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Bourgois Prefacios

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  • Prefacio a esta edicin

    Es un gran placer poder contar con una versin en espaol de Enbusca de respeto. Desafortunadamente, quince aos despus de la publicacinde este libro sobre la venta de crack en el barrio puertorriqueo de NuevaYork, el tema se halla ms vigente que nunca en Amrica Latina. Crack, pie-dra, roca, patraseado, basuco, paco:* cualquiera sea el nombre que sele d en un lenguaje coloquial particular, el compuesto de cocana en suforma fumable contina arrasando la vida de los sectores ms vulnerables a lolargo del continente americano y, en menor escala, en la Pennsula Ibrica. Elcrack representa demasiado dinero y ofrece un rapto exttico demasiado po-tente e inmediato como para que su efecto claudique en el futuro cercano, so-bre todo en la era actual, cuando una proporcin cada vez mayor de la pobla-cin latinoamericana se encuentra excluida de la economa legal.

    La tragedia ms apremiante para Amrica Latina es consecuencia de la grandemanda de crack en los Estados Unidos, as como la poltica de toleranciacero de la llamada guerra contra las drogas del gobierno estadounidense,que induce un aumento artificial en el precio de las drogas, incrementa losmrgenes de utilidad del narcotrfico y catapulta los niveles de violencia querodean el negocio. Las polticas de mano dura han generado las condicionesptimas para que el crack deje sus huellas en los rincones ms alejados del con-tinente, a medida que inaugura nuevos mercados de manera casi accidental

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    nocen los nios de dos aos de edad. Seduca el corazn de todos, hasta delms matn. No me cabe ninguna duda de que Nano me ayud a reconocermuchas de las virtudes de la vida en El Barrio. El brillo en sus ojos contina sir-vindome de gua doce aos ms tarde mientras ingresa a la adolescencialleno de energa, afecto y empata hacia quienes lo rodean.

    Mis padres tambin me apoyaron durante la investigacin y redaccin del li-bro. El hecho de que mi madre haya transgredido el apartheid yendo todos losdas de la semana, durante la ltima dcada, al sur del Bronx, donde trabajaen programas de alfabetizacin, ha tenido un impacto muy profundo en mi es-cala de valores. Por su parte, mi padre me brind la experiencia de crecer enun hogar bicultural neoyorquino. Sus continuas y apasionadas crticas tpica-mente francesas de la cultura estadounidense, al igual que su rechazo de losabusos racistas y la desigualdad socioeconmica en Nueva York, fueron antdo-tos eficaces contra el bombardeo ideolgico alienante al que fuimos sometidosquienes nos criamos en los Estados Unidos durante la Guerra Fra. El hechode que el gobierno Vichy lo deportara a Auschwitz en 1943 (donde efectu elService de Travail Obligatoire) y que lograra escapar del campo de concen-tracin en 1944 (despus de participar en una clula antinazi) quiz me hayatransmitido la determinacin de documentar el racismo institucional que metoca vivir, especialmente en mi ciudad de origen. Quiz tambin haya sido mipadre quien me ayud a reconocer las vicisitudes de la adiccin cuando meconfes, mientras compartamos un cigarrillo en mi adolescencia: En loscampos de concentracin, yo era uno de los tontos que intercambiaban panpor tabaco. Su humilde sentido de indignacin ante el recuerdo de la indife-rencia o las burlas de sus compaeros a pocos metros de las cmaras de gas deAuschwitz, al advertir el olor de la quema de carne humana, me anim a escri-bir este libro sobre la violencia cotidiana del apartheid estadounidense en laspostrimeras del siglo XX.

    Universidad de Pensilvania, FiladelfiaFebrero de 2010

    * Cabe hacer algunas aclaraciones terminolgicas bsicas, pues si bien todasestas sustancias son similares en cuanto a sus efectos psicotrpicos, poseencaractersticas diferentes en funcin del proceso de preparacin. El crack esla cocana en polvo convertida una vez ms en su forma bsica: disuelta enagua junto con bicarbonato de sodio, la cocana se convierte en una pequeapiedra que se puede fumar. En virtud de este proceso, que devuelve lacocana a su forma bsica, los colombianos llaman al crack patraseado(cocana vuelta para atrs). En cambio, el paco (en Argentina) y el basuco(en Colombia) son compuestos de cocana que an conservan algunos de losproductos utilizados para convertir la hoja de coca en polvo: son unasustancia bsica que se puede fumar y provoca efectos psicotrpicos.

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    entre los peones del narcotrfico y las comunidades que atraviesa, ya sean cen-tros urbanos, puertos o pueblos rurales. Realic mis primeros proyectos de in-vestigacin a finales de los aos setenta y principios de los ochenta en la CostaAtlntica de Centroamrica: trabaj en el distrito de Toledo en el sur de Be-lice, en la Mosquitia de Nicaragua, en Talamanca en el sur de Costa Rica yen Bocas del Toro en el norte de Panam. A mi regreso a todos estos lugaresen la dcada de 2000, comprob que se ubicaban en las rutas de trnsito de lacocana en su paso furtivo hacia Norteamrica. Nuevos aficionados al crackabundan en los senderos fangosos de todos estos territorios.

    No es casualidad que la llegada del crack a las Amricas coincidiera con elabaratamiento del transporte internacional y el auge de las tecnologas digita-les. La mundializacin de la produccin econmica y del comercio ha dado lu-gar a una frrea competencia internacional por la provisin de mano de obrabarata. Muchos pases latinomericanos de repente se descubren incapaces decompetir con la proliferacin de la maquila en Asia, frica, Medio Oriente yEuropa Central, y se encuentran en un proceso de desindustrializacin sin ha-ber pasado nunca por la industrializacin. Los nietos de los campesinos lumpe-nizados no encuentran un modo de interactuar productivamente con ningnsector legal de la economa mundializada y terminan atrapados en tugurios, vi-llas miserias, barriadas, favelas, precarios y comunas, sobreviviendo a basede la nica economa en la que an es fcil encontrar trabajo: el comercio ca-llejero de drogas. Cada vez es mayor el porcentaje de la poblacin que vive encondiciones precarias, excluida de los sectores productivos y condenada a vidasde desnutricin y degradacin fsica, a pesar de estar rodeada de una riquezasin precedentes. Como consecuencia de estos niveles de pauperizacin masifi-cada, cada ao miles de jvenes recurren al asesinato a fin de obtener el con-trol de territorios para la venta de drogas.

    La violencia interpersonal, la delincuencia menor y el crimen organizado ydesorganizado han reemplazado la violencia politizada de la Guerra Fra. El co-lapso de los movimientos polticos populares, en las dcadas de 1990 y 2000,abri un vaco que han venido a llenar las iniciativas polticas punitivas dirigi-das a los sectores de bajos recursos, iniciativas legitimadas en nombre de la efi-ciencia y autorregulacin del libre mercado que, sin embargo, han aumentadola desigualdad socioeconmica en el mundo. En los pases ms afectados por elcrack, las crceles y los cementerios se han llenado de jvenes pertenecientes alas clases populares. Reaparecen las olas de muertos extrajudiciales, vctimasahora no de la represin poltica anticomunista que caracteriz a la GuerraFra en muchos pases latinoamericanos, sino de la guerra contra la delincuen-cia. Vi a mi mejor amigo costarricense de los aos ochenta, un jornalero agr-cola politizado que apoyaba clandestinamente la formacin de un sindicato co-munista en la plantacin de banano de la Chiquita Brands en Sixaola de

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    Talamanca, convertido en piedrero y expulsado de su familia. Ahora sobre-vive en el lodo y la basura de los chinameros, en la frontera entre Costa Ricay Panam. Para su fortuna, no vive en Guatemala, Honduras o Colombia,donde podra desaparecer asesinado en la prxima ronda municipal de lo quesuele llamarse la limpieza social.

    El crack es la droga lumpen por excelencia. Es una sustancia que capta el su-frimiento social y la precariedad de nuestra poca. Si bien una dosis se consi-gue por centavos, tambin es posible gastar una fortuna fumando la drogacada pocos minutos. Desgasta rpidamente el cuerpo, quita el hambre y elsueo, y ofrece apenas unos instantes de placer seguidos por un ansia para-noica y voraz de adquirir ms, que fcilmente se convierte en violencia. Este li-bro presenta la vida diaria del gueto latino de Nueva York a mediados de la d-cada de 1980, aos en que el crack, entonces una novedad, arras con toda unageneracin de jvenes desempleados. No es casualidad que los puertorrique-os se encontraran en el epicentro del consumo y la venta de crack y cocanaen Nueva York. Antes de abalanzarse sobre los tratados de libre comercio y an-tes de desmantelar y privatizar sus sistemas pblicos de provisin de serviciosesenciales, los pases de Amrica Latina deberan examinar de cerca los efec-tos del modelo de desarrollo impulsado por los Estados Unidos en la isla dePuerto Rico, modelo que precipit el desplazamiento de su poblacin haciaguetos violentos y lejanos. Afortunadamente, los pases hispanoamericanos tie-nen una formacin histrica, cultural y religiosa muy diferente de la estadou-nidense, y eso les ofrece la posibilidad de crear caminos alternativos basadosen conceptos de responsabilidad social y empata para con los sectores ms ne-cesitados.

  • Prefacio a la segunda edicin

    Han transcurrido siete aos desde la primera edicin de este libro,en el otoo de 1995. Desde entonces, cuatro procesos importantes han alte-rado el comps de la vida cotidiana en las calles de East Harlem y han afectadoconsiderablemente la vida de los vendedores de crack que aparecen en estaspginas: 1) la economa estadounidense atraves el perodo de crecimientosostenido ms largo de su historia; 2) el nmero de inmigrantes mexicanos ra-dicados en Nueva York, y especialmente en East Harlem, aument de maneraextraordinaria; 3) la guerra contra las drogas se intensific hasta degenerar enuna poltica cuasi oficial de criminalizacin y encarcelamiento de los sectoressocialmente marginados y de bajos recursos, y 4) las modas en el consumo dedrogas cambiaron y la marihuana se transform en la sustancia predilecta delos jvenes latinos y afronorteamericanos en las zonas urbanas estadouniden-ses, mientras que el crack y la herona perdieron gran parte de su popularidad.

    En el ao 2002, an era posible obtener crack, cocana y herona en la cua-dra donde yo viv durante mi estada en East Harlem, pero el mercado de nar-cticos haba perdido visibilidad y se hallaba en manos de un menor nmerode personas. Adquirir drogas en el vecindario todava era fcil, pero granparte de las ventas se realizaba en el interior de los edificios, fuera de la mi-rada policial. Eran menos los vendedores ambulantes que competan al aire li-bre en las esquinas gritando la marca de las drogas disponibles. El hecho mssignificativo era que los jvenes latinos y afronorteamericanos testigos tem-pranos de la destruccin causada por el crack y la herona entre las generacio-nes anteriores de sus comunidades les seguan dando la espalda a ambas dro-gas. En Nueva York, los adictos al crack rehabilitados estaban inventando unnuevo gnero de literatura autobiogrfica (Stringer, 1998; S. y Bolnic, 2000).No obstante, grupos considerables de adultos adictos continuaban concen-trndose en las calles de la inner city.* Si bien resulta difcil confiar en las en-cuestas telefnicas gubernamentales acerca de las drogas, vale mencionar quelos datos obtenidos por el Censo Nacional de Hogares sobre la Farmacodepen-

    * Sobre el significado de esta expresin, vase nota de p. 31.

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    veles inauditos. Para mi sorpresa, varios de los vendedores de crack con quienesinteractu durante mi estada en East Harlem, as como sus familiares, se bene-ficiaron del perodo de crecimiento econmico sostenido, al menos hasta quecay en picada entre 2001 y 2002. Cerca de la mitad de los personajes de estelibro lograron incorporarse a las categoras inferiores del mercado laboral legalantes de la recesin econmica de 2001. El eplogo de esta segunda edicin dis-cute los hechos con mayor detalle personal, pero a modo de ejemplo, entre2001 y 2002, la situacin laboral de los protagonistas era la siguiente: uno de losantiguos narcotraficantes trabajaba como portero y se haba asociado a un sin-dicato, otra tena un puesto como auxiliar de enfermera domiciliaria y otrocomo asistente de plomero. Otros tres trabajaban como constructores para pe-queos contratistas sin autorizacin. Una de las protagonistas encontr empleocomo cajera en una tienda de souvenirs tursticos. Dos de las hermanas de losantiguos vendedores de crack trabajaban como auxiliares de enfermera y otracomo secretaria. La pareja de uno de los personajes consigui un puesto comocajera en un banco, otra era guardia de seguridad y una tercera distribua pro-ductos Avon. El hijo mayor de uno de los protagonistas trabajaba como cajeroen un restaurante de comida rpida, otro venda drogas y otros dos cumplanpenas de crcel, uno por narcotrfico y el otro por un robo. Tres o cuatro de losprotagonistas an vendan drogas, pero ms que nada marihuana en vez de he-rona o crack. Otros tres de los antiguos narcotraficantes cumplan largas penasde crcel, e irnicamente han de haber estado trabajando en el incipiente sec-tor manufacturero de las crceles estadounidenses por sueldos considerable-mente inferiores al mnimo estipulado por ley.

    En otras palabras, el repunte extraordinario de la economa estadounidenseen la segunda mitad de los aos noventa oblig a empresarios y sindicatos a in-corporar en el mercado laboral a un gran nmero de puertorriqueos y afro-norteamericanos marginados, lo que represent un contraste estructural en re-lacin con lo que aconteca a finales de los aos ochenta y principios de losnoventa, aos en que realic el trabajo de campo que presento en este libro, yen los cuales la economa atravesaba tiempos difciles. Sin embargo, incluso enel verano de 2000, ao en que la poca de bonanza econmica alcanz supunto culminante, gran parte de los jvenes de la inner city continuaban exclui-dos del mercado laboral. Este sector marginado de la poblacin se haba tor-nado casi completamente superfluo desde el punto de vista de la economa le-gal, y segua enmaraado en la todava rentable economa del narcotrfico, unsistema carcelario en veloz expansin y una amalgama de dificultades relacio-nadas con el consumo de drogas y la violencia cotidiana interpersonal. En tr-minos polticos y econmicos, el futuro no se mostraba esperanzador para lospobladores pobres de los guetos neoyorquinos, independientemente de lasfluctuaciones econmicas nacionales y regionales, como lo demuestra lo suce-

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    dencia, efectuado anualmente en los Estados Unidos desde 1994, no corrobo-ran la existencia de una disminucin en el consumo regular de crack en ladcada de 1990 (Substance Abuse and Mental Health Services Administration,2000). Sin embargo, las estadsticas recopiladas por las salas de urgencias delos hospitales y las comisaras reflejan una cada drstica en el nmero depruebas de orina contaminadas con cocana entre los varones arrestados y ad-mitidos en los hospitales en los ltimos aos de la dcada de 1990 y en el ao2000 (CESAR FAX, 2001).

    En la mayora de las grandes ciudades estadounidenses, el crack se instalabacon facilidad principalmente en las zonas ms pobres de los vecindarios afro-norteamericanos. Los expendios de crack continuaban ubicndose ya sea enlos complejos habitacionales, los lotes baldos y los edificios abandonados, oen las zonas aledaas a estos sitios. En Nueva York, aunque los efectos del con-sumo de crack se haban reducido, ste an representaba una catstrofe cuyoepicentro se situaba en los barrios puertorriqueos.

    Al contrario de lo que ha sucedido con el crack, el consumo de herona cre-ci en numerosas ciudades en la segunda mitad de la dcada de 1990 y a prin-cipios de la dcada de 2000. A lo largo y ancho de los Estados Unidos, el pre-cio de la herona cay mientras que su pureza mejor, hecho que desmientelas afirmaciones de que el gobierno estadounidense tiene posibilidades de ga-nar la guerra contra las drogas. La nueva aficin por la herona, no obstante,surgi especialmente entre grupos de jvenes blancos radicados fuera de losguetos estadounidenses, un sector de la poblacin que suele rechazar el crack.En mis ltimas visitas a East Harlem, la herona careca de popularidad entrelos jvenes latinos y afronorteamericanos, sobre todo en su forma intravenosa.Los expendios de crack y herona parecan hospitales geritricos, con personasque rondaban los cuarenta y los cincuenta aos.

    En resumen, en 2002, tanto el crack como la herona representaban negociosmultimillonarios que afectaban con especial virulencia a las familias de la innercity estadounidense. Las nuevas generaciones en East Harlem, sin embargo,desempeaban el papel de vendedores con mucha mayor frecuencia que el deconsumidores. Los jvenes latinos y afronorteamericanos que en efecto consu-man herona o crack lo hacan a escondidas de sus amistades. Si bien tenemosuna comprensin pobre de las transformaciones en las preferencias respecto alconsumo de drogas, lo cierto es que, al comenzar el siglo XXI, Estados Unidostuvo la fortuna de que la marihuana y el licor de malta cumplieran una dcadacomo las sustancias predilectas de los jvenes latinos y afronorteamericanospartcipes de la cultura callejera (Golub y Johnson, 1999).

    An ms importante que los patrones de consumo y que las bravatas de lospolticos sobre las drogas result ser el auge de la economa estadounidense afinales de los aos noventa, perodo en que las tasas de desempleo cayeron a ni-

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    Solamente uno de los dos almacenes originales de la cuadra continuabavendiendo drogas, aunque ahora se limitaba a vender marihuana. La heronaque todava se venda en la esquina se haba vuelto ms pura que nunca, perolas tres compaas que solan competir por el dominio del mercado habandesaparecido. Al igual que en los aos ochenta y principios de los noventa, alcaer la noche la clase trabajadora ceda el control del espacio pblico a losnarcotraficantes y adictos. Sin embargo, en trminos generales, el fortaleci-miento de la economa, las transformaciones en los patrones de consumo dedrogas y las oleadas de trabajadores indocumentados vigorizaron la presenciade la clase trabajadora en el espacio pblico, lo que tuvo como consecuenciael debilitamiento del destructivo magnetismo de las drogas, el crimen y la vio-lencia para quienes buscaban la superacin socioeconmica.

    Si bien el fortalecimiento del sector privado y la inmigracin tuvieron efec-tos positivos sobre East Harlem, el gobierno estadounidense mantuvo en laprctica su poltica de negligencia hacia la inner city, especialmente hacia losbarrios afronorteamericanos y latinos. En la dcada de 1990, la ya de por s ra-qutica e infradotada red de proteccin social degener en una costosa e incle-mente red de captura penal. El sistema carcelario estadounidense creci verti-ginosamente durante este perodo y lleg a convertirse en un verdaderocomplejo industrial, ms grande en trminos per cpita al de cualquier pasdel mundo, a excepcin de Rusia y Ruanda. La tasa de encarcelamiento en losEstados Unidos se duplic en el transcurso de los aos noventa, al final de loscuales alcanz una dimensin entre seis y doce veces mayor que la de los pa-ses de la Unin Europea (Wacquant, 1999: 72). Los patrones de encarcela-miento adquieren un aura de apartheid cuando se examinan las disparidadestnicas que suponen (Wacquant, 2000). Segn las estadsticas, uno de cadatres hombres afronorteamericanos tiene probabilidades de acabar en la crcelen algn momento de su vida, en comparacin con uno de cada veinticincohombres blancos y uno de cada seis latinos. Tal discrepancia en las tasas de en-carcelamiento ha sido una de las consecuencias de la llamada guerra contralas drogas. A comienzos del siglo XXI, la probabilidad de que un afronorte-americano cayera preso por un caso relacionado con drogas era veinte vecesmayor que la de una persona blanca. La segregacin carcelaria era an msalarmante en el estado de Nueva York, donde el 89 por ciento de los prisione-ros eran afronorteamericanos o latinos (Macallair y Taqi-Eddin, 1999).

    Rudolph Giuliani, alcalde neoyorquino entre 1993 y 2001, es conocido mun-dialmente por impulsar una poltica de tolerancia cero contra el delito me-nor basada en la infame teora de las ventanas rotas (Kelling y Coles, 1996).Su estrategia se concentr en combatir los llamados crmenes contra la calidadde vida, lo que signific el arresto indiscriminado de mendigos, limpiadoresde parabrisas, evasores de tarifas del subterrneo y jvenes latinos y afronorte-

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    dido tras la catstrofe de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001,cuando Estados Unidos se adentr en una nueva recesin econmica. En 2000,el pas alcanz la mayor disparidad entre ricos y pobres de todas las naciones in-dustrializadas, brecha que contina ensanchndose (New York Times, 26 de sep-tiembre de 2001: A12; vase tambin U. S. Census Bureau [Oficina del Censo],2001). A nivel local, el estado de Nueva York vio crecer la desigualdad en la dis-tribucin de ingresos en mayor medida que cualquier otro estado del pas enlas ltimas tres dcadas del siglo XX (New York Times, 19 de enero de 2000: B5).

    La abundancia de empleos bsicos mal remunerados en el mercado laboralneoyorquino ha tenido como efecto secundario la acelerada inmigracin demexicanos indocumentados que abandonan la pobreza de sus pueblos de ori-gen y arriban a Nueva York dispuestos a trabajar arduamente por sueldos infe-riores al nivel de pobreza. Cuando me fui del vecindario, en 1991, la presenciamexicana ya era considerable; en efecto, la primera edicin de este libro men-ciona las tensiones entre los jvenes puertorriqueos y los mexicanos recinllegados. El eplogo de la primera edicin, escrito en 1994 e incluido en estaedicin, presenta estadsticas que reflejan el rpido aumento en el nmero demexicanos en East Harlem a principios de los aos noventa. Dicho proceso seaceler an ms en la segunda mitad de la dcada. En 1991, por lo menos tresedificios de las cuadras aledaas se hallaban ocupados exclusivamente por me-xicanos recin llegados, por no mencionar otros dos edificios poblados porgrupos de senegaleses provenientes de las zonas rurales de su pas. En una demis ltimas visitas de seguimiento al vecindario, una de las cuadras contiguasa mi antigua manzana haba pasado a ser completamente mexicana. Mientrasque durante mi estada en East Harlem solamente conoc un restaurante me-xicano un establecimiento sin nombre que no tena autorizacin para laventa de comestibles, en los primeros aos de la dcada de 2000 el vecinda-rio estaba colmado de negocios y restaurantes especializados en productos me-xicanos. En resumen, una nueva oleada inmigratoria inauguraba otro procesode sucesin tnica en East Harlem y renovaba la poblacin desde los mrgenesde la economa estadounidense, pero en busca tenaz del sueo americano.

    En 2002, nuevas pequeas empresas aparecieron en calles previamenteabandonadas y amuralladas del vecindario. En mi antigua cuadra, el procesode revitalizacin iniciado en 1994 se aceleraba notablemente. Junto a mi edifi-cio, una fila de edificios residenciales de cuatro pisos haba reemplazado allote baldo colmado de basura que haba permanecido abandonado por msde quince aos. El edificio inmenso al otro lado de la calle, incendiado en losaos setenta, haba sido restaurado y transformado en un centro de rehabilita-cin para madres toxicmanas. Cinco nuevos negocios se haban instalado enla cuadra: dos salones de belleza, un videoclub, un restaurante de comidachina y una pizzera.

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    Sorprendentemente, muchos de los narcotraficantes con quienes trab amis-tad a excepcin de los ms jvenes, inexpertos y violentos han logrado evitarla crcel. El efecto ms inmediato del recrudecimiento de la guerra contra lasdrogas en la vida de los personajes de este libro ha sido el cumplimiento es-tricto de las polticas federales de tolerancia cero [one-strike-youre-out] en loscomplejos habitacionales del Instituto Neoyorquino de Vivienda. A mediadosde los aos noventa, la presencia de un convicto en un departamento subsi-diado se convirti en causa legal suficiente para desalojar a un ncleo familiarcompleto, independientemente de la edad o el nivel de vulnerabilidad socialde los involucrados. Numerosas ciudades han decidido no cumplir rgidamentecon esta ordenanza federal, pero Nueva York s lo hizo. Por consiguiente, la ma-yora de los narcotraficantes que aparecen en estas pginas fueron desalojados,por lo general junto a sus familias. Muchos de ellos incluso los dos personajesprincipales del libro se vieron obligados a marcharse de Manhattan o inclusodel estado de Nueva York. A lo largo y ancho de la ciudad, cientos de ancianosterminaron en la calle por acoger a un nieto o nieta en el sof de su sala. No sehicieron excepciones en casos en que los abuelos padecan de senilidad e igno-raban las actividades criminales de los nietos, ni en aquellos en que los nietosintimidaban a los abuelos (vase New York Times, 27 de marzo de 2002: A20).An ms dramticos fueron los casos de tres bebs recin nacidos cuyas madresperdieron sus respectivos departamentos al hospedar a tres de los protagonis-tas de este libro, lo que las oblig a buscar refugio en albergues para indigenteso en los cuartos hacinados de sus familiares.

    El aspecto ms preocupante de la situacin actual en East Harlem es la de-vastacin que deben enfrentar los hijos de los protagonistas de este libro. Re-greso a Nueva York una o dos veces al ao desde la primera edicin. Busco amis viejos conocidos para saludarlos y ponerme al da de los acontecimientos.En estas visitas de seguimiento, he tenido la oportunidad de conversar, pri-mero como adolescentes y luego como adultos jvenes, con los hijos de los tra-ficantes, que aparecen ocasionalmente en estas pginas como nios pequeos.Mi interaccin con ellos me ha proporcionado una muestra ms del sufri-miento social que contina generndose en East Harlem a despecho de lasfluctuaciones econmicas y la reduccin del consumo de drogas entre los j-venes. Los habitantes ms vulnerables de la inner city son los hijos de los resi-dentes ms jvenes. El sueo americano se los traga y los regurgita slo paraque, una dcada ms tarde, se vean reciclados a un costo humano y financieroextraordinario por el complejo industrial de las crceles estadounidenses.

    San Francisco, abril de 2002

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    americanos vestidos al estilo hip hop que vagaban en las calles. El costo en trmi-nos de violaciones a los derechos humanos fue elevado, con un aumento ex-traordinario en los casos de brutalidad policaca de carcter racial. La estrate-gia culmin con una serie de escndalos pblicos, entre ellos la tortura de unhaitiano a quien interrogadores policiales sodomizaron repetidamente conparte de un palo de escoba durante un interrogatorio en una comisara, y elasesinato de un inmigrante guineano desarmado, vctima de cuarenta y un dis-paros en el vestbulo de su edificio. La poltica de mano dura tambin resultser sumamente onerosa. La municipalidad ampli la fuerza policial en ms de7000 oficiales para alcanzar un total de 40 000 policas, la mayor expansin desu historia, mientras que el presupuesto dedicado a la salud, la educacin, el sis-tema de adopciones y otros servicios pblicos entr en un perodo de austeri-dad. En la dcada de los noventa, el estado de Nueva York gast ms de 4500millones de dlares en la construccin de nuevas crceles, por no mencionar elcosto de operacin que ellas demandaron, que en 1998 alcanz los $32 000anuales por presidiario en las crceles del norte y $66 000 per cpita en la Islade Riker, la crcel municipal de Nueva York (Camp y Camp, 1998).

    Los partidarios de polticas antidrogas represivas suelen subrayar la cadaconsiderable en las tasas de criminalidad en Nueva York durante la segundamitad de los aos noventa, sin tomar en cuenta que esta disminucin no fueexcepcional en comparacin con la que aconteci en ciudades donde no secriminaliz la indigencia ni se aumentaron las tasas de arresto. Efectivamente,los expertos en estadsticas calculan que las tasas criminales disminuyeron me-nos en estados donde la poblacin encarcelada aument en mayores nmerosque en estados donde dicha poblacin creci por debajo del promedio (NewYork Times, 28 de septiembre de 2000: A16). El crimen en Nueva York, al igualque en el resto del pas, comenz a disminuir en los aos anteriores a 1994,ao en que Giuliani instaur las clebres polticas de mano dura. Los analistaspolticos habituados a manejar cifras aseguran que el auge econmico esta-dounidense y las transformaciones demogrficas sobre todo la disminucindel nmero de jvenes entre dieciocho y veinte aos cumplieron un papelmucho mayor en la reduccin de las tasas de criminalidad que los nuevos m-todos de control del crimen (Blumstein y Wallman, 2000). A pesar de estas cr-ticas, las tcnicas policiales neoyorquinas se han convertido en estandarte dela ideologa neoliberal, que propone como solucin a los problemas urbanosel encarcelamiento de todo delincuente menor, especialmente los adictos yla criminalizacin de la miseria (Wacquant, 1999: 74, 151). El espacio p-blico de las ciudades estadounidenses, dominado por la clase media anglosa-jona, se desembaraz del espectculo desagradable de la pobreza. Con las he-ridas supurantes del sufrimiento social esterilizadas, los precios de los bienesinmuebles se dispararon y el turismo alcanz niveles inauditos.

  • Introduccin

    Pana, yo no culpo a nadie aparte de a m mismo por la situacin en la que estoy.Primo

    Me met en el crack en contra de mi voluntad. Cuando llegu a EastHarlem, El Barrio,1 en la primavera de 1985, buscaba un departamento econ-mico en Nueva York donde pudiera escribir un libro sobre la experiencia de lapobreza y la marginacin tnica en el corazn de una de las ciudades ms ca-ras del mundo. Desde una perspectiva terica, me interesaba examinar la eco-noma poltica de la cultura callejera en la inner city.* Desde una perspectivapersonal y poltica, deseaba investigar el taln de Aquiles de la nacin indus-trializada ms rica del mundo, y documentar la manera en que les impone lasegregacin tnica y la marginacin econmica a tantos de sus ciudadanosafronorteamericanos y latinos.

    Pensaba que el mundo de las drogas sera solamente uno de los muchos te-mas que explorara. Mi intencin original era indagar la totalidad de la econo-ma subterrnea (no sujeta a impuestos), desde la reparacin de autos y el cui-dado de nios hasta las apuestas ilegales y el trfico de drogas. Antes deconocer el vecindario, nunca haba escuchado hablar del crack, ya que estecompuesto quebradizo hecho de cocana y bicarbonato de sodio, procesadospara formar grnulos eficazmente fumables, an no se haba convertido en unproducto de venta masiva.2 Al concluir mi primer ao, sin embargo, la mayo-ra de mis amigos, vecinos y conocidos haban sido absorbidos por el ciclnmultimillonario del crack: lo vendan, lo fumaban, se desesperaban por l.

    * La expresin inner city surgi en los aos ochenta en los Estados Unidoscomo un eufemismo de la palabra gueto, que sigue utilizndose en lalengua coloquial para referirse a los enclaves urbanos altamente segregadoscomo el Bronx y Harlem. No hay palabra en espaol que condense lossignificados culturales, sociales y polticos que ha llegado a poseer estaexpresin. Otros traductores de los artculos de Philippe Bourgois hanutilizado frases ms extensas como los distritos pobres de la ciudad central,las zonas urbano-marginales y las zonas deprimidas de la ciudad. Aquhemos decidido conservar la expresin en ingls, siguiendo el criterio de latraduccin francesa de este libro (Pars, Seuil, 2001, traduccin de LouAubert). Vase tambin la traduccin al italiano que hizo Alessandro DeGiorgi (Roma, Derive Approdi, 2005). [N. del T.]

  • introduccin 33

    que demarca ese nivel. Las manzanas a mi alrededor eran an ms pobres: lamitad de los residentes viva bajo la lnea de pobreza.5 Si se toma en cuenta elprecio de los bienes y servicios bsicos en Nueva York, esto quiere decir que,de acuerdo con las medidas econmicas oficiales, ms de la mitad de la pobla-cin de El Barrio no tena lo necesario para subsistir.

    No obstante, la gente no est murindose de hambre a gran escala. Muchosnios y ancianos carecen de dietas adecuadas y padecen fro en el invierno,pero la mayor parte de la poblacin viste adecuadamente y goza de buena sa-lud. Rehuyendo tanto el censo como los impuestos, la inmensa economa sub-terrnea permite que cientos de miles de neoyorquinos vecinos de barrioscomo East Harlem logren subsistir, aunque sea con el mnimo de las facilida-des que los estadounidenses perciben como sus necesidades bsicas. Mi prin-cipal propsito era estudiar los mtodos alternativos de generacin de ingre-sos, las estrategias en las que los jvenes de mi vecindario parecan invertirmucho de su tiempo y energa.

    A lo largo de las dcadas de 1980 y 1990, poco ms de una de cada tres fami-lias en El Barrio reciba asistencia pblica.6 Los responsables de estos hogarespobres se vean obligados a buscar ingresos suplementarios para mantener vi-vos a sus hijos. Muchas eran madres que optaban por cuidar a los hijos de al-gn vecino o por limpiar la casa de algn inquilino. Otras trabajaban por lasnoches como cantineras en las casas de baile o en los clubes sociales dispersospor el vecindario. Algunas trabajaban en sus casas como costureras sin regis-trar para contratistas de las compaas textiles. Muchas otras, sin embargo, sevean obligadas a entablar relaciones amorosas con hombres capaces de ayu-dar a sufragar los gastos del hogar.

    Las estrategias masculinas en la economa informal eran mucho ms visi-bles. Algunos reparaban automviles en las calles; otros esperaban en la en-trada de los edificios a cualquier subcontratista que deseara emplearlos en ta-reas nocturnas informales, como la reparacin de ventanas y la demolicin deedificios. Muchos vendan bolita, la versin callejera de las apuestas hpicas.El grupo ms conspicuo, el que venda pequeas cantidades de una u otradroga ilegal, formaba parte del sector multimillonario ms robusto de la pu-jante economa clandestina. La cocana y el crack, sobre todo a mediados delos aos ochenta y principios de los noventa, seguidos por la herona y la ma-rihuana desde mediados de los aos noventa hasta finales de la dcada de2000, representaban si no la nica fuente de empleo igualitario para la pobla-cin masculina de Harlem, al menos la de mayor crecimiento. La venta dedrogas contina superando holgadamente cualquier otra fuente de genera-cin de ingresos, tanto legal como ilegal.7

    La calle frente a mi edificio no era atpica, y dentro de un radio de dos cua-dras era posible comprar crack, herona, cocana en polvo, valium, polvo de n-

    32 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    Siguindoles el rastro, observ cmo la tasa de homicidios ascenda vertigi-nosamente en los tenements* frente a mi edificio hasta convertirse en una de lasms elevadas de Manhattan.3 Las ampollas vacas de crack crujan bajo los piesde los peatones, tanto en la vereda frente al edificio incendiado y abandonadode la esquina de mi cuadra como en los terrenos baldos repletos de basura querodeaban mi edificio. Casi diez aos despus, cuando la primera edicin deeste libro iba a la imprenta, los llamados expertos en drogas seguan discu-tiendo la posibilidad de que el pas padeciera un serio problema con las drogasmientras esta misma vereda continuaba llenndose de todo tipo de restos deri-vados de su uso. La nica diferencia a mediados de los aos noventa era que enlas cunetas haba jeringas hipodrmicas junto a las ampollas de crack . La hero-na se haba vuelto a sumar al crack y a la cocana como una de las drogas pre-dilectas de los residentes de la inner city. Tras bajar el precio y mejorar la calidadde su producto, los proveedores internacionales de herona recuperaron la par-ticipacin que haban perdido en el mercado de sustancias psicoactivas.4

    la economa subterrnea

    Este libro no habla exclusivamente sobre el crack. El consumo de drogas en laszonas urbanas es solamente un sntoma y a la vez un smbolo vivo de una di-nmica profunda de alienacin y marginacin social. Desde luego, en unplano personal inmediatamente perceptible, la narcodependencia es uno delos hechos ms brutales entre los que configuran la vida en las calles. Sin em-bargo, a la veintena de traficantes con quienes entabl amistad, al igual que asus familias, no les interesaba mucho hablar acerca de las drogas. Ms bien,queran que yo supiera y aprendiera sobre la lucha diaria que libraban por ladignidad y para mantenerse por sobre la lnea de pobreza.

    De acuerdo con las estadsticas oficiales, mis vecinos de El Barrio debieronhaber sido pordioseros hambrientos y harapientos. Dado el costo de la vida enManhattan, para la mayora de ellos debi de haber sido imposible pagar el al-quiler y hacer las compras mnimas de alimentos y, adems, lograr cubrir elcosto de la electricidad y el gas. Segn el censo de 1990, el 39,8 por ciento delos residentes de East Harlem en ese ao vivan bajo la lnea federal de po-breza (en comparacin con el 16,3 por ciento de todos los residentes deNueva York) y un 62,1 por ciento perciba menos del doble del ingreso oficial

    * Edificios angostos construidos en Nueva York durante el siglo XIX yprincipios del XX para el alquiler de departamentos econmicos. [N. del T.]

  • introduccin 3534 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    gel,8 metadona, marihuana, mescalina, jeringas, alcohol de contrabando y ta-baco. A cien metros de mi edificio, tres casas de crack vendan ampollas dedroga a 2, 3 y 5 dlares. Unas calles ms abajo, en una de las varias fabriqui-llas de pastillas [pill mill] del vecindario, un mdico distribuy 3,9 millones dedlares en recetas de Medicaid* en un solo ao y obtuvo casi un milln de d-lares por sus servicios. El 94 por ciento de sus medicinas estaba en la lista delos frmacos recetados de los que se abusaba con mayor frecuencia del De-partamento de Servicios Sociales. Los beneficiarios de estas prescripciones re-vendieron la mayor parte de las pldoras que recibieron, ya sea al por menoren las esquinas o al por mayor a precio de descuento en las farmacias. En lacuadra donde yo viva, arriba de la casa de crack donde llegara a pasar granparte de mi tiempo por las noches, otra clnica insalubre reparta sedantes yestupefacientes a una multitud de adictos demacrados. Los heroinmanos, se-dientos y apiados, esperaban la llegada de la enfermera encargada de levan-tar los portones no sealizados de la clnica, y absortos la vean fijar, sobre laventana forrada de linleo, un cartel de cartn escrito a mano que anunciaba:LLEG EL DOCTOR. Nunca pude investigar el volumen de negocios de esta cl-nica porque las autoridades nunca la allanaron. Sin embargo, en el casero p-blico frente a la mencionada fabriquilla, la polica del Instituto Neoyorquinode Vivienda arrest a una madre de cincuenta y dos aos y a sus hijas de vein-tids y diecisis en el momento en que empacaban diez kilos de cocana adul-terada en ampollas jumbo de un cuarto de gramo. Estas empresarias se habranembolsado ms de un milln de dlares de haber vendido toda su mercanca.Al allanar el departamento, la polica encontr $25 000 en billetes de bajas de-nominaciones.

    En otras palabras, hay millones de dlares al alcance de los jvenes que cre-cen en los tenements y los complejos habitacionales de East Harlem. Por quesperar, entonces, que estos jvenes estn dispuestos a tomar el tren todos losdas para ir a trabajar a las oficinas del distrito financiero para ganar salariosmnimos, cuando pueden ganar mucho ms dinero vendiendo drogas en la es-quina o en el patio escolar? Siempre me sorprende que tantos hombres y mu-jeres de la inner city permanezcan aferrados a la economa legal, trabajando denueve de la maana a cinco de la tarde ms algunas horas extra, para ganarapenas lo suficiente para cubrir sus gastos bsicos. De acuerdo con el censo de1990, el 48 por ciento de todos los varones y el 35 por ciento de todas las mu-jeres mayores de diecisis aos de East Harlem tenan empleos legales, encomparacin con el 64 por ciento de los varones y el 49 por ciento de las mu-

    Fuentes: Housing Environments Research Group of New York; Kevin Keamey,New York City Housing Authority; New York City Department of City Planning.

    * Seguro de salud del gobierno de los Estados Unidos destinado a personascon bajos ingresos. [N. del T.]

  • introduccin 3736 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    jeres de toda la ciudad.9 Los datos de mi vecindario indicaban que el 53 porciento de todos los varones mayores de diecisis aos (1923 de un total de3647) y el 28 por ciento de todas las mujeres (1307 de un total de 4626) traba-jaban legalmente en empleos reconocidos por la oficina del censo. Un 17 porciento adicional de la fuerza laboral se declaraba sin trabajo pero en busca deempleo, comparado con un 16 por ciento en El Barrio y un 9 por ciento entodo Nueva York.10

    Es difcil y arriesgado emplear las estadsticas del censo para hacer generali-zaciones sobre la inner city. Varios estudios encargados por la Oficina Censal de-muestran que entre un 20 y un 40 por ciento de los jvenes afronorteamerica-nos y latinos entre los diecisiete y los veinticuatro aos de edad no aparecen ensus estadsticas. Muchos de ellos se ocultan deliberadamente, pues temen sufrirrepresalias por participar en la economa subterrnea.11 El Instituto Neoyor-quino de Vivienda (NYCHA, por sus siglas en ingls) ha intentado medir lamagnitud del encubrimiento en los sectores de bajos ingresos. En un informede 1988, el Instituto compara y analiza los crecientes gastos de mantenimientodel Departamento de Bienestar Pblico con los de la Junta de Educacin y de-termina que la poblacin que vive en sus departamentos supera en un 20 porciento el nmero que registra el censo.12 Estas y otras cifras nos permiten hacerun clculo aproximado de los nmeros especficos para East Harlem y el micro-vecindario donde llev a cabo mi trabajo de campo. Si suponemos que existeigual proporcin entre las personas de ambos sexos, el desequilibrio entre elnmero de hombres y mujeres mayores de diecisis aos (3647 contra 4626) enlas cuadras aledaas a mi edificio indica que alrededor de 979 varones (el 21por ciento) eludieron el conteo oficial. Para la ciudad en su totalidad, hubiesesido necesario agregar un 16 por ciento de varones mayores de diecisis aospara obtener un equilibrio perfecto entre adultos de ambos sexos. En El Ba-rrio, el 24 por ciento de los hombres no figur en las estadsticas oficiales.

    Resulta an ms complicado determinar el volumen de la economa subterr-nea, por no mencionar el narcotrfico.13 El censo, por definicin, no propor-ciona datos sobre el tema. Si presuponemos que en las zonas urbanas el conteooficial excluye a menos familias que individuos, una estrategia para medir la eco-noma informal sera tomar en cuenta el nmero de familias que declara no re-cibir ingresos por concepto de jornal o salario. Esta medida comparativa, sinembargo, slo puede ser rudimentaria, ya que algunas familias se autoempleanen labores legtimas o viven de la jubilacin. Adems, muchas personas involu-cradas en la economa sumergida trabajan simultneamente en empleos legal-mente registrados. Este mtodo alternativo tampoco logra medir el narcotrfico,porque gran parte de las familias que complementan sus ingresos con activida-des irregulares tienen empleos lcitos y se mantienen al margen de las drogas.No obstante, se debe suponer que un gran nmero de hogares que no declaran T

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  • introduccin 39

    Repoblacin de El Barrio. El portero de este edificio abandonado colocun grupo de peluches en las ventanas como protesta ante el deterioro de sucuadra, que se haba convertido en un paraso para el narcotrfico. Fotogra-fa de Henry Chalfant

    38 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    salarios dependen de una combinacin de ingresos clandestinos, entre los cua-les la venta de drogas puede representar una fuente importante.

    En todo caso, segn las estadsticas oficiales, durante los aos ochenta el 40por ciento de los hogares de El Barrio no ganaba ingresos sujetos a impuestos,en comparacin con el 26 por ciento de toda la ciudad de Nueva York. Los ve-cinos de las manzanas a mi alrededor estaban un poco ms implicados en laeconoma clandestina, pues slo el 46 por ciento de los 3995 hogares recibasueldo o salario.

    El nmero de hogares beneficiarios de la asistencia pblica [welfare] repre-senta otra medida til para calcular el volumen de la economa informal. Esevidente que ninguna familia puede vivir nicamente de la asistencia federal,y que cualquier ingreso que declare se le descontar del cheque que recibequincenalmente as como de su cuota mensual de cupones alimenticios. En lascuadras cercanas a mi edificio, el 42 por ciento de los hogares reciba ayuda fe-deral, en contraste con el 34 por ciento de todos los hogares de East Harlemy el 13 por ciento de toda la ciudad de Nueva York.14

    la cultura de las calles: resistencia y autodestruccin

    Cuando se aventuran fuera de su vecindario, los jvenes de El Barrio a me-nudo enfrentan un ataque cultural que agrava la angustia de nacer y crecerpobres en la ciudad ms rica del mundo. Esto ha producido en Nueva York loque yo llamo la cultura callejera de la inner city: una red compleja y conflic-tiva de creencias, smbolos, formas de interaccin, valores e ideologas que haido tomando forma como una respuesta a la exclusin de la sociedad conven-cional. La cultura de la calle erige un foro alternativo donde la dignidad per-sonal puede manifestarse de manera autnoma.

    En el caso particular de los Estados Unidos, la concentracin de poblacionessocialmente marginadas en enclaves deprimidos, ecolgica y polticamente ais-lados del resto de la sociedad, ha fomentado una explosiva creatividad culturalcomo desafo al racismo y a la subordinacin econmica. Esta cultura callejerade resistencia no es un universo consciente o coherente de oposicin poltica.Por el contrario, es un conjunto espontneo de prcticas rebeldes que se haforjado paulatinamente como un modo, un estilo, de oposicin. Irnicamente,a travs del mercado de la msica, la moda, el cine y la televisin, la sociedadconvencional suele absorber estos estilos antagnicos, y los recicla como cul-tura popular.15 En efecto, algunas de las expresiones lingsticas elementalescon las que la clase media norteamericana se refiere a la autoestima (talescomo cool, square o hip) se acuaron en las calles de la inner city.

  • introduccin 41

    los de la influencia de las calles. Viven con la esperanza de mudarse a otrolugar.

    En otras palabras, los narcotraficantes que protagonizan este libro represen-tan una pequea minora de los residentes de East Harlem, pero son ellosquienes han implantado el tono de la vida pblica. Les imponen el terror a losvecinos, especialmente a las mujeres y los ancianos, que temen sufrir asaltos yagresiones. A la mayora de los vecinos, el espectculo de adictos demacradoscongregados en las esquinas les inspira lstima, tristeza y rabia. Sin embargo,da tras da, los traficantes callejeros les ofrecen a los jvenes que crecen a sualrededor un estilo de vida emocionante y atractivo, a pesar de su perfil vio-lento y autodestructivo.

    Independientemente de su marginalidad en nmeros absolutos, no sepuede desestimar a los individuos que acaparan la hegemona en la inner city;debe hacerse el intento de entenderlos. Por esta razn, quise que en los aosque viv en El Barrio mis mejores amigos fueran adictos, ladrones y traficantes.No hay lugar donde el calvario de los guetos estadounidenses se manifieste conmayor claridad que en el mundo de las drogas. Tomo prestado el clich: En loextraordinario puede verse lo ordinario. Los adictos y traficantes de este librorepresentan respuestas extremas y quiz algo caricaturescas a la pobreza y la se-gregacin. No obstante, nos ayudan a entender los procesos que experimentanpoblaciones vulnerables que enfrentan cambios acelerados en la estructura desu sociedad en un contexto de opresin poltica e ideolgica. No hay nada ex-cepcional en la experiencia puertorriquea en Nueva York, salvo que los costoshumanos de la inmigracin son mucho ms evidentes por la rapidez y ampli-tud con que Estados Unidos coloniz y desarticul la economa y la organiza-cin poltica de Puerto Rico. El nico aspecto de su experiencia que merececalificarse como extraordinario es la manera en que los inmigrantes de la se-gunda y tercera generacin continan reinventando y expandiendo las formasculturales de la isla en torno a los temas de la dignidad y la autonoma. Tantoes as que un grupo de intelectuales puertorriqueos suele referirse a la men-talidad de oposicin de Puerto Rico, forjada frente al hecho de una larga ex-periencia colonial.17

    los estereotipos y la metodologa etnogrfica

    Cualquier examen detallado de la marginacin social enfrenta serias dificulta-des con respecto a la poltica de la representacin, especialmente en los Esta-dos Unidos, donde los debates sobre la pobreza tienden a polarizarse de inme-diato en torno a ideas preconcebidas sobre la raza y los mritos individuales.

    40 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    La bsqueda de los medios necesarios para hacer uso y abuso de narcticosconfigura la base material de la cultura callejera contempornea. Esto la hacemucho ms poderosa y atractiva de lo que lo fue para generaciones anteriores.El comercio ilegal que ella supone, sin embargo, arrastra a la mayora de susparticipantes hacia una vida de violencia y adiccin. Por lo tanto, y paradji-camente, la cultura callejera de resistencia interioriza la rabia y organiza la des-truccin de sus participantes y de la comunidad que los acoge. En otras pala-bras, pese a que la cultura callejera surge de una bsqueda de dignidad y delrechazo del racismo y la opresin, a la larga se convierte en un factor activo dedegradacin y ruina, tanto personal como de la comunidad.

    Mural conmemorativo de un joven asesinado cerca del Saln de Juegos, queaspiraba a convertirse en boxeador profesional. Foto de scar Vargas

    Debe destacarse que la mayora de los residentes de El Barrio se mantiene almargen de las drogas.16 El problema es que los ciudadanos que obedecen lasleyes han perdido el control del espacio pblico. Independientemente desus nmeros absolutos o su porcentaje relativo, la poblacin de Harlem quetrabaja con dedicacin sin consumir ni traficar drogas se ve obligada a atrin-cherarse y a tomar una posicin defensiva. La mayora vive con miedo o in-cluso con desdn hacia su vecindario. La angustia de las madres y los padreses tal, que encierran a sus hijos en sus casas en un firme intento por aislar-

  • introduccin 43

    propias. Los ciudadanos honestos tambin participan en la economa infor-mal cuando falsean los datos en los formularios fiscales con el fin de pagar me-nos impuestos. En fin, cmo esperar que una persona experta en asaltar an-cianos suministre informacin precisa sobre sus estrategias de generacin deingresos?

    Las tcnicas etnogrficas de observacin participante, desarrolladas sobretodo por la antropologa social desde los aos veinte, han demostrado ser msadecuadas que las metodologas cuantitativas para documentar la vida de losindividuos marginados por una sociedad hostil. Solamente tras establecer la-zos de confianza, proceso que requiere mucho tiempo, es posible hacer pre-guntas incisivas con respecto a temas personales y esperar respuestas serias yreflexivas. Por lo general, los etngrafos viven en las comunidades que estu-dian y cultivan vnculos estrechos de larga duracin con las personas que des-criben. Para reunir datos precisos, los etngrafos violan los cnones de la in-vestigacin positivista. Nos involucramos de manera ntima con las personasque estudiamos.

    Con esta meta en mente, amanec en la calle y en las casas de crack en cien-tos de oportunidades, para poder observar a los adictos y a los traficantes queprotagonizan este libro. Por lo general, utilic un grabador para documentarsus conversaciones e historias personales. Visit a sus familias para participaren sus fiestas y reuniones ntimas, desde la cena de Accin de Gracias hasta elAo Nuevo. Pude entrevistarme, y en muchos casos entabl amistad, con lasesposas, amantes, hermanos, madres, abuelas y, cuando fue posible, con los pa-dres y padrastros de los vendedores de crack que aparecen en estas pginas.Tambin dediqu tiempo a entrevistar a los polticos locales y a asistir a las reu-niones de las instituciones comunales.

    La explosin de la teora posmodernista dentro de la antropologa en losaos ochenta y noventa puso en entredicho el mito de la autoridad etnogr-fica y denunci la jerarqua inherente a la poltica de la representacin antro-polgica. La autorreflexin, reivindicada por los posmodernistas, result sernecesaria y til en mi caso: yo vena de afuera, procedente de las categoras do-minantes de clase, etnia y sexo, a intentar estudiar la experiencia de los puer-torriqueos pobres en la inner city. Quiero reiterar que mi preocupacin porestos problemas se manifiesta en la forma en que he editado y contextualizadolas conversaciones transcriptas. Tal preocupacin ha quedado reflejada en laestructura misma del libro.

    Mientras editaba miles de pginas de transcripciones, llegu a valorar el cli-ch deconstruccionista de la cultura como texto. Tambin reconoc que miestrategia de investigacin era de naturaleza colaborativa y, por lo tanto, tam-bin contradictoria. Aunque la calidad literaria y la fuerza emocional de estelibro dependan completamente de las palabras claras y fluidas de los persona-

    42 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    Por lo tanto, me preocupa que los anlisis de historias personales presentadosen este libro se malinterpreten como un intento de estereotipar a los puerto-rriqueos o como un retrato hostil de los pobres. He librado una lucha internasobre estos asuntos por muchos aos, pues concuerdo con los cientficos socia-les crticos del tono paternalista con que los tratados acadmicos y la literaturaperiodstica estadounidenses acostumbran tratar el tema de la pobreza.18 Sinembargo, el combate contra los prejuicios moralistas y la hostilidad de la clasemedia hacia los pobres no debe acometerse al costo de desinfectar las callesde la inner city y presentarlas como si la destruccin y el sufrimiento no existie-sen. Me niego a omitir o minimizar la miseria social de la que he sido testigopor temor a que una imagen desfavorable de los pobres se perciba como in-justa o polticamente incmoda, pues eso me hara cmplice de la opre-sin.19

    Es por lo tanto lgico que este libro encare las contradicciones inherentesa la representacin de la marginacin social en los Estados Unidos mediantela exposicin de los acontecimientos brutales sin censura, tal como los expe-riment o como me los relataron quienes participaron en ellos. En ese pro-ceso, he hecho el esfuerzo de construir una concepcin crtica de la inner cityestadounidense. Por ello, la forma en que organizo mis temas centrales y pre-sento las vidas y conversaciones de los traficantes de crack tiene como fin subra-yar la relacin entre las restricciones estructurales y las acciones individuales.Utilizo el marco analtico de la teora de la produccin cultural y me apoyo enel feminismo con el propsito de avanzar hacia una comprensin de la expe-riencia de la pobreza y la marginacin social desde la perspectiva de la econo-ma poltica. Tal comprensin sera inconcebible sin reconocer el papel activode la cultura y la autonoma de los individuos, as como el rol fundamental delas relaciones entre los sexos y la esfera domstica.

    Como ya he sealado, las tcnicas tradicionalmente cuantitativas de la inves-tigacin social, que dependen de las estadsticas de la Oficina Censal por unlado y de las encuestas de muestreo en los vecindarios por el otro, son incapa-ces de aportar informacin confiable sobre las personas que sobreviven en laeconoma informal, y mucho menos sobre las que venden o consumen drogas.Una persona social, cultural y econmicamente subordinada suele mantenerrelaciones negativas con la sociedad dominante y desconfiar de los represen-tantes de dicha sociedad. Los adictos y traficantes jams le admitiran al encar-gado de una encuesta, por ms amable o sensible que parezca, los detalles n-timos acerca de su consumo de drogas, por no mencionar sus actividadesdelictivas. Como resultado, es comn que los socilogos y criminlogos quecon tanto esmero efectan encuestas epidemiolgicas sobre el delito y el con-sumo de narcticos recopilen un sinnmero de falsedades. No hace falta seradicto o traficante para querer esconder los detalles de las actividades ilcitas

  • introduccin 45

    table escasez de estudios etnogrficos sobre la pobreza urbana, especialmenteen los aos setenta y ochenta, tiene mucho que ver con el temor de sucumbira la pornografa de la violencia, que acaso slo sirva para reforzar los estereo-tipos racistas existentes. La mayora de los etngrafos producen anlisis com-prensivos desprovistos de toda mirada crtica hacia los grupos y culturas queestudian. De hecho, tal suposicin est entronizada en el credo antropolgicodel relativismo cultural: las culturas nunca son buenas o malas; sencillamente,poseen una lgica interna. Pero la realidad es que el sufrimiento es espantoso,disuelve la integridad humana, y los etngrafos suelen impedir que sus sujetosde estudio luzcan repulsivos o desagradables. El impulso de desinfectar a losvulnerables ejerce un poder singular en los Estados Unidos, donde las teorasde accin individual que culpan a la vctima y presuponen la supervivenciadel ms apto constituyen el sentido comn. Como resultado, casi puede ga-rantizarse que el pblico en general desfigurar las representaciones etnogr-ficas de la marginacin con una lente implacable y conservadora. La obsesinde los estadounidenses con el determinismo racial y con el concepto de m-rito personal ha terminado por traumatizar a los intelectuales, menoscabandosu capacidad para discutir temas como la pobreza, la discriminacin tnica y lainmigracin.

    Por otra parte, la manera popular en que se concibe la relacin entre el fra-caso individual y las ataduras sociales estructurales tiene muy pocos matices enlos Estados Unidos. Los intelectuales han abandonado la lucha y se han lan-zado a efectuar retratos puramente positivos de las poblaciones desfavorecidas.Quienes han sido pobres o han vivido en vecindarios de bajos recursos recono-cen que estas representaciones son completamente falsas.22 Este problema semanifiesta en numerosos escenarios acadmicos donde presento los temas deeste libro. Muchos colegas progresistas o nacionalistas culturales, que suelenproceder de la clase media, parecen incapaces de escuchar mis planteamientos.Algunos reaccionan indignados al ver imgenes superficiales fuera de contexto.Parecen estar tan aterrados ante la posibilidad de proyectar connotaciones ne-gativas que se sienten obligados a descartar todo mensaje amargo antes de es-cucharlo. Lo irnico es que muchas de sus crticas en estos foros expresan lospuntos bsicos de lo que intento exponer en estas pginas sobre la experienciaindividual de la opresin social estructural.

    una crtica de la cultura de la pobreza

    El Barrio y la experiencia de los puertorriqueos en los Estados Unidos hansuscitado una vasta produccin bibliogrfica. A los puertorriqueos se los ha

    44 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    jes principales, siempre tuve la ltima palabra con respecto a cmo iban atransmitirse, y si iban a transmitirse, en el producto final.20

    Como he sacado a relucir el fantasma de las crticas tericas postestructura-listas, quiero expresar mi desazn ante las tendencias profundamente elitistasde muchos adeptos del posmodernismo. La poltica de la deconstruccinsuele limitarse a una retrica hermtica y cerrada sobre la potica de la inter-accin social, con clichs dirigidos a explorar las relaciones entre el yo y elotro. Los etngrafos posmodernistas se consideran subversivos, pero su oposi-cin a la autoridad se concentra en crticas hiperletradas de las formas por me-dio de un vocabulario evocativo, una sintaxis extravagante o juegos polifnicos,en vez de ocuparse de las luchas cotidianas concretas. Sus debates entusiasmansobre todo a los intelectuales alienados suburbanizados, en efecto desconecta-dos de las crisis sociales de los desempleados de la inner city. La autorreflexinde estos intelectuales con frecuencia degenera en celebraciones narcisistas desu privilegio. Asimismo, el deconstruccionismo radical hace imposible catego-rizar o priorizar las experiencias de injusticia y opresin, lo que sutilmenteniega la experiencia autntica de sufrimiento que les es impuesta, social y es-tructuralmente, a tantos individuos a travs de las categoras de raza, clase, g-nero y sexualidad y otras, en las que se pone en juego el poder.

    Ms all de las luchas tericas internas de los acadmicos, las tcnicas de ob-servacin participante de la antropologa social, si bien ofrecen un discerni-miento inigualable a nivel metodolgico, tambin estn plagadas de tensionesanalticas fundamentales. Histricamente, los etngrafos han evitado abordartemas tabes como la violencia personal, el abuso sexual, la adiccin, la aliena-cin y la autodestruccin.21 Parte del problema surge a raz de uno de los pa-radigmas de la antropologa funcionalista, que impone orden y comunidad ensus proyectos de estudio. Por otro lado, la observacin participante requierede la injerencia personal de los etngrafos en las circunstancias investigadas,lo que a menudo los incita a omitir las dinmicas negativas porque deben es-tablecer lazos de empata con las personas que estudian y necesitan su autori-zacin para vivir con ellas. Esto puede conducir a diversas formas de autocen-sura que acaban afectando las cuestiones y los entornos examinados. Por unlado, es ms fcil obtener el consentimiento de las personas si se investigan ex-clusivamente temas inofensivos o pintorescos. Por el otro, los ambientes extre-mos llenos de tragedia humana, como lo son las calles de El Barrio, pueden re-sultar fsica y psicolgicamente abrumadores.

    La obsesin de la antropologa por el otro extico ha disminuido el inte-rs de los etngrafos por estudiar sus propias sociedades y los expone al riesgode exotizar sus hallazgos cuando el proyecto de estudio est cerca de casa.Tuve que vigilar que mi propia investigacin no se convirtiera en una celebra-cin voyeurista de los traficantes y de la cultura callejera en la inner city. La no-

  • introduccin 47

    duos, es imposible tocar las estructuras del poder y la historia, o hablarles di-rectamente. En el contexto neoyorquino de los puertorriqueos, los actos au-todestructivos de las personas que buscan la supervivencia en las calles debensituarse en una larga historia de hostilidad intertnica y de dislocaciones socia-les. En mis aos en East Harlem, sumido como estaba en lo que pareca untorbellino de sufrimiento, era difcil percibir las relaciones de poder que con-figuraban el enjambre de interacciones humanas que sucedan a mi alrededor.Inmerso en el calor de la vida en El Barrio, senta una confusa ira hacia las vc-timas, los victimarios y la rica sociedad industrializada que logra engendrar talnivel de sufrimiento. Una noche me encontr con una amiga embarazada quefumaba crack desesperadamente, y as destinaba a su beb a una vida de tras-tornos personales y un cerebro inerte. Qu sentido tena invocar la historiade opresin y humillacin colonial de su gente o reconocer su posicin en lametamorfosis econmica de Nueva York? Enfrascado en el infierno del grupoque los estadounidenses llaman su clase inferior,* yo, al igual que mis veci-nos e incluso las mujeres embarazadas adictas al crack, con frecuencia culp ala vctima.

    El anlisis econmico-poltico no es una panacea que pueda compensar lasinterpretaciones individualistas, acusatorias y racistas de la marginacin social.Acentuar las estructuras sociales puede opacar el hecho de que las personasno son vctimas pasivas, sino sujetos activos de su propia historia. De hecho, lacualidad principal de la metodologa etnogrfica es que permite el surgi-miento de los peones de las fuerzas estructurales; los enfoca para que se re-conozcan como seres humanos que construyen su propio destino. Sin em-bargo, en numerosas ocasiones me sorprend a m mismo recurriendo alestructuralismo ms rgido como un mtodo para apartar la vista de las perso-nas que se autodestruan en su lucha por sobrevivir. Cabe reiterar que esteproblema puede entenderse en el contexto del debate terico acerca delrango de accin de las personas versus la estructura social,** es decir, la rela-cin entre la responsabilidad individual y las restricciones sociales estructura-les. Las observaciones incisivas de las teoras de la produccin cultural y la re-produccin social, sobre todo la idea de que la resistencia de la culturacallejera frente a la subordinacin social es la clave contradictoria que explicasu mpetu destructivo, resultan tiles para evitar las interpretaciones simplis-tas. Por medio de las prcticas culturales antagnicas, los individuos le danforma a la opresin que las fuerzas ms grandes les imponen.25

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    llamado el grupo ms indagado pero peor comprendido de los Estados Uni-dos.23 El ltimo estudio etnogrfico realizado en El Barrio que recibi aten-cin nacional fue La vida: una familia puertorriquea en la cultura de la pobreza,del antroplogo Oscar Lewis.* Elaborado a mediados de los aos sesenta, esteestudio ilustra claramente los problemas de la metodologa etnogrfica y, msespecficamente, los riesgos del anlisis de las historias personales. De hecho,junto con el informe de 1965 sobre las familias afronorteamericanas, realizadopor Daniel Patrick Moynihan, La vida suele mencionarse como uno de los li-bros responsables de ahuyentar a toda una generacin de cientficos socialesde la inner city estadounidense.24 Lewis reuni miles de pginas de relatos per-sonales de una familia puertorriquea en la que la mayor parte de las mujeresejercan la prostitucin. La teora de la cultura de la pobreza que desarrolla partir de estas historias, adems de otros datos etnogrficos recopilados enMxico, hace hincapi en lo que el antroplogo llama la transmisin patol-gica de valores y de comportamientos destructivos dentro de las familias. En-raizado como estaba en el paradigma de cultura y personalidad de Freud pre-dominante en la antropologa estadounidense de los aos cincuenta, suanlisis pasa por alto el modo en que la historia, la cultura y las estructuraseconmico-polticas como las del colonialismo restringen la vida de los indivi-duos. Cuarenta aos ms tarde, es fcil criticarle a Lewis su marco terico sim-plista. Sus interpretaciones del carcter y las experiencias de los pobrsimos in-migrantes puertorriqueos adhieren al determinismo psicolgico y caen en elindividualismo extremo, lo que omite la explotacin de clases, la discrimina-cin tnica y desde luego la opresin machista, as como las sutilezas de los sig-nificados culturales en su debido contexto. En todo caso, pese a la falta de ri-gor acadmico, el libro de Lewis sobre la vida cotidiana en El Barrio y en losarrabales de Puerto Rico sintoniz con la propagada nocin de responsabili-dad personal, herencia de la tica protestante del trabajo, y signific un xitoeditorial en los Estados Unidos. La intencin crtica del autor y su empata ha-cia los grupos marginados no impidieron que su obra se interpretara comouna de las cristalizaciones del desdn profundo que la ideologa estadouni-dense siente hacia los pobres sin dignidad.

    No es casualidad que un antroplogo acuara el concepto de la cultura dela pobreza a la vez que orientaba la coleccin de datos etnogrficos hacia elcomportamiento individual. Si bien los mtodos de observacin participantele otorgan a la disciplina un acceso privilegiado a las acciones de los indivi-

    * Underclass en ingls. [N. del T.]** Structure versus agency en ingls. [N. del T.]

    * Vase la traduccin al espaol realizada por el escritor puertorriqueo JosLuis Gonzlez (Mxico, Joaqun Mortiz, 1969).

  • 1. Etnia y clase: el apartheidestadounidense

    Felipe, nos encanta orte hablar.Suenas igualito a un comercial de la tele.Una nia de ocho aos

    Mi trabajo de campo en las calles de El Barrio casi acaba desastro-samente a mitad de camino cuando, involuntariamente, le falt el respeto aRay, el dueo de las casas de crack donde pas gran parte de mi tiempo entre1985 y 1990. Era poco despus de la medianoche y Ray visitaba su punto deventa ms lucrativo para asegurarse de que el gerente del turno de la madru-gada hubiera abierto el local puntualmente. A esa hora el negocio alcanzabasu auge y este exitoso empresario del crack, un voluminoso puertorriqueo detreinta y dos aos, se encontraba rodeado de un squito de empleados, ami-gos y personas que deseaban conocerlo: todos queran llamar su atencin. Es-tbamos en la esquina de la calle 110 frente a la entrada del subterrneo dela Avenida Lexington, delante del edificio tipo tenement de cuatro pisos queocupaban sus traficantes. Ray haba camuflado el primer piso del edificiocomo un club social y un saln de billar nocturnos. l y sus empleados se ha-ban criado en el edificio antes de que el dueo italiano lo quemara para co-brar el seguro. Desde haca mucho tiempo, esta esquina era conocida comoLa Farmacia por la cantidad inslita de sustancias psicoactivas que se conse-guan all, desde las drogas ms comunes, como herona, Valium, cocana enpolvo y crack, hasta las ms sofisticadas y poco convencionales, como la mes-calina y el polvo de ngel.1

    la malicia de las calles

    En retrospectiva, me avergenza que mi falta de astucia callejera me haya lle-vado a humillar, aunque fuera de manera accidental, al hombre responsablede asegurar no slo mi acceso al mundo del crack, sino tambin mi bienestarfsico. Pese a mis dos aos y medio de experiencia en las casas de crack en eseentonces, quiz estuvo justificado que me dejara seducir por la atmsfera amis-tosa de una noche. Ray rea y conversaba recostado sobre el paragolpes de suMercedes dorado. Sus empleados y seguidores tambin estaban alegres, puesel jefe acababa de invitarnos a una ronda de cervezas y haba prometido

    48 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    La dificultad de vincular las acciones individuales y la economa poltica, su-mada a la timidez personal y poltica de los etngrafos estadounidenses a par-tir de los aos setenta, ha nublado nuestra comprensin de los mecanismos yexperiencias de la opresin. Se me hace imposible resolver el debate que con-trapone el rango de accin de los individuos a la estructura social. Tampocopuedo superar mi desconfianza de que algunos lectores hostiles vayan a malin-terpretar mi etnografa como un mtodo ms de calumniar a los pobres. Sinembargo, desde una perspectiva personal y tica, as como analtica y terica,siento la obligacin de exponer sin censura los horrores que presenci entrelas personas con quienes trab amistad.26 Se debe hablar abiertamente y en-frentar el profundo dolor provocado por la pobreza y el racismo en los Esta-dos Unidos, aunque hacerlo nos perturbe o incomode. He documentado unagama de estrategias ideadas por los pobres urbanos para eludir las estructurasde segregacin y marginacin que los encierran, incluso aquellas que los lle-van a infligirse sufrimiento a s mismos. Escribo este libro con la esperanza deque la antropologa pueda ser un foco de resistencia y con la conviccin deque los cientficos sociales pueden y deben enfrentarse al poder.27 Al mismotiempo, an me preocupa la repercusin poltica de mostrar los detalles minu-ciosos de la vida de los pobres y los desfavorecidos, pues bajo el microscopioetnogrfico todos tenemos verrugas y podemos parecer monstruos. Adems,como seal la antroploga Laura Nader a principios de los aos setenta, espeligroso estudiar a los pobres, porque todo lo que se diga sobre ellos se usaren su contra.28 No estoy seguro de que sea posible presentar la historia de mistres aos y medio como residente de El Barrio sin caer presa de una pornogra-fa de la violencia o convertirme en un voyeur racista: en ltima instancia, elproblema y la responsabilidad tambin estn del lado del observador.

  • etnia y clase: el apartheid estadounidense 51

    Media docena de voces haban empezado a pedirle que leyera el epgrafe de lafoto. Ray haca un intento torpe por manejar el diario y rein un silencio an-sioso mientras la brisa volteaba las pginas. Quise ayudarlo sealando con eldedo el punto donde comenzaba el texto, pero l se agit, fingi indiferenciay trat de lanzar el diario a la cuneta. Sin embargo, sus admiradores le pidie-ron con ms firmeza que leyera. Vamos, Ray! Qu pasa? Qu dice la foto?Lee, lee! Ya incapaz de salvar las apariencias, inclin el peridico hacia el n-gulo en el que la luz de la calle le era ms favorable y frunci el ceo con ungesto de concentracin intensa. En una rfaga de lucidez, por fin reconoc elproblema: Ray no saba leer.

    Desafortunadamente lo intent. Tropez angustiosamente por el epgrafe(titulado, irnicamente, La calma despus de la tormenta) con una cara tancontorsionada como la de un estudiante de primaria a quien su maestro ha se-alado para ridiculizarlo. El silencio que haban mantenido sus acompaantesse fue resquebrajando con risas ahogadas. La herida de fracaso institucionalque Ray cargaba desde nio, enterrada y sobrecompensada a lo largo de losaos, se haba abierto repentinamente. Coo, Felipe, me impolta un carajo!Lrguense de aqu. Todos! Con torpeza, acomod su cuerpo en su Merce-des, apret el acelerador y dio vuelta a la esquina haciendo rechinar las llan-tas, sin prestar atencin ni a la luz roja ni a los traficantes que se encontrabanfrente a La Farmacia y que con su semblante de sobrevivientes de Auschwitzesquivaron el Mercedes y siguieron vendiendo cocana, herona adulterada,Valium y polvo de ngel.3

    Primo, mi amigo ms cercano en el vecindario, gerente de la otra casa decrack de Ray conocida como el Saln de Juegos, situada en una galera de video-juegos a dos puertas del departamento infestado de ratas donde yo viva con miesposa y mi beb, me mir preocupado y me recrimin: Oe, Felipe, humillasteal negro gordinfln. Alguien recogi el peridico de la cuneta, comenz a leerel artculo e hizo un comentario sobre la calidad de la fotografa. Los demssencillamente perdieron el inters, decepcionados porque no habra ms cer-vezas gratis cortesa del jefe de los traficantes, y se retiraron a la casa de crack aescuchar rap, jugar billar y observar a los adictos demacrados que entraban aborbotones con puados de billetes en las manos.

    los parmetros de la violencia, el poder y la generosidad

    Para recuperar la dignidad, Ray redefini su ira como una preocupacin leg-tima por el peligro que mi aparicin en la prensa poda representar para susoperaciones. La siguiente vez que lo vi, se encontraba de pasada en el Saln de

    50 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    traer langosta del nico restaurantucho chino que sobreviva en la cuadra. Atodos nos entusiasmaba ver a Ray de buen humor. Lo volva capaz de una ge-nerosidad impredecible, en contraste con la rudeza que lo caracterizaba. Lanoche era joven y clida. Los heroinmanos demacrados y los adictos al cracko a la cocana intravenosa, congregados en la esquina de La Farmacia veinti-cuatro horas al da, siete das a la semana, se haban replegado por respeto ala vereda de enfrente. De vez en cuando miraban nuestro grupo con envidia.Tenamos el espacio bajo control.

    Quiz tambin fuera normal que yo quisiera ostentar mi relacin con el bi-chote de la cuadra, una relacin que cada da era ms estrecha y ms privile-giada. En los primeros das de esa semana, Ray me haba contado los detallesntimos de su pasado como stick-up artist, o artista del asalto a mano armada.Segn su relato, se especializaba en asaltar puntos de venta de droga hasta queun vigilante lo embosc mientras hua de un punto de herona con $14 000.La fuga termin en un tiroteo de techo a techo y una condena de crcel decuatro aos y medio. La hermana de Ray cubri la fianza con los $14 000 roba-dos que Ray logr ocultar antes de que lo arrestaran en un envase de alquitrnpara techar.

    Quiz tambin yo bajara la guardia porque, minutos antes, Ray haba hechoalarde frente a todos de que me haba comprado una Heineken, en vez de laBudweiser 15 centavos ms barata que les haba dado a los dems. Felipe, tbebes Heineken, no?, pregunt en voz alta para que todos oyeran. Me sentan ms privilegiado cuando l mismo se compr una Heineken, como paradistinguirnos a los dos, con nuestras botellas verdes de cerveza importada, delos bebedores comunes de la calle.

    Metido de lleno en este ambiente, pens que era un buen momento paracompartir el pequeo xito meditico que haba logrado esa maana: unafoto ma en la pgina 4 del New York Post junto al presentador de televisin PhilDonahue, tomada durante un debate sobre el crimen en East Harlem cele-brado en el horario pico televisivo.2 Yo esperaba que esto impresionara a Rayy a su camarilla y aumentara mi credibilidad como un profesor de veras, conacceso al mundo blanco de la televisin diurna, pues en ese entonces, algu-nos miembros de la red de Ray continuaban sospechando que yo era un im-postor, un adicto charlatn o un pervertido que se haca pasar por un profe-sor presumido. Peor an, mi piel blanca y mi procedencia de una clase socialajena al vecindario mantuvo a algunos convencidos hasta el final de mi estadade que en realidad yo era un agente antinarcticos en una misin encubierta.La foto en el diario era una manera de legitimar mi presencia.

    Not que Ray se contrajo e hizo una cara extraa cuando le pas el peri-dico, pero ya era demasiado tarde para detenerme. Yo ya haba gritado: EyBig Ray, mira mi foto en el peridico!, en voz alta para que todos escucharan.

  • etnia y clase: el apartheid estadounidense 53

    Primo camufl el terror de sus recuerdos infantiles contando cmo Ray y sumejor amigo, Luis, haban violado a un mendigo en el lote baldo junto al Sa-ln de Juegos. Yo apagu mi grabador, implantando inconscientemente eltab que impera sobre las discusiones pblicas de la violacin. Pero Csar, elmejor amigo de Primo, que trabajaba como vigilante del Saln de Juegos, senos uni afuera del local e insisti en que documentramos la historia. Habainterpretado mi sobresalto como reaccin ante el temor de que cualquieraque pasara por la calle se molestara al ver a un blanquito tendindoles ungrabador a dos puertorriqueos.

    Csar: Saca el grabador, Felipe. Nadie te va a fastidiar aqu.Primo: S, pana. Le dieron pol culo a un bon viejo y sucio. Lo siguie-ron a ese lote [seala la basura desparramada a la derecha].Csar: S, s!Primo: Ray y Luis se turnaron metindole el bicho ah mismito [ca-mina hasta el medio del solar para identificar el lugar].Csar: Bien loco, pana. Ray es un puetero puerco. Es un degene-rado. Tiene fama. T me entiendes, Felipe? Fama. En la calle esoquiere decir respeto.

    Primo hizo caso omiso del comentario de Csar y me explic que, en ese mismoinstante, Ray se debata entre matar a Luis, su cmplice de violacin y amigo dela infancia, o cubrir sus gastos legales despus de que lo arrestaran mientras en-tregaba un bndol de crack en el Saln de Juegos.6 Segn Primo, por una coin-cidencia inverosmil, el costo de un sicario era de $3000, exactamente el mismomonto que cobraba el abogado defensor de Luis. Ray ya no confiaba en Luis,que tambin era primo hermano de Primo, a causa de su nuevo hbito comoconsumidor de crack. Peda dinero compulsivamente y, peor an, tena reputa-cin de chota. En El Barrio corra el rumor de que varios aos atrs, cuando loarrestaron por un robo, no aguant la presin en el interrogatorio policial y de-lat al esposo de su madrina como traficante de mercanca robada.

    Los rumores sobre la brutalidad de Ray eran parte integral de su eficacia enel manejo de una red narcotraficante. Quien aspire a subir de rango en la eco-noma clandestina suele hallar necesario acudir sistemtica y eficazmente a laviolencia contra los colegas, los vecinos e incluso contra s mismo para evitarlos timos que podran tramar los socios, los clientes y los asaltantes profesiona-les. Comportamientos que para un extrao pareceran irracionales, salvajesy a la larga autodestructivos se interpretan como una estrategia de relacionespblicas y una inversin a largo plazo en el desarrollo del capital humanodentro de la lgica de la economa clandestina.7 Primo y Csar me lo explica-ron con palabras menos acadmicas cuando nos conocimos:

    52 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    Juegos, que quedaba al lado de mi casa, haciendo una entrega de crack y reco-giendo el dinero de las ventas de media jornada. Al verme, me empuj contrauna esquina y me dijo en voz alta, para que todos escucharan:

    Felipe, djame decirte, a la gente que hace que cojan a alguien, aun-que sea por accidente, los encuentran en los safacones con el cora-zn por fuera y con el cuerpo hecho pedazos como pa una sopa... oa veces acaban con los dedos en un tomacorriente. T me entien-des?

    De inmediato se dirigi a su Lincoln Continental con vidrios polarizados, nosin antes tropezar con un pedazo de linleo desprendido de la entrada del Sa-ln. Para mi consternacin, su novia adolescente, que lo esperaba en el automasticando chicle sin mucha paciencia, eligi ese instante para desfruncir elceo y lanzarme una mirada intensa. Aterrorizado de que, adems de lo suce-dido, Ray fuera a imaginar que yo coqueteaba con su nueva novia, mir haciael piso y me qued cabizbajo.

    Primo estaba preocupado. Ray era diez aos mayor que l y lo conoca desiempre. Me cont que, en su temprana adolescencia, Ray haba encabezadodos pandillas no muy consolidadas, integradas por el propio Primo y sus ac-tuales empleados: la TCC (The Cheeba Crew [El corillo marihuano])4 y la Ma-fia Boba.5 Le haba enseado a Primo a robar radios y a desvalijar negocios enel barrio rico al sur de East Harlem. Para recuperar mi propia dignidad, in-tent ridiculizar la advertencia de Ray valindome de la broma misgina quePrimo y Csar utilizaban a menudo para restarle importancia al cambio dehumor de su jefe: La mula anda con la regla, pana, ya se le pasar. Tran-quilo. Pero Primo agit la cabeza, me sac del Saln de Juegos y me llev ala vereda para aconsejarme que desapareciera por unas semanas. Es que tno entiendes, Felipe. Ese negro es loco. En la calle lo respetan. La gente loconoce. De nio era un salvaje. Tiene fama. Yo interrump a Primo, retn-dolo: T me quieres decir que le tienes miedo a Ray?, y l respondi conlo que en esa temprana etapa de nuestra amistad era una rara confesin devulnerabilidad:

    Coo! Si yo conozco a ese negro desde que yo era un nene. Estabamal de la cabeza, pana. Yo pensaba que l me iba a violar, porque esun negro grande y yo era un flaquito chiquitn. Slo tena quinceaos. Ray hablaba como loco y deca pendejadas como: un da destos te voy a dar por ese culo. Y yo no saba si era verdad o no.Nunca me atrev a janguear solo con l.

  • etnia y clase: el apartheid estadounidense 55

    Mis visitas camufladas continuaron por tres meses, hasta una noche en queRay lleg al Saln a pie y nos sorprendi a todos en medio de una discusin es-candalosa. Primo y yo intentbamos calmar al vigilante, Csar, que haba to-mado demasiado ron y haba empezado a desahogar la rabia que le provocabael autoritarismo de su jefe. A Csar lo haban apodado C-Zone por sus juer-gas habituales con alcohol y drogas. Haba que tomarlo en serio y vigilarlo decerca para controlar su tendencia a explotar en arrebatos arbitrarios de violen-cia. En esta ocasin, para tranquilizarlo, le recordamos las reglas de Ray sobreel comportamiento revoltoso en sus casas de crack.

    Csar: Ray se ha estado quejando! Va a venir a decirme que nopuedo janguear con ustedes?Primo: Clmate, no hagas tanta bulla. No te preocupes por eso.Csar: Djame que te cuente sobre Ray. Es el ms gordo y el ms vagohijo de la gran puta en todo el puetero East Harlem. Porque es ungordinfln degenerado que toma Budweiser [hace una pausa paravomitar en el canasto de basura al lado de la entrada]. Es uno deesos imbciles que cuando se siente bien, todos los dems tienenque cuidarse.No deja que la gente gane chavos. Vas a ver, pana, yo le voy a enseara ese canto de cabrn... Yo me voy a deshacer de ese gordo Michelnculn. La nica razn por la que no he matado a ese mollo hijo deputa es porque lo voy a joder.[Me mira de frente] Ests grabando esto, Felipe? Vete a la granputa![Gira hacia Primo] T tambin ests lambiendo mucho ojo, Primo,porque le tienes miedo al negro bembn se. Pero yo lo mato. No esms que un mollo feo, un Black-a-Claus, una gorda bovina. [Gira hacia m otra vez] Yo slo tengo miedo si estoy sobrio. No di-ra estas pendejadas... [seala el grabador] pero como estoy jendidomatara a ese gordo hijo de puta.T me entiendes? [grita directamente al grabador] Voy a matar aese canto de cabrn!Primo: [endurece el tono] T no vas a hacer na.Csar: [con un tono casi sobrio] Claro que lo hago. Yo matara. Yo es-toy loco, pana. Qu es lo que pasa? T nunca piensas eso? Primo: Hay que ser un mamao pa pensar una bobera como sa.Csar: Slo imagnate! Yo podra ser un psicpata.Primo: T le crees, Felipe?Philippe: S, le creo. Pero no quiero estar cerca cuando empiece a dis-parar.

    54 en busca de respeto: vendiendo crack en harlem

    Primo: No es bueno ser muy chulo con la gente, pana, porque luegose van a aprovechar de ti. T puedes ser bueno y amable en la vidareal pero tienes que tener frialdad si vas a jugar el juego de la calle.Como: Coo, no me jodas o Me importa un carajo. As es la cosapara que no se metan contigo.Csar: As, como yo. La gente cree que yo soy un salvaje.Primo: Aqu tienes que ser un poco salvaje.Csar: En este vecindario t tienes que ser un poco violento, Felipe.[Se oyen tiros] Qu te dije? No puedes dejar que la gente abuse deti, porque entonces piensan que no vales nada y mielda como sa. Yah est el detalle: tienes que hacer que la gente crea que eres untipo cool para que te dejen en paz.No es que quieras ser abusador ni nada de eso. Es que no puedes de-jar que otros te traten como les venga en gana, porque cuando losdems vean eso van a querer tratarte igual. Te ganas la reputacindel blandito del barrio. Y hay una forma de no tener grandes peleas ni nada de eso. Hay quetener esa reputacin, como: ese tipo es cool, no te metas con l, sintener que dar ningn cantazo.Y luego est la otra manera, que es a la caona, la violencia total.

    Completamente al tanto de las posibles consecuencias de la amenaza pblicade Ray, decid darle su espacio. Primo y Csar cooperaron para protegerme.Ideamos un modus vivendi para que yo los pudiera visitar en la casa de crack sinarriesgar un enfrentamiento con su jefe. Primo contrat a uno de los heroi-nmanos de la esquina y le encarg silbar cuando viera aproximarse el auto deRay. De ese modo, al or el silbido, yo poda escabullirme del Saln de Juegosy escapar a la seguridad de mi edificio, a dos puertas de distancia.

    Incluso despus de mantener este bajo perfil por