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cristiana, sellada en nuestro bautismo, noslibra de las tinieblas, transformándonos enhijos de la luz. San Agustín comenta estepasaje paulino:

«Pensad en las tinieblas de éstos [los neófi-tos], antes de acercarse al perdón de los pecados.Las tinieblas, pues, estaban sobre el abismo an-tes de que les fueran perdonados sus pecados.Pero el Espíritu del Señor se cernía sobre las aguas.Descendieron ellos a las aguas; sobre las aguas secernía el Espíritu de Dios; fueron expulsadas lastinieblas de los pecados; estos son el día que hizoel Señor. A este día dice el Apóstol: “Fuisteis enotro tiempo tinieblas, ahora, en cambio, sois luzen el Señor”. ¿Dijo acaso: “Fuisteis tinieblas en elSeñor”? Tinieblas en vosotros mismos, luz en elSeñor. Dios llamó a la luz día porque por su gra-cia se hace cuanto se hace. Ellos pudieron sertinieblas por sí mismos; pero no hubieran podidoconvertirse en luz de no haberlo hecho el Señor.Este es el día que hizo el Señor: el Señor lo hizo yno el día mismo» (Sermón 258,2).

–Juan 9,1-41: Fue, se lavó y volviócon vista. La fe es un don de Dios, queilumina a los creyentes. La increencia esla ceguera, que mantiene a los hombresen su condición original de hijos de lastinieblas. San Agustín explica este pasajeevangélico:

«Porque el Señor abre los ojos al ciego. Queda-remos iluminados, hermanos, si tenemos el coli-rio de la fe... También nosotros hemos nacidociegos por causa de Adán y necesitamos que elSeñor nos ilumine» (Tratado sobre el Evangeliode San Juan 34,8-9).

Por el contacto amoroso de Jesús des-apareció la ceguera natural del ciego denacimiento. Por el contacto eucarístico,el Corazón de Cristo sigue iluminandodesde lo más íntimo de nuestro ser, todanuestra vida. «El que me sigue no andaen tinieblas, dice el Señor» (Jn 8,12).

Hijos de la luz por el bautismo y la Eu-caristía, toda nuestra conducta debe sertransparencia de nuestra condición de hi-jos de Dios y testimonio viviente de santi-dad en Cristo. «Brille vuestra luz delantede los hombres, que vean vuestras obras

y glorifiquen al Padre que está en los cie-los» (Mt 5,16).

CICLO BToda la historia de la salvación eviden-

cia un enfrentamiento ininterrumpido en-tre el misterio de las tinieblas y el misteriode la luz, disputándose la vida de los hom-bres. El misterio de la luz lo integra el de-signio amoroso de Dios, que nos ofrecela salvación y la santidad; su palabra, quenos ilumina; su gracia que nos santifica.El misterio de las tinieblas son las reac-ciones rebeldes de la inteligencia y de lavoluntad humana al servicio del pecado,que nos ciega, que nos degrada y nos con-vierte en hijos de ira (Ef 2,3).

No podemos permanecer pasivos, irres-ponsables o indefinidos. A nosotros nostoca optar con decisión por la fidelidad ala gracia o permanecer paganamente de-gradados por las tinieblas del pecado.

–2 Crónicas 36,14-16.19-23: La ira yla misericordia del Señor se manifestaronen el exilio y en la liberación del pueblo.El final del segundo libro de las Crónicascontiene una meditación profunda de lahistoria del pueblo de Israel que, con surebeldía y pecados, provoca el castigodivino. El Señor abate su soberbia y lue-go le regenera por la misericordia.

La caída de Jerusalén, la destruccióndel templo y la abolición de la dinastíadavídica han sido permitidas por Dios. YaJeremías y el Levítico las habían previs-to.

Pero estas calamidades no significanque Dios haya puesto punto final a susdesignios de amor para con Israel. Él sus-cita a Ciro y le inspira una política de be-nevolencia con respecto a los judíos, quie-nes construirán de nuevo el Templo, demodo que Dios pueda estar presente enmedio de su pueblo. El pueblo elegido

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pasa, por lo mismo, de un régimen dinás-tico a una teocracia absoluta: Dios mis-mo se establecerá en adelante en Siónpara gobernar a su pueblo.

Pero tampoco el pueblo elegido será fiely por eso vendrán nuevas destruccionesy purificaciones, hasta la venida de Cris-to, que establece definitivamente el Reinode Dios en el mundo, cuya plenitud ten-drá lugar en la Jerusalén celeste, en la lla-mada visión de paz.

–La Iglesia es la continuadora de Cristoen el mundo. Esto debe de estimularnos aser fieles a Cristo y a extender su Reinopor doquier. Persecuciones no faltarán,pero las puertas del infierno no prevale-cerán. Con el Salmo 136 decimos conlos israelitas deportados: «Si me olvido deti, Jerusalén [Iglesia Santa, Jerusalén ce-leste], que se me paralice la mano dere-cha».

–Efesios 2,4-10: Muertos por el peca-do, por pura gracia estáis salvados. Elmisterio de la Cruz, signo definitivo de lasalvación, es también una prueba amoro-sa de amor salvífico del Padre sobre no-sotros. Por eso comenta San Agustín:

«¿Qué tienes, pues, que no hayas recibido? Ysi lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lohubieras recibido? Pues si Abrahán se glorió, dela fe se glorió. ¿Cuál es la fe plena y perfecta? Laque cree que todos nuestros bienes proceden deDios» (Sermón 168,3).

Casiano manifiesta muchas veces quetenemos necesidad de la gracia para ha-cer el bien:

«Si de una parte todos estos ejercicios son in-dispensables para la perfección, de otra son deltodo ineficaces para llegar a ella sin el concursode la gracia» (Instituciones 12,11). «El principiode nuestra conversión y de nuestra fe, así como lapaciencia en sufrir, son dones de Dios... La graciade Dios no ha hecho bastante con haberos otor-gado las primicias de nuestra salvación; hace faltaque su misericordia vaya obrando cada día suplena eclosión mediante esa misma gracia» (Co-laciones 3,14).

–Juan 3,14-21: Dios mandó a su Hijopara que el mundo se salve por Él. Comohijos de las tinieblas, todos los hombreséramos seres mordidos por el pecado parala muerte y la condenación. Por el miste-rio de la Cruz el Padre nos regenera denuevo para la luz y la vida de hijos. Co-menta San Agustín:

«Cómo es que te parecía que los hombres pe-cadores no podrían hacerse miembros de Cristo,es decir, de quien no tuvo pecado alguno? Teimpulsaba a ello la mordedura de la serpiente.Pero a causa del pecado, es decir, del veneno de laserpiente, fue crucificado Cristo y derramó susangre para el perdón de los pecados.

«Moisés levantó la serpiente en el desierto paraque sanasen quienes en el mismo desierto eranmordidos por las serpientes, mandándoles mirar-la, y quien lo hacía quedaba curado. Del mismomodo, conviene que sea levantado el Hijo delHombre, para que todo el que cree en Él, que locontemple levantado, que no se avergüence de sucrucifixión, que se gloríe en la Cruz de Cristo, noperezca, sino que tenga la vida eterna. ¿Como nomorirá? Creyendo en Él. ¿De qué manera no pe-recerá? Mirando al levantado. De otra forma hu-biera perecido» (Sermón 294,11).

CICLO CLa liturgia de este domingo proclama

un esperanzador y gozoso pregón pas-cual. Pascua significa, en la historia de lasalvación, para el pueblo de Dios y paracada uno de nosotros, la urgencia de vidanueva, la responsabilidad de nuevas cria-turas, reconciliadas con el Padre por elsacrificio redentor de su Hijo. Para estavida nueva nos prepara la intensa purifi-cación interior y exterior que nos propor-ciona la celebración cuaresmal. Es preci-so intensificar seriamente el proceso per-sonal de conversión, de purificación, por-que así lo requiere la celebración litúrgicadel misterio pascual de Cristo, al que Élmismo nos incorpora.

–Josué 5,9-12: El pueblo de Dios cele-bra la Pascua antes de entrar en la tierra

4ª Semana de Cuaresma

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prometida. Tras cuarenta años de pere-grinación, el pueblo de Israel entró en latierra de salvación. Allí celebró por vezprimera la Pascua, como inauguración deuna vida nueva y libre. Comenta San Ata-nasio:

«Vemos, hermanos míos, cómo vamos pasan-do de una fiesta a otra. Ahora ha llegado el tiem-po en que todo vuelve a comenzar, el anuncio dela Pascua venerable, en la que el Señor fue inmo-lado. Nosotros nos alimentamos... y deleitamossiempre nuestra alma con la sangre preciosa deCristo, como de una fuente; y, con todo, siempreestamos sedientos de esa sangre, siempre senti-mos un ardiente deseo de recibirla.

«Pero nuestro Salvador está siempre a dispo-sición de los sedientos y, por su benignidad, atraea la celebración del gran día a los que tienen susentrañas sedientas, según aquellas palabras su-yas: “El que tenga sed, que venga a Mí y beba”...Siempre que lo pedimos, se nos concede accesoal Salvador. El fruto espiritual de esta fiesta noqueda limitado a un tiempo determinado, ni suradiante esplendor conoce el ocaso , sino que estásiempre a punto, para iluminar las mentes que asílo desean» (Carta 5,1-2).

–Con el Salmo 33 decimos: «Gustad yved qué bueno es el Señor. Bendigo a Diosen todo momento, su alabanza está siem-pre en mi boca; mi alma se gloría en elSeñor: que los humildes lo escuchen y sealegren»

–2 Corintios 5,17-21: Dios nos ha re-conciliado consigo en Cristo. Para noso-tros la Pascua definitiva ha sido Cristo Je-sús (1 Cor 5,7). Nos exige una nueva vidade santidad: muerte al pecado y al hom-bre viejo, para vivir auténticamente comohijos de Dios. Comenta San Agustín:

«Cuando nuestra esperanza llegue a su meta,habrá llegado también a la suya nuestra justifica-ción. Y, antes de completarla, el Señor mostró ensu carne, con la que resucitó y subió al Padre, loque nosotros hemos de esperar, para que viése-mos en la Cabeza lo que ha de suceder en losmiembros... El mundo es convencido de pecadoen aquellos que no creen en Cristo, y de justiciaen los que resucitan en los miembros de Cristo.

De donde se ha dicho: “A fin de que nosotrosviniésemos a ser justicia de Dios en Él”. Si somosjusticia, lo somos en Él, el Cristo total... el que vaal Padre, y esa justicia alcanza entonces la pleni-tud de su perfección» (Sermón, 144,6).

–Lucas 15,1-3.11-32: Este hermanotuyo estaba muerto y ha revivido. Tras ladegradación por el pecado, solo la peni-tencia y el retorno a la fidelidad a Diosnos pueden garantizar la verdadera recon-ciliación santificadora con el Padre. La pa-rábola del hijo pródigo, bien se podría lla-mar también la parábola del Padre miseri-cordioso, como explica San GregorioMagno:

«He aquí que llamo a todos los que se hanmanchado, deseo abrazarlos... No perdamos estetiempo de misericordia [la Cuaresma], que se nosofrece, no menospreciemos los remedios de tantapiedad que el Señor nos brinda. Su benignidadllama a los extraviados, y nos prepara el seno desu clemencia para cuando volvamos a Él. Al pen-sar cada uno en la deuda que le abruma, sepa queDios le aguarda, sin despreciarle ni exasperarse.El que no quiso permanecer con Él, que vuelva...Ved cuán grande es el seno de la piedad y consi-derad que tenéis abierto el regazo de sumisericordia» (Homilía sobre los Evangelios 33).

LunesEntrada: «Yo confío en el Señor. Tu

misericordia sea mi gozo y mi alegría. Tehas fijado en mi aflicción» (Sal 30,7-8).

Colecta (del misal anterior y antes delGregoriano): «Oh Dios, que renuevas elmundo por medio de sacramentos divi-nos: concede a tu Iglesia la ayuda de es-tos auxilios del cielo sin que le falten losnecesarios de la tierra».

Comunión: «Os infundiré mi espíritu yharé que caminéis según mis preceptos yque guardéis y cumpláis mis mandatos,dice el Señor» (Ez 36,27).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor, queestos misterios nos renueven, nos llenende vida y nos santifiquen, para que alcan-cemos, por ellos, los premios eternos».

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–Isaías 65,17-21: Yo voy a crear un cielonuevo y una tierra nueva. El profeta anun-cia la salvación como una nueva creación,tan sublime y maravillosa que hará olvi-darse de la primera. En la esperanzaescatológica todo se convierte en alegría,porque su fuente es Dios. No habrá en lanueva creación dolor ni llanto, pues sugozo es el mismo Dios, su creador. Lasalvación llena de gozo al pueblo y Diosse goza con él. San Gregorio de Nisa dice:

«“Porque el Reino de Dios está en medio devosotros”. Quizás quiera esto... manifestar la ale-gría que se produce en nuestras almas por el Es-píritu Santo; imagen y el testimonio de la cons-tante alegría que disfrutan las almas de los santosen la otra vida» (Homilía sobre las Bienaven-turanzas 5).

Casiano también habla de la alegría dela vida nueva en Cristo:

«Si tenemos fija la mirada en las cosas de laeternidad, y estamos persuadidos de que todo lode este mundo pasa y termina, viviremos siem-pre contentos y permaneceremos inquebranta-bles en nuestro entusiasmo hasta el fin. Ni nosabatirá el infortunio, ni nos llenará de soberbia laprosperidad, porque consideraremos ambas co-sas como caducas y transitorias» (Instit. 9).

Y San Agustín:«Entonces será la alegría plena y perfecta, en-

tonces el gozo completo, cuando ya no tendre-mos por alimento la leche de la esperanza, sino elmanjar sólido de la posesión. Con todo, tambiénahora, antes de que nosotros lleguemos a estaposesión, podemos alegrarnos ya con el Señor.Pues no es poca la alegría de la esperanza que hade convertirse luego en posesión» (Sermón 21).

La alegría cristiana es de naturaleza es-pecial. Es capaz de subsistir en medio detodas las pruebas: «se fueron contentosde la presencia del Sanedrín, porque ha-bían sido dignos de padecer ultrajes porel nombre de Jesús» (Hch 5,41).

–El perdón es como una nueva crea-ción; el pecador perdonado vive alegre,

pues se le ofrecen nuevas posibilidadesde vida. Por eso el alma se dilata al alabara Dios, fuente de perdón y de misericor-dia.

Así lo proclamamos con el Salmo 29:«Te ensalzaré Señor, porque me has li-brado y no has dejado que mis enemigosse rían de mí. Señor, sacaste mi vida delabismo, me hiciste revivir, cuando bajabaa la fosa. Tañed para el Señor, fieles su-yos, dad gracias a su nombre santo. Sucólera dura un instante, su bondad de porvida; al atardecer nos visita el llanto, porla mañana el júbilo. Escucha, Señor, y tenpiedad de mí, Señor socórreme. Cambias-te mi luto en danzas. Señor, Dios mío, tedaré gracias por siempre».

–Juan 4,43-54: Anda, tu hijo está cu-rado. Jesús muestra su gloria en Caná,por segunda vez, curando al hijo de unfuncionario real que tiene fe en su pala-bra. Por medio de milagros, da comienzoa una nueva era que trae consigo la ale-gría. San Agustín dice:

«Con ser tan grande el prodigio que realizó enCaná, no creyó en Él nadie, a excepción de susdiscípulos. A esta ciudad de Galilea vuelve ahorapor segunda vez Jesús. [Un cortesano le pide quevaya a su casa para que cure a su hijo]. Quien asípedía ¿es que aún no creía? ... El Señor, a la peti-ción del Régulo, contesta de esta manera: “Si noveis señales y prodigios no creéis”. Recrimina aeste hombre por su tibieza o frialdad o por sutotal falta de fe; pero desea probar con la cura-ción de su hijo cómo era Cristo, quién era y cuángrande su poder. Hemos oído la palabra del queruega, mas no vemos el corazón del que descon-fía; pero lo testifica quien oyó su palabra y vio sucorazón...

«[Y creyó él y toda su familia]. Ahora me diri-jo al pueblo de Dios: tantos y tantos como he-mos creído, ¿qué signos hemos visto? Luego loque entonces acontecía era como un presagio delo que ahora acontece... nosotros hemos asentidoa Él y por el Evangelio creímos en Cristo, sinhaber visto ni exigido milagro alguno» (Tratado16 sobre el Evangelio de San Juan).

4ª Semana de Cuaresma

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MartesEntrada: «Sedientos, acudid por agua

–dice el Señor– venid los que no tenéisdinero y bebed con alegría» (cf. Is 55,1).

Colecta (del Veronense, Gelasiano ySermón 47 de San León Magno): «Te pe-dimos, Señor, que las prácticas santas deesta Cuaresma dispongan el corazón detus fieles para celebrar dignamente el mis-terio pascual y anunciar a todos los hom-bres la grandeza de tu salvación».

Comunión: «El Señor es mi pastor, nadame falta; en verdes praderas me hace re-costar, me conduce hacia fuentes tran-quilas» (Sal 22,1-2).

Postcomunión: «Purifícanos, Señor, yrenuévanos de tal modo con tus santossacramentos que también nuestro cuerpoencuentre en ellos fuerzas para la vida pre-sente y el germen de su vida inmortal».

–Ezequiel 47,1-9.12: Por debajo delumbral del templo manaba agua e iba ba-jando; a cuantos toquen este agua los sal-vará. Es una prefiguración del agua quesalió del costado de Cristo en la Cruz porla lanzada del soldado, como símbolo delEspíritu Santo que brota del Resucitado,y también del agua purificadora del bau-tismo.

Este pasaje es muy importante para SanJuan (7,37; 21,8-11; 19,34; Ap 21,22-32).Cristo resucitado, en efecto, es el centrodel culto de la nueva humanidad. Su san-tidad es de tal naturaleza que justifica atodos los hombres que participan en ella;su victoria sobre el pecado y la muerteestá a punto de hacerse tan definitiva quecualquier hombre puede estar seguro deresucitar a la vida de la gracia y de habersido justificado de su pecado.

Nosotros estamos bautizados, somos hi-jos de Dios, herederos del cielo. Seamos

fieles a nuestro bautismo, para que poda-mos oir un día estas palabras: «Venid, ben-ditos de mi Padre, a poseer el reino queos está preparado desde el comienzo delmundo» (Mt 25,34).

–El profeta Ezequiel nos ha hablado deaguas salvíficas, de las acequias que co-rren alegrando la ciudad de Dios, que sim-bolizan a las aguas bautismales que, lim-piándonos del pecado, nos han dado laalegría de la salvación. El agua que correes signo de la especial protección de Diosen el Antiguo Testamento, en el Nuevo yen la vida de la Iglesia.

El Salmo 45 reconoce esta predileccióny cuidado: «Dios es nuestro refugio ynuestra fuerza, poderoso defensor en elpeligro. Por eso no tememos aunque tiem-ble la tierra y los montes se desplomen enel mar. El correr de las acequias alegra laciudad de Dios, el Altísimo consagra sumorada. Teniendo a Dios en medio no va-cila, Dios la socorre al despuntar la auro-ra. El Señor de los ejércitos está con no-sotros, nuestro alcázar es el Dios de Ja-cob. Venid a ver las obras del Señor, lasmaravillas que hace en la tierra».

–Juan 5,1-3. 5-16: Al momento el hom-bre quedó sano. Jesús cura en Jerusaléna un paralítico en sábado. Controversiaentre los judíos. En el sábado se puedehacer el bien, aunque aquellos contempo-ráneos de Jesús no lo consideraron así.Además, Dios está por encima del sába-do y Cristo es Dios. Comenta San Agus-tín:

«No debe nadie extrañarse de que Dios hagamilagros; lo extraño sería que los hiciera el hom-bre. Más gozo y admiración nos debe producir elhaberse hecho hombre Nuestro Señor Jesucristoque las obras divinas que, como Dios, hizo entrelos hombres. Y más valor tiene el haber curadolos vicios de las almas que curar las enfermedadesdel cuerpo.

«Pero el alma no conocía quien era el que lahabía de curar, porque tenía los ojos de la carne

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para ver los hechos corporales, pero no los ojosde un corazón limpio para ver a Dios que en ellosestaba. El Señor realiza obras que ella podía verpara curar aquello por lo que no podía ver. Entróen un lugar donde yacía una gran multitud deenfermos, ciegos, cojos y paralíticos... y curó auno solo, cuando podía curar a todos con unasola palabra... Este enfermo que Él sana simboli-za al hombre que abraza la fe, cuyos pecadosvenía a perdonar y cuyas enfermedades venía acurar» (Tratado 17 sobre el Evangelio de SanJuan).

MiércolesEntrada: «Mi oración se dirige hacia ti,

Dios mío, el día de tu favor; que me es-cuche tu gran bondad, que tu fidelidadme ayude» (Sal 68,14).

Colecta (del misal anterior, y antes delGelasiano y Gregoriano): «Señor, Diosnuestro, que concedes a los justos el pre-mio de sus méritos, y a los pecadores quehacen penitencia les perdonas sus peca-dos, ten piedad de nosotros y danos, porla humilde confesión de nuestras culpas,tu paz y tu perdón».

Comunión: «Dios no mandó a su Hijoal mundo para condenar al mundo, sinopara que el mundo se salve por Él» (Jn3,17).

Postcomunión: «No permitas, Señor,que estos sacramentos que hemos recibi-do sean causa de condenación para no-sotros, pues los instituiste como auxiliosde nuestra salvación».

–Isaías 49,8-15: Ha constituido alian-za con el pueblo para restaurar el país.Dios anuncia a Israel exiliado en Babiloniael regreso a la patria, confirmando el amormisericordioso e indestructible del Señorpara con su pueblo.

Ese amor misericordioso se realiza mu-cho más expresivamente en la venida deJesucristo, en el perdón de los pecadospor el sacramento del bautismo y de la

penitencia. La liturgia cuaresmal en favorde los catecúmenos y de los penitentesnos anima a preparamos para la comu-nión pascual y la renovación de las pro-mesas de nuestro bautismo. San Agustínpredica:

«La penitencia purifica el alma, eleva el pensa-miento, somete la carne al espíritu, hace al cora-zón contrito y humillado, disipa las nebulosidadesde la concupiscencia, apaga el fuego de las pasio-nes y enciende la verdadera luz de la castidad».(Sermón 73).

–El profeta Isaías ha cantado gozoso lasalvación que viene de Dios. La salvaciónha sido posible porque el Señor es cle-mente y misericordioso, fiel a sus pro-mesas, a pesar de las infidelidades de Is-rael, de nuestras propias infidelidades.Pero hemos de invocarle sinceramente.

Por eso decimos con el Salmo 144:«El Señor es clemente y misericordioso,lento a la ira y rico en piedad. El Señor esbueno con todos, es cariñoso con todassus criaturas. El Señor es fiel a sus pala-bras, bondadoso en todas sus acciones.El Señor sostiene a los que van a caer,endereza a los que ya se doblan. El Señores justo en todos sus caminos, es bonda-doso en todas sus acciones; cerca está elSeñor de los que lo invocan, de los que loinvocan sinceramente».

–Juan 5,17-30: Lo mismo que el Padreresucita a los muertos y les da vida, asítambién el Hijo del Hombre da vida a losque quiere. Él comunica al alma, muertapor el pecado, la vida, pues precisamenteha venido para esto. La resurrección cor-poral es un signo de la otra más honda ynecesaria. La da por el bautismo y por lapenitencia. Comenta San Agustín:

«No se enfurecían porque dijera que Dios erasu Padre, sino porque le decía Padre de maneramuy distinta de como se lo dicen los hombres.Mirad cómo los judíos ven lo que los arrianos noquieren ver. Los arrianos dicen que el Hijo no esigual al Padre, y de aquí la herejía que aflige a la

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Iglesia. Ved cómo hasta los mismos ciegos y losmismos que mataron a Cristo entendieron el sen-tido de las palabras de Cristo. No vieron que Élera Cristo ni que era Hijo de Dios; sino que vie-ron en aquellas palabras que Hijo de Dios teníaque ser igual a Dios. No era Él quien se hacía iguala Dios. Era Dios quien lo había engendrado iguala Él. Si se hubiera hecho Él igual a Dios, estausurpación le habría hecho caer; pues aquel quese quiso hacer igual a Dios, no siéndolo, cayó yde ángel se hizo diablo y dio a beber al hombreesta soberbia, que fue la que le derribó» (Tratado17,16, sobre el Evangelio de San Juan).

JuevesEntrada: «Que se alegren los que bus-

can al Señor. Recurrid al Señor y a supoder, buscad continuamente su rostro»(Sal 104,3-4).

Colecta (del Gelasiano y del Sacramen-tario de Bérgamo): «Padre lleno de amor,te pedimos que, purificados por la peni-tencia y por la práctica de las buenasobras, nos mantengamos fieles a tus man-damientos, para llegar bien dispuestos alas fiestas de Pascua».

Comunión: «Meteré mi Ley en su pe-cho, la escribiré en sus corazones; yo serésu Dios y ellos serán mi pueblo, dice elSeñor» (Jer 31,33).

Postcomunión: «Que esta comunión,Señor, nos purifique de todas nuestrasculpas, para que se gocen en la plenitudde tu auxilio quienes están agobiados porel peso de su conciencia».

–Éxodo 32,7-14: Arrepiéntete de laamenaza contra tu pueblo. Moisés inter-cede ante Dios que quiere castigar a supueblo por haber sido infiel a la alianza, yobtiene el perdón. Dios, que es miseri-cordioso y fiel, perdona la infidelidad desu pueblo por la intercesión de Moisés.En esa gran misericordia se manifiesta deforma máxima su omnipotencia, dice San-to Tomás de Aquino (Suma Teológica, 2-2 30,4). Casiano explica que la misericor-

dia de Dios perdona y mueve a conver-sión:

«En ocasiones Dios no desdeña visitarnos consu gracia, a pesar de la negligencia y relajamientoen que ve sumido nuestro corazón... Tampocotiene a menos hacer nacer en nosotros abundan-cia de pensamientos espirituales. Por indignosque seamos, suscita en nuestra alma santas inspi-raciones, nos despierta de nuestro sopor, nosalumbra en la ceguedad en que nos tiene envuel-tos la ignorancia, y nos reprende y castiga conclemencia. Más aún, su gracia se difunde en nues-tros corazones para que ese toque divino nosmueva a compunción y nos haga sacudir la iner-cia que nos paraliza» (Colaciones, 4).

San Gregorio Magno ensalza la miseri-cordia de Dios:

«¡Qué grande es la misericordia de nuestro Crea-dor! No somos ni siquiera siervos dignos, pero Élnos llama amigos. ¡Qué grande es la dignidad delhombre que es amigo de Dios!» (Homilía 27 so-bre los Evangelios). «La suprema misericordiano nos abandona, ni siquiera cuando la abandona-mos» (Homilía 36 sobre los Evangelios).

–El pueblo pecó adorando a un bece-rro. La historia de Israel es la historia desu infidelidad a la alianza. Pero Moisésintercede y Dios, rico en misericordia,vuelve a perdonar. El Señor es fiel parasiempre.

–Proclamamos esto con el Salmo 105:«En Horeb se hicieron un becerro, adora-ron un ídolo de fundición; cambiaron sugloria por la imagen de un toro que comehierba. Se olvidaron de Dios, su salvador,que había hecho prodigios en Egipto,maravillas en el país de Cam, portentosen el Mar Rojo. Dios hablaba de aniqui-larlos; pero Moisés, su elegido, se pusoen la brecha frente a Él, para apartar sucólera del exterminio. Acuérdate de no-sotros por amor a tu pueblo». Y Dios per-dona a su pueblo.

–Juan 5,31-47: Moisés, en quien tenéisvuestra esperanza, será vuestro acusador.Juan Bautista había dado testimonio acercade Jesús. También las Escrituras daban

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testimonio sobre Él. Pero ahora es Diosmismo quien atestigüe la verdad de laspalabras de Jesús, mediante las obras quelas acompañan. San Agustín dice:

«¿Por qué creéis que en las Escrituras está lavida eterna? Preguntadle a ellas de quién dan tes-timonio y veréis cuál es la vida eterna. Por defen-der a Moisés ellos quieren repudiar a Cristo, di-ciendo que se opone a las instituciones y precep-tos de Moisés.

«Pero Jesús los deja convictos de su error, sir-viéndose como de otra antorcha... Moisés diotestimonio de Cristo, Juan dio testimonio de Cristoy los profetas y apóstoles dieron también testi-monio de Cristo... Y Él mismo, por encima detodos estos testimonios, pone el testimonio desus obras. Y Dios da testimonio de su Hijo deotra manera: muestra a su Hijo por su Hijo mis-mo, y por su Hijo se muestra a Sí mismo. Elhombre que logre llegar a Él no tendrá ya necesi-dad de antorcha y, avanzando en lo profundo,edificará sobre roca viva» (Tratado 23 sobre elEvangelio de San Juan, 2-4).

ViernesEntrada: «Oh Dios, sálvame por tu

Nombre, sal por mí con tu poder. OhDios, escucha mi súplica, atiende a mispalabras» (Sal 53,3-4).

Colecta (del Veronense y Gelasiano):«Señor, Tú que en nuestra fragilidad nosayudas con medios abundantes, concé-denos recibir con alegría la salvación quenos otorgas, y manifestarla a los hom-bres con nuestra propia vida».

Comunión: «Por Cristo, por su sangre,hemos recibido la redención, el perdón delos pecados; el tesoro de su gracia ha sidoun derroche para con nosotros» (Ef 1,7).

Postcomunión: «Señor, así como en lavida humana nos renovamos sin cesar, hazque, abandonado el pecado que envejecenuestro espíritu, nos renovemos ahorapor su gracia».

–Sabiduría 2,1. 12-22: Lo condenare-mos a muerte ignominiosa. La conjura de

los impíos contra el justo se verifica en laPasión de Cristo. En los labios de los ene-migos de Cristo al pie de la Cruz se vol-verán a escuchar palabras semejantes. Elimpío detesta el reproche permanente quela vida del justo constituya para su vidadepravada. El impío quisiera ver suprimi-do al justo y hace todo lo que puede parallevarlo a cabo. Su furor satánico le llevaa intentar demostrar que es vana la con-fianza filial que el justo tiene en Dios, pues-to que ni siquiera Él podrá librarlo de susmanos homicidas. En el fondo es un ale-gato ateísta.

Así se hizo con Cristo: «Es mejor quemuera un solo hombre por el pueblo, paraque no perezca toda la nación». Así hablóel sumo sacerdote Caifás. Desde ese díadeterminaron quitar la vida a Jesús. Sólouna breve semana y realizarán su plannefando. Sobornarán al traidor Judas. Seapoderarán de Jesús en el Huerto de losOlivos y seguirán todos los pasos de laPasión que meditaremos en días sucesi-vos, sobre todo en la Semana Santa.

–El justo ha de sufrir mucho a causa delos malos. En la lectura primera vemos elmodo de pensar y de actuar de éstos. Peroes Dios el que vence y es su protecciónlo que cuenta. Vivamos con la confianzapuesta en Dios. Así lo expresamos con elSalmo 33: «El Señor se enfrenta con losmalhechores para borrar de la tierra sumemoria. Cuando uno grita, el Señor loescucha y lo libra de sus angustias. ElSeñor está cerca de los atribulados, salvaa los abatidos. Aunque el justo sufra mu-chos males, de todos los libra el Señor. Élcuida de todos sus huesos, y ni uno solose quebrará. El Señor redime a sus sier-vos, no será castigado quien se acoge aÉl».

–Juan 7,1-2.10.25-30: Intentaban apre-sarlo, pero aún no había llegado su hora.Continúan las controversias judías con-

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tra Jesús que proclama en el templo, comoEnviado del Padre, su mensaje profético.Jesús sabe muy todo lo que va a suceder-le. Gracias a la visión continua de Dios,de que goza su alma, conoce exactamen-te, ve y palpa todo lo que le espera: latraición de Judas, la negación de Pedro,las humillaciones y dolores indecibles...

También nos vio a nosotros. ¿No escada pecado un desprecio de Jesús, desus preceptos, de su doctrina, de sus bie-nes y promesas? ¡Con cuánta frecuenciase oponen a Cristo y a sus mandatos, laspasiones, los planes y miras humanas enla vida del hombre y del cristiano! Hemosde pedir luces de lo alto para examinarnuestra vida, hacer una auténtica revisiónde vida, arrepentirnos de nuestros des-víos y pecados. De este modo nos prepa-raremos a las fiestas de Pascua con todasinceridad de corazón y comenzaremosuna vida nueva, llena de todas las virtudes.

SábadoEntrada: «Me cercaban olas mortales,

torrentes destructores me aterraban, meenvolvían las redes del abismo; en el peli-gro invoque al Señor; desde su templo Élescuchó mi voz» (Sal 17,5-7).

Colecta (del misal anterior y, antes, delGelasiano): «Que tu amor y tu misericor-dia dirijan nuestros corazones, Señor, yaque sin tu ayuda no podemos complacer-te».

Comunión: «Hemos sido rescatados aprecio de la sangre de Cristo, el Corderosin defecto ni mancha» (1 Pe 1,19).

Postcomunión: «Que tus santos miste-rios nos purifiquen, Señor, y que por suacción eficaz nos vuelvan agradables a tusojos».

–Jeremías 11,18-20: Yo era como uncordero manso llevado al matadero. Laspersecuciones sufridas por Jeremías pro-

feta le convierten en una imagen de Cris-to durante su Pasión. Su dolor es símbo-lo del de Cristo, a cuya Pasión aplica laIglesia en su liturgia la imagen del árbolderribado en pleno vigor. Pero en el pro-feta aún no se ve la imagen plena del amorpara con los enemigos, que Cristo ense-ñó con su palabra y su ejemplo. Prevale-ce la confianza y la imagen emocionantedel cordero manso, llevado al mataderoque ha inspirado el canto del Siervo deDios en Isaías (53,6-7) y le ha hecho sím-bolo de la Pasión del Cordero de Dios (Mt26,63; Jn 1,29; Hch 8,32).

Oigamos a San Juan Crisóstomo:«La sangre derramada por Cristo reproduce en

nosotros la imagen del rey: no permite que semalogre la nobleza del alma; riega el alma conprofusión, y le inspira el amor a la virtud. Estasangre hace huir a los demonios, atrae a los ánge-les...; esta sangre ha lavado a todo el mundo y hafacilitado el camino del cielo» (Homilía 45, sobreel Evangelio de San Juan).

Y San León Magno dice:«Efectivamente, la encarnación del Verbo, lo

mismo que la muerte y resurrección de Cristo, havenido a ser la salvación de todos los fieles, y lasangre del único justo nos ha dado, a nosotrosque la creemos derramada para la reconciliacióndel mundo, lo que concedió a nuestros padres,que igualmente creyeron que sería derramada»(Sermón 15, sobre la Pasión).

–El Salmo 7 es muy apropiado para lalectura anterior, pues expresa la súplicadel Justo por antonomasia, condenado in-justamente. El Padre lo deja morir paramostrar su extremada misericordia y suamor para con los hombres, a quienes re-dime del pecado, conduciéndolos a la glo-ria eterna: «Señor, Dios mío, A Ti meacojo, líbrame de mis enemigos y perse-guidores y sálvame, que no me atrapencomo leones y me desgarren sin reme-dio. Júzgame, Señor, según mi justicia,según la inocencia que hay en mí. Cese lamaldad de los culpables y apoya Tú al ino-cente, Tú que sondeas el corazón y las

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entrañas, Tú, el Dios justo. Mi escudo esDios que salva a los rectos de corazón.Dios es un juez justo. Dios amenaza cadadía»

–Juan 7,40-53: ¿Es que de Galilea vaa venir el Mesías? Ante las nuevas afir-maciones de Jesús, las discusiones de susenemigos se hacen más vivas. En su des-precio al pueblo, los fariseos rechazan alos que creen en Jesús e increpan a Nico-demo, porque siendo fariseo defendía aJesús.

Jesús es el signo de contradicción en elmundo: divide a los hombres y a sus opi-niones con su sola presencia. Obliga atodos a definirse, tanto en su época pales-tinense como también ahora. El Persegui-do, en su apariencia humilde de galileo,es Señor de su destino y del destino detodos. Sus perseguidores tendrán que ex-clamar, como hizo un día Juliano el Após-tata: «¡Venciste, Galileo!» Pero a noso-tros nos conviene gloriarnos en la Cruzde nuestro Señor Jesucristo, según ex-presión paulina. San Juan Crisóstomo nosexhorta a confesar a Cristo crucificado:

«Oigan esto cuantos se avergüenzan de la Pa-sión y de la Cruz de Cristo. Porque si el Príncipede los Apóstoles, aun antes de entender clara-mente este misterio, fue llamado Satanás por ha-berse avergonzado de él, ¿qué perdón pueden te-ner aquellos que, después de tan manifiesta de-mostración, niegan la economía de la Cruz? Por-que si el que así fue proclamado bienaventurado,si el que tan gloriosa confesión hizo, tal palabrahubo de oir, considerar lo que habrán de sufrir losque, después de todo eso, destruyen y anulan elmisterio de la Cruz» (Homilía sobre San Mateo54).

5ª Semana de Cuaresma

DomingoEntrada: «Hazme justicia, oh Dios, de-

fiende mi causa contra gente sin piedad;sálvame del hombre traidor y malvado.Tú eres mi Dios y protector» (Sal 42,1-2).

Colecta (inspirada en la antigua liturgiahispana, llamada también mozárabe): «Terogamos, Señor Dios nuestro, que tu gra-cia nos ayude para que vivamos siemprede aquel mismo amor que movió a tu Hijoa entregarse a la muerte por la salvacióndel mundo».

Ofertorio (Gelasiano): «Escúchanos,Dios Todopoderoso, tú que nos has ini-ciado en la fe cristiana, y purifícanos porla acción de este sacrificio»

Comunión: «El que está vivo y cree enMí, no morirá para siempre» (Jn 11,26).O bien: «Mujer, ¿ninguno te ha condena-do? Tampoco yo te condeno. Anda, y enadelante, no peques más» (Jn 8,10-11).O bien: «Os aseguro que si el grano detrigo no cae en tierra y muere, queda in-fecundo; pero si muere, da mucho fruto»(Jn 12,24-25).

Postcomunión (Veronense): «Te pedi-mos, Dios Todopoderoso, que nos cuen-

5ª Semana de Cuaresma

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tes siempre entre los miembros de Cris-to, en cuyo Cuerpo y Sangre hemos co-mulgado».

CICLO ALas lecturas de hoy nos recuerdan nues-

tra vocación de resucitados en Cristo.También en este domingo tenía lugar elescrutinio o examen selectivo de los cate-cúmenos que se preparaban para recibirel bautismo en la Vigilia Pascual. Rea-vivemos con ellos nuestra fe cristiana.

–Ezequiel 37,12-14: Os infundiré mi es-píritu y viviréis. La salvación divina esproclamada por el profeta Ezequiel comouna iniciativa de Dios, que infunde nuevavida a un pueblo aniquilado y sin capaci-dad propia para regenerarse. Orígenescompara el bautismo de los cristianos conel paso del Jordán:

«Cuando llegues a la fuente del bautismo, en-tonces también tú, por ministerio de los sacerdo-tes, atravesarás el Jordán y entrarás en la tierraprometida, en la que te recibirá Jesús, el sucesorde Moisés, y será tu guía en el nuevo camino»(Homilía sobre el libro de Josué).

–Con el Salmo 129 proclamamos:«Desde lo hondo a Ti grito, Señor; Se-ñor, escucha mi voz, estén tus oídos aten-tos a la voz de mi súplica. Del Señor vie-ne la misericordia, la redención copiosa».

–Romanos 8,8-11: El Espíritu del queresucitó a Jesús de entre los muertos ha-bita en vosotros. La vocación cristianacomporta el paso de la muerte y del peca-do a la vida divina, bajo la acción santifi-cadora del Espíritu renovador. «Quien notiene el Espíritu de Cristo no es de Cris-to» (Rom 8,8). San Juan Crisóstomo haceuna penetrante observación:

«Si Cristo vive en el cristiano, allí está tambiénel Espíritu divino, la tercera Persona de la Santí-sima Trinidad. Donde no está este Espíritu, allíreina de verdad la muerte, y con ella la ira de

Dios, el rechazo de las leyes, la separación deCristo, el destierro de este huésped... Pero, cuan-do se tiene en sí al Espíritu, ¿qué bienes nos pue-den faltar? Con el Espíritu se pertenece a Cristo,se le posee, se compite en honor con los ángeles.Con el Espíritu se crucifica la carne, se gusta elencanto de una vida inmortal, se tiene la prendade la resurrección futura, se avanza rápidamentepor el camino de la virtud. Esto es lo que Pablollama dar muerte a la carne» (Homilía 13 sobreRomanos).

–Juan 11,1-45: Yo soy la resurrección yla vida. Jesús es la resurrección y la vidapara los cuerpos, mediante su poder vi-vificante frente a la muerte; para las al-mas, mediante su poder de seducciónfrente al pecado. Comenta San Ambrosio:

«Vendrá Cristo a tu sepultura y cuando veallorar por ti a Marta, la mujer del buen servicio, ya María, la que escuchaba atentamente la Palabrade Dios, como la Santa Iglesia que ha escogidopara sí la mejor parte, se volverá a misericordia.Cuando a la hora de tu muerte vea las lágrimas detantas gentes, preguntará: ¿Dónde lo habéis pues-to? Es decir, ¿ en qué lugar de los reos está? ¿enqué orden de los penitentes? Veré al que lloráis,para moverme por su sus propias lágrimas, verési está muerto al pecado aquel cuyo perdón pe-dís. Así, pues, viendo el Señor Jesús el agobio delpecador no puede menos de derramar lágrimas;no puede soportar que llore sola la Iglesia. Secompadece de su Amada y dice al difunto: Salfuera... Manifiesta tu propio pecado y serás jus-tificado» (La penitencia 2,7,54-57).

CICLO BLa liturgia cuaresmal, preparación para

el misterio pascual, se encuentra en sumomento más intenso. Hemos de dispo-nernos a vivir la Pasíon, Muerte y Resu-rrección de Jesús profundamente, aden-trándonos en el misterio de su Corazón.Él es el Hijo de Dios hecho hombre, encondición victimal solidaria por nuestrospecados. A profundizar en este conoci-miento interno de Cristo Paciente, Muer-to y Resucitado apunta la pedagogía litúr-gica de esta quinta semana de Cuaresma.

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–Jeremías 31,31-34: Haré una alianzanueva y no recordaré el pecado. La Anti-gua Alianza preparaba al creyente para elmisterio de Cristo, pero solo la NuevaAlianza santificaría interiormente al peca-dor. Dios forma a su pueblo, por los pro-fetas, en la esperanza de la salvación, enla espera de una alianza nueva y eternadestinada a todos los hombres (Is 2,2-4),que será grabada en sus corazones (Jer31,31-34; Hb 10,16).

Los profetas anuncian una redenciónradical del pueblo de Dios, la purificaciónde todas sus infidelidades (Ez 36), unasalvación que incluirá a todas las nacio-nes (Is 49,5-6; 53,11). Serán, sobre todo,los pobres y los humildes del Señor quie-nes mantendrán esta esperanza. El anun-cio de Jeremías se perfecciona en Cristo.Él es la Palabra definitiva del Padre. Nohabrá otra Palabra más elocuente que ésta.

–Con el Salmo 50 decimos: «Oh Dios,crea en mí un corazón puro. Misericor-dia, Dios mío, por tu bondad, por tu in-mensa compasión borra mi culpa, lava deltodo mi delito, limpia mi pecado...»

–Hebreos 5,7-9: Aprendió a obedecer yse ha convertido en centro de salvacióneterna. Jesús, autor de la Nueva Alianzapor su Sacerdocio y su inmolación, es elúnico que puede renovarnos, hasta con-vertirnos realmente en hijos de Dios. SanJuan Crisóstomo:

«Cuando el Apóstol habla de estas súplicas ydel clamor de Jesús no quiere hablar de las peti-ciones que hizo para Sí mismo, sino para los quecreerían en Él. Y puesto que los hebreos no te-nían todavía la elevada concepción de Cristo quehubieran debido poseer, San Pablo dice que fueescuchado, como el mismo Señor dijo a sus discí-pulos para consolarlos: “Si me amaseis, os ale-graríais de que fuera al Padre, porque el Padre esmayor que yo”... Eran tan grande el respeto y lapiedad del Hijo que Dios Padre no pudo menosque tener en cuenta sus súplicas, salvando a suHijo y salvando también a todos los que le obe-decen» (Homilía 11, sobre Hebreos).

–Juan 12,20-33: Si el grano de trigocae en tierra y muere, da mucho fruto.Por la humillación victimal de Cristo Je-sús se ha hecho posible la glorificaciónperfecta del Padre y la santificación realdel creyente. Comenta San Agustín:

«Pero el precio de estas muertes [la de los már-tires] es la muerte de uno solo. ¡Cuántas muertescompró muriendo Aquél que de no haber muerto,no hubiera hecho que se multiplicara el grano detrigo. Oísteis las palabras que dijo al acercarse supasión, es decir, al acercarse nuestra redención:“Si el grano de trigo caído en tierra, no muere,permanece solo; pero si muere da mucho fruto”(Jn 12 24-25). En la Cruz realizó un gran negocio;allí fue abierto el saco que contenía nuestro pre-cio: cuando la lanza del que lo hería abrió el cos-tado, brotó de Él el precio de todo el orbe» (Ser-món 329,1).

Sólo una compenetración plena, viva yamorosa, con el misterio del Amor quellevó a Cristo hasta la Cruz por nosotros,puede redimirnos de una piedad frívolaen la celebración litúrgica de estos días.

CICLO CEl proceso de conversión cuaresmal

apunta a su fin. La liturgia de este domin-go proclama la finalidad positiva y santi-ficadora de la verdadera renovaciónpascual y de la genuina reconciliación cris-tiana. No se trata solo avivar el arrepenti-miento por nuestra vida, marcada por elpecado, de detestar y superar el pecado.

La conversión cristiana no puede ci-frarse simplemente en la purificación re-ligiosa del pecado, a estilo hindú o budis-ta. Tiene que apuntar a una nueva vida enCristo, a una cristificación real de todonuestro ser. La Pascua cristiana no es solomuerte al hombre viejo y al pecado. Esesencialmente una verdadera resurreccióncon Cristo, para vivir una vida nueva, em-peñada en la santidad que solo en Él, conÉl y por Él es posible para nosotros.

5ª Semana de Cuaresma

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–Isaías 43,16-21: Mirad que realizoalgo nuevo y daré bebida a mi pueblo.Isaías proclama la liberación mesiánicacomo un nuevo éxodo, como una nuevaobra de Dios, para dar vida a su pueblo.San Gregorio de Nisa dice:

«Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada;desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada.Habíamos perdido la posesión del bien; era nece-sario que se nos devolviera. Encerrados en lastinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estan-do cautivos, esperábamos un Salvador; prisione-ros, un socorro; esclavos, un Libertador» (Or.Catech. 15).

Y ese libertador vino, no por nuestrosméritos, sino solo por el infinito amor deDios. Libérrimamente realizó Cristo la Re-dención.. «Porque tanto amó Dios al mun-do que dio a su Hijo único para que todoel que crea en Él no perezca, sino quetenga vida eterna» (Jn 3,16).

–Con el Salmo 125 proclamamos: «ElSeñor ha estado grande con nosotros yestamos alegres... cuando el Señor cam-bió la suerte de Sión nos parecía soñar; laboca se nos llenaba de risas, la lengua decantares...»

–Filipenses 3,8-14: Todo lo estimo pér-dida comparado con Cristo, configura-do, como estoy, con su muerte. Para elcristiano, como para Pablo, la conversióna Cristo deberá significar una total renun-cia al pasado, para alcanzar a vivir unavida nueva en Cristo, por Cristo y conCristo. Este desprendimiento ha sido vi-vido por todos los santos, desde los tiem-pos apostólicos hasta nuestros días, y loserá siempre. San Ignacio de Antioquiahabla de la muerte, del desasimiento, parapoder resucitar a la vida nueva:

«No os doy yo mandatos, como Pedro y Pa-blo. Ellos eran apóstoles, yo no soy más que uncondenado a muerte... Pero si logro sufrir el mar-tirio, entonces seré liberto de Jesucristo y resuci-taré libre con Él. Ahora, en medio de mis cadenases cuando aprendo a no desear nada» (Carta a losRomanos 3,1-2).

–Juan 8,1,11: El que esté sin pecadoque tire la primera piedra. La renovaciónpascual es necesaria para todos. Cualquierpuritanismo condenatorio de la conductaajena está más del lado de los fariseos inmi-sericordes que del Evangelio. Todos ne-cesitamos la conversión a una vida nue-va. San Gregorio Magno dice:

«He aquí que llama a todos los que se han man-chado, desea abrazarlos, y se queja de que le hanabandonado. No perdamos este tiempo de mise-ricordia que se nos ofrece, no menospreciemoslos remedios de tanta piedad, que el Señor nosbrinda. Su benignidad llama a los extraviados, ynos prepara, cuando volvamos a Él, el seno de suclemencia. Piense cada cual en la deuda que leabruma, cuando Dios le aguarda y no se exasperacon el desprecio. El que no quiso permanecer conÉl, que vuelva; el que menospreció estar firme asu lado, que se levante, por lo menos después desu caída... Ved cuán grande es el regazo de supiedad y considerad que tiene abierto el regazode su misericordia» (Homilía 33 sobre los Evan-gelios).

LunesEntrada: «Misericordia, Dios mío, que

me hostigan, me atacan y me acosan todoel día» (Sal 55,2)

Colecta (del Sermón 61 de San LeónMagno): «Señor, Dios nuestro, cuyo amornos enriquece sin medida con toda bendi-ción: haz que, abandonando nuestra vidacaduca, fruto del pecado, nos prepare-mos como hombres nuevos, a tomar parteen la gloria de tu Reino».

Comunión: «Mujer, ¿ninguno te ha con-denado? Tampoco yo te condeno. Anday, en adelante, no peques» (Jn 8,10-11).O bien: «Yo soy la luz del mundo –dice elSeñor–. El que me sigue no camina entinieblas, sino que tendrá la luz de la vida»(Jn 8,12).

Postcomunión: «Te pedimos, Señor, queestos sacramentos que nos fortalecen,

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sean siempre para nosotros fuente de per-dón y, siguiendo las huellas de Cristo, noslleven a Ti, que eres nuestra vida».

–Daniel 13,1-9.15-17. 19-30.33-62:Tengo que morir siendo inocente. La lec-tura es del conocido episodio de Susana,liberada por el joven Daniel, que descu-bre la trama de los verdaderos culpables.Es una prefiguración de la salvación porel acto redentor de Cristo. El Antiguo Tes-tamento era el Testamento de la justicia:el pecado, al menos ciertos pecados, ha-bían de ser expiados por la muerte delpecador.

El Nuevo Testamento, por el contrario,es el Testamento de la gracia. En él no semata al pecador, sino que se le salva porla penitencia. Se le da fuerza para resistira las pasiones y al pecado y para elevarsehasta la vida de las virtudes y de la santi-dad. San Jerónimo anima al pecador:

«No dudéis del perdón, pues, por grande quesean vuestras culpas, la magnitud de la misericor-dia divina perdonará, sin duda, al enormidad devuestros muchos pecados» (Coment. al profetaJoel 3,5).

Y el beato Isaac de Stella:«La Iglesia nada puede perdonar sin Cristo y

Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia. La Igle-sia solamente puede perdonar al que se arrepien-te, es decir, a aquél a quien Cristo ha tocado yacon su gracia. Y Cristo no quiere perdonar ningu-na clase de pecado a quien desprecia a la Iglesia»(Sermón 11).

–Dios permite las pruebas del justo,hasta tal extremo que a veces parece quese ha olvidado de él. Es necesario esperaren Dios contra toda esperanza, comoAbrahán. El auxilio divino llega siempreen el momento preciso, como en el casode Susana y en tantos otros. Con el Sal-mo 22 proclamamos: «El Señor es mi Pas-tor: nada me puede faltar... Aunque cami-ne por cañadas oscuras, nada temo, por-que Tú, Dios mío, vas conmigo... Tubondad, Señor y tu misericordia me acom-

pañan todos los días de mi vida, y habita-ré en la casa del Señor por años sin tér-minos».

–Si el Evangelio es Juan 8,1-11, véaseel Domingo anterior Ciclo C. Si es Juan8,12-20: Yo soy la luz del mundo. En ElAntiguo Testamento ya se veía al Mesíascomo luz del mundo, puesto que viene arevelar la Verdad de Dios. El tema de laluz es amplísimo en la Escritura. La pri-mera palabra de Dios en el Génesis es:«Hágase la luz» y al final del Apocalipsisse canta a Cristo como «Estrella lucientede la mañana». Dios es Luz indeficiente.Y la segunda Persona de la Santísima Tri-nidad, es «Luz de Luz», según decimosen el Credo. Clemente de Alejandría, a fi-nes del siglo II, invoca a Cristo como Luzdel mundo, con estas palabras:

«¡Salve, Luz! Desde el cielo brilló una Luz so-bre nosotros, que estábamos sumidos en la oscu-ridad y encerrados en la sombra de la muerte; Luzmás pura que el sol, más dulce que la vida de aquíabajo. Esa Luz es la vida eterna, y todo el que deella participa, vive, deja el puesto al día del Señor.El universo se ha convertido en luz indefectible yel Occidente se ha transformado en Oriente. Estoes lo que quiere decir la nueva creación; porque elSol de justicia que atraviesa en la carroza el uni-verso entero, imitando a su Padre, que hace salirel sol sobre todos los hombres (Mt 5,45) y derra-ma el rocío de la Verdad» (Protréptico 11,88,114).

MartesEntrada: «Espera en el Señor, sé va-

liente, ten ánimo, espera en el Señor» (Sal26,14).

Colecta (del misal anterior y antes, delGelasiano): «Concédenos, Señor, perse-verar en el fiel cumplimiento de tu santavoluntad, para que en nuestros días crez-ca en santidad y en número el pueblo de-dicado a tu servicio».

Comunión: «Cuando Yo sea elevadosobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí,dice el Señor» (Jn 12, 32).

5ª Semana de Cuaresma

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Postcomunión: «Concédenos, Dios To-dopoderoso, que, participando asiduamen-te en tus divinos misterios, merezcamosalcanzar los dones del Cielo».

–Números 21,4-9: Los mordidos de ser-piente quedarán sanos si miran a la ser-piente de bronce... Esta lectura nos per-mite ver el poder y fecundidad de la Cruz.«Lo mismo que Moisés elevó la serpienteen el desierto, así tiene que ser elevado elHijo del Hombre para que todo el que creeen Él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15). SanLeón Magno dice:

«¡Oh admirable poder de la Cruz!... En ella seencuentra el tribunal del Señor, el juicio del mun-do, el poder del Crucificado. Atrajiste a todoshacia ti, Señor, a fin de que el culto de todas lasnaciones del orbe celebrara mediante un sacra-mento pleno y manifiesto, lo que realizaban en eltemplo de Judea como sombra y figura... Porquetu Cruz es fuente de toda bendición, el origen detoda gracia; por ella, los creyentes reciben de ladebilidad, la fuerza; del oprobio, la gloria; y de lamuerte, la vida» (Sermón 8 sobre la Pasión).

Y San Teodoro Estudita:«La Cruz no encierra en sí mezcla del bien y

del mal como el árbol del Edén, sino que toda ellaes hermosa y agradable, tanto para la vista cuan-tos para el gusto. Se trata, en efecto, del leño queengendra la vida, no la muerte; que da luz, notinieblas; que introduce en el Edén, no que hacesalir de él...» (Disertación sobre la adoración dela Cruz).

–El autor del Salmo 101 es un pobregravemente enfermo, pero que no ha per-dido la confianza de ser salvado de suenfermedad, pues conoce las frecuentesvisitas de Dios a su pueblo.

Por profundo que sea nuestro abatimien-to, alcemos nuestros ojos a Dios, comoIsrael los levantó al signo que le presenta-ba Moisés y contemplemos a Jesucristo,nuestra salvación, en la Cruz. El Señornos librará, aunque por nuestros pecadosnos sintamos condenados a muerte: «Se-ñor, escucha mi oración, que mi grito lle-

gue hasta ti, no me escondas tu rostro eldía de la desgracia. Inclina tu oído haciamí, cuando te invoco, escúchame en se-guida... Que el Señor ha mirado desde suexcelso santuario, desde el cielo se ha fi-jado en la tierra, para escuchar los gemi-dos de los cautivos y librar a los conde-nados a muerte».

–Juan 8,21-30: Cuando levantéis alHijo del Hombre sabréis que soy yo. Je-sús anuncia su pasión con expresiones ve-ladas. Hay que creer en Cristo para esca-par de la muerte eterna. La respuesta de-finitiva será la exaltación de Jesucristo.San Germán de Constantinopla contem-pla la Cruz y la obediencia de Cristo:

«A raíz de que Cristo se humilló a sí mismo yse hizo obediente hasta la muerte y muerte deCruz (cf. Flp 2,8), la Cruz viene a ser el leño deobediencia, ilumina la mente, fortalece el corazóny nos hace participar del fruto de la vida perdura-ble. El fruto de la obediencia hace desaparecer elfruto de la desobediencia. El fruto pecaminosoocasionaba estar alejado de Dios, permanecer lejosdel árbol de la vida y hallarse sometido a la sen-tencia condenatoria que dice: “volverá a la tierrade donde fuiste formado” (Gén 3,19). El fruto dela obediencia, en cambio, proporciona familiari-dad con Dios, dando cumplimiento a estas pala-bras de Cristo: Cuando yo sea levantado en altoatraeré a todos a Mí (Jn 12,32). Esta promesa esverdad muy apetecible» (Sobre la Adoración dela Cruz).

MiércolesEntrada: «Dios me libró de mis enemi-

gos, me levantó sobre los que resistían yme salvó del hombre cruel» (Sal 17,48-49s).

Colecta (del misal anterior y, antes, delVeronense y Gelasiano): «Ilumina, Señor,el corazón de tus fieles, purificado porlas penitencias de Cuaresma; y Tú quenos infundes el piadoso deseo de servir-te, escucha paternalmente nuestras súpli-cas».

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Comunión: «Dios nos ha trasladado alReino de su Hijo querido, por cuya san-gre hemos recibido la Redención, el per-dón de los pecados» (Col 1,13-14)

Postcomunión: «Dios Todopoderoso: elsacramento que acabamos de recibir seamedicina para nuestra debilidad, sane lasenfermedades de nuestro espíritu y nosasegure tu constante protección».

–Daniel 3,14-20.91-92.95: Dios envióa un ángel a librar a sus siervos. Los tresjóvenes aceptan morir en el horno antesque renegar de su fe en un solo Dios ver-dadero. Pero son librados de las llamas,al igual que un día Cristo será rescatadode la muerte.

Los que se mantienen fieles al Señor,no obstante la persecución, triunfan deun modo o de otro. Toda persecución esuna prueba del justo, de su fe en el poderde Dios.. Pertenece al misterio de la lu-cha del mal contra el bien, del vicio con-tra la virtud. Revela el juicio de Dios encuanto que anuncia el juicio escatológicoy el advenimiento del Reino. El justo obralibremente por amor a Dios. Dice SanJerónimo:

«Él, que promete estar con sus discípulos has-ta la consumación de los siglos, manifiesta queellos habrán de vencer siempre, y que Él nunca sehabrá de separar de los que creen» (Com. al Evan-gelio de S. Mateo 21,3).

Y Orígenes:«El Señor nos libra del mal no cuando el enemi-

go deja de presentarnos batalla valiéndose de susmil artes, sino cuando vencemos arrostrando va-lientemente las circunstancias» (Tratado sobrela oración 30).

Todo es figura de Cristo en su Pasión.El fuego no toca a sus siervos. Los ene-migos se imaginan haber aniquilado a Je-sús. Pero Dios destruye sus esperanzas yplanes. El condenado, el vencido, se le-vanta glorioso al tercer día de entre losmuertos.

–La Iglesia desde sus primeras perse-cuciones vio en los tres jóvenes arroja-dos al horno de Babilonia su propia ima-gen: los jóvenes perseguidos, castigados,condenados a muerte, perseveran en laalabanza divina y son protegidos por unabrisa suave que los inmuniza del fuegomortal.

También la Iglesia, en medio de sus per-secuciones continúa alabando al Señorcon el Cántico de Daniel: «A Ti gloria yalabanza por los siglos. Bendito eres, Se-ñor, Dios de nuestros padres... Benditotu nombre santo y glorioso. Bendito eresen el templo de tu santa gloria. Benditosobre el trono de tu reino. Bendito eresTú, que sentado sobre querubines, son-deas los abismos. Bendito eres en la bó-veda del cielo. A Ti gloria y alabanza porlos siglos».

–Juan 8,31-42: Si el Hijo os hace li-bres, seréis realmente libres. Únicamenteel Hijo de Dios revela la verdad que liberade la esclavitud del pecado. Ser hijos deAbrahán no es cuestión de raza, sino deser, como él, justo y creyente. Ser hijosde Abrahán es, en concreto, ser hijos deDios por la fe en Cristo. Al no creer, losjudíos manifiestan que no son sino hijosdel diablo. La presunción de ser hijos deAbrahán es tan infundada como la de serlibres cuando se es esclavo del pecado.San Agustín dice:

«Eres, al mismo tiempo, siervo y libre, diceSan Agustín: siervo porque fuiste hecho, libreporque eres amado de Aquel que te hizo, y tam-bién porque amas a tu Hacedor» (Coment. al Sal-mo 99,7).

La libertad que Cristo nos ha otorgadoconsiste ante todo en la liberación del pe-cado (Rom 6,14-18) y en consecuencia,de la muerte eterna, y del dominio del de-monio; nos hace hijos de Dios y herma-nos de los demás hombres (Col 1,19-22).Esta libertad inicial, adquirida en el bau-

5ª Semana de Cuaresma

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tismo, ha de ser desarrollada luego con laayuda de la gracia.

JuevesEntrada: «Cristo es mediador de una

alianza nueva; en ella ha habido una muer-te; y así los llamados pueden recibir lapromesa de la vida eterna» (Heb 9,15).

Colecta (Veronense): «Escucha nues-tras súplicas, Señor, y mira con amor alos que han puesto su esperanza en tu mi-sericordia; límpialos de todos sus peca-dos, para que perseveren en una vida santay lleguen de este modo a heredar tus pro-mesas».

Comunión: «Dios no perdonó a su per-donó a su propio Hijo, sino que lo entregóa la muerte por nosotros. Con Él nos loha dado todo» (Rom 8,28).

Postcomunión: «Después de haber re-cibido los dones de nuestra salvación, tepedimos, Padre de misericordia, que estesacramento con que ahora nos alimentasnos haga partícipes de la vida eterna».

–Génesis 17,3-9: Serás padre de muche-dumbre de pueblos. Dios promete aAbrahán que será el comienzo de una di-nastía, de una gran multitud, de una alian-za y de la tierra de promisión. Según ladoctrina de San Pablo, los hombres sonllamados por la fe en Cristo a convertirseen hijos de Abrahán y en herederos de laspromesas. La teología de esta alianza esuna fe inquebrantable en la voluntad deYahvé de establecer una alianza divina conun pueblo representado en Abrahán.

A pesar de todas las dificultades porparte del pueblo, que se aparta del rectocamino establecido por Dios, éste es fiela la promesa. Dios no puede fallar. Todose consumó perfectamente en Cristo y enlos que lo siguen, en su santa Iglesia. SanAmbrosio dice:

«Es cosa normal que, en medio de este mundotan agitado, la Iglesia del Señor, edificada sobre lapiedra de los Apóstoles, permanezca estable yse mantenga firme sobre esta base inquebrantablecontra los furiosos asaltos del mar (Mt 16,18).Está rodeada por las olas, pero no se bambolea, yaunque los elementos de este mundo retumbancon inmenso clamor, ella, sin embargo, ofrece alos que se fatigan la gran seguridad de un puertode salvación» (Carta 2,1-2).

La descendencia de Abrahán por Cristopermanece segura en la promesa de Dios.Él es fiel y se acuerda de su alianza eter-namente.

–Con el Salmo 104 meditamos la his-toria de la salvación y las promesas deDios, que tendrán su pleno cumplimientoen Cristo y sus seguidores. Por eso nece-sitamos recordar que Dios tiene siemprepresente su alianza.

Somos los verdaderos hijos de Abrahán.El Señor es fiel a sus promesas, ¿por qué,pues, perder la paz ante las dificultadesque nos suceden? «Recurrid al Señor y asu poder, buscad continuamente su Ros-tro. Recordad las maravillas que hizo, susprodigios, las sentencias de su boca. ¡Es-tirpe de Abrahán, su siervo, hijos deJacob, su elegido! El Señor es nuestroDios, Él gobierna toda la tierra. Se acuer-da de su alianza eternamente, de la pala-bra dada por mil generaciones, de la alianzasellada con Abrahán, del juramento he-cho a Isaac»

–Juan 8,51-59: Abrahán, vuestro pa-dre, saltaba de gozo por ver mi día. Jesu-cristo da cuenta de su existencia eterna:antes que naciera Abrahán ya existía Él.Esto provoca una reacción adversa entresus enemigos: por ser la Vida le quierendar muerte. Pero todavía no ha sonado lahora en el plan divino de la salvación yJesús se esconde. La venida de Cristo almundo se ha realizado en un momentodeterminado de la larga historia humana,y en un espacio concreto.

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Los Santos Padres se alegran al ver queen Cristo se cumplen todas las promesasde Dios. El enlace entre el Israel antiguoy la Iglesia es visto por San Agustín deesta manera:

«Aquel pueblo no se acercó por eso, esto es,por la soberbia. Se convirtieron en ramos natura-les, pero tronchados del olivo, es decir, del pue-blo creado por los patriarcas; así se hicieron esté-riles en virtud de su soberbia; y en el olivo fueinjertado el acebuche. El acebuche es el pueblogentil. Así dice el Apóstol que el acebuche fueinjertado en el olivo, mientras que los ramos na-turales fueron tronchados. Fueron cortados porla soberbia e injertado el acebuche por lahumildad» (Sermón 77,12).

ViernesEntrada: «Piedad, Señor, que estoy en

peligro; líbrame de los enemigos que mepersiguen. Señor, que no me avergüencede haberte invocado» (Sal 30,10.16.18).

Colecta (del misal anterior y, antes, delVeronense y Gregoriano): «Perdona lasculpas de tu pueblo, Señór, y que tu amory tu bondad nos libren del poder del pe-cado, al que nos ha sometido nuestra de-bilidad».

Comunión: «Jesús, cargado con nues-tros pecados, subió al leño, para que,muertos al pecado, vivamos para la justi-cia. Sus heridas nos han curado» (1Pe2,24).

Postcomunión: «Este don que hemosrecibido, Señor, nos proteja siempre, yaleje de nosotros todo mal».

–Jeremías 20,10-13: El Señor está con-migo como fuerte soldado. El profeta Je-remías es una figura de Jesucristo en suPasión, como ya hemos recordado variasveces. Fue perseguido, pero el Señor losostuvo. El profeta manifiesta su dolor conun lenguaje similar al de muchos salmos,como el de la antífona de entrada. Hanintentado matarlo hasta sus propios fami-

liares y vecinos. Pero él confía firmemen-te en el Señor, en Él ha puesto su seguri-dad.

El cristiano, que vive en la caridad deCristo, ha de ir más lejos, seguro por elAmor de Dios manifestado en su muerte.Sin temor a los que matan el cuerpo, pen-sará solo en confesar a Dios ante los hom-bres con su fe y su conducta. (Mt. 10,26-33; Jn 10,38). Santo Tomás de Aquinodice:

«El Señor padeció de los gentiles y de los ju-díos, de los hombres y de las mujeres, como se veen las sirvientas que acusaron a Pedro. Padeciótambién de los Príncipes y de sus ministros, y dela plebe... Padeció de los parientes y conocidos,y de Pedro, que le negó. De otro modo, padeciócuanto el hombre puede padecer. Pues Cristo pa-deció de los amigos que lo abandonaron; padecióen la fama, por las blasfemias proferidas contraÉl; padeció en el honor y en la honra por lasirrisiones y burlas que le infligieron; en los bie-nes, pues fue despojado hasta de sus vestidos; enel alma, por la tristeza, el tedio, y el temor; en elcuerpo, por las heridas y los azotes» (SumaTeológica 3, q.46, a.5).

–Con el Salmo 17 meditamos el dolory las afrentas en las persecuciones. Escomo la oración de Cristo en su Pasión.Fue perseguido, pero también triunfó. Elcristiano puede recitar este salmo en sustribulaciones y dolores: «En el peligro in-voqué al Señor y me escuchó. Yo te amo,Señor, Tú eres mi fortaleza, Dios míos,peña mía, refugio mío, escudo mío, mifuerza salvadora, mi baluarte. Invoco alSeñor de mi alabanza y quedo libre de misenemigos. Me cercaban olas mortales;torrentes destructores, me envolvían lasredes del abismo, me alcanzaban los la-zos de la muerte. En el peligro invoqué alSeñor, grité a mi Dios; desde su temploÉl escuchó mi voz y mi grito llegó a susoídos»

–Juan 10,31-42: Intentaron detener aJesús, pero se escabulló de las manos.Ante sus adversarios, dispuestos a pren-

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derle, Jesús afirma su filiación divina. Éles Aquel a quien el Padre consagró y en-vió al mundo. El Padre está en Él y Él enel Padre. El misterio de la Palabra hechacarne ha de ser aceptado por la fe. ¡Losenemigos de Jesús! Pero, ¿no nos pone-mos también nosotros en las filas de losenemigos de Jesucristo? ¿No es cada pe-cado un desprecio de Jesús, de sus pre-ceptos, de su doctrina, de sus bienes, desus promesas, de su gracia divina...? DiceSan Basilio:

«En esto consiste precisamente el pecado, enel uso desviado y contrario a la voluntad de Diosde las facultades que Él nos ha dado para practi-car el bien» (Regla monástica, 2,1).

Y Orígenes:«Quien soporta la tiranía del príncipe de este

mundo por la libre aceptación del pecado, estábajo el reino del pecado» (Tratado sobre la ora-ción 25).

SábadoEntrada: «Señor, no te quedes lejos;

fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.Soy un gusano, no un hombre, vergüen-za de la gente, desprecio del pueblo» (Sal21,20.7).

Colecta (Gelasiano): «Señor, tú que rea-lizas sin cesar la salvación de los hom-bres, y concedes a tu pueblo en los díasde Cuaresma gracias más abundantes,dígnate mirar con amor a tus elegidos yconcede tu auxilio protector a loscatecúmenos y a los bautizados».

Comunión: «Cristo fue entregado parareunir a los hijos de Dios dispersos» (Jn11,52).

Postcomunión: «Humildemente te pe-dimos, Señor, que así como nos alimen-tas con el cuerpo y la sangre de tu Hijo,nos des también parte en su naturalezadivina»

–Ezequiel 37,21-28: Los haré un solo

pueblo. El profeta Ezequiel asegura nosolo el retorno de Israel a su tierra, sinotambién su purificación. Los miembrosdel pueblo elegido se congregarán bajo elbáculo de un nuevo David, que reinarápara siempre, luego de pactar una alianzaeterna.

Todo ello se realiza en Cristo, verdade-ra presencia de Dios en su pueblo. Todoes nuevo y eterno en Cristo, lo que mues-tra su trascendencia mesiánica. Los ju-díos no lo ven. No quieren verlo. De mo-mento tampoco lo ven los Apóstoles. Loverán más tarde. San Teófilo de Antioquíadice:

«Dios se deja ver de los que son capaces deverle, porque tienen abiertos los ojos de la mente.Porque todos tienen ojos, pero algunos los tienesbañados de tinieblas y no pueden ver la luz delsol» (Libro I, 2,7).

Y San Agustín:«Que tus obras tengan por fundamento la fe,

porque creyendo en Dios, te harás fiel» (Coment.al Salmo 32).

–El canto de Jeremías 31,10-13 es unanuncio de libertad y de unidad para elpueblo de Dios disgregado en Babilonia:Dios dará la libertad a Israel. Si antes delcautiverio el pueblo de Dios conoció ladivisión en dos reinos, ahora, el que dis-persó a Israel lo reunirá. Fue el pecado yla infidelidad lo que dividió al pueblo deIsrael, lo que disgregó ya en los días deBabel a la humanidad entera.

Pero Dios reunirá definitivamente a supueblo. Así lo ha prometido por los pro-fetas y con ese fin envió a su HijoUnigénito: «Escuchad, pueblos, la pala-bra del Señor, anunciadla en las islas re-motas; El que dispersó a Israel lo reunirá,lo guardará como pastor a su rebaño. Por-que el Señor redimió a Jacob, lo rescatóde una mano más fuerte. Vendrán conaclamaciones a la altura de Sión, afluiránhacia los bienes del Señor».

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–Juan 11,45-56: Jesús debía morir parareunir a los hijos de Dios dispersos. Laresurrección de Lázaro acrecienta el nú-mero de los que creen en Jesús, pero pro-voca la conjura de los sacerdotes y fari-seos contra Él. El Sumo Sacerdote, sincaer en la cuenta, profetiza la muerte deJesús por el pueblo y esto será el signo dela reunión de los hijos de Dios dispersospor el mundo. Comenta San Agustín:

«También por boca de hombres malos el espí-ritu de profecía predice las cosas futuras, lo cual,sin embargo, el evangelista lo atribuye al divinoministerio que como pontífice ejercía... Caifás soloprofetizó acerca de los judíos, en la cual estabanlas ovejas de las cuales dijo el Señor: No he veni-do sino a las ovejas que perecieron de la casa deIsrael.

«Pero el evangelista sabía que había otras ove-jas que no pertenecían a este redil, a las cualesconvenía atraer, para que hubiese un solo redil yun solo pastor. Todas estas cosas han sido dichassegún la predestinación, porque entonces los queaún no habían creído no eran ovejas suyas ni hi-jos de Dios» (Tratado sobre el Evangelio de SanJuan 49,27).

Semana Santa

Domingo de RamosEsta solemnidad se celebraba ya en Je-

rusalén en el siglo IV, según lo refiere laperegrina Egeria en su Diario. Y se hacíalo mismo que hizo el Señor en ese día.Luego se extendió por toda la cristiandad.

Entrada: «Hosanna al Hijo de David,bendito el que viene en el nombre del Se-ñor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en el cie-lo!» (Mt 21,9).

Oraciones para la bendición de los ra-mos: «Dios Todopoderoso y eterno, san-tifica con tu bendición estos ramos, y acuantos vamos a acompañar a Cristo acla-mándole con cantos, concédenos, por él,entrar en la Jerusalén del cielo». O bien:«Acrecienta, Señor, la fe de los que en tiesperan y escucha las plegarias de los quea ti acuden, para que quienes alzamos hoylos ramos en honor de Cristo victorioso,permanezcamos en él, dando frutos abun-dantes»

Colecta (del Misal anterior y antes delGelasiano y Gregoriano): «Dios Todopo-deroso y eterno, Tú quisiste que nuestroSalvador se anonadase, haciéndose hom-bre y muriendo en la Cruz, para que to-

5ª Semana de Cuaresma

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dos nosotros sigamos su ejemplo; con-cédenos que las enseñanzas de su Pasiónnos sirvan de testimonio y que un día par-ticipemos de su resurrección gloriosa».

Comunión: «Padre mío, si este cáliz nopuede pasar sin que yo lo beba, hágase tuvoluntad « (Mt 26,42).

Postcomunión: «Fortalecidos con tansantos misterios, te dirigimos estas súpli-ca, Señor: del mismo modo que la muertede tu Hijo nos ha hecho esperar lo quenuestra fe nos promete, que su resurrec-ción nos alcance la plena posesión de loque anhelamos».

Comenta San Andrés de Creta: «Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al

monte de los Olivos, salgamos al encuentro deCristo que hoy vuelve de Betania y, por propiavoluntad, se apresura hacia su venerable y dicho-sa Pasión, para llevar a plenitud el misterio de lasalvación de los hombres... Ea, pues, corramos auna con quien se apresura a su Pasión, e imite-mos a quienes salieron a su encuentro. Y no paraextender por el suelo, a su paso, ramos de olivo,vestiduras o palmas, sino para prosternarnosnosotros mismos, con la disposición más humi-llada de que seamos capaces y con el más limpiopropósito, de manera que acojamos al Verbo queviene, y así logremos captar a aquel Dios quenunca puede ser totalmente captado por noso-tros.

« Alegrémonos, pues, porque se nos ha pre-sentado mansamente el que es manso y que as-ciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza,para venir hasta nosotros y convivir con noso-tros, de modo que pueda, por su parte, llevarnoshasta la familiaridad con Él... Repitamos cada díaaquella sagrada exclamación que los niños canta-ban, mientras agitamos los ramos espirituales delalma: “Bendito el que viene, como Rey, en nom-bre del Señor” (Sermón 9, sobre el Domingo deRamos).

–Isaías 50,4-7: No oculté el rostro a in-sultos y sé que no quedaré avergonzado.El tercer canto de Isaías sobre el Siervode Dios proclama la condición obediencialde Cristo Jesús, que le lleva hasta ofre-cerse victimalmente por todos nosotros.

–Con el Salmo 21 clamamos: «Diosmío, Dios mío, ¿por qué me has abando-nado?... Al verme se burlan de mí, hacenvisajes, menean la cabeza».

–Filipenses 2,6-11: Se rebajó a Sí mis-mo, por eso Dios lo exaltó sobre todo.Esta obediencia redentora de Jesús ¡has-ta la muerte y muerte de Cruz! ha hechoposible para nosotros el gran Misterio dela Redención pascual.

–Pasión de Cristo: Ciclo A: Mateo26,14-27.66; Ciclo B: Marcos 14,1-15.47;Ciclo C: Lucas 22,14-23.56. La historiade la Pasión del Señor nos invita a identi-ficarnos con los sentimientos redentoresde Cristo Jesús. Toda ella es evi-denciade su Amor glorificador del Padre y sal-vador de todos los hombres. Oigamos aSan Cipriano:

«Durante la misma Pasión, antes de que llegarala crueldad de la muerte y la efusión de sangre,¡cuántos insultos y cuántas injurias escuchadaspor su paciencia! Soportó pacientemente lossalivazos de quienes le insultaban, el mismo quepocos días antes había dado vista a un ciego consu saliva (Jn 9,6); sufrió azotes aquél en cuyonombre azotan hoy sus servidores y ángeles aldiablo; fue coronado de espinas el que corona alos mártires con eternas flores; fue abofeteadocon garfios en el rostro el que da las verdaderaspalmas al vencedor; despojado de su ropa terrenael que viste a todos con la vestidura de la inmor-talidad; mitigada con hiel la sed del que da alimen-tos celestiales, y con vinagre el que propinó ellicor de la salvación. El inocente, el justo, o mejordicho, la misma inocencia y la misma justicia,oprimida por testimonios falsos; juzgado el queha de juzgar, y la Palabra de Dios llevada al sacri-ficio sin despegar los labios... Todo lo soportahasta el fin con firmeza y perseverancia, para quese consuma en la paciencia total y perfecta...»(Del bien de la paciencia, 7).

Lunes SantoEntrada: «Pelea, Señor, contra los que

me atacan; guerrea contra los que mehacen guerra; empuña el escudo y la adar-

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ga, levántate y ven en mi auxilio, SeñorDios, mi fuerte salvador» (Sal 34,1-2; Sal139,8).

Colecta (del misal anterior y, antes, delGregoriano): «Dios Todopoderoso, mirala fragilidad de nuestra naturaleza y, conla fuerza de la Pasión de tu Hijo, levantanuestra débil esperanza».

Comunión: «No me escondas tu rostroel día de la desgracia. Inclina tu oído ha-cia mí cuando te invoco; escúchame en-seguida» (Sal 131,3).

Postcomunión: «Ven Señor, y protegecon amor solícito al pueblo que has santi-ficado en esta celebración, para que con-serve siempre los dones que ha recibidode tu misericordia».

–Isaías 42,1-7: No gritará ni vocearápor las calles. El poema presenta a unhombre, el Siervo de Yahvé, elegido porÉl. Su espíritu lo consagra para estable-cer el derecho entre los pueblos, que es laley de Dios. El Siervo se presenta humil-de, sencillo, manso, delicado, pero en suactuación es firme, tenaz, fiel hasta con-seguir la aceptación de su mensaje. Dioslo guía amorosamente, lo pone comoalianza para las naciones, luz de los pue-blos, liberador de los oprimidos. Es bienclara la tradición eclesial de atribuir a Je-sucristo las cualidades del Siervo deYahvé.

El Papa Juan Pablo II decía«Quizá una vez el Señor nos haya llamado con

sus palabras al propio Corazón. Y ha puesto derelieve este único rasgo: mansedumbre y humil-dad. Como si quisiera decir que solo por ese ca-mino quiere conquistar al hombre; que quiere serel Rey de los corazones mediante la mansedum-bre y la humildad. Todo el misterio de su reinadoestá expresado en estas palabras. La mansedum-bre y la humildad encubren en cierto sentido, todala riqueza del Corazón del Redentor, sobre la queescribió San Pablo a los Efesios. Pero, tambiénesa mansedumbre y humildad lo desvelan plena-

mente; y nos permiten conocerlo y aceptarlomejor; lo hacen objeto de suprema admiración»(Alocución 20-VI-79).

–En el Salmo 26 tenemos un canto deconfianza y seguridad en Dios, aun enmedio de las pruebas más duras. Por ello,es la oración del Siervo de Yahvé, proba-do, sí, pero no abandonado. Es tambiénla oración de los que deseamos seguir aCristo y aprender de Él a ser manso yhumilde de corazón: «El Señor es mi luzy mi salvación, ¿a quién temeré? El Señores la defensa de mi vida, ¿quién me harátemblar? Cuando me asaltan los malva-dos para devorar mi carne, ellos, enemi-gos y adversario, tropiezan y caen. Si unejército acampa contra mí mi corazón notiembla; si me declaran la guerra, me sientotranquilo. Espero gozar de la dicha delSeñor en el país de la vida. Espera en elSeñor, sé valiente, ten ánimo, espera en elSeñor».

–Juan 12,1-11: ¡Déjala! Tenía guarda-do este perfume para el día de mi sepul-tura. Con ocasión de un banquete en casadel resucitado Lázaro, su hermana Maríaunge a Jesús los pies con perfume. Judascritica tal gesto, pero Jesús ve en él unvaticinio de su embalsamamiento. Comen-ta San Agustín:

«Hemos oído el hecho; busquemos ahora susignificado. ¡Oh alma, cualquiera que seas! si quie-res ser fiel, unge con María los pies del Señor conprecioso ungüento. Aquel ungüento significa jus-ticia –por eso pesaba una libra– y era de granprecio –pístico–. Esta palabra no está desprovis-ta de misterio, sino que está muy en consonanciacon él. Pistis en griego significa fe. Querías obrarla justicia; el justo vive de la fe. Unge los pies deJesús. Con tu buena vida sigue las huellas delSeñor. Sécalos con tus cabellos; si tienes cosassuperfluas, repártelas a los pobres, y así enjugaslos pies del Señor... Tienes en qué emplear lo quete sobra; para ti son cosas superfluas, mas sonnecesarias a los pies del Señor... La casa se llenóde olor y el mundo se llena con la buena fama,porque la buena fama es un olor agradable. Quie-

Semana Santa

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nes bajo el nombre de cristianos viven mal, inju-rian a Cristo...» (Trat. sobre el Evangelio de SanJuan 50,6-7).

Martes SantoEntrada: «No me entregues a la saña

de mi adversario, porque se levantan con-tra mí testigos falsos, que respiran vio-lencia» (Sal 26,12)

Colecta (del misal anterior y, antes, delGregoriano): «Dios Todopoderoso y eter-no, concédenos participar tan vivamenteen las celebraciones de la Pasión del Se-ñor que alcancemos tu perdón».

Comunión: «Dios no perdonó a su pro-pio Hijo, sino que lo entregó a la muertepor nosotros» (Rom 8,32).

Postcomunión: «Señor, tú que nos hasalimentado con el cuerpo y la sangre detu Hijo, concédenos que este mismo sa-cramento, que sostiene nuestra vida tem-poral, nos lleve a participar de la vida eter-na».

–Isaías 49,1-6: Te hago luz de las na-ciones, para que mi salvación alcancehasta el confín de la tierra. El Siervo deYahvé expone su propia misión. Ha sidollamado para hablar en nombre de Dios.Su palabra es como espada penetrante quediscrimina los corazones. Dios está conél, lo protege, aunque la dureza de su mi-sión le obligue a lamentarse del silenciode Dios. Él es su recompensa... Todo estoes una prefiguración de Cristo y de suobra redentora.

San Andrés de Creta habla de Cristocomo luz:

«La Encarnación de Cristo es como el sol quepenetra e ilumina las almas, las cuales ya no per-manecen a oscuras por causa de las tempestadesde este mundo, que les envanecen y aturden, opor efecto de la abundancia de las riquezas y delas dotes y cualidades que les ofuscan y pervier-ten. La gloriosa Luz de Cristo es Luz que deverdad ilumina. Cristo es en verdad “Luz de las

naciones”, el verdadero Siervo de Dios» (VersosYámbicos).

–En el Salmo 70 encontramos comouna especie de oración de un ancianoabandonado, pero que no ha perdido laesperanza en el auxilio de Dios. Es, poreso, la oración de la Iglesia en la hora dela prueba y también de toda alma atribula-da que busca en medio de las tinieblas quela rodean la Luz esplendorosa de Cristo: «A Ti, Señor, me acojo; no quede yoderrotado para siempre; Tú, que eres jus-to, líbrame y ponme a salvo, inclina a mítu oído y sálvame. Sé Tú mi Roca de re-fugio, el Alcázar donde me salve, porquemi peña y mi alcázar eres Tú, Dios mío,Líbrame de la mano perversa. Porque Tú,Dios mío, fuiste mi esperanza y mi con-fianza, Señor, desde mi juventud... Miboca cantará tu auxilio, y todo el día tusalvación. Dios mío, me instruiste desdemi juventud, y hasta hoy canto tus mara-villas».

–Juan 13,21-33.36-58: Uno de voso-tros me ha de entregar... No cantará elgallo antes de que me hayas negado tresveces. Jesús anuncia la traición de Judasy la negación de Pedro. Cuando sale eltraidor subraya el evangelista que era denoche. Es la hora del poder de las tinie-blas. Pero también aquella en la que elPadre glorificará al Hijo, puesto que paraJesús la gloria de la resurrección es inse-parable de la muerte en la Cruz... Comen-ta San Agustín:

«Uno de vosotros me entregará. Uno de voso-tros, en el número, no en el mérito; en apariencia,no en la virtud; por la convivencia corporal, nopor el vínculo espiritual; compañero por adhe-sión del cuerpo, no por la unión del corazón; que,por lo tanto, no es de vosotros, sino que ha desalir de vosotros... No era, pues de ellos, Judas,porque, si de ellos hubiese sido, con ellos hubierapermanecido...

«La flaqueza humana los hacía recelar a unosde otros. Cada cual conocía su propia conciencia,pero desconocía la de su vecino; cada uno estaba

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tan cierto de sí mismo como incierto de su veci-no; cada uno estaba tan cierto de sí mismo, comoinciertos estaban los otros de cada uno y cadauno de los otros...

«Era ya de noche. Y también el que salió eranoche. El día habló al día, esto es, Cristo a susdiscípulos, y la noche anunció a la noche de lasabiduría, esto es, Judas a los infieles judíos paraque viniesen a Él y, persiguiéndole, le prendie-sen» (Tratado 612 y 62, sobre el Evangelio deSan Juan).

Miércoles SantoEntrada: «Al nombre de Jesús toda ro-

dilla se doble, en el Cielo, en la tierra, enel abismo; porque el Señor se rebajó has-ta someterse incluso a la muerte, y unamuerte de Cruz; por eso Jesucristo es Se-ñor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,10.8.11).

Colecta (del misal anterior y antes delGregoriano): «Oh Dios, que para librar-nos del poder del enemigo quisiste que tuHijo muriese en la Cruz; concédenos al-canzar la gracia de la Resurrección».

Antífona para la comunión: «El Hijodel hombre no ha venido para que le sir-van, sino para dar su vida en rescate pormuchos» (Mt 20,28).

Postcomunión: «Dios Todopoderoso,concédenos creer y sentir profundamen-te que, por la muerte temporal de tu Hijo,representada en estos misterios santos, Túnos has dado la vida eterna. El Hijo delhombre no ha venido para que le sirvan,sino para dar su vida en rescate por mu-chos» (Mt 20,28).

–Isaías 50,4-9: No oculté el rostro a in-sultos y salivazos. El Siervo de Yahvé escapacitado por Dios para su misión deconsolador de los afligidos. La Palabra deCristo, Siervo de Dios, devuelve al hom-bre la confianza en la salvación. Prefi-guración de la Pasión de Cristo. Injusta-mente condenado, azotado sin piedad y

ultrajado con grandes desprecios, Jesúses el Siervo de Yahvé, que lleva a cabo laobra de la redención anunciada por losprofetas... San Juan Damasceno dice:

«El justo es encadenado porque resultamolesto. Los que esquilman el pueblo delSeñor y perturban los senderos de suspies, celebran consejo contra sí mismos.¡Ay de sus almas! Recibieron males a cau-sa de sus obras, dice Isaías. Lo que ya seha realizado ha sido para nuestro alivio ycuración. Ofrezco mis espaldas a los azo-tes y mis mejillas a las bofetadas y sopor-to el ultraje de los salivazos (Is 50, 6).Por eso aquel a quien ha modelado susmanos (Gén 2,7) no quedará avergonza-do ni ultrajado» (Homilía para el SábadoSanto, 23). ¡Cuánto se traiciona, se azo-ta, se calumnia y crucifica hoy día al Se-ñor!

–El tema del Salmo 68 es el intensosufrimiento de un justo perseguido a cau-sa de su celo por Dios. Nosotros sabe-mos que ese justo es precisamente Jesu-cristo y, en su debida proporción, tam-bién la Iglesia: «Señor, que tu bondad meescuche en el día de tu favor. Por ti heaguantado afrentas, la vergüenza me cu-brió la cara. Soy un extraño para mis her-manos, un extranjero para los hijos de mimadre; porque me devora el celo de tutemplo, y las afrentas con que te afrentancaen sobre mí. La afrenta me destroza elcorazón y desfallezco. Espero compasióny no la hay; consoladores, y no los en-cuentro. En mi comida me echaron hiel,para mi sed me dieron vinagre. Alabaré elnombre del Señor con cantos, proclama-ré su grandeza con acción de gracias.Miradlo los humildes y alegraos, buscadal Señor y vivirá vuestro corazón. Que elSeñor escucha a sus pobres, no despre-cia a sus cautivos».

–Mateo 26,14-25: El Hijo del Hombrese va como está escrito de Él; pero ¡ay

Semana Santa

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del que va a entregar al Hijo del Hom-bre. Después de la partida de Judas, losdiscípulos fueron a preparar el banquetepascual, según las indicaciones de Jesús.Una vez a la mesa con los doce, Jesúsdescubre los planes del discípulo que leva a entregar. El camino que conduce a latraición, lleva también al Amigo a darsepor los suyos, como una nueva Pascualiberadora. San Andrés de Creta dice:

«El cenáculo adornado con tapices (Lc 22,12)te albergó a Ti y a tus comensales, y allí celebras-te la Pascua y realizaste los misterios, porque enese lugar te habían preparado la Pascua los discí-pulos por Ti enviados. El que todo lo sabe dijo alos apóstoles: Id a casa de tal persona (Mt 26,18).Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor,preparando su corazón a modo de cenáculo ydisponiendo con devoción la cena... Estando, ohSeñor, a la mesa con tus discípulos, expresastemísticamente tu santa muerte, por la cual los queveneramos tus sagrados padecimientos somos li-berados de la corrupción. El que escribió en elSinaí las tablas de la ley comió la pascua antigua,la de la sombra y figuras, y se hizo a sí mismoPascua y mística hostia viviente...» (Triodon delMiércoles Santo).

Indice

CuaresmaMiércoles de Ceniza, 3. –Jueves des-

pués de Ceniza, 5. –Viernes después deCeniza, 6. –Sábado después de Ceniza,7.

1ª Semana de Cuaresma. –Domingo, 9.–Lunes, 13. –Martes, 14. –Miércoles, 15.–Jueves, 17. –Viernes, 18. –Sábado, .

2ª Semana de Cuaresma. –Domingo,21. –Lunes, 24. –Martes, 26. –Miérco-les, 27. –Jueves, 28. –Viernes, 29. –Sá-bado, 30.

3ª Semana de Cuaresma. –Domingo,32. –Lunes, 35. –Martes, 37. –Miérco-les, 38. –Jueves, 39. –Viernes, 40. –Sá-bado

4ª Semana de Cuaresma. –Domingo,43. –Lunes, 46. –Martes, 48. –Miérco-les, 49. –Jueves, 50. –Viernes, 51. –Sá-bado, 52.

5ª Semana de Cuaresma. –Domingo,53. –Lunes, 56. –Martes, 57. –Miérco-les, 58. –Jueves, 60. –Viernes, 61. –Sá-bado, 62.

Semana SantaDomingo de Ramos, 63. –Lunes Santo,

64. – Martes Santo, 66. –Miércoles San-to, 67.