Bhabha El compromiso con la teoría

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  • 7/27/2019 Bhabha El compromiso con la teora

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    Homi K. Bahbha

    El compromiso con la teora I

    Existe una asuncin peligrosa y derrotista de que la teora es necesariamente el lenguajeelitista de los social y culturalmente privilegiados. Se dice que el lugar del crticoacadmico est inevitablemente en los archivos eurocntricos de un occidente imperialistao neocolonial. El reino olmpico de lo que errneamente se califica de pura teora seasume que est eternamente aislado de las exigencias histricas y de las tragedias de loscondenados de la tierra. Tenemos siempre que polarizar para poder polemizar? Estamosatrapados en una poltica de la lucha donde la representacin de los antagonismos socialesy las contradicciones histricas no puede tomar otra forma que la de un binarismo teoravs. poltica? Puede ser la aspiracin a la libertad del saber la simple inversin de larelacin entre opresor y oprimido, centro y periferia, imagen positiva y negativa? Es laaceptacin de una implacable oposicionalidad o la invencin de un contra-mito originalde purez radical la nica salida para tales dualismos? Debe el proyecto de nuestraesttica liberacionista formar parte para siempre de una visin utpica, totalizadora delSer y de la Historia, que busca trascender las contradicciones y ambivalencias queconstituyen la estructura misma de la subjetividad humana y sus sistemas derepresentacin cultural?

    Entre lo que se representa como la lacra y distorsin de la meta-teora europea y laexperiencia radical, activista y comprometida de la creatividad del Tercer Mundo 1, uno

    puede ver la imagen en espejo (aunque invertida en contenido e intencin) de aquellapolaridad ahistrica del XIX entre Oriente y Occidente que, en nombre del progreso,liber las excluyentes ideologas imperialistas del yo y el otro. En esta ocasin, encambio, el trmino teora crtica, a menudo sin teorizar ni discutir, es con seguridad elOtro, una otredad que se identifica insistentemente con los caprichos del crticoeurocntrico despolitizado. Se sirve mejor a la causa del arte o de la crtica radical, porejemplo, si un fantstico profesor de cine anuncia, en un punto lgido de laargumentacin, No somos artistas, somos activistas polticos? Al oscurecer el poder desu propia prctica con la retrica de la militancia, no consigue llamar la atencin sobre elvalor especfico de la poltica de la produccin cultural; puesto que convierte las

    superficies de significacin cinemtica en la base de la intervencin cultural, le daprofundidad al lenguaje de la crtica y extiende el dominio de la poltica en unadireccin que no estar enteramente dominada por las fuerzas de control econmico ysocial. Las formas de rebelin popular y movilizacin son a menudo ms subversivas ytransgresoras cuando se crean a travs de prcticas culturales oposicionales.

    Antes de ser acusado de voluntarismo burgus, pragmatismo liberal, pluralismoacademicista y todos los otros ismos que son libremente bandeados por aquellos quehacen la ms severa excepcin al teorismo eurocntrico (derridismo, lacanismo,

    postestructuralismo...), deseara aclarar los objetivos de las preguntas con que comenzaba.

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    Estoy convencido de que en el lenguaje de la economa poltica es legtimo representar lasrelaciones de explotacin y dominio mediante la divisin discursiva entre el Primer y elTercer Mundo, Norte y Sur. A pesar de la afirmacin de una retrica esprea del

    internacionalismo por parte de las multinacionales establecidas y de las redes de lasnuevas industrias de la tecnologa de la comunicacin, estas circulaciones de signos y

    productos, tal como son, estn atrapadas en los circuitos viciosos de la plusvala queconecta el capital del Primer Mundo con los mercados de trabajo del Tercer Mundo va lascadenas de divisin internacional del trabajo, y las clases nacionales compradoras. GayatriSpivak tiene razn al concluir que es en inters del capital que se preserva el teatrocomprador en un estado de legislacin laboral y regulacin ambiental relativamente

    primitivo .

    Igualmente estoy convencido de que, en el lenguaje de la diplomacia internacional, existe

    un acentuado crecimiento de un nuevo nacionalismo angloamericano que progresivamentearticula su poder econmico y militar en actos polticos que expresan un rechazo neo-imperialista a la independencia y autonoma de los pueblos y lugares del Tercer Mundo.Pinsese en la poltica norteamericana de bajo mano hacia la Amrica Latina y Caribea,en el morbo patritico y glamour patricio de la campaa britnica en las Malvinas o, msrecientemente, en el triunfalismo de las fuerzas britnicas y americanas durante la Guerradel Golfo. Estoy adems convencido de que tal dominacin poltica y econmica tieneuna profunda influencia hegemnica sobre los rdenes de informacin del mundooccidental, sus medios de comunicacin populares y sus instituciones y academias

    especializadas. Hasta aqu no hay duda.Peo lo que s requiere mayor discusin es si los nuevos lenguajes de la crtica terica(semitica, postestructuralista, deconstruccionista y el resto de ellas) reflejan simplementeaquellas divisiones geopolticas y sus esferas de influencia. Estn los intereses de lateora occidental necesariamente enfrentados con el papel hegemnico de Occidentecomo bloque de poder? Es el lenguaje de la teora tan slo otra estratagema de poder dela lite del Occidente culturalmente privilegiado para producir un discurso del Otro querefuerza su propia ecuacin de poder-saber?Un importante festival de cine en Occidente incluso un evento alternativo o contracultural

    como la Third Cinema Conferencede Edimburgo- nunca deja de revelar la influenciadesproporcionada de Occidente como forum cultural, en los tres sentidos de la palabra:como lugar de exhibicin y discusin pblica, como lugar de juicio, y como mercado.Una pelcula india sobre el sufrimiento de los que viven sobre las aceras de Bombai ganael Festival de Newcastle, lo cual abre entonces las posibilidades de distribucin en India.El primer informe polmico del desastre de Bhopal se realiz para Channel Four. El

    primer debate en extensin sobre la poltica y la teora del Tercer Cine aparece por vezprimera en Screen, publicada por el British Film Institute. Un artculo de archivo sobre laimportante historia del neo-tradicionalismo y lo popular en el cine indio ve la luzenFramework3. Entre los principales protagonistas del desarrollo del Tercer Cine como

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    prctica y precepto figuran una serie de cineastas y crticos del Tercer Mundo que sonemigrados o exiliados en Occidente y viven con dificultades, a menudo peligrosamente,en los mrgenes izquierdos de una cultura burguesa liberal eurocntrica. Pienso que no

    es preciso aadir nombres de lugares o personas, ni detallar las razones histricas por lasque Occidente explota y carga con lo que Bourdieu llamara su capital simblico. Lacondicin es demasiado familiar, y no es mi propsito incidir aqu de nuevo en aquellasimportantes distinciones entre situaciones nacionales diferentes y las dispares causas

    polticas e historias colectivas para el exilio cultural. Me gustara tomar partido a favor delos mrgenes cambiantes del desplazamiento cultural eso confunde cualquier sentidoautntico o profundo de lo que son una cultura nacional o un intelectual orgnico einterrogar cul podra ser la funcin de una perspectiva terica comprometida, una vezhayamos admitido como lugar de partida paradigmtico el hibridismo cultural e histricodel mundo postcolonial.

    Comprometidos con qu? A estas alturas de la argumentacin, no quisiera identificarningn objeto de alianza poltica especfico el Tercer Mundo, la clase trabajadora, lalucha feminista. Aunque tal objetificacin de la actividad poltica es crucial y debeinformar el debate poltico de forma significativa, no constituye la nica opcin paraaquellos crticos o intelectuales que estn comprometidos con un cambio poltico

    progresista en la direccin de una sociedad socialista. Es un signo de madurez polticaaceptar que hay muchas formas de escritura poltica cuyos diferentes efectos quedanoscurecidos si las dividimos entre lo terico y lo activista. No se trata de si al folleto

    que organiza una huelga le falta teora, mientras que el artculo especulativo sobre lateora de la ideologa debiera tener ms ejemplos o aplicaciones prcticas. Ambos sonformas del discurso y en tal medida producen ms que reflejan sus propios objetos dereferencia. La diferencia entre ellos radica en sus cualidades operacionales. El folletotiene un propsito expositivo y organizativo especfico, ligado temporalmente al evento;la teora de la ideologa hace su contribucin a aquellas ideas y principios polticosimplcitos que informan el derecho a la huelga. El segundo no justifica al primero; nineesariamente lo precede. Existen uno junto a otro el uno como la parte que hace posibleal otro como la cara y el revs de una hoja de papel, por utilizar una analoga semiticacomn, en el contexto poco comn de la poltica.

    Lo que me interesa aqu es el proceso de intervencin ideolgica, tal y como lodescribe Stuart Hall cuando habla del papel de la imaginacin o representacin en la

    prctica poltica en su respuesta a las elecciones britnicas de 19874. Para Hall, la nocinde hegemona implica una poltica de identificacin del imaginario. Este ocupa un lugardiscursivo que no est exclusivamente delimitado por la historia de la izquierda o de laderecha. De alguna manera existe entre estas polaridades polticas, y tambin en lasfamiliares divisiones entre la prctica y la teora poltica. Esta aproximacin, tal y comoyo la entiendo, nos presenta un excitante y a menudo olvidado momento, o movimiento,

    propio del reconocimiento de la relacin entre la poltica y la teora, y confunde la

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    tradicional divisin entre stas. El movimiento se inicia si observamos que la relacinpoltica/teora est determinada por la regla de la materialidad repetible, lo que Foucaultdescribe cmo el proceso por el cual los enunciados de una institucin pueden

    transcribirse en el discurso de otra5. A pesar del esquema de uso y aplicacin queconstituye el campo de estabilizacin de tales enunciados, cualquier cambio en lascondiciones de uso y reinversin del enunciado, cualquier alteracin de su campo deexperiencia o verificacin o, de hecho, cualquier diferencia en los problemas a resolver

    pueden conducir a la emergencia de un nuevo enunciado: la diferencia de lo mismo.

    Con qu formas hbridas puede emerger, pues, una poltica del enunciado terico? Qutensiones y ambivalencias marcan ese lugar enigmtico desde el que habla la teora? Alhablar en nombre de alguna especie de contrautoridad u horizonte de lo verdadero (enel sentido foucaultiano de los efectos estratgicos de un aparato cualquiera o dispositif), la

    empresa terica tiene que representar aquella autoridad adversaria (de poder y/o saber)que, en un movimiento doblemente inscrito, busca simultneamente subvertir yreemplazar. Con esta complicada formulacin he intentado indicar de alguna manera loslmites y el lugar del acontecimiento de la crtica terica que no contiene la verdad (enoposicin polar al totalitarismo, al liberalismo burgus o a cualquier otra cosa que sesuponga la reprime). Lo verdadero est siempre marcado e informado por laambivalencia del proceso de emergencia en s, por la productividad de los significadosque construyen conocimientos alternativosin media res, en el propio acto de agonismo, enel marco de una negociacin (ms que en una negacin) de elementos oposicionales o

    antagonistas. Las posiciones polticas no son simplemente identificables comoprogresistas o reaccionarias, burguesas o radicales, antes del acto de la critique engage, ofuera de los trminos y condiciones de su apelacin discursiva. Es en este sentido que elmomento histrico de accin poltica debe ser pensado como parte de la historia de laforma de su escritura. Esto no supone afirmar lo obvio: que no hay conocimiento polticoo de otro tipo fuera de la representacin. Significa sugerir que la dinmica de la escrituray la textualidad nos exige repensar la lgica de la causalidad y la determinacin a travsde las cuales reconocemos lo poltico como una forma de clculo y accin estratgicadedicada a la transformacin social.

    Qu es preciso hacer? supone reconocer la fuerza de la escritura, su metaforicidad y sudiscurso retrico, como matriz productiva que define lo social y lo hace posible comoobjetivo de y para la accin. La textualidad no es simplemente una expresin ideolgicade segundo orden o un sntoma verbal de un sujeto poltico dadocon anterioridad. Que elsujeto poltico [political subject] - como, en efecto, el objeto y sujeto de la poltica[subject of politics] sea un acontecimiento discursivo no hay lugar donde este ms claroque en un texto que ha supuesto una influencia formativa para el discurso occidentaldemocrtico y socialista el ensayo de Mill De la Libertad. Su captulo crucial, De lalibertad de pensamiento y discusin, es un intento de definir el juicio poltico como el

    problema de encontrar una forma de retrica pblica capaz de representar contenidos

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    polticos diferentes y opuestos no como principios pre-constituidos a priori, sino como unintercambio dialgico discursivo, una negociacin de trminos en el continuo presente dela enunciacin del enunciado poltico. Pero lo sorprendente aqu es la sugerencia de que,

    en el acontecimiento textual, se inicia una crisis de identificacin, que despliega unacierta diferencia dentro de la significacin de cualquier sistema poltico individual,anterior al establecimiento de las diferencias substanciales entre creencias polticas. Unsaber slo puede volverse poltico mediante un proceso agnstico: la disensin, laalteridad y la otredad son las condiciones discursivas para la circulacin y elreconocimiento de un sujeto politizado y una verdad pblica:

    [Si] los que se oponen a toda verdad importante no existen, es indispensable que losimaginemos... [Un hombre] debe sentir con toda su fuerza la dificultad a la que unaverdadera visin del asunto debe enfrentarse y de la cual debe librarse; o sino nunca

    poseer realmente la parte de la verdad necesaria para afrontar y vencer aquella

    dificultad... Sus conclusiones [las de ellos] pueden ser ciertas, pero lo mismo podran serfalsas por lo que ellos saben: nunca se han situado en la posicin mentalde aquellos que

    piensan de otra manera que ellos ... y, por consiguiente, no conocen, en un sentidoverdadero de la palabra, la doctrina que ellos mismos profesan.6 [Las cursivas son mas].Es verdad que la racionalidad de Mill permite, o requiere, tales formas de contencin ycontradiccin para realzar su visin del curso inherentemente progresista y evolutivo del

    juicio humano. (Esto hace posible que se resuelvan las contradicciones y tambin generaun sentido de la verdad total que refleja la inclinacin natural, orgnica, de la mente

    humana). Tambin es cierto que Mill siempre reserva, en la sociedad tanto como en elargumento, el irreal espacio neutral de la Tercera Persona para la representacin delpueblo, que es testimonio del debate desde una distancia epistemolgica y extrae unaconclusin razonable. An as, en su intento de describir lo poltico como una forma dedebate y dilogo como proceso de retrica pblica condicionados de manera crucial poresa ambivalente y antagnica facultad que es la imaginacin poltica, Mill excede elsentido normalmente mimtico de la batalla de ideas. Sugiere algo mucho ms dialgico:el reconocimiento y la realizacin [realization] de la idea poltica en el ambivalente puntode la apelacin textual, su emergencia a travs de una forma de proyeccin poltica.

    Releer a Mill a travs de las estrategias de escritura que he sugerido revela que uno nopuede seguir pasivamente la lnea de argumentacin que atraviesa la lgica de laideologa contraria. El proceso textual de antagonismo poltico inicia un procesocontradictorio de lectura entre lneas; el agente del discurso, en el mismo momento de suenunciacin, es convertido en el objeto inverso, proyectado del argumento, vuelto contras mismo. La politizada porcin de verdad es solamente producida, insiste Mill, alasumir la posicin mental del antagonista y trabajar a travs de la fuerza desplazante ydescentradora de esa dificultad discursiva. sta es una dinmica diferente de la tica de latolerancia en la ideologa liberal, donde se imagina la oposicin para poder contenerla ydemostrar un relativismo o humanismo ilustrados. Leer a Mill a contrapelo sugiere que la

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    poltica slo puede ser representativa de un discurso verdaderamente pblico medianteuna escisin en la significacin del sujeto de la representacin, mediante unaambivalencia que se produce en el punto de enunciacin de una poltica.

    He querido demostrar la importancia del espacio de escritura y la problemtica de laenunciacin en el corazn mismo de la tradicin liberal, porque es ah donde se afirmancon mayor fuerza el mito de la transparencia del agente humano y lo razonable de laaccin poltica. A pesar de las ms radicales alternativas polticas de la derecha y laizquierda, todava se piensa y se vive substancialmente con la imagen popular, llena desentido comn, del lugar del individuo en relacin a lo social en los trminos ticosmodelados por las creencias liberales. Lo que revela la atencin prestada a la retrica y laescritura es la ambivalencia discursiva que hace lo poltico posible. Desde tal

    perspectiva, la problemtica del juicio poltico no puede ser representada como un

    problema epistemolgico de apariencia y realidad, o prctica y teora, o palabra y cosa.Tampoco puede ser representado lo poltico como un problema dialctico o como unacontradiccin sintomtica constitutiva de la materialidad de lo real. Por el contrario,nos hace terriblemente conscientes de la yuxtaposicin ambivalente, de la peligrosarelacin intersticial, de lo factual y lo proyectivo y, ms all de todo esto, de la funcincrucial de lo textual y lo retrico. Son esas vicisitudes del movimiento del significante, enla fijacin de lo factual y la clausura de lo real, las que aseguran la eficacia del

    pensamiento estratgico en los discursos de la Realpolitik. Es este de-aqu-a-all, estefort/da del proceso simblico de la negociacin poltica lo que constituye una poltica de

    la apelacin. Su importancia va ms all de desmoronamiento del esencialismo ologocentrismo de una tradicin poltica recibida en nombre del libre juego abstracto delsignificante.

    Un discurso crtico no produce un objeto, u objetivo, o saber, poltico nuevo que seasimplemente el reflejo mimtico de un principio poltico a priori o compromiso terico.

    No podemos exigirle al discurso crtico una pura teleologa de anlisis por la cual elprincipio primero se vea simplemente aumentado, su racionalidad fcilmentedesarrollada, su identidad como socialista o materialista (por oposicin a la neo-imperialista o humanista) consistentemente confirmada en cada fase opositiva de la

    argumentacin. Tal kit identificador del idealismo poltico puede ser un gesto de granfervor individual, pero carece del sentido profundo, aunque peligroso, de lo que estimplicado en el passage de la historia por el discurso terico. El lenguaje de la crtica esefectivo no porque mantenga siempre separados los trminos del amo y el esclavo, elmercantilista y el marxista, sino en la medida que supera las bases ya dadas de laoposicin y abre un espacio de traduccin: un lugar de hibridismo, hablandofiguradamente, donde la construccin del objeto poltico que es nuevo, ni el uno ni elotro, aliena apropiadamente nuestras expectativas polticas, y cambia, como debe, lasformas mismas de nuestro reconocimiento del momento de lo poltico. El reto radica enconcebir el momento de la accin poltica y entender que abre un espacio que puede

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    aceptar y regular la estructura diferencial del momento de intervencin sin apresurarse aproducir una unidad del antagonismo o la contradiccin social. Esto es seal de que lahistoria est ocurriendo en las pginas de la teora, o en los sistemas y estructuras que

    construimos para figurar el paso de lo histrico.

    Cuando hablo de negociacin en lugar de negacin es para convocar una temporalidadque hace posible concebir la articulacin de los elementos antagnicos o contradictorios:una dialctica sin la emergencia de una Historia teleolgica o trascendente y ms all dela forma prescriptiva de la lectura sintomtica, donde los tics nerviosos sobre la superficiede la ideologa revelan la real contradiccin materialista que la Historia representa. Ental temporalidad discursiva, el acto terico se convierte en lanegociacin de instanciascontradictorias y antagnicas que abren espacios hbridos y objetivos para la lucha,destruyendo aquellas polaridades negativas entre el saber y sus objetos, entre la teora y la

    razn prctico-poltica . Si he argumentado en contra de una divisin primordial yprevisionaria de la derecha o la izquierda, lo progresista y lo reaccionario, ha sido slopara destacar la diffrance absolutamente histrica y discursiva entre ambos extremos. Noquisiera que mi nocin de la negociacin fuera confundida con algn sentido sindicalistadel reformismo, porque ese no es el nivel poltico que estamos tratando de explorar. Conel trmino negociacin intento llamar la atencin sobre la estructura de iteracin queinforma los movimientos polticos que intentan articular los elementos antagnicos yoposicionales sin la racionalidad redentiva de la sublimacin o la trascendencia8.

    La temporalidad de la negociacin o traduccin, tal y como la he esbozado, tiene dosventajas principales. En primer lugar, admite la conectividad histrica entre el sujeto y elobjeto de la crtica de manera que no pueda existir una oposicin simplista, esencialistaentre una cognicin errnea y la verdad revolucionaria. La lectura progresista vienedeterminada de forma crucial por la situacin agonista o de enfrentamiento; es efectiva

    porque utiliza la sucia mscara subversiva del camuflaje y no se presenta como un merongel vengador hablando la verdad de una historicidad radical y pura oposicionalidad. Siuno es consciente de esta emergencia (y no origen) heterognea de la crtica radical,entonces y este sera mi segundo argumento la funcin de la teora dentro del proceso

    poltico tendra un doble filo. Nos hace conscientes de que nuestros referentes y

    prioridades polticas el pueblo, la comunidad, la lucha de clase, el anti-racismo, ladiferencia de gneros, la afirmacin de una tercera perspectiva, de una perspectiva negra,o de una anti-imperialista no estn ah en un sentido primordial, naturalista. Tampocoreflejan un objeto poltico unitario u homogneo. Slo toman sentido en la medida en quevienen a ser construidos por los discursos del feminismo, o del marxismo, o del ThirdCinema o de cualquier otra cosa, cuyos objetos de prioridad clase o sexualidad o lanueva etnicidad estn siempre en tensin histrica y filosfica, en referencia cruzadacon otros objetivos.

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    mujeres mineras implicadas en la huelga fueron aplaudidas por el heroico papel de apoyoque jugaron, por su aguante e iniciativa. Pero el impulso revolucionario pareca tambinque perteneca con toda seguridad al macho de clase trabajadora. Entonces, para

    conmemorar el primer aniversario de la huelga, Beatrix Campbell, en el Guardian,entrevist a un grupo de mujeres que haba participado en la huelga. Estaba claro que suexperiencia del enfrentamiento histrico, su comprensin de la eleccin histrica que seestaba tomando, era increblemente diferente y ms compleja. Sus testimonios no estarancontenidos de forma simple o nica entre las prioridades de la poltica de clase o en lashistorias de la lucha industrial. Muchas de las mujeres empezaron a cuestionar su papeldentro de la familia y la comunidad las dos instituciones centrales que articulaban lossignificados y la moral de la tradicin de las clases trabajadoras alrededor de la cual se

    planteaba la batalla ideolgica. Algunas de ellas amenazaban los smbolos y autoridadesde la cultura que deendan con su lucha. Otras dieron al traste con los hogares que habanluchado por defender. Para la mayora de ellas no haba vuelta atrs, no haba manera devolver a los viejos buenos tiempos. Sera simplista sugerir que este considerablecambio social era un desprendimiento tangencial de la lucha de clase o que se trataba deun repudio de la poltica de clase desde una perspectiva socialista-feminista. No hay unasimple verdad poltica o social a aprender, porque no hay una representacin unitaria de laagencia poltica, ni una jerarqua fija de los valores y efectos polticos.

    Mi ilustracin trata de exponer la importancia del momento hbrido del cambio poltico.Aqu el valor transformacional del cambio radica en la rearticulacin, o traduccin, de

    elementos que no son ni lo Uno (una clase trabajadora unitaria) ni lo Otro (la poltica delgnero) sino algo ms, que contesta los trminos y territorios de ambos. Hay unanegociacin entre el gnero y la clase, donde cada formacin encuentra los mrgenesdesplazados, diferenciados de representacin de su grupo y los lugares enunciativos enque los lmites y limitaciones del poder se encuentran en una relacin agonista. Cuando sesugiere que el Partido Laborista britnico debiera aspirar a producir una alianza entre lasfuerzas progresistas que estn ampliamente dispersas y distribuidas entre todo unconjunto de fuerzas de clase, cultura u ocupacin sin ningn sentido unificador de clasede por s el tipo de hibridismo que he intentado identificar se reconoce como unanecesidad histrica. Necesitamos una articulacin un poco menos pietista del principio

    poltico (alrededor de la clase y la nacin); precisamos algo ms que un principio denegociacin poltica.

    Esta parece ser la cuestin terica crucial en los argumentos de Stuart Hall a favor de laconstruccin de un bloque de poder contra-hegemnico mediante el cual el partidosocialista pudiera construir su mayora, su demarcacin electoral; y con el que el PartidoLaborista pudiera (in)concebiblemente mejorar su imagen. Los trabajadores a tiempo

    parcial en paro, cualificados y semi-cualificados, hombres y mujeres, las clasesmarginales de gente de color con bajos salarios: estos signos de la fragmentacin delconsenso de clase y cultural representan tanto la experiencia histrica de las divisiones

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    sociales contemporneas, como una estructura de heterogeneidad sobre la que construiruna alternativa terica y poltica. Para Hall, el imperativo es construir un nuevo bloquesocial de diferentes demarcaciones electorales, a travs de la produccin de una forma de

    identificacin simblica que resultase en una voluntad colectiva. El Partido Laborista, consu deseo de reinstaurar su imagen tradicionalista basada en la clase trabajadora, sindical,

    blanca, masculina no es suficientemente hegemnico, escribe Hall. Tiene razn; lo quequeda por responder es si el racionalismo y la intencionalidad que propelen la voluntadcolectiva son compatibles con el lenguaje de la imagen simblica y la identificacinfragmentaria que representan, para Hall y para la hegemona/contra-hegemona, lacuestin poltica fundamental. Puede haber entonces, alguna vez, hegemona suficiente,excepto en el sentido que dos tercios de la mayora nos elegirn como gobierno socialista?

    Es al intervenir en el argumento de Hall que se revelan las necesidades de negociacin. El

    inters de la posicin de Hall radica en su reconocimiento, destacable para la izquierdabritnica, de que, aunque influyentes, los intereses materiales por s mismos no tienennecesariamente una pertenencia de clase9. Esto tiene dos efectos significativos. Le

    permite a Hall ver a los agentes del cambio poltico como sujetos discontinuos, divididos,atrapados entre identidades e intereses en conflicto. Igualmente, en el nivel histrico deuna poblacin thatcherista, Hall constata que son norma las formas de identificacindivisoria ms que las solidarias, lo cual reslta en la apora e indecidibilidad del juicio

    poltico. Qu es lo que pone por delante una mujer trabajadora? Cul de sus identidadeses la que determina sus opciones polticas? La respuesta a estas preguntas viene definida,

    segn Hall, por la definicin ideolgica de los intereses materialistas; un proceso deidentificacin simblica alcanzado mediante una tecnologa poltica de la imaginacinque hegemnicamente produce un bloque social de derecha o de izquierda. No slo esheterogneo el bloque social, sino que, tal como lo veo, el trabajo de la hegemona es ens mismo un proceso de iteracin y diferenciacin. Depende de la produccin de imgenesalternativas o antagonistas que son siempre producidas una junto a otra y una encompeticin con la otra. Son esta naturaleza de lo-uno-junto-a-lo-otro, esta presencia

    parcial, o metonmica del antagonismo, y sus significaciones efectivas las que dansignificado (en un sentido bastante literal) a la poltica de la lucha como una lucha deidentificaciones y a la guerra de posiciones. Por tanto es problemtico pensar en ello

    como subsumido en una imagen de la voluntad colectiva.

    La hegemona requiere iteracin y alteridad para ser efectiva, para ser productiva depueblos humanos politizados: el bloque socio-simblico (no-homogneo) necesita de srepresentarse en una voluntad colectiva solidaria una imagen moderna del futuro si talescolectivos han de producir un gobierno progresista. Ambas cosas pueden ser necesarias

    pero no necesariamente se derivan una de otra, puesto que en cada caso el modo derepresentacin y su temporalidad son diferentes. La contribucin de la negociacinconsiste en exponer el entremedio [in-between] de este argumento crucial; no se

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    autocontradice, sino que realiza de forma significativa, en el proceso de su discusin, losproblemas de juicio e identificacin que informan el espacio poltico de su enunciacin.

    Por el momento, el acto de negociacin no slo ser interrogativo. Pueden esos sujetosdivididos y movimientos sociales diferenciados, que despliegan formas de identificacinambivalentes y divididas, ser representados en una voluntad colectiva que se hace eco deforma distintiva de la herencia ilustrada de Gramsci y su racionalismo 10? Cmo debeacomodarse el lenguaje de la voluntad a las vicisitudes de su representacin, de suconstruccin mediante una mayora simblica donde los desposedos se identifican a smismos desde la posicin de los que tienen? Cmo construir una poltica basada en undesplazamiento tal del afecto o la elaboracin estratgica (Foucault), donde el

    posicionamiento poltico se basa ambivalentemente en una representacin de las fantasaspolticas que requieren repetidos recorridos a travs de las fronteras diferenciales entre un

    bloque simblico y el otro, as como a travs de las posiciones al alcance de cada uno? Sital es el caso, entonces cmo fijaremos la contra-imagen de hegemona socialista paraque refleje la voluntad dividida, al pueblo fragmentado? Si la poltica de la hegemona es,de manera bastante literal, insignificable sin la representacin metonmica de su estructurade articulacin agonista y ambivalente, entonces cmo estabiliza y unifica su apelacinla voluntad colectiva como una agencia de representacin, en tanto que representante deun pueblo? Como evitar la confusin o superposicin de imgenes, la pantalla dividida,la imposibilidad de sintonizar imagen y sonido? Quizs necesitemos cambiar el lenguajeocular de la imagen para poder hablar de las identificaciones o representaciones sociales y

    polticas de un pueblo. Cabe destacar que Laclau y Mouffe se han acercado al lenguaje dela textualidad y el discurso, a la diffrance y a las modalidades enunciativas, al intentarentender la estructura de la hegemona11. Paul Gilroy se refiere tambin a la teora de lanovela en Bajtn cuando describe el papel de la performance en las culturas negasexpresivas como un intento de transformar la relacin entre el performer y lamuchedumbre en rituales dialgicos para que los espectadores adopten un papelactivo en los procesos colectivos que a veces son catartcos y que pueden

    12simbolizar o incluso llegar a crear una comunidad [la cursiva es ma].

    Estas negociaciones entre la poltica y la teora hacen imposible pensar el lugar de lo

    terico como una meta-narrativa que aspire a una forma ms total de generalidad.Tampoco se puede proclamar una cierta distancia epistemolgica, ms o menos familiar,entre el tiempo y el lugar del intelectual y el activista, como sugiere Fanon cuandoobserva que mientras que los polticos inscriben su accin en la realidad cotidiana, loshombres de cultura se sitan en el marco de la

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    historia . Es precisamente ese binarismo popular entre la teora y la poltica, cuya basefundacional es una visin del conocimiento como generalidad totalizadora y de la vidacotidiana como experiencia, subjetividad o falsa consciencia, lo que he tratado de

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    eliminar. Se trata de una distincin incluso suscrita por Sartre cuando describe alintelectual comprometido como un terico del conocimiento prctico cuyo criterio dedefinicin es la racionalidad y cuyo primer proyecto es combatir la irracionalidad de la

    ideologa12. Desde el punto de vista de la negociacin y la traduccin, contra Fanon ySartre, no puede haber una clausura discursiva final de la teora. La teora no se extingueen lo poltico, incluso si las batallas por el poder-saber puedan estar ganadas o perdidascon grandes consecuencias. El corolario es que no hay ningn acto inicial ni final detransformacin social (o socialista) revolucionaria.

    Espero que est claro que borrar el lmite tradicional entre teora/poltica, y mi resistenciaal en-cierro de lo terico, bien sea leda negativamente como elitismo o positivamentecomo supraracionalidad radical, no afectan la buena o mala fe del agente activista o delintelectual agent provocateur. Me interesa esencialmente la estructuracin conceptual de

    los trminos lo terico/lo poltico que informan una serie de debates relacionados con eltiempo y el lugar del intelectual comprometido. Por tanto, he defendido una ciertarelacin para con el saber que creo es crucial para la estructuracin de nuestro sentido delo que puede ser el objeto de la teora en el acto de determinar nuestros objetivos polticosespecficos.otredad que contenga los efectos de la diferencia. Para ser institucionalmente efectivocomo disciplina, hay que hacer que el saber sobre la diferencia cultural se extinga en elOtro; la diferencia y la otredad se convierten as en la fantasa de un cierto espaciocultural o, efectivamente, se convierten en la certeza de una forma de conocimiento

    terico que deconstruye el margen epistemolgico de Occidente.Ms importante todava, el lugar de la diferencia cultural puede convertirse en el merofantasma de una lucha disciplinar despiadada donde no tenga espacio ni poder. El dspotaturco de Montesquieu, el Japn de Barthes, la China de Kristeva, los indios nambikwarade Derrida, los paganos cashinahua de Lyotard son parte de esta estrategia de contencin

    por la cual el Otro texto es para siempre el horizonte exegtico de la diferencia, nunca elagente activo de la articulacin. El Otro es citado, reseado, enmarcado, iluminado,encajado en el positivo/negativo de una estrategia de ilustracin en serie. Las narracionesy la polticacultural de la diferencia se convierten en el crculo cerrado de la

    interpretacin. El Otro pierde su poder de significar, negar, iniciar su propio deseohistrico, de establecer su propio discurso institucional y oposicional. Por muyimpecablemente que se conozca el contenido de cualquier cultura otra, por muy anti-etnocntricamente que se la represente, es su localizacin como clausura de las grandesteoras, la exigencia de que, en trminos analticos, sea siempre el buen objeto deconocimiento, el cuerpo dcil de la diferencia, lo que reproduce una relacin dedominacin y es la acusacin ms seria que se le puede hacer a los poderes institucionalesde la teora crtica.

    12diferencia cultural, se hace preciso encontrar un mediador o metfora de la

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    Sin embargo, hay que hacer una distincin entre la historia institucional de la teora crticay su potencial conceptual para el cambio y la innovacin. La crtica de Althusser a laestructura temporal de la totalidad expresiva marxista- hegeliana, a pesar de sus

    limitaciones funcionalistas, se abre a las posibilidades de pensar las relaciones deproduccin en un tiempo de historias diferenciales. La ubicacin por Lacan delsignificante del deseo en la cima del lenguaje y de la ley permite la elaboracin de unaforma de representacin social que est viva en la ambivalente estructura de subjetividady socialidad. La arqueologa foucaultiana de la emergencia del hombre moderno yoccidental como un problema de finitud, inextricable de sus propios albores, su Otro,

    permite que los objetivos lineales, progresistas de las ciencias sociales principal discursoimperialista se vean confrontados por sus propias limitaciones historicistas. Estosargumentos y modos de anlisis pueden ser descartados como escaramuzas internasacerca de la causalidad hegeliana, la representacin psquica o la teora sociolgica.Alternativamente, pueden estar sujetos a una traduccin, a una transformacin de valorcomo parte del cuestionamiento del proyecto de la modernidad en la gran tradicinrevolucionaria de C.L.R. James contra Trosky o Fanon, contra la fenomenologa y el

    psicoanlisis existencialista. En 1952, era Fanon quien sugiri que una lecturaoposicional, diferencial del Otro de Lacan poda ser ms relevante para la condicincolonial que una lectura marxistizante de la dialctica del amo el esclavo.

    Podra ser posible producir esa traduccin o transformacin si entendemos la tensin quese produce en el seno de la teora crtica entre su contencin institucional y su fuerza

    revolucionaria. La continua referencia al horizonte de culturas otras que he mencionadoms arriba es ambivalente. Es un lugar de citacin, pero tambin es el signo de que talteora crtica no puede para siempre sostener su posicin en la academia como el filoadversarista del idealismo occidental. Lo que es preciso es demostrar otro territorio detraduccin, otro testimonio del argumento analtico, una implicacin distinta en la polticade y sobre la dominacin cultural. Lo que este otro lugar de la teora podra ser resultarms claro si vemos primero que muchas ideas postestructuralistas se oponen por smismas al humanismo y la esttica ilustrados. Constituyen nada menos que unadeconstruccin del momento de lo moderno, de sus valores legales, de sus gustosliterarios, de sus imperativos categricos polticos y filosficos. En segundo lugar, y lo

    que es ms importante, debemos rehistorizar el momento de la emergencia del signo, ola cuestin del sujeto, o la construccin discursiva de la realidad social, por nombrartan slo unos pocos temas populares de la teora contempornea. Esto slo puede ocurrirsi reubicamos los requisitos referenciales e institucionales de tal trabajo terico en elcampo de la diferencia cultural y no en el de la diversidad cultural.

    Este tipo de reorientacin puede encontrarse en los textos histricos del momento colonialde finales del dieciocho y principios del diecinueve. Porque a la vez que emerga lacuestin de la diferencia cultural en el texto colonial, los discursos de la urbanidadestaban definiendo el momento dplice de emergencia de la modernidad occidental. Por

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    eso la genealoga poltica y terica de la modernidad no radica tan slo en los orgenes dela idea de la urbanidad, sino en esta historia del momento colonial. Se puede encontrar enla resistencia de los pueblos colonizados en nombre de la Palabra de Dios y del Hombre,

    la Cristiandad y la lengua inglesa. Las transmutaciones y traducciones de las tradicionesindgenas en su oposicin a la autoridad colonial demuestran cmo el deseo delsignificante, la indeterminacin de la intertextualidad, pueden estar profundamenteimplicados en la lucha postcolonial contra las relaciones dominantes de poder y saber. Enlas siguientes palabras del amo misionero podemos escuchar, con bastante claridad, lasvoces oposicionales de una cultura de resistencia; pero tambin omos el proceso inciertoy amenazador de la transformacin cultural. Cito del influyente libro India and India

    Missions (1839) de A. Duff:Venid a una doctrina que creis que es peculiar de la Revelacin; decidle a la gente quedeben ser regenerados o que deben volver a nacer, o si no nunca podrn ver a Dios.Antes de que os deis cuenta, se marcharan diciendo Oh, no hay nada nuevo, ni extraoen esto; nuestros shastras nos dicen lo mismo; sabemos y creemos que debemos volver anacer; es nuestro destino que sea as. Pero qu es lo que entienden por esa expresin?Lo que entienden es que deben volver a nacer una y otra vez, en formas distintas, deacuerdo con su propio sistema de transmigracin o nacimientos reiterados. Para evitar laapariencia de aprobar una doctrina tan absurda y perniciosa, cambiis vuestro lenguaje yles decs que debe haber un segundo nacimiento que deben nacer dos veces. Entonces loque pasa es que sta, y otras terminologas similares, estn ocupadas ya. Los hijos deBrahman tienen que llevar a cabo varios ritos purificadores y de iniciacin antes de

    alcanzar la brahmanidad total. El ltimo de estos rios es la investidura con la cuerdasagrada; seguida de la comunicacin del Gayatri, el verso ms sagrado de los Vedas. Esteceremonial constituye religiosa y metafricamente, su segundo nacimiento; de ahentonces que en adelante su denominacin distintiva y peculiar sea la de los nacidos dosveces, u hombres regenerados. De ah que vuestro lenguaje mejorado pueda solamenteconvocar la impresin de que todos deben convertirse en perfectos brahmanes, antes de

    poder ver a Dios.15 [La cursiva es ma].

    Los argumentos para la certeza evanglica se ven confrontados no slo por la simpleasercin de una tradicin cultural antagnica. El proceso de traduccin supone la apertura

    de un lugar otro de confrontacin poltica y cultural en el seno de la representacincolonial. Aqu la palabra de la autoridad divina se ve profundamente socavada por laconstatacin del signo indgena; y en la prctica misma de dominacin el lenguaje delamo se vuelve hbrido ni lo uno ni lo otro. El incalculable sujeto colonizado medioaquiescente, medio oposicional, siempre poco de fiar produce un problema irresoluble dediferencia cultural para el propio mensaje de la autoridad cultural colonial. El sutilsistema del hinduismo, como lo llamaban los misioneros a principios del diecinueve,gener tremendas implicaciones de poltica para las instituciones de conversin cristiana.La autoridad escrita de la Biblia se vio amenazada y con ella una nocin post- ilustrada dela evidencia de la Cristiandad y su prioridad histrica, que era central para el

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    colonialismo evanglico. Ya no se poda confiar en que la Palabra llevase la verdad al serescrita o hablada por el misionero europeo en el mundo colonial. Por tanto haba queencontrar catequistas nativos, que llevaran consigo sus propias ambivalencias y

    contradicciones polticas y culturales, a menudo bajo una enorme presin por parte de susfamilias y comunidades.

    Esta revisin de la historia de la teora crtica se sustenta, he dicho, en la nocin dediferencia cultural, no en la diversidad cultural. La diversidad cultural es un objetoepistemolgico la cultura como objeto del saber/conocimiento emprico mientras que ladiferencia cultural es el proceso de enunciacin de la cultura como portadora deconocimiento, autoritativa, adecuada para la construccin de sistemas de identificacincultural. Si la diversidad cultural es una categora de tica, esttica o etnologacomparativa, la diferencia cultural es un proceso de significacin por el que los

    enunciados de cultura o sobre una cultura diferencian, discriminan o autorizan laproduccin de campos de fuerza, referencia, aplicabilidad y capacidad. La diversidadcultural es el reconocimiento de contenidos y costumbres culturales ya dados; suspendidaen el marco temporal del relativismo da lugar a las nociones liberales delmulticulturalismo, el intercambio cultural o la cultura de la humanidad. La diversidadcultural es tambin la representacin de una retrica radical de separacin de las culturastotalizadas que viven incorruptas por la intertextualidad de su localizacin histrica, asalvo en la Utopa de una memoria mtica de una identidad colectiva nica. La diversidadcultural puede incluso emerger como un sistema de articulacin e intercambio de signos

    culturales en ciertas versiones tempranas de la antropologa estructuralista.Mediante el concepto de diferencia cultural quiero llamar la atencin sobre la base comny el territorio perdido de los debates crticos contemporneos. Porque todos ellosreconocen que el problema de la interaccin cultural slo emerge en los lmitessignificatorios de las culturas, donde los significados y valores son (mal) ledos y lossinos incorrectamente apropiados. La cultura emerge slo como un problema, o como una

    problemtica, en el punto en que hay una prdida de significado en la contestacin oarticulacin de la vida cotidiana, entre clases, gneros, razas, naciones. Y an as, larealidad del lmite o del texto-lmite de la cultura raramente es teorizada fuera de las

    polmicas moralistas bienintencionadas contra el prejuicio y el estereotipo, o en laafirmacin global de un racismo individual o institucional que describe ms el efecto quela estructura del problema. La necesidad de pensar el lmite de una cultura como un

    problema de enunciacin de la diferencia cultural queda desautorizada.

    El concepto de diferencia cultural ilumina el problema de la ambivalencia de la autoridadcultural: el intento de dominar en nombrede una supremaca cultural que es en s misma

    producida tan slo en el momento de diferenciacin. Y es la autoridad misma de lacultura como un saber de verdad referencial lo que est en juego en el momento y elconcepto de enunciacin. El proceso enunciativo introduce una escisin en el presente

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    performativo de la identificacin cultural; una escisin entre la tradicional demandaculturalista de un modelo, tradicin, comunidad o sistema estable de referencias, y lanecesaria negacin de la certeza en la articulacin de nuevas exigencias, significados,

    estrategias en el presente poltico como prctica de dominacin, o de resistencia. La luchaa menudo se plantea entre el tiempo y la narracin mticos o teleolgicamentehistoricistas del tradicionalismo de derecha o izquierda y el tiempo cambiante,estratgicamente desplazado de articulacin de una poltica histrica de la negociacin taly como sugera ms arriba. El tiempo de la liberacin es, como evoca Fanon con fuerza,un tiempo de incerteza cultural y, lo que es crucial, de indecidibilidad significatoria yrepresentacional.

    Pero [los intelectuales nativos] olvidan que las formas de pensamiento, la alimentacin,las tcnicas modernas de informacin, de lenguaje y de vestido han reorganizado

    dialcticamente el cerebro del pueblo y que las constantes (del arte nacional) que fueronlas alambradas durante el periodo colonial estn sufriendo mutaciones terriblementeradicales... [Debemos unirnos] al pueblo en ese movimiento oscilante que acaba deesbozary a partir del cual ... todo va a ser impugnado. A ese sitio de oculto desequilibrio,donde se encuentra el pueblo, es adonde debemos dirigirnos.16 [Las cursivas son mas].

    La enunciacin de la diferencia cultural problematiza la divisin binaria entre pasado ypresente, tradicin y modernidad, a nivel de la representacin cultural y su apelacinautoritativa. Es el problema de cmo, en el presente significativo, algo llega a serrepetido, reubicado y traducido en nombre de la tradicin, en la guisa de una pretericinque no es necesariamente un signo fiel de la memoria histrica, sino una estrategia pararepresentar la autoridad en trminos de un artificio de lo acaico. Esa iteracin nieganuestro sentido de los orgenes de la lucha. Socava nuestro sentido de los efectoshomogeneizantes de los smbolos e iconos culturales, en la medida que cuestiona nuestrosentido de la autoridad de la sntesis cultural en general.

    Esto exige que repensemos nuestra perspectiva sobre la identidad de la cultura. Aqu elpasaje de Fanon -algo reinterpretado puede ser de ayuda. Qu es lo que implica suyuxtaposicin de los principios nacionales constantes con una visin de la cultura-como-lucha-poltica, tan hermosa y enigmticamente descrita como la zona de ocultainestabilidad donde el pueblo habita? Estas ideas no solamente ayudan a explicar lanaturaleza de la lucha colonial; tambin sugieren una crtica posible de los valores

    positivos, estticos y polticos, que adscribimos a la unidad o totalidad de las culturas,especialmente a aquellas que han conocido largas y tirnicas historias de dominacin eincomprensin. Las culturas no son nunca unitarias en s mismas, ni tampocosimplemente dualistas en la relacin de Uno a Otro. Esto no es as a causa de ningnnostrum humanista por el cual ms all de las culturas individuales pertenezcamos todos ala cultura humana de la humanidad; ni se debe tampoco a ningn relativismo tico que

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    sugiera que, en nuestra capacidad cultural de hablar y juzgar a los otros, necesariamentenos pongamos en su posicin, un tipo de relativismo de la distancia del que

    17

    Bernard Williams ha escrito en extensin .La razn por la que un texto cultural o sistema de significado no puede ser suficiente paras mismo es que el acto de enunciacin cultural el lugar de la enunciacin est atravesado

    por la diffrance de la escritura. Esto tiene menos que ver con lo que los antroplogospodran describir como actitudes diversas hacia los sistemas simblicos en diferentesculturas, que con la estructura de representacin simblica en s misma no con elcontenido del smbolo y su funcin social, sino con la estructura de la simbolizacin. Esesta diferencia en el proceso del lenguaje la que es crucial para la produccin designificado y asegura, a la vez, que el significado no sea simplemente mimtico y

    transparente.La diferencia lingstica que informa cualquier enunciacin cultural se dramatiza en laexplicacin semitica comn de la disyuncin entre el sujeto del enunciado y el sujeto dela enunciacin, que no est representado en el enunciado pero que significa elreconocimiento de su subyacencia y apelacin discursivas, su posicionalidad cultural, sureferencia a un tiempo presente en un espacio especfico. El pacto de interpretacin no esnunca un simple acto de comunicacin entre el Yo y el Tu designados por el enunciado.La produccin de significado requiere que estos dos lugares sean movilizados en eltrnsito a travs de un Tercer Espacio, que representa tanto las condiciones generales de

    lenguaje como la implicacin especfica de la frase en una estrategia performativa einstitucional de la cual no puede en s misma ser consciente. Lo que introduce estarelacin inconsciente es una ambivalencia en el acto de interpretacin. Al yo pronominalde la proposicin no se le puede pedir que se dirija en sus propias palabras al sujeto de laenunciacin, porque ste no es personable, sino que se mantiene en una relacin espacialcon el esquema y las estrategias del discurso. Se puede decir que el significado de la frasees, de una forma bastante literal, ni lo uno ni lo otro. Esta ambivalencia toma importanciacuando nos damos cuenta de que no hay manera de que el contenido de la proposicinrevele la estructura de su posicionalidad; no hay manera de que el contexto pueda sermimticamente sustrado del contenido.

    Para el anlisis cultural, la implicacin de esta escisin enunciativa que quisiera destacares especialmente su dimensin temporal. La escisin del sujeto de la enunciacin destruyela lgica de la sincronicidad y la evolucin que traicionalmente autorizan al sujeto desaber cultural. En la problemtica materialista e idealista a menudo se da por supuesto queel valor de la cultura como objeto de estudio, y el valor de cualquier actividad analticaque se considere cultural, radican en la capacidad de producir una unidad dereferenciascruzadas generalizable, que signifique una progresin o evolucin de las ideas- en-el-tiempo, as como una auto-reflexin crtica sobre sus premisas o determinantes. No serarelevante desarrollar este argumento en detalle si no fuera para demostrar -con el libro de

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    Marshal Sahlins Culture and Practical Reason la validez de mi caracterizacin general dela expectativa occidental de la cultura como una prctica disciplinar de escritura. Cito aSahlins en el punto en que intenta definir la diferencia de la cultura burguesa occidental:

    Tenemos menos que ver con la dominacin funcional que con la estructural con diferentesestructuras de integracin simblica. Y a esta enorme diferencia de intencin lecorresponden diferencias en la realizacin simblica: entre un cdigo abierto, enexpansin, til por la continua permutacin de los acontecimientos que l mismo harepresentado, y otro aparentemente estticoque no parece conocer los acontecimientos,sino slo sus propias preconcepciones. De ah la burda distincin entre sociedades fras ytemperamentales, desarrollo ysubdesarrollo, sociedades con o sin historia y lo mismo entre sociedades amplias

    18

    o estrechas, expansivas o endogmicas, colonizadoras y colonizadas. [Las cursivas sonmas].

    La intervencin del Tercer Espacio de enunciacin, que convierte la estructura designificado y referencia en un proceso ambivalente, destruye su espejo de representacinen que el conocimiento es, por regla general, revelado como un cdigo integrado, abierto,en expansin. Tal intervencin amenaza ms que adeca nuestro sentido de la identidadhistrica de la cultura como una fuerza unificante, homogeneizadora, autentificada por elPasado original y viva todava en la tradicin nacional del Pueblo. En otras palabras, latemporalidad disruptiva de la enunciacin desplaza la narracin de la nacin occidental

    descrita de forma tan preceptiva por Benedict Anderson como algo escrito en un tiempohomogneo y seriado19.

    Es solamente cuando entendemos que todos los enunciados y sistemas culturales seconstruyen en este espacio contradictorio y ambivalente de enunciacin, que empezamosa entender por qu las aspiraciones jerrquicas a la originalidad o pureza inherentes delas culturas son inalcanzables, incluso antes de que recurramos a instancias histricasempricas que demuestren su hibridismo. La visin de Fanon del cambio revolucionario,

    poltico y cultural, como movimiento fluctuante de oculta inestabilidad no podra serarticulada como prctica cultural sin un reconocimiento de este espacio indeterminado

    del(los) sujeto(s) de enunciacin. Es ese Tercer Espacio, aunque irrepresentable en smismo, lo que constituye las condiciones discursivas de enunciacin que aseguran que elsignificado y los smbolos de cultura no tengan una unidad o fijacin primordiales; lo queasegura que incluso los mismos signos puedan ser apropiados, traducidos, rehistorizadosy ledos de forma nueva.

    La conmovedora metfora de Fanon reinterpretada para una teora de la cultura nospermite ver no solamente la necesidad de la teora, sino tambi)n las restrictivas nocionesde la identidad cultural con que cargan nuestras visiones del cambio poltico. Para Fanon,el pueblo liberador que iniciar la inestabilidad productiva del cambio cultural

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    revolucionario es en s mismo portador de una identidad hbrida. Estn atrapados en eltiempo discontinuo de la traduccin y la negociacin, en el sentido en que he intentadorefundir estas palabras. En el momento de la lucha liberadora, el pueblo argelino destruye

    las constancias y continuidades de la tradicin nacionalista que proporcion unasalvaguarda contra la imposicin cultural colonial. Ahora son libres de negociar y traducirsus identidades culturales en una temporalidad intertextual discontinua de la diferenciacultural. El intelectual nativo que identifica al pueblo con la verdadera cultura nacional sesentir decepcionado. El pueblo es en estos momentos el principio mismo dereorganizacin dialctica y construye su cultura a partir del texto nacional traducido aformas modernas y occidentales de tecnologa de la informacin, lenguaje, moda. Elcambiado lugar de enunciacin poltica e histrica transforma los significados de laherencia colonial en los signos liberatorios del pueblo libre del futuro.

    He estado enfatizando un cierto vaco o incgnita atendiendo a cada asimilacin decontrarios; he estado destacando esto con el objeto de exponer lo que me parece ser unafantstica congruencia mitolgica de elementos Y si en efecto hay que deducir algnsentido real del cambio material slo puede ocurrir con la aceptacin del vacoconcomitante y con la disposicin a descender a ese vaco donde, como si dijramos, uno

    puede empezar a entrar en conflicto con unespectro de invocacin cuya libertad de participar en una zona ajena y un pramo

    20se haya convertido en necesidad para la razn o salvacin propias.

    Esta mediacin protagonizada por el gran escritor guyans Wilson Harris sobre el vacode la incgnita en la textualidad de la historia colonial revela la dimensin histrica ycultural de ese Tercer Espacio de enunciaciones que he convertido en pre-condicin parala articulacin de la diferencia cultural. Harris considera que este espacio acompaa laasimilacin de contrarios y crea la oculta inestabilidad que presagia poderosos cambiosculturales. Es significativo que las capacidades productivas de este Tercer Espacio tenganuna procedencia colonial o postcolonial. Porque la disposicin a descender a ese espacioajeno donde les he conducido puede revelar que el reconocimiento terico del espacioescindido de la enunciacin posibilite la conceptualizacin de una cultura internacional,

    basada no en el exotismo del multiculturalismo o en la diversidadde culturas, sino en la

    inscripcin y articulacin del hibridismo de una cultura. A este fin deberamos recordarque es el inter el filo de la traduccin y la negociacin, el espacio de entremedio [in-between] el que carga con el peso del significado de la cultura. Hace posible queempecemos a concebir historias nacionales del pueblo que sean anti-nacionalistas. Yexplorando ese Tercer Espacio puede que eludamos la polticas de la polaridad yemerjamos como los otros de nosotros.

    [Traduccin: Ana Romero]

    Notas

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    Ttulo original: The commitment to theory, en The Location ofCulture (Londres: Routledge, 1994). Anteriormente publicado en Questions of

    Third Cinema, editado por J.Pines and P.Willemen (British Film Institute, 1989).1. Vase C. Taylor Eurocentrics vs new thought at Edinburgh, Framework, 34 (1987),

    para una ilustracin de este tipo de argumentaciones. Vase en particular la nota 1(p.148) para una exposicin de su uso del hurto (la distorsin juiciosa de las verdadesafricanas para encajar en los prejuicis occidentales).

    2. G.C. Spivak, In Other Worlds (Londres: Methuen, 1987), pp. 166-7.

    3. Vase T.H. Gabriel, Teaching Third World cinema and Julianne Burton, Thepolitics of aesthetic distance Sao Bernardo, ambos en Screen, vol. 24, no. 2 (Marzo-

    Abril 1983), y A. Rajadhyasksha, Neo-traditionalism: film as popular art inIndia,Framework, 32/33 (1986).

    4. S. Hall, Blue election, election blues, Marxism Today (Julio 1987), pp.30-5.

    5. M. Foucault, The Archaeology of Knowledge (Londres: Tavistock, 1972), pp. 102-5.

    6. J.S. Mill, On Liberty, en Utilitarism, Liberty, RepresentativeGovernment(Londres: Dent & Sons, 1972), pp. 93-4.

    7. Para una importante elaboracin de un argumento similar ver E. Laclau y C. Mouffe,Hegemony andSocialistStrategy(London: Verso, 1985), cap. 3.

    88. Para una fundamentacin filosfica de algunos de los conceptos que propongo, vaseR. Gasch, The Tain of theMirror(Cambridge, Mass.: Harcard University Press, 1986),especialmente el cap. 6:La Otredad de la heterologa incondicional no posee la pureza de principios. Por elcontrario, tiene que ver con la impureza irreductible de los principios, con ladiferencia que los divide en s mismos contra s mismos. Por esta razn es unaheterologa impura. Pero es tambin una heterologa impura porque el medio de la

    Otredad ni ms ni menos que la negatividad es tambin un medio mixto,precisamente porque lo negativo ya no lo domina.

    9. Hall, Blue election, p. 33.

    10. Le debo esta idea a Martin Thom.

    11. Laclau y Mouffe, Hegemony and Socialist Strategy, cap. 3. 12

    . Gilroy, There Aint No Black in the Union Jack (Londres: Hutchinson, 1987), p.214.

    13

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    . F. Fanon, The Wretched of the Earth (Harmondsworth: Penguin, 1967 [1961]), p.168.

    14. J.-P. Sartre, Politics andLiterature (Londres: Calder & Boyars, 1973 [1948]), pp.

    16-17.

    15. Rev. A. Duff, India and India Missions: Including Sketches of the Gigantic Systemof Hinduism etc. (Edimburgo: John Johnstone, 1839; Londres: John Hunter, 1839) p.560.

    16. Fanon, Wretched of the Earth, pp. 182-3.

    17

    . B. Williams, Ethics and the Limits of Philosophy (Londres: Fontana, 1985), cap.9.

    18

    . M. Sahlins, Culture andPracticalReason (Chicago: Chicago University Press, 1976),p. 211.

    19. B. Anderson, Imagined Communities (Londres: Verso, 1983), cap. 2.

    20

    . W. Harris, Tradition, the Writer and Society (Londres: New Beacon, 1973), pp. 60-3.Qu es lo que es en juego cuando se califica de occidental la teora crtica? Se trata,obviamente, de una designacin de poder institucional y eurocentricidad ideolgica. La

    teora crtica a menudo se ocupa de textos que estn dentro de lasfamiliares condiciones y tradiciones de la antropologa colonial, bien para universalizar susignificado con su propio discurso cultural y acadmico, o bien para agudizar su crticainterna al signo occidental logocntrico, al sujeto idealista o, en efecto, a las ilusiones yengaos de la sociedad civil. Esta es una maniobra familiar de saber terico, donde,habiendo abierto el cisma de la