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1 Autobiografía e Historia Familiar

Autobiografía e Historia familiar

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Compilación de relatos sobre historias de familia. Narrativa del yo.

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2006 VH LibrosDiseño de tapa y diagramación: Romina HaurieEdición privada - Prohibida la ventaImpreso en Buenos Aires, Argentina

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AUTOBIOGRAFÍA E HISTORIA FAMILIAR

Taller de Escritura2006

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Mi agradecimientoa todos los que participaron de los talleres de escritura del

2005 por lo que he aprendido, y por todo lo que disfrutédurante las horas que pasamos juntos. Había olvidado que

el trabajo podía ser placentero.

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ÍNDICE

Adela ShoreEncuentroRetrato de mi padre

Beatriz GoldsteinTus manos, mis manosPueblos Blancos

Cristina LapeyreHorizontes PerdidosDespertares

Emilia BattagliaEl Taxi BoySilvia

Enriqueta AguilóLa Niña

Erica SvriszEncuentro ocasional

Graciela LoysEl cajón de la mesa de luzLa Compu

Marta BlancoBlue Grass

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Herman SpollanskyVuelo

Leonor TiempoMatilde

Liliana CencigUn objetoEl silencio

Marta SlemensonRadomMenta y Peperina

Matilde DeaigeLa silla de ValeriaAlgodón con vainilla

Mercedes PalaciosSan IgnacioAbuelita

Norma RodríguezRetrato de una reinaLa caja ignorada

María Olga LencinaAutobiografíaViaje a Venecia

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Mónica LoewensteinEncuentro fantástico

Pablo LunazziDe GaulleUn profesional

Perla ChamaUn díaMonólogo

El PontoViaje a Santa FeEn las sierras de Córdoba

Rosalía OdesskyMi relación con las palabrasRetrato

Susana J. FacorroEl Viaje, FioriRetrato de Lisette

Susana RosariosEl libro y la rosaRetrato de mi hijo Andrés

Valeria LiahaffExtraño encuentroEntre alemanes

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EL PODER DE LOS RECUERDOS

La palabra autobiografía remite a escribir so-bre la propia vida. ¿Por qué puede resultar intere-sante narrarse a sí mismo?

Recordar implica interpretar los sucesos inco-nexos del pasado que nos tuvieron como protago-nistas y esa nueva o particular manera de mirar,reflexionar y narrar el pasado es lo que le da valor auna autobiografía. También es una manera de co-nocerse y en ese sentido escribir puede ayudarnosa vivir mejor.

Los motivos por los que se escribe autobiogra-fía son muy distintos: recuperar la historia familiarpara los hijos o los nietos, buscar identidad, orde-nar el pasado para el futuro, brindar un testimoniode vida que sirva a otros, encontrar un lugar en elmundo globalizado. Esta forma expresiva se hacepresente en tiempos de crisis sociales y personales.

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La idea de organizar los talleres para trabajarsobre temas autobiográficos o relativos a la histo-ria familiar surgió cuando regresé a la Argentinadespués de vivir un año en España tras la crisis delaño 2001. Escribir un diario me ayudó a sobrelle-var la lejanía y el desconcierto de esa época, y aretomar las riendas de mi vida. En el año 2004,presenté extracto de ese escrito a un concurso enAustralia y resultó premiado.

Una retrospectiva de mis libros me llevó a con-cluir que casi todos tenían un fuerte contenidoautobiográfico: «El oficio de la pasión», «Mujeressolas», «Mujeres en tierra de hombres, historiasreales de la Patagonia invisible», entre otros; y queescribir me ayudaba a vivir mejor.

Los participantes son heterogéneos, hombres ymujeres desde treinta años. Se trabaja con consig-nas que buscan recuperar la memoria y a la vez in-corporar técnicas narrativas para agilizar la escritu-ra. Por ejemplo, se hacen retratos a partir de foto-grafías familiares o se trabaja sobre aromas y sabo-res porque los sentidos químicos guardan directa-mente las emociones. Se brindan herramientas parainvestigar y organizar el proyecto autobiográfico ofamiliar y también se plantean ejercicios de ficción..

Antes de dedicarme a la literatura trabajé en lafunción pública. A principios de la democracia or-ganicé y dirigí el Programa Cultural en Barrios de

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la Ciudad de Buenos Aires, premio KONEX 88, ycuando Buenos Aires logró su autonomía, organi-cé el Centro de Gestión y Participación de Belgranoy Núñez por el que recibí el premio Alicia 98 de laFundación Reconocimiento a una actitud de vida.

Finalmente, cuando mis hijos se independizarondecidí apostar por completo a la escritura.

Y aquí estoy. No es fácil, pero vale la pena.

VIRGINIA HAURIE

Buenos Aires, septiembre 2006www.virginiahaurie.com.ar

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Adela ShoreAdela Kohan de Shore creció en un hogar

donde se escuchaba música. Su madre fue profe-sora de piano y su padre, un aficionado apasiona-do. A los ocho años comenzó sus estudios musi-cales. Enseñó durante 25 años, mientras cursabamaterias en las facultades de Derecho y de Filo-sofía de la Universidad de Buenos Aires. Actual-

mente, sigue con la música, enseña, escribe yaprende ruso

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EL ENCUENTRO

¡Qué atardecer poético! Nubes rosadas, rojizas,violáceas, se apropiaban de un cielo muy celeste.Una brisa agradable inundaba la playa casi desierta.El aire olía a pinos y eucaliptos en la playa deCarrasco, en las cercanías de Montevideo: lindasresidencias, pinares, una añosa arboleda y esa arenatan fina de muchas playas uruguayas.

Se acercó una personita. Tendría ocho o nueveaños. La vi venir con su vestido de organza, som-brero de paja, cartera celeste. Reparé que llevabaen las manos un par de sandalias de paja trenzada,también de color celeste, como la cartera y el vesti-do.

Me sorprendí. Había salido como de la nada.Me sonrió, y también sonrieron sus ojos. Estabatostada y parecía contenta. Pero ¿qué hacía una cria-tura de esa edad sola en la playa, a esa hora, las sietede la tarde, y así vestida? Me pareció conocerla, meera familiar y eso me provocó una rara inquietud.

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Se sentó a mi lado, y le pregunté:—¿Qué hacés a esta hora acá, solita?—No, es que ya estaba lista para la cena y mi

mamá me dijo: si querés podés cruzar a la playa,pero tené cuidado y no hablés con ningún extraño.

—Bueno, no deberías hablar conmigo enton-ces

—Es que vos no sos ninguna extraña. Sonreísigual que yo —mi sobresalto fue en aumento.

— ¡Qué lindos zapatos y cartera tenés! ¿Te gus-ta el color celeste?

—Sí, por ahora es el que más me gusta.Aventuré tímidamente: —¿te lo compró tu papá

esta mañana?—Sí. ¿Cómo lo sabés?—¿En un negocio muy grande en la 18 de Ju-

lio?—Sí, pero ¿cómo lo sabes?Yo estaba ya verdaderamente sobresaltada. Con

un hilo de voz le pregunté casi sin respirar: —¿Tenésuna hermanita de dos años? ¿Estudiás el piano?¿Venís a Montevideo a la casa de unos amigos detus padres?

Creo que el huracán de preguntas ansiosas hu-biera seguido. Pero ella interrumpió:

—¿Sos una bruja?¿Cómo podés saber tantascosas de mí? ¡Ay!, me tengo que ir. Oigo la campa-na de la cena y prometí estar a tiempo.¿Te veo ma-

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ñana?—No lo creo, debo irme esta misma noche.Me dio un beso y se fue saltando. Flaquita,

feuchita, con los ojos brillantes tras los anteojitos,simpática y desenvuelta. Mucho miedo a las brujasno tenía.

¿Cómo podía haber sucedido lo que pasó? Eraalgo extraño, como mágico, sobrenatural. Cuandoentré a mi casa, ya en Buenos Aires, corrí a buscarel viejo álbum.

Y encontré la foto que recordaba.Con la misma ropa, con el mismo gesto, con la

misma sonrisa.Ella era yo.

RETRATO DE UN PADRE

(por Adela, 74 años, 2005)

Muchas veces he pensado que el alma de mipadre era una primavera constante. Hubo entrenosotros una relación de afecto y afinidad, y tam-bién residuos oscuros de momentos de incompren-sión y distanciamiento que felizmente se diluyeronen sus tres últimos meses de vida. Porque así loconsidero fue un privilegio cuidar de mis padres yasistirlos en su tramo final. Mamá murió cuandoyo tenía treinta y tres años, y papá, veinticinco años

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después.Pero hoy hablo de mi padre. Su forma de morir

fue una lección de vida para los que lo acompaña-mos.

Arribó a Argentina como un inmigrante perse-guido en los días confusos de la Revolución Rusade l917, abandonó peligrosamente el país que ama-ba, su idioma que acunó mi infancia, sus amigos,su casa, su Facultad de Ingeniería. Llegó sin dineroa un país desconocido, junto con tantos otros enesa época, país en el que por suerte ya vivían susdos hermanos mayores, en Entre Ríos, tierrafraterna de los gauchos judíos y de criollos amisto-sos.

No conocía el idioma, así que además de traba-jar duramente en el campo, por las noches apren-día castellano con un maestro que fue su primeramigo, como lo sería años más tarde el juez Gáldez,en Resistencia, Chaco, que lo ayudó a conseguir laciudadanía argentina, cosa que papá deseabafervientemente, no como conveniencia para podertrabajar, ya que rápidamente y a costa de muy du-ras jornadas, se independizó, sino por amor a estatierra que tanto quiso y a la que siempre intentódevolver lo mucho que le había permitido crear:una familia, trabajo, un lugar en la comunidad.

Pero me han pedido un retrato y estoy contan-do una historia. Quizá sea posible hacer un retrato

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ético y de conducta. En lo que concierne al físico,curiosamente, yo lo vi siempre igual: sonrisa afa-ble, no alto pero erguido, cálido apretón de manosy amigos sin discriminación. Ojos llenos de vida ya menudo con mirada entre pícara y divertida. Ensus últimos meses y a los ochenta y seis años, suandar rápido me era inalcanzable. Se cuidaba mu-cho, pero tenía muy buena salud. Se resistía a usarsobretodo en invierno y, cuando entraba a mi casay nos encontraba resfriados a los cuatro, nos decía,entre serio y un poco burlón: “juventud de cartón”.

Fue para mis hijos un ejemplo formidable deempuje y de conducta decente, responsable y soli-daria.

Guardo muchas imágenes y en especial una, quelo describe de cuerpo entero: el día que lo fui abuscar al sanatorio donde se encontraba —eso ocu-rrió poco antes de su muerte—, quiso que tocára-mos a dos pianos, en el lindo salón de su casa. Lle-gó su médico cardiólogo y nos encontró haciendomúsica con todo entusiasmo, mientras mi nietomayor, su primer bisnieto, nos miraba como quienobserva un partido de tenis, con su carita asombra-da y contenta.

Era un hombre ético, pero agnóstico, pese a laeducación que había recibido. Sin embargo, tres ocuatro días antes de morir en un estado de paz in-creíble para alguien tan aferrado a la vida, me dijo:

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«Sabés que a lo mejor tenés razón, y sí, Dios existe:Tuve un sueño maravilloso”, y así, casibeatíficamente, terminó su camino. Un camino sinsegmentos. Sólo una línea recta de actos unidos porel hilo fuerte de su voluntad férrea y un sentidocasi misional de la vida.

Esa es la herencia que procuramos honrar.

(por Adelita, ocho años, 1939)

Hoy, como todos los viernes, mi papá volvió desu negocio con un paquete de la confitería JockeyClub. Es una confitería muy linda, que queda en laesquina de la mueblería, y adonde vamos a tomarel té casi todos los jueves, a la salida del cine Nove-dades o del Real.

Esta vez, mi papá trajo merengues y bombonesde fruta. Digo esta vez, porque cada viernes traeotra cosa. Pero siempre vuelve a casa con elpaquetito. Yo me pongo muy contenta porque soncosas riquísimas. Él se ríe con sus ojos de nene, yme dice: Adivina lo que traigo... A veces, adivino, yentonces me parece que mi mamá se ríe porque legusta que yo adivine.

Mi papá es muy elegante. No sé bien lo que eseso, pero como mis tíos siempre se lo dicen, yo lorepito. Debe ser verdad porque como él siempredice que «hay que decir la verdad,» o «la verdadtriunfa siempre,» y como no me corrige, pienso que

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debe ser verdad. El no es alto, pero a mí me parecelindo. Se ríe bastante, y a veces, pocas, se enoja,pero no mucho ¿eh? A mí me gustan sus manos,sobre todo cuando toca el piano o el acordeón. Elnunca estudió, pero lo que escucha lo toca. A mínunca me sale eso. Mi profesora de piano dice quees porque él tiene buen oído, yo también oigo bien,pero no me sale. Debe ser otra cosa.

Muchas veces me lleva a pasear los dos solosporque me parece que mi mamá no quiere sacar ami hermana porque es muy chica y no quiere quese resfríe. Mi papá sale siempre con sombrero, enverano usa uno de paja, que le llaman rancho y eninvierno usa otro que me parece que se llama cham-bergo, pero me parece que no estoy muy segura.Cuando me lleva a pasear por Florida usa un bas-tón. No lo precisa para nada, pero lo usa.

Yo me doy cuenta que es bueno porque muchaspersonas y todos los chicos de la familia lo quiereny siempre trata de ayudar. El dice que tenemos suer-te de ser argentinos y que la gente es muy buena yque cuando yo sea grande tengo que ayudar a lacooperadora de la escuela, y al hospital de niños yal hogar policial que está frente al negocio, y queen esa casa vivió Sarmiento y por eso la calle sellama así porque antes se llamaba Cuyo.

Siempre me explica todo. Pero estos días meparece que está muy preocupado. Llega a casa y

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enseguida prende la radio grande, esa que pareceun reloj. Me explicó pero no entiendo como habla,la radio. Después conversa con mi mamá para queyo no escuche. Igual oigo todo. Hablan de la gue-rra, de la familia, se ponen tristes, pero igual siem-pre me lleva a pasear y yo siento en el pecho, comouna cosa alegre que no sé cómo se llama.

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Goldstein BeatrizEs bióloga y educadora sexual. Acaba de

publicar el libro «Sexualidad, padres e hijos». Legustaría escribir cuentos para sus nietos.

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SUS MANOS, TUS MANOS

Sus manos me llaman la atención desde siem-pre: grandes, movedizas, casi autónomas del cuer-po. Se mueven al ritmo de sus palabras. Acompa-ñan cada gesto, cada ademán, cada estado de áni-mo. Si está contento sus ojos bailan, su boca seabre y se estira, pero son sus manos las que excla-man, expresan y comparten esa alegría.

Cuando entristece, apoya sus codos sobre lamesa y sus grandes manos son capaces de cubrirletoda la cara: intenta ocultar esos ojos llorosos, esasposibles lágrimas; esconde su expresión de congo-ja como si sus manos constituyeran un muro decontención que lo aislará del mundo exterior, éseque lo ha agredido. Sus manos, viejas amigas queremiten a su infancia, le permiten cada vez escon-der sus lágrimas y seguir demostrando y preten-diendo que un hombre no llora.

Tus manos pueden envolver, cubrir y contenerlas mías. ¡Qué maravillosa sensación la de poder

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relajarme sin desarmarme, de abandonarme al diá-logo de nuestras manos, sin sentir ninguna otraexigencia que percibir y ser! Incansablesacariciadoras, tus manos parecen no olvidar nin-gún rincón de mi cuerpo, como queriendo memo-rizar el placer sensorial.

Me llama la atención que manos tan grandes seantan hábiles, que puedan tener la precisión y la deli-cadeza para apretar botones, consolas, y maniobrarlas piezas diminutas de la máquina de fotos o de lacomputadora. Sí, sus manos enormes no se mue-ven con torpeza; al contrario, son precisas, minu-ciosas, exactas. A veces parecen paletas desplazán-dose por el aire, ocupando todo el espacio, sin lími-tes, como queriendo —por sí solas— mostrar oexpresar ideas, enfatizar puntos de vista, encuen-tros y desencuentros, sentimientos.

Cuando se enoja, sus manos también lo acom-pañan: se entrecruzan, casi se contraen, para quenada ni nadie pueda entrar. Sólo él, sus manos y suenojo.

Esas manos, sus manos, tus manos, han apren-dido cómo acompañarte, cómo relacionarte con yen el mundo, en los amores y desamores de las co-sas del vivir.

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PUEBLOS BLANCOS

Un día Virginia decide emprender un viaje por“lugares blancos”. El lugar elegido es tan pero tanblanco que no puede distinguir una casa de unapersona, ni una camioneta de un árbol, ni una callede un cartel.

Camina lentamente con sus botas largas imper-meables, bien calentitas y enfundada en la ropa apro-piada que previó llevar. Pero el problema no es elfrío extremo de ese lugar tan blanco, ni los piesmojados, ni el viento silbando en sus oídos. ¡No!

Virginia ha tenido en cuenta las posibles incle-mencias del tiempo, pero nunca, nunca imaginó queen los pueblos vestidos de blanco no se distingui-rían las formas, ni se podrían reconocer las coor-denadas para encontrar una hostería en donde alo-jarse, o el micro con el cual trasladarse, o al señorcon quién informarse.

Virginia desolada se sienta, así de abrigada, so-bre su valija. Muy preocupada, piensa: tal vez heperdido la vista o me he vuelto ciega para los colo-res o mis sentidos se han adormecido.

Al rato, percibe y escucha algo que sí puede re-conocer: un animal la olfatea centímetro por centí-metro... se pregunta si será un perro. No se atreve atocarlo, no puede verlo, no lo distingue del fondo,¿y si se tratara de un lobo?, se pregunta con miedo.

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Pero igual se siente un poco reconfortada porquepuede relacionar algo de este lugar blanco con suciudad, con su mundo conocido.

El animal se va.Virginia empieza a sentir frío y decide caminar,

lo hace lentamente para no llevarse todo por de-lante: ¿una puerta?, algo duro que parece ser unposte, más tarde se hunde en la nieve hasta casi larodilla. ¿Qué pasó?, se pregunta, ¿habré bajado dela vereda a una calle de nivel mucho más bajo?

Desesperada, aferrada a su valija intenta llegar aalgún lado. De repente escucha la voz de un señorque parece muy cercana. Sí. Alguien se ha acerca-do a socorrerla, pero habla y habla en una lenguaincomprensible, sólo reconoce la palabra «pete»¿será el nombre? Sí. Pete carga la valija en una manoy la lleva con el otro brazo, tomada por la cintura.

Virginia se relaja, si bien no entiende una solapalabra de la charla entusiasta de Pete, tiene la ex-traña sensación de ser llevada por alguien a quienno distingue del fondo, pero que está presente ypuede conocer por su ayuda amistosa.

Pete la lleva a un lugar cubierto. Adentro Virgi-nia se da cuenta de que sí ve, que puede sentarse enla silla que le alcanzan y tomar con ganas una tazade té caliente. Parece una escuela. Observa a Pete,es un lapón corpulento, con ojos claros, y cejas tu-pidas. Le sonríe, él se va y al rato vuelve con unamaestra, Phylla, que habla inglés. Virginia le cuenta

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que estaba perdida, que no distinguía siquiera unacasa o un árbol y que siempre quizo visitar un pue-blo de un lugar blanco, pero que nunca imaginóque se desorientaría tanto y que sus sentidos, taneficientes en su ciudad, aquí no la ayudan.

Phylla, la maestra, le explica que, entre los lapo-nes, se distinguen muchos blancos, muy diferentes,tantos, como todos los colores del arco iris. Peroque, en el idioma inglés, no se inventaron las pala-bras para nombrarlos ya que en otros países no senecesitan. La mujer le ofrece alojarla unos días ensu casa. Ella, su familia y sus amigos le enseñarán a“ver” y a “nombrar” todo, todo lo que hay en eselugar blanco, como lo saben hacer los lapones des-de que nacen.

Más tranquila, Virginia se deja conducir a unacasa, sin ver lo que la rodea, pero tomada por unbrazo seguro.

Por la noche cena con toda la familia laponacuyos chicos no logran entender qué es lo que Vir-ginia no ve ni distingue. Difícil explicarles, piensaVirginia, porque encima no entienden ni hablaninglés. Finalmente, Phylla la acompaña a la habita-ción para huéspedes, le muestra una cama y Virgi-nia rendida se tira sobre ella vestida y todo.

Por la mañana Virginia se despertó en su camay en su ciudad, y se preguntó extrañada por quéllevaba puesta su ropa de invierno.

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Cristina LapeyreSoy rubia, de origen francés, amante de la

buena cocina y en noviembre cumplo mis prime-ros jóvenes 60 años de vida. Vida plena, intensa,

donde no faltó la alegría, la risa, los momentosfelices y también el llanto y el dolor. Celebro enestas pocas palabras la gracia de poseer la visión

de un nuevo camino: a través de la escriturapoder volcar mis recuerdos y sentimientos más

profundos y ver florecer aquello que quedórelegado, esperando el momento de dar a luz la

creativida escondida en la sombra de una caja decartón.

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HORIZONTES PERDIDOS(fragmento de la historia familiar)

Como todos los días muy temprano abro la ven-tana para ventilar mi cuarto. La mañana está frescay luminosa, desde el establo llega el mugido de lasvacas que se impacientan por salir a pastar sobrelas colinas verdes. Miro hacia el horizonte y meimagino el día en que pueda dejar la vida monóto-na de mi pueblo e iniciar un camino lleno de aven-turas. Tengo veinticuatro años y un deseo enormede conocer otros lugares, otra gente. Aún no mecasé y sé que será difícil encontrar al hombre idealentre los jóvenes labradores de Sauvelade. Sueñocon alguien pulcro, inteligente que sea hábil y sepaganarse la vida sin sudar punteando la tierra y co-sechando el trigo. Sin embargo, debo confesar queme atan fuertes lazos a este poblado: mis padres,mis hermanos, mi pequeño sobrino Henry, el hijode Batiste, y mi caballo con quien disfruto galo-pando entre los árboles de los bosques que circun-dan el pueblo.

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Mientras me hundo en mi ensoñación un lla-mado de mi madre me hace bruscamente volver ala realidad.

—¡Elisa, baja pronto, el desayuno está servido!—Ya voy, termino de ordenar el cuarto y bajo –

contesto todavía inmersa en mi sueño.Mientras bajo saltando la escalera, el aroma de

la leche humeante y recién ordeñada me abre elapetito, me acerco a mamá para darle un beso y laayudo a cortar en rodajas el pan casero que amasa adiario. Sobre la mesa, la confitura de cerezas hechaen casa y un buen trozo de manteca completannuestro desayuno. Papá acaba de entrar y se dirigea la mesa con un sobre en la mano, entre alegre ytemeroso comenta:

—Pasó el cartero, es una carta de Joseph...Apresurado toma un cuchillo y abre el sobre, la

hoja de papel tiembla entre sus manos, mamá y yolo miramos atentamente, de pronto sus ojos azulesse iluminan y con voz entrecortada por la emociónnos dice:

—El próximo lunes se embarca, es una largatravesía, pero felizmente dentro de un mes Josephestará entre nosotros. Bueno, sentémonos a la mesa,ven Elisa a mi lado y no dejes que tu tazón de lechese enfríe.

Siento que mis mejillas se arrebatan no sé si espor el calor de la leche o por la alegría de tan buenanoticia. En cuanto regrese de llevar las vacas al pas-

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toreo iré a la casa de Leonie para decirle que Josephllegará pronto. Leonie, la novia de mi hermano, quelo espera para casarse e irse juntos a Buenos Aires,estará muy feliz.

Treinta años después…

Los días pasaron rápidamente desde aquellamañana donde comencé a tejer mis fantasías de unlargo viaje hacia tierras remotas. Mi hermano llegóy todos fuimos a recibirlo al puerto de Bordeau.

Joseph, el cuarto de ocho hermanos y el menorde los varones, en aquella época el más joven, ha-bía partido para encontrar fortuna lejos del hogarmaterno, ya que el primer heredero era el mayor ylos siguientes la irían recibiendo de acuerdo con elorden de nacimiento, Joseph obtendría poco o nadade esa herencia.

Yo, la última de los ocho hermanos y mujer, sóloestaba preparada para casarme, como todas lasmujeres de esa época nos ocupábamos del hogar yde los hijos; entonces tomaba cursos de corte yconfección y tenía gran habilidad para armar som-breros, sin embargo, lo que más amaba eran esastardes cuando encerrada en mi cuarto me sentabaa escribir poemas sobre mi escritorio que estabajusto debajo de la ventana y observaba cómo revo-loteaban los pájaros que se acercaban y volvían arevolotear hasta que finalmente se posaban en eldintel de la ventana.

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Recuerdo que una vez hojeando un libro habíaencontrado dibujos de toda la variedad de pájarosque teníamos en la zona, tomé una tijera, los recor-té y los escondí dentro de una carpeta y allí queda-ron. No sé si alguien los habrá encontrado, segura-mente el tiempo se los llevó… (...)

DESPERTARES

Abrí los ojos después de haber oído el sonidodel despertador a la misma hora de siempre. La te-nue luz que entraba por el postigón de mi ventanaanunciaba un día gris, a poco, las primeras gotas delluvia golpearon cadenciosamente contra la made-ra pintada de verde.

Sabía que un largo día comenzaba y aunque sen-tía deseos de acurrucarme entre las sábanas y con-tinuar durmiendo, el deber no me dejaba disfrutardel momento. La lluvia caía con más fuerza y misoídos recibían con placer la monotonía de las gotasgolpeando contra el agua de la fuente del patio. Porunos segundos más disfruté de su música y com-prendí que valía la pena detenerme en el tiempo...volví a cerrar los ojos y sentí que una gota de pazme inundaba el alma.

Fueron esos pocos minutos de goce profundolos que hicieron posible la calma durante el restode la jornada.

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Emilia BattagliaUn día abrí la casilla de correo y encontré uno

de Virginia que anunciaba su taller de escritura.Unos meses antes me habían elegido Presidenta

de la Asociación de Vecinos y uno de mis proyec-tos era hacer una revista para el barrio, pero

necesitaba corregir mi ortografía y actualizarmeen las técnicas de la escritura. Fue como un envío

del cielo, comencé el taller con avidez y alegría,en una de las clases me pidieron que escribiera

una historia de ficción, me pareció imposiblepero lo hice. Puse mucho empeño, me divertí y

hasta me contacté con taxi boys parainteriorizarme de esa actividad. Hoy estoy feliz de

que mi historia de fantasía forme parte de estelibro.

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(fragmento)

Roy, un joven de veinticinco años, físicoculturista, de tez cetrina, cabellos negros, ojos ver-des, se encuentra en su rutina diaria: maneja su ve-hículo por las calles de la ciudad en búsqueda deldinero que lo sustente y alguna aventura que ali-mente su ego y su autoestima. Se gana la vida comotaxi boy, alquila su cuerpo, sus sentidos, su libido.Presta un servicio sexual de excelencia, al mejorpostor. No le importa el sexo ni la edad de su oca-sional cliente. Sólo importa que tenga el dinero su-ficiente para pagar su servicio. Se considera a simismo como un hombre sin escrúpulos porquetodo lo que le interesa es ganar gran cantidad dedinero.

Quiere hacerse millonario y sabe que su profe-sión es muy corta. Sueña con una mansión, consirvientes, un perro de raza para pasear por el par-que, una hermosa piscina, ofrecer fiestas faustosas

EL TAXI BOY

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y comprar autos importados de gran porte. En fin,una vida sin preocupaciones ni limitaciones de nin-guna especie. Busca en cada pasajero que logra cau-tivar su pase a una vida de millonario.

Victoria es la hija de aristócratas. Sus padres laobligaron a casarse con Pedro, un joven tímido,solitario, torpe y dubitativo, pero con una gran for-tuna familiar. Victoria es bonita, vivaz y divertida,pero su carácter es débil, se deja dominar por lascircunstancias y por la arrogancia de su padre quees un tipo difícil, hosco, temperamental, rudo, quesiempre impone su voluntad sobre la de su hija.

Su matrimonio la hace muy infeliz. Su vida trans-curre como en un mundo paralelo, el de los muer-tos en vida. Pedro, su marido, es incapaz de ali-mentar su libido de mujer fogosa. Ni siquiera lograseducirlo cuando se baña en la ducha con la puertadel baño abierta.

Vive en una lujosa mansión rodeada de sirvien-tes, pero le gustaría escapar de ese mundo y sentir-se libre. Sólo siente que alcanza la libertad cuandose encierra en su cuarto y bebe hasta la última gotade whisky de la botella que suele esconder en suplacard y cuando consume una sustancia blanca quela hace despegarse de su cuerpo y olvidarse de surealidad cotidiana.

Está aburrida de su vida sin sentido y una no-che sale en su lujoso auto descapotable decidida a

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todo. Al mejor estilo Isadora Duncan, envuelve sucuello en un fino pañuelo de seda blanco. Llevaconsigo como único equipaje, una botella de whis-ky y cuatro paquetitos de su amiga “la blanca”.

Aprieta el acelerador. Corre por la avenida Li-bertador a más de 150 kilómetros por hora, peroantes de llegar a La Pampa un auto que cruza laavenida obliga a frenar, su auto hace un trompo yse estrella contra otro, parado en el semáforo. Nose ha hecho nada de milagro, baja del auto y discu-te con el dueño del otro vehículo que llama a la a lapolicía.

Roy que está muy cerca esperando a un clienteobserva la escena y reconoce en la mujer a una desus buenas clientas. Es alguien por quien siente algoespecial aunque le cueste admitirlo. Se acerca, sinpensarlo la toma de un brazo, la empuja adentro desu auto y se alejan rápidamente. (...)

SILVIA

La llamada telefónica me dejó atónita: Silvia, mimejor compañera de facultad, tiene cáncer. Meabandoné en el sillón del living, la cabeza me dabavueltas y vueltas. Me angustié. Mis pensamientosvolaron al día en que nos conocimos: ella tenía trein-ta años entonces: bonita, de estatura mediana, her-

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mosos ojos color miel, pelo largo y busto impo-nente. Vestía un elegante tailleur de pantalón y sacocruzado negro con líneas grises a lo largo, y blusade seda blanca. Entró al aula y se sentó en el bancode adelante. La seguí con la mirada y me senté en elbanco contiguo.

El profesor de la Cátedra de Comercial I dijo:—Buenas tardes. Hoy hay trabajo para el hogar,

deben hacer una monografía importante, pues lanota que ustedes saquen se promediara con la delexamen final.

El docente tomó la planilla con nuestros nom-bres y, señalándonos, dijo:

—Flores y Battaglia: el título de su monografíadeberá versar sobre las Sociedades Comerciales yen particular, deberán escribir sobre SociedadesAnónimas.

A la salida de clase nos presentamos por nues-tros nombres.

—Silvia, ¿dónde vivís? –le pregunté.—No sé donde vivirás, pero desde ya te aviso

que vos tendrás que venir a mí casa porque yo ten-go un nene pequeño —me dijo y enseguida agre-gó—: vivo en Ricchieri y Betveder, queda en Núñez,cerca de la cancha de River.

—¡No me digas! Yo también vivo en Ricchieri yBetveder, hace muchos años que vivo ahí, peronunca te vi.

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Nos miramos como sin entender y las dos almismo tiempo dijimos: ¡somos vecinas!

De ahí en más, comenzó una relación de amis-tad que se da muy pocas veces. No sólo estudia-mos juntas, sino que compartimos nuestras salidasy hasta nuestros maridos e hijos se engancharon.

Nos recibimos juntas, pusimos un estudio demediación, nos convertimos en socias; pasamosbuenos y malos momentos, siempre estábamos jun-tas para resolver todos los casos que se nos ibanpresentando. Fue una época en la que nos sentía-mos fuertes y nos creíamos indestructibles.

Vimos crecer a nuestros hijos que tenían la mis-ma edad y cuando fueron adolescentes, para las dosfue fatal. Nos pasábamos todo el día leyendo el li-bro: “Socorro tengo un hijo adolescente».

Un buen día se marchó a Estados Unidos, exac-tamente al estado de las Vegas. Pasaron diez añosy hoy llamó para contarme esa triste novedad. Medijo que se vuelven a Buenos Aires.

Bueno, será una prueba más de la vida, perocomo creo en los milagros, voy a rezar para queocurra uno.

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Enriqueta AguilóPinta, juega al tenis, saber hacer casi de todo.

Es una pionera en turismo rural que realiza en elantiguo casco de la estancia que perteneció a sus

padres.

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LA NIÑA

La casona familiar de la calle Carlos Pellegrini,antigua, de tres pisos con majestuosas escaleras demadera.

Todas las tardes a la misma hora, cuando todosya habían llegado de sus distintas tareas y la casaestaba completa, la niña subía la escalera lentamen-te, mirando fijo escalón por escalón. Llegaba alentrepiso, donde dormía su hermana la mayor, yespiaba aunque sabía que no había nadie. Todosestaban abajo tomando el té.

Era pequeña, carita redonda, muy rubia, ojostransparentes, la tercera de cinco hermanos.

Y comenzaba su secreto...Por si acaso entraba muy despacio, sin ningún

ruido, se trepaba a la ventana y saltaba a la fría cor-nisa que daba al jardín interior y se acomodaba parala larga espera. Apoyaba la espalda sobre la húme-da pared y dejaba colgar las piernas hacia abajo.

Entonces, el silencio de afuera y el bullicio de

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adentro. Siempre con el oído atento, por si distin-guía, entre tantas voces, la de su madre.

Se imaginaba el llamado preocupado:«Enriqueta, ¿dónde estás?, Enriqueta, ¿dónde es-tás? Y su respuesta rápida: «Aquí mamá, aquí afue-ra, ya bajo...»

La oscuridad la iba envolviendo, las piernas seentumecían, pero ella se quedaba muy quieta, nofuera que no escuchara el llamado.

Y así las horas pasaban... hasta que oía clara-mente la voz de la madre:

—¡La comida está lista! ¡Bajen a comer!El ruido de los hermanos saltando por las esca-

leras para llegar primero y ella, suavemente, conlos pies dormidos, haciendo equilibrio para no caer-se, se volvía a trepar a la ventana del cuarto de suhermana. Siempre era última en llegar al gran co-medor.

Hoy no sucedió, quizá mañana...

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Erica SvriszJoven, tiene ojos hermosos que a veces pare-

cen tristes. Después de mucho buscar encontró aun hombre que vive en una casa y tiene un perro.

Está enamorada y pronto será mamá.

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Lo había conocido un año atrás. Fue en un barirlandés durante una noche de alcohol. Una nocheen la que Laura estaba dispuesta a cualquier invita-ción. Sus miradas se encontraron y huyeron de allítomados de la mano. En el silencio de la ciudaddormida compartieron historias hasta que se des-cubrió desnuda en su habitación, con él a su lado.

Aquel primer momento de intimidad fue sufi-ciente para que Laura se sintiera conectada con él.Fue como si lo conociese desde siempre. Se volvie-ron a ver una vez más en un bar de luces tenues, éldijo que la llamaría para invitarla a cenar..

Laura nunca entendió por qué él no llamó, qui-zás sólo había sido la aventura fácil de una noche ysí, ese tipo de relaciones esporádicas no prospera-ban, había pensado entonces.

Un año después Laura escuchó su voz a travésdel teléfono: la invitaba a la cena que había queda-

UN ENCUENTRO OCASIONAL

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do pendiente. Por orgullo le dijo que estaba ocupa-da, él tuvo que insistir varias veces para que ellacediera. Después de varios llamados, al fin, se en-contraron.

El la pasó a buscar y comieron en un restauran-te a la luz de las velas. Se miraron largo rato. Laurase mantuvo distante, pero reconocía todo lo que lahabía encantado la primera vez: profundidad, mis-terio y una manera tan seductora de comerla con lamirada. Sus ojos perversos la mataban

De nuevo necesitó del poder del alcohol, peroesta vez para aflojar sus rencores. No quiso pre-guntar el motivo de la ausencia, en ese momentolas palabras sobraban. Esperó a que su cuerpo res-pondiera por sí solo y, poco a poco, en la oscuridadde la habitación, volvió a reconocerlo. Se tocaron,se lamieron, se bebieron hasta que la piel se fundiócon el calor de los cuerpos.

Esa noche Laura jugó a que el tiempo se habíadetenido aquel día en que se habían conocido. A lamañana siguiente la resaca de la pasión la encontróentre las sábanas queriendo disimular el olvido.

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Graciela LoysNo sé qué decir de mí, que soy transparente y

una luchadora que siempresaca fuerzas de no sé donde y sigue adelante con

una sonrisa, pues soyuna enamorada de la vida.

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EL CAJÓN DE MI MESA DE LUZ

¡Cuántas cosas entran en el cajón de la mesade luz! las guardo pensando que algunas mevan a servir, otras porque representan distin-tos acontecimientos de la vida: fotos de loschicos en actos escolares, cumpleaños, paseos;alfileres de gancho, los que sujetan las etique-tas de la ropa, como son chiquitas y doradasalgo se va a poder abrochar; anteojos viejosque no creo que se vuelvan a usar; estampitasde todos los santos habidos y por haber, cadauno con su letanía; antiguos recibos de sueldoen australes, en patacones, que sólo sirvencomo nota curiosa para recordar la mejor “carade póker” y el gesto de “yo no fui”, de losministros de Economía del gobierno de tur-no.

También guardo lápices, biromes y marca-dores usados, sin ganas de seguir siendo útiles

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pues la tinta dijo: ¡basta!; botones, vaya a sa-ber a cuál camisa, pantalón o saquito pertene-cen, aunque siempre viene bien cuando menoslo esperamos; antifaces de avión para dormir sin elreflejo del sol en los ojos o si mi marido mira algúnpartido por la tele; infinidad de papeles, papelitos,papelotes, todos con un valor incuestionable, perocon destino incierto; boletas de los zapatos com-prados el año pasado, tickets del super, de lafiambrería de la vuelta, de la panadería, pues en lamitad del mes es necesario hacer el recuento de losgastos y así adivinar cómo llegar al treinta o al treintay uno, dando de comer a toda la familia una sana,nutritiva y buena alimentación; pañuelitos de papeldel último resfrío, diversos sobrecitos con cremasrevitalizadoras, nutritivas, rejuvenecedoras,antiarrugas, para el día, la noche y demás yerbas;de las revistas o de las consultoras de belleza reco-mendadas por alguna amiga; una lima usada, el ne-ceser de uñas incompleto.

Algo muy importante en un cajón: pelusa. Porel tiempo incalculable de su existencia, debe perte-necer a mi abuela “Yaya”(así la apodó mi prima yluego todos los nietos seguimos llamándola de esemodo). Encuentro un abanico de nácar. ¡Cuantosrecuerdos de mi infancia! Me lo regalaron cuandotomé la primera comunión. Hace tanto tiempo...¡Qué lindo momento de mi vida! Tengo tan pre-

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sente todo lo acontecido ese día, la ceremonia tansolemne. Éramos una infinidad de chicos y chicasese ocho de diciembre, en la Parroquia Jesús en elHuerto de los Olivos. Nosotras con voluminososvestidos blancos con miriñaque, para que las faldasresultaran impactantes. Abuela y mamá cosieron lasalforcitas tardes enteras. Yo tenía el cabello ondea-do, largo, pero a mami se le ocurrió hacerme rulos,pues quedaba mejor con la capotita que hacía jue-go con el vestido. ¡Qué tortura! Cuatro horas en lapeluquería con unos bigudíes terribles y sobre todotanto tiempo quieta, mi cabeza era una mata ensor-tijada. Mis padres sonrieron al ver a su gordita ves-tida cual muñequita.

El temor a Dios era la enseñanza de la época.Monseñor Bastos, sacerdote no vidente, encarga-do del catecismo de todos nosotros, nos infundíaese temor. Nunca imaginé que tendría un hijo –Santiago—, mi gran amor, que sería no videntecomo él.

La reunión fue en la casa de mis padres. Noso-tros vivíamos en la planta alta de una fábrica delicores, pues mi padre era el gerente y le daban lavivienda. Teníamos un gran jardín y un salón en laplanta baja, con estantes donde se guardaban lasetiquetas de identificación de los diferentes licoresque mi madre cubrió con largas cortinas azules.

Mi abuela materna, Yaya, vivía con nosotros. Ese

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día estaban invitadas, además de los otros parien-tes, dos primas de ella, viejitas risueñas y pintores-cas, Tía Rosa y Josefina, una viuda y la otra solteraquien siempre decía: «yo me guardo virgen para elGeneral Perón».

Ante ese público tan selecto, bailé durante todala fiesta sólo con la enagua de miriñaque del vesti-do. Todavía tengo presente las risas y aplausos. Evo-co en mi memoria, amigos, primos, compañeros,tíos, los abuelos paternos, amigos de mi hermano,de mis padres, los juegos, la torta. Y los souvenirs:angelitos confeccionados por mi mamá y una tía.

El abanico de nácar me hizo recordar una etapade mi vida, alegre, bulliciosa, colorida, donde lamayor preocupación era tener tiempo para jugar ytodo el amor de mis padres y de mi familia.

Con una sonrisa en mi rostro y con una granpaz interior. cerré el cajón de mi mesa de luz.

LA COMPU

Cuando apareció la compu en casa, todo setransformó. Lo primero fue adónde la íbamos aubicar, tenía que tener un lugar de privilegio, có-modo, con buena luz, para que se pudiera trabajarcon tranquilidad.

Los chicos y el padre enseguida tomaron con-

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fianza y pronto se convirtió en una aliada para lostrabajos, los jueguitos, el chateo, las monografías ylos carteles. Para mí resultaba un aparato infernal,sentía que la compu podía más que yo, me domina-ba. Hasta le puse un nombre: Susana, para ver siasí nos hacíamos amigas. Cuando estaba sola mesentaba frente a ella, tan maravillosa, enigmática,misteriosa y tan accesible al resto de mi familia..,pero yo la acariciaba como si fuera un objeto deotro planeta. La observaba, pasaba un algodón em-bebido en alcohol por el CPU, el monitor, el mouse,para que conservara todo su esplendor y parecieraintocada, pero sin atreverme a encenderla. Imagi-naba que si lo hacía me devoraría con sus teclas yque el mouse tan pequeño y escurridizo, ante elmenor roce, borraría todo lo escrito sin que queda-ra una sola letra impresa.

Algunas de mis amigas hacían sus primeros in-tentos y lograban maravillas, pero yo no podía conella. Todos ponderaban su capacidad de almacenardatos, brindar información en pocos minutos, peroyo me resistía, no podía dejar de lado a la Rémingtonque tantas alegrías y pesares me había brindado.Con el correr de los días me fui acercando cada vezmás, hasta que un día logre sentarme frente a ella ypermanecí jugando al solitario varias horas para per-derle el miedo.

Ahora, Susana y yo nos hemos hecho tan com-

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pinches que no podría trabajar sin su ayuda.Nos mudamos y Susana sigue siendo aún la más

mimada, conservando su lugar de privilegio dentrode la casa.

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Marta BlancoMarta A. Blanco Anvaria nació en la ciudad de

Buenos Aires el 20 de Enero de l947. Realizóestudios primarios y secundarios en el Colegio LaAnunciata. Es Docente y Guía de Turismo. Reali-

za investigaciones históricas y charlas sobre Tu-rismo Cultural. En el año 2005 participó en la

ciudad de Rosario en las ll Jornadas Nacionalesde Patrimonio Simbólico en Cementerios, presen-

tando el trabajo «El paseo de mi infancia», unbreve relato autobiográfico. Actualmente está

trabajando en el proyecto «La ciudad de BuenosAires en la década del 50».

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BLUE GRASS

 Las fragancias siempre me acompañaron y me

acompañan.Recuerdo desde pequeña las colonias que había

en casa, todas olían a rico. La Atkinson de tapa rojay tapa amarilla, la Franco-Inglesa que ha llegadohasta nuestros días, perfumes importados y no, quemamá usaba y también las colonias masculinas depapá.

Pero había una fragancia en particular que du-rante mucho tiempo nos visitó y cobró unprotagonismo importante el Blue Grass deElizabeth Arden.

Es curioso como la memoria olfativa nos trans-porta a situaciones que vivimos, de agrado o des-agrado.

En fin, la vida fue transcurriendo con BlueGrass. Se fue mamá y también el perfume. Nuncamás supe de él.

Me había quedado un frasco vacío que lo guar-

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daba como un tesoro y muchas veces cuando teníadeseos de relacionarme con las cosas bellas lo abríay me sumergía en el mundo de los recuerdos conese aroma tan especial. Me emocionaba mucho.Quería atrapar ese momento y traer la alegría hastael presente. Pero no se puede porque uno ha creci-do y el presente tiene otras alegrías diferentes.

Hace unos años viajaba en un ferry sobre elCanal de la Mancha y como buena turista que soy,fui al free shop. Llegué, observé y de repente entretodas las hileras de perfumes ¿quién estaba?, ¿quiénpodría deslumbrarme tanto ? ¡Él!, el Blue Grass,mi Blue Grass, que había buscado en todos loslugares por los que había andado

Lo vi en una fila entre tantos, elegante con unnuevo diseño de envase, pero con el mismo caballoazul plasmado sobre el vidrio, mirándome como sime estuviera diciendo: ¿nos encontramos, verdad,y ahora qué?

Busqué a la vendedora y en mi defectuoso in-glés se lo pedí. No lo probé. Ella tampoco lo inten-tó. Y cuando ya fue mío, abrí la caja, lo acaricié,saqué la tapita y me sumergí en su espacio de aro-ma, era igual, era el mismo y habían pasado tantosaños.

Entonces me di cuenta de que el Blue Grassformaba parte de esa búsqueda de la eternidad.

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Herman SpollanskyEs economista, escribió un libro. Vivió en África

y ahora vive en Salta donde construyó un hermo-so petit hotel.

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VUELO

Finalmente has llegado al aeropuerto.Pese al trajín has tenido tiempo suficiente para

cumplir con todos tus quehaceres cotidianos. Porla mañana te has despertado temprano, tomado unaducha tibia, bebido un té tibio y te has sentado a laorilla de tu cama para calzarte tus incómodos za-patos. Antes de irte has apagado las luces y bajastelas persianas de las habitaciones.

En el avión, miras de soslayo el escote de la aza-fata prolija que se ha inclinado hacia vos ofrecién-dote gentilmente una Coca Cola. «Diet», le aclarascon una media sonrisa.

No puedes fumar pero aún así intentas relajar-te. Estiras tus piernas y al hacer un movimientoondulante con tus pies, te viene el recuerdo de lasuave sensación de unos masajes con aroma a cítri-co. De repente el aroma se te sube a la cabeza y teimpregna la piel con perfumes de mujer que semezclan con sonidos, jadeos, sonrisas y caricias que

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se escurren como un cosquilleo por todo tu ser, altiempo que el avión toma altura y te transporta haciaotras geografías.

Dejas escapar las sensaciones porque debes or-ganizar tu agenda de mañana: controlar tu obra,tus proyectos, tus asuntos pendientes y tambiéndarte tiempo para disfrutar del fin de semana. Eltrayecto no alcanza para ordenar tu mente, cuandote quieres acordar sientes el carreteo del aterrizaje.

Pisar el suelo salteño te plantea algunosinterrogantes ¿He llegado a casa o mi casa es laotra?¿o mi casa seré yo mismo? Sacudes tu cabezacomo queriendo expulsar tus dudas, pero a contra-pelo te asaltan de nuevo las preguntas ¿Existe lacasa definitiva? ¿la mujer definitiva...?

No sabes qué decirte, pero mejor te dejas llevarpor el destino. De verdad necesitas descansar. Do-blas en cuatro tus pequeños anteojos de leer, loscolocas con cuidado en la petaca, enciendes tu ce-lular y arremetes.

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Leonor TiempoAma los libros y las palabras.

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Matilde tenía muchas certezas. Nació y vivó condemasiadas certezas. El mundo de su niñez, conpadres amorosos y protectores, aunque no exentosde reglas rígidas, la había protegido y a la vez con-dicionado para ello. Todo era blanco o negro. Cre-ció segura de sí, de sus condiciones, de su valía y lavida se le fue dando de un modo organizado casiprolijo.

La escuela, el colegio secundario y posteriormen-te la universidad se resolvieron pausadamente, se-gún lo previsto. Hasta el encuentro del amor fuealgo natural, sin sobresaltos. La persona adecuadaen el momento adecuado.

Juntos construyeron un hogar armonioso basa-do en el respeto, la comprensión y el deleite por lascosas compartidas. Trabajaron mucho y, con esfuer-zo, construyeron un pasar holgado y una promesade futuro seguro.

MATILDE

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Cómo imaginar, entonces, que alguien con esahistoria pudiera manejar el desconcierto en el quehoy se encuentra.

A los cincuenta y cinco años Matilde no se re-conoce. Ya no hace pie. Perdió la brújula.

Todo empezó con un simple llamado telefóni-co. Una voz profunda, arrebatadora la atravesó de-jándola inmóvil, muda, casi sin fuerzas para con-testar que era número equivocado.

Pasó el resto del día inquieta sin comprender dedónde provenía ese sentimiento incómodo, tan ex-traño en su vida que, sin embargo, la llevaba a in-tuir que era la puerta hacia un mundo peligroso ydesconocido para ella.

Al día siguiente, casi a la misma hora el teléfonosonó. Allí estaba otra vez su voz, la del desconoci-do casi esperado.

No hizo falta aludir al número equivocado; lavoz le hablaba a ella, Matilde, y ella quería escu-charla.

No importa mencionar de qué hablaron ese ocualquiera de los subsiguientes días a lo largo dedos meses. Digamos simplemente que fue el co-mienzo del infierno que la llevó a convivir con otraMatide desconocida que fue ganando terreno, quela domina, que no permite medir consecuencias,que la hace desear correr tras sus impulsos.

Lo más doloroso para nuestra Matilde es no po-

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der mirar a los ojos a su marido. Rehuye las largascharlas de las sobremesas, pretexta estar cansada,usa su incipiente menopausia para ocultar sus cam-bios de humor y su desgano por encontrarse conamigos.

Su guerra es feroz pero en el fondo sabe quepor primera vez, perderá la batalla. Lo intuyó, díasatrás al recordar aquella frase que aparecía en elfinal de una vieja película: «El amor es un rayo quete deja estacado, en el medio del patio».

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Liliana CencigEscribe hermosos cuentos para sus nietos y

ama el silencio.

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UN OBJETO

Es difícil, con tantos objetos a mi alrededor,encontrar el que me inspire una historia.

Muchas veces paso por tu lado, caminando, co-rriendo, saltando, cantando y siempre estás ahí,acostado, algunas veces hacia la izquierda, otrashacia la derecha, según la posición en que te dejan.

Hoy se me ocurrió ponerme en puntas de pie ytomarte con mis pequeñas manos.

¡Cuántos rayones y círculos, llené la hoja! Unossalieron con trazo suave, con otros casi la perforo.

De pronto rompí la punta, así que rapidito lodejé donde estaba.

Por un tiempo me olvido de él y vuelvo a miscosas.

Ya estoy más alto, veo que tiene punta y lo tomo.Busco entre los papeles de mamá algo para ga-

rabatear, ahora hago círculos con líneas hacia aba-jo largas y cortas a los costados, así dibujo a los queme rodean, también escribo la inicial de mi nom-bre.

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Con el tiempo escribo oraciones, manifiesto enellas mis sentimientos, cómo veo a los demás, di-bujo casas, árboles, animales, aunque no tan bien.

Y darles color a los dibujos que se tornan fan-tásticos es como darle color a la vida.

Hoy, con él hago valer mis ideas y mis ideales,puedo contar cómo quiero que sea el mundo y lahumanidad, con lo que no estoy conforme y conlo que estoy, dar soluciones a los males, mitigar eldolor de algunas almas.

Cuando están tan pequeños que no los puedousar, los coleccion; no los puedo tirar, son una im-portante parte de mí. EL LAPIZ.

EL SILENCIO  El silencio es necesario para escuchar al otro, a

nosotros mismos, a ese interior que a veces le te-memos, lo tenemos abandonado o preferimos ig-norarlo.

El nos hace reflexionar, ver situaciones.Silencio incómodo, ése que aparece en un en-

cuentro de a dos o en una reunión y no sabemoscómo salir de él, cómo romperlo sin decir tonteras.

Ese que pone una valla, que no deja entrar en elyo del otro y nos hace sufrir.

El peor es cuando no encontramos cómo sacaral otro de su mutismo, cuando no hallamos ningu-na respuesta a las preguntas para saber cuál fue elerror. Es como un castigo.

Hasta podemos amar y odiar... el silencio.

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Marta SlemensonA los cuatro años, sentada en las rodillas de su

papá, él le enseñó a descifrar las letras en el diarioque leía al término del día; al año siguiente yabilingüe, su institutriz suiza encantada con su

precocidad, la obligaba a escribirle en francés alpadre tan adorado que viajaba la mitad del año.

Niñita enfermiza y triste de ausencias, loslibros infantiles, la danza clásica y la pintura,

fueron parte temprana del mundo de fantasía enque se refugió. Años más tarde, incorporaría la

cerámica, la danza contemporánea y el teatro.No podían faltar los talleres literarios en ese

abrevar en que colaboraron la periodista NormaOsnajansky, la poeta Diana Bellessi, la escritora

Irma Verolín, y en la actualidad Virginia Hauriecon su taller de biografía e historia familiar.Estos y muchos otros maestros; alumnos y

pacientes (es psicóloga y socióloga), tres hijos,siete nietos, algunos amores y muchísimos viajes,

le dieron a su vida un rico entramado.

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(fragmento de la historia familiar)

No conocí a mis abuelos, ni maternos ni pater-nos, más que por sus fotos y por los relatos de sushijos. Esos relatos nunca fueron puntuales, sino quehube de delinearlos a través de anécdotas, de pala-bras apenas sugeridas o que entendí a medias, deemociones a ráfagas.

En mis primeros años de vida no sentí esacarencia porque tenía tíos y primos suficientes comopara compensarla.

Esto cambió con el correr del tiempo, cuandola generación de los mayores comenzó a desapare-cer y los primos perdimos el poco contacto queaún manteníamos.

Y especialmente después, cuando mis hijos va-rones emigraron, formaron parejas con mujeres deotra religión y tuvieron hijos que, de tener alguna,posiblemente elegirían las de sus madres, sentí quenecesitaba reflexionar sobre lo que me estaba ocu-rriendo.

RADOM

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Nunca fui religiosa y nunca me presionaron paraque lo fuera. Mis padres eran judíos, iban al temploen las fiestas religiosas y se reunían luego en familiapara festejarlas. No se comía “kosher”ni yo conocíael significado de la palabra. Esos encuentros meencantaban y colorearon, con risas y anécdotas, todami infancia.

Papá nació en una familia religiosa y siempresupe que éramos “Kohen”, lo que dentro de la co-lectividad, define un linaje y ciertas tradiciones, porejemplo: que hombres y mujeres no pueden serenterrados juntos. De hecho, los míos yacen consus hermanos mayores del mismo sexo.

Mi hermana Sofía, cuatro años mayor que yo, secasó muy joven en un templo. Yo no lo hice y conCarlos, el padre de mis hijos, decidimos no darleseducación religiosa.

Tenía que encontrar un modo de respetar loheredado y de repensar lo aprendido, pero animán-dome a transgredir siempre que lo sintiese necesa-rio.

A decir verdad, la trasgresión entendida comoun proceso de transformación que resulta de lacuriosidad frente a lo nuevo, fue un modelo de li-bertad que aprendí de mi padre. Y descubrí, en uncurioso ciclo vital, que es también uno de los fun-damentos de mi quehacer profesional.

En busca de respuestas, lo primero que hice fue

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seguir un curso de dos años en el Centro de Estu-dios Judaicos. No aumentó mi religiosidad, ni va-rió mi respeto por cualquier creencia ajena que nosea agresiva, ni mi rebeldía frente a todo lo quesiento como impuesto, ni mi rechazo a cualquierfundamentalismo.

Lo que me resultó más interesante provino dedos requerimientos que formaban parte de esosestudios: pensar en algún objeto que tuviese quever con nuestra experiencia religiosa en función dela familia, y escribir una biografía familiar.

Lo primero me surgió instantáneamente, y notenía que ver con la religión sino con donacionesde mi padre a la colectividad: como una medalla dela Sociedad Hebraica Argentina como socio vitali-cio; o un diploma por donar árboles para Israel enocasión de mi casamiento. Todavía no sabía que,después de su muerte, encontraría en su ropero unkilo de tierra traída de Israel, para ser agregado a sutumba.

Lo sorprendente fue pensar que también yo te-nía “mi medalla”, otorgada por una institución noreligiosa –CUJA- por servicios profesionales pres-tados gratuitamente a esa Institución.

La segunda tarea me movilizó mucho, y origi-nó una monografía que apareció en Alon, una pu-blicación del Centro de Estudios Judaicos (CEJ)(año III, nº IV, 1993).

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De allí extraje bastante de lo que cuento aquí, yfue la primera vez que la respuesta de mis hijos, mehizo verme como una posible portadora de la me-moria familiar.

Percibí que mi no religiosidad no alteraba laaceptación de mi judaísmo que me había sido in-culcado sin demasiadas palabras.

De hecho, la primera vez que escuché la frasede Jean Paul Sastre según la cual “el judío es un hom-

bre al que los demás han definido como judío y que tiene la

obligación de elegirse como tal, pensé en mi padre. Por-que esta obligación surge de una necesidadexistencial ineludible, de un percatarse elegido res-ponsablemente y alejados ambos de la obligaciónsocial, que no es lo mismo.

Mi padre, Simón, nació en octubre de 1900, enRadom, una ciudad polaca cercana a la fronteraRusa, y esto explica que figure como ruso en sulibreta de casamiento, que conservo y que tiene elnúmero 9704. El siempre se sintió y se dijo polacoy argentino naturalizado. Amó su país de adopción.

Provenía de una familia acomodada y por eso,si no se conoce el antisemitismo que existía en Po-lonia –y más aún en ciudades pequeñas comoRadom- a principios del siglo XX no se entiendeque saliese dos veces camino a la Argentina. Laprimera vez con apenas diecisiete años y al final de

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la primera guerra mundial. El contaba entre carca-jadas, que cuando hicieron una parada en un puer-to italiano –imagino que para reabastecerse y dejara prisioneros que viajaban en tercera clase- al bajardel barco las autoridades le preguntaron si era pri-sionero, y como la única palabra que conocía delidioma local era “si”, eso es lo que dijo. Con lo queterminó en un campo de prisioneros, sin haber com-batido ni tener la edad necesaria para hacerlo.

Allí, antes de su vuelta a Radom, aprendió elitaliano (uno de los siete u ocho idiomas que habla-ba, con distintos grados de fluidez), estuvo al bor-de de la muerte durante una epidemia de disentería,se transformó en el chofer de un oficial italiano yconquistó a su primera novia –obviamente italia-na- a la que siempre recordó con una sonrisa píca-ra.

Le salvó la vida un primo lejano, prisionero enel mismo campo, que lo reconoció y cuidó –enfer-mo y deshidratado- y que más tarde fue mi tío Tódor

(Teodoro), casado con la tía Balbina. Supongo quevolvieron juntos a Polonia, porque en una foto papáestá con uniforme militar; sé que fue en un regi-miento de caballería.

Lo prolongado de ese servicio militar (tres ocuatro años) y el tipo de tarea –comentaba que seponía guantes para limpiar los caballos- seguramen-te lo llevaron a intentar una nueva partida.

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Comparando fechas me parece probable quehaya desertado y esa podría ser una de las razonespor las que, en sus repetidos viajes, nunca volvió aPolonia. La otra es su convencimiento de que “todopolaco católico era por definición un antisemita”;el único prejuicio que le conocí, sin duda funda-mentado en relatos o alguna experiencia tempranade progrom, que no mencionaba.

Conservo un pasaporte otorgado el 12 de agos-to de 1921, válido por un año y obtenido para susegunda y definitiva salida de Polonia; en el mismosu profesión consta como agente viajero (commisvoyageur).

La foto del documento muestra un rostro deojos claros vivaces, peinado con raya al costado,corbata llamativa y cuello de pajaritas.

En Buenos Aires lo esperaba un hermano ma-yor, Charles, que lo introduciría en el comercio delas pieles.

Pero eso es el comienzo de otras historias; vol-vamos a Radom. ¿Pero a cuál Radom? (...)

MENTA Y PEPERINA

Soy una adicta al café y de sus obligadas versio-nes más saludables: los tés. Pero existe una excep-ción que trasciende esos sustitutos que descalifico.Me refiero al té de menta y peperina. Una oleada

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humeante del brebaje es suficiente para trasladar-me a los paisajes cordobeses de muchas de mis va-caciones infantiles.

El lugar elegido es el inolvidable hotel Alto deSan Pedro, al que íbamos durante el receso escolarde julio y, algunas veces, también durante un mes,en el verano. Sus terrenos de entonces se extendíanhasta Huerta Grande y ocupaban todo lo que hoyes Villa Giardino (los hermanos Giardino eran susdueños).

No se trataba sólo del confortable hotel. Ni delmisterioso camino que tenía alrededor de un kiló-metro; y que llevaba a las económicamente másaccesibles piecitas de «los solteros». Ni del largosendero que conducía a la tranquera, dónde termi-naba el espacio que me permitían recorrer sin com-pañía adulta; y tras la cual se juntaban los caballosde las cabalgatas vespertinas con sus cuidadores.Ni de la confitería al aire libre con una pista debaldosas, dónde bailaban adolescentes y adultos conel sonido amplificado de una vieja vitrola. Aunqueahí fue dónde papá me enseñó el cuadrado que habíaque dibujar en el piso para bailar la rumba«yanquizada» que popularizó Carmen Miranda. Nide los espacios cubiertos de malezas enmarañadas,dónde los chicos del hotel construíamos, de año enaño, cabañas que adornábamos con flores silves-tres y en las que vivíamos emocionantes aventurasimaginarias. Ni de las coquetas escaleras con bor-

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des repletos de flores por las que se ascendía a lapileta y, por fin, a los dos o tres empinados chalets.Se trataba de los habitantes de esos chalets y de susvisitantes, en las horas mágicas de la siesta en lasque yo -eximida de ella por buena conducta- era laúnica niña a la que permitían asistir a las tertuliasprolongadas. Para algunos adultos alrededor delmate; para otros, gustando sus infusiones de men-ta y peperina, recién recogidas por ellos mismos.

Habitualmente, los chalets eran ocupados pordos visitantes ilustres: en uno la gran actriz espa-ñola Margarita Xirgu y sus dos ahijadas; en el otroBerta Singerman, quien ayudada por su marido, pre-paraba ahí los recitales que cada año daba en la pro-vincia. La cercanía de la Casa del Sindicato de Ar-tistas, que aún existe, hacía que muchos de sus hués-pedes las visitasen. Por supuesto que yo no sabíaquienes eran, pero sentada en las rodillas de la «tía»Margarita, escuché por primera vez la cadencia delos versos de García Lorca que me arrullaban sinentenderlos. Y la «tía» Berta, me enseñó a emba-durnarme la cara con corcho quemado y a disfra-zarme de negrita rumbera para cantar «maní,manicero soy...» en algún carnaval. No me sorpren-día ver a esas mismas «tías» sobre un escenario ni,unos pocos años más tarde, reconocer en las pan-tallas de cine, a algunos de sus compañeros de ter-tulia: Mecha Ortiz, Enrique Muiño o FlorenDelbene. Menta y peperina, mis primeras bocana-das de libertad...

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Matilde DeaigeUna mujer creativa e inquieta que está en la bús-

queda.

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LA SILLA DE VALERIA

Aquí estoy, ubicada en un lugar preferencial den-tro del living de Valeria. Mi condición de pieza úni-ca de formas tan puras se refleja en un espejo ubi-cado estratégicamente con el propósito de resaltarmi belleza; el brillo natural de la madera destaca lasformas simples pero contundentes de mi estilo.

Quiero creer que éste será mi último lugar, hepasado por tantas manos en sitios extraños y es-pléndidos como también tenebrosos y hostiles.Valeria me eligió sin dudarlo, aunque no estaba ensus planes tener una silla africana de diseño único.Azar... Destino...

Cuando me compran creen que no hay vida den-tro de mí y están tan errados; yo no elijo, pero sípuedo hacer brotar las fuerzas de mi madera y de-rrochar energía dentro de la casa e impregnar a midueño circunstancial. Consideran que soy un obje-to, pero puedo percibir la vibración del deseo detenerme.

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Los anticuarios me tratan con respeto, los co-leccionistas quieren que sea sólo de ellos y me es-conden; a muy pocos les interesa conocer mi histo-ria inicial, saber de qué árbol nací y quién me tallódándome vida, sólo quieren saber mi valor de cam-bio. Soy una mercancía.

Habité en palacios, residencias exóticas, pent

houses de nuevos ricos, viajé en bodegas de barcos,buches de aviones y a lomo de mula hacia un mo-nasterio en las montañas de Turquía, ¡no imaginanla incomodidad y traqueteo de ese viaje!

De mi último lugar, recuerdo la oscuridad, unpiso elegante sin ruidos y sin gente, el polvo tapabamis maravillosas vetas. Una tarde sentí mucho mo-vimiento y de pronto me recogieron sin miramien-tos y me amontonaron junto a tres sillones de panaroja, una mesa estilo Luis XV y algunas sillas des-coloridas en una sala enorme. ¿Y ahora qué?... Pa-saron los días. El silencio me atormentaba, ¿iré aldepósito de muebles? ¿a un remate de antigüeda-des? En estos discurrimientos estaba, cuando apa-reció Valeria. Nos miramos con curiosidad, vislum-bré en sus ojos que gustaba de mí y yo la amé in-mediatamente. Era la persona a la cual quería rega-larle la energía de mi madera; la promesa de sueñosa cumplir.

Valeria: soy la silla, pieza única tallada por unartesano desconocido de una ciudad de África del

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Norte, dispuesta a acompañarte para siempre.

ALGODÓN CON VAINILLA

Despertar los sentidos es como abrir un frascocon caramelos, cada uno de ellos encierra el miste-rio de lo desconocido. Nos toca en lo más profun-do, despertando la curiosidad y marcando el cami-no de los recuerdos.

El aroma de vainilla en el algodón me transpor-ta a un patio con una pared de ladrillos, cercadocon interminables macetas con flores de geranio,jazmines, coronas de cristo y muchas otras. Enfren-tada a la galería, había una canaleta por la que cir-culaba agua y que en días de lluvia era un río per-fecto para los barcos de papel que la abuela Anaarmaba para mí y para mi hermano Jorge.

AI final del patio estaba la cocina. Recuerdo tannítidamente el lugar que, sólo con cerrar los ojos,puedo recrear con todos mis sentidos las tardes deverano cuando la abuela cocinaba, sobre las brasasdel carbón, el arroz con leche dentro de una in-mensa lechera de aluminio. Los borbotones de laleche hirviendo resuenan vívidamente y la figurade Ana se interpone entre el recuerdo y la presen-cia: levemente inclinada sobre la hornalla revolvien-do suavemente, con la cuchara de madera en mano.

—¡Lentamente Chiche... así logramos que no

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se pegue –me decía.Mientras su mano dibujaba en ochos el placer

ansiado, Jorge corría por el fondo alborotando lasgallinas y entonces la abuela, dejaba el dulce y seasomaba a la puerta para pedirle sosiego:

--¡Este chico... cuando llegue el abuelo ya va aver!

Yo tiraba del delantal de la abuela para que noolvidara el arroz con leche. «Listo, ya está», decía yretiraba la lechera del carbón, lo dejaba reposar ycoronaba la cremosa superficie del arroz con lechecon una chaucha de vainilla.

Ese preciso instante es el que me dejó el rastrode estos recuerdos.

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Mercedes PalaciosSiempre me gustó escribir, por eso ahora quieroaprender algunas técnicas que me permitan ha-

cerlo mejor, por eso concurro al taller de miamiga Virginia. Durante siete años produje la

revista del barrio Belgrano R y actualmente estoytrabajando en la reconstrucción de la historia de

mi familia, inmigrantes venezolanos de principiosde siglo XX.

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(fragmento de la historia familiar)

En el invierno del año 2004 sonó el teléfono yuna voz desconocida se presentó diciendo que erael ingeniero agrónomo Alejandro Larguía y que es-taba escribiendo un libro sobre los primerosyerbales latifundistas en Misiones a principio delsiglo XX, por la importancia que tuvieron para laeconomía de la provincia que en aquel momentoera Territorio Nacional.

El sabía que los hermanos Palacios habían esta-do allí, pero le faltaba información, y pensó que yo,como hija de uno de ellos, podía cubrir esos blan-cos. Mi sorpresa fue más que grande a medida queintercambiábamos mails con historias de familia quetenía adormecidas, pero nunca olvidadas. Mis emo-ciones aumentaron. Había profundos motivos paraque fuera así.

En apretada síntesis: Jesús mi padre de veinti-dós años y su familia, madre, hermanos, hermanas

SAN IGNACIO

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y María Macero con dos sobrinos, Petra y Antonio,que cumplían funciones domésticas, llegaron a ins-talarse en San Ignacio en el año 1912. Todos emi-graron de Caracas-Venezuela, junto con el abueloJuan Pablo Palacios en 1903.

Ya había parientes en la Argentina desde 1870,época de la fiebre amarilla, los Herrera Vegas. Ellosquisieron ayudar a sus primos para que se encami-naran económicamente y por eso armaron una so-ciedad de capital y trabajo. La idea: comprar cam-pos en San Ignacio y que los hermanos Palacios seencargaran de hacerlos producir. La sociedad fun-cionó con gran éxito durante diez años hasta queun injusto pleito, por mala administración, acabócon la Sociedad y parte de la familia. Cuando todoesto sucedió, yo no había nacido, pero crecí conlos relatos sobre esos duros años.

Volvamos al presente. La información tenía iday vuelta con Alejandro Larguía. El, como investi-gador, conocía cantidad de detalles que yo ignora-ba, pero yo tenía información familiar que no apa-recía en ningún escrito. Además de fotos que le eranmuy necesarias para la publicación.

El año 2005 llegó con la noticia de que el libroestaba terminado y que sería presentado en San Ig-nacio y me invitan a participar como única descen-diente de los protagonistas de la historia. Mis her-manos, por diferentes motivos, no podían asistir.

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El sí fue inmediato, sólo pedí saber con anticipa-ción la fecha para ordenar mis compromisos enBuenos Aires.

Tomada la decisión de viajar, compré los pasa-jes de ida y vuelta en un ómnibus con “cama total”,ya que me esperaban doce horas de viaje. Confiesoque me gusta mucho más el paisaje variado de lavegetación a lo largo del camino, que las nubes, quepor más variadas que sean no dejan de ser nubes yademás, porque los pozos de aire no resultan nadadivertidos, para eso prefiero el Parque de Diversio-nes. (Ahora, ya de regreso, pienso que necesitabaun poco de tiempo para acomodar mis pensamien-tos, sentimientos y a tantos personajes que de gol-pe invadieron mi cabeza, y la desbordaron).

Puntualmente, el ómnibus partió de la estaciónRetiro. Al poco tiempo me ofrecieron caramelosque rechacé, no así el whisky que me cayó de mara-villas y al rato la cena, muy decente, como diría miabuela, sin faltarle el tinto. Con eso y una mala pe-lícula, puse el asiento como “cama total” y dormí ydormí, sin pensar en nada. La fantasía de ver elcamino y la vegetación variada quedó en eso: fan-tasía. Era de noche, sin luna, y muy de vez en cuan-do algún pueblito iluminado aparecía por la venta-nilla, pero nada especial.

A las siete y media de la mañana entramos a laestación en Posadas y enseguida divisé al que ya

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consideraba mi amigo, el autor Alejandro Larguía,que fue en mi busca para llevarme a la casa, cono-cer a su señora Unchi —misionera—, almorzar, ypartir para San Ignacio, setenta kilómetros al nortede Posadas donde me esperaban los actuales pro-pietarios de “La María Antonia”.

Sabía que llegar a esa casa y entrar en ella porprimera vez sería muy fuerte, y lo fue, las lágrimassaltaron de mis ojos, aunque hice el esfuerzo paraque no fueran cataratas y de tragarme los sollozos.A esta exteriorización sentimental debo una expli-cación. Como ya dije, durante toda mi adolescen-cia oí hablar de Misiones, del yerbal y de la luchaque mi padre y sus hermanos vivieron: en plenoapogeo económico, ellos resuelven construir unacasa acorde a las circunstancias, amplia, tropical,de dos pisos, techos muy altos, con hermosas gale-rías perimetrales, y rodeada de un gran parque paradarle perspectiva que hoy ya no tiene porque estárodeada de árboles que dan demasiada sombra.

La casa llevaba el nombre “La MaríaAntonia”porque así se llamaba la señora de RafaelHerrera Vegas, a quien papá amaba como a unpadre. Para entusiasmarlo con el establecimiento ydeseara conocerlo, lo bautizó así. Pero nunca lo vi-sitó. Llegó el pleito y como consecuencia la casafue vivida muy poco tiempo por los Palacios. LosHerrera Vegas nunca pusieron un pié adentro de

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ella, ni en Misiones.Creo recordar que en algún viaje, de los varios

que hice en mi adolescencia, vi la casa, pero nuncaentré. Por lo tanto, llegar, ser recibida con abrazosy besos, y escuchar «estás en tu casa», me provocómucha emoción, sólo me quedaron las lágrimas paraequilibrarme porque hasta la voz perdí.

La recorrí ambiente por ambiente, cuarto porcuarto, y ahí estaba yo dialogando con mis recuer-dos. Más que un diálogo era evocar la presencia depapá proyectando semejante obra, sin ser arquitec-to o ingeniero. Por supuesto que debió haber habi-do uno, porque días después fui a la casa de donPedro Núñez, yerbatero, amigo de mi padre, y erade un estilo similar, pero con criterios diferentes.Don Pedro, español, imagino que dio prioridad alo sobrio: sólo una planta, galería atrás y adelante ytechos no tan altos. En cambio, los Palacios, tropi-cales de Venezuela, exuberantes —aunque no entemperamento, por lo menos Jesús—, construye-ron de acuerdo a su cultura: grande, espacioso, só-lido y duradero. Seis habitaciones abajo y un solobaño, otras ocho arriba y un solo baño, eso sí enor-mes...

Después del almuerzo, un tiempo para el des-canso que me sirvió como medicina, me recuperéy asistí a la presentación del libro en la pequeñabiblioteca de San Ignacio. Como suele ocurrir , hubo

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atrasos. Los invitados impacientes, querían retirar-se y, para salvar la situación, alguien sugirió queme presentara ante el público y hablara de algo. Noera un momento para negarme y, sin darme cuen-ta, ahí estaba yo presentándome a mí misma y re-cordando con los de más edad a personas o perso-najes de tiempos lejanos.

Al que mejor recuerdo es a un hombre menu-do, sonriente que me dijo “yo fui compañero dePablito en el colegio, ¿cómo está y adónde?» Lesonreí contestándole: que vivía en Caracas, que erami primo hermano, que tenía ochenta y ocho añosy que estaba muy bien de la cabeza. Con la mismasonrisa me dijo: «yo también tengo ochenta y ochoy estoy muy bien de la cabeza... .me llamo Guerre-ro, envíele mis saludos». Así lo haré, contesté.

Por fin, el grupo de Posadas llegó y pudo co-menzar el acto de presentación del libro. Primerohabló el autor, para explicar la importancia que tuvoel desarrollo de las plantaciones de yerba mate enMisiones y por qué incluyó la Guerra con el Para-guay. Parece que todo comienza y termina en lazona con ese conflicto, imposible pasarlo por alto.

La segunda persona que habló fue PelusaGentilhuomo, profesora e investigadora. No pue-do negar la satisfacción que sentí cuando dijo «aquíen Posadas o San Ignacio a quienes se conocía eraa los Palacios, asentados en la zona, trabajando en

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el monte y durmiendo allí mismo si era necesario,por lo menos en los primeros tiempos”. A medidaque ella hablaba, yo sentía internamente una felici-dad infinita, por lo menos había alguien que reco-nocía públicamente que la obra en “La MaríaAntonia” fue el trabajo de los Palacios y no la delos socios capitalistas como fueron los HerreraVegas.

Esta necesidad de reconocimiento aparece enmí porque sencillamente no está expresada conmucha claridad en el libro. Los motivos soncomprensibles. El autor está muy ligadoafectivamente a los Herrera Vegas, y su visión comotodo historiador no puede ser totalmente impar-cial. En fin, de alguna manera se hizo justicia.

La tercera persona que habló fue Lidia Amari-lla, historiadora con raíces muy profundas en SanIgnacio, que tomó otro aspecto que tiene un lugardestacado en el libro.

Me refiero a la familia Macero. ¿Quiénes sonlos Macero? Para contestar esta pregunta, tengo queremontarme a la llegada de los Palacios a la Argen-tina en 1903. Al tomar mi abuelo, Juan Pablo Pala-cios, la decisión de emigrar con la familia, viajancon ellos María Macero y sus dos sobrinos: Petra yAntonio. La tarea de Petra era atender a las muje-res y la de Antonio, a los hombres. Supongo que yaformaban parte del grupo familiar y que papá los

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quería mucho, en especial, a María. Tanto es asíque, años posteriores, siempre la traía a BuenosAires para las fiestas de fin de año y mis hermanasmayores se peleaban para cederle el dormitorio:«No, este año me toca a mí, el año pasado durmióen tu cuarto». (...)

ABUELITA

Para todos nosotros era simplemente abuelita.Después del casamiento de papá y mamá, el 11

de abril de 1920, abuelita partió para Europa comolo tenía planeado, con su hija Doloritas. Mamá siem-pre comentaba que ella cambió pasaje por matri-monio, sin arrepentimiento. Regresaron directo aBuenos Aires en marzo de 1921 para el nacimientode Ana María. Desde 1921 vivió con su hija Agus-tina y su yerno Jesús.

En Francia, a abuelita le diagnostican cáncer deútero y decidieron tratarla en la Argentina porquehabía buenos médicos. Después de un tiempo tuvometástasis en el recto. Las consecuencias de esaenfermedad generaron anécdotas graciosas paranosotros, pero no tanto para mamá.

La casa de 3 de Febrero tenía un jardín grandecon diferentes árboles frutales: limonero,mandarinos, naranjo, damascos, guayabo y una hi-

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guera. El problema eran los higos. Para abuelitacomer higos era igual que tomar un purgante, porlo tanto le estaban prohibidos. Su esclerosis le im-pedía recordar la recomendación. Más de una vezbajaba las escaleras de madera con anchos escalo-nes que daban al hall cueteándose de lo lindo: papa pa... El problema no era tanto por el ruido, sinopor los pequeños recuerdos que iban quedando enlos escalones porque no usaba ropa interior.

—¡Mamá has vuelto a comer higos! Cuántasveces te he dicho que no los comas... –decía mimadre.

—¿Qué me estás diciendo hija? –decía abuelita,que para colmo era muy sorda.

Para nosotros, los chicos, ver todo aquello eraun sainete, no para mamá que recogía los regalitos,mientras la abuelita seguía en el mejor de los mun-dos.

Las anécdotas de la abuelita son interminables:Un día la puerta del auto le machucó un dedo y casiperdió media yema. Se lo desinfectaron y venda-ron, pero al rato como no sabía qué le había pasa-do se arrancó el vendaje de la herida que de nuevosangró, fue al baño donde se envolvió el dedo conpapel higiénico, tampoco lo registró. Al rato, co-menzó a preguntar, mirándoselo y mostrándolo:

—¿Vaya a saber niña que me ha pasado en estededo?

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Otra vez, una noche después de cenar la encon-tramos sentada en una silla, en el primer descansode la escalera principal que daba al hall, gimiendo:

—¡Ay, ay, ay!, esta niña se ha ido con un hombrey son las diez de la noche y no ha regresado –dijoabuelita, preocupada por su hija.

—Abuelita, no te preocupes –la tranquilizába-mos-, mamá salió al teatro con papá, ya van a vol-ver.....

Pero antes le había dicho al verla dejar la casa:—¿Cómo vas a salir a esta hora con el sereno de

la noche?, te vas a buscar una diablura...Muchos eran los domingos que almorzába-

mos en familia. Además de papá y mamá, los cincohermanos y abuelita, llegaban también nuestros dostíos paternos, Mama Mía y Andrés, los dos solte-ros. Recuerdo el comentario de ella, preguntándo-se:

—¿Por qué Andrés no se casa con esta niña?En general tenía una dieta muy amplia, comía

de todo menos cochino porque era un animal muysucio. Hasta que un día preguntó por qué no le ser-vían esa carne:

—Mamá, porque es cochino y tú no lo comes—¡Habráse visto qué disparate niña!Y de ahí en más lo sumó a su dieta junto con las

salchichas alemanas, para la sorpresa de todos ydesesperación de mamá.

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En los años de la guerra, muchos jóvenes vene-zolanos llegaron a estudiar a La Plata, en lugar de ira Europa, por motivos obvios, o a Estados Uni-dos. Traían cartas de presentación para nuestros pa-dres, y la casa era para ellos su casa en Buenos Ai-res y también un «banco privado», porque más deuna vez pedían préstamos que religiosamente de-volvían. Llegaba el fin de semana y mamá desdearriba daba las indicaciones a mis hermanas mayo-res:

—Niñitas, aquí van las sábanas, la funda y al-mohada para que le arreglen la cama a EduardoMendoza en el escritorio de tu padre.

Era uno de los protegidos que más a menudovenía.

—¡Ah, no! Que se la haga él — era la contesta-ción de mis hermanas.

Una noche, de las tantas en que nuestros padresiban al teatro, quedaron en la sala mis hermanasconversando con Eduardo, hasta que llegó abuelitay lo encaró:

—Joven, ya es hora de irse a dormir, aquí tieneel periódico y yo me llevo a las niñitas arriba.

Las niñitas eran adolescentes, por lo tanto su-bieron por una escalera y bajaron por la otra paraseguir con la charla, pero esa noche la abuela esta-ba lúcida y volvió a bajar e impuso sus horarios.

Cuantas veces en la vida se juntan el dolor

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con la risa. Eso fue lo que pasó durante el veloriode Mama Mía. En la sala pusieron el féretro, la cruz,las velas y las coronas que iban llegando poco apoco con los familiares y amigos, dispuestos a pa-sar la noche.

A eso de las doce apareció abuelita, muy sor-prendida, preguntando:

—¿Me pueden decir que hace toda esta gente aestas horas de la noche tomando café y conversan-do? ¿Por qué no se van a sus casas?

Así las cosas, Andrés resolvió que no era posi-ble que Doña Lola, como la llamaba, no entendieralo que estaba pasando y resolvió explicárselo. Se lallevó al escritorio de papá para hablar a solas.

Al rato salió muy satisfecho y dijo: - Ya está, Lola lo ha entendido, hemos llorado

los dos juntos...Acto seguido abuelita se acercó al cajón y co-

mentó: -Qué bien duerme Ipe, ¿no se irá a despertar

con tanta gente? Andrés renunció a todo intento de hacerle com-

prender la realidad.

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Norma RodríguezDe buen carácter, sensible, trabajadora y humilde.

Por mi baja autoestima respondí a las exigenciasdel deber ser de la época. Buena hija, estudiosa,

compañera querida. La profesión de maestrajardinera me llenó de satisfacciones. Me casé yconstruí una hermosa familia con tres hijos y

nunca deje de perfeccionarme personal yprofesionalmente. La búsqueda fue en mí unaconstante. Alrededor de los cuarenta años co-

menzaron los porqué y con ellos, la transgresión,El amor y  la pasión irrumpieron en mi vida.

Creció mi autoestima y la calidad de mi vida... yllegué a sentirme una reina y muy mujer. Hoy,

junto a Héctor, mis hijos, nietos, yernos, familia-res y amigos, me siento una mujer realizada,

valorada y muy querida. Y nuevamente en familia.

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RETRATO DE UNA REINA

La veo y pienso que nadie imagina que ese cuer-po de mediana estatura y figura armoniosa albergaa un ser humano de gran fortaleza, energía y feroznarcisismo.

La escasa cabellera castaña sirve de marco a unrostro oval, de nariz aguileña y boca pequeña querara vez permanece cerrada. Ojuelos vivaces queparecen tener una única misión: permanecer aten-tos a todas las miradas para encontrar, así, la com-placencia de ser el centro de todo lo que acontece asu alrededor.

Nació un diecisiete de agosto, con la marca deLeo: La reina de la selva, tal cual ella se siente ydefine. En Cucha Cucha, pequeño pueblo campes-tre del interior de la Provincia de Buenos Aires,pasó sus primeros años. Hija de padres italianos, esla menor de doce hermanos. la «Pichona de la casa»,es su apodo más usado. Luisita, otro. Esto le otor-gó algunos privilegios y otros se los apropió por su

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cuenta, como ir a bailar los sábados por la noche,algo poco habitual para aquellos tiempos. Para en-gañar a sus padres, colocaba una almohada atrave-sada en su cama y se escapaba por la ventana. Sushermanos la cubrían hasta su regreso, seis de lamañana, en que sin dormir y para disimular, se di-rigía a la pileta de lavar la ropa, derrochando ale-gría.

Hoy a los ochenta y cuatro años narra ésta ymuchas otras anécdotas con gran picardía y satis-facción. Su frase más repetida: «Esperá que te cuen-to un cuentito», y lo hace sin esperar consentimien-to.

La chispa, la memoria, la energía, la seducciónsiempre a flor de piel. A tal punto que su mayorentretenimiento es la visita diaria a una pequeñaplaza, cercana a su departamento, en busca de ami-gos, novios o afines. La fantasía del encuentro amo-roso, encontrar la figura de un hombre, permanecevigente.

Este retrato pertenece a mi mamá, a quien ad-miré y consideré la mujer maravilla durante largosaños.

El paso del tiempo, la vida y sesiones de tera-pia, me ayudaron a integrar aspectos no tan mara-villosos de ella, y a recuperar los míos, valiosos;nunca reconocidos por ella.

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LA CAJA IGNORADA

 Por esas cosas... destino, casualidad, coinciden-

cia, la caja ignorada llegó a mis manos.Una tarde del mes de enero me encontré con

Mary, mi amiga de compras, en Martínez para mi-rar vidrieras. Estacioné mi auto en diagonal al suyo ycuando estaba por cerrarlo, me dijo con cierta ti-midez:

—¡Esperá, no lo cerrés todavía te traigo algoque me regaló tu mamá! Es una caja de madera enla que guardaba collares y broches con los que ju-gaba María Pía. Dice que la hizo tu papá hace mu-chos años. A mí me parece que la tenés que tenervos, es un hermoso recuerdo.

La miré y la acepté sin pensar demasiado; la guar-dé en el baúl. Durante meses me acompañó silen-ciosa junto a un paraguas. No me detuve a pensarqué hacer con ella, sólo la ignoré.

Hace dos meses vendí mi preciado 206 celesteintenso y tuve que vaciar la guantera y el baúl, an-tes de entregarlo. El nuevo destino de mi caja fue elplacard de la dependencia. Continuó ignorada.

Un medio día, mientras ojeaba el diario, acari-ciada por el sol, sonó el teléfono. Era Marta, miamiga de gloriosas experiencias compartidas y char-las amenas.

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—¿Tenés un rato para vernos?—Pasá por casa, vamos a comer algo y charla-

mos. —respondí.. Esa sería la noche mágica que lepermitiría a mi caja salir de su anonimato.

Cenamos y los temas fluyeron. Cómo te va lavida, era el comienzo obligado. Así llegamos al temade mi búsqueda del momento: un camino espiri-tual que me permitiera alcanzar cierta paz y digni-dad, en mi aún lejana vejez. Así, el yoga, la medita-ción, el reiki, recuerdos del primer nivel comparti-do y los ritos de esta técnica oriental.

—¿Tenés guía espiritual? —preguntó Marta.—Sí, mi padre. Vos sabés que murió muy jo-

ven, pero su espíritu es mi guía y mi sosiego.—Yo, que tampoco lo tengo —dijo Marta—, le

escribo deseos que guardo en una caja, a la que letrasmito energía con mis manos.

 Me quedé en silencio y la caja vino a mi memo-ria.

—Marta, ¿sabés? tengo la caja, la hizo mi papá–y la emoción me llegó a los ojos— mamá la habíaregalado, pero por esas cosas del destino, casuali-dad, coincidencia, me la devolvieron.

Todo mi ser recordó la caja: pequeña, de made-ra lustrada, con sus cuatro patitas muy torneadas,voluptuosas y, por si hiciera falta para albergar al-gún secreto, pequeños herrajes con un candado.

La ubiqué en una mesa ratona del living dondelos rayos del sol y mis manos la protegen e inundande energía todas las mañanas.

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María Olga LencinaSiempre he tenido en mi mente escribir mi auto-

biografía. Cuando era adolescente soñaba consentarme frente a una pantalla de cine y ver pasar

los distintos capítulos de mi vida. Hoy tengo lagran oportunidad de hacerlo gracias al taller de

Virginia, la profe. Consideré justo y necesariocomenzar con la hacedora de mis días, Ramona,

una mujer provinciana, fuerte y luchadora quedesde pequeña se enfrentó a duros avatares y

salió adelante, formando una hermosa familia dela cual estoy orgullosa de pertenecer.

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(fragmento)

La niña Ramona tenía once años cuando seplantó frente a su padre y le recriminó su desamor,su desinterés, los años de abandono y la intromi-sión de la extraña que había instalado en la casa.Después dijo que quería irse de esa casa. Comotoda respuesta su padre la llevó hasta la estacióndel pueblo y la subió a un tren con tan sólo unpequeño paquete que contenía una tortilla de pa-pas. La niña Ramona partió rumbo a la gran ciu-dad de Buenos Aires con la orden de trabajar yenviarle a su padre todo el dinero que ganara.

Son las ocho de la noche del lunes 12 del mesde noviembre del año 1951, Ramona prepara la cenaa Domingo, un joven de veintidós años, su esposo,que acaba de llegar de trabajar. De pronto se sienterara y nota que ha mojado su falda y las piernas;desesperada llama a Domingo.

AUTOBIOGRAFÍA

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Ha llegado el momento tan esperado por am-bos. El trata de tranquilizarla y recoge el bolso pre-parado con las cosas para bebé y otro con la ropade Ramona. Salen a la calle, Domingo está nervio-so, viven en un barrio donde no hay muchos me-dios de transporte, hay catorce cuadras hasta laAvenida Maipú. Despacio caminan hasta la paradadel colectivo, que los acercará hasta la avenida, y deahí al tranvía que los llevará al Hospital Pirovano.Pasan los minutos y el colectivo no aparece, Ramonano aguanta el dolor de las contracciones que cadavez son más fuertes y menos espaciadas. Domingopiensa que no llegaran a tiempo, siguen caminandolentamente rumbo a la avenida Maipú. Al llegar auna esquina ven un furgón. Es su vecino que seofrece a llevarlos.

En el hospital, el vecino corre en búsqueda deun médico, mientras Domingo ayuda a Ramona adescender del camión. Llega un enfermero con unasilla de ruedas y la llevan a la sala de partos.

Después de casi dos horas, nace el bebé. Ramonaescucha su llanto cuando el médico lo tiene levan-tado y le pega en las nalgas. Embriagada por laemoción y el miedo, no puede contener sus lágri-mas. Domingo está ansioso en la Sala de Espera.Ha fumado casi un atado de cigarrillos y camina deun lado a otro, haciendo y deshaciendo el camino.Corre hasta la puerta de la sala de partos cada vez

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que se abre, esperando noticias. Al fin escucha suapellido, pero siente sus piernas atornilladas al piso,ahora no puede caminar, la emoción lo paraliza. Elmédico se acerca y al verlo tan nervioso le dice:

—Tranquilo amigo, ya pasó todo, lo felicito esuna hermosa chancleta de tres kilos cincuenta, todoestá bien, tanto la madre como la hija, en unos mi-nutos más puede pasar a verlas.

La noticia lo sorprende y desorienta. Él espera-ba un varón. Se siente molesto y desilusionado;había soñado muchas veces con él, se veía lleván-dolo a la plaza para jugar a la pelota y a la cancha deRiver los domingos. Pero piensa en Ramona y entodo lo que ella sufrió hasta llegar al hospital y co-rre hasta la calle para comprarle un ramo de flores,pero todo está cerrado.

Domingo entra a la habitación y encuentra a sumujer cansada después del trabajo de parto. La abra-za, la besa y se quedan detenidos en ese abrazo porvarios minutos. Ella le pregunta si ha visto al bebé,él le dice que todavía no, que ya habrá tiempo parahacerlo. No se anima a decirle lo que siente, peroella se da cuenta y sufre. Piensa que él no aceptaráa la niña. Ramona le pide que vaya a verla. El asien-te con la cabeza.

Domingo observa al bebé a través de un vidrioy se da cuenta de que no ha pensado en ningúnnombre de mujer. Fernanda como su madre, pien-

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sa, después Griselda Fernanda, pero no se lo per-mitirán en el registro civil, vaya a saber por qué.Finalmente el nombre elegido es María Olga.

VIAJE A VENECIA

¡Venecia! Desde pequeña quise conocerla: Italiaes el país de mi abuelo materno y siento correr pormis venas, como un torrente, la sangre italiana; megusta y me identifico con los italianos; pero sobretodo porque Venecia es romántica.

Y ahí estaba yo, en una ciudad apasionante queno sigue la lógica de una ciudad normal. Sus callesson canales, lanchas y góndolas ocupan el lugar delos autos que sólo pueden estacionar en el bordede Venecia. Sus callejuelas llenas de curvas hacenque hasta el más orientado pierda el sentido de ladirección. El principal punto de la ciudad es la Pla-za San Marcos y la atracción más importante es laimponente Basílica. Fue justamente ahí, en PlazaSan Marcos, donde me encontraba recorriendo lastiendas de joyas y de arte en la galería que rodea laplaza, cuando de pronto, entre la gran cantidad deturistas sacando fotos y de palomas revoloteando,lo vi. Me enamoré instantáneamente de sus ojosverdes de mirada melancólica, dulce pero penetran-

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te; un hombre de piel blanca y cabellos dorados.El me miró como queriendo descubrir en mí

vaya saber qué. Su mirada me desnudó y hasta atra-vesó mis huesos. Con voz suave y cálida me invitóa tomar una cerveza.

Me contó que escribía libros y que amaba suciudad. Después de horas de conversación parecíaque nos hubiésemos conocido en otra vida. Deja-mos el bar y recorrimos el Palacio de los Duques,un edificio muy bonito con arcadas góticas, recons-truido en el siglo XIV.

Era maravilloso, estaba en Venecia con un es-critor que decía amar la libertad y que despertabamis instintos que por mucho tiempo habían estadodormidos: la guerrera había despertado de su letar-go.

Continuamos hablando y recorriendo Venecia,y yo me sentía cada vez más atrapada y deseabaque ese día no terminara nunca. Se ofreció a acom-pañarme hasta el hotel. Caminamos por callejuelasestrechas, cruzamos puentecitos y llegamos al lu-gar donde residen los venecianos. Había una grantranquilidad quebrantada solamente por las vocesy sonidos que venían desde el interior de las casas.Allí me confesó que estaba casado. Me despedí parasiempre: cada uno debía volver a su destino, yo a lasoledad de mi habitación en el hotel y él a su casacon su mujer.

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Pero al otro día volví a encontrarme con esosojos verde prado que cambiaban de color según elsol y que siempre parecían tristes.

—Sentí la necesidad de volverte a verte, no que-ría que te fueras de Venecia sin haber paseado enuna góndola —y agregó— la vida se hace de mo-mentos y debemos disfrutar del aquí y ahora.

Había muchísimas góndolas. Elegí una decora-da con almohadones en forma de corazones, idealpara las parejas de enamorados. Paseamos en silen-cio. Caía el sol cuando me preguntó qué sentía.

Estoy en la gloria, contesté, y al igual que losenamorados nos confundimos en besos, mimos yabrazos. Por tres días no nos separamos. Jamás ol-vidaré lo que pasamos juntos y en especial nuestrasnoches por Venecia cuando los canales reflejan lasluces de la ciudad, dándole un toque tan especialque la transforma en la más romántica que he co-nocido.

Nos costó separarnos, pero yo tenía que partiry él debía volver a su vida. ¡Qué pena dejar Venecia!Guardé en mi memoria todo lo vivido en esa ciu-dad única y escondí mi dolor.

No importaba cuánto había durado ese amor,igual me sentía privilegiada por haberlo vivido. Contodo mi corazón deseé que él pudiera encontrar lafelicidad y la libertad que tanto decía amar.

Así fue como en aquel viaje renací pero tam-bién morí, en Venecia.

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Mónica LoewensteinTengo cincuenta y un años, argentina, divor-ciada, dos hijos adolescentes. Soy psicóloga,

profesión que me ha dado muchas satisfacciones,a veces más que mi ex marido. Hace tres años

que me entusiasma escribir, me da la posibilidadde volcar las cosas que tengo adentro.

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ENCUENTRO FANTÁSTICO

Me llamo Mónica y quiero contarles que ayerme encontré con alguien muy cercano a mí y quehacía veinte años que no veía.

Esa mujer, a la que llamaré «mujercita», al ver-me quedó anonadada, sorprendida, atónita, extra-ñada y con la boca abierta. En sus ojos vi que ella almirarme pensaba en el futuro.

Sucedió por la mañana cuando camino al traba-jo atravesé la plaza que está entre Obligado y Cuba.De golpe me enfrenté con mi pasado.

«Mujercita» me vio y dijo:—¿Qué está pasando? ¿quién es usted?—Bueno, tampoco la pavada –dije yo—. ¿Es-

toy tan vieja que no me reconocés?—¿Mónica Loewenstein? –preguntó con ojos

desorbitados.—Sí, claro, mucho gusto.A pesar de lo extraño de la situación, ella ense-

guida se sintió cómoda y curiosa. Preguntó a bor-botones:

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—¿Qué edad tenés? ¿tenés marido? ¿trabajás?—Tranqui, estás un poco acelerada... tengo cin-

cuenta y un años, hijos adolescentes y marido...mmm. ¿y vos?

—Yo tengo treinta y uno, estoy casada, tengoun hijo de dos años, Martín, y... parece que tendréotro.

—Entonces vos sos mi pasado.—Y vos, mi futuro.—No estás nada mal. Un poco más gordita, pero

tu mirada trasmite algo agradable.—Sí. La vida me engordó.Las dos nos reímos a la vez. Caminamos y nos

sentamos en un banco.—¿Qué cosas te pasaron? –preguntó «mujerci-

ta».—¡Psicóloga curiosa! Me pasaron cosas buenas

y no tan buenas... pero lo que te puedo decir es quecrecí interiormente y esto me hace vivir cada vezmejor. Pero antes...

—¿Algo voy a perder, entonces? —me inte-rrumpió.

—Mirá, yo quiero que este encuentro no modi-fique tanto tus emociones –le dije mirándola conternura—. ¿Vos cómo estás?

—¿Y vos, no te acordás cómo estoy?—No, para nada.Con mirada tristona, ella me respondió:

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—Estoy bien. Tengo un hijo, marido, aunque aveces me siento sola. Bueno, como dice mamá: «vossabés, Mónica, que te casaste con un médico».¿Mamá vive? –me preguntó con temor.

Con emoción le contesté:—Falleció en 2001, estaba viejita, pero nos pu-

dimos despedir bien. Vos, yo y nuestra hermana.—¿Está bien Susi? –me preguntó todavía con-

movida por lo que acababa de escuchar.—Susi está muy bien, nos acompañamos mu-

cho, y nuestros sobrinos están muy bien: Lucila yatiene dos hijos y Edu es un arquitecto que todavíaestá soltero.

—¿Cómo hago para vivir mejor?—Vos misma irás encontrando la respuesta.

Quiero pedirte que te cuidés, que te quiero muchoy que pronto nos volveremos a encontrar.

Nos despedimos con un largo abrazo.Corrí, me alejé de aquella mujer que fui, tan lin-

da y joven por fuera y tan triste por dentro. ¿Novolveremos a encontrar nuevamente? Imagino quede ser así las dos estaremos más grandes y esperoque más plenas.

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Pablo LunazziNací en la ciudad de Buenos Aires hace 56 años,

y siempre residí en ella. Soy psicólogo perono me dedico a la psicoterapia, sino a la evalua-

ción y desarrollo de competencias laborales y a ladocencia universitaria. Siempre quise escribir una

novela de carácter autobiográfico y ahora estoyen eso.

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DE GAULLE

Mi hermano Gabriel está radicado desde hacemás de 30 años en una pequeña isla del Caribe, ycada dos o tres viene de visita a Buenos Aires. Laúltima vez, en diciembre de 2002, alquiló un de-partamento en Perú al 700.

Un sábado de mañana salimos a caminar connuestros hijos por el barrio y llegamos a Perú al400. En un departamento de esa cuadra habíamospasado gran parte de nuestra infancia. En la puertadel edificio (actualmente, es más de oficinas, queresidencial)había un vigilador y Gabriel se puso aconversar con él, con una vendedora paciencia queyo no tengo y le admiro. Al principio, el vigiladorsospechó de nosotros, pero después, cuando entróen confianza, mi hermano le pidió permiso parapasar a mirar la planta baja.

Me adelanté a los demás y caminé por el hallhasta un enorme patio interior... fui dejando de es-cuchar la conversación.

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En el patio algunas baldosas están blanqueadasde forma tal que se puede leer «De Gaulle» en elpiso. Tengo ocho años y paso largas tardes de vera-no jugando con mis vecinos y mi hermano menoren la cuadra del edificio donde vivo. Somos cuatroamigos: Ernesto, Pedro, Ricardo y yo, y a veces vie-ne, colado, mi hermano.

Ernesto y Pedro son judíos, sus familias llega-ron al país huyendo de los nazis de Hungría y Ale-mania. En cambio Ricardo es católico y yo soy cafécon leche, ya que mi mamá es judía y mi papá cató-lico, aunque en mi casa la religión no se practicaporque mis padres son de izquierda (en esa épocatodavía no se decía progresistas).

Todos los días jugamos a la escondida, mancha,vigilante y ladrón, y a veces «un cabeza» con pelotade goma.

En otro edificio de la cuadra vive un porteropolaco, o algo así, que es un loco de la guerra, o almenos se dice que quedó mal por haber peleado enla Segunda Guerra Mundial. Es una persona delga-da, cadavérica, algo tonta y que se altera por todo.Cuando estamos aburridos acostumbramos a ha-cerle el «ring raje». Habitualmente sale, nos grita“mocosos de mierda, déjense de joder” y vuelve aentrar.

¡Qué placer cargar a ese tipo!, verlo sufrir y eno-jarse, qué risa incontrolable nos causa. Siempre ter-

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minamos de reírnos con los músculos de la panzay la cara doloridos.

Una tarde pasa algo diferente: el portero noscorre por la calle. Los cuatro escapamos y yo inten-to llegar a mi casa, pero el energúmeno me alcanzaen el patio interno, me toma del brazo y mezamarrea mientras grita repetidamente:

—¿Dónde está su padre?, ¿dónde está su pa-dre?

Yo no le contesto, creo que del susto, pero depronto, por encima de su hombro, veo venir a mipapá corriendo, y entonces sí le digo:

—Ahí está, detrás suyo.El sujeto se da vuelta, justo para que papá lo

levante por el aire, tomándolo de la camisa y co-mience a sacudirlo a los gritos de:

—¡Usted no le va a pegar a mi hijo!Ahora soy espectador de lo que está pasando y

me siento aliviado, pero el tipo me da un poco delástima; veo el terror en su cara mientras papá legrita. De pronto un señor, que no sé quién es perome despierta simpatía, lo toma del brazo a papámientras le sugiere:

—Aldo, ya está, terminála.Lo separa del polaco y me dice:—Francisco, andá con mamá, que ahí viene.Y justo aparece mamá que me lleva a casa.El resto del día hay conversaciones intensas en-

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tre papá y mamá, y consultas telefónicas con lospadres de mis amigos. Los de Ricardo y Pedro, queno sabían lo ocurrido, se enteran por papá, cosaque ellos después me reprochan. Al final de tantasdeliberaciones, mis padres hablan conmigo seria-mente, con un tono distinto al de otras veces, y medicen que, al portero, no lo carguemos más, queestá medio mal de la cabeza y, además, que no de-bemos molestar a un trabajador. Molestar a un tra-bajador, a un obrero, es algo muy grave en mi fami-lia (ya comenté que eran de izquierda), por lo quele pido sinceramente disculpas y prometo que nolo volveré a hacer.

Váyase a su casa que después hablamos, quéde-se tranquilo, le digo al portero y a papá con tonocómplice: Tranquilo, que ya lo defendiste a tu hijo,lo vas a matar del susto al polaco y después vas a iren cana vos.

De golpe me tiraron del brazo y me sobresalté.Era mi hermano con los chicos.

—¿Qué te pasa que no contestás?, hace rato teestamos llamando —me increpó Gabriel.

Yo, muy enojado, le grité:—Soltá boludo, me sacaste.—¿Cómo?—Estaba con papá y el portero polaco de la

vereda de enfrente.

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—¿Te estabas acordando de algo?—No, estaba con ellos y vos me sacaste.Los chicos me miraron un poco asombrados y

mi hermano, con tono risueño, me dijo:—Y bueno, otro día volvés; vamos yendo que

es hora de comer.—Pará, fijate en el patio, ahí está escrito De

Gaulle.—Aquí no dice nada, ¿dónde lo ves?—¿No te acordás? lo que pasa es que cuando

vino De Gaulle en 1965, Perón mandó la orden deque lo recibieran como si fuera él, y nuestro porte-ro, que era peronista, pulió las baldosas para que seleyera De Gaulle desde arriba, ¿te acordás de quete asomabas por la ventana del living y se podía verel patio?

—“De Gaulle, Perón un solo corazón”, muyinteresante, pero no me acuerdo. Debe haber sidola única vez que el portero limpió el patio a fondoo al menos algunas baldosas, pero insisto en queno hay nada marcado. ¿Ustedes ven algo, chicos?

—Todas las baldosas son iguales tío —afirmómi sobrino mayor con su habitual seriedad.

— ¿Te sentís bien pa?, estás pálido– preguntómi hija, solícita.

—Estoy bien, me habrá parecido lo de las bal-dosas, vamos a comer.

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No hablé de esto con nadie más, salvo con papáque recordaba el episodio, impasible dijo creerme,aunque después afirmó que fue el vecino del 3º “A”quien lo había separado del polaco y no un desco-nocido. Y me señaló una asincronía que le quitabacoherencia a toda la situación: cuando De Gaullevino a la Argentina, en 1964, yo ya tenía 14 años yno jugaba más en la vereda.

No intenté buscarle explicaciones psicológicasni paranormales a lo sucedido. En cambio me que-dé con un recuerdo que tenía olvidado.

UN PROFESIONAL

Hace bastante tiempo que quiero ser un escri-tor famoso, ganar mucho dinero y vivir de eso. Algoasí como Andahazi, que escribió «El Anatomista»y largó la profesión, aunque un poco menos co-mercial y frívolo. Sin embargo, estoy escribiendoprofesionalmente desde el año 2000 cuando hiceun manual de capacitación, «Liderazgo y trabajo enequipo», por el que me pagaron $ 600 en la épocadel uno a uno. Después, animado por el éxito hiceotro que se llamó «Cómo ser más competitivo».

Dice un colega amigo mío que la vida personalde los psicólogos suele ser un desastre, pero queigualmente pueden ser excelentes psicoterapeutas,

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ya que ayudan a sus pacientes a arreglar problemasque ellos no solucionan: hacer pareja y llevarse bien,ser buen hijo, buen padre, feliz en la vida, etc. Y esasí que me di cuenta de que mi caso, como psicólo-go laboral, era parecido porque en el mencionadomanual doy indicaciones de competitividad que ja-más aplico para mí mismo.

Luego se fundió la editorial de los manuales, mequedaron debiendo dinero y me dediqué a otra cosahasta que, en enero de este año, otro colega mepropuso redactar una parte de los guiones para unapelícula de capacitación para unos españoles quelos recibían por correo electrónico. Mi colega nome informó de qué productora cinematográfica setrataba, yo le mandaba a él lo que hacía y él lo reen-viaba a los gallegos. Entiendo que hacía esto por-que tenía miedo de que me conectara directamentecon ellos y le sacara el cliente, y también porque seguardaba una diferencia entre lo que me pagaba amí y lo que cobraba él. En otra época de mi vida,en la que disponía de mayor patrimonio que ahoray por lo tanto de menor tolerancia, lo hubiera tra-tado de paranoico y explotador, y me hubiera ofen-dido sin hacer el trabajo, pero en mi situación ac-tual opté por aguantarlo y escribir.

Me divertí bastante y me sentí creativo, aunqueescribir guiones es un poco sacrificado porque hayque cambiar de colores a cada momento. Por ejem-

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plo: los diálogos van en negro, las acciones en azul,las marcaciones a los actores en colorado, la músi-ca en rojo oscuro y los cuadros de diálogo en ana-ranjado. Por lo tanto, la idea del guión, la inspira-ción, que era lo que disfrutaba, se me ocurría bas-tante rápido, pero después eran largas horas de darlea la computadora, pintando letras y poniendo co-lorcitos.

Parecía que el asunto iba en serio y entonces meanoté en un curso de guión del Centro CulturalRojas que me fue muy útil. Y finalmente terminéescribiendo el tratamiento para una película que sellama El acoso, que no se trata de un acoso sexualsino laboral. Sin embargo, parece que no tengo suer-te. Los españoles se negaron a pagarle a mi colegay ahora está en juicio. Sospecho que no quisieronponerse porque las partes que él escribió fueronun desastre, y no las mías que respetaron rigurosa-mente las pautas de calidad de los gaitas. Pero comosea, el trabajo se terminó.

Es así que volví a mi viejo sueño de escribir unanovela, preferentemente autobiográfica, y aquí es-toy en este taller.

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Perla ChamaTiene unos hermosos ojos verdes y mucha ener-gía. Después de muchos años de coordinar gru-

pos, logró concretar el proyecto que siemprehabía soñado: La posada del Buen Amor.

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UN DÍA: VIERNES 9 DE ENERO DE 1998

7.00 horas:Aquí estoy en la Santísima Trinidad, en medio

de blancuras, yo acostada... muy temprano, con lacanulita todavía inserta en mi brazo hinchado: elsuero ya me lo sacaron; las enfermeras, amables; eldoc, jovato ¡lindo hombre!

Yas, haciéndome reír con cualquier cosa, desdeel amante de la enfermera, hasta cómo me mira elcirujano, desde la chata ridícula, hasta el especialis-ta moreno, bello... que no la mira porque está gor-dita

Me dan el alta...puedo volver a casa, afirma elcirujano

9. 45 horas:No me sacan las cánulas ¿me las llevo de re-

cuerdo? ¿de regalo? ¿qué pasará afuera? ¿cómo esel mundo? ¡qué me importa!

Miro a cada persona y me pregunto ¿cómo si-gue esto? ¿qué me espera?

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Ahora, ¿cómo hago para que el tiempo se esti-re? ¡cuántas cosas para ordenar!

¿Qué será no estar más? No me lo imagino, novolver a sentir..., incluso este olor a miedo de sana-torio. Aun en lo terrible, es lo conocido.

No imagino la no vidaYas me ayuda a sacarme el camisón, eso sí, blan-

co con encajes, hay que tener cuidado con lacanulita, por si se sale de la venita.

Salimos muy agarradas del brazo, diría: yo apo-yada-en-ella, haciendo chistes, me duele la heridade reírme, es ridículo, qué importa... claro estánDany y Mario...

Aquí estoy frente a esta vida nueva, una vidaamenazada para siempre, que no se sabe adonde vaa caer.

Qué hermoso el día, cálido, pleno... las calles, lagente, hasta los enojados, de alguna manera sonlindos, están vivos. No me había dado cuenta de loperfecto de todo, los sentidos se exacerban, esto esuna fiesta.

Eso sí, no sé cuándo termina.Hoy es Schabbat, un día fuera del tiempo, tengo

que preparar el mahude, hoy vendrán quince per-sonas a comer, a celebrar el encuentro, la vida sigueen sus carriles.

¿Qué siento? Terror. De que me quede pocotiempo. De que no pueda construir algunos finales.

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¿Qué siento? Alegría. Por cada minuto de aire,por la brisa, por la comida que prepararé, por elaceite que seguro quemaré y quedará en el aire, im-pregnándolo todo... Por los inconvenientes quepuedo enfrentar, despierta, con los ojos abiertos

11.30 horas:Llegamos a casa, qué hermosa es, llena de luz,

el jardín explota en flores... hay humedad, me due-le la herida, pero puedo y quiero cocinar, entonceslo hago sentada.

Registro la desesperación de algo que no imagi-né que me pasaría, es como no parar de temblarpor dentro.

¿Qué hago aquí conmigo? Todo junto, podercocinar, mientras escuchamos música jasidica. Yasque baila flamenco y árabe y me muestra cómo,con las castañuelas de nuestras manos, preciososinstrumentos

Me dice: así-sentada-seguí el ritmo... tres y cua-tro después.

¿Estoy cuerda? Para muchos empieza la vida, esverano y preparan su viaje. Yo preparo el posiblemío. Que va más allá de lo geográfico, ¿cómo seráel mapa? ¿ a dónde llegaré? Yo... siempre histérica ymanipuladora, meior dicho: omnipotente.

La vida me devuelve el asombro, esta cacheta-da sirve para despabilarme.

Cocino con esfuerzo, estoy sumamente cansa-

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da, hace cuarenta y ocho horas estuve en una ciru-gía de tres horas, la primera, además de las cesáreas.

Tengo ganas de llorar pero no puedo. Decenasde llamados, si estoy bien. Por supuesto saldrá bien,festejaremos después, dentro de un tiempo.

Una piltrafa me siento, quiero-que-termine-todo-aquí; no quiero sufrir el después.

No-quiero-el deterioro.¿Qué me espera? La quimio, los rayos.Yas, en diez días, vuelve a Jerusalem, el lugar en

donde vive, también está asustada: Ma, la de la luzencendida, tintinea.

Mientras, Yo-Perla quiero a mi mamá, que meconsuele, a mi mamá que me acepte, que me acari-cie... cerca, que me abrace como nunca lo hizo. Lanecesito.

¿Esto es todo? ¿y la novela romántica que mehabía inventado?

¿Cómo es más allá? Creo en D-os?15.00 horas:Estoy triste, quisiera no abrir los ojos¿Qué pasa afuera ? Mi trabajo, las personas que

quiero... los grupos.¿Qué es importante ahora? Meterme en mí; vi-

vir este miedo, no negarlo, acompañarlo.Veo los noticiosos, y a mí qué me importa. Nada

me importa.Me preguntan cómo estoy. Yo no sé si estoy.

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19.00 horas:Hermosa mesa de Schabbat, transito de la eu-

foria a la depresión, navego en aguas que parecentranquilas, pero estoy en esta tormenta para la queno estoy preparada.

Las velas a punto de ser encendidas.Tantas cosas para pedir. También, para valorar.

Aun con miedo, espanto. Es así, aquí y ahora.Yas me invita a tomar unos mates, debajo del

árbol de rosas chinas, me quiere decir algo antes deencender las velas

La miro y la reconozco, veo a mi mamá y a mihija, el pasado y el futuro, síntesis

20.00 horas:Ma: espero que todo salga bien, que vivamos muchas

cosas juntas, lindas y feas, tristes y alegres, que conozcas a

mis hijos. Es importante decírtelo, siempre vas a estar en mi

porque nos encontramos, sobre todo, porque desde el resulta-

do, inesperado, negativo, pudimos hacerlo con el humor nece-

sario para aceptar lo que nos pasa. Siempre me acordaré de

cómo podemos vivir y acompañar la dificultad, esto no es de

un libro, es en vivo. Importa que estás para siempre en mí.

Me gusta que seas mí mama, te volvería a elegir desde el

alma, el gesto de hoy, que la vida siga... que hoy aun como

estás, juntes fuerzas para preparar la comida. Que tengas

empuje es el mejor manual para la vida, eso ya es eterno,

para siempre.

21 horas:

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Todo cambió: Se alivió en mí este peso del paraqué todo esto, cada uno que viene me abraza, nosreímos, me canso, siento la comodidad de saber quela huella, la puedo ver, es un camino.

Sábado 1.00 horas:Me voy a dormir y sonrío, el tiempo no es úni-

camente las horas y días que pasan, no se trata delreloj que marca, se trata del corazón puesto en loque hay.

Lo posible se acuesta conmigo y será mi com-pañía Hasta mañana.

MONÓLOGO

(18 años)¡Quién quiere venir a esta casa de fotografía!

Casa Lux, la mejor de Barracas, regalo de mi mari-do porque cumplo 18 años. Además me dice quesonría, para que parezca que estoy bien. Mi vida nose parece en nada a como la imaginé... la hija mayorde mi papá, el rabino. Yo estoy enamorada del queera mi novio, tan bueno y sobre todo inteligente,que me hacia reír tanto, no me debo acordar por-que en vez de sonreír para la foto... me voy a ponera llorar, tengo que parecer tranquila. Me repito ami misma “Josa: fingí, tenés que parecer conten-ta”. El fotógrafo me dice que pose. Yo miro a lacámara ¡qué distinto podría ser todo! Teófilo no esmalo, me quiere, yo no lo quiero. No puedo quedarembarazada. Todos dicen que soy jovencita, ¡qué

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tiene que ver! Tengo gusto a bronca, estoy tan tris-te, angustiada, me siento en una cárcel, encerrada.Con ganas de gritar, pero no puedo, me lo impidela realidad. Todos mis sueños se deshicieron, meparece chata, la vida. ¿De nuevo la pose?, por-fa-vor–señor-termine-con-esto. Como siempre mequedo callada, me trago lo que siento para que nose note. Pobre mi papá está arrepentido de haber-me obligado, ya es tarde, no me gusta estar al ladode mi marido, lo veo tan chiquito, no es sólo bajo,es pobre. ¿Para quién es esta foto? ¡si supiese queElías la va a ver! Estoy orgullosa de que no se dencuenta de lo que me pasa por dentro, ¿para qué?¿para que me tengan lástima? Jamás. Me dicen co-sas por la calle, que soy muy elegante, ¡con un úni-co vestido para la calle! Hoy cuando me peinaba,pensé ¿alguna vez me peinaré para alguien que meguste? ¿tendré un hijo? ¿Quiero tener un hijo? ¿Soycapaz? Por ahora quiero que mi suegra me trate unpoco mejor, es tan déspota, me dice que soy unainútil, no quiero entristecer a mi mamá, no es justo.¡Por fin! parece que la foto salió bien y yo me sien-to mal, es como si tuviese ochenta años, no diecio-cho. Menos mal que viene Jacobo, le haré un matey leeremos los dos, por lo menos eso me gusta, quevenga mi hermano a visitarme, a casa. Hoy es micumpleaños, quizás me traiga un regalo, ¿qué será?No me merezco esto. ¿Por qué a mí? No tengoganas de vivir, ¿para qué?

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(55 años)

Me siento mal, estoy mareada, la presión, mepasa que quiero estar en el cumpleaños de Danielito,cinco años... no tengo fuerzas, ahora todo tan mo-derno, con mago y payaso, cuando cumplieron mishijos, no tenía ni para la torta... este pobre chicocon los padres separados... Me ahogo, me sientopeor, no me puedo sostener, claro, comí algo dul-ce y la glucemia se disparó. Que difícil todo. Esbueno el mago, pobres estos chicos, y Perla no séen que está. Sufro mucho, no tengo fuerzas, no quisepeinarme la peluca, este vestido que me puse nome gusta, pero tenía que estar y no me podía levan-tar de la cama. Nada quiero hacer, me da todo lomismo. ¡También con todo lo que me pasa! estoytan sola, tan deprimida, me voy a morir dentro depoco, estoy segura. No me puedo sostener, estoymuy mareada, me apoyo en el marco de la puerta,me caigo, camino titubeando. Nada me importa,todo es lo mismo, eso sí tengo que estar, ¡no vinoJacko! ¡qué vergüenza! ¿Por qué esta chica es tanrara? Todo mal, ahora estudia, ¿para qué?... claro lehace el cumpleaños porque tiene culpa, pobre chi-ca me da pena ¿dónde terminará? Mal. Me estánsaludando, tengo que sonreír, estoy tan mareada,tengo nauseas, están las cuñadas y la suegra, si estachica sentara cabeza, sólo hace lo que ella quiere¡yo me sentiría mejor si me pudiese escuchar! Ten-dría que estar contenta, pero no puedo.

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Alejandro Esteban PontorieroSoy «el Ponto». Durante muchos años fui

repitiendo insistentemente y en distintas circuns-tancias que algún día escribiría la historia de mivida. Lo cierto es que nunca escribí ni una sola

línea, hasta que en una charla muy informal conPerla Chama se produjo el milagro: a la semanasiguiente empecé el taller literario con Virginia

Haurie, orientado a la autobiografía. Es la expe-riencia más gratificante, enriquecedora y emocio-

nante que experimenté en mi vida.

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VIAJE A SANTA FE

Muy temprano en la mañana de un jueves demayo de 2005 comencé a preparar minuciosamen-te todas y cada una de las piezas ncesarias para im-plantes y del instrumental quirúrgico que necesita-ría en ese viaje. Apenas pasado el mediodía deberíapartir rumbo a la ciudad de Santa Fe para realizardos cirugías de columna vertebral en el hospital deniños de esa provincia.

Tenía casi todo listo cuando recibí un llamadoen el celular de Gabriel, el cirujano responsable deambas cirugías, contándome que había tenido unproblema serio con su auto. Gabriel es un cirujanosantafecino, residente en Buenos Aires, que operaen ambas ciudades y como le resultaba imposibleviajar en otro medio de transporte, me pidió que lollevara en mi auto. Accedí gustosamente. Nos uneuna excelente relación profesional y personal.

La partida la tenía prevista para la una de tarde,quería viajar tranquilo, distendido y despacio. Aun-

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que paráramos varias veces podríamos llegar aproxi-madamente a las siete de la tarde, antes del anoche-cer. De esa manera, yo tendría tiempo suficientepara dejar las cajas de instrumental en el hospitalpara que fueran esterilizadas, un proceso que de-mora varias horas.

Me llevé la gran sorpresa cuando Gabriel mepidió que pasara a buscarlo a las siete y media de latarde porque tenía pacientes citados en su consul-torio hasta esa hora. Con enorme esfuerzo de bue-na voluntad, estuve en su consultorio a la hora se-ñalada, pero tuve que seguir esperando porque.Soledad también viajaría con nosotros y ella toda-vía no había llegado. Soledad es neuróloga y se en-carga de controles que son indispensables para lospacientes en las cirugías. Es bajita de estatura, máso menos treinta años de edad, rostro redondeado,pelo lacio de color castaño que le llega hasta loshombros, ojos color café y gordita. Su aspecto esbonito y agradable. Tiene toda la apariencia de seruna obesa feliz, siempre sonriente; sólo se la veseria cuando trabaja, es muy responsable dentro delquirófano. Los cirujanos le tienen mucha confian-za y es muy requerida para las cirugías de alta com-plejidad.

Mientras seguía esperando sonó el celular deGabriel y escuché: «Hola Sole ¿dónde estás? ¿cuán-to tardás?» Era la doctora que avisaba que estaba

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un poquito demorada. Después de casi una horade espera, apareció muy «pancha», sonriente, tran-quila, con su rostro rozagante y despreocupado. «Medemoré un poquito», dijo, mientras yo caminabapor las paredes.

Así las cosas. Eran las nueve y media de la no-che y todavía estábamos en el consultorio. No lopodía creer. Era imposible viajar y tener todo listopara las ocho de la mañana. Partimos quince minu-tos después, teníamos por delante un viaje de 470kilómetros y la necesidad de esterilizar todo el ma-terial que yo llevaba.

Salimos de la capital con una temperatura agra-dable, pero a medida que nos alejábamos y pasa-ban las horas, la noche se hacía cada vez más fría.Para mantenerme alerta y no entrar en la somno-lencia que produce la noche, les pedí que no deja-ran de hablarme. Mantuvimos una agradable char-la hasta que a Gabriel se le ocurrió contar chistesque fluyeron uno tras otro: nos matábamos de risa,el viaje se había transformado en divertido.

De pronto... un impacto estruendoso seguidode tumbos que hicieron tambalear el auto. Pocosmetros adelante un bulto negro sobre el asfalto ne-gro que no pude identificar. En fracciones de se-gundo pasó todo. Atiné a sujetar con fuerza el vo-lante y sentí un impacto impresionante que duróun tiempo imposible de calcular. Veníamos a una

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velocidad de ciento cuarenta kilómetros por hora ysi hubiera intentado esquivarlo, con seguridad hu-biéramos volcado. Noté que no había perdido elcontrol del auto y lo dejé deslizar con su propiainercia hasta estacionarlo en la banquina. En esetrayecto vi otros autos en la misma situación.

Revisamos los daños ocurridos en mi auto ycomprobé que resultaría imposible continuar viaje:el radiador de agua tenía una pérdida importante yen pocos minutos se quedaría sin líquido refrige-rante. También tomamos conciencia de que está-bamos enteros y sanos. Después me enteré de queel bulto era la cubierta de un colectivo.

Un señor que paró muy cerca nuestro y que suauto no tenía daños de importancia, gentilmente,se ofreció a llevarnos hasta donde pudiéramos lla-mar al auxilio. Teníamos cuatro celulares y ningu-no con señal para poder hablar.

A esa altura de la noche la temperatura habíadescendido muchísimo y había un viento muy fuerteque penetraba hasta los huesos. A pocos kilóme-tros encontramos un parador. El señor que nos lle-vó hasta allí se despidió dejándome sus datos paralo que fuera necesario, resultó ser el cónsul argenti-no en Colombia.

Cuando todavía me temblaban las piernas porlo sucedido, y mientras esperábamos el auxilio,Gabriel terminó de contar el chiste interrumpido

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por el violento impacto y a pesar de todo nos reí-mos. Después de un té bien caliente y una largaespera apareció la ayuda que me permitió dejar elauto en un lugar seguro. Allí mismo solicitamos unremís que apareció casi una hora después.

Abordamos una especie de catanga que teníaque recorrer los más de trescientos kilómetros, quetodavía nos separaban de la ciudad de Santa Fe.Rezamos para que el auto no se desarmara en elcamino. Como si esto fuera poco, el remisero con-tó su propio drama: un hijo de diecisiete años ha-bía muerto en un accidente automovilístico.

Llegamos al hospital a las cinco de la mañana ydejé el instrumental para el proceso de esteriliza-ción. Después el remís nos llevó al hotel donde ten-dríamos que dormir “apurados” ya que disponía-mos sólo de una hora y media para descansar. A lassiete de la mañana Gabriel se fue al hospital y yo,que tenía un poco más de tiempo, a la comisaríamás próxima para realizar la denuncia de lo ocurri-do.

Imaginaba que sucedería algo: me recibió unaoficial que no me dejó radicar la denuncia porqueel accidente había ocurrido en San Pedro, provin-cia de Buenos Aires. La negación fue rotunda has-ta que se me ocurrió jugar una carta: “Yo vengo deBuenos Aires a realizar dos cirugías en el hospitalde niños y cuando termine ya serán aproximada-

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mente las once de la noche de hoy que es viernes.Por lo tanto regresaré al lugar del accidente cercade las tres de la mañana de un día sábado y segura-mente me pedirán que lo haga el lunes, para lo cualtendré que dejar de operar en Buenos Aires y viajarexclusivamente casi doscientos kilómetros, para ha-cer la denuncia. Entiéndame, la situación es muydelicada». Logré conmoverla: “Pero, Doctor, hu-biéramos empezado por ahí, tome asiento que en-seguida le tomo todos los datos». Yo pensé: que nose le ocurra pedirme la matrícula de médico por-que me tengo que hacer humo. Por suerte eso nopasó, pero comenzó a consultarme sobre una ciru-gía de desprendimiento de retina que se había rea-lizado hacía unos años y por la cual había perdidola vista en uno de los ojos. Ella quería saber si po-día hacer juicio por mala praxis. Respondí que miespecialidad era la traumatología, pero las pregun-tas no cesaron y yo comencé a transpirar a pesar dela baja temperatura. Finalmente, me fui con la de-nuncia.

Hicimos la primera cirugía sin inconvenientes ymientras reacondicionaban el quirófano para la se-gunda, ya eran las tres de la tarde, comimos algorápido y pudimos descansar poco más de mediahora en un sillón. Largamos la segunda cirugía queterminó a las diez de la noche. Después de cenaralgo, pedí un remís para el regreso, viajaría solo

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porque Gabriel y Soledad se quedarían en SantaFe. Un lindo auto me trasladó hasta donde habíadejado el mío y desde ahí hasta Buenos Aires, uncamión de auxilio.

Cuarenta y ocho horas sin dormir, pero pudecomprobar otra vez:

QUE DIOS ESTA SIEMPRE MUY CERCA.

HOTEL SIERRAS DE CÓRDOBA

El moderno y elegante hotel-spa, “Sierras deCórdoba” se encontra enclavado en medio de lassierras, rodeado de una espesa vegetación de innu-merables tonalidades de verdes y con una bellísimavista de los lagos de aguas transparentes.

Las autoridades del hotel publicaron un avisoen el diario para cubrir necesidades de manteni-miento. Solicitaban un “electrotécnico”, con expe-riencia en el puesto, que debería vivir en el mismohotel porque era imposible trasladarse diariamentehasta el centro urbano más próximo. La respuestaal aviso debía hacerse por carta, detallando los an-tecedentes laborales, estudios cursados, pretensio-nes económicas y disponibilidad.

Al cabo de varios días, ante la falta de respues-tas, la gerencia del hotel comenzó a preocuparse

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porque existía una necesidad imperiosa de cubrir lavacante. Cuando faltaban poco para comenzar latemporada, llegó una carta. Se dispusieron a leerlacon mucha ansiedad y descubrieron con satisfac-ción que el postulante reunía las condiciones nece-sarias para incorporarse. Tenía una buena forma-ción técnica, los mejores antecedentes y la remune-ración solicitada era razonable, además estaba deacuerdo con fijar su domicilio en el hotel.

Rápidamente lo citaron para una entrevista y unaprueba, y por la urgencia del caso, le anticiparonque de aprobarla, quedaría incorporado en ese mis-mo momento La sorpresa fue mayúscula cuandopor la puerta del hotel vieron llegar a un señor queportaba una valija de mano y una escalera de cua-tro escalones colgada de su hombro.

Era un enano y se llamaba Ismael.Las autoridades se miraron entre sí, en silencio,

asombrados. Era algo imprevisto, pero los requisi-tos no pedían poseer una estatura determinada. Lagerencia de recursos humanos nunca imaginó unasituación semejante y no sabían cómo disimularlo.El enano Ismael notó lo que pasaba y trató de dar-les un poco de tranquilidad. Estaba acostumbradoa encontrarse con ese tipo de reacción.

Ante la urgencia y la necesidad de tener un téc-nico, decidieron avanzar con la prueba y el interro-gatorio, tras lo cual le pidieron a Ismael que se reti-

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rara a un salón contiguo para poder deliberar y to-mar una decisión. La respuesta no tardó en llegar,porque unánimemente estuvieron de acuerdo conla incorporación del enano. Lo llamaron y le trans-mitieron la confirmación del puesto de trabajo. Unode ellos se encargó de hacerle conocer todas lasinstalaciones del hotel y de llevarlo a su lugar deresidencia, una habitación a unos pocos metros,detrás del edificio principal. Debería estar perma-nentemente comunicado por handy.

El primer día el enano Ismael se dedicó a reco-rrer todo el hotel y no tuvo ningún requerimientode trabajo. Recién al día siguiente se le comunicóque debía ocuparse de una reparación en la habita-ción cuatrocientos cinco.

Allí se alojaba una pareja medianamente joven,compuesta por una elegante y esbelta mujer de pocomenos de cuarenta años y un señor, unos añosmayor que ella, con una incapacidad ambulatoriacausada por un accidente cerebro-vascular que loobligaba a movilizarse en silla de ruedas.

La rubia y sensual huésped, después de dejar asu marido para un tratamiento de rehabilitaciónque llevaría un par de horas, se recostó en la camade su cuarto y se dispuso a entretenerse mirando latelevisión. Fue entonces cuando descubrió un des-perfecto en el televisor que estaba en un soporteatornillado en lo alto de una pared y pidió que vi-

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nieran a repararlo.Escalera al hombro, el enano Ismael, golpeó dos

veces en la puerta de la habitación y cuando se abrióla puerta, como le tan era habitual, se encontró conla expresión de sorpresa de la bella mujer.

—No se preocupe —le dijo— yo puedo hacertodo lo mismo que un hombre de estatura normal.Cuénteme cuál es el problema.

Ella explicó que el inconveniente estaba en loalto de la pared, en la antena, al tiempo de que du-daba si el enano, aun con escalera, podría llegar.

Ismael subió muy decidido los cuatro escalonesy notó que necesitaba ponerse en punta de pie parallegar hasta el televisor. Su equilibrio ahí arriba noera muy seguro.

—No se preocupe —dijo la mujer— yo lo sos-tengo.

Entonces, desde abajo, ella levantó las dos ma-nos y las puso en el traste del enano. Ambos sesintieron muy confiados. Ismael que estaba logran-do reparar el desperfecto tuvo que hacer un movi-miento de rotación que provocó que una de lasmanos que lo sostenían pasaran a ocupar otra po-sición.

La mujer sintió que en su mano izquierda, aho-ra, había un bulto que antes no estaba, pero no ledisgustó, muy por el contrario. Atrasada en el amorpor la enfermedad de su marido comenzó a acari-

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ciar suavemente el hallazgo con sus dos manos.El enano que no salía de su asombro quedó pa-

ralizado, desconcertado, pero disfrutando de esascaricias que lo enloquecían, le hacían hervir la san-gre, poner la carne de gallina, los pelos de punta.El corazón quería salírsele del cuerpo.

Ella con una voz muy dulce lo calmó; al notar el“crecimiento” del enano, lo invitó a bajar de la es-calera, pero sin soltar el preciado tesoro.

Antes de que llegara al último escalón, ambosse fundieron formando un solo bloque y, así, sedejaron caer sobre la cama, revolcándose sobre ellacon pasión descontrolada.

Hicieron el amor como nunca antes lo habíanhecho y los dos quedaron radiantes de felicidad:ella por la intensidad de la pasión contenida desdemucho tiempo atrás, y el enano Ismael porque nuncaimaginó debutar de esa manera en un nuevo trabajo.

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Rosalía OdesskyLe gusta inventar palabras y también que todo

esté asuelado (palabra de su cosecha que no vienede asolar ) o sea en contacto con el suelo. Ha

hecho muchas cosas en su vida pero sobre todose ha dedicado y se dedica a capacitar en el Méto-

do Feldenkrais.

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MI RELACIÓN CON LAS PALABRAS

Mi relación con la palabra ha sido siempre deingenua incredulidad. Desde siempre me preguntésobre el proceso, que se inicia casi al nacer, de irtejiendo lentamente fonemas en la urdimbre delcerebro hasta articular sonoramente el maravillosouniverso que nos brindan las palabras, dándonos laposibilidad de personificar el mundo de nuestrospensamientos y sentimientos. ¿Cuándo es que esossonidos que al principio pueden significar alegría odisplacer, al articularlos en cadena nos significanalgo más que un sentimiento al emitirlos? y ¿cuán-do es que al expresarlos intencionalmente —des-pués del largo proceso de prueba y error, y reco-menzar como autistas—, se logra la perfección deuna palabra inteligible para los hablantes del medioen el que nos desarrollamos?, y ¿cómo desde ahí selogra concatenar una secuencia con contenido, parael grupo humano que nos ha dado el patrón delcual surge lo que los lingüistas llaman “lengua ma-

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dre”? Ella surgirá adecuadamente adornada con lamusicalidad existente en el territorio de donde setoma.

No me extenderé en lo que considero más cien-tífico, esa es la labor de los linguistas -psiconeurólogos que conviven con chimpancés ydicen que logran que los no humanos manejen unlenguaje. Reconozco sus esfuerzos y sus logros. Esigual de complejo y fascinante el arduo camino parallegar a poseer un lenguaje, como penoso el de irperdiéndolo lentamente y con gran conciencia. Esteúltimo es un proceso sin retorno y es razonableque así sea: todas las funciones se van sosegandocon el paso del tiempo.

La pérdida de la riqueza de expresión que danlas palabras es difícil de aceptar para mí. Alrededorde mis sesenta años, cuando comprendí que esteproceso había comenzado, elegí un cuadernillo depapel de arroz con una cinta negra que sostenía lashojas. Era uno de los muchos que había compradoen distintos países o que me regalaban mis amigasque conocían esa debilidad y que siempre atesoréen un cajón especial. Allí comencé a anotar las pa-labras que me costaba expresar o, mejor dicho, lasque no brotaban como antes con la fuerza de unmanantial y las que podía disponer, según mi nece-sidad, para discurrir, para argumentar.

Nunca averigüé si los animales sobrellevan un

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proceso similar. «Palabras, Palabras, Palabras», re-cuerdo esa canción, pero sólo la melodía. Para de-cir verdad nunca aprendí las letras de las cancionespor más que me gustaran. La música se instalabadentro de mí y era suficiente. Los valses eran midebilidad: cuando los escuchaba y no los bailaba,igual todo mi cuerpo se expresaba al son de esamúsica maravillosa, estuviera sentada en la butacade teatro, en la silla del escritorio donde estudiaba,o escuchando la hora de los valses en radio Antártidaa las seis de la tarde. Es notable el hecho de que laprimera palabra que balbucimos sea «mamá», aunsin saber su significado, y que la última general-mente sea la misma. No se sabe cuanta concienciadel valor y del significado que le atribuimos duran-te la vida tiene a la hora de la gran partida.

Siempre tuve sumo interés en la estructura delos idiomas y lo importante que es conocer y apren-der la melodía de un hablante nativo. MauriceChevalier, en una de las despedida de sus diversospúblicos, cantó sólo las melodías de varios idiomassin ponerle ninguna letra y el público reconoció cadalengua. Toda una proeza. Estuve presente en esapresentación que él hizo en Buenos Aires y variaslágrimas corrieron por mis mejillas. Yo era muyjoven. Creo que algunas lágrimas fueron de penaporque me di cuenta del proceso que él vivía en esemomento, otras de gran admiración por su manejo

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de los sonidos. Siempre he creído que la voz es elinstrumento plus ultra.

Por mi gran interés en el proceso de cómo con-formamos el lenguaje, a lo largo de los años, me hepreguntado si me hubiese inclinado por ella, dehaber existido la lingüística como carrera en la épocaen que decidí cual sería mi mejor elección. Dentrode mi formación en fonoaudiología incursioné enella y en el profesorado, tan sólo como materia.

Cuando vino Chomsky a Buenos Aires asistí alseminario que dictó en la Facultad, esa fue la últi-ma vez que seriamente pensé en volver acuestionarme el tema de la adquisición del lengua-je. Fue un sentimiento que volví a sepultar junto aotros deseos no logrados en mi vida. La excusasiempre fue: «no es el momento», «no tengo tiem-po», «ahora no», «más adelante». Así llegó el mo-mento cuando «más adelante» ya no tenía mayorsentido: surgía el «¿para que?», “tengo suficientesresponsabilidades», y esto ya no sumaría nada a mipermanencia en este mundo, pero sí restaría tiem-po a funciones laborales y familiares.

Evidentemente reconozco la falta de tesón parainvestigar profundamente en el tema. No me arre-piento, sé que de haber puesto todo mi interés enese único tema –por tan vasto—, hubiera aprisio-nado la capacidad organizadora que desarrollé enlos últimos veinticinco años de mi vida.

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Durante mi formación en el MétodoFeldenkrais creí que emparentaría esta disciplina conmi interés por las palabras dentro de un lenguajearticulado. No ha sido exactamente eso lo que hice.Lo que sí logré fue ampliar la idea de la comunica-ción verbal con la no verbal que me ha brindado laposibilidad de relacionar cada movimiento, mueca,postura con algo que cada uno no está contandoverbalmente: de cómo cada uno está asuelado eneste mundo y en su vida.

Mi incursión en estos temas ha sido un caminono lineal, sí muy enriquecedor por los atajos quetomé para llegar a puerto. Tampoco sé cómo hu-biera sido de haber hecho otro camino. El psicoa-nálisis, Lacan, sus seguidores en diversas discipli-nas, y otros innovadores en el estudio del lenguajey su relación con el pensamiento, han dado sus res-puestas y siguen buceando y seguirán haciéndololos que vendrán.

En este momento, ya cruzada la barrera de lossetenta, estoy estudiando cómo ese gran bagaje depalabras que me pertenecían y atesoraba, y creíaque serían para siempre mías, como el color de misojos, lentamente se me esfuman, y sabiéndolas nopuedo articularlas sonoramente. Primero fueron losnombres propios, luego los comunes, hay veces queme falta algún adjetivo. No me sirve que me diganque a todos les pasa lo mismo; otras funciones me

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han disminuido, pero la disminución del don de lapalabra, me abochorna.

Soy una gran comunicadora y necesito que laspalabras fluyan como perlas de mi boca. No quieroque el centro del lenguaje en mi cerebro no me lasproporcione rápidamente y me deje con oracionestruncas y pensamientos no expresados o comple-tos, como una computadora vieja que ya no tienelos conocimientos rápidamente disponibles o losexpresa fuera del momento deseado.

Para colmo tampoco hay fijación de nuevos sis-temas lingüísticos. Afortunadamente mi pensamien-to permanece intacto y el escribir me permite eltiempo para ir a pescar las palabras en la urdimbredel centro neurológico que las fue acumulando a lolargo de la rica experiencia que es nuestro pasajepor este mundo. Y de esta manera reconstruyo lassituaciones vividas con palabras impresas que nose las llevará el viento.

Mi padre siempre nos decía a mi hermano y amí que no tuviéramos testigos ingratos en la vida.Estas palabras mías serán testigos, pero no ingra-tos.

 

RETRATO DE UN DESCONOCIDO

Sentada en el sofá cómodo del living, pegado al

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ventanal, observo la esquina ruidosa, la que los sá-bados en la tarde se acalla, se adormece y me per-mite la siesta, tan deseada durante la semana, o sim-plemente el momento para desacelerar el ritmovertiginoso de los días laborales y llegar distendidaa lo que tal vez acontezca horas después.

Decido perezosamente que ése es mi momentopara adentrarme en mis recuerdos y pensar acercade quién escribiré para la clase del miércoles. Hacerel trabajo sin la presión del tiempo y a la luz del díaes muy gratificante.

Deambulando mentalmente por posibles per-sonajes para retratar, lo veo pasar por la vereda deenfrente y me digo: él es

Hace varios años que lo vengo registrando enmis múltiples salidas al mercado, a Cabildo, al Par-que, y en las que la vida me exige, que a veces elijoy otras que simplemente realizo para cumplir condiligencias placenteras o que la realidad me progra-ma.

Es un hombre entre cincuenta y sesenta años,longuísimo, delgado, siempre elegantemente vesti-do según cada estación del año. Va o viene, debevivir cerca de casa. Hay veces que me parece quequerría saludarlo, cosa que no me sucede con mu-chas de personas del barrio que veo constantemente.Él es diferente.

Dos veces, a lo sumo, lo vi con una mujer, tam-

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bién, alta y delgada, ambos con expresiones seriascomo si la vida les hubiera jugado una mala pasa-da. Una vez, pasando por una confitería sobre lacalle Sucre, lo vi sentado a la mesa que da a la ven-tana con una taza de café frente a él y el diario ensu mano derecha. Se lo veía relajado y tranquilo,pensé si siempre iría a ese lugar donde se puedeleer el diario y descansar. Lo pude ver bien, sin queél lo notara, creo yo. Sus manos muy finas, su torsoreposado y la cabeza ladeada hacia el papel. Nousaba anteojos.

Durante los años en que mi mirada, entre cui-dadosa y tierna, lo viene siguiendo, ha tenido uncambio muy excepcional aunque no total. Primero,fue verlo en silla de ruedas empujado por una en-fermera; luego, con el andador y ahora, ya pasó albastón. Su brazo izquierdo permanece recogido ycon gran dignidad inspira, para poder dar el próxi-mo paso con su pierna adormecida, y así seguir sumarcha.

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Susana J. FacorroSiempre me gustó leer libros de cuentos, novelas,

poesías. Ingresé en la Facultad de Filosofía paraseguir la carrera de Letras porque quería ser

escritora. Luego estudié Derecho y comencé aescribir libros sobre temas específicos de Dere-

cho Constitucional. Una vez afianzada en esatarea, me enteré de que la escritora Virginia

Haurie hacía cursos en su taller sobreautobiografía. Aquí estoy entusiasmada escribien-

do mi historia familiar

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El Viaje(fragmentos de la historia familiar)

Llegamos al puerto. Oímos el ruido ensor-decedor a la vez melancólico que pertenecía a lasirena del barco que anunciaba su llegada al puertode Buenos Aires, después de treinta días de nave-gación por las aguas a veces calmas, otras turbulen-tas del Océano Atlántico. Uh... uh... uh... El barco proveniente de Marseille o de LeHavre (France) se detuvo lentamente en medio dela bruma que no permitía que la muchedumbrecompacta que permanecía a la expectativa en elmuelle pudiera verlo llegar. Se esperaba con ansie-dad el momento en que los pasajeros bajaran por laplanchada y de ese modo reconocer a los parienteso a los amigos que viajaban a tierras americanaspor distintos motivos. Junto a nuestros padres quenos contaban lo que veían, mi hermana y yo mirá-bamos todo lo que sucedía a nuestro alrededor,escuchábamos los sollozos de algunas personas cer-

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canas al lugar en el cual estábamos parados, sincomprender la emoción contenida de mamá al vol-ver a ver a su madre y a su hermana después demuchos años separadas, a pesar de que mamá viajóvarias veces a Lourdes para visitar a los familiarescuando era soltera.. Mi recuerdo de ese momento, luego am-pliado y mejorado, se borra en este momento…claro, yo tenía sólo tres años, pero me quedó la dulceimpresión de haber conocido a mi abuela maternaMarie Jeanne Eugenie Cazalot Camps viuda deBernard Réchencq y a mi tía Anna RéchencqCazalot de Lacaze cuando viajaron a nuestro país,y llegaron un día nubloso y se quedaron durantecasi un año viviendo con nosotros en nuestra casade la calle Ugarteche en el barrio de Palermo don-de yo había nacido.

¡Qué viento fuerte que sopla en la cubierta del barco!

¡Mon Dieu! Se me nublan los ojos y lo que yo quiero es

volver a ver el puerto de donde salí hacia France mi patria,

mon pays, hace treinta años. Nunca pensé que iba a volver

a La Argentina. ¿Estará igual o habrá cambiado mucho?

Tengo la ilusión de llegar y besar a mi hija Jeanne, a Daniel

y a mis queridas nietitas Lisette y Susy que conozco sólo a

través de las fotos que siempre me envían, sobre todo de

vacaciones en la playa. Por suerte, Anita vino conmigo y a

pesar de que dejamos a Louis, y a Jean y a su marido, en

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Lourdes, todos estuvieron de acuerdo en que fuéramos noso-

tras las que hiciéramos esta travesía para volver a encon-trarnos con nuestros seres queridos.

Memé, mi abuela, tenía el pelo muy largo, cano-so, y me gustaba mirarla cuando se lo cepillaba y selo peinaba suavemente, hasta lograr hacerse un ro-dete sostenido con hebillas en lo alto de su cabeza.Cuando llegaba la noche, antes de comer, mientrasesperábamos que papá volviese de su trabajo en elEstudio, jugábamos y aprendíamos algunos versosen francés. Memé y tante Anita sabían hablar encastellano, pero se hacían las distraídas, decían queno nos entendían para divertirse un rato tambiénellas.

Muchas tardes Memé tejía y nos hacía precio-sos sacos que nos encantaba estrenar y lucir cuan-do salíamos a pasear por Palermo, cuando íbamosa caminar y a correr por el parque y luego, cansadasde tanto jugar, nos sentábamos en los bancos y nosdaban chocolates para que comiéramos.

Un día escuchamos a Memé con una voz quedenotaba enojo. ¿Qué había pasado? Encontró sutejido sin las agujas y con los puntos corridos.¿Quién había cometido semejante travesura?¿Lisette, Susy o sería Pepe? Me quedé junto a mihermana, asustada y triste por lo ocurrido, espe-rando que se encontrara al que había molestado a

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la señora francesa. Al rato, vino corriendo Elba,que realizaba las tareas domésticas, explicando quesu hijito Pepe que era muy pícaro se había entrete-nido con el tejido y se le habían salido las agujas, yque después las había escondido para que no loretaran. Todo se aclaró y volvió a renacer la calma.

De los viajes a Mar del Plata, a la quinta enGuillón de la familia Gnecco Facorro, tengo laspelículas que papá filmó en esas oportunidades.También guardo las fotos de esa época que me per-miten recordar con mayor precisión la estadía demi abuela y de mi tía. La despedida en el puertocuando se fueron fue triste, muy triste .

¡Qué lindos momentos pasamos todos juntos,en Buenos Aires! ¡Cuánta felicidad que se nos esca-paba para siempre! porque nunca más las volví aver. Mamá viajó a Lourdes años después y duranteun mes la mimaron sus hermanos, sus sobrinos ysus amigos; la llevaron a pasear por los Pirineos —amados por ella— y trajo un montón de fotos paraque reconociéramos a nuestra familia.

A través de los años nos mantuvimos unidos através de cartas cariñosas en las cuales nos conta-ban la vida que llevaban con sus hijos y nietos.Apenas llegaban las noticias, mamá les contestabadetallando los pormenores de nuestras vidas. Cla-ro que cuando aprendimos a leer y a escribir, nosencantaba a Lisette y a mí enviarles noticias y lla-

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marlas a nuestra manera, «abuelita» a Memé y«tantanita» a nuestra tía.

Así fue.

FIORI

Un día, después de que papi se fue a trabajar,mami con su amiga Margot salieron temprano alcentro para probarse el tailleur gris que había com-prado en la casa de modas Country Life. Se lo esta-ban terminando y se necesitaba hacerle la últimaprueba. Lisette y yo nos quedamos con Elba y Pepe.Jugamos un largo rato hasta que oímos que por lacalle venía Gianni, anunciando la venta de sus flo-res.

El florista siempre tocaba el timbre de casa por-que mami le compraba algunos ramos de flores queluego distribuía en varios floreros. Gianni era ita-liano, gordo, con bigotes que le cubrían gran partedel bozo y de la boca. Ese día oímos sonar el tim-bre y corrimos con Lisette para abrir la puerta, yaque Elba estaba ocupada limpiando y ordenandolos dormitorios para después ocuparse de hacer elalmuerzo.

Vimos al florista acalorado, se había sacado lagorra y la usaba para apantallarse. El pesado canas-to con flores estaba depositado en la vereda.

–Buongiorno, bambini, la signora dove stá –nosdijo— quiero parlarle un poco.--Le respondimos

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que no estaba, pero siguió hablando--:Bambini¿volete comprare fiori?

—Mmm, no sabemos, mami salió y no tene-mos dinero para pagarle .

—No importa –insistió— dopo la signora mepagará.

Lisette me miraba para saber qué haríamos y yoasentí con la cabeza. Lentamente, casi en un susu-rro, dijimos:

—Sí, entre y deje algunos ramos.Gianni levantó la canasta y entró a los saltos.

Era bastante rápido en sus movimientos y a pesarde los muchos kilos que tenía, dio vuelta el canas-to y cayeron al suelo todos los ramos de flores ro-jas, amarillas, blancas, violetas que desparramabanun perfume fresco, dulce.

Quisimos todas.El florista estaba de parabienes, había vendido

la totalidad de las flores… ¡Cómo serían nuestrascaras! Gianni se despidió en medio de risotadas ypalabras de agradecimiento que nosotras entendi-mos menos de la mitad:

—Tante grazie, mucha suerte y que SanGennaro, tenga a bien escuchar y las cuide y lasayude.

Cerramos la puerta. ¿Hicimos bien en comprartodas las flores?, nos preguntábamos un poco asus-tadas. ¡Qué lío habíamos hecho!

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La tarea más difícil le correspondió a nuestramadre cuando regresó del centro y se encontró conlas flores. Enseguida repartió los ramos entre losvecinos que los recibieron sorprendidos y muy agra-decidos.

Cuando volvió Gianni a cobrar, mami le expli-có que no debía dejar flores, si no estaban los pa-pás de las nenas porque eran muy chiquitas —sólotenían cuatro y seis años—, y no podían decidirsobre temas que correspondían a las personas ma-yores. Il est fou, mais le pauvre a besoin de l argent, c estpas grave, decía mami en voz baja, como para sí,mientras le abonaba, y le volvía a recomendar queno se olvidara la próxima vez de pedir por ella an-tes de dejar las flores en la casa. Luego le dijo aGianni:

—Grazie per i bei fiori…lo espero el día 15 defebrero que mi hija mayor cumple seis años y comole festejaremos el cumpleaños, con amiguitos, quieroponer flores frescas en los floreros para que la casaluzca muy linda.

Llegó el día ansiosamente esperado. Asistieronlos chicos invitados y el payaso que habían contra-tado y que hacía maravillas para que todos se divir-tieran. Después de tomar el rico chocolate que unavez más cayó un poco encima de mi vestido, llegóel momento tan ansiado por los amiguitos. El re-parto de los regalos para que se llevaran un recuer-

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do… Allí hubo un pequeño lío con una preciosasombrilla china de colores brillantes. Lisette la te-nía elegida para ella porque era la del cumple, perouna chica invitada, María Celina Rusca, se puso tristeporque ella quería esa sombrilla. Por suerte sumamá, Elenita, con una sonrisa la hizo entrar enrazón dándole otro souvenir que, si bien no era elelegido por su hija, la calmó y se fue bastante con-tenta. Pasaron los años, con nuestra querida amigaMaría Celina siempre recordaríamos a la mentadasombrilla. Siguieron los juegos y los cantos, se apa-garon las velitas y comimos la rica torta que conesmero había cocinado Elba. Fue el último cum-pleaños festejado en esa casa porque nos mudába-mos pronto a un lindo departamento enfrente alRosedal en la calle Godoy Cruz 3268 piso 5º B.

Así fue. S.J.F.

 RETRATO DE LISETTE

Hoy me decidí y estoy en el escritorio buscandodentro de cajones y cajas los álbumes de fotos quemamá, con dedicación y paciencia, guardó durantemucho tiempo. La recuerdo eligiendo fotos ¿unaspocas? ¿o muchas? en las cuales no reconocía a laspersonas que habían posado y no tenía interés en

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conservarlas. Las puso sobre los leños que estabanardiendo dentro de la chimenea del living y se que-dó mirando como se quemaban, escuchando elchisporroteo del fuego que, con sus llamas rojizas,envolvía y destrozaba el papel.

Una gran cantidad aún queda y me tocó a mí,entusiasta de la fotografía, seguir atesorando losmaravillosos recuerdos que hacen a la historia demi familia. Encuentro fotos de todo tipo y tamañotomadas en diferentes lugares, en variedad de pa-peles. Las sigo mirando y ordenando, sobre todolas que están sueltas y mezcladas.  Elijo algunas paraenmarcar, me entusiasman aquellas en las que sali-mos juntas mi hermana y yo siempre juntas.

Acá están. Ya encontré las que prefiero para co-locar en cuadritos. Las tomo en mis manos, las mirocon cariño y digo: ¡Hola Lisette!, y me voy con mipensamiento al pasado. Tenemos ocho y diez años,estamos en la playa veraneando. Lisette es conver-sadora, coqueta, simpática, le encanta tener muchasamigas. Yo soy muy tímida, callada, todo me davergüenza. Por suerte mi hermanita mayor me dala mano y me empuja para que yo la siga en susjuegos. Somos físicamente bastante parecidas, so-bre todo en la delgadez, consecuencia de que nonos gusta comer, salvo pocas comidas que Merce-des prepara con paciencia y esmero.

Estoy sentada y Lisette con un palito hace en la

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arena un dibujo de mi cara.¡Qué lindo debe ser sa-ber dibujar! También redacta muy bien, le gustaescribir cuentos y me dice que yo los lea y se loscorrija. Cuando vienen amiguitos a jugar ella nosnarra algunos que inventa en el momento, casi siem-pre de fantasmas, de brujas, todos nos asustamos,tenemos miedo, pero seguimos pidiéndole que ima-gine nuevos relatos para entretenernos.

Ahora vuelvo al presente, miro las fotos, miro ami querida hermana y me pregunto. ¿Dónde que-dó tu imaginación, las ilusiones de ser pintora quetuviste, poco después de recibirte de maestra y asis-tías al atelier del pintor Jean Josse, cuando nos di-bujaste a papá y a mí? ¿Dónde quedaron tus ganasde escribir novelas, tu alegría, la mirada vivaz detus ojos verdes? Ya no te puedo preguntar, peroconozco tus respuestas porque estuvimos siemprejuntas. 

Así fue. S.J.F.

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Susana RosariosLicenciada en Relaciones Públicas. Estudió

con Dalmiro Saénz en su Taller Literario MaestraNormal Nacional. Estudios de Derecho hasta

tercer año. Facultad de la UBA.

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EL LIBRO Y LA ROSA

Las palabras libro y rosa curiosamente unidasen un cuasi juego literario traen a mi memoria infi-nidad de libros donde mi madre con técnica meti-culosa y prolija secaba y guardaba, entre hojas dehermosos manuscritos casi siempre de tapas durasy temática poética, rosas que había recibido de mipadre. Expresiones de un gran cariño y de respeto,con los que siempre él la trataba.

Mi padre ya no vive pero recuerdo sus ramosrojos y su gran sonrisa cuando entregaba su perfu-mado presente para cada fecha especial, y el brillode los ojos de mi madre al recibirlos con sonrisacómplice.

Esas imágenes me llenan de amor y placer.Me pregunto si hoy en día alguien se toma todo

ese trabajo para unir para siempre dos cosas tanhermosas como son las rosas y la poesía. Trabajolleno de amor y de cariño.

A veces encuentro alguno de aquellos libros y

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recuerdo las rosas con placer y tierna nostalgia.

MI HIJO ANDRÉS

Tiene ojos vivarachos y su rostro se agrandasiempre en una enorme sonrisa, sonrisa que haceemanar de él una luz especial que atrae a todos losque lo tratan. Es de una autoexigencia increíble,inquieto desde niño hasta dejarnos de cama. Suprofesión, la arquitectura, le ha dado la facilidaddel orden y la bohemia del arte. Siempre de buenhumor y lleno de amigos, es el camarada ideal paracompartir proyectos.

Estudioso, curioso, interesado en todo y en to-dos, es un ser muy humano y un excelente amigo.Hasta tiene, entre mis propias amigas, su club de¡fans! Líder nato para ambiciosas ideas, siempre sabecomo juntar voluntades. Ojalá Dios le de siempretanta cordura y ese sentido de la oportunidad quelo caracteriza.

Es un verdadero placer ser su madre.

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Valeria LiahaffNací en la ciudad de Buenos Aires, donde habito

hoy, un 24 de marzo de 1972 en el seno de unafamilia judía de clase media donde siempre se

resaltó el placer de la lectura. Al finalizar la escue-la media viajé a Israel donde viví durante un año.

En 1991 retorné al país e intenté diferentes carre-ras de estudios. Finalmente entre 1997 y el año

2000 cursé los estudios de Edición en la facultadde Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos

Aires.En la búsqueda de experimentar sobre mi deseo

de escribir, participo de un taller literario en elcentro cultural Rojas. Al año siguiente: 2005, memudo al taller de Virginia Haurie quien se espe-

cializa en autobiografía y me lancé a escribir...

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EXTRAÑO ENCUENTRO

—Pareces muy asustada. ¿No estás contenta deviajar al exterior?

—Sí, lo sé pero no puedo evitar sentir una granconmoción en este momento.

—Comprendo y aunque te parezca extraño, talvez más que tú misma.

—¿Me conoces?—Te podría responder que estuve en tu situa-

ción exactamente un año atrás.—Pero cada experiencia es diferente, ¿tú tam-

bién te fuiste del país para intentar una nueva vida?—Como tú, me fui a Israel en un plan organiza-

do para jóvenes y hoy estoy de regreso bajo cir-cunstancias no deseadas pero previsibles.

—Sin embargo, mi proyecto no es sólo por unaño. La idea es formarme académicamente y con-vertirme en ciudadana del país. De todos modosme gustaría escuchar tu historia.

—Espera, yo tampoco suponía que al año vol-

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vería. No había nada que ansiara tanto como quellegara la fecha de partida. Todos mis pensamien-tos y mis ideas estaban intrínsecamente relaciona-dos con el nuevo camino que comenzaría. Estabaasediada por miedos, tristeza, incertidumbre y unaalegría que me desbordaba. Quería alejarme pron-to de mi familia, de mis amigos, de mi ciudad y a lavez me preguntaba cuándo volvería a verlos.

—Esa es la razón de mis lágrimas. ¿También túnecesitabas alejarte para despegar?

—No encontré otra manera para adquirir inde-pendencia y libertad. Sé que buscas eso con tantoímpetu que olvidas que eres muy joven para afron-tar sola ciertas cuestiones.

—Más allá de que la despedida me sea doloro-sa, sé que tengo por delante un aluvión de fantasíasmaravillosas por cumplir.

—Lamentablemente es inevitable idealizar talfuturo pero no todo será extraordinario. ¿Te hasdetenido a pensar en las características del país alque te diriges?

—¿Por qué lo dices? El destino es lo menosimportante.

—¡Sí lo es!, y a mí no me puedes ocultar quecon tal de escapar te daba lo mismo Francia, Israelo cualquier otro lugar, pero tus padres sólo te habi-litaron la opción de Israel. ¿Crees, como ellos, queestarás protegida especialmente por estar en ese

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país?—Sé que tendré una organización que atenderá

mis necesidades y además tengo familiares con losque puedo contar. De todos modos, lo que buscoes no depender de nadie.

—Recuerdo que la primera fase fue fantástica:no pedir permiso, no tener que dar explicaciones.Todo era novedad, exploración, hallazgo y placer.Te deslumbras por la emancipación conseguida peroenseguida sin darte cuenta te vuelves dependientede lo que has dejado aquí.

—Eso no me sucederá. Podré mostrar al fin loresponsable que puedo ser y la capacidad que ten-go para resolver los asuntos que se me presenten.

—¿Debo recordarte que eres una persona bas-tante insegura y con cierta debilidad emocional?

—Mis inseguridades no subirán al avión. LaValeria que embarca es una nueva Valeria.

—Otro gran error. Lo entenderás cuando estésen mi lugar. Dentro de un año comprenderás queuno es uno donde quiere que vaya. El escenarioque nos rodea es una contingencia.

—¿Por qué estas tan convencida de que estarénuevamente en Argentina en doce meses? ¿Quiéneres tú para aseverarlo?

—Yo soy tú un año más tarde. Y estoy plena-mente segura de que regresarás porque extrañarása tus seres queridos de manera entrañable y que no

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podrás resolverlo todo. Porque te sentirás sola, yfrente a la adversidad requerirás del amor incondi-cional de tus padres y con las cartas semanales y losllamados esporádicos no cubrirás la necesidad im-periosa de compartir todas tus vivencias. Y porquela angustia se apoderará tanto de ti, que no tolera-rás vivir encerrada en un cuarto sellado cuandoestalle la Guerra del Golfo dentro de un año. Paraentonces aceptarás tu debilidad y luego de una lar-ga travesía te encontrarás en el punto de partidapara volver a empezar otra vez.

ENTRE ALEMANES

Jueves, único día de la semana que llegaba des-pués de las ocho. A las nueve y media puntual in-gresó con su auto gris plateado al estacionamientodel edificio, apurada y ansiosa por comenzar conlas tareas laborales. Sabía que venía del gimnasioporque alguna vez me lo había comentado. Mujerelegante, vestida con traje de ejecutiva, a veces conpantalón y otras con falda, pero siempre con tacosque alargan el metro setenta de su delgado cuerpo.Su rostro bonito, maquillado con naturalidad, re-velaba un buen humor matinal acompañado de granamabilidad y correctos modales.

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— Buenos días, German— me saludó comocada mañana.

— Guten morgen—contesté.Sabía que le gustaba cuando me dirigía a ella en

alemán. Mientras aguardaba al ascensor que la lle-varía al décimo piso, observé que hojeaba los titu-lares del ejemplar de La Nación que le había entre-gado.

Valeria se ocupaba de la comunicación en la fir-ma alemana tanto como a la traducción de diver-sos documentos. Había estudiado alemán e ingléspor años y ello fue lo que le permitió conseguir elpuesto hacía ya cinco años. Las visitas de la casamatriz eran constantes y ella era quien se ocupabade acompañarlos. Podía escucharla reír mientrasdialogaba con ellos en el hall de la torre. Su simpa-tía lograba contrarrestar la frialdad de la mayoríade los rubios germánicos. También a mi me trata-ba con gran calidez, entablábamos conversacionessobre cine y literatura alemana, temas que le fasci-naban.

Sin días fijos ni horarios regulares, Fernandoaparecía y se escabullía hacia el décimo piso sindarme tiempo siquiera a anunciarlo. Era evidenteque buscaba sorprenderla en el más amplio de lossentidos. Extremadamente altivo, sus gestos deno-taban un ser irritable y celoso de sus pertenencias ya Valeria la considera parte de ellas. El joven, un

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deportista en carrera, aún no era famoso, pero sunombre comenzaba a brillar en los medios. La últi-ma noticia contaba que se trasladaría a Francia portres meses para jugar en un equipo oficial.

En varias oportunidades los escuché discutir.Palabras como: ahogo, libertad, independencia, fan-tasías, podían leerse en los labios de uno y de otro.Una mujer como ella, dificultosamente toleraba elacecho constante; ni de él ni de nadie.

Su jefe, el señor Kellner, era otro personaje enig-mático del entorno de Valeria. El la considerabauna excelente empleada y por ello le había dado laoportunidad de dirigir el área. Hombre de nego-cios, con pocos escrúpulos, muy exigente y rígido.Aunque valoraba a su equipo de trabajo, era radi-calmente insidioso con el personal femenino. AValeria la respetaba mucho pero también la ronda-ba. La fotografía con la esposa y el pequeño, queposaba en su escritorio apenas obstaculizaban suconducta.

Durante toda la tarde imaginé que bajaría. Aveces lo hacía para fumar un cigarrillo o para com-prarse un yogur. Sin embargo ese día no apareció.

Se hizo la hora de mi recorrida por los pisospara recoger la basura. Cuando llegué al décimopiso los vi, a través de la puerta vidriada,forcejeando. El señor Kellner la tenía atrapada en-tre sus brazos y Valeria intentaba soltarse por to-

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dos los medios. Vi como él le tapó la boca para queno pudiera gritar. Fue entonces que reaccioné delmodo más inesperado. Fue instintivo, huí por lasescaleras. No se qué pensaba mientras descendíapero en un minuto alcancé la planta baja y corríhacia la calle.

El viento gélido me hizo reaccionar. En la cua-dra no había nadie y estaba oscuro. En ese mo-mento sentí un motor acelerado. Valeria salía a todavelocidad del estacionamiento. Grité, pero no meescuchó. La 4x4 también venía a gran velocidadpor la avenida del Libertador. El estruendo fue es-peluznante. Me agarré la cabeza y caí arrodilladoen la vereda. No, no, no, fue la única palabra quepude articular...

Siento como mi voz se ahoga en un llantodesgarrante. El nuevo encargado respeta mi silen-cio y baja la mirada.

Hace exactamente un año de la tragedia. Aque-lla noche Valeria logró soltarse de las garras del hijode puta de Kellner y lo empujó con tanta fuerzaque el golpe de la cabeza contra la pared lo dejócuadripléjico. ¡El desgraciado tendría que estar en-terrado! y no ella ni el otro conductor. Ambos fa-llecieron instantáneamente por el impacto.

Jamás la olvidaré.