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La prevalencia de obesidad en América Latina y el Caribe (Grajeda et al., 2019) se ha triplicado en los últimos 40 años, siendo el Caribe la subregión donde se observa el aumento más considerable, donde la prevalencia de obesidad se cuadruplicó (FAO et al., 2019). Introducción Serie Sistema agroalimentario y los desafíos que trae el COVID-19 La grave situación de mala alimentación y doble carga de malnutrición por exceso y déficit de peso en América Latina y el Caribe y en el mundo hacen necesario, por su relevancia sanitaria, social y económica, contar con información confiable y actualizada que permita a los gobiernos tomar decisiones e implementar políticas públicas que contribuyan en forma efectiva a cambiar esta situación, procurando garantizar la seguridad alimentaria, una buena nutrición y mejor los hábitos de vida. La prevalencia de obesidad en América Latina y el Caribe (Grajeda et al., 2019) se ha triplicado en los últimos 40 años, siendo el Caribe la subregión donde se observa el aumento más considerable, donde la prevalencia de obesidad se cuadruplicó (FAO et al., 2019). Es probable que este escenario tenga relación con los importantes cambios en los patrones de consumo, en los estilos de vida y en las características de los entornos alimentarios, también en los últimos 40 años. Así las cosas, los sistemas y los entornos alimentarios deber estar sujetos a normas regulatorias que contribuyan a revertir la actual situación de malnutrición que enfrenta la región (Popkin y Reardon, 2018). ©FAO/Max Valencia Características y determinantes de las preferencias alimentarias de los consumidores en América Latina y el Caribe: desafíos COVID-19 6 Diciembre/2020 ©Freepik

Características y determinantes de las preferencias

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La prevalencia de obesidad en América Latina y el Caribe (Grajeda et al., 2019) se ha triplicado en los últimos 40 años, siendo el Caribe la subregión donde se observa el aumento más considerable, donde la prevalencia de obesidad se cuadruplicó (FAO et al., 2019).

Introducción

Serie Sistema agroalimentario y los desafíos que trae el COVID-19

La grave situación de mala alimentación y doble carga de malnutrición por exceso y déficit de peso en América Latina y el Caribe y en el mundo hacen necesario, por su relevancia sanitaria, social y económica, contar con información confiable y actualizada que permita a los gobiernos tomar decisiones e implementar políticas públicas que contribuyan en forma efectiva a cambiar esta situación, procurando garantizar la seguridad alimentaria, una buena nutrición y mejor los hábitos de vida.

La prevalencia de obesidad en América Latina y el Caribe (Grajeda et al., 2019) se ha triplicado

en los últimos 40 años, siendo el Caribe la subregión donde se observa el aumento más considerable, donde la prevalencia de obesidad se cuadruplicó (FAO et al., 2019). Es probable que este escenario tenga relación con los importantes cambios en los patrones de consumo, en los estilos de vida y en las características de los entornos alimentarios, también en los últimos 40 años. Así las cosas, los sistemas y los entornos alimentarios deber estar sujetos a normas regulatorias que contribuyan a revertir la actual situación de malnutrición que enfrenta la región (Popkin y Reardon, 2018).

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• Alto consumo de alimentos ricos en calorías, sodio, grasas y azúcares, y bajo contenido de fibra.

• Transformar los sistemas alimentarios locales, para que sean más apropiados y sostenibles.

• Aplicar políticas fiscales para desalentar el consumo de los alimentos de peor calidad nutricional y favorecer el consumo de alimentos saludables.

• Regular el etiquetado nutricional, la publicidad y la venta de los productos ultraprocesados, especialmente en escuelas.

• Generar nuevas oportunidades de mercado para alimentos no procesados (FAO y OMS, 2014).

• Alto contenido de alimentos industrializados como bebidas azucaradas, snacks dulces y salados, confites, confituras, productos farináceos y otros productos ultraprocesados.

• Por último, también se aprecia un profundo cambio de la cultura culinaria tradicional (Monteiro et al., 2012; Shamah Levy et al., 2014).

Análisis países

En América Latina y el Caribe, son pocos los países que cuentan con información de consumo de alimentos a nivel nacional. Según la base de datos estadísticos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), FAOSTAT, según el suministro per cápita de energía total en todos los países de la región, Barbados, Brasil, Cuba, la República Dominicana, México y la República Bolivariana de Venezuela tienen una ingesta de kilocalorías

per cápita mayor o igual a las 3 000 kilocalorías/día; solo Haití exhibe un suministro menor a 2 000 kilocalorías/día.

La dieta en los países de la región está compuesta principalmente por cereales y azúcares, con escasa presencia de frutas y verduras. Los rasgos prevalentes de los hábitos alimentarios en la región se caracterizan por:

Entre el 2009 y el 2014, las ventas per cápita de alimentos y bebidas ultraprocesados crecieron un 8,3%, siendo este aumento más pronunciado

en Chile y México (OPS, 2015; 2019). En base a estos resultados, la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la FAO recomiendan:

En este contexto, el gran desafío es abordar la malnutrición por exceso. Para hacerlo de manera eficaz, se requieren políticas públicas

intersectoriales y participativas que consideren los factores causales y determinantes de las conductas poco saludables.

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La Tabla 1 resume la información recopilada de encuestas de consumo y principales políticas en alimentación y nutrición.

Chile Costa Rica Colombia Brasil México Jamaica

República Domini-

cana

Encuestas de consumo x x x x x x x

Derecho a la alimentación x x x x

Política de alimentación y nutrición x x x x x x

Guías alimentarias poblacionales x x x x x x x

Etiquetado nutricional obligatorio x x x x x

Etiquetado frontal de alimentos x x

Restricciones a la publicidad alimentos x x

Normas de venta de alimentos en escuelas x x x

Normas a la alimentación laboral x

Impuestos a alimentos x x

Subsidios a alimentos

Programas alimentarios estatales x x x x x x

Tabla 1. Cuadro resumen países con información de encuestas de consumo y principales políticas en alimentación y nutrición.

Fuente: Elaboración propia en base a CELAC (2017).

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Determinantes de las preferencias y consumo de alimentos

Existe abundante evidencia sobre los factores que determinan las preferencias y consumo alimentario, tanto sobre aquellos factores poblacionales o estructurales y otros individuales, que incidirían en la selección de los alimentos (Mello et al., 2018; Bukambu et al., 2020).

Entre los factores poblacionales se encuentran aquellos demográficos, socioculturales, económicos y del entorno, destacando el ambiente físico, la disponibilidad, el acceso, el marketing (publicidad, promoción, descuentos y patrocinio) y la información de los alimentos (Taylor, Evers y McKenna, 2005; Gordon-Larsen, 2014; Mello et al., 2018; Stephens et al., 2018). Estudios han demostrado que las personas que viven en barrios con mayor disponibilidad de supermercados y mercados de verduras y frutas, tienen menos probabilidad de comprar comida rápida (Thornton y Kavanagh, 2012).

Asimismo, se observa que el precio es crucial en la selección de alimentos (Bukambu et al., 2020). Los resultados de una revisión sistemática de 160 estudios sobre elasticidad de precio-demanda mostraron que los productos más sensibles al precio eran la comida fuera del hogar, las bebidas azucaradas y las carnes (Andreyeva, Long y Brownell, 2010).

También se ha descrito que un nivel socioeconómico más alto se asocia a mejor calidad de la dieta. Así, las personas con mejor nivel socioeconómico muestran un mayor consumo de alimentos más saludables, mientras que los productos de alta densidad calórica y de bajo contenido

nutricional son más consumidos por grupos desfavorecidos. Esto puede deberse a una disparidad de costo, de acceso y de disponibilidad (Johansson et al., 1999; Fraser et al., 2000; Darmon y Drewnowski, 2008; Backholer et al., 2016).

Por otra parte, los medios y redes sociales constituyen incentivos naturales para los cambios en los patrones de consumo (Bandura 1977, 2001).

Entre los factores individuales, tres factores psicosociales han sido identificados como los más importantes en el comportamiento en salud:

i. el conocimiento en nutrición y en la relación dieta-salud; ii. la intención de cambio; yiii. la percepción de autoeficacia para realizar un comportamiento determinado (Glanz, Rimer y Viswanath, 2015).

En niños y adolescentes, se ha observado que el modelo de padres y profesores juega un rol importante en las preferencias alimentarias (Findholt et al., 2011), así como las emociones y percepciones vinculadas a los alimentos son claves en su selección (Leng et al., 2017).

En vista de que tanto los factores del entorno como los personales afectan y condicionan el comportamiento, se requieren esfuerzos coordinados entre distintos saberes y sectores, así como de la participación activa de los mismos consumidores, para incidir en los estilos de vida de las personas (Bauer y Reisch, 2019).

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Políticas públicas de alimentación y nutrición

Para que las políticas públicas en alimentación y nutrición sean exitosas, es necesario que incluyan todos los dominios involucrados en la dieta, incluyendo las personas, los ambientes alimentarios, los sistemas alimentarios y los mecanismos de cambio y reforzamiento de las conductas (Hawkes et al., 2015).

Hace casi dos décadas, la FAO y la OMS lanzaron las primeras recomendaciones para desarrollar políticas de alimentación y nutrición, con el objetivo de modificar conductas alimentarias en favor de la prevención y disminución de la obesidad y otras enfermedades relacionadas con la dieta, como la diabetes, hipertensión arterial, dislipidemias, cardiovasculares y algunos tipos de cáncer (OMS, 2003). Posteriormente, en sucesivas cumbres y conferencias internacionales, se ha ratificado el derecho a la alimentación adecuada y a no padecer hambre y se han realizado recomendaciones para la prevención y el control de las enfermedades no transmisibles y la inclusión de la malnutrición en todas sus formas en la Agenda 2030 (ONU, 2014).

En base a estos múltiples llamados, países de la Unión Europea (Lobstein y Baur, 2005; OMS, 2016) y otros como Chile (Taillie et al., 2020) y México (Theodore et al., 2018), han innovado en políticas públicas para abordar las dietas poco saludables y la obesidad, obteniendo promisorios resultados y gran apoyo de la ciudadanía, lo que está llevando a la publicación de numerosos artículos científicos al respecto y a un análisis exhaustivo de las regulaciones existentes.

Existen numerosos estudios respecto al impacto de políticas y programas en alimentación y nutrición, pero pocos resultados exitosos. Una síntesis de evidencia sobre implementación de políticas públicas y estrategias de nutrición y prevención de obesidad en los Estados Unidos de América concluye que las intervenciones adaptadas culturalmente y con participación social, enfocadas a aumentar el acceso (disminuir distancia) a alimentos saludables, fueron las que mostraron mejores resultados (FAO y MinSalud, 2012; Calancie et al., 2015).

Por su parte, Contento (2011) realizó un interesante análisis de la evidencia disponible en educación alimentaria y nutricional,

demostrando que, para tener impacto, la educación debe considerar:

• la motivación y habilidades cognitivas de autorregulación del individuo;

• el modelo de hábitos del núcleo familiar; y

• un componente ambiental que facilite el cambio conductual a través de las políticas públicas.

Los roles, las costumbres, el poder adquisitivo y otros factores socioambientales juegan un rol importante. Para tener impacto a nivel de la situación nutricional, primero se debe abordar lo cognitivo, actitudinal y conductual, lo cual implica que en una primera fase los modelos de vigilancia de la política deberán enfocarse en las conductas alimentarias y no solo en marcadores antropométricos.

Un artículo publicado recientemente (Correa et al., 2020), cuyo objetivo fue monitorizar los comerciales de alimentos dirigidos a niños en los principales canales de televisión abierta en Chile después de la implementación de la ley de regulación de marketing de alimentos a la población infantil, mostró que, a partir del inicio de la regulación, los niños chilenos están significativamente menos expuestos a comerciales con alimentos ricos en energía, grasas saturadas, azúcares o sodio (44,0% a 12,0%; P < 0,001).

Por último, en términos de medidas fiscales en América Latina y el Caribe, hay algunos países que han implementado impuestos a alimentos no saludables, como Barbados, Bermudas, Chile y México. Un artículo reciente (Sánchez-Romero et al., 2020), muestra que después de la implementación de impuestos a bebidas azucaradas el porcentaje de personas que consumía estos productos de forma moderada a alta, bajó desde un 50 a un 43%, mientras que el porcentaje de no consumidores subió de 10 a 14%. Resultados similares se observaron en Chile (Caro et al., 2018; Nakamura et al., 2018; The Heart Foundation of Jamaica, 2019; Ewing-Chow, 2019).

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Contexto COVID-19

La pandemia por COVID-19 es una crisis sanitaria, social y humanitaria que amenaza la seguridad alimentaria y nutricional por interrupción total o parcial de la cadena de suministro de alimentos de más de 820 millones de personas a nivel mundial y más de 187 millones de personas en América Latina y el Caribe (Grajeda et al., 2019). El Programa Mundial de Alimentos (WFP) señala que en el mundo alrededor de 130 millones de personas podrían caer bajo la línea de seguridad alimentaria durante y después de la pandemia. En 2018, en América Latina y el Caribe había 42,5 millones de personas que presentaban hambre, cifra superior a años previos (38 millones en 2014). Según FAO et al. (2020), 47,7 millones de personas están afectadas por esta condición; además, la misma fuente indica que la pandemia por COVID-19 podría agregar entre 83 millones y 132 millones de personas al número total de subalimentados en el mundo en 2020, dependiendo del escenario de impacto económico. El estado nutricional de los grupos de población más vulnerables se deteriorará aún más debido a los impactos sanitarios y socioeconómicos resultantes de la pandemia (FAO y CELAC, 2020; FAO et al., 2020).

De acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) (2020), hoy existen dificultades para acceder a frutas y verduras frescas, lácteos bajos en grasas, frutos secos – como nueces, carnes y pescados – a causa de que la cadena de suministro de alimentos se ha visto alterada por la disminución de cosechas, brotes de coronavirus en agricultores y pescadores, cierre de fronteras, incremento de medidas de sanidad y disminución de demanda por cierre de almacenes, supermercados y restaurantes. Esto, además, incide en un aumento del precio de los alimentos, incluidos aquellos esenciales en las canastas básicas como harina y otras materias primas. El cierre por cuarentenas de instituciones gubernamentales y educacionales, ha dejado a nivel mundial a más de 360 millones de niños, niñas y jóvenes vulnerables sin su principal fuente nutricional diaria.

Las medidas de confinamiento social y de cierres territoriales, ha obligado a la suspensión temporal o definitiva de muchas fuentes de trabajo, lo que ha provocado bajas salariales y un aumento importante en el desempleo. La Organización Internacional del Trabajo (OIT)

estima que, para el segundo semestre del año 2020, habrá una disminución global de cerca de 195 millones de jornadas completas equivalentes, lo que implica que las ganancias de los países podrían disminuir en promedio un 20% en ese periodo (USD 110 billones). Estas pérdidas serán mucho mayores en zonas y países en conflictos (OIT, 2020).

Un efecto inevitable de la pandemia será la exacerbación de las desigualdades, incluyendo las alimentarias y nutricionales, no solo por dificultades de acceso a alimentos, sino también por falta de disponibilidad y acceso a alimentos de buena calidad, probablemente provocando aumento del consumo de alimentos altos en calorías, azúcares, sodio y grasas saturadas, y disminuyendo el consumo de frutas y verduras, fomentando favoreciendo la doble carga de obesidad y desnutrición (Butler y Barrientos, 2020).

Datos preliminares de los Estados Unidos de América muestran un importante aumento en inseguridad alimentaria en población vulnerable: a junio del 2020, un 20% de adultos de bajo nivel socioeconómico mostró inseguridad alimentaria leve, mientras que un 44% reportó inseguridad alimentaria moderada o severa (Wolfson y Leung, 2020). En otro estudio realizado en el mismo país un 32,3% de los participantes reportó inseguridad alimentaria antes de la pandemia, mientras que un 35,5% fue clasificado como con inseguridad alimentaria durante la pandemia. Este estudio también reportó que las personas que perdieron su trabajo durante la emergencia sanitaria presentaron más probabilidad de experimentar inseguridad alimentaria (Niles et al., 2020).

Asimismo, una revisión con datos globales demostró que las personas obesas presentan mayor gravedad y hasta un 48% de mayor mortalidad de contagiarse con COVID-19, lo que es importante para América Latina y el Caribe, dado los altos índices regionales de obesidad y sobrepeso (Popkin et al., 2020).

En situaciones de crisis, la provisión de alimentos se convierte en un asunto crítico y de Estado. Los circuitos de producción, distribución y comercialización de alimentos deben ser cautelados con el objeto de prevenir la inseguridad alimentaria (Kanter y Boza, 2020).

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La responsabilidad de garantizar el derecho a una alimentación saludable e inocua, que considere los determinantes sociales, entornos alimentarios, la producción y el comercio local y las prácticas culturales, es una responsabilidad ineludible de los gobiernos, en colaboración con el parlamento, la academia y la sociedad civil. El gobierno debe asumir el liderazgo y conducir los esfuerzos y el mundo privado vinculado al circuito alimentario debe estar constantemente a su disposición.

La pandemia por COVID-19 cambió las prioridades de las personas, comunidades, gobiernos, Estados y países. Esta crisis genera la oportunidad de remirar los sistemas económicos, políticos, sociales y alimentarios. Es muy probable que las reglas del juego cambien pospandemia, habrá poblaciones empobrecidas, pero también estrategias comunitarias de sobrevivencia, las que

serán importantes de conocer y analizar y fortalecer para promover competencias que permitan actuar en esta y en crisis futuras. Por estas razones, es menester repensar los temas vinculados a la soberanía y seguridad alimentaria, los que deben ser reformulados con una óptica enfocada en la sostenibilidad social, económica y medio ambiental.

En una entrevista con el diario El País (Montes, 2020), Julio Berdegué echa mano de una célebre cita de Lord Boyd Orr: “La paz no se construye sobre estómagos vacíos”. Ahora es cuando hay que actuar, antes de que sea demasiado tarde.

La coyuntura histórica gatillada por la pandemia de COVID-19 es una oportunidad para replantear los sistemas y las políticas alimentarias, privilegiando la producción sustentable de alimentos saludables para enfrentar la demanda.

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Conclusiones

El análisis de la situación alimentario nutricional de siete países de América Latina y el Caribe (Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Jamaica, República Dominicana y México), así como la revisión de la evidencia científica y de recomendaciones de organismos reconocidos, permite afirmar que para impulsar un cambio saludable en el consumo y preferencias alimentarias se requiere tener en especial consideración los factores que determinan estas conductas. Para ello es necesario avanzar en un plan estratégico en dos sentidos simultáneos:

i. implementando políticas estructurales como normas, regulaciones y leyes, las que incidirán en los entornos alimentario; y

ii. poniendo en marcha programas, campañas educativas y recomendaciones individuales, con enfoque de psicología conductual, motivación personal y autoeficacia, a través de sutiles invitaciones al cambio.

En América Latina y el Caribe se han dado múltiples avances en políticas y programas alimentario-nutricionales, con el objetivo primordial de contribuir a la seguridad

alimentaria poblacional y mejorar los hábitos alimentarios de las personas y comunidades. Sin embargo, aún quedan desafíos, como la implementación de normativas y medidas regulatorias y legislativas, tales como impuestos a alimentos no saludables; incentivos a producción y subsidios de alimentos saludables; información clara sobre calidad de los alimentos, usando un etiquetado de advertencia nutricional frontal; prohibición de la publicidad dirigida a niños de alimentos no saludables; intervención del entorno escolar y laboral más allá de lo promocional; programas alimentarios estatales y universales de alimentación saludable y educación alimentaria; apoyo financiero y normativo a iniciativas comunitarias y pequeños productores y comercializadores, favoreciendo circuitos cortos y comercio local, vinculando obligatoriamente los programas alimentarios estatales con estos.

La alimentación es un tema de salud, pero también político, social, económico, agronómico, ambiental, y global, por lo que debe ser abordado intersectorial y transdisciplinariamente.

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AutorasLorena Rodríguez-Osiac, académica Escuela de Salud Pública, Universidad de ChileDeborah Navarro-Rosenblatt, programa Doctorado, Escuela de Salud Pública, Universidad de Chile

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