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CHILE Y EL CONSEJO DE SEGURIDAD DE NACIONES UNIDAS: UNA RELACIÓN CON PASADO
Erna Ulloa CastilloDoctora en Historia Contemporánea
Hace unos días atrás, diversos medios de comunicación tanto nacionales como
internacionales se hicieron eco del deseo de Chile de ser parte del Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas para el bienio 2014-2015, un hecho que a muchos tomó por
sorpresa. No debe extrañar dicha candidatura, puesto que no es la primera vez que
nuestra Cancillería en pleno sale a buscar apoyo y respaldo internacional para tal
propósito.
La relación Chile-Naciones Unidas, se remonta a los propios cimientos
constitutivos de este organismo, cuando nuestro país fue invitado para participar en la
Conferencia de San Francisco en abril de 1945. En dicha ocasión, el Ministro de
Relaciones Exteriores, Joaquín Fernández se sumó a las diversas reuniones para poner
en marcha este conglomerado y por cierto, teniendo muy claro el objetivo a cumplir, ya
lo decía él: “Queremos que la América Latina tenga una adecuada representación en el
Consejo de Seguridad y que se refuerce la autoridad y acción de la Asamblea.
Queremos también que la organización sea universal, que represente los intereses de la
comunidad y no los intereses particulares de ninguno de sus miembros, que se precisen
y amplíen los artículos de la Carta relativos a los fines y principios de la organización y
que se extienda la jurisdicción y la competencia de la Corte Internacional de Justicia”.
La primera vez que Chile se integró como Miembro no Permanente del Consejo
de Seguridad fue entre 1952-1953, con una alta mayoría de votos, incluso, sobrepasando
el mínimo de los dos tercios requeridos por reglamento. De esta manera, nuestro país,
bajo un mundo marcado por el inicio de la Guerra Fría, tuvo que hacer frente a
situaciones especiales en el ámbito interno que le significaron importantes desafíos a
cumplir. El periodo coincidió con las administraciones de Gabriel González Videla, que
tuvo como delegado permanente a un activo diplomático en la figura de Hernán Santa
Cruz, y luego, a partir de noviembre de 1952, con el gobierno de Carlos Ibáñez del
Campo, quien nombró al ex parlamentario, Rudecindo Ortega.
Durante el bienio Chile tuvo que ser parte de las discusiones en torno al primer
gran enfrentamiento tras el término de la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea
y a la utilización de uso indiscriminado del veto, del cual el Gobierno fue especialmente
crítico con las acciones de la URSS.
Una década posterior Chile regresó al escaño de los Miembros no Permanentes,
en esta ocasión reemplazando a Argentina, para el bienio 1961-1962, un periodo en que
se desarrolló un clima en que la política internacional estuvo crispada y enfrentada en
bloques antagónicos que vinieron a ralentizar las decisiones emanadas desde Naciones
Unidas.
De allí entonces, la orientación que le brindó a su discurso el gobierno del
presidente Jorge Alessandri a su política exterior, en torno la trascendencia e
importancia que significaba América Latina para el concierto internacional. Al respecto,
Daniel Schweitzer, quien fue el embajador chileno para dicho bienio, dedicó gran parte
de su gestión a no sólo potenciar al Estado chileno, como una nación con raíces
claramente democráticas y con gran compromiso internacional, sino que también a
potenciar al grupo regional. Había claridad que en momentos tan polarizados el apoyo y
voto chileno resultaría crucial para llegar a buen puerto toda resolución del Consejo de
Seguridad, especialmente, frente al gran conflicto de este periodo como fue la
denominada “Guerra Fría del Caribe”, en torno a la crisis de los Misiles en Cuba.
Treinta años más tarde Chile logró nuevamente integrarse al grupo de los diez
Miembros no Permanentes del Consejo de Seguridad, para el bienio 1996-1997. El
escenario internacional de entonces transitaba por los conflictos territoriales y guerras
civiles. Especial atención puso Chile en lo relativo a la crisis humanitaria y los derechos
humanos que provocaban luchas encarnizadas en en Etiopía, Burundi, Irak y la
Península de los Balcanes.
La situación de los derechos humanos resultó en extremo sensible para Chile, ya
que tras el regreso a la democracia en 1990, los gobiernos de la Concertación se
comprometieron públicamente con su defensa, por lo tanto, se convirtió en un gran
bastión de su política exterior y de lo que sería su actuar dentro del Consejo de
Seguridad. De mano del embajador Juan Somavía, el presidente Eduardo Frei Ruíz-
Tagle, buscó fortalecer la imagen-país mediante una activa participación de los debates
e incluso llegó a abogar por privilegiar la crítica situación que estaba viviendo Haití.
La última vez que Chile fue parte del Consejo de Seguridad, fue durante el
bienio 2003-2004, tomando el puesto que dejaba Colombia y nuevamente recibiendo
una alta votación, 178 votos de un total 183 validamente emitidos.
Este periodo, sin lugar a dudas, estuvo marcado por lo que para algunos fue una
guerra elegida, más que una guerra necesaria en el contexto de la invasión a Irak. Bajo
este escenario la política exterior de Ricardo Lagos, fue clara en el trabajo que se debía
realizar el Consejo de Seguridad en términos que no podía llevarse a cabo ninguna
invasión antes de poner sobre la mesa todos los antecedentes que entregaran el grupo de
inspectores de la UNMOVIC.
En este sentido, el Gobierno se fijo dos objetivos centrales: en primer lugar,
conocer la postura que tenía cada miembro integrante de Naciones Unidas sobre el
conflicto iraquí y, en segundo lugar, solicitar a cada uno de ellos un listado de temas de
interés en común para llevarlo al pleno del Consejo de Seguridad para su consiguiente
plan de trabajo. Lo que buscó Chile, de mano en primera instancia del embajador Juan
Gabriel Valdés y luego de Heraldo Muñoz, fue que las decisiones al amparo de este
organismo no fueran arbitrarias, sino que se basaran en el principio rector de la igualdad
de los estados. Ideas y posturas que el Gobierno mantuvo a pesar que para aquellos días
estaba en juego la firma del TLC con Estados Unidos.
Podemos darnos cuenta entonces, que una quinta participación en el Consejo de
Seguridad, le significará a Chile asumir una actitud apegada al derecho internacional,
pero también, un desafío importante para dar continuidad a la solicitud de que el
Consejo de Seguridad se amplíe en sus Miembros Permanentes y que el derecho a veto
de éstos se modifique. Pero también será un desafío para el próximo Gobierno que
llegue a La Moneda, el elegir a un embajador/a que esté a la altura de lo que es la
política exterior de nuestro país y que honre la relevancia histórica frente a la trayectoria
de Chile al interior de este organismo mundial.