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¿UN NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO? Lecturas sobre la teoría y la crítica de nuestro tiempo. www.sabercolectivo.cl

Capitalism o

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¿Un nUevo espíritU del capitalismo?Lecturas sobre la teoría y la crítica de nuestro tiempo.

www.sabercolectivo.cl

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© Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial.Inscripción Nº 180641

ISBN: 978-956-8118-22-8

Edición: Cristóbal Soto Calistro.Diseño y diagramación: Jessica Jure de la Cerda.

En la confección de este libro se ha utilizado papel de portada cartulina reverso blanco de 250 gramos

y en el interior Bond ahuesado de 80 gramos.Las tipografías utilizadas son Garamond y Frutiger.

Esta primera edición de 700 ejemplares se finalizó en los talleres de Andros en junio de 2009.

Derechos exclusivos reservados para todos los países.Prohibida su reproducción total o parcial, para uso privado o colectivo, en cualquier medio impreso o

electrónico de acuerdo a las leyes Nº 17.336 y 18.443 de 1985 (Propiedad Intelectual).

Este es un estudio de Saber Colectivo www.sabercolectivo.cl

Sastrería Ediciones es un sello perteneciente a Ediciones del Temple.

[email protected]

Impreso en ChilePrinted in Chile

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¿Un nUevo espíritU del capitalismo?Lecturas sobre la teoría y la crítica de nuestro tiempo.

prólogoantonio cortés terzi

edUardo rojas • sebastián depolo tania cadima • sergio celis • matías cociña

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A la memoria de nuestro amigo Antonio Cortés Terzi

(1952-2009)

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La comprensión de un texto se presenta como un caso particular de relación con

otro, cuya diversidad debe ser tutelada a la vista de esa huella del todo peculiar que constituye su palabra escrita. [...] Löwith no apela a las páginas de otros para hacer

más vigorosas sus propias convicciones o sus propias obsesiones. Sus ensayos entretejen

más bien relaciones entre posiciones diversas, crean pares, series o constelaciones temáticas

que refl ejan y delimitan alternativamente, haciendo evidente, lo que las distingue de otras, su relatividad. [...] Resulta de esto

una hermenéutica escéptica que niega vali-dez absoluta a las perspectivas indagadas, y

que caracteriza más que valora.

Enrico Donnagio sobre Karl Löwith1

1 Donnagio, E.: “Una sobria inquietud. Karl Löwith y la fi losofía”. Katz Eds., Buenos Aires, 2006, pág. 77.

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Prólogo Antonio Cortés t.1. La hegemonía del consensualismo: una cultura político intelectual “oficializadora”.2. El develamiento del carácter orgánico del “nuevo espíritu del capitalismo”.3. Sugerencias analíticas sobre “desarrollo” capitalista y política “democrática”.

El NUEVo ESPÍrITU DEl CAPITAlISMo Y lAS CoNTrADICCIoNES ENTrE ECoNoMÍA Y PolÍTICA. UNA INTroDUCCIóNMAtíAs CoCiñA V.1. Estabilización de la elite y precarización de la crítica.2. La política pública como materia (exclusiva) de la economía neoclásica.3. ¿Una economía sin espíritu ni experiencia histórica?4. Comprender el nuevo espíritu capitalista: un ejercicio teórico a fondo.

El NUEVo ESPÍrITU DEl CAPITAlISMo, CUlTUrA, TEorÍA Y PolÍTICA. UN ANálISIS ENTrECrUzADoEduArdo rojAs C.1. El relato estándar de la globalización dificulta la comprensión de lo real.2. El espíritu capitalista intercultural: emprendedor, no igualitario y realista.3. Justificación y razón capitalista: “afinidad electiva” entre lucro y ética.4. La reflexividad: metodología de análisis y valor político.5. Crítica teórica y crítica social en el nuevo espíritu del capitalismo.6. Tecnocracia y explotación “en red”: flexibilidad y subcontratación.7. Después de mayo del 68: la crítica artista recuperada como innovación.8. ¿Un “intelectual orgánico” siglo XXI para la autenticidad política?.

lA “CoMPETENCIA PolÍTICA” EN orgANIzACIoNES ArTICUlADAS Por ProYECToS. HANNAH ArENDT Y El NUEVo ESPÍrITU DEl CAPITAlISMo tAniA CAdiMA G.1. La noción de competencia. 2. La noción de proyecto.

INDICE

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3. La competencia estratégica como capacidad político-discursiva.4. La competencia estratégica como competencia política y su función práctica.5. La competencia política como poder y cooperación.6. La “comunidad de prácticas” como trasfondo de la competencia política.

lA ACCIóN CoMUNICATIVA Y loS ProCESoS forMATIVoS EN lA CIUDAD Por ProYECToSsErGio CElis G.Consideraciones preliminares: La idea de espíritu y desplazamiento.1. La ciudad por proyectos oculta al capitalismo de la crítica.2. El nuevo espíritu del capitalismo y su colonización de la personalidad.

a) La autoridad de los managers, conexión sobre tradición.b) Las tecnologías del yo y los procesos formativos, el

disciplinamiento en la red.3. La Teoría de la Acción Comunicativa repone la crítica moderna en el nuevo espíritu del capitalismo.

a) La orientación al entendimiento en la ciudad por proyectos.b) El saber como competencia y su potencial en la zona de innovación.c) El riesgo de aculturación y el valor de la crítica.

ECoNoMÍA, SoCIEDAD Y NUEVo ESPÍrITU DEl CAPITAlISMo. lA TrANSforMACIóN DE lA fUNCIóN DIrECTIVAsEbAstián dEpolo C.1. Justificación y capitalismo: ¿Un nuevo orden social?, ¿una nueva crítica?2. La transformación de la función directiva: managers en red.

La dimensión técnica. La dimensión profesional (el saber hacer).La dimensión social.A) El entusiasmo por las nuevas realidades.B) La demanda de seguridad: empleabilidad vía competencias y el

liderazgo requerido por el NEC.3. A modo de Conclusión.

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Novedoso, develador y sugerente fueron impresiones espontáneas que se me vinieron a la mente con las primeras lecturas de este texto, elaborado siguiendo el derrotero de la rigurosa y extensa investigación crítica de Luc Boltanski y Eve Chiapello sobre “El nuevo espíritu del capitalismo”. Con las lecturas siguientes, más metódicas y escudriñadoras, fui confi rmando esas impresiones hasta que se transformaron en juicios y califi cativos razonados.

La impronta de lo novedoso –y quizás se podría decir de lo original del libro- no debe buscarse tanto en el mundo abstracto de las ideas que concentra, sino en el aquí y ahora que contextualiza su escritura y publicación. En el mundo abstracto de las ideas es bastante difícil hablar con entera propiedad de originalidades, porque es muy sutil, o incluso indistinguible, la frontera que separa las autorías en la producción de pensamientos.

1. LA HEGEMONÍA DEL CONSENSUALISMO: UNA CULTURA POLÍTICO INTELECTUAL “OFICIALIZADORA”.

El libro es novedoso porque su entorno histórico-real así lo determina. Su originalidad la defi ne el marco de la producción intelectual en el que está inmerso y con el cual interlocuta. En Chile, en el campo político y político cultural se ha venido dando, desde hace algunos años, una evidente tenden-cia “ofi cializadora” que factualmente dicta ordenamientos y catalogaciones acerca de las prioridades, pertinencias, calidades, etc. del trabajo intelectual y de sus productos. Ordenamientos y catalogaciones que, sin negar lo plural, lo constriñen a las pautas que traza una suerte de pluralidad “ofi cializada”. De ninguna manera, ni siquiera como insinuación, se está planteando la exis-tencia de una “ofi cialización” autoritaria premeditadamente impuesta o pro-movida por poderes institucionales o por la conjura de grupos o entidades estructurados para lograr ese efecto.

prÓlogo

Esta confusión se ha visto incrementada por el estado de la crítica social- a la que la sociología, por su proximidad, no suele mostrarse indiferente-, que desde hacía un siglo nunca se había mostrado tan desarmada como a lo largo de los últimos quince años: ya sea por manifestar una indignación sin poder acompa-ñarla de propuestas alternativas, ya, y esto es lo más corriente, por renunciar a denunciar una situación cuyo carácter problemático –es lo menos que po-dría decirse- no debería escapársele, admitiendo así, tácitamente, su fatalidad.

L. Boltanski. E. Chiapello: El nuevo espíritu del capitalismo.1

Antonio Cortés Terzi.

1 Boltanski, L. y Chiapello, E.: “El nuevo espíritu del capitalismo”. Eds. Akal, Madrid, 2002, pág. 17.

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El fenómeno al que se alude proviene y forma parte de un fenómeno mayor y más global. Obviamente, no es este el espacio indicado para explayarse so-bre este último. Pero sí es necesario dejar expuestas algunas constataciones. La tendencia “ofi cializadora” –como rasgo que afecta a la realidad nacional- tiene sus causas principales en:

• La confi guración de una realidad política y de un sistema de relaciones políticas –sobredeterminadas por las características que revistió la transi-ción- que han restringido o minimizado la presencia activa y signifi cativa de una contracultura2 crítica al estatus. Y esto por dos razones que están a la vista. De una lado, porque las corrientes políticas que por tradición doctrinaria deberían encarnar la representación de la crítica social y teó-rica son las que han gobernado el país por casi cuatro lustros. Ninguna duda cabe que esa es una condición que auto-inhibe la discursividad y la gestualidad contracultural. De otro lado, si bien las fuerzas gobernantes han impulsado políticas reformadoras, en lo sustantivo han sido políti-cas aceptables y hasta reproductivas de las esencialidades de estatus. Es decir, tampoco por la vía del acto gubernamental ha habido dinámicas que, con precisión y constancia, constituyan formas de expresión de una contracultura. • La realidad descrita en el párrafo anterior, conlleva a otra circunstancia que coadyuva a la tendencia “ofi cializadora”. La frágil y discontinua dis-cursividad conceptual y comunicativa de la crítica y el prolongado ejerci-cio gubernamental de las vertientes políticas que por tradición cuestiona-ron de modo totalizador el sistema, contribuyen a gestar un escenario de una confl ictividad muy baja en intensidad y densidad político intelectual entre las elites de origen contestatario y las elites que adscriben histórica y doctrinariamente al estatus. Entre las elites supuestamente de tradi-ción “antisistema” y las elites confesamente pro estatus, por cuestiones de orden funcional e instrumental, pero también conceptuales, se han desarrollado esferas de coincidencias intelectualmente relevantes, de tal suerte que sus diferencias y debates se circunscriben a asuntos de menor rango conceptual y de escasos alcances totalizadores.

2 Como aquí se entiende, lo contracultural comprende tres momentos: un pensamiento analítico y crítico a lo sistémico, una escala de valores culturales, derivada de ese tipo de pensamiento, que inspira conductas y prácticas contraculturales y una o más fuerzas políticas y/o sociales que promueven y organizan la con-tracultura. La conjugación de la gravitación de cada uno de estos momentos dentro de lo contracultural varía según las circunstancias históricas. Pero sólo la presencia mínima de cada uno de ellos y con un mínimo grado de organicidad entre sí, confi guran una efectiva contracultura.

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Es fácil deducir la formidable fuerza “ofi cializadora” que se desprende de la existencia de esas esferas de coincidencias entre las elites que de-berían resumir o representar el confl icto entre lo sistémico y lo contra-sistémico.

• Las características y el contexto del proceso transicional en Chile apor-taron muy claramente a la implantación de la tendencia “ofi cializadora”. Esta afi rmación, sin embargo, no se sustenta en la socorrida tesis de la “transición pactada” que postulan algunas analistas y sectores políticos, particularmente de la izquierda. Es muy debatible y poco riguroso asegu-rar que los consensos que se fueron construyendo en torno al estatus que consolidó la transición resultaron de pactos secretos o semisecretos que se habrían establecido entre las elites concertacionistas y las elites cívico-militares de la derecha. Son dudosos y aventurados los argumentos que se esgrimen en tal sentido, simplemente porque es escasamente creíble que un puñado de conspiradores hubiesen sido tan poderosos y visiona-rios como para fraguar un proceso extremadamente largo y para mane-jar una infi nidad de variables de manera tal que fi nalmente cuadraran y dieran lugar a un ordenamiento socio-económico y político imaginado varios años antes.

La infl uencia y el sello de la transición en la tendencia “ofi cializadora” tienen causales más objetivables, más histórico-estructurales. Las que aquí más im-portan son aquellas que nutrieron el alto grado de hegemonía (en el sentido gramsciano de autoridad político intelectual auténtica) con el que contó no sólo la transición en sí, la transición estrictamente política, sino también la hegemonía que acompañó el desarrollo socio-económico y cultural que corría en paralelo a la transición política y que sentó las bases para el Chile estructural, el “Chile profundo” de hoy. Resumiendo y simplifi cando, de las fuentes que alimentaron la hegemonía que dispuso la transición y sus políti-cas socio-económicas las más destacables son:

a) En términos históricos proyectivos, la principal obra y legado del ré-gimen militar no fue el modelo económico, sino –como escribe Tomás Moulian- una “revolución capitalista”, la imposición radical de un pro-yecto “burgués” con voluntad de poder y de soberanía política de dere-cha, dirigido a disciplinar la sociedad en torno a una lógica de largo plazo y a una economía monetarista que harían de Chile un país abierto e inte-grado al sistema capitalista mundial.3 En esencia, lo que hizo la dictadura

3 Moulian, T.: “Chile actual. Anatomía de un mito”. LOM-ARCIS, Santiago de Chile, 1997, pág. 26.

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fue tipifi car capitalísticamente (sic) la economía y la sociedad chilena. Los gobiernos de la Concertación, lejos de interrogar esa formación social profunda, prosiguieron y aprovecharon el dinamismo que había adquiri-do así la “nueva sociedad”.

Por supuesto que aquello devino en un consistente efecto legitimador de la “economía de mercado”: las fuerzas políticas que otrora simboli-zaban la resistencia esperanzadora utópica al capitalismo, reducían ahora su discurso a la crítica del “neoliberalismo” - en su condición de políticas económicas- guardándose bien de no criticar las lógicas y relaciones in-trínsecas al capitalismo.

Por otra parte, a ese respaldo gratuito e inesperado al estatus en sus di-mensiones más profundas, se le sumaba otro de rango empírico: la eco-nomía capitalísticamente tipifi cada crecía a tasas sostenidas considerables y se mostraba con capacidades expansivas e integradoras.

b) El mismo año en que la Concertación accedía al gobierno, dejaba de existir el muro de Berlín y dos años después Francis Fukuyama anunciaba el “fi n de la historia”. El capitalismo se proclamaba victorioso y eterno y las luchas y discursos antisistema quedaban huérfanos de imaginarios so-ciales alternativos. Claro está que el desastre mayor lo sufrían las contra-culturas de origen marxista o para-marxistas. Pero ni la socialdemocracia ni el socialcristianismo salían ilesos, porque el daño no era consecuencia sólo del fracaso de los socialismos reales, sino también, en esos momen-tos, del avasallador éxito del capitalismo moderno y globalizador.

Mientras transcurrían los primeros años de la transición en Chile, las ten-dencias sociopolíticas y culturales de tradición democrática “no capitalis-ta” –específi camente en Europa-, se abrían a procesos de reconversión que, en muchos casos, se vieron plagados de traumas y crisis. Los resulta-dos de dichos procesos fueron variados en el campo de lo político. Pero en el campo de lo doctrinario, conceptual y cultural las reconversiones fueron más uniformes y tendieron a converger en renunciamientos o ale-jamientos de sus pasados política y éticamente cuestionadores para trans-formarse en una suerte de disidencia dentro de lo cultural-sistémico.

Esa atmósfera universal, favorable a la consolidación factual e ideológica del capitalismo y debilitadora de las fuerzas y discursos contraculturales, por supuesto que también cubrió el espacio político-cultural nacional, dán-

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dole mayor amparo al revisionismo por el que pasaban los pensamientos democrático avanzados o simplemente populares criollos y facilitando re-novaciones intelectuales que se inclinaban por la aceptación acrítica de ló-gicas de razonamiento y de preceptos provenientes del demo-liberalismo.

Y esto último ocurría en Chile en compañía de otro fenómeno. En sus primeras fases renovadoras las críticas tradicionales, particularmente, las adscritas al ideario socialista, enfatizaron la autocrítica, pero una autocrí-tica que bien puede considerarse introvertida, es decir, volcada a mirar sus equívocos teóricos, ideológicos y conductuales en referencia exclu-siva o casi exclusiva a su universo propio y enclaustrado, sin conexiones con la historia y la historicidad ni con lo social y las sociedades de un mundo que se tornaba globalizado trastocando los tiempos y espacios de toda realidad. En tal sentido, las renovaciones en sus orígenes no fueron mundanas sino principalmente revisiones y renuncias bibliográfi cas y tu-vieron mucho de apriorismo crítico respecto de sus experiencias.

Las vanguardias más radicalizadas de este tipo de renovaciones termina-ron con un virtual desarme de todo o casi todo el instrumental intelectual y experimental en el que históricamente se sentaban las bases de la oposi-ción intelectual y moral al sistema. Autodespojadas de los sustentos de su discursividad crítica contracultural, tales procesos renovadores buscaron y encontraron refugio en los códigos liberales más avanzados y en las ex-periencias modernizadoras, vistas como grandes procesos de innovación cultural en sí.

c) Las renovaciones de las oposiciones tradicionales, caracterizadas, como ya se escribió, por renunciamientos doctrinarios y conceptuales de su propio bagaje intelectual y por adscripciones acríticas a pensamientos de raíces demo-liberales y a emergentes cuerpos de ideas contestatarias a efectos de la modernidad (ecologismo, feminismo, indigenismo), dieron lugar a dos consecuencias que importa destacar: • de un lado, pasaron a formar parte del proceso de “ofi cialización” polí-tico-cultural, legitimándolo y fortaleciéndolo, no sólo por cuanto lo “plu-ralizaron”, sino, sobre todo, porque contribuyeron –emulando el sistema electoral- a erigir una suerte de binominalismo político-cultural;• y, de otro lado, dejaron un vacío intelectual y político-intelectual, en el plano de la crítica social y de la teoría crítica, que, con el transcurrir del tiempo, fue siendo cubierto, en lo grueso, por las marginalidades que

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en su devenir crearon los propios procesos renovadores. Es decir, se hicieron cargo de lo contra-cultural los pensamientos y los sujetos que, proviniendo también de las izquierdas tradicionales, resistieron las reno-vaciones y quedaron al margen de ellas. • esa situación a la postre ha signifi cado que las expresiones contraculturales vigentes y de mayor presencia pública posean elevados grados de conser-vadurismo intelectual y que, a la luz de los fenómenos modernos, denoten, en momentos, dosis altas de regresión teórica en cuanto no se inscriben ni intentan hacerlo en el amplio debate científi co y fi losófi co que atraviesa sus homólogas por todo el mundo globalizado. La vieja lección de que el con-fl icto político, aún el más agudo, es condición de existencia del pensamiento teórico y de toda renovación, innovación y aprendizaje de personas y grupos parece ampliamente verifi cado en nuestra historia reciente.

Por cierto que la existencia de una contracultura de naturaleza extemporá-nea, facilita la preponderancia de una cultura política “ofi cial”.

Este esquema explicativo de la tendencia ofi cializadora de lo político-cultu-ral en Chile estaría incompleto (o más incompleto) si no se le agregara una realidad ostensiblemente reconocida: el inmenso poder que ejerce el orden sistémico (el binominalismo político-cultural) en todas las esferas que se vinculan al trabajo, producción y distribución de pensamientos.

Ahora bien, el libro en comento es novedoso, ante todo, porque está fuera de la tendencia ofi cializadora. Y está fuera de una manera profunda: por su temá-tica central, por los énfasis en determinados efectos estructurantes de la eco-nomía y la política del capitalismo en redes que hoy se impone en el mundo, por los antecedentes y lógicas analíticas, por el lenguaje, por la intencionalidad político-cultural. Y es novedoso también porque, representando un ejercicio intelectual de renovación cultural teórica, poco o nada tiene que ver con el “conservadurismo” de las izquierdas “tradicionales” que se señala más arriba.

Podría decirse, en suma, que el libro es una iniciativa que apunta y coadyuva a la reposición o reconstrucción “nacional” y actualizada de la teoría crítica. Actualizada en el sentido que, mediando un dispositivo de referencia infor-mada y sistemática a la investigación de Luc Boltanski y Eve Chiapello sobre el nuevo espíritu del capitalismo, indaga sobre la profundidad y arraigo de los discursos de la modernidad capitalista e introduce en compañía de los aná-lisis de éstos un nuevo instrumental analítico para comprender los sujetos y estructuras de la sociedad actual.

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2. EL DEVELAMIENTO DEL CARÁCTER ORGÁNICO DEL NUEVO ESPÍRITU DEL CAPI-TALISMO.

El solo hecho de que recupere la teoría crítica desde sus ancestros y de que utilice sus dialécticas y herramientas para compenetrarse en la contempora-neidad, lo hacen un libro develador. Así, por ejemplo, de manera casi can-dorosa nos devela que el concepto “capitalismo” de la “vieja” teoría crítica todavía rige para referirse a las sociedades modernas. Y no hay nada de irónico en estas palabras. Sólo quieren llamar la atención sobre lo que sigue: las renovaciones de las culturas críticas tradicionales han gastado muchas energías e imaginación para soslayar el concepto y para tratar de identifi car de manera más amable los rasgos esenciales de las sociedades modernas. Todo ello tras el afán de no sentirse compelidas de dar cuenta crítica de las contradicciones, confl ictividades e irracionalidades que entraña el capitalis-mo por muy moderno que sea.

Pues bien, ese “candoroso” develamiento circula a lo largo del texto con plena naturalidad y refl ejando cuán impregnado está de teoría crítica: aquí lo mo-derno se entiende inmerso en la matriz estructural del diseño capitalista, ergo, cruzado también por las leyes, relaciones y contraposiciones del capitalismo. Y a esto último hay que prestarle atención especial, porque ofrece una mirada que no es habitual en las ciencias sociales chilenas. Lo que se encuentra ha-bitualmente en ella son estudios, interpretaciones y literatura que tratan por separado la crítica social al desarrollo capitalista criollo de la crítica a la mo-dernidad, lo que necesariamente conduce a diagnósticos y a discursos político-intelectuales que desintegran artifi cialmente los problemas sociales. La oferta analítica de nuestros autores, en cambio, es totalizadora, toda vez que, para ellos, modernidad y capitalismo son una unidad, un solo y mismo objeto de estudio, al igual que los fenómenos particulares que entraña esa unidad.

A partir de ese basamento el libro va dando luces sobre el nuevo espíritu de la “sociedad burguesa” cuya sociología y economía política describen Boltanski y Chiapello en sus tesis y sobre un gran número de fenómenos que encarna el neocapitalismo y que responden a ese nuevo espíritu. Fiel a la teoría crítica –fi de-lidad que incluye el debate y la discrepancia, a veces, con algunas de sus propias construcciones- el análisis retorna a los espacios medulares que participan en la confi guración histórica de los ordenamientos sociales, a saber, la producción, el trabajo, la empresa, su organización y relaciones. Retorno que de por sí se suma a la faceta descubridora del escrito, pues tales espacios han sufrido un notorio abandono analítico de parte del “ofi cialismo” político-cultural.

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Pero lo más develador en este punto, es que tal retorno supera antiguas “rencillas” de la teoría crítica logrando los autores articular orgánicamente los fenómenos del “espíritu” capitalista con los fenómenos de la estructura económica. Esta articulación armónica se observa en cada uno de los capí-tulos y en cada uno de los grandes tópicos que aborda el libro. La exposición breve de dos de estos tópicos sirve de ejemplo.

“El nuevo espíritu del capitalismo” tolera ser interpretado “gramscianamen-te” como la relegitimación del capitalismo moderno o como la reconstruc-ción de su hegemonía, o sea, de su capacidad para recuperar “genuina” o “auténticamente” altos niveles de conducción y obediencia social consen-suada, pese a la persistencia de irracionalidades e insatisfacciones que afec-tan a grandes conglomerados.

Un primer aporte clave del texto sobre esta reconstrucción normativa de autenticidades políticas estriba en que no hay asomo de pretender llevar su abordaje al plano exclusivo o preferencial de la “supraestructura” ni de querer explicarla recurriendo a la infl uencia de los mass media o al control capitalista de los “aparatos ideológicos”, como estilaban los análisis más ri-gurosos críticos de otros tiempos.

Lo que destaca del análisis sobre este punto es, precisamente, su integrali-dad, esto es, la fl uida integración de variables que se funden para permitirnos confi gurar un “todo” explicativo en el que sus partes se tornan virtualmente indistinguibles por los nexos de organicidad interna que se da entre ellas.

Así, por ejemplo, la reconstrucción hegemónica del neocapitalismo es im-pensable e inseparable de las necesidades que le surgieron a éste en materia de productividad y de reorganización de las empresas a la luz del surgimien-to y avances tecnológicos, toda vez que los cambios que estas cuestiones motivaron eran irrealizables (o difícilmente realizables) sin modifi caciones en las relaciones laborales y jerárquicas y en las formas de estructuración de los sistemas productivos. Modifi caciones que, a su vez, implicaban (y engendraban) nuevas conductas, nuevos discursos y nuevas formas de com-petencia para probar ante sí mismo y ante los otros la “grandeza” de perfi l “comunicativo” y la “responsabilidad” o la “justicia” en la ciudad, la econo-mía, el Estado y la sociedad de hoy.4

4 Celis, S.: “La acción comunicativa y los procesos formativos en la ciudad por proyectos”, en este libro.

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En otras palabras, el nuevo espíritu –como discursividad para la hegemonía- se asienta en la dinámica real-funcional del neocapitalismo, pero no como pura expresión “superestructural” de esa dinámica, sino como una discursividad que también le es intrínseca al devenir “molecular” de la estructura econó-mica y de los circuitos del poder fáctico.

Boltanski y Chiapello lo plantean así: “El capitalismo, enfrentado a una exi-gencia de justifi cación, moviliza algo ‘ya está ahí’, algo cuya legitimidad se encuentra ya garantizada y a lo cual dará un nuevo sentido asociándolo a la exigencia de acumulación de capital”.5

Un segundo tema –seleccionado aquí arbitrariamente- que grafi ca el uso de los autores de la teoría crítica en su dimensión analítica totalizadora y mer-ced a lo cual el texto adquiere un rasgo develador, se refi ere a la emergencia y conformación de un nuevo tipo de liderazgo conductor de la empresa y de la organización productiva, a saber, el gestor o manager que despliega sus nuevas competencias comunicativas y que opera por desplazamientos y fl exibilidades “en red”, como demuestran Boltanski y Chiapello en su obra mencionada más arriba.

El advenimiento del gestor o manager “conectivista” –fi gura que reemplaza a las antiguas fi guras propietarias o gerenciales- obviamente que está esti-mulado y promovido por los nuevos factores “técnico-económicos” que impulsan y caracterizan el neocapitalismo. Sin embargo, la línea interpreta-tiva del libro no establece una relación lineal entre uno y otro momento. Lo que nos dice el texto –esquematizando- es que tales factores “cobran vida” o se realizan a través de cambios más amplios –sin los cuales su efectividad no sería la misma: economía informática, en red, conexionista, organizada en proyectos. De estos cambios deriva la exigencia de reorganizaciones sig-nifi cativas de los procesos e instancias económicas o político económicas, reorganizaciones que implican, a su vez, una mayor injerencia en la econo-mía de factores “extra-económicos”. O si se quiere, la reorganización de los sistemas productivos incluye cada vez más factores “extra-económicos”.

Ahora bien, el gestor ocupa posiciones de liderazgo en el neocapitalismo, precisamente, porque su desenvolvimiento “profesional” es ad hoc a las ne-cesidades empresariales de comprender y moverse en esos espacios “extra-económicos”. Al respecto, en el capítulo que estudia la transformación de la función directiva se lee: “La literatura releva el rol del ‘liderazgo’ como el ras-

5 Op. cit. P.27

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go esencial a desarrollar dentro de las competencias de los altos ejecutivos de la nueva empresa capitalista, al constatar que es cada vez menos relevante el orden técnico de la producción y cada vez es más relevante el orden social de la organización y su transformación. Ya en los años sesenta la sociología industrial relacionaba la actividad ejecutiva con el direccionamiento de la empresa en entornos extra productivos”.6

Identifi cado ese cambio sustantivo en la “nueva” economía y en la “nueva” empresa y en la “nueva” politicidad, el libro profundiza sobre la caracteriza-ción del gestor que hacen Boltanski y Chiapello, incorporando y “fusionan-do” más variables analíticas. Para el cumplimiento de sus funciones “técni-cas”, el gestor debe empaparse de competencias que le permitan organizar y dirigir equipos para la realización de proyectos de manera tal que comprome-tan y estimulen la creatividad de sus integrantes. Debe contar, además, con competencias idóneas para crear relaciones y participar en redes económicas y “extra-económicas” que conforman condicionantes de las nuevas formas de organización productiva y de su sustentabilidad –léase legitimidad- social. Tales competencias conllevarían al gestor a un acercamiento o adscripción a conceptos y pautas conductuales que son derivadas propias de la Teoría de la Acción Comunicativa y de la concepción de la política de Hanna Arendt. Aunque los escritores no lo expliciten, su visión sobre la categoría del gestor alcanza ribetes totalizadores por cuanto le reconocen aptitudes económico-técnicas, políticas e intelectuales.

De algunas de las ideas –entre otras– que se encuentran en el libro respecto del manager como nuevo jefe conductor de los procesos productivos mo-dernos, se pueden extraer dos aportes trascendentes en el marco de la teoría crítica y de debates contemporáneos.

a) De por sí la emergencia del gestor y su preponderancia en la dirección de la organización productiva, constituye un contundente argumento fac-tual –amen de teórico– en contra del pensamiento económico neoclásico, tan infl uyente en el Chile de hoy. Efectivamente, la realidad del gestor y del ejercicio normativamente sobreimpreso de sus funciones, contradice la noción neoclásica de una subestructura económica casi compartimen-tada o cerrada en modelos matemáticos, constreñida a variantes técnicas y sujeta a leyes “científi cas” internas. Si el gestor es la fi gura líder de la economía moderna se debe, precisamente, a la “ampliación” del sentido

6 Depolo, S.: “Economía, sociedad y nuevo espíritu del capitalismo. La transformación de la función directiva”, en este libro.

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de lo económico, a sus interconexiones con lo extra-económico y a sus requerimientos funcionales de acción comunicativa y política.

b) Considerando la caracterización del gestor y la categoría gramsciana de “intelectual orgánico”, da para pensar que podríamos estar frente al surgimiento de un nuevo tipo de intelectual orgánico del neocapitalismo. “Intelectual” porque cumple las dos misiones claves del intelectual, se-gún Gramsci: organización y dirección. Orgánico, simplemente porque está inmerso en el mundo socio-económico del capital y resume proyec-tivamente sus impulsos de productividad. Y “nuevo” por dos razones: i) dada su incursión en esferas extra-económicas, ejerce organización y dirección en ámbitos socialmente más extensos, y ii) su condición de intelectual orgánico ya no se originaría en la cooptación, por parte del universo empresarial, de intelectuales forjados en otras áreas, sino que provendría de la entrañas mismas de la empresa y la producción.

Estos dos últimos puntos pasan a formar parte del tercer rasgo que se enun-cia al principio de este acápite, es decir, del carácter sugerente del libro.

3. SUGERENCIAS ANALÍTICAS SOBRE “DESARROLLO” CAPITALISTA Y POLÍTICA “DE-MOCRÁTICA”.

Se puede conjeturar que los propios autores escribieron asumiendo que es un texto con “vocación” sugerente. Así lo insinúan, al menos, los signos de interrogación que enmarcan el título. Lo cierto es que nada tiene de extraño que tenga esa inclinación. Es congruente a sus rasgos novedosos y develado-res. Son muchos los incentivos que encierra el libro para proyectar refl exio-nes e ideas. Pero, obviamente, aquí corresponde sólo referirse a algunas de ellas y de manera sintética.

3.1. Las ideas-fuerza que expone el texto sobre la reorganización del neo-capitalismo moderno y sobre la gestación del nuevo espíritu que visibilizan Boltanski y Chiapello, tienen como antecedente empírico –y también inte-lectual- el transcurso del capitalismo moderno en los países de mayor desa-rrollo. Cuestión que de inmediato sugiere plantearse los grados de validez o de utilidad explicativa de esas ideas-fuerza en sociedades de menor desa-rrollo, como la chilena. Planteamiento que, por lo demás, ha sido histórica-mente recurrente en América Latina en los estudios y análisis comparativos sobre el desarrollo del capitalismo.

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Gracias a esa recurrencia es posible anticipar dos potenciales reacciones so-bre las principales tesis del libro. Una, propensa al rechazo o minimización de sus vigencias para Chile y que argüiría apelando a las defi ciencias y des-equilibrios del capitalismo nacional, a la modestia de su modernidad, a la pervivencia de un porcentaje muy elevado de relaciones sociales propias de un capitalismo más tradicional o a la excepcionalidad de espacios empresa-riales modernos.

La otra reacción a las tesis del libro se mostrará inclinada a la aceptación y pertinencia de las ideas-fuerza de éste, en razón de dos tipos de argumentos y datos. Primero enfatizando aquellas situaciones nacionales que denotan sus más altos indicadores de modernidad (léase, integración a la economía mun-dial, masifi cación del uso de recursos tecnológicos “de punta”, estructura y pautas de consumo de calidad mercantil reconocida). Segundo, esgrimiendo la también históricamente discutida hipótesis que supone que el capitalismo avanzado es una suerte de meta rectora a la que, de una u otra manera, se dirigen todos los países inscritos en un mismo circuito globalizador. En tal sentido, lo que ocurre hoy en los países avanzados ocurrirá mañana en los países “rezagados”. Chile sería así una excepción en un contexto, como el latinoamericano, en el que a todas luces hace agua la idea de un modelo de desarrollo único.

Sin compartir ninguna de ambas apreciaciones, la opinión que aquí se tiene es que la validez del libro para los efectos de analizar el capitalismo criollo a la luz de esencialidades que identifi can el neocapitalismo en los países centrales y al nuevo espíritu que lo acompaña, estriba en tres factores determi-nantes de la estructura de la sociedad chilena.

3.1.1. Reconociendo su rezago comparativo en cuanto desarrollo capitalis-ta, lo cierto es que la estructura socio-económica y cultural de la sociedad chilena se desenvuelve bajo el imperio de relaciones sociales capitalistas típicas y bastante “purifi cadas”. Es decir, sus retrasos no son los propios de una sociedad en la que coexisten espacios capitalistas con espacios pre-capitalistas y con nexos febles entre ellos. En consecuencia, su menor de-sarrollo no invalida su condición de sociedad regida hegemónicamente por parámetros típicos del capitalismo. De ahí que sea sensible a todos los fenómenos que surgen por dinámica intrínseca de la “sociedad burguesa” y que, de un modo u otro, se den en él procesos de “aculturación inteli-gente” del tipo destacado en un capítulo de este libro: dinámicas propias de una antropología cuya fi gura ideal es el de “empresario”, una “moral

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no igualitaria”, una ciudadanía cuyo modo de existencia es el “intercambio mercantil” y una idea de política que es “objetiva”.7

3.1.2. Parafraseando a León Bronstein, la modernidad capitalista en Chile ha tenido un devenir “desigual y combinado”. Existen áreas de moder-nidades similares o cercanas a la media de los países centrales, junto a áreas “pobremente” modernas. Lo que importa, sin embargo, es que la modernidad es una realidad que circula –de manera “desigual y combi-nada”- a lo largo y ancho de la sociedad y que, fruto de esa aculturación inteligente, lo hace con organicidad, pues incluso en aquellas áreas que refl ejan con más intensidad los rezagos del desarrollo se encuentran ele-mentos modernos que las conectan a la modernidad. Por consiguiente, también la modernidad en Chile, pese a sus peculiaridades, es un sustrato extendido y que claramente interviene en los procesos que van diseñan-do el futuro.

3.1.3. Confi rmando la validez de las tesis de Boltanski y Chiapello sobre la “ciudad por proyectos” como lugar normativo del espíritu capitalista del mundo de hoy, las enormes desigualdades, en cuanto a tipifi cación capita-lista y moderna, no necesariamente se traducen en ausencia o fragilidad de un ethos hegemónico moderno en lo que respecta a conductas o expresio-nes político-culturales en el ámbito de los problemas y confl ictos políticos y sociales. El sentido de modernidad más próxima a lo que pudiera con-siderársela arquetípica confi gura una atmósfera cultural y conductual de fuerte gravitación social. Cuestión que se manifi esta, entre otras cosas y en primer lugar, en que los problemas y confl ictos tienden a establecerse con miras a paradigmas modernos. Y, en segundo lugar, en que, en las zonas de menor modernidad o que están en los lindes de ésta, la atmósfera de lo moderno tiende a condicionar o subsumir la confl ictividad y los proble-mas, transformándolos de facto en asuntos de la modernidad.

En suma, la validez y pertinencia de los análisis y tesis centrales del libro estri-ban en que la estructuración de la sociedad chilena se encuentra en un estadio histórico que, aunque distante del desarrollo de los países centrales, reúne tipi-fi caciones o esencialidades capitalistas y modernas y que, por lo mismo, la tor-nan susceptible de asimilar los nuevos fenómenos que existen o se incuban en el neocapitalismo. Podemos preguntarnos entonces ¿están superpuestas acá o están en vías de articularse las visiones de la política pública que, según los

7 Rojas, E.: “El «nuevo espíritu del capitalismo», cultura teoría y política. Un análisis entrecruzado”, en este libro.

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autores de este libro, deberían abrevar en el “multiculturalismo” o la “intercul-turalidad” para dar lugar a una cultura de desarrollo humano real?

Lo que el libro deja sugerido en defi nitiva y a propósito de lo anterior, son estudios y análisis concentrados en la realidad nacional y que busquen dar cuenta más acuciosa, precisamente, de los procesos y formas que revisten los fenómenos investigados y conceptualizados por él en un país de menor desarrollo y, a su vez, con peculiaridades en la construcción y caracterización tanto del capitalismo como de la modernidad.

3.2. Un segundo cuerpo de sugerencias analíticas atañe más directamente al ámbito de lo político. Dentro de ese ámbito hay dos temas que debieran causar particular preocupación. La nueva empresa que nos describe el texto de Boltanski y Chiapello y que asumen conceptual y analíticamente nuestros autores es una empresa que como tal sale a la sociedad por más vías y con más “productos” que la empresa tradicional. Sale más y también se entrelaza más a la sociedad (incorporación del cliente, interlocución mayor con los equipos de producción, constitución de redes, conexionismo, etc.). Por otra parte, la nueva empresa genera nuevas fi guras liderales para implementar su reorganización y plasmar su renovación. El gestor aprende a trabajar con lógicas de acción comunicativa y acumula conocimientos propios de la po-lítica que concibe el poder en el binomio autoridad-colaboración, binomio complementario y nunca antagónico.8

Ahora bien, si se tiene en cuenta la “expansión” social de la empresa y las características del liderazgo del gestor conectivista, cabe conjeturar –para in-vestigar- que la empresa moderna tendería a erigirse en una instancia factual de poder simbólico y material en una dimensión muy superior a la históri-camente conocida. Su poderío ya no radicaría exclusiva o principalmente en el factor económico, sino también en su capacidad discursiva, asociativa y de potencial liderazgo político.

En otras palabras, lo que cabría indagar es sí la nueva empresa evoluciona o no hacia la conversión de un centro concentrador de poderes a partir de la sumato-ria estratégica de poder económico, cultural, comunicativo o político. Sumatoria que tendría su justifi cación originaria en los requerimientos que crea el funcio-namiento “natural” de la nueva empresa y que se amplifi caría en virtud de la valoración que se le daría a los dispositivos culturales, discursivos y políticos.

8 Cadima, T.: “La competencia política en organizaciones articuladas por proyectos. Hannah Arendt y el nuevo espíritu del capitalismo”, en este libro.

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Y otro tema sugerido en el campo de la política alude a revisiones de la con-vivencia entre el neocapitalismo y su nuevo espíritu e institucionalidad política demo-liberal. El confl icto entre poder institucional y el poder factual que se gesta en la concen-tración económica, es un viejo problema que acarrean las naciones capitalistas y democráticas contemporáneas. Confl icto que ha alcanzado más importancia y presencia en los últimos años debido a la pérdida de poder de los estados-nación, en general, y más aun en aquellos que se han reformado con recetarios neoliberales. El desprestigio de la política como fenómeno universal, repercute, también, en debilitamientos de los agentes e instituciones de los poderes públi-cos. Todo esto y de por sí se ha traducido en el incremento de la infl uencia de los “poderes extrainstitucionales” en los procesos de toma de decisiones de los poderes públicos, perturbando o distorsionando el funcionamiento pleno de la institucionalidad demo-liberal y abriendo caminos a una “tecnopolítica” que lleva necesariamente a formas de gobernabilidad tecnocráticas que en el Chile en que vivimos hoy suelen ser síntomas de crisis profundas.9

Pero ese confl icto tradicional se torna más radical y acuciante si, con el neo-capitalismo, la facticidad del poder económico se acrecienta con su expan-sión, también factual, hacia las áreas culturales, discursivas y comunicativas. En tal caso, el macro problema y duda que emerge es cuán preparada está la institucionalidad demo-liberal para enfrentar una creciente “privatización” del poder, “privatización” no ilegal ni ilegitima pues resulta del desenvolvi-miento “natural” del neocapitalismo y de su nuevo espíritu.

Y se puede llegar aun más lejos con esta sugerencia analítica que se despren-de del tratamiento que da el libro a la fértil elaboración hecha por Boltanski y Chiapello de las nuevas estructuras de la economía y de la supervivencia o extinción en ellas de la crítica democrática emancipadora. La pregunta que es plausible de formular es la siguiente: el despliegue de un nuevo capitalismo y de un nuevo espíritu, ¿no estará desplegando, simultáneamente, reestructura-ciones societarias, transformaciones socio-culturales, valóricas y conductua-les, mecánicas de interlocución y asociación, cambios en los idearios e ima-ginarios, colectivos, que corroen los cimientos conceptuales, estructurales y experimentales en los que se ha edifi cado la democracia liberal y el tipo de Estado que la asegura y reproduce?

9 Hemos tratado con detalle las dimensiones sociológicas y políticas de los “procesos de toma de deci-siones” que caracterizan este fenómeno en el Chile de los años 90 en Cortés, A.: “El circuito extrainsti-tucional del poder”. Eds. Chile América – CESOC, Santiago de Chile, 2000.

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Por ejemplo, la organización de la producción por proyectos le resta valor y funcionalidad a la idea de la necesidad de estructuras fuertes y permanentes de gobernabilidad. Que las prácticas productivas incluyan la existencia de redes y conexiones entre los agentes empresariales y que éstas devengan, de hecho, en redes de poder, por cierto que merma la consistencia de los circuitos institucionales de toma de decisiones. La expansión de las empre-sas hacia los espacios sociales y de empresas con capacidades comunicativas y de gestión política, tienden a producir recomposiciones signifi cativas de la sociedad civil y de las relaciones de ésta con la “sociedad política”. La acentuada “mercantilización” del trabajador y del ciudadano que promueve inercialmente el neocapitalismo, por supuesto que lesiona la categoría de ciudadanía con la que opera la idealidad demo-liberal. La pregunta no es ya fácilmente circunscriptible a un enunciado unívoco ¿no tiene respuesta?

COMENTARIO FINAL

Al comienzo de este prólogo se dijo que lo novedoso del libro estaba deter-minado, en gran medida, por el contexto de los debates y producciones inte-lectuales que han predominado en Chile en los últimos años. Al fi nalizar se puede decir que el entorno político y político-intelectual en el que se publica le confi ere al texto el mérito de una oportuna pertinencia.

Escritos como “¿Un ‘nuevo espíritu del capitalismo’? nunca dejan de ser per-tinentes, adecuados o convenientes para el trabajo intelectual en sí, pero no siempre ni necesariamente son oportunos en cuanto a responder a las exigen-cias de los momentos político-históricos o a las circunstancias político-cultura-les que defi nen o sugieren los acentos del pensar para el aquí y el ahora.

Pues bien, hay que insistir: el cuadro político e intelectual en el que se inserta la publicación hace que ésta reúna armónicamente pertinencia y oportunidad. En efecto, el texto contribuye a llenar vacíos fácilmente detectables en los análisis y discusiones que hoy circulan entre gran parte de la intelligentzia nacional que es susceptible de identifi car dentro de pensamientos políticos con adscripciones o vínculos a las escuelas comprendidas dentro de la teoría crítica. Dicho con otras palabras, el libro es una oportunísima ayuda para los esfuerzos por superar “el estado de una crítica social” que desde hace mucho “no se había mostrado tan desarmada” como en estos últimos tiempos.

Quizás esta afi rmación parezca demasiado categórica y excesiva. Pero no es así y se la puede avalar con dos realidades fácilmente reconocibles. En el Chile de hoy,

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al seno de todas las fuerzas políticas que se nutren o se han nutrido de la teoría crítica existen manifestaciones ostensibles de malestar y de confusión intelectual. Incluso en los propios círculos intelectuales con nexos de pertenencia a la teoría crítica son observables muestras de desazón y desconciertos.

En ambos casos, con toda seguridad hay razones de variada índole que in-fl uyen en tales expresiones. Pero si se analizan, aunque sea someramente, de una parte, la discursividad de las fuerzas políticas, los argumentos que esgrimen sus escisiones internas para diferenciarse, las distintas respuestas político-intelectuales que se dan para salir de una reconocida –abierta o lar-varia- crisis, etc.; y, de otra parte, la fragilidad “orgánica” de los cuerpos intelectuales, el tipo de temáticas que, preferentemente, abordan, sus distan-ciamientos y desafecciones con los universos políticos, su relativo abandono de temáticas político-históricas, etc., entonces, es dable inferir que los des-agrados y molestias intelectuales (y políticas) tienen como telón de fondo va-cíos teóricos y conceptuales que impelen a comportamientos como los que describen Boltanski y Chiapello en el epígrafe de este prólogo: “manifestar una indignación sin poder acompañarla de propuestas alternativas”

Un segundo aval de la afi rmación expuesta más arriba se encuentra en un diagnóstico, transversalmente compartido, y que, en resumen, sostiene que se ha cerrado un ciclo histórico en el país y que, en consecuencia, se debe inaugurar y desarrollar una nueva etapa. Ese diagnóstico se ha repetido du-rante años sin que hasta ahora se traduzca en uno o varios discursos que junto con especifi carlo, revele, al menos en lo grueso, cuál es el estadio de modernidad capitalista que se agotó y qué ofrece ese estadio obsoleto o en extinción como soporte para adentrarse a una Nueva Etapa.

En suma, estos ejemplos ilustran las carencias (desarme) de la teoría crítica en Chile, ergo, la pertinencia de publicación del libro de marras. Pero todavía hay otro punto a destacar. En la primera parte de este prólogo se intentó ex-plicar, en parte, las causas que promovieron el “desarme” (no absoluto, por cierto) de la teoría crítica. Al respecto, habría que agregar otra explicación de carácter “factual” –por llamarla de alguna manera-: las políticas que im-plementaron durante lustros las fuerzas progresistas y/o de izquierda fueron viables y comparativamente exitosas, sin requerir el concurso de refl exiones en lógica de teoría crítica. Imperó en ellas –como antecedente intelectual- una mezcla de pragmatismo, empirismo y, hasta, eclecticismo y que resultó funcional para los requerimientos de la realpolitik.

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Hoy las condiciones son distintas. El estadio de desarrollo capitalista mo-derno en que se encuentra Chile, las expectativas sociales de cambio que estimula ese propio estadio, la acumulación de confl ictos múltiples y varia-dos que han producido los acelerados procesos modernizadores, etc. hacen muy difícil –y quizás inconsecuente- que las fuerzas de centro-izquierda e izquierda eludan la teoría crítica para diseñar sus políticas. Es más, el retor-no a la teoría crítica es una cuestión ya exigida a esas fuerzas – de manera embrionaria y difusa, pero de forma cada vez más gravitante- por la “sub-jetividad” de buena parte de sus adherentes políticos y de actores sociales y generacionales formados en la confl ictividad de lo moderno, confl ictividad que es, a su vez, su fuente de experimentación cotidiana.

En defi nitiva, el pensar en lógica de teoría crítica es un asunto no sólo del aquí y del ahora, sino que es también un asunto que ya tiene un transcurrir social germinal. La publicación de “¿El nuevo espíritu del capitalismo?” tie-ne ese carácter oportuno, en consecuencia, porque se inserta de inmediato en un proceso intelectual, político y social en ciernes y que acepta con natu-ralidad la oferta analítica de la teoría crítica y, por ende, las visiones y herra-mientas analíticas que el libro concentra.

BIBLIOGRAFÍA

Boltanski, L. y Chiapello, E.: “El nuevo espíritu del capitalismo”. Eds. Akal, Madrid, 2002.

Cadima, T.: “La competencia política en organizaciones articuladas por proyectos. Hannah Arendt y el nuevo espíritu del capi-talismo”, en este libro.

Celis, S.: “La acción comunicativa y los procesos formativos en la ciudad por proyectos”, en este libro.

Cortés Terzi, A.: “El circuito extrainstitucional del poder”. Eds. Chile América – CESOC, Santiago de Chile, 2000.

Depolo, S.: “Economía, sociedad y nuevo espíritu del capitalismo. La transformación de la función directiva”, en este libro.

Moulian, T.: “Chile actual. Anatomía de un mito”. LOM-ARCIS, Santiago de Chile, 1997.

Rojas, E.: “El «nuevo espíritu del capitalismo», cultura teoría y política. Un análisis entrecruzado”, en este libro.

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[...] si la política debe ser no el mero hecho del reconocimiento de la di-versidad, sino la búsqueda constante de síntesis que permitan avanzar en la implementación de un proyecto compartido, descomponiendo y recom-poniendo las fuerzas existentes en el escenario [...] las fuerzas sociales de transformación no están prefi guradas, se constituyen permanentemente a través de procesos políticos que rompen los estancos cerrados de las clases y fuerzas tradicionales [...] en defi nitiva, [la política] produce los sujetos transformándolos y no, como se tiende a pensar, los expresa, los representa. José Aricó.1

1. ESTABILIZACIÓN DE LA ELITE Y PRECARIZACIÓN DE LA CRÍTICA

El libro que motiva esta presentación tiene como tópico el conjunto de reglas y principios que permiten evaluar la experiencia de pensar y juzgar el sistema capita-lista global del siglo XXI, con las claridades y oscuridades que son de rigor para tal empresa. En una época en que la intervención científi co social en el orden de las regulaciones, por su necesaria pretensión de fundamentos, es de rara y discutible ocurrencia, y conscientes de que estas prevenciones metodológicas y estilísticas son obligadas por la “caída de las catedrales” del saber universal y verdadero, el nuevo espíritu del capitalismo que develan Luc Boltanski y Eve Chiapello es un relato crítico prudente y falible, que no obstante puede ser considerado una potente des-cripción de los alcances, despliegues y repliegues de la tarea de pensar o justifi car las prácticas de la economía y la política del mundo actual.2

La minuciosa investigación sociológica publicada por los autores mencio-nados sirve de inspiración y contrapunto a los ensayos que componen este libro. Particularmente, aunque no sólo, sugiere argumentos persuasivos a nuestra ciencia social en dos sentidos precisos, los de la marginación sistémi-ca y funcional de la crítica y los del predominio de la economía sobre la po-lítica pública. El envío de la crítica a los márgenes del sistema y la elevación de la economía al sitial de ciencia social superior, están entre los principios rectores del nuevo espíritu del capitalismo que Luc Boltanski y Eve Chiapello han descrito y que motiva la preocupación fundamental de los autores de este libro. En los marcos problemáticos, puede agregarse la demanda de

1 Aricó, J.: Entrevistas (1974 - 1991), Ediciones del Centro de Estudios Avanzados, UNC, Córdoba, Argentina, 1999, pág. 174 (Citado en Coraggio, J.L.: ¿Es posible otra economía sin (otra) política? Editora La Vanguardia, Buenos Aires, 2005, pág. 40).2 Boltanski, L. y Chiapello, E.: “El nuevo espíritu del capitalismo”. Eds. Akal, Madrid, 2002.

el nUevo espíritU del capitalismo Y las tensiones entre economía Y política. Una introdUcciÓnMatías Cociña V.

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conocimiento fi able y la persistente cultura escéptica que crecen -y caracte-rizan- en el desenvolvimiento sin críticas de la “sociedad del conocimiento” en este tiempo. Desde los años 70, dicen ellos, vivimos un apagón brutal de la crítica al sistema, que dejó el paso libre a la reorganización del capitalismo durante décadas y se limitó al papel poco glorioso, aunque necesario, de testigo de las difi cultades del cuerpo social para resolver sus problemas de existencia.3 ¿De qué está hecho el espíritu de este capitalismo autocompla-ciente?, se preguntan insistentemente los autores en su texto, para respon-derse que las razones e ideales que lo confi guran provienen en sustancia de la ciencia económica, constituida como esfera autónoma del tejido social, trama de leyes positivas, independientes de toda ideología y moral, al servi-cio del bien común, “¿Acaso no es en la ciencia económica , en particular, en sus corrientes dominantes –clásicas y neoclásicas-, donde los responsables de las instituciones del capitalismo han buscado, desde la primera mitad del siglo XIX hasta nuestros días, todo tipo de justifi caciones?”.4

En ese contexto intelectual tan marcado, el nuevo espíritu del capitalismo es un dis-curso normativo que contribuye a comprender, a fondo, el discurso de las elites arraigado en Chile las últimas décadas. La instauración experimental de políticas económicas durante el régimen pinochetista, llevada a cabo principalmente por economistas de la escuela de Chicago, con la carta blanca provista por la cúpula dictatorial, tuvo una inesperada continuidad en los gobiernos concertacionis-tas, cuya elite intelectual en el área económica, también formada en los Estados Unidos, “comprendió” la “inevitabilidad” del proceso de incorporación de los países pobres al proceso de integración comercial aceleradamente global que se había iniciado unos cuantos lustros antes. Esta opción -política- de los antiguos opositores a la dictadura, que se estrenaban en la administración de un Estado de fi nes de siglo, resultó a la postre, si la juzgamos según los estándares de la mainstream, exitosa en términos económicos y en términos de la tan mentada “gobernabilidad” de un proceso de transición que se anticipaba frágil.

Es el paso de nuestra generación al reconocimiento del capitalismo como una realidad, de la democracia liberal como un gran régimen político, del uso de la gradualidad como método en reemplazo del cambio abrupto, de la negociación en vez de la contienda. Eso es lo esencial, eso nos permitió hacer la transición más exitosa de América Latina. El resto es anécdota.5

3 Id. pág. 18.4 Id. pág. 48.5 Enrique Correa, Ministro Secretario General durante la Presidencia de Patricio Aylwin. Entrevista en Revista Qué Pasa, 05 de Julio de 2008.

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Si aceptamos dejar de lado las inclemencias de la historia que el autor citado encaja en los términos de la anécdota, debemos agregar que ese logro capita-lista del período dependía de una adhesión social democrática que rebasaba crecientemente sus sustentos puramente económicos. El éxito obtenido se dio especialmente durante el período de fuerte crecimiento económico que va desde el inicio de la transición hasta la denominada “crisis asiática” ini-ciada en 1997, empujado, entre otras cosas, por las altas tasas de inversión que generó la combinación de políticas económicas liberales con un sistema democrático que contaba con una legitimidad política y cultural de la que el régimen anterior carecía.

En el escenario planteado por este nuevo espíritu del capitalismo, y en el parti-cular contexto que han instalado los gobiernos de la Concertación, la crítica encuentra crecientes difi cultades tanto en su producción como en su capa-cidad de infl uir refl exivamente en la elite gobernante, aún cuando ésta pro-viene en buena medida de aquella tradición. Sin pretender ser exhaustivo ni alcanzar los niveles analíticos que el lector podrá encontrar más adelante en el prólogo de Antonio Cortés Terzi a los ensayos que componen este libro, se puede aventurar que, entre otras, la crítica se ha visto en problemas por al menos tres razones.

Una primera razón, de orden global y manifestaciones locales, reside en la capacidad del capitalismo del Estado y de la institución académica de relegar la crítica a la periferia del sistema, minimizando así la infl uencia que ésta ha-bía alcanzado durante las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado. Esta marginalización extrema de cualquier manifestación intelectual y/o política cuestionadora efi caz del sistema capitalista (aun cuando éste devela sus ribe-tes más perturbadores), se da mediante al menos tres mecanismos:

(a) el sistema capitalista, bajo su nuevo espíritu, ha generado espacios de “acuerdo” para que las críticas socialmente más validadas a las injusti-cias que le son inherentes provengan de actores y acciones integrables al sistema, particularmente de parte de autores y organismos ligados al mainstream de la disciplina económica aun cuando busquen objetarla. Así, por ejemplo, se difunde la imagen de un Amartya Sen, economista indio ligado a la “economía del bienestar” y permanentemente preocupado por los mecanismos que generan y reproducen la pobreza, distinguido en 1998 con el Premio Nobel de Economía y profesor en las principales es-cuelas de economía de Estados Unidos. Los cuestionamientos a las con-secuencias del operar del sistema se ejercen entonces desde el centro de

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éste, como una forma de preservarlo. Temas como pobreza, exclusión, hambrunas o marginalidad son tratados desde las grandes capitales por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la OECD u otras or-ganizaciones. Es la propia elite del sistema capitalista la que reclama para sí la tarea de “hacerse cargo” de los resultados injustos de su operación, con las mismas herramientas analíticas con las que éste se construye y preserva. La crítica, entonces, ve estrecharse sus espacios y su discurso, porta siempre un dejo de ambigüedad que permite la recuperación por el poder. Incluso el ex presidente del Fondo Monetario Internacional y actual presidente de Alemania llegó a decir en 2008, en entrevista al semanario alemán Stern, que los mercados fi nancieros globales son un “monstruo”:

[…] el exceso de complejidad de los productos fi nancieros, y la capacidad de generar grandes contratos de gran apalancamiento con pequeñas cantidades de capital, han permitido al monstruo crecer.6

Cuando el ex presidente de una de las instituciones de excelencia del ca-pitalismo global y actual presidente de uno de los cinco países más ricos del mundo, califi ca de esa manera al engranaje central del sistema capita-lista moderno -los sistemas fi nancieros-, la crítica ha quedado sin discur-so. Más aún, el discurso crítico es reprocesado por el sistema capitalista tras una imagen idílica de consensos generales: primero es reconocido y premiado, luego sistematizado en códigos de gobernabilidad local y glo-bal (se entrega “préstamos” a países pobres, por ejemplo) y fi nalmente convertido en insumo para su expansión y consolidación, ya sea en la forma de producto de comercialización y márketing (Responsabilidad Social Empresarial y sus derivados, por ejemplo), ya sea como elemen-to analítico para la “gobernabilidad”, “sustentabilidad” y “cohesión” del orden global.

(b) un segundo mecanismo de marginalización de la crítica, probable-mente más poderoso, es la capacidad del sistema capitalista de ganar he-gemonía tomando elementos de prácticamente todas las disciplinas del conocimiento que resultaron válidas y efectivas durante los siglos XIX y XX, para instalar en el sentido común de legos y expertos su caracter “natural”. El capitalismo sería así, una consecuencia natural de la ac-

6 Entrevista a Horst Koller en el semanario Stern, citada en “Former IMF Head Says Global Fi-nancial System ‘Came Close to Collapse’”, Spiegel Online. http://www.spiegel.de/international/germany/0,1518,druck-553484,00.html [Consulta: junio de 2008]. La traducción es del autor de esta presentación.

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tuación autónoma de fuerzas independientes e incontrolables, en una relación dinámica ajena a la sociedad y la cultura. Así es el mundo, sim-plemente, se le dice a una conciencia política que descifra en esa adver-tencia “límites” objetivos para la acción pública. Son estas dinámicas las que el economista trataría de “descubrir” -el macroeconomista como una suerte de meteorólogo, el microeconomista más cercano a la psicología conductista o la “gestión de personas”. El problema de fondo, diremos siguiendo al investigador y académico argentino José Luis Coraggio, es que sin una tematización de lo político y del poder operante en las prác-ticas económicas será difícil salir de la frecuente superposición entre una negación puramente ideológica del sistema mercantil capitalista y una efectiva infi ltración de la lógica de éste a través de conceptos y metodo-logías aparentemente instrumentales y neutrales.7 La ceguera resultante ante la economía política real no se supera, agrega Coraggio, por la sim-ple inoculación, en el discurso, de adjetivos con connotaciones opacas (mercados solidarios, comercio justo, consumo responsable, desarrollo sustentable, fi nanzas solidarias, efi ciencia social, producción orgánica):

Estas salvaguardias nominales, aunque expresan la intención de diferenciarse de las estructuras capitalistas, no impiden por sí solas la acción de la hegemonía mediante la introyección de un conjunto de criterios que, lejos de ser naturales o inevitables, podrían ser controlados con otra conciencia teórica y política [...] [hay que] disputar, en el mismo campo popular, el contenido y el sentido sisté-mico (de reproducción o transformación) de conceptos, nociones, criterios que iluminan prácticas de cambio realizadas, contradictoriamente, dentro del siste-ma de hegemonía del capital. Y subrayar que el sentido no se resuelve principal-mente con la adhesión a discursos políticos totalizantes, sino en las decisiones y hábitos del día a día del quehacer de los actores económicos.8

Pretendiendo salvarse de la política y práctica del poder, la disciplina económica toma, en efecto, elementos de la teoría evolucionista de la biología (los mercados son “competitivos” mediante la entrada -naci-miento- de nuevos actores “efi cientes” y la salida -muerte- de actores “inefi cientes”, en una dinámica que generaría, al menos en el largo plazo, equilibrios dinámicos óptimos), en otros casos toma una noción de la sociedad subsidiaria de la física de partículas (en que los individuos serían “átomos” y las relaciones entre ellos “fuerzas” interactuando) y, en los úl-timos años, infl uencias de la psicología y el conductismo: la denominada behavioral economics, o economía del comportamiento y su campo relacio-

7 Coraggio, J. L.: op. cit. pág. 12.8 Id. pág. 13.

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nado behavioral fi nance, buscan entender desde el punto de vista del compor-tamiento individual, como si este fuese un movimiento evidente de cosas en el espacio (vacío) de la mecánica, las decisiones de los agentes económicos.9 Finalmente, la disciplina económica, especialmente bajo el nuevo espíritu, se vale muy centralmente de las herramientas de la matemática -especialmente la estadística- para elaborar teoría e investigación social “objetiva”, como si las “cifras” fueran “números” sin voz equívoca. La pretensión es que hoy no es posible hacer (entender) ciencia económica –ni ciencia social “seria”- si no se posee destrezas matemáticas muy por sobre la media de la población educada. La ciencia económica es, hoy como nunca antes, una disciplina de elite autogenerada. No hay lugar en la imaginación política, que nos gobier-na, para la elite generada a través de una experiencia humana y social como la que describe Hannah Arendt en un pasaje famoso:

El gozo de la felicidad pública y las responsabilidades por los asuntos públicos serían compartidos entonces por aquellos pocos hombres de todas las clases sociales que tienen el gusto por la libertad pública y no pueden sentirse «feli-ces» sin ella. Desde un punto de vista político, estos son los mejores y consti-tuyen la tarea de un buen gobierno y la señal de una república bien ordenada asegurarles su puesto en la esfera pública. Ahora bien, tal forma «aristocrática» de gobierno signifi caría el fi n del sufragio universal como lo entendemos hoy; en efecto, sólo aquellos que como miembros voluntarios de una «república elemental» han demostrado que les preocupa algo más que su felicidad priva-da y que se preocupan por la situación del mundo tendrían derecho a hacer oír sus opiniones en el gobierno de los asuntos de la república. Sin embargo, esta exclusión de la política no sería peyorativa, pues una elite política no es en modo alguno lo mismo que una elite social, cultural o profesional. La ex-clusión, por otra parte, no dependería de un cuerpo extraño; si los miembros del mismo son autoelegidos, los no miembros son autoexcluidos. Tal autoex-clusión, lejos de ser una discriminación arbitraria, en realidad daría substancia y realidad a una de las libertades negativas más importantes de que hemos gozado desde la Antigüedad, es decir, la libertad de la política.10

Con los elementos de la hegemonía técnico-económica descritos, el ca-pitalismo y sus razones se hacen incontestables: así es el mundo -la so-ciedad- y sólo queda espacio para intentar “descubrir” nuevas cosas en el margen (la frontera) de una ciencia tan natural como la física:

9 En 2002 el norteamericano-israelí Daniel Kahneman y el norteamericano Vernon L. Smith recibieron el Premio Nobel de Economía por sus estudios empíricos de las decisiones económicas a nivel individual. Kahneman es psicólogo.10 Arendt, H.: “Sobre la revolución Alianza” Ed., Buenos Aires, 1992, pág. 289 (citado en Rojas, E.: “Los murmullos y silencios de la calle. Los socialistas chilenos y Michelle Bachelet”. UNSAMedita, Buenos Aires, 2008, pág. 58).

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(c) Un tercer mecanismo, probablemente más local y menos evidente, ha sido la capacidad del sistema capitalista de marginalizar el lenguaje y el discur-so asociado a la crítica tradicional de izquierda, relegándolo a la periferia del sistema económico y, muy particularmente, relegando sus usos del círculo de poder, incluso de la elite ofi cialista de los últimos 20 años, en su gran mayoría de formación ligada a tradiciones de izquierdas. Así, en los círculos de poder -empresariales, políticos, religiosos- se habla con regularidad de “primeros quintiles de ingreso”en lugar de pobres, “población vulnerable” en lugar de miseria, “(neo)liberalismo” en lugar de capitalismo, “consumidores” o “individuos” en lugar de pueblo, “capital humano” en lugar de saber obre-ro. Por supuesto, estas diferencias no son semánticas sino lingüísticamente pragmáticas: tienen consecuencias teóricas y efectos políticos prácticos de relevancia.11 Más aún, en el Chile de inicios del siglo XXI hablar de pueblo, lucha, dialéctica, confl icto o incluso crítica es derechamente contracultural, son conceptos relegados a dos o tres medios de prensa de la izquierda no ofi cialista, a algunas aulas universitarias de las que escasamente emerge al-gún liderazgo político de relevancia, y a algunos dirigentes sociales de escaso peso político. La elite de izquierda, en su gran mayoría, ha dejado de lado su tradición intelectual. Hacer crítica hoy es lingüísticamente complejo: se debe hacer sin utilizar el lenguaje que le da sustento intelectual, a riesgo de ser tildada de inmediato de anacrónica o nostálgica.

Una segunda razón, también de orden global pero con arraigo específi co en Chile, es la capacidad que ha tenido el sistema capitalista nacional de cooptar (casi todas) las manifestaciones de contracultura que surgen en sus már-genes. Cuando una manifestación contracultural se vuelve poderosa ya sea por su potencia simbólica o por el impacto social y de opinión pública que genera, es incorporada al sistema como un insumo más para su dinámica. Este mecanismo adaptativo, aventuramos, es una característica diferencial de este nuevo espíritu, mucho más dúctil que su predecesor. Así, por ejemplo, el movimiento Punk inglés, el Trash norteamericano o el Grunge de los noventa en Estados Unidos son transformados, a la vuelta de una década, en íconos pop, en objetos de merchandising, y sus descontentos y desadap-tados intérpretes en rockstars, que en más de una ocasión terminan -no sólo discursivamente- convertidos en aquello que repudiaban. Un ícono histórico de la resistencia al capitalismo como Ernesto “Che” Guevara se transfi gura en estampa de polera en los mall. El sistema inviste a sus críticos potencial-mente más desestabilizadores como “estrellas” sin peso intelectual aparente, cuya “denuncia” pierde toda relevancia política al ser representada como

11 Para explorar algunas de éstas ver Rojas, E. (2009, en este libro) y Rojas, E. (2008B) op. cit.

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“best seller” -piénsese, por ejemplo, en la decaída intelectualidad de Noam Chomsky o en la irrelevancia política del documentalista Michael Moore.

La cultura crítica es cooptada para ser convertida en espectáculo edifi cante. El discurso del capitalismo modernizador incluso ha tenido la capacidad de convertir la marginalidad y la miseria que le son estructurales en insumos para su preservación: la defensa por excelencia de empresarios cuestionados por temas laborales, ambientales o tributarios es que su actividad “genera empleo”, argumentando implícitamente que una práctica empresarial cues-tionable, tanto ética como económicamente, es preferible a la ausencia de una fuente de trabajo. La lógica tiene su contracara en la noción vulgar de “Responsabilidad Social Empresarial”, que convierte la miseria en objeto de “caridad” de fi rmas que, con excepciones, generan acciones vistosas de apo-yo a tareas sociales como un mecanismo de “construcción de marca”. Así, por ejemplo, el gigante del retail norteamericano, Walmart, ha comenzado a perfi larse como una empresa “amistosa con el medio ambiente” (cambio de logo y colores institucionales de por medio), a la vez que es cuestionada des-de hace años por sus prácticas abusivas con sus trabajadores y proveedores, a fi n de equiparar una política de bajos precios sin perder rentabilidad.

Finalmente, el capitalismo coopta la crítica y la contracultura mediante la expansión, desembozada y sin velos, de la racionalidad del subsistema eco-nómico a todos los ámbitos de la vida social, al menos en las naciones oc-cidentales. Se genera entonces lo que Habermas llama una “cientifi zación tecnocrática de la práctica”.12 Las tradiciones de que se han alimentado his-tóricamente la cultura y vida cotidiana de una sociedad pierden validez y la conciencia social “permanece desintegrada y dispersa sin remedio”. El mundo de la vida, compuesto siempre de interpretaciones que realizan los sujetos, es así “cosifi cado” y “colonizado” por el cálculo tecnocrático, que sólo valora y aprecia en las prácticas humanas aquello que es cosa tangible y monetarizable:

La falsa conciencia ha sido sustituida hoy por una conciencia fragmentada que elude toda ilustración sobre el mecanismo de la cosifi cación. Sólo entonces se cumplen las condiciones para una colonización del mundo de la vida: los im-perativos de los subsistemas autonomizados, en cuanto quedan despojados de su velo ideológico, penetran desde fuera en el mundo de la vida -como señores coloniales en la sociedad tribal- e imponen la asimilación.13

12 Habermas, J.: “Teoría de la acción comunicativa. II. Crítica de la razón funcionalista”. Taurus, Buenos Aires, 1990, pág. 502.13 Id.

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Hay, en efecto, de acuerdo a la iluminadora estilización habermasiana, una colonización del mundo de la vida por los mecanismos de la lógica mercan-til, que se refl eja, por ejemplo, en que para una proporción importante de personas, hoy por hoy, las actividades recreativas se reducen a ir al mall o a un multicine, en donde el recreo sólo es posible para quien paga su precio. Cuando un joven de una comuna popular puede ir a un mall similar -nunca igual- al de la comuna más rica de Chile y comprar las mismas zapatillas de marca “global” que un joven adinerado, hay un diferencial de posibilidades de acción que se neutraliza, una colonización mercantil de los espacios de in-tercambio de bienes: incluso los más radicales críticos de la sociedad deben comprar sus zapatillas en el mall y su comida en el supermarket. Para ponerlo en blanco y negro: la bencina para las bombas incendiarias se compra en la bencinera de un mega grupo económico. En el Chile de hoy, especialmen-te en el urbano, estar fuera del sistema capitalista, no seguir sus lógicas de actividad ni pagarlas, es inviable. La crítica, entonces, debe reencontrar sus razones de siempre y encontrar en la experiencia misma de estas décadas, como aconsejan Boltanski y Chiapello, los nuevos impulsos de su objeción a la vida inauténtica por colonizada o cosifi cada, aquella que estos investiga-dores han llamado “crítica artista”.14

Una tercera razón por la cual la crítica al capitalismo chileno se ha visto dis-minuida radica en los propios portadores de la tradición de izquierdas. En el Chile post dictadura la izquierda ha visto en buena medida neutralizada su capacidad crítica y su preocupación refl exiva frente a la realidad por al menos dos mecanismos. El primero de ellos, desarrollado por Rojas (2008) en “Los murmullos y silencios de la calle”, tiene que ver con la sumisión de la crítica de los antiguos dirigentes de izquierda devenidos en gobernantes ofi cialistas de la transición a las “razones de Estado”, con argumentos como los que el ex militante socialista revolucionario Enrique Correa expone de manera descarnada: “La razón de Estado no reconoce estados de ánimo. El político que no entienda eso, nunca sabrá gobernar”.15

Un segundo mecanismo para la fugacidad de la crítica ha sido que la de-nominada izquierda extraparlamentaria, especialmente sus representantes más jóvenes, se han amarrado en el período de transición -que ha resultado ingrato especialmente por la deriva política que ha seguido la alianza gober-nante- más a la nostalgia y las reminiscencias de la lucha durante el período dictatorial que a una tradición intelectual de izquierda acorde con el mundo

14 El concepto es revisado por Celis (2009), en este libro.15 Enrique Correa, op. cit.

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y la complejidad de hoy. En un período en que la lógica de mercado ha percolado en todos los rincones de la sociedad, la izquierda añora el fuerte sentido de construir sociedad, representado en la acción colectiva contra la dictadura, sentido que hoy es arduo replicar por los cambios estructurales que el nuevo espíritu ha impuesto. La evocación a un sentido de cuerpo y a un reservorio ético asociado a una lucha épica no ha sido acompañado con un rescate de las tradiciones intelectuales e ideológicas que en su minuto dieron sustento a dicha lucha. Así, mucha de la crítica de izquierda se ha ido transformando en un reclamo -legítimo o no- sin un sustento teórico fi rme y, lo que puede ser más grave, sin una lectura actualizada del fenómeno al que pretende criticar.

Es probable que el giro intelectual de los socialistas y la izquierda durante los últimos veinte años sea culturalmente más profundo. Fue, como podemos recordar siguiendo a Carolina Tohá, un giro hacia una “una política más orientada a la conducción del país y menos orientada a cambiar las cosas”16. Giro por consiguiente entre dos principios del qué hacer: la revolución social o la gobernabilidad sistémica, cambio en la cultura y no sólo en la ideología. Los socialistas gobernando aprendieron así las complejas relaciones que la búsqueda de justicia en la sociedad tiene con la búsqueda de equilibrio en la economía y de legitimidad en el Estado. Tenían que asumir la prioridad rea-lista de lo justo sobre lo bueno, de la eliminación de desigualdades como po-lítica pública por sobre la idea del bien y de una sociedad buena para todos. Y no es claro que su discurso ni su política hayan integrado esta prioridad a la teoría de la justicia y a los saberes de la sociedad civil por encima de las utopías de sociedad emancipada. La identidad de izquierda del progresismo gobernante entró en cuestión.

Esa restricción societal de la política no sólo es dato de realidad sino objeto intencional de la dirección en el gobierno. Carolina Tohá, dirigenta socialista de la FECH17 que participó en primera línea en las luchas de fi nes de los ochenta, más tarde funcionaria de gobierno y diputada del Partido por la Democracia (PPD), ve ese giro de la izquierda hacia el orden del sistema como la causa que impide renovar la práctica política y favorece su deriva hacia una gestión administrativa y tecnocrática. Es el momento de los anti-guos políticos expertos, la juventud estudiantil que luchó contra la dictadura se retira del espacio público; la generación de líderes sociales de las luchas

16 Ortega, E. y Moreno, C.: “¿La concertación desconcertada? Refl exiones sobre su historia y futuro”. Santiago de Chile, LOM Ediciones, 2002. 17 La Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, ícono de la resistencia juvenil contra la dictadura en la década de los ochenta.

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contra la dictadura es ahora una generación de técnicos, más interesados en el manejo efi ciente del poder que en el cambio de la sociedad:

Este [la transición a la democracia] fue un proceso donde socialmente la gente participó muy poco y hubo, además, muy poca información. Quizás no había otra posibilidad, pero el costo de que fuera así fue muy grande, porque al fi nal de esa vuelta muchos actores que habían sido claves hasta el 88, cuando llegamos al 89 ya no eran protagonistas [...] Primero, porque la política dejó de ser esta gran movilización social y volvió a ser una política de entendi-mientos y de acuerdos, en que los protagonistas y los expertos eran otros. En segundo lugar, porque fue una política orientada mucho más a hacer factible la conducción del país y menos orientada a cambiar las cosas, y para esto ha-bía gente mucho más adiestrada y dispuesta que los dirigentes más jóvenes. Y tercero, porque volvió a ser una política de disputa por el poder, cosa en la cual la generación nuestra era totalmente inepta [...] Toda la gente de nuestra generación no sabía hacer estas cosas, no le gustaba hacer estas cosas, les daba vergüenza y todos fueron de alguna manera expulsados o bien se sintieron más cómodos asumiendo roles en el ámbito profesional privado. De ser una generación de líderes sociales, pasó a ser una generación de técnicos”.18

2. LA POLÍTICA PÚBLICA COMO MATERIA (EXCLUSIVA) DE LA ECONOMÍA NEOCLÁSICA

En este contexto, y durante las últimas tres décadas, Chile ha sido testigo de un aumento notable de la infl uencia de la mainstream de la disciplina económica académica sobre la vida cotidiana. Esta infl uencia, que en muchos terrenos de la vida en sociedad es prácticamente hegemónica, tiene al menos dos manifes-taciones de relevancia para el orden institucional y social de un país como el nuestro, en el cual la dirigencia política -que gobierna en medio de un proceso de cambio económico y social propio de una economía “en desarrollo” 19 que aún tiene largos años por delante 20- adopta a menudo decisiones que afec-tan radicalmente los ordenamientos sociales y normativos imperantes. Una dirigencia, por así decirlo, que lo es “del desarrollo”. Su espacio de decisión cotidiana -explícito o no- abarca el “modelo de país” que es factible generar.

La primera manifestación, más evidente y, por tanto, más sometida a crítica desde los escasos espacios de contracultura que poseen cierta visibilidad, es

18 Ortega, E. y Moreno, C.: (2002) op. cit.19 Chile estaría algo así como “a las puertas del desarrollo”, y compone la reducida lista de candidatos (Accession candidate countries) para integrar el club de los 30 países más ricos del mundo, agrupados en la OECD. [http://tinyurl.com/2bvdfe].20 Algo que no compartía en 2007 el Ministro de Hacienda de Chile, Andrés Velasco, que auguraba al pre-sentar el presupuesto público para 2008 por cadena televisiva nacional que “el año 2020 alcanzaremos los ingresos de un país, por ejemplo, como Portugal. Entonces podremos decir que somos desarrollados”.

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una extensiva presencia de economistas en los circuitos formales e informa-les de poder. Esto es así incluso en aquellos en que, al menos en principio, si nos atenemos a las convenciones más extendidas en nuestra cultura insti-tucional, modernamente diferenciada en carreras profesionales, debieran ser otros profesionales los llamados a emitir juicios técnicos y generar direccio-namiento político. Así, por ejemplo, se suele criticar la “excesiva infl uencia” del Ministerio de Hacienda de Chile sobre las decisiones del Ejecutivo y se ha levantado, en términos bastante superfi ciales, una polémica en torno a la fi gura del “tecnócrata”, encarnada en el economista como ejemplo más recurrente, y la del “político” de profesión. Esta distinción resulta engañosa, puesto que establece de manera más o menos explícita que lo que los eco-nomistas hacen cuando acumulan poder al interior de las instituciones del aparato estatal y en los espacios de decisión relevantes no es “política”. Sin embargo, es difícilmente discutible que, puesto que adopta decisiones funda-das en garantizar la gobernabilidad antes que en asegurar la verdad científi ca de sus propuestas, el Ministro de Hacienda es, a todas luces, mucho más un político que un científi co, según la distinción clásica de Max Weber:

Cuando se dice que una cuestión es “política”, o que son “políticos” un minis-tro o un “funcionario”, o que una decisión está “políticamente” condicionada, lo que quiere signifi carse siempre es que la respuesta a esa cuestión, o la deter-minación de la esfera de actividad de aquel funcionario, o las condiciones de esta decisión, dependen directamente de los intereses en torno a la distribu-ción, la conservación o la transferencia del poder. Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para la consecución de otros fi nes (idealistas o egoístas) o al poder “por el poder”, para gozar del sentimiento de prestigio que él confi ere.21

Una representación bastante gráfi ca de la infl uencia política de la discipli-na económica en las esferas de poder es la composición de las denomina-das Comisiones Asesoras Presidenciales, de las cuales las de mayor impacto social y mediático -Sistema de Pensiones, Trabajo y Equidad y, en menor medida, Educación- han sido pobladas y conducidas por economistas.22 (El autor de esta introducción, que posee estudios de economía, trabajó en una de ellas). Esta infl uencia, afectada por una dudosa capacidad de legitimación,

21 Weber, M.: “La política como vocación”, en Weber, M.: “El político y el científi co”, Alianza Ed., Madrid, 1967, pág. 84.22 Once economistas de un total de quince integrantes en el caso del Consejo Asesor Presidencial para la Reforma Previsional, dirigida por el economista Mario Marcel; veinticinco de un total de cuarenta y ocho en el caso del Consejo Asesor Presidencial Trabajo y Equidad, dirigido por el economista Patricio Meller; diez entre ochenta en el caso del Consejo Asesor Presidencial para la Calidad de la Educación, presidido por el educador Juan Eduardo García-Huidobro.

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se vuelve doblemente evidente por la desproporción abrumadora existente entre la magnitud de su poder y su peso social “cuantitativo”: la totalidad de economistas efectivamente dedicados a temas públicos en posiciones de cierta visibilidad no debe superar un par de centenas. Son una elite, por tan-to, con altas barreras de entrada y rostros fácilmente reconocibles. ¿Es Chile así un país en que el “espíritu del capitalismo” se ve enfrentado a tendencias endémicas a la deslegitimación, las pérdidas de sentido, de valores compar-tidos y de “participación ciudadana” que nos anunciara la teoría sociológica moderna hace ya décadas?23

Una segunda manifestación, mucho más sutil, de la infl uencia de la perspec-tiva económica de las cosas en el ordenamiento social, es la colonización que ésta ha desplegado ya no sólo de los espacios laborales y las esferas de poder formal, sino del mundo de la vida de las personas, y que se manifi esta muy explícitamente, por ejemplo, en las formas que toma el lenguaje coloquial al incorporar nociones económicas. Esto se enmarca en un proceso de racio-nalización más amplio, que permea el pensamiento político y social, y que consiste en expandir la creencia neoclásica de que todo accionar humano es resultado de un cálculo egocéntrico, más o menos racional, de maximización de utilidad individual, por medio de la confrontación de costos, benefi cios y restricciones presupuestarias en términos marginales. Así, por ejemplo, se llega a afi rmar por la prensa, y con escasa crítica en frente, que:

El robo de casas es una verdadera industria. Implica un proceso productivo complejo con decisiones costo-benefi cio. [...] En el lado de los benefi cios están las ganancias esperadas del robo [...]. En cuanto a los costos, encontramos que hay inversión en información [...] Pero además, y muy relevante, está el costo esperado de recibir una sanción, esto es, la probabilidad de que durante el robo me (1) descubran, (2) denuncien, (3) detengan, (4) acusen, (5) condenen y (6) metan a una celda.24

La criminalidad, desde esta perspectiva (ala Becker), no tiene componentes sociales. No existe la sociedad ni la cultura como determinaciones variables ni contextos o regulaciones jurídicas válidas; sólo individuos enfrentados a costos y benefi cios en un universo indiferenciado compartido con “egos” en todo semejantes a él. Este ejemplo puntual grafi ca una forma de argumenta-ción muy extendida en el Chile actual.

23 Nuestra guía acá es el memorable ensayo de Habermas (Véase: Habermas, J.: “Problemas de legitima-ción en el capitalismo tardío”, Amorrortu Eds., Buenos Aires, 1986, págs. 56 y ss.).24 García, J. F.: “Robo en casas: una industria”. Diario La Tercera, Miércoles 11 de junio de 2008.

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En el plano de la vida de las personas se ha vuelto habitual escuchar que la gente “gestione” sus problemas personales -incluso, que se “gestione a sí mismo”- o que se convierta cada espacio de interacción social en “networ-king” o “gestión de redes”, al modo que describen Boltanski y Chiapello y que es ampliamente revisado y analizado en este libro. La actividad de racio-nalización central frente a cada experiencia inédita (especialmente frente a los problemas) es el “aprendizaje” orientado a la productividad. Nociones y conceptos que originalmente estaban confi nadas al mundo sistematizado del trabajo han sido reprocesados por el sistema capitalista, hasta el punto de convertir los espacios subjetivos de la vida personal en inputs de producti-vidad, como podíamos constatar hace un par de años al caracterizar la fi gura productiva dominante –que para el caso se denominó ‘organizador’-, en una investigación hecha en el banco estatal del país:

[…] el organizador sospecha entonces que la vida, sometida al objetivo del logro en el trabajo, va perdiendo sentido. El organizador comprende que la imposición de metas, que ha caracterizado la gestión del banco en los últimos años, es una práctica generalizada en diversas organizaciones y en diferentes ámbitos de la vida. Esta comprensión se funda en un primer momento en las conversaciones sostenidas con sus pares de otros bancos. En un segundo mo-mento, los trabajadores logran reconocer el “cambio de mentalidad” hacia una gestión por imposición de metas también desplegada en ámbitos de la vida cotidiana. Es así como en una conversación con un vendedor en una farmacia o en la experiencia del culto religioso, la presencia del concepto de meta surge de modo uniforme, desbordando el ámbito estricto del trabajo: “chuta, hasta dónde me salieron las metas”.25

Las nociones de productividad se toman así espacios antiguamente reser-vados al individuo como personalidad. La familia se vuelve “network”; los bienes de la familia son parte de las “fi nanzas familiares”; el sistema “banca-riza” a los individuos, enseñándoles a comprender tasas de interés, amorti-zaciones y débitos; la vida se compone de “metas”.

Este procesamiento por parte del sistema productivo de las subjetividades personales, que se encarna en el caso de los asalariados en una preeminencia del trabajo intelectual informatizado por sobre el trabajo físico directo de las personas, está lejos de ser inocuo. Así, Lorenzo Cillario advertía a fi nes de los años ochenta sobre los efectos nocivos del trabajo informatizado sobre la “psique”, toda vez que entendemos que ésta tiene ciertos límites en su

25 Depolo, S., Cociña, M., Celis, S., Cadima, T.: et al. “Sistematización, Análisis Crítico y Socialización del proceso de Cambio Organizacional en BancoEstado”. Departamento de Ingeniería Industrial, Uni-versidad de Chile. Santiago, 2005.

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capacidad de soportar nuevas cargas de trabajo: “La nocividad del trabajo pierde algunas de sus connotaciones de «fi sicidad» y se confi gura cada vez más como una «nocividad psíquica». […] el modo de producción y explo-tación actúan y manipulan directa y explícitamente en el área psíquica de las funciones humanas, de los trabajadores y de la gente. Por primera vez, aunque de forma desperdigada y tímida, empieza a afl orar la idea de la limi-tación de los recursos de la «naturaleza interior». Es decir: hay un límite a la explotación (y a la autoexplotación) cognoscitiva de los recursos internos, psíquicos, existenciales; un límite al bombardeo informativo”.26

Con todo, el aporte de la disciplina económica al conocimiento y compren-sión de fenómenos de interacción asociados al intercambio de bienes ha sido, sin duda, enorme. La acumulación de poder en torno a la fi gura del economista y la diseminación de la doctrina económica responde, entre otros factores, a una efectiva capacidad de los profesionales de la disciplina de intervenir el mundo, por medio de un discurso teórico y metodológico convincente y autoafi rmativo, y de un método de análisis -al menos en sus fundamentos- simple y efectivo. Este aporte y la importancia que el modelo capitalista de desarrollo ha tenido en la mejora de las condiciones de vida de millones de personas en muchos países resulta bastante evidente. Los “ganadores” del proceso de expansión capitalista se han encargado por años de poner esto en evidencia por medio de “datos” y un discurso ideológico compacto ampliamente extendido y formador de culturas estables. Recono-ciendo muchos de estos avances, el foco de este libro y del volumen que lo inspira está, sin embargo, en la falta de crítica en torno a las consecuencias perversas del sistema capitalista que suele caracterizar en la práctica el cono-cimiento de la economía y sociedad. El nuevo espíritu ha logrado naturalizar el discurso económico, instalando la idea de que la disciplina económica “devela” verdades -por medio de métodos estadísticos- y que el mundo está ahí afuera para ser “descubierto” por la ciencia económica.

Esta pretensión tiene al menos dos consecuencias primordiales. La primera de ellas es, como ya hemos mencionado, la aceptación espontánea o ingenua de la pretensión de neutralidad ideológica del economista y su quehacer. La segunda, sostener que si el economista sólo ilumina procesos que son inde-pendientes de él, si las más diferenciadas economías -como se ha pretendido demostrar- efectivamente “convergen”,27 y si existe algo así como el darwi-

26 Cillario, L.: “El engaño de la fl exibilidad. Elementos para una crítica de la ideología de la automa-tización fl exible”. En Castillo, J. J.: “La automación y el futuro del trabajo. Tecnologías, organización y condiciones de trabajo”, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, España, 1988, pág. 244.27 La idea de “convergencia” en economía ha sido largamente discutida en términos teóricos y empí-

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nismo económico (tres condiciones, creemos, muy difíciles de defender), en-tonces es posible levantar con éxito la narrativa de que el sistema capitalista ha llegado para quedarse, y de aquí en más sólo queda esperar mejoras de “efi ciencia” que permitan “crecer” hasta un nivel estacionario con tasas de crecimiento permanente: “fi n de la historia”.

La crítica, por supuesto, argumentará que no es posible afi rmar esto en se-rio, por una cantidad de razones científi camente atendibles. Una entre todas las posibles es que la expansión del sistema capitalista es, probablemente, mucho más un proceso político conducido y facilitado por la disciplina eco-nómica, que un proceso “natural” que haya sido “descubierto” por esta. Lo segundo es que los procesos de crecimiento pasan muy centralmente por ganancias de efi ciencia productiva que no ocurren “en el mercado” -entre fi rmas-, sino dentro de éstas. Y una fi rma, ya lo sabemos, no es un “merca-do” a microescala, sino un entramado complejo de relaciones asimétricas, en cuyo análisis todas las nociones clásicas de la teoría crítica siguen siendo y seguirán siendo pertinentes (esto es, útiles), y en el cual la disciplina econó-mica aún tiene mucho terreno que recorrer. El tema de la comprensión del mundo de las organizaciones productivas bajo la óptica del “nuevo espíritu” es uno de los temas que este libro indaga.

En efecto, la idea del “fi n del trabajo” levantada a mediados de los 90 ha quedado en entredicho en los 2000; hoy el foco de múltiples organismos in-ternacionales es la “cohesión social” necesaria para mantener al sistema capi-talista en funcionamiento sin que sus efectos sobre la desigualdad se vuelvan críticos y amenacen su propia supervivencia y legitimidad. La “cohesión”, sin embargo, está principalmente sustentada en el adecuado funcionamiento del mercado del trabajo y la existencia (o no) de una red de protección social en torno a él, que sea considerada legítima y efi caz por la población afectada. Sólo una persona con trabajo “reconocido” y consecuentemente valorizado puede ser parte de un sistema “cohesionado” estable. El foco es, entonces, lograr que el mercado de trabajo genere “expectativas de movilidad” y segu-ridad para sí o para los hijos, que disminuya la presión social sobre el sistema económico y sobre sus imperativos funcionales de competitividad y produc-tividad. En este escenario, salen a la luz los aspectos más “explosivos” del nuevo espíritu que guía las reglas de existencia y funcionamiento del sistema.

ricos, y aún hoy está muy presente en el sentido común de la disciplina. La idea de convergencia tiene, entonces, consecuencias políticas directas, entre otras cosas porque alude a la idea de que lo que hoy le sucede a los países más ricos, muy probablemente le suceda mañana los países “en vías de desarrollo”. Los países pobres están entonces “atrasados”, sus ciudadanos y sociedades son “subdesarrollados” y los países ricos son el “modelo” del cual extraer lecciones políticas, modelos microeconómicos y esquemas de convivencia.

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Ni siquiera los más fanáticos entre sus defensores ni los más astutos en el uso “conveniente” de las estadísticas logran, en este punto, hacer vista gor-da: exclusión, miseria, segregaciones, diferencias injustifi cables de benefi cios percibidos por el capitalista y por los trabajadores, necesidad de la existencia de un Estado efectivo, salen a la luz y son problematizados.

En relación con esto, una de las consecuencias de la hegemonía de la disci-plina económica que ha tenido particular relevancia en Chile, es un creciente proceso de colonización de la administración pública -al menos en sus cúpu-las- y el diseño de políticas por parte de “expertos”, que una vez instalados en el poder suelen olvidar que los sistemas técnicos interactúan con –y sólo tienen sentido en función de– sistemas sociales, menos tecnifi cables y más complejos que los que su disciplina permite explicar. Suelen olvidar, enton-ces, que su trabajo ya no es principalmente técnico, sino eminentemente po-lítico. Lo olvidan porque omiten el hecho de que el diseño de política pública debe atravesar inevitablemente el “páramo” del proceso de su valorización por la sociedad civil, proceso propiamente político que tiene lugar entre dicho diseño y la puesta en práctica, pero que se instala ya en la decisión misma desde el inicio. Cuando la técnica desplaza a la política, se comienza a creer que no existe algo así como la “cultura” o, si existe, no es sujeto de diseño o gestión. Cuando la fi gura del técnico desplaza al político, el gobier-no termina siendo más de los “expertos” que del “pueblo”, se ha produci-do lo que la ciencia social llama “paternalismo sistémico”. Un gobierno de “expertos” puede ser un excelente gobierno, sobre todo en plazos cortos, pero no una democracia en plenitud cuando los que, fi nalmente, deciden sobre la calidad del gobierno (los ciudadanos) se pronuncian. En realidad, si se procura una adecuada colaboración de expertos técnicos y científi cos, la intervención ciudadana en la elaboración y decisiones de política pública agrega un valor concreto considerable para la dirección del Estado y de la economía. Realiza un capital productivo emergente de la acción ciudadana corriente y organizada, que se autolimita en sus pretensiones de infl uir, de modo de cooperar más efi cazmente con técnicos y autoridades:

La autolimitación de la sociedad civil no signifi ca que ésta hubiera de conside-rarse perpetuamente en una situación de minoría de edad, es decir, que hubiera de quedar sujeta siempre a tutela. El saber de regulación y control sistémicos, que ha de ejercer el sistema político, y que en las sociedades complejas cons-tituye un recurso tan escaso como deseado, puede, ciertamente, convertirse en fuente de un nuevo paternalismo sistémico. Pero como la Administración estatal no produce ella misma la mayor parte del saber relevante que necesita, sino que lo toma del sistema de la ciencia y de otros agentes que se constituyen

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en eslabones intermedios, tampoco puede disponer de por sí de ese saber en términos de monopolio. Pese a sus posibilidades asimétricas de intervención y a sus limitadas capacidades de elaboración, la sociedad civil mantiene también la oportunidad de movilizar contrasaber y de hacer sus propias traducciones de los correspondientes informes técnicos. El hecho de que el público se com-ponga de legos y de que la opinión pública discurra en un lenguaje inteligible para todos, no signifi ca necesariamente una desdiferenciación de las cuestiones esenciales y de las razones sobre cuya base esas cuestiones se deciden. Ello sólo puede servir de pretexto para poner tecnocráticamente bajo tutela a la opinión pública mientras las iniciativas de la sociedad civil no tengan la sufi ciente entidad como para procurarse, en relación con los aspectos técnicos de las cuestiones discutidas, un sufi ciente saber de expertos y las adecuadas traducciones, en caso necesario distintas traducciones de distinto nivel de difi cultad.28

3. ¿UNA ECONOMÍA SIN ESPÍRITU NI EXPERIENCIA HISTÓRICA?

La centralidad que ha adquirido la disciplina económica en la arena política chilena desde el comienzo del proceso de reformas liberales iniciadas du-rante la dictadura no sería, creemos, una consecuencia lineal de esta inter-vención política e ideológica sobre el sistema económico y productivo local, sino que respondería, más bien, a una tendencia de carácter generalizado, al menos en Occidente, que propugna la incorporación de economistas en las más altas esferas de decisión política. La globalización impone, al costo de confl ictos sociales más o menos violentos, tendencias culturales cuya cifra básica es la del homo economicus, el emprendedor competitivo en merca-dos en expansión.

Una consecuencia de este fenómeno es que la “economización” de los pro-cesos asociados a la acumulación de poder lleve a una secularización de la la-bor política cuyo signo es el desencantamiento ante el catálogo de principios que pretendió imperar siempre en la política. Si las decisiones “optimas” de política pública son, en efecto, calculables o al menos aproximables median-te procedimientos teóricos o econométricos, y si la “correcta” formulación de opciones de desarrollo se reduce a una mera lectura estadística de “la realidad” basada en la aplicación de teorías con pretensiones de neutralidad ideológica, entonces el discurso político, la formulación discursiva de idea-rios comunes y las apelaciones a elementos difícilmente reducibles a “datos” como la cultura, la ética o las creencias, quedan desplazadas a un segundo plano, y hoy por hoy son mirados en menos en muchos círculos de poder “técnico” y de la política “realista”. Esta secularización se traduciría, así, en

28 Habermas, J.: “Facticidad y validez”. Ed. Trotta, Madrid, 1998, págs. 453-454.

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una pérdida del aura de divinidad que rodeó a los “políticos de profesión”29 frente a aquellos que pretenden representar, y una “tecnifi cación” de la tarea orientada a la elaboración de las políticas públicas que, si bien necesaria por razones de efi ciencia, no parece ser sufi ciente para dar sustento práctico a la conducción política ni asegurar la estabilidad requerida al orden existen-te. La fi gura del economista empieza entonces a representar un descarnado “realismo” político, en el cual la “política” es vista sólo como “hostilidad” hacia las diferencias interpuestas por la acción de grupos rivales al propio, diferencias ocasionadas por la escasez económica al parecer inherente a la condición humana:

Si no se diera la hostilidad, un esquema equitativo de reparto de los recur-sos sería factible. Si no existiese escasez, la hostilidad se podría neutralizar o, por lo menos, relativizar con contrapartidas de carácter económico. Pero la hostilidad y la escasez son datos estructurales de la condición humana. El desequilibrio que resulta de la interacción de estos dos factores sólo se puede caracterizar como desigualdad estructural.30

Una consecuencia menos directa, pero no por ello menos relevante, es que muchas de las mentes más brillantes -si hay tales- de la generación criada bajo el nuevo espíritu se “pierden” en el embrujo de serpientes del apren-dizaje acrítico de disciplinas que -como la economía o la ingeniería- se pre-tenden, de un tiempo a esta parte, eminentemente “apolíticas”, aún cuando es evidente que, dada la capacidad de acumulación de poder de decisión que conlleva su ejercicio, son probablemente más relevantes para la construcción de sociedad de lo que cualquier cientista político pudiese pretender para su propia labor. Esto se debe, al menos en parte, a que la economía-matemática ha contribuido a la secularización no sólo de la política, sino de las ciencias sociales, que han perdido buena parte del halo de sabiduría que se les asigna-ba hasta hace unos años. Se reemplazan así los libros por papers, la capacidad discursiva en el aula o en discusiones profesionales por la elocuencia del PowerPoint, y los desarrollos intelectuales complejos y confl ictivos, que sin duda requiere el mundo global, por la efectividad en el tratamiento de datos agregados que refl ejarían una “realidad” que no sería afectada por la propia ciencia ni ejercería presiones sobre esta.

Una de las características políticamente más sensibles de la incorporación masiva de la disciplina económica en la formulación y evaluación de políticas es que, por la deriva propia de la disciplina, el economista es, hoy por hoy,

29 Cortés, A.: (2009), Prólogo en este libro.30 Portinaro, P. P.: “El realismo político”, Nueva Visión, Buenos Aires, 2007, pág. 32.

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un cientista social que puede convertirse en referente técnico, intelectual y político, sin experimentar un contacto científi camente signifi cativo con la sociedad que dice estudiar: no requiere, en realidad, siquiera observarla, sobre todo en sus dinámicas “irracionales”. La matematización de la dis-ciplina económica en sus ramas teórica y empírica, el trabajo con “datos” agregados y la adecuación de las formas de producción de conocimiento a los estándares de las “ciencias duras” (un paper a partir del otro) facilitan que un economista pueda decir “cómo se comporta la gente” sin salir de su ofi cina, y cuáles son los incentivos de los “trabajadores no califi cados” para comportarse de determinada manera durante una huelga o una negociación, sin conocer siquiera a uno de ellos en su desempeño productivo directo. En rigor, parece no haber “experiencia histórica” en buena parte del análisis económico hoy imperante. El economista no requiere, para convertirse en un grande de su disciplina, conversar o disputar con la sociedad ni pasar por la experiencia metodológica de preguntar algo a sus actores, como sí es el caso en sociología, psicología, trabajo social o en antropología. El economis-ta, como el poeta, “es un pequeño dios” omnipresente.

Empujando el argumento un poco más, podemos decir que esta ausencia de necesidad de diálogo social de la disciplina económica moderna -una ciencia social, por más que a ratos se olvide-, la acerca al terreno de la religión: un sa-cerdote habla, casi por defi nición de su labor, de todo tipo de asuntos mun-danos sin llevar, en la mayoría de los casos, una vida arraigada en el mundo e incluso evitándola todo cuanto pueda. La palabra revelada, sin embargo, no proviene en este caso de textos divinos, sino de la fe en la matemática como fuente “confi able” de “verdad” respecto del mundo, prescindiendo o con-tradiciendo incluso tradiciones intelectuales que han mostrado ser efectivas en la construcción de sentido a lo largo de siglos.

Esta fe en la matemática, sin embargo, surge en un principio como una op-ción metodológica de acercamiento simplifi cado a las dinámicas sociales que se dan en el particular entorno y contexto de las relaciones de intercambio de bienes en los mercados. Al comprar la forma de abordaje de sociólogos y economistas, el sociólogo norteamericano Erick Olin Wright destaca la forma que adopta esta simplifi cación y las justifi caciones –febles- para su posterior generalización:

La clave aquí, creo, es el grado de simplifi cación encarnado en los supuestos subyacentes que economistas y sociólogos consideran aceptable.El modelo del actor racional interesado en sí mismo permite una representa-

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ción matemática simple y poderosa de elección y acción. Estos modelos fueron inicialmente desarrollados para contextos relativamente sencillos de comporta-mientos de mercado en los cuales la acción racional interesada en sí mismo es, sin duda, una buena primera aproximación para muchas cuestiones (pese a que, incluso en el contexto de mercados puros, como gustan puntualizar los soció-logos económicos, las normas juegan un rol importante –los “fundamentos no contractuales de los contratos” para citar la formulación de Durkheim). Cuando se les cuestiona que los supuestos subyacentes a esos modelos son radicalmente poco realistas, los economistas, bien dicen que estas simplifi caciones son estric-tamente heurísticas –que permiten formalizar modelos y ver cuánto podemos aprender de ellos- o bien que, para el problema en cuestión, están capturando el proceso causal más importante. En cualquier caso, el modelo simplifi cado de maximización de utilidad bajo restricciones es visto como una sólida base sobre la cual construir análisis tanto teóricos como empíricos.Si uno cree que buenas explicaciones sociales debiesen basarse en un concep-to multidimensional de acción social, que involucre una variedad de modos de acción irreductibles que interactúan entre sí, ninguno de los cuales es genéri-camente privilegiado, entonces el problema de la formalización matemática se vuelve mucho más difícil.31

Pero ¿es la economía una ciencia?, se preguntaba Joseph A. Schumpeter hace medio siglo, al trazar su historia, clásica, del análisis económico, para agregar que “la respuesta a la pregunta depende, como es natural, de lo que entenda-mos por «ciencia». En el hablar cotidiano y en la jerga de la vida académica –sobre todo en países de lengua francesa e inglesa- el término se usa a menu-do denotando la física matemática. Esto excluye, como es evidente, todas las ciencias sociales y por lo tanto también la economía. Tampoco resulta ser una ciencia el conjunto de la economía si consideramos característica defi nitoria (defi niens) de la ciencia el uso de métodos análogos a los de la física matemática. En este caso sólo una reducida parte de la economía es «científi ca». Si defi -nimos la ciencia de acuerdo con el slogan «ciencia es medición», hallaremos que la economía es científi ca en algunas partes y no en otras. Ésta no es una cuestión que deba suscitar susceptibilidades a propósito del «rango» o la «dig-nidad» de un conocimiento: llamar ciencia a un campo del conocimiento no debería implicar ni elogio ni denigración.”32 Concluirá Schumpeter que no es posible pensar, comprender o aplicar el análisis económico, científi co, sin una metodológica toma en consideración de datos institucionales o históricos que son hallados en otras ciencias sociales:

31 Wright, E. O.: “Sociologists and Economists on ‘The Commons’”, en The Contested Commons edi-tado por Pranhab Bardhan y Isha Ray (Oxford: Blackwell, 2008), pp. 234-238. La traducción al castellano y sus probables imprecisiones son responsabilidad exclusiva del autor de esta presentación.32 Schumpeter, J. A.: “Historia del análisis económico”, Ed. Ariel, Barcelona, 1995, pág. 41.

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Nadie puede tener la esperanza de entender los fenómenos económicos de nin-guna época –tampoco de la presente- si no domina adecuadamente los hechos históricos o no tiene un sentido histórico sufi ciente, o lo que también se puede llamar experiencia histórica [...] el registro histórico no puede ser simplemente económico, sino que ha de refl ejar también, inevitablemente, hechos «institu-cionales» que no son puramente económicos: de este modo facilita el método mejor para comprender cómo están relacionados los hechos económicos con los no-económicos y cómo se deberían relacionar las ciencias sociales entre ellas [...] la mayor parte de los errores básicos cometidos en análisis económico se debe a la falta de experiencia histórica, con más frecuencia que a cualquier otra insufi ciencia del instrumental del economista.33

Así, de un modo fustigado enérgicamente por la respetable tradición schum-peteriana, la economía devenida ciencia natural o exacta acentuará un dis-curso para el cual las diferencias humanas y sociales no integran el análisis económico salvo como “errores”. El Ministro de Hacienda del gobierno de Ricardo Lagos y economista emblemático del Chile contemporáneo, Nico-lás Eyzaguirre, da al respecto un testimonio elocuente. Como a la democra-cia, en tanto régimen de gobierno universalmente válido, si lo hay, habría que revalorizar, dice, la “economía neoclásica” y asumir como paradigma de la acción humana la conducta “individual” racional en un mercado libre. Bajo esta premisa, la controversia ya no es sobre el reconocimiento de la libertad de mercado como clave del crecimiento de la economía, algo que en Chile muchos pueden compartir sin dobleces, sino sobre su indiscutibilidad, su vi-gencia y omnipresencia en todo tiempo y lugar. Para Eyzaguirre la economía neoclásica parece ser un dogma explicativo de toda acción humana:

Terminé dándome cuenta de que tal como nosotros habíamos sido capaces de revalorizar la democracia, era completamente necesario reestructurar nuestro pensamiento económico, que estaba anclado en preceptos que ya no tenían ninguna relación con lo que la humanidad, como tal, había entendido como realidad [...] Lo que hace fracasar todos los conceptos desde los socialismos utópicos hasta los científi cos es que están basados en una forma de enten-der la conducta humana que no es correcta [...] Estamos jugando variables individuales en todo momento. Y negar esto es negar la luz del día [...] Hoy no tengo el menor complejo en valorar los equilibrios macroeconómicos, en valorar el mercado, porque creo que a esta conclusión ha llegado la humanidad como tal. No es la victoria del pensamiento liberal por sobre el pensamiento de izquierda. Es la victoria de la humanidad que entendió, tal como entendió la democracia y los derechos humanos, que hay ciertas formas mínimas de libertad de los individuos en el campo económico, que deben ser respetados

33 Id. pág. 48.

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en todo tiempo y en todo lugar [...] Lo que nos diferencia con la derecha no tiene que ver con lo que pensábamos en los ’60 o los ’70. Tiene que ver con nuestros valores.34

Con todo, y como hemos dicho, es bastante evidente que el modelo capita-lista de conducción político económica de los países ha generado enormes benefi cios materiales y simbólicos en muchos países -el Chile de Eyzagui-rre y Lagos incluido-, al menos en términos agregados. Sus consecuencias sociales y políticas a nivel micro, sin embargo, son menos evidentes y son largamente discutidas en el libro de Boltanski y Chiapello que inspira este volumen.

En efecto, el pensamiento y discurso intelectual del capitalismo no se hace cargo, por su propia estructura ideológica y teórica, de los efectos de la di-námica económica sobre la desigualdad, tema siempre escurridizo (hacia el futuro remoto) para los economistas. La idea de una distribución “óptima” de recursos en una sociedad suele tomarse en economía en su versión más cruda: si no es posible benefi ciar a un componente de un sistema sin per-judicar a otro, entonces la situación es “efi ciente” (Pareto dixit), quedando de lado la pregunta por la efi cacia, es decir, la materialización del resultado esperado, cualquiera que este sea. La fi gura profesional del economista, sin embargo, suele encarnar una cierta contradicción entre la certeza de “tener la razón” y una búsqueda del “bienestar social” (que es, casi por defi ni-ción, una condición cambiante y poco cierta, no reducible al sólo disfrute de “bienes”). La disciplina suele solucionar este confl icto estructural con una combinación entre la validación generalizada del discurso económico, que es uno de los síntomas del nuevo espíritu y que da coherencia a la creencia de que se “tiene la razón”; y las teorías de bienestar a lo Adam Smith: el paraíso en la tierra (el máximo bienestar social) se puede alcanzar por medio de la persecución masiva y egocentrada del bienestar personal. Esta combinación entre la certeza de razón y la creencia en la posibilidad de generar bienes-tar colectivo sin contradecir una teoría individualista suele dejar tranquila la conciencia del economista. Pero claro, ahí está la desigualdad.

Lo más complejo de la desigualdad para la disciplina económica, creemos, es que es fi nalmente un problema del sentido de la experiencia social, de “per-cepciones”, “ética” o “subjetividades”, todos temas a los que la disciplina eco-nómica sólo ha podido acercarse tangencial y tímidamente, sin mucho éxito ni

34 Citado en Arrate, J. y Rojas, E.: “Memoria de la izquierda chilena”. Tomo II (1970 – 2000). Eds. B, Santiago, 2003, págs. 500-501. Eyzaguirre fue en los ochenta dirigente de las juventudes comunistas, se doctoró en Harvard y veinte años más tarde fue ministro jefe de la economía chilena.

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mucho que aportar. Así, por ejemplo, la economía suele medir la desigualdad en términos relativos y no absolutos: si un individuo gana 10 y el otro 90, y ambos aumentan su ingreso en un 50%, el primero obtendrá 15 y el segundo 135. En términos relativos, la situación es la misma (1 a 9) pero hoy el más rico obtiene 45 más que antes, y el más pobre sólo 5. La percepción de desigualdad probablemente cambiará aunque la medida siga intacta. Y esto en el supuesto, muchas veces cuestionable, de que el bien en cuestión lo es del mismo modo, tiene la misma calidad, para individuos en situación tan diferente de acceso a él como las que indican las posesiones relativas de uno y otro en el ejemplo.

El pensamiento técnico político dominante se las ha arreglado, sin embar-go, para pasar por sobre este “problema”, pese a que las tasas de creci-miento de las últimas dos décadas han sido relativamente sostenidas y los indicadores de desigualdad no han variado al mismo ritmo ni sido apre-ciados por todos del mismo modo. Uno de los mecanismos del sistema para evitar las naturales tensiones que esto debiese generar es la fantasía de reducción de brechas que genera el consumo masifi cado. En parte por la expansión del consumo y en buena medida por la mayor profundidad y extensión del sistema bancario y de créditos, hoy un joven de clase baja de un país “en desarrollo” como Chile, puede ir a un centro comercial cercano a su barrio -donde hace pocos años había un terreno eriazo- y comprar el mismo par de zapatillas que compra en otro mall -que está ahí hace un par de décadas- un joven del estrato social más alto. Ambos pares de zapatillas son (materialmente) iguales, los centros comerciales son (casi) iguales. Los jóvenes no. Una razón posible es que las diferenciaciones sim-bólicas y el valor que adquieren no descansen, bajo el nuevo espíritu, tanto en aquellos productos adquiridos en el mercado masivo, sino que se hayan desplazado hacia espacios mucho más “blandos” de diferenciación, asocia-dos a la capacidad de establecer redes de contactos, desplegar un abanico de “habilidades” utilizables como input del sistema productivo35, la cercanía al centro del poder.

Estas diferencias, al ser más “blandas” que las evidentes señales físicas y de costos de los bienes de consumo, son menos identifi cables con un malestar

35 Ver al respecto los ensayos de Depolo y Cadima en este libro. Interesante, para el caso de Chile, resulta el estudio de Javier Núñez sobre discriminación de clase y meritocracia en el campo profesional, que muestra que profesionales de clase alta ganan aproximadamente un 50% más que aquellos criados en familias pobres, y que esta diferencia no se relaciona con diferencias de desempeño académico en la universidad, manejo de idiomas, estudios de postgrado, calidad académica de la escuela básica, origen geográfi co, etcétera. Núñez, J. y Gutiérrez, R. (2004): “Class discrimination and meritocracy in the labor market: The case of Chile”, Estudios de Economía, Vol. 31 Nº2, pp. 113-132, Diciembre.

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“de clase” sustentado en las “cosas” que los ricos poseen y los pobres no: el materialismo analítico de la tradición de izquierda se queda sin ancla cuando el acceso a bienes parece asequible a todos, es la ilusión que se impone a la realidad. Las diferencias son, entonces, mucho más sutiles. Como muy claramente exponen Boltanski y Chiapello, el capitalismo ha sabido procesar esta diferencia crucial de manera muy rápida y efectiva. La crítica, tradicio-nalmente mucho más “intelectual” que el capital, no lo ha logrado aún.

Para comprender este défi cit de compresión de la crítica, resulta útil pensar que es posible que, en el caso particular de Chile, el nuevo espíritu descrito por Boltanski y Chiapello esté dejando de ser un fenómeno coyuntural o meramente económico-político, para arraigarse como una diferenciación cultural intergeneracional con signifi cados históricos. En particular, entre las generaciones nacidas bajo la dictadura en los años ochenta y bajo la recién recuperada democracia, y aquellas que las precedieron. “La generación cria-da durante la segunda mitad de la dictadura, ha sido -hemos sido- formada intelectual y políticamente bajo un ordenamiento social y económico que es subsidiario de este nuevo espíritu, en cuanto éste invade y determina sus diná-micas y evoluciones”. Esta generación, nacida durante la dictadura y criada bajo el régimen económico-político generado a partir de la intervención de los economistas de Chicago desde fi nes de la década del setenta, es una generación que, frente a todos los parámetros y estándares de evaluación previos a estas décadas, es “atrasada” en términos políticos, no se destaca ni por su comprensión de la cosa pública ni, menos aún, por su activismo en ese campo, pero es mucho más integrada que sus antecesoras al mundo en términos del uso, acceso y producción de la información, a la vez que dis-pone de un mayor nivel educacional y de ingresos de los hogares que habita, al menos en promedio. Diversos estudios, recogidos en el Informe de Desa-rrollo Humano del PNUD de 200236 y posteriores,37 ilustran la complejidad que establecen las nuevas generaciones con la política.

4. COMPRENDER “EL NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO”: UN EJERCICIO TEÓRICO A FONDO.

Comprender la naturaleza del arraigo de este nuevo espíritu en amplios estra-tos de una sociedad como la chilena es entonces intentar buscar luces sobre las consecuencias políticas del arribo de estas nuevas generaciones “inexper-tas” a la arena política, precisamente cuando sus primeros representantes

36 Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): Desarrollo Humano en Chile. Noso-tros los chilenos: un desafío cultural, PNUD, Santiago de Chile, 2002, pág. 130.37 Ver, por ejemplo, los datos disponibles en http://ecosocialsurvey.org.

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pasan por estos días por sobre la barrera de los treinta años y, cuando optan por un ejercicio profesional y de ciudadanía adecuados al mundo de hoy, deben necesariamente plantearse de inmediato las condiciones de la “nue-va” política y la “nueva” sociedad. La pregunta por la cultura, la economía y la sociedad en redes “tecnologizadas”, que Boltanski y Chiapello explicitan con un amplio despliegue de razones y datos, se hace así ineludible, eviden-ciando respuestas siempre insufi cientes y críticas muchas veces de fondo a los sistemas y sus representaciones.

Probablemente uno de los mayores méritos del libro que este texto introdu-ce -aunque probablemente uno de los menos evidentes- es que no sólo re-fl eja una intención por poner sobre el tapete estos temas, enfoques e incluso conceptos clásicos de las ciencias sociales, hoy prácticamente relegados de la discusión intelectual chilena. Aún cuando ésta es probablemente su principal tarea, un mérito singular es que su escritura es también el resultado de un ejercicio intelectual colectivo, basado en un ejercicio refl exivo -y por tanto, dialogado- de casi un lustro, en que los entrecruzamientos interdisciplinares, intergeneracionales y, en alguna medida, interculturales buscan subsanar al-gunas de las falencias que observamos en la refl exión política y teórica del Chile actual.

Los entrecruzamientos son obviamente interdisciplinares en términos de la formación que cada uno de los autores ha recibido y, quizás más relevante que eso, en términos de las matrices de sentido y de método que alimentan las distintas actividades profesionales de cada uno. Son, al mismo tiempo, intergeneracionales, no tanto por diferencias de edad que son, a la postre, accidentales, sino especialmente en términos de que el país y la sociedad en que nos hemos formado son diametralmente diferentes. Tres de los autores, además del autor de esta presentación, somos “hijos tardíos” de la dicta-dura. Hijos, por tanto, de esta “nueva sociedad” comenzada bajo Pinochet y continuada por los gobiernos de la Concertación de partidos formada por nuestros padres. Si, efectivamente, lo que “hizo la dictadura fue tipifi -car capitalísticamente la economía y la sociedad”,38 cuatro de los autores de este libro somos, entonces, un producto (aparentemente algo fallido) de este “nuevo Chile”.

Existe entre nosotros, sin embargo, cierta conciencia de que para mirar crí-ticamente, la opción es recurrir a aquellos autores que no tienen el “pecado original” de haber nacido en una cuna “capitalisticamente tipifi cada”: nues-

38 Cortés, A.: “Prólogo”, en este libro.

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tra escritura, entonces, puede ser alimentada o desestabilizada por múltiples afl uentes provenientes de fuentes anteriores a este nuevo espíritu. Los otros dos autores -Rojas, Cortés- si bien son, en mayor o menor medida, ajenos a este pecado original, obtienen su originalidad de la práctica poco común de estar siempre en la punta de la revisión bibliográfi ca y la teoría actual en ciencias sociales: nosotros, los nuevos, nos alimentamos de la actualidad de su experiencia. Ellos, probablemente, nos utilizan como “estudio de caso” que puede abrir desarrollos constructivos inéditos. Este entrecruzamiento es, sin duda, poco común en el Chile actual. Finalmente, un cierto entrecru-zamiento cultural se produce al mirar el fenómeno del arraigo del (nuevo) capitalismo en la sociedad chilena, siempre que uno de los autores -Rojas- comprende, comparte e investiga desde hace años una forma de arraigo del capitalismo en una sociedad y un sistema político diferente en aspectos sustantivos, como es el caso de la Argentina. Ese conocimiento -ese saber, en estricto rigor- permear las páginas de este libro. En el Chile arrogante del nuevo siglo, la incorporación de cuerpos de sentido provenientes de otros afl uentes latinoamericanos es, nuevamente, escasa.

Estos cruces y balances no están ajenos, por cierto, de grados importantes de contradicciones y confl ictos. Para este autor -en este punto cada cual habla sólo por sí mismo- criado y maleado bajo el signo del “nuevo capitalismo”, es naturalmente confl ictivo y tensionante levantar discursos contraculturales cuando las formas de vida y de producción intelectual aprendidas y el cono-cimiento adquirido son afi nes a la ideología capitalista hoy hegemónica. La experiencia de estudio y trabajo en el centro del nuevo espíritu (tan al centro como se puede estar en Chile) ha sido el signo del desempeño profesional que es sustrato de estas páginas. Ese sustrato y sus contradicciones es, sin embargo, el alimento principal de estas refl exiones, pues reconocemos que persiste bajo este modo de vida aparentemente pujante, una molestia (malai-se) de fondo, compartida con muchos de nuestros contemporáneos: hay algo en el contrato implícito de los hijos del nuevo espíritu con el sistema, que no funciona. Boltanski y Chiapello nos hablan, al respecto, de una inquietud presente en los modos de vivir el espíritu capitalista de hoy, un malestar asociado a la difi cultad para identifi car el origen de las amenazas que puede sufrir la vida personal y profesional y a la difi cultad, consiguiente, para trazar los planes que dominen esas amenazas.39 Agregarán luego que en la expe-riencia del mundo conexionista pesa una “difi cultad para proyectarse en el futuro” o la existencia de un confl icto entre, por una parte, las normas (par-ticularmente explícitas en los mundos obsoletos de la economía industrial)

39 Boltanski, L. y Chiapello, E.: (2002) op. cit., pág. 529.

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que dan valor a lo que permanece en el tiempo y, por otra parte, la condición humana en un mundo fl exible como el de hoy, en el que todo se transforma merced a las situaciones que surgen. Si las personas no otorgaran valor a la permanencia de las cosas, dejaría de sufrir por la rupturas y por el desaliento ante la tarea de rehacer aquello que parecía establecido. En la “ciudad por proyectos”, que ordenaría el contrato implícito de los hijos del nuevo espíri-tu del capitalismo, la sobrecarga de autonomía y autorrealización que se nos impone como condición de proyectos exitosos puede acarrear, frecuente-mente, el malestar del fracaso:

[…] la ruptura de una relación, la interrupción de un proyecto se prestan a ser vividas como fracasos (y no como una prueba banal, de acuerdo a la lógica de la ciudad por proyectos). El valor enfáticamente atribuido a la autonomía y a la au-torrealización, junto al olvido de la muy desigual distribución de las condiciones de éxito de esta última, termina imprimiendo un carácter personal a este fracaso. Quienes los padecen soportan toda su carga. Su capacidad de «realizarse» a tra-vés de una obra cualquiera (trabar una relación, adquirir un determinado status en el trabajo, formar una familia, etc.) se pone en tela de juicio. La subsiguiente desvalorización de sí mismo difi culta todavía más la creación de nuevos vínculos y contribuye así a convertir el aislamiento en una situación duradera.40

Este libro es, adicionalmente, parte de un proyecto intelectual de largo plazo, iniciado hace algo más de cinco años. Su escritura ha sido parte de un esfuer-zo de formación personal e investigación de cada uno de los autores, a partir de un ejercicio intelectual colectivo de lecturas, discusiones y cooperaciones múltiples y cruzadas en la búsqueda del resultado común. Este ejercicio, podemos decir, aspira a merecer la califi cación de “intersección hermenéu-tica”, con la cual el epígrafe del libro describe una construcción plural de sentido en condiciones de adecuarse a las complejas exigencias de método de la ciencia social contemporánea. Las teorías traídas a colación con esa idea metodológica, para el caso las del nuevo espíritu capitalista y las de sus observadores, se transforman así en variaciones sobre el tema previamente elegido, dando lugar a una forma de interpretación (hermenéutica) que ca-racteriza más que valora las perspectivas indagadas.

El lector encontrará en las próximas páginas un prólogo y cuatro artículos independientes entre sí, que sin embargo se entrecruzan y complementan. El prólogo, a cargo de Antonio Cortés Terzi, indaga, a partir de la “novedad” que constituye a su juicio este volumen, en las razones de la minimización del rol de la crítica en los años que han transcurrido desde la recuperación

40 Id. págs. 530-531.

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de la democracia en Chile. Expone lo que denomina “la hegemonía de con-sensualiamo” en la cultura política de la transición, expresada en una tenden-cia “ofi cializadora”, en cuyas causas indaga. Continúa, a partir de Gramsci, abordando “el carácter orgánico del ‘nuevo espíritu del capitalismo”, a partir de la lectura de elementos particulares de los ensayos que componen el libro. La tercera parte realiza algunas “sugerencias analíticas” para interrogar al “desarrollo” capitalista y política “democrática”, para concluir con algunos comentarios en torno a la publicación de este volumen en el marco político del Chile actual.

El primer ensayo del libro, “El nuevo espíritu del capitalismo, cultura, teoría y política. Un análisis entrecruzado”, de Eduardo Rojas, analiza primeramente las ideas del “nuevo espíritu del capitalismo” como contrapunto del discurso dominante respecto del fenómeno de la globalización. Se privilegia, en el texto, una óptica de aprendizaje intercultural para el desarrollo y la innovación en países como el nuestro, en el contexto de un mundo y una economía marcados por la conectividad. El autor repone, en las secciones siguientes, los marcos teóricos y metodológicos de las ciencias sociales en contraposición a un pen-samiento hegemónico -el de la economía y la gobernabilidad- de aspiraciones “naturalistas”. El ensayo concluye argumentando y destacando el valor de la obra de Boltanski y Chiapello como generador de nuevos espacios interpreta-tivos en torno a temas como la explotación, la alienación y las posibilidades de autenticidad intelectual y política en el contexto de un capitalismo que se ha transformado radicalmente en las últimas décadas.

El siguiente artículo, escrito por Tania Cadima -“La competencia política en organizaciones articuladas por proyectos. Hannah Arendt y el nuevo espíritu del capitalismo”- lee el texto de los autores franceses a la luz de las ideas de la cientista social alemana, articulando una refl exión sistemática sobre el rol de la política en organizaciones productivas en el Chile actual. Busca, asi, repo-ner la refl exión sobre el trabajo -no sobre el “empleo”- en el contexto de un capitalismo transformado. La autora vincula la noción de proyecto descrita latamente por Boltanski y Chiapello como característica central del “nuevo espíritu” del capitalismo, con la noción de acción política desarrollada po Han-nah Arendt. Se utiliza como concepto articulador la noción de competencia profesional, en la búsqueda de “revincular la experiencia productiva a los con-textos sociales y culturales en que se realiza”.41 Cadima explora las nociones de competencia y proyecto, para elaborar luego argumentos en torno a la noción

41 Rojas, E.: “El saber obrero y la innovación en la empresa”. CINTERFOR – OIT, Montevideo, 1999, Pág. 233.

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de competencia estratégica de los administradores en organizaciones como capacidad político-discursiva, para luego indagar en su función práctica. El en-sayo concluye con la vinculación de los conceptos anteriores con las nociones de poder y cooperación al interior de la organización productiva.

El tercer ensayo, “La acción comunicativa y los procesos formativos en la ciudad por proyectos”, de Sergio Celis, vincula la obra que inspira este volumen con el monumental trabajo de Jurgen Habermas, la Teoría de la Acción Comunicativa. La pretensión es mostrar las conexiones entre ambas obras, en la forma de un informe bibliográfi co que explora en primera instancia el concepto de “espíritu” y la idea de “desplazamiento” como ganancia sistémica. Desarrolla luego tres ideas centrales de la obra en estudio, a saber, la de “ciudad por proyectos” y su rol en el blindaje del capitalismo, la idea de “personalidad” y de “crítica artística” y fi nalmente la idea de que la Teoría de la Acción Comunicativa puede funcionar como base teórico metodológica para una crítica moderna al capitalismo en el particular escenario de la ciudad por proyectos.

Finalmente, el ensayo de Sebastián Depolo, “Economía, sociedad y nuevo espíritu del capitalismo. La transformación de la función directiva”, hace una revisión crítica a algunos de los postulados de “El nuevo espíritu del capitalismo”, explorando en sus efectos en la formación de managers en el contexto de la economía global. El artículo hace una revisión de la tesis central de “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, de Max Weber, a la luz de la relectura de Boltanski y Chiapello y con especial foco en la idea de “acción directiva”. En una segunda parte, el artículo busca desentrañar las consecuencias que este nuevo espíritu tiene sobre la construcción de la carrera profesional ejecutiva en el Chile de inicios de siglo.

Como el lector podrá reconstruir en su lectura, los cuatro artículos que com-ponen esta obra, así como el prólogo que los acompaña y esta misma pre-sentación, apuntan, desde una misma plataforma, a objetivos aparentemente distantes entre sí. Sin pretender cerrar discusión epistemológica alguna, este ejercicio tiene como requisito la existencia de un afán comunicativo nada simple: pretendemos que cada una de las tesis y afi rmaciones de texto ten-gan validez “universal”, esto es, que cualquier “otro” que lo lea e intente comprenderlo concluya que hay razones válidas para respaldar o modifi car productivamente esas tesis. Por ello, nuestra producción intelectual busca estar sometida permanentemente a la crítica. La búsqueda de nuevo saber nos impulsa a escribir, porque la escritura -que es una forma de conversa-ción- somete a preguntas nuestras propias ideas.

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Commons’”, en “The Contested Commons”, Pranhab Bardhan and Isha Ray (eds.) (Oxford: Blackwell, 2008).

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[…]se presenta un hecho paradójico, de una ideología toscamente, árida-mente materialista, que da lugar, en la práctica, a una pasión del ideal, a un ímpetu de renovación, al que no es posible negar una cierta sinceridad […] no es nueva en la historia y tendrá que ser explicada de forma dis-tinta […] Se puede aludir a la teoría de la predestinación y de la gracia propia de los protestantes y a que ésta da lugar a una vasta expansión del espíritu de iniciativa. En términos religiosos, es el mismo fenómeno al que alude […] [alguien] cuya mentalidad «católica» le impide penetrar el hecho. Cfr. Max Weber, L`ética protestante e lo spirito del capitalismo.

Antonio Gramsci.1

En los contextos críticos que se generalizan al cerrarse la primera década del siglo XXI, el equilibrio de orden y confl icto, siempre deseado por la comunidad política, parece un ideal difícil de alcanzar aunque no exento de “ímpetus de renovación”. El relato de “El nuevo espíritu del capitalismo” elaborado por Luc Boltanski y Eve Chiapello2 da cuenta actualizada de esos avatares del orden y confl icto en las redes y por ello, entre otras razones razonables, resulta tan ade-cuado a la búsqueda de horizontes interpretativos que se fusionen con la expe-riencia intelectual y práctica de nuestras sociedades. Aborda con rigor científi co, infrecuente en la academia global, los tópicos de la sociedad y economía de mercado actual y las posibilidades de cambio y resistencias que puedan ser en ella motivadas. De acuerdo a su relato, la globalización cultural y tecnológico econó-mica en red, tan indiscutible como se la presenta en Chile, tiene “alternativas” políticas efi caces más allá de la “técnica económica”, a la vez que abre espacios a actores colectivos e instituciones portadoras de innovación.

En el mapa del saber de la sociología y la economía política, codifi cado metódicamente por ambos investigadores, nuestro ensayo reconoce como motivo esencial relevar esquemas metodológicos y teorías con intención práctica destinados, ambos, a una comprensión compleja de las complejas realidades del capital en que nos toca vivir. Buscará convergencias, cruces y divergencias con las tesis que ellos han elaborado, introductoras desde el inicio de un tópico más que inquietante para la ciencia social normal de nuestro tiempo: el del valor, rectitud y verdad de las normas y justifi caciones

1 Gramsci, A.: “Cuadernos de la cárcel, T. 3”, ERA Eds., México D.F., 1986, págs. 341-342.2 Boltanski, L. y Chiapello, E.: “El nuevo espíritu del capitalismo”. Eds. Akal, Madrid, 2002 (edición francesa: “Le nouvelle esprit du capitalism”. Gallimard, Paris, 1999). En adelante, las citas y referencias del texto en castellano se indicarán sólo a través del número de página, entre paréntesis.

El NUEVo ESPÍrITU DEl CAPITAlISMo, CUlTUrA, TEorÍA Y PolÍTICA. UN ANálISIS ENTrECrUzADoEduardo Rojas C.

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de la economía y el orden social de la civilización capitalista contemporánea; el del poder y saber de la ideología que lo sustenta.

Analizaremos en primer lugar el nuevo espíritu del capitalismo a contrapelo de los relatos satisfechos de globalización y sentido común. El análisis identifi cará así una economía política de apariencia globalizada que se sustrae al escrutinio público y se consolida, en Chile y más allá, no obstante sus inconsistencias teóricas y, sobre todo, sociológicas. Este trayecto relevará barreras signifi cati-vas al cambio y la innovación social, a la vez que nudos problemáticos densos en consecuencias para las experiencias y tradiciones de la cultura local con-frontada con la global. Se hará plausible entonces la tesis, clave, que privilegia una óptica de aprendizaje intercultural para el desarrollo y la innovación o modernización de países como el nuestro (apartados 1 y 2). En segundo lugar (apartados 3, 4 y 5) dirigiremos nuestra lectura al nivel metodológico de la ciencia social implicada en el nuevo espíritu, avasallada como está hoy por un pensamiento de aspiraciones “naturalistas” para el cual el saber y la política se imponen “por sí mismos”. Leeremos entonces que, desligado de la crítica, el análisis histórico deja de ser el “instrumento por excelencia de la desnaturaliza-ción de lo social” y queda ciego ante las posibilidades que la experiencia ofrece de alternativas diferentes a las decisiones del poder sistémico(30). Una ciencia social de talante renovado abordará el nuevo espíritu con una combinación típico ideal de esquemas de afi nidad electiva, refl exividad comunicativa y crítica historicista. En ella, la afi nidad electiva de la sociología de Weber sugiere un mo-delo de acción que no es de “causas” sino de “armonías profundas” entre sus elementos y momentos; la refl exividad implica al actor social en la disposición del saber y del conocimiento, y la “crítica historicista” hará surgir del nuevo espíritu “el relanzamiento de la política, entendida como la elaboración y pues-ta en marcha de una voluntad colectiva que se replantea la manera de vivir” (31). Concluiremos, en fi n, resaltando el notable valor práctico (político) de los análisis de los autores franceses para el conocimiento de los nuevos espacios interpretativos de la explotación, la renovación del análisis de la alienación y las posibilidades de una nueva autenticidad entre intelectual y política (apartados 6, 7 y 8). Una acción colectiva que reencuentra bases para, con las difi culta-des inherentes, recuperar rasgos de un intelectual orgánico que en el siglo XXI sea capaz de unifi car, auténticamente, el momento intelectual y el momento práctico social.

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1.EL RELATO ESTÁNDAR DE LA GLOBALIZACIÓN DIFICULTA LA COMPRENSIÓN DE LO REAL

¿A qué historiador se le hará creer que una moda, un entusiasmo, una pa-sión, incluso las exageraciones, no revelan la existencia, en un momento dado, de un foco fecundo en una cultura?

Michel Foucault, texto inédito.3

Como en casi todo el mundo, en Chile es hoy razonable una valoración posi-tiva de los procesos de globalización, de la modernización económica e ins-titucional que traen, de la calidad tecnológica del trabajo y el consumo que, se dice, favorecen y, sobre todo, de la inserción competitiva del país en las corrientes mundiales de comercio, fi nanzas y capital. Un abordaje refl exivo de lo real que siga los trazos del “espíritu del capitalismo” contemporáneo, tal se pretende este artículo, no puede sin negarse efi cacia ignorar los logros económicos y políticos del sistema en su conjunto. Que en Chile son, por lo demás, de toda evidencia. A nivel del capitalismo global, Boltanski y Chiape-llo así lo reiteran, explícita y rigurosamente (18 y ss.) dando a sus tesis visos de verosimilitud que alimentan su sentido práctico (político).

Sin embargo, este análisis globalmente “positivo” redundará de inmediato en un problema de comprensión, decisivo por sus consecuencias para la cultura y la calidad de la vida social. Ocurre que la mirada se estrecha y la visión de lo real se reduce por efecto ¿no deseado? de un superabundante discurso de endebles pretensiones teóricas y discutible rigor técnico que, con grados diversos de conservadurismo, postula un cambio epocal en la so-ciedad industrial y la gestión de la economía de fi nes del siglo XX. El mun-do globalizado se le aparece al tomador de decisiones y hasta al intelectual “sabio” como portador de “límites” racionalmente insuperables. Sociedad del conocimiento, era de la información, modernidad líquida y fi n del traba-jo, nombran una dudosa superación humanista del sistema capitalista, una sedicente liberación de la vida social ante las constricciones alienantes de la organización productiva y el trabajo asalariado.

No obstante el uso frecuente de retóricas “progresistas”, algo no concuerda entre superación de la sociedad del trabajo y realidad real del trabajo en el mundo, diríase que una sociología vacía de historia y confl icto social. Entre sociólogos y científi cos sociales chilenos no parece fácil compartir con Fer-nando Calderón el juicio según el cual todo desarrollo humano y democrático asume que la globalización y la sociedad de la información son experimentadas, por

3 Citado en Cusset, F.: “French Theory. Foucault, Derrida, Deleuze y Cía. y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos”, Ed. Melusina, Barcelona, 2005, pág. 45.

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una buena parte de la población, como experiencia negativa, de desigualdad y precariedad: “en sus mismos orígenes, [la globalización] pone de manifi esto la desigualdad que supone tanto en las relaciones entre las distintas sociedades como al interior de ellas mismas, donde el núcleo está conectado globalmente y puede actuar en el mundo, mientras que la mayoría vive su inserción de ma-nera precaria y pasiva, y sobre todo experimenta las consecuencias negativas de estos procesos.”4 La visión economicista dominante en la globalización, agrega este autor, hace convivir en América latina esa “elite conectada” con una gran exclusión socioeconómica y menores niveles de participación y de ciudadanía política. La desigualdad, la pobreza y los défi cits de legitimidad institucional siguen siendo, allí, problemas inalcanzables por la política pú-blica, afectada por estructuras sociopolíticas inestables, recursos económicos insufi cientes y una aplicación “ortodoxa” de las reformas estructurales de la economía.5 El logro de un desarrollo humano con inclusión tiene entonces un desafío tecnológico y político que, por ahora, no parece alcanzable:

[...] la desigual capacidad de creación, difusión y utilización de las nuevas tecnologías, (la «brecha tecnológica»), el desfase entre las prioridades de la agenda mundial de innovación y desarrollo y las necesidades vitales de la población mundial (la «brecha de prioridades»), así como los posibles riesgos socioeconómicos, ecológicos y sanitarios de su aplicación intensiva, plantean un reto global: las innovaciones tecnológicas deben ir acompañadas de innovaciones en materia de políticas públicas para acercar la tecnología a las personas y para que ésta sea un instrumento efectivo de la reducción de la pobreza.6

Es difícil para el intelectual o el tomador de decisiones de política pública chileno compartir una visión tan escéptica del sueño tecnocrático y progre-sista de la globalización. Difícil compartir un enfoque crítico de las brechas tecnológica y de prioridades que la elite impone como si fueran naturales, elite conservadora de toda prolijidad. Algunos colegas de Calderón, Ernesto Ottone y Carlos Vergara, por ejemplo, destacan “optimistas” que Chile ha decidido ver la globalización “no como una amenaza, sino como una oportunidad”. Aclaran, por cierto, que es un “proceso ambivalente”, lleno de promesas y oportunidades como de miedos y amenazas, proceso “irreversible” que puede llegar a ser vivi-do activa o pasivamente, pero “lo que es imposible es sustraerse a ella. Quienes tienen la posibilidad de gobernar no pueden hacer del lamento y la queja su forma de relacionarse con este proceso”.7 El punto es que, aún puesto de lado

4 Calderón, F.: “Ciudadanía y desarrollo humano”, en Calderón, F. (coord.): “Ciudadanía y desarrollo hu-mano”. Cuaderno de Gobernabilidad Democrática 1, PNUD – Siglo XXI, Buenos Aires, 2007, pág. 35.5 Id. pág. 39.6 Id. pág. 41 (las cursivas son de Calderón).7 Ottone, E. y Vergara, C.: “Ampliando horizontes. Siete claves estratégicas del gobierno de Lagos”, Random House Mondadori, Santiago, 2006, pág. 61. El texto parece un diseño de marketing estratégico

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el lenguaje irrefl exivamente “representacional” de su tesis (se “representan” en un Chile que “decide”), los autores no dan señas de percibir sociedad o histori-cidad en aquello que, sin embargo, denominan “proceso”. En su relato aparecen relaciones “irreversibles”, sin sujetos ni confl ictos ni relaciones desigualadas de poder (promesas, miedos, amenazas, lamentos o quejas) ¿quienes no tienen la “posibilidad de gobernar”, pueden reconocerse en un discurso tan abstraído de la experiencia de la sociedad y la economía? ¿Un discurso que no los convoca a verse a sí mismos gobernando a través de los gobernantes, como es norma en democracia? ¿Cómo confi ar en la tecnicidad y seriedad científi ca de quienes gobiernan si, como atestigua el conocimiento generalizado de la sociedad en red ya no existe un poder así confi able a priori?: “en el juego de acciones-reacciones y múltiples interdependencias instituido por el pluriverso tecnológico de la red global, la ciencia ya no aumenta el poder sino que aumenta el coefi ciente de riesgo, incertidum-bre y contingencia de las decisiones”.8

Despojada de ilusiones de un orden social irreversible, sin confl ictos ni in-certidumbres destructoras de identidad colectiva, la investigación de Boltan-ski y Chiapello revé la (disminuida) crítica al capitalismo del siglo XXI. Los “bucles de recuperación” que operan el sistema productivo actual, sostienen, logran integrar, cooptándolo, el discurso intelectual más radical de fi nes del siglo XX, simbolizado por mayo del 68, cuya búsqueda de autenticidad y liberación reviste nuevas formas de opresión, dirán unos, resignifi ca los dis-cursos de desarrollo personal, dirán otros (533).

Se expande entonces un conformismo sin fronteras que impide una com-prensión verdadera de la realidad de procesos y actores. En la era de la glo-balización gana hegemonía un pensamiento, pretendidamente “técnico” o “científi co”, que vela sin disimulos los claroscuros de la evolución econó-mica y política del mundo real, provocando vacíos de sentido y un apagón

para el núcleo intelectual que dirigió el gobierno del Presidente Lagos en Chile entre 2000 y 2006, con miras al “mercado político” en elecciones futuras. Un discurso autoafi rmativo, sin crítica, preocupado, puede suponerse, de ganar previsibilidad “a futuro”, procurará confi abilidad en los circuitos del poder constatando que la “izquierda mayoritaria”, que gobernó con los autores, ha abandonado sus veleidades “rupturistas” de antaño (pág. 46) y aceptado un reformismo “sin nostalgias revolucionarias o populistas” (pág. 33). Discurso que no reconoce a los conceptos su ideología, naturalizados sin cultura ni acción humana y que difi culta, así, captar el “espíritu del capitalismo” en su complejidad social, aún cuando, en sus propios términos, la complejidad es condición del modo democrático de gobierno. La referencia es relevante por la elaboración del “discurso del poder” y la importancia de las vinculaciones académicas y con las políticas públicas que exhiben los autores. Se puede, en propiedad, llamarles “intelectuales orgá-nicos” del núcleo gobernante, su retórica “liberal democrática” pesa en los circuitos públicos de toma de decisiones del Chile de hoy.8 Marramao, G.: “Nostalgia del presente”, en Marramao, G.: “Pasaje a Occidente. Filosofía y globaliza-ción”. Katz, Buenos Aires, 2006, pág. 37 (las cursivas son de Marramao).

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de la crítica “que ha dejado el paso libre al capitalismo” por décadas (18) y, en nuestros países latinoamericanos, validado las reglas de un juego transna-cional que los transforma cada vez más en subalternos.9 Consecuentemente, Boltanski y Chiapello se esforzarán por mostrar la profundidad y efectos crecientemente injustos de las desigualdades y heterogeneidades del orden social, la economía y la cultura hoy. Giacomo Marramao, conspicuo inte-grante de la fi losofía política italiana actual, siguiendo a Jacques Derrida, habla al respecto de uso equívoco del “signo de los tiempos” en el término globalización, cuyas manifestaciones y fenómenos se extienden por el mundo a la vez que se extienden la “infl ación ideológica” y el “regodeo teórico y va-poroso” que sigue a la proliferación de expresiones como fi n de la modernidad, fi n del trabajo y otras semejantes.10 Pasar por alto la diferencia entre fenómeno global y usos discursivos, dice Marramao, es olvidar la política y practicar un uso abusivo del poder:

Pasar apresuradamente por encima de dicha «separación» signifi ca, sin ninguna duda, olvidar enteras zonas del mundo, individuos, grupos, pueblos que en am-plia medida son las «víctimas excluidas» del proceso […] Ante todo, se trata de no ceder, pues, a la tentación de disimular una situación de dominio capitalista […] que «es, en términos absolutos, más trágica de cuanto lo haya sido nunca en la historia de la humanidad». Ninguna idea de lo «global» podrá considerarse nunca como una representación inteligible de nuestro presente si no está en condiciones de incluir en su horizonte la experiencia de la separación y, con ella, la conciencia de que la humanidad quizá nunca estuvo, como lo está hoy, «tan alejada de la homogeneidad, mundializadora y mundializada, del `trabajo´ y del `sin trabajo´, de los que a menudo se habla».11

9 Incluso a la sociología o la ciencia social más cultas les cuesta salir de la exégesis de la globalización. Son pocos los estudios, públicamente conocidos o difundidos, que indaguen las inequidades y pérdidas de libertad detectables en los procesos de globalización económicos, por ejemplo. Hay excepciones, sin embargo, que están al alcance de nuestras manos y vale la pena destacar. Así, un par de autores brasileños (Ortiz, R.: “Mundialización: saberes y creencias”, Gedisa, Barcelona, 2005 o Ianni, O.: “La sociedad glo-bal”, Siglo XXI, México, 1995) o, algo más distanciado: Harvey, D.: “Breve historia del neoliberalismo”, Akal, Madrid, 2007. Entre otros efectos no deseados, la globalización, dice Ortiz, generaliza la percep-ción de sus formas opresivas de modo que, hoy, los intelectuales europeos las experimentan “en carne propia” y los latinoamericanos ya no pueden refugiarse, como en el pasado, en la búsqueda de autonomía de sus Estados nacionales y de “una auténtica identidad nacional”: “En este contexto la propia noción de resistencia, de atrincherarse en los muros de una identidad particular, se vuelve insatisfactoria y debe ser relativizada. Aceptarla acríticamente, como predominó tradicionalmente en el debate latinoamericano, sería validar las reglas desiguales del juego transnacional, conformándose de antemano con una posición de subalternidad.” (Ortiz, R.: “La redefi nición de lo público, entre lo nacional y lo transnacional”, en id., op. cit. pág. 91).10 Marramao, G.: (2006) op. cit. pág. 37 (las citas entrecomilladas al interior del texto de Marramao, provienen de: Derrida, J.: “L´Université sans condition”, Paris, 2001, pág. 49).11 Id.

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La sociología de Boltanski y Chiapello reconoce o diferencia internamente el discurso de la expansión mundial de la economía de mercado y la “degra-dación de la situación económica y social de un número cada vez mayor de personas”, como dicen en su primer párrafo (17).12 Pero debiera alertarnos constatar que la cuidadosa sociología que trazan no coincide con la “tendencia dominante” de la disciplina, los méritos científi cos y la calidad del saber de la investigación social bien realizada suelen ser subvalorados por el discurso teó-rico global cuando cuestionan su reproducción acrítica. Es más, es infrecuente un discurso sociológico que, como el de Jorge Larraín, se diferencie del posi-tivismo de la consultoría o el marketing chilenos trazando las contradicciones entre identidad y reconocimiento del actor social y procesos de globalización de economía y consumo. El conocimiento válido de los procesos formativos y reconstructivos de identidades grupales, cada vez más opacas por efecto de su dimensión global, supone para ese investigador revelar las barreras, a la acción colectiva y a la política, derivadas de la masividad del consumo de bienes y cul-tura, hoy apreciable en un país como Chile (entre los jóvenes, por ejemplo):

En contraste con la lucha colectiva por el reconocimiento, la lucha por el re-conocimiento basada en el consumo es altamente individualizada y atomizada. Sustituye los logros reales de la lucha grupal por el aura sucedánea de las cosas representativas y, en esta medida, no cambia nada en la realidad, sino que constitu-ye una alternativa que desarma y desarticula la lucha colectiva. El consumo puede sustituir la acción colectiva pero no puede cambiar las actitudes de los otros para inducirlos a reconocerme.13

Si contextualiza la brecha entre idea y realidad de globalización, postulada por Marramao, el análisis reconocerá en el debate europeo o estadounidense una visión conservadora que al cuestionar la persistencia de lazos positivos entre trabajo y política elude refl exionar sobre el cambio y la inclusión social. Alfredo Joignant, por ejemplo, se apoya en el que llama “extraordinario” aporte de Boltanski y Chiapello para exigir rigor analítico a los relatos de la globalización. Exceptuando, dice, el caso de algunos autores que afi rman

12 Si volvemos a discusiones “antiguas” de epistemología (Boltanski y Chiapello, como recordaremos, ironizan de modo muy francés con la idea de epistemología como algo superado) podremos escuchar que hace veinticinco años Thomas McCarthy, diferenciaba al interior de la “teoría crítica” tres momentos de aplicación: conocimiento de lo real, formación al respecto en personas y colectivos y acción política, en rigor siempre indeterminada previamente en su efectividad, toda política real es “part time” (Cfr. McCarthy, T.: “La teoría crítica de Jürgen Habermas”, Tecnos, Madrid, 1987, págs. 245 y ss.).13 Larraín, J.: “Identidad chilena”, LOM Eds., Santiago, 2001, págs. 31-32. “Pareciera que en el Chile actual muchos grupos sociales, pero sobre todo los jóvenes, han abandonado la lucha política y sus rei-vindicaciones y la han reemplazado por el acceso más amplio al consumo garantizado por la tarjeta de crédito […] Para muchos jóvenes la idea de liberación es hoy día sinónimo de libertad para consumir” (id. págs. 249-250).

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un tanto livianamente que estaríamos asistiendo a un cambio civilizacional marcado por la desaparición del trabajo, existen otros –fundamentalmente sociólogos- que prefi eren destacar las mutaciones del trabajo y sus conse-cuencias sociales a escala individual y colectiva, resultado de transformacio-nes en curso del propio capitalismo y de cómo se reinventa.14

Con razón, Joignant objeta irrealidad a las profecías usuales sobre el pro-greso del mundo e ignorancia sociológica al reinvento del “fi n del trabajo”. Aclaremos por si es necesario que la evidente distancia cultural entre las trayectorias socio económicas de Chile y Europa no explica necesariamente este escepticismo frente a anuncios apocalípticos tan “de mercado”: desde Europa misma suelen sugerírsenos razones para entender que en Chile y en América Latina el desarrollo y la modernización no signifi can “fi n del tra-bajo” sino su promoción. Ralph Dahrendorf, un clásico de la ciencia social académica, incluso en Chile, y experto europeo que no necesita certifi cado de modernidad, considera impensable la gobernabilidad política y el orden social si no se asegura el pleno empleo, no “voluntario” sino económica-mente útil:

Las bases morales de la sociedad se desintegran. No es un milagro que la cohe-sión social se haya vuelto un tema político, y con ella el lenguaje de la solidaridad y la comunidad […] La clase global tiene sus propios recursos y sus vías para garantizar la seguridad personal de sus miembros, pero también quiere tener sociedades coherentes. El comunitarismo social no va a lograrlo y tampoco el fortalecimiento del sector voluntario de organizaciones no gubernamentales, y es precisamente por eso que el trabajo para todos se ha convertido en un tema tan desesperadamente importante.15

2. EL ESPÍRITU CAPITALISTA INTERCULTURAL: EMPRENDEDOR, NO IGUALITARIO Y REALISTA

¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?¿Dónde está el conocimiento que hemos perdido en información?

T. S. Eliot, Choruses from “The Rock”.

Pensar la economía política transnacional es pensar el tránsito de la “ciudad industrial” de otras épocas a la “ciudad por proyectos” de hoy, espacio públi-co y mundo de la vida en el cual transcurre “civilizadamente” el capitalismo informacional del siglo XXI. La idea es que el tránsito de una fase a otra en la evolución “espiritual” de la gestión económica y de la administración

14 En Martner, G. y Joignant, A.: “El socialismo y los tiempos de la historia. Diálogos exigentes”. Prensa Latinoamericana – Fundación CESOC, 2003, pág. 65.15 Dahrendorf, R.: “La solución es más trabajo”, en Rev. Ñ, Buenos Aires, 3 de marzo de 2007.

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estatal está impregnado de tradiciones culturales ajenas entre sí. Enfrentado a una exigencia de justifi cación, el sistema moviliza algo que “ya está ahí” dándole un nuevo sentido adecuado a la acumulación de capital. Podemos comparar este proceso, dicen Boltanski y Chiapello, con la descripción que hace Louis Dumont del “proceso de aculturación”, por el cual las modernas ideologías del individualismo dominante se difundieron por el mundo for-jando compromisos con las culturas preexistentes (62).16 Nacen así nuevas representaciones que son “una especie de síntesis, […] más o menos radical, algo así como una alianza de dos tipos de ideas y de valores, unos de inspi-ración holística y autóctonos, otros tomados prestados a la confi guración individualista predominante”.17 Lo notable de este proceso de aculturación “neoliberal” es que las representaciones individualistas no sólo no se diluyen ni se edulcoran a través de las combinaciones que las recorren, sino que, al contrario, extraen de estas asociaciones con sus contrarios, una adaptabilidad superior y una mayor fuerza.18 El espíritu del capitalismo posee dos caras, una “vuelta hacia adentro” del proceso de acumulación legitimado y otra ha-cia una ideología legitimante. Por sí mismo, no puede producir razones para participar en el proceso de acumulación ancladas en la realidad cotidiana y en contacto con los valores y preocupaciones de aquellos a quienes convie-ne movilizar, buscará entonces seducciones y compromisos. En los análisis de Louis Dumont, los miembros de una cultura holista confrontados a la cultura individualista son cuestionados y sienten la necesidad de defenderse y justifi carse, frente a lo que les parece un cuestionamiento de su identidad. En otros aspectos, sin embargo, se sentirá atraídos por los nuevos valores y por las perspectivas de liberación individual y de igualdad que ofrecen. De este proceso de seducción-resistencia-búsqueda de autojustifi cación nacen las representaciones capaces de generar compromiso (62).

De acuerdo con este entendimiento contrastado e inseguro de la sociedad actual, para algunos que pueden ser muchos todo proceso de globalización implica “pérdida de experiencia”, por usar una idea que ocupó la refl exión originaria de Walter Benjamin. Dicho al instar del bello poema de T. S. Eliot, un crítico –conservador- de la cultura moderna: toda sabiduría exige pregun-tarse hasta qué punto el conocimiento y la información en la frontera tec-nológica tienen caracteres de saber humano. Por eso, confrontar la informa-ción tecnológica con las prácticas sociales, un método de diálogo de culturas y una cuidadosa ponderación del factor “local” del cambio, pueden dar al

16 La referencia es a Dumont, L.: “L`ideologie allemande. France-Allemagne et retour”. Homo.Aequalis. II. Gallimard, Paris, 1991.17 Dumont, L.: (2001) op. cit. pág- 29.18 Id. pág. 30.

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discurso del nuevo espíritu una teoría de la modernización adecuada a trayec-torias sociales no codifi cables según modelos preestablecidos. Entender el capitalismo exige una teoría de interacciones y aprendizaje intercultural per-manentes. Por más que cuente con los argumentos del mercado y la nueva economía, no pocos ni irrelevantes, el discurso normativo de la modernidad sólo puede tener éxito si constata la irrealidad de toda homogeneización cultural, enfatiza Fernando Calderón, sociólogo boliviano (y chileno), al es-tudiar las modernizaciones latinoamericanas.19

El estilizado análisis de la interacción entre política y sociedad globales de Marramao refuerza este rechazo a identifi car cultura y mercado. La trivial comprobación de que todos bebemos Coca Cola delata una utopía paradóji-ca, dice. “Es como si reglas, técnicas, artifi cios, aeropuertos, canchas de golf, supermercados, fast food y Coca Cola pudieran en verdad volver iguales y homólogos a individuos de continentes y culturas diversas”.20 Por su parte, el análisis “benjaminiano”21 de un acto estético del “barroco andino” del siglo XVIII, la Portada de la Iglesia de San Lorenzo en Potosí le sugiere a Calderón una potente pluralidad cultural histórica en América Latina que ha sobrevivido a toda imposición, una “complicidad profunda entre la historia y la modernidad” de nuestros países: “el mundo andino desde sus orígenes fue una región culturalmente plural”. Aún viniendo desde el “centro”, la enseñanza que extraerá de la periferia el nuevo espíritu del capitalismo mos-trará que puede haber integración sin aniquilamiento: “¿se inclinarán nues-tras sociedades por lograr al fi n una occidentalización exhaustiva superando mestizajes culturales o daremos la espalda al elemento de la modernidad que más se relaciona con nosotros mismos: la capacidad de integrar la diversi-dad, respetando la especifi cidad, en un producto cultural compartido?”22

Sugeriremos que la explicación de la modernización dada por Boltanski y Chiapello gana todo su sentido con la visión interculturalista de Calderón. Su propia construcción discursiva es un ejemplo sistemático de “análisis entrecruzado”, polifónico, de teorías e historias y culturas. Puede destacar-se, por ejemplo, su recuperación de las tradiciones de la teoría crítica para caracterizar la nueva explotación que surge en los contextos de la civilización

19 Calderón, F.: “La revelación de los bordes o repensando la Portada de San Lorenzo”. Conferencia en la Universidad de Cornell, abril de 2000. 20 Marramao, G.: “Don, intercambio, obligación. Karl Polanyi y la fi losofía social”, en Marramao, G. (2006) “Pasaje a Occidente…” op. cit. pág. 167.21 Benjaminiano, aclaremos, en cuanto descubre en los pliegues ocultos de la injusticia del pasado las formas de innovación del presente.22 Calderón, F.: (2000) op. cit.

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hiper informada que nos toca vivir. Rara ocurrencia cuando la ciencia social muestra entre los sistemas fi nanciero, económico y político un poder fl uyen-te, accesos y conexiones “inocentes”, sin sujetos apropiadores y acumula-dores estables de las diferencias y asimetrías de valor que las redes generan. En segundo lugar, su abordaje comunicativo salva, para una teoría sociológica de las redes, la posibilidad de pretensiones de validez no absolutas, esto es, la validez de un saber adecuado a normas y juicios de valor sin un “racio-nalismo” desdiferenciador que niegue el pluralismo cultural de la sociedad contemporánea.

Pero al concentrarse en el mundo objetivo, el estudio del nuevo capitalis-mo muestra debilidad teórica en su entendimiento de la interculturalidad aplicable a casos como el de Chile, en que modernización, por científi co técnica que parezca, suena a “malestar de la cultura”. La inteligente acul-turación visualizada más arriba, por la cual el discurso global gana anclajes y compromisos en la cultura local, requiere, además de una teoría rigurosa, una intención práctica de la que carece y que podría adquirir si adoptara la perspectiva de concebir la acción como discurso o deliberación. Desde esta perspectiva, las transformaciones del sistema capitalista dan lugar a una “des-limitización” entre economía, sociedad y cultura, confusión cuyas se-ñales son los nuevos medios y redes de comunicación o formas híbridas de cultura y los confl ictos de identidad al hilo de la difusión, superposición e interpenetración de formas culturales de vida.23 En tales contextos ¿cómo y cuáles son los márgenes de acción local de resistencia a la asimilación impuesta por el régimen económico neoliberal? La respuesta podrá ser un modelo interpretativo, que reconstruya y explique el proceso de aculturación social y de instalación local de la ideología neoliberal según: una antropología, el ideal épico de hombre ya no es “ilustrado” sino emprendedor, empresario y economista; una moral, la igualdad ya no es el bien, lo es la diferencia; una ciudadanía, la democracia es una mercancía y el ciudadano un agente de inter-cambios equivalentes, cliente o vendedor; una idea de estrategia, la política es tan objetiva y natural como una cosa, la decisión política óptima no requiere interpretación ¿ni, por tanto, “políticos”?:

• la imagen antropológica del hombre como empresario que decide racional-mente y que explota su propia capacidad de trabajo; • la imagen social y moral de una sociedad postigualitaria que tiene que asumir marginaciones, rechazos y expulsiones; • la imagen económica de una democracia que reduce a los ciudadanos del Es-

23 Habermas, J.: “¿Necesita Europa una Constitución?”, en Habermas, J.: “Tiempo de transiciones”. Ed. Trotta, Madrid, 2004, pág. 94.

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tado a la condición de miembros de una sociedad de mercado y que redefi ne el Estado como una empresa de servicios para clientes;• y, fi nalmente, esa idea estratégica de que no hay mejor política que la que surge por sí misma.24

Es claro que sólo al precio de confl ictos agudos el actor económico o político producirá sociedad y realizará el trabajo en cooperación con sus pares y con las direcciones, como se le exige, si simultáneamente experimenta esta asimila-ción forzada de tradiciones culturales humanistas, igualitaristas, democráticas y favorecedoras de autonomía a otras, opuestas, de operación instrumental, excluyentes, tecnocráticas y realistas, evocadas en la cita. La justicia política y social será de complejidad creciente al no encontrar raíces en las culturas de trabajo y de vida comprometidas, sus actores deberán actuar siguiendo señales equívocas de las lógicas y dinámicas con que la economía agrega valor. Las ideas y organizaciones para resistir constructivamente y criticar con razones el avance tecnocrático global caracterizarán entonces las formas de identidad. Como enfatiza Fernando Calderón, habrá que plantear un “entrecruzamien-to” y aprendizaje intercultural en “un proyecto plural de modernidad”25: la cultura codifi cará a fondo la sociedad, toda innovación económica o política será experiencia compartida por los actores, sus antecedentes y proyectos. Con argumentos similares, incluso lecturas de horizonte más bien científi co técnico que cultural, como la de Dominique Mestre, un físico e historiador que estudia las “capacidades de intervención práctica” de la ciencia en el mundo o de lo experto en la decisión política, encuentran en el texto de Boltanski y Chiapello un relato de transformaciones “neoliberales” con una ambición de cambio histórico político que trasciende largamente las de la economía o la empresa: un nuevo vocabulario, nuevas prescripciones de comportamientos y deberes, la defi nición de una nueva «forma de vida» y de justicia.26

El discurso teórico interroga así y abre la comprensión de la génesis de la cultura mundializada, haciendo posible trasladar el debate a los conceptos, diseños y modelos de desarrollo de la modernidad ilustrada, a nivel país y re-giones que no son “actor global” ni están en el centro del dispositivo moder-nizador. ¿De qué modo y sobre la base de qué reglas de acción o principios organizativos puede llevarse a la práctica el aprendizaje intercultural mencio-nado? ¿Cómo asumir principios y argumentos racionalmente compartidos entre grupos de culturas diferenciadas de manera que resulten aprendizajes y no meras concesiones estratégicas o manipulaciones de unos y otros?

24 Id. pág. 120.25 Calderón, F.: (2000) op. cit.26 Mestre, D.: “Ciencia, dinero y política”, Nueva Visión, Buenos Aires, 2005, pág. 81.

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La teoría de la acción comunicativa, en que nos inspiramos para buscar res-puestas a esas preguntas entrega, según sostiene Sergio Celis en este libro, razones y argumentos sólidos para una aproximación fi na y práctica al nuevo espíritu del capitalismo, en cuanto permite revelarlo y cuestionarlo en el medio de la comunicación, que aquel discursivamente privilegia.27 La discusión en torno a dicha teoría tiene historia larga. Por un lado los fundadores, partidarios de una exigencia de racionalidad universal, hasta el fi nal, en la interacción (hay sólo una respuesta racional para la pregunta por el “mejor argumento”); por otro, teóricos pragmáticos, destacadamente el estadounidense Thomas Mc-Carthy, que sin abandonar exigencias de validez general a la argumentación buscan mundanizarlas, incorporar las diferencias culturales de contexto. Las tesis de McCarthy, representante de las vertientes comunicativo-críticas se-ñaladas, buscan defender la universalidad de la razón –y así la posibilidad del aprendizaje social-, a la vez que abrirse a lo particular y contingencia de argu-mentos, prácticas, contextos e historia. La sugerencia es que el bien común y la justicia, que en la “ciudad” de Boltanski y Chiapello, no están por allí para ser aprehendidos de una vez sino que son cuestionados y deben ser construidos permanentemente. Es menester, por consiguiente, un “giro pragmático” en la búsqueda de acuerdos racionales en materia de justicia, atender a las condicio-nes de posibilidad y de imposibilidad del consenso racional.28

María Herrera y Pablo De Greiff hacen una aguda lectura de esta búsque-da pragmática (de los términos) de la razón y el entendimiento. Defi nen así principios organizativos del aprendizaje intercultural modernizador que McCarthy había insinuado. El método, dicen, de observar la manera en que los sujetos contribuyen a dar sentido a las normas y conceptos colectivos, en toda interacción, sugiere tres principios para la razón práctica:29 uno de subdeterminación, toda acción guiada por normas está subrepresentada en el argumento que utilice cualquier actor, siempre deja espacio para mejorar sus razones; otro de indexación, todo concepto utilizado requiere un juicio que atiende al contexto e indica en éste lo que es signifi cativo y, por último un principio de tiempo, el fl ujo de la interacción depende de un juicio apropia-do sobre su continuidad en el tiempo, toda razón humana tiene un horizonte temporal de validez, una frase inesperada no se considera inmediatamente como síntoma de locura del hablante, sino como una contribución difícil pero no imposible de entender.30 Subdeterminación, indexación y tiempo serían

27 Cfr. Celis, S.: “La acción comunicativa y los procesos formativos en la ciudad por proyectos”, en este libro.28 McCarthy, T.: “Respuesta”, en Herrera, M. y De Greiff, P (comps.): “Razones de la justicia. Homenaje a Thomas McCarthy”. Universidad Nacional Autónoma de México, México DF, 2005, pág. 225.29 Herrera, M. y De Greiff, P.: “Introducción” a Herrera, M. y De Greiff, P. (2005) op. cit. pág. 21.30 Id. págs. 22 – 23.

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reglas de razones valederas en los acomodos de la cooperación interpretati-va que, siguiendo a McCarthy, podemos exigir y practicar en el aprendizaje intercultural. El proceso podrá, en consecuencia, entenderse sujeto a una “normatividad refl exiva”, en modo alguno absoluta: entender la racionalidad comunicativa es atender a su temporalidad (es un logro siempre en curso), a su carácter pragmático (no es absoluta sino de propósitos prácticos) y a su carácter contextual (circunstancia siempre cambiante).31

McCarthy insiste en una cuestión fundamental de método al postular que los debates interculturales deben incluir el punto de vista del observador ade-más del participante, como modo de disminuir el riesgo de manipulaciones y distorsiones de la comunicación. La observación de estos debates, recuerdan al respecto Herrera y De Greiff, puede reconocer motivos de dominación o intentos de manipulación no reconocidos por los participantes, además de poner de manifi esto el hecho de que personas razonables pueden estar en desacuerdo sobre cuestiones de valores.32 Con esta óptica, la interacción entre culturas no es entre entidades homogéneas ni proceso “natural”, unas encontrarán aliados y comprensión al interior de otras, como destacaba Louis Dumont citado por Boltanski y Chiapello.

3. JUSTIFICACIÓN Y RAZÓN CAPITALISTA: “AFINIDAD ELECTIVA” ENTRE LUCRO Y ÉTICA

Sólo el perseverante seguimiento de su metodología prospera contra la natura-leza quimérica de la obra [...] En ella se demuestra el signifi cado fundamen-tal para todo conocimiento en la relación entre mito y verdad. Relación que es de exclusión mutua. En el mito no hay verdad, pues no hay univocidad, y por tanto no hay error siquiera. Pero dado que tampoco puede haber verdad sobre él (sólo hay verdad en las cosas, lo mismo que la objetividad reside en la verdad), lo que habrá de él, por lo que al espíritu del mito se refi ere, será única y exclusivamente conocimiento. Y dónde la presencia de la verdad sea posible, ésta sólo puede darse a condición del conocimiento del mito, a saber, del conocimiento de su aniquiladora indiferencia hacia la verdad.

Walter Benjamin.33

El discurso del nuevo espíritu, como venimos diciendo, indaga históricamente la pertinencia de las razones morales y éticas en tiempos de un capitalismo que se cree redes de comunicación. Por su parte y a pesar de cuán escéptica se quisiera ante juicios universales, contextos y regularidades históricas, la crítica cultural valorará la sociología de Boltanski y Chiapello como “uno de

31 Citado en id. pág. 24.32 Id. pág. 15.33 Benjamin, W.: “Las «afi nidades electivas» de Goethe”, en Benjamín, W: Obras, Libro I / Vol. I, Abada Editores, Madrid, 1989, págs. 171-172.

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los grandes ensayos de nuestra época”, lectura distanciada y a contrapelo del discurso de la emancipación como de la opresión.34 La sociología enriquece-ría así la cultura transnacional tras la pregunta weberiana “acerca de por qué obedecemos a nuestros jefes, respetamos las normas, mantenemos el orden cotidiano”, sugiere Damián Tabarovsky.35 Y en el mismo sentido con que Max Weber caracteriza las justifi caciones capitalistas de la cultura moderna, un teórico “izquierdista” inglés, Sebastian Budgen, encontrará la clave del estudio del nuevo espíritu en la indignación y perplejidad que provoca la capacidad del sistema de gestión de la economía para arreglárselas y obtener obediencia sin rupturas traumáticas:

¿Cómo es posible que una nueva y virulenta forma de capitalismo, que ellos eti-quetan como «conectivista» o «en red», con un impacto aún más desastroso en el tejido de la vida cotidiana que sus predecesoras, se las arregle para instalarse con tanta facilidad y de un modo tan desapercibido en Francia, sin atraer la debi-da atención crítica o alguna manifestación de resistencia organizada por parte de unas fuerzas opositoras, que habían demostrado su vigor durante la generación anterior y que en la actualidad se han quedado reducidas a la insignifi cancia o al papel de animadoras?36

El punto es que un sistema que ya no satisface a las clases sociales que dice servir, como el capitalismo de las últimas décadas a las llamadas “clases me-dias”, está amenazado, sean cuales sean las razones por las que ello ocurre. Razones que, por lo demás, no son manejables al libre arbitrio de quienes detentan o creen detentar el poder (29).

La respuesta de nuestros investigadores a la pregunta por la capacidad del sistema para “arreglárselas” sin traumas está, de acuerdo con Budgen, en concebir el capitalismo, “en términos weberianos, como un esquema im-pulsado por «la necesidad de acumular capital de forma ilimitada emplean-do medios formalmente pacífi cos»”, vinculando las ganancias personales a “alguna noción de bien común”.37 Budgen alude al estudio en que Weber, a comienzos del siglo XX, defi nió una sociología interpretativa del “espíritu del capitalismo”. Inspirado en un conjunto de máximas formuladas por Benjamin Franklin para justifi car moralmente la acción de negocios en el sistema eco-

34 Tabarovsky, D.: “El doble intervalo. Una lectura a contrapelo de “El nuevo espíritu del capitalismo” de Luc Boltanski y Eve Chiapello”. En Rev. Otra Parte Nro. 10, verano 2006 – 2007, Buenos Aires, 2007, págs. 22 y ss.35 Id. pág. 25-26.36 Budgen, S.: “Un nuevo «espíritu del capitalismo»”, en Rev. New Left Review Nro. 2, “Socializar el bienestar, socializar la economía”, Akal, Madrid, 2000, pág. 182.37 Budgen, S.: (2000) op. cit.. pág. 183.

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nómico naciente, máximas del tipo “piensa que el tiempo es dinero” o “que el dinero es fértil y reproductivo”, el “espíritu del capitalismo” es una combina-ción, históricamente dada, entre modalidades de la fe religiosa protestante y la ética del logro profesional y de ganancia en los negocios. Lo característico de la “fi losofía de la avaricia” predicada por Franklin, dice Weber:

[…] es el «ideal del hombre honrado digno de crédito» y sobre todo la idea de una obligación del individuo frente al interés –reconocido como un fi n en sí- de au-mentar su capital. Efectivamente, aquí no se enseña una simple técnica para la vida sino que se predica una «ética» peculiar, cuya infracción no constituye sólo una es-tupidez, sino un olvido del deber; esto es algo rigurosamente esencial. No sólo se enseña la «prudencia en los negocios» –cosa que no hay quien deje de proclamar-, es un verdadero ethos lo que se expresa y justamente es así como nos interesa.38

Weber obtendrá de este modo su postulado esencial: en los mundos de vida de las sectas protestantes de EEUU la acción racional dirigida a la ganancia no se contrapone a la moral religiosa cotidiana, sino que al contrario se alimenta de ésta. La ética protestante y su idea de “profesión”, por una parte, según la cual el creyente no ha de buscar su salvación por lo que haga en este mundo sino mostrarse en él como sumiso instrumento de Dios a través del cumplimiento riguroso de sus deberes profesionales y productivos y, por otra parte, el estilo metódico de vida, autocontrolado y centrado en el yo, que así se generaliza, proporcionan una plena justifi cación moral y religiosa a la búsqueda sistemá-tica de lucro y ganancia que caracteriza al capitalismo. Merezca, en suma, el agente económico la apelación de “usurero” o “explotador” podrá dar por asegurada su salvación e ingreso en el reino de Dios, a la vez que dará lugar, dice Gramsci en el epígrafe, a una pasión del ideal que se traduce en una “vasta expansión del espíritu de iniciativa”. En síntesis, “uno de los elementos cons-titutivos del moderno espíritu capitalista (y no sólo de éste, sino de la cultura moderna), a saber, la conducción racional de la vida sobre la base de la idea de profesión, tuvo su origen en el espíritu de la ascesis cristiana”.39

Siguiendo esta trama weberiana, Boltanski y Chiapello analizan en sete-cientas páginas la sociedad y mercados “en red” en diálogo con la teoría y la ciencia social. El estudio del caso francés les permitirá comprender las normas de la economía política capitalista contemporánea como “ciudad por proyectos”. Un proyecto ya no es un modelo sino un modelo para ar-mar, su principio elemental no es la coherencia entre diagnóstico, método

38 Weber, M.: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, en Weber, M.: “Ensayos sobre la socio-logía de la religión”, I. Taurus, Madrid, 1998, pág. 40 (cursivas y entrecomillados de Weber).39 Weber, M.: “Ascética y espíritu capitalista”, en Weber, M. (1998), op. cit. pág. 198 (las cursivas son de Weber).

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y logros o entre dirección, organización y recursos, sino el ajuste refl exivo permanente de esos términos hecho por hacedores y gestores: es siempre un proyecto inacabado. La gestión económica será de geometría variable, “bolsa de acumulación temporal” de valor (156), de movilidad y apertura a un ho-rizonte temporal siempre desplazable: no hay reglas invariables en los en-cuentros, comunicaciones y conexiones de la sociedad en red, aún dirigidas compulsivamente al logro económico. Un proyecto es, en fi n, “una forma-ción de compromiso entre exigencias que se presentan a priori como an-tagónicas”(158), las que se derivan de su diseño en red, exigencia de poner fuerza y valor agregado en toda prueba de organización de “encuentros” y “conectividades”, y aquellas inherentes a la tarea “de enunciar juicios y generar órdenes justifi cados”(159). Sobre el tejido sin costuras de la red, un proyecto dibuja miniespacios de cálculos justifi catorios, de modo que su estructura, forma e implementación se compondrán al menos de dos familias teóricas, la de red y la de razón comunicativa:40 los paradigmas de la red y los que, haciendo hincapié en la comunicación y la relación plan-tean una exigencia de fl exibilidad y de convergencia hacia un juicio común –como sucede, por ejemplo, en Habermas- a través de la intermediación de intercambios regulados por una razón comunicativa (160).

Metodológicamente, la obra de los investigadores franceses constituye, como en Weber, un análisis de las justifi caciones de la acción económica del cuál puede decirse con fundamento que, no por alejarse de todo empirismo fren-te al dato, pierde poder de explicación. Al contrario, abre el entendimiento plural de la verdad de los contenidos de la investigación, aún versando sobre realidades históricas no susceptibles de observación directa. Si en el espíritu del capitalismo hay mito, y es seguro que lo hay, podremos decir con Walter Benjamin que para la investigación (ese mito) implicará un conocimiento metodológicamente perseverante y riguroso de sus consecuencias.

Como se sabe, en el primero de sus “Ensayos sobre sociología de la religión” Weber extrae de la enumeración de principios de negocio elaborada por Benja-

40 Esta noción de proyecto que adopta la forma de una acción comunicativa marca una diferencia con-ceptual crítica con la descripción que Manuel Castells hace de la “era de la información”. Para éste, en la sociedad red del “poder de los fl ujos” (y no de los fl ujos del poder) la idea de proyecto habla de un valor identitario de grupos de “resistencia”, un proyecto no es del orden de la sociedad -como en Boltanski y Chiapello- sino de la cultura, indica valores antes que relaciones (Cfr Castells, M.: “La era de la infor-mación: economía, sociedad y cultura”. Vol. II: El poder de la identidad, Siglo XXI Editores, México DF, 2000, págs. 395 y ss.). Castells es un ideólogo notable de la elite progresista en Chile, con la cual ha colaborado activamente por años: su tesis del desarrollo del país según un “modelo democrático, liberal e incluyente” forma parte del discurso intelectual “ofi cial” del gobierno del Presidente Lagos [Cfr. Ottone, E. y Vergara, C. (2006) op. cit. pág. 23].

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min Franklin, antes citada, la siguiente defi nición de “espíritu del capitalismo”: “un complejo de interrelaciones en la realidad histórica que nosotros agrupamos conceptualmente en un todo desde el punto de vista de su signifi cación cultural”.41 Es decir, aclara, esa designación se aplica a una formación histórica cuyos sig-nifi cados culturales y éticos surgen del proceso mismo de la investigación, no como un concepto abstracto sino como “conexiones genéticas concretas” de matiz individual, único y específi co.42 En virtud de su historicidad real, realista, el espíritu del capitalismo representa la idea más característica de la “ética social” de la civilización capitalista, de la cual, en cierto sentido, es elemento constitutivo,43 otorgando consistencia histórica a sus instituciones. Por esto, puede compren-derse que, en los espacios de esta civilización, la idea de razón valora el “deber profesional” como una obligación y bien supremo, de manera de defi nir lo que debe entenderse por responsabilidad y delimitar las convicciones que dan racio-nalidad, sentido y valor, a las decisiones de la economía y la política.

Las conexiones de sentido que genera el espíritu del capitalismo, según este pasaje weberiano, no son determinaciones mecánicas ni instrumentales, tie-nen por el contrario un trasfondo de valores morales; el trato adecuado de su complejidad cultural requerirá una analítica que las distinga de toda relación explicativa causa/efecto. En principio, el concepto de “afi nidades electivas” utilizado por el padre fundador de la sociología moderna cumplirá esta exi-gencia en cuanto indica vínculos fuertes entre elementos dispares y discretos y defi ne un ancho campo analítico, a la vez que denota conexiones de pro-fundidad considerable. Weber nunca explicó el capitalismo a partir de “cau-sas” como la ética protestante, sino que habló así de afi nidades electivas entre sus elementos de base. Esquivó por esta vía cualquier recaída en la “razón”, única explicación racional en cualquier circunstancia de la acción social. La vieja cuestión francesa de un “racionalismo” insensible al contexto se hace más visible para nuestros efectos con el discurso de “la ética protestante”. Entender el espíritu del capitalismo como racionalista francés, se nos dice allí, “no responde en modo alguno al suelo preferido por aquella relación del hombre con su «profesión», como tarea que requiere el capitalismo, pues es obvio […] que es posible «racionalizar» la vida desde los más distintos puntos de vista últimos y en las más variadas direcciones”.44 El racionalismo capitalista es una norma tan “irracional” como lo es dedicar la vida misma a la búsqueda del logro profesional y la ganancia monetaria:

41 Weber, M.: (1998), op. cit. pág. 35 (las cursivas son de Weber).42 Id. pág. 38.43 Id. pág. 43.44 Weber, M.: (1998) op. cit. pág. 67.

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El «racionalismo» es un concepto histórico, que encierra en sí un mundo de oposiciones, y lo que justamente necesitamos investigar es de qué espíritu es hijo aquella forma concreta del pensamiento y la vida «racionales» que dio origen a la idea de «profesión» y la dedicación abnegada (tan irracional al parecer, desde el punto de vista del propio interés eudemonístico) al trabajo profesional, que era y sigue siendo uno de los elementos característicos de nuestra cultura capitalista. La procedencia de este elemento irracional que se esconde en éste y en todo con-cepto de «profesión» es precisamente lo que nos interesa.45

Nótese que la cita discute si el racionalismo es “suelo preferido” (electivo) de la profesión. Boltanski y Chiapello, por su parte, reconocen esta calidad metodológica que salva a las tesis weberianas de determinismos y les da un abordaje práctico (político) cercano a los usos corrientes del lenguaje. Así recuerdan que “Weber no habría tratado de proporcionar una explicación causal sino solamente mostrar las afi nidades entre la Reforma y el capita-lismo”(43). Y en diversas partes de su texto surge la noción de “afi nidades electivas” como concepto “crítico” aplicable a la experiencia capitalista sin caer en la tentación de hacerlo equivalente a “fundamento”:

Lo que es menester establecer es si han participado infl uencias religiosas en la determinación cualitativa y en la expansión cuantitativa de aquel «espíritu» so-bre el mundo, y hasta qué punto aspectos concretos de la cultura que descansa sobre el capitalismo se deben a ellas. Dada la variedad de recíprocas infl uencias entre los fundamentos materiales, las formas de organización político social y el contenido espiritual de las distintas épocas de la Reforma, la investigación ha de ir primero a establecer si pueden reconocerse determinadas «afi nidades elec-tivas» entre ciertas modalidades de la fe religiosa y la ética profesional y en qué puntos. Con esto queda aclarado al mismo tiempo, en la medida de lo posible, el modo y dirección en la que el movimiento religioso actuaba, en virtud de di-chas afi nidades, sobre el desarrollo de la cultura material. Una vez que esto haya quedado claro, podrá intentarse la apreciación de en qué medida los contenidos de la cultura moderna son imputables en su génesis histórica a dichos motivos religiosos, y en qué medida lo son a otros motivos.46

Para Walter Benjamín, un pensador que enfrentó como pocos las difi culta-des de pensar hasta la raíz la experiencia productiva de pasado y presente capitalista, las afi nidades electivas no son pura afi nidad ni elección, implican una armonía particular de los estratos más profundos de los elementos de análisis, denotan entonces “un sino más poderoso que la elección”.47 En We-

45 Id.46 Weber, M.: (1998) op. cit. pág. 87.47 Benjamin, W.: (1989) op. cit. págs. 136 y 142.

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ber mismo el discurso del espíritu capitalista es de juicios de valor sobre la formación de la cultura. Juicios que no son determinantes, no explican leyes de la sociedad por las cuales el elemento económico, por ejemplo, determina a otro, por ejemplo, cultural, sino sólo “afi nidades electivas”, búsquedas y atracciones o apropiaciones recíprocas entre ellos.

Por su parte, el investigador brasileño francés Michel Löwy explica que el concepto weberiano de “afi nidades electivas” viene de la alquimia, signifi ca “matrimonio químico”; Goethe, su autor más original, lo saca de allí y lo introduce en la lengua alemana con fi nes explicativos.48 A su turno, Weber lo incorpora para establecer relaciones activas entre formas religiosas y formas políticas, por ejemplo, entre democracia y secta. La idea es que en el trabajo científi co de Weber hay afi nidad electiva cuando dos elementos tienen un grado de adecuación elevado y pueden asimilarse para, fi nalmente, desarro-llar una íntima y profunda unidad. En todo caso el concepto exige histori-zarlo, una “afi nidad electiva” denota una constelación de actos y acciones que “crea temperatura para la química”, su producto es un análisis expresivo o funcional a la comprensión de los objetivos de actores concretos:

[...] una «afi nidad electiva» es: «el procedimiento a través del cual dos formas culturales entran, a partir de ciertas analogías signifi cativas, en una relación de atracción, convergencia y reforzamiento mutuo»; entonces una «afi nidad electi-va» tiene varios grados: 1) simple proximidad, parentesco: en este caso es estática, pura analogía;2) afi nidad, elección recíproca, atracción mutua: interacción y convergencia pero entre elementos separados;3) articulación, unión, produce unidad profunda e íntima: simbiosis, unidad orgá-nica, así se da entre la ética protestante y el espíritu del capitalismo.49

Las tesis del nuevo espíritu, por su parte, establecen afi nidades electivas de este tipo simbiótico entre las normas de proyecto en red y el capitalismo informacional eludiendo determinaciones causales de cuño “racionalista” o “instrumental”. Dicho de otra manera, son una ilustración de posibilidades de cambio social e innovación productiva que no vienen determinadas por “causas” sino por motivaciones, proximidades, atracciones y articulaciones

48 Löwy, M.: “El concepto de afi nidad electiva en Weber”. Intervención en Jornadas Internacionales La vigencia del pensamiento de Max Weber a cien años de “La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo”, Buenos Aires, 5, 6 y 7 de octubre de 2005. De tradición “marxista”, Löwy ha hecho una hermosa presenta-ción de las “tesis sobre el concepto de historia” de Walter Benjamin, para la cual éste sostiene una “visión mesiánica” del materialismo histórico y de la revolución, la emancipación sería producto de secularizar el mesianismo surgido en la historia u “organizar el pesimismo” que emana de su lectura a contrapelo de todo “progreso” (Löwy, M.: Walter Benjamin. Aviso de incendio. FCE, México, 2002, pág. 87)49 Id.

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orgánicas. ¿Son esas tesis, por efecto de este abordaje, poco adaptables a las necesidades de una teoría políticamente efi caz? Este es el punto de situar el problema de la política democrática y de sus relaciones, en defi nitiva refl exi-vas, con la crítica teórica y social.

4. LA REFLEXIVIDAD: METODOLOGÍA DE ANÁLISIS Y VALOR POLÍTICO

Y esto toca a la raíz de su moralidad, pues si en alguna parte es el mundo moral iluminado por el espíritu de la lengua, es sin duda en la resolución. Ninguna resolución moral puede cobrar vida sin la correspondiente fi gura lin-güística y, en rigor, sin haberse convertido con ello en objeto de comunicación.

Walter Benjamin.50

No obstante que en substancia la de Boltanski y Chiapello es teoría ética, uno de sus méritos está en el uso de una base empírica metódicamente contrastada con esa ética: el análisis minucioso de la literatura de gestión destinada a los cuadros empresariales, discurso operativo de la dirección de las empresas entre 1960 y 1990. Los autores componen de esta guisa un método refl exivo que busca poner de manifi esto la profunda transfor-mación ideológica que ha atravesado el espíritu de ganancias y de mercado libre en los últimos treinta años. Un discurso legitimador de las decisiones de los jefes y del poder que está en función de las nuevas reglas del juego y de la sugestión de nuevas posibilidades de reproducción para los hijos de la burguesía, así como de ascenso social en el resto de la sociedad (92). El análisis emprendido importa, sin embargo, una precaución metodoló-gica que no por “de rigor” es menos signifi cativa. Analizar un cambio que está en proceso, advierten los autores, supone arriesgarse a ser acusado de ingenuidad o de complicidad con el objeto estudiado. Demasiadas veces la profecía moderna –evolucionismo social, prospectiva, futurología- ha constituido un poderoso instrumento de movilización y acción, provocan-do la realización de aquello que describe (self fulfi lling prophecy) o incluso legitimando posiciones reaccionarias (103). El punto para ellos es que este riesgo no se corrige con la masa de datos sino con el aseguramiento “re-fl exivo” de la pertinencia explicativa del análisis. Se apoyan en este punto en Fernand Braudel, un historiador de las encrucijadas e intersecciones de la historia, de sus transformaciones lentas antes que de sus globalizaciones veloces:

Ya conocemos este tipo de razonamiento y cantinela: cada vez que se compara el volumen de una actividad de punta con el considerable volumen de la economía

50 Benjamin, W.: (1989) op. cit. pág. 186.

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en su conjunto, la masa atrae la excepción hacia el orden hasta el punto de anularla. Yo no estoy de acuerdo con este proceder. Los hechos importantes son aquellos que tienen consecuencias, y cuando estas consecuencias son la modernidad de la economía, el «modelo» de «negocios» venidero, la formación acelerada del capital y el alba de la colonización, hay que refl exionar al respecto dos veces.51

El cuidado refl exivo y riguroso del método, como decimos, es un mérito del relato del nuevo espíritu del capitalismo que, justamente por su cercanía al “dato” y a sus contradicciones, le permite evitar toda resolución moral anti-política. Sólo puede registrarse al respecto un deslizamiento signifi cativo por la utilización del llamado “análisis de contenidos”. Esto es, el análisis de los discursos como si los “contenidos” semánticos fueran “cosas” contenidas en los textos, susceptibles en su “coseidad” de verifi cación estadística. El uso que hace Chiapello de este dispositivo técnico, para apoyar su excelente reconstrucción del discurso de la gestión, puede dar lugar a una crítica opor-tunista. En efecto, el citado Sebastian Budgen, quien celebra enfáticamente los aportes de la obra mencionada al conocimiento del capitalismo “en red”, no se priva de una objeción metodológica: “una cierta falta de fundamento” de los materiales originales, el “tamaño de la muestra” de textos de gestión analizados, su calidad representativa o una “infravaloración de las variables sistémicas a favor de las nacionales y coyunturales”.52

Nuestro punto es que después de Wittgenstein no es discutible la lingüisti-zación de la fi losofía y la sociología de las ciencias y, consecuentemente, de la epistemología y el método de investigación. No es plausible ya reconocer validez al tipo de objeción metodológica expuesto, si ella misma no observa y precisa el “juego de lenguaje” al que recurre y desconoce su traducibilidad a otros juegos de este tipo. Carente de palabra entendible, puede afi rmarse con razón que la ideología sustituye en ella el valor verdad: ¿qué son las “va-riables sistémicas”, aludidas, si no una dudosa y problemática construcción discursiva, dependiente de un particular relato metafísico, nada menos que sobre la noción de “sistema”? Cabe acá, nos parece, la crítica a la ortodo-xia marxiana desarrollada por teóricas feministas que inspiran con frecuen-cia este texto. Nuestra teoría provenía de la Escuela de Frankfurt, recuerda Nancy Fraser (hablando de ella y de Seyla Benhabib), no teníamos una teoría sistémica del capitalismo, nuestro marxismo era más hegeliano, nos interesa-51 Braudel, F.: “Civilisation materielle, économie et capitalisme”, XV – XVII siècle. 3 vols. Armand Colin, Paris, 1979, Vol 2, pág. 540 (citado en Boltanski y Chiapello [1999] op. cit. pág. 100). La traducción es nues-tra, directamente del texto en francés (por cierto, utilizando el texto en castellano), porque nos ha parecido que el uso del término “refl exionar”, como viene en francés, es más signifi cativo para la teoría que el de “pensar”, usado por los traductores al castellano. Refl exionar, diría Hannah Arendt, es pensar entre todos.52 Budgen, S.: (2000) op. cit. págs. 187-188.

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ba el pensamiento postestructuralista y la idea de la nueva izquierda de que la política no se podía restringir a consideraciones de economía o de poder del Estado: la política de la vida cotidiana. “Foucault nos mostraba los lugares de la vida cotidiana en los que había poder y, por tanto, también lucha”.53

¿Hay base, sin embargo, para un cuestionamiento metodológico más acepta-ble (que instituya prácticas)? La respuesta es dudosa: la magnitud y calidad del recurso a teorías, investigaciones y datos utilizados inducen a concluir que las tesis del nuevo espíritu apuntan al núcleo de las tendencias generalizables que exhibe hoy el sistema económico mundial. El discurso y la literatura de la ges-tión de empresas, su principal base empírica, llevará, por ejemplo, a identifi car un rechazo a toda jerarquía y control vertical y la sobrevaloración de las dotes comunicativas, intuición y movilidad, todas demandas de aptitudes propias de una “red”. La “confi anza” que cada uno inspira a otro “cliente”, de aspecto casi puramente psicológico, será la virtud principal que valoren quienes están y trabajan en proyectos: no existe una infi nidad de soluciones para “controlar lo incontrolable”, la única solución que existe es que las personas se autocontro-len –lo cual implica desplazar la coacción de la exterioridad de los dispositivos organizacionales a la interioridad de las personas y que el control que ejercen sea coherente con un proyecto de empresa.54

¿Se impone una psicología social –del trabajo- que es poco más que “efecto de poder” de “responzabilización” al sujeto individual por “fallas” que, en la realidad, son de proceso? ¿No es la prueba de la falla parte del proceso, no individual sino social, que la defi ne? Boltanski y Chiapello responderán positivamente, lo de ellos es sociología. Podrá aplicárseles por consiguien-te la sentencia que, con gramática de acción comunicativa, formula Seyla Benhabib: el compromiso con la transformación social y, al mismo tiempo, una distancia crítica, incluso respecto de las reivindicaciones con que uno se identifi ca, son esenciales para la vocación del teórico como crítico social.55

Benhabib, como se ve, sugiere una ponderación del distanciamiento meto-dológico de la investigación social para hacer valer su aptitud de alimentar la innovación productiva de bienes y de sociedad. Se da el caso, como contrae-53 Nancy Fraser en entrevista hecha por Arribas Sonia y del Castillo, R. : “La justicia en tres dimensio-nes”. publicada en Minerva, Creative Commons (www.circulobellasartes.com) Madrid, 2007.54 Chiapello, É.: “Les typologies des modes de contròle et leur factor de contingence –un essai d`organisation de la littérature-, en Comptabilité-Contròle-Audit 2, 2 (septiembre de 1996), págs. 51 – 74. (citado en Boltanski y Chiapello [2002] op. cit. pág. 127).55 Benhabib, S.: “Modelos de espacio público. Hannah Arendt, la tradición liberal y Jürgen Habermas”, en Benhabib, S.: “El ser y el otro en la ética contemporánea. Feminismo, comunitarismo y postmodernis-mo”, Gedisa, Barcelona, 2006, pág. 128.

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jemplo, que un informe sobre el estado de la “teoría crítica” observe el estudio de Boltanski y Chiapello para destacar una fi losofía sobre las persistencias de la razón “instrumental” en la gestión capitalista ignorando la descripción de la explotación en las redes de producción, rasgo evidente de ese estudio. Con ese sesgo ¿sin distancia?, que los autores mencionados llamarían “artista”, los malentiende Axel Honeth, heredero reconocido de la Escuela de Frankfurt: “el capitalismo todavía puede ser interpretado como resultado institucional de un estilo cultural de vida [...] en el que un determinado tipo de racionalidad restringida y «cosifi cante» posee el predominio práctico”.56 Por nuestra parte, en el apartado 8, propondremos leer una sociología refl exiva que entiende la autenticidad de la política (en rigor, su “profundidad”) como resultado de cuestionar la ideología subyacente a cualquier sobrecarga psicológica de la atri-bución de responsabilidades por productividad o competitividad.

Pero precisar la relación del discurso del nuevo espíritu con la teoría de la Escuela de Frankfurt requiere la gramática de teoría y práctica o el “no sólo explicar el mundo sino cambiarlo” que intentó el “marxismo occidental” el siglo pasado. El punto es que quienes –antecesores de Honeth- en los años 70 reconstruían esa, también llamada, “fi losofía de la praxis”, a mal traer por la economía y sociedad tecnologizadas del nuevo espíritu del capitalismo de entonces, no distinguían sistemáticamente el potencial sociológico del nexo interno entre habla y acción. Con razón, el postmodernismo pudo considerar invasiva y manipuladora, poco dada al “reconocimiento del otro” –Honeth- la ilustración que pretendían portar. Pero lo más interesante por su fecundidad teorética es que el mencionado “marxismo occidental” que aún no había descubierto el uso constructivo y político del lenguaje, como veremos acá, objetaba apoliticismo y carencia de valor “práctico” al famoso intento “teórico” de uno de sus cultores más reputadamente tales, Walter Benjamin. Con tonos que hoy llamaríamos “postmodernos” éste equiparaba la innovación social radical a una redención mesiánica de la historia vivida.

La sintonía entre ambas objeciones al valor práctico de la crítica del poder travestido en habla (la implícitamente “postmoderna” de Honeth a Boltan-

56 Cfr: Honeth, A.: “Una patología social de la razón. Acerca del legado intelectual de la teoría crítica”, en Leyva, G. (ed.): “La teoría crítica y las tareas actuales de la crítica”, Anthropos – Universidad Autó-noma Metropolitana, Iztapalapa, México, 2005, pág. 462. Para Honeth, la teoría crítica se funda en el sufrimiento patológico que produce la represión del “interés emancipador” de la vida humana. Noción homologable a la de “crítica artista” en Boltanski y Chiapello pero que, para estos, no es “la idea” sino sólo una de las posibilidades en el capitalismo actual. Con razón, Nancy Fraser criticará a Honeth que su “psicología moral” del sufrimiento social (prepolítico) no puede captar el “espíritu de la época” ni enten-derse como “teoría crítica de la justicia en la era de la globalización” (Ver Fraser, N.: “Una deformación que hace imposible el reconocimiento”, en Fraser, N. y Honeth, A.: “¿Redistribución o reconocimiento?” Un debate político – fi losófi co, Eds. Morata, Madrid, 2006, pág. 175).

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ski y Chiapello y la de sus antecesores marxistas occidentales a Benjamin) permite una hipótesis de afi nidad entre la teoría del nuevo capitalismo y la teoría comunicativa surgida de la reconstrucción del materialismo histórico: estas agregarían valor a la política, no obstante tratar del discurso, devenido polifónico por la pluralidad reinante en la sociedad del siglo XXI. El pun-to es que la disyuntiva para una eventual analítica postmoderna (sesgada al “reconocimiento” artista) del discurso del nuevo espíritu está en que si objeta carencias de sentido práctico a éste por su nivel de abstracción universalizan-te, tendrá que acordar y por la misma razón –alejamiento de la experiencia directa- con el materialismo histórico de fi nes de los 70 sus dudas de la prac-ticidad del análisis de Benjamín. Tan celebrado por la intelectualidad culta “postmoderna” por su aporte a una teoría de la experiencia y una política de la cultura y de la innovación adecuada a la particularidad local y la compleji-dad del mundo capitalista, precisamente. Nos inclinamos, entonces, a recha-zar las dos objeciones (a Boltanski y Chiapello y a Benjamin) y valorar una dimensión práctica considerable en los lenguajes de la cultura de la injusticia criticados, a pesar de que exhiben una teoría “blanda”, sólo de afi nidades re-fl exivas entre política y experiencia. Examinemos la lúcida y afectuosa toma de distancia de Benjamin llevada a cabo por Habermas:

[...] al materialismo histórico, que cuenta con progresos no sólo en la dimensión de las fuerzas productivas sino también en la dimensión de la dominación, no se le puede encasquetar cual cogulla monacal una concepción antievolucionista de la historia [...] Benjamín no consiguió llevar a efecto su intención de conciliar ilustración y mística, porque el teólogo que pervivió en él no consiguió arreglár-selas para poner la teoría mesiánica de la experiencia al servicio del materialismo histórico.57

Para el fi lósofo español Reyes Mate, esta apreciación habermasiana de Ben-jamín hace perder innecesariamente densidad cultural a la teoría política. Una teoría, dice, que resulta (sólo) condescendiente al aceptar que el re-cuerdo del mito del pasado puede destilar gotas de sentido para la acción humana, pero negar sentido político y, más aún, rechazar que la estrategia de iluminar disruptivamente (con la memoria del pasado) la visión del presente lleve a un conocimiento real. El marxismo sería o fue una fi losofía de la evo-lución social que no acepta interrupciones sin precedentes en la historia.58 Convincentemente, Mate ve ambigüedad en sostener que la política revo-

57 Habermas, J.: “Walter Benjamin. Crítica concienciadora o crítica salvadora”, en Habermas, J.: “Perfi les fi losófi co – políticos”, Taurus, Madrid, 1984, págs. 321–322.58 Mate, R.: “Medianoche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin «Sobre el concepto de historia»”. Taurus, Madrid, 2006, pág. 25.

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lucionaria no había resuelto con la iluminación mesiánica su difi cultad para comprender la historia y sus innovaciones y, a la vez, agregar que “la herme-néutica conservadora revolucionaria de Benjamin, que descifra la historia de la cultura desde el aspecto de un ponerla a salvo para el momento mesiánico, puede indicarnos un camino”.59 Mate sugerirá, con acierto, que la diferencia así no es absoluta sino sólo sobre el lugar de la política en la teoría:

El lugar del debate debería ser el de la dimensión política de la crítica teórica. Dos milenios de cultura defendiendo teorías de la justicia blindadas al pasado han dado origen a formas del derecho (y, por tanto, de política) volcadas en el interés de los vivos. Romper esas resistencias ha sido la osada estrategia teórica de Benjamin. La progresiva atención a las víctimas, a la imprescriptibilidad de los crímenes o a la actualidad de la memoria, - ya forman parte de la sensibilidad general- no debe nada a la vocación progresista del marxismo. La dimensión política de Benjamin está en la prensa diaria.60

La inducción es a pensar que hay afi nidad electiva entre la visión del discurso del nuevo espíritu del capitalismo, que les permite a Boltanski y Chiapello sostener una reactualización del impulso crítico social, y la de Mate que reco-noce ese impulso en el análisis rememorativo histórico de Benjamín. Dicho de otro modo, mirados políticamente, el análisis refl exivo del discurso de la economía política globalizada de hoy puede entenderse, en son de crítica a la realidad, con la búsqueda de la memoria rigurosa de la injusticia histórica: el espíritu del capitalismo es un fenómeno histórico, recordaba Weber.

La cuestión parece ser que el materialismo histórico sólo podía mostrar sim-patías intuitivas por estas elaboraciones intelectuales de aspecto “idealista”, captar en ellas sólo “gotas de sentido”, como dice más arriba un Habermas “condescendiente” en los años 70. Con el tiempo será posible salvar la dife-rencia poniendo las cosas no en la realidad inmediata, pura y dura, sino en la experiencia de la acción de comunicarla y comunicarse. Tanto la moderna idea comunicativa de la acción social de inspiración “hegeliano marxista” como sus rivales teóricos “postmodernos” reconocerán entonces que la política se juega en la experiencia antes que en la racionalidad de las ideas. El análisis refl exivo seguirá válidamente juzgando contenidos y sujetos sin abdicar del espíritu, la tensión entre la experiencia de la interioridad sujeta a valores del sujeto y la ba-nalidad del mundo productivo mercantilizado es campo para la innovación:

Esta misma tensión se encuentra además en la defi nición de los bienes produ-cidos por el mundo en red. Se sabe que este mundo valora fuertemente la inno-

59 Habermas, J.: (1984) op. cit. pág. 331.60 Mate, R.: (2006) op. cit. pág. 25.

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vación, pero como esta se presenta como resultado de encuentros, conexiones e hibridaciones que se efectúan constantemente en la red, nunca puede alcanzar el carácter de absoluta: nada permite ya afi rmar la primacía de un «original» frente a unas «copias», puesto que cada transformación se opera bajo la égida de la multiplicidad y la variación infi nita (580).

5. CRÍTICA TEÓRICA Y CRÍTICA SOCIAL EN “EL NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO”

[…] toda red está siempre tentada de trasladar los costos de sus acuerdos a terceras partes. A modo de ilustración, una red para la reforma del sistema de salud reúne a instancias estatales, gremios médicos y sindicatos pero no a la población, que siendo la principal afectada por el asunto no tiene intereses organizados y, por ende, no es un «actor representable» en la red.

Norbert Lechner.61

Nuestros investigadores de la razón capitalista universal examinan la crítica social y otra que llaman artista por apuntar a la degradación del mundo de la vida globalizada actual. El análisis identifi ca, entonces, las contradicciones de la gestión de las empresas para culminar en una economía política que mira las normas y valores de la experiencia de la producción y del poder en clave de engaños y obscuridades. No obstante, el necesario tono normati-vo del análisis de reglas y de sus pruebas de aplicación tiende a oscurecer la crítica radical de la injusticia conectivista de la economía en red, que el texto contiene. El tema merece, sin duda, una discusión ampliada, en la cual los argumentos de la investigación que analizamos, como veremos, contribuyen a desentrañar las formaciones de poder operantes en las redes de economía o sociedad.

Trabajar sobre la noción espíritu del capitalismo ha permitido a los autores recons-truir un discurso que tanto ofrece motivos para el rechazo y crítica social del sistema como abre camino para sus justifi caciones. Resultado de esa dinámica que permite al sistema de poder recuperar pérdidas de sentido y saber, la con-frontación entre teoría y política no se resuelve ya por invocación a la razón universal sino a sus contextos. En el mundo de la diversidad de saberes, el ideal racionalista ya no es aceptable pues choca con eso que antiguamente se llamaba epistemología (31), dirán polémicos e irónicos. Por racional que se pretenda el saber teórico, implica siempre el riesgo (político) de exagerar el contraargumen-to, pero esa sobreargumentación es susceptible de refl exión y puede obtener ganancias de saber en contextos demandantes de razones para la acción.

61 Lechner, N.: “Tres formas de coordinación social”, en Lechner, N.: Obras escogidas 2. LOM Eds. 2007, pág. 382.

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Surge allí un dilema teórico y metodológico crucial. La consideración de la particularidad de cada contexto, dirigida a encontrar razones válidas en la práctica investigada, termina cuestionando a la investigación su validez cien-tífi ca o, a la inversa, afi rmando carencias de valor político por sus supues-tas unilateralidad y contingencia. Aparecerá la moda de acusar infactibilidad e inconducencia práctica a toda teoría que, por su telos inherente, busque racionalidad y objetividad pretendiéndose políticamente neutral frente a la diversidad axiológica del ámbito de sociedad que investiga. Todo fundamen-tación sería “política” y la teoría racional innecesaria. La salida del dilema homologará sentido y comunicación; su argumento apelará, en consecuen-cia, a diferencias y diversidades antes que a regularidades y podrá solventar la crítica si genera una escucha atenta. Dicho en términos cercanos a los pensadores postmodernos más alejados de toda teoría universalista, tras la insensibilidad frente a la diferencia se oculta una muda violencia colonizante: “racionalismo empedernido, aferrado a sí mismo, [que] se ha transformado en la muda violencia de una civilización capitalista de ámbito mundial que asimila las culturas ajenas y relega al olvido las propias tradiciones”.62

Las teorías de la acción cuya unidad de análisis es el acto de habla habían logra-do el difícil ejercicio de diferenciarse de los discursos sobre la existencia de la sociedad (una metafísica), para presentarse como una comunicación de esa existencia (una postmetafísica). A la vez que lograban construirse en inter-cambio con teorías potentes de otros orígenes incluidas, muy centralmente, las de Max Weber.63 Lograban así márgenes de validez inéditos: es difícil contestar con argumentos válidos una teoría cuya base de evidencia es que no hay acción ni nada que merezca el apelativo de social sin comunicación intersubjetiva lingüísticamente mediada. Desde este ángulo podemos prose-guir la discusión de la practicidad del discurso del nuevo espíritu.

¿Puede objetarse ahistoricismo y las consiguientes difi cultades para la críti-ca social a las tesis de la “ciudad por proyectos” como lo hace Weber, más arriba, con las de origen francés que ignoran la experiencia protestante? El racionalismo en las ciencias sociales puede ser un pensar empedernido sin humanidad, un juego de causas y efectos que se explican a sí mismos sin re-fl exión compartida ni crítica alguna. Podemos así preguntarnos, de acuerdo al pensamiento postmoderno más progresista, hasta dónde la aparente ausencia

62 Habermas, J.: “Israel o Atenas ¿A quién pertenece la razón anamnética?. Johann Baptist Metz y la uni-dad en la multiplicidad multicultural”, en Habermas, J.: “Israel o Atenas. Ensayos sobre religión teología y racionalidad”, Taurus, Madrid, 2001, pág. 172.63 Habermas, J.: “Teoría de la acción comunicativa. I. Racionalidad de la acción y racionalización social”. Taurus. Madrid, 1989.

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de política y perspectiva práctica de poder en Boltanski y Chiapello, denota carencias de una estrategia de cambio social o termina en desesperanza sin resistencia. Pero esta pregunta revela una paradoja. Es paradojal rechazar toda pretensión racionalista o trascendental y emitir un juicio determinante sobre lo político o apolítico de discursos que vienen de contextos y experiencias “extraños”. ¿Cómo escribir con pretensiones de ser entendido por todos sin hacer teoría abstracta, por esto, no política de modo inmediato? Para el caso, nuestros investigadores podrían responder que aunque no quisieran “hacer política” toda objeción fundada al sistema supone una disposición a actuar, esto es, saca la realidad de su naturaleza inconmovible y fatal y la pone en el orden de la acción, da lugar a una política que de por sí tiene primacía sobre la historia y la determina:

Nuestra ambición ha sido la de reforzar la resistencia al fatalismo, sin fomentar por ello un repliegue a un pasado nostálgico, y suscitar en el lector un cambio de disposición, ayudándole a considerar de otra forma, con otro encuadre, los pro-blemas de nuestro tiempo, es decir, como procesos sobre los cuales es posible intervenir. Nos ha parecido útil, a este objeto, abrir la caja negra de los últimos treinta años para observar la manera en que los seres humanos hacen su historia. En efecto, la historia se encuentra ligada a la crítica en la medida en que cons-tituye el instrumento por excelencia de la desnaturalización de lo social –al volver sobre el momento en que las cosas se deciden- mostrando de este modo que éstas podrían haber tomado un rumbo diferente (30).

Ciertamente, es pensable un discurso naturalista (realista) del poder como eli-minación de toda subjetividad, ética o moral. La política y la dirección de pro-cesos serían en tal caso una relación no mediada con la experiencia y la cultura, una totalidad que termina negándose: víctima del empeño de concentrar en sí misma la realidad elimina todo poder y toda experiencia. Termina entonces en una paradoja, una política que no es política y un poder que no es poder. El punto clave es que objetar apoliticidad a una teoría por su nivel de abstracción es una trampa. Invoca sin confesarla una personal fi losofía de la historia, una ética o moral sustantiva subyacente que no se reconoce a sí misma. En las sociedades complejas la razón tiene sentidos plurales, no hay concepción del mundo unitaria –no plural- que pueda reconocerse y proclamarse sin violentar la carencia de unidad normativa y ética del mundo de hoy. Por eso, dar razo-nes unívocas a la política es tan complejo y, tan difi cultoso, dar prioridad a la acción sobre el pensamiento o sus intenciones:

[En el análisis de la recuperación capitalista de la crítica] nuestra intención no era solamente sociológica, orientada hacia el conocimiento, sino que también

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estaba concebida para propiciar el relanzamiento de la acción política, entendida como la elaboración y puesta en marcha de una voluntad colectiva que se replantea la manera de vivir. Si toda acción no es, evidentemente, posible en cualquier mo-mento, nada será sin embargo posible mientras sean olvidadas la especifi cidad y la legitimidad del ámbito propio de la acción (Arendt, 1983) –entendida como elección orientada por valores en coyunturas únicas y, por lo tanto, inciertas, en las cuales las consecuencias son parcialmente imprevisibles-, a favor de un repliegue, satisfecho o aterrorizado, optimista o catastrofi sta, hacia la acogedora matriz de todos los deter-minismos, ya se pretendan sociales, económicos o biológicos. Es también por esta razón por la cual no hemos tratado de disimular bajo un cientifi cismo de fachada nuestras opciones y nuestros rechazos, ni de separar por una frontera (antiguamen-te llamada «epistemológica») infranqueable los «juicios de hecho» y los «juicios de valor», porque como enseñaba Max Weber, sin el recurso a un «punto de vista» que implica valores, ¿cómo sería posible simplemente seleccionar, en el enredado fl ujo de cuánto acontece, aquello que merece ser destacado, analizado y descrito? (31).

La idea es que Arendt enseña a distinguir la diferencia entre experiencia de la acción y del pensamiento intencionado,64 mientras Weber acredita que la objetividad del análisis de acciones e intenciones (capitalistas) exige al inves-tigador adoptar un “punto de vista” normativo explícito. Así, el espíritu del capitalismo en Weber y en Boltanski y Chiapello se reconocerá como ethos, norma válida sobre la “manera de vivir”. Pero para subrayar su carácter po-lítico de acción cuestionadora, los autores llaman “espíritu del capitalismo a la ideología que justifi ca el compromiso con el capitalismo”(41). Sus tesis son de un trasfondo normativo explícito por su referencia a reglas de acción. El resultado será un método (lingüístico) que porta sobre las pretensiones de validez del cumplimiento de esas reglas, una interacción sobre las “pruebas” de justifi cación del ajuste de la acción capitalista a su espíritu. En defi nitiva, una acción cuyos argumentos de validez y cuya practicidad quedan abiertos a las conversaciones o discursos y compromisos de los actores concretos ¿logran –como creen- situar esta pretensión de método crítico comunicativo? ¿Fa-llan por su “racionalismo francés”, como podría argumentárseles?

Un argumento culturalmente afín ayudará a responder negativamente esa pregunta y a captar la afi nidad electiva que, a nuestro parecer, hay entre el ca-rácter normativo del discurso de Boltanski y Chiapello y su carácter crítico,

64 La mención a H. Arendt es a: “Condition de l`homme moderne”, Calman Levy, Paris, 1983 (traduc-ción castellana: La condición humana. Paidós. Buenos Aires. 1993). Tania Cadima amplía con provecho esta recepción de Arendt en el texto de Boltanski y Chiapello: es la capacidad estratégica misma de las direcciones de la gestión económica y pública, sostiene, la que se percibe transformada si se le aplica la noción arendtiana de “acción”, pues entonces dirigir pasa a ser “cooperar” y el poder sólo será efi caz si es “comunicativamente generado” (Cfr. Cadima, T.: “La competencia política en organizaciones articuladas por proyectos. Hannah Arendt y el nuevo espíritu del capitalismo”, en este libro).

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dado éste por su orientación al entendimiento. Permitirá, además, las ganan-cias explicativas que experimenta una teoría cuando se hace polifónica. El espíritu del capitalismo, dicen ellos, proporciona criterios de justifi cación y de aceptabilidad racional a la economía y la gestión moderna, hace que sean entendidas y transformadas en argumentos. Christophe Dejours, investiga-dor francés especializado en la subjetividad en los procesos de producción, en particular de la inteligencia obrera como factor de productividad, ha su-gerido convincentemente que el conocimiento de la dirección mercantiliza-da de estos procesos será más efi caz en cuanto se dirija contra la “distorsión comunicativa” impuesta por los hábitos arraigados de la estrategia gerencial. Con una óptica obtenida del estudio de Hannah Arendt sobre el totalitaris-mo político, Dejours indaga la aparente “banalidad del mal” de la injusticia social inherente a los sistemas tecno-económicos actuales. Y recurre al con-cepto de “distorsión comunicativa” de la “teoría de la acción comunicativa”, dice, porque el análisis en profundidad de las situaciones de trabajo contempo-ráneas sugiere que la distancia entre el diseño y la realidad sólo puede ser admi-nistrada racionalmente mediante la construcción comunicativa de compromi-sos entre puntos de vista distintos.65 Ningún análisis “objetivo” será sufi ciente para separar lo verdadero de lo falso, “en la medida en que la complejidad de la realidad y la masa de informaciones y experiencias” que se necesita reunir hacen que la tarea de la objetividad sea “imposible en tiempo real”:

Nuestro pensamiento, aunque se nutre de estudios de campo, está inscripto esencialmente en una perspectiva teórica: la de elucidar y hacer que se manifi es-ten las formas típicas de distorsión de la comunicación en las situaciones de tra-bajo, cuando éstas sufren los efectos de los métodos de gestión específi camente asociados al neoliberalismo económico.66

No obstante, la investigación del nuevo espíritu se distancia con razón de esta acusación genérica y especulativa a los directivos de empresas por su gestión “del mal”, “proceso abyecto de destrucción social”(326). El punto es que el enfoque de Dejours puede merecer los adjetivos de “simplista” y “abusivo” que le endilga esa investigación, sin que ello invalide su aporte a una teoría social solvente del trabajo y su dirección hoy. Pensar la banalización de la injusticia en la gestión de empresas da efectivamente a la investigación de Dejours un acento moralista injustifi cado. Simbolizado, por ejemplo, en una abusiva homologación del rol de los gerentes en la economía neoliberal al de los burócratas incapaces de pensar y de emitir juicios que gestionaron los campos de concentración nazis, al decir de la célebre descripción hecha, en 65 Dejours, C.: “La banalización de la injusticia social”. Topía Editorial, Buenos Aires, 2006, pág. 59.66 Id. pág. 61.

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su momento, por Hannah Arendt.67 Pero la teoría y método de esa inves-tigación pueden dar base para una comprensión refl exiva del discurso del nuevo espíritu del capitalismo, permitiendo fértilmente superar esquemas mecanicistas tipo causa efecto. Bien sabemos que éstos obstaculizan la po-tencialidad práctica y política de la investigación teórica en cuanto someten al actor (simple manifestador de “efectos”) a la determinación unilateral de aquel que asignó analíticamente “causas” a sus decisiones. Las relaciones in-ternas de los procesos sociales y de la cultura requieren interpretaciones que no reconozcan el privilegio de la determinación a elemento alguno y resulten comprensibles y juzgables por el actor. Sobre todo, cuando para el intérpre-te y para el interpretado es preciso encontrar una acción política adecuada a la realidad que comparten. Al analizar los potenciales de manipulación (racionalización) de la vida personal inherentes a la gestión de redes, Bol-tanski y Chiapello percibirán aperturas para una acción de principios. Algo permanece, aclaran, como una posición moral que apunta hacia una mayor autenticidad: la primacía de la vida como apertura (infra o preindividual) a lo ilimitado, a la proliferación, a la creatividad y como resistencia a órdenes cerrados y bloqueos; la valoración nietzscheana de las fuerzas activas sobre las reactivas (inspiradoras de la moral crítica del “moralismo”) (575-576).

6. TECNOCRACIA Y EXPLOTACIÓN “EN RED”: FLEXIBILIDAD Y SUBCONTRATACIÓN

Reglas e interpretación son, en efecto, los dos términos que caracterizan las teorías más recientes sobre el salario. En estas teorías resulta central la noción de «disonancia cognitiva» relativa a las interpretaciones de las reglas locales y generales a partir de las cuales se fi jan los parámetros de cálculo del salario real […] la aplicación de una regla implica su interpretación, es decir, la posibilidad para los sujetos múltiples que contribuyen a su defi nición de explicitar los sabe-res, los conocimientos, que defi nen su identidad específi ca. En otras palabras, la desregulación del mercado de trabajo crea la noción de espacio de interpretación como espacio de negociación esencial para evitar los efectos negativos «estilo esta-dounidense» sobre la calidad de la fuerza de trabajo.

Christian Marazzi: “Reglas de interpretación” 68

Para la economía política interpretativa, que sugiere Marazzi, el salario es un dispositivo de distribución de los saberes colectivos, cuyas reglas cons-titutivas los sujetos se ven emplazados a interpretar convincentemente. En consecuencia, “la acción comunicativa y la acción instrumental no pueden

67 Arendt, H.: “Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal”. Lumen, Barcelona, 2000, pág. 382 y ss.68 Marazzi, C.: “El sitio de los calcetines. El giro lingüístico de la economía y sus efectos sobre la políti-ca”, Akal, Madrid, 2003, págs. 70-71.

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coincidir exclusivamente en el terreno de la producción de bienes y servi-cios, deben hacerlo también en el de la reproducción de las relaciones socia-les, en el de la distribución colectiva del salario”. Así, agrega este autor, en la economía actual, de “una fuerza de trabajo multioperativa que sabe «leer» el fl ujo de información [y] que sabe trabajar comunicando”69 las reglas y unida-des de medida del trabajo y del salario no pueden especifi carse solamente en términos de recursos tangibles, como el tiempo de trabajo, sino que deben serlo como reglas de interpretación de la validez del lenguaje y símbolos utilizados. Corresponde entonces plantearse, nos parece ¿cuán factible es una vertiente del nuevo espíritu sin intención tecnocrática sino más bien co-municativa, verifi cable? ¿Cuánto lo es su ruptura con la “ingeniería social”, acción sujeta a determinaciones técnicas independientes de toda interpreta-ción crítica de la injusticia? El problema es que el capitalismo, recuerdan los analistas de su espíritu citando a Cornelius Castoriadis, organiza la sociedad y la toma de decisiones que le dan orden sobre una contradicción en el sen-tido literal del término, es incapaz de realizar sus intenciones sin actos que las contradicen constantemente. Está obligado a demandar participación de los trabajadores y ciudadanos al mismo tiempo que está obligado a ponerle límites y hacerla imposible (89). El concepto mismo de espíritu del capita-lismo está basado en esta contradicción, debe movilizar las iniciativas para un proceso que no puede movilizar por sí mismo. Por eso, es inherente al capitalismo la tentación de destruir el espíritu que utiliza, ya que no puede serle más útil obstaculizándolo (id).

Más a fondo, esa peculiar contradicción organizadora de decisiones opera entre sistema técnicamente regulado y mundo de la vida comunicativamente conformado, trata de los límites y la autonomía de uno respecto del otro. En clave de teoría política, tensión inevitable entre decisión tecnocrática y de-cisión democrática. Por una parte, el cálculo técnicamente justifi cado de va-riables fi nancieras, económicas y de productividad o control de mecanismos de poder y, por otra parte, los juicios de sentido que ese cálculo adquirirá aplicado a una cultura y experiencia de saberes acumulados, compleja y diver-sifi cada, a una sociedad cuyas reglas y prácticas constitutivas están expuestas al escrutinio público y a una personalidad que no sólo demanda “empodera-miento”, como creen los gerentes, sino además estabilidad y seguridad en su mundo de vida. Por mucho que se diferencien y perfeccionen las defi niciones de variables y dimensiones internas, no hay forma técnica alguna de calcular “científi camente” este sentido cultural, social y personalizante de las decisio-nes sin agregar un margen de riesgo que tenderá a ser política y prácticamente

69 Id. pág. 14.

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insoportable.70 Entre los clásicos del siglo XX, el principal anuncio de esta forma de diferenciar saber tecnocrático y saber democrático viene de Antonio Gramsci y de la crítica a la pedantería intelectual de creer que se puede conocer sin comprender y explicar la fuerza emergente del mundo de la vida social. Crítica que defi nió su noción de bloque histórico:

El error del intelectual consiste en creer que se pueda saber sin comprender y es-pecialmente sin sentir y ser apasionado (no sólo del saber en sí sino por el objeto del saber) […] sin sentir las pasiones elementales del pueblo, comprendiéndoles y en consecuencia explicándolas y justifi cándoles […] En ausencia de tal nexo las relaciones del intelectual con el pueblo-nación son o se reducen a relaciones de or-den puramente burocrático, formal; los intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio […] [Si en cambio la relación] es dada por una adhesión orgánica en la que el sentimiento-pasión se convierte en comprensión y por lo tanto en saber (no mecánicamente sino en forma viva), sólo entonces la relación es de represen-tación, y se produce el intercambio de elementos individuales entre gobernados y gobernantes, entre dirigidos y dirigentes, o sea que se realiza la vida de conjunto que es la única fuerza social, se crea el «bloque histórico».71

¿Cuáles son las conclusiones políticas del libro? se pregunta un crítico, para responderse: “el discurso de la «exclusión» resulta demasiado débil para ofrecer una base fi rme de resistencia frente al sistema”.72 Dicho en términos teóricos, incluso a la objeción más a fondo que conoció el capi-talismo desde los años 80, la french theory de Foucault a Derrida, según su historiador, le faltaba una crítica del capital. Para Cusset que examina la pervivencia de las ideas francesas en la academia estadounidense, he aquí el aspecto más negativo de la descontextualización de la teoría francesa, su única lamentable distorsión: no haber visto las posturas políticas de las diferentes teorías francesas del capitalismo “postmoderno”, haberlas leído distraídamente por el fulgor de algunas fórmulas, con la certeza de que la exterioridad dialéctica era ya obsoleta sin ver su dimensión ofensiva

70 En otros trabajos hemos aventurado un análisis de la contradicción inherente al sistema económico y político, que acá se trata, entre saber y acción técnica, por una parte, y saber y acción práctica o política, por otra. Desde un punto de vista “tecnocrático”, una investigación de los conceptos y dinámicas del saber obrero movilizado en contextos competitivos nos ha permitido avanzar la idea de una “zona de innovación” para el potencial constructivo que podía adquirir la tal contradicción al operar en ambientes tecnológicos fuertes (Cfr. Rojas, E.: “El saber obrero y la innovación en la empresa”, CINTERFOR – OIT, Montevideo, 1999). Desde un punto de vista político práctico, tratamos el tema postulando una sociedad civil que no acepta pasivamente las limitaciones que buscan imponerle el Estado y la economía, un tipo de “organización autolimitada” que construye ella, por sí misma, los límites de su acción política destinada a infl uir, democráticamente, sobre las decisiones públicas y de las empresas (Cfr. Rojas, E.: “Los murmullos y silencios de la calle. Los socialistas chilenos y Michelle Bachelet”, UNSAMedita, Buenos Aires, 2008).71 Gramsci, A.: “Cuadernos de la cárcel”, T. 4, ERA Eds., México D.F:, 1986, págs. 346-347.72 Budgen, S.: (2000) op. cit. pág. 187.

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o como recurso de combate.73 La tesis es que la crítica más dura es re-cuperada por el mercado: todos los pensamientos canónicos a los cuales es posible hacer recitar, a contrapelo de su propia lógica, el nuevo credo de la autoemergencia y de la organización sin sujeto –variante en boga (y menos connotada) de la metáfora de la mano invisible- son solicitados por la prensa y los asesores fi lósofos de los noventa.74

Pero si la teoría “francesa” ha declarado obsoleta la dialéctica histórica y abandonado la idea de un sujeto del cambio, otros –como Boltanski y Chia-pello-, reconociéndola, buscarán investirla de política y prácticas. Budgen lee entonces acertadamente que lo que hace falta es “una nueva concepción de la explotación”, adecuada a la conectividad del mundo, esto es que refi era la movilidad de un sujeto a la inmovilidad de otro, nuevo modo de extrac-ción de plus valor que delinean los autores del nuevo espíritu. De acuerdo a esta visión, la crítica social se hace particularmente compleja y difícil de formular: una proliferación de relaciones de explotación: “mercados fi nan-cieros versus países; mercados fi nancieros versus empresas; empresas versus trabajadores temporales; consumidores versus empresas”. Conforme a estas ramifi caciones debería renovarse la crítica social al capitalismo.75

Porque todo lo que vale es conectividad e información, la dirección de la economía de mercados y del Estado neoliberal de hoy sólo escucha, para recuperarla, un juicio cuyo sentido surja de una distinción entre un estado de cosas real y uno deseable. Es decir, una apelación ética que se distingue de la pura consideración de la fuerza o los engaños del poder y apela a la justicia en serio, puesto que si no fuese más que un señuelo ideológico ¿qué sentido tendría el juicio?(72). El espíritu económico del mundo en red, la idea de pro-yecto y movilidad como supremo bien común, obliga a enfrentar la nueva for-ma de explotación (“exclusión” de la red) y la ideología de la “fl exibilidad” a través de una discusión tenaz, amenazadora e inventiva, de todo desacato de las normas, reglas y compromisos que organizan la cooperación reticular de la red. Una discusión que es interpretación correctamente realizada de los espacios en que el saber y el valor de la producción se realizan. La sola condición para dotar de fuentes normativas a la crítica social que enfrente la conformidad en red es reconocer un mundo común:

Una teoría de la explotación debe mostrar que el éxito y la fuerza de algunos se deben, de hecho, al menos parcialmente a la intervención de otros actores cuya ac-

73 Cusset, F.: (2005) op. cit. pág. 169.74 En Cusset, F.: (2005) op. cit. pág. 316.75 Budgen, S.: (2000) op. cit. id.

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tividad no es reconocida ni valorizada. Esta perspectiva crítica supone, en primer lugar, la existencia de un mundo común. Para conectar exclusión y explotación hace falta, como mínimo, estar en condiciones de fundar un principio de solidaridad entre la felicidad de los fuertes (grandes) y la miseria de los débiles (pequeños). En efecto, si por un lado tenemos a fuertes muy dichosos y por el otro a pequeños en míseras condiciones, pero sin relación los unos con los otros y moviéndose por mundos totalmente distintos, entonces la idea de explotación carece de sentido (466).

En toda red, sostienen nuestros autores, hay formas propias de explotación, cuya clave está en que es explotado aquel impedido de realizar intercambios y ganar “movilidad” en las decisiones y gestión de los recursos. Una imagen neta de esa explotación es el trabajador fi jado en la empresa de las maquilas de la frontera de México con EEUU, que recuerda el teórico ítalo-brasile-ño Giuseppe Cocco: las maquiladoras, para explotar los bajos salarios de la frontera, tienen necesidad de mantener la frontera, pero las luchas indican los fl ujos migratorios capaces de socavar la frontera y de abrir “un nuevo horizonte, una nueva ofensiva, un nuevo despliegue”.76

Mirada técnicamente, la transmisión de información es esencial para las re-laciones en que el valor agregado es conocimiento. En estos casos, sin saber con exactitud lo que busca, el innovador o quien quiere aprender se encuen-tra frente a un corpus de textos, artículos, obras, patentes a menudo alejado de sus propias competencias, en que la selección de la información pertinen-te para una recombinación exige conocimientos y, más exactamente, un sen-tido de la orientación que no se adquiere más que a través de la experiencia acumulada (192). La efi ciencia técnica en red exige una búsqueda del valor agregado por relaciones comunicativamente procesadas de confi anza cuyo tipo ideal es la música, nada menos. El postulado será que la información transmitida en una relación personal con alguien de confi anza posibilita un ahorro considerable de tiempo y de esfuerzos, la conversación transmite la información con las determinaciones o, por analogía con la música, con las armonías que le confi eren un sentido, más precisamente, que la orientan en el sentido de lo esperado y de los intereses del que la recibe y que, sin este formateado, no sería capaz de “intuir” aquello que podría serle útil (192).

Sin embargo, los procesos de producción en red, lejos de ser invisibles y musicalmente armoniosos, no reservan oportunidades equivalentes, ni de información ni de acceso a bienes, para personas y grupos en iguales con-diciones, aunque los convocan sistémicamente a adaptarse o desaparecer.

76 “América Latina está viviendo el momento de una ruptura”, entrevista conjunta de Giuseppe Cocco y Toni Negri, Página 12, Buenos Aires, 14 de agosto de 2006.

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Imponen una mentalidad de gestión que tras sustituir el contrato laboral por uno comercial prestador de un “servicio” (por ejemplo, de “subcontrata-ción”) busca desembarazarse de las constricciones del derecho laboral y de las normas tradicionales de protección del trabajador. El examen de ciertos confl ictos sindicales en el sector de la gran minería del cobre chilena avala las tesis del nuevo espíritu sobre la subcontratación como paradigma de la explo-tación capitalista en el mundo actual. La percepción es que las experiencias de subcontratación generalizadas por las economías de red son el arquetipo de las nuevas formas de explotación que surgen. Al excluir, por medios rela-cionales informacionales, a ciertos grupos y procesos de trabajo, del acceso a los nodos del encadenamiento productivo matriz, les imponen una inmo-vilidad y desvinculación que no pueden resolver sin lucha y que son origen de benefi cios acrecentados para quienes operan desde tales nodos. La escla-recedora observación de Boltanski y Chiapello sobre esta nueva fi gura de la acumulación capitalista y de la conformación de actores en las relaciones de poder en red puede ser ampliada, como veremos en el apartado 8, al sector de logística, infraestructura, transporte y telecomunicaciones, cuya producti-vidad es en una red saturada de saber, información y conocimiento.

Si se quiere reducir la explotación conexionista, dicen los investigadores cita-dos, habrá que hacer un esfuerzo inédito para interpretar, medir e inventariar, siempre al día, el censo de actores y sus contribuciones al producto de la red; establecer modos de remuneración que preserven la empleabilidad del trabaja-dor, valúen su balance de competencias transportables y establezcan contratos de actividad (diferenciada entre diversas empresas o contratantes) antes que contratos de trabajo prefi jado, como lo fueron siempre. Una regulación de la justicia no sólo en el ámbito de cada nodo sino en el conjunto de la red. Habrá que regular una igualdad de oportunidades de movilidad que compense las difi cultades de reinserción, de personas y grupos, no atribuibles a las opciones que adopten. Remover obstáculos a la inserción atribuibles a carencias de ac-ceso a recursos y decisiones claves, carencias por lo demás no resolubles sin una política fundada en sólidos argumentos de realidad(494 y ss.).

El método del nuevo espíritu, en esta su parte más esencial, gana sentido prác-tico si adquiere la noción de “espacio de interpretación” comunicativa (ne-gativa) de las reglas de saber y salario, que Marazzi propone como modelo de nuevas formas de negociación colectiva. La convergencia de ambos en-foques es notable en la elaboración de sus conceptos de explotación en régi-men conectivista. Pero Marazzi aporta la novedad de un análisis económico de los esquemas de valorización que coincidirá con la sociología de aquellos

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en asignarles la forma de red: las premisas del nuevo paradigma productivo, dice, son conexión en lugar de separación, integración en lugar de segmen-tación, simultaneidad en tiempo real en lugar de fases secuenciales. En otras palabras, la producción no empieza ni termina en la fábrica, la productividad en tanto que medida del valor económico empieza antes de que el trabajador llegue a la ofi cina.77 Ante la búsqueda compulsiva de fl exibilidad, productivi-dad y costos que defi ne hoy la economía globalizada, afi rma Marazzi, la ga-rantía de que la reducción del salario no será mayor que la justa proporción exige una noción de regla establecida entre empresa, empleados y Estado. “Se trata de reglas que, si se quiere evitar la práctica recurrente de desviar hacia la externalización [outsourcing] toda resistencia a la reducción del salario, deben incluir necesariamente a los sujetos que constelan el universo de la subcontratación y sin los cuales la interpretación de las reglas establecidas estaría coja de partida”.78 Marazzi presenta entonces su tesis de espacio de interpretación como medio de generación y aplicación comunicativas de tales reglas (según vimos en el epígrafe).

Es una adquisición clave para el actor y el investigador social la posibili-dad de un diseño práctico o proyecto en red elaborado sobre la base de circuitos y dispositivos de acción comunicativa. Por ejemplo, al modo del aprendizaje dialógico y polifónico, en realidad interpretativo, reseñado por Sergio Celis, en su artículo citado, complementado con las indicaciones metodológicas de decisión racional pragmática que María Herrera y Pa-blo De Greiff sugieren en propuestas que incluimos en el apartado 2.79 Nuestra hipótesis metodológica gana en complejidad y variables explica-tivas de un proyecto social si suma la idea de espacio de interpretación de Marazzi, reelaborada en términos de acción comunicativa, a la noción de campo económico de Pierre Bourdieu y las fi guras de actor y de capital que, en éste, compiten en función de las fuerzas relativas que hacen jugar. Para el caso, las de capital cultural (los aprendizajes, saberes y competencias técnico profesionales acreditables socialmente), capital social (los recursos movilizables en redes a través de relaciones y acciones de cooperación

77 Marazzi, C.: (2003) op. cit. págs. 64-65.78 Id. pág. 70.79 La ingenua crítica de Marazzi a Habermas por su pretensión “voluntarista” de entender como “obje-tiva” la dimensión comunicativa de las relaciones sociales (op. cit. págs. 26-27) no se sostiene: la objeción es de orden “fáctico” y deja incólume la teoría criticada en el orden que le es propio, el de la teoría. Esta discusión es vieja entre los “comunicativistas” y está hecha y resuelta, al nivel discursivo en que puede estarlo. No obstante, la elaboración de Marazzi es valiosa en indicaciones sobre la economía “real” utilizables para la crítica y la acción: es una de las pocas teorías económicas que intenta asumir una epis-temología de la ciencia social afi rmada en el “giro lingüístico” (operante, aclaremos, desde hace cinco seis décadas, por lo menos).

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o asociación) y capital simbólico (los recursos devenidos de las lógicas dominantes de “honor”, “reputación”, “buena fe”).80 Por su importancia metodológica para el conocimiento y las decisiones de acción negociadora o diferenciadora que haya de adoptarse, habrá que acordar con Bourdieu que esos encuentros y competencias en el campo económico tienen lugar constreñidos y liberados por el habitus: esquema de percepción y aprecia-ción o elección (gusto) que media entre las disposiciones a actuar y la toma de decisión respectiva. El habitus surge de la historia del campo a la vez que lo reproduce dando lugar a “rutinas” de comportamiento razonable, individual y colectivo:

[...] en razón de las regularidades inscriptas en los juegos recurrentes que en él se desarrollan, el campo propone un futuro previsible y calculable, y los agentes ad-quieren en él conocimientos prácticos y disposiciones transmisibles (a veces llama-das “rutinas”) que son la base de previsiones prácticas más o menos groseramente fundadas.81

La noción de campo de Bourdieu, que aprovechamos para el método ana-lítico de los espacios de interpretación comunicativa de las demandas en economías en red, abre el discurso crítico a las elaboraciones, ya clásicas en la sociología moderna, de Nancy Fraser sobre la “lucha por la interpretación de las necesidades”. Lucha que se realiza por “medios socioculturales de interpretación y comunicación” con recurso a los cuales una sociedad dada fi ja los lenguajes reconocidos para argumentar demandas, los términos (tera-péuticos, administrativos) del léxico aceptable, los paradigmas de argumen-tación discursiva del confl icto (científi co, democrático –por mayoría-), las convenciones que identifi can actores y los modos de subjetivación de estos (“normales”, “desviados”, “autodeterminados”, “víctimas”, “activistas”).82

80 Bourdieu, P.: “Las estructuras sociales de la economía”, Ediciones Manantial, Buenos Aires, 2008, págs. 15 y ss.81 Id. pág. 224. Bourdieu insiste en su texto sobre una distinción satisfactoria entre los términos “ra-cional” y “razonable”, este último curado de la enfermedad del “racionalismo” (id. pág. 22). Pensamos que se equivoca productivamente. “Razonable” es también el uso público de la razón según argumentos racionales, es decir, un uso en el cual estos argumentos son razonados intersubjetivamente, como en la acción comunicativa. Apoya nuestro argumento pensarlo como J. Rancière con el uso de la razón en la sociedad. Para constituirse en tanto tal ésta debe establecer la desigualdad de principio, dice, pero en ella todo individuo puede recurrir a la inteligencia del entendimiento más razonable posible: “Una sociedad, un pueblo, un Estado, siempre serán desrazonables. Pero se puede multiplicar en ellos el número de hombres que harán, como individuos, uso de la razón y sabrán, como ciudadanos, encontrar el arte de desrazonar lo más razonablemente posible” (Ver Rancière, J.: “El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual”. Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007, págs. 127-128). 82 Fraser, N.: “La lucha por las necesidades: Esbozo de una teoría crítica socialista-feminista de la cultura política del capitalismo tardío”, en Revista Debate Feminista, N° 3, México, 1991, págs. 5-6.

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Convergiendo con la teoría comunicativa de la explotación tecnocrática (en red informacional) en el nuevo espíritu del capitalismo, Fraser se dice “grams-ciana” al entender la interpretación de las necesidades sociales no sólo como efecto de poder desde “lo alto” del sistema, sino como disputa comunicativa por la construcción de hegemonía en la sociedad. “He elaborado una perspec-tiva cuasi gramsciana en la que las luchas sobre signifi cados culturales e identi-dades sociales son luchas por la hegemonía cultural, o sea, luchas por el poder de construir defi niciones autorizadas de situaciones sociales e interpretaciones legítimas de necesidades sociales”, dice al respecto.83

Hemos destacado en otro lugar la solidez teórica y metodológica de un es-tudio de políticas públicas en salud, educación y derechos individuales en EEUU, que permite a Fraser valorar el potencial de justicia encarnado en mo-vimientos sociales que transforman las necesidades de privadas en públicas.84 El campo de disputa sobre el signifi cado de las necesidades (análogo a nuestro “espacio de interpretación”), dice ese estudio, no es de diálogo sino multidi-mensional, está cruzado desde arriba abajo en la sociedad por múltiples dis-cursos, lenguajes y operaciones de poder, surgen de allí referencias dispares y multitud de voces.85 No obstante, esa forma social convierte las necesida-des en candidatas para disposiciones estatales, dando lugar a la intervención “desde arriba” del discurso de los expertos, por defi nición restrictivo (se guía por criterios técnicos para resolver problemas). El experto puede ser acadé-mico, que hará de las necesidades un objeto de investigación; jurista, que las

83 Fraser, N.: “Unruly practices: Power, Discourse and Gender in Contemporary Social Theory”, Univer-sity of Minnesota Pres, Minneapolis, 1989, pág. 7 (citado en del Castillo, R.: “El feminismo pragmatista de Nancy Fraser: Crítica cultural y género en el capitalismo tardío”, en Amorós Celia y de Miguel Ana (eds.): “Teoría feminista: de la ilustración a la globalización” Vol III, Minerva, Madrid, 2005. pág. 260). La excelen-te presentación “pragmatista” que hace Castillo del trabajo investigativo de Fraser intenta, a nuestro modo de ver infructuosamente, diferenciarla de la teoría de la “acción comunicativa” de Habermas y, más fruc-tuosamente, acercarla a la de Bourdieu sobre las “economías de los intercambio simbólicos”. Fraser, por su parte, no se ahorra esfuerzo en vincularse a los teóricos de la “acción comunicativa”, no sólo a Habermas sino, por ejemplo, a T. McCarthy, para dar a su discurso la dimensión de una “teoría crítica” que ya no se autocomprende “trascendental” sino racionalmente situada en realidades locales [cfr. Fraser (1991), op. cit. pág. 30) a la manera que hemos recordado en el apartado 3, recurriendo a De Greiff.84 Rojas, E.: (2008) op. cit. págs. 276 y ss.85 Fraser, N.: (1991) op. cit. pág. 13. La teórica estadounidense declara basarse en H. Arendt y su noción de lo “social” (tan diferenciada como es ésta de lo “político”, en el discurso arendtiano) para caracterizar las necesidades sociales que se originan en los ámbitos tradicionales no públicos (familia, empresa) y “hu-yen” hacia el espacio público politizándose. Consecuentemente con esta diferenciación, Fraser aclarará que su idea de lo social difi ere de la de Arendt, pues “mientras ella concibe lo social como un espacio unidimensional totalmente bajo el dominio de la administración y la razón instrumental, yo lo concibo multivalente y cuestionado. Así, mi perspectiva incorpora algunos rasgos del concepto gramsciano de «sociedad civil»”. En este sentido, con la aclaración de Fraser podría considerarse plenamente autorizado el uso de lo político comunicativo que Tania Cadima da a la noción respectiva de Arendt cuando la ocupa para analizar esquemas de decisión directiva empresarial (Cadima, T. en este libro, op. cit.).

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defi nirá en términos legales e institucionales; administrador, que las verá como fuente de programas o servicios burocráticos o, por último, terapeuta, que las orientará a corregir las desviaciones individuales supuestamente manifi estas en ellas. Todos estos tipos de discurso tienden a ser despolitizadores pues sa-can el problema de su tratamiento público, pero a menudo no evitan efectos contradictorios y pueden tender, también, un puente hacia el espacio público: los movimientos sociales logran algunas veces cooptar a los públicos «be-nefi ciarios» de los discursos de los expertos, o crean segmentos opositores, críticos a ellos mismos; los públicos que reciben los discursos de los exper-tos algunas veces adquieren cierta porosidad, de modo que se convierten en discursos puente, que unen de manera fl exible a los movimientos sociales organizados con el estado social.86

La interpretación real de las necesidades será aquella que merezca una califi ca-ción democrática y cuyos resultados sean de justicia, es decir, tengan la aceptación de los afectados. Nancy Fraser concluirá retomando ideas de la ética discursiva habermasiana para plantear un criterio que posibilite evaluar equitativamente la justicia de interpretaciones de necesidades que compiten entre sí. Se puede distinguir, por este método, entre mejores y peores interpretaciones de las ne-cesidades humanas. Una interpretación justifi cada tendría que descansar en dos tipos de consideraciones, unas de orden procedimental (tiene que ser elaborada democráticamente) y otras de consecuencias (tiene que llegar a un resultado los más afectados consideren justo). El criterio es que dar validez a una evaluación de ne-cesidades equivale a equilibrar democracia e igualdad: las consideraciones de procedi-mientos prescriben que, en igualdad de circunstancias, las mejores interpretacio-nes de las necesidades son las que se logran mediante procesos comunicativos que se aproximan más a ideales de democracia, igualdad y justicia y, en general, las consideraciones sobre consecuencias prescriben que, en igualdad de circuns-tancias, las mejores interpretaciones son aquellas que no generan desventajas de unos grupos frente a otros.87

Para la acción sindical, por ejemplo, la experiencia en el sector de activi-dad es un espacio de interpretaciones económicas que se abre a múltiples relaciones de confi anza y crítica en la economía en red. Espacio o campo, a la manera de Marazzi, Bourdieu y Fraser, en que la capacidad de anudar relaciones es fuente de benefi cios y debiera permitir identifi car la carencia de estos. De lo contrario “la felicidad de los ricos permanecería en el misterio” (como decía Marx a propósito de la valorización del capital) recuerdan los autores del nuevo espíritu: en un mundo conexionista la contribución especí-

86 Fraser, N.: (1991) op. cit.87 Id.

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fi ca de los pequeños al enriquecimiento y origen de su explotación por los grandes reside precisamente en lo que constituye su debilidad en este marco, su inmovilidad y carencia de conexiones signifi cativas en cuanto a produc-tividad. La idea es que sin una fuerte intervención sobre los procesos de la economía, que discuta desde las lógicas de ésta sus desempeños de valor agregado y las pérdidas que causa a quienes impide movilidad y acceso, la precariedad, las desigualdades y la desconfi anza generalizada (interpretada a menudo como “individualismo”) se reproducirán(494).

7.DESPUÉS DE MAYO DEL 68: LA CRÍTICA ARTISTA RECUPERADA COMO INNOVACIÓN

Desde la perspectiva de la modernidad entendida como proyecto cultural y socie-tal emancipatorio, el sujeto portador de libertad supone un deseo de actuar y de ser reconocido como actor, como actor consciente y crítico, como sujeto que busca, en relación con otros actores, comprender y desarrollar esa libertad. Empero no actúa desde la nada, actúa desde lo vivido, con sus «dimes» y sus «diretes», con el peso tremendo de toda una cultura sobre las espaldas. Por todo esto bajo la modernidad nadie es totalmente libre ni nada está totalmente determinado.

Fernando Calderón. 88

Para la teoría del nuevo espíritu del capitalismo, la idea de ciudad por pro-yectos recupera la tradición de escrutinio de la demanda de autenticidad y de emancipación que creció en la era industrial: una relación consecuente de las ideas morales con las prácticas que las invocan. Tradición, digamos, de ciencia social reveladora de alienación y extrañamiento en la acción co-lonizada por el consumo y la tecnología del mundo de hoy. ¿Crítica a una cultura y a una mentalidad de gestión y de decisiones políticas en donde toda relevancia sólo puede expresarse en un precio? Hace treinta años, la teoría social anunciaba que hay “crisis de legitimación” del sistema político admi-nistrativo y económico cuando ocurre que las carencias de sentido de la vida y del trabajo, emergentes de los procesos de modernización, ya no pueden ser compensadas por la oferta de consumo de bienes ni por el “bienestar” consiguiente.89 El extrañamiento de la acción social y política, entonces, se traduce en “privatismo civil”, un interés por la administración fi scal y la se-guridad social y una pérdida de experiencia social, un desinterés crítico por toda acción cuyo horizonte es el gobierno o la política complementado con el surgimiento de una elite técnico económica con “altas barreras de entra-da”, destacado por Matías Cociña en la Introducción de este libro.

88 Calderón, F.: (2000) op. cit.89 Habermas, J.: “Problemas de legitimación en el capitalismo tardío”, Amorrortu, Buenos Aires, 1986, págs. 88 y ss.

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La polémica que emprenden Boltanski y Chiapello se ubica con pleno dere-cho en ese paisaje de la historia de la ciencia social. Se dirige al salvataje de la crítica artista como rechazo intelectual y existencial a la deshumanización del trabajo y a la tecnifi cación del mundo de la vida, imputables a la gestión de la economía global. Rechazo basado en principios a la alienación, inautentici-dad o inhumanidad de las relaciones sociales en el capitalismo del siglo XXI, en particular al privilegio del consumo y el “cliente” sobre la producción y el ciudadano, que hubo de alcanzar su punto histórico más alto en la epopeya de los estudiantes de mayo del 68 en Paris. La historia mostraría que aún el pensamiento dirigencial más racionalista e instrumentalizador puede com-prender, explicar y criticar, la forma fetichista de la mercancía y de los esca-parates de venta del marketing de hoy. Por eso, en la ciudad por proyectos es posible una política de autenticidad entre gestor y actor de las redes, por su lado, y logros de productividad en éstas, por otro; como lo es una política que aprende de la historia del capitalismo a cooptar (operar un “bucle de recuperación” de) la crítica artista más acerba, en función de la acumulación de ganancias y la expansión de los mercados.

Para la política del mundo conexionista, esta integración al sistema es un paso que los críticos cooptados en cargos de responsabilidad explican, a menudo, como una prueba de realidad. Así, los “expertos de izquierdas”, implicados en los problemas reales y próximos del poder político, “integraron en su cultura, de una manera signifi cativamente rápida, las demandas patronales y, en particular, los imperativos de fl exibilidad”(290). Transferencia de compe-tencias de la izquierda política hacia la gestión que no se limitó a los estudios de la política pública, como pudo esperarse, sino que ganó las empresas. Así, los nuevos consultores formados en la “efervescencia que siguió a mayo de 1968”, han invertido en sus servicios empresariales una destreza adquirida no a través de un aprendizaje técnico sino “a través de la vida que han lleva-do”; su persona, su experiencia más íntima, sustentará a partir de entonces su valor profesional (291).

Se habían convertido en expertos en la crítica foucaultiana del poder, en la de-nuncia de la usurpación sindical, en el rechazo del autoritarismo bajo todas sus formas, sobre todo el de los pequeños jefes, y, a la inversa, en la exaltación humanista de las extraordinarias posibilidades escondidas en cada persona, por poco que se le conceda consideración y se la deje expresarse, en la valoración del cara a cara, de la relación personal, del intercambio singular, y en la adopción proselitista de una actitud de apertura, de optimismo y de confi anza frente a las incertidumbres, siempre benefi ciosas, de la existencia (292).

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Propia de la fi losofía primera, la noción de autenticidad, recuerdan nuestros autores, sólo tenía afi nidades con la fi gura del artista. Es decir, sólo daba espacio para una política problemática, que uniría todas las facetas de la exis-tencia del sujeto en torno a la realización de una “obra” (única e irrepetible) y la singularidad de su creador. El capitalismo aun con sus reorganizaciones y cambios de espíritu difícilmente podía ofrecer, sin desnaturalizarlas, las opor-tunidades de autorrealización y libertad creadora que tal idea de la acción (po-lítica) presuponía (531). Sin embargo, el funcionamiento en régimen normal del sistema permite y permitió siempre operar un bucle de recuperación de de-terminados valores, aunque sólo buscó una respuesta efi caz a la crítica de la inautenticidad cuando encaró la formación de su “tercer espíritu” (552). Si el primero fue del “burgués emprendedor” y el segundo del “director organi-zador”, el tercero lo será del “hombre masifi cado tecnológicamente”, ima-ginación de una vida wired sin contrapesos, recuerda Sebastián Depolo.90 La pérdida de autenticidad es uniformización, “pérdida de diferencia” entre los seres, objetos o humanos: los “objetos” del proceso de producción lo son “en serie”, “no solamente no existe entre ellos ninguna diferencia, sino que todos requieren, para funcionar, una utilización idéntica”, estandarizando procesos y productos, usuarios y clientes, sujetos y agentes (552).

Surge así un espíritu del capitalismo “mercantilizador de la diferencia”, in-cremento de la mercantilización de ciertas cualidades de los seres humanos que bus-ca “humanizar” tanto los “servicios a las personas”, esenciales al modo de producción actual, como las relaciones laborales (558). Los servicios a las personas se efectivizan habitualmente “cara a cara”, la transacción en acto incluye, al mismo tiempo que el “servicio”, dimensiones vinculadas a la pre-sencia del cuerpo del agente, su simpatía o antipatía, la atracción o rechazo que induzca en el cliente de modo de infl uir en la ganancia. Esta presencia de “cualidades personales” puede ser espontánea y no premeditada o, por el contrario, objeto de una selección o formación específi ca, como ocurre por ejemplo en McDonalds, dónde las “chicas” son dirigidas a la atención de público cuando al encargado le parecen especialmente “guapas”(id).

Puesto en una frase: atributos de la personalidad son transformados en atributos de la productividad, las personas son productos susceptibles de gestión, “de tal suerte que el descubrimiento de la verdadera naturaleza de una relación (puramente «mercantil» o vinculada además con sentimientos «reales») permanece siempre en suspenso y queda muy a menudo sin res-

90 Cfr. Depolo, S.: “Economía, sociedad y nuevo espíritu del capitalismo. La transformación de la fun-ción directiva”, en este libro.

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puesta” (id). Se hace ineludible así una precisión: las “cualidades interacti-vas” comprometidas en el proceso descrito, precedentemente excluidas de las defi niciones de salario y contrato de trabajo, son recomendadas hoy en día dentro del colectivo de trabajo mismo, la norma pasa a estar en el hecho ¿con qué derecho?. En el mundo conexionista, la importancia del rol del mediador, de las relaciones personales, la amistad o la confi anza en la con-secución del benefi cio y, correlativamente, el debilitamiento de la distinción entre vida privada y laboral introducen las relaciones, que antes defi níamos como “desinteresadas”, en la esfera mercantil (id).

La economía cultural y tecnológica resultante es materia privilegiada del mana-ger de la innovación, artista, organizador y hombre de negocios cuya grandeza brilla en el mundo de hoy. Para la acumulación que aquel dirige, todo recurso o persona es susceptible de transformaciones múltiples, reina la “diferencia”. La mercantilización se concretará así como operación selectiva de los rasgos conservables, “codifi cación” de los costos fi nancieros “elemento a elemento” y de sus modifi caciones destinada a servir de soporte al marketing respectivo (561). Serán competitivos, dice la nueva regla, productos diferenciados o “per-sonalizados” aunque del mismo estilo como tributo a la masividad. Ocurre entonces, como anota Budgen maliciosamente, que la literatura de gestión se ha tornado tan “rizomática” que Deleuze y sus seguidores “podrían fi gurar como gurús de la gestión en lugar de fi lósofos antisistémicos”.91 Y no le faltan argumentos para la ironía. Los mismos Boltanski y Chiapello ponen como ejemplo de la evolución en curso del pensamiento capitalista los préstamos que ha obtenido de la french theory, en particular de Jacques Derrida y Gilles Deleuze. Lo reconoce también François Cusset en su relato de la recreación en EEUU, durante los años 80 y 90, de las teorías de Foucault, Derrida o Deleuze como aliadas avanzadas del nuevo espíritu económico:

[...] la diferencia es una cuestión política y fi losófi ca demasiado urgente como para dejarla en manos de quienes la administran, la organizan, la redistribuyen calculadamente a lo largo de sus segmentos de mercado. En efecto, mientras tenía prohibida la residencia en el campo intelectual francés y nutría los debates teóricos de la universidad estadounidense, la diferencia se convertía en el aliado providencial del capitalismo avanzado e incluso en uno de los componentes del «nuevo espíritu del capitalismo» que estaba emergiendo, enriqueciéndose con la absorción de sus críticas y de todos sus contrarios.92

91 Budgen, S.: (2000) op. cit. págs. 184 -185.92 Cusset, F.: (2005) op. cit. pág. 330. La mención específi ca al nuevo espíritu la extrae Cusset de Boltanski y Chiapello en su edición francesa citada (cfr. Boltanski, L. y Chiapello, E. [1999] op. cit.).

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Efectivamente, el nuevo espíritu capitalista aprende de innovación con De-rrida, sabe hablar y conversar haciendo la tarea de la deconstrucción de la oposición entre la “voz” y la “escritura”, aprende entonces a establecer una distancia frente a todo lo que le sugiere “presencia” inmediata, desmontando un símbolo (la escritura) que desde siglos era el resorte más potente de toda exigencia de verdad y autenticidad (574-575). Aprende además a innovar con Deleuze y su discurso de la representación, crítica de la adecuación de la cosa al concepto y, por consiguiente, juego profundo de la diferencia y la repeti-ción. La cita de Deleuze lo dice todo: “nuestra vida es de tal modo que, al en-contrarnos con las repeticiones más mecánicas, más estereotipadas, fuera de nosotros y en nosotros, no dejamos de extraer pequeñas diferencias, varian-tes o modifi caciones”(575).93 La conclusión es que la primacía del código o la escritura tanto como la revelación de lo ilusorio de la presencia indiferente sirven de soporte a un rechazo de la inautenticidad de las relaciones que pro-pugna el espíritu del capitalismo, pero no permiten una expresión auténtica. La crítica artista y la política de la autenticidad imaginada en mayo del 68 se han quedado sin suelo. La radicalidad de la french theory socavará así la base normativa y cognitiva de su denuncia.

Una vez más la cultura analítica “benjaminiana” salva el valor práctico del pensamiento abstracto. El consumo no es puro fetichismo o acontecimiento sin historia (en tal caso bastaría su paciente desmitifi cación) sino una “fan-tasmagoría”: “una mercancía que consigue presentarse ante nosotros como si no hubiera tenido proceso de producción”.94 La técnica moderna, dice Mate, tiene algo que no tenía la producción industrial, la mercancía no surge en la fábrica sino en los escaparates, la diferencia se aprecia no en la produc-ción, que puede ser formalmente igual ayer y hoy, sino en el consumo. En el capitalismo anterior las fábricas eran visibles para señalar la importancia y carácter de la organización del trabajo, ahora esa organización es más bien virtual. La diferencia entonces entre la “ciudad industrial” y la “ciudad de proyectos” está no tanto en la técnica como en el consumo: “En la signifi ca-ción que tiene hoy el consumo de la técnica: un coche, por ejemplo, no vale por el servicio que presta, ni por la millonada que hay que pagar, sino, sobre todo, por el prestigio que lleva consigo”.95

La mercancía fantasmagórica de fl ujos en red vela el proceso de producción real para presentarlo como algo “no hecho” y, por tanto, “santo y sobre-

93 La cita es extraída por Boltanski y Chiapello de: Deleuze, G.: “Différence et répétition”, PUF, Paris, 1968.94 Mate, R.: (2006) op. cit. pág. 39.95 Id.

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natural” pues que no hay huella humana en él. Los signos del trabajo que emergen de sus prácticas remiten a una mercancía que aparece como algo derivado, “sin autoridad para presentarse como creador y dador de sueños”, sueños que Benjamin pensaba anunciadores de cambios en la historia. Esa autopoiesis da a la mercancía autoridad para presentarse ante el consumidor como ideal de felicidad, más aún, como realización de la felicidad, pero los sueños no son entonces los que hemos tenido sino los que tenemos que tener, “son sueños que nos sueñan” y nos constituyen.96 Así para esta idea similar a la de Jorge Larraín en el apartado 1 sobre las identidades en los jóvenes chilenos, la política, realización de la sociedad, “consistirá en con-sumir no la cosa que se nos ofrece sino el sueño que representa”, si ahora hablamos de valor, es el consumo social de las utopías, la construcción de los sueños incumplidos, lo que tiene que pensar la política:

El proyecto benjaminiano busca la identifi cación de los sueños de nuestro tiem-po: lo que les da vida y lo que los frustra. Los sueños que le animan de hecho son los de los escaparates. Pero esos sólo acarrean la frustración del sueño verdadero, el sueño de felicidad a cuyo servicio quiso ponerse la técnica en sus inicios.97

La refl exión sobre la fantasmagoría de la experiencia de consumo desve-la los sueños de un poder que es manipulación, pero ¿por qué anteponer esa refl exión al juicio de la explotación en la economía de red escenifi cado por Boltanski y Chiapello? La crisis actual de la crítica artista, postulan ellos, se debe sobre todo a su éxito, a la facilidad con que fue recuperada por el capitalismo de fi nes del siglo XX (439). La demanda de autonomía que generalizó se transformó en empoderamiento en las empresas que ganaban disminuyendo costos de control, la de creatividad, que estaba en el centro del cambio deseado, lo hizo a través del reconocimiento de la inventiva de los “cuadros”, la de autenticidad pudo ser recuperada por formas de producción de “pequeñas series” en que imperaba el “buen gusto” y la de liberación se ha visto superada y cooptada por los nuevos mercados de bienes de “alta gama” que surgían al ritmo de la liberación cultural y el ecomarketing. En los últimos cuatro decenios, la historia de la competencia capitalista no sólo legitima la creatividad mercantil del mundo de los proyectos sino también señala límites, da bases para su crítica:

Sin duda son estas las razones por las que la implantación de los valores de la ciudad por proyectos en unos dispositivos de prueba no puede considerarse como una solución sufi ciente a los problemas sociales generados por las nue-vas formas del capitalismo, aunque tendrían, al menos, el mérito de reducir los fenómenos de explotación y el desarrollo de las desigualdades. La crítica artista

96 Id. pág. 40.97 Id.

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sigue siendo completamente pertinente a la hora de poner en tela de juicio las legitimaciones que la ciudad por proyectos lleva a cabo a medida que dicta reglas al nuevo mundo. En particular urgiría reconsiderar el tema de los límites que sería necesario imponer a la mercantilización. También sería preciso recuperar la posibilidad de replantearse la validez del tipo de libertad al que se puede dar rienda suelta en un mundo conexionista, aún después de haber sido enmarcado por las convenciones de la ciudad por proyectos (590-591).

Esta crítica de la “creatividad tecnológica” en red, decisiva para develar va-cíos e inconsistencias del sentido común en tecnología o de sus políticas públicas, raramente es relevada en los estudios del ramo. Por ejemplo, el re-conocido representante argentino de los “estudios culturales”, Néstor Gar-cía Canclini, lee en Boltanski y Chiapello “cómo las empresas se apropian de los aportes creadores de las artes y del pensamiento estético crítico para renovarse”, constatando que la respuesta de la gestión a la crítica artista “consiste en promover la creatividad de los asalariados y premiar su inven-ción, imaginación e innovación usando las tecnologías recientes”.98 Nuestro punto es que este discurso, aún si registra que la creatividad retrocede ante el dominio de las “prácticas programables”99 (toda gestión productiva es programable, aclaremos) no interroga la validez teórica y conceptual del uso de categorías analíticas como “innovación” o “creatividad”. Las cuales, por lo demás, son el núcleo duro de la autopresentación textual del sistema en el discurso global del capitalismo conexionista.100

8. ¿UN “INTELECTUAL ORGÁNICO” SIGLO XXI PARA LA AUTENTICIDAD POLÍTICA?

Si entre todas las palabras hay una que no es auténtica –señaló alguna vez Maurice Blanchot- ésta es seguramente la palabra «auténtico». Nuestra tarea –nuestra responsabilidad frente al presente- se traduce, por lo tanto, en regresar a la experiencia, a los lenguajes cada vez más paradójicos e «inau-ténticos» con los que está entretejida nuestra experiencia.

Giacomo Marramao.101

En Boltanski y Chiapello el análisis del espíritu del capitalismo es un diálogo poli-fónico de teorías críticas y de acción genuinamente innovadora. Resta someter

98 Cfr. García Canclini, N.: “Lectores, espectadores e internautas”, Gedisa, Barcelona, 2007, págs. 55-56.99 Id. pág. 56.100 Ni innovación es asimilable a “invención” sin pérdidas de experiencia y sentido que no se explicitan, ni la creatividad es una “imaginación” (tecnológica) sin trabajo colectivo “rutinizado”, podemos argu-mentar a este autor siguiendo a Boltanski y Chiapello y nuestras propias investigaciones [Cfr. Rojas, E.: (1999) op. cit.]. El análisis del saber en acto de producción y de su “creación” exige un abordaje sistemáti-camente refl exivo, que diferencia, hibrida, examina el uso (público) de la palabra (innovación, tecnología) y la hace intersubjetiva, si quiere evitar derivaciones que disminuyan su valor “verdad”.101 Marramao, G.: “Identidad y contingencia. Zona de confi nes” (2006) Pasaje a Occidente, op. cit. pág. 104.

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la crítica artista a la prueba de una política de autenticidad o hacerse cargo de una ciencia social “del reconocimiento” que solvente la condición pragmática de que sus hallazgos no son manipulación. Esto es, como decía Gramsci en el epígrafe inicial, reconocer una “cierta sinceridad” al espíritu del capitalismo. El más reconocido de nuestros gramscianos (chilenos) traducirá esta benevolencia del maestro en un particular concepto de estrategia. Un espíritu del capitalismo dotado de autenticidad lograría que su cuerpo teórico “cobre organicidad” y adquiera “veracidad” científi ca sólo en la práctica política misma:102

[es en la estrategia política] donde se ve y programa la acción social que debe constatar la veracidad del momento intelectual. La estrategia política deviene en el unifi cador del momento intelectual y del momento práctico, y por lo tanto, en el vehículo idóneo para cerrar el círculo del conocimiento.103

En el prólogo de este libro, Cortés Terzi lleva más allá su teoría. Podríamos estar hoy, dice, ante la conformación de un nuevo tipo de intelectual orgáni-co del neocapitalismo, especialista en proyectos que trascienden la economía hacia la sociedad, cuya novedad reside en que ya no es cooptado desde otras áreas, como lo fue históricamente, sino que proviene “de las entrañas mis-mas de la empresa y la producción”, es su imaginación más auténtica.

Se entiende que la diversidad estructural e ideológica del capitalismo mo-derno hacen difícil una acción cuya idea rectora sea considerada auténtica por los implicados, es decir, no “sustituya los logros reales de la lucha grupal por el aura sucedánea de las cosas representativas”, como nos advertía Jorge Larraín unas páginas más atrás respecto de los procesos de globalización. El “in-telectual orgánico” que unifi ca práctica con ciencia es una fi gura ideal de difícil ocurrencia en el siglo que se inicia. No por nada Dejours remarca, según vimos, que en contextos de una economía (y sociedad) dirigidas por un pensamiento neoliberal, como tenemos hoy, la distancia entre el diseño y la realidad sólo pue-de ser administrada con racionalidad mediante la construcción comunicativa de compromisos entre puntos de vista distintos. Y la evitación de distorsiones en tales compromisos sólo puede ser real como pretensión discursiva.

Alejándose del teorema de la french theory, para el cual el discurso mismo de la autenticidad provoca un desplazamiento que lo deja sin suelo, Boltans-ki y Chiapello conciben su política contra la inautenticidad basada en una teoría de la justicia: la seguridad como factor de liberación. Todo aquello que aumente la seguridad y estabilidad laborales de las personas libera un

102 Cortés, A.: “Gramsci: Teoría Política (Ensayo de interpretación y divulgación)”, América Latina Libros, Santiago, 1989, pág. 109. 103 Id.

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margen de libertad y da oportunidades para resistir la expansión abusiva del autocontrol que el capitalismo actual exige. Al mismo tiempo, apoyándose en el ideal de autonomía que el nuevo espíritu difunde, permite poner en tela de juicio la multiplicación de dispositivos de control, en especial informáti-cos, que caracteriza sus procesos. Los autores piensan algunos ejemplos de política. Sugieren recuperar dominio del tiempo utilizado para el desempeño del trabajo, retrasando el momento en que se debe rendir prueba de cum-plimiento, esto es, dominio del ritmo con que los agentes deben ofrecer las pruebas de que están cumpliendo con las normas de productividad estable-cidas. La regulación de ese ritmo, dicen, “constituye una parte muy impor-tante de la justicia”(593). Más políticamente y con base en estudios actuales de derecho laboral hacen suya la idea de promover en el mercado de trabajo un tipo de derechos que no sean “meros protectores”, como un “derecho a la iniciativa” en el empleo que habilita el abandono de éste por parte del tra-bajador, un “derecho a la formación” regulada según prioridades y permisos individuales, un “derecho a la crítica” y la expresión en un espacio público institucionalmente protegido. La idea es que la movilidad y fl exibilidad no deben quedar a disponibilidad de la empresa, sino que han de enmarcarse en regulaciones que protejan la movilidad y den un estatuto al “trabajador móvil”(594).

La refl exión sobre la política pública adecuada a las necesidades evidencia así que el discurso del nuevo capitalismo es carente en teorías y prácticas sig-nifi cativas para su estabilización. El rol de la teoría crítica ilustrada para una política efi caz de cambio social sigue siendo esencial:

Si bien creemos que la única esperanza de reconstruir el campo de lo posible radica en un resurgimiento de la crítica, abogar por ella no signifi ca, sin embargo, ni creer a pie juntillas en cualquier forma de acusación o de invectiva ni erigir la protesta o la lucha como valores en sí, con independencia de su pertinencia y agudeza. Criticar signifi ca en primer lugar, distinguir, extraer diferencias de lo que parece, desde un punto de vista extrínseco, amalgamado, oscuro o ingobernable. Así pues, la crítica también necesita análisis, pero además, como ya hemos dicho, medios para acumular los datos originales en los que tal análisis pueda apoyarse, que le permitan su ejercicio con total conocimiento de causa (653-654).104

104 Es notable la coincidencia de este método de “la distinción”, tan propio de la french theory, con otro, semejante de Hannah Arendt. Leamos un diálogo con una de sus biógrafas: “Mary McCarthy: [...] Muy cerca de las raíces del pensamiento de Hannah Arendt hallamos el distingo: «Distingo esto de aquello. Distingo la labor del trabajo. Distingo fama y reputación» etc., etc. De hecho es un hábito medioeval de pensamiento.Arendt: ¡Es aristotélico!McCarthy: Este hábito de establecer distinciones no es popular en el mundo moderno, en el que la ma-yoría de los discursos están rodeados por una especie de contorno verbal borroso [...]

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Una crítica ilustrada y diferenciadora que no amalgame injusticias diferentes en-tre sí parece urgente. La idea de una política de empleo y de trabajo, por ejemplo, que pueda articular exigencias de “movilidad y fl exibilidad” con sus “opuestos” de seguridad y protección suele encontrarse en otros estudios actuales. El teórico académico y consultor de empresas italiano, Sergio Bologna, lo hace manifi esto cuando distingue ciertas tendencias estructurantes que se dan en los sistemas productivos “postfordistas”. Al instar de este pensamiento, resulta ingenuo pen-sar una vuelta generalizada a los contratos de trabajo por tiempo indefi nido como solución para los efectos negativos de las fl exibilidades. La demanda po-lítica es otra, el trabajador móvil, que trabaja por elección o por necesidad de modo discontinuo y relativamente autónomo, no debe sufrir discriminaciones en el acceso a las garantías sociales y asistenciales que requiere el funcionamiento real de los sistemas productivos.105 Los derechos sociales y la protección de la salud, la maternidad y la vejez, sostiene Bologna asentado en experiencias de los que llama “trabajadores autónomos de segunda generación” (“professionals”, “knowledge workers” en los ámbitos postfordistas de los años 80 - 90), deben a todos y no sólo a las categorías de trabajo por tiempo indefi nido.

El horizonte científi co de este análisis es ambicioso: la fi gura central en los procesos de globalización (resumen de las cualidades profesionales de punta en el nuevo espíritu del capitalismo) está en “la inmensa cuenca de mano de obra del sector de los transportes y de la logística”, un sector que trabaja 24 horas sobre 24, uno de los pocos donde el empleo crece a escala mundial y donde se encuentran las formas más desenvueltas de fl exibilidad, en que la gente se mueve sin parar, viaja y encuentra cada día nuevas situaciones y en el cual el agente y el trabajador desarrollan “un sentido de la curiosidad, un interés «cog-nitivo» por el funcionamiento de las cosas, totalmente peculiares”: “Un sector donde hasta el último trabajador con contrato diario que conduce la furgoneta de las entregas o el mozo eventual encargado de la descarga del depósito de mercaderías sabe interpretar los lados ocultos del modo de producción mo-derno, con perspicacia y pasión. Se trata de un proletariado con características culturales muy distintas de las que tenían los obreros de fábrica”.106

Arendt: Es perfectamente cierto lo que dice usted acerca de las distinciones. Siempre que empiezo algo –nunca me gusta saber demasiado bien que estoy haciendo-, lo hago diciendo «A y B no son lo mismo». Y esto, por descontado, procede de Aristóteles. Y, para usted, de Tomás de Aquino, que hizo lo mismo.” (Cfr. Arendt H.: “De la historia a la acción”. Paidós, Barcelona, 1995, págs. 170-171). Esta referencia realza, a nuestro modo de ver, la pertinencia de vincular el método analítico de la crítica política de Bol-tanski y Chiapello con el pensamiento político (diferenciador, refl exivo) de Arendt, tal cual hace Tania Cadima en este libro.105 Bologna S.: “Crisis de la clase media y postfordismo”. Eds. Akal, Madrid, 2006, pág. 6.106 Id. págs. 7-8.

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La tentación intelectual de imaginar al modo de Marx o de Gramsci un nue-vo proletariado “auténtico” en el “espíritu del capitalismo” del siglo XXI re-quiere análisis. De acuerdo a la investigación de Cusset, citada, en los plexos técnicamente más avanzados de la interacción práctica en red, entre aparato informático y pensamiento teórico se producen formas de subjetivación pro-metedoras de nuevos aprendizajes, que por imperativos del sistema mismo se agotan rápidamente. Formaciones personalizadoras basadas en convergencias inéditas entre habilidad técnica “informática” y aval teórico (de la french theory) que permiten, por ejemplo, a los pioneros de Internet, estructura logística por excelencia, un lenguaje y conceptos en que pueden refl ejar su práctica de “sur-fi sta conceptual”, “un pensamiento que se desliza [hacia] nuevas maneras de ser” cuando navega por la red.107 El problema es que las promesas políticas empeñadas por estas imaginaciones de la razón informática “no sobreviven a la aceleración del progreso de las redes a mediados de los años noventa”. El balance dará pocas esperanzas de “libre acceso” o de los usos “libertarios” que habían animado las “maquinaciones” con la teoría, sólo resta “el hedonismo reaccionario de una web sin límites”, un “parque de atracciones”.108

La frustración sistemática de las ofertas de liberación tecnológica y vida “wi-red” agregará difi cultades y desafíos al pensamiento del cambo social. La teoría de la inautenticidad, que avizoran Boltanski y Chiapello, no es aún lo “postmetafísica” que requiere la comprensión de lo real tecnologizado. Pues sin negar totalidades y absolutos racionales y, a la inversa, adoptar el discurso y la conversación como diseño y método de que dan razones, no es posible dar cuenta ya de la complejidad plural de los modos de vivir la economía, la sociedad y la cultura globales, las tecnologías que las atraviesan. Vimos en el apartado 2 que una lectura atenta de ciertas teorizaciones críticas de Thomas McCarthy sugería tres principios pragmáticos para evaluar la validez racional de acuerdos y desacuerdos en interacciones en que prima la diferencia cultu-ral y política. Principios que eran de subdeterminación del sentido de toda regla “válida”; de indexación de los argumentos por caracteres del contexto local y de tiempo, el horizonte o plazo que tiene la validez del argumento utilizado en la práctica.109 Estos tres soportes del entendimiento argumentado alivia-nan la carga de la prueba exigida por la crítica, pero la política de autentici-dad requiere clarifi car sus dimensiones internas.

Otro teórico italiano, Alessandro Ferrara, tomará el desafío postulando la hipótesis de una autenticidad refl exiva.110 El contexto es de reafi rmación del 107 Cusset, F.: (2005) op. cit. págs. 255 y 257.108 Id. pág. 258.109 Ver referencia a Herrera, M. y De Greiff, P.: (2005), op. cit.110 Ferrara, A.: “Autenticidad refl exiva. El proyecto de la modernidad después del giro lingüístico”. A.

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diagnóstico de obsolescencia de las teorías que son “metafísicas” porque no reconocen la mediación lingüística entre sujeto y realidad. Cualquier con-cepción de la validez de teorías y normas, dícese, que aspire a dar cuenta de su propia e ineludible calidad “lingüística” deberá prescindir de justifi carse sobre la base de descripciones de una verdad anterior a nuestras interpreta-ciones. La política de la autenticidad, entonces, evitará referencias a “la” rea-lidad y se hará refl exiva.111 El modelo de decisión será el juicio refl exionante que Hannah Arendt describió para la modernidad democrática: el pensar es adecuado a su realidad cuando se pone en el lugar del “otro” y es en conse-cuencia de una mentalidad ampliada, el juicio es correcto porque no surge de aplicar la ley general en la situación particular sino de lo particular a lo general, en un debate cuyas razones y validez son compartidas por todos los participantes:

El poder del juicio descansa en un acuerdo potencial con los demás, y el proceso de pensamiento que se activa al juzgar algo no es, como el meditado proceso de la razón pura, un diálogo entre el sujeto y su yo, sino que se encuentra siempre y en primer lugar, aún cuando el sujeto esté aislado mientras organiza sus ideas, en una comunicación anticipada con otros, con los que sabe que por fi n llegará a algún acuerdo. De este acuerdo potencial obtiene el juicio su validez potencial […] Este modo de pensar amplio, por otra parte, que como juicio conoce la forma de trascender a sus propias limitaciones individuales, no puede funcionar en estricto aislamiento o soledad, sino que necesita la presencia de otros «en cuyo lugar» debe pensar, cuyos puntos de vista tomará en consideración y sin los cuales jamás tiene ocasión de entrar en actividad.112

Interceptando estas ideas, una política de la autenticidad puede superar la prédica existencial heideggeriana, tan socorrida por los gurúes de la toma de decisiones en la dirección de empresas, y encontrar los motivos y razones de la comprensión de la acción como acto de habla. De acuerdo con Ferrara, dado el pluralismo de la sociedad actual, el juicio político refl exivo portará sobre cuatro dimensiones si debe responder a las exigencias de autentici-dad entre discurso e identidad colectiva: coherencia, vitalidad, profundidad y madurez.113

La coherencia mentada por la autenticidad refl exiva, fi gura posible del intelectual orgánico del siglo XXI, permite a un individuo o colectivo unifi car a través de

Machado Libros, Madrid, 2002.111 Id. pág. 13.112 Arendt, H.: “La crisis en la cultura: su signifi cado político y social”. En Arendt, H.: “Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la refl exión política”, Barcelona, España, Eds. Península, 1996. págs. 232 – 233.113 Ferrara, A.: (2002) op. cit. pág. 233.

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una narración y sólo de modo narrativo la pluralidad de vicisitudes por que atraviesa en la vida social: la cohesión, la continuidad y la demarcación que requiere el juicio político. Relato sobre la cohesión lograble entre los miem-bros individuales de un colectivo, sus posibilidades y capacidades de tratar el confl icto y llegar a entendimientos; las posibilidades de continuidad en el tiempo que adquiera ese logro, si se obtiene, y de cuán preciso y convincente puede ser el alegato de demarcación y de diferenciación que da al colectivo señas de identidad. La dimensión vitalidad de la política auténtica, por su parte, alega por el factor esencial de la espontaneidad de la acción, su carácter poco o nada regulado por sistemas, sus aspectos de deliberación pública y partici-pación alegre, como la que Mijail Bajtín recuerda que se daba en el carnaval del Renacimiento, cuando el “pueblo” se reía con toda seriedad, viviendo la experiencia de destronar a los reyes y cambiar las cosas en sentido popular y lingüísticamente terrenal:

El gesto familiar y carnavalesco del pequeño Gargantúa que transforma todo en limpiaculos –destronando, materializando, y renovando- parece despejar y preparar el terreno, con miras a crear una nueva seriedad, audaz, lúcida y humana.114

El discurso de la autenticidad refl exiva nombra profundidad aquella que las teorías clásicas llaman “conciencia colectiva”, una disposición razonada y razonable a usar con los otros, involucrados, lenguajes descriptivos de la rea-lidad que no ofusquen la dimensión propiamente humana y no tecnifi cada de la acción, al modo que exige la crítica artista de Boltanski y Chiapello. La dimensión “profundidad” puede especifi carse, aclara Ferrara, siguiendo el esquema tridimensional por el cual la acción comunicativa (objetiva, social, subjetiva) concibe la producción de sociedad. Es decir, si se la diferencia internamente en un discurso sobre la cultura, las creencias, normas y valores que constituyen la cara simbólica de los grupos colectivos y su identidad; un discurso sobre la integración social del colectivo, los procedimientos con que regula su permanencia y un discurso sobre la socialización al interior del grupo y la formación en él de las nuevas generaciones, relativización de las prácticas de educación e instrucción.115

Por último, la noción de autenticidad relato refl exivo exigirá a la política contra la inautenticidad, imaginada por Boltanski y Chiapello, un discurso sobre la madurez de la evaluación pública de la política. La idea general de

114 Bajtín, M.: “La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais”. Alianza Editorial, Madrid, 2005, pág. 343.115 Ferrara, A.: (2002) op. cit. pág. 265.

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“madurez” que tiene a la vista es cercana a la de racionalización en Weber, es decir, la aplicación a la acción de una razón “desencantada”, una ética de la responsabilidad como “acrecentada adecuación de los medios a los fi nes preelegidos”, una prudente atención a las consecuencias de las propias acciones y “una capacidad para saber mediar razones de principio (las in-tenciones y los valores) y razones pragmáticas (los resultados directos y las consecuencias secundarias) en la determinación de la propia conducta”.116 Madurez política que es un modo de medirse con el mundo: sinónimo de moderación evaluada sociológicamente.

Boltanski y Chiapello compartirían las dudas de la french theory sobre la factibilidad de realizar válidamente, en las condiciones sociales mercantili-zadas y evanescentes de la “ciudad por proyectos”, la síntesis requerida por el diseño de autenticidad refl exiva. Sin embargo, no descuidan terminar su obra afi rmando una sociología política que retome la crítica social a las des-igualdades y la explotación, a la vez que renueve una crítica artista de cuyos contenidos diferenciadores supo alimentarse el espíritu moderno del capita-lismo cuando percibió los resplandores de los estudiantes de mayo del 68:

Los temas de la crítica artista son igualmente esenciales y siguen siendo actuales. Apo-yarse en ellos serviría para alcanzar el máximo número de posibilidades de oponer una resistencia efi caz al establecimiento de un mundo en el que, de un día para otro, todo podría quedar transformado en mercancía, dónde las personas se hallarían constante-mente puestas a prueba, sometidas a una exigencia de cambios incesantes, y despojadas por esa especie de inseguridad organizada de aquello que asegura la permanencia de su propio ser (654).

“Nostalgia del presente”, (frase imponente de Borges) llama Giacomo Marra-mao a la búsqueda de identidad que se da en los colectivos y grupos sociales cuando enfrentan el “fi n de la historia” local, presa de su mundialización. Nos-talgia, dice de una identidad perdida sin perderse en los procesos de moderni-zación por la ruptura de tradiciones y raíces que implican. Los sujetos políticos se pierden entre “nostalgia” y “presente”: hablan de pérdidas de comunidad en referencia a “tradiciones, rituales de comportamiento y estilos de vida que nunca han perdido”,117 ¿cómo pueden ganar autenticidad si ya no se recono-cen a sí mismos ni su experiencia? Pero, aunque el discurso denote pérdida de experiencia para vivir en común: ¿hay bases y pensamiento todavía para una política auténtica de justicia en la sociedad y la economía, que muestre con argumentos válidos sus anclajes en la experiencia no perdida?

116 Id. pág. 267.117 Marramao, G.: “Lo más relevante hoy es el confl icto identitario”. Entrevista en diario Página 12, Buenos Aires, 5 de marzo de 2007.

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Creo que las culturas son prácticas humanas complejas de signifi cación y re-presentación, de organización y atribución, divididas internamente por relatos en confl icto. Las culturas se crean a partir de diálogos complejos con otras culturas. En la mayoría de las culturas que han adquirido cierto grado de diferenciación interna, el diálogo con el (los) otro (s) es intrínseco antes que extrínseco a la cultura en si. Seyla Benhabib1

La obra de Max Weber es, como el lo quiso de la historia, una creación de nuestro espíritu. Somos nosotros, hoy, los que tomamos posición frente a ella, le otorgamos un sentido. Comienza a pertenecernos porque se trata de un pasado que, al interrogarlo, cesa de serlo para devolvernos, transfi gurados, los intereses y las pasiones que defi nen nuestro presente. ¿Por qué entonces Max Weber? Porque reencontramos en él la misma tensión entre conocimiento y ac-ción entre el saber y la política que caracteriza la situación de los intelectuales latinoamericanos. Protagonistas de un mundo en transición, hasta nuestras cátedras, nuestros laboratorios, llegan las demandas de un futuro que reclama también de nuestra acción para constituirse. Juan Carlos Torre.2

Este ensayo desarrolla un diálogo complejo, como invita el epígrafe de Benha-bib, entre los postulados de la obra “El nuevo espíritu del capitalismo” de Luc Boltanski y Eve Chiapello y la refl exión sistemática sobre el rol de la política en contextos productivos. Esa obra caracteriza las bases del capitalismo actual inspirándose en Max Weber y en su remarcable capacidad para entender la materialización histórica de las ideas en la acción, destacada por Torre.3 Por otro lado, parte de las fuentes empíricas de este trabajo se encuentran en la sistematización de la experiencia adquirida observando y estudiando organiza-ciones y empresas del ámbito público y privado en Chile.4

1 Benhabib, S.: “Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global”. Katz Editores. Buenos Aires. 2006 p. 10.2 Torre, J. C.: “Prólogo”, en Weber, M.: “El sabio y la política”, Encuentro Grupo Editor – Editorial Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, Argentina, 2008, pág. 7.3 Boltanski, L. y Chiapello, E.: “El nuevo espíritu del capitalismo”, Eds. Akal, Madrid, 2002 (las citas se indicarán por el número de la página entre paréntesis).4 Parte de este trabajo se nutre de las intervenciones que ha desarrollado el Programa de Habilidades Di-rectivas del Departamento de Ingeniería Industrial de la Universidad de Chile en empresas y organizaciones como: CODELCO, ENAP, Tesorería General de la República, BancoEstado, Banco de Chile y Citibank.

lA “CoMPETENCIA PolÍTICA” EN orgANIzACIoNES ProDUCTIVAS ArTICUlADAS Por ProYECToS. HANNAH ArENDT Y El NUEVo ESPÍrITU DEl CAPITAlISMoTania Cadima G.

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El enfoque utilizado releva la necesidad de volver a instalar un debate acadé-mico-práctico sobre la realidad del trabajo frente a las mutaciones del capita-lismo actual y de las formas resultantes de su intersección con la cultura.5

Creemos que hoy no se puede hablar de trabajo, empresa y organización sin reconocer el rol de la cultura en los contextos productivos. La defi nición de cultura que relevamos es aquella que pone énfasis en un saber colectivo y co-lectivizable de dimensiones no necesariamente explícitas, traducido en prácti-cas que construyen determinados discursos y narrativas en movimiento. Como invita Benhabib, la cultura entendida como práctica o recurrencia del saber de una comunidad, siempre nos llevará a la construcción confl ictiva de discursos en disputa, de signifi caciones problemáticas y complejas. En este sentido, la mediación de problemas en la cultura depende de la calidad de la acción políti-ca que pueda desarrollar una organización, desde sus más altos niveles.

Nos interesa, en especial, volver la mirada sobre el trabajo, poniéndolo nue-vamente en el centro de los grandes debates sobre las ideas y que nos per-mita hacer converger nuevas interpretaciones sobre su estado actual. De modo más específi co nos interesa estudiar las características del trabajo y sus resultados en los niveles más altos de una organización.

Este trabajo pretende avanzar en esa línea, destacando desde el punto de vis-ta teórico - metodológico la convergencia de autores diversos con el objetivo de hacerlos dialogar entre ellos de manera recurrente.

Un primer diálogo de signifi cados abiertos a una interpretación distinta a la nuestra nos lo ofrece el actualmente muy leído fi lósofo y analista Slavoj Zizek. Al refl exionar sobre la proyección al presente del “espíritu de mayo del 68”, Zizek se apoya en la misma investigación que nosotros en este li-bro para sostener que de las luchas de los estudiantes de Paris, en ese mayo tan recordado, surgió un impulso directo “hacia lo Real” de un capitalismo de redes y proyectos que llevan a una “naturaleza externa” destruida en su ecología, una “naturaleza interna” en peligro genético y una cultura en que nuestras competencias de acción, saber, lenguaje y las formas simbólicas y materiales de comunicarnos son objeto de “propiedad intelectual” privada.

5 Una de mis fuentes teóricas de trabajo es el llamado giro teórico del reconocimiento que lidera Nancy Fraser. Su obra vincula el feminismo y la ciencia política en un esfuerzo por “teorizar sobre las mutuas imbricaciones de la economía y la cultura” como lo señala en “Recognition, Redistribution and Repre-sentation in Capitalist Global Society: An Interview with Nancy Fraser”, publicada en Acta Sociológica el año 2004.

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La escéptica visión de este autor busca sustento en el trabajo de Boltanski y Chiapello para la descripción que entrega del surgimiento gradual de “una forma de desarrollo en redes fundada en la iniciativa de los empleados y la autonomía en el trabajo”. La historia así relatada nos dice que, a partir de la cultura que se abre con mayo del 68, nos encontraríamos hoy, con un capitalismo que “usurpó la retórica de la autogestión de los trabajadores a la extrema izquierda” de modo que en las realidades del presente “la verdadera revolución es la del capitalismo digital”, el ideal de ser humano es “cool” al estilo de Bill Gates:

Las protestas anticapitalistas de los 70 complementaron la crítica convencional de la explotación socioeconómica con los temas de la crítica cultural: la aliena-ción de la vida cotidiana, la cosifi cación del consumo, la falta de autenticidad de una sociedad de masas en la cual “usamos máscaras” y sufrimos opresiones sexuales o de otro tipo, etc. El nuevo espíritu del capitalismo victoriosamente recuperó esta retórica antijerárquica de 1968, presentándose como rebelión li-bertaria exitosa contra las organizaciones sociales opresivas del capitalismo cor-porativo y el “socialismo realmente existente” –la representación por excelencia de este nuevo espíritu libertario son los capitalistas cool vestidos informalmente como Bill Gates y los fundadores del helado Ben and Jerry.6

De un modo quizás menos “analítico” y más socio-político que el observado en la cita, en este ensayo nuestra mirada sobre la cultura económica vincu-lará la noción de proyecto descrita por Boltanski y Chiapello, en su libro, con la noción de acción política de Hannah Arendt. Se nos ocurre que esta idea de proyecto se enriquece en sentido práctico con las distinciones arendtia-nas sobre política, principalmente porque genera criterios desde los cuales comprender las formas particulares que adquiere hoy un tipo específi co de organización del trabajo, el trabajo directivo, del cual podemos observar en particular y con mayor facilidad su contenido de poder.7

Porque buscamos un sentido práctico al hacer converger ambos conceptos, el de proyecto y el de acción política, utilizaremos la noción de competencia que nos permita en su calidad de herramienta técnica adjudicarle criterios evaluativos (en términos productivos) a este tipo de organización de las co-sas, es decir desde qué marco de referencia podríamos decir de quien ejerce un rol directivo, ya sea en una empresa privada y/o particularmente en una empresa pública, es más competente o menos competente políticamente.

6 Zizek, S.: “Pidamos lo imposible”, en Revista. Ñ nº 242, Buenos Aires, 17 de mayo de 2008, págs. 28 y 29.7 Es cierto que de Arendt podría entenderse con difi cultad que extiende su noción de “política” a los ámbitos de la economía o de la sociedad, más adelante intentaremos hacernos cargo de esa difi cultad recurriendo al trabajo de la citada N. Fraser.

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La inclusión de la idea de competencia tiene por objetivo poner en el contexto laboral actual la noción de trabajo directivo: contexto de demandas que las em-presas y organizaciones afi nes hacen a sus miembros y “que exige revincular la experiencia productiva a los contextos sociales y culturales en que se realiza”.8

De este modo relevamos la dimensión práctica de la idea aquí planteada, la de proyecto como acción política. En este sentido, refl exionamos sobre cuán po-líticamente competente puede llegar a ser un directivo o directiva al interior de una organización, cuando la unidad central de su trabajo está constituida por proyectos y que cada vez caracteriza más la producción actual en el contexto del trabajo directivo, proyectos entendidos como un conjunto de actividades que requieren acciones específi cas a ser coordinadas en plazos delimitados en el tiempo, ejecutadas por ciertos individuos con ciertas cuali-fi caciones, con el objetivo de alcanzar un fi n predeterminado. En esta última perspectiva de análisis buscaremos fi nalmente conectar las ideas de Arendt y de Boltanski y Chiapello sobre acción política y proyecto, respectivamente, con las de una comunidad de prácticas: aquella forma que adquieren la dirección y organización del trabajo cuando, en busca de efi ciencias adicionales, deben abrirse a interacciones comunicativas y comunitarias que no son las común-mente llamadas estratégicas.

1. LA NOCIÓN DE COMPETENCIA

La noción de competencia surgió durante los años ochenta con el objetivo de adaptar la formación profesional al nuevo contexto de productividad y de competitividad en las empresas.9 En este nuevo escenario las organizacio-nes tuvieron que modifi car radicalmente la fi nalidad explícita de la empresa. Su modo de hacer cambió desde un carácter endógeno –donde la decisión del qué hacer se resolvía internamente- a uno donde el entorno da un lugar central a la fi gura del “cliente” y sus demandas al interior de la empresa.10

8 Rojas, E.: “El Saber Obrero y la innovación en la empresa”. OIT – CINTERFOR, Montevideo, 1999, pág. 233.9 Id. pág. 231.10 Dupuy, F.: “La fatiga de las elites. El capitalismo y sus ejecutivos”. Ediciones Manantial. Buenos Aires,. 2005. pág. 16. Leemos allí: “las organizaciones cambiaron profundamente desde mediados de la década de1970. Las modifi caciones no afectaron tanto las estructuras como las maneras cotidianas de trabajar impuestas a sus miembros. Esta evolución debe comprenderse como una inversión radical de la fi nalidad explícita de la empresa: hasta fi nes de los Treinta Gloriosos se admitía, en los modos de funcionamiento cotidiano, que las empresas trabajaban ante todo para quienes trabajaban en ellas; clientes o accionistas ocupaban un segundo plano. Ese carácter endógeno obedecía a un contexto económico que daba el poder a los productores o proveedores, y no a los compradores. Así, los primeros podían defi nir sus mo-dalidades laborales en función de sus propias necesidades y restricciones, y no las de su entorno. Desde hace treinta años esta lógica se invierte y los ejecutivos, que había sido sus principales benefi ciarios, se cuentan entre las primeras víctimas de la nueva situación”.

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La defi nición de competencia que usamos supone la existencia de un individuo e idealmente un sujeto colectivo que construye y reconstruye su experiencia de trabajo así como su capacidad (y trayectoria) refl exiva sobre la base de saberes formales y/o informales puestos a prueba durante la resolución de un problema. Específi camente se defi ne como “el resultado de un recorrido con que las personas construyen la capacidad de interpretar la realidad y de actuar sobre ella. El saber variadamente adquirido, la experiencia consoli-dada mediante procesos de acción y de decisión, las habilidades concretas respecto de la solución de problemas, constituyen y defi nen en su conjunto, la competencia”.11

El trabajo directivo, ya sea en las organizaciones públicas o privadas, está so-metido a un imperativo respecto del dominio de una competencia profesio-nal en particular, llamada competencia estratégica. En nuestra mirada, dicha competencia crítica en el ejercicio del rol directivo al nutrirse de las nociones políticas arendtianas puede llamarse de manera más acertada competencia po-lítica, una competencia donde queda explicitado y relevada una particular noción de poder, la que leyendo a Jürgen Habermas se denomina poder comu-nicativamente generado. Esta peculiar forma de poder (la única genuina según Arendt) vendría a ser la forma teórica actualizada de la idea de autogobierno, tan presente en esa autora. Un poder que construye el actor en una comu-nicación idealmente libre y que le permite, por una parte, infl uir sobre las instituciones normativas de la sociedad y, por otro, confrontar con el poder de la administración y de las grandes empresas.12

Una competencia política que releva un poder comunicativamente generado, supone que hay acción orientada al entendimiento en el contexto producti-vo. Explicitamos lo anterior porque asumimos de antemano que Habermas propone algo distinto cuando piensa en la organización productiva, aquella donde predomina la consecución de fi nes de acuerdo a la racionalidad ins-trumental. Bien lo aclara el investigador francés Philippe Zarifi an al señalar que “conocemos la posición intangible de Habermas: no sabríamos pensar una «verdadera» acción comunicativa en las actividades sometidas al sistema económico”13 dado que en dicha actividad predomina una acción orientada al éxito. Como resulta de toda evidencia que en la empresa moderna la co-municación más o menos genuina es un hecho cotidiano, Zarifi an propon-

11 Meghnagi, S.: “Conoscenza e competeza”. Editorial Loescher. Torino, Italia. 1992.12 Habermas, J.: “La soberanía popular como procedimiento”, en Habermas, J.: “Facticidad y validez”. Ed. Trotta, Madrid, 1998. págs. 607 y ss. 13 Zarifi an, P.: “Travail et comunication. Essai sociologique sur le travail dans la grande entreprisse industrielle”. PUF, Paris, Francia, 1996.

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drá concebirla como “acción comunicativa impura”, un mix entre acciones de entendimiento y acciones instrumentales o estratégicas: “la acción orien-tada al éxito puede ser «envuelta» en la acción comunicativa, devenir uno de los vectores en una interrogación más vasta sobre el por qué de la actividad productiva misma”.14

La cuestión es entonces que la acción estratégica más competitiva y/o la acción de entendimiento más cooperativa no pueden sino ser resultado de una discusión contradictoria y confl ictiva entre las personas y sujetos inter-vinientes en el contexto de producción. Discusión o interacción argumen-tada que, en el mejor de los casos, lleva a un consenso o un compromiso “libremente” negociados. La condición decisiva para esto, como sostiene el investigador francés Christophe Dejours es el espacio de discusión en la empresa, en el trabajo y en el sindicato.15 Sólo garantías sufi cientes para que en este espacio haya discusión racional y se desarrolle acción comunicativa, más o menos impura, pueden mejorar las condiciones de cooperación que todo trabajo racional presupone y pueden, a su vez, conjugarse las exigencias de cooperación con las de competitividad.

De este modo, el argumento de Zarifi an complementado con el de Dejours permite, básicamente a través de lo que él describe como usar Habermas contra Habermas dar una salida para justifi car la idea de un poder comuni-cativamente generado en espacios productivos y de interacción entre pro-fesionales asalariados, distintos unos de otros, tanto por califi cación pro-fesional, estatus jerárquico, como por la experiencia laboral. Asumiremos que en la práctica concreta de trabajo para alcanzar una acción evaluada como exitosa entre profesionales diversos se demandará también acción orientada al entendimiento.16

En este sentido la competencia política tiene que encontrar en la organiza-ción en la que se despliega las condiciones aptas que la impulsen a movilizar-se entre dos tipos de acción, que asumiremos de acuerdo a nuestro análisis como co-existentes en el mundo de la organización productiva, la acción comunicativa y la acción orientada al éxito. No está demás señalar que si se cumplen con la co-existencia de ambas, se cumple un requisito necesario para considerarse una organización califi cante:

14 Id.15 Dejours, C.: “El factor humano. Asociación Trabajo y Sociedad”, Buenos Aires, Argentina, 1998.16 Rojas, E.: (1999) op, cit. pág. 27.

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La efectividad del «poder comunicativamente generado» se establecerá en función del grado de comunidad que la empresa ha adquirido, dado que toda comunidad es un ambiente de signifi cados y expectativas compartidos. Pero simultáneamente se hace necesario aclarar que tal «efecto comunidad», indispensable para una comu-nicación efi caz en contextos de productividad, presupone un «efecto trabajo». Es decir, presupone instalar el poder de la comunicación no distorsionada en la tarea obrera misma. Y esta es condición necesaria de una organización que aprende o que se quiere califi cante.17

La organización en la cual esa competencia se despliega la defi niremos como aquella donde el directivo realiza una vinculación refl exiva entre el saber acumulado de la empresa con las situaciones concretas del presente. Este ejercicio vinculante es el que permite orientar la toma de decisiones sobre las acciones del presente de acuerdo a la experiencia del pasado:18

Las organizaciones, además, son depósitos de conocimientos desarrollados de forma acumulativa: principios y máximas para la práctica, imágenes sobre la misión y la identidad, hechos sobre la labor ambiental, técnicas operativas, rela-tos de experiencias pasadas que sirven como ejemplos para una acción futura. Cuando un directivo refl exiona desde la acción se acerca a esta reserva de cono-cimiento organizativo, adaptándola a algún ejemplo presente.

2. LA NOCIÓN DE PROYECTO

Los investigadores franceses Luc Boltanski y Eve Chiapello en su texto sobre el nuevo espíritu del capitalismo sostienen que en una economía en red como la actual, la forma en que las personas se organizan y relacionan orientados por un bien común da lugar a la llamada “ciudad por proyec-tos”. La formación de este concepto proviene de una interesante revisión de la literatura sobre gestión de empresas de los años noventa, y propone entender como proyecto a la forma actual en que se organiza socialmente la actividad emprendida por personas a nivel colectivo y/o individual. En esta defi nición la organización de la actividad abarcaría un espectro amplio que designa desde la organización formal del trabajo hasta el denominado “tra-bajo voluntario”:

Hemos optado por denominar ciudad por proyectos al nuevo aparato justifi cati-vo que a nuestro juicio está formándose en la actualidad por varias razones que conviene explicitar. […] esta expresión ha sido calcada de una denominación fre-cuente en la literatura de gestión empresarial: la organización por proyectos. Este

17 Rojas, E.: (1999) op. cit. pág. 28.18 Schön, D.: “El profesional refl exivo”. Editorial Paidos. Buenos Aires, 1998, pág. 215.

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tipo de organización evoca una empresa cuya estructura se compone de multitud de proyectos que integran a personas variadas, algunas de las cuales participan en varios de éstos. La naturaleza misma de este tipo de proyectos se caracteriza por tener un principio y un fi nal: los proyectos se suceden y se reemplazan, recom-poniéndose, según prioridades y necesidades, los grupos o equipos de trabajo. Análogamente, podemos hablar de una estructura social por proyectos o de una organización general de la sociedad por proyectos (157).

Esta noción de proyecto -como se entiende hoy de modo generalizado a nivel práctico- supone un acuerdo social, un “juicio común” o consenso entre par-tes que se puede explicar de modo satisfactorio, según los autores, a través de la idea habermasiana de racionalidad comunicativa: “la noción compuesta de proyecto, que se está haciendo un lugar en el sentido común de los miembros de nuestra sociedad, se compone de préstamos de al menos dos familias de paradigmas que, haciendo hincapié por igual en la comunicación y la relación, plantean una exigencia de refl exividad y de convergencia hacia un juicio co-mún – como sucede, por ejemplo, en Habermas – a través de la intermedia-ción de intercambios regulados por una razón comunicativa”(160).

La idea de proyecto también es una manera de organizar la acción que está orientada a la obtención de un producto fi nal, una cosa o resultado concreto. Pensado de este modo, el producto es efectivo si aparece ante los otros, se hace visible o reconocible por los demás. Como diría Arendt, la acción de los sujetos –en este caso el proyecto– para ser vista por otros, para ser reco-nocida socialmente, debe convertirse en una cosa tangible:

[…] acción, discurso y pensamiento […]. No «producen», no engendran nada, son tan fútiles como la propia vida. Para convertirse en cosas mundanas, es decir, en actos, hechos, acontecimientos y modelos de pensamiento o ideas, lo primero de todo han de ser vistos, oídos, recordados y luego transformados en cosas, en rima poética, en página escrita o libro impreso, en cuadro o escultura, en toda las clases de memorias, documentos y monumentos. Todo el mundo real de los asuntos humanos depende para su realidad y continuada existencia en primer lugar de la presencia de otros que ha visto, oído y que recordarán y, luego, de la transformación de lo intangible en la tangibilidad de las cosas.19

La idea de proyecto en la cual nos introducimos, tiene lugar en la ciudad que describen Boltanski y Chiapello. A lo largo de la historia del desarrollo del espíritu del capitalismo han existido distintos tipos de ciudades que se han caracterizado por grandezas de diversa índole que permite ordenamientos jerár-

19 Arendt, H.: “La Condición Humana”. Paidós, Buenos Aires, 2004. págs. 108-109.

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quicos entre unas personas y otras de acuerdo a un criterio éticamente diferen-ciador; en la ciudad inspirada la grandeza la personifi ca el santo o el artista por medio de la inspiración; en la ciudad doméstica la posición jerárquica; en la ciudad de renombre la grandeza depende de la opinión de los otros; en la ciudad cívica el representante de la voluntad general; en la ciudad comercial el comerciante y en la ciudad industrial la efi cacia profesional (66).

Llevados al escenario del confl icto, la grandeza de unos u otros se dirime, en la ciudad por proyectos, recurriendo a un discurso (clásico) de justicia. Este permite describir niveles de grandeza puestas a prueba en distintos tipos de situaciones y supone necesariamente que los individuos realicen una opera-ción de justifi cación a favor o en contra:

El concepto de ciudad está imbricado con la cuestión de la justicia. Trata de modelizar el tipo de operaciones a las que se entregan los actores, a lo largo de las disputas que les oponen, cuando se encuentran confrontados a un imperativo de justifi cación. Esta exigencia de justifi cación está indisociablemente ligada a la posibilidad de la crítica. La justifi cación es necesaria tanto para apoyar a la crítica, como para contestarla cuando denuncia el carácter injusto de una situación. Para defi nir lo que debemos entender aquí por justicia y para reunir en una misma noción disputas en apariencia muy diferen-tes, diremos que las disputas que versan sobre la cuestión de la justicia tienen siempre como objeto el orden de la escala de «grandezas» vigente en cada situación.(64)

En el caso particular de la ciudad por proyectos la grandeza de una persona se evalúa por su permanente disponibilidad para acceder a participar en un nuevo proyecto, aún a costa de poner en riesgo aquellos vínculos que tra-dicionalmente se consideraron perennes: “el grande sacrifi ca lo que obsta-culiza su disponibilidad para un nuevo proyecto, es decir, la capacidad de comprometerse en una nueva iniciativa. El grande renuncia a disponer de un único proyecto que dure toda su vida (una vocación, una profesión, un matrimonio, etc.). Es móvil y nada debe poner trabas a sus desplazamientos. Es un “nómada” (Deleuze, Guattari, 1980)” (180).

En este contexto la llamada competencia política se puede defi nir como la ca-pacidad (o potencialidad) de que una acción determinada se plasme en pro-yecto. Aplicado este modelo al mundo del trabajo, en particular a la realidad de la empresa, y más específi camente aún a la actividad concreta de la fi gura del gerente o directivo, el grande es el llamado gestor, el manager, jefe de proyecto, móvil, ligero, dotado del arte de establecer y mantener conexiones, diversas y enriquecedoras y de extender redes (172). Una de las medidas de éxito o de efectividad de lo emprendido por el gestor está dada por la capa-

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cidad de establecer vínculos o conexiones con otros que le permitan cumplir con efi ciencia,20 en el caso de una empresa, los objetivos estratégicos de la misma. En este sentido la capacidad de “gestionar las relaciones claves de poder” o de establecer conexiones se ha transformado para el gerente en un atributo base de su desempeño profesional.

En los desarrollos chilenos sobre management podemos encontrar conclu-siones similares. Por ejemplo, cuando se habla de gestión de redes. En los términos específi cos de este discurso, el líder al interior de una organización, sea esta pública o privada, actuando al más alto nivel de la organización, cumple con una de las más fundamentales responsabilidades de los equipos gerenciales cuando gestiona redes. Esta tarea no es únicamente resuelta por un juicio técnico, sino que obliga a resolver de acuerdo a criterios de “ajuste recíproco” en el marco de negociaciones siempre reguladas:

Toda empresa está inserta en un campo de fuerzas en el que se expresan natural-mente intereses diversos y divergentes. Dichos intereses tejen una verdadera malla de relaciones entre actores que aspiran a lo mismo: infl uir en el comportamiento de los demás haciéndolo converger con los intereses propios. En esto consiste el juego político, aprovechar toda vez que ningún jugador está en condiciones de imponer coercitivamente sus intereses y voluntad a los demás. El confl icto es ge-nerado por todo intento de someter los intereses y el poder de otros involucrados en el juego. De allí nace la necesidad del ajuste recíproco de intereses, es decir, de la negociación dentro de un campo de fuerzas legalmente regulado.21

Así como el proyecto requiere de la presencia de otros para asegurar su facti-bilidad, según Arendt, la acción sin un “quién revelado” no tiene signifi cado. El proyecto no podría ser tal si, asociado a él, no hay un “quién” identifi cable y reconocible para los otros. En este sentido la sola identifi cación del “qué” hacer en un proyecto nunca es sufi ciente para llevarlo a cabo. El quién revelado sería entonces un prerrequisito de practicidad del proyecto:

Sin la revelación del agente en el acto, la acción pierde su específi co carácter y pasa a ser una forma de realización entre otras. […] En estos casos la acción pierde la cualidad mediante la que trasciende la simple actividad productiva, que, desde la humilde fabricación de objetos de uso hasta la inspirada creación de obras de arte, no tiene más signifi cado que el que se revela en el producto aca-bado y no intenta mostrar más de lo claramente visible al fi nal del proceso de producción. La acción sin un nombre, un «quien» unido a ella, carece de signifi -

20 Entenderemos por efi ciencia hacer lo que se promete al menor costo y en el menor tiempo.21 Spoerer, S.: “¿En el país de las Maravillas? Equipos de alta gerencia y cultura empresarial”. Revista Trend Management. Edición especial. Santiago, 2006, pág. 12.

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cado, mientras que una obra de arte mantiene su pertinencia conozcamos o no el nombre del artista.22

El quien revelado de la acción sólo es posible porque hay un discurso que lo hace público. Al mismo tiempo, si no hay discurso no hay sujeto posible de dicha acción. En este sentido, es fundamental que un proyecto que pretenda movilizar a sus miembros de manera masiva, por ejemplo fren-te a procesos modernizadores, vaya siempre acompañado de un discurso con sentido, particularmente en aquellos proyectos que para concretarse necesitan de lo que llamaría Spoerer “narrativa con sentido” sobre lo que “se hace en común”:

Sin el acompañamiento del discurso, la acción no sólo perdería su carácter re-velador, sino también su sujeto, como si dijéramos; si en lugar de hombres de acción hubiera sólo robots se lograría algo que, hablando humanamente por la palabra y, aunque su acto pueda captarse en su cruda apariencia física sin acom-pañamiento verbal, sólo se hace pertinente a través de la palabra hablada en la que se identifi ca como actor, anunciando lo que hace, lo que ha hecho y lo que intenta hacer.23

Tomando en cuenta que tanto la acción y el quien revelado ocurren siempre entre personas, el impacto que el resultado de esa acción tenga siempre re-caerá sobre otros, y sobre ellos se medirán sus consecuencias. Como señala Arendt en la esfera de los asuntos humanos está formada por la trama de las relaciones humanas que existe dondequiera que los hombres viven juntos. Cuando se revela el quién por el discurso “cae siempre dentro de la ya exis-tente trama donde pueden sentirse sus inmediatas consecuencias”.24

Este es el punto en que parece necesario avanzar sobre el uso que damos a la noción de acción política arendtiana, válido en principio sólo cuando los hombres viven juntos y las consecuencias de esta vida se revelan por el dis-curso, como citamos en el párrafo precedente. Arendt insiste en sus textos en la incompatibilidad entre acción (política) y trabajo. Una investigación “feminista” muy respetada en la ciencia social contemporánea, de Nancy Fraser sobre la “lucha por la interpretación de las necesidades” nos debiera permitir una cierta iluminación al respecto. Esa lucha, que es política por excelencia, se realiza según Fraser por “medios socioculturales de interpre-tación y comunicación” con recurso a los cuales una sociedad dada fi ja los

22 Arendt, H.: (2004) op. cit..págs. 204-205.23 Id. pág. 202.24 Id. pág. 207.

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lenguajes ofi cialmente reconocidos para argumentar demandas en el plano de la economía y en el de las necesidades de la sociedad.25

Eduardo Rojas recuerda en este libro, que la teórica feminista estadounidense declarará basarse en Arendt y su noción de lo “social” (diferenciada radical-mente de lo “político” por el discurso arendtiano) para caracterizar las necesi-dades sociales que se originan en los ámbitos tradicionales no públicos (fami-lia, empresa) y son puestas en “fuga” hacia el espacio público, politizándose.26 Consecuentemente con esta diferenciación, Fraser aclarará que su idea de lo social difi ere de Arendt, pues “mientras ella concibe lo social como un espacio unidimensional totalmente bajo el dominio de la administración y la razón instrumental, yo lo concibo multivalente y cuestionado. Así, mi perspectiva incorpora algunos rasgos del concepto gramsciano de «sociedad civil»”.27 La Arendt, entonces, que resignifi camos acá con ayuda de Fraser admite la mul-tivalencia de las demandas “instrumentales” de la economía y la posibilidad, consiguiente, de traducirlas en política, estrategias y alianzas.

3. LA COMPETENCIA ESTRATÉGICA COMO CAPACIDAD POLÍTICO-DISCURSIVA

Uno de los ejemplos más concretos y de mayor signifi cado organizacional del tipo de discurso que releva un estrategia de consenso entre actores di-versos, podemos verlo ilustrado con la noción de alianza estratégica, muy uti-lizado en el ámbito de las relaciones laborales en empresas en la actualidad. En empresas chilenas tanto públicas como privadas, la alianza estratégica ha servido para dar sentido colectivo, desde la dirección, a los cambios ra-dicales que se requiera implementar. Un caso particularmente ilustrativo es el de BancoEstado. Una investigación realizada el año 2005,28 que pretendía reconstruir el proceso de modernización del banco desde el relato de sus propios trabajadores, da cuenta del impacto de este tipo de estrategia:

La construcción y socialización, por parte de la dirección, de un discurso crí-tico sobre la acción de la dirección del banco durante el período de gobierno dictatorial y la expresa “minimización” del banco que llevó a cabo, junto al rol “reconstructor” autoasignado por las nuevas autoridades impulsó un estilo de

25 Fraser, N.: “La lucha por las necesidades: Esbozo de una teoría crítica socialista-feminista de la cultura política del capitalismo tardío”, en Revista Debate Feminista, N° 3, México, 1991.26 Rojas, E.: “El «nuevo espíritu del capitalismo», cultura, teoría y política. Un análisis entrecruzado.”, en este libro.27 Fraser, N.: (1991) op. cit. pág. 13.28 Depolo, S., Cociña, M., Cadima, T., Celis, S.: et al. “Sistematización, Análisis Crítico y Socialización del Proceso de Cambio Organizacional en BancoEstado”. Departamento de Ingeniería Industrial, Uni-versidad de Chile. Santiago, 2005.

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gestión marcado por la explicitación de los objetivos modernizadores como única alternativa para la sobrevivencia de la institución ante los desafíos adap-tativos que debía enfrentar. Dicha explicitación del discurso modernizador y su construcción como única opción se materializó, gracias a un particularmente cercano estilo de liderazgo directivo, en una Alianza Estratégica fi rmada entre la dirección y el sindicato en el año 2001.29

Por otra parte, un estudio de los cambios en las relaciones laborales tradicio-nales, realizado en el año 2000 en Chile por Patricio Frías, en un contexto de “desaceleración del crecimiento”, ofrece una evaluación positiva de la apli-cación a la dirección de empresas de la idea de alianza estratégica.30 Desde el supuesto “democrático” con que observa el “management participativo”, la investigación de Frías valora los aspectos de “bien común” y de ganancias de productividad detectables en experiencias de alianza estratégica entre empresa y sindicato que han tenido lugar en Chile estos años. Se aprecia en esas expe-riencias, dice, un modelo de relaciones laborales en que accionistas, adminis-tración, sindicatos y trabajadores trabajan tras el logro del benefi cio común, el contrato colectivo regula aspectos de la producción al proveer ciertos sistemas de regulación acordada de actividades básicas, la estructura gana en fl exibili-dad frente a demandas de competitividad y mejoramiento continuo y tanto la dirección gerencial como las evaluaciones de resultados son compartidas. El sindicato refuerza la idea colectiva del trabajo y opera (políticamente) en con-secuencia; transmite a sus bases la concepción de la alianza estratégica:

La alianza estratégica establece una nueva relación empresa-trabajadores, trans-formando la empresa en una tarea común, en una tarea compartida, concibien-do a los trabajadores como «agentes del cambio». Constituye esta alianza un «proyecto institucional compartido», un nuevo estilo de relación entre la admi-nistración y la organización sindical. En esta alianza y nuevo estilo de relación se busca perseguir en forma conjunta los objetivos estratégicos de la empresa, propiciando diversos sistemas de participación, comunicación e información, trabajo en equipo, participación de resultados”.31

Pero desde nuestro punto de vista importa señalar que investigaciones como la de Frías abonan la tesis según la cual las prácticas reconocidas de alianza estraté-gica exigen un tipo específi co de competencia estratégica, marcado por capacidades

29 Id. pág. 5.30 Frías, P.: “Desafíos de modernización de las relaciones laborales: hacia una nueva cultura y concerta-ción empresarial”, LOM Eds. Santiago, 2001. La de Frías es una investigación realizada en una muestra de 11 empresas, con entrevistas en profundidad a gerentes y cuadros superiores y talleres con entrevistas grupales a operarios, administrativos y dirigentes sindicales.31 Id. pág. 94.

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de refl exividad y disposición al compromiso no habituales en el estratega clá-sico. En efecto, esa investigación, no obstante su gramática convergente con la visión empresaria del tema (“en general hemos podido verifi car y validar las presentaciones generales que nos entregaron los gerentes y cuadros superio-res de la empresas estudiadas”32), reconoce “riesgos” que pueden motivar la crítica a la justicia de las políticas de alianza estratégica real. La aplicación de programas de ajuste y de reducción de costos, de la cual “el caso de Codelco con los rechazos a las políticas de «desvinculación asistida» es un claro ejem-plo”, dice, o la utilización de la alianza “con el mero propósito de justifi car las políticas que asume la empresa”, por último, la manipulación de la dimensión “comunitario familiar” que suelen tener los proyectos (la empresa “es una gran familia mientras haya renta”) ponen en duda la efectividad constructiva de la estrategia.33 La investigación constatará, entonces, un discurso crítico de los dirigentes sindicales que refuerza las exigencias de refl exividad y disposición al compromiso a que está llamada la competencia estratégica realmente aplicable en empresas como las chilenas: “las insufi ciencias destacadas, que se cons-tatan en empresas con alto nivel de gestión participativa y cooperativa, nos muestran cómo dicha gestión es un proceso que deja espacios, que encuentra numerosos obstáculos, y que exige dedicación, constante revisión y una fi rme voluntad de compromiso con el recurso humano”.34

Parece necesario considerar que en la empresa existen otras fi guras que podrían eventualmente disputar a la dirección corporativa el máximo desarrollo de com-petencia estratégica, los cuadros intermedios, el colectivo de trabajadores y/o los sindicatos. Sin embargo, es de sentido común dudar que en el capitalismo actual estos últimos puedan disputar capacidad de decisión en el nivel objetivo de los resultados de la empresa, en el nivel organizacional, de responsabilidad social de esta y en el nivel de modos de constituirse y asumir su propia identidad.

Cuando ocurre en Chile que en grandes empresas el colectivo de trabajadores y el sindicato están en condiciones de disputar, en dichos niveles complejos, la competencia estratégica, se impulsa la idea, muy de oferta en el mercado de la consultoría, de constituir una alianza estratégica. Puede suceder entonces que ésta no reúna los requisitos de refl exividad y de aptitud para el compro-miso, relevados por Frías como indispensables y no vaya, en consecuencia, más allá de una consigna precaria e inconsistente. La cuestión de fondo es que la alianza estratégica tiene como presunción básica y estructural la con-fi anza recíproca. El problema político y metodológico es que el dominio no 32 Id. págs. 197-198.33 Id. pág. 100.34 Id. pág. 298.

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controlado de quienes utilizan el punto de vista racional y egocentrado, pro-pio del estratega, aconseja evitar toda mirada ingenua, tanto de observadores como de actores, sobre los procesos y fenómenos reales. El sistema capitalista descansa, como diría Sloterdijk, sobre actores guiados por intereses egoístas, es decir, con escasa sensibilidad a alianzas que, como la estratégica, impliquen concesiones efectivas al aliado: “La sociedad moderna invierte en normalidad burguesa, de ahí que por doquier quiera ver a hombres susceptibles de con-fi anza guiados por sus respectivas motivaciones egoístas”.35

En el caso de este tipo de acuerdo entre trabajadores y directivos parece clara la necesidad de dejar establecido, siguiendo el modelo conectivista de la ciudad por proyectos, un aparato normativo que permita justifi car el establecimiento de los nuevos vínculos refl exivos y participativos. Si esto no ocurriera enton-ces la red de la ciudad por proyectos no podría seguir extendiéndose.

La ciudad por proyectos se presenta de este modo como un sistema de constricciones que penden sobre un mundo en red que incita a no tener vínculos y a no extender sus ramifi caciones si no es respetando las máximas de la acción justifi cable propias de los proyectos. Éstos son un obstáculo a la circulación absoluta en la medida en que reclaman un cierto compromiso, aunque sea atemporal y parcial, y suponen un control por parte de los otros participantes de las cualidades que cada uno pone en juego (160).

A la ya mencionada conceptualización del tipo de ciudad característica del desarrollo actual del espíritu del capitalismo, que nos permite entender la articulación de la acción en proyectos, podemos agregar constructivamente la noción de polis griega que retoma Arendt a lo largo de La condición huma-na, para explicar el surgimiento de la acción entre los hombres. Acción y discurso crean la polis, un tipo de organización que no está limitada por un espacio físico, sino que caracteriza la organización típicamente de los hom-bres cuando están (viven) juntos:

La polis, propiamente hablando, no es la ciudad-estado en su situación física; es la or-ganización de la gente tal como surge de actuar y hablar juntos, y su verdadero espa-cio se extiende entre las personas que viven juntas para este propósito, sin importar dónde estén. “A cualquier parte que vayas, serás una polis”: estas famosas palabras no sólo se convirtieron en el guardián fi el de la colonización griega, sino que expre-saban la certeza de que la acción y el discurso crean un espacio entre los participantes que puede encontrar su propia ubicación en todo tiempo y lugar.36

35 Sloterdijk, P.: “El desprecio de las masas. Ensayo sobre las luchas culturales de la sociedad moderna.” Pre-textos. Valencia. 2005. Pág. 43.36 Arendt, H.: (2004) op. cit. pág. 221.

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Como la acción y el discurso permiten que surja la polis, la relación dialógica entre ambas es constitutiva de su existencia. Es así como una vida sin acción ni discurso en Arendt, deja de ser vida humana, está literalmente muerta para el mundo; ha dejado de ser una vida humana porque ya no la viven los hombres.37 Pensando en el modelo de Botalnski y Chiapello, sin proyecto y sin palabra, no hay vida en la ciudad, es decir si no hay reproducción de proyectos, la red está imposibilitada de extenderse y la ciudad entonces deja de crecer o lo que es más, deja de existir.

Huelga decir aquí que una de las explicaciones a la falta de proyecto dis-cursivo en la ciudad se relaciona con otra fi gura relevada por los autores franceses, la del «hacedor». Este, a diferencia del «gestor», no hace referencia al bien común cuando busca generar nuevos vínculos en la red, no produce discurso con sentido, al contrario acapara la información que le puede ser útil sólo para él:

La ciudad cae cuando la red ya no se extiende y, encerrándose sobre si misma, reporta benefi cios a algunos, pero no sirve ya al bien común. Así sucede cuando el hacedor de redes guarda para él la información, teje sus conexiones en secreto, a espaldas de su equipo, con la intención de no redistribuir los contactos que es-tablece y de reservarse para sí los benefi cios, evitando que otros puedan tomar-los prestados sin pasar por él [«la función de adaptación más importante de una red consiste en absorber y redistribuir la información» (Landier, 1991 ©) (177).

4. LA COMPETENCIA ESTRATÉGICA COMO COMPETENCIA POLÍTICA Y SU FUNCIÓN PRÁCTICA

El gestor por su parte, el llamado grande en la ciudad por proyectos dotado de competencia estratégica crea permanentemente vínculos que son a su juicio siempre útiles, todo posible vínculo puede servirle de ayuda en algún mo-mento para comenzar un proyecto. Pareciera también que la permanente creación de vínculos útiles es, para el grande, la forma que tiene de rela-cionarse con el mundo. Asimismo utilizará cualquier recurso para crear un nuevo vínculo, adaptándose, mimetizándose con el otro si fuera necesario:

El grande escribe a personajes importantes con el objetivo de declararles su admiración y solicitarles consejos o citas. Considera que toda persona es con-tactable y que todo contacto es posible y natural, tratando del mismo modo a la gente desconocida y a la desconocida. […] El mundo constituye para él una red de conexiones potenciales. Bajo el reino del vínculo todo vale. Sabe «prestar

37 Id. pág. 201.

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atención a los demás para buscar indicios que le permitirán intervenir con buen tino en situaciones de incertidumbre», posee «la habilidad para controlar y mo-difi car la presentación de si mismo hasta el punto de ser capaz de improvisar de forma certera, incluso de “mentir sin vacilar” si considera que es necesario», así como «la voluntad y la capacidad de ajustar sus propias acciones sin difi cultad para adaptarse a personas diferentes». Los grandes, auténticos maestros en el control de sí mismos (169).

El grande ha desarrollado un estilo de liderazgo basado principalmente en la “confi anza” y la “escucha” para con los otros. Es un estilo que se opone a ciertas formas clásicas de ejercer y demostrar poder, y pone énfasis en mo-dos de trabajo colectivo donde predomine la confi anza, donde el discurso normalmente apele al llamado “trabajo en equipo”:

Extraen la autoridad que hace de ellos unos «líderes» de sus cualidades personales y no de una posición estatuaria. Los líderes rechazan, por otra parte los «signos de poder» (como tener numerosas secretarias, ascensor o sala de restaurante reser-vados, despachos suntuosos). La autoridad que adquieren sobre sus equipos esta ligada a la «confi anza» que le es otorgada gracias a su capacidad de «comunicación» y de «escucha», que se manifi esta en el cara a cara con los demás (125).

Oponiéndose a la fi gura del gestor, el líder tradicional que trabajaba solo ya no tiene la misma legitimidad de antes, porque es alguien que trabaja de modo individual y no pide la colaboración de nadie. Así también lo señala Spoerer cuando caracteriza al líder tradicional como quien “ejer-ce una autoridad incontrarrestable basada en la jerarquía del puesto de mando […]. Su imagen es la de la omnipotencia. Convence a unos y ven-ce a otros. Consensuar decisiones no es su fuerte. Sólo sabe hacer equi-po con quienes son capaces de implementar las decisiones tomadas por él. Su fuerte son las reuniones ejecutivas. La planifi cación operativa, la gestión por instrucciones. Evaluar los cómo y los por qué de resultados y los pro y los contra de distintas oportunidades le parece un ejercicio abstracto, inútil, sobre todo si se hace con otros. El sabe, piensa, lo que los demás deben hacer”.38

Arendt diría que en la fi gura de ese líder tradicional que trabaja sin requerir la cooperación de nadie no hay poder posible. El poder es un potencial de “aparición entre hombres que actúan y hablan” y no un “intercambiable, mensurable y confi able identidad como la fuerza. Mientras que ésta es la cualidad natural de un individuo visto en aislamiento, el poder surge entre

38 Spoerer, S.: “Liderazgos para el siglo XXI” en Revista Desafío, Santiago, Chile.

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los hombres cuando actúan juntos y desaparece en el momento en que se dispersan”.39

Las cualidades del gestor competente señaladas por Boltanski y Chiapello, pueden ser consideradas como elemento sustancial de una relación orienta-da comunicativamente, toda vez que al describir cosas, dichas descripciones pueden ser objeto de crítica. Sin embargo, desde el sentido común, dichas cualidades de comunicación y de escucha puestas a prueba en el escenario de la estrategia política no están validadas colectivamente como propiamente políticas, como parte de las cualidades del competente estratégico, más bien pareciera que se las considera como atributos de la personalidad.

En este sentido, el diagnóstico que hace la consultoría experta sobre la no-ción de poder, al interior de los equipos de trabajo gerenciales, concluye que la habilidad política es considerada como “un mal inevitable”. Por tanto se es ciego a las potencialidades que el poder puede signifi car para la gestión y organización del trabajo. El poder, dice Spoerer, continúa teniendo mala reputación. Percibido como un mal inevitable, muchos viven en la doble ilusión de mantenerse al margen de él y de basarse exclusivamente en el «esfuerzo personal». En la práctica, esta doble ilusión debilita –hace perder poder- a las personas y a las organizaciones.

El argumento que recuperamos con el pensamiento político de Arendt, se-ñala que sólo la política es la que puede limitar el carácter ilimitado de la acción, la política es la que puede circunscribir a la acción a un campo de impacto delimitado y controlado. Por tanto está muy lejos de ser considerada “un mal inevitable”:

La ilimitación de la acción no es más que la otra cara de su tremenda capacidad para establecer relaciones, es decir, su específi ca productividad; por este motivo la antigua virtud de la moderación, de mantenerse dentro de los límites, es una de las virtudes políticas por excelencia, como la tentación política por excelencia es hubris […] y no voluntad de poder, como nos inclinamos a creer.40

Hablando en términos de proyecto, la sola realización del mismo, desprovis-to de su componente político (algo así como el “proyecto por el proyecto”) no es garantía de efectividad para la organización ni menos garantía de senti-do para quienes están involucrados en él. Lo que tratamos de decir, es que la política actúa como una garantía del impacto de los efectos de la acción, y de

39 Arendt, H.: (2004) op cit. pág. 223.40 Arendt, H.: (2004) op. cit. pág. 214.

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que dichos impactos vayan a favor del llamado bien común. Dicho de otro modo, la competencia estratégica permite al gerente poner orden al proyec-to, seleccionar sus prioridades, advertir su factibilidad y sustentabilidad en el tiempo, vincular unos actores con otros, etc. Este es el rol del gestor o del manager, usando la fi gura práctica que hemos venido describiendo. En-tonces la competencia estratégica por su carácter político-práctico es la que asegura en el desempeño del cargo, circunscribir el proyecto a unos límites defi nidos, en palabras de Boltanski y Chiapello a los límites que la ciudad tiene que son los del bien común.

Así como la acción y el discurso ocurren solamente entre los hombres, nun-ca es posible acto o habla sin la presencia de otros, porque la acción, a dife-rencia de la fabricación, no es posible en aislamiento; estar aislado es carecer de capacidad de actuar. La acción y el discurso, de acuerdo con Arendt, necesitan la presencia de otros no menos que la fabricación requiere la de la naturaleza para su material y un mundo en que colocar el producto aca-bado.41 Así como la acción y el discurso pone a los hombres en relación los unos con los otros y de ese modo revela la igualdad que hay entre ellos, el carácter de la acción revela también una diferencia, una “única cualidad de ser distinto. Mediante ellos, los hombres se diferencian en vez de ser mera-mente distintos; son los modos en que los seres humanos se presentan unos a otros, no como objetos físicos, sino qua hombres”.42

A partir de los enunciados anteriores se propone que la perspectiva aren-dtiana sobre el poder proporciona sufi cientes elementos conceptuales como para comprender la innovación como una capacidad que por un lado, pro-viene del «estar juntos» y por otro, de la validación de dicha innovación a partir de juicios colectivos o reglas. Cualquiera sería entonces capaz de crea-tividad e innovación, particularmente cuando hablamos de trabajo colectivo. Arendt dirá que su concepto de «vita activa» designa el compromiso humano por la realización de cosas. Entonces hay entre los hombres un vínculo cons-tante entre ellos mismos y las cosas que han creado, un compromiso que es permanente por la recreación del mundo a su alrededor. Arriesguémonos a decir compromiso por la innovación:

La vita activa, vida humana hasta donde se halla activamente comprometida en hacer algo, está siempre enraizada en un mundo de hombres y de cosas reali-zadas por éstos, que nunca deja ni trasciende por completo. Cosas y hombres forman el medio ambiente de cada una de las actividades humanas, que serían

41 Id. págs. 211-212.42 Id. pág. 200.

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inútiles sin esa situación; sin embargo, este medio ambiente, el mundo en que hemos nacido, no existiría sin la actividad humana que lo produjo.43

La competencia estratégica para ser realmente político-práctica, para vincularse a la realidad haciendo referencia a ella, es decir, para ser productiva y evaluada como tal, debe considerar este compromiso por la producción de cosas, lo que Weber ha llamado pasión positiva al nombrar las cualidades del político para asumir una causa que pueda ser realizada con responsabilidad, y que desde nuestra perspectiva designamos como pasión por la productividad:

Pasión en el sentido de positividad, de entrega apasionada a una «causa», al dios o al demonio que la gobierna. No en el sentido de esa actitud interior que mi malogrado amigo Georg Simmel solía llamar «excitación estéril» […] La pasión no convierte a un hombre en político si no está al servicio de una «causa» y no hace de la responsabilidad para con esa causa la estrella que oriente la acción. Para eso se necesita (y esta es la cualidad psicológica decisiva para el político) mesura, capacidad para dejar que la realidad actúe sobre uno sin perder el recogimiento y la tranquilidad, es decir, para guardar la distancia con los hombres y las cosas.44

5. LA COMPETENCIA POLÍTICA COMO PODER Y COOPERACIÓN

Como ya hemos visto, nos interesa destacar aquí el contenido de poder que existe en la competencia estratégica, poder que se despliega a través de la habi-lidad política. La competencia estratégica es, desde el análisis que hace Spoerer, la habilidad de vincular un conjunto de factores que aseguren el éxito de la empresa, es decir su permanencia en el tiempo. Los factores de éxito de un equipo de alta gerencia son (a) la mantención de una estrategia viva. (b) la agre-gación de valor mediante la calidad de su dirección (c) asegurar el alineamiento y la gobernabilidad de la organización y (d) la gestión del poder.45

Como se señala más arriba, la forma en que se toman decisiones no son exclusivamente determinadas por juicios técnicos, el tipo de juicio que aquí opera considera variables que son siempre políticas. Un claro ejemplo de ello es que la habilidad política busca generar narrativa con sentido para la or-ganización, es un discurso que articula y da sentido a lo que “se hace en co-mún” al interior de la empresa para luego proyectarla hacia fuera de ella.46

43 Arendt, H.: (2004) op. cit. pág. 37.44 Weber, M.: “Escritos políticos. II”. Folios Eds., México DF, 1982, pág. 349.45 Spoerer, S.: (2006) op. cit.46 Id. pág. 11.

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Si bien, la fi gura del gerente –o del gestor– aparece en el punto más alto de la organización, en el actual modelo de ciudad por proyectos, el éxito de las decisiones tomadas es siempre considerado como un bien común toda vez que resulta atractivo para los individuos seguir al gestor y “comprometerse” con él en un proyecto:

Ahora bien, el grande, en la lógica de la ciudad, no es tan sólo aquel que sobresale por su capacidad para valorizar los recursos específi cos vinculados a un mundo, sino que es también aquel que coloca las potencias desveladas en la prueba al servicio del bien común. Es decir, en la ciudad por proyectos, el grande no es solamente quien sabe comprometerse, sino también quien es capaz de hacer que se comprometan los demás, de fa-cilitar la implicación, de hacer deseable el hecho de seguirle porque inspira confi anza, porque es carismático o porque su visión genera entusiasmo (170).

Porque la acción es la única actividad que depende de la presencia de otros, si entendemos proyecto como acción, el proyecto no se concreta si no hay otros que se vinculen a él de modo activo. Según Arendt, la acción en el mundo es sólo posible porque hay hombres que viven juntos. En este sentido la idea de proyecto individual sería una ilusión, el proyecto por muy individual que parezca estará siempre puesto en una red de personas que permiten que sea posible. Es la relación entre los individuos lo que permite que exista acción:

Todas las actividades humanas están condicionadas por el hecho de que los hombres viven juntos, si bien es sólo la acción lo que no cabe ni siquiera imagi-narse fuera de la sociedad de los hombres. La actividad de la labor no requiere la presencia de otros, aunque un ser laborando en completa soledad no sería humano, sino un animal laborans en el sentido más literal de la palabra. El hombre que trabajara, fabricara y construyera un mundo habitado únicamente por él se-guiría siendo un fabricador, aunque no un homo faber; habría perdido su específi ca cualidad humana y más bien sería un dios (…) Sólo la acción es prerrogativa exclusiva del hombre; ni una bestia ni un dios son capaces de ella, y sólo ésta depende por entero de la constante presencia de los demás.47

La competencia política (o estratégica) entonces pone de manifi esto el compo-nente de poder que hay en toda relación de cooperación, y establece entre poder y cooperación una relación que no es antagónica a priori. En este sentido la cooperación entre individuos y la gestión de redes se traducen en una capacidad de potenciar alianzas, es hacer que otros actúen a favor de nuestros intereses: “La capacidad de cooperar y crear confi anza no es un sustituto del poder sino al contrario, un importante vector del mismo. Gestionar redes es, ante todo, maximizar el potencial de alianzas, es decir,

47 Arendt, H.: (2004) op. cit. págs. 37-38.

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acrecentar el número de actores favorables a converger en acuerdos relacio-nados con la propia agenda de intereses. El diseño y monitoreo continuo del mapa de Stakeholders de una empresa es, en el actual ambiente de negocios, una variable crítica del éxito de una empresa competitiva”.48

La concepción de poder que releva Arendt pone acento en esta capacidad de cooperación necesaria en toda relación donde exista acción. Al emprender un proyecto se pone a prueba la capacidad de establecer relaciones con otros y la capacidad de generar discursos signifi cativos:

El poder sólo es realidad donde la palabra y acto no se han separado, donde las palabras no están vacías y los hechos no son brutales, donde las palabras no se emplean para velar intenciones sino para descubrir realidades, y los actos no se usan para violar y destruir sino para establecer relaciones y crear nuevas realidades.49

Cuando las responsabilidades gerenciales son “visibles” entonces se pueden poner a disposición de los demás en tanto dichas responsabilidades son mo-dos de hacer, competencias de diversa índole. La competencia política es la que posibilita que estas responsabilidades aparezcan ante los otros, es decir se potencien sinérgicamente (y no actúen de modo disperso) para alcanzar objeti-vos previamente acordados y/o para tomar lo que se consideran las mejores decisiones respecto de algo:

El principal vector de la calidad de un Equipo de Alta Gerencia es el trabajo co-laborativo que es capaz de generar en su interior. Por el contrario, altos costos de transacción entre sus integrantes retardan los procesos de toma de decisiones, refuerzan las tendencias al aislamiento funcional, debilitan la infl uencia sobre el conjunto de la organización, erosionan la visión compartida y sobrecargan al gerente general con demandas de mediación interna que lo alejan de sus res-ponsabilidades globales. Idealmente, un Equipo de Alta Gerencia es pequeño, compacto, animado por un propósito y sentido de responsabilidades fuertes y asentados en métodos de trabajo fl uidos que integran y complementan dife-rentes habilidades gerenciales. (…) Gestionarlos con efi ciencia es uno de los indicadores de su calidad.50

Este aparecer ante los otros es lo que confi gura realidad para las personas, sólo hay realidad, dirá Arendt, cuando el hombre aparece ante otros en la polis. En-tonces la realidad –o «aparición»– de un proyecto, las formas de organizarse y

48 Spoerer, S.: (2006) op. cit. pág. 3.49 Arendt, H.: (2004) op. cit. pág. 223.50 Spoerer, S.: (2006) op. cit. pág. 3.

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de ejecutarlo, sólo se concretan cuando aparece ante los demás y los demás lo reconocen como tal. Si no fuera así no habría proyecto posible:

Este espacio [de aparición ante otros en la polis] no siempre existe, y aunque todos los hombres son capaces de actos y palabras, la mayoría de ellos –como el esclavo, el extranjero y el bárbaro en la antigüedad, el laborante o artesano antes de la Época Moderna, el hombre de negocios en nuestro mundo- no viven en él. Estar privado de esto signifi ca estar privado de realidad, que humana y políti-camente hablando, es lo mismo que aparición. Para los hombres, la realidad del mundo está garantizada por la presencia de otros, por su aparición ante todos.51

De este modo, el éxito de un proyecto podemos evaluarlo de acuerdo a su visibilidad ante otros, así como la acción está completa cuando aparece en la esfera pública el proyecto será capaz de alcanzar sus objetivos de visibilidad al mostrar resultados y a quienes estuvieron involucrados en él:

Debido a su inherente tendencia a descubrir al agente junto con el acto, la acción necesita para su plena aparición la brillantez de la gloria, sólo posible en la esfera pública. […] la cualidad [de la acción] mediante la que trasciende la simple acti-vidad productiva, que, desde la humilde fabricación de objetos de uso hasta la inspirada creación de obras de arte, no tiene más signifi cado que el que se revela en el producto acabado y no intenta mostrar más de lo claramente visible al fi nal del proceso de producción.52

La aparición de los involucrados en un proyecto, permite generar el reco-nocimiento público y éste a su vez se produce porque hemos actuado en el proyecto. Es un continuo que se inicia con la palabra, la “opinión” expuesta transformada luego en acción, transformada entonces en proyecto:

Por tanto, la verdadera concreción de nuestra existencia se produce en el reco-nocimiento que hacen otros de mí mismo, lo cual a su vez se produce como una consecuencia de tener que actuar en la esfera pública. Esta acción se relaciona con el hecho de opinar, de iniciar una idea y de darla a conocer. […] la liber-tad radica en el hecho de poder iniciar acción, de poner en movimiento mis convicciones”.53

51 Arendt, H.:(2004) op. cit. pág. 222.52 Id. pág. 204.53 Mujica, P.: “Participación ciudadana y esfera pública según Hannah Arendt”, en Totalitarismo, banali-dad y despolitización. LOM Ediciones. Santiago. 2006. Pag. 43.

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6. LA “COMUNIDAD DE PRÁCTICAS” COMO TRASFONDO DE LA COMPETENCIA POLÍTICA

Se piensa a menudo que para que funcione bien [la política], debe existir previamente alguna idea compartida del «bien común», algún «consenso» o consensus juris. Pero este bien común es en sí mismo el proceso de la reconci-liación práctica de los intereses de los diversos […] agregados o grupos que componen un Estado; no es algo externo e intangible adhesivo espiritual…Estas son explicaciones desorientadoras y arrogantes de cómo una comunidad se mantiene unida… Diversos grupos se mantienen unidos porque practican cierta política…; no porque estén de acuerdo en «principios fundamentales», o en algunos conceptos de este tipo demasiado vagos, demasiado impersonales o incluso demasiado divinos para hacer las veces de una política.

Bernard Crick: In Defense of Politics.54

La acción siendo colectiva, desplegada en la esfera pública de una organiza-ción productiva, puede dar a lugar a la llamada comunidad de prácticas,55 a través de ella podemos justifi car con razón la existencia de una acción orientada al entendimiento en las organizaciones sometidas al sistema económico. La comunidad de prácticas la podemos entender como “una organización socio-cultural del espacio del aprendizaje y la innovación que toma la forma de lugares de actividad en común y de circulación de habilidades y/o saberes”.56 Esto es, como prescribe el epígrafe, ella es resultado de una específi ca e in-tencionada política de cooperación.

Introducir esta defi nición explicita una manera de operacionalizar la com-petencia política, que ya no sólo la puede desplegar el directivo, es también una oportunidad de descubrir la potencialidad político-práctica de esta com-petencia cuando se amplia el uso de ella a otros gestores incluso de menor jerarquía que el llamado grande.

La teoría solvente para el proyecto es así un horizonte en el cual los dis-cursos, dispositivos e instrumentos que utiliza se guían por una específi ca lectura, no pedagógica sino tecnológica, de L. Vigotski y lo que él denomina “zona de desarrollo próximo”.57 El punto a considerar es que este abordaje

54 Citado en Hirschman, A. O.: “Los confl ictos sociales como pilares de las sociedades democráticas de libre mercado”, en Hirschman, A. O.: “Tendencias autosubversivas. Ensayos”. Fondo de Cultura Econó-mica, México DF, 1996, págs. 270-271 (las cursivas son de Hirschman). 55 La idea de Comunidad de Prácticas proviene de los investigadores Lave, J. y Wenger, E. y publicado en Situated Learning. Legitimate Peripheral Participation. Cambridge University del año 1995.56 Rojas, E.: (1999) op. cit. pag. 77.57 Vigotski, L.: “Pensamiento y habla”, Colihue, Buenos Aires, 2007. Para una excelente lectura “tec-nológica” de Vigotski ver Spender, J. C.: “The Geographies of Strategics Competence: Borrowing from Social and Educational Psychology to Sketch an Activity and Knowledge-Based Theory of the Firm”,

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de la teoría social es tecnológico porque busca sistemáticamente valorizar la experiencia del proyecto transformándola en rutinas de productividad y competitividad aprovechables por agentes externos al mismo. Quienes tra-bajan e intervienen en este tipo de proyecto usan como lente la idea de aprendizaje en una comunidad de prácticas: una organización sociocultural de interacción y desarrollo e innovación o valoración de la experiencia práctica cuyo diseño supone (creemos que como horizonte a alcanzar): 1) el acceso de todos sus integrantes a los procesos que integran esa organización, 2) la visibilidad de y accesibilidad a las tecnologías, las relaciones de poder y las oportunidades de acción existentes en su seno, 3) la legitimidad de la partici-pación desde la periferia hacia el centro de la tal organización/comunidad y 4) la refl exividad o toma en cuenta deliberada de los confl ictos, intereses, signifi cados comunes, interpretaciones y motivaciones de los integrantes en relación a su participación en el proceso.58

La capacidad de impulsar la circulación de habilidades y saberes, tanto en los niveles de dirección corporativa como en los del trabajo operativo directo (y entre ello por cierto), sería también un requisito crítico del competente político, es la búsqueda de la realización del proyecto orientada a la comuni-cación y al entendimiento; en este panorama la noción de “éxito” (y por qué no de “resultado”), se ve transformada y al mismo tiempo puede ejercer un efecto transformador sobre los sujetos interpelados.

La pregunta sobre la acción política en la empresa es entonces legible como una pregunta por la acción comunicativa y sus condiciones de sustentabilidad en los contextos productivos de la economía en red.59 El punto de apoyo de Zarifi an para entrar en el tema es ahora una afi rmación incontestable: “la comunicación no tiene consistencia durable sin que sea defi nida una forma de pertenencia so-cial de quienes comunican”. Enuncia así, una tesis sociológica sugerente, sobre las condiciones de existencia de la acción comunicativa en colectivos grupales de relativa proximidad entre sus miembros, para preguntarse si el fenómeno co-municativo puede concebirse hoy en contextos de lejanía. En la medida en que parece posible el desarrollo de la acción comunicativa en el nivel de colectivos de trabajo la cuestión es, también, saber si es posible que el principio de la comuni-cación sea difundido de manera amplia, sobrepase los contextos microsociales,

en Chandler, A. D. Jr., Hängström, P. and Sölvel, Ö.: “The Dynamic Firm”. The Role of Technology, Strategy, Organization and Regions, Oxford University Press, New York, NY, 1998.58 Rojas, E.: (1999) op. cit. págs. 76 y ss. 59 En esta parte nos guiaremos detalladamente por el tratamiento de Rojas en el capítulo 4 de su texto sobre “El Saber Obrero...” [Ver Rojas, E.: (1999) op. cit. págs. 165-171].

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como por ejemplo un taller o una empresa60 y se extienda en las formas que presupone una red: “¿Qué tipo de conjunto social, qué tipo de comunidad y de práctica son hoy susceptibles de portar tal proyecto?”.61

Para un Zarifi an crítico, como hemos visto, de la sociología de Habermas, éste ha llegado a un impasse en el desarrollo de su teoría por cuanto no ha tratado, hasta hoy, el problema de las formas organizacionales que sostendrían el desarrollo de la acción comunicativa y permitirían asegurar una “comunicación a distancia”, entre personas sin nexo directo “cara a cara” entre ellas. Muy característico de este impasse teórico es el recurso creciente al carácter trascendental de las exigen-cias de validez: éstas poseen una doble cara, en tanto exigencias trascienden todo contexto local, pero en la medida en que su tarea es de constituir un soporte del acuerdo, concreto, entre los participantes en la interacción, deben ser emitidas y reconocidas aquí y ahora.62

¿Para qué sirve en el nivel práctico, continúa la crítica, emitir a través del len-guaje pretensiones de validez universal si el acuerdo no puede plasmarse en acción política, ser obtenido y puesto en aplicación de manera local? Salvo para forzar la comunicación imponiendo a los no participantes el acuerdo local, es decir, salvo para contradecir el principio de una acuerdo libremente concluido, inherente al entendimiento en la acción comunicativa, no se ve para qué sirve ni qué transforma esta validez “universal”. La gran difi cultad es que el modelo de la acción comunicativa no admite, salvo negándose, el uso de medios coercitivos que toda acción instrumental o estratégica no va-cilaría en emplear. Si se quiere evitar esta impasse, dice Zarifi an con razones fuertes, hay que retomar el problema de las formas institucionales allí donde Max Weber lo había dejado.63

Intentando liberar el concepto de comunidad de las connotaciones afecti-vas de que lo había dotado Tönnies, Weber distingue los tipos de actividad que son desarrollables en la comunidad, la sociedad y la institución. Hay actividad comunitaria allí donde una actividad humana se vincula al com-

60 Para la más que respetable tradición metodológica de la sociología del trabajo francesa, el “taller” es la unidad colectiva elemental de la producción industrial: “Se trata siempre de partir del taller –célula ele-mental de la producción y de la vida- de recoger infl uencias y las novedades que ahí se anudan, y a partir de ello apartarse siguiendo los movimientos que allí nacen y que por ondas sucesivas invaden la esfera del conjunto de la vida social”, sostiene Benjamin Coriat en un texto inolvidable (Véase: Coriat, B.: “Los ingenieros del tiempo”, en Coriat, B.: “El taller y el robot. Ensayos sobre el fordismo y la producción en masa en la era de la electrónica”, Siglo XXI, México DF, 1992, pág. 12).61 Zarifi an, P.: (1996) op. cit. pág. 141.62 Id. págs. 142-143.63 Id. pág. 144.

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portamiento de otro de manera signifi cativa, portadora de sentido.64 Esa actividad es el objeto primario, la forma elemental de una relación colectiva que acarrea un intercambio de signifi cación entre los individuos implicados en la acción. Así concebida, uno de los elementos normales de este tipo de actividad consiste en las “expectativas” que deja entrever el comporta-miento del otro, expectativas, en consecuencia, respecto de las opciones que estimamos favorables para el éxito de nuestra empresa. La actividad comu-nitaria se explicará por la existencia objetiva de esta suerte de opciones, es decir, por la posibilidad de contar, rectamente, con expectativas en cuanto al comportamiento del otro. A este nivel, elemental, no es necesario ningún reglamento, se precisa simplemente un habitus con el cual cada uno puede razonablemente contar,65 habitus, a su vez, en el cual podrán distinguirse las dimensiones internas, tecnológicas y de poder, anotadas más arriba para una “comunidad de prácticas”.

Entendemos así que tanto la racionalidad en torno a fi nes como aquella en torno a valores juegan, práctica y políticamente, en la pertenencia de alguien a una comunidad. La primera, se regula de acuerdo a expectativas fundadas sobre acontecimientos de la naturaleza (en la producción por ejemplo, se-ñala Zarifi an, procesos químicos que desembocan en determinada reacción) o sobre un comportamiento signifi cativo de otros seres humanos. Es por eso racionalmente previsible e implica relaciones signifi cativas en cuanto los miembros de la comunidad están de acuerdo y ejercen un mínimo de com-prensión mutua. Pero, las expectativas pueden ser objeto de “acuerdo” sin una defi nición explícita de éste. Operará en este caso la cultura, en el sen-tido habermasiano de “evidencias culturales” compartidas y en el sentido –althusseriano- de ideología: prácticas culturales que constituyen sujetos en conformidad a ellas.

La racionalidad en torno a fi nes o a resultados (metas), característica de toda razón económica, puede así desarrollarse plenamente en una actividad comunitaria, algo que a la racionalidad en torno a valores también resulta posible: los valores compartidos en una comunidad determinan expectativas de comportamiento de los miembros y estos pueden orientar su actividad simplemente según los contenidos signifi cativos de esos valores. En los dos casos la actividad comunitaria es racional “a la vez que se constituye en fac-tor de estabilización de las actividades sociales”. Estas defi niciones de Weber son, según nuestra lectura de Zarifi an y Rojas, operacionales para aclarar lo

64 No lo hace así en “Economía y sociedad” sino en un apartado de un texto denominado “Ensayos sobre la teoría de la ciencia”, aclara Zarifi an.65 Id. págs. 148-149.

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que pasa en la actividad industrial con lo que comúnmente se ha llamado “política de consensos”. En la actividad económica la exigencia de acuerdo es sensiblemente más débil que la planteada por la acción comunicativa de Habermas pero, al mismo tiempo, permite “dar cuenta de una amplia gama de prácticas elementales de cooperación en el trabajo”.66

En otros términos, la actividad comunitaria expresa entendimiento cuando se desarrolla como si hubiera un acuerdo explícito previo sin que tal acuerdo haya debido ser formalizado de modo explícito. Tal es el caso para Weber, por ejemplo, del acuerdo racional en torno a fi nes del intercambio monetario, en el cual orientamos nuestra acción con la esperanza de que un gran número de otras personas “acepten” este dinero, esto es, en función de una relación sig-nifi cativa con la actividad futura de una multitud indeterminada de individuos. Otro ejemplo es el de una comunidad lingüística, en la cual los miembros se orientan de acuerdo a la esperanza de alcanzar en otros la comprensión del sentido buscado al utilizar la lengua (el entendimiento) y utilizan símbolos como si los que hablan lo hicieran según reglas gramaticales convenidas, pero no hay un acuerdo formal exhaustivo para utilizar la lengua de tal o tal manera, todo lenguaje es tan abierto como lo es la forma de vida en que se despliega.

La acción comunicativa, sostendrá Zarifi an, puede fundarse sobre una acti-vidad comunitaria que permite entender las acciones y el sentido que cada uno les da, en el seno de una red potencialmente muy amplia de personas, sin pasar por la formalización de un acuerdo previo. Lo que permite que este entendimiento opere es la cultura, no en el sentido de un simple trasfondo de la comunicación –mundo de vida y del trabajo– sino en el de la transformación de los individuos en sujetos de una misma comunidad. En este sentido, es fun-damental que en la actividad productiva podamos contar con el tipo de expec-tativas prácticas y técnicas o profesionales fundadas en una comunidad.67 Si se toma debida cuenta de éste tipo de observaciones puede explicarse que en el mundo corporativo adquiera importancia estratégica todo lo relacionado con el conocimiento y comprensión de la “cultura organizacional e institucional”:

El concepto de comunidad se nos aparece, desde el punto de vista de una diná-mica cognitiva como de una dinámica de la acción conjunta, de la cooperación, netamente más fuerte que el de sociedad y, sobre todo, de institución.

Una actividad comunitaria deviene societaria, según Weber, básicamente lue-go que es presentada de acuerdo a expectativas de signifi cados sustentables

66 Id. págs. 148-151.67 Id. págs. 152-154.

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en virtud de reglamentos y siguiendo los cánones de la sola racionalidad en torno a fi nes, excluyendo la racionalidad en torno a valores. Las comunida-des que se pueden llamar instituciones, por su parte, se caracterizan porque se pertenece a ellas en virtud de situaciones puramente objetivas, y porque comportan reglamentos racionales y un aparato de coerciones. La tendencia de las instituciones es así a desarrollar un entendimiento por sumisión, sobre la base de lo que es habitual, familiar, inculcado o repetido.

Nos preguntamos entonces ¿cuál puede ser la forma de una organización que favorezca efectos de socialización dirigidos por una racionalidad de expectativas productiva y efi ciente?.68 La respuesta, dirá Zarifi an, está en el concepto de actividad comunitaria en base a entendimiento, propuesto por Weber, que resulta particularmente adaptable al desarrollo de la acción comunicativa: no es por azar que aquel utilizó el ejemplo de una comuni-dad lingüística. La comunidad en clave weberiana no se desarrolla ni por la fi cción de un acuerdo previo, ni como efecto de un aparato ideológi-co, ni por imposición de normas a partir de un “centro”. Sin embargo, debe comportar reglas, permitir contar con expectativas sólidas, realizar entendimientos, darse formas organizadas de participación, por ejemplo. En el caso de la producción moderna este tipo de comunidad preexiste potencialmente: hay participantes, las relaciones de cooperación sur-gen, ciertas reglas se delinean, al punto de aparecer como concreción de evidencias.

Lo que le falta a la actividad comunitaria para erigirse en una comunidad de prácticas comunicativa es un doble “como si” –en términos de Weber- es decir, que los participantes, ya comprometidos de uno u otro modo en el nuevo modelo de organización productiva y ya comprometidos en la ac-ción comunicativa que le corresponde, hacen “como si” las reglas utilizadas localmente tuvieran valor global, “como si” se pudiera contar desde ya con expectativas regulares respecto de los nuevos comportamientos. La existen-cia de ese “como si” no necesita ser inventada: los asalariados participando en experimentaciones, los investigadores, y cuadros que se implican en ello, hacen “como si” las reglas y valores de base fuesen valorables por todos. Lo importante y que sacude nuestros hábitos culturales es afi rmar que, como lo hace Max Weber, ese “como si” es sufi ciente para que exista una comuni-dad. No solamente es sufi ciente sino que una socialización fundada sobre el entendimiento es mucho más sólida que una impuesta por reglamentaciones coercitivas o por efectos de una moda: “es por este ‘como si’ que se supera

68 Id. págs. 159-160.

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la difi cultad intrínseca a la acción comunicativa para poner las personas real-mente en contacto”.69

El sugerente trayecto de Zarifi an por las complejidades del pensamiento weberiano sobre la comunidad, le ha dirigido a resolver las difi cultades ope-racionales del concepto de acción comunicativa recurriendo al uso, en las interacciones, de presupuestos ideales con la forma de unos “como sí”. Re-sulta atractivo subrayar que le ha llevado también a coincidir con Habermas sin proponérselo, es más, negándolo. En efecto, el teórico alemán ha soste-nido siempre que la acción comunicativa se regula pragmáticamente vía el recurso metódico y sistemático al presupuesto de una comunidad lingüísti-ca ideal: los participantes en la comunicación, cuando hablan y entienden, presuponen hacerlo de un modo (ideal) en el cual no hay operaciones ni manipulaciones intencionadas de unos sobre otros. Quienes actúan comu-nicativamente, si se orientan al entendimiento, deben hacer “como sí” en los términos evocados por Zarifi an. El grande de la ciudad por proyectos, caracterizado por Boltanski y Chiapello, tiene a su disposición un dispositivo conceptual y metodológico que le permite afi rmar sus proyectos en redes, los desplazamientos, fl exibilidades y movilidades de éstos, en lo que se ha denominado “bien común”.

Las tesis invocadas que vinculan efectividad comunicativa a rasgos de co-munidad de prácticas pueden apoyarse sobre sólidas evidencias culturales de orden tanto teórico como empírico. Y al respecto el patrimonio de saber acumulado por la sociología del trabajo francesa resulta inestimable, como veremos acá. En el campo de la teoría, un riguroso “estado del arte” hecho por Danièle Linhart sintetiza ciertas formulaciones de D. Segrestin70 de un modo análogo al núcleo de las tesis de Zarifi an que hemos relevado. Allí, este investigador constata la “agonía” de la empresa clásica fundada en relaciones contractuales y el surgimiento de otra de tipo comunitario, recurriendo a la misma elaboración conceptual hecha por Zarifi an sobre la base de Tönnies y Weber. Se trata, para él, del ingreso de la dimensión social en la empresa, de la cual se había alejado al extirpar al hombre de su entorno doméstico y de su ambiente, instaurando la lógica de las relaciones codifi cadas y la hege-monía de vínculos estrictamente contractuales. La difusión de las acciones participativas, según Segrestin leído por Linhart, sienta bases para las rela-ciones comunitarias, mediante la irrupción de la palabra de los ejecutantes y su inserción en las redes de información, consulta e intercambio.

69 Id. págs. 172-175.70 Cf. Segrestin, D.: “Sociologie de la entreprise”, Paris, Armand Colin, 1992.

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Sobre este punto Linhart se extiende en dos tipos de observaciones. La primera se inspira en la noción de “regulación autónoma” y “regulación conjunta” desarrollada por Jean Daniel Reynaud,71 capaz, dice, de abrir al análisis “toda la riqueza de la interacción social”. Es posible ver desde una óptica social y comunitaria, continúa, el llamado trabajo real o informal, aquel que realizan los ejecutantes en la esfera no reconocida de su actividad y que les permite hacer frente a los imprevistos del proceso de trabajo. Es posible también ver como actividad comunitaria la acción común que reali-zan con los directivos, buscando un equilibrio entre trabajo real y prescripto, entendido éste como el que emana de las ofi cinas funcionales, portador de un conocimiento técnico y de una autoridad institucional.

Análogamente puede aprehenderse, en los términos que Sagrestin reserva para la empresa comunidad, la regulación autónoma, esto es, “la elaboración por parte de los ejecutantes de los saberes, el saber hacer y el saber estar jun-tos”, que les permiten dar respuesta a las contingencias y producir reglas que regulen sus relaciones en los colectivos informales que integran. La norma comprendida por ese “estar juntos” parece converger con el hilo argumental de Hannah Arendt sobre el poder (comunicativamente generado) y, de este modo, las tesis de Sagrestin adquieren vinculaciones que, a nuestro modo de ver, mejoran la consistencia del análisis emprendido sobre la fecundidad político práctica de la acción en marcos comunitarios.

Linhart agregará en coincidencia con esta descripción, la acción informal de confrontación y coordinación realizada por directivos y ejecutantes, para equilibrar la diversas orientaciones normativas de que son portadores, “remi-te a una situación que puede y debe analizarse en términos de comunidad”. De hecho, concluirá, hay que reprocharle a Segrestin que piense a la empresa separada del trabajo, “refi riéndola sólo a las dimensiones de las relaciones, los valores, las identidades y la cultura”72 y desconsidere la crucial cuestión de las competencias y los saberes aportados por el trabajo directo.

Esta crítica de Linhart se asemeja a aquella por la cual Zarifi an acusa a Haber-mas de ignorar las cuestiones del anclaje material e institucional de la acción comunicativa. Sin embargo, hay que reconocer que esta autora no pretende elaborar una teoría, para la cual las relaciones portadoras de valor y cultura serían irrelevantes para el análisis de la actividad trabajo por idealistas, sino sólo criticar la sociología que de la empresa hace Segrestin. El abandono del

71 Reynaud, J. D.: “Les regles du jeu. La action collective et la régulation sociale”. Paris. Armand Colin. 1989.72 Linhart, D.: (1995), op. cit., págs 10-11.

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análisis del trabajo y su sustitución por el de la empresas es un llamado de atención que Linhart hace con énfasis y que, desde nuestro punto de vista, tiene plena vigencia, por sus consecuencias para captar los aprendizajes que caracterizan a una “comunidad de prácticas” o a lo que la investigación suele designar como “empresa califi cante”. Aunque es legítimo, dice esta autora con razón, ampliar el campo de la investigación hacia la empresa en su nivel corporativo, como pertinente objeto de análisis, parece, por el contrario, criticable abordarla independientemente de los fenómenos que caracterizan las situaciones de trabajo directo.73 Este traslado en la óptica de indagación acarreará el peligro de opacar la permanencia del trabajo taylorista en una supuestamente transformada y “post-taylorista” empresa comunitaria.

Las evidencias culturales que pueden ir en apoyo de las tesis que vinculan hasta identifi car comunicación y comunidad de prácticas surgen también de la evidencia empírica recogida en investigaciones de campo, su emergencia en la práctica y en los discursos de la producción es cada día más reiterada. Al respecto, una investigación en empresas de tecnología “avanzada” realizada en Argentina ha relevado numerosos casos, uno de los cuales citamos acá. En él, un jefe de planta siderúrgico conecta explícitamente las carencias de responsabilidad por el desempeño, y el ejercicio de lo que para él es un individualismo inefi ciente, con la ausencia de un “funcionamiento como co-munidad” orientada a crear valores que se manifi esten en prácticas de un entendimiento compartido sobre el bien común:

Como estamos en la cultura del verticalismo y de la decisión [por el jefe] tene-mos hecho carne el tema de la responsabilidad individual, marcada por la inefi -ciencia que tenemos de que esto funcione como una comunidad. Entonces nos vemos obligados a, como la gente no funciona como comunidad, centrarnos en la responsabilidad, entonces decimos, el responsable de apagar las luces, el responsable de esto y el responsable de lo otro, y bueno siempre el responsable se fue, o no está [...] Esto o se resuelve como una comunidad como un conjunto de personas que entiende qué es el bien común, o no se resuelve. Yo le digo sin-ceramente, antes de irme a Japón era un ferviente admirador de la responsabili-dad puntual, y volví convencido que esto no funcionaba, mejor dicho, funciona como una presión del día a día y desgastante, [...] no es algo que tenga continui-dad, la continuidad se logra cuando la gente lo interpreta como comunidad.74

73 Id. pág. 11.74 Rojas, E., Catalano, A.M. et allii: “La educación desestabilizada por la competitividad. Las demandas del mundo del trabajo al sistema educativo”. Ministerio de Cultura y Educación de la Nación, Buenos Aires, 1997, pág. 296.

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Más en profundidad, la idea es que una racionalización meramente tecnocrá-tica de la empresa y/o de las instituciones pierde, innecesariamente, riqueza social y cultural. El peligro básico de los procesos de racionalización de empresas, dice Frías en su investigación, es el de abstraer de la comunidad de trabajo solamente las relaciones técnico económicas que están en la base de las exigencias de productividad y de maximización de ganancias por dis-minución de costos, olvidando el valor de la creatividad del trabajador y las sinergias del trabajo mancomunado. El resultado, agrega, es la expansión de sistemas de actividad racional con arreglo a fi nes, la burocracia y el autorita-rismo en la dirección, a la vez que la negación de la riqueza social y cultural del mundo de la vida en la producción:

Su peligro en el ámbito de la sociedad es, en palabras de Hannah Arendt (1961):75 que el ámbito de lo privado (el ámbito de la necesidad, de la servidumbre y la rutina, del oikos, de la economía doméstica) invada el ámbito de lo social (el ám-bito de la libertad, de la polis, de la realización del hombre). En otras palabras, que se justifi que la dominación, el orden y el sometimiento social, en base al mero funcionamiento de las estructuras económicas, en base exclusivamente de las relaciones de producción. Tal dominación signifi caría negar el espacio de la comunicación, de la cultura, del mundo de la vida.76

Siguiendo a Boltanski y Chiapello, en la “era postmoderna” la sociedad indi-vidualizada tiende a regirse por valores de consumo, hedonistas, subjetivistas e individualistas que ponen en peligro el óptimo de las economías en red. Los modelos de dirección de empresas, entonces, agrega Frías, buscarán con ahínco no negar sino fundar las interacciones del trabajo sobre el re-conocimiento y la valoración de la creatividad y subjetividad de los agentes intervinientes. La organización también es tendencialmente un espacio co-municacional (comunidad) en el que se expresa la intersubjetividad de indivi-duos y grupos.77 Y, concluiremos con Frías, una empresa así formada según el modelo de lo que llamamos comunidad de prácticas privilegia la competencia estratégica de estilo comunicativo y abierto a la refl exión. Desde una perspec-tiva societal y política, por basarse idealmente en el reconocimiento de la creatividad multidimensional del trabajo humano, una empresa comunidad de prácticas da lugar a una cultura y una calidad de vida en el trabajo que no se rigen primordialmente por la racionalidad tecnológica o la razón del poder jerárquico sino por la racionalidad comunicativa que tiene, en los hechos, toda búsqueda del entendimiento:

75 Condition de l´homme moderne, Calman – Levy, Paris (traducción de La condición humana, nota nuestra).76 Frías, P.: (2000) op. cit. págs. 40-41.77 Id. pág. 46.

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Se trata, en cambio, a partir del predominio de una nueva cultura fundada en la comunicación, la participación y el diálogo, de suscitar una discusión que ponga en relación el potencial del saber y del poder técnico, con nuestro saber y nuestro querer práctico [las cursivas son mías]. Ello surge del convencimiento –como lo plantea también Habermas- que una voluntad política que dispone de los recur-sos que suministra la ciencia, no puede ser esclarecida sino a partir del horizonte de un diálogo entre los ciudadanos mismos.78

¿Cuánto espíritu comunitario o, a la inversa, cuánto y de qué tipo de confl icto acepta la sociedad pluralista y de libre mercado para avanzar en su desarrollo socio económico?, se pregunta el economista Albert O. Hirschman,79 a quien Boltanski y Chiapello consideran la principal inspiración de su crítica del es-píritu del capitalismo actual (13). Hirschman se contestará que más que de tal espíritu, el logro de cohesión y de integración (que podemos llamar efecto comu-nidad) depende de la experiencia adquirida por el grupo social para resolver, manejar y atender, los confl ictos que le “salen al paso”. Experiencia hecha de regateos, negociaciones y el “arte del compromiso” para la cual el confl icto nunca es total sino parcial, sus objetivos son “más o menos” alcanzables, y que se constituye, por lo tanto, en un factor productivo fundamental.80 El concep-to es de un confl icto legítimo, de fi nes autolimitados por los actores mismos en sus luchas por la economía, la productividad, la tecnología y el poder, que aquí hemos caracterizado como inherentes a una comunidad de prácticas. Y de estos confl ictos, argumenta Hirschman, “sólo podemos ir delineando apropia-damente los mapas conforme los vayamos viviendo”.81

La competencia estratégica adecuada a la empresa y economía en redes está de-terminada por las habilidades y saberes prácticos que posibilitan atender y manejar, comunicar y desplazar, los confl ictos recurrentes y sin solución defi nitiva que forman las dinámicas de la sociedad democrática y pluralista del mundo de hoy. Difícil desafío para el estratega competente:

[…] para decidir si las difi cultades o los confl ictos a que se enfrenta una sociedad son destructivos y letales o si podemos «manejarlos» y «atenderlos», al parecer necesitamos la sabiduría de la retrospectiva; porque querer hacer esta determinación por adelantado sería cometer la locura de la avanzada perspectiva (la locura de pretender ver el futuro).82

78 Id. pág. 56.79 Hirschman, A. O.: (1995) op. cit. págs. 262 y ss.80 Hirschman, A. O.: (1995) op. cit. págs. 280 y ss.81 Id. pág. 281.82 Id. pág. 273 (cursivas de Hirschman).

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Reconocer en lo extraño lo propio, y hacerlo familiar, es el movimiento funda-mental del espíritu, cuyo ser no es sino retorno a sí mismo desde el otro H. G. Gadamer.1

Este capítulo, basado en la obra de Bolstanski y Chiapello (ByC) “El nuevo espíritu del capitalismo”, tiene la pretensión de mostrar las conexiones de esta obra con la teoría de la acción comunicativa, explicando el cómo Jürgen Habermas es capaz de sustentar una crítica que produce desplazamientos y procesos de formación signifi cativos en el capitalismo en pos de una mayor justicia y equidad en una ciudad que opaca de diversas maneras las patologías del sistema. El valor de la obra de ByC es justamente que permite anclar y conectar teorías, como la de Habermas, en su extensa explicación de cómo el capitalismo ha ido modifi cando su espíritu, a veces superando y otras ve-ces superado por la crítica social y, en especial en estas últimas décadas, por la crítica artística.

El capítulo está escrito como un informe bibliográfi co extenso, que ex-trae citas principalmente de los textos “El nuevo espíritu del capitalismo” (NEC)2 y “Teoría de la acción comunicativa, tomos I y II” (TAC), así como referencias menores a otros autores que sirven para profundizar conceptos y desarrollar ciertas conexiones. La estructura del artículo comienza con una revisión preliminar del concepto de espíritu y la idea de desplazamiento como ganancia sistémica, para luego desarrollar las tres ideas centrales de este trabajo: se parte describiendo lo que en el NEC se denomina “la ciudad por proyectos” y cómo ésta se las arregla para blindar al capitalismo de la crítica I), luego apunta hacia la estructura vital en donde este nuevo espíritu ha encontrado su sitial: la personalidad, describiendo la ambivalencia de sus efectos y la trayectoria reivindicativa de la crítica artística, II) para fi nalmente elaborar una tesis que proponga a la TAC como teoría que repone la ausente pero necesaria crítica moderna en la ciudad por proyectos y sustente sus posibilidades de innovación (III).

1 Gadamer, H. G.: “Verdad y Método”, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2003. pág. 43.2 Boltanski, L. y Chiapello, E.: “El nuevo espíritu del capitalismo”. Eds. Akal, Madrid, 2002. En adelante, las citas y referencias del texto se indicarán sólo a través del número de página, entre paréntesis.

lA ACCIóN CoMUNICATIVA Y loS ProCESoS forMATIVoS EN lA CIUDAD Por ProYECToSSergio Celis G.

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CONSIDERACIONES PRELIMINARES: LA IDEA DE ESPÍRITU Y DESPLAZAMIENTO

El NEC retoma la obra de Max Weber proponiendo que el espíritu del ca-pitalismo, al que hace referencia Weber, habría desarrollado diferentes mu-taciones a partir de una constante crítica a las bases de ese espíritu y su manifestación social y económica, incluso habría presentado dos grandes transformaciones: el segundo espíritu del capitalismo que alcanza su esplen-dor entre 1930 y 1960, este espíritu se caracteriza por centrar su atención, no el empresario burgués sustentador del capital sino en la organización y en la fi gura del director ingeniero, quien encarna el dominio de la técnica y la rigurosidad, y un tercer espíritu, el nuevo espíritu, que en la obra de ByC fi gura como aquel que trasciende, sin abandonarla, a la fi gura de la organi-zación y se extiende con nuevas fuerzas, por modos de vida y sentido de sus participantes.

Cómo es ese espíritu que desarrolla tal capacidad de transformación y por qué se ha asentado la idea de que el capitalismo necesita de un espíritu para su desarrollo, es la intención de estas consideraciones preliminares. Habermas, en una revisión sociológica del concepto de espíritu, lo ubica como medio co-municativo entre los sujetos, medio que permitiría el mutuo reconocimiento entre ellos y a la vez sería capaz de generar identidades individuales, el espíri-tu no es el fundamento subjetivo de la conciencia de sí, sino que aquello que es capaz de identifi car a los sujetos con una objetividad universal. El espíritu es a la vez identifi cación colectiva y formación de la conciencia de sí:

El espíritu no es entonces el fundamento que subyace a la subjetividad del sí mismo en la autoconciencia, sino el medio en el que un yo comunica con otro yo y a partir del cual, como de una mediación absoluta, se forman ambos sujetos recíprocamente […]La idea original de Hegel consiste en que al yo sólo se le pueda concebir como autoconciencia si es espíritu, si pasa de la subjetividad a una objetividad de un universal, en el que sobre la base de la reciprocidad, los sujetos que se saben a sí mismos quedan asociados como no idénticos.3

En la misma línea, aunque más fi losófi ca, Hans- Georg Gadamer, en su obra Verdad y Método, también en base a la teoría de Hegel sobre el espíritu, dirá “Reconocer en lo extraño lo propio, y hacerlo familiar, es el movimien-to fundamental del espíritu, cuyo ser no es sino retorno a sí mismo desde el otro”, esta sentencia, epígrafe de este artículo, refuerza la capacidad de identifi cación del espíritu con el otro, pero también la formación de una

3 Habermas, J.: “Ciencia y técnica como ideología”. Editorial Tecnos, Madrid, 1986. págs. 17 y 18.

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conciencia de sí, que es también conciencia colectiva. Un espíritu se forma ahí donde existe una apropiación de lo extraño, cuando lo extraño se vuelve familiar. Un nuevo espíritu es una referencia a aquello que reconocemos como parte de las estructuras vitales, diremos más adelante a aquello que nos parece natural, pero que cuando nos asomamos, la mirada hacia la his-toria, hacia sus discontinuidades o crisis, cuando nos desplazamos por ella, aparece lo extraño que se ha asimilado, lo perdido que hemos olvidado.

Hablar de espíritu del capitalismo es referirse a una identidad abstracta, que a ratos se puede llamar ideología, una particular forma ética o una imagen de mundo religiosa, en Weber el espíritu capitalista representa una ordenación que va más allá de una dependencia legal o normativa, superando incluso a la forma económica capitalista. El espíritu es un medio, en el cual se justifi -can ciertas orientaciones de valor y se asientan ciertas prácticas y modelos ejemplifi cadores, donde ciertas unidades u organizaciones son aquellos sis-temas que refl ejan y promueven un espíritu particular, son lugares donde los sujetos tienen un tipo particular de encuentro e identidad. Es la empresa capitalista aquella organización que le da forma al espíritu capitalista, lo im-pulsa y lo transforma:

Claro está que, por lo regular, entre la forma capitalista de una economía y el es-píritu con que se la dirige está de por medio una relación “adecuada”, más no una dependencia “legal”. Ahora bien, si pese a todo, nos valemos temporalmente de la expresión “espíritu del capitalismo” (moderno) para señalar aquel criterio con aspiraciones lucrativas, mediante el ejercicio constante de una profesión, un bene-fi cio racionalmente legítimo, […] se debe en fundamento a la razón histórica de tal criterio se ha visto cristalizado convenientemente en la empresa capitalista, a la par que está puede considerarse su más apropiado impulso espiritual en aquella.4

Desde otra perspectiva a la teoría de la ética protestante y el espíritu del capitalismo de Weber, en la crítica literaria del crítico y teórico ruso Mijaíl Bajtín se observa una particular concepción de mundo a través de la obra de Dostoievski, en la cual se señala que en los textos del novelista surge una ex-presión sublime del espíritu del capitalismo, una contradicción con los asen-tados mundos de sus personajes y héroes. El espíritu del capitalismo habría sido capaz de aniquilar formas cerradas y antiguas estructuras de sociedad, en la crítica de Bajtín se lee un diálogo de confl ictos y voces, dejando a tras cualquier concepción monológica para transformarse en un dialogo siempre polifónico, en el cual las conciencias no se sostienen en los mundos sociales, culturales e ideológicos, el nuevo espíritu sería capaz de confundir esferas

4 Weber, M.: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”, Prometeo libros, Buenos Aires, 2003. pág. 49.

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sociales y personales, borraría ciertas distinciones y establecería otras, pon-dría en riesgo patrimonios históricos produciendo una cierta aculturación. En cada unidad o átomo de vida surgiría esta contradicción provocada por el espíritu capitalista, que establece un nuevo orden, una nueva manera de relacionarse, nuevas formas de conciencia y una pretensión de objetivación y universalización. Sin embargo, las estructuras sociales, culturales e ideológi-cas no se perderían en apariencia y se mantendrían vivas y en contradicción a través de sus héroes, autores y lectores. En Dostoievski, Bajtín se encuentra con múltiples diálogos que se forman en una misma conciencia, encerradas en sus sujetos, pero con una estructura siempre dialogante, polifónica, don-de se realizaría una contradicción permanente entre diferentes espíritus:

Dostoievski viene a ser la expresión más pura y autentica del espíritu del capi-talismo. Los mundos sociales, culturales e ideológicos que se enfrentan en la obra de Dostoievski antes aparecían como autónomos, estaban orgánicamente cerrados, solidifi cados e internamente comprendidos por separado. No existía un plano real y material para un encuentro y mutua penetración. El capitalismo aniquiló el aislamiento de estos mundos, destruyo el carácter aislado y de interna autosufi ciencia ideológica de estas esferas sociales. En su tendencia de nivela-ción universal, no dejó ninguna otra separación que no sea la que existe entre el capitalista y el proletariado; hizo mezclar y confundir estos mundos en proceso de formación en su unidad contradictoria. Estos mundos aun no se pierden en su apariencia individual elaborada durante siglos, pero ya no pueden ser autosu-fi cientes. Su ciega coexistencia y su tranquila y segura subestimación ideológica mutua se acabaron, y sus contradicciones recíprocas y al mismo tiempo su mu-tua dependencia se manifestaron con toda obviedad. En cada átomo de la vida tiembla esta contradictoria unidad del mundo y de la conciencia capitalista sin que nada pueda descansar dentro del aislamiento, pero al mismo tiempo sin re-solver nada. El espíritu de este mundo en pleno proceso de formación encontró su expresión en la obra de Dostoievski.5

Así, el espíritu del capitalismo, se fue moldeando a través de sujetos que lo portaban y empresas que lo fomentaban, en el NEC se reconoce al empresario

5 Bajtín, M.: “Problemas de la poética de Dostoievski”, Fondo de Cultura Económica, 2ª edición Méxi-co, 2005. págs. 34 y 35. Bajtín, es un infl uyente crítico literario, teórico social y lingüista ruso, sus obras alcanzaron un tardío reconocimiento en la Unión Soviética, debido en parte, a su deportación y a la per-secución estalinista. Sus obras fueron reconocidas en occidente tras su muerte en 1975, sus propuestas teóricas representan una novedosa oportunidad de innovación en la refl exión política, sobre todo por sus elaboraciones acerca de la comunicación polifónica y la palabra ajena, aquella proveniente de fuera del diálogo. En Bajtín se puede profundizar en las teorías del habla como acto y en el cómo la acción comunicativa puede generar experiencias más democráticas en contextos donde predomina la diversidad y el confl icto de interpretaciones e intereses. Para acceder a Bajtín desde una lectura latinoamericana, se recomienda la obra del autor argentino Mancuso, H.: “La palabra viva. Teoría verbal y discursiva de Mijaíl Bajtín”. Editorial Paidós, Buenos Aires. 2005.

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burgués como la fi gura primera representante del espíritu capitalista, en la tesis de Weber el espíritu se observaba en las nuevas relaciones que se establecían entre los dueños del capital y la materialidad, en especial con el dinero. El objetivo no era producir para obtener los dividendos y enriquecerse material-mente, sino que el objetivo es establecer un ciclo en que los resultados ya no se obtenían para ser gastados sino para que sirvieran de medio para volver a producir más. Se desgastarían los antiguos y suntuosos estilos de vida de las familias más ricas, se impondría un valor hacia una rigurosa sobriedad y conductas que disminuyan el gasto y el despilfarro en pos de generar nuevos espacios de expansión de sus empresas y medios para generar más dinero, más materialidad, que a su vez volvería a ser reinvertida. En la ética protestante y el espíritu del capitalismo se sentencia que no fue la disponibilidad de más dinero y riqueza la que fomentó el capitalismo, sino que fue su espíritu. Donde este espíritu existiese habría formas de reproducir este ciclo y maneras de generar riquezas y dinero, ahí radicaría la mayor fuerza de este espíritu, en su capaci-dad de generarse sus propias condiciones. Más adelante en el artículo, será interesante constatar que esta propiedad permanecerá siempre en el espíritu capitalista, que frente a la crítica, a su desgaste, y ante cualquier pérdida de con-diciones sociales apropiadas, buscará la forma de modifi carse, de permanecer y, como se encuentra en la obra de Weber, fi ltrarse:

Se formaron patrimonios de cuantía que no derivaron en el grato manantial de renta, antes bien fueron invertidos nuevamente en el negocio, y el tipo de vida apacible y tranquila tradicional se transformó en la rigurosa sobriedad de aque-llos que trabajan y ascendían porque ya no querían gastar, por el contrario enri-quecerse, o de quienes, conservándose apegados al antiguo estilo, se vieron en la imperiosa necesidad de reducir su plan de vida. Y he aquí lo más interesante: en casos similares, la afl uencia de dinero nuevo no era la causa que provocaba esta revolución, sino que se debía al nuevo espíritu, el “espíritu del capitalismo” se había fi ltrado. […] no puede decirse que la cuestión concerniente a las fuerzas propulsoras de la expansión del moderno capitalismo gire en torno, especial-mente, del origen de las disponibilidades monetarias provechosas para la em-presa, sino antes bien en torno del desarrollo del espíritu del capitalismo. Tan pronto como éste se aviva y es capaz de erguirse, crea sus propias posibilidades monetarias de las cuales puede valerse como medio de acción, lejos de que le sirvan a la inversa.6

Así como en la crítica de Bajtín a Dovstoievski, se representan las contra-dicciones y los confl ictos producidos por la irrupción del emergente espíritu capitalista y su choque con las tradicionales esferas sociales, en Weber se hace notar que los innovadores, los nuevos portadores de este espíritu tuvieron

6 Weber, M.: (2003) op. cit. pág. 51

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que pagar un costo y resistir una confl ictiva relación con otros estamentos y sujetos de la sociedad, sobre ellos se formaba una permanente desconfi anza, un rencor, por los modos de relacionarse con la materialidad y por la mora-lidad expresada en estos nuevos empresarios.

Se constatará posteriormente, que en el espíritu del capitalismo de ByC, sus más grandes representantes debían requerir de fortaleza de carácter, para hacer frente a los tradicionales cánones sociales. En el primer espíritu, la vida de riguroso trabajo y sobriedad era la principal herramienta para formar ese carácter, los nuevos empresarios estaban dotados de tal dedicación que si bien provocaba resquemores en la elite tradicional, congeniaba y generaba confi anza en los trabajadores y clientes, esto generaría una base que apoya la instalación de esta nueva ética y las nuevas formas capitalistas:

Pero no fue de un modo pacífi co que este espíritu se introdujo. Una ráfaga de desconfi anza, mas bien de rencor y de enojo moral, sacudió con frecuencia a los primeros innovadores y, en varias ocasiones (conozco distintos casos), dio origen a una leyenda acerca de las enigmáticas sombras de su vida anterior. Difícilmente puede hallarse a alguien que acepte, sin prejuicios, a un empresario de este “nuevo estilo” que sólo podía mantener su propio dominio y salvarse del desastre, moral y económicamente, gracias a una excepcional fi rmeza de carácter; además (apartes de su diáfana percepción), se debió, justamente, a ciertas cualidades “éticas” per-fectamente defi nidas que le fueron favorables para captarse la confi anza requerida por parte de los clientes y los trabajadores, reafi rmándole la fuerza necesaria para derrotar las innumerables resistencias que le hacían frente a cada paso, y, muy par-ticularmente, en virtud de esas cualidades, se debería a la enorme capacidad para el trabajo requerido en un empresario de esta índole, enteramente incompatible con una existencia fácil; en suma, el nuevo espíritu encarna determinadas cualidades éticas de diferente origen que la de aquellas que se acoplaban al tradicionalismo de otras épocas.7

Esta orientación hacia la dedicación por el trabajo, de sobriedad, rigurosidad y disciplina personal, se va confi gurando como una ética de la profesión, que si bien puede ser considerada como parte de un proceso de racionalización que transcurre en la historia de occidente, presenta una aparente dimensión irracional, difícil de explicar. Y es justamente en esa dimensión que se analiza el efecto del espíritu del capitalismo, para explicar aquella abnegación hacia la profesión y el trabajo, ese fue el esfuerzo de Weber y es una de las dimen-siones principales discutidas en el NEC; cuáles son aquellos factores que ordenan y legitiman las acciones en el actual capitalismo. En este artículo se intenta describir la manera en que el espíritu del capitalismo se desenvuelve y 7 Id. págs. 51 y 52.

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promueve en la nueva ciudad, cuál es el efecto de su acción y explicar aquella aparente irracionalidad que se oculta tras las acciones legitimadas y ejemplifi -cadoras de los sujetos que habitan la nueva ciudad. Volviendo al epígrafe, se intentará el proceso inverso descrito por Gadamer, en este artículo se trata de reconocer lo extraño en lo propio:

Así, pues tal parece sería más comprensible el desenvolvimiento del “espíritu del capitalismo” como un caso singular del desarrollo del racionalismo, descifrable debido a la posición de éste frente a los últimos problemas de la vida. […] el “racionalismo” es una idea histórica, que incluye un sinfín de contradicciones, y nos es necesario investigar qué espíritu engendró aquella forma concreta del pensamiento y la vida “racional” de la cual procede la idea de “profesión” y la consagración tan abnegada (aparentemente tan irracional visto con propio in-terés eudemonista) a la actividad profesional, que sigue siendo por igual uno de los factores peculiares de nuestra civilización capitalista. Nuestro interés reside, precisamente, en este factor irracional que se oculta en aquél y en toda idea de “profesión”.8

Sin embargo, no sólo el artículo se ocupa de develar la acción y los efectos del capitalismo actual, se tratará también de reposicionar una crítica que abra espacios y nuevas oportunidades en la ciudad capitalista actual. Se ha-bla de desplazamiento en el capitalismo, para colocar a la teoría de la acción comunicativa, incluso a pesar de ella, como una teoría capaz de ofrecer es-pacios desde dentro del capitalismo, espacios para la crítica, para ampliar las fronteras de la ciudad por proyectos y para el fortalecimiento de estructuras del mundo de la vida. Para ByC los desplazamientos permiten al sistema productivo recobrar fuerzas al extraer de las nuevas circunstancias en que se sitúan quienes los llevan a cabo fuerzas (valores) menos identifi cadas (616). Las pruebas de grandeza instituidas, por la cuales el sujeto capitalista da muestras, en la ciudad, del valor ético de sus acciones, son evitadas: “de repente algunos comienzan a triunfar de otra manera, al principio no se sabe cómo (es posible que ni siquiera ellos lo sepan)” (id.). Y en una tesis capital para nuestro abordaje de la cuestión, ByC unifi carán en su discurso, el discurso de la economía y el de la acción comunicativa para explicar los desplazamientos de que hablamos: “La presión competitiva propicia una difusión bastante rápida de los desplazamientos (Boyer, Orlean, 1994), pero se requiere un trabajo de interpretación, acercamiento y narración (frecuen-temente desarrollado por consultoras o en coloquios, seminarios, etc.), que defi na aquello que parece haber resultado benefi cioso y permita aplicar de nuevo, en otros lugares, medidas locales o circunstanciales”(620).9

8 Id. págs. 56 y 57.9 La mención bibliográfi ca que hacen ByC acá corresponde a: Boyer, R. y Orlean, A.: “Persistence et

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En esta perspectiva, la TAC aporta un modelo para explicar y defi nir aque-llas coordinaciones que se establecen en la cotidianeidad que mediante el lenguaje construyen sociedad y tienen elementos de racionalidad que se opo-nen al sistema en sus dos máximas representaciones, la empresa capitalista y el estado burocrático. En la teoría de Habermas el sistema no se desarrolla en relación a la acción comunicativa sino en base al dinero y el poder. Pese a lo anterior se intentará a través del NEC, constatar ciertos desplazamien-tos en la ciudad, desplazamientos que son potenciales agentes de crítica, innovación y justicia. Se advierte, tal como lo hacen en su obra ByC, que los intentos de explicar la ciudad por proyectos desde la TAC pueden conducir a construir más legitimidad que crítica.

Bien vale el esfuerzo por producir este desplazamiento, que por supuesto, corre el riesgo de legitimar aquello que se desea criticar. En la obra sobre el arte de la hermenéutica de Gadamer se releva el hecho de que para producir un desplazamiento cualquiera, es necesario establecer los horizontes propios de aquello que se desea desplazar. Y desplazarse no es solo apartar la mirada o analizar simplemente desde otro punto de vista, es justamente llevar, en este caso, a la teoría crítica hacia el interior de la ciudad por proyectos. Este intento no implica, ni empatía ni sumisión, es avanzar hacia una generalidad mayor, en este caso esta crítica no es sólo desde adentro ni una fusión entre la teoría de la TAC y la ciudad por proyectos, son simples conexiones que aspiran a favorecer una generalidad y nuevos espacios para reponer discusio-nes dentro de la ciudad y expandir sus márgenes:

Uno tiene que tener siempre su horizonte para poder desplazarse a una si-tuación cualquiera. ¿Qué signifi ca en realidad este desplazarse? Evidentemente no algo tan sencillo como “apartar la mirada de sí mismo”. Por supuesto que también esto es necesario en cuanto se intenta dirigir la mirada realmente a una situación distinta. Pero uno tiene que traerse a sí mismo hasta esta otra situación. Sólo así se satisface el sentido de “desplazarse”. Si uno se desplaza, por ejemplo, a la situación de otro hombre, uno le comprenderá, esto es, se hará conciente de su alteridad, de su individualidad irreductible, precisamente porque es uno el que se desplaza a su situación.Este desplazarse no es ni empatía de una individualidad en la otra, ni sumisión del otro bajo los propios patrones, por el contrario, signifi ca siempre un ascenso hacia una generalidad superior. Que rebasa tanto la particularidad propia como la del otro.10

changement des conventions” en Orlean, A. (ed.): Analyse économique des conventions, Paris, 1994. Como se sabe, Robert Boyer es el principal exponente de la teoría económica llamada “teoría de la regu-lación” que tiene infl uencia en destacados dirigentes políticos (economistas) chilenos.10 Gadamer, H.G.: (2003) op. cit. pág. 375. Gadamer, fi lósofo alemán, discípulo de Heidegger, es uno de los más importantes exponentes del pensamiento contemporáneo, su revisión de la hermenéutica es, a la vez, una brillante crítica y una novedosa propuesta a las ciencias del espíritu contemporáneas. Su teoría

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El desplazamiento es alcanzar esta generalidad superior, por esto las siguien-tes tesis se sitúan desde dentro de la ciudad por proyectos, para describirla, entenderla y criticarla. Es un ejercicio simple de desplazarse en la ciudad para obtener otra perspectiva, otros sonidos y visiones. Siempre cualquier renovación, cualquier práctica de aprendizaje o innovación “implica un coro de voces”, podríamos decir recordando a Bajtín.11

1) LA CIUDAD POR PROYECTOS OCULTA AL CAPITALISMO DE LA CRÍTICA

Arendt advierte que el empleo correcto de las palabras no es sólo una cuestión de gramática lógica, sino de perspectiva histórica, puesto que una «cierta sordera a los signifi cados ha tenido como consecuencia un tipo de ceguera ante las reali-dades a las que corresponden».

Fina Birulés.12

Cuando en el NEC se hace referencia a la “ciudad” están delimitando el espa-cio y las formas en que los sujetos se relacionan, se organizan y se abastecen de interpretaciones de una manera particular. La ciudad por proyectos es la ciudad predominante en el nuevo espíritu del capitalismo, es aquella en que las relaciones se establecen en base a diferentes objetivos y en tiempos deli-mitados. La fi gura o concepto que mejor representa la manera en que crece la ciudad por proyectos es la red, ya que la red representa el tipo de conexión entre entidades diversas y móviles, mientras el proyecto reúne a nodos orga-nizaciones o nodos personas dispares entre sí. En el ámbito de los negocios o de las organizaciones, el proyecto puede reunir a equipos multidisciplinarios, a equipos con diferentes intereses, a veces incluso contrapuestos, favoreciendo las alianzas momentáneas y el intercambio de personas, es fácil apreciar que la red crece y se acumula a través de los proyectos:

El proyecto es la ocasión y el pretexto para la conexión, reuniendo temporalmen-te a personas muy dispares y presentándose como un extremo de la red fuertemente activado durante un período relativamente corto de tiempo, pero que permite forjar vínculos más duraderos que, aunque permanezcan desactivados tempo-ralmente, permanecerán siempre disponibles. Los proyectos permiten también la producción y acumulación en un modo que, si fuese puramente conexionista, no conocería más que fl ujos sin que nada pudiese estabilizarse, acumularse o

aún representa un desafío y tiene potenciales implicancias en las metodologías de investigación social y en las ciencias en general. Para una revisión de su infl uencia en las ciencias y en la política ver Habermas, J. y otros. El ser que puede ser comprendido es lenguaje. Homenaje a Hans Georg Gadamer. Editorial Síntesis. España. 2003.11 Cfr.: Mancuso, H. (2005) op. cit. pág. 240.12 Birulés, F. : “Una herencia sin testamento: Hannah Arendt”. Herder, Barcelona, España, 2007, pág. 19.

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cobrar forma: todo quedará arrastrado por la corriente continua de los encuen-tros, que, habida cuenta de su capacidad para poner en comunicación todo con todo, distribuyen y disuelven sin descanso cuanto pasa por ellos. El proyecto es, precisamente, una proliferación de conexiones activa que propicia el nacimiento de formas, es decir, la existencia de objetos y sujetos, estabilizando y tornando irreversibles los vínculos. Es, por lo tanto, una bolsa de acumulación temporal que, siendo creadora de valor, proporciona un fundamento a la exigencia de hacer que se extienda la red favoreciendo las conexiones (156).

Los proyectos se caracterizan por su variable temporal, los plazos constituyen los límites esenciales de las conexiones que se establecen en base a los pro-yectos. En el plazo en que se establecen los proyectos se produce esta bolsa de acumulación, nacen objetos y sujetos, estableciendo vínculos de carácter irreversible, y es justamente esta condición la que hace atractiva la adscrip-ción y adhesión a los proyectos. Hoy los cuadros empresariales, más que ser reconocidos por la empresa en la que se encuentran y el cargo que ocupa, son los proyectos a los que están adscritos los que generan la identidad y futuro profesional del cuadro. Las empresas y el capitalismo en general se mueven y desarrollan en base a proyectos, más o menos emblemáticos: un proyecto de cambio organizacional, una nueva fase de explotación, el lanzamiento de un nuevo producto, un plan de internacionalización, migraciones a nuevas plataformas computacionales e informáticas o equipos de programación de fusiones entre empresas, entre otros ejemplos. Muchas veces estos proyectos no se establecen en coherencia con la estructura organizacional existente, tie-nen componentes transversales, son aún una nueva forma de entender el estar en una organización. Esta lógica resulta atractiva para los cuadros más jóvenes, en cuanto son una oportunidad intensiva en conexionismo, visibilidad, todo en un periodo de tiempo por lo general reducido.

Esta variable temporal, según el sociólogo Richard Sennett, es uno de los tres desafíos a los que hombres y mujeres tienen que hacer frente en la cultura del nuevo capitalismo. Sennett usa de ejemplo a los jóvenes emprendedores, de las emergentes empresas de programación de los 90, los cuales sentían un desprecio por los objetivos que prevalecen y ante un nuevo fracaso, conviene mudarse y volver a empezar.13 En la misma línea argumenta Zygmun Bauman, el tiempo en la ciudad, sería un tiempo puntillista compuesto de instantes eternos, donde en cada momento se puede comenzar de nuevo, en cada instante se puede producir un nuevo contacto, una nueva relación, en cada momento se pueden perder o aprovechar oportunidades.14 El mismo tiempo sería la unión

13 Sennet, R.: “La cultura del nuevo capitalismo”. Editorial Anagrama, Barcelona 2006. pág 27 y 28.14 Bauman, Z.: “Vida de consumo”. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2007, pág. 52 y 53.

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de fragmentos y el relato de lo vivido una conexión de puntos del pasado, así la vida sería como una composición similar a las pinturas puntillistas de Sereaut.

La expansión de la ciudad por proyectos en forma de red penetra las diferentes estructuras del mundo vital: la cultura, la sociedad y la personalidad, se trans-forma en “sentido común” lo que inmediatamente coloca un límite con el sis-tema de la ciudad, los proyectos exigen una vinculación que se oriente por los objetivos del proyecto, pero esta adhesión pasa por estar vinculada a las estruc-turas vitales, porque las requiere, se basa en un compromiso de los sujetos que componen la red. Tal compromiso es producido por una vinculación refl exiva y acciones orientadas hacia el entendimiento entre los sujetos, de esta manera el límite de la ciudad se encuentra en el choque entre la acción orientada por objetivo de los proyectos y las acciones comunicativas orientadas al entendi-miento, la primera busca la infl uencia entre los sujetos mediante amenazas o gratifi caciones, y la segunda un acuerdo entre los participantes. Este sería uno de los principales puntos de contacto entre el nuevo espíritu del capitalismo y la teoría de la acción comunicativa. La tesis de Habermas provee en la visualización de la sociedad como sistema y mundo de la vida una manera de entender este límite o aparente contradicción de la ciudad por proyecto, y se podrá observar que a través de un activo proceso de colonización y de resistencia es posible enten-der la expansión de la ciudad y sus efectos en el margen:

[…] proyecto, que se está haciendo un lugar en el sentido común de los miem-bros de nuestra sociedad, se compone de préstamos de al menos dos familias de paradigmas que, haciendo hincapié por igual en la comunicación y la relación, plantean una exigencia de refl exividad y de convergencia hacia un juicio común – como sucede, por ejemplo, en Habermas – a través de la intermediación de intercambios regulados por una razón comunicativa.La ciudad por proyectos se presenta de este modo como un sistema de constric-ciones que penden sobre un mundo en red que incita a no tener vínculos y a no extender sus ramifi caciones sino es respetando las máximas de la acción justifi -cable propias de los proyectos. Éstos son un obstáculo a la circulación absoluta en la medida en que reclaman un cierto compromiso, aunque sea atemporal y parcial, y suponen un control por parte de los otros participantes de las cualida-des que cada uno pone en juego (160).

Está lógica es la que se hace predominantemente fuerte en los nuevos cuadros empresariales, son potencialmente más propensos a generar este compromiso y nuevas conexiones respetando la lógica del proyecto y los tiempos que esta ló-gica impone. Pues no cualquier conexión o vínculo es funcional a la ciudad por proyectos y la experiencia anterior, a anteriores proyectos, puede constituirse más que en una posibilidad en una limitación. Más adelante se verá como la ciudad

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premia más el potencial en base a las posibilidades y fl exibilidades hacia el futuro que a la experiencia de éxito pasado, pues no supone que exista de antemano una correlación entre la experiencia pasada y las capacidades a futuro. Esto último es una constatación que puede ayudar a la discusión sobre la meritocracia.

Cada participante de la red está en riesgo de confundir sus propias motivacio-nes vitales por la lógica de los proyectos, incluso le es difícil identifi car alguna actividad u otra ciudad fuera de la estructura de los proyectos, la red es la pro-veedora de constantes iniciativas y emprendimientos a todo nivel, no solo las que se enmarcan en el trabajo o en la profesionalidad. De esta manera el estar sin “actividad” no sólo es estar sin trabajo o empleo, puede signifi car carecer de sentido, incluso en los aspectos íntimos y vitales de los sujetos, o visto de otra manera, el desarrollo de la personalidad, de la sociedad o de la cultura dependen de actividades asociadas con otros en el marco de la ciudad por proyectos y su sistema de red. En este sentido es la “actividad” el nexo entre el sistema y mundo de la vida habermasiano, la no actividad, el ocio, empieza a considerarse en niveles inferiores de valor. Visto de modo inverso, el trabajo pierde su valor intrínseco, no el monetario, sino el que otorga el espíritu, ya no es un ideal por el sólo hecho de ejercerlo, además de la rentabilidad del trabajo, se exige una conexión a algún proyecto o algún elemento que le otorgue sen-tido en el mundo de la vida de los sujetos.

En la lógica que primó en ciudades anteriores, como la ciudad industrial, la as-piración de los participantes partía de fi gurar en algún escalón jerárquico de la organización, desde ahí, la obediencia, el hacer las cosas bien, signifi caba pro-greso y reconocimiento. En la ciudad por proyectos podemos encontrar a un gran número de cuadros en las organizaciones, que por no tener “proyectos” o negocios, son trabajadores sin “actividad”, sin reconocimiento:

La actividad se manifi esta en la multiplicidad de proyectos de todo tipo que pueden ser llevados a cabo y que hipotéticamente deben ser desarrollados de modo sucesivo, constituyendo el proyecto, dentro de ésta lógica, un dispositivo transitorio. La vida es concebida como una sucesión de proyectos, tanto más válidos cuanto más dife-rentes sean los unos de los otros. La califi cación de éstos proyectos según categorías pertinentes para otras ciudades (como las familiares, afectivas, educativas, artísticas, religiosas, políticas, caritativas…) y, sobre todo, su clasifi cación según la distinción entre lo que se enmarca dentro del ocio y lo que tiene que ver con el trabajo, no importa – según la lógica de ésta ciudad – mas que de forma muy secundaria. Lo que importa es desarrollar la actividad, es decir, no estar nunca falto de proyectos, falto de ideas, tener siempre alguna cosa a la vista, en preparación, junto a otras personas cuya voluntad de hacer algo facilita la puesta en contacto (165).

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En la TAC es Weber y su descripción del primer espíritu quien a diferencia de Marx reconoce la fuerza represora del despliegue de las fuerzas produc-tivas. Las acciones orientadas estratégicamente o teleológicamente son las que se despliegan sin contrapeso en occidente, los avances de la ciencia y la técnica no tendrían el potencial emancipatorio anunciado por Marx. En la trayectoria del espíritu capitalista, la racionalización gana fuerzas a través de las mejoras en las técnicas de producción, las ganancias en efi cacia y efi ciencia y la aparición de los conceptos red y proyectos. Estos últimos se habrían convertido en un efi caz medio de represión social. Abordaremos más adelante las formas en que esa represión o mejor llamada colonización se lleva a cabo, sin dejar de asumir a través de un análisis de la teoría de Haber-mas una reactualización o relectura de Marx en donde los individuos y sus instituciones buscan resistirse y emanciparse de la dominación hegemónica del nuevo espíritu del capitalismo:

Según Marx la racionalización social se implanta directamente con el despliegue de las fuerzas productivas, es decir con la ampliación del saber empírico, con las mejoras de las técnicas de producción y con la movilización, cualifi cación y orga-nización cada vez más efi caces de la fuerza de trabajo socialmente disponible. Por el contrario, las relaciones de producción, es decir las instituciones que expresan la distribución del poder social y que regulan el acceso diferencial a los medios de producción, solo experimentan revoluciones merced a la presión racionalizadora de las fuerzas productivas. Max Weber juzga el marco institucional de la economía capitalista y del Estado moderno de otra manera: [...] como aquellos subsistemas de acción racional con arreglos a fi nes en que se despliega el racionalismo occiden-tal. [...] La ciencia y la técnica, que para Marx representaban un potencial inequívo-camente emancipatorio, aparecen ahora como medio de represión social.15

El dinero y el poder en la TAC son los medios en que esta racionalización ocurre, estableciendo sus lógicas en la interacción entre sujetos, cuando esto ocurre el mundo de la vida comienza a instrumentalizarse, en esta ciudad más que en otras, esta instrumentalización o represión social comienza a confundirse con las esferas más privadas de sujetos.

El nuevo espíritu del capitalismo ha logrado “calarse” tanto en las relaciones de producción como en las relaciones en las esferas del mundo vital, ganando la capacidad de ocultarse de la crítica social por vía del lenguajear en torno al concepto de proyecto, la aparente superación gramática del capitalismo es una confusión en las esferas vitales, se puede ver como un proyecto cual-quier actividad productiva, artística o personal. El nuevo espíritu es capaz de seducir y o confundir cualquier fuerza hostil, introduciendo en ellas mismas

15 Habermas, J.: “Teoría de la acción comunicativa”, Tomo I. Ed.Taurus, Madrid, 1999a, pág. 198.

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la lógica de proyecto y de la red. El “término proyecto se puede asimilar con cosas bien diferentes: abrir una nueva fábrica, cerrarla, elaborar un proyecto de reengineering o montar una obra de teatro. En todos estos casos estamos siempre ante proyectos y ante el mismo tipo de heroísmo. Esta es una de las formas mediante las cuales la ciudad por proyecto puede seducir a fuerzas hostiles al capitalismo, proponiendo una gramática que lo supere y que ellas utilizarán a su vez para describir su propia actividad, ignorando el hecho de que el capitalismo puede, también él, colarse en ellas” (166).

Además, es por medio de la literatura sobre gestión, que el espíritu difunde sus principios y oculta, a través del lenguaje, la simplifi cación y la cosifi cación de conceptos, al capitalismo en una mayor dimensión. La noción de capitalismo se confi na a ciertos círculos políticos o académicos, comienza a ser una noción en desuso, desaparece del uso cotidiano y de las conversaciones en las organizacio-nes. Si bien es fácil distinguir aquellos grupos anticapitalistas, sus operaciones muchas veces están en plena concordancia con la ciudad por proyectos, se or-ganizan en red, los medios de fi nanciamiento se formulan en base a proyectos, por periodos cortos y objetivos claros. Reconocer quienes son los portadores del capitalismo y a quienes dirigir las críticas se torna difuso debido a la enmarañada trama de la red. Así este nuevo espíritu permanece oculto, capaz de confundir a la crítica y operando plenamente a través de la ciudad por proyectos.

2) EL NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO Y SU COLONIZACIÓN DE LA PERSONALIDAD

[…] del mismo modo que actuar concertándonos nos proporciona un «poder ampliado» que nadie puede poseer aisladamente, el juzgar nos da una expe-riencia del mundo y de los demás que nos hace mentalmente fuertes. Nos hace viajeros, conectados, no aislados, y cosmopolitas, no provincianos.

Fina Birulés16

En esta sección se discutirá la manera en que este nuevo espíritu del capita-lismo se ha especializado en colonizar la estructura vital de la personalidad, revisando como la tradición y la experiencia de los sujetos ha ido desvalo-rizándose al contrario de lo que ocurre con las capacidades de conexión y el destacarse en la red. Partiremos analizando como la autoridad de los managers ha producido esta desvalorización a) y luego cómo se produce este disciplinamiento en la red, y cómo es favorecido por las entidades de formación clásicas, la empresa capitalista y las organizaciones burocráticas, obteniendo una sofi sticación mayor de las tecnologías del yo b).

16 Birulés, F.: (2007) op. cit. pág. 227.

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a) La autoridad de los managers, conexión sobre tradición.El NEC denomina a aquellos que se destacan en la ciudad por proyectos, siendo sus principales líderes, promotores y benefi ciados como los “grandes”, sujetos que ven cualquier relación como “contactable”, su orientación es neta-mente orientada teleológicamente, carece de orientación valórica o de distin-ción de esferas. El grande no pertenece a ninguna parte y sin embargo sabe ser “local” en cualquier punto de la red, es capaz de “mentir sin vacilar” si está en la necesidad de hacerlo, sus actos de habla son permanentemente perlocutivos sin discriminar a quién esté contactando. El grande permite expandir la red, es su representante inquebrantable lo que a su vez le exige un control de sí, un dominio de la personalidad que se encuentra en los límites de lo posible.

Los “grandes” de la ciudad son los portadores del nuevo espíritu, justamente porque han interiorizado el conjunto de creencias del capitalismo, legitiman-do cada vez con sus actividades la coherencia del sistema capitalista. Gracias a ellos se convierte en “ideología dominante”, como vimos anteriormente, en ideología oculta tras la ciudad:

El grande escribe a personajes importantes con el objetivo de declararles su ad-miración y solicitarles consejos o citas. Considera que toda persona es contacta-ble y que todo contacto es posible y natural, tratando del mismo modo a la gente conocida y a la desconocida. Tiene tendencia a ignorar las diferencias entre las esferas separadas como, por ejemplo, los universos privados, profesionales, me-diáticos, etc. El mundo constituye para él una red de conexiones potenciales. Bajo el reino del vínculo todo vale.El grande de la ciudad por proyectos no es el hombre de ninguna parte. A gusto allí donde se encuentra, sabe también ser local.[…] Sabe «prestar atención a los demás para buscar indicios que le permitirán intervenir con buen tino en situaciones de incertidumbre», posee «la habilidad para controlar y modifi car la presentación de si mismo hasta el punto de ser ca-paz de improvisar de forma certera, incluso de “mentir sin vacilar” si considera que es necesario», así como «la voluntad y la capacidad de ajustar sus propias acciones sin difi cultad para adaptarse a personas diferentes». Los grandes, autén-ticos maestros en el control de sí mismos […] (169).

La caracterización más común de los grandes, sobretodo a los vinculados al mundo de los mercados y los negocios es el “manager”, estéticamente identifi cado con la fi gura de los deportistas, ágil y rápido para desplazarse en la red sin temor a establecer nuevos contactos y relaciones, sin importar las condiciones y diferencias. El manager no tiene profesión o esta por sobre la suya, es capaz de trabajar multidisciplinaria y multiculturalmente. Nueva-

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mente estos sujetos deben tener una alta capacidad de control de sí mismos, pues deben mantener constantes niveles de efi ciencia en cualquier escenario al que se vea enfrentado. El manager busca intensamente la eternidad de cada instante, tomar cada oportunidad, moverse de un punto a otro. “El ma-nager es el hombre de las redes. Tiene como primera cualidad su movilidad, su capacidad para desplazarse sin arredrarse por las fronteras – sean ésta geográfi cas o derivadas de pertenencias de tipo profesional o cultural – por las diferencias jerárquicas, de estatuto, de papel desempeñado, de origen, de grupo, y una capacidad para establecer un contacto personal con otros acto-res, a menudo muy alejados social o espacialmente” (126).

El afán conexionista, pone en riesgo todo apego a la tradición y reservas cul-turales cuando estas son impedimento para que el grande expanda la red, sin embargo, como se pude analizar en la obra de Gadamer, toda interpretación es parte de la tradición, es a través del lenguaje, que esta tradición se mani-fi esta, el manager que entiende esto, puede usar su capacidad de entender la tradición justamente para aculturizar, para volverla contra de ella, en este caso el conocimiento de la historia, del arte y de la hermenéutica son herra-mientas cruciales que aseguran un mejor desenvolvimiento en la red y altos niveles de efi ciencia, porque son capaces de predecir, producto de la historia, de dar juicios de calidad, el arte, y de interpretar las situaciones. Cuando es-tas capacidades son usadas, sólo con fi nes conexionistas, con orientaciones afi nes, en Gadamer estos grandes, pueden ser catalogados como Deinos, y suelen ostentar posiciones de máximo poder dentro de la ciudad:

La experiencia hermenéutica tiene que ver con la tradición. Es ésta la que tiene que acceder a la experiencia. Sin embargo la tradición no es un simple acontecer que pudiera conocerse y dominarse por la experiencia, sino que es el lenguaje, esto es, habla por sí misma como lo hace un tú.17

La estabilidad en la antigua ciudad, en la ciudad industrial, estaba sustentada a través de su estructura y normativa, descansando en jerarquías y proce-sos burocráticos. Los grandes en la ciudad industrial, los jefes, se destacaban por la experiencia y efi cacia en aquel marco normativo, estéticamente eran identifi cados por fi guras grandes y gordas, absolutamente contrarias al estilo ágil y deportista actual, los jefes eran los que acumulaban el saber, a través de los años y la experiencia, su poder se refl ejaba en los cargos y diversos símbolos en las organizaciones a las que pertenecían durante toda su carrera profesional. Toda esa estabilidad de la segunda ciudad, que descansaba fuera de sus autoridades, en la ciudad por proyecto recae en el sí mismo, es el propio

17 Gadamer, H.G.: (2003) op. cit. pág. 435.

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grande quien mediante su actuar y su capacidad de conexión demuestra su condición de grande y es respetado en la ciudad, son pocos los elementos externos, estructurales que sirven para sustentarlo. La estabilidad recae y depende brutalmente de cada uno.

La movilidad en la red es producida, entre otros factores por la progresiva fl exibilización de los seguros sociales de los trabajos, hay mayor riesgo en el sistema a quedar fuera de él o cesante, para los más preparados el nuevo espíritu introduce la creencia de que no es favorable permanecer en un lu-gar, o de consagrarse a una sola compañía, a un solo proyecto, la ciudad no favorece ni reconoce la estabilidad ni la quietud. Esta capacidad de estar en constante movimiento, de no depender del seguro social, de ser apreciado en diferentes comunidades se denomina “empleabilidad”.

La empleabilidad depende directamente de la reputación en la ciudad, la que es alcanzada mediante la orientación valórica de los sujetos y acciones que aseguren respetar “elementales” reglas éticas. El costo de no actuar bajo es-tas reglas, de forma diferente al espíritu de la ciudad o de simplemente fallar en los negocios, puede ser tan alto, que los sujetos se convierten en “policías de si mismos”. La empleabilidad y la fi gura del grande han logrado ser efi -caces disciplinadores del comportamiento, desde una visión foucaultiana el castigo es la pérdida de reputación en la ciudad.

b) Las tecnologías del yo y los procesos formativos, el disciplinamiento en la red.Los procesos de formación de los nuevos cuadros, en universidades y otros centros de estudio, se enfocan en defi nir las competencias a alcanzar por sus egresados, poniendo sus esfuerzos en desarrollar aquellas habilidades, actitudes y valores que sean reconocidas por la ciudad, incluso en muchos lugares se concibe un proceso formativo basado únicamente en aprendizaje basado en proyectos. Lo importante es seguir desarrollando saberes técnicos y conocimientos específi cos, pero con un fuerte componente de saberes sociales, de habilidades, de una astucia para entender los problemas en un contexto global, multicultural, complejos y en red.

La misma experiencia en proyectos va disciplinando el actuar, muchas ve-ces la reputación del proyecto va ligada a la reputación de los individuos vinculados al proyecto, el éxito del proyecto intensifi ca el rendimiento y la interacción entre los sujetos.

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Quizás, la novedad histórica de este mecanismo de control, es la visión de un sistema justo, meritocrático que premia el esfuerzo y el comportamiento ético, además de fortalecer la individuación y la autonomía. Sin embargo, la obra de ByC nos alerta de la simple mirada a esta construcción de repu-tación, la cual puede obedecer a intereses de los más fuertes, perpetuar o favorecer características que van en perjuicio de muchos:

[…] los actores del mundo de los negocios harán de policías de si mismos y harán lo posible por no trabajar con aquellos que no han respetado las reglas éticas ele-mentales. Los efectos de la reputación juegan en éste caso un papel crucial, ya que se encuentran, por un lado, en el centro de la empleabilidad – la buena reputación es el mejor medio de ser empleado continuamente -, y, por otro, permiten ejercer presiones normalizadores particularmente efi caces, pudiendo las personas con las que se mantiene una relación de negocios esforzarse en destruir la reputación en caso de producirse comportamientos juzgados como nefastos. Lo que continúa siendo problemático de éstas propuestas es que la reputación puede ser también retenida por razones menos nobles y verse desviada en provecho de los más fuer-tes. No obstante, esta posibilidad, que para ser tomada en serio implica, sin lugar a dudas, poseer un espíritu perverso, no es tomada en consideración por los autores de gestión empresarial, más bien propensos al optimismo (147).

Nuevamente, en un análisis a la tesis de Habermas podemos encontrar pistas y puntos de conexión que es capaz de ordenar y profundizar en el orden legiti-mador del espíritu del capitalismo. En la TAC se señala que este tipo de orden, que se establece en base al prestigio o ejemplaridad en la red es siempre un orden menos “lábil” que los establecidos por la costumbre o la cotidianidad.

Se establece un “orden” cuando las acciones están orientadas por reglas, que pueden ser éticas, orientadas por los principios y creencias de la ciudad por proyectos, y siguiendo la teoría de Habermas hablaremos de validez de ese orden cuando las acciones que se establecen dentro de él, son tomadas como ejemplares. En nuestro caso es la acción de los managers de los grandes los que legitiman y dan validez a la ciudad, ahora si bien las acciones de los acto-res por este orden obedece a las razones más diversas, cabe preguntarse por la debilidad o fortaleza actual de este vinculo, del grado de disciplinamiento de la personalidad que ha alcanzado este nuevo espíritu capitalista:

A un contenido de sentido de una relación social a) sólo le llamaremos un «orden» cuando la acción se oriente (por termino medio o aproximadamente) por «máxi-mas» que puedan explicitarse. Y sólo hablaremos b) de «validez» de ese orden cuando la efectiva orientación por aquellas máximas tenga lugar, al menos tam-bién (es decir en un grado que tenga relevancia práctica), porque de alguna manera

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se las considera válidas para la acción: bien sea como obligatorias o como ejempla-res. De hecho la orientación de los actores por un «orden» se debe, normalmente, a los motivos más diversos.[...] Un orden que sólo se observe por motivos racionales con arreglos a fi nes es, por lo general, bastante más lábil que el que solo se observa por la fuerza de la costumbre, a consecuencia de la habituación a un determinado comportamiento, que es con mucho el tipo más frecuente de actitud íntima. Pero es todavía mucho más lábil que un orden que se presente con el prestigio de la ejemplaridad o de la obligatoriedad, o como de aquí en adelante diremos, de la «legitimidad».18

Este orden es también impulsado por las organizaciones empresariales y burocráticas o estatales, las cuales se transforman en “educadores” en el sistema, deben no garantizar ni cumplir normas sociales, sus imperativos de fl exibilidad y esbeltez se trasponen muy bien a su intención de desarro-llar la empleabilidad de sus empleados, de convertir a sus trabajadores en managers de sí, el ejemplo de organización es aquella que les otorga a sus empleados la posibilidad de aprender. En este nuevo esquema surge la fi gura profesional del coach, quienes se convierten en los entrenadores destinados para maximizar el potencial de sus tutelados, el coach es quien forma a los grandes de la ciudad. ByC subrayan, al respecto, como tendencia que “las organizaciones se van a convertir en «educadoras», la organización de las competencias se va a tornar en un punto esencial y se crean nuevas profesio-nes, como la de coach, cuya función consiste en ofrecer un acompañamiento personalizado que permita a cada cual desarrollar todo su potencial. En las versiones que se esfuerzan más por ubicar en un lugar institucionalizado a los coachs, éstos aparecen como responsables del aprendizaje” (122).

Esta relación, de coach y sujeto, podría asemejarse a las relaciones terapéuticas, las que, en un comparación con la TAC, son el tipo de relación asimétrica, la conversación produce un proceso de autorrefl exión, el que, en este caso coach dialoga con el paciente quien tendrá siempre un acceso privilegiado a su intersubjetividad. Trataremos más adelante cómo se hace necesaria una crítica terapéutica, y en especial cómo se hace posible mediante procesos de argumentación disipar engaños sistemáticos, en el “proceso de autorre-fl exión juegan su papel las razones; el correspondiente tipo de argumenta-ción lo estudio Freud para el caso del diálogo terapéutico entre el médico y el paciente. En el diálogo psicoanalítico los papeles están distribuidos asimé-tricamente. [...] Por eso, a la forma de argumentación que sirve para disipar autoengaños sistemáticos voy a llamarla crítica terapéutica”.19

18 Habermas, J.: (1999a) op. cit. pág. 235ss.19 Id. Pág. 42

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Es así que mediante un profundo proceso de individuación y de un ordena-miento robusto de las orientaciones de valor, un disciplinamiento legitimado por la ciudad y un respaldo de las organizaciones como educadoras, es que el nuevo espíritu coloniza por excelencia la personalidad, base del mundo vital, es lo que en Habermas podemos encontrar como la colonización del mundo de la vida por parte del sistema. Además, cultural y socialmente se exalta la fi gura individual, el patrimonio mayor es la “propiedad de si” en demérito de toda relación y compromiso con los otros. En las empresas, incluso surge la profesión del coach el cual es por excelencia el inductor de esta indivi-dualización, en la cual desaparece por completo la acción orientada hacia el entendimiento con la comunidad. Cada cual es responsable de sí, y cualquier relación con el otro es sólo una relación de conexión, en el extremo, el otro es un nodo más con ciertas características en sus conexiones en la red. La solidaridad solo es vista en pos de favorecer la relación conexionista:

¿Estamos acaso sugiriendo que la antropología subyacente a la ciudad de los pro-yectos ignora la posesión? Todo lo contrario, esta última lleva al límite un elemento que ha estado en el origen de la concepción liberal de la propiedad: la persona conexionista es dueña de sí misma, no en base a un derecho natural, sino en la me-dida en que ella misma es el producto de su propio trabajo sobre sí. La aparición de la ciudad por proyectos es, de este modo, coherente con otro rasgo destacable asociado al cambio actual de las concepciones de la propiedad y, en particular, de la propiedad que disponemos sobre el cuerpo, […] el importante crecimiento de las industrias que tienen por objeto el desarrollo de una imagen de sí mismo, desde la moda, la salud, la dietética o la cosmética hasta la industria en plena expansión del desarrollo personal, que, como hemos visto, acompañaba la reorganización de las empresas con la aparición de nuevas profesiones como la del coach. Desde esta perspectiva, la propiedad se encuentra disociada de la responsabilidad respecto al otro […] cada cual, en tanto que artífi ce de sí mismo, es responsable de su cuerpo, de su imagen, de su éxito y de su destino (234).

Bauman, en su análisis crítico a las sociedades de consumo, se refi ere a nue-vas categorías que han surgido en lugares íconos por su capacidad de pro-ducción e innovación tecnológica, como Silicon Valley, representantes por excelencia de la nueva ciudad por proyectos. Una de aquella categoría, el coefi ciente de lastre, se convierte en un indicador de la individualización de los sujetos y de la ausencia de lazos solidarios y efectivos en sus vidas. Un co-efi ciente de lastre cero, indica las condiciones ideales de un futuro candidato a empleo: ausencia de lazos familiares, no buscar la estabilidad y rehuir de futuros lazos estabilizadores en el mundo de la vida. El sujeto con lastre cero posee la personalidad ejemplar de la ciudad por proyectos:

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No vivir cerca de Silicon Valley o tener mujer e hijos a cargo eleva el «coefi ciente de lastre» y reduce las posibilidades de obtener empleo. Los empleadores desean que, en vez de caminar, sus futuros empleados naden, y mejor aún, que naveguen, El empleado ideal sería una persona que no tenga lazos, compromisos ni ataduras emocionales preexistentes y que además las rehuya a futuro [...] Una persona acos-tumbrada a un entorno en el que «acostumbrarse» [...] no es deseable y por lo tanto es imprudente. Finalmente, una persona que deje la empresa cuando ya no se la necesita, sin queja ni litigio. Una persona, en defi nitiva, para quien [...] las carreras consolidadas y previsibles y toda otra forma de estabilidad resulten todavía más desagradables y atemorizantes que la ausencia de ellas.20

En la TAC, la personalidad es el conjunto de competencias que les permiten a los individuos ser capaces de lenguaje y de acción, habilitándolos para ser parte de procesos de entendimiento y fi jar en ellos la propia identidad. Con esta defi nición se puede decir que Habermas pone el acento de la personalidad en la capacidad de coordinarse con otros orientándose hacia el entendimiento. El nuevo espíritu del capitalismo requiere de esta capaci-dad para su subsistencia, requiere de esta estructura del mundo vital en que los sujetos se entienden y coordinan con otros. No es, como en el pasado, que el capitalismo regula sus acciones en base a las ordenaciones legítimas de la sociedad y en proveer de las interpretaciones propicias a la cultura de los sujetos, sino más bien en las capacidades personales. El nuevo espíritu necesita de la personalidad, por eso la coloniza, y el proceso de coloniza-ción ocurre cuando la orientación hacia el entendimiento de los individuos comienza a ser predominantemente orientación teleológica, confundiendo ámbitos y relaciones.

Para el análisis de las “tecnologías del yo” de Foucault, todas las formas de poder son aplicaciones sobre el sujeto y sus abstracciones, más que impor-tar la institución o el grupo de dominación, lo central es develar la técnica que ejerce el disciplinamiento en el sujeto. Y el poder alcanza su máxima capacidad cuando instala su técnica en el yo, cuando convierte a los sujetos, en sujetos individuales, no colectivos, no sociales. Una personalidad discipli-nada a una ciudad, como la ciudad por proyectos, es en Foucault, un grado elevado de subyugación, para él es de máxima importancia el luchar contra estas formas de dominación y explotación:

Para resumir, el principal objeto de estas luchas es atacar no tanto “esta o aquella” institución de poder, o grupo, o elite, o clase, sino más bien una téc-nica, una forma de poder.Esta forma de poder se aplica a la inmediata vida cotidiana que categoriza al

20 Bauman, Z.: (2007) op. cit. pág. 22.

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individuo, le asigna su propia individualidad, lo ata en su propia identidad, le impone una ley de verdad sobre sí que está obligado a reconocer y que otros deben reconocer en él. Es una forma de poder que hace sujetos individuales. Hay dos signifi cados de la palabra sujeto: por un lado, sujeto a alguien por me-dio del control y de la dependencia y, por otro, ligado a su propia identidad por conciencia o autoconocimiento. Ambos signifi cados sugieren una forma de poder que subyuga y sujeta […] Y en nuestros días, las luchas contra las formas de sujeción, contra la sumisión de la subjetividad, se vuelven cada vez más importantes, aún cuando las luchas contra las formas de dominación y explotación no han desaparecido. Todo lo contrario.21

Podríamos decir que las tecnologías del yo, las formas en que el nuevo espíritu del capitalismo coloniza la personalidad, son indispensables para convertirse en un grande en la red, pero a la vez pueden convertir a los sujetos en sujetos dominados por la ciudad, presos de sí o policías de sí mismos. Es preciso discutir sobre estas formas de acción y disciplinamien-to del nuevo espíritu, en este contexto es central un debate en las organiza-ciones formativas, técnicas de selección de las empresas y en el desarrollo de profesiones destinadas a la individualización o a la psicologización que tecnifi ca la individualidad. En la crítica literaria ya mencionada de Bajtín, se relata con dramatismo una visión de la psicología como técnica cosifi -cante que humilla el alma humana. Se puede decir que la tesis de Bajtín de-fi ende el carácter inconcluso de la personalidad, de la condición humana, es lo inconcluso y su indefi nición lo que defi ne su libertad, realza aquellos momentos en que para los héroes o personajes, la acción y el discurso no están predeterminados:

Dostoievski tenía una actitud negativa frente a la psicología que le era contempo-ránea, tanto en los libros científi cos y en las obras literarias como en la práctica judicial. Veía en aquella psicología una humillante codifi cación del alma humana que no tomaba en cuenta su libertad, su carácter inconcluso y su especial indefi -nición (su falta de solución) que llega a ser el principal objeto de representación en la obra de Dostoievski: él siempre muestra al hombre sobre el umbral de una última decisión, en su momento de crisis y de un cambio inconcluso – y no pre-determinado- en su alma.22

Las diferentes etapas de transformación del espíritu del capitalismo pueden indicar una capacidad de adaptación a los cambios sociales y una superación constante de la crítica o una incapacidad de estabilización del espíritu en la

21 Foucault, M.: (post-scriptum) “El sujeto y el poder” en Dreyfus y Rabinow: Michel Foucault: “Más allá del estructuralismo y la hermenéutica.”, Nueva Visión, Buenos Aires, 2001. pág. 245.22 Bajtín, M.: (2005) op. cit. pág. 94.

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sociedad. Sea cual sea la alternativa, cuando el espíritu empieza a instalar las órdenes de orientación de los sujetos en la personalidad, en la autoconcien-cia, está posicionándose con una fuerza mayor y vínculos más estables.

3) LA TEORÍA DE LA ACCIÓN COMUNICATIVA REPONE LA CRÍTICA MODERNA EN EL NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO

La mayor contingencia del orden social modifi ca una forma habitual de la política: la acción estratégica. En la medida en que aumenta la complejidad y contingencia, disminuye la calculabilidad de los procesos [...] tampoco es fácil producir determi-nado resultado; los efectos no intencionados de una acción tienden a distorsionar o anular las metas deliberadas. Ello pondría en duda una función privilegiada de la política: defi nir los objetivos de la acción social.

Norbert Lechner.: “Las condiciones sociopolíticas de la ciudadanía”.23

En este último capítulo veremos cómo la teoría de la acción comunicativa repo-ne la crítica moderna en el nuevo espíritu del capitalismo, en primer lugar porque es capaz de revelarlo y luego porque le hace frente. En este capítulo trataremos de desplazar a la TAC a la ciudad por proyectos, comenzando por identifi car el efecto de las acciones orientadas hacia el entendimiento y sus diferencias esenciales con la orientación a fi nes que requiere la ciudad por proyectos a), luego como el concepto de competencia, se vuelve el saber principal y homogeniza la formación orientándola hacia el éxito en la ciudad y la red b), para fi nalmente discutir el por qué la critica moderna repone la crítica y devela sus riesgos de aculturación c).

a) La orientación hacia el entendimiento en la ciudad por proyectos.Al igual que en la obra de Habermas, el NEC considera la crítica como siempre condicionada a su justifi cación y validez, siempre tendría referen-cias a la justicia “escenifi cando” un mundo, o en este caso una ciudad, que constantemente se corrompe y oculta intereses abusivos tras pretensiones morales. No es sino mediante la crítica que es posible develar el espíritu del capitalismo que se esconde, como ya vimos, tras una seductora ciudad. La crítica será la primera encargada de reponer la justicia y denunciar las pato-logías del capitalismo. Pero para que ella sea válida, dicen ByC, debe estar en condiciones de justifi carse, de aclarar los puntos de apoyo normativos que la fundamentan, sobre todo cuando se enfrenta a las justifi caciones que hacen de sus acciones quienes son objeto de la misma. La crítica no deja de hacer referencias a la justicia, aclaran, ya que si la justicia no fuese más que un señuelo ¿qué sentido tendría la crítica? Por otro lado, la crítica escenifi ca un

23 Lechner, N.: Obras escogidas. LOM Ediciones, Santiago, 2007, pág.418.

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mundo en que la exigencia de justicia es trasgredida sin descanso. Muestra la hipocresía de pretensiones morales que disimulan la realidad de las relacio-nes de fuerza, de la explotación y de la dominación (72).

La crítica moderna se repone a través de tres complejos teóricos elaborados por la teoría de la acción comunicativa, la primera describe la necesidad de una ra-cionalidad ampliada que sustente las necesidades de comunicación orientadas hacia el entendimiento y que sea conciente de los procesos de racionalización descritos principalmente por Weber, segundo, incorpora una mirada a la socie-dad como sistema y mundo de la vida, mirada que ya intentamos conectar con en el modo de expansión de la ciudad por proyectos y su colonización de la personalidad. Finalmente, desarrolla una teoría de la modernidad que es capaz de describir las cada vez más notorias patologías actuales de la sociedad, y por lo tanto conseguir explicarlas aunque sus causas estén difusamente ocultas en la ciudad. La concepción de la sociedad como mundo de la vida presupone fi c-ciones idealizadas de la comunicación entre los sujetos, tales como autonomía, independencia de la cultura y transparencia en la comunicación, son fi cciones porque no es siempre claro que el sistema no infl uya en la comunicación apa-rentemente cotidiana y orientada hacia el entendimiento. En particular, en las sociedades capitalistas el mercado se estabiliza en los plexos del mundo de la vida, integrando a los sujetos sistémicamente, es decir logra un control no normativo de la comunicación. Esta integración es distinta a la social, en la que los sujetos regulan su pertenencia a grupos sociales a través de ordenaciones legítimas, asegurando la solidaridad:

Si concebimos la sociedad como mundo de la vida en tales términos, estamos acep-tando las tres fi cciones siguientes: estamos suponiendo la autonomía de los agentes a), la independencia de la cultura b), y la transparencia de la comunicación c). […]Pero en realidad, cuando actúan para realizar sus propósitos, sus acciones no solamente quedan coordinadas a través de procesos de entendimiento, sino tam-bién a través de nexos funcionales que no son pretendidos y que la mayoría de las veces tampoco resultan perceptibles dentro del horizonte de la práctica cotidiana. En las sociedades capitalistas el ejemplo más importante de una re-gulación no normativa de plexos de cooperación es el mercado. El mercado pertenece a aquellos mecanismos sistémicos que estabilizan plexos de acción no pretendidos mediante un entrelazamiento funcional de las consecuencias de la acción, mientras que el mecanismo del entendimiento armoniza entre sí las orientaciones de acción de los participantes. Por eso he propuesto distinguir entre integración social e integración sistémica: la una se centra en las orienta-ciones de acción atravesando las cuales opera la otra. En un caso el sistema de acción queda integrado, bien mediante un consenso asegurado normativamente,

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o bien mediante un consenso comunicativamente alcanzado; en el otro, por me-dio de un control (Steuerung) no normativo de decisiones particulares carente subjetivamente de coordinación.24

En la TAC entendemos por acciones orientadas al “entendimiento” aquellas que buscan “obtener un acuerdo” entre los participantes en la comunica-ción. Este tipo de acción se establece al mismo tiempo, en tres esferas dife-rentes, en el mundo objetivo (de lo factual o científi co), en el mundo social (de las normas o la moral) y en el mundo subjetivo (las vivencias al que solo tienen acceso privilegiado los participantes en la comunicación), esta simul-taneidad se da aunque se haga referencia a uno solo de estos mundos. Estos acuerdos estarían referidos a situaciones que son fragmentos del mundo de la vida de los participantes y que serán sujetas a pretensiones de verdad, validez o veracidad:

En realidad las manifestaciones comunicativas están insertas a un mismo tiem-po en diversas relaciones con el mundo. La acción comunicativa se basa en un proceso cooperativo de interpretación en que los participantes se refi eren si-multáneamente a algo en el mundo objetivo, en el mundo social y en el mundo subjetivo aún cuando en su manifestación solo subrayen temáticamente uno de estos tres componentes. [...] Entendimiento (Verständigung) signifi ca la «ob-tención de un acuerdo» (Einigung) entre los participantes en la comunicación acerca de la validez de una emisión; acuerdo (Einverständnis), el reconocimiento ínter subjetivo de la pretensión de validez que el hablante vincula a ella.25

En otra obra monumental, “El discurso fi losófi co de la modernidad”, la cual puede producir importantes desplazamientos teóricos y metodológi-cos para hablar del nuevo espíritu del capitalismo si es conectada, como la TAC, con la obra de ByC, Habermas da nuevas pistas de cómo la economía capitalista y el Estado moderno reducen las pretensiones de validez a pre-tensiones con arreglos a fi nes, y al mismo tiempo naturalizan la acción del sistema y destruyen la capacidad de la crítica. Tal efecto reductor de la acción humana compite con las culturas de expertos, en las cuales los procesos de individuación particularizan las esferas de valor y, muchas veces, generan sus propios sentidos específi cos, vida propia. Estos núcleos (expertos) serían como pequeñas islas dentro de la ciudad, sin desarrollarse en la lógica conexionis-ta. Una lectura adecuada de estas tesis serviría para ejemplifi car fenómenos signifi cativos que ocurren en ciertas culturas de científi cos, investigadores, juristas o inclusive artistas. Sin embargo, el riesgo de estas esferas es perder su anclaje en el mundo de la vida y “ganarse” una separación de las prácticas 24 Lechner, N.: Obras escogidas. LOM Ediciones, Santiago, 2007, pág. 418.25 Id. Pág. 171.

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comunicativas cotidianas. Participar en ellas reduce la posibilidad de efectuar críticas efectivas al sistema y lleva a pertenecer a un mundo ajeno, incluso esotérico. Entre estas esferas la acción comunicativa perdería la fuerza que le es propia de dominar la interpretación las situaciones:

Con la asimilación naturalista de pretensiones de poder y pretensiones de vali-dez, con la destrucción de la capacidad crítica, compite el desarrollo de culturas de expertos en las que la interna articulación de las distintas esferas de validez hace que las pretensiones de verdad proposicional, de corrección normativa y de autenticidad impongan su propio sentido específi co, aunque también hace que adquieran vida propia, esotérica, por más que ésta se vea amenazada a su vez por la separación respecto de la práctica comunicativa cotidiana.26

La acción comunicativa tiene la capacidad de “dominar” la interpretación de las situaciones y los acuerdos alcanzados; en ella los participantes se abastecen de unas interpretaciones comunes (cultura) para entenderse. Para juzgar o criticar estas acciones, hay que tener en cuenta que la racionalidad comuni-cativa apela a pretensiones de validez universal, y la mejor forma para llevar a cabo este procedimiento es a través de una teoría de la argumentación. La “argumentación” será aquella capaz de resolver situaciones en que el acuerdo esté en duda o en riesgo. En este sentido, el análisis a la obra de Ha-bermas nos ayuda a situar la crítica como un proceso de argumentación ahí donde la acción comunicativa se ha puesto falible: “pienso que el concepto de racionalidad comunicativa, que hace referencia a una conexión sistémica, hasta hoy todavía no aclarada, de pretensiones universales de validez, tiene que ser adecuadamente desarrollado por medio de una teoría de la argu-mentación. Llamo argumentación al tipo de habla en que los participantes tematizan las pretensiones de validez que se han vuelto dudosas y tratan de desempeñarlas o de recursarlas por medio de argumentos”.27

El proceso de argumentación, mostrado en la TAC en base a la teoría de la argumentación de Toulmin se estructura en un primer momento en una conclusión (ej. “a favor de…” o “en contra de…”), luego el proceso de verifi cación de las leyes que dan como resultado la conclusión, procesos que se da según un cierto marco de leyes, todas estas etapas están permanentemente bajo la posibilidad de modifi carse en el transcurso de un debate argumentativo. En Habermas este comportamiento argumentativo es el que hace posible un cierto tipo de racionalidad, que le otorga a los participantes la oportunidad de aprender y sobretodo aprender de los errores. 26 Habermas, J.: “El discurso fi losófi co de la modernidad”. Katz Editores, Buenos Aires 2008. pág. 130. 27 Habermas, J.: (1999b) op. cit. págs. 36 y 37.

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Es indispensable entender esta orientación hacia el entendimiento y visuali-zarla al interior de la ciudad, en la red y en la empresa, en la TAC, las orien-taciones son siempre orientadas teleológicamente, algunos autores, como Zarifi an, rebatirán esta idea mediante ejemplos en que el entendimiento in-cluso tiene efectos productivos en ciertos complejos industriales, como sea es preciso distinguir las acciones y sus orientaciones, porque es justamente ahí donde el nuevo espíritu capitalista desea infi ltrarse y confundir, en con-vencer a los sujetos que no hay diferencias entre una acción orientadas a fi nes o hacia el entendimiento, que cualquiera puede conducir o infl uenciar a la otra. Aunque esta pretensión es una de las principales críticas a la TAC por su idealización, pensar en estas acciones comunicativas, obliga que cuan-do se deseen establecer o solucionar diferencias y discutir sobre la justicia o pertinencia de las acciones, por ejemplo al enfrentar y dialogar confl ictos sociales como los producidos por la subcontratación y sus condiciones, se deban establecer las condiciones necesarias para que la discusión se acerque a la condición ideal de una comunicación orientada hacia el entendimiento, tomando las precauciones necesarias para la acción de los grandes, resol-viendo las asimetrías en su diálogos con los “pequeños” de la ciudad.

b) El saber como competencia y su potencial en la zona de innovación.Ahora, este soporte teórico es capaz de diferenciar o develar las “confusio-nes” que se provocan en la ciudad por proyectos, en la cual los participantes rara vez distinguen si sus acciones están orientadas teleológica o comunica-tivamente. Esta confusión se hace más evidente cuando la fuerza del trabajo se abastece de elementos de la vida privada de los sujetos, una de sus más notables evidencias es el concepto de competencia en el cual se mezclan sabe-res asociados al mundo de la vida de los sujetos, dispuestos para entenderse en el mundo, ahora son requeridos con fi nes estratégicos y productivos. Es difícil diferenciar tanto los tiempos destinados a la producción o al ocio, así como los vínculos afectivos con las conexiones teleológicas. Para el nuevo espíritu del capitalismo, en un mundo conexionista, la distinción entre la vida privada y vida profesional tiende a difuminarse bajo el efecto de una doble confusión: por un lado entre las cualidades de la persona y las de su fuerza de trabajo (indisociablemente mezcladas en la noción de competencia); por otro entre la posesión personal –y, en primer lugar, la posesión de uno mismo– y la propiedad social, depositada en la organización. Resulta entonces difícil establecer la distinción entre el tiempo de la vida privada y el tiempo de la vida profesional, “entre las cenas con los amigos y las comidas de negocios, entre los vínculos afectivos y las relaciones útiles” (235).

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Las empresas de la ciudad por proyectos, bajo el imperativo de maximizar sus ganancias, se ven exigidas a adecuar de la mejor manera posible su estrategia a las restricciones y estímulos del entorno institucional y de los mercados. Este esfuerzo complejiza la labor de diseño y ejecución de la estrategia adecuada, esto ha producido que la división del trabajo se efectué de manera cada vez más particular en las diferentes empresas y proyectos, a estrategias singulares, divisiones del trabajo y competencias especiales. Para Boyer, este fenómeno está en el “núcleo” de la dinámica de las economías capitalistas. Es así como las competencias requeridas por la ciudad por proyectos son cada vez sofi sticadas y especializadas aumentando la importancia de las tareas de gestión, sobre todo aquellas relacionadas con la gestión del personal. Después, y sobre todo, argu-menta Boyer, “la complejidad de las tareas de gestión que se desprenden de la inserción en este ambiente supone una especialización de las competencias, de tal manera que la fi rma se convierte en el lugar de la división del trabajo, bajo la dirección del empresario (Coriat y Weinstein, 1995). A este respecto, mercados y fi rmas participan en el principio de división del trabajo que está en el núcleo de la dinámica de las economías capitalistas”.28

Es aquí como la teoría de la acción comunicativa advierte esta confusión denun-ciando el afán colonizador y la efi cacia del sistema, pero a la vez declara la constante necesidad del sistema o de la ciudad por proyectos de abastecerse en el mundo de la vida de los sujetos, de depender más que nunca de él.

Eduardo Rojas, en su obra “El Saber Obrero y la innovación en la empresa”, menciona que las competencias son las características que posee el sujeto y que tienen relación directa con lo que él sabe hacer, afi nando más la distinción las competencias seria aquello que el sujeto estaría en condiciones de poder hacer no necesariamente lo que hace, existiría una especie de potencialidad ca-racterizable, y por supuesto medible, en cada individuo. Este potencial siem-pre estaría en relación a juicios en relación con las prácticas de los expertos, aquellos de mayor competencia. Este potencial introduciría en la noción de competencia un factor de causalidad entre atributos de la persona, que como ya hemos visto exceden a los saberes técnicos del trabajo e incluye saberes que son pertenecientes al mundo de la vida de los sujetos, con una mayor o menor efectividad en el trabajo. Es justamente esta causalidad la que está en el centro de la crítica más robusta a la noción de competencia, pues in-troduce factores y supuestos que pueden estar determinados por diversos intereses, al describir la causalidad, se induciría un conductismo y con ello una determinación de ciertos atributos propios de la personalidad:

28 Boyer, R.: “Crisis y regímenes de crecimiento: una introducción a la teoría de la regulación”. CEIL-PIETTE CONICET, Argentina, 2007. pág. 33.

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La crítica de Mertens parece más clara y fundada. El principal teórico de las com-petencias generales, dice, R. Boyatzis, sostiene que la competencia es el conjunto de “características de fondo de un individuo que guarda una relación causal con el desempeño efectivo o superior en el puesto”, es decir, refi ere a motivos, atributos de personalidad, habilidades, aspectos de autoimagen y de rol social, conjunto de conocimientos en uso. La competencia es así lo que alguien “puede hacer” y no lo que necesariamente hace, se identifi ca con un tipo de desempeño superior en una situación dada, defi nido a partir de las mejores prácticas de individuos expertos. Mertens reprocha, con razón, a este enfoque el conductismo de suponer que puede inferir relaciones causales entre determinados atributos de la personalidad y las conductas que muestran un desempeño en un puesto de trabajo.29

Indicamos que la anterior crítica es robusta, porque desde la ciencia social existen muy diferentes críticas al modelo de competencias. Una de las más populares, por ejemplo, apunta a lo que llama aspiración generalista del con-cepto, la noción de competencias generales no tomaría en cuenta ni el con-texto, ni la cultura, ni las especifi cidades que se dan en el puesto de trabajo. Para Rojas, en cambio, esta crítica sería ambigua y técnicamente insufi cien-te, porque se centra en el contenido, en la defi nición de las competencias, siempre en una posición teórica o abstracta, y no en la reconstrucción, en la descripción que en terreno hacen los analistas de las competencias.

Un aspecto importante en la consideración y extensión en la red de la no-ción de competencias es el de la segmentación, profundizaremos más adelante en esto como marginación en la ciudad, como las competencias inducen un potencial en cada individuo, inmediatamente introduce otra variable a la clasifi cación de los sujetos en la red, existirán aquellos con mayor o menor potencial, no sólo califi cará la experiencia o el set de saberes técnicos, sino las potenciales habilidades que los sujetos puedan manifestar en la ciudad por proyectos. Esta capacidad de segmentar otorgaría un efecto de poder a los grandes de la red, el desarrollo de competencias no es un espacio alcanzable por igual para todos. Rojas es conclusivo: las potencialidades de aprender, sa-ber y competencia obreros, puestas de manifi esto por los énfasis del investi-gador, parecen refrendarse en el discurso empírico del gerente moderno. Este incorpora sin embargo un matiz decisivo para una comprensión de las com-plejidades de los procesos de formación. Desde la racionalidad empresaria, una adquisición de competencias no es “ilusoria” si reconoce una segmentación social entre quienes son competentes y quienes no. Es decir, tiene el potencial de generar un neto efecto de poder sobre el colectivo de trabajo.30

29 Rojas, E.: “El saber obrero y la innovación en la empresa”. Cinterfor/OIT, Montevideo, 1999. pág. 267.30 Id. pág. 234.

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Según el propósito de este texto, la noción de competencia y su efecto en la red tienen también la posibilidad de producir desplazamientos en la ciudad. Para explicarlo, nos apoyaremos en la noción de zona de innovación. La validez del modelo de competencia, su importancia en los procesos de certifi cación de empresas o acreditación de instituciones formativas, pone el acento en aquello que los sujetos son capaces de hacer, este interés introduce como proceso crítico la reconstrucción de estas competencias, es decir: los acuerdos y con-sensos de la comunidad que juzga y evalúa, y la capacidad de quién las analiza. En las empresas productivas la descripción práctico teóricas de estas compe-tencias, exige una interacción comunicativa entre quién analiza y el sujeto que trabaja, el saber no puede ser reconstruido sin la experiencia y sin el contexto de los sujetos. Una fi gura especial de quién realiza el análisis de saberes desde la práctica y la interacción con los sujetos trabajadores es el interlocutor signi-fi cativo, aquel que tiene, por su experiencia y saber, el potencial de organizar productivamente la práctica y los quiebres del trabajo, por lo general es una fi gura inserta en la organización o comunidad productiva. Esa zona donde se estructura o teoriza el saber espontáneo, es lo que en la obra de Vigotsky se denomina zona de desarrollo próximo, zona que podemos describir como aquello que relaciona lo que ya es sabido con lo que puede ser aprendido.

La zona de innovación ofrece una capacidad de abrir nuevos espacios de creación de conocimiento, de valoración de las potencialidades del trabaja-dor, del obrero, abre nuevas zonas de potencial de creación y productividad. La zona de innovación marca un espacio productivo en el puesto de trabajo, en el lugar donde la tarea es problemática y el desafío tecnológico es eviden-te. En la ciudad por proyectos, la capacidad de innovación y desarrollo tec-nológico, se vuelve un poderoso respaldo, por su productividad, para todos aquellos que por diferentes razones carecen de potencial conexionista:

Para la lógica de Dewey y Vygotsky, la confrontación del saber de la experiencia con la racionalidad del interlocutor signifi cativo, permite a éste desarrollar el potencial de organización productiva y de creatividad del primero. Ampliando esta noción, hemos sostenido que los aprendizajes en una “zona de desarrollo próximo” en situación de trabajo y, por consiguiente, sometida a reglas técnicas de control y de productividad confi guran una zona [de innovación como] de desarrollo de tecnología.31

c) El riesgo de aculturación y el valor de la crítica.Ocurre que por un lado la ciudad por proyectos crece y se vuelve cada vez más compleja y enredada, y por otro se acentúan los procesos de individuación y de

31 Id. pág. 75.

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racionalidad en el mundo de la vida. Lo que en el espíritu descrito por Weber habría generado un comercio social descolgado de “normas y valores” ahora, en el nuevo espíritu el capitalismo, estaría resguardándose, al menos en apariencia, en fundamentos prácticos-morales. Esta nueva fortaleza del capitalismo no deja de depender y de tener consistencia en el mundo de la vida y cuando se pierde el sentido o los procesos de socialización e interiorización del nuevo espíritu fallan, se evidencia el carácter defi ciente de la ciudad por proyectos:

Entendiendo la evolución social como un proceso de diferenciación de segundo orden: al aumentar la complejidad de uno y la racionalidad de otro, sistema y mun-do de la vida no solo se diferencian internamente como sistema y mundo de la vida, sino que también se diferencian simultáneamente el uno del otro [...]. Estos mecanismos sistémicos controlan un comercio social ampliamente descolgado de normas y valores, es decir, a aquellos subsistemas de acción económica y admi-nistrativa racionales con arreglo afi nes que según el diagnóstico de Weber se ha independizado de sus fundamentos prácticos-morales. Pero, al propio tiempo, el mundo de la vida es el subsistema que defi ne la consistencia (Bestand) del sistema social en su conjunto. De ahí que los mecanismos sistémicos tengan necesidad de un anclaje en el mundo de la vida – tengan que ser institucionalizados.32

Este nuevo mundo se ha instalado “sin ruido”, pero sus patologías saltan a la vista, una ciudad por proyectos que depende de las conexiones entre los sujetos, no puede sino excluir con mayor severidad a quienes no pertenecen a la red, a los marginados de la ciudad justamente porque no representan potencial de conexión, además es una ciudad que vuelve más precarias las conexiones de los que están dentro de la ciudad, a los que no han desarrolla-do sufi ciente “empleabilidad” y que bajo esquemas que son favorecidos en la lógica de la red, como el de las subcontrataciones o empleos temporales, no hacen más que acentuar esta precariedad.

La necesidad de “anclaje” del sistema en el mundo de la vida y la audacia del nuevo espíritu del capitalismo, no solo acentúan las marginaciones en cuanto a sistema, sino también merman o instrumentalizan las relaciones básicas de los sujetos, lo que se refl eja con un constante descenso de las tasas de sindicalización y la progresiva extinción de grupos populares con conciencia de clase. Aquellos grupos que logran incorporar las lógicas de la ciudad, han mantenido y reforzado su compacidad de sostener poder.

La potencialidad de las personas para poner en funcionamiento sus com-petencias y ser reconocidas y efi caces en la ciudad por proyectos, se vuelve más relevante que su experiencia anterior u otros meritos. La capacidad de

32 Habermas, J.: (1999b) op. cit. págs. 216 y 217.

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conexión, de información, de saber usar las nuevas tecnologías comunica-cionales, el saber idiomas, en particular el inglés, son todos requisitos para destacarse en la red por proyectos. Bajo estos parámetros el concepto de meritocracia, cobra especial signifi cado, invocarla, cómo un valor inmanente puede abrir sospechas. La amplia legitimación de los grandes de la ciudad y la lógica de proyectos es la que impone las valoraciones del merito, lo que ya se ha advertido trae el riesgo de que en nombre de una buena intención, se cometa nuevas y peores marginaciones e injusticias.

La exclusión social, si bien siempre estuvo presente en la ciudad anterior, hoy posee la característica de que no es siempre enfrentada por una robusta y reivindicativa crítica social. El nuevo espíritu impulsado en primera ins-tancia por la crítica artística (clamor de autonomía y de individuación) ha hecho desaparecer la crítica social y la capacidad política de hacerle frente, de analizar y llamar la atención sobre los “nuevos sufrimientos sociales”. Ahora bien, aparte de la denuncia de la exclusión, dicen ByC, “debemos reconocer que el nuevo mundo se ha instalado sin ruido”. La crítica, tan desamparada como la política, “no ha sabido analizar la transformación en curso más allá de la llamada de atención sobre los nuevos sufrimientos sociales” (236).

Creemos que la teoría de la acción comunicativa se sustenta hoy como un cuerpo teórico capaz de decir algo sobre el sufrimiento actual, sin riesgo de que se “cuele” el nuevo espíritu, debido a su robustez argumentativa y a que no da pie en abandonar los principios modernos, ampliando el concepto de racio-nalidad y describiendo a la sociedad como sistema y mundo de la vida. En ese sentido, una propuesta de aplicación de la acción comunicativa como herra-mienta efi caz para identifi car las formas de exclusión social y sus necesida-des, garantizando metodológicamente una elaboración democrática y justa, es la de Eduardo Rojas en este libro, leyendo la teoría de la interpretación de las necesidades elaborada por Nancy Fraser.33

Por esto repone la crítica moderna, porque podemos sospechar de la confi -guración en “red”, clasifi cando a la “ciudad por proyectos” como un sistema que se abastece del mundo de la vida de los participantes, y porque describe a la racionalidad y al entendimiento como una oportunidad de no llevar al extremo la individuación y los procesos de racionalización.

33 Cfr. Rojas, E.: “El ‘nuevo espíritu del capitalismo’, cultura, teoría y política. Un análisis entrecruzado”, en este libro.

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La crítica moderna propuesta por la TAC, también reconoce las virtudes de la ciudad por proyectos, y es capaz de reconocerlas porque pone el acento en la capacidad de los sujetos de comunicarse y entenderse con otros, es una teoría que individualiza a los sujetos y les otorga capacidades que aseguran convicciones y la solidaridad. Sin embargo, se debe recono-cer que esta perspectiva de comunicación ideal le ha valido no pocas críti-cas a la TAC, justamente por su idealismo, en oposición a este argumento este artículo se ha intentado demostrar su utilidad práctica y capacidad crítica. En el NEC la crítica artística fue una de los principales promotores del nuevo espíritu, su lucha y apuesta por mayor valor a la autonomización e individualización, sin dudas que logró un desplazamiento signifi cativo en la manera es que concebimos el capitalismo. Apoyándose en la TAC, es posible decir que estos procesos de individualización y racionalización, han aportado un mayor valor de lo individual, y a distribuir las responsa-bilidades sociales en cada actor. Podría llegarse a decir que las sociedades, en cuanto a la personalidad, son sociedades más maduras, donde los suje-tos pueden desarrollarse en autonomía y explorara nuevas capacidades y derechos.

Una de las principales capacidades de la teoría de la acción comunicativa es que puede advertir los efectos que tienen lugar, cuando las acciones orien-tadas al entendimiento se montan o son usadas por la red, para conseguir determinados objetivos, pues genera un marco interpretativo para entender las deformaciones patológicas que produce el sistema o la ciudad por pro-yectos. Esta teoría es capaz de no caer bajo el “señorío” del sistema, el que se comporta con un poder “cuasi-natural” desgastando un patrimonio que las sociedades han acumulado histórica y culturalmente:

Una teoría de la modernización capitalista que se valga de los medios de una teo-ría de la acción comunicativa se atiene, empero, íntegramente al modelo de Marx en un aspecto distinto. Se comporta críticamente, lo mismo frente a las ciencias sociales contemporáneas que frente a la realidad social que esas ciencias tratan de aprehender. Se comporta críticamente frente a la realidad de las sociedades desarrolladas en la medida que éstas no hacen uso del potencial de aprendizaje del que culturalmente disponen y se entregan a un descontrolado aumento de la complejidad. Como si de un poder cuasi-natural se tratara, la complejidad sistémica se enseñorea en ellas, como hemos visto, de un patrimonio no rege-nerable; no solamente desgasta las formas tradicionales de vida, sino que ataca la infraestructura comunicativa incluso de mundos de la vida profundamente racionalizados.34

34 Habermas, J.: (1999b) op. cit. pág. 519.

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Mientras la crítica moderna no logre reponerse como tal, los riesgos de acul-turación son altos y el patrimonio que puede estar comprometido en las sociedades que no refl exionan sobre los efectos del NEC puede llegar a ser irrecuperable.

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La especie humana se ve desafi ada por las consecuencias socioculturales no planifi cadas del progreso técnico mismo (…) Pero a este desafío de la técnica no podemos hacerle frente solo con la técnica. Lo que hay que hacer, más bien, es poner en marcha una discusión políticamente efi caz que logre poner en relación de forma racionalmente vinculante el potencial social de saber y poder técnicos con nuestro saber y querer prácticos.

Jürgen Habermas1

El capitalismo, enfrentado a una exigencia de justifi cación, moviliza algo «que ya está ahí», algo cuya legitimidad se encuentra ya garantizada y a lo cual dará un nuevo sentido asociándolo a la exigencia de acumulación de capital. Sería inútil tratar de separar las construcciones ideológicas impuras, destinadas a servir para la acumulación capitalista, de las ideas puras y libres de todo compromiso que permitirían criticarla, pues a menudo son los mismos paradigmas los que se ven implicados a la par en la denuncia y en la justifi cación de lo denunciado.

Luc Boltanski y Eve Chiapello 2

En este capítulo se hace una revisión a algunos de los postulados de “El nuevo espíritu del capitalismo”, la obra de Luc Boltanski y Eve Chiapello y el impacto de los hallazgos de su voluminosa investigación en la forma-ción de los cuadros ejecutivos de la economía global de libre mercado: los managers. La obra de los autores franceses apunta a describir el recambio en el paradigma de base de la organización capitalista mundial en el escenario de la globalización analizando la construcción de un nuevo y complejo dis-curso justifi catorio para su adhesión. Constituye así un aporte apreciable a una teoría que busque responder con argumentos al desafío, planteado por Habermas en el epígrafe, de una política efi caz para conectar el potencial de saber y poder técnico (de la economía por ejemplo) con el saber y querer prácticos de la gente corriente.

Es ese un desafío que toda modernización en un país, como el Chile de 2009, no puede sino considerar crucial. País éste en el cual cada día sorpren-de más constatar la difi cultad para captar la complejidad técnica y práctica

1 Habermas, J.: “Ciencia y técnica como ideología”. Tecnos, Madrid, 1989, pág. 128.2 Boltanski, L. y Chiapello, E.: “El nuevo espíritu del capitalismo”. Ed. Akal, Madrid, 2002. pág. 27 (en adelante, las citas se indican por el número de la página entre paréntesis).

ECoNoMÍA, SoCIEDAD Y NUEVo ESPÍrITU DEl CAPITAlISMo. lA TrANSforMACIóN DE lA fUNCIóN DIrECTIVASebastián Depolo C.

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de las justifi caciones de decisiones “que importan a todos” tanto como sor-prende, también, darse cuenta de lo común que es la reducción de la decisión justifi cada a una mera idea de buen negocio.3

Que la producción de bienes y servicios ha sufrido una revolución es casi un lugar común en la literatura reciente del management y del análisis social del trabajo.4 Diversos autores de relevancia mundial, pasando por Sennet, Druc-ker, Beck, Reich, Castells y un largo etcétera, constatan un cambio profundo de las bases de la organización productiva capitalista en los últimos 30 años.

A esta revolución de las formas de producción capitalista se le asocian, en la literatura especializada un conjunto de respuestas, -llamadas de gestión- como las siguientes:

a. A la crisis de rentabilidad producida por el aumento paulatino de los costos de producción se le asocian nuevos modelos de organización em-

3 Un simple ejemplo, anecdótico, ilustra al respecto. En una reciente nota periodística alguien que se supone “experto” sostiene que es hoy la “oportunidad” de la “gran decisión” de vender Codelco con el argumento de que la suma a pagar hoy por la empresa es tan alta “que sólo sus intereses podrían proveer a los chilenos en forma permanente y con bajo riesgo, un ingreso anual superior al aporte promedio de Codelco en los últimos 20 años” (Ver Lagos, Gustavo: “Codelco: la oportunidad es ahora”, La Tercera, 16 de enero de 2008; Lagos es Director del Centro de Minería de la U. Católica). Es cierto que no se trata de un informe de consultoría sino de una nota periodística, pero ¿es racionalmente aceptable reducir semejante decisión a una idea de negocio? En los propios términos de un “negocio” ¿por qué el Estado (“accionista” cuyo interés de ganancia es tan difícil de “modelizar” cuanto debe reunir los intereses de millones de personas), en tanto vendedor, debe limitar su previsión al probable agotamiento del ciclo actual del mercado y no valorar que esos ciclos pueden generar precios a niveles mayores aún que los tan altos de hoy? Pero más allá, ¿no es evidente que Codelco es más que un “negocio comercial” para los chilenos? ¿O es que los tan diversos gobiernos de las últimas décadas decidieron mantenerla como propiedad estatal sólo porque el ciclo de negocios lo recomendaba? En realidad toda toma de decisión sobre el tema compromete justifi caciones algo más complejas que las proporcionadas por una matriz costo/benefi cio fi nanciero. El Estado chileno es distinto, sus estructuras, capacidades de operación y funcionalidad nacional e internacional son distintas si es propietario o no de una empresa como Codelco. Afortunadamente, el desarrollo moderno de las ciencias sociales permite un saber de complejidad cuya racionalidad es más amplia que el cálculo contable. Reducir la mencionada decisión de política pública a una operación de venta no sólo parece políticamente injustifi cable (una trivialidad) sino técnicamente errado, tiene todo el aspecto de una ideología que confunde, poco importa si deliberadamente, el análisis técnico con el “negocio oportuno”. Y para nuestros efectos importa que varias de las dimensiones cul-turales, tecnológicas y económicas de una justifi cación racional compleja de decisiones pueden ser com-prendidas a partir de estudios como el de “El nuevo espíritu del capitalismo”. Los ejecutivos y tomadores de decisión de este espíritu, como veremos, para ser “grandes”, deberán hacerse cargo tanto de “costos”, como de “responsabilidades” y “críticas” de “ciclo largo”. 4 Quizá las obras paradigmáticas de esta tendencia “revolucionaria” en los negocios y en el análisis social del trabajo son Hammer, M y Champy, J. Reengineering the Corporation: A Manifesto for Business Re-volution. Ed. Harpers Business. NY. 1993 y de Rifkin, J, The End of Work: The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era. Ed. G.P. Putnam’s Sons, NY.1995.

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presarial: holdings empresariales y empresas en red, que, bajo la lógica de proyectos, permiten la externalización de funciones para rentar a partir del core business. La externalización origina nuevas formas laborales como el sub-contrato y una compleja interdependencia entre fi rmas.b. A la competencia creciente por la integración mundial de los mercados se le asocian las alianzas estratégicas, los joint ventures y los acuerdos de libre comercio que permiten la desterritorialización de la producción. c. A una creciente “desconfi anza” en la industria como generadora de ri-queza que ha hecho migrar las decisiones de inversión desde la producción a la especulación fi nanciera se le asocia una lógica empresarial basada en los resultados y en el valor bursátil de las compañías, resaltando la percepción de valor por sobre el valor en sí de las compañías.d. Al recambio en la base tecnológica de la producción capitalista se le asocia la revolución digital y la amenaza constante del fi n del trabajo vía automati-zación total.

En el actual discurso de la construcción de la productividad, la transforma-ción de las formas organizativas de las empresas pasaría más por la adecuada gestión de personas y las relaciones entre ellas, que por la planifi cación ade-cuada de procesos y recursos. En el discurso dirigido a los managers, con la primera estrategia se gana mayor fl exibilidad que con la segunda. Y sería la fl exibilidad la que permite innovar para “capturar las oportunidades” de un mundo globalizado y crecientemente competitivo.

Boltanski y Chiapello (en adelante ByC) sostienen que en el nuevo escenario la productividad no estaría garantizada por un orden solamente técnico, sino frágilmente anclada en la dinámica social de las organizaciones, enfrentando, cotidianamente, al directivo con la construcción del sentido del trabajo pro-pio y de sus dirigidos:

[en el nuevo espíritu] el principio jerárquico es derrotado y las organizaciones se vuelven fl exibles, innovadoras y altamente competentes. Se considera que la organi-zación en red, gracias a la cual ha sido posible desembarazarse de una costosa jerarquía que no servía mas que de «enlace» con la dirección sin aportar ningún «valor añadido al cliente», debe además procurar -en comparación con la orga-nización jerárquica integrada- una ventaja económica propiciada por la especia-lización. […] el valor añadido ya no es obtenido principalmente a través de la explotación de recursos geográfi camente situados […] ni de la explotación de la mano de obra en el trabajo, sino que proviene de la capacidad de sacar par-tido de los conocimientos más diversos, de interpretarlos y de combinarlos, de crear o de hacer circular innovaciones y, de formas más general de «manipular

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símbolos» según la expresión de Reich (1993). […] Es necesario, por lo tanto, orientar a todos estos seres autoorganizados y creativos en los cuales descansa el rendimiento de una dirección defi nida sólo por unos pocos, sin que por ello haya que recurrir de nuevo a los «jefes jerárquicos» de antaño. De este modo entran es escena los líderes y sus visiones. La visión tiene las mismas virtudes que el espíri-tu del capitalismo, porque garantiza la adhesión de los trabajadores sin tener que recurrir a la fuerza y otorga un sentido al trabajo de cada cual (120-121).

Siguiendo la argumentación de ByC, hoy en día los procesos de construc-ción de valor se basarían más en la capacidad de “manipular símbolos”, signifi cados e interpretaciones y menos en transformar materia vía organi-zación científi ca del trabajo. Dado lo anterior, la conducción legítima de la alta dirección empresarial se vería enfrentada a desarrollar la capacidad de infl uir en otros como factor crítico para la obtención de la productividad, que ya no descansa en la fuerza de trabajo sino en su creatividad. En el len-guaje más clásico de las ciencias sociales, las capacidades en cuestión apelan a la fi gura del “estratega político” antes que a la soñada por F. W. Taylor del “organizador científi co”.5

La literatura releva el rol del “liderazgo” como el rasgo esencial a desarrollar dentro de las competencias de los ejecutivos de la nueva empresa capitalista, al constatar que es cada vez menos relevante el orden técnico de la produc-ción y cada vez es más relevante el orden social de la organización y su trans-formación. ¿Es esto un cambio reciente? si recordamos los planteamientos clásicos de la sociología del trabajo, recordaremos que:

El desarrollo del management está ligado a una transformación de los mecanismos de decisión y no a la evolución de los métodos y técnicas de producción. […] los dirigentes industriales. ¿Son éstos, cada vez más, coordinadores cuya actividad se dedica sobre todo al funcionamiento del instrumento técnico y humano del que disponen, o bien son en primer lugar detentadores del poder, los que guían a la empresa hacia ciertos fi nes, adaptándose a condiciones económicas sociales y políticas que no dependen de la empresa?6

Ya en los años sesenta la sociología industrial relacionaba la actividad ejecutiva con el direccionamiento de la empresa en entornos extra productivos. El ar-gumento de ByC al respecto es que los denominados corporate rich,7 verdaderos

5 Un itinerario teórico de estos desarrollos en Cadima, T.: “La competencia política en organizaciones articuladas por proyectos. Hannah Arendt y el nuevo espíritu del capitalismo”, en este libro.6 Touraine, A.: “Poder y decisión en la empresa”. Friedmann, G. y Naville, P.: “Tratado de Sociología del trabajo”. Ed. FCE. México. 1963. Vol II. pág. 42.7 Tomando el concepto que W. Mills desarrolla en “La elite del Poder.” Ed. FCE. México 1963.

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íconos del capitalismo industrial triunfante de la posguerra, han visto como las bases mismas de su poder -la decisión sobre la producción- ha perdido tanto el status dentro del sistema capitalista como el prestigio social que otrora conllevaba. Del administrador de antaño, gerente de un proceso productivo ha devenido el líder inspirador de la actualidad, manager de personas, coordina-dor de acciones, “grande” en la ciudad por proyectos (ver infra). Un conjunto de otros cambios sociales, asociados al poder de la identidad, el cuidado del entorno, el valor de la vida familiar y la búsqueda de la calidad de vida son nuevas presiones en los trayectos vitales de quienes asumen cargos de alta dirección en el sistema capitalista actual. En las palabras del sociólogo francés François Depuis:

[…] los ejecutivos viven cada vez con mayor difi cultad las situaciones cotidia-nas en el trabajo, ya no se identifi can con tanta facilidad con el destino de su empresa, procuran sustraerse a las presiones crecientes de su entorno e incluso adhieren a las críticas más directas que se dirigen contra el nuevo orden econó-mico, cuyo establecimiento presenciaron durante la década de 1990 y en el que el cliente y el accionista son dueños de la situación. En suma, ellos, de quienes hasta aquí se creía que «jugarían a favor», empiezan a «jugar en contra».8

El texto de ByC nos invita a mirar este fenómeno desde un ángulo, al parecer, anticuado: el de la capacidad de la crítica del capitalismo, como motor de transformación del propio sistema. El proyecto intelectual de los autores es revitalizar la crítica y ver su rol en el nuevo escenario jus-tifi catorio, en “El Nuevo Espíritu del Capitalismo”. La tesis central de los autores es que el capitalismo en red, informacional, conexionista es legítimo porque ha sabido procesar la crítica que se le formuló desde fi nales de los sesenta, en especial de la crítica que los autores denominan “artista”, la de la alienación. A juicio de los autores es éste procesamien-to el que permite mantener funcionando un sistema básicamente injusto y es desde este paradigma que se transforma la función directiva de las organizaciones en la actualidad.

El trabajo se nutre de dos fuentes principales de información y análisis, por un lado, la ciencia social aplicada al trabajo y por otro la literatura espe-cializada de dirección de empresa –en adelante management- dirigida a los ejecutivos. El entrecruzamiento de ambos tipos de fuentes y los desplaza-mientos y resignifi caciones que origina persigue el objetivo de hacer dialogar

8 Dupuy, F.: “La fatiga de las elites. El capitalismo y sus ejecutivos”. Ed. Manantial, Bs.As. 2006. pág.10, comillas del autor.

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críticamente el dispositivo analítico y el material analizado, la observación científi ca y la guía práctica para la acción.

El artículo consta de dos partes, en la primera se hace una revisión a la tesis central de “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” de Max Weber desde la mirada del dispositivo justifi catorio del accionar capitalista y se ana-liza la interpretación que los autores de “El nuevo espíritu del capitalismo” le dan, intentando relevar el contexto donde la acción directiva debe realizar-se, mientras, en una segunda parte, se analiza ese “nuevo espíritu” dibujando algunas de las principales consecuencias para la construcción de la carrera profesional ejecutiva en los inicios del siglo XXI.

1. JUSTIFICACIÓN Y CAPITALISMO: ¿UN NUEVO ORDEN SOCIAL?, ¿UNA NUEVA CRÍTICA?

El capitalismo ante todo socializó un primer objeto, el cuerpo, en función de la fuerza productiva, de la fuerza de trabajo. El control de la sociedad sobre los individuos no se efectúa solamente por la conciencia o la ideología, sino también en el cuerpo y con el cuerpo.

Michel Foucault 9

El capitalismo, ese orden social nacido a partir de la maximización de la utilidad que se gestó por siglos en los intercambios sociales occidentales, muta y se adapta a los nuevos contextos y territorios (reales o simbólicos) que conquista. El capitalismo, ya bestia negra, ya motor de progreso, y los capitalistas se fortalecen con la creciente adopción de lo que se le opone como propio y en la construcción de la validación legítima del lucro que permanentemente ejecuta. ¿Pero qué es ser capitalista?:

Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el pro-ceso de producción. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aun cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.10

El análisis marxiano, origen de la más elaborada crítica que se conozca al capita-lismo como modo de producción y extracción/generación de valor, partía por reconocer (a) el carácter colectivo de la producción, (b) la necesidad de coopera-ción entre los individuos para su consecución y (c) la universalidad de su infl uen-cia en la construcción de la vida social. Estos tres elementos son centrales para

9 Foucault, M.: “Dits et Écrits”. Vol III. Gallimard. Paris. 1994 pág. 210.10 Marx, C. y Engels, F.: “Manifi esto Comunista”. Prometeo Libros,. Bs.As. 2003. pág. 42.

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entender la obra en discusión: “El Nuevo Espíritu del Capitalismo” (en adelante NEC). En NEC los autores no se preguntan por las mutaciones del capitalismo en sí, sino por los dispositivos de su justifi cación, constatando que:

El capitalismo es, en muchos aspectos, un sistema absurdo: los asalariados pierden en él la propiedad sobre el resultado de su trabajo y la posibilidad de llevar a cabo una vida activa más allá de la subordinación. En cuanto a los capitalistas, se encuentran encadenados a un proceso sin fi n e insaciable, totalmente abstracto y disociado de la satisfacción de necesidades de consumo, aunque sean de lujo. Para estos dos tipos de protagonistas, la adhesión al proceso capitalista requiere justifi caciones (40).

Las justifi caciones de adhesión al proceso capitalista serían las que hacen posible la constatación marxiana del carácter colectivo y universal del capita-lismo, de no mediar justifi cación razonable los hombres no participarían de la producción capitalista, en la literatura marxista, esta justifi cación era una “falsa conciencia”, una superestructura llena de infundios que llevaba a las personas a “no saber” la explotación de la que eran parte, así la religión, el arte, los medios y los discursos nacionales e identitarios terminaban constitu-yéndose en una superestructura ideológica, productora de falsos “refl ejos”11 capaces de encubrir la alienación que el capitalismo produce.

La tesis de la justifi cación al capitalismo como falsa conciencia falló en su intento por explicar la adhesión colectiva y universal a la lógica capitalista. Si bien existe una industria cultural poderosísima esta no “instala” creencias, sólo las activa, porque su germen ya estaba ahí, en las más profundas convicciones de los capitalistas marxianos (dueños y explotados). En las creencias del “buen comportarse”, del “actuar civilizado”, del “ser alguien”, del “hacer el bien” en el mundo. En síntesis, una ética del comportamiento humano que la justifi que. Y en eso fue Weber, no Marx, quien completó el círculo de la justifi cación.

Weber construye la llave que abre el cerrojo de la comprensión del proceso de adhesión al sistema capitalista al situar ex ante las creencias que inspiran la ética de la acción humana como motor de construcción del sentido de la adhesión capitalista. Es la ética anterior la que sirve de justifi cación al cons-tituirse en espíritu, no la elaboración ex post devenida en “ideología”:12

Bástenos recordar, para nuestro fi n, que en la patria de Benjamín Franklin (Mas-sachussets) el espíritu capitalista […] existió con anterioridad al desarrollo del

11 Respecto a la noción de refl ejo del análisis científi co véase Rorty, R.: “Philosophy and the mirror of nature”. Ed. Princeton University Press. NY. 1981. 12 Gil, F.: “El argumento de ‘La ética protestante’ de Weber y sus fuentes”. En Weber, M.: “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”. FCE. México. 2003.

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capitalismo […] en cambio, en las colonias vecinas (lo que después fueron los Estados del Sur de la Unión) ese espíritu alcanzó un desarrollo mucho menor, a pesar de haber sido vitalizadas por grandes capitalistas, con fi nes comercia-les, mientras que las colonias de Nueva Inglaterra lo fueron por predicadores y graduados, en unión con pequeños burgueses, artesanos y labradores, con fi nes religiosos. En este caso, por tanto, la relación causal es la inversa de la que habría que postular desde el punto de vista del «materialismo». Pero la juventud de tales ideas ha sido más tormentosa de lo que imaginan los teóricos de la «superestruc-tura», y su desarrollo no se ha parecido al de una fl or. El espíritu capitalista, en el sentido que nosotros damos a este concepto, ha tenido que imponerse en una lucha difícil contra un mundo de adversarios poderosos.13

Como en toda la historiografía contemporánea de las justifi caciones (éticas) de la economía, en el NEC el papel de la tesis weberiana es central, en especial por el concepto de espíritu; el espíritu de Weber es un conjunto de códigos de conducta, no necesariamente comerciales, del vivir entre los hombres que jus-tifi can su comportamiento económico. Y los “adversarios poderosos” son, en el texto weberiano, las acciones originadas en comportamientos no inspirados por esta ética, en especial el mero afán de lucro. Contrariamente a la creencia común, Weber argumenta que el capitalismo se sostiene en el control del lucro y de la avaricia en función de la rentabilidad sostenida en el tiempo, este es el dispositivo justifi catorio central que provoca la adhesión universal y la coope-ración colectiva, el capitalismo ofrece un método de reproducción material a la sociedad que se funda en la administración de la presión por el lucro y en su contención normativa, con la promesa de que la organización productiva capitalista proveerá bienestar duradero a la población:

«Afán de lucro», «tendencia a enriquecerse», sobre todo a enriquecerse moneta-riamente en el mayor grado posible, son cosas que nada tienen que ver con el capitalismo. Son tendencias que se encuentran […] en all sorts and conditions of men, en todas las épocas y en todos los lugares de la tierra, […]. Es preciso, por tan-to, abandonar de una vez para siempre un concepto tan elemental e ingenuo del capitalismo, con el que nada tiene que ver (y mucho menos con su «espíritu»), la «ambición», por ilimitada que ésta sea; por el contrario, el capitalismo debería considerarse como el freno o, por lo menos, como la moderación racional de este irracional impulso lucrativo. Ciertamente, el capitalismo se identifi ca con la aspira-ción a la ganancia lograda con el trabajo capitalista incesante y racional, la ganancia siempre renovada, la «rentabilidad». Y así tiene que ser; dentro de una ordenación capitalista de la economía, todo esfuerzo individual no enderezado a la probabili-dad de conseguir una rentabilidad está condenado al fracaso.14

13 Weber, M.: (2003) pág. 100.14 Ibíd. pág. 56.

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Este fracaso de la acción económica no orientada a la rentabilidad Weber la sitúa, en su origen, debido a una falta de legitimidad social del comporta-miento económico dilapidador o especulativo. Las creencias que inspiran la legitimidad del capitalismo para Weber serían las creencias en el ascetismo intramundano propiciado por las sectas protestantes y su institucionaliza-ción racionalizadora de la vida cotidiana, una religión sin “clero” que no separa culto y acción, donde la orientación moral es regla de vida, autodeter-minación en el presente, vehículo de salvación:

En el calvinismo y en el círculo de las sectas protestantes Weber descubre de un lado, las doctrinas que priman el modo metódico de vida como camino de salva-ción; y en la vida de la comunidad religiosa, la cual también inspira la educación familiar, encuentra, de otro, la institución por cuyo medio esas doctrinas ejercieron su efi cacia socializadora sobre las capas portadoras del primer capitalismo […] el laico, que ya no puede recurrir a la gracia sacerdotal del sacramento, que ya no puede recurrir al puesto de socorro que representa un instituto de gracia dotado del carisma del cargo como es la Iglesia Católica, lo que quiere decir: que ya no puede repartir su mundo de la vida en esferas relevantes para la salvación y en otras que no lo son, se ve en la precisión de regular autónomamente según los principios de una moral postconvencional.15

Como señala Habermas es el mismo Weber quien identifi ca que el espíritu del capitalismo así inspirado está en riesgo por la misma lógica que lo promueve, es decir que el impulso racionalizador y metódico del ascetismo intramundano, la salvación vía trabajo y la realización material del Reino, aquí y ahora, lleva inscrita la semilla de su destrucción al liberar, progresivamente, el potencial racionaliza-dor de la acción orientada a fi nes, por sobre la acción práctico-moral:

La ética protestante satisface las condiciones necesarias para el nacimiento de una base motivacional de la acción racional con arreglo a fi nes en la esfera del trabajo social. Pero con este anclaje «racional con arreglo a valores» de las orien-taciones de acción racionales con arreglo a fi nes, esa ética sólo satisface las con-diciones de partida de la sociedad capitalista; la ética protestante pone en marcha el capitalismo, pero sin poder garantizar las condiciones de su propia estabilidad como ética. Weber cree que a la larga los subsistemas de acción racional con arreglo a fi nes constituyen un entorno destructivo para la ética protestante, y ello tanto más, cuanto más se desarrollan éstos según la legalidad cognitivo ins-trumental específi ca del crecimiento capitalista y de la reproducción del poder estatal. La racionalidad práctico-moral de la ética de la intención no puede insti-tucionalizarse en la sociedad cuyo inicio hace posible. A la larga queda sustituida por un utilitarismo que es fruto de una reinterpretación empirista de la moral, de

15 Habermas, J.: “Teoría de la Acción Comunicativa. Racionalidad de la Acción y racionalización social”. Vol.1. Ed Taurus, 1999. Madrid, pág. 295.

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una reevaluación pseudo moral de la racionalidad con arreglo a fi nes y que ya no dispone de una relación interna con la esfera del valor moral.16

La “pérdida de sentido” moral de la acción capitalista “gana efi cacia” racional y práctica. El cálculo de la rentabilidad se yergue como razón todopoderosa para el accionar humano socialmente aceptable. Si, con Weber, siguiéramos la línea argumental de este planteamiento preguntarnos por un nuevo espíritu del capitalismo es una empresa infructuosa, si el capitalismo se ha validado a sí mismo por su lógica interna entonces no requiere de nuevas validaciones. Boltanski y Chiapello, recurren para salvar este punto a Albert O. Hirschman y su idea de un orden social cuya viabilidad descansa en el principio para el cual el interés por el lucro es un (previsible) moderador de la arbitrariedad e irracionalidad política de las pasiones humanas.17 Apuntan así a las creencias generales y no individuales que hacen mantener la legitimidad social de un orden económico estructuralmente injusto:

Los trabajos de Weber insisten en la necesidad percibida por el capitalismo de proporcionar justifi caciones de tipo individual, mientras que los de Hirschman hacen énfasis en las justifi caciones en términos de bien común. Nosotros re-tomamos estas dos dimensiones, entendiendo el término justifi cación en una acepción que permita compaginar simultáneamente las justifi caciones individua-les (gracias a las cuales una persona encuentra motivos para adherirse a la empre-sa capitalista) y las justifi caciones generales (según las cuales el compromiso con la empresa capitalista sirve al bien común) (45).

La referencia al bien común en relación al capitalismo es quizás el aporte más importante del análisis propuesto en NEC, los autores toman el prin-

16 Ibíd. pág. 299.17 Hirschman, A. O.: “Las pasiones y los intereses. Argumentos políticos a favor del capitalismo previos a su triunfo”. Eds. Península, Barcelona, 1999, págs. 65 y ss. ByC destacan en esta parte el siguiente pasaje del texto de Hirschman: hacia mediados del siglo XVIII en Inglaterra o Francia: “nadie que no pertene-ciera a la nobleza podía, por defi nición, participar de virtudes heroicas y pasiones violentas. Al fi n y al cabo, tal persona tenía sólo intereses y no gloria que perseguir, todo el mundo sabía que esta persecución estaba destinada a ser doux en comparación con los apasionados pasatiempos y salvajes explotaciones de la aristocracia.” (id. pág. 85). La refi nada articulación de economía y sociología que hace Hirschman y su crítica al simplismo de desconsiderar la dimensión ética del discurso del “espíritu del capitalismo” lleva a ByC a erigirlo como la principal inspiración teórica de su investigación: “no hemos podido evitar, escribiendo prácticamente cada una de las páginas de este libro, preguntarnos lo que pensaría de él Albert Hirschman, cuya obra, más que cualquier otra, nos ha acompañado a lo largo de todo este largo trayecto [...] desearíamos que encontrase en estos centenares de páginas la materialización de un homenaje al papel irremplazable que ha desempeñado en la formación de las disposiciones, no sólo intelectuales, que nos han guiado [...]: como investigador, a través de los conceptos introducidos por él en el análisis socioeconómico, en particular por la importancia que, desde hace mucho tiempo, concedió a la crítica, así como por su ejemplo como persona.” (Boltanski, L. y Chiapello, E.: Op. Cit. Pág. 13).

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cipio justifi catorio desarrollado previamente por Boltanski18 de análisis his-tórico de los principios de ordenación social y su fuente de legitimación, en palabras de un comentarista:

El capitalismo, para poder funcionar y reproducirse, además de dosis de violen-cia difícilmente cuestionables, requiere movilizar a la fuerza de trabajo y para ello justifi carse en términos de bien común, elaborando modelos de justicia, en los que la autonomía y la seguridad de quienes en él participan queden tam-bién defi nidas, las denominadas cités. Estos modelos de justicia -cuyos elementos fundamentales son a menudo externos al capitalismo, extraídos frecuentemente de la propia crítica- son cotidianamente confrontados a través de pruebas que tienen como resultado el establecimiento de los órdenes de grandeza que orga-nizan una sociedad determinada y que constituyen el terreno de confrontación de determinadas relaciones de fuerza”.19

Los autores plantean la existencia histórica de tres espíritus diferentes que justifi can al capitalismo, dando origen a tres articulaciones de cités o ciudades (comunidades de acción pública) distintas. Estos tres espíritus han devenido respuestas a distintas críticas de legitimidad del sistema capitalista y a formas sociales de valoración de la grandeza, las fuentes del poder y su nivel de legitimidad.

El primer espíritu asociado al burgués, el segundo asociado a la organización científi ca del trabajo y uno tercero, en formación, asociado a la economía glo-bal en red. Estas confi guraciones van dando sentido a la pertenencia al proce-so capitalista y a su utilidad para el logro del bien común. En el primer espíritu, el éxito económico de la empresa familiar liderada por un capitalista garanti-zaba la conquista de nuevos territorios, la lógica colonizadora de la naturaleza virgen y la ampliación del dominio racional del hombre sobre su medio como fuente de satisfacción de una población en constante expansión.

El segundo espíritu surge como freno al enriquecimiento individual basado en la explotación del hombre por el hombre y en el agotamiento de la justi-fi cación colonial. La clase ociosa es duramente atacada,20 por ser una extensión de la aristocracia monárquica21, el lucro sin trabajo pierde legitimación por

18 Boltanski, L y Thevenot, L.: “De la Justifi cation. Les Economies de la Grandeur” Ed. Gallimard. Paris. 1991.19 Riesco, A.: “Boltanski-Chiapello y la gran transformación”. En Cuadernos de Relaciones Laborales. Ed. Escuela de Relaciones Laborales. Universidad Complutense de Madrid. 2001, 18. págs. 299-308.20 Veblen, T.: “Teoría de la clase ociosa”. Ed. FCE. México, 2005.21 Véase el interesante estudio sobre el porqué la aristocracia inglesa no logra los mayores benefi cios de la Revolución Industrial siendo que tenían la mayor riqueza y educación y el rol de la valoración social a

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un orden social que exige igualdad ante el Estado y el Mercado, por un orden republicano.

Es desde la crítica a la constitución de una clase que niega el principio legiti-mador del ascetismo intramundano y el valor del trabajo para los protestan-tes, la que moviliza la transformación del espíritu capitalista originario y del dispositivo justifi catorio que se legitima en el segundo espíritu.

La justifi cación del segundo espíritu toma del imaginario de la cristiandad frases que impregnarían más de un siglo de batalla contra el lucro sin trabajo, más de un siglo de crítica social: “Quien no trabaje, que no coma” (Carta de Pablo a los Tesalonicenses. 3:10). En sociedades de alta religiosidad católica la ganancia sin trabajo fue sistemáticamente criticada a través de las llamadas “encíclicas sociales”, documentos pastorales vaticanos que resumen la doc-trina social de la iglesia (DSI), defi nida como: “cuerpo doctrinal renovado, que se va articulando a medida que la Iglesia en la plenitud de la Palabra revelada por Jesucristo y mediante la asistencia del Espíritu Santo, lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la historia”.22

En el caso chileno, la lectura de la DSI ha generado diferentes interpretacio-nes inspirantes de una ética de control al “mero afán de lucro” a lo largo del siglo XX, desde las encendidas interpelaciones de Alberto Hurtado, pasando por la teología de la liberación y llegando hasta una nueva reconfi guración de la elite económica en función del asentamiento en el país de los movimientos integristas católicos. Una reciente investigación de María Angélica Thumala devela la relación entre la ética de los movimientos integritas católicos, en especial del Opus Dei y de los Legionarios de Cristo, con la construcción de la elite económica nacional, dando cuenta de un nuevo impulso justifi catorio basado en una renovada lectura de la ética católica y del autoimpuesto rol formador de la elite nacional por sobre la sociedad. Una “clase” distinta de personas, buenas, piadosas y observantes de los preceptos religiosos debiera regir el espíritu capitalista moral y económico del país, hacerlo más indus-trioso, generar empleo:

[...] el ethos de la elite económica defi ne el rol social del empresario en términos católicos al establecer una conexión entre la creación de riqueza y la generación

la baja de la aristocracia en Doepke, M. y Zilibotti, F.: “Social class and the spirit of Capitalism”. Journal of the European Economic Association April–May 2005 3(2–3):516–524.22 Compendio DSI:104. Para una reseña de la DSI, véase: Hinkelammert, F.: “¿De la doctrina social a la doctrina social?” En Revista Pasos del Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI) San José. Nro.: 9-Segunda Época 1987: Enero.

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de empleo, por un lado, y el bien común y la reducción de la pobreza, por el otro. Las virtudes necesarias para seguir el estilo de vida prescrito por la Iglesia y por los movimientos religiosos más populares en la elite, como el autocontrol, la educa-ción del carácter o la devoción a la familia y al país no son solo consideradas como el resultado de la educación al interior de familias o colegios de elite sino que son representados como rasgos hereditarios propios de la clase dominante.23

Para el caso chileno, la fuerte presencia de un ethos religioso en la elite eco-nómica haría suponer que la crítica al “mero afán de lucro” cuenta –aun– con justifi caciones no secularizadas, con una base desde la cual el ethos católico, se “protestantiza”, adquiere fuerza normativa e inspira una moral práctica y emprendedora. Sin embargo, la trasnacionalización de la economía, el –to-davía– importante rol de la empresa pública en la construcción de la riqueza nacional y la demanda de protección social y fomento productivo al Estado, dan cuenta de la necesidad de otras justifi caciones, justifi caciones de bien común y no de salvación.

Señal “individual” ejemplar de la formación de ese nuevo espíritu capitalista ca-tólico secularizado en Chile, es la intervención pública de un jefe de empresa, Manuel Cruzat, ante el “Tribunal de la Libre Competencia” objetando la so-licitud de aprobación de fusión presentada por dos de las mayores fi rmas del sector retail.24 El caso dio lugar a un debate público en los massmedia con un amplio uso de la razón teórica económica. El discurso de Cruzat, clave según se supo para el rechazo de la fusión, descansó en dos argumentos, uno de “li-bertad económica” y otro de “justicia social”. En la primera línea de razones, el juicio es que la fusión llevaría a una “mayor concentración” en mercados cuya competencia libre óptima depende de la sobrevivencia de empresas “pe-queñas”, dando lugar, por ejemplo, a una cartelización del mercado de crédito de consumo doméstico. La segunda argumentación sostendrá que las ventajas en materia de precios alegadas por las empresas solicitantes sólo se lograrían por el acceso asimétrico al mercado de capital que obtendrían respecto de pro-veedores, clientes y competencia, poniendo entre otros efectos “sistémicos” en peligro el prestigio internacional de Chile en mercados a los que necesita acceder. Sin esas ventajas por asimetría la fusión pierde su atractivo patrimo-nial, sostuvo Cruzat, para concluir en este punto que “lo interesante es generar valor desde un punto de vista social, no sólo privado”.25

23 Thumala, M.A.: (2006). “Riqueza y Piedad. El catolicismo de la elite económica chilena”. Ed. Random House Mondadori, Santiago de Chile. pág. 296.24 Diario La Tercera, 1 de febrero de 2008. 25 Id.

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Lo importante, para este relato descriptivo de la nueva elite chilena es que se trata de un ejecutivo joven (41 años), de formación católica, de cultura y lectura permanente, economista con postgrado en Chicago, cuyo “modelo” de país son los EEUU, según propia confesión, que se creyó en “el deber” de argumentar, frente a una decisión típicamente económica, con una razón típicamente de política pública, situada desde la perspectiva del conjunto de la sociedad y el Estado: “aquí hay un cambio estructural y no marginal como lo quieren hacer ver las empresas […] ¿De qué estamos hablando?, esto no es broma, ¿y quién se verá afectado? El 50% más pobre”.26 Importante tam-bién es resaltar que en el debate público técnico político, descrito, no hubo intervenciones ni de intelectuales ni de dirigentes de los que se sitúan en el espectro “progresista” del país que contestara las razones de Cruzat o hicie-ra presente sus propios argumentos de “libertad económica” o de “justicia social”. Las teorías (científi cas) presentes en la modernización capitalista pueden no ser de interés para la intelectualidad progresista chilena actual.

Con el surgimiento del segundo espíritu, el de la ciudad industrial, la fi gura social del burgués es desplazada por la del gerente, un profesional competente en la administración de una burocracia compleja, deshumanizada, donde “no hay intención” en la explotación y es sólo la mejor respuesta (científi ca) a las demandas de un sistema de producción basado crecientemente en la tecnología de procesos, donde el salario es la recompensa según la compleji-dad del trabajo desarrollado y el nivel decisional ocupado.

El espíritu industrial construye una sociedad basada en el trabajo y una polí-tica de la representatividad en base a ocupaciones. El impacto justifi cador de la producción de organizaciones gigantes ordena vidas y ciudades, estanda-rizando individuos según ocupaciones (profesionales, obreros, empleados) y ofreciendo el bienestar y la pertenencia de clase como promesa de bien común. Es este modelo de capitalismo el que ve fragmentada su legitimidad

26 Revista Qué Pasa Nº 1922, 8 de febrero de 2008. La discusión racional en la elite católica chilena so-bre una moral productivista y emprendedora no está, necesariamente, escindida de aquella que inauguró Weber al secularizar la ética protestante. Una minuciosa investigación periodística revelaba hace algunos años la siguiente idea de José Miguel Ibañez, sacerdote que es fi gura intelectual (teológica) destacada en el Opus Dei chileno: “la tesis de Max Weber es bastante ambigua [...] porque es efectivo que cierta conducta religiosa, ciertos principios religiosos dan lugar a una ética, especialmente a una ética del trabajo, Eso sin duda que pasa con el Opus Dei. Pero ¿en qué sentido? El Opus Dei da lugar como fenómeno cultural, podríamos decir, a la ética del trabajo bien hecho y a la cultura del trabajo bien hecho. ¿Qué ese trabajo cristalice en estructuras de mercado o estatistas o de tercera vía? No.” (Cfr. Mönckeberg María Olivia: El imperio del Opus Dei en Chile, Eds. B, Santiago, 2003, pág. 286). En contraste con el alegato de Cruzat, citado, por lo que se ve, para el núcleo ideológico duro de la elite católica, la intención normativa del nuevo espíritu del capitalismo sigue siendo de “trabajo” más que de “mercado”.

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con los impulsos de una crítica que cuestiona la estandarización y la homo-geneización de la producción de bienes y servicios y la estandarización de vidas y anhelos, el bienestar no llega y el individuo se pierde en la masa.

El «primer» espíritu del capitalismo, asociado como hemos visto a la fi gura del bur-gués, estaba vinculado a las modalidades del capitalismo, básicamente de tipo fami-liar, de una época en la que no se buscaba el gigantismo, salvo casos excepcionales. Los propietarios o patrones eran conocidos personalmente por sus empleados, el destino y la vida de la empresa estaban fuertemente relacionados con los de una familia. El «segundo» espíritu del capitalismo, que se organiza en torno a la fi gura central del director (o dirigente asalariado) y de los cuadros, está ligado a un capi-talismo de grandes empresas, lo sufi cientemente importantes ya como para que la burocratización y la amplia utilización de cuadros cada vez más diplomados sean elementos centrales. No obstante, sólo algunas de entre ellas (una minoría) podrán ser califi cadas como multinacionales. El accionariado se ha vuelto más anónimo, y numerosas empresas se han deshecho del nombre y del destino de una familia en particular. El «tercer» espíritu deberá ser isomorfo a un capitalismo «mundializado» que se sirve de nuevas tecnologías, por no citar más que los dos aspectos más fre-cuentemente mencionados para defi nir al capitalismo contemporáneo (23).

La tesis de NEC es que la cité se transformó durante los últimos treinta años desde la concepción industrial a una conexionista, en red, que funciona por proyectos.27 El origen de esta nueva cité vendría dada por una ética inspira-da en los movimientos críticos al capitalismo expresados sintéticamente en el movimiento del mayo del 68 y sus consecuencias. El rol de la crítica, ya social, ya artista, hecha fundamento de un nuevo “bien común”, de una nueva acción política y de una nueva forma de hacer empresa. Este nuevo espíritu permite la respuesta óptima al imperativo de fl exibilidad de un mundo (mercado) que se globaliza y que encuentra en la crítica al orden industrial su justifi cación.

Esta crítica al orden industrial, proviene de la constatación que los “males” del capitalismo industrial son mayores que los “bienes” que produce, consta-tación que no habría sido posible sin la crítica elaborada, desde fi nales de los sesenta, al modo de vida industrial y su promesa incumplida: la sociedad del bienestar. Hoy en día una de las fuentes de la crítica de mayor impacto es la crítica desde la así denominada “conciencia ecológica mundial”, al respecto no resulta baladí que los principales activistas del mayo 68 francés hoy sean miembros –institucionales- del espacio europeo, a través de los verdes. La crítica ecologista es a un tiempo una crítica social y una crítica artista, social en la dimensión que argumenta de que las generaciones futuras (la sociedad

27 Véase al respecto el capítulo de Celis, S.: “La acción comunicativa y los procesos formativos en la ciudad por proyectos”, en este libro.

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del futuro) recibirán los males de nuestro desarrollo actual, artista, cuando enarbola la “pérdida de diversidad” como argumento para grafi car la pérdida actual de vida y potencial de vida. Sin embargo, la crítica ecologista, en sus versiones más radicales, tiene un marcado carácter anti-humanista, al des-centrar al Hombre de su objeto de análisis y situar a la Naturaleza o la Vida como principal ¿sujeto? de la explotación física y de la alienación.

Recordando el epígrafe de Foucault, la crítica al capitalismo no puede dejar de constatar que lo que el capitalismo requiere es socializar, en el sentido de hacer social, público, formable y transformable por el imperativo de rentabi-lidad la Vida a fuerza de trabajo. Una crítica ecológica anti-humanista pierde fuerza como crítica al no ofrecer un sustituto a la lógica necesaria para que, con el antiguo Touraine, la producción de la sociedad ocurra. La crítica ecologis-ta niega o intenta frenar la producción de la sociedad, adquiriendo ribetes emancipadores sólo como crítica artista, no como social.

En NEC, una reformulación de la crítica social al capitalismo puede tomar, en un mundo en red, la forma de una crítica a la exclusión, poniendo el én-fasis en las difi cultades de acceso a los “bienes” que el capitalismo produce y no en los “males” que este produce. ByC reconocen las difi cultades de la exclusión como un concepto crítico y reafi rman la necesidad de una crítica que vincula critica social con crítica artista: “se trataría de reencontrar el vín-culo –desatendido por la problemática de la exclusión- entre las dos fuentes de indignación que, […] no han dejado de sostener la crítica social: la indig-nación frente a la miseria y la indignación frente al egoísmo” (459).

2. LA TRANSFORMACIÓN DE LA FUNCIÓN DIRECTIVA: MANAGERS EN RED

Todas las sociedades, hasta la más individualista, dan por sentadas dos cosas: que las organizaciones sobreviven a los trabajadores, y que la mayor parte de la gente permanece en el lugar en el que está. Pero la realidad de hoy demuestra exactamente lo contrario. Los trabajadores del conocimiento sobreviven a las organizaciones, y registran alta movilidad. La necesidad de auto-gerenciarse, por lo tanto, está impulsando una revolución social.

Peter Drucker .28

En este contexto de capitalismo en red, nuevas justifi caciones y nuevas posibili-dades de crítica, la función directiva pareciera ser objeto de una profunda trans-formación. En ella, como dice Manuel Castells, “asistimos de hecho al abando-28 Drucker, P.: “Manéjese a sí mismo”. In Harvard Business Review Latinoamérica. Volumen 1. Nº 4. 1999.

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no de la centralidad de la unidad organizativa a favor de la red de informaciones y decisiones. En otras palabras, fl ujos en lugar de organizaciones pasan a ser las unidades de trabajo y de cálculo de producto”.29 La nueva cultura productiva ya no descansa en los fl ujos del poder sino en “el poder de los fl ujos”.30

En una economía de fl ujos ¿a qué se dedica un manager cuando la agrega-ción de valor y por ende la construcción de la rentabilidad no obedece a la mera dirección de una organización? Según ByC el mayor procesamiento relativo del capitalismo de la crítica artista, la de la alienación, por sobre la crítica social, de la explotación, hace emerger nuevas demandas para los eje-cutivos y para los trabajadores en general.

La tan anunciada transformación del trabajo, ya sea por apocalípticos, ya por integrados adquiere en NEC una nueva y más compleja elaboración, impo-niendo al mundo del trabajo desafíos inéditos en, al menos, tres dimensio-nes, una técnica, una profesional y una social31 las que revisaremos breve-mente a continuación:

LA DIMENSIÓN TÉCNICA

Los sistemas técnicos de las organizaciones se “fl uidizan” al ritmo verti-ginoso de la modernización digital para la rentabilidad global y el control sobre procesos a distancia. En una investigación que realizáramos32 sobre la modernización de BancoEstado señalábamos que el argumento práctico fundamental para justifi car la virtualización digital de las organizaciones está en que permite el funcionamiento de ellas de acuerdo a los códigos y fl ujos informacionales de una economía en red.

Las organizaciones se hacen entonces fl exibles y adaptativas ante evoluciones imprevisibles de los mercados. Muchos procesos que antes requerían de com-plejos sistemas operativos, hoy son resueltos a través de los nuevos sistemas tecnológicos de comunicación. Esto disminuye los tiempos de respuesta, agili-zando la entrega de soluciones a los clientes. Aquellos procesos que requieren mayor rigurosidad en el cumplimiento de la norma, están centralizados y tec-

29 Castells, M.: “The Informational City”. Oxford. Blackwell, 1989, pág. 142.30 Id.31 Utilizamos aquí una versión ampliada del modelo sociotécnico originario del Tavistock Institute de Londres. Véase Gallino, L.: “Diccionario de Sociología”. Siglo XXI, México, 1995, pág. 794 y ss.32 Depolo, S., Cociña, M., Cadima, T., Celis, S.: et al. “Sistematización, Análisis Crítico y Socialización del Proceso de Cambio Organizacional en BancoEstado”. Informe de Resultados. Departamento de Ingeniería Industrial. Universidad de Chile. 2005.

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nologizados, mientras que los que requieren de soluciones de tipo operativo más fl exibles pueden ser resueltos vía comunicación electrónica.

Pero las empresas en red, de que nos habla la sociología contemporánea, sólo son fl exibles en la medida en que lo es el uso de las tecnologías de in-formación que son su factor esencial de productividad. Estas fl exibilidades parecen depender de fl ujos “de poder” particularmente resistentes a cual-quier impulso externo a ellos mismos. No tiene mucho sentido práctico ha-blar en esos contextos de “fl exibilidad”, la economía en ellos no requiere ni las razones ni los argumentos de quienes pretendieran ganar en fl exibilidad organizativa. Impera en ella, dice el teórico, una “indiferencia de la informa-ción”, y opera con ella una violencia comunicacional de acción inmediata sobre aquel que es “informado”:

Por un lado, en ella hay producción, consistente en trabajo con un uso inten-sivo del diseño y la información, así como fuerzas informales de producción y productos digitales. Por otro, de bienes informacionales. Ahora, la producción más extremadamente racional puede llevar a la circulación y distribución más irracionales. En este contexto es lícito hablar de una “sociedad des-informada de la información”. La contradicción radica en que así como la sociedad de la información conduce a un “espabilamiento” creciente, al mismo tiempo acarrea cierta “estupidización” inevitable. Estos bienes informales son tipos particulares de bienes culturales. A diferencia de la narración, la información comprime el comienzo, el medio y el fi nal en la inmediatez presente de un “ahora aquí”. A diferencia del discurso, no necesita argumentos legitimadores ni adopta la forma de enunciados proposicionales, sino que trabaja con una violencia comunicacio-nal inmediata.33

Como consecuencia de la transformación informacional de los sistemas téc-nicos el trabajo humano enfrenta una nueva alienación, ya no producto de la fragmentación de la acción humana en tiempos y tareas sino por la multiplica-ción ad infi nitum de la información, que sobre informan –desinformando– la cotidianidad del trabajo. En un entorno de comunicaciones crecientes sobre información creciente, la construcción de sentidos compartidos deviene pro-blemática, por tanto la función directiva adquiere una fuerte dimensión inter-pretativa: en un tempestuoso mar de información, sin cartografía válida, ni instrumentos que entreguen datos objetivos, el manager debe ser capaz de fi jar un norte (objetivo), un rumbo (trayectoria) y un liderazgo (entendido como motivación inspiradora y no como autoridad) que le permita contar con la adhesión de todos sus tripulantes, evitando los motines.

33 Lash, S.: “Crítica de la información”. Amorrortu Eds., Buenos Aires, 2005, págs. 15-16.

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LA DIMENSIÓN PROFESIONAL (EL SABER HACER)

La volatilidad del capital y su capacidad ubicua para ganar rentabilidad, pro-pia del contexto fi nanciero globalizado, cambian incesantemente la propie-dad de las empresas: fusiones, adquisiciones, retrocompras y otras activida-des eminentemente fi nancieras junto a las demandas de modernización (la mayoría de las veces digital, como vimos más arriba) tiene como impacto directo un cambio incesante de las formas de hacer de las organizaciones.

Nuevos procedimientos, nueva tecnologías, nuevas prácticas y nuevos estilos y po-líticas corporativas hacen que la construcción de saber y experiencia se transforme rápidamente poniendo al aprendizaje como proceso central en la construcción de empleabilidad y haciendo obsoleto las formas de saber precedentes.

La presión por controles de gestión cada vez más minuciosos y la demanda pública por más y mejores regulaciones “burocratizan” digitalmente el hacer cotidiano en el trabajo, para los managers esto es pasar mucho del tiempo de trabajo visando, controlando, emitiendo informes que permitan mantener metas y procedimientos de acuerdo a estándares globales cada vez más exigentes.

La cultura organizacional, entendida como cultura productiva, representa al conjunto de valores, ideas y prácticas que han sedimentado con los años en esquemas y procedimientos de trabajo en una organización. Son saberes de valor agregado utilizados por personas y grupos de una determinada comu-nidad de prácticas. Si los procedimientos cambian, se afecta la dimensión cultural de las organizaciones:

La cultura de una compañía, como toda cultura, depende del sentido que la gente común da a una institución, no de la explicación que se decrete en los niveles su-periores de la misma. En las instituciones (…), se emiten órdenes una y otra vez, a toda velocidad, constantemente; el margen para la interpretación es cada vez menor entre los trabajadores normales, mientras que el proceso de interpretación –el de dar sentido a estas organizaciones camaleónicas- se vuelve cada vez más difícil.34

Lo que apunta el analista global es que la interpretación y por ende el senti-do del trabajo se afecta porque el cambio incremental de procedimientos y prácticas imposibilita la construcción de saberes productivos dañando con ello la construcción común de una cultura en el trabajo. El desafío de la dirección es mayor: ¿cómo lograr que los trabajadores se sientan parte, se identifi quen con un hacer, cuando este cambia constantemente?. 34 Sennett, R.: “La cultura del Nuevo Capitalismo”. Ed. Anagrama. México. 2006. pág. 65.

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LA DIMENSIÓN SOCIAL

Ante los crecientes fl ujos de información no signifi cada (desinformadora) y la pérdida de valor del saber precedente (cultura productiva) los managers sólo pueden recurrir a las habilidades personales (llamadas por la literatura manage-ment skills) para mantener la dirección efi caz de un grupo humano. Cuando el poder se difumina en la empresa-red-global, la horizontalidad y la demanda de polivalencia reposicionan el rol de las personas, su niveles de compromiso y sus relaciones de cara a la construcción de la productividad local.

Si, como señala Drucker en el epígrafe, el auto-gerenciamiento (self-mana-gement) impulsaría una revolución social en las organizaciones, en especial dada la mayor movilidad de los así llamados “trabajadores del conocimiento”, entonces el problema central de la gestión directiva de empresas inspiradas por el NEC es el compromiso de sus miembros con la misión organizativa.

Tradicionalmente (o en las empresas inspiradas por el segundo espíritu de ByC) la dimensión social de las organizaciones estaba centrada en la protección y tenía dos ámbitos principales de gestión: el bienestar de los trabajadores y las relaciones la-borales. Por bienestar de los trabajadores se consideraba pertinente que la direc-ción proveyera de servicios personales anexos al contrato de trabajo de manera de hacer más atractiva la oferta laboral y evitar el descontento y la confl ictividad social. En la lógica del mundo industrial más benefi cios hacía más asimilables el futuro personal con el futuro organizacional, los trabajadores se hacían dóciles y acataban con mayor facilidad las órdenes de sus superiores. Por relaciones laborales se consideraba pertinente, a su vez, una fl uida relación con los repre-sentantes sindicales en la negociación por benefi cios, bonos y mecanismos de evaluación del trabajo realizado. Los representantes sindicales gozaban de un gran prestigio social y su trabajo consistía básicamente en asegurar la estabilidad del empleo, mejorando la contractualidad colectiva del trabajo y luchar por me-joras en la calidad de vida del trabajo, mejorando las condiciones materiales y de seguridad en que éste se realizaba.35

Hoy en día, si los autores de NEC están en lo cierto, la gestión directiva de las relaciones sociales se ha transformado radicalmente, desplazándose desde la protección hacia el compromiso. La pregunta central a responder 35 Para una excelente revisión de la transformación de la demanda a los sindicatos y de las consecuencias sobre la política del sindicalismo en la era informacional véase Rojas, E.: “Los murmullos y silencios de la calle. Los socialistas chilenos y Michelle Bachelet”. UNSAM Edita. Buenos Aires. 2008 En especial los apartados Socialismo y Trabajo en la era informacional y El experto práctico: cultura comunicativa. págs. 130-156.

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por la función directiva cambia de ¿cómo ofrecer empleos seguros? a ¿cómo ofrecer empleos atractivos, generadores de compromiso?

Una organización transformada por el NEC demandaría un mayor nivel de compromiso y ofrecería una menor seguridad. El mayor nivel de compro-miso requiere lo que se empieza a denominar “lastre cero”, una disponibili-dad total a lo incierto, lo fl exible, lo perecedero.36 Este mayor compromiso demandado, argumentan ByC, se origina si el supuesto nuevo espíritu del capitalismo responde satisfactoriamente a tres interrogantes:

a) ¿De qué manera puede el compromiso con el proceso de acumulación ca-pitalista ser una fuente de entusiasmo incluso para aquellos que no serán los primeros en aprovecharse de los benefi cios realizados? b) ¿Hasta qué punto aquellos que se implican en el cosmos capitalista pueden tener la garantía de una seguridad mínima para ellos y para sus hijos? c) ¿Cómo justifi car, en términos de bien común, la participación en la empresa capitalista y defender, frente a las acusaciones de injusticia, la forma en que es animada y gestionada? (56).

Para analizar la forma en que el nuevo espíritu entusiasma, garantiza seguridad y aporta al bien común, los autores de NEC relevan la fi gura de los managers37 y su necesidad de adhesión al nuevo paradigma justifi catorio. En todo momento, el capitalismo requiere de managers dispuestos a comprometerse con el proceso de acumulación capitalista más allá del negocio individual que signifi que.

Los autores realizan una extensiva revisión de la literatura propia de la ges-tión focalizada en quienes dirigen y organizan las empresas y su cambio entre la década de 1960 y la de 1990. La idea es analizar la literatura del ma-nagement para encontrar, en estos textos, los cambios de énfasis que permiten reconfi gurar ideológicamente el funcionamiento del sistema capitalista. En síntesis la revisión de la literatura de gestión, como hemos repetido, 36 “No vivir cerca de Silicon Valley o tener mujer e hijos a cargo eleva el «coefi ciente de lastre» y re-duce las posibilidades de obtener empleo. Los empleadores desean que, en vez de caminar, sus futuros empleados naden, y mejor aún que naveguen, el empleado ideal sería una persona que no tuviera lazos, compromisos ni ataduras emocionales preexistentes y que además las rehuya a futuro [...] Una persona acostumbrada a un entorno en el que «acostumbrarse» [...] no es deseable y por lo tanto es imprudente. Finalmente, una persona que deje la empresa cuando ya no se la necesita, sin queja ni litigio. Una perso-na, en defi nitiva, para quien [...] las carreras consolidadas y previsibles y toda otra forma de estabilidad resulten todavía más desagradables y atemorizantes que la ausencia de ellas.” Barman, Z.: “El comprador comprado”, en ADNCultura La Nación, Buenos Aires, 29-09-07, pág. 8.37 Hemos preferido usar la noción anglosajona de managers, más cercana a la comprensión en español de la función directiva que la noción francófona de cadres (cuadros) utilizada en el texto para señalar el mismo grupo social.

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releva un procesamiento mayor de la crítica artista que la social al capita-lismo: la promoción de la fl exibilidad y una suerte de vuelta al humanismo de las relaciones al interior de la empresa corroe las jerarquías constricti-vas. La escucha, la empatía y los esfuerzos colectivos son premiados con productividad y el término bienestar se desplaza desde la justicia social a la satisfacción individual. Esta reconfi guración hace posible reposicionar la dignidad del trabajo individual y relevar el rol central de las personas en la empresa. El discurso instalado por el nuevo paradigma reconoce al ser humano como un actor de la empresa, no sólo como un factor de producción. Una gestión empresarial que afi rma reconocer al ser humano por sobre la labor que realiza supone un cambio profundo de la lógica industrial de producción:

Sometida a los imperativos crecientes de la competitividad, la empresa ca-pitalista moderna está experimentando así un viraje en su identidad cultural y organizacional de implicaciones históricas. Esta transformación es el paso desde una concepción del trabajo que lo ultratecnifi ca como objeto y recurso de la producción, de notoria matriz taylorista, a otra que lo ve como interven-ción creativa de un sujeto en ella. Siguiendo una ilustrativa distinción acuñada por Hannah Arendt, que aborda la acción productiva como relaciones entre humanos, ese paso podrá pensarse como un proceso sistémico complejo que transforma la noción básica de la producción, de «labor» en «trabajo».38

Este cambio no tendría su origen, como algunos pregonan, en un fi n de la modernidad, sino una radicalización de ésta. Una modernidad que incluye ya no solo una dimensión técnica sino también una dimensión estética. Esta modernidad radicalizada, refl exiva, es producto de una nueva economía, una economía de signos y de espacios, más que de bienes y de intercambios.La modernidad radical aspira ser lógica y bella, lógica en tanto es un orden en el mundo que minimiza el costo de la acción, es bella porque en su eje-cución la acción lógica trasciende -por su belleza- al objetivo por el que se hace y al actor que la realiza. La “nueva economía” se desmaterializa, pasa de la producción de bienes, a la producción de símbolos, signifi cados, sentidos, en base al rol central y creciente de la información y del diseño. Aunque la producción sea estrictamente de “bienes” (objetos) la intensidad del diseño aplicado a la producción y de la investigación y desarrollo requeridos por nuevas demandas construidas por el marketing y su consumo cada vez más segmentado según “estilos de vida”:

38 Rojas, E.: “El saber obrero y la innovación en la empresa: las competencias y las califi caciones labora-les”. CINTERFOR – OIT, Montevideo, 1999. pág.46.

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[…] hay cambios no sólo de los sujetos, sino de los objetos mismos arrastrados en esa movilidad. Se van vaciando de contenido material. Cada vez más se pro-ducen signos, no objetos materiales. Los signos son de dos tipos. O tienen un contenido sobre todo cognitivo, y son bienes posindustriales o informacionales. O tienen ante todo un contenido estético y los podemos denominar bienes pos-modernos. […] la estetización de los objetos materiales se hace en el teatro de la producción, la circulación, o el consumo de esos bienes.

Esa estetización se ve, por ejemplo, en producciones donde el diseño repre-senta un componente más grande del valor de los bienes, y el proceso estricto del trabajo asalariado aporta menos al valor agregado. Esto es así incluso en la producción industrial, por el peso de la «investigación y desarrollo» o la «in-tensidad de diseño». Esta I+D, así valorizada, suele presentar un notable sesgo estético, como en vestido, calzado, mobiliario, diseño de automóviles, artefactos electrónicos, etc. Los bienes de consumo durable pasan a ser una especie de «microambiente» construido de edifi cios, habitaciones, ropa, automóviles, ofi -cinas, etcétera.39

La estetización de la producción y el consumo releva nuevas dimen-siones de lo bello, la acción de la empresa también debe “verse bien”, originando una nueva ética industrial y personal de alto contenido mo-ral, el “deber ser” de la empresa capitalista global es producir crecientes rentabilidades a sus accionistas, satisfacer a clientes globales y respon-sabilizarse por los efectos de sus procesos en la comunidad y el entorno que lo permiten.40

La adecuada satisfacción de las demandas de los managers por entusiasmo, seguridad y bien común, que serían las generadoras de niveles diferenciales de compromiso, serán revisadas a continuación.

A. EL ENTUSIASMO POR LAS NUEVAS REALIDADES

En el nuevo espíritu los managers son motivados por carreras globales, em-pleabilidades complejas y un entorno multicultural donde cada uno “puede llegar a realizar todo su potencial”. La construcción de sí mismo como mar-ca es la única garantía de empleabilidad, dado que cualquier atadura al mo-delo industrial es señal de infl exibilidad, dependencia y falta de autonomía.41

39 Lash, S. y Urry, J.: “Economías de Signos y Espacios. Sobre el capitalismo de la postorganización”. Ed. Amorrortu. Buenos Aires. 1998. págs. 16-17.40 Para una versión crítica de la responsabilidad social empresarial Véase Banerjee, S.B.: “Corporate Social Responsibility: The Good, the Bad and the Ugly”. Critical Sociology 34(1) 51-79. 2008.41 Una de las publicaciones más reconocidas en formación profesional, la revista Training and Develo-pment lo recomendaba ya en 1992. Véase McDermott, Lynda C.: “Marketing Yourself as ‘ME, INC.”

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Y si esa marca es global cuanto mejor. Los ejecutivos del nuevo espíritu son motivados por gurúes que pregonan el fi n de todo lo conocido y dado como válido para el éxito de las empresas y las carreras de sus ejecutivos. La incertidumbre y su gestión es la más alta de las tareas de los “líderes organi-zacionales”, paladines de una vida riesgosa. La excelencia es una búsqueda individual de la que solo se puede salir victorioso si se abandona la creencia en el mando y el control tayloriano y se participa de la idea que los negocios cambiaron de una vez para siempre.42

El capitalismo sin fronteras reposiciona el valor de la experiencia y la aven-tura, propia del período colonial, como leit motiv de una vida conectada, exci-tante e incierta. El riesgo deviene categoría de análisis social y fuerza movili-zadora de las nuevas realidades: “allí donde haya riesgo hay una rentabilidad esperándote” es el mantra que hace justifi car una enorme movilidad laboral de los altos directivos. El discurso dominante critica la estabilidad y el vín-culo trabajo-empresa. El empleo perenne es propio de los abuelos, ya nada se gana con mantenerse vinculado a una empresa que, lo más probable, no exista en 10 años.

La lógica de los proyectos, con sus objetivos acotados, su temporalidad exi-gua y sus recursos limitados hace de las carreras profesionales, aquel epítome de la autonomía individual del liberalismo moderno, una cosa del pasado:

El deterioro de la carrera profesional como institución es una consecuencia in-evitable del surgimiento de las economías basadas en el conocimiento. La inno-vación continua en la tecnología y en las organizaciones de negocios conduce inevitablemente a la progresiva destrucción creativa de muchas prácticas que antes se honraban, incluyendo aquellas que eran el centro de muchas carreras.43

Si la carrera ha cambiado producto de la tecnología y del cambio del centro de la acumulación desde la “materia” al “conocimiento”, entonces ¿cómo se motivan los nuevos cuadros ejecutivos? El entusiasmo necesario para la adhesión al sistema capitalista mantiene una vieja promesa pero la revitaliza, la seguridad de ingresos, se transforma en seguridad de riqueza, la partici-Training & Development, Sep. 92, Vol. 46 Issue 9, pág. 77.42 El padre del management, Peter Drucker lo pregonaba en su conocido libro The New Realities: In Goverment and Politics in Economics and Business in Society and World View. Ed. Harper & Row, NY, 1990. Para una revisión del pensamiento del principal gurú del management y constructor de gran parte de la legitimación mundial del management como paradigma organizacional triunfante véase: Beatty, J.: “The World According to Drucker: The Life and Work of the World’s Greatest Management Thinker”. Ed. Thomson South-Western.43 Gray, J; Flores, F.: “Entrepreneurship and the Wired Life: Work in the Wake of Careers”. Ed. Demos, Londres. 2000. pág.1.

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pación de los ejecutivos en los resultados de los negocios que dirigen. Las stock options (participaciones de la propiedad de la compañía) representa la promesa de dejar de ser empleado. La vida ejecutiva deja de ser una vida funcionaria, deja de ser una vida burocrática y se mezcla con la vida del ca-pitalista, la vida del emprendedor.

El ejecutivo-emprendedor es un funcionario que no quiere serlo y que aguarda en la comodidad de las organizaciones su oportunidad para inde-pendizarse del capital de otros, acumula riquezas futuras que dependen del esfuerzo de su equipo por el logro de metas de gestión. Cada incremento de valor agregado no se paga en dinero, sino en propiedad, en capital. El mecanismo de adhesión al sistema es ampliando la pertenencia a él, ampliando el número de benefi ciados de un sistema económico global, especulativo, fi nanciero, los ejecutivos son atraídos a las empresas no con la promesa del status organizacional devenido sino con la transformación [supuesta] de un profesional en un capitalista, alimentando con ello la vo-cación emprendedora:

[…] la actividad emprendedora empresarial siempre ha tenido un ritmo diferen-te al de la carrera. Los emprendedores están más expuestos a transformaciones en el mercado; su permanencia depende más de reinventar continuamente sus productos y servicios; y su éxito depende menos de sus conocimientos expertos profesionales que de otras aptitudes para movilizar a otros para que se convier-tan en misioneros de la causa del emprendedor.44

¿Cómo se construye en lo ejecutivos esta vocación emprendedora?, ¿cómo se los saca del paradigma de la carrera para incluirlos en la carrera de los emprendedores?, en el discurso analizado en NEC el entusiasmo de los ejecu-tivos se gana liberándolos de las ataduras restrictivas de las organizaciones burocráticas de la era industrial:

Como ya sucediera en la década del 60, uno de los principales atractivos de las pro-puestas formuladas en la década de 1990 es la promesa de una cierta liberación. Sin embargo, ya no se trata de obtener simplemente la libertad vigilada que proporcio-naba la dirección por objetivos, una libertad que, por otro lado, no era accesible más que para los cuadros. En el nuevo universo todo es posible, ya que la creatividad, la reactividad y la fl exibilidad son las nuevas consignas que hay que seguir. Nadie se encuentra ya limitado por su pertenencia a un servicio concreto ni se encuentra sometido por completo a la autoridad de un jefe, porque todas las fronteras son transgredibles gracias a los proyectos. […] Con las nuevas organizaciones, la prisión burocrática estalla; se trabaja con las personas de la otra punta del mundo, de otras

44 Ibíd. pág. 8.

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empresas o de otras culturas. El descubrimiento y el enriquecimiento pueden ser permanentes. Asimismo, las nuevas «relaciones electrónicas» a distancia se revelan incluso más libres de lo que eran las relaciones cara a cara.(140)

La “liberación” de los ejecutivos se produce en NEC no solo por la lógica de proyectos sino también por una nueva forma de resolver el dilema de la inte-racción con otros. Como señala Dupuy, el cambio de las organizaciones desde una lógica interna, productivista, a una lógica externa, de mercado, revela una nueva forma de desprotección relativa de los ejecutivos frente a “los otros”, una vez muerto [o superado] el taylorismo, los demás vuelven a escena:

En efecto, los modos de trabajar en universos segmentados, secuenciales, claros, originados en el taylorismo burocrático, brindaban a quienes se benefi ciaban con ellos sólidos escudos contra la presión del entorno, la de los colegas o de los clientes. Al parcelar el trabajo, la lógica taylorista había resuelto el problema de la dependencia y la exposición directa a los otros, a sus demandas, sus exigencias, sus impaciencias. Hoy ya no ocurre lo mismo. Los «otros» están de vuelta: el cliente, ese ídolo del management moderno, es una coacción permanente para las organizaciones y sus miembros y los colegas con los cuales ahora es preciso «formar un equipo» y «colaborar» son una fuente inagotable de estrés y presión. Con sus «estructuras matriciales», su funcionamiento por proyectos o su imperativo de cooperación, las organizaciones modernas imponen a sus integrantes esa doble confronta-ción. Y son los ejecutivos, ese «personal asalariado de confi anza», quienes están en los puestos de avanzada de este proceso de desprotección.45

La vuelta de los otros al proceso capitalista representa una suerte de re-humanización del vínculo laboral, “jefe” y “subordinado” no serán más -en el lenguaje políticamente correcto de la nueva economía- categorías de análisis, son personas, con nombre y apellido. Los clientes por su parte y su nuevo señorío en el mundo de las organizaciones rompen con las solidaridades estamentales y con las prácticas organizativas, si en el mundo construido en los ochenta, la “década del marketing”, el cliente is always right, en la década de los noventa y hasta nuestros días el cliente ya no está fuera de la organi-zación, sino dentro, la fi gura del cliente interno superó a las categorías de la jefatura, transformando profundamente las relaciones sociales al interior de las organizaciones.

En una red de relaciones [como las organizaciones actuales], donde los vín-culos son cada vez menos seguros de ser de “adentro” o de “afuera”, las redes de clientes y proveedores desjerarquizan las relaciones, ganando en 45 Dupuy, F.: (2006) op.cit. págs. 14-15.

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complejidad para la relación con los otros, en términos analíticos la heterar-quía aparece en escena:46

La heterarquía representa un nuevo modo de organización que no es el mercado ni la jerarquía: allí donde las jerarquías involucran relaciones de dependencia y los mercados relaciones de independencia, las heterarquías involucran relaciones de interdependencia. Como el término sugiere, las heterarquías están caracteri-zadas por una mínima jerarquía (accountability lateral) y por una heterogeneidad organizacional (diversidad de principios evaluativos).47

Si las organizaciones devienen heterárquicas, las relaciones sociales al interior de la empresa son al mismo tiempo burocráticas y mercantiles. Son burocrá-ticas en tanto dentro del sistema de proyectos existen jefes y subordinados (aunque sean circunstanciales) son mercantiles porque todos pueden llegar a ser clientes y realizadores, los primeros imponen los términos, los segundos “negocian expectativas”. Es esta complejidad la que se gatilla en las orga-nizaciones inspiradas por el NEC a la cual la tecnología de mediación del contacto personal gestiona, pero no elimina. En la ya citada investigación sobre estos procesos de transformación organizacional realizada en el banco público de Chile, argumentábamos:

El nuevo carácter interaccional y eminentemente comunicacional de los procesos productivos de la institución genera, como se ha expuesto, una progresiva tec-nifi cación y estabilización de las rutinas de interacción para la producción. Esta progresiva tecnifi cación de las relaciones de producción tiene una de sus repre-sentaciones más nítidas en el surgimiento de la fi gura del “cliente interno”, cuya denominación no parece ser en absoluto casual, mostrando claramente la forma en que las nociones y la semántica impuestas por la nueva exposición institucional al mercado han permeado incluso las relaciones entre trabajadores al nivel más bá-sico. La interacción más simple entre dos trabajadores se transforma entonces, al menos en el discurso, en una relación mercantil entre un “cliente” y un realizador que le presta determinados servicios y entrega determinados productos.48

Las organizaciones utilizan la jerga mercantil para redefi nir el trabajo bu-rocrático, son requerimientos de “clientes internos” los que determinan las pautas y diseños de la producción. La relación con el trabajo deviene com-pleja pues ni la más alta estandarización de procesos garantiza obtener la

46 Concepto desarrollado en el Centro de Innovación Organizacional (COI) de la Universidad de Co-lumbia, NY.47 Traducción propia del texto de Stark. D. For a Sociology of Worth. Documento de Trabajo. De-partamento de Sociología. Columbia University. Para ver el texto: http://www.coi.columbia.edu/pdf/stark_fsw2.pdf.48 Depolo, S., Cociña, M., Cadima, T., Celis, S.: et al. (2005) op. cit. pág. 108.

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“declaración de satisfacción” del cliente interno, el trabajo se “defi ne” en la relación con otro, miembro de la misma organización, devenido cliente:

Bajo la nueva lógica asociada a la fi gura del “cliente interno” el indicador central de calidad del trabajo técnico no es ya absoluto. Es el juicio de satisfacción del cliente interno respecto del cumplimiento de sus expectativas, por sobre otros criterios, el que determina la calidad de la tarea. La gestión de la producción se perfi la así como un tipo de producción que el organizador denomina “gestión por compromiso”, que se basa en que el criterio de validez de las decisiones técnicas no es ya el de la utilidad, rentabilidad o efi ciencia de la tarea, sino la “declaración de satisfacción” del destinatario de dichos procesos. Esta “gestión por compromiso” se realiza a través de ciclos predefi nidos de trabajo: ante un requerimiento específi co se defi ne un proyecto de manera forma general, seña-lando las funcionalidades y desarrollos necesarios, por medio de una minuta de trabajo donde quedan “tomadas las defi niciones.49

En un escenario así de complejo los ejecutivos debieran huir de las “nuevas realidades” y sin embargo, no lo hacen. La demanda por liderazgo inspira-dor, emprendimiento, innovación y gestión de relaciones sigue motivando a los ejecutivos a adherir al capitalismo. Una de las razones poco exploradas en el texto de Boltanski y Chiapello para explicar esta adhesión tiene que ver con el desarrollo de las infotecnologías y su rol seductor en la [nueva] carrera ejecutiva. Las tecnologías de mediación de la comunicación permiten virtua-lizar muchas de las nuevas demandas por el retorno de los “otros”.

Nos parece que dicha falencia denota cierto etnocentrismo de la obra en análisis. Francia no es el paradigma de la modernidad actual, refl exiva, hete-rárquica, digital, en lo que a gestión de organizaciones se refi ere. La preemi-nencia del pensamiento y las prácticas anglosajonas, orientales y germánicas por sobre las galas en materias de la comprensión y de la puesta en práctica de los dispositivos de transformación de las organizaciones devela un exce-sivo apego a las formas tradicionales de organización, la burocracia. Para-dójicamente, los autores del NEC no dan cuenta de cómo este nuevo espíritu ha desposicionado a Francia en el concierto internacional de productores de sentidos relacionados con él.

El valor de la obra de Boltanski y Chiapello adquiere fuerza para analizar lo que ellos no han incluido, si procedemos a una cuidadosa descontextualiza-ción. La descontextualización de NEC para entender las nuevas formas de adhesión al capitalismo en otros países surge de lo analizado por François

49 Íbid. pág. 109.

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Cusset en relación a la recepción de la llamada french theory en los circuitos académicos estadounidenses:

Se trata, a fi n de cuentas, de las virtudes de la descontextualización, o de lo que Bourdieu llamaba las des-nacionalización de los textos. Si bien al abandonar su contexto de origen pierden una parte de la fuerza política que motivó su irrup-ción, estas “teorías viajeras” también pueden cobrar, en el lugar de destino una nueva potencia. Dicha potencia se debe a los desbloqueos autorizados por las teorías recompuestas, a lo enigmático de los fecundos desfases institucionales entre los campos de origen y de recepción, que rara vez son homólogos.50

Muchos de los ejecutivos inspirados por NEC recibieron educación tempra-na “en” la revolución digital, no antes de ella. Su acercamiento a la tecnología infocomunicacional (en adelante TIC´s) es de nativos no de inmigrantes. Las TIC´s son, en muchos casos, las que permiten ejemplifi car la transformación radical de las organizaciones actuales. Por ejemplo la lógica cliente-realizador tiene mucho más que ver, para los ejecutivos actuales, con la terminología informática de clientes y servidores que con la idea mercantil de comprado-res y vendedores. La operación vía tecnología -como siempre- mediatiza el accionar humano con su entorno, las TIC´s mediatizan el accionar con el en-torno físico y social, entre humanos, abriendo un nuevo espacio -virtual- a la comunicación y a la coordinación en el trabajo.

En una economía basada en el conocimiento, en la producción de símbolos y signifi cados, fruto de una modernidad refl exiva, radicalizada, estética, las organizaciones devienen en un conjunto de interacciones de sentido entre seres independientes, en un conjunto de conversaciones. El paradigma con-versacional para el entendimiento de las organizaciones supone, a ojos de un analista que:

Se pueden analizar las conversaciones con el propósito de rediseñarlas y tam-bién los sistemas de comunicación en que se apoyan. En la práctica, ambos enfoques deben ser paralelos y complementarios, concluyen las tesis de Flores. El análisis de las redes conversacionales revelará puntos susceptibles de fallas comunicativas, lazos conversacionales tortuosos e innecesariamente indirectos, atrasos críticos, cuellos de botella y otras deseconomías. Estas deseconomías se pueden remover y se puede dar un apoyo a la red conversacional con la ayuda de una tecnología de sistemas de comunicación computarizados.51

50 Cusset, F.: “French Theory. Foucault, Derrida, Delueze & Cía, y las mutaciones de la vida intelectual en Estados Unidos”. Ed. Melusina. Barcelona. 2005. pág. 24.51 Rojas, E.: (1999) op. cit. pág. 176.

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Esta es la promesa funcional de las TIC´s al NEC, toda divergencia, toda tensión comunicativa, toda crisis de interpretación es susceptible de ser “re-parada”, “vuelta a hacer”, “rediseñada”. Todo se torna virtual. La vida de las organizaciones se retecnifi ca, haciendo prácticamente innecesario el genuino contacto humano. Es cierto que esta, en rigor, ilusión tecnológica, pasa por alto el aspecto de experiencia y de cultura “diferenciada” que una extendida gama de estudios nos presenta como realidad ineludible de la incorporación de las TIC´s.52 También la investigación empírica en empresas puede adver-tirnos en el mismo sentido. Así, por ejemplo, se plantea que la incorporación de TIC`s a la producción requiere ser valorizada recurriendo a la noción de “cultura tecnológica solvente”: la dotación de saberes propiamente tecnoló-gicos de que dota la experiencia de la cultura empresarial y económica por ser vivida en función de ganancias en productividad y competitividad. Las ideas, valores, símbolos y representaciones que de esa cultura emergen son las propias de una experiencia productiva cuyas trayectorias de aprendizaje, rutinas, normas y pautas de innovación o reproducción son detectables y cognoscibles, valorizables. Puesto en este terreno “cultural”, el desarrollo de las TIC`s supondría la formulación válida de sus principios organizativos y la eventual crítica de estos.53

Pero no obstante las habituales advertencias de orden antropológico, la idea extendida es que son las TIC´s y no la vita activa ofrecida por el NEC la que garantiza la minimización del efecto “otros” en la escena organizativa. El mayor compromiso requerido para participar de un sistema que deman-da más liderazgo, innovación, emprendimiento y capacidad de relación con otros en circunstancias crecientemente complejas, es soportado en TIC´s que permiten acordar sistemáticamente y no humanamente las condiciones de satisfacción de los [nuevos] procesos productivos. La re-humanización devie-ne sistematización de las relaciones e independencia de los agentes, lo que

52 Cfr. Cusset, F.: (2005), op. cit.53 Rojas, E., Catalano, A. M. et allii: “La educación desestabilizada por la competitividad. Las demandas del mundo del trabajo al sistema educativo”. Ministerio de Cultura y Educación de la Nación, Buenos Ai-res, 1997, págs. 376 a 381. La idea sería entonces que las TIC`s se acercan o se alejan de su pretensión de comunicar y resolver lo “otro” según la calidad “tecnológica” de la cultura institucional, organizacional y productiva en que operan. Entendiendo que cualquier uso de una cultura como recurso operacionalizable cae en petición de principio: afi rmar que es creación de valor algo que puede ser su eliminación fáctica. El límite entonces de las TIC`s es el de toda colonización del mundo de vida, se retrotrae o se amplía de una manera que no puede ser calculada de antemano (no puede ser tecnologizada), es siempre una experiencia del riesgo. El trato de la “cultura tecnológica solvente”, propuesto, aparte su valor empírico, entra en la consideración teórica del funcionamiento de las TIC`s para considerar sus dimensiones de relación comunicativa (cara a cara) y permite así “patrones” de evaluación de cuánto y cómo pierde o suma valor agregado una comunicación a distancia codifi cada con los instrumentos de hoy (mail, cel, ipod, MP3, sus combinaciones).

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uno de los impulsores del paradigma conversacional para organizaciones Fernando Flores llamaría veinte años después la vida wired.

[…] la descripción e idealización que hiciera Nietzsche de los proyectos de vida de los nobles en el mundo antiguo y en los albores del moderno se aproxima mucho a nuestro recuento de la vida wired. Se trata de una vida animada por las virtudes de la temeridad y la audacia a través de las cuales uno recrea perpetua-mente y perfecciona la propia identidad. Ésta no está encarnado en una narrativa única de desarrollo gradual, sino en cierto número de logros discretos, incluso discrepantes que Nietzsche llama “vidas breves”. En la era moderna tardía, se han hecho más comunes varios modos de productividad neo-Nitzscheanos, a los que, siguiendo la jerga californiana, les llamamos vida ‘wired’. […] La forma de productividad wired rehuye a la noción de un compromiso vitalicio. Este tipo de compromiso es considerado una forma de estar varado en la vida, un impedimento para el crecimiento personal, la emoción y la creatividad. En lugar de comprometerse de por vida con una profesión, vocación o forma de trabajo, la gente wired simplemente se deja llevar por cualquiera de sus varios talentos o inspiraciones.54

En la idea de Gray y Flores la vida wired atrae por sí misma, por la autono-mía y libertad que permite, por la levedad y brevedad del compromiso con el proyecto, pero denota un nivel de aislamiento de los agentes nocivo para la reproducción de la cultura y para el desarrollo de la organizaciones, se opone al ideal del espíritu emprendedor, el, a juicio de los autores, verdadero sustituto de la carrera. Entonces la pregunta se transforma ¿cómo atraer a los ejecutivos al NEC –que sirva tanto para su reproducción como para su crítica válida- sin caer en una radicalización de la autonomía que haga impo-sible el compromiso de ellos con las organizaciones?

La respuesta del nuevo espíritu está íntimamente ligada a dos nociones, la de la red y la del proyecto. Una sociedad que opera en red ofrece muchos vín-culos potenciales, puestos en práctica a través de proyectos, que son activa-ciones temporales de una parte de la red de relaciones en la que se opera, que constituye un momento de alta pertenencia, alta integración con otros, momentos de construcción fuerte -o de destrucción fuerte- de las relaciones que se mantienen con otros. En la ciudad por proyectos, no hay trabajo y vida como dos ámbitos separados, es un continuum de relaciones con otros que, dependiendo de proyectos, se activan para el trabajo o se activan para la vida:55

54 Gray, J, Flores, F.: (2000) op.cit. pág. 12.55 Respecto al management como “el” paradigma de la vida contemporánea véase: Hancock, P y Tyler, M.: “Beyond the Confi nes: Management, Colonization and the Everyday”. Critical Sociology 34(1) 29-49. 2008.

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[…] la vida social ya no se presenta en forma de una serie de derechos y deberes con respecto a la comunidad familiar extensa, como ocurría en un mundo do-méstico, ni en forma del trabajo asalariado inserto en un conjunto jerárquico de cuyos escalones es preciso escalar, donde se efectúa toda la carrera profesional y en el que la actividad profesional está claramente separada del ámbito privado, como ocurría en un mundo industrial. En un mundo reticular, la vida social se compone en lo sucesivo de una multiplicación de encuentros y de conexiones temporales, pero reactivables, con grupos diversos, realizadas eventualmente a distancias sociales, profesionales, geográfi cas y culturales muy elevadas. El pro-yecto es la ocasión y el pretexto para la conexión, reuniendo temporalmente a personas muy dispares y presentándose como un extremo de la red fuertemente acti-vado durante un período relativamente corto de tiempo, pero que permite forjar vínculos más duraderos que, aunque permanezcan desactivados temporalmente, permanecerán siempre disponibles (155, cursivas de ByC).

Una organización atractiva para los managers del NEC es una organización de proyectos, donde las posibilidades de acrecentar la red de contactos personales es una oferta de un tipo de pertenencia no estamental. Las empresas y organi-zaciones que operan en la ciudad por proyectos ofrecen a profesionales, espe-cialistas y trabajadores la posibilidad de vivir una experiencia global, atractiva y de adquirir propiedad sobre el capital –como señalamos más arriba- y sobre las relaciones, dotando a los managers de una “verdadera” autonomía.

Pero una red de contactos crecientes y proyectos que movilizan recursos personales y ajenos no garantizan la pertenencia a las organizaciones, de hecho, la debilita, algo más entusiasma a los managers por pertenecer a las organizaciones. La segunda respuesta del NEC para lograr el entusiasmo por las nuevas realidades es la del desarrollo personal:

Otra dimensión seductora de la nueva gestión empresarial es la propuesta di-rigida a cada uno invitando al desarrollo personal. Las nuevas organizaciones han de solicitar todas las capacidades de la persona, que podrá, de este modo, desarrollarse plenamente. Los coachs acompañarán a las personas en este empeño y todo será dispuesto para que se conozcan mejor y descubran de lo que son capaces. El nuevo modelo propone una «verdadera autonomía» -se nos dice- ba-sada en el conocimiento de uno mismo y en un pleno desarrollo personal, y no una falsa autonomía, enmarcada por el recorrido de las carreras, las defi niciones de las funciones y los sistemas de sanciones-recompensas que se proponían en la década de los 60 (140).

Un ejecutivo wired es autónomo por fuerza no por opción. Un espíritu em-prendedor es un ser en conexión profunda consigo mismo y con los otros y

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desde ahí logra su autonomía. La vía de construcción de esta conexión está en el viejo cuidado de sí, más que en el mero conocimiento de si. Un eje-cutivo exitoso en el NEC es un fi lósofo práctico, diestro en las prácticas de la lógica, la física y la retórica, es más un artista que un científi co.56 El viejo gerente formado en disciplinas “duras” de la ingeniería y puesto al día con la economía mercantil, requerirá del desarrollo de nuevas competencias no ya técnicas, sino genéricas, que le permitan el desarrollo de las habilidades requeridas para extraer los benefi cios de las “nuevas realidades”.

El imperativo del desarrollo de sí, es un imperativo de refl exividad práctica-inductiva, propia de profesionales refl exivos57 los que, según Schön, son aquellos cuya inteligencia y sabiduría van mucho más allá de lo que pueden expresar con palabras. Para afrontar los desafíos que provoca su trabajo, no basan sus conclusiones tanto en fórmulas preconcebidas como en ese tipo de im-provisación que sólo se aprende en la práctica y a una refl exividad estética, hermenéutica que facilita la transformación de las comprensiones profundas que se tienen de sí mismo y del entorno:

En la refl exividad cognitiva se trata de una «regulación de sí», y de los roles y recursos marcados por la estructura social; en cambio, la refl exividad estéti-ca trae consigo una comprensión de sí, y la comprensión de prácticas sociales implícitas. Si la refl exividad cognitiva presupone juicios, la refl exividad estéti-ca, hermenéuticamente, y con Gadamer, se funda en prejuicios. La refl exividad cognitiva presupone una relación sujeto-objeto de la persona consigo misma y con el mundo social, pero la refl exividad estética y hermenéutica presupone una persona que es al propio tiempo un ser-en-el mundo.58

Es esta segunda dimensión la que posibilita construir una carrera profe-sional más allá de los wired, más allá del hacedor, más allá del experto en redes informáticas, en proyectos volátiles hechos de contactos volátiles. El desarrollo personal es un vehículo del entusiasmo y seducción del capi-talismo a los cuadros ejecutivos, la “inquietud de sí” puesta al servicio de la gestión, el autoconocimiento como motor de desempeños crecientes y compensaciones también al alza. El desarrollo personal, el coaching y otras modas de la gestión actual responden no a una subjetivación de la gestión y el rendimiento, no a una “humanización” de las relaciones de trabajo sino a una legitimación de la necesidad del capitalismo por aquellas com-petencias forjadas y construidas en el mundo de la vida de las personas,

56 Foucault, M.: “Tecnologías del Yo”. Ed. Paidos. Barcelona. 1990.57 Schön, D.: “El profesional Refl exivo. Cómo piensan los profesionales cuando actúan”. Ed. Paidós. Barcelona 1998.58 Lash. S. y Urry, J.: (1998) op. cit. pág.18.

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sus relaciones, sus creencias y menos en la experiencia sistemática de la búsqueda del rendimiento.

El desarrollo personal, la búsqueda del sentido personal y colectivo al interior de las organizaciones es una gran herramienta de crítica y transformación. En el NEC las capacidades personales de autogestión y emprendimiento son funcio-nales a los objetivos de las empresas pero también son funcionales al desarrollo de la sociedad, la gestión de excelencia relacional, el networking puede ser una he-rramienta de construcción de liderazgos fuera de la empresa capitalista, siempre y cuando, sea el bien común y no el benefi cio individual el telón de fondo de la acción. Los nuevos liderazgos aprendidos en el capitalismo y su gestión, tanto en la empresa como en la administración pública, pueden ser liderazgos sociales, a través de un desplazamiento desde el interés por el objetivo al interés por el bien común. Los managers de NEC pueden ser líderes de comunidades, construc-tores de visiones compartidas, articuladores de proyectos de desarrollo local, actores de un desarrollo desde la sociedad, managers sociales –o grandes– en la jerga de NEC y managers pequeños, limitados en su capacidad de acción, en sus redes y en la calidad de los proyectos en los que participan, candidatos a la exclusión, de un mundo excitante, pero sólo para iniciados.

B. LA DEMANDA DE SEGURIDAD: EMPLEABILIDAD VÍA COMPETENCIAS Y EL LIDERAZGO REQUERIDO POR EL NEC

Los mercados laborales abiertos, desregulados y fl exibles hacen difícil cons-truir una seguridad distinta a la empleabilidad, a la posibilidad de ser parte de nuevos y más rentables proyectos, en la empleabilidad de los managers se juega la seguridad de ingresos y de contactos. La seguridad vía empleabi-lidad, individualiza a los agentes, minimizando la responsabilidad capitalista por la seguridad de largo plazo, haciendo de las personas los gestores de su propio desarrollo, minimizando la responsabilidad organizacional y pública respecto de los vaivenes de la vida económica de los individuos. La empleabi-lidad es ganada vía experiencia en proyectos, demostraciones continuas de saberes puestos al servicio de diversos objetivos, de distinto alcance y en ámbitos muchas veces contradictorios, los grandes de la ciudad por proyec-tos participan en campañas sociales, reivindicaciones ciudadanas, proyectos empresariales personales, redes de amistades, en fi n. Instancias que permitan vínculos, que fi jen desafíos y que hagan carne las competencias centrales de la empleabilidad del manager: su fl exibilidad, su adaptabilidad, su capacidad de innovación y su espíritu emprendedor:

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[…] la noción clave en esta concepción de la vida en el trabajo es la de em-pleabilidad, noción que designa la capacidad de la que deben estar dotadas las personas para que se cuente con ellas en los proyectos. El paso de un proyecto a otro es la ocasión para que crezca la empleabilidad de cada cual. Esta constituye el capital personal que cada uno debe gestionar y que consta de la suma de sus competencias movilizables. Se considerará que una empresa ofrece una cierta forma de seguridad cuando, a falta de poder evitar los despidos y de prometer posibilidades de promoción no destruye la empleabilidad de sus asalariados, sino que por el contrario, la desarrolla (145).

La empleabilidad en un mundo de proyectos puede tomar para los autores de NEC dos formas: (a) si la estrategia de la empleabilidad es la de cerrar las redes en torno a la ganancia individual los managers serían “pequeños” en la ciudad por proyectos, individuos wired, vestigios de una insatisfacción no superada con el modelo industrial, si por otra parte, (b) abren las redes para la inclusión de otros y vehiculan recursos para el bien común serían “gran-des” de la nueva cité en formación, la reticular, la de proyectos:

La seguridad devenida empleabilidad requiere de altos niveles de confi anza y de vínculos éticos entre los managers, sus dirigidos y las empresas, en lo que una corriente del pensamiento de gestión latinoamericano moderno denomina el capital social de las organizaciones.59 Es el capital social, enten-dido como una capacidad relacional de individuos de producir valor para sus miembros, los objetivos empresariales y las comunidades impactadas por la localización de las actividades productivas el que debiera formarse en empresas inspiradas por el NEC.

El rol de la confi anza en la empresa del NEC es el de una forma de “au-tocontrol que implica la interiorización de reglas de comportamiento que preserven la integridad de las personas y eviten que su contribución no sea reconocida (…)”. Los principios éticos de comportamiento compartidos, generadores de confi anza hacen de los managers del NEC verdaderos “poli-cías de sí-mismos” que harán lo posible por no trabajar con aquellos que no hayan respetado las reglas éticas elementales (p. 147).

La reputación de los “grandes” del NEC es el origen y fruto de su empleabi-lidad. La empleabilidad es el conjunto –portafolio en jerga técnica- de com-petencias disponibles en las personas, producidas socialmente, demostrables

59 Véase el trabajo de Carlos Vignolo y la denominada Re-Humanización de las Organizaciones. “La Humanización del Management: Hacia una empresa innovadora centrada en la persona.” Mimeo. San-tiago de Chile, 2007.

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vía experiencia pasada y en continua transformación, la califi cación como estanco y meta queda obsoleta ante un proceso continuo de formación y desarrollo de las capacidades personales, situadas en contextos productivos y dispuestas a su modifi cación o desarrollo, como señala Rojas:

[La noción de competencia] carece aún de un discurso teórico estabilizado que la describa con precisión. No obstante se sitúa, produce y transforma, en la intersección de tres campos: el de la socialización y biografía individual, el de la experiencia profesional y el de la formación. La competencia es más un proceso que un estado, proceso generador del producto que es el desempeño. Es siempre competencia de un individuo o un colectivo en situación productiva, orientada a un fi n o producto, no abstracta sino contextualizada, específi ca y contingente. En la línea de la ciencia-acción, se puede agregar que su génesis está en función de la representación que se ha construido el actor, es decir, de las maneras de ver y pensar la situación.60

La seguridad de la empleabilidad es leve, tenue, incapaz de estabilización, la única competencia central a la hora de evaluar la empleabilidad es la ca-pacidad de aprender nuevas formas de hacer. “El grande” es un individuo abierto al aprendizaje, heredero de la crítica artista al modelo industrial del capitalismo, pero capaz de poner las cualidades de la reforma al servicio de la producción:

Las cualidades que en este nuevo espíritu son garantes del éxito –la autonomía, la espontaneidad, la movilidad, la capacidad rizomática, la pluricompetencia, la convivencialidad, la apertura a los otros y a las novedades, la disponibilidad, la creatividad, la intuición visionaria, la sensibilidad ante las diferencias, al capaci-dad de escucha con respecto a lo vivido y la aceptación de experiencias múlti-ples, la atracción por lo informal y la búsqueda de contactos interpersonales- están sacadas directamente del repertorio de mayo de 1968. Sin embargo, estos temas, que en los textos del movimiento de mayo de 1968 iban acompañados de una crítica radical del capitalismo y del anuncio de su fi n inminente, en la nueva gestión empresarial se encuentran de algún modo autonomizados, constituidos como objetivos que valen por sí mismos y puestos al servicio de las fuerzas que antes trataban de destruir (149).

Una producción reformada por la crítica artista es el contexto de la gestión de excelencia en el nuevo espíritu capitalista, que proclama, mas no asegura, la autonomía y el éxito profesional. Esta falta de seguridad sistémica se com-pensa con la “autonomía” relativa ganada al interior de las organizaciones. La burocracia cede a los proyectos como estructura y la jerarquía cede a 60 Rojas, E.: (1999) op cit. pág. 255.

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la heterarquía como lógica de funcionamiento. La seguridad del trabajo en NEC son atributos del mundo de la vida, de los signifi cados y experiencias acumuladas, los saberes y de su conversión. Siguiendo a Nonaka y Takeuchi, se requiere de líderes de proyectos capaces de vehicular las relaciones al inte-rior de la fi rma, más que los procesos de ésta: “Un líder de proyecto es algo así como un emprendedor intrafi rma con un gran espíritu aventurero. Los líderes de proyecto se emocionan cuando intentan algo nuevo o toman la iniciativa. Pero también están preparados para coordinar y administrar proyectos, ge-nerar nuevas hipótesis o conceptos, integrar varios métodos para la creación de conocimiento y comunicarse con los miembros del equipo, ganándose su confi anza”.61

Al estar el conocimiento al centro de la creación de valor en una economía desmaterializada su difusión, gestión, acopio y sobre todo interpretación son los factores críticos del rendimiento de los managers, la diferencia entre “grandes y pequeños” está en la capacidad de mediar distancias haciendo po-sibles encuentros de baja probabilidad y de alto retorno para los involucra-dos, en gestiones capaces de producir conocimientos nuevos en encuentros improbables.

No todas las conexiones valen. La grandeza de una conexión depende del grado se-gún el cual se establece una mediación que permite suprimir una distancia. Haciendo esto, el creador del vínculo se encuentra en la situación temporal de paso obligado, ya que todos aquellos que quieran a su vez traspasar las fronteras que él ha logrado superar deberán, al menos por un tiempo, pasar necesariamente por él (172).

Estas nuevas conexiones, son en el decir del lenguaje de la gestión transfor-maciones organizacionales, recreaciones del sentido y los procesos de negocio y desarrollo de nuevas habilidades para el trabajo de los managers.

3. A MODO DE CONCLUSIÓN

El nuevo espíritu del capitalismo propuesto y analizado por los autores acá re-señados refi ere a un nuevo dispositivo justifi catorio en uso por la economía en red y la empresa globalizada. Una nueva cultura de mercado y de trabajo debiera estar poniéndose en marcha para garantizar el compromiso de las clases dirigentes y de los directivos con los objetivos inciertos y cambiantes del capital global organizado en red.

61 Nonaka, I. y Takeuchi, H.: “La organización creadora de conocimiento”. Ed. Oxford.1999. México p. 255 (cursivas añadidas).

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A nuestro juicio, una ciencia social aplicada al trabajo y a la empresa en el siglo XXI debe ser capaz de interlocutar con las categorías científi cas tanto como con los dispositivos que articulan el sentido práctico del hacer empresa. Es desde entre entrecruzamiento, confrontación y diálogo del cual la productivi-dad del trabajo del especialista adquiere utilidad para el organizador de proce-sos de creación de valor y donde la crítica a los efectos perversos del sistema capitalista adquiere realidad, se corporiza. Como señala Sergio Bologna:

Resulta superfi cial quien considera la precariedad y la fl exibilidad del trabajo como dos condiciones dadas y no se interroga acerca de cómo se han produci-do, a partir de qué transformaciones de la economía, de qué cambios en la na-turaleza y la organización del Estado, de qué nuevas tecnologías. La revolución posfordista ha sido una auténtica revolución, ha cambiado el modo de vida y de comunicación entre las personas, ha sido una revolución del modo de produc-ción capitalista que ha redefi nido los confi nes de las clases, ha creado perdedores pero también muchas oportunidades de trabajo y vida para quienes han sido capaces de utilizar de la mejor manera sus propias competencias.62

Un nuevo complejo de experiencias, saberes y conocimientos debe estar plasmándose para dar a esa cultura las formas y habitus de un desarrollo sostenido. Esta nueva cultura del emprendimiento estaría demandando una fi gura intelectual y un tipo distinto de dirección política y económica, en particular, de los managers, a la vez que está transformando el trabajo y los circuitos de productividad de vastos sectores de la población. En un artículo ganador del concurso anual de trabajos sobre gestión en Chile argumentába-mos hace algunos años que en el marco del particular entorno que enfrentan las grandes organizaciones en la actualidad, la gestión de procesos de trans-formación organizacional requiere de un desarrollo de sus directivos que los habilite para liderar dichos procesos sin caer en la tecnologización irrefl exiva de la organización, y sin poner en riesgo su autonomía.63

Como subrayan reiteradamente ByC, la nueva cultura de la economía en red avanza en procesos de aculturación acelerada informacionalmente, adqui-riendo realidad en lugares y localizaciones a través de positivas alianzas con las culturas aquí existentes y entre los sujetos que son sus portadores. Toda la política pública tiene que tomar nota de esta aculturación “positiva” tanto como de los confl ictos y oportunidades que abre para una síntesis equilibra-da, dialógica y a menudo polifónica, entre decisión tecnológica y decisión

62 Bologna, S.: “Crisis de la clase media y posfordismo”. Ed. Akal. Madrid, 2006. pág.5.63 Spoerer, Vignolo, Depolo y Cociña.: (2005) “Desafi ando la competitividad: Transformación organiza-cional, innovación y desarrollo directivo”. Revista Trend Management. Vol. Especial Mayo-Junio 2005.

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social. Los lenguajes y las conversaciones “con intención práctica” son en-tonces el medio fundamental de las nuevas formas de economía y sociedad.Es la potencial autonomía relativa de los dirigentes y managers de la actua-lidad respecto a sus predecesores la que permitiría revitalizar una crítica y transformación de los actuales sistemas productivos en espacios organiza-cionales capaces de desplegar -vía, participación, crítica y diálogo- nuevas capacidades de los trabajadores y de sus mandos, a la vez que de los colecti-vos que los representan en la esfera pública y política.

Si esos espacios se re-construyesen, el potencial formativo de las empresas de managers capaces de lidiar con realidades complejas aumentaría, trayendo un auspicioso recambio de lógicas autoritarias y alienantes al interior de las empresas, con efectos democráticos deseables hacia la comunidad social.

Sin embargo para el caso chileno, este potencial transformador choca con una elite dogmática y religiosamente inspirada que no cree que otros deban ni puedan ser agentes de transformación de sus empresas y menos de la so-ciedad, dando al discurso ético un sesgo que tras la apariencia centrada en el “trabajo” oculta su dimensión “mercado”. La acendrada tradición religiosa católica chilena todavía erige barreras para una interpretación más transpa-rente del espíritu del capitalismo moderno.

Un nuevo espíritu está en formación, cuánto de los “bienes” y no de los “ma-les” de sus consecuencias será lo que nos toque, es una buena vía para escru-tar el futuro. El discurso teórico, investigativo y político que han elaborado Boltanski y Chiapello ofrece la mejor de las oportunidades conocidas en nuestros ambientes académicos e intelectuales para dar al debate el rigor y la apertura que toda formación y cambio cultural genuinos requieren.

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