Baroja Pio - Susana Y Los Cazadores de Moscas

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Baroja Pio - Susana Y Los Cazadores de Moscas

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Susana y los cazadores de moscas

Po BarojaSusana y loscazadores de moscas

Biblioteca Nueva, Madrid, 1978

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IPuesto que tiene usted alguna curiosidad por m, no me conoce y es amiga de mi hermana, he escrito en la horas en que estoy desocupado estos apuntes para que lo lea y vea como soy.No haga usted mucho caso de lo que diga mi hermana de m. Es muy buena, y cree que todos los dems lo son. Ella me pintar cmo un hombre fuerte, generoso y humano, y me adornar con otras virtudes, alguna de las cuales creo que ella posee en alto grado, pero yo no.En mi vida, por ahora, lo nico que tiene algn carcter es la temporada que pas en Pars, cerca de ao y medio.All me revel ante m mismo como hombre un poco fantstico y sentimental, muy distinto en realidad a como soy habitualmente. No s si fue influencia del medio o si tengo un fondo de sentimentalismo y de fantasa.No crea usted que, como manchego, me parezco a Don Quijote; tampoco creo ser un Sancho Panza.Por su carta, me figuro que es usted una persona muy amable y muy bondadosa.Si tiene paciencia para leer estas cuartillas, usted me juzgar y decidir si le parece que vale la pena de que me conozca personalmente o no.IIEmpiezo con mi relacin. Me llamo Miguel Salazar, y soy hijo de un boticario de un pueblo de la Mancha. He estudiado la carrera de Farmacia con muy buenas notas. No considero esto como una gran cosa, pero as es. Antes de terminarla, muri mi padre en la aldea. La familia tuvo que vender la botica. No haba en la casa dinero guardado y me faltaban meses para licenciarme.Por lo que se dice entre los conocidos del lugar, mi madre, muy bondadosa, tiene pocas condiciones de administracin y de ahorro. Gasta todo lo que puede con sus hijos.La familia haba acariciado siempre el proyecto de que yo sustituyera a mi padre, pero no lo pudo conseguir. La titular qued vacante antes que concluyera yo la licenciatura. Se intent, por los amigos, una prrroga en la provisin del cargo hasta que me encontrara en condiciones de solicitarlo. Las esperanzas resultaron fallidas, y se nombr a otro farmacutico en la aldea.Ya abandonado el proyecto, decid quedarme en Madrid. Pens que quiz fuera mejor. En el pueblo me hubiera achabacanado y hubiera hecho, probablemente, una vida demasiado mecnica y ramplona.Estuve en una farmacia del Centro, con muy poco sueldo; despus pas de regente a una botica popular de la calle Ancha de San Bernardo, en donde ganaba cien duros al mes.La duea de esta farmacia, doa Margarita, para los amigos doa Mrgara, era viuda de un tipo algo excntrico, que se haba distinguido como persona importante en el partido republicano federal y como aficionado a las corridas de toros.Soy hombre aplicado, trabajador y, en gran parte, autodidacto. Lo que s bien, lo he aprendido por mi propio esfuerzo, sin ayuda de nadie, entre ello, la Qumica y la Botnica; la Qumica, a fondo. Conozco el francs y traduzco el ingls con facilidad. He ido durante un ao a una escuela Berlitz, donde me ejercit, sobre todo, en conversacin francesa. Estudi tambin algo de alemn. Para pedir especficos de uso poco frecuente al extranjero, me serva el saber esos idiomas.De chico, comenc a dibujar sin maestro, y pintaba toscamente con cierta disposicin. Si hubiera disfrutado de libertad y de tiempo, hubiese insistido en pintar al leo.En contraste con mi tenacidad para el trabajo, me faltan condiciones para destacarme: no s hacerme amigos y protectores; soy un carcter un tanto independiente, infantil y tmido; no s tampoco mentir con gracia, ni darme importancia.Tengo que enviar dinero a mi madre, con lo cual me encuentro siempre alcanzado y sin medios. Le mando la mitad de la ganancia, y a veces ms.La familia me dijo hace tiempo que, si lo deseaba, se trasladaran todos a Madrid; yo pens que la vida en la capital era cara y que mi madre y mis hermanos tendran que meterse en una casa incmoda y pobre a pasar miserias y apuros. En el pueblo estn mejor; por lo menos, con ms holgura.Al principio de colocarme en la calle Ancha, comprend que hubiera podido resolver mi problema econmico casndome con la duea de la farmacia, con doa Mrgara, que era ya fondona, ms que cuarentona, teida de rubio, bastante roosa, y que me haca insinuaciones matrimoniales claras. Prefer la vida soliteraria y pobre y dedicarme a leer, a estudiar Qumica y a la pintura.Suprima todo lo posible mis gastos. Mi nico vicio era tomar caf. La austeridad constitua mi norma. No haba tenido amores, ni xito con las mujeres. Estaba acostumbrado a que no me hicieran caso y me consideraran como hombre aburrido.Naturalmente, no era alegre, y a los veintiocho aos tena ideas pesimistas de viejo. De tipo, creo que soy corriente: alto, ms bien rubio, de buen color y con ojos claros. Visto con trajes baratos, comprados en bazares, y no me destaco por nada.Para m, durante mucho tiempo, la Qumica fue mi amor y mi Dulcinea. Tena libros de esta materia que los lea hasta sacarles la quinta esencia. Constituan mi literatura. Pensaba que, si poda alguna vez dejar la farmacia, me dedicara a trabajar en un laboratorio qumico y a hacer slo anlisis.Yo me considero hombre de un espritu sereno, fro, tranquilo. Creo que podra llegar a ser un cientfico, no de invencin, pero s un trabajador estimable.En la casa de doa Mrgara llegu a preparar especficos con la etiqueta de la farmacia que tuvieron xito, y fueron recomendados por varios mdicos conocidos. El dinamol, la globulina y la hormonina fueron obra ma. Cobr por estos productos mi comisin. La viuda, mi patrona, ambiciosa, pens que los modestos especficos de su regente no eran cosa mayor y quiso lanzar al comercio algo de gran xito. Yo le advert repetidas veces que estos especficos se inventaban y fabricaban en laboratorios de Qumica de Pars, de Berln o de Londres, que contaban con medios a propsito para la investigacin y la produccin.Y cmo se pueden conseguir entonces? pregunt ella.En general, se compran le dije yo. Adems, para explotarlos, hay que gastar una cantidad enorme en propaganda.Doa Mrgara pens que era cosa de ensayar, y en la primavera de 1936 me dijo, porque tena en m gran confianza:Oiga usted, Salazar, al fin le voy a enviar con una comisin. Va usted a ir con un cheque de treinta mil francos a Pars. Compre usted la propiedad de un especfico de los que usted vea que pueda tener gran porvenir. Si se necesita ms, me telegrafa; yo le enviar lo que sea necesario. Si no encuentra usted lo que se desea en Pars, va usted a Berln o a Londres.Yo no haba tenido nunca la idea de salir de Espaa; no me seduca el viaje, y hasta me daba un poco de miedo. Estaba contento, o, por lo menos, resignado con mi existencia montona, y no aspiraba a ms. Me hallaba convencido de que no haba de tener un momento de suerte en la vida y que vegetara miserablemente.Los reparos que puse a la idea del viaje, en vez de convencer a doa Mrgara le dieron mayores deseos de realizar su plan.Probablemente, si hubiera aceptado yo el proyecto con jbilo, ella hubiera sospechado que quera ir a Pars a divertirme, porque era mujer maliciosa y suspicaz; pero al presentar tantas dificultades, se convenci de que yo segua siendo el hombre serio, formal y tmido de siempre.Despus, por rutina, repet constantemente la misma cantinela de que no quera marcharme, y doa Mrgara habl al doctor Valverde, contertulio de la farmacia, para que me convenciera.El doctor Valverde, hombre alto, miope, calvo, burln, turista y juerguista, estaba de mdico en una Casa de Socorro y tena una pequea clnica particular en la vecindad. Era un tanto escptico y cnico.Acepte usted, no sea usted tonto me dijo. Doa Mrgara tiene dinero de sobra, y aunque los especficos que usted traiga no valgan nada, por eso no se ha de arruinar. En tanto, usted se divierte y olfatea un poco lo que pasa en el mundo.Pero usted ya comprende, doctor, que eso de ir a Pars o a Londres, a traer un especfico que necesariamente tenga xito, es una fantasa, porque si esto fuera as, no habra farmacutico que no se hiciera rico.Ya se sabe. Usted no s preocupe. Le dan ese encargo, usted lo cumple. Usted ni nadie puede tener la seguridad de que un producto farmacutico haya de tener gran xito ante el pblico.As que, a usted no le parece mal la proposicin, doctor?A m, no. De esa manera se airea usted un poco. Un hombre como usted, de treinta aos, va a vivir siempre como un caracol metido en su concha? Es estpido.Me est usted dando ganas de aceptar el ofrecimiento.Naturalmente! Acptelo usted. Qu le da a usted doa Mrgara para el viaje?Seis mil francos.Es poco.Para dos o tres semanas, yo creo que bastan.Pero usted puede alargar su estancia con cualquier pretexto.Para qu?El doctor Valverde qued maravillado. No comprenda tanta indiferencia para ir al extranjero. El tena una curiosidad insatisfecha, aun a pesar de haber viajado por medio mundo.Yo pens de nuevo, y me decid. Envi a la familia el sueldo entero del mes, y con un cheque de treinta mil francos en el bolsillo y los seis mil en billetes para mis gastos, tom el tren en la estacin del Norte de Madrid y me traslad a Pars.Tena cierta escama, porque me haban dicho algunas de esas personas que estn siempre en los secretos que despus de estudiar el francs en Espaa, no se entenda casi nada a los parisienses. Yo me encontr con que los comprenda bastante bien y con que me comprendan a m perfectamente.Como soy hombre cumplidor, no quise perder tiempo; no hice ms que pasar una o dos veces por el centro de la ciudad e instalarme en un hotel del bulevar SaintMichel, que me recomendaron.Despus visit los laboratorios qumicos y farmacuticos de fama de la capital, y a los ocho das escriba una largusima carta a doa Mrgara explicndole con toda clase de detalles las condiciones y los precios de los especficos que se podan adquirir. Al final de la carta le deca que marchaba Londres. Estuve all una semana, y, al volver de nuevo a Pars, me encontr sorprendido con las noticias de la revolucin espaola.Esta vez fui a instalarme a un hotel de la Puerta de Orlens, que me dijeron era barato. Me quedaban tres mil quinientos francos de los seis mil que haba sacado de Madrid.III

Ante un acontecimiento de tal magnitud como la conmocin de Espaa, qued en un estado de perplejidad. No saba qu hacer, no conoca a nadie en Pars. Pens que la cuestin espaola sera solamente asunto de das y que valdra ms que volver a Madrid en seguida esperar a que la situacin poltica se despejara.En el hotel de la Puerta de Orlens conoc a un mdico y a su seora, que era un hermoso tipo de mujer: alta, rozagante y guapa. Por lo que les o contar, me figur que haban salido del pueblo donde estaban, en un momento de pnico colectivo y llevados por espritu aventurero. El doctor Bidarte crea que la revolucin iba a ser larga, de meses o quiz de aos.Y cmo nos las vamos a arreglar? le pregunt.Ah! No s.Ustedes tienen algn dinero?Yo, muy poco, pero ya veremos cmo nos las manejamos para vivir aqu.Me asombr de tanta confianza. Yo no tena condiciones para desarrollarme entre la gente. La multitud me espantaba. Careca en absoluto del talento del hombre del caf y de la calle, y no pensaba el que fuera posible para m una eventualidad buena.Estaban tambin en el hotel varios andaluces que haban huido de Mlaga, dominada por los rojos, entre ellos un comerciante de frutas. Ninguno saba el francs; pero, a pesar de esto, se desenvolvan con facilidad all por donde iban, y, al parecer, todo el mundo acababa por entenderlos.Al cabo de un mes segua tan perplejo como al conocer las primeras noticias de la revolucin. Escrib a mi familia, y despus a doa Mrgara, preguntndole qu quera que yo hiciese. La patrona no me contest. El movimiento, por lo que supe despus, la cogi en la sierra del Guadarrama, donde haba ido a pasar unos das.El que me escribi fue el regente de la farmacia de la calle Ancha que me sustitua, dicindome que una partida de milicianos haba ido a buscarme a la botica, sin duda para darme un disgusto porque me consideraban reaccionario.Me asombr de que alguien se ocupara de mis ideas polticas, porque nunca me haba manifestado poltico. Deca, en broma, cuando me preguntaban:Qu ideas tiene usted?Yo soy qumico.Recapacitando sobre ello, se me ocurri pensar que deba de tratarse nicamente de alguna rivalidad de oficio.Despus me dijeron que muchos farmacuticos y dependientes de farmacia se haban afiliado a sociedades revolucionarias extremistas. Me choc, y deduje que se estaba en una poca en que las cosas ms inverosmiles eran posibles.Al principio haba credo, como he dicho, que la revolucin sera solamente cuestin de das o de semanas; luego supuse que sera cosa de meses. Lea los peridicos que caan en mis manos con atencin, comentando interiormente todas las informaciones. De casa no tena noticias.Como soy hombre modesto y poco aficionado a gastar, y el dinero iba disminuyendo, pens en buscar un alojamiento econmico.Una maana, al bajar a la portera del hotel, encontr en mi nmero del casillero una carta de mi familia, y para no subir los siete pisos hasta mi cuarto, porque el ascensor estaba parado, me met en el escritorio a leer la carta y con la idea tambin de contestarla. Estaban todos buenos y en el pueblo no pasaba nada. Fui a buscar un pupitre vaco, y me sent. Escrib la carta, y, al terminarla, mir alrededor, y vi que haba una mujer que sollozaba con la cabeza entre las manos. Me acerqu a ella.Es que est usted enferma? la pregunt. Quiere usted que avise a alguno?No, es intil. Muchas gracias.Entonces, dispense usted. No he querido molestarla, ni le he preguntado qu le pasaba por pura curiosidad.Ya lo veo. Es usted extranjero?S, soy espaol.Ah! Espaol. De dnde?Vivo en Madrid.Yo tambin viva en Madrid, y cuando sal este verano para las vacaciones, no pens que ya no volvera.Y qu le ha pasado a usted? Ha recibido usted malas noticias?S, a un amigo, al nico que tena all, le han sacado de su casa y le han fusilado en una carretera. Dios mo, qu horror!Aquella mujer tena un tipo distinguido. Era una francesa que haba sido institutriz en Madrid, donde haba vivido muy bien, segn ella. Hablaba mal el castellano porque, segn dijo, en la casa aristocrtica donde estaba no queran que hablara espaol. Ella y yo nos contamos nuestras respectivas cuitas. La pobre mujer buscaba una colocacin. Yo no supe qu consejo darle.La institutriz me dijo que una amiga suya, que estuvo muy cerca de la miseria, haba ido a vivir a un hotel barato, de pobre aspecto, en el que, al parecer, no se encontr tan mal. A ella le daban horror estos pequeos hoteles. Me dio las seas, y fui a verlo.Se llamaba el Hotel del Len de Plata, y se hallaba en una calle larga, negra y tortuosa, que iba del bulevar Jourdan al bulevar SaintJacques. La calle tena por nombre calle de la TombeIssoire. El hotel era una casucha que haca esquina y que estaba cerca de un viaducto por donde pasaba un tren. Tena ventanas cuadradas y pequeas de aire antiguo y un mirador de madera estropeado. En el bajo haba una taberna con su letrero: "FlachatVinos".El sol no daba casi nunca en la casa; quiz slo en el verano. Esto no me importaba nada. Soy poco helifilo. Lo que s me molestaba era el olor, como a pobre, que haba desde el portal a las habitaciones.El cuarto que me mostraron vala poco, pero era muy barato y daba a la calle. Tena un papel verde lleno de composturas; la cama, un lavabo, dos sillas y un silln desvencijado. Todo era viejo y polvoriento.Me traslad en seguida. La duea del fonducho, una buena mujer, trabajaba constantemente. El patrn era un meridional, hombre de malas pulgas, de cincuenta a sesenta aos, de bigote y barba grises. No haba ms que seis cuartos y siete huspedes: dos mujeres, madre e hija, las dos esquelticas, plidas y malhumoradas, que ocupaban la misma habitacin; tres empleados, uno de una fbrica, el otro del hospital Cochin, otro de una funeraria, y un borracho: que era comisionista de licores.La vieja, con un vestido descolorido, un sombrero grande, una bolsa en una mano y un bastn en la otra, sola salir por la maanas a hacer compras. Me dijeron que esta vieja, de aspecto famlico, era prestamista, y que, con su aire pobre y miserable, tena mucho dinero en el Banco y una posesin magnfica en los alrededores de Pars.En la casa no haba criados, y los cuartos los arreglaban entre la duea y un hombre que tena aire de seor y que, por las maanas, con un delantal verde, con su peto y su mandil, frotaba el suelo de las habitaciones, de las escaleras y del pasillo, y luego se iba a pasear hecho un caballero.En la taberna, el seor Flachat tena un muchacho rubio y sonriente.Uno de mis vecinos de cuarto soaba alto y, a veces, daba unos gritos desesperados, que me despertaban, a pesar de no tener yo el sueo ligero."Quin ser ese tipo? pensaba. Seguramente no es un hombre de fiar. Aunque, quin sabe? Quiz sea un infeliz."Al parecer, el hombre que gritaba en sueos era el empleado de la funeraria, Vacher de apellido, que, sin duda, no se acostumbraba a su oficio lgubre. Con la idea de que aquella gente del hotel era sospechosa, antes de acostarme cerraba la puerta y la atrancaba.El comisionista borrachn, los das de fiesta, armaba, de noche, grandes trifulcas, discusiones y escndalos de voces y de patadas en la taberna, escndalos que concluan indefectiblemente con la intervencin del patrn, el seor Flachat, que coga al borracho del cuello y le echaba a la calle, dndole, adems de propina, algn empujn, o algn puntapi en el trasero.El empleado de la funeraria, Vacher, me dijo una vez que en el cuarto que ocupaba yo se haba suicidado, haca meses, una vieja, y que se aseguraba que se apareca su fantasma. Esto haca que la habitacin fuera tan barata, porque la gente que lo saba se espantaba de la perspectiva de la visita nocturna del espectro y no quera ocupar aquel cuarto.Yo me encog de hombros.S, para un espaol, eso no debe de tener importancia dijo el funerario, convencido, sin duda, de que los espaoles, en su desesperacin y en su clera, no tenan miedo a nada.Vacher, el funerario, por lo que supe despus, hombre de capacidades mltiples, ejerca tambin de barbero y tocaba el clarinete en las orquestas de los merenderos de las afueras los domingos. Le llamaban de apodo el Marquesito. Como era, sin duda, hombre de gustos misteriosos y folletinescos, me dijo que se aseguraba que en la casa haba un subterrneo que terminaba en una galera que comunicaba con las Catacumbas. Siempre se haba hablado, segn l, en la calle, del pozo de la TombeIssoire.El haba odo decir que por toda aquella parte de Pars haba mucho subterrneo de antiguas canteras.Pas en aquel hotel bastantes meses. Estaba el menor tiempo posible en casa. El sitio me pareca triste. Adems la patrona sola poner ropa a secar en los cuartos de los huspedes, y ello era ms incmodo que el posible espectro de la vieja suicida. Viva en la calle y llevaba un libro para leer al jardn de Luxemburgo.La duea del hotel, que sola charlar conmigo, me prest las Causas clebres de todos los pueblos para que me entretuviera; cuatro tomos, con lminas. All le los crmenes de Lacenaire y de Papavoine, los errores judiciales de Calas y del correo de Lyn, los envenenamientos de la Brinvilliers y el proceso de la cmara ardiente.Por la maana tomaba medio litro de leche con pan. Al medioda coma en cualquier restaurante o taberna del barrio, por seis o siete francos, y por la noche me contentaba con dos pltanos o una manzana.Al comenzar el fro, la patrona, madame Flachat, me dijo que poda tomar la leche caliente en la taberna de abajo sin que me costase ms; as que, para desayunar, sola ir por las maanas a la taberna. Se reuna all gente, la mayora pobre, obreros medio mendigos; algunos, vestidos con harapos. Estos tipos de la taberna eran discutidores y charlatanes, vanidosos e inofensivos. Haba tambin traperos y revendedores de la calle de Mouffetard. Hablaban en una especie de argot muy expresivo, lleno de interjecciones y de juramentos y no muy difcil de entender.A veces rean, y las caras pesadas, con aire sombro y de mal humor, se iluminaban por la clera o por la irona.Un hombre que me llamaba la atencin era un viejo derrotado, con melenas y barba larga y blanca. Le encontraba un tipo de eslavo o de trtaro. Al parecer, por lo que se contaba, haba sido profesor de un colegio, y era persona culta. Desde haca tiempo no tena trabajo. Le haban ofrecido meterle en un asilo, pero se negaba a ello, y prefera, segn deca, morirse en la calle.Cuando le hablaban se quedaba mirando al interlocutor con sus ojos azules y un aire vago, como si no comprendiera bien lo que le decan, y, al cabo de un momento, murmuraba palabras confusas entre dientes.Algunos das le vi en la calle renqueando, apoyado en el bastn, y le segu durante algn tiempo. Otras veces le distingu a la puerta de la iglesia de Santo Domingo, de la calle de la TombeIssoire. Sin duda esperaba el que alguna persona rica le diera una limosna.Deba de ser terrible la vida de aquel hombre. Solo, viejo y abandonado en una gran ciudad.Comparaba su pobre existencia con la de algunos mendigos del pueblo donde haba vivido yo en la Mancha, y pensaba que era mucho mejor la de stos.Cuando vea al viejo recostado en la pared de la taberna, el gabn abrochado hasta el cuello, el sombrero blando y sin forma, la mirada vaga, fumando una pipa corta de barro, me entraba el terror."Quiz acabe yo lo mismo que l", me deca.Hice por entonces varias tentativas de buscar trabajo. Lea las planas de anuncios de los peridicos por si encontraba alguna proposicin aceptable. Iba a enterarme. En todas partes apareca oculta la estafa o la explotacin ms cnica. Estuve tambin en una escuela Berlitz, sin resultado.A veces me senta muy deprimido, cansado y sin ganas de hacer nada. Las botas se me iban rompiendo, los botones de la camisa y del traje comenzaban a soltarse, con una unanimidad desagradable, y la ropa se iba llenando de manchas. Empec a coser los botones, cosa no muy difcil, y como el traje no haba manera de limpiarlo, decid llevarlo a una tintorera prxima de la misma calle. Tena esta tintorera un patio negro, del que sala un arroyo de colores.El tintorero habl conmigo. Era judo, se llamaba Samuel David, y deca con orgullo que era de una familia de marranos de Espaa. Me extra su satisfaccin al decir esto.El judo me habl de un comerciante de colores, qumico, donde se provea l.Al orle se me ocurri pensar que no haba acudido a ninguno de los laboratorios a donde fui por la cuestin de los especficos de doa Mrgara. Me avergonzaba un tanto el no haber contestado nada a sus proposiciones; pero luego me dije que la cosa estaba legitimada por los acontecimientos de Espaa. Efectivamente, cuando march a los distintos centros se dieron cuenta de la razn del silencio y se explicaron que las gestiones no hubieran terminado en algo prctico.All donde vi simpata expuse mi situacin difcil, y en una de aquellas oficinas me propusieron traducir prospectos y anuncios de productos farmacuticos del francs, del ingls y del alemn al espaol, aadiendo mi opinin sobre ellos. No saba yo ms que muy poco alemn, pero acept y pens que, en ltimo trmino, y si no poda hacer una versin mediana ayudndome de un diccionario, ira a ver al doctor Bidarte, que haba estudiado en Berln. Con mis conocimientos de Qumica y Teraputica poda hacer observaciones y comentarios oportunos y discretos.Hice la prueba, y en la oficina encontraron que la traduccin de los distintos idiomas era correcta, y las notas, cientficas y claras. Me dieron nuevos encargos. Con ellos, y trabajando seis o siete horas diarias, poda llegar a conseguir de novecientos a mil francos al mes. Era para vivir pobremente; una explotacin descarada.Ganaba menos que un pen de cualquier oficio manual y hasta que algunas criadas; pero si me hubiera presentado entre un grupo de obreros, me hubieran llamado miserable burgus.Aun as y todo, pensaba ahorrar, dejando de cenar algunas noches, no desperdiciando nada.El carcter de combate que pensaba dar a mi vida contra la adversa suerte me pareca casi divertido.IVUn da se present la institutriz que me haba recomendado al hotel donde viva, en la calle de la TombeIssoire. Se llamaba Ernestina y era de una familia de las Ardenas. Me cont su historia, que era un tanto lamentable. Estaba casada y tena un chico de diez aos. Su marido se haba enamorado de otra mujer, y, como tena influencia, consigui divorciarse. Entonces, ella se fue a Madrid, y, despus de tres o cuatro aos de institutriz, se enamor de un mdico espaol y estuvo en relaciones con l. Pero el mdico, dejando su profesin, se meti en cuestiones polticas, y, al llegar la revolucin, le detuvieron los anarquistas y le fusilaron.Ella tena una pensin de su marido, pequea, pero que le bastaba para vivir; ahora que no saba vivir sola; necesitaba de alguien que la dirigiera.Pues tiene usted una mala condicin le dije yo.Por qu?Porque est usted expuesta a que un sinvergenza, o un bruto, la explote de una manera indigna.Es verdad, pero no se puede cambiar de carcter. Y usted, vive bien aqu, solo, en este cuarto triste?Qu se va a hacer!Ah! Nada. El mrito es aceptar la miseria con serenidad.Despus de una larga conversacin, Ernestina me dijo que vendra a verme para consultarme y para que le diera consejos.Mis consejos no creo que valgan gran cosa le indiqu yo; pero si le pueden servir, se los dar con mucho gusto.Yo dedicaba las horas libres a andar por mi barrio. La calle ma no me gustaba. Era lnguida y triste; los domingos por la maana haba gente en una iglesia prxima, moderna, donde algunos jovencitos vendan a la puerta un peridico monrquico.; por la tarde, en los bares y en las tabernas, se oa msica de acordeones.No me entusiasmaba gran cosa la solemnidad del Pars monumental. No es que estuviera ofendido o defraudado por algo, no; pero no me poda ilusionar."Qu puede influir en mi el ver una calle bonita o fea? me deca. Nada."Yo ya saba que en Pars era un extranjero corriente y vulgar; no esperaba la ms pequea atencin. Por otra parte, no tena espritu de turista. No lo haba tenido nunca, y el ver iglesias, avenidas, palacios y fuentes no me produca entusiasmo. Tampoco me gustaba andar huyendo de los autos como un conejo entre cazadores.Yo nunca me he credo un hombre importante; he pensado siempre que no soy nada, y considero lgico y natural que la gente conocida no me tenga simpata; pero hay veces en que el ambiente no parece slo de indiferencia, sino de hostilidad.Mis paseos habituales eran el jardn de Luxemburgo y las calles adyacentes. No llegaba casi nunca al Sena; me detena en las galeras del Oden y en los alrededores de la Sorbona, mirando libros y antigedades en los escaparates. Algunas de aquellas calles del Barrio Latino me agradaban por su aire de recogimiento y de soledad, que indicaban claramente los manchones de hierba en el empedrado antiguo.Otras calles me gustaban por su carcter popular, como la calle de SaintJacques, con sus edificios grandes y negros; luego continuaba por la del faubourg SaintJacques y el jardn del observatorio. La calle de Vaugirard y las cercanas me parecan muy simpticas.La plaza de SaintJacques me daba una impresin desolada. Como haba sido mucho tiempo lugar de ejecuciones, parece que esto le haba dejado como herencia una tristeza permanente. La noticia la saba por la lectura de las Causas clebres.En la esquina de la calle del faubourg SaintJacques y del bulevar Arago estaba la Facultad libre de Teologa protestante."Qu ser esto?", me sola preguntar. All no vea entrar a nadie.La calle de Svres, con su aspecto viejo, sus hospitales, asilos e iglesias, colegios, tabernas, tiendecillas y la multitud pobretona que hormigueaba en ella, me recordaba la calle Ancha, de Madrid.Tambin me gustaban las calles del faubourg SaintGermain, sobre todo la de Babilonio, la de Verennes y la de Vaneau, con sus tapias de jardines, por encima de las cuales salan ramas de rbol, donde piaban los gorriones; sitios verdes y tristes por la tarde y completamente desiertos por la noche.Cuando pasaba, de vuelta a mi barrio, por la calle de DenfertRochereau, la antigua calle del Infierno, me pareca por una va arcaica de una capital muerta. En esta calle del Infierno, en un caf, se reunan los cmplices de Orsini, que intentaron matar a Napolen III. Este era tambin conocimiento que provena de las Causas clebres.Al ltimo, mejor que estas calles abandonadas, encontraba los bulevares exteriores, con su animacin suburbana. Sobre todo me gustaban cuando dominaba la niebla del otoo. Recorra la avenida del Maine, tan triste, con sus arcos por donde pasa el tren; el bulevar Arago, ms triste an; el de Augusto Blanqui, y el del Hospital, este ltimo completamente siniestro, en parte por la proximidad de la Salptrire.Al comenzar los das cortos, en que no se poda contar con tiempo seguro, empec a pasear por el parque de Montsouris, prximo a mi casa, y por los alrededores de ste. Varias veces sola dar vueltas a los cuatro muros, negros y lgubres, de la prisin de la Sant, cerca de uno de los cuales funcionaba todava la guillotina con el monsieur de Pars actual, el ciudadano Deibler."Esto debe de ser la imagen de la vida pensaba al contemplar el sombro edificio. Aburrimiento y tristeza dentro, y la muerte fuera."A veces tambin daba vuelta al rectngulo de la clnica de locos del barrio, limitada por la calle de Alsia y por otras tres, una de ellas del qumico Cabanis. Por encima de una tapia oscura y alta de aquel cuadriltero se vean salir tejados y pabellones de ladrillos y ramas de rboles, desnudos de hojas. Pensaba, a veces, que se oan gritos de los locos asilados all, pero era pura alucinacin."Hay que acostumbrarse a todo lo malo me deca. Nunca se acostumbrar uno lo bastante. Es uno un desdichado."La verdad es que la miseria de Pars tiene un aire an mayor que la de otras partes, por el contraste con su lujo y su suntuosidad.Marchando por el parque de Montsouris hacia el centro de la ciudad haba, a mano derecha, un taller de una nueva lnea del Metropolitano, con unas bvedas grises de cemento, que parecan, de lejos, bocas de grandes caones. Me daban siempre una impresin confusa, y tardaba en comprender lo que eran cuando las vea de lejos. Luego, siguiendo por la avenida del parque de Montsouris, hacia la plaza de DenfertRochereau, a la derecha y a la izquierda, haba taludes verdes de las antiguas fortificaciones; en los de la derecha se vean barracas y filas de vagones abandonados de algn tren, y en los de la izquierda, unas garitas de los depsitos de agua del Vanne.Haba das que llegaban mis paseos a la avenida de los Gobelinos y al bulevar de PortRoyal, donde contemplaba el Hospital de la Maternidad, antigua abada, ilustrada por Pascal y por los jansenistas; en su tiempo, lugar de devocin, y ahora, sitio decorativo de miseria.Al volver a casa, al llegar a un bulevar, vea, a mano izquierda, el ramaje descarnado de los rboles y la masa oscura de la Sant, rodeada de una tapia negra con una cornisa gris. A veces, el humo de una gran chimenea se extenda por el cielo, sin color, y le daba un tono ms sombro a la silueta de la crcel.Marchaba tambin por el bulevar Brune adelante, solamente por andar; otras veces iba por el bulevar Kellermann a hacer ejercicio y a ver qu haba por all.Algunas calles me daban casi miedo. Todava haba en ellas tiendas misteriosas, tabernas ocupadas por gentes desastrosas, o un primer piso con el anuncio, en el balcn, de una comadrona, que consista en una pintura de una mujer con un nio en brazos. Esto me produca cierto terror, porque me figuraba que en una de aquellas casas no podan desarrollarse ms que tragedias oscuras y lamentables.El parque de Montsouris y sus alrededores me daban una impresin ms apacible y provinciana que los bulevares exteriores. Con su lago y sus colinas y sus estatuas, y aquellos taludes verdes de las antiguas fortificaciones de Pars, tena un cierto encanto melanclico.Como no trataba casi con nadie, hablaba solo en paseos."Yo me voy a convertir en un chiflado me deca. Va uno a tener mala suerte."El pesimismo no me sugera ms que ideas tristes y negras.VMi aficin a la Qumica me haca ir alguna vez a un laboratorio que estaba hacia el Len de Belfort. All encontr a un joven farmacutico cataln, Juan Samper, que viva en la Ciudad Universitaria y tena una pensin del Gobierno espaol, desde antes de la guerra, para estudiar Qumica biolgica.Por entonces, el pensionado se dedicaba a inyectar arsnico a las ratas y a ver despus los trastornos histolgicos que les produca la ingestin del veneno en el hgado.Samper me invit una vez a ir a la casa internacional de la Ciudad Universitaria a tomar caf, y me present a unas seoritas estudiantes de distintos pases y a un escritor madrileo huido de la zona roja de Espaa.Estas estudiantes me dijo el escritor no tienen nada de ligeras, en el sentido espiritual, ni de poco prcticas. Creo que no tienen romanticismo alguno. Estudian Qumica, Geometra o Ginecologa con la misma indiferencia; lo mismo les da. A pesar de ello, yo, al menos, prefiero estos tipos de mujeres a las damas de Paul Bourget, tan quintaesenciadas y superferolticas. Estas son ms autnticas, ms verdicas, y sobre la verdad es donde se puede basar algo de valor.En la Ciudad Universitaria conoc a varios jovencitos espaoles y a cuatro o cinco emigrados, tambin compatriotas. Uno de ellos era el tipo del parsito, que haca que le convidara hoy uno y maana otro; si haba que pagar escote, no lo pagaba, y haca chistes, pero eran chistes de repertorio, no siempre muy graciosos.El hombre comprenda que su porvenir era negro y que no tendra ms remedio que andar saltando de hotel en hotel, sin pagarlo, y dar sablazos a todo el mundo, hasta que acabara de aburrir a sus conocidos.Este parsito, por lo que contaba, tena un amigo madrileo, que era un hombre audaz, a quien envidiaba. Desde el primer da se haba presentado en un buen hotel, prximo a la avenida de los Campos Elseos, y se haba hecho llamar conde de Murcia y segua en el hotel, y tena amigos aristcratas y americanos ricos y se haba enredado con una chilena millonaria. Uno de los primeros das, yendo muy bien vestido y muerto de hambre, se haba encontrado con un seor, que le invit a entrar en un caf de la avenida de los Campos Elseos.Tome usted algo le dijo el seor.Bueno, tomar un aperitivo.El escritor madrileo, ya viejo y cansado, me deca:Es uno un poco como el hombre de las multitudes de Edgar Poe. Como yo no tengo muchas condiciones para vivir entre la gente y estoy aqu solo, me esfuerzo en ver si puedo confundirme con la gente, pero no puedo. Ando entre la multitud, miro una plaza iluminada de noche, pero no hago ms que aburrirme, y me encuentro ms solo que en mi cuarto.En unos das que hubo una huelga entre los estudiantes, porque consideraban que en el restaurante de la Ciudad Universitaria se coma mal y caro, fui con Samper, con el escritor madrileo y con otros conocidos suyos a almorzar a una taberna que se llamaba La Cascada de Montsouris.Era un lugar con un mostrador y una estufa, un armario lleno de botellas, unas cuantas mesas y un techado de madera anejo, como de ventorro, que daba a un jardinillo.Uno de estos das que com all, uno de los muchachos espaoles, bromista, me meti un cascanueces en el bolsillo de la chaqueta. Cuando me encontr el pequeo instrumento de hierro al llegar a mi casa, estuve por ir a devolvrselo al amo de la taberna, pero era denunciar a los jvenes espaoles al patrn, y decid no hacer caso y no pasar ms por delante de aquel restaurante.Cuando vi al jovencito bromista, das despus, le devolv el cascanueces y le dije:Tome usted, yo no lo necesito. Me parece que los espaoles no estamos en el momento de malas bromas.Malas, no; quera dejarle a usted un recuerdo. Y qu mejor recuerdo de una Cascada de Montsouris que un cascanueces?Estos nios nos van a dar el mal fario dijo el malagueo comerciante en frutos que conoca yo del hotel de la Puerta de Orlens con aire de resignacin.Este malagueo me cont que, otro da que marchaban en grupo por la calle del Almirante Mouchez, oyeron en un piso bajo que alguien estaba tocando el acorden, y entonces, uno de los jvenes espaoles tir al interior de la casa, desde la calle, por la ventana, una moneda de diez cntimos.Estas impertinencias no me hacan ninguna gracia; pretenda vivir tranquilamente, sin molestar a nadie. Cuando se termin la huelga del restaurante de la Ciudad Universitaria, no volv a reunirme con los espaoles.Para tomar caf, que era mi nico vicio, prefera ir al caf de los Deportes, de la avenida del Parque de Montsouris. Coma tambin all alguna vez que otra, aunque con ms frecuencia iba a una taberna de mi calle o a otra del bulevar Jourdan, de obreros y de pequeos empleados.Aceptaba sin protesta esta vida pobre y msera, aunque, a veces, experimentaba un momento de depresin y de melancola."Lo malo es que esto no sea ms que el principio", pensaba.La verdad, no creo que haya hecho nada para merecer tan desdichada suerte. Pensaba luego que la justicia reina pocas veces en la vida y que, como dijo un autor antiguo, no hay ms remedio que jugar con el lado que a cada uno le toca en suerte. Yo no soy capaz de arrebatar a nadie su dado para jugar con l.En el caf de los Deportes conoc un da a un mecnico que se llamaba Till Fortuner, cuya especialidad eran los aparatos de precisin.Una tarde, en una mesa de al lado de donde yo estaba, haba tres personas que discutan los acontecimientos de Espaa. Una de ellas asegur que San Sebastin era Francia; otra dijo que no. El mozo intervino, y, sealndome a m, indic:Este seor es espaol, y lo sabr.Ah! Es usted espaol? me pregunt uno de los tres del grupo, un joven rubio, que tena cierto tipo britnico.S, yo soy espaol.De dnde?Viva en Madrid.Y San Sebastin es Espaa, no es verdad?S.El tipo rubio era mecnico, hijo de un ingls, y tena su casa y su taller en la calle de la Va Verde. Till y yo charlamos, y nos contamos mutuamente nuestra vida, nuestros trabajos y experiencias; Till era hombre simptico, alto, fuerte, con la piel clara y pecosa y una expresin de burla y de sagacidad en los ojos grises. Tena la ilusin de hacer descubrimientos.VIMuchas tardes, desde aquel da, fui al taller de Till Fortuner. Le vea trabajar, y hablaba con el mecnico largamente. El taller no era muy grande, pero estaba arreglado con mucho orden. Tena un ventanal, que era al mismo tiempo escaparate. En el cristal de la puerta haba un anuncio que deca: "Entrad sin llamar."Eramos un poco semejantes Till y yo con parecidas inclinaciones. Lo nico que nos diferenciaba era que Till tena una gran aficin a los deportes y a jugar al ajedrez; en cambio, a m, tanto los deportes como el juego de ajedrez, y como la mayora de los juegos, me parecan muy aburridos.Fortuner tena tres o cuatro agentes que le buscaban trabajo, y, cuando lo encontraban, cobraban una pequea comisin. Uno de ellos era un viejo a quien yo llamaba Vctor Hugo, porque tena cierto parecido con el clebre escritor francs.Vctor Hugo era un proyectista y un optimista a prueba de desengaos. Vena siempre con planos en el bolsillo, de grandes inventos, que la mayora de las veces eran puras fantasas. Cuando Till le demostraba que sus proyectos eran utpicos e irrealizables, deca:Bueno, bueno, otra vez acertaremos.Y se marchaba tan contento y tan sonriente.Otro contertulio de la casa era un vendedor de papel y de objetos de escritorio, que tena su tienda en el bulevar Jourdan. Sola llevar libros para que los leyera Till.El taller de Fortuner fue para m un gran recurso; vea que no importunaba al mecnico con mi presencia, y muchas veces, cuando le encontraba trabajando con la lima o dibujando un plano, coga un peridico o un libro, me sentaba y estaba leyendo en un rincn.En el taller me encontr una tarde con una seora inglesa, arquitecta, que haba ideado un aparato para sacar copias exactas de los dibujos, y que lo estaba construyendo Till. Esta inglesa, an joven, tena un aire agudo e inteligente, y era, al parecer, gran jugadora de ajedrez, porque ganaba repetidas veces al mecnico, a pesar de ser ste jugador de primera fuerza.Charl largo rato con aquella seora arquitecta, que se manifestaba de ideas muy atrevidas, y que unos das despus me indic que era la mujer de un ingeniero polaco y que estaba divorciada.Es la moda repuse yo.Me ofende usted diciendo eso replic ella.Por qu? Yo, naturalmente, no voy a creer que usted se haya divorciado por seguir la moda. Supongo que tendr otros motivos.Veo que tiene usted mala idea de las mujeres.Poco ms o menos, como de los hombres.Una semana ms tarde, un sbado, la arquitecta inglesa nos invit a Till y a m a ir con ella y con una estudiante china a una casa del bulevar Montparnasse, en donde tena su estudio una pintora polaca amiga suya. Primero comeramos en un bar ruso y luego iramos a visitar a la polaca.Nos citamos a las siete de la noche en un caf del bulevar Jourdan.La arquitecta y la china se presentaron con puntualidad.La china era una mujer alta y sonriente, con un aire un tanto fiero; llevaba un magnfico abrigo de piel amarilla moteado de negro, como de pantera. A m se me figur una amazona que deba aparecer con un yatagn o con un sable corto cortando cabezas.Salimos del taller de Till, llegamos a la Puerta de Orlens y tomamos el Metropolitano. Bajamos en la estacin de Montparnasse, comimos en un bar estrecho, en el mostrador, sentados en bancos muy altos, tomamos caf y una copa de vodka. La inglesa me atacaba a m por mi pesimismo y por mi espln.Hay que ser optimista me deca.S, est bien si se tiene motivo contestaba yo.Y aunque no se tenga. Si se tienen motivos, qu mrito hay en ello?Yo no pretendo tener mrito.Salimos a la calle, entramos despus en un portal prximo, antiguo, grande y destartalado, donde silbaba el viento con ms fuerza que en el bulevar. Subimos a tientas por unas escaleras oscuras a un estudio lleno de cosas negras, que no se distinguan bien, y, despus, por unas escalerillas de madera, a un taller espacioso, iluminado solamente por un quinqu de petrleo.El local tena un aire mixto de museo y de prendera. En las paredes haba una gran cantidad de cuadros, unos encima de otros, que no se vean ms que vagamente, y, en el medio, mesas, sillas, estatuas, fanales de cristal, todo en la mayor confusin y lleno de polvo.Haba tambin por todas partes telaraas, que, a la luz del quinqu, se vean con sus dibujos geomtricos.La arquitecta inglesa present a la pintora polaca a sus acompaantes, a la seorita china, a Till Fortuner y a m. La pintora era una vieja con aire de momia, con los ojos grises, la piel blanca, la voz muy dbil, traje claro de seda y abrigo negro. Al parecer, no entenda bien lo que decan. Al presentarle a la seorita china, advirti:Esto es una broma. Esta seorita no es china.S, s repuso, riendo, la aludida.De verdad?S.Y este abrigo que lleva usted, es de algn animal de la China?No, est comprado en Londres.Es muy bonito.Despus, la inglesa present a Till, y como le dijera que era medio ingls, la polaca indic que no le gustaban los ingleses porque eran demasiado prcticos.Yo tampoco? le pregunt la arquitecta.Usted, s, porque ha vivido mucho tiempo en Polonia.Y, sin duda, me he contagiado de polaquismo, segn usted.As lo creo.Luego me lleg la ocasin a m, y la vieja me dijo con su voz dulce y cascada:Ya s lo que es usted. Es usted ruso, verdad?No, espaol.Ah! Espaol. No he conocido espaoles. No quieren ustedes tomar un poco de t? Aunque yo no s si habr aqu algn cacharro para hacerlo.No se moleste usted. Muchas gracias.Al cabo de poco tiempo, la pintora volvi a preguntarme:As, que es usted ruso?No, precisamente ruso, no; pero no cabe duda que podra serlo.La anciana pintora se levant, dio unos pasos, y, de la oscuridad en que estaba el taller, vino con un loro, que puso en su falda y que lo acarici con la mano.Qu le parecen a usted estos pjaros?me pregunt.Yo no s de ellos ms sino que dicen que viven mucho tiempo y que tienen una enfermedad que se llama psicatosis.Eso, no, pobrecillos. Qu van a tener esa enfermedad! Si la tuvieran, no viviran largo tiempo.No, evidentemente, no todos los loros la tienen.Poco despus sali de su rincn un viejo gato de Angora y se subi a la falda de la polaca. El loro refunfu, como molesto por tal impertinencia. Luego apareci un perrillo de lanas, medio calvo, que se junt a los otros animales.Till Fortuner dijo a la seorita china que all haba ratas, porque se las oa meter mucho ruido al roer con los dientes la madera de algn mueble.Tiene usted ratas aqu? pregunt la seorita china a la polaca.S, pobres!, no hacen ningn dao. Es que las tiene usted miedo?Los chinos no deben de tener mucho miedo a las ratas advirti la arquitecta inglesa, porque se las comen.Yo no he comido nunca ratas replic la estudiante china, riendo.En esto entraron varias personas: un seor de tipo de bohemio, de unos cincuenta aos, melenudo, barbudo, vestido de negro, con la corbata flotante; una muchacha morena, de cierto aire meridional, con traje oscuro, y otra rubia, muy sonriente, con la nariz un poco respingona y atrevida, el aire ligero, la boca roja, de dientes blancos, y el vestido claro.Hubo presentaciones. El pintor con aire bohemio se llamaba Emilio Roberts. La chica rubia, Susana de nombre, hija suya, archivera, estaba empleada en la Biblioteca del Arsenal. La otra muchacha morena era rumana, estudiaba Qumica y se llamaba Andrea. Las dos, sentadas en sillas, puestas sobre una tarima e iluminadas por la luz del quinqu de petrleo, tenan en el estudio un aire de apariciones o de figuras de cuadro.Se generaliz la conversacin; la rumana haba ido algunas veces a donde sola acudir yo y conoca a Juan Samper. Con este motivo hablamos largo rato. Till Fortuner estuvo charlando con la seorita china y con la archivera francesa.El seor Roberts se mostr en su conversacin atento y galante con la pintora polaca y agrio y enemigo de todo lo que fuera arte moderno o, por lo menos, modernista. Expuso sus ideas pictricas sobre el cubismo, el superrealismo, la moda, etc.Cuando un artista sigue las reglas de su arte sin proponrselo dijo de un modo doctoral hace siempre algo que est bien. Ahora, cuando se somete a ellas de una manera deliberada o lucha contra ellas para mostrarse independiente, no llega ms que a lo mediocre y a lo aparatoso. Lo mismo les pasa a los frailes y a las monjas. Cuando sienten las reglas de la comunidad porque las llevan dentro, entonces son buenos religiosos; pero si no hacen ms que someterse a ellas o protestar contra ellas, tienen el alma llena de escoriaduras y de llagas, que les duelen y les hacen desgraciados.No tiene usted buena opinin de los pintores modernos? le pregunt yo.No, estos pintores modernos no hacen ms que teorizar. Hablan siempre de filosofa, de nuevas dimensiones, de que hay que construir, de que hay que dar la impresin del volumen, y luego hacen cosas bastante malas. La verdad es que, en general, los grandes artistas, los que valen, son mudos y tienen poco o no tienen nada que decir respecto a su arte.T no debas asegurar eso le advirti con gracia su hija.Yo no me creo un gran artista, querida.Se habl despus de viajes y de pases extranjeros. A las once de la noche se decidi dejar a la pintora polaca y salir a la calle. La arquitecta inglesa le dijo al despedirse de ella:Voy a encargar algo en el bar de aqu cerca para que se lo suban a usted.No, si no hace falta contest la pintora.S, s hace falta. Estoy segura de que desde esta maana no ha tomado usted nada.Es verdad, pero no tengo ganas.Pues hay que alimentarse. Qu quiere usted que le traigan? Algo de carne? Un pollo?No, no.Entonces, caldo o leche.Ya que es usted tan amable, diga usted que me suban caf.Bien, le mandar tambin unos bollos; pero no tiene usted que pagar. Yo los pagar.Es usted como una polaca dijo la vieja, dndole una palmada en la mano. Me parece, al verla y orla, que estoy en Varsovia.VIIFuimos saliendo todos de aquel estudio al otro que estaba ms abajo y era ms oscuro; descendimos las escaleras a tientas, cruzamos el portal, en donde pareca que se haban reunido todos los vientos y salimos a la calle. La inglesa encarg en el bar el caf para la pintora, y despus tomamos todos el Metropolitano en una estacin prxima.Pude observar en el vagn a mis nuevos conocidos. El seor Roberts, de negro, la barba blanca, el pelo entrecano, el sombrero blando y una esclavina oscura, presuma, evidentemente, de artista. Su hija, la seorita archivera, Susana, que, al parecer, senta gran cario por su padre, le oa con mucha atencin. Tena sta los ojos azules verdosos, la cara muy sonriente, amable y expresiva; el pelo rubio, ligero, y el aire un poco delicado y frgil. Yo la contemplaba con admiracin. La arquitecta y la seorita china hablaban animadamente. Andrea, la rumana, la que estudiaba Qumica, discuta con Till Fortuner.En esto sucedi un pequeo incidente, que a m me pareci algo ridculo. Una mosca se haba colocado en el hombro de la hija del pintor.El seor Roberts, que llevaba un peridico en el bolsillo, lo cogi, lo dobl con cuidado y quiso matar la mosca dndole un golpe certero. La mosca escap, y el seor Roberts fue persiguindola con ansiedad, lo que hizo rer a todos y dej un tanto confundida y avergonzada a su hija Susana.Usted dira salt la china con cierto humor, dirigindose a la arquitecta inglesa que a los chinos no nos dan miedo las moscas y que hasta las comemos.Se ha incomodado usted por eso que he dicho de las ratas?Oh, no! Ya s yo que los pueblos no se conocern nunca unos a otros. Si ustedes fueran a China oiran decir de los europeos cosas parecidas.Con la persecucin de la mosca, un hombre que iba en el vagn, con aire un poco brutal y vestido de una manera presuntuosa, dijo algo a otro y se ri de la maniobra del pintor de una manera impertinente y descarada.El seor Roberts, al notario, enrojeci, y exclam con cierta clera:Este burgus parisiense, qu bruto es! Se cree ingenioso, y es una mula. Se cree prctico, y es, sencillamente, estpido. Tiene las ideas prcticamente necias; la cara, la sonrisa, el sombrero, el traje, las botas, el impermeable, todo es vulgar e imbcil.Susana se haba levantado rpidamente y se puso de manera que el hombre que haba redo no viera ni oyera a su padre.El hombre se march, en la estacin de Alsia, hablando alto, bromeando y sealando al que le acompaaba, con el dedo, una mosca en el techo del vagn.Al llegar a la Puerta de Orlens salimos todos. La inglesa, la china y la rumana vivan en el pabelln de los Estados Unidos, en la Ciudad Universitaria. Fuimos juntos los dems hasta dejarlas a la puerta de su residencia.Y usted, dnde vive?me pregunt el seor Roberts.Yo, en la calle de la TombeIssoire.Y usted? le pregunt a Till.Yo, en la calle de la Va Verde.Vivimos todos cerca. Yo tengo un hotelito en la calle de los Artistas, cerca del parque de Montsouris.Pues los acompaaremos a ustedes dijimos Till y yo.Yo pude hablar un rato con Susana, que era lo que deseaba. Ella me pregunt noticias acerca de los sucesos de Espaa. Saba algo de espaol, lo haba estudiado en la Universidad, y, como conoca el latn, poda traducir sin grandes dificultades.Llegamos los cuatro a la calle de los Artistas, calle corta, estrecha y en cuesta, formada por casas pequeas y con una escalera de piedra que bajaba a la avenida del Parque. Till y yo nos despedimos del seor Roberts y de su hija, y volvimos hacia nuestras casas respectivas charlando de la gente que habamos conocido aquella noche.VIIIPoco tiempo despus, un da de fiesta, la institutriz Ernestina me escribi invitndome a tomar el t en su cuarto del hotel de la Puerta de Orlens.Est usted mejor? le pregunt al verla.Lo mismo; los mdicos no saben lo que tengo. Me dicen que mi enfermedad est en las glndulas. Es fantasa. Mi enfermedad est aqu y se toc la frente.Todos tenemos algo ah le contest yo en broma que no podemos resolver, ni siquiera eliminar.Usted sigue tan prudente?Todo lo que puedo. Y usted?Ahora voy a estar mejor. Est aqu una amiga ma ms joven que yo, a quien conoc en Madrid, y podr verla y hablar con ella. La he citado a la misma hora que a usted, y me choca que no est ya aqu, porque es muy puntual.En esto llamaron a la puerta del cuarto, y se present la amiga de la institutriz.Era una muchacha de veinticuatro a veinticinco aos, elegante y, al mismo tiempo, con aire triste y melanclico, Ernestina la llamaba, medio en espaol, medio en francs, Juana Mari. Sin duda era el nombre que le daban en Espaa.Viene usted ahora de Madrid?le pregunt a la recin llegada.S.Y qu?Aquello est muy mal. Qu pena! Yo, que le tena tanto cario a ese pueblo! All ya no se puede vivir.Y aqu, ha encontrado usted algo?En la primera estacin francesa del tren, al salir de Espaa, hall un seor aristcrata de Pars con una familia numerosa, y me propuso llevarme a su casa, darme la comida y la habitacin y dos horas libres al da.Y un pequeo sueldo, no?No.Me parece mal. Es como quitarle la crema al pastel de hojaldre, o el adorno al gorrito.Qu quiere usted! La gente ahora es muy egosta y se aprovecha de la miseria ajena.Sirvi el t Ernestina con unos pasteles, y hablamos de la situacin de las mujeres solas.Hay que casarse les dije yo.Casarse sin dinero o sin empleo en Pars? exclam la Juana Mari. Es imposible, o, por lo menos, muy difcil. Habra que casarse con algn desesperado.Para qu?dijo Ernestina. Para que a los pocos das se marche?Qu se va a hacer!Pues yo no quiero nada que no tenga su maana. A usted, qu le parece, Miguel?Yo no tengo nada de aventurero. Mi oficio ha sido hacer anlisis, y me he acostumbrado a contar y a medir todo lo posible; pero comprendo que en la vida hay elementos incalculables.Quieren ustedes que vayamos a una sala a or a una cantante antigua? pregunt Ernestina. Es una mujer vieja que tuvo en su poca un xito enorme. Yo tengo entradas.Lo que ustedes quieran indiqu yo.Bueno, vamos aadi Juana Mari.Ernestina entr en un pequeo tocador a arreglarse. Juana Mari, hablando de Ernestina, dijo que haca una vida demasiado triste y sola.Que se case con alguno dije yo.Es difcil. Quiz en su pueblo su familia podra prepararle un matrimonio, aunque lo dudo, porque es gente muy religiosa, y ella est divorciada.Entonces no tiene solucin.Bueno, vamos dijo Ernestina al salir del tocador.Hacia dnde?Si llueve tomaremos el Metro, y si no llueve, el autobs, en Montsouris. El Metro, los das de fiesta, est muy desagradable.El suelo estaba mojado, pero no llova. Llegamos al parque, desierto y envuelto en la bruma. Piaban los gorriones. En la avenida de Montsouris no haba casi nadie; algn paseante con su impermeable o su paraguas, el autobs que esperaba en el punto de parada y los autos que pasaban rpidos.A quin vamos a ver?pregunt yo.Vamos a ver, como les he dicho a ustedes, a una cantante antigua y retirada, estrella fin de siglo, que tena gran xito en Pars hace cuarenta aos y que va a cantar sus canciones preferidas.Cruzamos el Sena, basamos del autobs, recorrimos una calle larga y entramos en la sala de conciertos. Al poco rato se levantaba el teln. La cantante, ya vieja, apareci con un traje vaporoso, y, sin duda, los admiradores que le quedaban la aplaudieron con fervor.Haba sido, segn decan, seca y delgada, pero era ya fondona y de gestos pesados.Comenz a hablar con una admirable serenidad. Qu confianza en el pblico, qu gracia y qu cinismo! Qu manera de tratar a la gente! Qu arte de coger al hombre por el lado puramente animal y grotesco, hacindole al mismo tiempo rer!La entiende usted bien? me pregunt Ernestina.Bien, no. Muchas frases se me escapan.Cant la vieja artista canciones de Branger y de su tiempo; despus, de Musset y de Murger y otras de principio del siglo XX, de los poetas de los cabarets de Montmartre. Haba algunas entre sentimentales y picarescas, otras eran francamente brutales.Los gestos de la cmica vieja eran fciles, elegantes y atrevidos, a pesar de su senectud notoria.Salimos de la sala y convid a las dos institutrices a un caf del bulevar. Hablamos de la cmica que acabbamos de ver. No estaban muy de acuerdo en su opinin las dos. Ernestina encontraba bien las canciones de la antigua artista. Juana Mari pensaba que el gusto haba cambiado mucho y que aquellas salacidades decadentes ya no interesaban al pblico. Yo no tena opinin.Ernestina propuso despus ir a cenar a Montmartre; pero Juana Mari tena que volver a su casa, y Ernestina y yo tomamos el Metropolitano para la Puerta de Orlens.IXEn el laboratorio qumico donde sola encontrar a Juan Samper vi repetidas veces a Andrea, la estudiante rumana, y habl con ella de las personas que habamos conocido en el estudio de la seora polaca, en el bulevar Montparnasse. La pintora, por lo que me dijo Andrea, era una seora de la aristocracia que se haba arruinado. Se deca que, como artista, vala mucho. La pobre mujer no tena un cuarto; la haban explotado los comerciantes de cuadros, engandola. El seor Roberts, con aire de bohemia, tena alguna fortuna; se manifestaba insociable y misntropo. No quera nuevas amistades; era un tanto tesofo y medio budista. Como pintor, crea que la pintura haba terminado en el impresionismo. Era viudo y viva con su hija y con una criada antigua. La chica, Susana, haba entrado en el Cuerpo de Archiveros, haca poco, con el nmero uno. Era muy inteligente y aplicada. Contaba con un buen destino y tena un novio que estaba preparndose para entrar en el profesorado. Al or esta ltima noticia torc el gesto y me dije a m mismo:"No hay que hacerse ilusiones; olvidemos eso."Al hablar, despus, de Qumica con Andrea, demostr, sin duda, que saba bastante de esto. Me figur que ella no entenda el fondo de las cuestiones, quiz porque no se haba puesto en ello, y le aclar algunos conceptos. Se mostr un poco sorprendida, y me pregunt, de pronto, si tendra inconveniente en darle una leccin alterna. Me pagara lo acostumbrado. Yo acept la proposicin.En el comienzo del otoo, una tarde muy tibia en que Till Fortuner, Andrea y yo estbamos, despus de almorzar, en el chalet del parque del bulevar Jourdan, pasaron Susana y su padre y se acercaron a nosotros.No queris tomar algo? pregunt Andrea a Susana.No, vamos a pasear un rato y a aprovechar el sol.Pues iremos nosotros tambin.Nos levantamos y entramos en el parque de Montsouris. El otoo haba pintado con sus colores dorados y rojizos el follaje de los rboles; haba mucha gente. En un apartado para nios, prximo al bulevar Jourdan, jugaban stos, acompaados de las nieras. Chicos mayores daban vuelta en el tiovivo, en una plazoleta prxima al pabelln del parque. Las madres llevaban a sus hijos en sus cochecitos.Nos acercamos al lago, con su islita, y fuimos bordendolo desde la cascada hasta la avenida Reille. Cruzaban el agua los patos y los cisnes; en los rboles, llenos de hojas marchitas, piaban bandadas de gorriones.Por el paseo principal marchaba un coche pequeo lleno de nios, tirado por un borriquillo que diriga un seor muy serio, con sombrero hongo y un ltigo en la mano, con una correa, con el cual, en vez de pegar, acariciaba al borrico.Como yo iba, al parecer, distrado, Susana me pregunt de pronto:No le gusta a usted nuestro parque?S, es muy bonito... Me parece que estoy leyendo el Telmaco.Tiene usted razn salt el seor Roberts, riendo. Nosotros, los parisienses, hemos perdido el sentimiento de la verdadera naturaleza.Es usted malintencionado me dijo Susana.Por qu?Por sus observaciones. Este parque y su lago y sus rboles y sus verduras tendrn, quiz, algo de mediocre; pero para qu sealarlo de una manera agria?Yo lo he sealado de una manera agria?Por lo menos, displicente.No le haga usted caso dijo el seor Roberts. Este parque provincial ha sido, para nosotros, el centro del mundo, y le tenemos cario; pero, como dice usted muy bien, recuerda el Telmaco. Paseamos todos los das que hace bueno por aqu, y entre mi chica y yo hemos puesto nombres caprichosos a la gente que conocemos de vista. As, tenemos a la Mujer Fatal, la Ofelia, la Olimpia de Manet, la de Guirlandaio, Grisgris, el Espaol Romntico, etctera.El Espaol Romntico, no ser yo? pregunt a Susana. Porque yo creo que tengo poco de romntico.Usted qu sabe?dijo ella en broma. Puede usted creer no serlo y serlo.Y tu novio? le pregunt Andrea a la hija del pintor.Probablemente vendr por aqu.Luego, Susana me interrog:Y usted no viene a este parque que le recuerda el Telmaco?S, algunas veces.Dijo usted que viva cerca.S, en la calle de la TombeIssoire. Por cierto aad, que he preguntado varias veces dnde est esa tumba, y nadie ha sabido decrmelo.Susana lo debe de saber dijo Andrea. En cuestiones de conocimientos sobre Pars es una especialidad.Nada de especialidad.No lo sabes?S, s, lo s; recuerdo haber ledo la leyenda primeramente en un libro cuando estudiaba en el colegio. Me fij en ella por ser cosa de mi barrio. La leyenda dice que, en tiempos de Luis el Piadoso, Ludovico Po, Pars se vio sitiado por veinte mil sarracenos. A estos sarracenos, segn cuenta una cancin de gesta contempornea de Felipe Augusto, los mandaba un gigante llamado Issaur, que tena su campamento en Montsouris. En una novela poco conocida, llamada Del Rey Floro y de la Bella Juana, se sita la tumba Issaur en el camino de Orlens, a las puertas de Pars; en otro texto se fija el lugar en el extremo de la rue SaintJacques. Issaur quera vengar a un guerrero amigo suyo, muerto delante de Palermo por un soldado de Ludovico Po, y desafi a todo cristiano que quisiera medirse con l en singular batalla. Un joven, Guillermo de Borgoa, acept el cartel de desafo, y se batieron. El gigante y el borgon se aprestaron a combatir ante el pblico. Guillermo iba a ser vencido, cuando una paloma se pos sobre los ojos del gigante sarraceno y le impidi ver a su enemigo. Guillermo aprovech el momento; desjarret al gigante y le cort la cabeza. Ludovico Po mand enterrar al sarraceno en una gran fosa y elev despus un monumento en su honor.Y qu hay de verdad en todo eso? pregunt yo.Es una ficcin, como muchas. Al parecer, haba aqu un cementerio romano, y la leyenda de la sepultura de Issaur se form a base de alguna imponente tumba o sepulcro que se conserv largo tiempo. El sitio que se llamaba de la Tumba Issaur est mencionado en los archivos de 1231. Es la prolongacin de las calles SaintJacques y faubourg SaintJacques. En esta parte de Pars se conserv la leyenda y se hizo una cancin, que la recitaban los juglares y los peregrinos que seguan el camino para ir a Santiago de Compostela.Veo que sabe usted ms que Merln dijo Till Fortuner. Le voy a preguntar a usted por mi calle.Cmo se llama?De la Va Verde.Ese nombre es menos legendario y menos romntico. Antiguamente se llamaba del Camino Verde. Era una aldea, una barriada extramuros, que provea de verduras, de legumbres y de frutas, y fue anexionada a Pars en la mitad del siglo pasado.Soy poco romntico; lo romntico se queda para el espaol dijo Till en broma.Nunca he tenido esa pretensin repliqu yo; no es una aspiracin que puedan sentir los que manejan la farmacopea.Le preguntaremos a Susana los nombres de las calles de alrededor dijo Andrea. Algunas las tiene que desconocer, y la cogeremos en una falta.La examinaremos severamente aad yo en broma. Vamos a ver, seorita, quin era el almirante Mauchez?Era un marino y un astrnomo contest la muchacha con el tono de un chico de escuela que contesta a una leccin.Y Gazan?Este era un general francs.Y Sarrette?Un poltico.Y Hall?Debe de ser un mdico.Y Dareau?Un abogado.Y Ducoudic?Ducoudic de Kergoualer era un marino bretn del siglo dieciocho.Y Alsia?Alsia de los Mandubios era una ciudad donde murieron, despus de un sitio de varios meses contra los romanos de Csar, los ltimos defensores de la patria gala de Vercingtorix. Era una ciudad importante, a la que llamaban Urbium Mter.Seorita, es usted una sabia.A esta chica hay que hacerla del Instituto de Francia dijo Andrea.Y cronista de Pars aadi Till.Muchas gracias, seores y seoras contest Susana, haciendo la reverencia.Todava nos falta que nos diga algo sobre este parque de Montsouris indique yo.Montsouris sigui ella, como recitando la leccin era una aldea que dependa del Ayuntamiento de Montrouge. Estaba antiguamente llena de ventorros, de molinos de viento y de alguna que otra villa particular. Era una barriada siniestra, de la que se contaban crmenes y robos nada telemaquianos. Se llamaba as porque haba muchos ratones. Montsouris, Monte ratn, o Monte de los ratones. Otros dicen que su antiguo nombre era Menguesouris o Mangesouris; pero parece ms lgico Montsouris. El agua que viene a este parque creo yo que debe de ser del arroyo prximo al barrio que se llama la Bive, a no ser que sea del Vanne. El edificio del Observatorio lo hizo un rey de Tnez para la posicin de 1867, y es una imitacin de un palacio rabe que llaman el Bardo.Celebramos los conocimientos de la seorita Roberts, pasamos por delante de la cascada, por el viaducto que cruza por encima de la trinchera del tren de Sceaux y del ferrocarril de cintura y del palacio rabe convertido en Observatorio, con sus pequeos aparatos meteorolgicos.En un pabelln, unos viejos jugaban a las cartas, mientras otros contemplaban el juego; algunas mujeres, sentadas en los bancos, hacan media, mientras los chicos correteaban en la arena.Volvimos otra vez al lago, y vimos sentado delante de un olmo grande, con unas ramas extensas que se acercaban a la superficie del agua y estaban sostenidas por estacas, a un joven vestido de negro que tena una cartera abierta, llena de libros y papeles, y que se hallaba enfrascado en la lectura. Era, segn dijo Andrea, el novio de Susana. Esta le llam, y l se levant al verla.Susana nos present a Till y a m a su pretendiente, Edmundo. Era un joven plido y rubio, un tanto enteco y burln, de estos hombres de gran ciudad que quieren considerar la vida como una cancin grotesca de cafconcierto, y para quienes el mrito mayor es hacer una frase o decir un chiste. Edmundo habl mucho, principalmente de poltica, y se ri de los polticos.Para l, todo era chusco, y su gran preocupacin era decir una gracia. El hombre que se muere en el hospital dejando a la familia en la miseria, el nio que queda sin madre en la calle, la mujer que se suicida tirndose al Sena, no pasaban de ser hechos sin importancia, que servan para decir algo ms o menos ingenioso. Esta broma continua, siempre acre, era, a la larga, fatigosa y pesada.Till no manifest gran simpata por Edmundo. Yo tampoco. En m, quiz era un principio de celos.Por lo que dijo Andrea, la rumana, el seor Roberts se entenda bien, por el momento, con el pretendiente de su hija; pero no haba que fiarse, porque tena habilidad para dar la boleta a todos los que se acercaban a su hija con la pretensin de llegar a ser su yerno. Edmundo pareca que no tena ms objeto que desilusionarla con sus frases custicas. Ella quiz se preguntaba si vala la pena de tener un pretendiente que pensaba casarse como quien cumple un acto ms en la insulsa y grotesca comedia de la vida.Cuando despedimos a Susana y a su padre, le dije yo a Andrea:Este joven es tipo de buen aspecto, pero poco agradable.De buen aspecto? replic Andrea. Para m no lo es.Se puede ser un hombre de un aire vulgar; sin elegancia, y, sin embargo, dar una impresin de persona distinguida dijo Till.Y ste, no la da?Yo creo que no.Llegaba el atardecer. El sol pareca desmayarse en el follaje dorado de los rboles. Se oa el ruido de los autos del bulevar prximo; la gente iba saliendo del parque, y el coche de nios, con sus campanillas, se retiraba.Yo sola verlo pasar por el parque de Montsouris, por el camino prximo al lago, y luego, al anochecer, lo vea cruzar el bulevar Jourdan, camino de las barriadas pobres de Gentilly. Iban dos hombres con l, uno de gorra, que llevaba el asno del ronzal, y otro de gabn y sombrero, que marchaba detrs despacio.XPor Andrea, la rumana, tuve noticias de la hija del seor Roberts, por la que senta gran admiracin, muy prxima al amor. El verme dominado por una pasin amorosa me alarmaba."Voy a pasar una temporada desagradable hasta que olvide esto pensaba. Ella, al ltimo, no me va a hacer caso, y a m me va a ser difcil olvidarla. Soy un imbcil. Deba haber cortado antes estas ilusiones."Una tarde en que estaba en el laboratorio se present Susana y nos invit a Andrea y a m a ir con ella a visitar a una ahijada suya que viva en el Barrio Latino y que era hija de un seor que tena dos profesiones poco frecuentes: la de disecador de animales y la de preparador de esqueletos para los estudiantes de Anatoma.Fuimos los tres, paseando por la calle DenfertRochereau, al bulevar SaintMichel. Haca una hermosa tarde de sol. Al llegar al bulevar SaintGermain, Susana mostr una casa.Aqu dicen que fue muerto Marat por Carlota Corday. Cerca, en un patio del fondo de este corredor, viva Dantn, y este tribuno hablaba en una sala del antiguo convento de cordeleros, que hoy es un anfiteatro de Ciruga que est enfrente de ese edificio, que es la Escuela de Medicina. La calle se llama as, y antes se llamaba de los Cordeleros.Fabricantes o vendedores de cuerdas? pregunt yo.No, ni una cosa ni otra; frailes capuchinos, que, como San Francisco, en vez de cinturn, llevaban una cuerda. En ese convento hablaban los dantonianos. El zapatero Simn viva tambin en esa calle...Qu rincn ms revolucionario! dije yo.Entramos en una calle estrecha y nos acercamos a una casa negruzca que tena en el piso bajo una tiendecita, con el escaparate con un tigre disecado y varios huesos, calaveras de personas y esqueletos de animales. Subimos, precedidos de Susana, hasta el ltimo piso, y nos abri una muchacha morenita, de quince a diecisis aos, con los ojos negros y brillantes, que dej un libro que tena en las manos y se abalanz sobre Susana y la bes.Estabas estudiando?pregunt Susana.Bah! Sin ganas.Pues eso no est bien.Que me den las ganas primero.Despus, la chica nos salud a Andrea y a m. El cuarto estaba lleno de animales disecados y de esqueletos.No le da a usted miedo le pregunt yo vivir entre calaveras y huesos de persona?No, me da ms miedo tener que estudiar este libro de Fsica replic ella con gracia, mostrando el que acababa de dejar. La idea de tener huesos de persona cerca es muy macabra, pero se acostumbra una a ella con mucha facilidad.A la gente joven no le espanta la muerte; casi ms bien le da risa, y un esqueleto le parece algo cmico y risible dije yo.Es que usted es viejo? pregunt ella.S, bastante.La chica, Valentina, nos llev al gabinete de trabajo de su padre, que estaba en un cuarto prximo. El ostelogodisecador tena un tipo de sabio, con su aire serio, sus anteojos y su blusa blanca.Era curioso este cuarto: una gran mesa en medio, armarios de cristal, una serie de cajas llenas de huesos y otras de alambres y tornillos.All armaba los esqueletos y abra las calaveras, rellenndolas de semillas, que humedeca en el agua, para que, al germinar, desarticularan lentamente los huesos. En un armario profundo tena quince o veinte esqueletos colgando, con su nmero correspondiente, lo que daba a aquel rincn un aire un poco siniestro.El ostelogodisecador nos habl de su industria, que marchaba mal; no se disecaban animales, no se vendan apenas esqueletos ni huesos.Y los huesos, de dnde vienen? pregunt yo.Casi todos me los envan de Polonia y de Portugal.Qu especialidad ms extraa! Se comprende que haya pases que vendan naranjas, tomates o mineral de cobre; pero huesos de persona...Por qu le choca a usted?Porque en todas partes hay personas.Tiene usted razn dijo el disecador, y luego pregunt a Susana: Qu hace tu padre?Est bien.No anda ahora muy neurastnico?No mucho.Sigue preocupndose de las moscas?S, siempre.Qu chifladura!Qu quiere usted! A l tambin le parece chifladura la aficin de usted a disecar animales y a armar esqueletos.No es lo mismo, querida amiga. A m no me parece mal la idea de acabar con las moscas. Soy tambin de los cazadores de moscas. Ahora que esa preocupacin exclusiva me parece una extravagancia un poco absurda.Y la osteologa y la diseccin?Eso es una cosa seria, aunque a ti no te lo parezca. T ests amanerada con tus papelotes antiguos y tus estudios histricos.No nos entendemos nadie!Bueno, vamos a pasear al Luxemburgo dijo Valentina.Salieron las tres muchachas y yo con ellas, y charlamos largo rato.Este jardn era en otro tiempo casi exclusivamente de estudiantes, no es verdad?pregunt yo.S, pero hoy parece que a los estudiantes no se los distingue ya de las otras personas.Y usted, es espaol? me pregunt Valentina.S.De dnde?De un pueblo de la Mancha.Como Don Quijote?S. Ha ledo usted esa novela?S.Y le ha gustado?S.Tiene usted ms sentido literario que yo. Yo he comprendido que est bien; pero a veces me ha aburrido.As que es usted castellano?S, castellano manchego; pero creo que mi apellido es originariamente vasco.Y lleva usted mucho tiempo en Pars?Unos meses.Le gusta a usted?S. Pero al que vive difcilmente y mal, todo le parece desagradable.Ha estado usted en Londres?Unos das.Y qu le pareci?Est bien; pero tiene un aire ms disgregado que Pars. Londres, en realidad, son muchos pueblos unidos. Pars es ms ciudad, nica e indivisible. La Geografa ha hecho mucho por Pars, como por todos los dems pueblos. Es el corazn de Francia, porque aqu confluye todo, y llega a ser tambin el centro intelectual de Europa.Para entusiasmarse con algo hay que estar en una buena situacin de nimo, tener alegra y un poco de dinero; pero usted, Susana, cree que el tener dinero es cuestin de convicciones.No, ya s que no; pero usted, es muy indiferente a todo.Yo he ledo una frase latina, que no s si recuerdo bien: Primum vivere, deinde philosophari. Es as?S.Pues yo supongo que se podra decir respecto al viajero: primero, vivir; luego, dedicarse al turismo.S, s, ya le voy conociendo. Detrs de todo eso encubre usted la mala opinin que tiene de las cosas y de las personas.De usted no tengo mala opinin.No me venga usted con alabanzas. Tiene usted mala idea de la gente. Cree usted que en el mundo no hay ms que egosmo, hipocresa, ingratitud y malas pasiones.Y no es verdad? Yo, al menos, es lo que he visto; por un caso de benevolencia o de buena intencin, cien, mil, de mala sangre y de envidia.Me indigna usted!Qu se le va a hacer! Uno habla de lo que ha conocido.Es usted habitualmente tan serio? me pregunt Valentina.Soy tan serio? No s. Puede ser. La verdad es que desde hace tiempo no tengo muchos motivos para estar risueo.Habla usted bien el francs.No, solamente para darme a entender.Y son los espaoles como dicen? Tan fogosos, tan arrebatados, tan enamorados?Creo que habr de todo.El seor Solazar dijo Susana en broma no parece de esos tipos espaoles entusiastas.Qu sabe usted! repliqu yo. Si yo tengo algn entusiasmo, lo guardo o lo oculto todo lo que puedo.Y por qu guardarlo?Cuando no se sabe si se puede tener xito o no, vale ms guardarlo.Qu prudencia!Yo no crea que entre los espaoles hubiera gente tmida y apocada, sino ms bien audaz y atrevida dijo Valentina.Usted crea que todos ramos tipos como Hernn Corts, por lo menos.Y usted, ha dado serenatas? pregunt la hija del disecador.Yo, no. No s tocar la guitarra ni cantar. En todas estas artes de adorno soy una nulidad.No se queje usted dijo Andrea. En cuestiones de Qumica est usted muy bien. Yo haba odo muchas explicaciones sobre teoras de Fsica y de Qumica; las estudiaba, pero no me enteraba, y ahora, Salazar me da dos lecciones semanales y empiezo a ver claro lo que antes no vea ni comprenda.As que es usted qumico? me pregunt Valentina.S, en Madrid estaba empleado en una farmacia.Qu ocupacin ms prosaica!Qu quiere usted! Hoy no se puede vivir de dar serenatas.Y tiene usted familia?Madre y hermanos.En Madrid?No, en un pueblo de la Mancha.Y el pueblo, es bonito?Pchs! Regular.Hay palmeras?No.Y naranjos y limoneros?Tampoco.Pues qu hay?Hay algo de trigo y de centeno y algunas vias.Bah! Eso tambin hay en Francia.Naturalmente! Por qu no va a haberlo?Yo crea que en Espaa todo era diferente y que los hombres estaban un poco locos.S, todos los hombres estamos un poco locos, menos los tontos.Usted tambin?S, tambin, por qu no? Yo quiz sea un tanto pesado e insensible.No lo creo replic Valentina.Puede uno ser como el hombre que no sabe dar las gracias amablemente porque no est acostumbrado a recibir favores.Me parece que el seor Salazar se est burlando de nosotras dijo Susana.Por qu? pregunt yo.Usted ha estado enamorado y ha dado serenatas a su novia, y tiene su guitarra y su capa, y hasta su pual; pero no quiere decrnoslo.S, quiz lo lleve en la liga contest yo.No haga usted caso advirti Andrea. Los parisienses, cuando hablan de otro pas, no dicen ms que tonteras, y las parisienses lo mismo.Pero sabemos hablar contest Susana. Como dijo el maestro Villon: "Il n'est bon bec que de Paris."Elogiaos vosotras mismas replic Andrea, ya que no os elogian.Qu culpa tenemos nosotros de que seis los de los otros pases un poco provincianos?Por grande que sea Pars contest la rumana, el parisiense tiene tambin ideas de provinciano, y da la impresin, muchas veces, de que ve el mundo por un agujero.Acabe usted de desilusionarme me dijo Valentina.Cmo?Contestndonos a esto. En Espaa no hay raptos? No se rapta a las novias?Habr casos; pero no creo que sean frecuentes.Entonces, las bodas se hacen como aqu, con notario?Y a ti qu te importa eso? pregunt Susana. Si eres una chiquilla.Es que el matrimonio es una cosa tan mediocre..., y hecha as, con notario, es todava peor.Hablas como si fueras viuda de tres o cuatro maridos.Bah! Hoy los hombres no tienen ms dios que el dinero, y lo dems no les interesa.Qu cosas dicen estas nias! exclam Susana.La verdad nada ms. Es lo que se ve. Ah, en la vecindad de mi casa, ocurre eso, y a nadie le choca. A m tampoco ya me choca.Se rieron todos. Pasearon por las avenidas del Luxemburgo y celebraron el color de los macizos de flores del jardn.Le gusta a usted el teatro guiol? me pregunt Susana.S.Se representa en Espaa?No mucho.Aqu, en el jardn suele haber representaciones al aire libre, con un pblico de chiquillos muy graciosos; pero slo cuando hace buen tiempo.Comenz a anochecer, volvimos a la casa del disecadorostelogo, nos despedimos de Valentina, y Susana, Andrea y yo marchamos a nuestro barrio.Qu chica ms graciosa!S, es muy simptica.Despus Susana me pregunt:Y usted, sigue viviendo en la calle de la TombeIssoire?S, sigo en ella.Aquello debe de ser muy malo.S; sobre todo, muy triste. No le digo a usted ms sino que vivo en un cuarto donde se ahorc una vieja, y que dicen que se aparece algunas noches su fantasma.Qu horror! Y cunto paga usted por el cuarto? Aunque quiz sea una indiscrecin el preguntrselo.No, no; pago ciento cincuenta francos al mes.Es poco; pero creo que quiz se pueda encontrar algo mejor, por el mismo precio, cerca de nuestra casa. Quiere usted que me ocupe yo en ello?Se lo agradecer, a usted mucho.Si consigo algo, se lo avisar. Dme usted las seas de su casa.Yo se las di.Veremos a ver si encontramos algo ms alegre para usted.S, eso no ser difcil. El recorrido desde mi casa hasta el Luxemburgo no es completamente para producir optimismo. Primero, la clnica de locos; luego, la crcel de la Sant, donde guillotinan; despus, el hospital Cochin; luego, el hospital Ricord; enfrente de ste, la Maternidad, y un poco ms lejos, el hospital de Val de Grce.Ya se sabe que hay hospitales y cementerios dijo Susana; pero si se va a pensar slo en eso, se convertira uno en un establecimiento de pompas fnebres.Fuimos en el autobs hasta el bulevar Jourdan. Andrea qued en el pabelln norteamericano de la Ciudad Universitaria; yo acompa a Susana hasta su hotel de la calle de los Artistas, y volv despus a casa de Till.XIUnos das ms tarde, Susana, me escribi una carta dicindome que fuera a la calle Gazan, enfrente del pabelln del parque de Montsouris, y preguntara en el ltimo piso por la seora Bartas o por su hija Atalia, y dijera que iba de su parte. La duea me mostrara un cuarto, que alquilaba por ciento cincuenta francos al mes. Ms tarde, si me entenda bien con ella y con su hija, podra quedarme en pensin.Fui en seguida. La seora Bartas exiga que su pupilo se retirase de noche pronto, a excepcin, claro es, de algunos das extraordinarios; no diera escndalos y no tuviera visitas de damas jvenes. El cuarto me pareca muy bien: era ventilado y claro, y daba a una azotea, desde la cual se dominaba el parque. Era una habitacin espaciosa, quiz un poco fra. Inmediatamente me traslad a ella.En casa de madame Bartas vivan madre e hija con una criada antigua. La madre, una seora de ms de setenta aos, pasaba el tiempo rezando y leyendo libros piadosos y algunas novelas antiguas. Su hija era una solterona de unos cincuenta aos, picuda y de ojos claros. Maestra en una escuela del barrio, se manifestaba un poco doctoral y pedantesca.La seorita Bartas deca que proceda de una familia ilustre de la Provenza. Esta seorita, muy amanerada, muy afectada y con muchas sutilezas, no era tan inteligente como ella se crea. Esto no le evitaba el ser buena persona. Hablaba con frases muy pomposas. La gente reaccionaba de una manera torpe, segn ella; no se tena elegancia ni en el ademn ni en la diccin; la mayora de las personas no llegaban a poseer conciencia de sus actos, y la sensualidad ms baja dominaba el mundo.La criada era una vieja bretona, con su cofia. Se llamaba Clemencia, y conmigo era muy amable y parlanchina. Segn ella, en los pueblos bretones se viva muy bien. Solamente los borrachos acaban arruinndose; pero, a pesar de esta opinin, ella mostraba cierta aficin inveterada a los licores.En la casa pude trabajar con el mximo de intensidad. Encenda la estufa muy de maana, me sentaba a la mesa y comenzaba a traducir. Ya pareca que mi vida iba tomando caracteres de fijeza y de seguridad. Algo ms, y poda empezar a ahorrar.Andrea, la rumana, me proporcion dos lecciones de unas norteamericanas amigas suyas.Una de ellas era juda, de un tipo extrao, morena y con ojos azules y de un genio violento. Tena un novio, tambin judo, que la acompaaba, y rean a todas horas.Le detesto a usted le deca ella con frecuencia.La otra muchacha, de origen ingls, catlica y rubia, era una Ofelia. Hablaba el francs con una vacilacin muy suave y muy simptica.Cuando haca buen tiempo, sala yo a la azotea, y poda ir viendo cmo los rboles del parque de Montsouris se despojaban de sus hojas, que marchaban volando con el viento, y cmo luego las ramas secas dibujaban un arabesco negro en el cielo gris.Al anochecer, en los das de otoo ya avanzado, haba un aire nebuloso, mezclado con humo de lea, que vena de lejos y tena un buen olor de campo.Despus durante el invierno, las nubes oscuras iban pasando por el cielo, y bandadas de pjaros cruzaban trazando un tringulo por el cielo gris, y sus graznidos se oan en el aire tristemente. En direccin del centro de la ciudad se vea una serie infinita de tejados entre la bruma, y dos cpulas azules. Hacia las afueras se extendan las casas bajas de Gentilly, y el alto del fuerte de Bictre, con sus rboles, se destacaba en la niebla.Algn tiempo despus de mi traslado a la calle Gazan recib carta de la familia. Todos estaban bien. Al parecer, mi hermana se casaba y los chicos seguan sus estudios en el pueblo, sin novedad.Das ms tarde, Susana me invit a tomar el t en su casa.La seorita Bartas me advirti que mi indumentaria era un poco insuficiente, y me acompa a un bazar, donde compr algunas prendas, al parecer, necesarias.Ya un poco elegantizado, me present en casa de Susana. El seor Roberts tena un estudio magnfico, con cuadros y estatuas de valor. Se vea en l un gusto romntico y una tendencia a lo pintoresco y al orientalismo. Hablamos y me mostr los cuadros, los suyos y los ajenos, y yo di francamente mi opinin sobre ellos.En el estudio, en compaa de Susana, haba dos seoras, madame Frossard y su hija.Madame Frossard, amiga de la casa, era ese tipo de mujer de la burguesa francesa, muy atractiva, muy desconfiada, muy inteligente. Mujeres acostumbradas a hablar con gente culta, que han aprendido lo que saben de viva voz y que tienen el arte de lucirlo y de hablar, y, probablemente, de escribir, con gracia y con ligereza.La hija de esa seora era una casada joven, cuyo marido, al parecer, tena mucho dinero. Qued un poco sorprendido al hablar con ella. Tena una libertad de lenguaje, un atrevimiento y una coquetera que me dejaron atnito. Vesta, adems, con mucha exageracin e iba muy maquillada.Yo sospech si Susana habra llamado a las dos para que me estudiaran a m, y con ese objeto habra preparado la entrevista. Ya sobre aviso, estuve de una prudencia excesiva y me pint a m mismo como un hombre pobre y sin pretensiones.Deb de despistar a la seora y a su hija, lo que me hizo rer interiormente.En mi visita en casa de Susana pude notar la preocupacin del seor Roberts por las moscas. El pintor interrumpa su conversacin para mirar en todos los rincones por si haba algn insecto. Si lo encontraba, coga una raqueta de tela metlica y de alambre para matarlo.La seora Frossard y su hija se miraban una a otra con una seal de inteligencia, y sonrean.La hija de la seora Frossard dijo que tena que encontrarse con unos amigos en el bosque de Bolonia, y que se marchaba. Su madre se decidi a irse con ella.Pero es que son as las casadas jvenes? pregunt a Susana.Algunas contest ella, riendo.Cuando nos quedamos solos el seor Roberts, Susana y yo, tuvimos larga disertacin sobre las moscas.La mosca parece que es un elemento de contagio terrible me dijo el seor Roberts.S contest yo: el clera, la liebre tifoidea, la tuberculosis, la peste bubnica, los transmite de una manera indirecta, infectando los alimentos; y la conjuntivitis, la oftalma y el carbunco los propaga directamente, posndose en la piel o en las mucosas. Es un insecto que vive sobre toda clase de inmundicias y lo contamina todo.En fin, que estamos rodeados de peligros dijo Susana, en broma.No hay que rerse, hay que tener un poco de higiene, dar seguridad a la vida indic el seor Roberts.Preocuparse de eso, me parece una tontera indic Susana.No, no, eso no protest su padre.Lo malo es que no se sabe nunca nada definitivo aad yo. Usted habr odo decir que hay heridas que se curan antes cuando las tocan las moscas.Eso es un disparate refunfu el seor Roberts; aunque fuera verdad, habra que callarlo.Luego me pregunt:Y usted, que es farmacutico y qumico, qu procedimientos sabe usted para luchar contra las moscas?Creo que los conocimientos que yo pueda tener los sabe todo el mundo. Lo que no sea social, colectivo, es de poco valor. Porque que vale que en su casa no haya moscas si las hay en la del vecino? Inmediatamente vendrn a la suya. Un sistema que podra dar resultado sera inocularles una enfermedad; pero esto constituira un gran peligro, porque la comunicaran. Las moscas parece que tienen una gran inmunidad para los microbios que pasan por su cuerpo y por su intestino. A ellas no las atacan, y como los retienen sin que pierdan su virulencia, los grmenes se propagaran ms.Pero, individualmente, debe de haber algo.S, el plato de agua azucarada con arsnico o con formol, una de esas cajas que tienen varias margaritas de pao empapadas en veneno, las raquetas de los norteamericanos, que usted tiene. Uno de los procedimientos que debe de ser eficaz es el regar con una solucin de desinfectante el estircol de las cuadras, que es donde las moscas suelen poner sus huevos; pero falta que los que tienen cuadras lo quieran emplear.Aqu tenemos un vecino que tiene una, y yo he intentado convencerle para que riegue el estircol con un desinfectante; le he dicho que se lo pagar, pero esto le parece casi una ofensa.Qu se va a hacer! La ciencia no llega a la gente, y un procedimiento mgico convence ms y hace ms efecto que otro cientfico.Es que la ciencia es tan poca cosa...S, quiz; pero es lo nico que hay en la esfera de los conocimientos.El seor Roberts pens, sin duda, que habamos tratado con demasiada extensin el captulo de las moscas, y me mostr una hermosa biblioteca de libros antiguos y modernos, la mayora muy bien encuadernados.Lee usted? me pregunt.No, no tengo tiempo ni libros. Me paso traduciendo siete u ocho horas al da; doy dos lecciones de una hora y despus no tengo ganas de leer.Habr usted ledo el Quijote?S, claro, pero mal, saltando pginas...Pues le voy a prestar a usted una edicin en espaol en cinco tomos pequeos.El seor Roberts vino con ellos.Era una edicin bonita, con algunas lminas, hecha en Pars en 1823, en la rue de Tournon, que tena en el primer tomo el estudio de Pellicer sobre la obra de Cervantes.Tom los libros, sin idea de leerlos.Susana estuvo muy amable conmigo.Est usted bien en su nueva casa? me pregunt.S, muy bien; le agradezco a usted mucho su favor.Se entiende usted con la seora y la seorita Bartas?S. La madre es una mujer amable y complaciente; la hija es, a veces, demasiado moralista y predicadora.No quise decir que, para m, era una pedantona inaguantable.El que lo dijo fue el seor Roberts, que caricaturiz a la solterona de una manera agresiva. Despus aadi que el hombre que mejor haba comprendido el destino de las mujeres era el seor Landr.No he odo hablar de l dije yo.De verdad? No sabe usted quin era Landr?No. Quiz era algn filsofo?Qu edad tiene usted?An no he cumplido los treinta.Ah, ya! Y lo de Landr fue hace diecisiete aos. Usted sera un chico, y quiz a su pueblo no llegara la noticia del suceso. Landr era un asesino cmico y genial. Citaba a algunas pobres mujeres en una casa de campo, y all las mataba, las robaba y luego las quemaba en la cocina, en el hogar. Yo tengo una caricatura, que otro da se la ensear, en que Landr le dice amablemente al que fue su abogado en el juicio, Moro Giafferi: "Hay que reconocer, mi querido amigo Moro Giafferi, que en ninguna parte est tan bien la mujer como en el hogar." !Tiene gracia!Yo no le encuentro ninguna gracia, pap dijo Susana; no veo por qu nosotras somos dignas de ser quemadas y vosotros no.El seor Roberts se ri con malicia, y hablamos despus de otras cosas.Veo desde mi azotea la ventana de su cuarto, por encima de los rboles del parqu