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Documentos de trabajo de la FEC Número 7. Noviembre de 2014—Serie Cuadernos de formación CUADERNO DE FORMACIÓN Deflación Eduardo Garzón Espinosa Carlos Martínez Núñez

Argumentos Numero 7. La Deflación

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Revista Argumentos. Numero 7. Cuadernos de formación La Deflación Eduardo Garzón Espinosa Carlos Martínez Núñez

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Documentos de trabajo de la FEC Número 7. Noviembre de 2014—Serie Cuadernos de formación

CUADERNO DE FORMACIÓN

Deflación

Eduardo Garzón Espinosa Carlos Martínez Núñez

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Revista Argumentos. Documentos de trabajo de la FEC

Edita: Fundación por la Europa de los/as Ciudadanos/as

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Vicepresidente: José Manuel Mariscal Cifuentes

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Patronato: Francisco Javier Alcázar Medina, Irene Aldabert González, Clara Alonso

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Ascensión De Las Heras Ladera, Laura Domínguez Arroyo, Margarita Ferre Luparia,

Manuel Fuentes Revuelta, Jose Antonio García Rubio, Alberto Garzón Blanco, Mar-

garita González-Jubete Navarro, Milagros Hernández Calvo, Jesús Enrique Iglesias

Fernández, Cayo Lara Moya, Gaspar Llamazares Trigo, Esther López Barceló, Ra-

món Luque Porrino, María Del Sol Martínez Torres, José Antonio Mesa Mora,

Amanda Meyer Hidalgo, Concepción Moreno Dorado, Montserrat Muñoz De Diego,

María Pilar Novales Estallo, Francisco José Pérez Esteban, María Carmen Pérez Ro-

dríguez y Graciela Rojo Alberte.

Dirección de la redacción de la revista: Jaime Aja Valle

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Entendiendo la deflación

La deflación es el término utilizado para referirse a un descenso generalizado y

prolongado de los precios. Es decir, es exactamente lo contrario a la inflación, que

alude a un aumento generalizado y prolongado de los precios. Para poder hablar de

deflación es necesario que esta caída de los precios tenga lugar en la mayoría de

bienes y servicios y que se mantenga durante varios meses (seis según la definición

del Fondo Monetario Internacional). Es importante no confundir este término con el

de desinflación, donde los precios crecen pero cada vez a un ritmo más lento. En la

deflación los precios no crecen ni rápida ni lentamente, sino que decrecen.

En un sistema capitalista caracterizado por la propiedad privada de las empresas,

quienes establecen la inmensa mayoría de los precios de los bienes y servicios son

los empresarios (quedan fuera los precios establecidos por las administraciones

públicas: medicamentos amparados por la Seguridad Social, matrículas

universitarias, alquiler de polideportivos municipales, etc).

Por regla general, a los empresarios no les interesa reducir el precio de sus

productos, puesto que haciéndolo obtienen menos dinero por cada venta. Sin

embargo, hay dos motivos principales por los que pueden recurrir a ello:

1) Como estrategia para enfrentarse a la competencia. El empresario A reduce el

precio de sus productos para atraer a la clientela y que ésta no le compre al

empresario B, deteriorando así sus ventas. Precisamente por ello sólo suele ocurrir

en determinadas empresas y sectores, no de forma prolongada, y en un contexto de

bonanza económica, por lo que no es lo que provoca la deflación en las economías.

2) Como estrategia para obtener más beneficios. Puede ocurrir que el

empresario calcule que con un precio menor la cantidad de compradores se

incremente, de forma que lo que deja de ganar por cada producto se compense con

los ingresos obtenidos por vender más unidades. En esta ocasión el inconveniente

no es generado por la competencia, sino por la ausencia o insuficiencia de

compradores. Si esto ocurre en unas pocas empresas, se trata de un problema

localizado que no tiene mayor importancia para la economía. En cambio, si esto

ocurre en la mayoría de las empresas y sectores, estaríamos hablando entonces de

un problema de importantes dimensiones y que podría desembocar en una

deflación.

En efecto, si esta estrategia se extiende a través del tejido empresarial de la

economía significará que algo está fallando: el consumo de familias y la inversión de

empresas es insuficiente para que los vendedores obtengan la cantidad adecuada

de beneficios para continuar con sus actividades. Algunas empresas reducirán el

precio para que los ingresos no se reduzcan mucho, pero otras muchas empresas lo

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harán para poder sobrevivir, ya que de no hacerlo la cantidad de beneficios podría

resultar insuficiente para continuar con el negocio.

En otras palabras, la aparición de la deflación es la consecuencia de que las

economías entren en una recesión en la que las familias y empresas no consumen ni

invierten lo suficiente para mantener los beneficios empresariales (lo que no quiere

decir que toda recesión económica tenga como resultado un proceso de deflación).

De hecho, los pocos episodios de deflación que han existido a lo largo de la historia

(1873-1896 y 1929-1932 en los países desarrollados; y desde 1990 hasta la

actualidad en Japón) han sido provocados por una necesidad imperiosa de los

empresarios por evitar la caída de las ventas frente a una insuficiente capacidad

adquisitiva de la población.

Consecuencias de la deflación

Lo paradójico del asunto es que aunque la deflación sea resultado de una recesión,

también se suele convertir en causa de la misma. Es decir, una vez que aparece la

deflación, se puede originar un círculo vicioso por el cual a mayor deflación, mayor

recesión y a mayor recesión, mayor deflación. Es por esto que el fenómeno de la

deflación es tan perjudicial para la economía, aunque a primera vista nos parezca

que es muy positivo para el consumidor.

La explicación de esta dinámica responde a varios motivos.

1) Las ventas se retrasan. Cuando las familias y empresas se dan cuenta de que los

precios de los productos se están reduciendo constantemente, intentan retrasar lo

máximo posible sus compras, para que llegado el momento de hacerlas se gasten

menos dinero (en el futuro los productos tendrán un precio menor). A su vez, a los

empresarios les ocurre lo mismo: intentarán comprar e invertir lo más tarde posible

para sacar provecho del descenso de los precios. Esto tendrá como consecuencia

que los empresarios tarden más en vender sus productos, originando una caída en

los ingresos obtenidos en un mismo intervalo de tiempo (menos ventas en un mes

que antes, menos ventas en un año que antes, etc). Todo ello ralentizará la actividad

económica, reduciendo beneficios empresariales y por lo tanto también salarios y

puestos de trabajo.

2) Obtener dinero es más difícil. Puesto que, en un período de deflación, a medida

que pasa el tiempo se pueden comprar más productos con menos dinero, se

produce una apreciación o encarecimiento del dinero. El dinero se hace cada vez

más valioso. La gente intenta conservarlo y precisamente por ello es más difícil

obtenerlo. Las empresas reciben menos dinero por sus ventas, los trabajadores

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reciben menos salario por su trabajo, los bancos son más reacios a prestar dinero,

etc.

3) Las deudas se hacen más pesadas ya que es más difícil conseguir dinero y el

mismo se vuelve más valioso. Por ejemplo, en el año 2014 el precio de un frigorífico

es de 1000 euros. La economía sufre deflación durante cuatro años y ese frigorífico

pasa a tener un precio de 600 euros. Por lo tanto, en el año 2018 deber 1000 euros a

un banco es mucho peor que deber la misma cantidad en el año 2014. Con 1000

euros en el año 2018 puedes comprar muchas más cosas que en 2014; deber 1000

euros en el año 2018 es mucho más doloroso que deberlos en 2014.

4) Se venden activos reales y financieros de forma rápida y desordenada.

Puesto que las deudas cada vez son más pesadas, los deudores intentan deshacerse

de las mismas lo antes posible. Para ello las empresas y familias endeudadas

comienzan a vender de forma apresurada y desordenada sus propiedades (reales y

financieras), para obtener lo antes posible todo el dinero que puedan y así devolverlo

a sus prestamistas. Para poder vender rápido, a estos agentes económicos no les

queda más remedio que reducir el precio de sus propiedades (prefieren ganar un

poco menos con la venta si con ello ganan tiempo). La consecuencia final es que el

precio de estos activos reales y financieros también se reducen, intensificando así

todavía más el proceso deflacionario.

En consecuencia, con unas ventas, beneficios y salarios ralentizados, con un

incremento en el peso real de las deudas, y con precios que no dejan de caer, la

deflación misma empeora y profundiza la recesión económica.

Caso de España

En la actualidad ni en España ni en la Eurozona hay deflación, pero sí una amenaza

muy seria de que surja. Esto es así porque durante el último año el crecimiento de

los precios de los bienes y productos ha tenido una tendencia decreciente,

convirtiéndose en un descenso de los mismos en los dos últimos meses para el caso

de España. ¿Y por qué ocurre esto?

Ya sabemos que los empresarios reducen el precio de sus productos porque

necesitan atraer a los compradores. Por lo tanto, la raíz del problema está en que

estos clientes compran menos productos que antes. La explicación de ello responde

a varios motivos:

1) Elevado sobreendeudamiento privado. Durante el boom económico las

entidades de crédito otorgaron una cantidad estratosférica de préstamos a un

número importante de empresas y de familias. Estos agentes económicos utilizaban

el dinero prestado para realizar sus actividades, y como el contexto económico era

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muy favorable lograban obtener suficientes ingresos como para no sólo ir

devolviendo la deuda sino también para continuar demandando crédito. Esta

dinámica se acabó con la quiebra de Lehamn Brothers en 2008; a partir de entonces

los bancos dejaron de conceder préstamos. El resultado fue que todas esas familias

y empresas citadas se encontraron con una voluminosa deuda acumulada, y con un

contexto económico muy perjudicial (despidos, cierres de empresas, menos

beneficios, etc) que les impedía seguir obteniendo suficientes ingresos como para ir

devolviendo cómodamente las deudas contraídas. Como consecuencia, las

empresas y familias endeudadas se encontraron con un problema muy severo. La

única forma de poder reducir el volumen de estas deudas, por muy lentamente que

fuese, era destinando los pocos ingresos que se obtenían a pagar a los prestamistas.

Parte del dinero que antes se dedicaba a consumo y a inversión pasó a utilizarse

para devolver las deudas. Y así sigue siendo en la actualidad, porque el

endeudamiento privado continúa siendo muy elevado. El resultado lógico es una

reducción del consumo de las familias y de la inversión de las empresas.

2) Políticas de austeridad. La obsesión del actual y del anterior gobierno español

por reducir el déficit público a través de aumentos de impuestos regresivos (IVA,

impuestos a los carburantes, etc) y de disminuciones del gasto público (sueldos de

funcionarios, educación, sanidad, prestaciones sociales, desempleo, pensiones, etc)

ha reducido lógicamente la capacidad adquisitiva de las familias, hundiendo todavía

más el consumo de las familias y con él las ventas e inversión de las empresas.

3) Reducción de los salarios. La otra obsesión del actual y del anterior gobierno

español por mejorar la competitividad de las empresas mediante la reducción del

salario de los trabajadores ha tenido como consecuencia un deterioro todavía más

intenso de la capacidad adquisitiva de la población.

En consecuencia, la amenaza de la deflación ha sido provocada por la crisis iniciada

en 2008 pero también por las políticas de austeridad y de reducción salarial de los

gobiernos de España.

Respuestas actuales a la amenaza de deflación

Los dirigentes de la Zona Euro están preocupados por la posible aparición de la

deflación. Debido a ello han comenzado a aplicar una serie de medidas encaminadas

a combatirla, todas en el ámbito de la política monetaria y de la mano del Banco

Central Europeo. Ellos saben bien que el problema es de falta de demanda agregada,

es decir, de consumo e inversión. Saben perfectamente que si estos componentes

se incrementan, los precios tenderán a aumentar y la deflación no aparecerá. Lo que

ocurre es que buscan aumentar la capacidad adquisitiva de la población y la

capacidad de inversión de las economías a través del fomento del crédito. Nada de

aumentar salarios y gasto público o reducción de impuestos regresivos, no; la élite

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dirigente ha decidido que la mejor forma de aumentar el consumo y la inversión es

que los bancos concedan más préstamos a familias y empresas. Por eso el Banco

Central está inyectando mucho dinero barato a los bancos privados, con la idea de

que lo pongan en circulación en forma de crédito. Las consecuencias de llevar a

cabo esta estrategia serían: 1) un incremento del ya elevado endeudamiento privado,

y 2) una ayuda clara al negocio bancario.

Sin embargo, estas medidas no están funcionando. ¿Por qué? Por varios motivos:

1) Desendeudamiento privado. Como ya hemos comentado, existe actualmente un

importante proceso de desendeudamiento por parte de hogares y empresas

españolas, que no volverán a solicitar créditos hasta que la deuda contraída durante

el período de expansión económica quede reducida a niveles más razonables.

2) Malas expectativas de futuro. Aun considerando las empresas y hogares con

balances más saneados, hay poca demanda de crédito porque los niveles de

inversión son muy reducidos debido a las malas expectativas empresariales, y

porque las familias no compran viviendas ni bienes de consumo ante el elevado

desempleo, precariedad laboral y deflación salarial.

3) Desendeudamiento de entidades financieras. La necesidad que tienen las

entidades bancarias españolas de reducir su deuda externa implica que los exiguos

recursos que obtienen sean destinados a reducir el endeudamiento y no a conceder

nuevos créditos.

4) Falta de confianza en los prestatarios. Los bancos no conceden créditos

porque temen no recuperar el dinero en el contexto de una recesión económica

importante en la que predominan los impagos y las quiebras. Este hecho afecta

sobre todo a las pequeñas y medianas empresas ya que presentan una menor

calidad crediticia y una mayor dificultad para ofrecer información sobre su situación

de forma que los bancos puedan diferenciar las empresas solventes de las que no lo

son.

5) Limitaciones legales. Las crecientes e importantes exigencias legales de

dotaciones reducen aún más los beneficios de los bancos y los obligan a dedicar

más recursos a reforzar activos dañados o expuestos a mayor riesgo.

Ahora bien, es fácil deducir qué factores explican con más fuerza la contención del

crédito, porque no todos los que se acaban de mencionar tienen la misma

importancia. Por decirlo de forma llana: si los bancos no dan muchos préstamos es

porque no se fían de las empresas y familias que los solicitan. Y esto es muy fácil de

comprender, especialmente si tenemos en cuenta todo lo que hemos visto antes.

Como los impagos y las quiebras de las empresas continúan, así como los despidos

y reducciones salariales de los trabajadores, los bancos se lo piensan mucho antes

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de otorgar nuevos préstamos. El riesgo es claro: podrían darle un préstamo a una

empresa que luego podría quebrar y por lo tanto no devolver el dinero, o a un

trabajador que luego podría perder su puesto de trabajo. Por lo tanto, la respuesta

más inteligente es otorgar créditos sólo a aquellos demandantes que demuestren

una posición económica sólida. Y estos demandantes son en la actualidad muy

pocos. Por eso los bancos no dan tantos créditos como ocurría antes de la crisis,

independientemente de todo el dinero barato que les inyecte el Banco Central

Europeo.

Ahora bien, eso no quiere decir que la inyección de dinero por parte del Banco

Central Europeo en los bancos no tenga consecuencias. Las tiene y muy

importantes:

1) La inyección de dinero evita bancarrotas. Si los bancos no hubiesen recibido el

dinero barato, no podrían haber cumplido con sus compromisos diarios de pago.

2) La inyección de dinero evita la venta desordenada de activos financieros. Si

los bancos no hubiesen recibido el dinero barato, tendrían que haber vendido buena

parte de sus activos para obtener dinero contante y sonante y así evitar la

bancarrota. Esto hubiese provocado una caída en el precio de esos activos, ya que la

urgencia hubiese obligado a los banqueros a vender prácticamente a cualquier

precio. Por eso sí se puede decir que las inyecciones de dinero del Banco Central

Europeo evitan la deflación de los activos financieros (bonos, acciones, préstamos,

seguros, derivados, etc). Pero no evitan la deflación de los productos no financieros.

3) La inyección de dinero amortigua la caída de los beneficios bancarios. El

dinero recibido por los bancos se emplea en realizar nuevas inversiones (como la

compra de deuda pública), de forma que se obtienen ganancias que compensan los

deteriorados balances bancarios.

4) La inyección de dinero fomenta burbujas en determinados activos

financieros. Puesto que todo ese dinero es utilizado por los bancos para comprar

acciones, bonos de deuda privada, bonos de deuda pública, productos derivados,

etc, el precio de todos esos activos financieros tiende a aumentar. Por eso hoy día

las bolsas aumentan sus índices y también el precio de los bonos públicos

(provocando reducción en sus rentabilidades y primas de riesgo). Si esta dinámica

se mantiene, el ascenso de estos precios sin que esté respaldado por la economía

productiva provocará burbujas financieras que inevitablemente estallarán tarde o

temprano.

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Alternativas para combatir la deflación

De todo lo anterior ya se puede deducir cuál es la alternativa más adecuada para

combatir la deflación. Más adecuada para la mayoría de la población, claro, porque

la inyección de dinero a los bancos es muy propicia para engrosar las fortunas de

aquellos que están relacionados con el negocio bancario y financiero; pero no para el

ciudadano de a pie que no especula con activos financieros y cuyos ingresos

dependen de la economía productiva.

En efecto, la mejor manera de combatir la deflación en la economía real es la de

aumentar la capacidad adquisitiva de la población. Hay muchas formas concretas de

lograr ese objetivo, pero sin duda todas ellas han de pasar por un aumento del

empleo y de los salarios, por un incremento en el gasto público (sueldos, pensiones,

prestaciones sociales, educación y sanidad públicas, etc.) y por una reducción de los

impuestos más regresivos. La mejora de la capacidad adquisitiva de la ciudadanía

redundará en un mayor consumo que evitaría la caída de los precios al mismo

tiempo que permitiría a los vendedores obtener beneficios y plantearse llevar a cabo

inversiones.