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ARMONÍA EN LA VIVENCIA DE LA FE Mercedes Cruz La jornada en nuestra evolución continúa día a día y al igual que se es emprendedor para las cosas de la tierra, no se puede descuidar las cosas del cielo (del espíritu). La fe es algo que no podemos descuidar, hay que tener una fe viva, que proyecte nuestro ideal y sentir para con Dios, procurando engrandecerla pues viva y actuante se hará grande, adquirirá grandes alturas, y así cada día nos merecemos más estar abastecidos de la Gracia Divina.

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ARMONÍA EN LA VIVENCIA DE LA FE. MERCEDES CRUZ

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ARMONÍA EN LA VIVENCIA DE LA FE Mercedes Cruz

La jornada en nuestra evolución continúa día a día y al igual que se es emprendedor para las cosas de la tierra, no se puede descuidar las cosas del cielo (del espíritu). La fe es algo que no podemos descuidar, hay que tener una fe viva, que proyecte nuestro ideal y sentir para con Dios, procurando engrandecerla pues viva y actuante se hará grande, adquirirá grandes alturas, y así cada día nos merecemos más estar abastecidos de la Gracia Divina.

Si queremos obtener el beneplácito de una buena asistencia espiritual, hemos de ser cada día más serios y formales en lo que tañe a nuestra fe para obtener y merecer las relaciones con los buenos espíritus, que todos de alguna manera deseamos. Es por esa razón que hemos de hacer un análisis serio de nuestra fe, ver si ella es solo una pantalla para cubrir nuestra conciencia o es una fe viva que se expande que crece cada día un poco más dentro de nosotros.

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La fe es como un piano que tenemos en casa, si él está afinado y trabajamos en él, ensayando, obtendremos buenas melodías, pero si él no es tocado por nuestras manos, si solo está de adorno, poco a poco se va deteriorando, nos adornará la casa, pero no producirá la música que el gran artista sabe reconocer y sentir cuando son impulsadas sus teclas. Todos debemos cuidar nuestra fe, mantener su llama encendida. Como en el piano cuando pulsamos una tecla esta emite un sonido, nosotros también en cada momento emitimos una frecuencia diferente, no es la misma, cuando nos dirigimos a los hijos, que cuando lo hacemos con un amigo, nuestra alma necesita que todas esas frecuencias emitan en una sintonía más o menos armonizada con las miras de estar bien con el diapasón.

La fe es algo fundamental en las religiones sea cual sea su naturaleza. Más allá del ámbito religioso, la fe está presente en el desarrollo y actuar de todos los seres humanos. Desde cierto punto de vista no podríamos funcionar en el mundo sin la fe.

La fe es la confianza del hombre en sus destinos, el sentimiento que le lleva hacia el Poder Infinito; es la certidumbre de haber entrado en el camino que conduce a la verdad. La fe ciega es como un farol cuyo rojo resplandor no puede traspasar la niebla; la fe esclarecida es un faro poderoso que ilumina con una viva claridad el camino que se ha de recorrer.

La fe no se impone, pero si se adquiere, y no hay nadie a quien se impida el poseerla, aun entre los más refractarios. “Muchos dicen quisiéramos creer, pero no podemos” diciendo esto tapan sus oídos, sin embargo las pruebas abundan a su alrededor ¿Por qué rehúsan verlas? En unos es la indiferencia, en otros el miedo a verse obligado a cambiar sus costumbres; en la mayor parte es el orgullo que rehúsa conocer un poder superior, porque les es imposible inclinarse ante el.

Para tener fe es preciso tener una base, y esta base es la inteligencia perfecta de lo que se debe creer; para creer no basta “ver” es necesario sobre todo comprender”.

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La fe ciega no es de este siglo, la que hoy en día abunda es la fe razonada, la que se apoya en los hechos y en la ilógica, que no deja a tras ninguna oscuridad; se cree porque se está cierto, y no se está cierto hasta que no se ha comprendido; esta es la razón por la que es inalterable, “porque no hay fe inalterable sino la que puede mirar frente a frente a la razón en todas las edades de la humanidad.

No adquirimos la fe sin antes haber pasado por los tormentos de la duda, por todas las torturas que vienen a sitiar a los investigadores. Muchos de ellos sufren incertidumbre y pasan mucho tiempo entre dos corrientes contrarias. ¡Dichoso el que cree, sabe, ve y camina de un modo seguro! Su fe es profunda, inquebrantable. Porque gracias a esa fe salva los grandes obstáculos, su fe mueve montañas, que no es otra cosa que, afrontar las dificultades, las pasiones, la ignorancia, los prejuicios y los intereses materiales.

La fe la vemos comúnmente en la creencia en ciertos dogmas religiosos aceptados sin examen. Pero también la fe es convicción que anima al hombre, y le orienta hacia otras finalidades.

La fe es madre de los nobles sentimientos y de las grandes acciones. El hombre profundamente convencido permanece inquebrantable ante el peligro, como también ante los grandes sufrimientos. Por encima de las seducciones, de las adulaciones y de las amenazas, más alto que la voz de la pasión, oye una voz que resuena en las profundidades de su conciencia, y cuyos acentos le reaniman en la lucha y le advierten en las horas peligrosas.

Para el artista, el poeta y el pensador, la fe es el sentimiento del ideal, la visión de ese foco sublime, encendido por la mano divina en las eternas cimas para guiar a la humanidad hacia la Belleza y la Humildad.

La fe religiosa, la cual prescinde de la razón y se remite al juicio de los demás, que acepta un cuerpo de doctrina verdadera o falsa y se somete a él sin comprobación, es la fe ciega. En su impaciencia, en

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sus excesos, recurre fríamente a la opresión y conduce al fanatismo. Considerada bajo este aspecto, la fe es todavía un móvil poderoso. Ha enseñado a los hombres a humillarse y a sufrir. Pervertida por el espíritu de dominación, ha sido la causa de muchos crímenes; pero, en sus consecuencias funestas, nos pone aun de manifiesto la multitud de recursos que existen en ella. La fe para que sea productiva y eficaz ha de estar basada en la razón, en el juzgamiento, en el discernimiento y en la comprensión. La razón es una facultad superior destinada a esclarecernos todas las cosas; se desarrolla y aumenta con el ejercicio, como todas nuestras facultades. La razón humana es un reflejo de la Razón eterna. “Es Dios dentro de nosotros mismos” dijo San Pablo. Desconocer su valor y utilidad es desconocer la naturaleza humana y ultrajar la divinidad misma. Querer reemplazar la razón por la fe es ignorar que ambas son solidarias. Se afirman y se vivifican una a la otra. Su unión abre al pensamiento un campo más vasto; armoniza nuestras facultades y nos proporciona la paz intima.

La fe es madre de los nobles sentimientos y de las grandes acciones. El hombre profundamente convencido permanece inquebrantable ante el peligro, como también en medio de los sufrimientos. Por encima de las adulaciones y de las amenazas, más alta que la voz de la pasión, oye una voz que resuena en las profundidades de su conciencia y cuyos acentos le reaniman en la lucha y le advierten en las horas peligrosas.

Para producir tales resultados, necesita la fe reposar en base sólida que le ofrecen libre examen y la libertad del pensamiento. En vez de dogmas y misterios, le cumple reconocer tan solamente principios provenientes de la observación, directa, del estudio de las leyes naturales. Tal es el carácter de la fe espirita.

La filosofía de los Espíritus viene a ofrecernos una fe racional y, por eso mismo, robusta, el conocimiento del mundo invisible, la confianza en una ley superior de justicia y progreso imprime a esa fe un doble carácter de calma y seguridad.

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¿Efectivamente que podremos temer, cuando sabemos que el alma es inmortal y cuando, después de los cuidados y consumaciones de la vida, más allá de la noche sombría en que todo parece sumergirse, vemos despuntar suave claridad de los días permanente? Concienciados de la idea de que la vida no es más que un instante en el conjunto de la existencia integral, soportaremos, con paciencia, los males inevitables que ella engendra. La perspectiva de los tiempos que se nos abren nos dará poder de dominar las mezquindades presentes y de colocarnos por encima de los vaivenes de la fortuna. Así, nos sentiremos más libres y más bien armados para la lucha.

El espirita conoce y comprende la causa de sus males; sabe que todo sufrimiento es legítimo y lo acepta sin murmurar; sabe que la muerte nada aniquila, que nuestros sentimientos perduraran en la vida del más allá del túmulo y que todos los que se amaron en la Tierra volverán a encontrarse, libres de todas las miserias, lejos de esta luctuosa morada; reconoce que solo hay separación para los malos. De esas creencias le resultan consolaciones que los indiferentes y escépticos ignoran. Si, de una extremidad a otra del mundo, todas las almas comulgasen en la misma fe poderosa, asistiríamos a la mayor transformación moral que la Historia jamás registró.

Más esa fe, pocos aun la poseen, El Espíritu de Verdad tiene hablado a la Tierra, más insignificante número lo han oído atentamente. Entre los hijos de los hombres, no son los poderosos los que escuchan, y, si, los humildes, los pequeños, los desheredados, todos los que tienen sed de esperanza. Los grandes y los afortunados han despreciado sus enseñanzas, como hace diecinueve siglos repelieron al propio Cristo. Los miembros del clero y las asociaciones sabias se aliaron contra ese “deshacer de placeres” que venia a comprometer los intereses, el reposo y destruirle las afirmaciones. ¡Pocos hombres tienen el coraje de desligarse y de confesar que se engañaron! ¡El orgullo los esclavizó totalmente! Prefieren combatir toda la vida esta verdad

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amenazadora que va a arrasar sus efímeras obras. Otros, muy secretamente, reconocen la belleza, la magnitud de esta doctrina, más se atemorizan ante sus exigencias morales. Agarrados a los placeres, ansiando vivir a su gusto, indiferentes a la existencia futura, apartan de sus pensamientos todo cuanto podría inducirlos a repudiar hábitos que, sin embargo reconocen como perniciosos, no dejan de ser apartados. ¡Qué amargas decepciones van a recibir por causa de esas locas evasivas!

Nuestra sociedad, absorbida completamente por las especulaciones, poco se preocupa con la enseñanza moral. Innumerables opiniones contradictorias se chocan; en medio de esa confusión torbellino de la vida, el hombre pocas veces se detiene para reflexionar.

Más todo Espíritu sincero, que procura la fe y la verdad, ha de encontrarla en la nueva revelación. Un influjo celeste se extenderá sobre el a fin de guiarlo para ese sol naciente, que un día iluminará a la Humanidad Entera (León Denis, Después de la muerte. Quinta Parte, Cap. 44.)

- No apaguemos la antorcha de la fe en nuestros días de claridad, para que no nos falte la luz en los días oscuros.