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Versión digital del apalabra #6 En este volumen: Editorial Por: Verónica Vélez González pág. 1 La dialéctica del deseo: Entre lo propio y lo ajeno Por: Maileen Souchet García pág. 2-4 Érase una vez Por: Idamari Santiago Castro pág. 4-5  Presentaciones: “Sin na’, pero sin quebranto” Por: Eduardo Valsega Piazza pág. 6-7 Lasrelacionesprimariasyel diagnóstico psiquiátrico Por: Daniel García Mitchell pág. 8-10
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Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
Editorial Comité editorial:
Caroline Forastieri Villamil
Daniel García Mitchell
Karla Hernández Ortiz
Martha del C. Quiles Jiménez
Melany M. Rivera Maldonado
En este volumen:
Editorial Por: Verónica Vélez González
pág. 1
La dialéctica del deseo: Entre
lo propio y lo ajeno Por: Maileen Souchet García
pág. 2-4
Érase una vez Por: Idamari Santiago Castro
pág. 4-5
Presentaciones:
“Sin na’, pero sin quebranto”
Por: Eduardo Valsega Piazza
pág. 6-7
Las relaciones primarias y el
diagnóstico psiquiátrico Por: Daniel García Mitchell
pág. 8-10
Por: Verónica Vélez González
Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
En esta ocasión decidimos
pensar en torno al tema:
Entre lo propio y lo ajeno. No
solo para reflexionar qué
significa que algo sea propio,
de uno, y que algo sea
ajeno, de otro, sino profundi-
zar en los momentos de la
experiencia humana que se
encuentran entre ambos.
Aunque es un tema que se
puede abarcar desde
muchas discipl inas, el
psicoanálisis permite dentro
de la particularidad de cada
cual, pensar los colapsos de
lo propio con lo ajeno. Esto
po s ib i l i ta p en sa r la s
cercanías y lejanías del
deseo inconsciente y el yo, lo
hogareño y lo siniestro, el
infante y su madre y sobre la
“identidad”, entre otros
temas.
Todo ser humano a la vez
que entra y se encuentra
con el mundo, trata de di-
vidir lo que le es propio de
aquello que le es ajeno.
Primero su cuerpo, de lo que
no lo es; después sus objetos,
de los que no lo son. Como
Freud elabora¹, el pequeño
infante no distingue entre su
cuerpo y el mundo, su yo lo
comprende todo. El seno de
la madre es parte de él, tal
como los cuerpos que se le
aproximan. No hay dife-
rencia ni límite entre lo propio
y lo ajeno, porque todo lo
percibe como suyo. Es a
través de su interacción con
un otro que a veces esta
presente y otras ausentes, y
atado a la experiencia de
pérdida, es que puede
construirse un “ajeno”. Así
gana un cuerpo propio,
aunque pierda los cuerpos
ajenos, y a su vez gana
objetos propios solo junto
con el reconocimiento, de
que hay objetos que no le
pertenecen.
El sujeto, sin receso trata
de sostener la oposición ya
establecida entre lo que es y
lo que no es, entre lo que
posee y lo que no es suyo.
Sin embargo, como constata
el psicoanálisis, esto es una
tarea compleja. Sostener
esta división implica un
esfuerzo constante. La vida y
sus contingencias hacen que
el esfuerzo del sujeto por
mantener la oposición
tambalee, y los límites se
desdibujen. Ahí se abre un
Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
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Espacio que necesita ser pensado. ¿Acaso el
inconsciente no se hace consciente en los
constantes retornos de lo reprimido? ¿Acaso las
madre y los padres no confunden lo propio con lo
ajeno de sus hijos y viceversa? ¿Acaso en aquello
ominoso y siniestro aparentemente tan lejano, no
encontramos nuestros propios fantasmas?
La pérdida, como ya se ha atisbado puede
opacar los referentes del sujeto, y dejarlo sin
respuestas ante la interrogante de qué le
pertenece; qué es y qué no. Por ejemplo, el niño
puede no entender que no todos los juguetes son
de él, el adolescente puede padecer la pérdida de
su niñez, y no saber cómo ser un adulto. El adulto no
comprende cómo perdió sus pertenencias
acumuladas a través de los años, y el viejo padece
que su vida no le pertenece. La pérdida de lo
que se es o de lo que se tiene acompaña la vida de
principio a fin, e implica una importante
manifestación de la transición de lo propio a lo
ajeno.
Sin embargo, la pérdida es solo una de las
vertientes de cómo lo propio y lo ajeno colapsan, y
el humano falla manteniendo la oposición. No solo
lo propio se vuelve ajeno, sino lo ajeno se vuelve
propio. Un lector o un espectador, cuando lee una
novela o ve una película, siente lo mismo que el
protagonista o a algún otro personaje con el cual se
ha identificado. Experimenta tristeza cuando éste
está triste o vergüenza cuando está en situaciones
penosas. Las madres sienten el dolor de sus niños y
el amante dice saber cómo se siente y piensa su
amado. Son muchas las experiencias en que toma-
mos lo ajeno y lo volvemos propio.
En fin, el espacio entre lo propio y lo ajeno no solo
es causa de padecimiento, sino que es posibilidad
de intercambio. Hablar, amar, aprender, compartir
y vivir con el otro, no serían posibles sin que los muros
que construimos para dividir lo propio de lo ajeno,
carezcan de “fallas”. Incluso, una tertulia no sería
posible sin ese espacio, ya que ésta no es propia ni
ajena, a la vez que es las dos. En el tertuliar se crea
un lugar de intercambio en donde lo ajeno se hace
propio de maneras particulares y novedosas, y lo
propio es expuesto ante otros que son ajenos a eso
que se quiere decir.
Freud. S. (1930). El malestar de la cultura. En Obras Completas.
Amorrortu: México
La dialéctica del deseo: Entre lo propio y lo ajeno Por: Maileen Souchet García
A la manera de los diálogos socráticos, Jacques
Lacan insistió en que un análisis pone en marcha
una “operación dialéctica”. Lacan alude a la prác-
tica clásica discursiva que interroga las contra-
dicciones del discurso de un otro con quien se
establece un “debate”. En el método dialéctico se
trata de encontrar las contradicciones en los argu-
mentos del oponente trayendo contra-argumentos.
Por su parte, la práctica dialéctica del psicoanálisis
implica que en la marcha de las asociaciones libres
el analizante puede interrogar las ilusiones de un yo
que cree ser el dueño absoluto de su decir. La
función del analista consiste en apuntar esos
momentos en que aparece en el decir “algo” de lo
que el yo “no sabe que sabe” pero que le es propio
en tanto remite al sujeto del inconsciente. Digamos
que, en la práctica analítica se interroga “eso” que
alude a las tensiones inherentes entre lo propio, en
tanto particular, en sus ataduras con lo ajeno. Ajeno
como aquello que por un lado, “pertenece a otro”
pero que también nos aparece como “extraño” en
tanto no se “tiene conocimiento de algo” y que
pese a que apunta a lo propio, se vive como
“impropio” y como “que no corresponde”; a “eso”
lo nombramos como “deseo inconsciente”.
“Ese Otro se localiza siempre con relación al
sujeto del inconsciente que se “sujeta” a
través de la incidencia de la palabra. Ese
“del Otro”, que marcaría en apariencia lo
ajeno, proporciona la estructura de lo más
propio de nuestra sujeción a la palabra: la
falta en ser.”
Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
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Es a partir de la enseñanza de
Alexandre Kojeve en torno a la
dialéctica hegeliana (década de
1930) que Lacan lanzará más tarde
su tesis “antropológica” en torno al
deseo inconsciente como emer-
gencia que se constata en las
prácticas del decir. Para Lacan, el
deseo se constituye dialéctica-
mente a partir del deseo del Otro.
Esta enigmática elaboración
teórica aparece en el texto
titulado: Subversión del sujeto y
dialéctica del deseo en el inconsci-
ente freudiano, comunicación que
Lacan hace para 1960 en un Con-
greso Internacional de filosofía titu-
lado La dialéctica. Es aquí que La-
can presenta su “grafo del deseo”,
modelo teórico que había con-
struido en el Seminario V: Las for-
maciones del inconsciente (1957-
1958). Inicialmente construye el grafo para for-
malizar la estructura del chiste; pero es en el escrito
acerca de la subversión, que Lacan presenta dos
enigmáticas fórmulas a partir de lo que llamará en
el grafo, el “piso del inconsciente”. Estas fórmulas
resuenan en la propuesta de pensar las tensiones
inherentes a las lógicas entre lo propio y lo ajeno. El
“deseo” alude a una fuerza movilizadora generada
en la constante interrogante que el sujeto se hace
con relación al amor que le demanda al Otro; lejos
de encontrar su realización en una satisfacción total
de la necesidad, para Lacan se trata de lo que re-
sulta a partir de “la falta” que instituye el orden del
significante en el hablante-ser.
Lacan lanza la primera fórmula diciendo: “el
inconsciente es el discurso del Otro”. La segunda
lee: “el deseo del hombre es el deseo del Otro”. En
ambas se repite al final la frase del Otro. Esta repeti-
ción alude a una determinación “ajena” de lo más
íntimo: el inconsciente y el deseo. Sin embargo, La-
can nos propone dos vías de comprensión: por un lado indica que en “el inconsciente es el discurso
del Otro” ese “del Otro” se presenta como determi-
nación objetiva y, en “el deseo del hombre es el
deseo del Otro” alude a la determinación subjetiva
“del Otro”. Es interesante cómo lo que aparece
como ajeno se vincula en ambas fórmulas a lo más
íntimo y particular de cada cual.
Habría que cualificar los modos en que Lacan
da cuenta de las figuras del gran Otro. En sus
fórmulas le representa con la escritura de la letra A
en referencia al francés “l’Autre”. ¿Qué dice Lacan
del Otro? Para alejarlo de la idea de un personaje,
Lacan sitúa al gran Otro como un “lugar” de la
dimensión simbólica y lo distingue del “pequeño
otro” como el semejante que se halla ligado a lo
imaginario. El Otro será situado como el “lugar de la
palabra”. Para Lacan, este lugar del significante “ya
está ahí” y no se reduce a una figura de identidad
dado que da cuenta de una función simbólica que
no remite a la lógica especular entre un “tú” y un
“yo”; más bien opera como un “tercero”. En el texto
de La subversión […] Lacan lo ubica como “el
tesoro de los significantes”. Desde allí es posible la
enunciación, en tanto lugar de la multiplicidad de
combinaciones de significantes ubicables a partir
de la lengua materna.
La primera pista conceptual en su determina-
ción objetiva “del Otro” y que dice: “el inconsciente
es el discurso del Otro” puede interpretarse como
“el discurso pertenece al Otro”; es objeto del Otro.
Esta fórmula alude a la propuesta del inconsciente
freudiano en tanto cifrado a partir de las repre-
sentaciones (para Lacan, significantes) del Otro.
Desde esta perspectiva, el inconsciente es en
efecto un “hablar del Otro”. ¿De dónde tomamos
los significantes que constituyen nuestro “tesoro”
sino del Otro que “ya está allí”? Ese Otro se localiza
siempre con relación al sujeto del inconsciente que
se “sujeta” a través de la incidencia de la palabra.
Continúa en la pág. 4
Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
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Ese “del Otro”, que marcaría en apariencia lo ajeno,
proporciona la estructura de lo más propio de nues-
tra sujeción a la palabra: la falta en ser. Lacan
ubica esta “falta” como una verdad enajenada
para la realidad del “Yo”. Para Lacan el sujeto del
inconsciente no puede “responder” dado que no
“sabe” lo que dice, ni siquiera sabe que habla.
Por otro lado, Lacan indica: “el deseo del
hombre es el deseo del Otro” y es así como el deseo
encuentra “forma”, “no conservando sino una
opacidad subjetiva para representar en ella la
necesidad” (Lacan, 2003 [1960], p. 793). Es decir, el
sujeto aparece eclipsado en tanto su demanda se
dirige al Otro como demanda de amor y subvertido
por la dimensión del lenguaje. Condición que
marca que para el humano no se trata de la
satisfacción de su necesidad. El deseo inconsciente
se declina del lado de la demanda que se articula
bajo la pregunta que el sujeto dirige al Otro: “Che
vuoi?” [¿Qué quieres?]. Para Lacan, el sujeto del
inconsciente se presenta alrededor de esa interro-
gación que desborda toda relación con la
satisfacción del registro de la pura necesidad
orgánica. El deseo para Lacan es “articulado” [mas
no “articulable”] a partir de las demandas que el
sujeto dirige al Otro. En toda demanda se oculta la
pregunta: ¿Qué quiere el Otro de mí? Para Lacan,
esto da cuenta del Otro como determinación
subjetiva, es decir, no es que el deseo sea objeto
que pertenece al Otro, sino que es a partir del
terreno que oferta -como lugar- el Otro, que el hom-
bre puede desear. No es “yo deseo” sino “se
desea”, como efecto de la estructura simbólica. En
esta fórmula Lacan alude al deseo humano como
un deseo referente a ser el objeto del deseo del
Otro. Para el sujeto se trata de sus búsquedas en
torno a “ser amado”, “ser reconocido” o “ser de-
seado”. A la vez, la determinación subjetiva en la
fórmula, da cuenta de cómo el objeto de deseo
alcanza este estatuto en tanto es objeto del deseo
del Otro, es decir, se desea lo que se reconoce
como ajeno, en la búsqueda de hacerlo propio.
La dialéctica del deseo es en sí misma una trama
que envuelve lo ajeno y lo propio en un lazo in-
disoluble y constante. Para el psicoanálisis lacaniano
el objeto del deseo no se “encuentra”, dado que
opera como causa de las movilizaciones que hace
el sujeto en su devenir. Esta es una enseñanza cen-
tral en la práctica clínica y nos ayuda a dar cuenta
de cómo las incomodidades inherentes al deseo,
causan al sujeto. Los lazos del sujeto y el Otro no son
sin tensión, no son sin contradicción, dado que en
torno a ello, el sujeto se lanza a buscar lo propio a
partir de lo ajeno.
Referencias
Assoun, P. (2004). Lacan. Buenos Aires: Amorrortu editores.
Evans, D. (2005). Diccionario introductorio de psicoanálisis
lacaniano. Buenos Aires: Paidós.
Lacan. J. (2003). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo.
Pp. 773-807. Escritos 2 (1960). Argentina: Siglo XXI editores.
“La relación con los otros es inherente a lo humano.
“Otro” proviene de alter: “el otro entre dos”. Se
constituye como una presencia ajena que incide
fuertemente en el sujeto…”.
“Es ajenidad en una relación significativa todo
aquello del otro que los sujetos no logran inscribir
como propio. Tampoco el otro puede hacerlo con
lo ajeno de mí”.
- El sujeto y el otro, Berenstein (2001)
Al rememorar el famoso escrito de Bettelheim
(1977), “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, se
me ocurrió que los cuentos, sobre todo los clásicos
cuentos infantiles, como nos enseñó este psicoana-
lista, no sólo nos permiten dar cuenta de los
conflictos edipales, sino que quizás también nos
podrían ayudar a pensar el tema sobre “lo propio” y
“lo ajeno”, así como sobre lo “extraño conocido” y
“lo familiar inquietante”, o en otros términos, sobre
“lo heim” (hogar, casa) y “lo unheim” (siniestro,
angustioso). Pero primero, Berenstein (2001) nos
recuerda que “el yo‟ se enfrenta con tres
ajenidades: una que registra dentro de sí como
inaccesible, es lo inconsciente… Otra ajenidad
corresponde al conjunto social del cual forma
parte… Una tercera ajenidad proviene del otro que
se presenta como un sujeto de deseo y no sólo
como sede de la proyección de un objeto del yo”.
Los cuentos a re-pensar someramente en esta
ocasión, de alguna manera, ilustran a través de
historias ficticias, de personajes folclóricos, y de
animales parlantes y antropomórficos, el conflicto
respecto a “lo propio y lo ajeno”, pero también
respecto a “qué quiere el Otro de mí”. También
estos cuentos, de manera explícita o implícita-
mente, podríamos decir que comparten la siguiente
secuencia: “la casa propia o familiar”, “la casa
ajena”, “el otro amenazante”, y “la angustia”. Pero
entre lo propio y lo ajeno está “el bosque”, lugar
desconocido. Sin embargo, no podemos perder de
Erase una vez Por: Idamari Santiago Castro
Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
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perspectiva que, según Freud (1917), “el “yo‟ no es
amo en su propia casa”, para Heidegger (1927), el
sujeto siente angustia cuando no está en su casa, y
por último, para Lacan (1962-1963), “el hombre en-
cuentra su casa en un punto situado en el Otro, más
allá de la imagen de la que estamos hechos. Este
lugar representa la ausencia en la que nos encon-
tramos”.
Comencemos con “Ricitos de Oro y los tres osos”.
Este cuento narra la historia de una niña con un
nombre propio muy particular, que de entrada,
hace alusión a su imagen. Aunque hay varias ver-
siones del cuento, la más conocida relata que Rici-
tos de Oro llegó al bosque en donde se encontró
sorpresivamente con una casa ajena -pero in-
quietantemente familiar- de los tres osos, y entró en
ella por curiosidad. Es decir, algo del saber la movió
hacia un lugar desconocido. Y sabemos, que en esa
casa, que no es la propia, prueba tres sopas de
desigual temperatura, tres sillas de diversa dureza, y
tres camas de distintas dimensiones, siendo las del
oso pequeño, las que consideró más adecuadas
para su gusto. De alguna manera, este personaje se
identificó con el lugar y las pertenencias del oso pe-
queño (del otro), y se apropió de lo ajeno. Freud
(1919), en su escrito “Lo siniestro”, nos deja saber
que con las identificaciones el sujeto sitúa su propio
“yo‟ en un lugar ajeno. En otras palabras, el “yo‟
busca fantasmáticamente apropiarse de lo ajeno
para, curiosamente, tener un cierto sentido de lo
propio. La familia oso, al regresar a su casa, se per-
cata de la intrusión de Ricitos de Oro en su
propiedad. El cuento termina de la siguiente
manera: “Se despertó entonces la niña, y al ver a los
tres Osos tan enfadados, se asustó tanto que dio un
brinco y salió de la cama. Como estaba abierta una
ventana de la casita [ajena], saltó por ella Ricitos de
Oro, y corrió sin parar por el bosque hasta que en-
contró el camino de su casa [propia o familiar]”. Sin
lugar a dudas, Ricitos de Oro sintió angustia.
“Hansel y Gretel”, por otra parte, llegaron al
bosque desconocido, no por curiosidad, sino por el
engaño de la cruel madrastra que convenció a su
esposo para abandonarlos en el bosque. En una de
las versiones del cuento, intentaron con migas de
pan marcar el camino de regreso a casa, pero unos
pájaros se las comieron. Finalmente, adentrándose
en el bosque, muertos de miedo y de hambre, se
encuentran con una rara casita construida con
panes, dulces, y bombones. Allí se tropiezan con el
otro ajeno y amenazante, que resulta ser una bruja
que mataba a los niños para comérselos. Luego de
estar en cautiverio por un tiempo, y en la espera an-
gustiosa de ser devorados por la bruja, los hermanos
logran escapar. Luego de mucho andar y de cruzar
el río, el bosque embrujado “se les hizo cada vez
más familiar, hasta que finalmente, descubri-
eron a lo lejos la casa de su padre”.
En el cuento de “Caperucita Roja”, la niña sale
de su casa y se adentra al bosque desconocido por
un mandato de su madre para ir a una casa fami-
liar, la casa de su abuela. “Ven, Caperucita Roja,
aquí tengo un pastel y una botella de vino,
llévaselas en esta canasta a tu abuelita que está
enfermita y débil y esto le ayudará”. En el bosque se
encuentra con el lobo feroz que la convence de
que explore un rato más este lugar maravilloso
repleto de hermosas flores, pues quería ganar
tiempo para llegar a la casa de la abuela de la
niña, tomar el lugar de ésta, para lucirle familiar,
engañarla y devorarla. Pero, por otra parte, en el
caso de “Blancanieves”l a joven llega al bosque a
causa de una amenaza de muerte por parte de la
reina malvada. El cuento dice así: “Se encontró sola
y abandonada en el inmenso bosque. Se moría de
miedo… Siguió corriendo mientras la llevaron los pies
y hasta que se ocultó el sol. Entonces vio una casita
y entró en ella para descansar”. Ya sabemos cómo
terminaron estas dos historias.
Sin embargo, como se presentó anteriormente, el
fin de este escrito -que estos cuentos infantiles de
algún modo nos ayudan a ilustrar- es que entre lo
propio y lo ajeno, así como entre lo familiar y lo no
familiar, hay un metafórico “bosque” (o “voz-qué”)
en el que el sujeto tiene que arreglárselas con la
ausencia, con el desamparo, con lo desconocido,
con la curiosidad, con lo siniestro, con el miedo, con
lo imprevisto, con la novedad, con lo maravilloso,
con el descubrimiento, con la amenaza, con la
angustia, con el retorno. Pero en este instante es
importante tener en cuenta, que nunca el sujeto
retornará igual, ni de la misma manera, ni por el
mismo camino, ni a la misma casa. Los cuentos,
pero aún más, la propia vida y la propia existencia,
nos lo dejan saber muy bien…
“Es porque el lenguaje es la casa del ser…
Cuando caminamos hacia la fuente, cuando
atravesamos el bosque, siempre caminamos o
atravesamos por las palabras «fuente» y
«bosque»…”
-¿Para qué poetas?, Heidegger (1996)
Trad. Helena Cortés y Arturo Leyte
Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
6
Por: Eduardo Valsega Piazza
“De una lágrima soy hijo
y soy hijo del sudor
y fue mi abuelo el amor
único en mi regocijo
del recuerdo siempre fijo
en aquel cristal del llanto
como quimera en el canto
de un Puerto Rico de ensueño
y yo soy Puertorriqueño
sin na’, pero sin quebranto”
-Boricua en la luna, Juan Antonio Corretjer
(c.1970)
La provocación de pensar qué está “entre lo
propio y lo ajeno” abre un mundo de posibilida-
des. Se puede pensar el espacio público, lo
político, lo que se comparte, etc. Incluso se podría
pensar sobre lo común, que podría ser intermina-
ble. Sin embargo, propongo otra cosa. Siguiendo
a Sigmund Freud, quien hace 100 años y de
manera magistral lo planteó, quisiera interrogar el
sentimiento de sí y sobre todo aquello que
llamamos identidad- que en el Psicoanálisis más
claramente llamamos identificaciones.
El bello poema de Juan Antonio Corretjer que
me sirve de epígrafe, “Boricua en la Luna” presen-
ta claramente la aporía de las identificaciones.
¿Quién podría pensar que lo que uno cree ser
pueda ser ajeno? ¿Acaso “yo mismo” no soy lo
más propio que puedo tener/ser? Y sin embargo,
Corretjer escribe – y nosotros lo gritamos con
todas nuestras fuerzas: “Y así le grito al villano: /Yo
sería borincano/aunque naciera en la Luna.”
¿Acaso la paradoja no es patente? ¿Un chino, o
mejor dicho alguien nacido en China (Perú, Rusia
o el país que se quiera) se considera boricua?
Obviamente no, no es una cuestión geográfica.
La identidad puertorriqueña no viene con el
nacer en un 100 x 35 caribeño. Esto lo sabe muy
bien la diáspora, desde New York, hasta Hawaii.
Pero entonces, ¿ese sentimiento patrio de dónde
viene? ¿Es propio o es ajeno? Obviamente es mío,
lo siento yo, me identifico yo, lo vivo yo. Pero, ¿eso
lo constituye como propio?
Mío, yo, propio… Si seguimos a Freud nada de
eso viene dado. El yo psicoanalítico no viene ‘de
fábrica’, ni se trata de algo esencial, estable –
comparable a un alma- es, ante todo, una cons-
trucción. Dice Freud que es una “nueva acción
psíquica” que el sujeto niño, se forja y será por él
que toda su economía libidinal- sus deseos y sus
placeres se transformarán. Tanto así que Freud
plantea, para esa primera etapa, un supuesto
“narcisismo primario”, que sería casi equivalente a
una beatitud, una perfección, un estado donde
no se renuncia a nada. Pero, nuevamente
pregunto, ¿por qué debería surgir un yo? ¿Por qué
el sujeto tendría que tomar distancia de sí mismo y
‘objetivarse’ en una cosa? Para sentir- lo que sea
que siente el niño de la fragmentación de su
cuerpo- no hacía falta ese yo. El autoerotismo
muy bien funciona sin una representación de sí
mismo, por más precario que sea el organismo de
esa cría humana. Entonces, ¿por qué el yo? La
respuesta que ofrece el Psicoanálisis es clara: por
el Otro.
Vayamos poco a poco. Para comenzar, la
formulación de un yo (ni de lo mío o lo propio) no
tiene sentido sin un no-yo, una alteridad que lo
haga necesario. Esa alteridad en el humano serán
“Sin na’, pero sin quebranto”
Continúa en la pág. 7
PRESENTACIONES
Volumen 6 ♦ Noviembre 2014
7
los otros. Por un lado, los Otros que se encargan
de él, lo desean, lo aman y lo introducen en la
cultura (Padre, Madre, cuidadores, etc); y por el
otro, los otros, que son semejantes al niño y a los
cuales él quiere parecerse (los hermanos, los ami-
gos, etc). En el fondo son dos caras de lo mismo.
El niño está inmerso en un juego deseante. Al lle-
gar al mundo es deseado, habita un deseo ajeno
(porque no es suyo) pero que es el centro de su
ser. El yo, no es otra cosa que la manera en que el
niño se objetiva, se hace objeto, para el otro, pa-
ra ser deseado y amado por el Otro del cual de-
pende su inserción en el mundo humano.
Esto es claro en Freud. Cuando el habla del narci-
sismo primario en el bebé, si bien está hablando
de una construcción del niño, todas las suposicio-
nes y construcciones de beatitud provienen de afuera, es decir de sus padres¹. Éste bebé no de-
be estar sometido a las limitaciones, renuncias y
dificultades que exigen la cultura y la vida, a las
cuales los padres tuvieron que someterse. Ése es el
lugar que le ofrecen los padres y que el niño en-
carna, para eso será su yo, para encarnar ese ob-
jeto preciado (deseado, amado).
Sin embargo, todos sabemos que es inevitable
que el límite se presente. Encarnar eso es imposi-
ble. La vida en cultura requiere unas renuncias de
satisfacción, de goce. Es a eso lo que el Psicoaná-
lisis reconoce como condición misma del deseo y
llama, controversialmente, “castración”. Es por
ella que todos abandonamos el narcisismo prima-
rio y tenemos que hacer de tripas corazones para mantener nuestro lugar ante el Otro². Para seguir
tratando de ser algo (¿por qué tendríamos que
ser algo? ¿Por qué no podemos ser nada o no
ser?). Es por esta razón que nos apropiamos de
aquellas cosas valiosas que vienen del Otro,
aquello que nos exigen o que les suponemos más
importantes y nos identificamos con ellas. Es decir,
hacemos de ellas nuestro ser. Esto es lo que Freud
llama el ideal del yo. Más claro no canta un gallo.
Dice Freud:
“El desarrollo del yo consiste en un distancia-
miento respecto del narcisismo primario y engen-
dra una intensa aspiración a recobrarlo. Este
distanciamiento acontece por medio del despla-
zamiento de la libido a un ideal del yo impuesto
desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante
el cumplimiento de este ideal.” (Freud, 1914, p. 96)
¿Acaso eso no se palpa en el poema de
Corretjer? ¿Qué más anhelado, qué más renun-
ciado que estar en Puerto Rico, volver a estar en-
tre los suyos etc? ¿Acaso ese deseo no viene cla-
ramente de los padres? ¿Ese sentimiento de
“cobrar lo que perdí”, que realmente nunca se
tuvo, no apunta a que hay algo ajeno, que no
obstante se siente como lo más íntimo y propio de
nuestro ser? El sentimiento nacional de la diáspora
boricua, incluso la creación del término nuyorican
(a mucha honra) nos es fácilmente entendible
cuando se plantea que ese sentir, no hace sino
prolongar lo que se ha interpretado del deseo
que antecede a esa generación. Tanto así, que
quien diga lo contrario debe cuidarse porque
“pagará la afrenta”.
En fin, nuestro ser, es inevitablemente social
y se encuentra siempre entre las redes del lengua-
je. Venimos al mundo por otros, sobrevivimos por
otros y somos integrados a la cultura porque nos
nutrimos, no solamente del alimento, sino de las
palabras del Otro, de su historia y de sus deseos.
Eso que siempre, en la medida en que nos lo
apropiamos está entre lo propio y lo ajeno, y por
tanto nunca logramos descifrarlo en su totalidad.
Es gracias a esto que podemos decir, enigmática-
mente, y en el límite de la razón: “y yo soy Puerto-
rriqueño, sin na’, pero sin quebranto.”
¹ “El niño debe tener mejor suerte que sus padres, no
debe estar sometido a esas necesidades objetivas cuyo
imperio en la vida hubo que reconocerse. Enfermedad,
muerte, renuncia al goce, restricción de la voluntad
propia no han de tener vigencia para el niño, las leyes de la naturaleza y de la sociedad han de cesar ante él,
y realmente debe ser de nuevo el centro y el núcleo de
la creación. His majesty the Baby, como una vez nos
creímos” (Freud, 1914, pg. 88)
² Utilizo aquí Otro y no Otros, porque Padre, Madre, ma-
estros, y demás agentes de cultura se resumen en la
propuesta lacaniana del Otro como lugar de la pala-
bra. Aunque sean muchos personajes, todos encarnan
al mismo Otro, en cuanto sede del significante.
Referencias
Corretjer, A. (n.d.) “Boricua en la Luna”. En Roy Brown
(1987) Árboles. Lara- Yarí, Puerto Rico. Canción
Freud, S. (1914) Introducción al narcisismo. En Obras Com-
pletas Tomo 14. Amorrortu Editores. Texto.
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“¿Qué ve el bebé cuando mira el rostro de la
madre? Yo sugiero que por lo general se ve
a sí mismo”.
(Winnicott, 1971)
Winnicott, motivado por los planteamientos
sobre el estadío del espejo de Lacan, coloca en
las relaciones primarias entre el niño y la madre el
punto de inicio de la construcción subjetiva que
éste va haciendo de sí mismo. Hay una relación
recíproca entre las expectativas maternas y las
respuestas del niño frente a los estímulos que ésta
le dirige. Es en medio de esta dinámica que el
niño se va separando subjetivamente de la madre
para percibirse a sí mismo como un sujeto. En
palabras de Winnicott, el niño pasa por un
proceso de ir separando el “yo” del “no-yo”. El
infante se debate entre lo propio y lo ajeno.
Sin embargo, en el forcejeo actual acerca
de quién tiene el saber sobre el sujeto, parece
estarse trastocando esta dinámica diádica entre
el niño y la madre. El discurso de la psiquiatría y de
la psicología dominante, parecen estarse
infiltrando en estos procesos de
subjetivación primaria. A
lo que en un momento histórico
se le llamó travesura o cosas de
niños y se corregía dentro del
mismo contexto familiar, ahora
la medicina, supuesta posee-
dora de la verdad científica
sobre el sujeto, le atribuye una
categoría diagnóstica con un
sesgo patológico -oposicional
desafiante- y sugiere que se
atienda en la clínica o con
medicamentos. Parece estarse
desarrollando un cambio en los
cimientos mismos de las identifi-
caciones primarias de los niños
y niñas. Cambiar la noción de
travesura por la de oposicional
desafiante, no es un simple cambio de nombre,
sino una transformación profunda en la manera
en que el niño se asume y en la forma en que es
asumido por sus padres y familiares.
Winnicott (1971), habló del papel de
espejo de la madre para el niño. El niño mira a la
madre y se ve en ella. De esa imagen, recoge
rasgos faciales, sonidos, emociones, afectos,
intensidades, devoluciones y toda clase de signos
de lo humano. Es su primera puerta al mundo
simbólico que rige las relaciones sociales. Lo
interesante de esta dinámica es su carácter
único, por lo particular de cada uno de los sujetos
que la forman y por las complejidades de sus
historias. Esta relación diádica, combinada con las
demás relaciones familiares, se convierte en una
rica fuente de posibles identificaciones para el
niño. De esta manera, el infante tiene una diversi-
dad de posibilidades de ser que emanan de las
formas en que éste se va asumiendo frente a los
otros significativos.
Sin embargo, es necesario cuestionarnos la
utilidad que pueda estar teniendo la mediación
entre la madre y el niño, de un saber llamado
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Las relaciones primarias y el diagnóstico psiquiátrico
Por: Daniel García Mitchell
Continúa en la pág. 9
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científico, y que en ocasiones viene a imponerse
con un carácter de verdad irrefutable. Parece ser
que la proliferación de las modalidades de
diagnósticos psiquiátricos, otorgados a los niños
en su primera o segunda visita al espacio de
terapia, son los nuevos espejos en los cuales éstos
se miran. La identificación con la categoría
diagnóstica estandarizada, viene a sustituir la
identificación con el rostro de la madre. El
diagnóstico, viene a cambiar la totalidad de la
dinámica madre/hijo. Sirve de filtro para la madre
y de espejo para el niño.
La clínica nos confirma repetidamente
que el nombre del diagnóstico, viene a sustituir el
nombre del niño dentro del discurso cotidiano de
la familia. Cualquier conducta, es atribuida a la
“condición” y toda la complejidad del menor es
explicada a partir de ahí. Esto suele ser
problemático porque el niño ya no se está
identificando con una serie de características
extraídas de su dinámica e historia familiar, lo cual
le aseguraría un lazo social, sino que se define a
partir de unos entendidos desarrollados por una o
más disciplinas científicas. Entendidos que, aparte
de interferir en la formación de lazos sociales con
la familia, lo que pueden ofrecer son identifica-
ciones con discursos que limitan el desarrollo del
niño al campo de lo sano y lo enfermo, en vez de
abrirle a éste más posibilidades de ser. Frente a la
mediación de estos discursos, la conducta del
niño ya no es percibida por su madre y por su fa-
milia como una parte normal de su desarrollo, sino
como un efecto de una condición que vendrá a
herir la imagen narcisista de la madre y de la fa-
milia. El niño tendrá que lidiar entonces con sus
síntomas, con las atribuciones psicopatológicas
que se le atribuyen a éstos y con todos los fantas-
mas de los miembros de su familia que la
“condición” viene a despertar por un lado, y a
mantener cubiertos por otro.
Sin duda, esta inmersión del discurso
médico en la raíz misma de las relaciones pri-
marias, plantea una inminente transformación de
éstas. A la vez, nos mueve a hacernos preguntas
sobre cómo abordar el asunto en la clínica. Si el
diagnóstico entra a jugar en el niño en los inicios
mismos de su proceso de formación subjetiva,
¿cómo hacer que el niño logre irse despren-
diendo de esas identificaciones? o, lo que es más
difícil ¿cómo hacer que los demás dejen de rela-
cionarse con él a partir del diagnóstico? ¿Qué
pasa con las posibilidades de cambio del niño?
¿Dónde queda la posibilidad de un trabajo
terapéutico si ya el diagnóstico vino a ser la forma
única de explicación del problema?
Algunos de los planteamientos de Foucault
sobre la identidad, parecen ser muy pertinentes
para pensar la dinámica de las relaciones
primarias del niño, su madre y el discurso médico.
En un intento del autor por asegurarse un espacio
para el cambio y el desarrollo personal expresó:
“No me pregunten quién soy, ni me pidan que
siga siendo el mismo” (En: Arqueología del Saber,
1969). Como lo sugiere esta cita, en la medida
que se describe a una persona en una sola frase,
parecieran ignorarse todas las demás
posibilidades de ser de dicho sujeto. Es un intento
de encerrar la complejidad de cada historia
personal en unas cuantas letras. Foucault, veía la
noción misma de identidad como una forma de
clasificar y controlar a las personas. En la medida
que se identifica lo que es normal, simultánea-
mente se clasifica lo anormal. Lo anormal, es difícil
de explicar y predecir por lo cual se controla. El
autor no propone una indefinición total del sujeto,
lo que plantea es asumir el asunto de la identidad
como algo lo suficientemente flexible como para
permitir el cambio u otras posibilidades de ser.
Esta misma lógica se pudiera aplicar a los
diagnósticos psiquiátricos. No se trata de eliminar-
los del todo, sino de no llevarlos al extremo de
que, por ponerlos en un lugar tan importante, ter-
minen eliminando al sujeto. Estos deben ser lo
suficientemente flexibles como para permitirle al
sujeto salir de la categoría diagnóstica en
cualquier momento.
Otro aspecto importante que plantea Fou-
cault (1977) es el de la “voluntad del saber” y la
noción de “verdad”. Ante el deseo del sujeto de
saber sobre sí mismo, la medicina le oferta una
noción de verdad. De esta manera, se define al
sujeto desde afuera. Pierde la capacidad de
definirse a sí mismo. Queda a merced de que los
que ostentan la verdad le digan quién es y cómo
lidiar consigo mismo. Es abandonado a una posi-
ción confusa entre lo suyo y lo ajeno. Es difícil
definir, qué parte de su padecimiento es con-
struido por el discurso de lo enfermo y lo sano y
qué parte es producto de su propia historia.
Parece haber un empuje social a que la persona,
y en especial los niños, pasen de “identificarse” a
“ser identificado”. Ya Manonni planteaba un
asunto similar en 1964 cuando se refería a las
formas de vinculación entre el niño con retraso
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mental y las personas que le rodean. Indica: “… al
débil mental le es bastante difícil hablar; más bien es
hablado. Le es difícil desear; es un objeto manejado,
reeducado desde su primera infancia”.
Desde el psicoanálisis, se proponen otras alterna-
tivas de intervención que van de la mano de una
ética de respeto por el saber del sujeto sobre sí
mismo. Está claro que el analista posee fuertes
fundamentos teóricos para realizar su trabajo clínico,
pero las bases mismas del análisis exigen que todo
ese saber teórico se ponga al servicio de la escucha
de las particularidades del sujeto. Primero se
escucha y luego se va construyendo una interpreta-
ción utilizando como materia prima el mismo
material que trae el sujeto. Manonni (1964) recoge
en una oración una excelente imagen de un
proceso terapéutico donde la base es el respeto por
el saber del sujeto sobre sí mismo. Indica: “La
dimensión que le damos lo hunde en la angustia: al
ser tratado como sujeto pierde de golpe toda refe-
rencia de identificación. No sabe más quien es ni a
donde va. Y a menudo tendrá una gran tentación
de permanecer en una débil quietud, antes de
aventurarse solo en lo desconocido”.
Es precisamente este aventurarse a lo descono-
cido, la posibilidad que se le debe respetar al sujeto
en la clínica. Lo desconocido es lo que no se ha
podido definir. Aquello que se escapa a los saberes
previos construidos por el discurso científico, pero
que con un poco de esfuerzo el sujeto encontrará
dentro de su propia historia y en la medida que se
aventure a explorar sus propios modos de vincula-
ción.
En la era actual, es fácil conseguir información
de todo lo que nos rodea. Incluso, los medios y
discursos dominantes nos ofertan muchas formas
fáciles de obtener información sobre nosotros mis-
mos. Sin embargo, la propuesta de la clínica psicoa-
nalítica va más allá de proveerle una información al
sujeto. Pretende, ofertarle un lugar de escucha
desde el cual este pueda ir reconstruyendo su
historia, evaluando la posición que ha ocupado en
esta y construyéndose mejores maneras de
manejarse dentro de ella.
Esta propuesta, incluye la clínica con niños y
sus familiares. Ya sea por la vía de la palabra o por la
vía del juego, los niños y la niñas tienen sus recursos
para ir simbolizando el mundo que les rodea e ir ex-
presando sus propios deseos. Desde el psicoanálisis,
la clínica con niños no busca clasificarlos y
ajustarlos a un ideal de normalidad, sino proveerles
un espacio apropiado para que puedan percibirse
como sujetos particulares y reconocer sus pro-
pios deseos. Se promueve su creatividad y la expre-
sión de sus afectos. Hay un esfuerzo de privilegiar y
fortalecer los vínculos del niño con su familia y con su
historia, en vez de trastocarlos sosteniendo una iden-
tificación con un diagnóstico. Creo que la interven-
ción terapéutica no puede ser tan invasiva
como para provocar un problema adicional al que
el niño y su familia traen a terapia. El terapeuta debe
ser un acompañante en la dinámica familiar que
posibilite la formación de lazos sociales en ésta. De-
be promover la expresión y reflexión so-
bre los saberes de los sujetos en vez de imponer el
suyo. Está llamado a abrir posibilidades de
cambio y no encerrar al sujeto en una cate-
goría. Ya sea que se parta del psicoanálisis o de
cualquier otra postura, la necesidad de poner en
primer lugar la escucha y el respeto por lo particular
de la persona que llega a la clínica -
independientemente de si es un niño, un adolescen-
te o un adulto- trasciende barreras teóri-
cas y es la única manera de abrir la puerta a un ver-
dadero trabajo terapéutico. De lo contrario, solo es-
tamos cerrando posibilidades, pretendiendo colocar
a la fuerza un discurso único sobre sujetos con multi-
plicidad y riqueza de historias y realidades.
Vendiéndole al sujeto lo ajeno como propio.
Referencias
Foucault, M. (1970). La arqueología del saber. Siglo XXI Edi-
tores. Buenos Aires, Argentina.
Foucault, M. (1977). Historia de la sexualidad: La voluntad
del saber. Siglo XXI Editores. Buenos Aires, Argentina.
Mannoni, M. (1964). El niño retardado y su madre. (2nd
ed.). Argentina: Editorial Paidós.
Winnicott, D. (1971). Papel de espejo de la madre y la fa-
milia en el desarrollo del niño. En Realidad y Juego.
(2nd Ed.). Editorial Gedisa. Barcelona, España.
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PARA SU INTERÉS
Página de internet: http://tertuliapsicoanalitica.weebly.com
Facebook: Tertuliapsicoanalitica
Página del Taller del Discurso Analítico de Puerto Rico:
www.taller-discursoanalitico.org
Facebook: Taller del Discurso Analítico de Puerto Rico
Seminario clínico de la Dra. Gómez: último viernes de cada mes
Seminario sobre la Ética del Dr. Ramos: primer viernes de cada mes
Coloquio del Taller del discurso analítico: “Las actualidades del narcisismo: imagen,
semblante y alteridad”
Fecha: viernes, 12 y sábado, 13 de diciembre de 2014
Lugar: Museo de Las Américas, Viejo San Juan
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