Upload
albaenriquezcruz
View
231
Download
5
Embed Size (px)
Citation preview
2
TEMA 1 : LOS DERECHOS REALES
1. El derecho real: concepto, caracteres y contenido
El derecho real no está definido como tal en el Código Civil pero tiene continuas referencias en distintos preceptos (arts. 605, 609, 1095, 1930). El concepto del derecho real se heredó del Derecho Romano. El Libro II del Código Civil es de los bienes, la propiedad y su modificación y es el libro que contiene los derechos reales. Como en cualquier sociedad civilizada, cada persona tiene una parcela de interés muy concreta donde ejercer su esfera de libertad para la satisfacción de unos intereses legítimos. Al Derecho Civil le interese la satisfacción de los intereses patrimoniales personales. A veces esta satisfacción requiere otra persona – por ello nacen los contratos, que correlacionan los intereses de las partes. A veces estos intereses no necesitan proyectarse en otra persona sino que se proyectan sobre una cosa u objeto. Una persona no tiene derecho sobre la conducta de otra porque si puede satisfacer sus necesidades sin comprometer a otra persona; eso es porque esa esfera de voluntad no va a tener por objeto una persona sino un bien, que va a tener directamente una utilidad. Las cosas son recipientes de la autonomía de la voluntad porque tienen la utilidad que el dueño extraiga de ellas pero para ello necesita de un reconocimiento de esta relación por parte del Derecho, pudiendo excluir a terceros de perturbar la relación con esa cosa. Esta es la idea del Derecho Real, que es un derecho ante todo subjetivo (una parcela de libertad donde proyectar la voluntad). El Derecho reconoce la relación inmediata con este bien sin necesidad de terceros. El Derecho Real es el derecho subjetivo proyectado sobre la abominidad de las cosas. Por lo tanto, se puede entender que el Derecho Real:
• Denota una relación de dominación y poder, en el marco de la libertad para el desarrollo de la autonomía privada, de una persona respecto a una cosa;
• Denota inmediatez, ya que la relación del hombre con la cosa como herramienta de satisfacción de su autonomía explica que éste no necesite de la intervención de un tercero para extraer esa utilidad, sino que puede extraerla directamente, sin necesidad del consentimiento o de cualquier voluntad de tercero;
• Denota un derecho absoluto, es decir, no relativo, puesto que se trata de un señorío o poder de dominación exclusivo de su titular y excluyente respecto de cualquier persona, por lo que el derecho real es además oponible erga omnes, es decir, frente a todos, frente a cualquiera que intente perturbar o menoscabar dicho derecho subjetivo. En consecuencia, el derecho real se asocia a la reipersecutoriedad (“El propietario tiene acción contra el tenedor y el poseedor de la cosa para reivindicarla.”, art. 348 CC)), pudiendo pues el titular de un derecho real perseguir la cosa allí donde esté, imponiendo frente al que tenga carácter inmediato y absoluto de su derecho, con l consiguiente posibilidad de expulsar a aquel que no tenga un mejor derecho que él.
2. La distinción entre derechos reales y derechos de crédito. Figuras
intermedias.
3
Etimológicamente, el concepto de real no se refiere a la monarquía sino que viene del latín (res = cosa). No es pues un derecho personal porque recae sobre una cosa y no una persona. Se trata de ius in res. Yo disfruto de la cosa sobre la que tengo un derecho real de manera inmediata y absoluta, ya que se trata de un derecho exclusivo y excluyente puesto que el propietario de una cosa es único y además el derecho real permite la exclusión de quien perturbe dicho dominio. Esa propiedad es inamovible. Un Derecho Real se basa en la inmediatividad y la exclusividad. El Derecho Real se sitúa en contraposición al derecho personal o derecho de crédito. Esta última categoría reconoce un derecho a un sujeto respecto de otra persona, en la medida en que este queda obligado por alguna de las fuentes admitidas (art. 1089) a llevar a cabo una prestación (art. 1088). La idea de Derecho Real es diferente a este esquema. El Derecho Real satisface, por definición, a su titular por el hecho de suponer un reconocimiento de unas facultades inmediatas sobre la cosa. El Derecho Real existe pues y se define por referencia a su titular y a su objeto; no hay una segunda persona cuya conducta haya quedado comprometida para que el titular del derecho real pueda extraer la utilidad de la misma – el concepto de derecho real presupone la autosuficiencia de su titular para extraer la utilidad que justifica la relación con la cosa. Además, desde una perspectiva dinámica, los derechos reales pueden adquirirse, o surgir, como consecuencia de derechos personales, más concretamente, como la consecuencia de un pago debido. La propiedad es el único derecho real absoluto mientras que otros como el usufructo son derechos limitados. No es lo mismo ser propietario de una cosa que ser usufructuario. El soporte objetivo de un derecho real es la cosa. Una persona puede obligarse de una manera infinita porque el patrimonio es flexible. Sin embargo, los derechos reales siendo su objeto las cosas sólo son capaces de abarcar lo que el bien abarque.
Las figuras intermedias comparten características de los derechos reales y de los derechos personales. Desde el Derecho Romano se habla de una figura intermedia, el ius ad rem (derecho hacia la cosa y no sobre la cosa como paso intermedio). Cuando una persona compra una cosa, no se convierte en propietario ya que el contrato de compra-‐venta no constituye en sí mismo una responsabilidad que necesita además de la entrega de esa cosa para no ser un simple acreedor de la cosa. El ius ad rem es el paso intermedio entre el ser acreedor de una cosa y su adquisición del título de propietario, entre el nacimiento de una relación crediticia que justifica el traspaso dominical y la adquisición del derecho real como tal. El hecho de tener derecho a esperar la entrega de la cosa convierte en simple acreedor. En sentido estricto, la persona que tiene este derecho es titular aún de un derecho de crédito aunque caracterizado por tener como objeto la cosa concreta y que, en el curso normal de los acontecimientos, su satisfacción implicará el nacimiento de un ius in re. El artículo 1095 recoge explícitamente esa situación: “el acreedor tiene derecho a los frutos de la cosa desde que nace la obligación de entregarla. Sin embargo, no adquirirá derecho real sobre ella hasta que le haya sido entregada.”. El titular del ius ad rem es un acreedor de la cosa;
4
no tiene derecho real sobre la cosa aunque, por su concreta pretensión sobre la cosa, se le reconocen ciertas facultades o derechos que, por su contenido, son propias de los derechos reales, como el derecho a los frutos de la cosa (art. 1095 CC) o con la posibilidad de obtener la entrega de la cosa debida por el deudor incluso por la fuerza (art. 701 LEC). La determinación subjetiva de una relación obligatoria, por referencia a la titularidad sobre un bien, remite a las ideas de carga real y de obligación ob/propter rem. La persona que ocupa la parte deudora es la que sea titular de una cosa, de manera que aquella irá cambiando conforme vaya cambiando esta. Cuando, durante la vigencia de esa relación obligatoria así definida en la parte deudora, venza y devenga exigible alguna prestación, la deuda queda cristalizada y exigible en su concreción al titular de la cosa en ese momento, es decir, una vez surge la deuda concreta en el marco de esa relación obligatoria, el deudor será el titular en ese momento, y será un deudor en sometido para esa concreta deuda a las reglas generales de las obligaciones, de modo que la posterior trasmisión del bien antes del pago de la deuda sólo supone un cambio del sujeto pasivo en la relación obligatoria, no en la deuda ya vencida, y por tanto, sólo para las deudas que se generen a partir de entonces.
3. La clasificación de los Derechos Reales
En primer lugar, los Derechos Reales se distinguen entre los derechos provisionales, entre los que se encuentra únicamente la posesión, y los derechos definitivos. Estos últimos pueden además ser derechos plenos, es decir, el dominio, a su vez dividido entre propiedad ordinaria y propiedad separada (propiedad horizontal), o bien limitados, limitativos del dominio o en cosa ajena. Estos últimos pueden a su vez distinguirse entre los derechos de goce, de garantía o de adquisición. Los primeros incluyen los derechos muebles o inmuebles (usufructo, uso o habitación de una casa) y los derechos sobre bienes inmuebles: las servidumbres (prediales y personales), los censos o cargas reales (enfitéutico, reservativo o consignativo) y los derechos de superficie, sobreelevación (vuelo), subedificación y aprovechamiento por turno. Los derechos de garantía también distinguen entre bienes muebles e inmuebles: en el primer caso se hallan los derechos de prenda, de prenda sin desplazamiento y de hipoteca mobiliaria; en el segundo, la hipoteca y la anticresis. Los derechos de adquisición incluyen el tanteo, el retracto y el derecho de opción.
5
CLASIFICACIÓN DE LOS DERECHOS REALES
(Cuadro sinóptico)
provisionales POSESIÓN PROPIEDAD ORDINARIA pleno DOMINIO PROPIEDAD SEPARADA (propiedad horizontal) USUFRUCTO muebles/inmuebles USO HABITACIÓN (casa) PREDIALES SERVIDUMBRES PERSONALES de goce definitivos ENFITEUTICO cargas reales = CENSOS RESERVATIVO CONSIGNATIVO inmuebles SUPERFICIE SOBREELEVACION (VUELO) SUBEDIFICACION limitados, APROVECHAMIENTO POR TURNO limitativos del dominio, o en cosa ajena PRENDA muebles PRENDA SIN DESPLAZAMIENTO HIPOTECA MOBILIARIA de garantía HIPOTECA inmuebles ANTICRESIS TANTEO
de adquisición RETRACTO DERECHO DE OPCIÓN
6
4. La autonomía privada en la creación de los derechos reales. El problema del numerus clausus o numerus apertus de los derechos reales.
Toda figura en la que recaigan esas notas características es un derecho real. El Libro II del Código Civil, “De los bienes, de la propiedad y de sus modificaciones”, se posiciona como el campo natural regulativo de los Derechos Reales (arts. 334 a 608 CC) aunque existen otras figuras que, aunque ubicadas fuera de este Libro, no hay ningún problema para clasificarlas como derechos reales por concurrir en ellos las notas anteriores, como el derecho de hipoteca, la prenda o los censos, regulados en el Libro IV, “De las obligaciones y contratos”). En líneas generales, se admite que en nuestro Derecho rige el sistema de numerus apertus de los derechos reales, es decir, que la autonomía de la voluntad puede crear derechos reales distintos de los tipificados aunque para ello hay que tener en cuenta importantes consideraciones:
• El único Derecho Real absoluto es el derecho de propiedad (art. 348 CC; art. 33 CE), por lo que la posibilidad de creación de los derechos reales sólo puede referirse a los derechos reales limitados, que son, por definición, derechos subjetivos que atribuyen a su titular facultades exclusivas y excluyentes sobre una cosa, con mayor o menor intensidad según el derecho real que se trate, y que presuponen que el dueño de la cosa es una persona distinta, es decir, el propietario;
• De forma unánime, se entiendo que lo únicos Derechos Reales atípicos permisibles son los de goce y disfrute de la cosa ajena, no los derechos reales de garantía;
• Debe tenerse presente que, aunque se admitan figuras atípicas de derechos reales, no puede negarse que, en la función calificadora de las figuras, el elenco de derechos reales típicos tiene un marcado carácter imperativo: las partes no son libres de escapar de la regulación típica de los Derechos Reales, cuando pretendan obtener el fin socioeconómico definidor de alguna de esas figuras típicas, sin que puedan derogar, por tanto, los elementos esenciales de las mismas;
• Por lo demás, rigen los límites generales de la autonomía de la voluntad, es decir, ley, moral y orden público.
5. La adquisición y la transmisión de los Derechos Reales. La teoría del título y el
modo.
El prius lógico de cualquier sistema de Derechos Reales es la ordenación sistemática de los modos de adquisición de los Derechos Reales, de cómo ingresan en el patrimonio de los sujetos y, por tanto, el momento en que el derecho de propiedad y los derechos reales limitados dejan de ser una estructura abstracta para ser concretos derechos subjetivos. Art. 609 CC: “La propiedad se adquiere por la ocupación. La propiedad y los demás derechos reales sobre los bienes se adquieren y trasmiten por la ley, por donación, por sucesión testada e inestadas y por consecuencia de ciertos actos mediante la tradición. Pueden también adquirirse por medio de la prescripción.”
7
Se suelen distinguir tradicionalmente dos grandes bloques en los modos de adquisición de la propiedad:
• Modos originiarios: Recogen todos aquellos en que la adquisición del dominio o del derecho real se produce como consecuencia de un acto jurídico, sin que pueda decirse propiamente que el dominio o el derecho real pasen a formar parte de un patrimonio como consecuencia de un acto de tráfico inter vivos o mortis causa, es decir, el que adquiere originariamente la propiedad de un bien crea ex novo una situación dominical sin recibirla de nadie;
• Modos derivativos: El que adquiere el dominio derivativamente adquiere la posición jurídica que sobre esa misma cosa tuviera el transmitente: recibe, como mucho, la misma posición dominical que tuviera su antecesor, de manera que el dominio o derecho real así adquirido tiene un soporte causal en la titularidad anterior del que le transmite, que debe ser suficiente o comprensiva de las facultades de las que el adquiriente sea ahora titular.
La teoría del título y el modo define el sistema de trasmisión del dominio y de la constitución de los derechos reales inter vivos, derivativa y onerosa, y por tanto un aspecto esencial del tráfico jurídico. Esta teoría está reflejada en algunos preceptos del Código Civil: desde que la cosa es debida, los frutos son para el acreedor pero este no adquiere ningún derecho real sobre ella hasta que le haya sido entregada (art. 1095); la propiedad y demás derechos reales se adquieren y trasmiten por consecuencia de ciertos contratos mediante la tradición (art. 609.2). En nuestro Derecho, por tanto, la celebración de contratos, aunque tengan por finalidad la trasmisión de bienes, como la compraventa, no tienen efecto traslativo por sí solos sino que un comprador al que aún no se le ha entregado la cosa comprada es un simple acreedor de su entrega y tendrá como mucho un ius ad rem pero sin ser propietario. A la inversa, la simple entrega de una cosa no puede tener un efecto traslativo de la propiedad si esta entrega no puede referenciarse causalmente a un negocio jurídico que le sirva de justificación suficiente. La entrega de una cosa no implica por sí misma más que un traspaso posesorio, convirtiendo en mero poseedor al que así recibe pero tan poseedor en un propietario, como un arrendatario, un depositario o incluso un ladrón. El negocio jurídico que justifica su posesión da contenido a la misma y delimita las facultades de dominación fáctica sobre la cosa, es decir, marca los límites cualitativos de la posesión, señalando qué actos son legítimos y cuáles no están legitimados. Existen ciertos supuestos en los que, excepcionalmente, no rige la teoría del título y el modo:
• En aquellos casos en que el fin socioeconómico pretendido por el derecho real queda plenamente satisfecho sin necesidad de posesión alguna, como por ejemplo, el acreedor hipotecario que no posee la cosa hipotecada, o las servidumbres negativas;
• En aquellos casos en que, de manera excepcional, el legislador permite de forma expresa que la transmisión o constitución del derecho real opere por el mero concurso de voluntades, es decir, por la mera celebración del contrato. Los dos supuestos claros implícitamente recogidos en el Código Civil (art. 1463) son la traditio brevi manu y el constitutum possesorium.
8
6. Extinción y pérdida del derecho real
La pérdida de la cosa es causa de extinción del derecho real (arts. 513, 546 y 1625), para lo cual la pérdida ha de ser total – una pérdida parcial no supone más que una modificación objetiva del derecho real que continúa existiendo sobre la parte subsistente de la cosa. Además, si es un tercero quien destruye la cosa por negligencia o dolo será sujeto de una obligación de indemnizar el daño producido pero el derecho real queda igualmente extinguido. La cosa deja de ser, por virtud de una norma jurídico, objeto de derechos subjetivos, quedando fuera del comercio. Una obligación se extingue cuando en una misma persona concurre la cualidad de acreedor y deudor (art. 1192). De la misma manera, el derecho real se extingue cuando en una misma persona se da la cualidad de titular dominical y de titular del derecho real que lo grava (arts. 513.2 y 546.1). Nadie puede ostentar un derecho real sobre su propia cosa pues cuando se puede obtener de la cosa su más amplia utilidad iure propietatis no se justifica que otro título autorice a obtener una utilidad más reducida. La consolidación no puede operar en perjuicio de terceros: si el derecho real está gravado con otro derecho real, aquel, frente al titular de este, subsistirá como si la consolidación no se hubiese producido. Entendemos por renuncia un negocio jurídico unilateral por el cual el titular de un derecho subjetivo lo extingue espontáneamente, no siendo verdaderas renuncias las traslativas pues carecen de efecto extintivo, ni las bilaterales, al no tener el requisito de la unilateralidad y hacer tránsito hacia otras figuras distintas. Además, no necesita para su efectividad el conocimiento ni el consentimiento de la persona favorecida. Al tratarse de un negocio de disposición se requerirá pleno poder dispositivo en el renunciante y tiene efectos distintos según recaiga sobre el dominio, en cuyo caso la cosa deviene nullius, o sobre los iura in re aliena, en cuyo caso recobra el dominio la plenitud de sus facultades al desaparecer el derecho real en que se habían concentrado. Para ser efectiva, la renuncia no ha de perjudicar a terceros por lo que subsisten frente a ese tercero los derechos que recaían sobre el derecho renunciado. No supone la renuncia del titular del derecho de propiedad la extinción de los iura in re aliena constituidos por él en base a su derecho, puesto que son derechos autónomos y directos sobre la cosa una vez constituidos. El abandono es una forma de renuncia, que se caracteriza por la desposesión de la cosa. Se entiende por revocación de propiedad cuando, en virtud de un cambio de voluntad del que trasmitió la cosa permitido por la ley, la misma vuelve a su patrimonio. Se requiere una primera voluntad positiva de transmitir el dominio y la efectiva transmisión. La expropiación forzosa por motivos de utilidad pública e interés social lo mismo recae sobre la propiedad que sobre otros derechos o intereses legítimos. Está regulada por el Derecho Administrativo.
9
TEMA 2: LA POSESIÓN
1. La posesión: concepto, funciones y naturaleza
La posesión como derecho se regula en el Título V del Libro Segundo del Código Civil (arts. 430 a 466). La posesión implica la tenencia de una cosa o el disfrute de un derecho, como realidad económica, al margen de cualquier consideración, en particular de cómo se llegó a ella. El enunciado del artículo 430 no es muy expresivo por lo que la base 11 de la Ley de Bases de 11-‐V-‐1888 presenta una primera aproximación a la posesión como fenómeno jurídico objeto de regulación y de protección en sí mismo: “La posesión se definirá en sus dos conceptos, absoluto o emanado y unido a él, y limitado y nacido de una tenencia de la que se deducen hechos independientes y separados del dominio.”. La posesión admite pues como distintas perspectivas como figura jurídica. En primer lugar, la posesión es una mera tenencia de una cosa o el disfrute fáctico del contenido típico de un derecho real. En segundo lugar, la posesión es la tenencia de una cosa o el disfrute de un derecho que el poseedor ejerce como suyo pero que en realidad no lo es, por falta de título adquisitivo eficaz. En estos dos casos, falta una situación jurídica eficaz de la que la posesión sea reflejo: la posesión no se considera pues en estos casos como potencialidad o consecuencia de un derecho del poseedor, por lo que la relación posesoria no es consecuencia de un derecho subjetivo del que derive – la situación posesoria fáctica es causa de sí misma y, por no existir una relación jurídica a la que referenciar el estado de dominación fáctica, la posesión sólo es objeto de consideración jurídica mientras continúe. En estos casos, además, no hay propiamente un derecho a poseer puesto que no hay una relación jurídica en la que justificarlo, sino un derecho a seguir poseyendo (ius possessionis), que se pone de manifiesto cuando un tercero intenta perturbar por la vía de hecho la situación fáctica posesoria. Por ejemplo, si B roba a A un bien es evidente que este último puede exigir la recuperación de la cosa pero si, a su vez, C roba a B esa misma cosa, B podría recuperarla si logra demostrar el hecho del robo, sin que, lógicamente, sea para C defensa de su posición posesoria que B previamente robara la cosa a A. En tercer lugar, la posesión es una tenencia de una cosa o disfrute de un derecho que exterioriza la propiedad o el derecho real del poseedor, y por tanto esa posesión es coherente con, y ejercicio de, ese derecho. En este último caso, la posesión es consecuencia del derecho de propiedad o de otro derecho que habilita al contacto inmediato con la cosa. Ese poder fáctico de dominación se inscribe en el conjunto de facultades del dueño y su ejercicio concreto es reflejo de ese haz de facultades. Tiene, por tanto, como consecuencia de su derecho, un derecho a poseer (ius possidendi). Vallet de Goytisolo consideró que “la actividad del propietario sobre su cosa es una consecuencia del derecho de propiedad y, en este sentido, son actos perfectamente lícitos […]. En cambio, la actividad del poseedor constituye la forma propia de la posesión y la base misma de su existencia. Cada acto del poseedor de la cosa es jurídico; forma parte del hecho jurídico – complejo,
10
continuado que constituye la posesión. En la propiedad, la situación jurídica se mantiene con y por el derecho. En la posesión, en cambio, la situación jurídica es una consecuencia o producto del hecho. Por eso, la situación del propietario es amparada sin necesidad de ser proyectada a través del tiempo, le basta que el derecho haya sido creado y no se haya extinguido. En tanto que la del poseedor despende de ese hecho complejo, que es la médula de la posesión. Cabe […] un propietario que no ejerce su derecho; pero es inconcebible una posesión sin un mínimum de ejercicio, porque lo que allí es la consecuencia aquí es la causa”. La posesión, o más bien, el status posesorio, es una situación jurídica objeto de consideración en sí misma, y con relativa autonomía, aun cuando ese estado posesorio sea en un caso concreto consecuencia y reflejo de un derecho real, ya sea la propiedad o cualquier otro. Cuando el propietario de un bien utiliza la cosa de su propiedad, la administra u otros, está realizando actos posesorios del derecho de propiedad, es decir, está llevando a cabo actos objetivamente reconocibles como típicas del derecho poseído y, por lo tanto, el propietario es además poseedor. Sin embargo, podría también ocurrir que hubiese un propietario no poseedor, puesto que las causas de pérdida de la propiedad no son las mismas que las de pérdida de la posesión: la propiedad no se pierde por el simple hecho de su no ejercicio mientras que la posesión se pierde cuando dejan de hacerse actos posesorios.
2. Clases de posesión
a. Posesión natural y posesión civil
El primero de los artículos permite aproximarnos al concepto comienza la regulación con una clasificación (“Posesión natural es la tenencia de una cosa o el disfrute de un derecho por una persona. Posesión civil es esa misma tenencia o disfrute unidos a la intención de haber la cosa o derecho como suyos.”).
b. Posesión en concepto de dueño y en concepto distinto del dueño
“La posesión de los bienes y derechos puede tenerse en uno de estos dos conceptos: o en el de dueño, o en el de tenedor de la cosa o derecho para conservarlos o disfrutarlos, perteneciendo el dominio a otra persona.” (art. 432) Por lo tanto, es poseedor únicamente quien posee como dueño y los demás que eventualmente pudieran tener poderes sobre la cosa para conservarla o disfrutarla (el usufructuario, el arrendatario, el depositario, etc) son meros tenedores de la misma. Tanto unos como otros están protegidos por los interdictos. Los titulares de derechos reales, en base a esa tenencia precisamente, pueden llegar a adquirirlos por usucapión de la misma manera que el poseedor como dueño puede llegar a adquirir el dominio a través de ese instituto jurídico (arts. 1940 y 1941).
c. Posesión mediata y posesión inmediata
11
Las formas típicas de dominación de un derecho pueden no quedar reducidas a esa relación directa e inmediata con la cosa, sino que puede ser puesta de manifiesto a través de un tercero. En el caso del arrendador, o en el del que cede en uso, en usufructo, en comodato, entre otros, el arrendatario, el usuario, el usufructuario o el comodatario es el que tiene en su poder la cosa directamente y extrae su utilidad pero su manera de dominación es subordinada e implica para el poseedor inmediato el reconocimiento de un señorío superior del cual el suyo es derivado. “La posesión en los bienes y derechos puede tenerse en uno de los conceptos: o en el de dueño, o en el de tenedor de la cosa o derecho para conservarlos o disfrutarlos, perteneciendo el dominio a otra persona.” (art. 432) La posesión mediata es también posesión puesto que implica un señorío de hecho sobre el dominio o el derecho real que formalmente sirve de soporte a la posesión inmediata y ese señorío es recognoscible por el resto de manera indirecta, a través del carácter limitado y objetivamente derivado en el poseedor inmediato, puesto de manifiesto en la forma típica correspondiente al concepto posesorio del poseedor inmediato. Por ejemplo, cada vez que el arrendatario paga al arrendador el canon arrendaticio, lleva a cabo a favor del arrendador actos objetivamente considerables y típicamente encuadrables como de dominio para el arrendador, que en este sentido puede decirse que es el poseedor civil.
d. Ejercicio personal de la posesión y ejercicio por otro. El servidor de la posesión.
“La posesión se ejerce en las cosas o en los derechos por la misma persona que los tiene y disfruta, o por otra en su nombre.” (art. 431) El que tiene la posesión puede ejercer por sí el poder de hecho sobre la cosa pero también otra persona, en nombre de aquel, que podrá ejercer sobre la cosa ese poder. El servidor de la posesión supone que entre el que ejerce la potestad de hecho sobre la cosa y otra persona media una relación de dependencia o de subordinación, de tal manera que debe seguir las instrucciones u órdenes referentes a la cosa. El servidor ejerce la misma en nombre de otro, que la tiene. Su estatuto jurídico es puramente negativo. Mientras las cosas estén en manos del servidor de la posesión se han de considerar a todos los efectos jurídicos como si estuvieran en las del poseedor.
e. Posesión de buena fe y de mala fe
Para establecer esta distinción se ha de conectar necesariamente la posesión que se ejerce sobre una cosa con el título del que deriva el derecho al ejercicio posesorio.
12
El Código Civil presenta el concepto de poseedor de buena fe. “Se reputa poseedor de buena fe al que ignora que en su título o modo de adquirir exista vicio que lo invalide. Se reputa al poseedor de mala fe al que se halla en el caso contrario” (art. 433). “La buena fe del poseedor consiste en la creencia de que la persona de quien recibió la cosa era dueño de ella y podía transmitir su dominio” (art. 1950). La posesión de buena fe descansa por tanto en un título por el que se adquiere el derecho que nos da, a su vez, el derecho a poseer la cosa en el concepto que lo hacemos. “La posesión adquirida de buena fe no pierde este carácter sino en el caso y desde el momento en que existan actos que acrediten que el poseedor no ignora que posee la cosa indebidamente” (art. 435). La buena fe es también requerida por dicho artículo durante todo el tiempo que dura la posesión. Nuestro Código sigue pues el criterio del Derecho Canónico, que exige la persistencia de la buena fe, de tal modo que es posible que la posesión inicialmente de buena fe pierda este carácter posteriormente (mala fides superveniens nocet). Se necesitan actos que hagan patente aquel cambio.
f. Posesión justa o no viciosa y posesión viciosa o injusta
“Los actos meramente tolerados, y los ejecutados clandestinamente y sin conocimiento del poseedor de una cosa, o con violencia, no afectan a la posesión.” (art. 444) Hay una posesión viciosa cuando una persona ejerce el señorío de hecho sobre una cosa en la que otro se hallaba contra la voluntad de este o sin su conformidad. La posesión viciosa supone despojo, violento o clandestino, de otro poseedor. Se da pues contra su voluntad o sin su conocimiento y por tanto sin su voluntad. Los actos posesorios clandestinos o violentos no afectan a la posesión, es decir, que no afectan a la posesión que tenía el despojado, conservando ante la Ley su posición de poseedor, por lo que puede ejercitar la defensa interdictal y lograr el restablecimiento de la situación fáctica que existía antes de la violencia o clandestinidad. Frente a la posesión violenta o clandestina, la posesión tolerada se califica por lo contrario, es decir, que no se hace precisamente a espaldas o contra la voluntad del poseedor, sino que los aspectos posesorios se realizan por su voluntad y tolerancia
3. Sujetos y objeto de la posesión
“Las personas jurídicas pueden adquirir y poseer toda clase de bienes.” (art. 38)
13
El poseedor puede ser por tanto una persona física y una persona jurídica. Además, cabe que el sujeto de la posesión sea plural, es decir, que más de una persona tengan con animus domini una misma cosa o disfruten de un derecho, como en el caso de la comunidad de bienes (art. 392). Tanto las cosas como los derechos son susceptibles de posesión (art. 437). La posesión que consista en el disfrute de un derecho no es siempre algo contrapuesto a la posesión de cosas, porque para aquel disfrute se necesita en numerosos casos esta última posesión. La contraposición entre posesión de cosas y posesión de derechos es inadecuada pero no carente de razones históricas: desde el Derecho Romano, a la posesión que refleja el derecho de propiedad se le ha llamado posesión de cosas. El Código Civil mantiene pues la bipartición, con el hecho de que sea susceptible de apropiación como única limitación (art. 437), es decir, de tráfico jurídico. Si la posesión se ve siempre como un señorío de hecho sobre la cosa, únicamente serán susceptibles de posesión los derechos que lleven consigo posibilidades de actuación sobre cosas: los derechos reales de goce y de garantía serán los susceptibles de la posesión, con excepción de la hipoteca puesto que este derecho real no supone el desplazamiento de la posesión de la cosa a manos del acreedor hipotecario. Igualmente son susceptibles de posesión otros derechos que tradicionalmente se consideran como derechos de obligación o relativos, por lo que permiten el ejercicio de un poder sobre la cosa, como el del arrendatario, el del comodatario, el del depositario. Los principales efectos del fenómeno posesorio se referían a la protección interdictal y a la usucapión; es admisible que la posesión de determinados derechos lleve consigo el primero de aquellos, pero no el segundo – sólo el dominio y demás derechos reales son aptos para su adquisición mediante usucapión (art. 1940).
4. Adquisición, pérdida, conservación y recuperación de la posesión.
La posesión requiere la existencia del corpus y el animus. El corpus representa el señorío de hecho sobre la cosa, siendo la conciencia social la determinante de su calificación o existencia. “La posesión se adquiere por la ocupación material de la cosa o derecho poseído, o por el hecho de quedar éstos sujetos a la acción de nuestra voluntad, o por los actos propios y formalidades legales para adquirir tal derecho.” (art. 438) Existen pues tres modos legales de detectar la presencia del corpus, siendo los dos primeros prácticamente uno mismo – la ocupación material implica también la sujeción a la voluntad del poseedor de la cosa ocupada. El Código Civil se refiere con la “ocupación material del derecho poseído” al ejercicio directo sobre la cosa que es objeto de aprehensión del poder de hecho correspondiente al derecho objeto de posesión. Además, el artículo habla de la adquisición de la posesión “por los actos propios y formalidades legales para adquirir tal derecho”, en que se engloban una serie de supuestos
14
heterogéneos en los que una persona está investida de la cualidad del poseedor:
• La tradición: Es un requisito necesario para adquirir el dominio y derechos reales (art. 609). La traditio o entrega de la cosa supone adquisición en el accipiens, y puede darse cumpliendo los actos y formalidades legales que no llevan consigo contacto físico con la cosa;
• La adquisición por ministerio de la Ley: Es una disposición legal la que inviste a una determinada persona de la condición de poseedor, sin necesidad de aprehensión material o corporal, como por ejemplo la aceptación hereditaria (art. 440);
• La adquisición judicial de la posesión: Se logra a través de los procedimientos regulados en la Ley de Enjuiciamiento Civil, que son el interdicto de adquirir y el expediente de jurisdicción voluntaria de adquisición de la posesión.
El artículo 460 señala las causas de pérdida de la posesión:
• Abandono de la cosa: No puede existir posesión cuando ni se ejercita un señorío ni se tiene voluntad de ejercitarlo puesto que faltan tanto el corpus como el animus. El abandono no se presume y deberá probarse por todo aquel que esté interesado en su existencia, no siendo la confesión del propio poseedor suficiente para probar el abandono si perjudica a otros sujetos. El abandono implica una voluntad abdicativa que debe exteriorizarse colocando la cosa en circunstancia de las que socialmente se deduzca su desapoderamiento o desposesión;
• Cesión hecha a otro por título oneroso o lucrativo: Se trata de una cesión de la posesión como consecuencia o derivación de un previo título oneroso o lucrativo que ha de ser traslativo de propiedad. Por ejemplo, en el caso de un arrendamiento, hay una cesión de la posesión a título oneroso pero sin pérdida de posesión de la misma (art. 432), quedando como poseedor mediato el arrendador mientras que el arrendatario sería el inmediato;
• Destrucción o pérdida total de la cosa, o el quedar ésta fuera del comercio: Esto extingue la posesión al hacer imposible el ejercicio del señorío sobre ella. La posesión de la cosa mueble no se entiende perdida mientras se halle bajo el poder del poseedor aunque ignore accidentalmente su paradero (art. 461). En relación a la cosa fuera de comercio, hay que entender que se refiere a una privación de la comercialidad sobrevenida por un cambio en el ordenamiento jurídico;
• Por la posesión de otro: Señala el artículo la posesión de otro “aun contra la voluntad del antiguo poseedor, si la nueva posesión hubiese durado más de un año”, siendo esta posesión de otro una posesión incompatible con la que pueda perder el poseedor actual. Esta posesión, si es contra su voluntad, debe durar más de un año. El poseedor actual tiene una situación posesoria dentro del año que ha de ser amparada y respetada frente a perturbaciones o despojos de tercero, es decir, protegida por la defensa interdictal.
5. Efectos de la posesión
15
a. Protección del estado posesorio: las acciones posesorias
“Todo poseedor tiene derecho a ser respetado en su posesión, y si fuere inquietado en ella deberá ser amparado o restituido en dicha posesión por los medios que las leyes de procedimiento establecen” (art. 446) La protección posesoria se confía a medios judiciales y no a la autoridad del poseedor: “En ningún caso puede adquirir violentamente la posesión mientras exista un poseedor que se oponga a ello. El que se crea con acción o derecho para privar a otro de la tenencia de una cosa, siempre que el tenedor se resista a la entrega, deberá solicitar el auxilio de la Autoridad competente.” (art. 441). Estos medios de defensa están determinados por la LECivil (art. 1651), que son el interdicto de retener y de recobrar. A través de los interdictos de retener y recobrar, la posesión se atiende al mantenimiento de la situación posesoria actual frente a la perturbación que procede de un tercero y a la restauración de la situación en que se encontraba el poseedor víctima de un despojo. Dicha perturbación está constituida por “actos que manifiesten la intención de inquietarle o despojarle (al poseedor)” (art. 1651) “o tiene fundados motivos para creer que lo será” (art. 1652). El Código Civil concede a todo poseedor la legitimación activa de la protección del estado posesorio (art. 446). Está legitimado activamente todo poseedor aunque sea clandestino o violento y lo tiene tanto frente a terceros como frente al poseedor que sufrió la violencia o clandestinidad. También está legitimado el heredero que sucede mortis causa en la posesión de su causante (art. 440) contra la perturbación o despojo que puede sufrir antes de que tenga en su poder efectivo los bienes hereditarios. El Código Civil y la Ley de Enjuiciamiento Civil no se refieren a la legitimación pasiva en ningún precepto, aunque se pueden deducir de los requisitos de la demanda de interdicto (art. 1652): “los actos exteriores en que consistan la perturbación o el despojo, y manifestando si los ejecutó la persona contra quien se dirige la acción y otra por orden suya”. Están por tanto legitimados tanto el que ejecutó los actos como el que dio orden a otro para que los ejecutara.
b. Las presunciones posesorias
Se presume la buena fe en todo poseedor (art. 434); se trata de una presunción iuris tantum, por lo que incumbe la carga de la prueba al que afirma la mala fe. La prueba de mala fe radicará por tanto: en que el poseedor conocía el vicio que invalida el título o modo por el que adquiere el derecho que le da la posesión de la cosa (art. 433); en caso de que cuando se adquiera la posesión en virtud de aquel título hubiese buena fe, la mala fe sobrevenida requiere que se pruebe que existen actos que indican que el poseedor no ignora que posee indebidamente (art. 435).
16
Además, “se presume que la posesión se sigue disfrutando en el mismo concepto que se adquirió, salvo prueba en contrario” (art.436), es decir, que quien en virtud de un contrato de arrendamiento o de la constitución de un derecho real de usufructo, etc, adquiere la posesión de una cosa, se presume que, en el momento actual, sigue siendo poseedor de la misma en concepto de arrendatario o usufructuario. El poseedor en concepto de dueño goza de una presunción de legitimidad en su posesión: “El poseedor en concepto de dueño tiene a su favor la presunción legal de que posee con justo título y no se le puede obligar a exhibirlo” (art. 448). El poseedor animus domini (el que se comporta respecto a la cosa como propietario), ha adquirido el dominio de la misma mediante un título que el ordenamiento jurídico juzga hábil para este fin y le dispensa, además, de la exhibición del documento que plasma tal título. “El poseedor actual que demuestre su posesión en época anterior, se presume que ha poseído también durante el tiempo intermedio, mientras no se pruebe lo contrario” (art. 459). “El que recupera, conforme a derecho, la posesión indebidamente perdida, se entiende para todos los efectos que puedan redundar en su beneficio que la ha disfrutado sin interrupción” (art. 466). “La posesión de una cosa raíz supone la de los muebles y objetos que se hallen dentro de ella, mientras no conste o se acredite que deben ser excluidos” (art. 449). Este precepto es algo oscuro puesto que no se especifica la posesión que se ha de tener de la cosa inmueble ni señala qué posesión se tiene pues sobre los muebles.
c. El artículo 464 del Código Civil
Las normas de la acción reivindicatoria sufren una modificación cuando el objeto de lo reclamado es un bien mueble, puesto que tráfico jurídico de los mismos está sometido a una mayor celeridad y es mucho más difícil la prueba documental de las adquisiciones. A este respecto, la regla básica y fundamental la encontramos en el artículo 464: “la posesión de los bienes muebles, adquirida de buena fe, equivale al título”. El Derecho Romano estableció dos reglas perfectamente lógicas desde el punto de vista jurídico. En primer lugar, nadie puede transmitir a otro más derecho del que él tiene: nemo in alium plus iura transferre potest quan ipse habet. En segundo lugar, el propietario puede ejercitar la acción reivindicatoria contra todo poseedor que tenga en su poder la cosa: ubi rem mea invenio ibi vindico. El Derecho Germánico modificó estos preceptos, haciendo únicamente posible la reivindicación de los muebles cuando habían sido perdidos, hurtados o robados. Por el contrario, si el titular había confiado la cosa a una persona voluntariamente, únicamente podía ejercitar una acción personal indemnizatoria contra esa persona si había dispuesto indebidamente de la cosa, en manos de un tercero ahora poseedor.
17
La reivindicación queda excluida cuando tropieza con un tercero que ha adquirido la posesión de la cosa de buena fe; luego procede si se demostrase que la adquirió de mala fe, o que la posesión que tiene no es a título de dueño.
d. La liquidación del estado posesorio
Los artículos 451 a 458 contienen una serie de normas destinadas a regular el destino de los frutos y el régimen de gastos y mejoras cuando se liquida un estado posesorio, cuando el poseedor ha de entregar la cosa al “que le hubiese vencido en su posesión” (art. 453). La normativa parte de una distinción fundamental: la buena o mala fe del poseedor. El poseedor de buena fe hace suyos los frutos percibidos mientras no sea interrumpida legalmente la posesión (art. 451), aunque siempre en la medida en que sea facultado por su título. En cuanto a los gastos, de acuerdo con la regulación positiva, cabe establecer las siguientes diferenciaciones:
• Gastos necesarios: Tales gastos se abonan a todo poseedor (art. 453). Se trata de los gastos referentes a la conservación de la cosa; la jurisprudencia extiende el concepto a los realizados para la producción de los frutos;
• Gastos útiles: Esos gastos, a los que se denominan también mejoras, se abonan exclusivamente al poseedor de buena fe;
• Gastos de puro lujo o recreo: Tales gastos no se abonan a ningún poseedor pero se concede al poseedor el ius tollendi o el derecho a retirar los adornos u objetos en que esos gastos se hallan invertidos, siempre que la cosa no sufra deterioro y el poseedor legítimo no ejercite una facultad de adquisición de los mismos (arts. 454 y 455);
• Derecho de retención del poseedor de buena fe: Se faculta al poseedor de buena fe para retener la cosa hasta que se hayan abonado los gastos necesarios y útiles (art. 453).
El poseedor de buena fe “no responde del deterioro o pérdida de la cosa, fuera de los casos en que se justifique haber procedido con dolo” (art. 457). Se invierte pues la carga de la prueba. Sin embargo, es claro que deberá restituir aquello en que se ha enriquecido por esa pérdida o deterioro. El poseedor de mala fe es responsable “del deterioro o pérdida en todo caso, y aun de los ocasionados por fuerza mayor cuando maliciosamente haya retrasado la entrega de la cosa a su poseedor legítimo” (art. 457).
18
TEMA 3: LA USUCAPIÓN
1. Concepto, naturaleza jurídica y fundamento de la usucapión
La prescripción es considerada por el Código Civil como un modo de adquirir “el dominio y los demás derechos sobre los bienes” (art. 609); además, por la prescripción se adquiere “de la manera y con las condiciones determinadas en la ley” el dominio y demás derechos reales (art. 1930) – por la prescripción se extinguen los derechos y acciones de cualquier clase que sean (art. 1930.2). La usucapión, o prescripción adquisitiva, es la prescripción que sirve para adquirir el dominio y demás derechos reales. Se produce siempre que el usucapiente sea poseedor en el que concurran determinados requisitos legales. La usucapión determina la adquisición automática, sin necesidad de declaración judicial del derecho, el poseedor se convierte en propietario una vez transcurrido el plazo. Tiene carácter retroactivo: una vez transcurrido el plazo se entiende que la adquisición del derecho tuvo lugar en el momento en que comenzó la usucapión. Existe una fundamentación objetiva para la usucapión: la usucapión sirve a la seguridad del derecho y sin ella nadie estaría cubierto de pretensiones sin fundamento o extinguidas de antiguo, lo que exige una que se ponga un límite a las pretensiones jurídicas envejecidas.
2. Clases de usucapión
La usucapión ordinaria es la que se da a favor de un usucapiente en el que concurre la buena fe en su adquisición y un justo título. La usucapión extraordinaria se funda exclusivamente en la posesión y no requiere ni buena fe ni justo título. Además, el régimen jurídico de la usucapión es distinto según se refiera a bienes muebles e inmuebles. La diferencia más acusada estriba en la diversidad de plazos de posesión, que son menores para la mobiliaria que la inmobiliaria, y ello es debido a la mayor celeridad en el tráfico de los primeros.
3. Sujetos de la usucapión
“Pueden adquirir bienes o derechos por medio de la prescripción las personas capaces para adquirirlos por los demás medios legítimos.” (art. 1931) Este precepto es una disposición de mera referencia puesto que impone la aplicación de los principios generales sobre la capacidad para adquirir; no existe pues ninguna limitación especial en materia de usucapión. El presupuesto de toda usucapión es una posesión; las personas capaces de adquirirla lo son también para usucapir, aunque para usar de los derechos que
19
nazcan en su favor de esa posición necesitan de sus representantes legales si son menores o incapacitados (art. 443). La usucapión se da contra toda clase de personas.
4. Objeto de la usucapión El Código Civil señala de manera reiterada que la usucapión es un modo de adquirir el dominio y los derechos reales. Existe o puede existir, aunque el artículo 1955 insinúe lo contrario, posesión de un bien mueble que no sea en concepto de dueño sino en concepto diferente, reconociendo el dominio en otra persona. Sin embargo, los derechos reales sobre las cosas muebles son menores que los que cabe imponer sobre los inmuebles. Sólo se enumeran como derechos usucapibles el usufructo, el uso, la habitación y las servidumbres (arts. 468, 528, 537 y 538). Sin embargo, el derecho de superficie, es decir, el derecho a construir en suelo ajeno y a mantener esa construcción, puesto que si el dueño del suelo no ejercita sus derechos contra la invasión del mismo no interrumpe la posesión del superficiario, éste adquirirá por el transcurso del plazo de prescripción adquisitiva el derecho superficiario. El censo enfiteútico (art. 1605) es susceptible de adquirirse por usucapión. El derecho de prenda puede ser también usucapido. Sin embargo, la usucapión de la hipoteca queda excluida puesto que no entraña posesión de las cosas y es un derecho de constitución registral. En cuanto a las cosas, “son susceptibles de prescripción todas las cosas que están en el comercio de los hombres” (art. 1936), siendo la comercialidad en términos generales la posibilidad legal de que una cosa sea objeto de tráfico o comercio jurídico, bien por su naturaleza o por su función económico-‐social, bien por la ley. Este artículo es evidentemente aplicable a los bienes de dominio público. La Constitución recoge como uno de los principios de su regulación por vía legal el de la imprescriptibilidad (art. 132.1). Los títulos nobiliarios son susceptibles de adquirirse por un uso y disfrute durante cuarenta años.
5. Requisitos generales y especiales de la usucapión Tanto para la usucapión ordinaria como para la extraordinaria se requiere la posesión de las cosas por el usucapiente (art. 1940). Esta posesión debe además reunir los requisitos del artículo 1941 a cuyo tenor ha de ser “en concepto de dueño, pública, pacífica y no interrumpida”. “Para la prescripción ordinaria del dominio y demás derechos reales se necesita poseer las cosas con buena fe y justo título por el tiempo determinado por la ley.” (art. 1940)
20
El primero de los requisitos de la usucapión inmobiliaria ordinaria es el justo título, siendo este “el que legalmente baste para transferir el dominio o derecho real de cuya prescripción se trate” (art. 1952). El usucapiente debe por tanto haber adquirido en virtud de un título que tenga virtualidad intrínseca para producir ese efecto. Se excluye así radicalmente la eficacia de un título putativo, de un título absolutamente simulado. El usucapiente, en la usucapión ordinaria, ha de tener buena fe: “la buena fe del poseedor consiste en la creencia de que la persona de quien recibió la cosa era dueño de ella y podía transmitir su dominio” (art. 1950). Este precepto está pensado para una adquisición derivada de una transmisión dominical aunque, como la usucapión puede tener por objeto derechos reales en cosa ajena, ha de extenderse a los supuestos en que no sólo alguien transmite los derechos reales a otro sin ser titular de los mismos, sino también a aquellos en quien alguien constituye derechos reales sobre cosas que no son de su propiedad. La usucapión inmobiliaria exige además el transcurso de un lapso de tiempo, más corto en la usucapión ordinaria que extraordinaria. El Código Civil exige para la usucapión ordinaria mobiliaria el transcurso de diez años entre presentes y veinte entre ausentes, es decir, quien reside en país extranjero o en ultramar – cada dos años de ausencia computarán como uno para completar los diez de presencia, no tomándose en cuenta la ausencia que no fuera de un año entero (art. 1957 y 1958).
6. Efectos y funcionamiento de la usucapión
Los efectos de la usucapión se producen tan pronto como concurran los requisitos necesarios para ello aunque queda a la autonomía de la voluntad del usucapiente oponerlos frente a quien le discute la propiedad o derecho real adquirido, no pudiendo pues acoger el juez de oficio la usucapión. Por el mismo motivo, la usucapión puede ser renunciada por el usucapiente.
7. La renuncia a la usucapión
Toda persona con capacidad para enajenar puede renunciar a la prescripción ganada pero no al derecho de prescribir en lo sucesivo (art. 1935). Admite también la renuncia tácita, que resulta de actos que hacen suponer el abandono del derecho adquirido. El artículo 1937 recorta los efectos de la renuncia a la prescripción: “los acreedores y cualquier otra persona interesada en hacer valer a prescripción podrán utilizarla a pesar de la renuncia expresa o tácita del deudor o propietario”. Esta norma es aplicable tanto a la prescripción extintiva como adquisitiva.
8. La usucapio libertatis
La máxima tantum praescriptio quantum possessum resulta clásica en cuanto a la determinación de la extinción de los derechos reales constituidos sobre la cosa por la adquisición del dominio: si el usucapiente ha poseído como libre de cargas la cosa, la usucapión del dominio del dominio produce también la usucapión de la libertad, es decir, el usucapiente adquiere al mismo tiempo
21
aquellos derechos reales que la gravan y que se extinguirán por reunirse en un mismo titular el dominio y los derechos reales que lo gravan o limitan.
22
TEMA 4: LA PROPIEDAD
1. La propiedad en el Código Civil y en la Constitución
La propiedad es materia constitucional pues está prevista y reconocida en un precepto de la Carta Magna (art. 33), que reconoce el derecho a la propiedad privada como un derecho constitucional con su consecuente garantía constitucional, incluido en el título I de la Constitución, capítulo II, sección II. La función social delimitará su contenido de acuerdo con la ley (art. 33.2), es decir, este derecho de los ciudadanos reconocido por la Constitución entra en el grupo de aquellos que están reservados a ley ordinaria, como garantía legal. Sin embargo, el derecho de propiedad no está definido en la Constitución, por lo que hay que remitirse al segundo apartado del artículo para comprender que es el legislador quien dicta leyes que definan esa función social que delimitará, integrará y definirá el contenido del derecho de la propiedad. Hay en sectores, como el urbanismo o el patrimonio artístico, en que dicha función social está claramente definida por el legislador, tipificada y positivada, con los derechos y deberes que el derecho de propiedad pues comprende. Sin embargo, existe un tipo de bienes para los cuales la función social aún no está perfectamente tipificada aunque esto no supone que no quepa reconocer un derecho de propiedad. Independientemente pues de que el legislador en desarrollo de este articulo siempre existe un derecho de propiedad reconocible con una definición residual, es decir, por defecto a la espera de que el legislador integre el contenido en la función social, incluida en el Código Civil. Art. 348 CC: La propiedad es el derecho de gozar y disponer de una cosa sin más limitaciones que las establecidas en las leyes. Este artículo supone pues que yo puedo hacer lo que quiera hasta que otra ley que complete esta definición me diga lo contrario.
2. Concepto y caracteres del derecho de propiedad El derecho de propiedad es pues el derecho real del que derivan todos los demás derechos reales, como el usufructo, la hipoteca o la servidumbre. Se trata del único derecho real absoluto, que no significa ilimitado, puesto que explica cualquier forma de aprovechamiento, uso o disfrute materialmente concebible en relación con su objeto, que son imposibles de enumerar, independientemente de que estas posibilidades puedan ser tipificadas. Los derechos reales limitados en sentido gráfico se han explicado como desmembraciones del dominio. La propiedad no se divide; es por ello que es un derecho real absoluto, flexible y un derecho absorbente. En primer lugar, lo normal sería pensar que existen dos propietarios; el titular de la servidumbre abandona la servidumbre, desde ese momento el propietario recupera el haz de facultades, quedando la propiedad libre. Sin embargo, de haber sido al
23
revés, es decir, el titular del dominio abandona la cosa; no es cierto entonces que el titular de la servidumbre se apropie de la cosa por lo que se puede decir que no se trata de dos propiedades, lo cual hace del derecho de propiedad un derecho absoluto. La diferencia entre la propiedad y los derechos reales limitados no sólo es cuantitativa sino cualitativa, puesto que un derecho de propiedad gravado sigue siendo un derecho de propiedad aunque una propiedad gravada es propiedad sin ser el gravamen que hay sobre la propiedad una propiedad en sí.
3. El sujeto del dominio
El sujeto del dominio es el titular, es decir, el dueño. El dominio, como derecho subjetivo, solo requiere capacidad patrimonial, adquirida con la simple capacidad civil: cualquier persona, física o jurídica, con capacidad jurídica tiene capacidad patrimonial, aunque eso no supone que tenga capacidad sobre los actos de dominio – un niño de un año tiene capacidad jurídica y patrimonial aunque no de ejercicio de los derechos que la propiedad acarrea. Existen normas específicas residuales para tratar este tema: hay una muy marcada que sigue en vigor, Ley 8/1975, de zonas e instalaciones de interés para la propiedad nacional. Por cuestiones de defensa nacional, existen zonas de las cuales no pueden ser titulares, de derechos de propiedad o dominio, personas extranjeras, entendidas como no comunitarias, por una cuestión de defensa nacional. Esto es una excepción muy cualificada de la regla general. Además, depende del sujeto, puede ser aplicable un régimen jurídico específico, como cuando la Administración pública es titular (Ley de Montes, Ley de Aguas…).
4. Objeto y extensión vertical del dominio
En principio, el objeto del dominio son los bienes corporales, sean muebles o inmuebles. La propiedad también cabe en relación con bienes inmateriales (propiedad industrial, propiedad intelectual) que entran dentro de las propiedades especiales. Un bien es una unidad de tráfico y el tráfico nos dice en realidad cuáles son los bienes: hay bienes que son individuales y otros que forman una unidad que son unidades colectivas, como un rebaño o una enciclopedia. Si yo tengo una finca, soy dueño de toda la finca y no de cada unidad de terreno, salvo que los segregue y los convierta en unidad independiente mediante un acto de disposición. La extensión vertical del dominio está impuesta por el Código Civil (art. 350). Se trata de una concepción en relación con la propiedad inmobiliaria, puesto que con los bienes muebles es absurda. El Código dicta que uno es dueño de un terreno pero también de lo que hay debajo y encima de él. Por lo tanto se es dueño de la línea perpendicular que cruza la propiedad. Sin embargo, esto se limita a aquellos actos que menoscaban la utilización de su dominio, como en el caso del metro o un avión comercial.
24
5. El contenido del derecho de propiedad El contenido del derecho de propiedad viene determinado por las facultades o posibilidades de actuación que corresponden al propietario, por los límites que la Ley le impone y por los mecanismos de defensa judicial que la Ley le reconoce. En primer lugar, el derecho de propiedad tiene una vocación de generalidad o plenitud, es decir, que, en principio, comprende todas las facultades posibles sobre la cosa que no estén excluidas por la Ley, incluyendo, por tanto, tanto las actuales como las que puedan darse en el futuro, sin necesidad de que aparezcan específicamente atribuidas al propietario. Las facultades que en general se reconocen a todo propietario son la facultad de goce, que incluye las de uso y disfrute de la cosa, la facultad de disposición, que incluye las de enajenación, renuncia, gravamen y modificación de la cosa, y la facultad de exclusión respecto a la intromisión de cualquier otro sujeto. El derecho de propiedad no tiene un carácter absoluto; está sujeto a los límites que fija el legislador con carácter general para cada tipo de bienes, estableciendo lo que el propietario puede hacer, lo que no e incluso lo que está obligado a hacer. Los límites del dominio deben ser establecidos por la Ley con carácter general: su fijación no constituye un caso de expropiación y por tanto no da lugar a derechos indemnizatorios; gozan de la publicidad que les proporciona la propia Ley y, por tanto, afectan a cualquier posible adquiriente. Existen distintos límites legales del dominio que pueden venir establecidos bien en interés público, como la protección del medio ambiente, o bien en interés de otros particulares, como los límites derivados de la necesidad de regular las relaciones de vecindad entre fincas. Las limitaciones del dominio, por su parte, restringen o recortan el contenido normal en un caso concreto y suelen venir establecidas por la voluntad de los particulares. Quien alegue su existencia debe probarla en casa caso porque el dominio se presume libre de cargas y gravámenes mientras no se demuestre lo contrario. Las principales limitaciones del dominio son los derechos reales sobre cosa ajena y las prohibiciones de disponer de origen voluntario impuestas al propietario, que pueden ser de dos tipos:
• De eficacia obligacional: Consisten en la obligación de no enajenar impuesta al adquiriente en un bien determinado. Son admisibles en cualquier tipo de contratos y respecto a cualquier tipo de bienes muebles o inmuebles, con base en la autonomía privada. En caso de infracción, es decir, si el sujeto afectado por la prohibición enajena a pesar de todo el bien, no impiden que la adquisición del tercero sea firma y sólo dan lugar a la obligación de indemnizar por el incumplimiento;
• De eficacia real: Consisten en la privación total o parcial de la facultad de disposición que, de no mediar prohibición, correspondería al adquiriente de un bien. Tales prohibiciones tienen una transcendencia mayor porque determinan que la posible enajenación del bien a un tercero resulte ineficaz, siempre que se les haya dado la necesaria
25
publicidad o fueran conocidas por ducho tercero. Son muy frecuentes en la compraventa de bienes muebles a plazos donde se prohíbe al comprador enajenar a terceros mientras no se haya pagado la totalidad del precio. En el ámbito inmobiliario su uso es menos frecuente ya que sólo pueden imponerse cuando se transmite un bien por negocio gratuito o mortis causa pero no en otros tipos de negocios como el contrato oneroso.
6. La protección y defensa del dominio
Art. 348: “El propietario tiene acción contra el tenedor y el poseedor de la cosa para reivindicarla.” Se trata de la acción reivindicadora, la más importante dentro del derecho de dominio. La acción reivindicatoria es la acción que tiene el propietario no poseedor frente al poseedor no propietario, sin título suficiente pues para mantener la posesión, para recuperar la posesión. El legitimado activo para interponer dicha acción depende del objeto de dicha acción: para reintegrar la posesión, el legitimado activo será el propietario, es decir, que para interponer una acción reivindicatoria tengo que presentarme como dueño, justificándolo debidamente: necesita pues probar que adquirió el bien del que era propietario, que adquirió a secas y que sigue siendo propietario. Esto último se prueba por una ausencia de venta y, según las normas del derecho procesal, no se puede demostrar que no se ha producido un hecho salvo por un hecho positivo – mientras nadie diga que perdí la propiedad, se presume que sigo siendo propietario. La legitimación pasiva recae sobre el poseedor. Está previsto en la Ley que cuando se produce una transmisión posterior a la interposición de la demanda, los efectos de cosa jugada se extienden al que fuese poseedor en ese momento siempre y cuando en el proceso se le dé oportunidad de defensa.
26
TEMA 5: LA ACCESIÓN, OCUPACIÓN, HALLAZGO Y TESORO
1. La accesión: idea, concepto y clases La idea central que caracteriza el fenómeno de la accesión propiamente dicha, es decir la unión o incorporación, es, ante todo, el surgimiento de un nuevo bien como unidad patrimonial. Cuando una persona es dueña de algo compuesto por varias realidades menores, aunque éstas podrían en teoría ser objeto de tráfico en sí mismas y de manera individualizada, su integración y coordinación con otras en una realidad mayor hace que el elemento de referencia que permite concebir la situación dominical se proyecte sobre esa realidad mayor y no sobre los distintos elementos que la componen. La recognoscibilidad social de esa unidad colectiva conduce a identificar como único objeto de tal dominio tal unidad y no cada uno de sus elementos y es que la identificabilidad objetiva o natural de las cosas, desde un punto de vista ontológico, no siempre coincide con la identificabilidad jurídica de las mismas como bienes objeto de derechos. Estas realidades colectivas pueden bien nacer por hecho de la naturaleza, o más ampliamente, por un hecho no imputable objetivamente a nadie, bien por hecho del hombre, o más ampliamente, por un hecho objetivamente imputable a alguien. Cuando esto no sea así y en situación de partida estos distintos elementos sean objeto de dominio de distintas personas, la cuestión que se plantea pues es la situación jurídico-‐real del bien final o bien colectivo, potencial conflicto de intereses objeto de regulación de las normas de accesión. La accesión presupone pues el nacimiento de una nueva realidad, por mucho que las cosas sigan siendo identificables y separables en un plano puramente físico-‐natural. La accesión es, por tanto, un mecanismo reductor de problemas jurídico-‐reales, que conduce imperativamente a considerar como un solo bien a determinados objetos, por más que estos, a su vez, estén compuestos de objetos que en teoría pueden ser objeto de dominio independiente y separado y que de hecho lo fueron en un tiempo anterior. La consideración a intereses económico-‐sociales puede pues aquí conducir a la creación de normas simplificadoras que impliquen una desviación de la realidad natural y objetiva, es decir, cuando las cosas se unen de manera que no pueden separarse sin menoscabo o quebranto la una de la otra. La accesión es aquella institución que describe, en el plano físico, un aumento de un objeto de nuestra propiedad: el dueño de un bien seguirá siéndolo en el mismo concepto aunque ese bien aumente físicamente porque se unan a él otros bienes que son ajenos, característica esencial en la regulación del fenómeno en el Derecho Civil. El régimen jurídico de la accesión (arts. 353 y ss.) tiene por objeto una regulación de un conflicto de intereses entre dos o más sujetos, que son, el dueño del bien acrecido y el dueño del bien que sirvió para que el otro acreciera: sólo uno de los sujetos adquiere la propiedad del resultado, de manera que el otro la pierde, evitando el nacimiento de una situación de comunidad. Camy entiende que en nuestro Derecho, la accesión es una facultad del dominio y no un derecho independiente, es decir, que es una ampliación del dominio preexistente y no un modo de adquirir, aunque esta opinión no es unánime: Lacruz entendía que en
27
la accesión se produce tanto una pérdida del dominio como una correlativa adquisición del mismo aunque la cosa así adquirida pierda su individualidad.
2. Principios rectores de la unión o incorporación de cosas Las soluciones posibles en abstracto ante las hipótesis de accesión son o bien atribuir el dominio del resultado a uno solo de los sujetos, o bien constituir una situación de comunidad de bienes, optando nuestro Código civil por ,a primera opción, sin perjuicio de que a veces la segunda también tenga margen de juego (art. 381). Las tres cuestiones que se presentan en este caso son pues: qué es lo que se une a qué, lo cual determinará el dueño del resultado final; teniendo en cuenta la respuesta anterior, la compensación económica para el que pierde el dominio; la relevancia de la buena o mala fe, que bien podría invertir la regla anterior o sólo determinar la obligación de indemnizar. El principio básico es el de que lo accesorio sigue a lo principal (accessorium sequitur principale): el dueño de la cosa principal tiene así el papel de rectos. En la tierra, este principio se traduce por superficies solo cedit, es decir, que el propietario del suelo hace suyo lo que a éste le incorpora. Otro principio fundamental es la buena o mala fe con la que se realiza dicha unión o incorporación, lo cual se deduce de la naturaleza misma de las cosas.
3. La accesión inmobiliaria artificial o industrial En relación con las corrientes de agua, la Ley de Aguas impone diferenciar según si las corrientes de agua es de origen pluvial o el resto de corrientes de agua. En relación con las corrientes de agua pluvial, todas ellas y la parte por la que discurre, si circula por zona de dominio privado en su totalidad, el cauce es también de dominio privado – si la corriente de agua no se nutre de agua de lluvia (manantial, río), el agua y el cauce son de dominio público. Si por lo que fuera hubiera una bajada ordinaria y extraordinario del nivel de agua y quedase terreno al descubierto, éste no es objeto de aprovechamiento sino que el cauce sigue siendo de dominio público, no pudiendo ser ocupada por los dueños de los terrenos de colindantes. Si el agua ocupare más del cauce ordinario y el agua, que es de dominio público, sobrepasa el terreno privado, éste sigue siéndolo sin influir en la propiedad privada. Si el cauce queda realmente abandonado (por ejemplo, por desviación o por obra del hombre autorizada) ese excauce deja de ser cauce por lo que pasa a ser de dominio privado. Cuando ese río o esa corriente de agua era lindero entre dos fincas y ahora es de propiedad privada, en teoría habría que hacer la línea divisoria por la mitad del cauce de manera que siempre sean equidistantes. El Derecho Público a través de los organismos de cuenca es el encargado de delimitar el patrimonio hidrográfico: dice lo que es un río, además de localizar las aguas subterráneas.
4. La construcción extralimitada
28
Por ejemplo, soy dueño de un terreno rústico y siembra o construye, por error o con malicia. El problema se plantea en torno a los distintos dueños y lo construido. En este caso, el conflicto se plantea a tres personas: el dueño de la finca, el dueño de los bienes muebles que se han unido a la finca y el que lleva a cabo la unión sin ser dueño ni de una cosa ni de otra. La respuesta depende. El dueño del terreno utiliza materiales ajenos para unirlos a su propio terreno, por lo que se plantea la cuestión de quién se hace dueño del resultado final, si el dueño del terreno o el dueño de los materiales. La solución depende de la buena o mala fe del dueño del terreno: si el dueño del terreno es de buena fe (pensaba que tenía derecho suficiente para unir esos bienes a su propio terreno pero por error no lo tiene), la regla general es que, aplicando aquella regla general del principio de accesión (el dueño de la cosa principal se hace dueño del resultado), el dueño del suelo se hará dueño del resultado aunque el legislador prevé un derecho de compensación; cuando actúa de mala fe, este principio permanece aunque el legislador impone una compensación por el valor de los bienes al que además se le sumará una compensación por daños y prejuicios, puesto que entran las reglas de la responsabilidad civil extracontractual. Un tercero une a mi terreno esos bienes que no son míos. Si el que lleva a cabo la acción es el dueño de las cosas unidas y actúa de buena fe porque piensa que ese terreno es suyo o que tiene derecho suficiente para hacerlo, el dueño del terreno sigue siendo el dueño de la cosa principal por lo que tendrá dos opciones, que son o quedarse con el resultado final compensando por el valor de lo que se ha unido o bien impone la venta del terreno que ha ocupado a valor de mercado. En los casos de plantación, también se puede imponer un arrendamiento, para que pueda seguir cultivando y luego recolectarlo pero una vez esto acabe abandona el terreno, siendo una lógica quasicontractual, es decir, que se da la situación de hecho permitiendo el legislador a las dos partes juridificarla como si esa relación hubiese nacido de un contrato previo. Si el dueño de la cosa actúa de mala fe, el dueño de la cosa principal sigue siendo el dueño del terreno por lo que sigue teniendo la voz cantante, pudiendo no hacer absolutamente nada quedándose con lo que ese tercero ha unido a su terreno sin ningún tipo de compensación o bien exigirle la reposición de su inmueble al estado previo, sin ningún tipo de compensación. Por vía jurisprudencial y doctrinal, se entiende una tercera opción, que es la imposición de la venta del terreno aunque la unión haya sido de mala fe, aunque el código sólo prevea estas dos opciones. Si el que une las dos cosas no es ni el dueño del terreno ni el de los materiales, el dueño del terrenos sigue teniendo las opciones en función de la mala o buena fe del que ha llevado a cabo la unión. Sin embargo, en este caso, el titular de los bienes aquí no ha hecho nada: si el dueño del terreno se acaba quedando con la cosa final, con su consecuente enriquecimiento, aunque este haya sido provocado por un tercero, y el consecuente empobrecimiento del titular de los materiales, éste último siempre tendrá posibilidad de acción contra el que ha llevado a cabo la unión que ha provocado su empobrecimiento, y tendrá además una acción subsidiaria contra el dueño del terreno por el valor de los materiales. Hay un supuesto especial no regulado en el Código Civil de accesión de mueble a inmueble donde se invierten las reglas: la construcción extralimitada o accesión invertida. Esto se refiere a la construcción que sobrepasa el lindero de la finca donde debería sitar. La opción no la tiene en este caso el dueño del terreno puesto que es una accesión invertida (el dueño sólo se haría cargo de la parte en su terreno) sino que quien tiene la opción de comprar la parte de terreno o de derribar la construcción es el dueño de la misma, sin perjudicar en ningún caso al dueño del terreno puesto que
29
tendría una compensación económica, ya sea por el valor de la porción de terreno que el dueño de la construcción decide comprar. El primer requisito para este supuesto es la buena fe de quien es titular de la construcción – de lo contrario, se aplicarían las normas estrictas de la accesión. Además, por la propia realidad económica de las cosas, el valor de la construcción sea superior al valor de suelo, puesto que, de lo contrario, no habría ninguna razón para invertir la regla. Otro requisito es que, en caso de que el dueño opte por pagar el terreno, no sólo tendrá que pagar la porción que ha utilizado sino que a esto se le deberá sumar el perjuicio añadido por hacer el resto más pequeño, puesto que éste se ha empobrecido.
5. La accesión inmobiliaria natural El caso más usual de este fenómeno es el que surge a consecuencia de los caudales de los ríos, que pueden desplazar porciones de tierra de una finca a otra, ya sea de forma repentina (avulsión) o paulatinamente (aluvión), formar islas, ya sea en el río o en el mar, o que, al modificar sus cauces, dejan libre porciones de tierra antes ocupadas. En los casos de aluvión, el propietario de los terrenos adquiere la propiedad de lo agregado si tal agregación ha obedecido a causas naturales y no humanas; en los casos de avulsión, el régimen es distinto y se considera que el propietario originario de la porción de tierra violentamente arrastrado lo sigue siendo aunque ésta se una a una propiedad distinta (arts. 366 y 368). Sobre los cauces fluviales que han variado, rige en un principio una regla proporcional: corresponderá su propiedad a los titulares de los predios ribereños longitudinalmente según el tamaño de sus terrenos, cosa que sucederá igualmente con las islas formadas en el cauce de los ríos en caso de que sean equidistantes de las propiedades ribereñas y, de no serlo, pertenecerán al propietario del fundo más cercano. Por último, las islas formadas en el mar no pertenecen a nadie: son de dominio público (art. 4 de La Ley 22/1988, de Costas).
6. La accesión mobiliaria La unión de cosas muebles queda perfectamente delimitada en el artículo 735, que hace referencia a “cuando dos cosas muebles, pertenecientes a distintos dueños, se unen de tal manera que vienen a formar parte de una sola”. El todo formado ha de ser inseparable o no pueda producirse la separación sin grave detrimento o bien, si se distinguen las cosas, no pueden separarse volviéndolas al estado primitivo sin perjudicar su naturaleza. Si las cosas unidas pueden separarse sin detrimento, no existe en rigor accesión y los dueños respectivos tienen la facultad de exigir la separación (art. 378). Esta distinción ya está establecida por el Código Civil.
Existen tres tipos de accesión mobiliaria.
La adjunción se refiere a la unión de dos o más cosas que, al unirse, pierden totalmente su configuración individual y dan lugar a una cosa indivisible diferente de las anteriores (como sucede con el carbón y el hierro, del que resulta el acero). Si ambas partes son de buena fe, se seguirá el criterio de que lo accesorio sigue a lo principal y el nuevo adquiriente de todo indemnizará la pérdida de la otra parte. Si hay
30
mala fe por parte del que fue propietario de lo considerado accesorio, éste perderá la cosa por razón de la adjunción así como el derecho a ser indemnizado. Si la mala fe fuese por parte del propietario de la cosa reputada principal, el propietario de la cosa accesoria tiene la opción de pagar la cosa entera y quedársela o forzar la separación de ambas. La mezcla supone un caso de accesión de muebles en los que la unión hace que pierdan la individualidad pero sin alterar la sustancia, de modo que las cosas son recognoscibles como parte de un conjunto pero es imposible determinar qué concretos bienes son de cada uno, como, por ejemplo, en el caso de un saco donde se mezcla trigo de dos propietario. El Código Civil distingue pues entre si dicha mezcla fue accidental, en cuyo caso establece una situación de copropiedad del total, o si fue voluntario, donde se observará si hubo buena o mala fe. En el primero de los casos, se seguirá el criterio de la copropiedad mientras que en el segundo se perderá la parte y surgirá el deber de indemnizar el prejuicio causado a la parte que obró de buena fe. Este régimen, de cualquier modo, no se sigue en el caso de que lo mezclado sea dinero, donde, independientemente de la buena o mala fe, surge un derecho de crédito por el valor que se incorporó a la mezcla. La especificación se refiere a la creación de un objeto con un material ajeno, como un escultor que esculpe una estatua con material que no es suyo, distinguiéndose, igualmente, entre los casos en que existe buena o mala fe. Como regla general, en caso de buena fe, el creador será el adjudicatario de la obra, siempre y cuando abone el precio del material ajeno a su propiedad. Sin embargo, si el material es más valioso que la obra en sí, puede suceder al contrario, es decir, que se adjudique al propietario del material y que éste tenga que abonar los gastos de la modificación de la cosa. Cuando existe mala fe, surge una doble posibilidad: el sujeto de buena fe puede quedarse con el resultado sin tener que abonar nada o puede obligar al otro a adquirir el mismo.
7. La ocupación: concepto, naturaleza jurídica y objeto
La ocupación es una forma de adquisición del dominio, por lo que se exige que el bien objeto de ocupación no tenga dueño, bien porque nunca lo han tenido o bien porque lo tuvieron pero ya no lo tienen. Los bienes inmuebles en Derecho español siempre tienen un dueño: de no constar por ser desconocido o estar abandonado, se considera que es un bien patrimonial propiedad del Estado. “La propiedad se adquiere por la ocupación. La propiedad y los demás derechos sobre los bienes se adquieren y transmiten por la ley, por donación, por sucesión testada e intestada y por consecuencia de ciertos contratos mediante la tradición. Pueden también adquirirse por medio de la prescripción” (art. 609) “Se adquieren por la ocupación los bienes apropriables por su naturaleza que carecen de dueño, como los animales que son objeto de la caza y pesca, el tesoro oculto y las cosas muebles abandonadas.” (art. 610) Existen pues diferentes tipos de ocupación: el res nulius, que se refiere a las cosas que no tienen dueño; el res declinae que se refiere a las cosas que tenían dueño pero ya no, al haber sido abandonadas por el antiguo propietario; el régimen peculiar de la caza y de la pesca y el régimen especial del tesoro y el hallazgo.
31
La ocupación se ejerce sobre bienes que carecen de dueño o porque se renuncia a la propiedad de las mismas. Estos bienes deberán además ser bienes susceptibles de posesión material – de lo contrario, no son ocupables. Hasta 1835, los bienes inmuebles eran susceptibles de ser ocupados pero, a partir de entonces, “los inmuebles que estuvieran vacantes y sin dueño conocido por no poseerlos individuo y corporación alguna” (Ley de Mostrencos de 1935). Con el Código Civil, surge pues la controversia al respecto. La Ley de Patrimonio del Estado afirma que “pertenecen al Estado como bienes patrimoniales que estuvieran vacantes y sin dueño conocido” – dichos bienes se entenderán “adquiridos, desde luego por el Estado, y tomará posesión de los mismos en vía administrativa salvo que se oponga un tercero con posesión superior a un año”. El Estado no necesita pues realizar ningún acto para conseguir la propiedad: son bienes patrimoniales y no de dominio público – se pueden usucapir contra el Estado. La nueva Ley de Patrimonio de las Administraciones Públicas regula esta materia en unos artículos relevantes: “Salvo disposición legal en contrario, los bienes y derechos de la Administración General del Estado y sus organismos públicos se entienden adquiridos con el carácter de patrimoniales, sin perjuicio de su posterior afectación al uso general o al servicio público.”. Artículo 17 Ley 33/2003, de Patrimonio de las AA. PP.: “Pertenecen a la Administración General del Estado los inmuebles que carecieren de dueño. La adquisición de estos bienes se producirá por ministerio de la ley, sin necesidad de que medie acto o declaración alguna por parte de la Administración General del Estado. […]” Los bienes muebles sólo son ocupables si se dan unas características de los mismos, como en el caso de los animales (“Los animales fieros sólo se poseen mientras se hallen en nuestro poder; los domesticados o amansados se asimilan a los mansos o domésticos si conservan la costumbre de volver a la casa del poseedor”). Todos los animales puedes ser adquiridos cuando no pertenezcan a nadie por ocupación; cuando tengan dueño se someten al régimen de hallazgo.
8. El hallazgo
La suerte de las cosas perdidas queda reguladas en los artículos 615 y 616 tratando el hallazgo, es decir, el encontrar una cosa mueble que no merezca la calificación de tesoro. Art. 615: “El que encontrare una cosa mueble, que no sea tesoro, debe restituirla a su anterior poseedor. Si éste no fuere conocido, deberá consignarla inmediatamente en poder del Alcalde del pueblo donde se hubiese verificado el hallazgo. El Alcalde hará publicar éste, en la forma acostumbrada, dos domingos consecutivos. Si la cosa no pudiere conservarse sin deterioro alguno o sin hacer gastos que disminuyan notablemente su valor, se venderá en pública subasta luego que hubiesen pasado ocho días desde el segundo anuncio sin haberse presentado el dueño y se depositará su precio.
32
Pasados dos años a contar desde el día de la segunda publicación sin haberse presentado el dueño, se adjudicará la cosa encontrada o su valor al que la hubiese hallado. Tanto este como el propietario estarán obligados, cada cual en su caso, a satisfacer los gastos.”. En caso de que el propietario reclame la cosa, “estará obligado a abonar, a título de premio, al que hubiese hecho el hallazgo, la décima parte de la suma o precio de la cosa encontrada. Cuando el valor del hallazgo excediese a 2000 pesetas, el premio se reducirá a la vigésima parte en cuanto al exceso” (art. 616). Por lo tanto, el descubridor o hallador de una cosa perdida debe consignarla en dependencias municipales y, de no hacerlo, puede ser sancionado por vía penal al ser considerado reo de hurto. Una vez debidamente consignada la cosa encontrada, las facultades otorgadas al hallador por el Código Civil son claramente distintas según aparezca o no el propietario de la cosa y, en su caso, se produzca la restitución:
• La recompensa o premio: En el supuesto de que la cosa perdida sea restituida a su propietario, éste se encuentra obligado, por regla, a recompensar al hallador con una cantidad equivalente a la vigésima parte del valor de la cosa, salvo que el mismo propietario haya ofrecido públicamente una mayor recompensa;
• La atribución de la cosa o su valor al hallador: Si transcurridos dos años, el propietario no apareciere o no reclamase su restitución, el hallador tiene derecho a convertirse en el propietario de la cosa o, en su defecto, al valor obtenido por su venta en pública subasta.
9. El tesoro
Art. 352: “Se entiende por tesoro oculto, para los efectos de la Ley, el depósito oculto e ignorado de dinero, alhajas u otros objetos preciosos, cuya legítima pertenencia no conste” Si el descubrimiento es por azar, la mitad va al dueño del terreno y la mitad al descubridor, mientras que si se buscaba adrede el descubridor no tiene ningún derecho. Esta es la regla general que está completamente desplazada cuando esos bienes tienen interés histórico o artístico, en cuyo caso se aplica la Ley de Patrimonio Histórico: art. 45 LPH. En ese caso, esos bienes pasan a ser del Estado y sólo habrá una compensación para el descubridor y el dueño del terreno a partes iguales de la mitad del valor del tesoro.
33
TEMA 6: LA COMUNIDAD DE BIENES
1. La comunidad de bienes: concepto y tipos
La lógica de la comunidad de bienes es la pluralidad subjetiva respecto de una unidad objetiva, es decir, que aquello que podría ser objeto de dominio de un titular resulta que es de varios, aunque esto no afecta al derecho de propiedad. Está regulada en el artículo 392 y ss. del código. “Hay comunidad cuando la propiedad de una cosa o de un derecho pertenece pro indiviso a varias personas.” Cuando nos referimos a derechos reales, no plantea ningún problema al respecto: el usufructo puede recaer sobre varias personas, por ejemplo. Sin embargo, los derechos de crédito que sí plantean problema también son susceptibles de la pluralidad subjetiva, como la situación de mancomunidad de crédito, regulada por los mismos artículos. Cuando un objeto de Derecho pertenece a varias personas, ese objeto de derecho puede ser una cosa individual pero también puede haber unidades colectivas que pertenezcan a varias personas, como cuando hay varios herederos de un patrimonio y todo pertenece a todos. Cuando se trata de una pluralidad de bienes, no es que haya tantas comunidades de bienes como bienes haya – uno no puede vender su cuota de uno de estos bienes puesto que son coproprietarios del todo y no es pues unidad de tráfico y deberá vender su parte del todo y si sufre un embargo, será embargada su cuota de la universalidad de estos bienes. Los tipos de la comunidad de bienes:
• La comunidad romana: Parte de una concepción individualista. Por definición, a los comuneros, se les asigna una cuota de participación, es decir, la medida del dominio respecto de lo que se tiene comunidad. Por defecto, estas cuotas son iguales entre los miembros aunque se puede pactar otra cosa. Cada uno es dueño de su propia participación y ésta es objeto de tráfico (se puede embargar, se puede vender, puede renunciar a su cuota el comunero). En este último caso, por ministerio, será el resto de comuneros quien ocupen dicha cuota y no quedará en propiedad del Estado;
• La comunidad germánica: Parte de una concepción colectiva a la que se subordina el derecho del individuo. La comunidad se considera como una situación permanente y establece y como una forma ventajosa de realizar determinadas funciones económicas. Las cuotas no existen o, si existen, son puras medidas de valor o de goce que no determinan un derecho exclusivo del comunero sobre ellas. No se reconoce a cada comunero la posibilidad individual de pedir la división.
La cuota en la comunidad de bienes que supone la medida de la concurrencia de la titularidad puede ser objeto de tráfico: por ejemplo, si hay una finca que pertenece simultáneamente a cuatro personas y le corresponde a cada uno un cuarto del dominio, cada uno respecto de su cuota entera puede disponer de ella inter vivos o mortis causa y puede incluso donarla. Si él fallece, sus herederos recibirán su cuota, que a su vez puede estar en comunidad en subcomunidades, lo cual no altera la
34
naturaleza del derecho que se tiene. No sólo se transmite esta cuota de manera voluntaria sino que también puede serlo con carácter forzoso, pudiéndose embargar puesto que al fin y al cabo es dominio, cualitativamente limitado. Se puede pasar de una situación de indivisión, contrario a la división en que las facultades pertenecen simultáneamente a varias personas. La cuota determina pues la concurrencia. Mientras exista una división en cuotas existirá la comunidad.
La forma de salir de una comunidad es atribuyendo el 100% del dominio a una misma persona. Es entonces cuando la comunidad de bienes se extingue. El problema se plantea cuando uno de los comuneros ha llevado a cabo un gravamen sobre su cuota cuando ésta aún existía y significaba su participación, en caso de una hipoteca sobre la cuota por ejemplo. En este caso el rematante entra en el lugar que ha adquirido. El problema sin embargo se plantea cuando esta hipoteca se ejecuta después de haber sido extinguida la comunidad de bienes. Una finca con participación del 50% pasa a tener el dominio del 100% de la mitad del territorio: se convierte pues en una división material. Cualquiera en cualquier momento puede pedir la disolución de la comunidad. Para los actos de disposición, se requiere unanimidad. Para actos de administración, se necesitará una mayoría de cuotas, es decir, de titularidades, que no de titulares.
La diferencia entre una comunidad de bienes y una sociedad, en que también hay un conjunto de titulares respecto de una unidad patrimonial, no reside en la personalidad física o jurídica de las mismas puesto que se admite la sociedad civil sin personalidad jurídica sino que la lógica de la sociedad es un patrimonio dinámico con un fin mientras que la comunidad de bienes es una patrimonio de disfrute estático: las reglas de la comunidad de bienes explican el régimen jurídico dominical por defecto, siempre y cuando no resulten aplicables normas especiales, como las reglas de las sociedades mercantiles. La idea es pues dotar en cualquier caso de un mínimo regulativo a la situación de la pluralidad de dueños, a veces desplazada por la aplicación de la normativa especial.
35
TEMA 7: LA PROPIEDAD HORIZONTAL
1. La propiedad horizontal: la noción del conjunto inmobiliario y de la llamada propiedad separada.
El paradigma o supuesto típico de propiedad horizontal es un edificio o una casa dividida en pisos o locales cuya propiedad pertenece separadamente a diferentes propietarios y este es el único supuesto de hecho que contempló la primitiva Ley de Propiedad Horizontal de 1960. Este supuesto sigue siendo muy frecuente en la realidad práctica aunque en la época en que se redactó el Código Civil no lo era, por lo que éste, en su redacción primitiva, destinase un solo artículo a la materia (artículo 396), incluido en el título destinado a regular la comunidad de bienes, por lo que se consideraba como tal, contrariamente al Derecho francés que lo consideraba un supuesto de servidumbre. Esta regulación planteaba problemas puesto que, mientras el interés del propietario recaía sobre su piso o local, al considerarse que todo el edificio constituía un único objeto de propiedad del que cada propietario ostentaría una cuota ideal, cabía la acción de división y el derecho de retracto de comuneros. Además, es una necesidad económica de favorecer a las personas la posibilidad de adquirir la propiedad del piso o local en el que viven o desarrollan su actividad económica, una de las razones de ser de la propiedad horizontal. Es por ello que, tras la Guerra Civil, se dio nueva redacción de este artículo 396 del Código Civil por la Ley de 26 de octubre de 1939, que configuró la propiedad horizontal como una horma especial de propiedad inmobiliaria, que culminó con la Ley de Propiedad Horizontal de 1960, vigente actualmente con importantes modificaciones legales. Siempre que estamos ante un supuesto de propiedad horizontal estaremos en presencia de un conjunto inmobiliario, que es aquella situación inmobiliaria que existe cuando se da una pluralidad de fincas o unidades inmobiliarias independientes, vinculadas entre sí por un punto de conexión jurídica, llamadas a pertenecer a una multiplicidad de personas, y que integran una unidad orgánica o funcional superior, sujeta a un mismo régimen jurídico-‐real. Además, el conjunto inmobiliario exige la presencia de los siguientes elementos:
• Elemento objetivo o real: Lo primero que se necesita para que exista el conjunto inmobiliario es la existencia de una pluralidad de fincas o unidades inmobiliarias susceptibles de aprovechamiento independiente (los diferentes pisos o locales de un edificio, las parcelas de una urbanización);
• Elemento subjetivo o personal: También es necesario que la pluralidad de fincas o unidades inmobiliarias independientes que integran el conjunto inmobiliario estén llamadas a pertenecer a una multiplicidad de personas (por ejemplo, si un edificio está dividido en pisos y locales pero todos pertenecen a la misma persona, no habrá conjunto inmobiliario);
• Elemento causal o finalístico: El conjunto inmobiliario exige asimismo que todas las fincas independientes que lo forman estén vinculadas entre sí por un punto de conexión jurídica que hace que todas ellas se integren en una unidad
36
inmobiliaria orgánica o funcional superior (el edificio, la urbanización), que en el supuesto típico de la propiedad horizontal, este punto de conexión jurídica suele ser la copropiedad de los elementos comunes;
• Elemento normativo: Además, lo que caracteriza el conjunto inmobiliario es que la unidad orgánica o funcional superior que conforma el conjunto inmobiliario (edificio, urbanización) está sujeto a un régimen jurídico unitario.
Es esta figura la que permite la aparición de la llamada propiedad separada, que es aquella forma especial de propiedad privada (art. 1 LPH), cuyo objeto recae exclusivamente sobre cada uno de las unidades inmobiliarias independientes en que está dividido el conjunto inmobiliario, de modo que la propiedad singular y exclusiva de cada unidad inmobiliaria independiente (pisos o locales del edificio, parcelas de la urbanización), lleva inherente la copropiedad sobre los elementos y servicios comunes, y todo ello un conjunto de servidumbres, limitaciones, derechos y obligaciones que tienen por objeto los elementos privativos y los elementos comunes (art. 296 CC y 3 LPH).
2. Constitución del régimen de propiedad horizontal. El título constitutivo. Los Estatutos.
La constitución del régimen de propiedad horizontal presupone la existencia de un acto o negocio jurídico por el cual los propietarios o propietario único del edificio deciden crear o formar los objetos (pisos o locales del edificio, parcelas de la urbanización) que van a ser objeto de la propiedad separada, fijan las cuotas de participación que corresponderán a cada departamento independiente y vinculan la propiedad privativa de cada piso o local con la copropiedad de los elementos comunes del edificio. Se trata de un acto de riguroso dominio, puesto que supone un acto de disposición y de configuración jurídica que determina un cambio de régimen jurídico de la propiedad inmobiliaria, manifestando el poder de destinación del propietario, razón por la cual la constitución de la propiedad horizontal sólo puede realizarla el propietario único del edificio o los propietarios pro indiviso del mismo). Es así como el edificio queda sometido a un nuevo régimen o estatuto jurídico-‐real de la propiedad inmobiliaria, que es el régimen de la propiedad horizontal. Desde un punto de vista formal, la constitución del régimen de la propiedad horizontal se realiza normalmente a través de lo que la ley denomina título constitutivo (art. 5.1 y 5.2 LPH), un documento que debe incluir, como mínimo:
• La determinación o descripción de los pisos y locales independientes en que se divide el edificio;
• Los elementos comunes del edificio; • La fijación de la cuota de participación asignada a cada departamento
independiente.
Se pueden también establecer normas de autonomía privada que regulen el uso o destino de los departamentos independientes, la forma de contribuir a los gastos generales, entre otros, lo cual se denomina estatutos (art. 5.3 LPH). Tanto el título como los estatutos no son actos formales, por lo que no están sujetos a ningún requisito de forma para su validez – pueden otorgarse mediante un documento privado o incluso de forma verbal. La propia Ley de Propiedad Horizontal contempla la
37
hipótesis de que exista la propiedad horizontal sin que se haya otorgado el título formal de constitución: la propiedad horizontal de hecho (art. 2b LPH). La aprobación o modificación del título constitutivo y de los estatutos exige siempre el acuerdo de la unanimidad de los propietarios (art. 17.6 LPH). Las normas de régimen interior están destinadas a regular los detalles de la convivencia y la adecuada utilización de los servicios y cosas comunes dentro de los límites que permiten la Ley y los Estatutos y que pueden ser aprobadas por simple mayoría (art. 6 LPH).
3. Elementos de la propiedad horizontal: elementos privativos y elementos comunes. La cuota de participación. El llamado elemento procomunal. La existencia y funcionamiento de la propiedad horizontal presupone la presencia como mínimo de tres elementos:
• Elementos privativos: Son las fincas o cosas sobre las que recae el derecho de propiedad singular y exclusivo de cada propietario, es decir, objeto de la propiedad separada (art. 396 CC; art. 3ª LPH) y pertenecen en exclusiva o privativamente a cada propietario por contraposición a los elementos comunes que pertenecen a todos los propietario. Se trata pues de los pisos o locales en que se divide el edificio así como los elementos arquitectónicos e instalaciones de todas clases, aparentes o no, que estén comprendidos dentro de los límites de cada piso o local, es decir, de cada espacio suficientemente delimitado y que sirven exclusivamente al propietario, como las tuberías y canalizaciones que dan servicio exclusivo a cada piso, las pareces que separan las habitaciones del mismo piso, entre otros. Aquellos elementos pues que aunque estén dentro del piso o local estén al servicio de todos los propietarios no son elementos privativos, como la viga que pasa por el piso pero forma parte de la estructura del edificio o las tuberías generales que pasan por el piso. Existen a su vez dos tipos de elementos privativos:
o Los elementos privativos principales: Son las fincas o unidades independientes, que la Ley denomina “pisos o locales” (art. 396 CC, art. 3 LPH) o “parcelas independientes” (art. 24 LPH). Deben reunir dos requisitos, que son tratarse de un “espacio suficientemente delimitado”, y ser “susceptible de aprovechamiento independiente”, por “tener salida propia a un elemento común o a la vía pública” (art. 396 CC y 3a LPH). Deben concurrir al menos dos objetos de propiedad separada, es decir, dos pisos o locales, para que pueda existir una propiedad horizontal;
o Los elementos privativos accesorios: Son los llamados “anejos”, como trasteros o plazas de garaje, es decir, fincas privativas pero que no son independientes o autónomas, ya que se hallan forzosamente vinculados a un piso o local o elemento principal (vinculación ob rem), por lo que sólo pueden ser enajenados, gravados o embargados con el piso o local al que se hallan vinculados en título constitutivo (arts. 3ª y 5 LPH; art. 1097 CC);
• Elementos comunes: Son todas aquellas cosas, como cimentaciones, estructura, escaleras, cubierta o portal, y servicios, como portero, vigilante, entre otros, o derechos, obligaciones y limitaciones que son objeto de una
38
comunidad especial de la que son titulares todos los propietarios por el hecho de ser titulares de un derecho de propiedad singular y exclusivo sobre un piso o local. Se enumeran a título de ejemplo en el artículo 396 del CC, ya que no es una enumeración cerrada. Los elementos comunes se caracterizan por: su inseparabilidad, estando indisolublemente vinculados con la propiedad de los elementos privativos, por lo que no pueden ser enajenados, gravados ni embargados con independencia de los pisos o locales; su indivisibilidad, ya que no es posible pedir la división de los elementos comunes en la medida en que constituyen una comunidad funcional; su accesoriedad, puesto que son un accesorio en el plano jurídico de los pisos o locales a los que están subordinados. Deberá atenderse al título constitutivo de la propiedad horizontal para saber cuando estamos ante un elemento común (art. 5 LPH) aunque rige una presunción según la cual en la propiedad horizontal todo aquello que no es un elemento privativo debe ser considerado un elemento común. Los elementos comunes pueden ser de dos tipos:
o Los elementos comunes esenciales o por naturaleza: Son aquellos que forzosamente tienen que concurrir y nunca podrán dejar de ser elementos comunes, como la cimentación y estructura general del edificio, la cubierta, las conducciones generales de agua, etc;
o Los elementos comunes accidentales o por destino: Son aquellos que son elementos comunes porque así lo ha decidido la voluntad de los que constituyeron la propiedad horizontal, y que podrían dejar de serlo si todos los propietarios lo deciden mediante la desafectación, es decir, mediante el cambio de destino de la cosa que deja de estar destinada o afecta al servicio o utilidad común, como la piscina comunitaria, la vivienda del portero o la parcela contigua al edificio.
La cuota de participación es un porcentaje que se atribuye a cada piso o local y que representa el valor proporcional de cada piso o local en el conjunto del inmueble. La suma de todas las cuotas debe siempre sumar 100 (art. 3.2 LPH). Esta cuota cumple tres importantes funciones:
• En el plano patrimonial, representa la parte o fracción que corresponde a cada propietario en el total valor del edificio y que, por tanto, sirve para determinar la participación de cada propietario en las cargas y beneficios que se derivan de situación de propiedad horizontal;
• En el plano económico, sirve de módulo para calcular la contribución de cada propietario a los gastos generales o de comunidad, salvo que los estatutos hayan establecido un sistema distinto de contribución a los gastos, pudiéndose establecer que un gasto se pague a partes iguales o que ciertos pisos queden excluidos del pago de otros;
• En el ámbito político o de gobierno de la comunidad, la cuota de participación es esencial para determinar la validez de los acuerdos adoptados en la Junta de Propietarios, pues para ello es necesario que concurran las mayorías personas y las mayorías de intereses o cuotas.
La fijación de la cuota de participación debe hacerse por acuerdo unánime de todos los propietarios y debe tomar como base los criterios de superficie útil de cada piso, su emplazamiento exterior o interior, su situación y el uso que se presuma racionalmente va a efectuarse de los servicios o elementos comunes (arts. 3.2 y 5.2 y 17.6 LPH). El elemento precomunal (art. 4 LPH) se refiere a un piso o local independiente, por lo que debe tener atribuida la correspondiente cuota de participación, puesto que de lo
39
contrario se trataría de un elemento común, cuya propiedad pertenece a todos y cada uno de los propietarios (titularidad ob rem) que integran la propiedad horizontal y en el que está excluida la acción de división al estar destinado a la utilidad de todos los propietarios, como el local social destinado a club de los propietarios.
4. Derechos y obligaciones de los propietarios Cada propietario de la propiedad horizontal es titular de un derecho de propiedad singular y exclusivo sobre su piso o local independiente que lleva inherente o le atribuye también la copropiedad de los elementos comunes. Los derechos sobre los elementos privativos se refieren al derecho de propiedad singular y exclusiva: el propietario puede hacer todo lo que puede hacer un propietario, es decir, vender, gravar con usufructo, hipotecar, etc. Podrá, en el plano físico, hacer en el piso y en sus instalaciones privativas las obras que tenga por conveniente respetando ciertos límites (art. 7.1.1º LPH), como que no menoscaben o alteren la seguridad del edificio, su estructura general, su configuración o estado exteriores o perjudique los derechos de otro propietario así como la obligación de comunicar previamente a quien represente a la comunidad que va a realizar las obras. Los derechos sobre los elementos comunes, de los que es copropietario, hace que pueda usar dichas cosas comunes siempre que lo haga conforme a su destino, no perjudique el interés de la comunidad y no impida a los demás propietarios su uso (art. 394 CC). Pueden existir no obstante elementos comunes de uso privativo, que sólo el propietario al que se ha atribuido su uso privativo está facultado para usar, como el uso exclusivo del patio común por el propietario del local de planta baja o el uso exclusivo de la terraza-‐cubierta del edificio por el propietario del piso ático. Los propietarios no pueden realizar ningún tipo de obra o alteración en los elementos comunes sin el consentimiento de la comunidad (art. 7.1.2º LPH) – si considerasen necesaria una obra urgente en ellos, deberán limitarse a comunicarlo sin dilación al administrador de la finca. Las obligaciones de los propietarios (art. 9 LPH) son las de respetar los elementos e instalaciones comunes, haciendo un uso adecuado de los mismos, mantener en buen estado de conservación su propio piso o local, consentir en su piso o local las reparaciones que exija el servicio del edificio y permitir la entrada a estos efectos y contribuir a los gastos comunes, conforme a su cuota o a lo especialmente establecido en los Estatutos.
5. La organización de la propiedad horizontal: órganos de la comunidad y régimen de adopción e impugnación de los acuerdos comunitarios. Todas estas características de la propiedad horizontal exigen dotar a la colectividad de propietarios de una organización que permita la adopción de aquellas decisiones comunes que sean de interés para el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones que derivan de dicho régimen. La corporación de propietarios, que la Ley denomina comunidad de propietarios, aglutina pues al grupo de propietarios organizados bajo el régimen de propiedad horizontal. La comunidad de propietarios no tiene formalmente personalidad jurídica pero se le considera como un ente en la regulación de la ley que, si bien no tiene personalidad, actúa en el tráfico como si fuera
40
una persona jurídica a través de la representación orgánica del Presidente (art. 13.3 LPH), que representa a la corporación de propietarios. Para el gobierno de la comunidad de propietarios, la Ley contempla tres órganos:
• La Junta de Propietarios: Es la reunión o asamblea formada por todos los propietarios que integran la propiedad horizontal y es el órgano supremo de la comunidad de propietarios al que le corresponde la decisión de todos los asuntos que afectan a la comunidad (art. 14 LPH);
• El Presidente: Es elegido por los propietarios reunidos en la Junta entre los propietarios. Su función es representar a la comunidad judicial y extrajudicialmente en los asuntos que afecten a la comunidad, ejecutando los acuerdos y decisiones tomadas por Junta de propietarios (art. 13.2 y 3 LPH);
• El Administrador: Es el encargado de gestionar el día a día de la comunidad. Suele ser un profesional, como un Administrador de Fincas. Si la Junta no nombra a una persona para este cargo, será el Presidente quien asume automáticamente estas funciones (art. 13.5 LPH).
El Presidente y el Administrador son elegidos por un año (art. 13.7 LPH) y su nombramiento exige simplemente el acuerdo de la mayoría. En el régimen de adopción de acuerdos por la Junta de Propietarios deben distinguirse tres cuestiones. En primer lugar, para que los propietarios reunidos en la Junta puedan aprobar válidamente acuerdos se deben cumplir ciertas reglas de procedimiento:
• Convocatoria (citación y orden del día): Para que los propietarios puedan tomar decisiones, es necesario que hayan sido llamados previamente a reunirse en Junta mediante un escrito en el que se les debe indicar el lugar y hora de la reunión, es decir, la convocatoria, y los asuntos a tratar, es decir, orden del día, debiendo citarse o notificarse esta convocatoria a todos los propietarios. Sólo es posible que pueda celebrarse sin convocatoria previa la Junta Universal, es decir, que estén reunidos todos los propietarios deciden por unanimidad celebrar la Junta y debatir los asuntos correspondientes. La falta de citación de un propietario a la Junta o la adopción de acuerdos sobre asuntos que no estaban incluidos en el orden del día permite al propietario afectado los acuerdos aprobados;
• Constitución de la Junta: Para que la Junta pueda quedar válidamente constituida deben concurrir a la reunión, en segunda convocatoria, como mínimo tres propietarios aunque, según la Ley, puede admitirse que basta que asistan a la reunión dos propietarios para que pueda constituirse la Junta.
Las mayorías están reguladas en el artículo 17 de la LPH. Para la válida adopción de acuerdos se exige: el voto positivo de todos los propietarios, es decir, la unanimidad para los acuerdos que impliquen la aprobación o modificación del título constitutivo o de los estatutos (art. 17.6 LPH); el voto positivo de ciertas mayorías especiales para determinados acuerdos (un tercio, mayoría absoluta, tres quintas partes) (art. 17.1, 2, 3 y 4 LPH); para el resto de los acuerdos, o actos de administración, sólo se exige, en segunda convocatoria, el voto de “la mayoría de los asistentes, siempre que ésta represente, a su vez, más de la mitad del valor de las cuotas de las presentes” (art. 17.7 LPH). Rige para la obtención de estas mayorías el sistema de doble mayoría, que exige la concurrencia de una mayoría personal, formada con el voto de la mayoría de los
41
propietarios atendiendo al principio democrático, y una mayoría de intereses, sumada con la suma de las cuotas de participación. Sólo deben computarse los votos válidamente emitidos, quedando fuera de cómputo los votos en blanco y votos nulos, para la aprobación. La mayoría personal de un propietario que sea a la vez propietario de varios pisos o locales sólo se computa como un solo voto a los efectos de determinar la mayoría personal (SSTS de 13 de octubre de 1982 y 10 de febrero de 1995). Con el fin de evitar que los propietarios que no estén al corriente de pago puedan participar en las decisiones de la comunidad de propietarios, la Ley establece que los propietarios que al inicio de la Junta de propietarios adeuden a la comunidad los gastos comunes vencidos, si bien pueden asistir a la reunión por el derecho de asistencia, y pueden debatir en ella, por el derecho de deliberación o de voz, no pueden intervenir en la votación de los acuerdos aunque deben cumplirse dos requisitos: que en el escrito de la convocatoria hayan sido incluidos en la relación de propietarios deudores y que hayan sido advertidos expresamente de que si no pagan no podrán votar, puesto que es necesario haber incurrido en mora para estar privado del derecho de voto (arts. 15.2 y 16.2 LPH), en cuyo caso no se computará a los efectos de alcanzar las mayorías exigidas en la ley. Los acuerdos de la Junta de Propietarios podrán impugnarse por los propietarios que se consideren perjudicados por el acuerdo. Dicha impugnación se rige por una serie de reglas:
• Las causas de impugnación: Los acuerdos comunitarios podrán impugnarse bien cuando sean contrarios a la Ley o a los Estatutos de la comunidad de propietarios (art. 18.1ª LPH) bien cuando produzcan un grave perjuicio para los intereses de la comunidad o para algún propietario que no tenga obligación jurídica de soportarlo o se hayan adoptado con abuso de derecho (art. 18.1b y c LPH);
• La legitimación: Únicamente pueden impugnar los acuerdos comunitarios los propietarios que, habiendo asistido a la Junta, votaron en contra, los ausentes y los que fueron indebidamente privados del derecho de voto. Es necesario además estar al corriente de pago de la totalidad de las deudas con la comunidad o consignar las cantidades debidas, salvo que el acuerdo impugnado tenga por objeto discutir el establecimiento o alteración de las cuotas de participación (art. 18.2 LPH);
• El plazo de impugnación: Está sujeta al plazo de caducidad de tres meses, que se computa desde que se aprobó el acuerdo en el caso de los propietarios que asistieron a las Juntas o desde que se le notificó el acuerdo aprobado en el caso del propietario que no asistió a la Junta. El plazo se amplía a un año cuando la causa de la impugnación se funde en que el acuerdo discutido es contrario a la ley o los estatutos (art. 18.3), que exige la interposición de la oportuna demanda judicial puesto que no cabe la impugnación extrajudicial. Los acuerdos no impugnados quedan convalidados y firmes.
6. Extinción de la propiedad horizontal
El régimen de la propiedad horizontal se extingue (art. 23 LPH): • Por la destrucción del edificio, salvo pacto en contrario, es decir, cuando el
coste de su reconstrucción exceda del 50% del valor de la finca al tiempo de
42
ocurrir el siniestro, a menos que el exceso de dicho coste esté cubierto por un seguro;
• Por conversión en propiedad o copropiedad ordinaria.
43
TEMA 8: LOS DERECHOS REALES DE GOCE Y ADQUISICIÓN
1. Concepto y función económica de los derechos reales de goce Se trata del punto intermedio entre el derecho real absoluto, que es la propiedad, y el simple derecho de crédito. Los derechos reales de goce se trata de un conjunto coherente de facultades dominicales que enajena el dominio a favor de una persona, reteniendo la titularidad. Son derechos reales limitados. En el Derecho Romano, los derechos reales no se estructuran de la misma manera que actualmente puesto que hay una categoría que no existe hoy en día en el derecho común que es la servidumbre personal. La idea de servidumbre era un concepto general que abarcaba todos los derechos de goce (uso, habitación, usufructo). Servidumbre viene etimológicamente de servir; todo lo que atribuía una titularidad parcial era una servidumbre. La servidumbre persona era aquella en virtud de la cual se beneficiaba a una persona; el dominio de la finca quedaba gravado a favor de una persona, como en el caso del usufructo. Las servidumbres prediales gravan un dominio a favor de otro dominio, para servir a otra finca, como en el caso de la servidumbre de acueducto, que existe aún hoy en día. El predio dominante es el favorecido por el gravamen que recae sobre el predio serviente. Las servidumbres personales no tienen cabida hou en el Código Civil por una cuestión puramente terminológica. En el período codificador, hay un trabajo fundamental que refleja la tradición histórica, en 1981, que es el proyecto de García Goyene, que se basó en el derecho napoleónico francés, un código de ambiente revolucionario. El legislador francés cambió el término de servidumbre personal por usufructo por dar una impresión de libertad.
2. El derecho de usufructo: concepto, sujetos, objeto, contenido y extinción. El derecho de usufructo es el derecho a usar y disfrutar de una cosa con el único límite de salva reus sustanti (salvar la sustancia de la cosa): “el usufructo da derecho a disfrutar los bienes ajenos con la obligación de conservar su forma y sustancia, a no ser que el título de su constitución o la Ley autoricen otra cosa” (art. 467). Se trata de un derecho subjetivo puesto que otorga a su titular una situación de señorío o de potestad respecto de unos bienes, disfrutando por tanto de una situación protegida frente a terceros. Sin embargo, implica una relación jurídica compleja entre usufructuario y propietario con facultades y deberes para ambas partes. Se trata de un derecho limitado puesto que se ejercita de un modo directo e inmediato sobre las cosas; además, el usufructuario actúa su derecho, que es protegido erga omnes, que grava la propiedad, aunque no sea el propietario quien lo constituyese. Recae siempre sobre cosas ajenas (alienis rebus), por lo que la propiedad siempre la ostenta otra persona, no reconociendo al titular del derecho las mismas facultades que tiene el propietario, existiendo un desglose de facultades que son atribuidas al usufructuario. Existen ciertos límites a las facultades de goce del usufructuario. El límite temporal es el más destacado aunque no es suficiente puesto que el usufructuario puede destruir o dañar la cosa durante dicho período, por lo que se establece la obligación de “conservar su forma y sustancia” (art. 467). El usufructo se constituye normalmente
44
para atribuir las plenas facultades de disfrute a una persona con carácter vitalicio o temporal, de manera que al cabo de este período vuelvan a la propiedad. Se utiliza sobre todo en materia hereditaria o sucesoria porque el testador desea favorecer a una persona vitaliciamente pero no que los bienes se pasen después a los herederos de ésta, sino a los suyos propios o a los descendientes de estos, por lo que lega el usufructo en vez de la propiedad. También es frecuente en las donaciones cuando el donante no quiere privarse de lo que es fuente de ingresos o de rentas mientras viva, por lo que suele donar la propiedad la propiedad con reserva del usufructo. El usufructo nace del negocio jurídico o de una disposición legal. El usufructo voluntario o negocial puede constituirse mortis causa, en el supuesto del usufructo testamentario, o inter vivos, lo mismo a título gratuito que a título oneroso. Esta última puede llevarse a cabo por la vía de enajenación, en cuyo caso, el constituyente atribuye al adquiriente el derecho de usufructo conservando la propiedad, o de retención, detracción o reserva, en cuyo caso enajena la propiedad y se reserva el usufructo. El artículo 468 admite una posible adquisición por prescripción o usucapibilidad del usufructo. El régimen jurídico del usufructo no debe ser aplicado analógamente a las servidumbres personales a las que hace referencia el CC. No existe ninguna regla especial referida a la capacidad para ser usufructuario: ésta puede ser ostentada por cualquier persona con capacidad para celebrar negocio jurídico inter vivos o para adquirir mortis causa o por usucapión, según cual sea la fuente de constitución del usufructo. El beneficiario del usufructo puede ser una persona física o jurídica (art. 515). Los usufructos suelen ser vitalicios aunque no tiene por qué ser así. Cuando el usufructuario es una persona jurídica, siendo estos vitalicios, el usufructo no puede durar más de treinta años para que no se convierta en una propiedad inmovilizada y si quiere más renueva el usufructo pasados esos treinta años. Se declara también la extinción del derecho real antes de la llegada del término por extinción de su titular, en paralelo con lo que se dispone para la persona física. El usufructo puede constituirse a favor de una sola persona o a favor de varias, en cuyo caso los llamamientos al usufructo pueden hacerse simultánea o sucesivamente (art. 469), es decir, o bien se constituye un usufructo a favor de A, de B y de C o bien se constituye a favor de A pero se estipula que en caso de muerte de A el usufructo pasará a B. En el primero de los casos, se da una comunidad en el derecho real, regulada por la copropiedad (arts. 39 y ss.), con la excepción que dice que el usufructo constituido a favor de varias personas vivas al tiempo de su constitución “no se extinguirá hasta la muerte de la última que sobreviva” (art. 521). La constitución del usufructo es un acto de gravamen, por lo que significa que el nudo propietario ha de tener facultad de disposición sobre el objeto. “Los derechos y obligaciones del usufructuario serán los que determine el título constitutivo del usufructo; en su defecto, o por insuficiencia de éste, se observarán las disposiciones contenidas en las dos secciones siguientes” (art. 470). La primera fuente de regulación del usufructo es la autonomía de la voluntad y subsidiariamente las normas de las secciones relativas a los derechos del usufructuario y de las obligaciones del usufructuario.
45
El usufructuario tiene una serie de deberes o de obligaciones de naturaleza diversa, que unas veces tienen carácter positivo (acciones) y otras carácter negativo (abstenciones). En primer lugar, existe la obligación de hacer inventario y prestar fianza antes de entrar en el goce de los bienes (art. 491). La primera de ellas vela por el interés de quien recibirá la cosa al extinguirse el usufructo y se ha de practicar con citación del propietario o de su legítimo representante: se trata no solo de señalar exclusivamente qué bienes se reciben sino también el valor y estado de éstos. Podrá instrumentarse tanto en documento público como privado y no se determina quién ha de cubrir los gastos que este origine, aunque se deduce que es el usufructuario como obligado por la ley al cumplimiento de este trámite. La prestación de fianza pretende el compromiso de cumplir las obligaciones que le corresponden, que no son únicamente las de la sección tercera, sino también a las que a cargo del usufructuario puedan surgir de acuerdo con la normativa de las demás secciones. Las obligaciones del usufructuario son ante todo las que señala el título constitutivo (art. 470). La fianza podrá ser constituida en cualquier modalidad. Esta obligación puede ser objeto de dispensa “cualquiera que sea el título del usufructo”, si bien exige que “de ello no resulte perjuicio para nadie” (art. 493). La situación jurídica que se origina por la constitución de un usufructo mientras que el usufructuario no preste la fianza en los casos que deba darla es objeto de regulación en los artículos 494 y 495. La facultad fundamental que otorga el derecho de usufructo es el derecho de disfrutar las cosas ajenas. Como consecuencia de este disfrute, el usufructuario puede usar y utilizar la cosa así como percibir los frutos naturales, industriales y civiles (art. 471), aunque es extraño de los tesoros que se hallaren en ella. El usufructuario puede además “aprovechar por sí mismo la cosa usufructada, arrendarla a otro […] pero todos los contratos que celebre como tal usufructuario se resolverán al fin de usufructo, salvo el arrendamiento de las fincas rústicas, el cual se considerará subsistente durante el año agrícola” (art 480), aunque el propietario que consolida el dominio puede consentir la tácita reconducción del arrendamiento (art. 1.566). Además, el usufructuario puede hacer mejoras útiles o de recreo, sin derecho a indemnización, respetando la forma y sustancia de las cosas (art. 487). Esto último entra dentro del salva rem substantia, que se erige como límite al poder que su derecho le confiere. Se puede entender que el término “sustancia” se refiere al hecho de que el usufructuario no ha de hacer nada que disminuya o menoscabe la potencia fructífera de la cosa. Por su parte, la alteración de la forma es un cambio de estructura de la cosa o de la cualidades objetivas que la configuran. La forma y sustancia han de ser mantenidas también por el arrendatario a quien el usufructuario haya dado el goce de la cosa. La Ley permite al usufructuario la enajenación de su derecho, incluso a título gratuito (art. 480) aunque el usufructuario está obligado a responder del “menoscabo que sufran las cosas usufructuadas por culpa o negligencia de la persona que le sustituya” (art. 498). El usufructo es también un derecho real hipotecable (art. 107.1º LH), hipoteca que se extingue siempre que el usufructo concluya por un hecho ajeno a la voluntad del usufructuario, como por ejemplo su muerte – en caso contrario, la extinción no perjudica al acreedor hipotecario, es decir, la hipoteca subsiste sobre el usufructo hasta que se cumpla la obligación asegurada o venza el tiempo en que el usufructo hubiese normalmente concluido de no mediar el hecho que lo puso fin. El usufructuario debe cuidar de las cosas dadas en usufructo como un buen padre de familia (art. 497), en caso contrario se producirá abuso o mal uso (art. 520): “si el
46
abuso infiriese considerable perjuicio al propietario podrá este pedir que se le entregue la cosa, obligándose a pagar anualmente al usufructuario el producto líquido de la misma”. La propiedad durante el derecho de usufructo es un derecho prácticamente vacío de contenido, aunque el llamado nudo propietario ostenta poderes sobre la cosa que coexisten con los del usufructuario limitándose ambos por esa razón, imponiéndose la obligación de respetar la sustancia y la forma de la cosa a uno y a otro en aras de la coexistencia. La extinción del usufructo se produce:
• Por muerte del usufructuario: El usufructo no se transmite mortis causa a los herederos del usufructuario salvo cuando así se hubiese estipulado expresamente;
• Por expiración del plazo o cumplimiento de la condición resolutoria: Debe figurar en ambos casos en el título constitutivo aunque también puede ser obra de un negocio jurídico posterior. “El usufructo concedido por el tiempo que tarde un tercero en llegar a cierta edad, subsistirá el número de años prefijados aunque el tercero muera antes, salvo si dicho usufructo hubiese sido expresamente concedido sólo en atención a la existencia de dicha persona” (art. 516);
• Por reunión del usufructo y nuda propiedad en una sola persona: Es la figura jurídica de la consolidación y deriva de la imposible existencia en este supuesto de un derecho real sobre cosa propia;
• Por renuncia del usufructuario: La renuncia origina la expansión del derecho del propietario, que recupera las facultades de uso y disfrute insertas en el derecho de usufructo, aunque si ésta se hace en perjuicio de terceros, como los arrendatarios de la cosa usufructuada, es ineficaz frente a estos;
• Por pérdida de la cosa: La pérdida ha de ser total para que el usufructo se extinga, considerando que en caso de pérdida parcial continúa el usufructo en la parte restante (art. 514);
• Por resolución del derecho del constituyente: Quien sólo tiene sobre un bien un derecho resoluble, únicamente puede conferir a terceros sobre el mismo bien derechos tan resolubles como el suyo;
• Por prescripción: Es una causa de extinción (art. 513.7º) y se refiere al no uso por el titular de las facultades que el derecho le confiere, durante un plazo de seis o treinta años, según que el derecho recaiga sobre bienes muebles o inmuebles;
• Por expropiación forzosa: El expropiante debe adquirir el dominio libre de toda carga o gravamen.
Terminado el usufructo, se entregará al propietario la cosa usufructuada (art. 522). Con la extinción del usufructo revierten al propietario las facultades en él integradas de manera automática o ipso iure.
3. Los derechos reales de uso y habitación.
Se puede decir que son usufructos inferiores puesto que se le considera titular de los frutos de una cosa pero sólo de los que se necesitan, es decir, de los que satisfagan su sustento y los de su familia (arts. 523 a 529).
47
El derecho de uso se diferencia del usufructo en la manera que su nombre índice, comprendiendo la facultad de uso pero no de disfrute – el uti pero no el frui. El titular del derecho de uso puede percibir una parte de los frutos de la cosa, pero solamente ad usum quotidianum: el uso da derecho a percibir los frutos de la cosa ajena que basten a las necesidades del usuario y su familia (art. 524) – quien tuviere el uso de un rebaño de ovejas, podrá usarlo únicamente para estercolar y sobre podrá aprovecharse de las crías, leche y lana en cuanto baste para su consumo y el de su familia (art. 526). El derecho de habitación es el derecho que se atribuye a una persona sobre una vivienda para que ocupe las partes de la misma que sean necesarias para él y su familia y donde la extensión de la ocupación de la vivienda va a ir variando en función de cómo varía la situación de necesidad de la familia (art. 524).
4. Los censos: concepto, clases y régimen jurídico.
“Se constituye el censo cuando se sujetan algunos bienes inmuebles al pago de un canon o pensión anual en retribución de un capital que se recibe en dinero o del dominio pleno o menos pleno que se transmite de los mismos bienes” (art. 1.604). El censo es pues un derecho real inmobiliario que consiste en el poder jurídico que se otorga a su titular de exigir una prestación periódico del propietario del bien sujeto al gravamen. Entra pues dentro de la categoría de los derechos reales in faciendo puesto que impone a un sujeto el deber de realizar una prestación para la satisfacción del interés del titular del derecho real. No se limita pues, como en el caso del nudo propietario o el dueño del predio sirviente, a soportar el ejercicio del derecho real, sino que debe actuar positivamente, tener un determinado comportamiento que es la ejecución de la prestación periódica. La sujeción de un inmueble al pago de la pensión periódica puede obedecer:
• A la entrega de un capital en dinero: El que lo recibe, el censatario, establece entonces la carga censal sobre un inmueble de su propiedad a favor de que la realiza, el censualista, en lo que se conoce como censo consignativo (art. 1.606);
• A la entrega del dominio pleno sobre un inmueble: El censatario debe pagar la carga periódica que se impone sobre el mismo inmueble al que lo transmitió, el censualista, en un censo reservativo (art. 1.607);
• A la entrega del dominio útil de la finca, quedándose el transmitente con el dominio directo: El enfiteuta o adquiriente ha de pagar la pensión, en un censo enfiteútico (art. 1.605)
El censo se caracteriza por su:
• Perpetuidad (art. 1.608): La entrega del capital en dinero o de la cosa inmueble, es decir, su dominio pleno o del útil, es por naturaleza perpetua o por tiempo indefinido, teniendo el censatario la facultad de redimir el censo aunque se haya pactado lo contrario aunque puede estipularse que la redención no tendrá lugar durante la vida del censualista o de una persona determinada o que no se redima en cierto número de años (veinte en el consignativo, sesenta en el reservativo o enfitéutico);
• Indivisibilidad: La finca gravada con censo no puede dividirse entre dos o más personas sin el consentimiento expreso del censualista aunque se adquiera a
48
título de herencia. Cuando esta sea permitida, se designará con su consentimiento la parte de censo con que quedará gravada cada porción, constituyéndose tantos censos cuantas sean las porciones en que se divida la finca (art. 1.618);
• Transmisibilidad: El censo es un derecho real transmisible, autorizando el Código la transmisión del derecho a percibir la pensión, tanto a título oneroso como lucrativo (art. 1.617).
El censo admite su constitución tanto por contrato como por negocio mortis causa tratándose de consignativo. No hay precepto específico en cuanto a la forma, salvo para la enfiteusis que requiere una determinada forma. Sin embargo, es necesario fijar el valor de la finca para la válida constitución del censo enfitéutico y reservativo (arts. 1.629 y 1.661). Las causas específicas de extinción del censo son:
• La redención: El censatario puede redimir el censo a su voluntad aunque se haya pactado lo contrario aunque esta redención ha de ser total, salvo que exista pacto expreso aceptando la parcial (art. 1.610). La redención consiste en la devolución al censualista, de una vez y en metálico, del capital que hubiese entregado para constituir el censo consignativo (art. 1.658) o del capital en que se hubiese fijado el valor de la finca al establecerse el censo reservativo o enfitéutico (arts. 1.662 y 1.651);
• La prescripción extintiva: El censo prescribe cuando se extingue el derecho a exigir el pago de la pensión periódica, a los treinta años contados a partir del momento en que se hubiere pagado la última pensión, es decir, a partir del momento en que las pensiones hayan dejado de pagarse;
• La pérdida o inutilización total de la finca: En caso de extinción parcial, ésta no es causa de extinción aunque en este caso se le concede al censatario la facultad de abandonar la finca al censualista (art. 1.625). Si la pérdida o inutilización parcial o total no se produce por caso fortuito o fuerza mayor, sino por culpa del censatario, el censatario queda obligado al resarcimiento de los daños y perjuicios (art. 1.625), igual que cuando la destrucción sea debida a acción dolosa o culpable del tercero, que tendrá que indemnizar por la pérdida de los respectivos derechos;
• La expropiación: La expropiación total de la finca es causa de extinción del censo, quedando afecto su precio al pago del capital del mismo y de las pensiones vencidas (arts. 1.627).
5. El derecho real de superficie: concepto, constitución y contenido.
El derecho de superficie, en su variedad urbana, es el derecho real que confiere a su titular el poder de edificar en suelo ajeno, haciendo suya la propiedad de lo construido. También cabe la posibilidad de que el superficiario construya sobre el subsuelo o vuelo ajeno. En su variedad rústica, el derecho de superficie permite a su titular plantar o sembrar, teniendo la propiedad de lo plantado o sembrado. Existe por tanto una separación entre el dominio de lo construido o plantado o sembrado y el suelo en que se efectúa: el primero corresponde al titular de la superficie y el segundo al concedente de la misma. Es por tanto una derogación convencional del principio de accesión: el propietario del suelo no hace suyo lo que en él se edifica, planta o siembra.
49
Los foros y cualesquiera otros gravámenes de naturaleza análoga que se establezcan desde la promulgación del Código Civil – entre los que según la jurisprudencia entra el derecho de superficie, cuando sean por tiempo indefinido, se regirán por las disposiciones establecidas para el censo enfitéutico, y si fueren temporales o por tiempo limitado se estimarán como arrendamiento y se regirán pues por las disposiciones establecidas para este contrato. Cuando la superficie se constituye por tiempo indefinido, su analogía con el censo llevará a estimar que sobre el suelo se ha operado la división del dominio: el útil corresponderá al superficiario y el directo al condecente del derecho de superficie. La Ley de Suelo, con su reforma de 1975 afecta al suelo sobre el que se constituía estaba sujeto a un Plan de Ordenación Urbana. Para constituir el derecho de superficie es necesario ser propietario del terreno sobre el que recae, que cabe que se parte integrante del patrimonio municipal del suelo, pudiendo pues ser el constituyente tanto una entidad local u otra persona pública como particulares (art. 287.1 y 2). La constitución puede ser a título oneroso o gratuito (art. 288.1 LS). La constitución del derecho de superficie deberá ser formalizada en escritura pública y “como requisito constitutivo de su eficacia, inscribirse en el Registro de la Propiedad” (art. 288.2), entendiéndose como eficacia erga omnes. El superficiario goza del suelo ajeno para construir y mantener como propietario lo construido sobre él, si bien con una propiedad ad tempus, pues se extingue al extinguirse el derecho de superficie. Éste tiene la obligación de construir dentro del plazo previsto (art. 289.1), bajo la sanción de la extinción de su derecho. Cuando el derecho de superficie se constituye a título oneroso, la contraprestación del superficiario podrá consistir en el pago de una suma alzada por la concesión o de un canon periódico o en la adjudicación de viviendas o locales de arrendamiento de unas u otros o en varias de estas modalidades a la vez (art. 288.1). El derecho de superficie es transmisible y susceptible de gravamen con las limitaciones que se hubieren fijado al constituirlo (art. 287.3). El derecho de superficie se extinguirá cuando el superficiario no construye en el plazo marcado en la licencia y cuando transcurre el plazo de vigencia, considerando los plazos máximos señalados por la Ley: setenta y cinco años en el concedido por los Ayuntamientos y demás personas públicas, noventa años en el convenio entre particulares (art. 289.2 y 3), siendo estas limitaciones imperativas. La extinción de la superficie por el transcurso del plazo pactado produce que el dueño del sueño hará suya la propiedad de lo edificado, sin que deba satisfacer ninguna indemnización, cualquiera que sea el título en virtud del cual se hubiese constituido aquel derecho (art. 288.3), conllevando la extinción de toda clase de derechos reales o personales impuestos por el superficiario (art. 288.4). La adquisición del dominus soli es automática, sin necesidad de previa entrega por el superficiario, por el principio superficie solo cedit, el principio de accesión por el cual el propietario se hace dueño de lo construido sobre su suelo por ser éste el elemento principal de la unión, que atrae a la cosa accesoria.
6. Los derechos de sobreelevación y de subedificación: concepto y contenido.
La reforma del Reglamento Hipotecario de 1959 contiene unas reglas relativas al derecho de elevar una o más plantas sobre un edificio o realizar construcciones bajo su suelo (art. 16), separándolo de la superficie, según la Exposición de Motivos de la misma reforma. El Reglamento señala pues los requisitos que deben concurrir en la
50
formación del derecho de vuelo o subsuelo para que sea inscribible en el Registro de la Propiedad y obtenga así la publicidad erga omnes necesaria para su protección. Según este derecho, el titular hace suyas las edificaciones resultantes y también indica el modo de constitución, que es la reserva que en su favor realiza un propietario en caso de enajenación de la finca o bien la transmisión del derecho a un tercero (art. 16.2º RH). En la inscripción se hará constar las cuotas que hayan de corresponder a las nuevas plantas en los elementos y gastos comunes o las normas que se establezcan para su determinación, las normas de régimen de comunidad, si se establecieren, para el caso de hacerse la construcción. El derecho de sobreelevación o de vuelo o de subsuelo posee pues como núcleo fundamental la facultad de elevar una o más plantas sobre o bajo un edificio y secundariamente sobre o bajo ese edificio realizar todas las obras necesarias para ese resultado, haciéndose propietario de él su titular. La Ley de Propiedad Horizontal de 1960 se ocupa del derecho de sobreelevación otorgado por la comunidad de propietarios (art. 11), siempre que el acuerdo de concesión se someta a las normas que regulan la modificación del título constitutivo, por lo que requiere la unanimidad.
7. El derecho de aprovechamiento por turno: concepto y régimen jurídico.
8. El derecho real de servidumbre: concepto, contenido general, caracteres y clases.
La servidumbre agrupa todo aquel derecho real limitado de goce sobre una finca cualitativamente inferior al usufructo y distinto del uso y la habitación. Esta idea evoca pues la atribución de facultades de uso muy concretas, por ejemplo, la servidumbre de paso o el de acueducto (paso de agua para fines de riego), dependiendo del fin que tenga la finca. La servidumbre es el único gravamen real que puede ser perpetuo, tanto a favor de una persona jurídica como de una persona física y sus herederos. En Andalucía, la servidumbre de balcón para la Semana Santa es muy típico: una familia tiene a perpetuidad el derecho de ponerse en el balcón a ver la procesión. Se trata aquí de una servidumbre personal. El Código Civil lleva a cabo una serie de clasificaciones de las servidumbres y las que continúan teniendo vigencia son las siguientes:
• Servidumbres prediales y servidumbres personales: Las servidumbres personales se dan en beneficio no de un fundo sino de una persona o comunidad a la que no pertenezca la finca gravada (art. 531);
• Servidumbres voluntarias y legales: Las servidumbres se establecen por ley o por la voluntad de los particulares (art. 536);
• Servidumbres positivas y negativas: La servidumbre puede tener un contenido positivo o negativo (art. 533). El contenido positivo implica que el sueño del predio sirviente tiene la obligación de dejar hacer alguna cosa o la de hacerla por sí mismo; el contenido negativo significa que al sueño del predio sirviente le está prohibido hacer algo que le sería lícito si no existiera la servidumbre, es decir, su conducta es una pura abstención. En las
51
servidumbres positivas su titular hace uso inmediato del predio sirviente, percibiendo la utilidad por una actuación directa que el propietario del fundo sirviente ha de sufrir. En las servidumbres negativas, en cambio, la utilidad se produce por una abstención concreta del propietario que sufre el poder de titular de la servidumbre.
9. Modos de constitución del derecho de servidumbre. Extinción.
En atención a su origen, las servidumbres se establecen por voluntad de los particulares y por voluntad de la ley por causas o motivos de utilidad tanto pública como privada (art. 536). El Código regula también la adquisición de las servidumbres por usucapión o prescripción adquisitiva (art. 537 y ss.) y la especial forma de nacimiento de la servidumbre llamada usualmente “por destino del padre de familia” o también “por signo aparente” (art. 541). Las servidumbres se establecen por ley aunque existe una distinción según que la servidumbre aparezca de manera automática o ipso iure, ligada con un determinado supuesto de hecho o que simplemente se le atribuya a una persona la posibilidad o facultad de exigir la constitución, en cuyo caso se realiza por medio de un acto jurídico que es un acto de concreción del mandato legal y que puede ser un acuerdo de los interesados, que en tal caso tiene su causa en el cumplimiento de la obligación legal, o un acto de la autoridad que resulte competente que puede ser judicial o administrativa puesto que la Administración tiene potestad para constituir las servidumbres si existen preceptos legales expresos que le atribuyen tal poder. En materia de propiedad privada, las potestades administrativas son excepcionales y que la decisión corresponde a la autoridad judicial ordinaria en los casos en que nada se diga en la Ley al respecto. La voluntad de los particulares, es decir, su autonomía privada, es reconocida por la Ley como fundamental fuente de creación de servidumbre, que será según la Ley el título constitutivo, que es el complejo negocio jurídico idóneo para llevar a cabo la modificación jurídico-‐real determinante del nacimiento de la servidumbre, para lo que se requerirá un negocio jurídico especialmente documentado, como la escritura pública, si se constituye por contrato. Como el derecho real de servidumbre no es de los que están exceptuados de la doctrina del título y el modo (art. 609), se requerirá también tradición o puesta en posesión. El negocio jurídico de creación de las servidumbres es un negocio dispositivo por estar llamado a producir de manera inmediata un efecto jurídico-‐real, que puede ser de carácter oneroso o gratuito y no existe ninguna prohibición de que se constituya por testamento. Como derecho real inmobiliario, la servidumbre debe ser inscrita en el Registro para que produzca todos sus plenos efectos respecto de terceros. La servidumbre deberá contar por regla general, como carga o limitación del dominio, en la inscripción de la finca sobre la que recaiga y sólo la que aparezca en el folio correspondiente a esta finca surte sus efectos contra los terceros adquirientes de derechos sobre la misma aunque puede también hacerse constar en la inscripción del predio dominante como cualidad del mismo. Sin embargo, el TS ha entendido reiteradamente que no es necesaria la inscripción registral para que las servidumbres sean eficaces frente a terceros, cuando por ser ostentibles e indubitadas, su apariencia exterior les atribuye una publicidad superior a la de la inscripción.
52
La constitución voluntaria de las servidumbre puede ser cauce para el establecimiento de las servidumbres de carácter legal, formando los interesados, es decir, el que tenga derecho a la servidumbre y el obligado a prestarla, el negocio constitutivo. El Código otorga un amplio margen de desenvolvimiento a la autonomía privada en materia de servidumbres: “todo propietario de una finca puede establecer en ella las servidumbres que tenga por convenientes y en el modo y forma que bien le pareciere, siempre que no contravenga a las leyes ni al orden público” (art. 594). Pueden por tanto nacer de la autonomía de la voluntad servidumbres que tengan una regulación legal, denominadas típicas, o servidumbres que carezcan de regulación y tipicidad. La constitución por signo aparente o por destino del padre de familia, también denominada “constitución tácita”, se refiere a “la existencia de un signo aparente de servidumbre entre dos fincas, establecido por el propietario de ambas, se considerará, si se enajenare una, como título para que la servidumbre continúe activa y pasivamente, a no ser que, al tiempo de separarse la propiedad de las dos fincas, se exprese lo contrario en el título de enajenación de cualquiera de ellas, o se haga desaparecer aquel signo antes del otorgamiento de las escrituras” (art. 541). Se contempla por tanto la existencia de una relación de servicio entre dos fincas, que podría configurarse como un derecho de servidumbre si perteneciesen a distintos propietarios, relación que se revela o manifiesta a través de la existencia de un signo, que es el “signo aparente de servidumbre”, que ha de haber sido establecido por el propietario de ambas. Basta entonces la enajenación de cualquiera de las fincas, sin que en el título se exprese lo contrario, o sin que se haya hecho desaparecer el signo antes del otorgamiento de la escritura para que la servidumbre quede sin más constituida. La manifestación contraria debe ser clara, terminante e inequívoca, por lo que no basta la expresión ambigua “libre de todo gravamen” sino va acompañada de otras declaración o hechos que revelen la desaparición del signo. El carácter positivo o negativo de la servidumbre que puede nacer en virtud del artículo 541 no es obstáculo para su juego ya que lo decisivo es la existencia del signo aparente. El derecho de servidumbre puede también ser objeto de adquisición prescriptiva o usucapión, lo cual no sólo se deduce de la generalidad de la definición sino que el Código contiene normas especiales respecto de este modo adquisitivo (arts. 537 a 540). El Código Civil limita la eficacia del instituto jurídico de la usucapión como modo de adquisición de las servidumbres: “las servidumbres continuas y aparentes se adquieren en virtud de título o por la prescripción de veinte años” (art. 537) y “las servidumbres continuas no aparentes y las discontinuas, sean o no aparentes, sólo podrán adquirirse en virtud del título” (art. 539). Se establece por tanto además un plazo único de veinte años, sin necesidad de ningún otro requisito (art. 537), aun cuando, naturalmente, ha de existir posesión de la servidumbre apta para la usucapión, pública, pacífica y sin interrupción (art. 1941). Existen unas servidumbres que no pueden adquirirse por prescripción (art. 540) puesto que no se dan los presupuestos necesarios para la usucapión porque si se trata de servidumbres ni aparentes falta una posesión pública y, si se trata de servidumbres discontinuas, falta una posesión interrumpida. El dies a quo para el plazo de veinte años resulta diferente si la servidumbre es positiva, en cuyo caso será el día en que se haya comenzado a ejercerla sobre el predio sirviente, y si la servidumbre es negativa, en cuyo caso será “el día en que el dueño del predio dominante hubiera prohibido, por un acto formal, al del sirviente la ejecución del hecho que sería lícito sin la servidumbre” (art. 538).
53
Los modos de extinción de las servidumbres son (art. 546):
• Consolidación: La servidumbre se extingue por reunirse en una misma persona la propiedad del predio dominante y del sirviente;
• No uso: La servidumbre se extingue por el no uso continuo durante veinte años, desde el día en que hubiera dejado de usarse la servidumbre si fuese discontinua o desde que haya tenido lugar un acto contrario si fuese continua;
• Pérdida de la cosa: El cambio en el estado de los predios hace imposible el uso de la servidumbre, que por tanto revive si después el estado de los mismos permite usar de ella, a menos que entre tanto se haya producido una prescripción por no uso;
• Vencimiento: La servidumbre se extingue por llegar el día o realizarse la condición, si fuera temporal o condicional;
• Renuncia: La servidumbre es renunciable por el dueño del predio dominante que puede ser expresada o tácita, derivada pues de actos concluyentes que no sean de dudosa significación;
• Convenio extintivo: El Código admite la redención de una servidumbre (art. 546.6º).
10. La categoría de los derechos de adquisición: concepto y naturaleza jurídica.
Los derechos de adquisición confieren a la persona que se encuentra en una determinada situación jurídica, como el arrendatario, el enfiteuta o el colindante, la facultad de adquirir una cosa determinada cuando su propietario ha decidido venderla o cuando la ha enajenado a un tercero respectivamente. Se trata de simples facultades de adquisición que normalmente se integran por imperativo de la Ley en el contenido de la situación jurídica en que se halla su titular. El titular de estos derechos puede hacerlos efectivos no únicamente contra el propietario o contra la persona a quien ha enajenado, sino también frente a los sucesivos adquirientes de ellos si se dan las condiciones prevenidas legalmente.
11. El derecho de opción.
La opción es la facultad que el propietario de una cosa concede a otro para adquirirla, pagando el precio establecido y lo demás que se hubiese estipulado. No se otorga un poder directo e inmediato sobre el bien, por lo que la opción no puede hacerse efectiva frente a un tercero que lo ha adquirido porque el concedente no ha respetado su obligación de no enajenarla mientras estuviese vigente el plazo para su ejercicio, por lo que tendrá una responsabilidad de incumplimiento. La concesión de la opción es un acto de riguroso dominio. La opción sí se ejercita en cambio frente a un tercer adquiriente si se inscribe en el Registro de la Propiedad para lo cual debe haber un convenio expreso de las partes para que se inscriba, debe haber un precio estipulado para la adquisición de la finca y, en su caso, el que se hubiera convenido para ejercer la opción y deberá constar el plazo para su ejercicio que no podrá exceder de cuatro años (art. 14 RH). Será una vez que se ejercite en forma positiva la opción que el proyectado contrato de compraventa queda perfeccionado, sin necesidad alguna de que el propietario otorgue un nuevo consentimiento y que quede entonces obligado a cumplirlo.
54
El derecho de opción debe considerarse intransmisible sin consentimiento del concedente puesto que equivale a ceder un contrato de compraventa perfectamente delineado, por lo que la cesión de contrato, desligándose el cedente de su posición contractual, exige el consentimiento del otro contratante, aunque el pacto entre concedente y concesionario de la opción o los usos negociales pueden permitir su cesión.
12. El derecho de adquisición preferente: sus dos manifestaciones.
El tanteo faculta para adquirir una cosa antes que otro, pagando el precio que este otro daría, limitando por tanto el ius disponedi del propietario en el sentido en que no es libre de vender a quien quiera. Mientras que el tanteo opera entes de la enajenación proyectada, el retracto faculta para adquirir la cosa después de enajenada y de manos del adquiriente. “El retracto legal es el derecho de subrogarse, con las mismas condiciones estipuladas en el contrato, en lugar del que adquiere una cosa por compra o dación en pago” (art. 1521). El retrayente no resuelve en realidad la venta entre el propietario y el adquiriente al ejercitar su derecho. La venta debe estar consumada, por lo que el dominio pasaría ya al comprador y ya no hay posibilidad de subrogación.
13. El derecho de tanteo.
14. El derecho de retracto. Los retractos legales.
El retracto legal es el único referente de derecho de adquisición preferente que se enuncia con carácter general en el Código Civil. Está condicionado a la venta o dación en pago de un bien. “No podrá ejercitarse el derecho de retracto legal sino dentro de nueve días contados desde la inscripción en el Registro y, en su defecto, desde que el retrayente hubiera tenido conocimiento de la venta” (art. 1524). El conocimiento de la transmisión ha de ser por tanto cabal y completo y debe abarcar no sólo la venta sino sus condiciones, no bastando por tanto la mera notificación de haberse efectuado. El plazo de ejercicio del retracto es de caducidad, no de prescripción, y en el cómputo de los días no se descuentan los inhábiles. La titularidad del derecho de retracto se conecta a una determinada cualidad jurídica como es la de comunero o colindante, que deberá estar en posesión del retrayente en el momento en que se operó la tradición del bien que se quiere retraer. Si el retraído no cumple verdaderamente la obligación de transmitirle el objeto que adquirió al retrayente una vez que éste le inste a ello demostrando su derecho y cumpliendo a su vez las cargas que le impone la ley a él, puede acudirse al juicio de retracto regulado en la LEC. La legitimación pasiva la ostenta exclusivamente el adquiriente, no siendo necesario demandar al vendedor para que la relación quede bien constituida. El retrayente ha de cumplir con lo prevenido en el artículo 1518 del Código Civil (art. 1525): “no podrá hacer uso del derecho del retracto sin reembolsar al comprador el precio de la venta”, así como los gastos del contrato y cualquier otro pago legítimo hecho para la venta y los gastos necesarios y útiles hechos en la cosa vendida. Además,
55
la LEC exige para que pueda darse curso a la demanda “que se consigne el precio, si es conocido, o si no lo fuere, que se dé fianza de consignarlo luego que lo sea” (art. 1618.2º LEC). Entre estos gastos, no se incluyen los intereses legales del precio. El retracto legal posee eficacia erga omnes, por lo que la acción puede dirigirse no sólo contra el primer adquiriente sino también contra los sucesivos si han mediado varias transmisiones durante el plazo legal para retraer. El Código Civil reconoce otros derechos de adquisición preferente. En primer lugar, con el fin de acabar con la situación jurídica de comunidad, se faculta al comunero para usar del retracto cuando se enajena a un extraño la parte de todos los demás o alguno de ellos (art. 1522.1). Fundado en el mismo principio que este tipo de retracto, “si alguno de los herederos vendiere a un extraño su derecho hereditario antes de la participación, podrán todos o cualesquiera de los coherederos subrogarse en lugar del comprador, reembolsándole el precio de la compra, con tal fin que lo verifiquen en término de un mes, a contar desde que esto se les haga saber” (art. 1067). En la enfiteusis, tanto el dueño directo como el del dominio útil, tienen derecho de tanteo y retracto cuando vendan o den en pago su derecho (art. 1636).
15. La colisión entre diversos derechos de adquisición.
El retracto enfitéutico prevalece sobre el retracto de comuneros (art. 1642). Si el dominio aún pertenece a varios proindiviso, enajenándose una porción indivisa de este dominio, los demás comuneros han de posponer su derecho al de retracto del dueño directo sobre tal porción cuando éste lo ejercita, así como para el supuesto de dominio directo en comunidad. El retracto de comuneros excluye al del colindante (art. 1524.2): si la finca menor de una hectárea pertenece a varios, enajenándose una cuota de la comunidad por un comunero, poseen los demás derecho a adquirirla con preferencia al colindante, es decir, el retracto de colindantes es operante no sólo si se vende la finca por entero sino también al enajenarse una cuota de la comunidad que al efecto se monte sobre ella. El derecho de tanteo o retracto del inquilino o arrendatario tendrá preferencia sobre cualquier otro derecho similar, con excepción del de retracto reconocido al condueño de la vivienda o local del negocio transmitido (art. 50 LAU).
56
TEMA 9: LOS DERECHOS REALES DE GARANTÍA.
1. Los derechos reales de garantía: función, concepto y clases.
Por garantía se entiende toda medida de refuerzo que se añade a un derecho de crédito para asegurar su satisfacción, atribuyendo al acreedor un nuevo derecho subjetivo o unas nuevas facultades, como la simple retención de la cosa que debe entregar. Las garantías reales son, por tanto, las que recaen sobre cosas determinadas y tienen como uno de sus efectos la oponibilidad erga omnes. Permiten al acreedor dirigirse contra la cosa gravada a fin de realizar su valor y de esta manera satisfacer su interés. La prenda es el derecho real apto para los bienes muebles y lleva ínsita por necesidad constitutiva la pérdida de posesión por el deudor y la hipoteca para los inmuebles, y en ella la publicidad registral de su constitución y vicisitudes hace las veces del desplazamiento posesorio. La anticresis es un derecho que otorga al acreedor la facultad de percepción de los frutos de un inmueble para imputarlos a los intereses y al principal debidos. En la actualidad, surgen nuevas figuras de la hipoteca mobiliaria para los bienes muebles identificables y la prenda sin desplazamiento para los que presentan inconvenientes de identificación.
2. Normas comunes a los derechos reales de garantía.
Las garantías reales son una nota de seguridad que proporciona al acreedor el que determinados bienes puedan ser objeto de agresión cualquiera que sea la persona que ostente su titularidad y el número de acreedores que tengan derecho a satisfacerse. Aquellos bienes quedan pues como separados, a disposición del acreedor garantizado. Las notas de la preferencia para el cobro y la oponibilidad erga omnes son las notas importantes en la estructura de las garantías reales, sobre todo en la prenda y la hipoteca. Dentro de la regulación de los contratos, el Código incluye una serie de preceptos dedicados a los contratos de derechos reales de garantía. En primer lugar, el contrato es la principal fuente de dicho derecho aunque no es el único instrumento de constitución puesto que la ley y los actos mortis causa también lo son, aunque sean diferentes para la prenda y la hipoteca (el Código alude a las hipotecas legales, aunque no consta ningún supuesto de prenda legal. Los derechos reales de garantía deben cumplir una serie de requisitos (art. 1857):
• Que se constituyan para asegurar el cumplimiento de una obligación principal, es decir, las garantías reales son accesorias de una obligación y sin ella no pueden existir y no garantizan más que a ella. No cabe por tanto una transmisión aislada de la garantía a favor de otro crédito distinto sino que ha de ser necesariamente conjunta con el crédito. La obligación garantizada puede ser pura o sujeta a condición suspensiva o resolutoria (art. 1861);
• Que la cosa pignorada o hipotecada pertenezca en propiedad al que la empeña o hipoteca;
• Que las personas que constituyan prenda o hipoteca tengan la libre disposición de sus bienes o, en caso de no tenerla, se hallen legalmente autorizadas al efecto para lo cual se exige la capacidad general de disposición, puesto que se
57
trata de gravámenes que llevan consigo la posibilidad de una enajenación del objeto en caso de impago de la obligación garantizada.
Vencida la obligación garantizada y no satisfecha hay que proceder a la realización de la garantía a través de los procedimientos legalmente establecidos. A este respecto, se prohíbe que el acreedor se apropie de las cosas dadas en prenda o hipoteca o que disponga de ellas (art. 1859), y del mismo modo para la anticresis (art. 1884). Es aquí donde se recoge por tanto la tradicional prohibición del pacto comisorio que da lugar a abusos en perjuicio del deudor y de los demás acreedores: el objeto gravado puede tener un valor superior al importe de la deuda y es inmoral que el acreedor se lo apropie en su totalidad en pago de la misma y que se estime válido ese pacto aceptado por el deudor cuando éste se halla en necesidad de pedir un crédito. Se perjudican también los restantes acreedores que tienen derecho a cobrarse sobre lo que reste de su valor una vez pagada la deuda garantizada en razón a la preferencia que acompaña a la garantía. Esta prohibición no es derogable por voluntad de las partes. La Ley organiza pues procedimientos de ejecución de la garantía, como la subasta o la venta en el mercado de valores, que aseguren la formación de un precio por la posibilidad de concurrencia de potenciales compradores. No se pueden considerar pues válidos y eficaces los pactos por los que en caso de impago el acreedor adquiera la propiedad de la garantía satisfaciendo un precio que ya se haya determinado previamente porque se prescinde entonces de los procedimientos prevenidos en la ley para la satisfacción forzosa de la deuda sobre el objeto de la garantía, aunque deben ser admisibles si el precio se forma de una manera objetiva como, por ejemplo, la estimación pericial o la remisión a índices también objetivos, como los de un determinado mercado. La nulidad del pacto comisorio no afecta a la garantía constituida (utile per inutile non vitiatur). El objeto debe ser apto para ser enajenado si vencida la obligación principal (art. 1858). La hipoteca y la prenda son indivisibles (art. 1860): se mantiene tal y como fue constituida la garantía hasta la extinción total de la obligación garantizada, cualesquiera que sean las vicisitudes del crédito o de la deuda. Se trata de una característica natural y no esencial, por lo que puede ser derogada por voluntad de los interesados. “La promesa de constituir prenda o hipoteca sólo produce acción personal entre los contratantes, sin perjuicio de la responsabilidad criminal en que incurriere el que defraudase a otro ofreciendo en prenda o hipoteca como libres las cosas que sabía gravadas o fingiéndose dueño de las que no le pertenecen” (art. 1862).
3. El derecho real de prenda: concepto, caracteres y contenido.
La prenda es un derecho real de garantía mobiliaria que exige en el régimen del Código Civil el desplazamiento posesorio, es decir, la cosa objeto de prenda ha de ponerse en posesión del acreedor, o de un tercero de común acuerdo, aunque el deudor sigue siendo dueño de ella hasta que no se adjudique a alguien como consecuencia de la ejecución, de la actuación del derecho de realización del valor (arts. 1863 y 1869).
58
El desplazamiento posesorio es la médula de la garantía pignoraticia, puesto que la cosa queda así sustraída a la disponibilidad del deudor, lo que le impide destruirla o deteriorarla. La posesión puede ponerse en manos de un tercero, pero de forma que ni el acreedor pueda usar o utilizar la cosa, ni el deudor pedir su restitución sin haber satisfecho la obligación garantizada o sin permiso del acreedor. La posesión del objeto garantizado no le otorga ninguna facultad de uso (art. 1870): “el acreedor no podrá usar de la cosa dada en prenda sin autorización del deudor y si lo hiciere o abusare de ella en otro concepto, puede el segundo pedir que se la constituya en depósito”. La garantía nace para la seguridad de un crédito, para garantizar el cumplimiento de ésta, por lo que su transmisión o extinción implicará la transmisión o extinción de la prenda. El fin de la prenda es garantizar una deuda. La prenda es indivisible, subsistiendo hasta la completa extinción del crédito garantizado (art. 1860) por lo que, aunque el acreedor acepte un pago parcial, el deudor no tiene derecho a una cancelación parcial de la garantía. Este factor es importante cuando la prenda recae sobre cosa que admite división o sobre una pluralidad de cosas. Sin embargo, en caso de que, siendo varias las cosas dadas en prenda, cada una de ellas puede garantizar solamente una porción determinada del crédito, en cuyo caso, el deudor tendrá derecho a que se extinga la prenda a medida que satisfaga la parte de deuda de que cada cosa responde especialmente (art. 1860). Tienen aptitud para ser objeto de prenda todas las cosas muebles que están en el comercio con tal de que sean susceptibles de posesión (art. 1864). Ningún artículo de código prohíbe que una misma cosa garantice las distintas obligaciones de un deudor con varios acreedores. La proporcionalidad de la prenda sobre el valor de la deuda es un riesgo de las partes por lo que corresponde a su voluntad. El Código Civil no impone ninguna forma determinada, sino que sólo requiere para que nazca la prenda la desposesión del pignorante, aunque para que sea eficaz frente a terceros deberá constar por instrumento público la certeza de su fecha (art. 1865), así como las precisiones suficientes para lograr la identificación del objeto gravado. El derecho real de prenda engloba un contenido constituido por poderes que se le otorgan al acreedor sobre el objeto de su garantía junto con una serie de obligaciones conexas: el retener la cosa en su poder o en el de una tercera persona a quien hubiese sido entregada hasta que se le pague el crédito (art. 1866.1) y cuidarla con la diligencia de un buen padre de familia, respondiendo de su pérdida y deterioro conforme a las disposiciones del Código, siendo los gastos de conservación abono por el deudor (art. 1867); el de ejercitar las acciones que competen al duelo de la cosa pignorada, para reclamarla o defenderla contra tercero (art. 1869), como la acción reivindicatoria o los interdictos; el de proceder a la realización del valor de la cosa dada en prenda, siéndole prohibido apropiarse de la misma, por pacto comisorio, al vencimiento de la obligación garantizada cuando el deudor no cumple (art. 1859); el de cobrar con el precio obtenido en la enajenación de la prensa que se hallaba en poder del acreedor con preferencia a otros acreedores del deudor (art. 1922). La garantía en el Derecho español no está en la adquisición sino que está en la pública subasta que es un derecho de agresión directa sobre el bien puesto en prenda. La subasta es lo que transforma el bien o valor abstracto en dinero, es decir, el derecho de disfrute de la cosa. El objeto en el derecho real es pues la traducción económica de la prenda. El acreedor no obtiene el bien por la prohibición del pacto comisorio pero si
59
quiere puede entrar a subasta como cualquier otro tercero si quiere conseguir el bien y no su traducción económica. Como derecho accesorio, la prenda se extingue cuando la obligación principal que garantiza lo hace, aunque su extinción aislada no significa la de aquella obligación, por ejemplo, si la cosa se pierde o destruye, o el acreedor remite el derecho de prenda. El deudor puede pagar hasta el anuncio de la subasta. Si en dicha subasta se cubra una cantidad superior a la de la garantía, es decir, el valor que hipotéticamente se iba a obtener, se devuelve esta diferencia al deudor, salvo que se pacte que la deuda se extingue con la ejecución.
4. La prenda irregular. La prenda de créditos.
En la prenda irregular se da una verdadera especialidad en cuanto al objeto pues el constituyente entrega dinero, aunque no hay inconveniente dogmático para que sean otras cosas fungibles, sin especificación, como el contratista que da la fianza en dinero para responder del cumplimiento del contrato o el arrendatario que entrega el importe de dos mensualidades como fianza, y el acreedor pignoraticio ha de devolver otro tanto al cumplirse la obligación garantizada. Llegado el momento de la ejecución de la garantía, el acreedor imputa a la deuda el importe del dinero que recibió en prenda, prescindiendo de los procedimientos legales de ejecución de la misma, o el importe de las cosas fungibles, estimando de modo análogo al cuasi usufructo de cosas fungibles (art. 482), es decir, el acreedor compensa su crédito con el que contra él tiene el deudor pignoraticio para la restitución de la suma que entregó en garantía. El objeto de la prenda de derechos de crédito es el derecho que el pignorante tiene a recibir una prestación, normalmente consistente en un derecho de cobro, como cuentas corrientes, seguros, créditos comerciales, indemnizaciones, derechos de cobro de la venta de energía eléctrica, subvenciones, devoluciones IVA. Es posible depositar en prenda un derecho puesto que el objeto de la prenda es la traducción del bien en dinero y hay derechos reales como el crédito que en este caso tienen un valor económico.
5. La prenda sin desplazamiento de la posesión.
La Ley de 16 de diciembre de 1954 ha regulado la constitución de la prenda sin desplazamiento en atención a problemas como la inexistencia actual de la cosa o la imposibilidad de su transmisión. La falta de desplazamiento posesorio se sustituye por la consideración del pignorante como depositario, aunque sea en cosa de su propiedad, con todos los efectos legales que ello implica. Se establece por tanto la ficción del depósito de la cosa propia como garantía de los derechos del acreedor. Además, se obliga al constituyente de la prenda sin desplazamiento: a usar en los bienes sin menoscabo de su valor (art. 59); a no trasladar los bienes del lugar en que se encuentra, sin consentimiento del acreedor, según la escritura o póliza de constitución de la prenda (art. 60); a realizar las expensas o gastos necesarios para la debida conservación, reparación, administración y recolección de bienes pignorados (art. 61); a no hacer mal uso de los bienes pignorados, dando su pérdida o deterioro derecho a la indemnización correspondiente, exigible a los responsables del daño y, en su caso, a la entidad aseguradora (art. 62); a dejar que el acreedor compruebe la existencia de
60
los bienes pignorados y el estado de los mismos y a no abandonar los bienes pignorados. Sólo son susceptibles de prenda sin desplazamiento los bienes enumerados taxativamente en la Ley (arts. 52 a 54): para la prenda sin desplazamiento agrícola los frutos pendientes y las cosechas esperadas dentro del año agrícola en que se celebre el contrato, los frutos separados o productos de dichas explotaciones, los animales, así como sus crías y productos, las máquinas y aperos de las referidas explotaciones; para las PSD sobre maquinaria, mercadería y materias primas, las máquinas y demás muebles identificables por características propias, como marca y número de fabricación, modelo y otras análogas, que no posean aptitud legal para ser objeto de hipoteca mobiliaria, y las mercaderías y materias primas almacenas; las PSD sobre objetos de valor histórico y artístico para las colecciones de objetos de valor histórico y artístico como cuadros, esculturas, porcelanas o libros. El acreedor pignoraticio goza para el cobro de su crédito de una preferencia sobre los otros acreedores del deudor, en relación con el precio obtenido en la enajenación forzosa de los bienes pignorados.
La Ley sigue las mismas pautas procesales que para la ejecución de las hipotecas mobiliarias. La desposesión del deudor es necesaria para que tanto el procedimiento judicial como el extrajudicial puedan realizarse. Los bienes pignorados han de depositarse en poder de la persona designada por el actor.
6. La hipoteca mobiliaria.
La Ley de 1954 regula específicamente cada una de las hipotecas mobiliarias sobre los bienes que taxativamente enumera como aptos para soportar tal gravamen, que son los establecimientos mercantiles, los automóviles y otros vehículos de motor, así como los tranvías y vagones de ferrocarril de propiedad particular, las aeronaves, la maquinaria industrial y la propiedad intelectual e industrial (art. 12). No podrá hipotecarse el derecho de hipoteca voluntaria, o la subhipoteca, ni los bienes susceptibles de prenda sin desplazamiento. Los bienes hipotecados deben ser descritos a la más perfecta descripción para poder identificarlos o individualizarlos, que constará en la propia escritura del título de adquisición de los mismos, junto con la declaración del hipotecante de que no están hipotecados, pignorados y embargado. El hipotecante ha de conservar los bienes hipotecados con la diligencia de un buen padre de familia, haciendo con ellos cuantas reposiciones y reposiciones fueren menester (art. 17). La depreciación de los bienes hipotecados, excepto cuando provenga de caso fortuito, es decir, excluido de la culpa del hipotecante, da derecho al acreedor para pedir que se intervenga judicialmente la administración. Se trata de un derecho real de garantía por el que, mediante la correspondiente inscripción registral, unos determinados bienes muebles quedan sujetos de forma directa e inmediata, cualquiera que sea el poseedor, al pago de una deuda. Se rige por los principios registrales de determinación o especialidad y el de indivisibilidad, así como el de reipersecutoriedad o inseparabilidad de la garantía. Se constituye en escritura pública o póliza intervenida por agente mediador colegiado, expresándose el
61
importe del crédito garantizado, el plazo de su pago, los intereses y la cantidad para costas y gastos.
7. La anticresis.
La anticresis es un derecho real de garantía que, constituyéndose sobre bienes inmuebles, asegura el cumplimiento de la obligación garantizada mediante la aplicación de los frutos de la cosa al pago de la deuda, bien instando la deuda de un inmueble o finca para su pago (art. 1881 y ss.). Los frutos obtenidos se aplicarán en primer lugar al pago de los intereses, si se hubiesen pactado, y luego al capital. Se trata de un derecho que, aunque frecuentemente unido a los de prenda e hipoteca, es un derecho de garantía autónomo que otorga al titular una serie de derechos: a la percepción de los frutos del inmueble, cuyo destino debe ser abonar los intereses y después el capital del crédito (art. 1881); de retención, es decir, pasar la finca a manos de un tercero; a provocar la venta del inmueble en caso de impago; un derecho preferente a cobrarse con el producto la venta; derecho a deducir de los frutos las cantidades abonadas por concepto de contribuciones y gastos y cargas necesarios para la conservación del inmueble, si lo tiene en su posesión. El acreedor está obligado a atender aquellos pagos y cuidar la finca poseída en su caso, con debida diligencia, y a devolverla una vez satisfecho el crédito. Se trata por tanto de un derecho real de garantía con desplazamiento posesorio que se constituye sobre un bien inmueble, cuya posesión es entregada al acreedor de la deuda así garantizada para que perciba sus frutos y aplique la extinción anticrética.
62
TEMA 10: EL DERECHO REAL DE HIPOTECA.
1. El derecho real de hipoteca: concepto, funciones económicas y caracteres.
Se trata de un derecho real de garantía y de realización de valor que recae sobre bienes inmuebles y que asegura el cumplimiento o la satisfacción forzosa de un crédito mediante la concesión a su titular de la facultad de llevar a cabo la realización del valor de aquellos, enajenándolos y percibiendo su precio a través del procedimiento legalmente establecido cualquiera que sea en ese momento su poseedor o propietario. Su característica sustancial es que los bienes quedan en poder del hipotecante para que pueda continuar utilizándolos y sirviéndose de ellos, explotándolos y obteniendo sus frutos y sus rentas. La hipoteca tampoco coarta ni limita el poder dispositivo del propietario, que puede por tanto enajenar la cosa, si bien el adquiriente o “tercer poseedor” recibirá, en su caso, el bien transmitido con la afección o la carga en que la hipoteca consista y se verá en la necesidad de soportar el posible ejercicio del derecho de realización del valor por parte del acreedor hipotecario: “la hipoteca sujeta directa e inmediatamente sobre los bienes sobre los que se impone, cualquiera que sea su poseedor, al cumplimiento de la obligación para cuya seguridad fue constituida” (arts. 1876 CC y 104 LH). En primer lugar, la hipoteca sujeta a los bienes, es decir, los somete a la responsabilidad derivada del deber de cumplimiento de una cierta obligación y, en caso de incumplimiento, al poder de agresión del acreedor hipotecario. El derecho de hipoteca es de realización del valor que se llevará a cabo mediante los procedimientos establecidos puesto que el Código Civil prohíbe la inmediata apropiación por el acreedor de los bienes – el pacto comisario. Esta sujeción es directa e inmediata puesto que el titular del derecho real ejerce sus facultades directamente sobre los bienes. La hipoteca es además eficaz cualquiera que sea el poseedor de los bienes, como ya se ha dicho. La hipoteca sujeta por último los bienes al cumplimiento de la obligación para cuya seguridad fue constituida puesto que se coloca al servicio de un derecho de crédito y se encuentra en clara conexión con él. La publicidad y la determinación son las otras dos notas a tener en cuanta para definir la hipoteca en nuestro sistema de Derecho positivo. La publicidad supone que la hipoteca es un derecho de constitución registral, por lo que su inscripción en el Registro de la Propiedad tiene carácter constitutivo, puesto que, al no existir desplazamiento de la posesión y continuar los bienes en manos del hipotecante, si no recibiera dicha publicidad podrían existir hipotecas ocultas o desconocidas, mermando la seguridad de los adquirientes de los bienes y de los posibles acreedores que concedieran créditos precisamente en vista de la situación jurídica de los bienes. La especialidad, por su parte, expresa que, además de aparecer el derecho inscrito en el Registro, deben encontrarse perfectamente determinados los bienes sobre los que la hipoteca recae, de manera que se proscriben las hipotecas generales que en el antiguo Derecho recaían sobre todos los bienes de un deudor. Existe una división territorial a nivel de Registros por lo que cada Registro tiene competencia territorial en un distrito hipotecario; la hipoteca se inscribe pues en el que esté clavada la finca.
2. Clases de hipotecas.
63
Las hipotecarias son voluntarias y legales (art. 137 LH). Las hipotecas voluntarias son “las convenidas entre partes o impuestas por disposición del dueño de los bienes sobre que se establezcan”. Sólo pueden constituir estas hipotecas “quienes tengan la libre disposición de los bienes o, en caso de no tenerla, se hallen autorizados para ello con arreglo a las leyes”. Caben por lo tanto dos vías negociales, que son el convenio entre las partes – el contrato de hipoteca regulado en el Código Civil-‐, y la disposición del dueño de los bienes, en cuyo caso se trata de una constitución unilateral. Para la hipoteca legal, la ley concede un derecho a exigir su constitución (arts. 1875 CC y 158 LH), y es sólo como resultado del ejercicio de aquel derecho que la hipoteca se constituye. Se pueden distinguir dos supuestos, dependiendo de si el propietario accede o no: si accede, la hipoteca se constituirá a través de un contrato de cumplimiento de la obligación legal; si no accede, se constituirá por mandato judicial una vez seguidos los procedimientos que establece o a los que se remite la LH y el RH. La hipoteca legal recae sobre bienes concretos y determinados, no sobre todos los que forman el patrimonio de la persona obligada a constituirla. “Las personas a cuyo favor reconoce la Ley hipoteca legal podrán exigir dicha hipoteca sobre cualesquiera bienes inmuebles o derechos reales de que pueda disponer el obligado a prestarla” (art. 160 LH). La hipoteca legal posee un carácter expreso por lo que sólo hay derecho a exigir su constitución cuando se está ante el supuesto de hecho que la ley previene al efecto: “sólo serán hipotecas legales las admitidas expresamente con tal carácter” (art. 158 LH). Todas las hipotecas legales, una vez constituidas, surten los mismos efectos que las voluntarias. Son hipotecas expresas las que han de ser inscritas en el Registro; las hipotecas tácitas son las que no exigen para su validez eficacia ni la constitución voluntaria ni por mandato judicial ni la publicidad registral. En la actualidad se reconocen hipotecas tácitas aunque sobre bienes individualizados a favor del Estado, provincia o municipios para asegurar el cobro de la anualidad corriente y de la última vencida y no satisfecha de las contribuciones e impuesto que directa e individualmente no recaigan sobre el inmueble, a favor de aseguradores, por el importe de las primas de los dos últimos años o de los dos últimos dividendos pasivos, si el seguro fuese mutuo, y a favor de la comunidad de propietarios, por el importe de los gastos comunes del último año sobre el piso o local. Son hipotecas ordinarias o de tráfico aquellas en las que la obligación asegurada tiene existencia cierta y es conocida en su cuantía. La hipoteca de seguridad, en cambio, garantiza una obligación incierta en su existencia o indeterminada en su cuantía y carece de una regulación legal en la Ley Hipotecaria que sólo se ocupa de ciertos subtipos que pueden situarse dentro de este grupo como la hipoteca en garantía de obligaciones futuras o condicionales, la hipoteca en garantía de títulos a la orden o al portador; la hipoteca que sirve de caución o fianza del buen desempeño de determinadas obligaciones, como la gestión del tutor respecto del patrimonio del tutelado, y la hipoteca de máximo, cuya modalidad más importante es la hipoteca que garantiza el saldo final de una cuenta de créditos.
3. Sujetos de la hipoteca: acreedor hipotecario, deudor hipotecario, hipotecante
no deudor o fiador real y el tercer poseedor.
64
La hipoteca comporta un titular y un deudor. El titular tiene facultades dispositivas, pudiendo ejercer la ejecución para cobrar la deuda. Los sujetos de la hipoteca son normalmente el deudor y el acreedor de la obligación garantizada pero puede ocurrir que constituya hipoteca sobre sus bienes un tercero distinto del deudor en garantía a una deuda ajena, por lo que la relación obligatoria tendría unos sujetos y la relación hipotecaria otros (art. 1857). El acreedor hipotecario es el acreedor de la deuda que la hipoteca garantiza. Para ser acreedor hipotecario basta poseer la capacidad legal general para obligarse. El deudor hipotecario es un prestatario en un contrato de hipoteca, es decir, la persona que somete algún bien inmueble o derecho real a hipoteca como garantía del pago de una deuda, conservando la propiedad del bien. Para constituir una hipoteca como gravamen que implica una eventual enajenación de los bienes afectados para caso de impago del crédito, es necesario que el deudor hipotecario sea dueño de los mismos y tenga su libre disposición o, en caso de no tenerla, hallarse legalmente autorizado al efecto (arts. 139 LH y 1713 CC). El deudor hipotecario puede no ser el deudor del crédito garantizado por la hipoteca puesto que puede ser deudor por crédito ajeno o hipotecante no deudor. Además, transmitido el bien gravado, el adquiriente o tercer poseedor sería el deudor hipotecario. Cuando hay un desdoblamiento entre el deudor personal y el deudor hipotecario, en caso pues de cambio de titular, será el segundo, el tercer poseedor, quien sufra la ejecución y será también quien reciba el exceso de la subasta puesto que la hipoteca es oponible a todos los titulares posteriores. El usufructuario posterior también recibirá dicho excedente. El banco no debe autorizar el cambio de titular.
4. Constitución de la hipoteca.
Las hipotecas voluntarias pueden constituirse por convenio entre las partes o por disposición unilateral del dueño en los bienes sobre los que se establezca. La inscripción registral tiene en todo caso naturaleza constitutiva puesto que, sin ella, no nace la hipoteca (art. 1875 CC). La promesa de constituir hipoteca sólo produce acción personal entre los contratantes, sin perjuicio de la responsabilidad criminal en que se pueda incurrir si se defrauda a otro, ofreciéndole en hipoteca como libres las cosas que sabe que están gravadas o fingiéndose dueño de las que no le pertenecen (art. 1862). La reforma de 1944-‐1946 de la legislación hipotecaria dio carta de naturaleza a la constitución unilateral de la hipoteca en nuestro sistema. Son hipotecas voluntarias pues las impuestas “por disposición del dueño de los bienes sobre los que se establezcan” (art. 138 LH). “En las hipotecas voluntarias constituidas por acto unilateral del dueño de la finca hipotecada, la aceptación de la persona a cuyo favor se establecieron se hará constar en el Registro, por nota marginal, cuyos efectos se retrotraerán a la fecha de constitución de la misma” (art. 141). Deben transcurrir dos meses desde el requerimiento que a dicho efecto se haga al favorecido y, si no constase la aceptación en dicho plazo, “podrá cancelarse la hipoteca, a petición del dueño de la finca, sin necesidad del consentimiento de la persona a cuyo favor se constituyó”. Las hipotecas constituidas unilateralmente gozarán del correspondiente
65
rango hipotecario a efectos del juego del principio de prioridad. Actúa además el principio de legitimación en el sentido de presumir su existencia como gravamen así como en cuanto a la vocación de su titularidad.
5. Objeto de la hipoteca.
El objeto de la hipoteca tiene que ser un bien inmueble, que además sea enajenable: “podrán ser hipotecados los bienes inmuebles susceptibles de inscripción y los derechos reales enajenables, con arreglo a las leyes, impuestos sobre los mismos bienes” (art. 106 LH). No podrán hipotecarse (art. 108 LH): las servidumbres, a menos que se hipotequen juntamente con el predio dominante, exceptuándose en todo caso la de aguas, que podrá ser hipotecada; los usufructos legales, con excepción del concedido al cónyuge viudo; el uso y la habitación, por ser derechos personalísimos e intransmisibles. No es infrecuente el caso en que, en garantía de un solo crédito, se hipotequen varias fincas a la vez. El principio de especialidad registral exige para ello la distribución del gravamen, es decir, la fijación de la parte de responsabilidad que deba soportar cada uno de los bienes hipotecados, excluyendo de esta manera lo que podría llamarse una hipoteca objetivamente solidaria. “Cuando se hipotequen varias fincas a la vez por un solo crédito, se determinará la cantidad o parte de gravamen de que cada una deba responder” (art. 119). Existen las hipotecas por deuda futura, como reserva de rango por los dos requisitos que son la escritura pública y la inscripción en el Registro de la Propiedad.
6. La obligación asegurada con hipoteca.
Se entiende que la hipoteca es accesoria del crédito y que esta accesoriedad deriva de su naturaleza misma como garantía, pues toda garantía existe para seguridad de la satisfacción de un crédito. El derecho de hipoteca depende pues de la existencia de la obligación y la extinción de la obligación lleva aparejada la de la hipoteca. La hipoteca no puede desenvolverse de forma automática e independiente así como tampoco es posible una cesión o transmisión del derecho real sin el crédito. Aunque el crédito se haya extinguido en la realidad civil, no por ello la hipoteca se extingue automáticamente y se cancela su inscripción por lo que el principio general es el de que se necesita un asiento específico de cancelación, producto de la voluntad unilateral del acreedor o de la imposición de la autoridad judicial.
7. Extensión de la hipoteca.
Dentro de la hipoteca debe quedar comprendido todo lo que es el inmueble o forma parte de él, quedando excluido aquello que no lo es en puridad. “La hipoteca se extiende a las accesiones naturales, a las mejoras y al importe de las indemnizaciones concedidas o debidas al propietario por razón de los bienes hipotecados” (art. 109 LH). “Se entenderán hipotecados juntamente con la finca, aunque no se mencionen en el contrato, siempre que correspondan al propietario” una serie de elementos (art. 110):
• Las accesiones naturales: Deben comprenderse como tal la agregación de terrenos por obra de la naturaleza;
66
• Las mejoras: La hipoteca se extiende a las mejoras útiles y a las de recreo u ornato. No están afectadas por la hipoteca las mejoras “que consistan en la agregación de terrenos, excepto por accesión natural, o en nueva construcción de edificios donde antes no lo hubiere” (art. 110);
• Las indemnizaciones debidas al propietario: La hipoteca se extiende a las indemnizaciones debidas al propietario de los inmuebles hipotecados, por razón de éstos, siempre que el siniestro o hecho que lo motivan haya tenido lugar después de la constitución de la hipoteca (art. 110);
• Los excesos de cabida: Cuando la ficha hipotecada tiene consignada en el Registro una cabida menor que la real, el exceso de cabida puede inscribirse en el Registro. La hipoteca se extiende naturalmente a dicho exceso registrado con posterioridad a la inscripción de aquella (art. 215 RH).
“Salvo pacto expreso o disposición legal en contrario, la hipoteca, cualquiera que sea la naturaleza y forma de la obligación que garantice, no comprenderá los objetos muebles que se hallen colocados permanentemente en la finca hipotecada, bien para su adorno, comodidad o explotación, bien para el servicio de alguna industria, a no ser que no puedan separarse sin quebranto de la materia o deterioro del objeto, los frutos, cualquiera que sea la situación la situación en que se encuentren y las rentas vencidas y no satisfechas al tiempo de exigirse la obligación garantizada” (art. 111 LH). Frente a la extensión natural anterior, este precepto dicta una regla de carácter dispositivo, que funciona salvo pacto expreso o disposición legal en contrario. Se trata de una regla de no extensión o no inclusión pero que admite la posibilidad de que por pacto se produzca dicha extensión. Cuando la finca pasa a manos de un tercero que trae causa del constituyente de la hipoteca, como un comprador, y no asuma la obligación garantizada, las reglas sobre la extensión de la hipoteca experimentan las siguientes modificaciones en su favor: la extensión natural de la hipoteca por mejoras se limita a las que consistan en obras de reparación, seguridad o transformación, siempre que se hayan costeado por el nuevo dueño (art. 112 LH); la extensión pactada de la hipoteca no alcanza a los muebles permanentemente colocados en los edificios costeados por el nuevo dueño, ni a los frutos pendientes y rentas vencidas que sean de la pertenencia del mismo (art. 112 LH).
8. Contenido y protección de la hipoteca.
El acreedor hipotecario ostenta un derecho subjetivo de naturaleza real y, como tal, se encuentra formado por un conjunto de facultades atribuidas por el ordenamiento jurídico al titular para la realización de su interés. Para tratar de prevenir el deterioro doloso del bien por la falta de desplazamiento posesorio, el acreedor hipotecario puede, cuando la finca hipotecada hipotecada se deteriore, disminuyendo de valor, por dolo, culpa o voluntad del dueño, solicitar al juez que mande al deudor a hacer o no hacer lo que proceda para evitar o remediar el daño. El tiempo es un riesgo que conlleva la diferencia entre las tasaciones del bien inmueble hipotecado. La ejecución de la hipoteca consiste en forzar la venta transformando el producto líquido para saldar la deuda. El bien hipotecado será tasado y dicho valor se hará constar en el contrato. Para constituir una hipoteca, la tasación de la finca es obligatoria. El banco tiene la
67
obligación de aceptar la tasación de cualquier sociedad de la lista de tasadores oficiales del Registro Público. Una vez ejecutada la hipotecada, esta tasación sólo servirá sin embargo para establecer un mínimo en la subasta pública. En la primera convocatoria, el mínimo de la subasta será un 75% de dicha tasación y será un 60% en la segunda. Si en esta subasta se recibe menos de la deuda, el dinero va a parar a la deuda, persistiendo la diferencia puesto que esto no afecta a la responsabilidad universal y patrimonial del deudor, que sigue teniéndolo sin hipoteca de por medio (art. 105 LH). El banco iniciará pues un nuevo procedimiento ejecutivo normal por el préstamo contenido en el mismo contrato de hipoteca. El que adquiere por la ejecución de la hipoteca, adquiere una titularidad limpia, desapareciendo por tanto todo aquello posterior a la hipoteca.
68
TEMA 11: EL REGISTRO DE LA PROPIEDAD.
1. Concepto y finalidad.
No se puede comprender el Registro de la Propiedad sino es con referencia a las ideas de publicidad de los derechos reales y a la seguridad del tráfico. La publicidad se refiere al conjunto de mecanismos dirigidos a dar conocimiento general de los hechos jurídicos que suponen un cambio en el dominio de los bienes en general y de los bienes inmuebles en particular. La historia ha demostrado la posibilidad de distintos modelos a tal fin, desde la publicidad “en la cosa” por medio de señales externas en el mismo, hasta la publicidad fuera de ella. Pero a pesar de la mayor o menor elaboración o refinamiento de los medios de publicidad, en el fondo radica la idea, lógica, de que se hagan “públicos” aquellos hechos que deben serlo por la naturaleza de sus consecuencias: si el dominio es un derecho erga omnes, oponible frente a todos, atributivo de facultades exclusivas y excluyentes, todos los hechos tocantes a dicho dominio deben ser cognoscibles, también por todos, hacia todos, erga omnes. Sólo así se puede operar en una sociedad con cierta seguridad en el tráfico. La publicidad posesoria, por ejemplo, por el nuevo propietario o titular de un derecho real limitado es a todas luces insuficiente a estos fines; incluso a veces la publicidad posesoria es imposible por la propia naturaleza del derecho real (p. ej., en la hipoteca). La posesión, en sí y por sí, es una situación considerada por el Ordenamiento como algo protegible, pero de cara al tráfico es neutra e “incolora”: externamente, tan poseedor es el propietario como el arrendatario o el usufructuario. Sólo la conexión de la situación posesoria con su causa permite una visión completa de la situación de ese concreto poseedor con el bien. Pero esto, aunque necesario, para la seguridad del tráfico, es insuficiente, por dos razones: ni permite conocer la existencia de otros derechos compatibles (por ejemplo, distintas servidumbres que no se superponen), ni tampoco la existencia de carga o gravámenes del dominio que no implican traspaso posesorio, como ocurre con la hipoteca. La publicidad de los derechos tampoco puede confundirse con la publicidad de los actos o negocios que son causa de ellos. Un sistema puramente notarial tampoco es suficiente a estos fines. Aun cuando una escritura dé fe del acto o negocio que contiene, la fe pública se proyecta sobre el acto o negocio que contiene, y en el momento de la escrituración. En otras palabras: fuera de ese momento, no puede dar fe ni de que después se otorgase una escritura con efectos incompatibles, ni, y aquí viene lo importante, de la continuidad en el momento presente del derecho o situación jurídico real que derivó del negocio escriturado. Si A compra a B en escritura pública, ello no da fe, ni de que B no dispusiera después del bien, ni de que B sea actualmente propietario. La publicidad sólo es útil en el tráfico cuando garantiza en el momento presente la situación jurídico real del bien. El conocimiento de los actos o negocios suficientes para explicar una mutación jurídico real es, como mucho, instrumental a estos efectos, pero no suficiente: para saber que B es propietario, no basta con saber que compró: es precio también saber que después no se ha producido ningún acto o negocio contradictorio con ese dominio.
69
El instrumento de publicidad oficial del estado jurídico-‐real de los bienes inmuebles es el Registro de la Propiedad, en que se inscriben los actos, hechos y negocios con transcendencia jurídico-‐real, referentes a bienes inmuebles, y en los que, sobre esa base, se publica la situación dominical del bien inmueble. Inscrito un hecho con transcendencia real, si después no se ha hecho ningún hecho contradictorio con aquel puede afirmarse la vigencia actual de la consecuencia jurídico-‐real derivada de aquel hecho inscrito. Es esta vigencia actual el objeto de la publicidad, por lo que es común decir que en el Registro de la Propiedad se inscriben hechos, actos o negocios pero se publican derechos (LACRUZ). La publicidad de los derechos tiene, pues, dos perspectivas: una positiva, y otra negativa: la continuidad de una situación jurídico real depende, positivamente, de que se haya originado conforme a derecho, y negativamente, de la ausencia de una situación posterior que la contradiga. Así ocurre también con la publicidad en relación a los derechos reales. En un sistema de transmisión del dominio y de constitución de derechos reales limitados en el que, salvo excepciones muy concretas, la inscripción registral no forma parte de dicho proceso, sino que basta con el requisito del título y el modo. La seguridad del tráfico exige que la publicidad procedente del Registro se proteja aun cuando lo publicado, generador de la confianza, no coincida con la situación jurídica verdadera que ha podido generarse al margen del Registro, haciendo prevalecer la publicidad registral sobre esta última: la persona que aparece en el RP con facultades para suficientes para transmitir, será protegido en su adquisición aun cuando ese titular registral no fuese el verdadero titular. El Registro de la Propiedad es por esto un registro jurídico y no un mero registro administrativo, con las consecuencias que ello conlleva desde el punto de vista competencial en cuanto a su regulación, puesto que es competencia exclusiva del Estado (art. 149.1.8º) y se establece una reserva de ley ordinaria para su regulación en todo lo que afecta sustantivamente al Derecho de propiedad (arts. 33 y 53.1 CE).
2. Sistemas registrales: idea general del sistema francés y el sistema alemán. 3. La organización del registro. La publicidad formal.
Como oficina, el Registro de la Propiedad es una oficina pública al frente de la cual hay un Registrador de la Propiedad, que es un funcionario público dependiente de la Dirección General de los Registros y del Notariado, incardinada ésta a su vez en el Ministerio de Justicia. A efectos competenciales, el territorio español se divide en distritos hipotecarios, en cada uno de los cuales hay un Registro, en el que se inscribirán o anotarán todos los actos o negocios inscribibles referidos a las fincas comprendidas en el distrito al que el Registro esté adscrito. Como vehículo de publicidad oficial de la situación jurídico-‐real de las fincas, la base documental o libraría del Registro se articula en torno a tres libros:
• Libro de Entrada: Es un libro meramente auxiliar y esencialmente cronológico en el que se hace referencia escueta de los documentos que se presentan en el Registro para inscripción y anotación haciendo constar día, fecha y hora de esa presentación;
• Libro diario: Es también un libro cronológico pero en que los asientos sí tienen efecto sustantivo;
70
• Libro de inscripciones: En este Libro se anotan o inscriben, con eficacia retroactiva a la fecha del asiento de presentación, los actos, hechos o negocios inscribibles que pasan el control de legalidad que el Registrador debe hacer de todos los documentos que se presentan a inscripción. Los efectos de oponibilidad y la fe pública registral sólo son predicables, propiamente, de la publicidad que deriva del Libro de Inscripciones.
La accesibilidad al contenido de la publicidad es consustancial a la idea de la publicidad misma puesto que sin accesibilidad no hay tal publicidad. Aunque el Registro de la Propiedad es público, el acceso a su información no es por ello libre sino que es accesible a todo aquel que tenga un interés legítimo en conocer el estado de una finca, presumiéndose únicamente este interés a las autoridades, empleados o funcionarios públicos que actúen por razón de su cargo (art. 221 LH). El Registrador puede por tanto en determinados casos denegar el acceso a la información registral y, si el solicitante a quien se deniega la información no está conforme puede recurrir ante la Dirección General de los Registros y del Notariado. La publicidad del Registro de la Propiedad a los interesados se lleva a cabo a través de certificación registral o a través de simple nota informativa, que pueden obtenerse por medios electrónicos, aunque sólo la certificación registral hace fe pública del contenido del Registro mientras que la nota es meramente informativa. La nota, a diferencia de las certificaciones, se pueden pedir en cualquier Registro, aunque se refieran a fincas que no pertenezcan a su demarcación registral. El art. 362 RH enumera los Libros y cuadernos que se llevan en el Registro, y que al margen de los tres anteriores, son meramente auxiliares, entre los que destaca el Libro de incapacitados, un libro en el que se toma razón de las declaraciones judiciales de incapacidad; y desde entonces y mientras no se cancele dicha inscripción, es elemento a tener en cuenta por el Registrador en su función calificadora. Regulado en los artículos 386 y ss. RH, no sustituye a, ni prevalece en ningún caso sobre, la información del Registro Civil.
4. La finca como base del Registro.
El elemento de referencia de la publicidad del sistema registral español es la finca registral, lo cual se traduce, a efectos organizativos, en el que Libro de Inscripciones se compone de folios y a cada finca le corresponde un folio, de tal forma que la consulta del folio permita conocer el “estado civil” de la finca, es decir, su histórico jurídico-‐real hasta el presente. El Registro no publica fincas sino su estado, es decir, el Registro no hace fe pública ni de la existencia de estas fincas ni de su ordenación porque, aunque sea la base de la publicidad, no es el objeto de la misma. Finca registral es toda realidad que abre un folio registral, en el que ordenada y consecutivamente se inscriben o anotan los hechos jurídicos referentes a dicha finca que se presenten a inscripción, a diferencia de la finca material que es el especio de terreno encerrado en un polígono. Esta noción de finca registral es por lo tanto más amplia que la de bien inmueble (art. 334) por un lado y menos amplia por otro. En líneas generales, el art. 8 LH enumera una serie de supuestos que tienen en común el estar compuesto por varios bienes que, por separado, pueden calificarse como bienes inmuebles (art. 334). La posibilidad de considerar esta “pluralidad” de fincas como una sola, supone considerarlas como objeto de tráfico unitario. Hay por último supuestos de bienes inmuebles que no pueden ser ninguna finca registral, como ocurre con los
71
derechos reales limitados sobre inmuebles a pesar de que éstos se considerarán en sí mismo bienes inmuebles (art. 334). El acto en virtud del cual se abre folio registral a cualquiera de las realidades a las que la legislación hipotecaria le reconoce tal virtualidad, se denomina inmatriculación, que supone, por tanto, el ingreso por primera vez al Registro de aquello que puede ser finca registral. La inmatriculación de una finca es, pues, el antecedente lógico de la publicidad de su situación dominical, y tiene como punto de arranque la publicidad de un dominio. La inscripción primera de cada finca en el Registro de la Propiedad será de dominio (art. 7 LH), puesto que el dominio es el único derecho real absoluto y cualquier otro derecho real sólo constituye un haz de facultades autónomo menor que el del dominio, por lo que sólo pueden existir procedentes de una propiedad plena. Comenzando por tanto el historial jurídico de una finca sobre el punto de partida de un dominio pleno, es posible presentar una publicidad teóricamente plena y sólo así, además, es posible la inscripción de cualquier transmisión posterior o la constitución de cualquier derecho real limitado. La inmatriculación y la primera inscripción son por tanto dos ideas diferentes puesto que se inmatriculan fincas y se inscriben títulos y sólo en relación a los derechos que derivan de los títulos inscritos en el Registro de la Propiedad da publicidad con efectos jurídicos.
5. Actos y derechos registrables. Títulos inscribibles.
Son registrables todos los actos o negocios de los que se deriven, bien una mutación jurídico-‐real del dominio sobre una finca registral, bien la modificación de la finca registral en sí como objeto del dominio y derechos reales publicados. Cabe excepcionalmente la inscripción de derechos personales, como el arrendamiento o el derecho de opción. “El Registro de la Propiedad tiene por objeto la inscripción o anotación de los actos y contratos relativos al dominio y demás derechos reales sobre bienes inmuebles” (art. 1.1º LH). El art. 2 LH desarrolla la anterior afirmación; y el art. 7 RH se refiere abiertamente a la inscribilidad de los títulos origen de cualquier derecho real, aun atípico, que modifique desde luego o para el futuro “algunas de las facultades del dominio sobre bienes inmuebles o inherentes a derechos reales”. Pueden inscribirse títulos de los que se deriven derechos reales o transmisiones del dominio sometidos a condición suspensiva o resolutoria, pero no los títulos a los que las partes han negado expresamente efectos traditivos si no se acredita fehacientemente la entrega constitutiva de la propiedad o del derecho real. Es inscribible el derecho de opción de compra (art. 14 RH) pero no la obligación de transmitir como tal o la obligación de celebrar un contrato con causa transmisiva (art. 9 RH). Son inscribibles los actos o negocios mortis causa, en cuanto de ellos se deriven efectos jurídico-‐reales sobre las fincas inmatriculadas. La inscripción se practicará en el folio registral de la finca a la que afecte el acto, igual que para los actos o negocios de derechos de familia como los convenios reguladores, las capitulaciones matrimoniales, las atribuciones de uso de la vivienda familiar a uno de los cónyuges, etc. Por otro lado, se inscribirán también las modificaciones de las fincas registrales como tales, puesto que suponen una modificación de los bienes en su base objetiva de los derechos publicables, como las operaciones de agregación, agrupación, segregación y división de las fincas, las
72
declaraciones de obra nueva y las correcciones en las cabidas y los linderos de las fincas. Sólo son títulos inscribibles aquellos que reúnen unos requisitos formales y que además justifiquen un derecho o acto registrable en los términos vistos. Por regla general, sólo los documentos públicos son inscribibles, ya sean documentos notariales, administrativos o judiciales; será sólo excepcionalmente y cuando se prevea de manera expresa que los documentos privados podrán provocar asientos registrales – fuera de estos supuestos previstos, la presentación de documentos privados recibe virtualidad registral y no suponen ni siquiera el inicio del procedimiento registral, no produciendo siquiera asiento de presentación. El pago del impuesto que grava la operación cuya inscripción se pretende no es condición para iniciar el procedimiento registral pero su impago lo suspende hasta que se acredite su pago -‐ si dentro de los sesenta días siguientes a la presentación del título no se acredita el pago del impuesto, el asiento de presentación caduca y por tanto se pierde la prioridad ganada con él.
6. El asiento registral: concepto y clases.
Existen tres tipos de asiento: el asiento de inscripción, la anotación preventiva y la nota marginal. Todos ellos predican efectos jurídicos de publicidad y quedan bajo la salvaguarda de los Tribunales (art. 1.3º LH). La diferencia entre ellos radica en el objeto de la publicidad de cada tipo de asiento. Las anotaciones preventivas publican situaciones transitorias o inciertas en trance de ser ciertas o actuales, y, además, meritorias de publicidad en el Registro porque cumplan los requisitos especialmente exigidos por la normativa registral. Una anotación preventiva previene pues a cualquier interesado de que la situación publicada está en trance de cambio por un posible nuevo asiento, que no se ha producido aún y puede que no se produzca nunca, pero que deriva de un estado de las cosas que merece especial atención preventiva, ya sea por la existencia de un procedimiento judicial, declarativo o ejecutivo, referentes a derechos sobre la finca registral –la LH regula las “anotaciones preventivas de demanda” y las “anotaciones preventivas de embargo” o por la presentación a inscripción de un título que tiene a juicio del Registrador defectos que impiden practicar el asiento solicitado, en cuyo caso el interesado presentante del título tiene la posibilidad de pedir que se practique anotación preventiva por defecto subsanable en el folio registral de la finca a que se refiere el título, para poder subsanar el defecto advertido por el Registrador en los términos en que éste los pone de manifiesto, en el plazo de sesenta días. Obtenida sentencia estimatoria de la pretensión anotada o subsanado el defecto, los efectos de ello se retrotraen al asiento de anotación por el cual se prevenía de ellas a un tercero, por la virtualidad de dichas anotaciones. El objeto de las inscripciones son los derechos actuales al tiempo de la inscripción, aunque estén sometidos a condición suspensiva, siempre que el derecho exista como tal sin que exista incertidumbre. Las notas marginales son asientos accesorios, complementarios o auxiliares, como el acaecimiento de hecho a que el derecho ya publicado estaba sujeto a condición suspensiva.
7. El procedimiento registral.
73
a. El principio de rogación. El asiento de presentación.
El principio de rogación sirve para explicar el carácter dispositivo del procedimiento que concluirá con la práctica del asiento pretendido. La inscripción podrá pedirse en líneas generales por el transmitente, por el adquiriente, por el que tenga interés en asegurar el derecho de que se trate sin ser transmitente o adquiriente como un usufructuario que inscribe el título de adquisición de su transmitente cuando no estuviese inscrito, o finalmente por cualquiera que actúe por cuenta de cualquiera de ellos. Tal y como desarrolla el RH, el presentante del título en el Registro está legitimado para iniciar el procedimiento registral por el solo hecho de la presentación: se considera que quien presente los documentos correspondientes en el Registro con objeto de solicitar la inscripción se considera que actúe por cuenta de cualquiera de los sujetos mencionados en los apartados a), b) y c) del art. 6 LH. El inicio del procedimiento registral exige la presentación de la titulación correspondiente y se extenderá asiento de presentación en el Libro Diario, salvo en las excepciones comprendidas en el artículo 420 RH. El asiento de presentación es muy importante por la retroactividad antes mencionada. La vigencia normal del asiento de presentación es de sesenta días, pasados los cuales caduca ipso iure de no practicarse el asiento solicitado en el libro de inscripciones
b. El principio de tracto sucesivo.
La primera inscripción es siempre de dominio, que es el derecho real más amplio reconocible sobre un bien. Este dominio puede transmitirse por completo o puede gravarse, como por ejemplo constituyendo una hipoteca, o puede ser soporte de derechos reales limitados, como por ejemplo constituyendo servidumbres. No pueden existir respecto de un bien más derechos reales que aquellos que la cosa en su materialidad puede soportar; la facultad dispositiva del titular viene por tanto limitada por la compatibilidad de la multiplicidad de derechos que la cosa, como objeto de los mismos, pueda soportar en concreto. Si un titular constituyó un derecho real limitado sobre un bien, podrá constituir nuevos y sucesivos derechos reales siempre que estos sean compatibles entre sí, es decir, que no entren en colisión: si los derechos reales limitados son compresiones del dominio, pueden constituirse tanto como comprimible siga siendo ese dominio. Esta es la idea que condensa el principio de tracto sucesivo: “para inscribir o anotar títulos por los que se declaren, transmitan, graven, modifiquen o extingan el dominio y demás derechos reales sobre inmuebles, deberá constar previamente inscrito o anotado el derecho de la persona que otorgue o en cuyo nombre sean otorgados los actos referidos” (art. 20-‐1º LH), de modo que si ello no es así, “…los Registradores denegarán la inscripción solicitada” (art. 20-‐2º LH). Con excepción de la primera inscripción, toda inscripción o anotación debe ser pues explicable en las anteriores y a su vez dar explicación a las posteriores. Hay ocasiones en que, en relación con fincas inmatriculadas, se suceden actos o negocios inscribibles que, sin embargo, no tienen acceso al Registro porque no se presentan a inscripción los títulos correspondientes, en cuyo caso se
74
produce una discordancia entre el estado jurídico real verdadera de la finca, y el estado jurídico real que publica el Registro. Hacer coincidir la situación registral con la material o verdadera en el plano civil, pasaría en teoría por inscribir ordenadamente todos los títulos intermedios que no se presentaron a inscripción. Habrá sin embargo ocasiones en que un adquiriente desee inscribir su título y se encuentre con que el Registro no publica una situación que permita directamente su título, al faltar la inscripción de un segmento de la cadena de transmisiones que no ha accedido al Registro. La Legislación hipotecaria protege a aquel que, queriendo inscribir, no puede por falta de tracto sucesivo, habilitando mecanismos para reanudar el tracto interrumpido, aun sin la cooperación de los adquirentes intermedios. Transmitente y adquiriente pueden acordar quién de ellos procede a la inmatriculación soportando sus costes, tanto si se trata de transmisiones de toda la propiedad como si el adquiriente lo fuese sólo de un derecho real. Si no hubiese acuerdo, el adquirente del dominio podrá inmatricular por su cuenta, de acuerdo con las reglas de la inmatriculación (art. 199 LH). Si no hubiese acuerdo, pero el adquirente que quiere inscribir no fuese titular del dominio sino sólo adquirente de un derecho real limitado, puesto que él no puede inmatricular por su cuenta porque la inmatriculación exige como primera inscripción el dominio, y él sólo tiene un derecho real limitado, podrá obtener la inmatriculación a través del procedimiento previsto en el artículo 312 RH. Si la finca estuviese inmatriculada y el otorgante del título que se presenta a inscripción no es el que aparece en el Registro con facultades para disponer de él, el Registrador denegará la inscripción solicitada. El Registrador suspenderá excepcionalmente la inscripción si el transmitente del derecho cuyo título se presenta a inscripción adquirió a su vez del titular registral, en cuyo caso se extenderá anotación preventiva por defecto subsanable, consistiendo dicha subsanación en inscribir el título del transmitente intermedio, bien voluntariamente, bien por el procedimiento del artículo 312 RH, que se aplica por analogía.
c. El principio de prioridad registral.
Todos aquellos títulos que se presenten, y cuya inscripción no violenta el tracto sucesivo en los términos vistos, se inscribirán, por el mero hecho de que en sí el título presentado el título presentado y el asiento que provocará son formalmente correctos, puesto que pone de manifiesto una sucesión coherente de transmisiones a la vista de los datos obrantes en el Registro, con independencia de que civil o materialmente sean verdaderas, como por ejemplo porque existan títulos intermedios que no se presentaron a inscripción. Es a esto a lo que se refiere el aspecto sustantivo del principio de prioridad: “inscrito o anotado preventivamente en el Registro cualquier título traslativo o declarativo del dominio (…) o de (…) derechos reales (…) no podrán inscribirse o anotarse ningún otro de igual anterior fecha que se le oponga o sea incompatible, por el cual se transmita o grave la propiedad del mismo inmueble o derecho real” (art. 17 LH). Si, inscrito o anotado un título, después de presenta otro de fecha anterior, demostrativo de que el título ya inscrito supuso disposición de cosa o derecho ajeno y por tanto de que se inscribió un título que, en el puro orden civil, no pudo tener efectos traslativos, ello es en el
75
orden registral, irrelevante, y a su través, por los efectos de la fe pública registral, sustantivamente irrelevantes. Es así como se produce el cierre registral a todos los títulos de fecha anterior al inscrito pero que se presentan después, sin perjuicio de la validez de los mismos en el orden civil y fundamentadoras por ello de las acciones de responsabilidad correspondientes. El aspecto económico del principio de prioridad viene condensado por la idea de rango registral, presuponiendo por tanto la idea de rango la compatibilidad sustantiva de los derechos o situaciones y no hay por tanto cierre registral, como por ejemplo para dos hipotecas sucesivas o dos anotaciones de embargo sucesivas. No hay un problema o conflicto de incompatibilidad sino sólo de ordenación jerárquica basada exclusivamente en el factor tiempo, es decir, en el orden de presentación en el Registro. El rango del derecho publicado es un aspecto económico del mismo y, como tal, la doctrina entiende que puede ser objeto de tráfico, pudiendo negociarse la permuta del rango, o su posposición, sin que cambie por ello la titularidad del derecho en sí. Aunque la legislación hipotecaria sólo reconocer de manera expresa esta posibilidad en sede de hipoteca, no hay problemas para ampliar su juego a otros derechos reales distintos, con las debidas adaptaciones.
d. El principio de legalidad. La calificación registral.
El Registrador de la Propiedad no procede a practicar los asientos que se le solicitan, simplemente por el hecho de solicitárselo, ni siquiera cuando se trata de actos administrativos o incluso resoluciones judiciales. El Registrador tiene el deber en todo caso el deber de comprobar si el documento que se le presenta merece ser inscrito, no sólo desde un punto de vista registral sino a la luz del entero ordenamiento jurídico: el Registrador debe impedir que accedan al Registro títulos que adolezcan de alguna falta, bien desde el punto de vista registral, por ejemplo, por falta de tracto sucesivo, bien desde cualquier otro punto de vista, por ejemplo, fiscal o urbanístico. Este juicio crítico de legalidad es la calificación registral (arts. 18 a 19bis LH y 98 a 100 RH). Este juicio está condicionado por el documento presentado puesto que sólo pueden acceder al Registro documentos públicos, y por los medios de que dispone el Registrador. El juicio calificador puede desembocar en tres decisiones que son acceder a la práctica del asiento solicitado, suspender la práctica del asiento solicitado, por entender que hay un defecto subsanable y denegar la práctica del asiento solicitado, por entender que hay un defecto insubsanable. Las consecuencias de calificar una falta de uno y otro modo, se traducen en que sólo si la falta es subsanable, sabe pedir anotación preventiva por defecto subsanable, anotación ésta que tendrá una vigencia de 60 días desde su fecha. Cuando se suspenda o deniegue el asiento solicitado, los interesados podrán recurrir ante la Dirección General de los Registros y del Notariado. Este recurso, que supone la suspensión de los plazos de vigencia del asiento de presentación y, en su caso, de la anotación preventiva por defecto subsanable, se presentará ante el mismo Registrador, que cursará el recurso, junto con sus propias alegaciones, ante la Dirección General. Cabe también que, en lugar de este recurso, los interesados insten la práctica de la calificación por otro Registrador, designado ex ante y de forma general por la DGRN. Además,
77
TEMA 12: LOS EFECTOS DEL REGISTRO.
1. Los efectos de la inscripción en general:
La inscripción es sinónimo de asiento registral en un sentido lato aunque, en un sentido estricto, la inscripción es un asiento propio y específico, distinto de los demás que se practican en el Registro, en el que se constata la existencia de una mutación jurídico-‐real producida, como la constitución, declaración, modificación, transmisión o extinción del dominio o derecho real.
a. Inscripciones declarativas y constitutivas.
La inscripción es, como norma general, meramente voluntaria en nuestro sistema puesto que la constitución, modificación, transmisión o extinción de un derecho real se opera fuera del Registro, en la vida civil. El Registro sólo hace constar o publica aquello que ya ha ocurrido fuera de los libros registrales, de ahí que la inscripción por principio sea únicamente declarativa. No obstante, a fin de que los derechos reales entren en el Registro, la legislación hipotecaria ha impulsado la inscripción, unas veces concediendo ventajas sustantivas y otras utilizando coacciones indirectas para que los actos o contratos relativos a los derechos reales ingresen en el Registro. “Los Juzgados y Tribunales ordinarios y especiales, los Consejos y las Oficinas del Estado no admitirán ningún documento o escritura de que no se haya tomado razón en el Registro por los cuales se constituyan, reconozcan, transmitan, modifiquen o extingan derechos reales sujetos a inscripción, si el objeto de la presentación fuera hacer efectivo, en perjuicio de tercero, un derecho que debió ser inscrito. Si tales derechos hubieran tenido ya acceso al Registro, la inadmisión procederá, cualquiera que sea la persona contra quien se pretenda hacerlos valer ante los Tribunales, Consejos y Oficinas expresados” (art. 313). Las inscripciones constitutivas, por otro lado, no se limitan exclusivamente a publicar una mutación jurídico-‐real ya producida, sino que coopera a ella de modo que sin inscripción no tiene lugar. El carácter constitutivo de la inscripción es excepcional en nuestro Derecho puesto que es operante sólo en la hipoteca y en el derecho de superficie, si bien aquí es requisito constitutivo de su eficacia.
b. Inscripciones obligatorias y voluntarias.
Las inscripciones obligatorias se refieren a un imperativo legal que obliga a practicarlas pero sin ninguna repercusión en la mutación jurídico-‐real que proclaman. Estas inscripciones son abundantes en la extensa y profusa legislación, como en el caso de la impuesta por la legislación sobre régimen local que dicta que las Corporaciones locales y provinciales inscriban los inmuebles y derechos reales que les pertenecen, la de tomar razón de los bienes y derechos pertenecientes al Estado, la de inscribir los montes catalogados, etc. En las mutaciones jurídico-‐reales a favor de extranjeros sobre
78
inmuebles sitos en zonas de acceso restringido a los mismos por razones de interés estratégico, se dispone la obligación de inscribirlas dentro de un determinado plazo, so pena de nulidad de pleno derecho de los actos y los contratos fuente de aquellas mutaciones.
c. Inscripción y tradición.
Para que en nuestro sistema se adquiera la propiedad u otro derecho real que no sean la hipoteca, la servidumbre negativa y la superficie, se exige el cumplimiento de la teoría del título y el modo o traditio. La doctrina más generalizada entiende a este respecto que el Registro publica la adquisición ya realizada fuera del mismo y que, por lo tanto, no sustituye a la traditio. La tradición en su forma instrumental queda embebida en la escritura pública (art. 1462 CC), por lo que el Registro no examina la concurrencia de la tradición en los títulos que llegan puesto que se presume o sobreentiende; además, si el transferente o constituyente del derecho real tiene inscrito su derecho, la presunción de posesión del artículo 38 LH a su favor permite inducir que la tradición se ha efectuado. Si el que transmite no tenía efectivamente la posesión de la cosa a título de dueño porque no lo era, entonces la escritura pública no equivale a la traditio y se originará una inexactitud registral, cuya rectificación por el propietario verdadero no podrá perjudicar al adquiriente del primero si reúne los requisitos del artículo 34 LH.
2. La inoponibilidad de los títulos no inscritos: el tercero latino.
Lo no inscrito no perjudica al tercero que inscribió, es decir, al tercero latino (art. 23). El sustento de este tercero está por tanto en la publicidad, es decir, en la eficacia de la inscripción frente al título que no ha tenido acceso al Registro y es de esta publicidad de donde nace el principio de prioridad. Sólo se adquiere erga omnes la propiedad y demás derechos reales cuando se inscriben.
3. La eficacia no convalidante de la inscripción.
“La inscripción no convalida los actos y contratos que sean nulos con arreglo a las Leyes” (art. 33).
4. La exactitud del Registro. La legitimación registral.
Dado el excepcional carácter constitutivo de la inscripción, la inscripción sirve por tanto para que las situaciones o titularidades jurídicas de transcendencia real publicadas por el Reglamento gocen de una presunción de exactitud que facilite y mejore en todos los sentidos la posición del titular inscrito, legitimándosele además para actuar en el tráfico jurídico: “a todos los efectos legales se presumirá que los derechos reales inscritos en el Registro existen y pertenecen a su titular en la forma determinada por el asiento respectivo” (art. 38). “Los asientos del Registro […] en cuanto se refieran a los derechos inscribibles, están bajo la salvaguarda de los Tribunales y producen todos sus efectos mientras no se declare su inexactitud en los términos establecidos en esta Ley” (art. 1). Se trata por tanto de una presunción iuris
79
tantum, por lo que cabe prueba en contrario, a cargo precisamente del que alegue su inexactitud, aludiendo el precepto a los procedimientos de rectificación del Registro. Esta presunción de exactitud se refiere a la existencia del derecho real inscrito, a la pertenencia del mismo a la persona que figura como titular de ese asiento registral, a la existencia del derecho real en la forma determinada por el gasto y a la razón o causa por lo que el titular del derecho real inscrito lo tiene (art. 38).
5. La fe pública registral: el tercero germánico.
El Registro protege a toda aquella persona que confía en los datos que publica relativos al dominio o derechos reales. Esta persona es el tercero germánico y debe reunir las siguientes condiciones (art. 34 LH):
• Adquisición por un tercero de derecho de persona que en el Registro aparezca con facultades para transmitirlo, es decir, si el Registro publica que A es propietario, si B comprara la finca de A ha adquirido de una persona capaz según el Registro;
• Que adquiera a título oneroso; • La situación de discordancia entre el Registro y la realidad civil; • Que adquiera de buena fe, que consiste en el desconocimiento de la
inexactitud del Registro, es decir, si A figura como propietario de la finca pero B sabe que la finca la vendió a C y éste no inscribió, si B adquiere de A no está protegido en su adquisición porque no tiene buena fe;
• Que el adquiriente inscriba su derecho en el Registro.
Cuando la adquisición la realiza el adquiriente a título gratuito, no gozará el tercero germánico de más protección registral que la que gozaba su causante o transferente (art. 34). Existen casos en que, atendiendo a las particulares circunstancias en que la inscripción se ha producido, el Registro no desenvuelve la plenitud de sus efectos protectores, en cuanto a la fe pública se refiere, hasta el transcurso de un determinado plazo, como en el caso de los asientos de inmatriculación practicados en virtud de los procedimientos de los artículos 205 y 206 LH, en que durante dos años está suspendida la fe pública registral (art. 207) y de la inscripción de derechos reales y dominio de inmuebles adquiridos por título de herencia o legado que no surtirán efecto frente a tercero hasta transcurridos dos años de la muerte del causante (art. 28 LH).
6. Usucapión y registro.
Al ser la usucapión un efecto de la posesión, puede entrar en conflicto con la protección que el Registro otorga a quien en él confía. En primer lugar, la usucapión a favor del titular inscrito o usucapión secundum tabulas se encuentra plenamente admitida por el artículo 35 LH, favoreciéndola. Supone concordar el Registro con la realidad jurídica, preceptuando que, para ella, es justo título la inscripción y que se presume iuris tantum que el usucapiente ha poseído pública, pacíficamente, sin interrupción y de buena fe durante el tiempo de vigencia del asiento y de los de sus antecesores de quienes traiga causa. Aún así, esto nunca contradirá la regla del artículo 33 LH que dicta que la inscripción o acto fundada en un acto nulo no implicará que se tiene título válido para la usucapión.
80
Si estamos frente a un adquiriente protegido por el artículo 34, es decir, el tercero germánico, y un usucapiente que ha consumado ya su adquisición en el momento de adquirir aquel o que la consuma en el año siguiente a la adquisición, la Ley Hipotecaria protege al adquiriente y sacrifica al usucapiente puesto que la usucapión sólo prevalece si el adquiriente conocía o tenía medios racionales y motivos suficientes para conocer antes de perfeccionar su adquisición que la finca o derecho estaba poseída de hecho y a título de dueño por persona distinta de su transmitente y siempre que, ni habiendo ni podido conocer, según las normas anteriores, tal posesión de hecho al tiempo de la adquisición, el adquiriente inscrito la consienta expresa o tácitamente durante todo el año siguiente a la adquisición. Por otro lado, en caso de conflicto entre un titular registral y un poseedor ad usucapionem, éste se resuelve a favor de la usucapión contra tabulas. Frente al titular inscrito que no reúne la condición de tercero germánico, “la prescripción debe actuar con plena eficacia contra el titular registral, según las normas del Derecho Civil” (Exposición de Motivos de la Ley de Reforma Hipotecaria). “Se calificará el título y se contará el tiempo con arreglo a la legislación civil” (art. 36.3). El usucapiente, si ha poseído como libre de toda carga o gravamen, consuma una usucapión libre de toda carga o gravamen también, desapareciendo las que eventualmente existiesen. Respecto a los que han adquirido derechos reales por haberlos constituido el dominus en su favor y a los sucesivos adquirientes de esos titulares originarios, los titulares de derechos reales que no llevan aneja la facultad de inmediato disfrute, como la hipoteca, no se perjudican pues no se extinguirían aquellos ni los que implican tal facultad, siempre que el disfrute de tales derechos no fuese incompatible con la posesión, causa de la prescripción adquisitiva, y siempre que, siéndolo, reúnan los titulares las circunstancias y procedan en las formas y plazos que determina el párrafo b del artículo 36 LH.
81
TEMA 13: PROPIEDADES ESPECIALES.
1. La categoría de las propiedades especiales.
El Código Civil dedica una normativa específica a algunas propiedades que llama especiales, concretamente la de aguas, minerales y propiedad intelectual. Esta normativa es por completo insuficiente, incluso la de las aguas que es la más extensa y por ello se remite a las leyes especiales que las regulaban con anterioridad a su publicación, hoy sustituidas por otras.
2. La propiedad intelectual: régimen jurídico.
El Código Civil incluye la propiedad intelectual entre las propiedades especiales (arts. 428 y 429). La Ley de Propiedad Intelectual es la fuente primaria de regulación de la propiedad intelectual. Debido a la constante intervención de la Administración, poco a poco dicha Ley fue objeto de modificaciones parciales. Subsidiariamente rige el Código Civil (art. 429). Los Convenios Internacionales sobre el derecho de autor, como el de Berna de 9 de septiembre de 1886, objeto de sucesivas adaptaciones, son de suma importancia.
3. Sujeto, objeto y contenido.
El hecho generado de la propiedad intelectual de una obra literaria, artística o científica corresponde al autor por el solo hecho de su creación (art. 1 LPI). Son por tanto objetos de la propiedad intelectual “todas las creaciones originales, literarias, artísticas o científicas expresadas por cualquier medio o soporte, tangible o intangible, actualmente conocido o que se invente en el futuro” (art. 10.1). La creación ha de ser pues expresada y original para que merezca la calificación de objeto de una propiedad intelectual. El título, cuando sea original, quedará también protegido como parte de la obra (art. 10.3). También son objeto de propiedad intelectual, sin perjuicio de los derechos de autor sobre la obra original (art. 11): las traducciones y adaptaciones, las revisiones, actualizaciones y anotaciones, los compendios, resúmenes y extractos, los arreglos musicales y cualesquiera transformaciones de una obra literaria, artística o científica. Son igualmente objeto de propiedad intelectual, en los términos de la presente Ley, las colecciones de obras ajenas, como las antologías, y la de otros elementos o datos que por la selección o disposición de las materias constituyan creaciones intelectuales sin perjuicio, en su caso, de los derechos de los autores de las obras originales (art. 12). No son objeto de propiedad intelectual las disposiciones legales o reglamentarias y sus correspondientes proyectos, las resoluciones de los órganos jurisdiccionales, y los actos, acuerdos, deliberaciones y dictámenes de los Organismos públicos, así como las traducciones oficiales de todos los textos anteriores (art. 13). Se considera autor a la persona natural que crea alguna obra artística, científica o literaria, aunque se podrán beneficiar de la protección que la ley concede al autor las personas jurídicas en los casos expresamente previstos en ella (art. 5). Se presumirá autor, salvo prueba en contrario, a quien aparezca como tal en la obra, mediante su nombre, firma o signo que lo identifique. Cuando la obra se divulgue de forma anónima o bajo pseudónimo o signo, el ejercicio de los derechos de propiedad
82
intelectual corresponderá a la persona natural o jurídica que la saque a la luz con el consentimiento del autor, mientras éste no revele su identidad (art. 6). La divulgación de una obra es toda expresión de la misma que con el consentimiento del autor la haga accesible por primera vez al público en cualquier forma (art. 4). Los derechos sobre una obra que sea resultado unitario de la colaboración de diversos autores corresponden a todos ellos en la proporción que ellos determinen (art. 7) – si no determinan proporción alguna se atenderá a las normas civiles sobre la comunidad de bienes. Se requiere pues el consentimiento de todos los autores para divulgar o modificar la obra y, en defecto de acuerdo, será el juez quien resuelva. Una vez divulgada la obra, ningún coautor podrá rehusar injustificadamente su consentimiento para su explotación en la forma en que se divulgó. Los coautores pueden explotar separadamente sus aportaciones salvo que causen perjuicio a la explotación común. Se considera obra colectiva la creada por la iniciativa y bajo la coordinación de una persona natural o jurídica que la edita y publica bajo su nombre y está constituida por la reunión de aportaciones de diferentes autores cuya contribución personal se funde en una creación única y autónoma para la cual haya sido concebida sin que sea posible atribuir separadamente a cualquiera de ellos un derecho sobre el conjunto de la obra realizada (art. 8). Salvo pacto en contrario, los derechos sobre la obra colectiva corresponderán a la persona que la edite y divulgue bajo su nombre. Se considerará obra compuesta la obra nueva que incorpora una obra preexistente sin la colaboración del autor de esta última, sin perjuicio de los derechos que a éste correspondan y de su necesaria autorización (art. 9). Se considerará obra independiente la que constituya creación autónoma aunque se publique conjuntamente con otras. La propiedad intelectual está integrada por derechos de carácter personal, también llamados morales, y patrimoniales, que atribuyen al autor la plena disposición y el derecho exclusivo a la explotación de la obra, sin más limitaciones que las establecidas en la Ley (art. 2). Los derechos morales están reconocidos en los artículos 14 a 16 de la Ley y corresponden al autor de forma irrenunciable e inalienable:
• Decidir si su obra ha de ser divulgada y en qué forma; • Determinar si tal divulgación ha de hacerse con su nombre, bajo seudónimo o
signo, o anónimamente; • Exigir el reconocimiento de su condición de autor de la obra; • Exigir el respeto a la integridad de la obra e impedir cualquier deformación,
modificación, alteración o atentado contra ella que suponga perjuicio a sus legítimos intereses o menoscabo a su reputación;
• Modificar la obra respetando los derechos adquiridos por terceros y las exigencias de protección de Bienes de Interés Cultural;
• Retirar la obra del comercio, por cambio de sus convicciones intelectuales o morales, previa indemnización de daños y perjuicio a los titulares de derechos de explotación;
• Acceder al ejemplar único o raro de la obra, cuando se halle en poder de otro, a fin de ejercitar el derecho de divulgación o cualquier otro que le corresponda.
83
Los derechos de explotación se recogen en los artículos 17 a 23 de esta Ley. Corresponde al autor el ejercicio exclusivo de los derechos de explotación de su obra en cualquier forma y, en especial, los derechos de reproducción (la fijación de la obra en un medio que permita su comunicación y obtención de copias de toda o parte de ella), distribución (la puesta a disposición del público del original o copias de la obra mediante su venta, alquiler, préstamo o de cualquier otra forma), comunicación pública (todo acto por el cual una pluralidad de personas pueda tener acceso a la obra sin previa distribución de ejemplares a cada una de ellas) y transformación (que comprende su traducción, adaptación o cualquier otra modificación en su forma de la que se derive una obra diferente), que no podrán ser realizadas sin su autorización, salvo en los casos previstos en la presente Ley.
Además de estos derechos morales y patrimoniales, la Ley otorga otros (arts. 24 y 25). En caso de reventa de obras de artes plásticas efectuada en pública subasta, en establecimiento mercantil o con la intervención de un comerciante o agente comercial, el autor tendrá derecho a exigir del vendedor una participación del 3% del precio de la reventa y nacerá el derecho a percibir de aquella cuando dicho precio sea igual o superior a 300 000 pesetas por obra vendida o conjunto que pueda tener carácter unitario del precio de enajenación, aunque no las obras de artes aplicadas. Los subastadores, comerciantes y agentes que intervengan en la reventa deberán comunicarla al autor directamente o por medio de la correspondiente Entidad de gestión en el plazo de dos meses y facilitarle la información necesaria para la liquidación de su derecho. Retendrán también el porcentaje del precio de venta correspondiente y lo pondrán a disposición del autor. El derecho de remuneración por copia privada asiste a los autores, artistas intérpretes o ejecutantes por la reproducción de obras ya divulgadas para uso privado del copista mediante aparatos o instrumentos técnicos tipográficos.
4. Duración y límites.
Con carácter general, se determina que los derechos de explotación de la obra durarán toda la vida del autor y 70 años después de su muerte, 70 años desde su divulgación lícita para los derechos de explotación de una obra anónima o seudónima. En este último caso, si antes fue reconocido el autor, bien porque éste lo revele, bien porque el seudónimo que haya adoptado no ha dejado dudas sobre su personalidad, será de aplicación la regla general expuesta en primer lugar (arts. 26 y 27.1). Los derechos de explotación de obras que no fueron divulgadas ilícitamente durará 70 años desde su creación, cuando el plazo de protección no sea computado a partir de la muerte o la declaración de fallecimiento del autor o autores (art. 27.2). Para las obras en colaboración, colectivas y obras publicadas por partes se dan reglas especiales: el dies a quo de los plazos será el 1 de enero siguiente al año de la muerte del autor o declaración de fallecimiento o de la divulgación lícita de la obra, según proceda (art. 30). Las obras ya divulgadas podrán reproducirse sin autorización del autor en los siguientes casos (art. 31):
• Como consecuencia o para constancia en un procedimiento judicial administrativo;
• Para uso privado del copista y siempre que la copia no sea objeto de utilización colectiva ni lucrativa;
84
• Para uso privado de invidentes, siempre que la reproducción se efectúe mediante el sistema Braille u otro procedimiento específico y que las copias no sean objetos utilización educativa.
Es lícita también la inclusión en una obra propia de fragmentos de otras ajenas de naturaleza escrita, sonora o audiovisual, así como la de obras aisladas de carácter plástico, fotográfico, figurativo o análogo, siempre que se trate de obras ya divulgadas y su inclusión se realice a título de cita para su análisis, comentario o juicio crítico. Tal utilización sólo podrá realizarse con fines docentes o de investigación, en la medida justificada por el fin de esa incorporación indicando la fuente y el nombre del autor de la obra utilizada (art. 32). Los trabajos de artículos sobre temas de actualidad difundidos por medios de comunicación social podrán ser reproducidos, distribuidos y comunicados públicamente por cualesquiera otros medios de la misma clase, citando la fuente y el autor si el trabajo apareció con firma y siempre que no se hubiese hecho constar la reserva de derechos, sin perjuicio del derecho del autor a percibir la remuneración acordada o, en su defecto, la que se estime equitativa. Cuando se trate de colaboraciones literarias será necesaria, en todo caso, la oportuna autorización del autor (art. 33.1). Se podrán reproducir, distribuir y comunicar las conferencias, alocuciones, informes ante los Tribunales y otras obras del mismo carácter que se hayan pronunciado en público con el exclusivo fin de informar sobre la actualidad. Cualquier obra susceptible de ser vista u oída con ocasión de informaciones sobre acontecimientos de actualidad puede ser reproducida, distribuida y comunicada públicamente, si bien sólo en la medida en que lo justifique dicha finalidad informativa (art. 34). Las obras situadas permanentemente en parques, calles, plazas u otras vías públicas pueden ser reproducidas, distribuidas y comunicadas libremente. Los titulares de los derechos de autor no podrán oponerse a las reproducciones de las obras, cuando aquellas se realicen sin finalidad lucrativa por los museos, bibliotecas, fonotecas, filmotecas, hemerotecas o archivos, de titularidad pública o integradas en Instituciones de carácter cultural o científico, y la reproducción se realice exclusivamente para fines de investigación (art. 37). La ejecución de obras musicales en el curso de actos oficiales del Estado, de las Administraciones Públicas y ceremonias religiosas no requerirá autorización de los titulares de los derechos, siempre que el público pueda asistir a ellas gratuitamente y los artistas no perciban remuneración específica por su interpretación o ejecución en dichos actos.
5. Transmisión de derechos.
Los derechos de explotación de la obra se transmiten, mortis causa, por cualquiera de los medios admitidos en derecho (art. 42). Los derechos de explotación de la obra pueden transmitirse por actos inter vivos, quedando limitada la cesión al derecho o derechos pedidos a las modalidades de
85
explotación expresamente previstos y al tiempo y ámbitos territoriales que determinen, siendo nula la cesión de derechos de explotación respecto del conjunto de obras que pueda crear el autor en el futuro, lo mismo que las estipulaciones por las que el autor se comprometa a no crear alguna obra del futuro. La transmisión de los derechos de explotación no alcanza las modalidades de utilización o medios de difusión inexistentes o desconocidos al tiempo de la cesión (art. 43). Los autores menores de 18 años y mayores de 16, que vivan de forma independiente con consentimiento de sus padres o tutores o con autorización de la persona o institución que los tenga a su cargo, tienen plena capacidad para ceder derechos de explotación (art. 44). Toda cesión deberá formalizarse por escrito. Si, previo requerimiento fehaciente, el cesionario incumpliere esta exigencia, el autor podrá optar por la resolución del contrato (art. 45). La cesión a título oneroso da derecho de autor a participar en los beneficios de la explotación, en la proporción estipulada con el concesionario, cabiendo la modalidad de un tanto alzado, pero los supuestos previstos en la Ley, y con la particularidad de que si se produce una manifiesta desproporción entre la remuneración del autor y los beneficios que obtiene el cesionario, aquél pueda pedir la revisión del contrato y, en defecto de acuerdo, acudir al juez para que fije la remuneración equitativa (arts. 46 y 47). La sesión puede hacerse en exclusiva, en cuyo caso el propio excelente no podrá explotar la obra (arts. 48 a 50). Los derechos de explotación de las obras protegidas en esta ley no podrán ser objeto de hipoteca con arreglar la legislación vigente; no son embargables los correspondientes al autor, pero sí lo son sus frutos o productos que se considerarán como salarios, tanto en lo relativo al orden de prelación para el embargo, como a retenciones o parte inembargable (art. 53). Los beneficios que se otorgan en la normativa legal sobre transmisión de los derechos a los autores y derechohabientes son irrenunciables salvo disposición contraria de la ley (art. 55).
6. Otros derechos de propiedad intelectual.
El Libro II de la LPI reconoce y regula los derechos de los artistas y ejecutantes de cualquier forma de una obra, incluyéndose en ellos el director de escena y director de orquesta, aplicando minuciosamente la regulación general del Libro I (arts. 105 a 112); los derechos de los productores de fonogramas y de grabaciones audiovisuales (arts. 114 a 125); protección de meras fotografías (art. 128) y protección de determinadas producciones editoriales (arts. 129 y 130).