69
PARTE I: NOCIONES BÁSICAS DEL DERECHO CONSTITUCIONAL Asignatura: “Derecho Constitucional I” Titulación: Licenciatura en Derecho Profesora: Esther González Hernández TEMA I: EL DERECHO CONSTITUCIONAL: CONSIDERACIONES PREVIAS La noción de Estado El Estado aparece como una realidad previa al Derecho Constitucional. La primera Constitución escrita en Europa fue la Constitución francesa de 1791, que se definía a sí misma como "ley constitucional del Estado" (art. 3, Sección 1°, Capítulo IV, Título III). Por su parte, la Constitución de Cádiz, el Texto constitucional español de mayor proyección internacional del siglo XIX, en su Preámbulo señalaba que las Cortes manifiestan que "decretan la siguiente Constitución política par el buen gobierno y la recta Administración del Estado". Por tanto, para el 1

Apuntes de Derecho Constitucional i

Embed Size (px)

DESCRIPTION

jh

Citation preview

PARTE I: NOCIONES BÁSICAS DEL DERECHO

CONSTITUCIONAL

Asignatura: “Derecho Constitucional I”

Titulación: Licenciatura en Derecho

Profesora: Esther González Hernández

TEMA I: EL DERECHO CONSTITUCIONAL:

CONSIDERACIONES PREVIAS

La noción de Estado

El Estado aparece como una realidad previa al Derecho

Constitucional. La primera Constitución escrita en Europa fue la

Constitución francesa de 1791, que se definía a sí misma como "ley

constitucional del Estado" (art. 3, Sección 1°, Capítulo IV, Título III).

Por su parte, la Constitución de Cádiz, el Texto constitucional

español de mayor proyección internacional del siglo XIX, en su

Preámbulo señalaba que las Cortes manifiestan que "decretan la

siguiente Constitución política par el buen gobierno y la recta

Administración del Estado". Por tanto, para el correcto

entendimiento del Derecho Constitucional es necesario explicar

previamente en qué consiste el Estado moderno.

En términos generales, el concepto de "Estado" designa la

forma de organización jurídico-política por antonomasia nacida en

Europa en el siglo XV, que posteriormente fue universalmente

1

adoptada. Etimológicamente la palabra "Estado" proviene del latín

status que significaba "situación". Sin embargo, en la Edad Antigua

fue usado, con cierta frecuencia, para designar cualquier forma de

organización de una comunidad cuando alcanzaba un nivel superior

al familiar o de parentesco, es decir, superior a la gens o tribu. Así,

por ejemplo, encontramos el imperio mesopotámico, el imperio

egipcio o el romano, pero, sobre todo, la polis griega, también

denominada ciudad-Estado. En las ciudades-Estado helenas existían

diferentes categorías de personas, en función de un conjunto de

factores comunes de carácter personal como la religión, la raza, el

idioma, el vínculo familiar originario..., que se heredaban de

generación en generación. Este tipo de comunidades políticas, por lo

general, rechazaba al “extraño”, aunque compartiesen el mismo

territorio. Por su parte, en el Imperio Romano, fue usual diferenciar

entre ciudadanos y peregrini. Éstos últimos, provenían de los

pueblos germánicos cuya organización política se basaba en la

pertenencia a una raza y en la fidelidad personal que se juraba al

Jefe o Caudillo electivo, también llamado, Rey.

En la Edad Media, la extensión del Cristianismo romano por

toda Europa occidental y la común sujeción a la autoridad de la

Iglesia dieron lugar al surgimiento de la “Comunidad cristiana”, en

que los súbditos debían sujeción a dos autoridades: el Emperador del

Sacro Imperio Romano Germánico y el Papa, cabeza visible de la

Iglesia católica.

No obstante, en la “Comunidad Cristiana” la organización

política era algo más compleja, porque la debilidad del Emperador y

el Papa permitió la existencia de una pluralidad de nuevos centros de

poder. Así se creó una extensa y compleja red de relaciones de

sujeción dentro de un mismo territorio y los individuos debían

obediencia a autoridades diversas: el Papa, el Emperador, el Rey...;

sujeciones que se ampliaban en función de su pertenencia a una

categoría social, profesional u ocupacional y la fidelidad que

hubiesen prestado a un “Señor”.

2

Por otra parte, las Cortes medievales estaban formadas por

tres estamentos o “estados”: la nobleza, el clero y el “tercer Estado”,

que se componía de aquella parte de la Comunidad que no

pertenecía a la clase nobiliar ni a la jerarquía eclesiástica. Por este

motivo, se utilizaba con frecuencia la expresión “Estados” para

referirse a la Asamblea o reunión de los diferentes grupos sociales.

Sin embargo, en la actualidad el “Estado” designa una realidad

muy diferente. Así se refiere a una concreta forma de organización

política, surgida en los siglos XV y XVI, que, naturalmente, se

diferencia claramente de las formas de organización política de la

Edad Antigua y Media. A principios del siglo XIII, en Sicilia bajo la

Monarquía de Federico II surge una precoz forma de organización

estatal que acentúa los principios de centralización y secularización,

aunque la formación definitiva de los modernos Estados europeos fue

un proceso lento y complejo, que tuvo su verdadero origen en

Francia, España y, sobre todo, en las ciudades-Estado italianas.

Si bien, a lo largo del siglo XII algunas comunas del norte de

Italia habían logrado constituirse como municipios autónomos que,

por tanto, no reconocían poder superior ni señor feudal al que

debieran sometimiento, en el resto de Europa se fue desarrollando

una concepción secularizada del poder político durante los siglos XV

y XVI. Es así como la tradicional supremacía del poder eclesiástico

va cediendo terreno. Por su parte, el poder del Emperador también

va perdiendo influencia, pues los Reyes feudales comenzaron a no

reconocer su superioridad política (Rex in regno suo imperator). Por

tanto, es a partir del siglo XVI cuando, por el influjo de la obra de

Maquiavelo, el Estado comienza a tener una nueva significación.

Junto a estos factores, la firma de la Paz de Westfalia, que puso

fin a las interminables “guerras de religión”, permitió fijar, de una

vez por todas, el mapa de Europa. Así, el establecimiento de las

nuevas fronteras europeas con vocación de permanencia supuso la

aparición de un “pluriuniverso de Estados independientes”. Por

tanto, a partir de 1648 en Europa es posible hablar de unidades o

3

comunidades políticas adscritas a un territorio, sometidas un poder

único, con facultades de actuación exclusivamente en dicho

territorio. No obstante, a la unidad y estabilidad territorial debía

seguirle idéntica unidad y estabilidad jurídica. Pero para ello fue

necesario la supresión de los diferentes “fueros medievales”, “cartas

pueblas” y regímenes jurídicos aplicables en función de la

pertenencia a un grupo social. Así, desde el siglo XIII comienza a

aplicarse el Derecho Romano, que fue completado por un Derecho

escrito de origen exclusivamente regio. Este Derecho regio se refería

fundamentalmente al funcionamiento de su administración y seguía

el esquema propio de la Iglesia católica; inesperado modelo de una

asombrosa organización unitaria.

Durante tiempo, esta nueva forma de organización política no

se identificó con un nombre concreto. Las denominaciones fueron

muy variadas: Reino, Monarquía, Principado, República...

Maquiavelo fue el que, finalmente, preciso y difundió el término

Stato en su archiconocida obra “El Príncipe”. Para Maquiavelo, "lo

stato" era una forma política que se caracterizaba fundamentalmente

por la estabilidad y la continuidad en el ejercicio del poder. La

literatura posterior acogió esta denominación y la consolidó.

En definitiva, por “Estado” debe entenderse aquella

organización política dotada de personalidad jurídica formada por un

pueblo establecido en un territorio delimitado y bajo la autoridad de

un gobierno que ejerce la soberanía con independencia de la

cualidad personal de los ciudadanos.

a. Los elementos del Estado

De la anterior definición es posible deducir tres elementos

imprescindibles para la existencia de un Estado:

El territorio: El poder estatal se ejerce sobre todos los ciudadanos

que se encuentren en un determinado territorio, con

independencia de sus cualidades personales y de los vínculos que

4

pudieran existir entre éstos. El territorio cumple así una

importante función, pues establece los limites dentro de los que

se impone en exclusiva el poder estatal y se aplica su

ordenamiento jurídico.

La población (La nación): Se suele identificar con el concepto de

“pueblo”. El Pueblo no se forma por los súbditos de un soberano

porque ya no existen súbditos sino ciudadanos. En el Derecho

Constitucional es frecuente esta referencia al “pueblo”. La

Constitución americana dice: “Nosotros el pueblo de los Estados

Unidos” (“We the people…”). Sin embargo, en otros documentos

constitucionales se hace referencia al concepto de “nación”. Así,

por ejemplo en la Declaración francesa de los Derechos del

Hombre y del Ciudadano se dice que “el origen de toda soberanía

reside en la Nación” (art. 3), o la Constitución española de 1812

cuyo Título I lleva por título “De la nación española y de los

españoles". Desde 1789, las referencias al pueblo o la nación son

constantes en el constitucionalismo, aunque parece más correcta

la referencia al “pueblo”. Hoy en día es irrelevante que se opte

por el término “nación” o por el término “pueblo”, porque lo

importante es que una comunidad humana se autodefina como

comunidad política.

El poder (la soberanía): la principal característica del Estado

moderno como forma de organización política es el tipo de poder

que ejerce. El concepto de poder expresa la energía capaz de

conseguir que la conducta de los demás se adapte a la propia

voluntad. Por tanto, el “poder” es “político” cuando se ejerce en

un marco donde la coerción es legítima o la recompensa por la

obediencia se relaciona directamente con unos beneficios

previstos para la comunidad. La evolución histórica ha terminado

por configurar al Estado como un poder soberano, supremo e

irresistible. Por su parte, el concepto de soberanía que se acuña

por Jean Bodino en 1575 en su obra “Los seis libros de la

República” es el de summa in cives ac subditos legibusque soluta

5

potestas (Libro I, Cap. VIII), es decir, una potestad suprema tanto

frente a instancias interiores como exteriores. Este supremo

carácter se atribuyó primeramente al Rey o Príncipe. Así, bajo la

Monarquía absoluta, el Rey fue identificado con el poder soberano

a modo de poder personal cuyo único titular era el Monarca. Las

revoluciones del siglo XVIII buscaron despojarle de este poder y

atribuyeron la soberanía a otros titulares. Sea como fuere, en un

Estado moderno, la soberanía estatal se caracteriza porque en

ninguna otra organización o persona en el territorio del Estado

puede oponerse legítimamente a las resoluciones emanadas del

aparato estatal. El poder del Estado es un poder legítimo e

irresistible. Por ello, se suele decir que el Estado es la institución

que aspira a monopolizar, a través de la idea de soberanía, el

poder político que asegure el mantenimiento de un determinado

orden social. En la Constitución española de 1978 se señala que la

“soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan

los poderes del Estado”. Por tanto, nuestra Constitución acoge

una fórmula mixta que asume la base nacional y el carácter

democrático del Estado español.

B. La noción de régimen político

Duverger lo definió como la “forma que toma un grupo social

que distingue entre gobernantes y gobernados”. En la actualidad ha

perdido importancia el criterio ideológico que los dividía en

regímenes liberales y regímenes socialistas. Hoy en día, se prefiere

distinguir entre regímenes políticos distingue entre regímenes

democráticos y regímenes dictatoriales.

a. Los regímenes democráticos

La definición tradicional de democracia es la de “Gobierno del

Pueblo”. No en vano, etimológicamente, demos significa “pueblo”.

6

Así, esta inicial definición coincide con las famosas palabras de

Abraham Lincoln en su discurso en Gettisburg (1863) en que la

describía como el “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el

pueblo”.

Sin embargo, hoy en día, ante la imposibilidad de aplicar

fórmulas de democracia directa donde el pueblo pudiese ejercer de

forma permanente y sin intermediarios su “Soberanía”, autores como

Norberto Bobbio la definen como “el conjunto de reglas (primarias o

fundamentales) que establecen quien está autorizado para tomar las

decisiones colectivas y bajo que procedimientos”. Por tanto, las

democracias actuales son sistemas democráticos de tipo

representativo en los que el ejercicio cotidiano de la soberanía

corresponde a los representantes del pueblo, que han sido elegidos

en unas elecciones periódicas y libres, y que, además, incluyen

instrumentos de democracia directa como el referéndum o la

iniciativa legislativa popular y otros mecanismos de participación

ciudadana como la institución del jurado popular.

En consecuencia, en los actuales regímenes democráticos en

muy importante que el sistema de elección de los representantes de

la soberanía popular sea entendido como la organización de la

competencia pacífica con miras al ejercicio del poder (Raymond

Aron). Así, se exigen una serie de derechos básicos como la libertad

de expresión y el pluralismo político, así como el respeto a la

oposición y a las minorías.

Por tanto, los elementos esenciales de los regímenes

democráticos son:

- un sistema de partidos,

- cierto grado de participación política,

- cierta articulación de los grupos de presión,

- Jefatura del Estado de reducidos poderes,

preferentemente electiva,

7

- un Parlamento dotado de una organización estable y de

funciones de decisión,

- cierta distribución territorial del poder, y

- un sistema electoral que regule las diferentes consultas

electorales con carácter regular.

b. Los regímenes dictatoriales:

En términos generales, una dictadura es una forma de

gobierno en la que el poder está concentrado en una persona, o en

un grupo reducido de personas. Por tanto, se caracteriza por la gran

concentración de poderes en el Ejecutivo en detrimento del Poder

legislativo y por un elevado grado de capacidad coercitiva.

1. Sistemas autoritarios:

Son aquellos en los que el poder público se ejerce sin atender a

la aprobación que se recibe por parte de los gobernados. Se trata,

evidentemente de un sistema potencialmente arbitrario y represivo

de la oposición política.

Características:

1. No cuenta con una formulación ideológica claramente

determinada sino que se apoya en conceptos amplios como

“orden” o “patria”.

2. No está exclusivamente sustentado en un partido único, sino

que su principal apoyo es la burocracia y el Gobierno.

3. Carece del deseo o de la capacidad de promover constantes

movilizaciones masivas de apoyo,

4. No se reconocen los principios de división de poderes ni de

responsabilidad gubernamental

5. Permite cierto pluralismo pero muy controlado y limitado.

8

6. No ejercen una represión insoportable en la sociedad civil. Así,

aunque no se protegen las libertades públicas y derechos

fundamentales de los ciudadanos se permite la libre actividad

económica y religiosa de ciertos grupos.

2. Sistemas totalitarios

Es el sistema que han adoptado algunos de los regímenes

dictatoriales del siglo XX. Es la forma dictatorial más extrema. Los

ejemplos históricos más conocidos han sido la Italia fascista, la

Alemania nazi y la Unión Soviética.

Características:

l. Papel predominante de un partido único.

2. Ausencia absoluta de pluralismo político y social.

3. Existencia de una ideología muy rígida y elaborada que intenta

legitimar el poder del partido.

4. El poder se ejerce sin ningún tipo de limitación ni de sanción.

5. Movilización intensa de la población por parte de

organizaciones subordinadas al partido único.

6. Decidida voluntad de monopolizar y politizar todos los aspectos

de la vida social, privada o pública, mediante el uso de métodos

avanzados de comunicación de masas, propaganda,

adoctrinamiento, educación... y

7. Firme propósito de producir una sociedad íntegramente nueva

desde el punto de vista político, social e incluso antropológico.

Uno de los grandes teóricos sobre el fenómeno totalitario fue

Raymond Aron que señaló sus elementos imprescindibles:

El fenómeno totalitario sobreviene en un régimen que

concede a un partido el monopolio de la actividad política.

El partido monopolístico está animado o armado por una

ideología a la cual se le confiere una autoridad absoluta, que,

por tanto, se transforma en la verdad oficial del Estado.

9

El Estado se reserva a su vez un doble monopolio, el de los

medios de fuerza y persuasión, y el conjunto de los medios de

comunicación (radio, televisión, prensa….)

La mayor parte de las actividades económicas y profesionales

están sometidas al Estado.

Una falta cometida dentro de una actividad económica o

profesional también es una falta ideológica.

Por tanto, en los Estados totalitarios es esencial el monopolio

del partido, la estatalización de la vida económica y el terror

ideológico, pues son regímenes que tienen la voluntad de

transformar el orden existente en función de su propia ideología. Así,

se caracterizan principalmente por el radicalismo de las actividades

y el extremismo de los medios de eliminación de los enemigos reales

y potenciales del régimen, que, en general, pasan por diferentes

fases para la consecución de sus propósitos:

1ª. Guerra civil seguida de una etapa de terror político extremo.

2ª. Atenuación del terror y cierta permisividad en la

recuperación de la vida privada.

3ª. “Nueva Revolución” o transformación fundamental de las

estructuras sociales por la acción estatal.

C. Rasgos básicos de los actuales Estados democráticos de

Derecho

a. Los sistemas de gobierno

Las diferentes formas en que se relacionan los dos clásicos

poderes del Estado: Parlamento y Gobierno nos permiten diferenciar

entre sistemas de gobierno.

Los tipos principales son:

1. Sistema Parlamentario: responde al modelo de relación

estrecha o interacción entre Ejecutivo y Legislativo.

10

2. Sistema Presidencialista: obedece a un modelo de separación

de ambos poderes.

3. Sistema Semipresidencialista: es un subtipo o desviación del

sistema presidencialista.

4. Sistema Convencional: es un modelo que tiende a la

concentración de ambos poderes.

1. El sistema parlamentario

Históricamente tuvo dos centros de impulso político: el Rey y el

Parlamento. Por ello, el Gobierno necesitaba de la doble confianza

del Monarca y de la Cámara representativa. En la actualidad, la

Jefatura de Estado ha perdido poder político efectivo en favor del

Poder ejecutivo, pero sigue conservando su segundo elemento

esencial, esto es, el sistema racionalizado de exigencia de

responsabilidad política al Gobierno por la institución parlamentaria.

La base de este sistema es la relación fiduciaria o de confianza entre

el Gobierno y el Parlamento. Se trata de un sistema caracterizado

por una unión dinámica de poderes, que funciona desde una

permanente colaboración funcional entre ellos.

Sus características básicas son:

Del cuerpo electoral procede el Parlamento y, en algunos

casos, también el Jefe del Estado (Ejemplo: Italia).

Si el Parlamento es bicameral y una de las Cámaras no es de

extracción democrática, esta última no tiene facultades

relevantes en relación con la exigencia de responsabilidad

política del Gobierno.

Por lo general, el Jefe del Estado no tiene poderes políticos

relevantes. Su intervención en el gobierno efectivo de la Nación

es de carácter simbólico y de representación mayestática.

El Jefe del Estado suele ser políticamente irresponsable y sus

actos han de estar refrendados por un miembro del Ejecutivo,

que es el que asume la responsabilidad política de los mismos.

11

Al Parlamento corresponde aprobar las leyes necesarias para

que el Gobierno desarrolle su programa de gobierno.

Al Parlamento corresponde controlar la política

gubernamental mediante instrumentos parlamentarios como:

preguntas, interpelaciones, mociones, comisiones de

investigación, proposiciones no de ley. . .

El Gobierno, al ser un órgano colegiado, debe responder

solidariamente ante el Parlamento. No obstante, también es

posible una respuesta individual de los Ministros por la gestión

de sus respectivos departamentos ministeriales, a través de las

mociones individuales de reprobación.

El Gobierno tiene la facultad de disolución de las Cámaras

legislativas.

El Parlamento puede deponer al Presidente del Gobierno por

el fracaso de una cuestión de confianza o la aprobación de una

moción de censura.

2. El sistema presidencialista

Se denomina presidencialista porque su ejemplo más

emblemático es los Estados Unidos de América; sistema que gira en

torno al liderazgo nacional de su Presidente. Este sistema no

obedece a un esquema teórico previo, sino que su construcción

doctrinal parte de la experiencia práctica de los Estados Unidos.

Los centros de impulso político son: el Presidente de la

República y el Parlamento. En este sistema de gobierno la

separación entre ambos poderes es mucho más nítida, de modo que

el primero no depende del segundo.

Sus características principales son:

Los dos principales centros de impulso político tienen una

idéntica, o muy similar, legitimación electoral.

Es un sistema vertebrado en la igualdad de poderes y una

neta separación entre ellos. De este modo, a cada órgano le

12

corresponde un poder estatal. Ninguno de los dos poderes

puede remover o deponer al otro.

El Poder ejecutivo corresponde al Presidente, porque en

realidad no existe un Gobierno sino Secretarios del Presidente,

que son designados entre personas que no pertenecen a las

Cámaras. Los Secretarios de Estado no tienen acceso a las

Cámaras, como tampoco lo tiene el Presidente, salvo para

dirigirles algún mensaje.

Es frecuente que el Presidente y la mayoría parlamentaria

sean de diferente signo político, e incluso que las mayorías de

cada Cámara también difieran. Esto puede suponer ocasionales

bloqueos del sistema, aunque un enfrentamiento fuerte es poco

frecuente.

El principio de separación de poderes aparece atenuado,

porque la Constitución prescribe algunos mecanismos de

relación entre ambos (Checks and Balances). Además, la

práctica parlamentaria ha permitido que se desarrollen otros no

previstos en la Constitución.

Aunque el Presidente no tiene iniciativa legislativa, los

mensajes que dirige al Congreso suelen llamar la atención sobre

la necesidad de legislar en determinadas materias.

El Parlamento puede delegar legislativamente en el

Presidente para que regule legislativamente aspectos concretos,

aunque el Congreso conserva un derecho de veto de la

legislación delegada en el Presidente.

El Senado debe aprobar el nombramiento presidencial de los

altos cargos públicos, incluso de los magistrados del Tribunal

Supremo.

El Senado tiene importantes facultades en política interior,

porque puede introducir enmiendas o reservas en los tratados

internacionales. No obstante, los Presidentes suelen evitar estas

limitaciones mediante la firma de convenios ejecutivos.

13

El Congreso también tiene amplias facultades en materia

internacional porque le corresponde la declaración de guerra y

el establecimiento de la paz.

El Presidente no puede disolver el Congreso ni ninguna de sus

Cámaras.

Las Cámaras no pueden exigir responsabilidad política

racionalizada al Presidente. La única responsabilidad que se le

puede exigir es la responsabilidad político-criminal, también

llamada penal especial, que se materializa en el juicio legislativo

del Impeachment.

3. Los sistemas semipresidencialistas

Es una desviación del sistema presidencialista. Es un modelo

seguido en Francia y Portugal.

En este sistema, el Presidente es elegido por sufragio universal

y, a diferencia del sistema parlamentario, el Presidente tiene

importantes atribuciones de dirección política.

4. El sistema convencional

El único centro de impulso político que se prevé es el

Parlamento, porque de éste deriva el Gobierno y la Jefatura del

Estado. Estos últimos son órganos enteramente dependientes de la

Asamblea. Por ello, recibe el nombre de sistema asambleario.

En este sistema el Parlamento, reunido en Asamblea o

Convención, concentra en sí mismo el poder legislativo y el de

dirección política.

Es un sistema de gobierno poco frecuente, salvo en el caso de

Suiza, que adoptó una variante denominada "gobierno direccional".

Esta denominación proviene del Directorio francés de 1795, que se

caracterizaba por la resolución colegiada de todos los asuntos. No

obstante, en Suiza desde 1914 existen verdaderos departamentos

ministeriales con competencias propias.

14

Los rasgos principales del sistema suizo en las Constituciones

de 1848 y 1874 son:

La designación del Ejecutivo o Consejo Federal correspondía

al Parlamento por un periodo de cuatro años.

La Asamblea designaba cada año, entre los miembros del

Consejo Federal, a un Presidente o Canciller de la Federación.

Por tanto, no se contemplaba la figura de la Jefatura de Estado,

excepto a efectos de representación que correspondía de forma

colegiada al Consejo Federal.

El Consejo Federal no responde políticamente ante la

Asamblea Federal; aspecto que refuerza su posición.

A pesar de lo expuesto, es un sistema esencialmente

democrático, a diferencia del sistema asambleario, porque

permite la existencia de mecanismos que contrarrestan la

supremacía de la Asamblea, dando lugar a una verdadera

división de poderes.

D. La división de poderes

Un elemento fundamental en los Estados de Derecho es el

reconocimiento del principio de división de poderes, pues pretende

evitar una excesiva concentración de poder en una sola persona o

conjunto de personas, mediante el reparto del poder estatal. Por

tanto, parece más correcto que cada poder tenga una parcela de

actuación concreta y se le prohíba cualquier injerencia en aquellas

materias que no sean de su competencia. En definitiva, se pretende

evitar que el poder sea ilimitado. Ahora bien, el principio de división

de poderes no excluye la colaboración entre los poderes estatales. El

principio de división de poderes correctamente entendido no

pretende una absoluta separación de los mismos en compartimentos

estancos.

La teoría clásica del principio de división de poderes fue

formulada por Charles Louis de Secondant, conocido popularmente

15

como barón de Montesquieu. Éste, en su obra Duel espíritu de las

leyes, reconocía la existencia de tres poderes: el Poder legislativo, el

Poder ejecutivo y el Poder judicial.

Sin embargo, el constitucionalismo actual ha superado este

número hasta fijar su número en siete. Así, según el profesor De

Esteban, es posible realizar una nueva división en el principio de

separación de poderes1:

a. La división horizontal del poder

La Constitución española de 1978 no reconoce, expresamente,

en ninguno de sus preceptos el principio de división de poderes. Esto

no quiere decir que este principio no sea escrupulosamente

respetado por nuestra Constitución. En primer lugar, el artículo 1.2

CE señala que los poderes del Estado español emanan del pueblo

español. Siendo el pueblo español el único titular de la soberanía,

debe deducirse que todos los poderes del Estado están en pie de

igualdad desde el punto de vista jurídico-constitucional, en lo que se

refiere al ejercicio de las competencias que cada poder tenga

asignadas.

La división horizontal del poder descansa en siete sujetos

diferentes que ejercen, cada uno en exclusiva, un poder público

claramente delimitado. Estos siete poderes son:

l. El Poder electoral: Su reconocimiento general se encuentra en el

artículo 1.2 CE. El ejercicio del poder electoral se realiza a través de

dos vías: el derecho de sufragio activo y el derecho de sufragio

pasivo. Por tanto, significa: un voto y una delegación de poder.

2. El Poder moderador: Se corresponde con la Jefatura del Estado, ya

sea ésta monárquica o republicana. Nuestra Constitución lo reconoce

1 DE ESTEBAN, J., Tratado de Derecho Constitucional. I, Servicio de Publicaciones de la Facultad de Derecho, UCM, Madrid, 2001, págs. 211 y ss.

16

en su artículo 56.1 CE que atribuye al Rey la facultad de moderar y

arbitrar el funcionamiento regular de las instituciones.

3. El Poder corrector: Se corresponde con el Tribunal Constitucional,

único órgano que puede rectificar las eventuales violaciones de la

Constitución, a través del juicio de constitucionalidad de las

disposiciones normativas con rango de ley, de la resolución de los

conflictos de competencias entre los órganos del Estado y las

Comunidades Autónomas y del restablecimiento a los ciudadanos en

el ejercicio de sus derechos fundamentales.

4. El Poder ejecutivo: Corresponde, según nuestra Constitución, al

Gobierno y a la Administración. Según el artículo 97 CE, el Gobierno

aplicará las leyes, dirigirá la política interior y exterior, nombrará a

los altos cargos de la Administración y ejercerá funciones

normativas.

5. El Poder Parlamentario: tradicionalmente se le conoce por el

nombre de Poder legislativo. En la actualidad ha perdido el

monopolio de la legislación y además ejerce otras muchas

competencias. Por ello, es mejor la denominación de poder

parlamentario. Se regula en el Título III de la Constitución y cumple

una importante labor en la legislación, la aprobación de los

presupuestos generales del Estado, el control del Gobierno y en

materia de representación del pueblo español, nombramiento de

altos cargos y como foro público de discusión de cuestiones de

interés nacional.

6.El Poder Judicial: Se regula en el Título VI de la Constitución

española. Está integrado por Jueces y Magistrados independientes,

inamovibles responsables y sometidos únicamente al impero de la

ley" (art. 117.1 CE). Su función no consiste únicamente en dirimir los

conflictos jurídicos, sino que también le corresponde el control

17

normativo del Gobierno y del Parlamento, porque juzga la legalidad

de las normas y actos del Poder ejecutivo. Además interviene en el

control de constitucionalidad de las leyes a través de la cuestión de

inconstitucionalidad.

7. El Poder constituyente constituido: es aquel que está capacitado

para reformar la Constitución. El procedimiento de reforma se regula

en los artículos 166 a 169 CE. Así, el pueblo a través de sus

representantes es el que ejerce este poder según los dos

procedimientos reconocidos en los artículos 167 y 168 CE.

b. La división vertical del poder

La moderna teoría democrática exige que el poder sea también

dividido entre las entidades más próximas al ciudadano. De esta

manera, surgieron los estados descentralizados, como el Estado

federal el Estado regional o el Estado de las autonomías. Por tanto,

la división vertical del poder tiene un gran auge en el

constitucionalismo moderno.

Nuestra Constitución reconoce esta división vertical del poder

en su Título VIII, pues en el artículo 137 se establece la autonomía

local, provincial y de las Comunidades Autónomas.

c. La división temporal del poder

La base ideológica de la democracia es la de la participación de

todos los ciudadanos en el gobierno de la organización estatal. Como

no es posible el autogobierno directo y perpetuo de todos los

ciudadanos, el acceso de éstos a los diferentes niveles de gobierno

debería realizarse mediante un turno rotativo para que todos

pudiesen ser gobernantes en algún momento de su vida.

Esta idea fue expuesta por Harrington en su obra “La

República Oceana” en que describía una rotación continua y

equitativa de todos los ciudadanos en el gobierno por un periodo de

tiempo determinado o plazo. La idea subyacente en este

18

planteamiento utópico es que, al corresponder el Gobierno a todos

los integrantes de la comunidad política, éste debería ser ocupado

sucesivamente por libre elección o por sufragio por todos

ciudadanos.

Los modernos Textos constitucionales no reconocen

expresamente esta división del poder, aunque sí figura de forma

implícita al limitar la permanencia temporal en el ejercicio de

determinados cargos políticos.

Por tanto, se puede establecer una división de los cargos

políticos en función de la limitación temporal a que estén sometidos.

Los tipos resultantes de la división son cuatro:

1. Limitación objetiva: En determinados cargos una vez transcurrido

determinado plazo ha de abandonarse el cargo. Así, por ejemplo:

diputados y senadores cuyo mandato parlamentario es de cuatro

años. Esta limitación, no obstante, no incluye ningún tipo de

limitación personal. Por tanto, la misma persona puede repetir en el

cargo de forma indefinida.

2. Limitación subjetiva: incluye limitación personal en el cargo de

que se trate.

Limitación subjetiva absoluta : determinadas personas no

pueden ejercer el mismo cargo más de un número limitado de

veces. Ejemplo: la Presidencia de los Estados Unidos.

Limitación subjetiva relativa : se permite que una persona

pueda repetir en el mismo cargo pero no de forma sucesiva.

Ejemplo los magistrados del Tribunal Constitucional.

3. Limitación indeterminada: son cargos que se ejercen de forma

vitalicia. Por ejemplo: titulares de la Corona, miembros del Tribunal

Supremo de los Estados Unidos o el Fiscal General del Estado

español.

19

La limitación subjetiva absoluta y relativa son las formas de

limitación temporal del poder más acordes con un sistema

democrático.

E. El Estado de Derecho

La expresión “Estado de Derecho” tiene su origen en el

Derecho alemán o Reechtsstaat de finales del siglo XVIII y principios

del siglo XIX (1829 y 1833), en que autores como Adam Müller y

Robert Von Mohl utilizaron en sus explicaciones esta construcción

jurídica, que les permitía delimitar los abusos del poder absoluto del

Monarca.

Se trata de un concepto indisociablemente unido al concepto

de Estado democrático. De ello es muestra el artículo 1.1 de la

Constitución española de 1978: “España se constituye en un Estado

social y democrático de derecho, que…”. No obstante, la

caracterización del Estado español como un Estado de Derecho

aparece ya en el preámbulo en el que se proclama la voluntad de la

Nación española de “consolidar un Estado de Derecho que asegure el

imperio de la ley como expresión de la voluntad popular”. Con esta

expresión, adoptada por primera vez en nuestra historia

constitucional, se pretende subrayar la necesaria subordinación del

Estado al Derecho.

Por tanto, un Estado de Derecho es aquel que sujeta su

actuación a normas de Derecho Público, es decir, a las normas del

derecho estatal emanadas de la voluntad general expresada en un

Parlamento representativo. De este modo, la construcción jurídica

del Estado de Derecho pretendía superar el Antiguo Régimen de la

monarquía absoluta, en la que el Monarca era legibus solutus, es

decir, no se encontraba vinculado, en modo alguno, a leyes que

pudiesen constreñir sus deseos. En definitiva, el Estado de Derecho

es aquel en el que frente a la voluntad única y arbitraria de un

Monarca y sus agentes propia del absolutismo monárquico se impone

20

el principio del imperio de la ley, esto es, el viejo principio

anglosajón del rule of law. Por tanto, es posible afirmar que no todo

Estado con leyes es un “Estado de Derecho”, pues la principal

finalidad del Estado de Derecho es que el poder respete los derechos

de los ciudadanos.

Por este motivo es posible individualizar, al menos, tres

elementos básicos para poder hablar de la existencia de un “Estado

de Derecho”:

Reconocimiento y respeto del principio de separación de

poderes, al menos, en los tres clásicos: Legislativo, Ejecutivo

y Judicial.

Reconocimiento y garantía de los derechos fundamentales y

las libertades públicas básicas.

Sometimiento de los poderes al imperio de la ley.

Sin embargo, para otros autores como Elías Díaz2 es posible

individualizar más elementos caracterizadores:

1. El imperio de la ley, entendida ésta como expresión de

la voluntad general manifestada en Asambleas libres y

democráticamente elegidas, que representen la soberanía

popular.

2. El principio de legalidad de la Administración, que

exige que la Administración esté sujeta en todas sus acciones

a lo previsto en las leyes.

3. Reconocimiento de un catálogo de derechos

fundamentales, que representen un verdadero límite al poder

del Estado.

4. El principio de separación de poderes para evitar la

excesiva concentración de poder en unas únicas manos.

Por tanto, es el principio del imperio de la ley o su concreción

en el sometimiento de todos los poderes estatales al Derecho el

principal rasgo definidor del Estado de Derecho. Nuestra

2 Así lo expone en su obra: Estado de Derecho y sociedad democrática, Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1975.

21

Constitución lo proclama, de forma solemne y con carácter general,

en su artículo 9.1:

“Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”.

Nuestra Constitución da, por tanto, cobertura, a dos

importantes principios para el constitucionalismo moderno:

El principio de legalidad

El principio de constitucionalidad

Estos principios suponen, así, la sujeción de los poderes

estatales y de su actuación al ordenamiento jurídico estatal, que se

culmina en la Constitución, norma suprema del dicho ordenamiento

jurídico estatal.

F. descentralización del poder

En el constitucionalismo moderno es frecuente que la división

de poderes se realice desde estrictos criterios territoriales. Así, se

suele distinguir entre: poderes centrales y poderes locales. Este tipo

de organización estatal que es sensible a esta diferenciación recibe

el nombre de “Estado compuesto”, frente al tradicional “Estado

unitario”.

a. El estado unitario o centralizado

En este tipo de Estado existe un único centro de impulso

político, aunque cabe cierto grado de descentralización, porque se

admite la existencia de determinados órganos territoriales, a los que

sólo se les reconoce determinada capacidad de gestión y

administración de servicios. Estos entes son los municipios y las

provincias. También puede admitirse la existencia de

22

Departamentos, como ocurría en Francia, o de una organización

regional.

b. El Estado compuesto o descentralizado. Ejemplo

paradigmático: el Estado federal

En un Estado descentralizado hay varios centros de impulso

político. Por tanto, su estructura institucional es mucho más

compleja que en un Estado unitario. Coexisten órganos del poder

general (La Jefatura del Estado, el Tribunal Constitucional), órganos

del poder central (el Gobierno, el Parlamento Federal) y órganos

locales (los Gobiernos federados, los Parlamentos de los Estados

federados).

Por tanto, el ordenamiento jurídico es también complejo. Hay

una Constitución federal y una serie de "normas institucionales o

constituciones" de los Estados miembros. A ello se une la diferente

legislación emanada de los órganos de cada una de las estructuras

institucionales. No obstante, el ordenamiento jurídico es unitario, es

decir, se trata de un único ordenamiento, que, por definición, debe

ser coherente.

El Estado Federal:

Un Estado Federal puede nacer de dos modos diferentes:

Por la unión de varios Estados independientes hasta

entonces. En este caso, un tratado o convenio suele

formaliza la unión de los Estados y, después, una

Constitución sella la inescindible unidad política resultante.

El inicial Tratado se extingue por consunción al entrar en

vigor la Constitución federal. La configuración jurídico-

constitucional, por tanto, la fija la Constitución, y no el

tratado que dio origen al proceso. Ésta fue la vía seguida

por los Estados Unidos.

23

Por la federalización de un Estado, hasta entonces

unitario. En este caso, existe previamente un Estado

unitario, que, en el ejercicio de su poder constituyente,

decide organizarse federalmente y así lo dispone al

reformar su Constitución.

Por tanto, la Federación supone la unión de comunidades

políticas individualizadas y distintas, que deciden constituirse en un

único órgano, aunque cada Estado federado disponga de órganos

políticos propiamente dichos y no meramente administrativos:

Gobierno, Parlamento y Poder judicial.

Los Estados federados, además, participan en los órganos

federales, fundamentalmente en el Parlamento federal, a través de la

presencia de sus representantes en la Cámara de representación

territorial y se les reconoce la posibilidad de participar en la reforma

de la Constitución federal.

Por tanto, las relaciones jurídicas entre la Federación y sus

miembros son relaciones de coordinación, de jerarquía y de

cooperación:

Relaciones de coordinación en la distribución de competencias,

Relaciones de jerarquía , porque

El poder constituyente de los órganos federados debe

sujetarse a lo dispuesto en la Constitución Federal,

En caso de conflicto normativo, el Derecho Federal tiene

primacía sobre el derecho emanado de los entes territoriales,

Se prevé la inspección y vigilancia federal sobre las

funciones de los Estados miembros.

La Federación se reserva formas de acción coercitiva,

para obligarle al cumplimiento de la Constitución federal.

Relaciones de cooperación : suponen la participación de los entes

territoriales en la formación de la voluntad general de la Unión.

Por su parte, las relaciones políticas en un Estado Federal se

basan en los principios de autonomía y paridad:

24

Principio de autonomía : los Estados Federados tienen potestad

para dictar normas propias que pasan a integrar el ordenamiento

jurídico del Estado.

Principio de paridad : el principal estimulo de los Estados

federales es que se integre por Estados federados de la misma

naturaleza.

La estructura institucional de un Estado Federal es la

siguiente:

l. Poder ejecutivo, que puede ser de Gabinete, presidencial o

colegial.

2. Poder legislativo, que suele ser bicameral, porque el

bicameralismo es consustancial a los Estados Federales,

aunque no es absolutamente necesario. Si es bicameral, la

Cámara Baja representará a los ciudadanos de la Unión, y la

Cámara Alta será la Cámara de representación territorial, que

integrará a los representantes de los entes autonómicos. En

este caso parece más correcto que se acuerde el principio de

igualdad en la representación de los entes federados. No

obstante, también es posible adoptar otros criterios como el

de población de cada uno de los Estados federados. El

procedimiento de designación de los miembros de la Cámara

de representación territorial puede ser el de elección por

sufragio universal directo, el de elección por diferentes

sistemas en cada uno de los Estado federados, el de

designación por las Asambleas legislativas de los Estados

Federados, el de designación por los gobiernos de los Estados

Federados o, incluso, sistemas mixtos que combinan varios de

los procedimientos mencionados. Por último, debe recordarse

que los órganos legislativos de los Estados federados son

siempre monocamerales.

3. El Tribunal Federal Superior, que se encarga de dirimir los

conflictos entre los entes miembros, y entre éstos y la

25

Federación, así como los problemas suscitados por la

aplicación del Derecho Federal.

El reparto de competencias entre el Estado Federal y los

Estados federados se realiza según las siguientes normas:

1. Materias exclusivas del Estado federal.

2. Materias exclusivas de los entes federados.

3. Competencias compartidas. En este caso al Parlamento

Federal le corresponde la legislación básica y a los

Parlamentos de los Estados federados su desarrollo legislativo.

4. Competencias concurrentes. Se trata de materias en las que

tanto el Estado Federal como los Estados federados son

competentes, pero correspondiendo a cada uno aspectos

diferentes de la misma función estatal.

No obstante, si competencia concreta no aparece atribuida ni a

los Estados federados ni al Estado Federal, ni se trata de una

competencia concurrente o compartida, y no es posible encontrar

una solución por vía interpretativa, se suele aplicar el principio de

prevalencia del Derecho Federal, No obstante, también es posible la

atribución de las competencias residuales es a los Estados federados

como ocurre en Estados Unidos.

Por último, son Estados federados Austria, Alemania, Bélgica,

Argentina, México, Canadá… Resulta particularmente interesante el

caso de Bélgica que ha pasado de ser un Estado unitario a ser un

Estado Federal a través de reforma constitucional de 1993.

26

TEMA II: HISTORIA DEL CONSTITUCIONALISMO

a. Los orígenes del Estado Constitucional

De todas las disciplinas que integran el Derecho Público, la

primera, y quizás la más importante, es el Derecho Constitucional,

porque en el Derecho Constitucional se encuentran los elementos

vertebradores y los principios básicos del Derecho Público.

El Derecho Constitucional originariamente recibió la denominación

de “Derecho Político”, y, en general, se dedicaba al estudio de las normas

sobre organización y funcionamiento del poder político. Actualmente

recibe el nombre de Derecho Constitucional como consecuencia de la

evolución sufrida en la organización estatal y en la forma de

manifestación de su soberanía.

Este último aspecto es más fácil de entender del siguiente modo. En

Gran Bretaña, la disciplina jurídica que en la actualidad conocemos como

Derecho Constitucional nunca fue concebida como un derecho segregado

del resto del ordenamiento referido sólo a las cosas públicas, sino como

una lógica extensión de los principios del derecho privado a los asuntos

públicos. Por tanto, la Constitución inglesa no fue sino el resultado de la

aplicación de los principios del Derecho privado a las materias políticas

llevada a cabo por los jueces y por el Parlamento. Nació de abajo a arriba,

y en la Great Charter de 1215 recibió el nombre de lex terrae o, mejor

dicho, Law of the Land, esto es, “el Derecho del país”.

En la actualidad la herencia de estas ideas ha provocado la

asociación a menudo inconsciente y dada por supuesta, entre Estado y

Constitución, junto con la universalización de ambas figuras políticas,

hasta el punto de que la Constitución se ha convertido en documento de

identidad del Estado. De este modo, casi no se concibe que exista un

Estado sin Constitución. Decía Smend, que la Constitución es la

ordenación jurídica del Estado, por ende, la garantía de la existencia del

Estado es la única labor de la Constitución. Así, la Constitución

27

representa principalmente la organización del Estado, pues es la “ley

suprema” que permite al Estado actuar y funcionar legítimamente.

En definitiva, todo Estado moderno, por el simple hecho de existir

necesita de una Constitución, porque una Constitución es, entre otras

cosas, el conjunto de principios fundamentales que estructuran y regulan

las relaciones de poder en una organización de tipo político. Por tanto, es

innegable la existencia de un ligamen inescindible entre Estado-Poder

político-Constitución.

Como se tendrá ocasión de analizar con mayor detenimiento con

posterioridad, la organización estatal se asienta en el continente europeo

a lo largo del siglo XVIII para responder a la necesidad de regular la

dimensión política de una sociedad. Las reglas de organización estatales

nacieron con la pretensión de ser inmutables e imperecederas. La propia

etimología de la palabra “Estado” lo reafirma: el Estado, esto es, “lo

stato”. Por tanto, la organización estatal pretendía el mantenimiento de

un orden normativo inmutable e imperecedero al estilo de la concepción

anglosajona del Derecho Constitucional. Por ello, esta regulación

comenzó a materializarse en un texto escrito (o Constitución) a finales del

siglo XVIII con la intención de erradicar de la vida pública la

arbitrariedad desmedida. En definitiva, la organización estatal no

pretendía otro objetivo que el redimensionamiento de la necesidad de

organización política que irremediablemente subsiste en toda sociedad.

Esta concepción, desconocida en Europa, necesitó de grandes esfuerzos

interpretativos para garantizar la aceptación de los primeros

“documentos constitucionales” como auténticas normas supremas. De

ahí, la necesidad de constantes referencias al pueblo de que todas las

constituciones hicieron uso.

Hasta el siglo XVIII, es decir, en el Antiguo Régimen, el Derecho

Público se integraba fundamentalmente de normas de Derecho Romano y

de Derecho Canónico. Posteriormente se integró por aquella parte del

Derecho Civil que regulaba los principios jurídicos generales y la

actuación de la Administración pública. Esta situación fue denunciada por

Diderot en su Enciclopedia en que señalaba como no había dentro del

28

Derecho “nada de la constitución del Estado, nada de los derechos de los

soberanos, nada de estos sujetos”.

No fue hasta finales del siglo XVIII cuando aparecen las primeras

obras tituladas “Elementos de Derecho Constitucional”. Por tanto, el

Derecho Constitucional clásico surge a finales de este siglo. En esta

época se ocupa fundamentalmente de la regulación de las instituciones

del Estado y de la institución parlamentaria. Después de la Segunda

Guerra Mundial el Derecho Constitucional comprende el análisis del

Derecho parlamentario y de los procedimientos legislativos, es decir, de

las normas que regulan el procedimiento de emisión de normas legales.

La referencia a los derechos fundamentales es residual hasta 1922.

En este momento es cuando comienza una incipiente aplicación de la

teoría de los derechos en el Derecho Constitucional.

El final de la Segunda Guerra Mundial supone una importante

transformación en el Derecho Constitucional. En este momento, el

estudio de las normas sobre producción legislativa pasa a ocupar un

lugar, pudiera decirse, secundario. La experiencia del fascismo italiano y

del nazismo alemán provocaron lo que ha dado en llamarse

“desacralización de la ley”, es decir, el convencimiento de que la “ley” no

lo puede todo; mucho menos cuando supone un atentado y/o violación de

los derechos fundamentales. Así, junto con la Declaración Universal de

los Derechos del Hombre de 1950, se consiguió reforzar el papel de los

derechos fundamentales y de las libertades públicas como parte esencial

del Derecho Constitucional.

A la par, en este momento, el principio de legalidad va siendo

progresivamente sustituido por el principio de constitucionalidad, como

consecuencia de la aparición de los primeros ejemplos de Jurisdicción

Constitucional en Europa. La Jurisdicción Constitucional será el nuevo

elemento básico del moderno Derecho Constitucional, pues permitía

garantizar una verdadera vigencia y efectividad al Derecho

Constitucional.

En definitiva, hasta finales del siglo XIX, el término Derecho

Constitucional no tiene un significado unívoco, y hasta el siglo XX ni tiene

29

un objeto de estudio propio ni se pueden identificar unos contenidos

básicos comunes a todos los ordenamientos estatales. Es más, hasta este

momento, la expresión “Derecho Constitucional había sido utilizada en

tres sentidos diferentes:

derecho o facultad que pertenece a una persona o colectividad en

virtud de una Constitución,

reglas de Derecho, normas jurídicas que se refieren a la

Constitución de un país, o

disciplina intelectual que tiene por objeto el estudio de las reglas

constitucionales.

Ahora bien, se trata, por tanto, de una disciplina jurídica sui generis,

porque en el Derecho Constitucional tienen una gran importancia los

conceptos políticos, a diferencia de otras ramas jurídicas. Como señala el

profesor De Esteban: “El Derecho Constitucional (…) está sujeto a unos

condicionamientos políticos de los que suelen carecer el resto de las

ramas del Derecho. Por supuesto, no cabe duda de que hay que utilizar

sin excusas el método jurídico en el estudio y en la explicación de la

Constitución, pero habría que convenir también que a veces se necesita

algo mas (…) sería una enorme superchería pretender que el

funcionamiento de nuestra Constitución se puede explicar únicamente

mediante la aplicación del método jurídico (…) el Derecho, en general, y

el Derecho Constitucional en particular, no constituyen un fin en sí

mismos, sino sobre todo un poderoso medio para conseguir una sociedad

más justa y democrática”.

El Derecho constitucional es, por tanto, una disciplina jurídica

relativamente moderna, pues sus precedentes hay que situarlos en los

documentos de la Glorius Revolution inglesa (Bill of Rights, 1689) y en la

Declaración de Independencia americana de 1776.

A estos primeros documentos constitucionales le siguieron, poco

después, las primeras Constituciones escritas:

la Constitución de los Estados Unidos de 1778,

la Constitución francesa de 1791 y

la Constitución española de 1812, entre otras.

30

Estos Textos pretendían limitar los poderes del Rey y acabar

con la Monarquía absoluta como forma de organización política

propia del Antiguo Régimen. Se buscaba la sustitución de la sola

voluntad del Rey como elemento decisivo de la acción estatal por un

conjunto normativo que regulase racionalmente el poder público.

Este conjunto normativo se plasmó en un documento solemne que

recibió el nombre de “Constitución”.

No obstante, es posible encontrar con anterioridad a esta fecha

algunos documentos con características similares en forma y

contenido a las actuales Constituciones. Sin embargo, hasta 1688 no

es posible hablar de un incipiente Derecho Constitucional, pues esta

disciplina posee unas características especiales. Por ejemplo, la

Carta Magna de 1215 era un texto que tenía el propósito de limitar

el poder del soberano mediante el establecimiento de algunos

derechos, pero carecía de la generalidad propia del

constitucionalismo moderno.

B. El Derecho Constitucional como Derecho común3

El constitucionalismo contribuyó de un modo esencialísimo a la

unificación de la imagen jurídica del mundo, expresado en una

especie de Derecho Constitucional común. Si en Europa, desde la

época de la codificación triunfaba la idea de un único cuerpo

normativo escrito, unificado y racional, que impusiese el orden y la

armonía allí donde sólo había dispersión y desorden, la extensión del

constitucionalismo no hizo sino afirmar, insistentemente, ese deseo.

En definitiva, el convencimiento de la necesidad de una norma que

contuviese la regulación fundamental de un Estado era una

constante en la historia política europea.

3 Este apartado es un resumen de la obra de próxima aparición GONZÁLEZ HERNÁNDEZ, E., Breve Historia del Constitucionalismo común (1787-1939) Exilio político y “turismo constitucional”, URJC-Centro de Estudios Ramón Carande, Madrid, 2006.

31

En realidad, fuese por imitación fuese por propensión natural a la

universalidad de ciertos principios o ideologías políticas, es innegable

que los europeos practicaran sin recato la imitación de formas y/o

instituciones constitucionales.

Apenas a principios del siglo XIX, el Derecho Constitucional

designaba la esfera normativa integrada por la Constitución escrita,

destinada a la estructuración jurídica de los órganos e instituciones

fundamentales del Estado, regulando su funcionamiento y sistema

de relaciones. Fue así como con el paso del tiempo, aquella inicial

definición de “Constitución” fue evolucionando hasta configurar a

las Constituciones como normas que representaban la pieza clave o

fundamental de todo el sistema jurídico y político.

El discurso político del momento estaba dominado por la

filosofía de la “felicidad política de los Reinos y sus súbditos” bajo

fórmulas novedosas, que pretendían reconvertir a estos últimos en

ciudadanos detentadores de algunos derechos inalienables, entre

ellos, el de participación política. Por tanto, el Derecho

constitucional moderno nace en solución de continuidad con la

tratadística que había venido durante varios siglos y, en particular, a

lo largo del periodo de la Ilustración combatiendo polémicamente el

absolutismo en Europa.

Sin embargo, el deseo de mejoramiento del “Gobierno de las

Naciones” no basta por sí solo para explicar la rápida extensión, o

mejor, la vocación de universalización que el mismo fenómeno

constitucional demostró desde el mismo momento de su

alumbramiento. No se trata solamente del fenómeno más o menos

conocido de la trasmigración o de la mera transmisión del derecho

entre países, ni de la imposición de un ordenamiento jurídico por la

conquista o la colonización de territorios, sino de la libre adopción

por parte de un Estado de instituciones de gobierno de otro.

Desde entonces, desde la irrupción imparable de este espíritu

de la “Revolución” de finales del siglo XVIII, hizo posible la

configuración paulatina de un “Derecho constitucional común”,

32

“Derecho constitucional clásico” o “Derecho constitucional

general”.

En definitiva, a lo largo de los siglos XIX y XX es posible rastrear

toda una serie de principios, de conceptos, de instituciones sino

absolutos y universales, al menos, relativamente constantes y, en

consecuencia, comunes, y, en este sentido, generales a una serie más

o menos extensa de Constituciones. Son ese Derecho Constitucional

general que, según Mirkine-Guetzevitch, es inmutable, porque en cada

una de las Constituciones se puede encontrar una amalgama entre las

tradiciones nacionales y el ideal de todo Estado de Derecho, elaborado

por la conciencia jurídica de los pueblos civilizados (MIRKINE-

GUETZEVITCH).

El constitucionalismo, a diferencia de otros fenómenos jurídicos

que se ciñen a ámbitos territoriales o sectoriales limitados, va a tener

una vocación universalizadora desde su nacimiento a finales del siglo

XVIII. Es más, fraguadas la mayor parte de las Constituciones

modernas como códigos redactados entre las incidencias de una

revolución, no es difícil descubrir en su texto el patrón, o patrones, de

que políticos y técnicos se sirvieron al formularla.

Así, la Constitución de 1791 y, por ende, la Declaración de los

Derechos del Hombre y del Ciudadano” de 1789, y la Constitución de

Cádiz de 1812 influyeron en las sucesivas Constituciones de muchos

países y, después, las Cartas francesas y la Constitución belga de

1831 representaron los “modelos” continentales que durante algunos

decenios del siglo XIX inspiraron un buen número de Constituciones

europeas. Posteriormente el protagonismo fue para la Constitución de

Weimar de 1919 y la austriaca de 1920.

C. Breve repaso de la historia del constitucionalismo español4

4 Este apartado es un resumen de la obra de próxima aparición GONZÁLEZ HERNÁNDEZ, E., Breve Historia del Constitucionalismo común (1787-1939) Exilio político y “turismo constitucional”, URJC-Centro de Estudios Ramón Carande, Madrid, 2006.

33

La principal característica de la historia constitucional española

es su elevado número de Constituciones. España cuenta con un

elevado número de Constituciones, lo que permite deducir la

dependencia de cada Constitución respecto de las anteriores, que

además de ocultar los rasgos de procedencia extranjera (GARCÍA

FERNÁNDEZ y ESPÍN TEMPLADO). Es más, la acusada ausencia de

originalidad del constitucionalismo español fue uno de los factores

determinantes, aunque no el único, del poco arraigo de nuestras

Constituciones. Las Constituciones españolas acogieron, casi en su

mayoría, los principios inspiradores del constitucionalismo francés.

Pero también del modelo inglés, que tuvo un rotundo éxito entre el

sector ilustrado e historicista de nuestra nación, al representar el

progreso gradual que deseaba la Ilustración española (FERNÁNDEZ

SARASOLA ).

El primero de los documentos de carácter constitucional de

nuestra historia es, además, ejemplo de máximo afrancesamiento, Se

trata del Estatuto de Bayona.

En 1808, tiene lugar el motín de Aranjuez, que supone la

proclamación de Fernando VII como Rey de España. Por esas fechas,

el general Murat avanzaba hacia Madrid. Esto supone una serie de

renuncias al Trono, que Napoleón aprovecha para convocar a toda la

Familia Real española en Bayona. Mientras, el propio Napoleón

nombraba Rey de España a su hermano José Bonaparte.

Para revestir una situación que desagradaba profundamente al

pueblo español, Napoleón se ve obligado, ante los frecuentes

levantamientos populares, a convocar una Asamblea estamental de

Notables españoles al uso de la época (nobleza, clero y

representantes populares) en una relación paritaria de cincuenta

representantes por cada Estamento. Reunió a la Asamblea en

Bayona, pero solamente acudieron la mitad del centenar y medio de

miembros que estaban convocados. Ésta aprobó un texto, que se

promulgaba el 6 de julio de 1808, de ciento cuarenta y seis artículos.

34

No obstante, estuvo pues en vigor desde julio de 1808 hasta

principios de 1814, aunque su vigencia efectiva fue mucho menor,

porque en julio de 1808 se produce la batalla de Bailén con la

derrota del ejército de Dupont y el comienzo del declive napoleónico

en España

El texto acogía el modelo napoleónico de una monarquía

limitada y hereditaria”, por el que el poder regio concede al pueblo

una serie de derechos y libertades. Era el modelo arquetípico de

Carta Constitucional, de fácil o flexible, reforma y sin clara

separación entre las partes dogmática y orgánica. Su organización

institucional del Estatuto de Bayona diferenciaba claramente entre

la Corona, órgano fundamental en el devenir político de la España

napoleónica, y el resto de instituciones. Es decir, el Ministerio, el

Senado y el Consejo de Estado eran órganos accesorios o

complementarios del Ejecutivo regio.

Sin embargo, el Estatuto contenía un listado de las

competencias o facultades que correspondían al Rey. Ahora bien, no

había por qué fijar sus facultades, pues, en principio, podría

atribuírsele todo. Así, el Monarca nombraba a los miembros del

Ministerio (arts. 27 a 31), a los senadores, presidía el Consejo de

Estado, asumía las competencias ejecutivas y de administración (art.

143) e, incluso, podía dictar decretos con rango de ley cuando las

Cortes no estuvieran reunidas (art. 60). El poder ejecutivo del Rey se

completaba con el papel reservado a los Ministros, que eran los

encargados de ejecutar las órdenes regias en su departamento,

siendo responsables de ellas y de su ejecución (art. 31). El Poder

legislativo era de carácter estamental, tres estamentos: nobleza o

Grandes de Cortes, clero y representantes del pueblo (art. 61).

Sin embargo, el pueblo de Madrid se alza contra la ocupación de

las tropas francesas el 2 de mayo de 1808. Ese día, los últimos

miembros de la Familia Real partían hacia Bayona. Con la huida del

Rey se propicia la constitución espontánea de un sinfín de Juntas

locales de resistencia contra el invasor, con sede en las capitales de

35

provincia y en otros municipios de cierta significación, Poco

después, las Juntas locales se integraron en Juntas Provinciales. El

Consejo de Castilla, por su parte, recomendó la convocatoria de

Cortes para enmendar la preocupante situación de desorden

jurídico-constitucional. Finalmente este Consejo de Regencia

procedió a la convocatoria de las Cortes en enero de 1810, que se

reunieron definitivamente es septiembre como Asamblea

constituyente.

Se trata de la Constitución más extensa de nuestra historia con

384 artículos, que regulan al detalle la organización institucional

española. Sus principios básicos fueron: la soberanía nacional, la

representación nacional, los principios de igualdad y libertad y el de

confesionalidad y unidad religiosa. A estos principios le seguían

otros como la división de poderes, esto es, se establecían unas

Cortes que, junto al Rey se encargaba de la función legislativa (art.

15), un Rey que se ocupaba de la ejecución de la legislación (art. 16)

y unos tribunales que la aplicaban (art. 17). Además, se incluía un

novedoso concepto de representación, pues esta Constitución

rompía con el mandato imperativo e instauraba, ex artículo 27, el

mandato representativo.

No contiene un catálogo o listado de derechos, pero sí

reconocen desordenados derechos como el de seguridad personal,

por el que ningún español podía ser apresado sin previa información

del hecho y sin mandamiento judicial notificado en el mismo

momento mismo de la detención, libertad personal y sus

proyecciones como la del principio de legalidad penal, el hábeas

corpus, la inviolabilidad del domicilio, publicidad de los procesos

judiciales, la prohibición de torturas; interdicción de la confiscación

de bienes, libertad de expresión, el derecho a formular peticiones, el

sufragio y libertad de expresión....

Las Cortes son presentadas como la “reunión de todos los

diputados que representan la Nación, nombrados por los

ciudadanos” (art. 27). Se trata de un legislativo unicameral, elegido

36

por sufragio indirecto de cuatro grados y dotado de autonomía

frente al Monarca. Por último, debe recordarse que el mandato era

breve, apenas de dos años (art. 108). La iniciativa legislativa

pertenecía a cada Diputado, aunque la compartían con el Monarca.

Correspondía también al Soberano la sanción de las leyes en un

plazo de treinta días, y disfrutaba de un derecho de veto de las

normas a él sometidas a sanción durante un periodo de tres lecturas

y aprobaciones consecutivas anuales. Si éstas se produjesen, el Rey

estaba obligado a la sanción (art. 149). Por otra parte, el Monarca

carecía del derecho de disolución del Legislativo y, lógica

consecuencia de la absoluta separación de poderes de que se hacía

eco esta Constitución, se establecía la incompatibilidad entre los

cargos de Secretario de Despacho y Diputado (art. 95). Por tanto, los

miembros del Ejecutivo no podían acudir a las Cortes, salvo que

presentaran una iniciativa en nombre del Rey. El Ejecutivo se

regulaba en el Capítulo VI, (arts. 222-230). En general, era el Rey

quién nombraba y cesaba, libremente, a los Secretarios de Estado

(art. 171).

Por último, cerrando la organización institucional, en el Título IV

se regula la figura del Rey, que lo era no por la gracia de Dios sino

por la propia Constitución. No obstante, la persona del Monarca,

naturalmente, era sagrada e inviolable (art. 168). Estaba facultado

para la expedición de decretos y/o reglamentos de ejecución de las

leyes y la administración de justicia se realiza en su nombre.

También podía nombrar a los magistrados, de los Secretarios de

Despacho, de los generales del ejército, y de los embajadores.

La Constitución se promulgó el 19 de marzo de 1812, aunque

tras el regreso de Fernando VII, fue derogado por Decreto de 4 de

mayo de 1814. En 1820, como consecuencia del levantamiento de

Riego en Cabezas de San Juan, se aprueba el Decreto de 7 de marzo

por el que Fernando VII expresaba su deseo de marchar

“francamente, y yo el primero, por la senda constitucional;

37

mostrando a Europa un modelo de sabiduría, orden y perfecta

moderación”. El denominado Trienio liberal acaba con la ocupación

de la península con los conocidos como “Cien mil hijos de San Luis”.

El duque de Angulema toma Madrid en mayo de 1823 y queda

derogado el texto gaditano. Nuevamente entrará en vigor en agosto

de 1836, después del motín de La Granja, por decreto de la Reina

Gobernadora, que mantenía su vigencia hasta la aprobación, en

junio de 1837, de la Constitución moderada.

La muerte de Fernando VII ocurrida el veintinueve de

septiembre de 1833 abre un enfrentamiento bélico entre carlistas -

partidarios de una Monarquía absolutista tradicional-, e isabelinos

quienes pretendían una evolución de ésta hacia parámetros liberales.

Con el nombramiento de María Cristina como Reina Gobernadora, y

tras la publicación del Manifiesto de Cea Bermúdez, éste se ve

obligado a abandonar el cargo de Presidente del Consejo de

Ministros, siendo sustituido por Martínez de la Rosa, quién comienza

con rapidez a elaborar un texto constitucional que formaliza y

presenta a la real sanción el 10 de abril de 1834.

El Estatuto Real de 1834, por su parte, sustituyó algunos años

después a la Constitución de 1812. Se trataba de una Carta

otorgada que acusó, en parte, la influencia de Martínez de la Rosa,

en parte, de las Cartas francesas de 1814 y 1830.

Es un Texto breve (50 artículos divididos en cinco títulos), flexible,

incompleto. Pues no incluye parte dogmática.

La soberanía compartida y la colaboración entre los poderes

sus principios básicos. Así, en ningún artículo se preconiza el sujeto

de la soberanía, dándose por supuesto de manera tácita que la

misma va ser compartida por el Rey y las Cortes. Lógica

consecuencia del anterior es la colaboración entre los diferentes

poderes, pues la Corona y las Cortes comparten la soberanía. Así, en

el Estatuto Real de 1834 se reguló la facultad regia de disolución de

las Cortes y la compatibilidad del cargo de Ministro con el mandato

parlamentario. Además, asumió una organización bicameral. El

38

Estamento de Procuradores y de Próceres, ésta última era la Cámara

de representación de la aristocracia espiritual (arzobispos y obispos),

de la nobleza (Grandes de España y títulos de Castilla con

determinados requisitos de edad y renta), del poder económico

(terratenientes, fabricantes y comerciantes con renta anual de sesenta

mil reales), de la intelectualidad que poseyese idéntica renta y de

aquéllos que hubiesen desempañado previamente determinados

cargos públicos

En cuanto a los poderes ejecutivos del Monarca, éste gozaba

de los clásicos: el poder reglamentario, el de dirección de la política

militar, el de conservación del orden público, el de designación de

empleos civiles). El Consejo de Ministros aparece, junto a la figura

de su Presidente, constitucionalizado, y sus miembros debían

refrendar los actos del Monarca (arts. 26, 37 o 40 del Estatuto Real),

siendo responsables de los mismos.

Después del Motín de La Granja, el Estatuto fue reemplazado

por la Constitución de 1837; un texto que intentaba erigirse en

término medio entre la de 1812 y el Estatuto Real. La Reina

Gobernadora disuelve los Estamentos el día 22 de mayo de 1836. La

inestabilidad política se une a diversos levantamientos y agitaciones

sociales que culminan con el motín de la Granja el 12 de agosto de

este año, obligando a María Cristina a restablecer la Constitución

gaditana. Calatrava es llamado al Gobierno y se convocan Cortes

constituyentes. Al mes siguiente se designó una Comisión que

elabora las bases para reformar la Constitución de 1812. Estas bases

son aprobadas en diciembre y la misma Comisión elabora un

proyecto que se discute en las Cortes hasta el mes de mayo de 1837,

aceptando María Cristina en nombre de su hija Isabel el nuevo texto

el 18 de junio.

Se trata de una revisión de la Constitución del 12, que buscaba

reforzar el papel de España en el ámbito internacional dominado por

la Santa Alianza. A partir de 1814, el resto de Europa ve con recelo

la Constitución española, incluso en países de tradición

39

constitucional probada como Francia y Gran Bretaña. Europa, en

general, considera que el Texto gaditano de 1812 es un mal ejemplo,

que puede poner en peligro la estabilidad de los gobiernos europeos.

Por ello, la Constitución de 1837 fortaleció los poderes regios,

restableció el bicameralismo (atribuyendo facultades legislativas al

Senado) y propuso cierto intento de sistematización de los dispersos

derechos fundamentales contenidos en el Texto gaditano.

Europa, por tanto, inaugura la época del constitucionalismo

moderado. Hacía tiempo que se había abandonado el modelo

jacobino, reputado inaplicable por ser demasiado democrático. Se

produjo una vuelta a posiciones más conservadoras que

propugnaban, entre otros aspectos, una soberanía compartida entre

el Rey y las Cortes y la recuperación de las naciones de las Cámaras

“moderadoras”, llamadas a garantizar el status quo de las clases de

casta y abolengo.

Este texto se caracteriza formalmente por ser de extensión

intermedia (setenta y siete artículos mas dos adicionales). Por vez

primera se sistematiza la parte dogmática y acoge principios como el

de soberanía nacional y la colaboración entre los poderes. En la

parte institucional se ve más tendente a asumir postulados

moderados: bicameralismo, veto regio o derecho de disolución, son

ejemplos de lo indicado.

La Corona va a resultar fortalecida en sus atribuciones. Se

configura como inviolable e irresponsable, goza de iniciativa

legislativa junto a cada Cámara, convoca y suspende las Cortes y

disuelve el Congreso de los Diputados.

Bajo la Constitución de 1837 aparece, bien que de forma

esporádica, la formalización del Gobierno como órgano colegiado, al

que se le exige la presentación anual del presupuesto. Los Ministros

no aparecían excesivamente regulados en la Constitución; son

nombrados y cesados por el Rey y refrendan los actos del Monarca,

siendo su cargo compatible con el de diputado o senador.

40

Las Cortes eran bicamerales y aparecen con una denominación

que perdurará hasta la actualidad: Congreso y Senado. Ambas

Cámaras gozaban de atribuciones legislativas idénticas y

presupuestarias, aunque en estas últimas prevalece el Congreso en

su tramitación.

La Reina Gobernadora se vio obligada a abdicar en octubre de

1840, iniciándose la Regencia del general Espartero hasta julio de

1843. Ante las reticencias que suscitaba nombrar de nuevo como

Regente a María Cristina, el nuevo gobierno de Joaquín María López

decide proclamar la mayoría de edad de Isabel II, haciendo caso

omiso de lo previsto en el artículo 56 de la Constitución de 1837.

En mayo de 1844 el general Narváez pasó a ocupar los cargos

de Ministro de la Guerra y de Presidente del Consejo, y afronta la

reforma de la Constitución de 1.837. A favor estaba el marqués de

Viluma y el sector de los “puritanos”, que pretendían el retorno al

Estatuto Real. En contra, Pacheco que insistía en lo innecesario de la

reforma. Al final, con el apoyo de Narváez la revisión constitucional

se materializó en un nuevo Texto de 1845, que significó un retorno

al pseudo-constitucionalismo del Estatuto Real (Mirkine-

Guetzevitch), al hacer desaparecer, entre otros aspectos, el

reconocimiento de la soberanía nacional y establecer la facultad

regia de disolución de las Cortes y la compatibilidad del cargo de

Ministro con el mandato parlamentario.

En esta Constitución se fortaleció el poder del Monarca y se

estipuló la soberanía compartida entre las Cortes y la Corona, la

reserva del poder político de las clases privilegiadas e ilustradas, la

reducción de las libertades públicas y la casi desaparición del

principio de división de poderes. Además, asumió el principio de

soberanía compartida, redujo considerablemente la autonomía de las

Cámaras, y aumentó, por el contrario, la influencia e intromisión de

la Corona en la actividad parlamentaria. Por ello, la Constitución de

1845, entre otros aspectos, llevó a cabo una completa reordenación

de las Cámaras, que supuso el fortalecimiento del Senado, así como

41

la reducción de las posibilidades parlamentarias y de su carácter

representativo.

Las Cámaras siguen gozando de iniciativa legislativa junto al

Rey, pudiendo también interponer un veto legislativo. El Congreso de

los Diputados no sufre grandes alteraciones, pero el Senado va a

sufrir una reforma sustancial en favor del sentir moderado,

estableciendo un mandato vitalicio para unos miembros elegidos

directamente por el Monarca entre capacidades y en número

ilimitado.

En 1864 comienza el declive de Isabel II y, por ende, de la

Constitución de 1845. En 1866 tiene lugar el Pacto de Ostende por el

que el Partido progresista, apartado del poder desde 1856, se une a

los demócratas con el propósito de derrocar a Isabel II del Trono de

España. En el verano de 1866 se une al Pacto los unionistas y en

abril de 1866 muere Narváez, líder de los moderados. Isabel II

pierde, por tanto, su último apoyo.

Surge, en consecuencia, la “La septembrina”, es decir, la

revolución que se inició el 19 de septiembre de 1868. Se trató de la

revolución de una minoría intelectual afincada en Madrid, que

permitió el regreso de todos los liberales españoles que vivían en el

exilio. Isabel II abandona España el 30 de septiembre. El 3 de

octubre, la Junta revolucionaria de Madrid encargó al general

Serrano la formación de un Ministerio provisional, que gobernó

España hasta la promulgación de la Constitución de 1869. Las

Cortes Constituyentes, previa convocatoria electoral por sufragio

universal en enero, se reunieron el 11 de febrero de 1869,

aprobando un texto definitivo el día 1 de junio de 1869.

Contaba con 112 artículos y dos disposiciones transitorias. La

primera de las disposiciones transitorias establecía que: “La Ley que

en virtud de esta Constitución se haga para elegir la persona del Rey

y para resolver las cuestiones que a esta elección diere lugar,

formará parte de la Constitución”. Esta ley se promulgó el 10 de

junio de 1870. Después de aprobada la Constitución comenzaron las

42

discusiones para la elección del nuevo Monarca, que finalmente fue

Amadeo de Saboya. Esta elección se aprobó en las Cortes en sesión

extraordinaria de 16 de noviembre de 1870.

Se trata, por tanto, de una Constitución en que son notorias las

influencias de las Constituciones de Estados Unidos y la belga de

1831. Estamos ante una Constitución liberal y de las más avanzadas

de Europa por aquel entonces. Por otra parte, era una Constitución

rígida, aunque el procedimiento para su reforma era relativamente

sencillo. Proclamaba expresamente el principio de soberanía

nacional, pues previamente el gobierno provisional había decretado,

el 9 de noviembre de 1868, el sufragio universal masculino.

Además, prestaba una significativa atención a los derechos

fundamentales, a los que dedicaba su Título I, en que los regulaba

con detalle y minuciosidad. Por ejemplo, por primera vez en la

historia de España, proclamó la libertad religiosa y de cultos y los

derechos de reunión y asociación.

Aportaba por un sistema bicameral: Congreso y Senado. Este

ultimo era de elección popular. Confería al Rey el derecho de

disolución de ambas Cámaras.

La figura del Rey era inviolable y le correspondía el

nombramiento y cese de los ministros. También se le atribuía el

Poder ejecutivo, aunque asistido por los ministros. A éstos, no

obstante, las Cámaras podían exigirle responsabilidad política.

El 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya renuncia al Trono

de España, renuncia que fue leída ante las Cortes españolas. En esa

misma sesión Pi y Margall, Salmerón y Figueras presentaron la

siguiente declaración: “La Asamblea Nacional reasume todos los

poderes y declara como forma de gobierno de la Nación, la

República, dejando a las Cortes constituyentes la organización de

esta forma de gobierno”. Quedó en suspenso, salvo en materia de

derechos fundamentales, la Constitución de 1869.

Este primer intento republicano, sin embargo, también fracasó

por el golpe de Estado del general Pavía, de 3 de enero de 1874. El

43

29 de diciembre de 1874, el general Martínez Campos proclamó en

Sagunto a Alfonso XII, Rey de España.

En este momento comienza un largo proceso para la redacción

de la Constitución de 1876. Primero se convocaron a 600 antiguos

senadores y diputados, que aprobaron por unanimidad el

nombramiento de una Comisión de notabilidades, que seguido, muy

de cerca, por Canovas, presentó su proyecto constitucional para

someterlo al examen de las Cortes. Éstas, fueron elegidas en

convocatoria electoral de 20 de enero de 1875. Las Cortes

aprobaron el proyecto constitucional y el 30 de junio de promulgó al

Constitución de 1876.

La promulgación de la Constitución de 1876 en España coincide

con la consolidación del liberalismo en el resto del continente

europeo. Se trata de una etapa de cierta estabilidad política.

España también participa de esta atmósfera de finales del siglo XIX.

Por ello, la Constitución de 1876 apuesta decididamente por la

tranquilidad del sistema liberal moderado, así como por la

eliminación de las revoluciones populares y la intervención de los

militares en la política.

El Texto asume abiertamente un pacto entre la Corona y las

Cortes, que da lugar a esta Constitución. Se trata de una

Constitución flexible en la reforma, pero también en su concreto

contenido, lo que permitió el turnismo entre Canovas y Sagasta en el

Gobierno. Esto supuso la existencia de un sólido bipartidismo,

ejercido por los dos grandes partidos: el Conservador de Canovas

(fusión de los moderados y de los unionistas) y el Liberal de Sagasta

(unión de los “constitucionales, seguidores de Amadeo de Saboya y

los “centralistas”). Ahora bien, debe matizarse que, en Gran

Bretaña, el bipartidismo se asentaba en la realidad y funcionó sin

necesidad de ayuda gubernamental. Sin embargo, en España es el

propio Gobierno, más concretamente el Ministerio de la Gobernación

con la ayuda de gobernadores civiles y caciques de turno, los que

construyen un bipartidismo artificial y, por ende, artificioso.

44

Estableció un sistema bicameral con un Senado de composición

mixta (senadores de designación regia, derecho propio o elección).

El Congreso era elegido por cinco años. Se permitía la

compatibilidad de la condición parlamentaria y el cargo ministerial.

Por tanto, esta Constitución establecía un sistema parlamentario.

Además, las Cortes debían reunirse todos los años.

Al Rey correspondía la facultad de disolución de ambas

Cámaras, y la sanción y promulgación de las leyes, así como la

designación de los Ministros, que refrendaban sus actos. En 1923

tiene lugar el golpe de Estado de Primo de Rivera, que instaura un

gobierno de carácter dictatorial hasta principios de 1930.

En realidad, tras la crisis de 1929, Europa asiste al nacimiento

de la política de masas y a la búsqueda del horizonte democrático. El

Rey nombró Presidente del Gobierno al general Berenguer. Pero en

agosto de 1930 se firma el Pacto de San Sebastián en el que se

esboza el programa republicano. En diciembre estalla el primer

movimiento pro-republicano en Jaca, pero es prontamente sofocado

por el Gobierno.

El 16 de febrero de 1931 cae el Ministerio Berenguer y forma

gobierno el almirante Aznar. El día 12 de abril se celebran

elecciones a Cortes. Triunfan los republicanos en las grandes

ciudades, y el 14 de abril se proclama la II República española. El

Comité revolucionario del verano de 1930 se convirtió en gobierno

provisional, que convocó elecciones a Cortes constituyentes. Éstas

se reunieron el 14 de julio y presentaron su proyecto de Constitución

el 18 de agosto. La Constitución se aprobó definitivamente el 9 de

diciembre de 1931.

Es un Texto muy preocupado por los derechos fundamentales,

sobre todo por los de contenido social. Declaraba que el Estado

español no tenía religión oficial, proclamaba la enseñanza laica y la

libertad religiosa y permitía el divorcio.

45

Asumía una organización territorial, que denominó “Estado

integral” y que permitía autonomía político-administrativa a las

regiones que lo solicitasen.

El Legislativo era unicameral. El Presidente de la República era

elegido por las Cortes y un número de compromisarios igual al de

diputados. Los compromisarios eran elegidos por sufragio universal,

directo y secreto. Su mandato era por siete años y poseía un amplio

elenco de facultades y competencias, por ejemplo: nombraba y

separaba al Presidente del Gobierno y a los ministros, a propuesta

del Presidente; podía disolver las Cortes hasta dos veces en su

mandato.

Por último, por primera vez en la historia de España, establecía

un órgano encargado del control de constitucionalidad de las leyes:

El Tribunal de Garantías Constitucionales. Por tanto, la Constitución

española de 1931, como las Constituciones de Austria, Weimar y

Checoslovaquia, se sumó a las novedosas fórmulas y sistemas de

garantía de los modelos democráticos, a través de jurisdicciones

constitucionales. Pero apenas tuvo la oportunidad de desarrollarlos.

En apenas cinco años, el autoritarismo llamó a su puerta y, esta vez

sí, se unió, tras una trágica guerra civil, al el selecto club de las

dictaduras del sur de Europa.

Así, con ocasión del golpe de Estado del general Franco

entraron, progresivamente en vigor las Leyes Fundamentales del

franquismo:

1. FUERO DEL TRABAJO, de 9 de marzo de 1938.

2. LEY CONSTITUTIVA DE LAS CORTES, de 17 de julio de

1942.

3. FUERO DE LOS ESPAÑOLES, de 17 de julio de 1945.

4. LEY DE REFERENDUM, de 22 de octubre de 1945.

5. LEY DE SUCESIÓN A LA JEFATURA DEL ESTADO, de 26

de julio de 1946.

46

6. LEY DE PRINCIPIOS DEL MOVIMIENTO NACIONAL, de

17 de mayo de 1958.

7. LEY ORGÁNICA DE ESTADO, de 1 de enero de 1967.

47

TEMA III: EL CONCEPTO DE CONSTITUCIÓN

A. Notas características del constitucionalismo

La principal característica del constitucionalismo actual es la

afirmación de que los derechos fundamentales del ciudadano son

elemento esencial en la organización institucional del Estado. Así lo

expresa la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 4

de julio de 1776:

"Mantenemos como verdades evidentes, que todos los

hombres nacen iguales que su Creador les atribuye

determinados derechos inalienables, entre los que se

cuentan la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad:

que para defender estos derechos los hombres establecen

sus gobiernos derivando sus justos poderes del

consentimiento de los gobernados”.

En definitiva, las normas de Derecho constitucional tienen como

objetivo regular :

el reconocimiento y la garantía de los derechos

fundamentales

la organización de los poderes del Estado de forma que

eliminen la arbitrariedad sobre los ciudadanos,

en garantía de una mínima e imprescindible libertad de los

ciudadanos.

B. Definición formal de Constitución

La palabra “Constitución” comenzó a utilizarse en el siglo XVIII.

Proviene del latín Constitutio que significaba el “hecho de establecer y

formar”. Así, en el Imperio Romano para designar las medidas legislativas

48

dictadas por el Emperador en el Digesto era frecuente encontrar la

máxima: “aquello que el Príncipe constituye se observa como ley”. Por

ello, la palabra “constituir” fue utilizada por los reyes medievales en la

medida en que acrecentaba su poder.

En la Edad Media, el término “Constitución” designaba toda medida

legislativa, edicto u ordenanza emanada de la voluntad del soberano. En

el siglo XIV, la equivalencia Constitución-Ley condujo a designar por

“Constitución” toda ley, principio, costumbre o conjunto de

circunstancias que dotan a la Monarquía de determinado status que

asegura su estabilidad y fija las condiciones de la sucesión al Trono.

Sin embargo, a mediados del siglo XVIII, el término “Constitución”

dejó de ser utilizado para designar las reglas de la sucesión monárquica,

y pasó a designar las leyes fundamentales que forman la “constitución”

de un Estado.

En 1751, uno de los capítulos de la obra Principes du Droit Politique

de Burlamaqui llevaba por título “De la constitution essentielle des

États ou de la manière dont ils se forment”. Desde este momento la

palabra “constitución” comenzó a ser utilizada como el modo en que

configura un Estado. Es decir, todo país tiene una “constitución” o una

determinada forma de organización política.

Es en este preciso momento cuando la palabra “Constitución”

comienza a designar la norma suprema que rige el ejercicio del

poder político del Estado, es decir, por quién debe ser gobernado

el pueblo y cuáles son los derechos de aquellos a quienes se

gobierna, así como de los deberes de los que gobiernan.

Con el paso del tiempo, esta inicial definición fue evolucionando

hasta configurar a las Constituciones como aquéllas normas que

representa la pieza clave o fundamental de todo el sistema jurídico y

político, en cuanto persigue establecer y garantizar la libertad del

individuo en el seno de la comunidad política organizada; norma dotada

de cierta estabilidad, que, por tanto, es especialmente resistente a su

alteración y vulneración.

49

Por ello, en principio una Constitución puede ser definida como

aquella norma con superior rango respecto del resto de las normas del

ordenamiento y protegida por específicas garantías, que suele adoptar

formas y denominaciones propias, aunque la denominación por excelencia

es la de Constitución. No debe olvidarse que su consideración como

Norma Suprema se manifiesta en dos características:

5. Las formas de elaboración y modificación del Derecho

Constitucional son diferentes de las de otras disciplinas jurídicas.

Las normas de Derecho Constitucional son normas mucho más

rígidas, de difícil o incluso, en algunos casos, imposible reforma.

6. Las normas de Derecho Constitucional gozan de un carácter

supralegal. Tienen una efectiva preeminencia respecto del resto de

normas del ordenamiento estatal. Por ello, es necesaria la existencia

del control de la constitucionalidad de las leyes para evitar que el

resto de las normas del ordenamiento jurídico contradiga a las

normas de Derecho Constitucional.

Dicho todo esto, la definición de Constitución resulta de la

combinación del contenido propio de sus normas y de sus aspectos

formales sustanciales. Por tanto, se trata del conjunto de normas que

regulan las posiciones jurídicas fundamentales de los ciudadanos

frente al Estado en garantía de su libertad y la distribución de

poder entre los principales órganos estatales; normas que, por su

carácter fundamental y definidor del sistema jurídico, tienen la

consideración de normas superiores en cuanto a su rango y fuerza

vinculante, de modo que limitan los poderes o facultades que se

pueden ejercitar y la manera en que pueden ser ejercitados.

C. Partes de una Constitución

Una Constitución se define esencialmente por el objeto que

disciplina. Así, en general, incluye las normas que regulan las

materias directamente vinculadas con la garantía básica de la

50

libertad del individuo. En este contenido general es posible

establecer dos categorías o tipos de normas constitucionales:

A. Las que reconocen y garantizan los derechos

fundamentales,

B. Las que organizan los poderes básicos del Estado.

a. La parte dogmática: los derechos fundamentales

Se trata de normas que declaran y protegen los derechos de los

ciudadanos, es decir, regulan las posiciones jurídicas fundamentales.

Desde los inicios del constitucionalismo, la formulación de una

“declaración de derechos” es una de las tareas imprescindibles para

llevar a cabo la libertad del individuo. Por este motivo, la garantía de

los derechos fundamentales aparece como el aspecto del Derecho

Constitucional que más directamente afecta al ciudadano.

Ejemplos:

Bill of Rights de 1689.

Declaración de Derechos del Pueblo de Virginia de 1776.

Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de

1789.

a. La parte orgánica: la organización institucional del Estado

Existe otro tipo de normas que se dedican a regular la

organización de los poderes del Estado, es decir, la organización

jurídica del poder que garantiza el sometimiento del poder al

Derecho, y, por ende, su limitación. Estas normas regulan las líneas

básicas de las instituciones políticas fundamentales del Estado

(Parlamento, Jefatura del Estado, Tribunal Constitucional, Poder

51

ejecutivo...) y la distribución de poder entre las mismas Poder central

y entidades territoriales con autonomía política o administrativa.

D. La supremacía de la Constitución

En el Derecho Constitucional actual es frecuente que las

Constituciones recojan expresamente el enunciado en que se señala

su supremacía jurídica. Por ejemplo, el artículo VI de la Constitución

de los Estados Unidos: “Esta Constitución y las leyes de los Estados

Unidos que se expidan con arreglo a ellas (...) será suprema ley del

país”. En el caso de la Constitución española de 1978, se regula en el

artículo 9.1 CE: “Los ciudadanos y los poderes públicos están sujetos

a la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico”. Así, según

este precepto todos los poderes públicos están sometidos a los

mandatos constitucionales, y, por tanto, no pueden contravenir los

mandatos de la Constitución, pues es ella la que los crea, los regula y

legitima su actuación.

De este modo, la Constitución se configura una Norma

Suprema con rango superior al resto de las normas del ordenamiento

jurídico. La afirmación del principio de supremacía de la

Constitución es consecuencia del principio de normatividad de los

Textos constitucionales, que supone la directa aplicabilidad jurídica

de las Constituciones.

No obstante, conviene una ulterior matización sobre este

precepto:

Formalmente el Derecho contenido en la Constitución se

sitúa por encima del resto de normas estatales.

Materialmente, los poderes públicos no podrán actuar

contra los principios y valores establecidos por la

Constitución, porque la Constitución es su norma habilitadora

y el límite a su actuación. Por tanto, es posible declarar la

inconstitucionalidad de las disposiciones y actos que

52

contradigan la regulación constitucional por la jurisdicción

constitucional.

Por último, la obligación de respetar la Constitución es de

diferente carácter para los poderes públicos y para los ciudadanos.

Sobre los primeros pesa un deber positivo, es decir, su actuación

debe orientarse a desarrollar los preceptos y mandatos contenidos

en la Constitución. En el caso de los ciudadanos, se trata de un deber

negativo, pues deben limitarse, en su actuación, a no realizar actos

contrarios a la misma.

53