Universitat Internacional de Catalunya

Certamen literari2018.2019Poemes

Poesia guanyadora del certamen

Almendro

“A las aladas almas de las rosas” M. H.

Quién recuerda en estos días, esas flores invernales, esos pétalos risueños de caricias matinales, esos frutos perfumados con fragancias maternales, la corteza suave y virgen de las ramas desiguales. Una luz como del cielo, un fulgor precipitado. Y una lágrima que llora al almendro traspasado.

Todos ven en estos días solo astillas y pedazos. Las flores marchitas sobre un charco rosado, las ramas en cenizas, el fruto chamuscado, el tronco triste y joven, derribado.

Quién llamó al maldito rayo que acabó con mi esperanza. Una tarde ennegrecida y el almendro en lontananza.

Eduardo Prats

Latidos silenciosos de amor

No quiero imaginar, en hallarte en mi pensartras muchas tardes de verano, aún pendientes de olvidar. Sin palmadas en el hombro, un hombre ha de luchar. Aquel que se fía de Dios, cristiano es o con paciencia lo será.Con caídas por supuesto, pero siempre dispuesto.A volverse a levantar, sin miedo al qué dirán.¿Y el morir? Qué gran felicidad.Si has luchado la noble batalla, la gracia te salvará. Pero existe otra realidad,un gran mal acecha en la oscuridad.El dragón persigue tus pasos,te ofrece un nuevo y agradable relato.Este combate se presenta en mi vida,la luz es más fuerte que el temible adversario.Con subidas y bajadas, San Jorge mata al diablo.No temas Adán, a buen precio has sido salvado.Por ahora déjame soñar,el anhelarte no me deja volar.Siento que no cesa de latir, me retienes,no avanzo, quiero marchar.La esperanza mantengo,lo llevo en el pecho como sello,Dios no me abandona,en él puedo confiar cualquier anhelo.Perfume húmedo, aliento que empaña.Destrozas mis planes, desgarras mi alma.Me elevas hasta el cielo, y ardo entre llamas.Es un ansia de amar, que a pesar de mí no marcha.

PilarCon una sonrisade oreja a orejame dice que tiene muchos hermanos—¿Cuántos?— le pregunto—Muchos, muchos…—Julio, Antonio… y que son todos muy buenos y están esperándonos en el patio.Un patio grande, y muy bonito, en su casa,y que allí podemos hacer lo que queramos. Que estaremos muy felices,que allí hay de todoEse patio da vista a la virgen de Montserrat. Me dice que puedo ir cuando quiera a su patio, que estaré muy a gusto.No me cuenta que ese es el patiode la casa de su hija.Nos cogemos de las manos,levantamos los brazos, y cantamos todos juntos. Y me cuenta de nuevo la historia del patiocon la misma ilusióny esa sonrisa de oreja a oreja.

Olvido

Cruzando la pared, arañando la piel sin merced. Yo quise ver. Yo quise tener más verdad sobre el papel.

Por un beso a orillas del delirio. Por un norte sin niebla en el camino. Por un techo que cubra como abrigo. Por un día en que recuerde mi destino. En metáfora y silencio yo te olvido.

Sintiendo el perder, respirando aire por placer. Yo tuve fe. Yo pude creer más allá del trozo de papel.

Por un abrazo en tiempos oscuros. Por un alma lejos de viejos harapos. Por un bosque que oiga los gritos. Por un reloj dando cuerda y sentido. En metáfora y silencio yo te olvido.

En aquel momento entendí que no necesitaba de ti. Bajo legañas, mis ojos ya no lloraban por ti. Te conocí para darme cuenta de lo mejor de mí. Y en metáfora y silencio me libero por fin de ti.

Llegar a las estrellas

A veces pretendes alcanzar el cielo cuando realmente puedes llegar al universo. Y pienso que vales más de lo que crees, que te mientes a ti mismo sin querer. Que en el fondo quieres llegar lejos y pones barreras que te impiden crecer. Y ves, con unas gafas que te tapan, que te engañan, que invalidan tus sueños. Ya basta, quiero quitarte la mentalidad de derrota,

devolverte tus ideas locas y tu amor por la vida. Vive, y no solo dejes vivir. Vive, lánzate al camino, rompe las barreras, coge la cartera y, no camines, solo vuela… Porque el tiempo es oro y lo has empleado en construir limitaciones. Aprovecha y pretende alcanzar ese universo, porque hay muchas cosas más allá de lo que alcanzas a ver, a comprender. Aprende, del pasado y el presente, ya veremos que sucede en el futuro cuando consigamos llegar a las estrellas una vez más.

Inhibición

Él y yo; asíamos el prestigio de un adarve de constelaciones. Pendíamos de la tierra como curva del rayo de Zeus y abrazábamos los agujeros negros en el confín, en una colisión de miradas transpuestas al lúgubre vacío astral.

Un hálito de él, taciturno entre galaxias colosas; prolijo entre el escudo de mis nubes; letificó mis estelas en el cielo como signo casi levítico de sus ojos grises, como un pegaso sideral en la tenuidad del universo.

Lluvia de cometas entre nuestras gruesas armaduras, pero sutiles al zodiaco de nuestras límpidas caricias, que cual estrellas fugaces inhiben su aparición, para ser el letargo del fulgurante amor.

Declive de asteroides, ría feraz sobre dos almas, sobre dos órbitas inmunes entre Venus y Júpiter, Saturno o Vulcano o Andrómeda o Atenea o Afrodita; la pradera de nuestro adarve es esta inhibición.

Mi otro yo, el yo de géminis es el melgo del signo de los astros, quien me ama en la frigidez de la tenuidad más absurda, sobre el espacio, sobre el pasaje que deliberamos emprender, fulgurante, lúgubre, estelífero, de dos, inhibido al cosmos.

Que la luna sea nuestro reparo y su luz nuestro custodio porque como luna el amor, como amor nuestros pasos. Naufragarán los planetas entre nosotros pero no arrebataremos la órbita de nuestra vida, de la libertad.

Doblegar la gloria jamás, antes moriremos en un diván, aguardando el agraz de nuestra corta permanencia, junto a la estrella enamorada de mis noches, junto a ella tocando el eterno amor, esta triste inhibición.

Te siento

Cómo le explicas esto a mi mente, cómo a mi corazón, cómo a mi memoria.

Cómo encuentro las palabras, no me quedan, no me bastan, no me sirven.

No logro entender, ni explicar, ni consigo racionalizar todo esto que siento.

Me faltan pulmones, garganta y tripas para que entiendas lo que siento.

Para que entiendas que no siento rabia, ni dolor, ni escozor, ni te culpo. Solo siento.

Sigue brillando en el cielo. Cuídanos.

Ya no nos quedan palomitas

Supongo que llega un día, de pronto, comprendes que estás solo. Te encuentras en una encerrona, abandonado sin previo aviso. Miras tu reflejo. ¿Quién va a decidir ahora las reglas del juego?

Qué ilusos fuimos. Creer que podríamos hacer trampas y salir ganando. Ya no somos niños. Esta vez el juego era más serio. Sin darnos cuenta, nos iba la vida en ello. Tan amoldados a un patrón que nos cambiaron el tablero y nos perdimos sin remedio.

Tomamos caminos distintos, huiste de tu casa y te evadiste, yo me quedé quieta, como siempre.

Sabes, Blasco, que renegaste de ti mismo. Al hacerlo, perdiste todos tus principios, convencido de haber creado tu propio camino, mejor que los consejos que te dieron cuando eras chico. Volviste a dar vueltas en la cama, a salir sin pararte a pensar qué celebrabas, a no saber que lo que conviene a veces no apetece.

Olvidaste cómo solías hacer las cosas antes. Te abandonaste sin resistencias al vano y caprichoso instante. Quisimos aferrarnos a algo, volver a la vida. Tú por haberte perdido, yo por no saber vivirla. No sé qué viste en mí, Blasco. Algo a medio camino entre la casa de tus padres y la jungla indescifrable de tus efímeras creencias. En cambio, yo sí sé lo que vi. Una aventura, acción y enredo en un monólogo estancado hacía tiempo.

Me dijiste un día: me gustaría escribir una historia bonita y sencilla. De las antiguas, con principio y fin. De las que son lentas y parecen ridículas. El problema fue que nadie nos había enseñado a ver lo bello más allá de lo superfluo. Condicionados por los ruidos de la gente, que amortiguan las voces del sí quiero

y alimentan el deseo. Lo vital es algo precioso, esperando se consigue algo hermoso. Pretendimos tener algo grande saltándonos las normas naturales. ¿Cómo se concibe ese engaño? ¡Qué ilusos!

Tú y yo a la puerta de un hotel silencioso, besándonos a la sombra. Dos niñatos imitando un amor que no sentían al cobijo de un parque romano. Conversaciones monótonas, piropos forzados. Los guiris mirándonos, extrañados, me metiste en un maldito caos. Fue en aquel parque, una apuesta trucada, te pedí que me quisieras. Yo no pensaba en nada. Acallando nuestro ser más sincero y libre, perpetuando el engaño y esa estúpida obra de teatro, en la que cada uno debía cumplir con un papel previamente asignado. Patética función.

Ahora ya no nos quedan palomitas. Sin embargo, estoy convencida de que no me he equivocado de película. Siempre nos gustó Wes Anderson, por su estilo único y sus planos, minuciosamente rodados. Pero ese artificio, tonto Blasco, no es más que un resumen de un largo trabajo. Que no te das cuenta que hay un orden, que el tiempo es lento y tozudo. Que no se trata de quemar etapas, que el amor es un arte de estrategias en secuencia.

Pero ahora se ha acabado. Volvamos cada uno a casa, que no quedan palomitas. Te veré de lejos, recordaré lo ilusos que fuimos. Peligrosas proyecciones de lo que queríamos que fuera el otro, devastadores mitos, excusa de un sincero egoísmo.

Ve solo, que yo iré sola.

Otoño

Anuncio de una bienvenida: manto naranja y granate. Amanecer que del sol se desentiende, carmesí de una caída resultante. Pues hojas huérfanas, pétalos difuntos, formando túmulo y tumulto, ahogan un césped marchito. Paz instauran entre mil gritos.

Presagio de una despedida: pues el azul quedará engullido, el gris comenzará su vuelta a casa, y el cian iniciará su marcha, el blanco mudará de forma, una vez nube, ahora escarcha, antes verde, ahora incolora. Paisaje de mi patria acogedora.

Reclamo de una acogida: sobre adoquines empapados que entierran la triste avenida, que reflejan colores alternos de faroles difuminados, proyectando un amarillo eterno sobre aleatorios charcos y vientos gélidamente amargos.

Profecía de una partida: un piano abandonado, teclas abrazadas por el polvo, y dedos que van danzando, sobre el olvido de su socorro. Pues por la letra es enterrado, y a este que lo deja aparte, dando muerte al marchito arte. ________

Riego estruendoso bajo un cielo opaco de colores grises, que busca y encuentra a mi ser triste. Gotas de agua que caen en mi mejilla, y camuflan las lágrimas que concebiste. Nazco de nuevo. Ahogo al dolor de mi propio ego, entre versos de desasosiego.

Pues bajo columnas de humo, chimeneas que besan al cielo, quedo presa de árboles desnudos. Aunque todo sea un señuelo y esté recorriendo un sueño mudo, ante el frío y seco suelo caigo entre barrotes de madera: encerrado no dentro, sino fuera.

Pues ante la noche que no espera, y un lucero que me mantiene alerta,

Continuaré por esta senda, Que fría, distante y seca, Llamo mi morada, mi vivienda. Porque solo hoy estoy yo vivo, Solo hoy doy testimonio: Cuando las hojas están caídas, Cuando el sol tiene insomnio, Cuando el frío me sonríe; Cuando llega el añorado otoño.

Bóvedas de acero

Viajando por las bóvedas de acero, de un universo dentro de un verso imperecedero,

nos besamos y nos fundimos como la vía láctea lo hará con Andrómeda,

y que no te quepa duda,

que vamos de la mano viajando de la tierra a Júpiter y de Júpiter a la cúspide de un cráter de la luna, donde doy pasos de astronauta hasta llegar a amarte, como amó el color rojo cuando se derramó sobre marte, déjame ser el anillo de polvo y basura espacial que alrededor de ti,

Saturno,

empiece a sentir la fuerza gravitacional,

déjame seguirte, hasta aproximarme al sol y quemarme en el regazo de tu falda, apodada mi Mercurio, si estuviéramos en Roma, amor, tu nombre seria Venus,

y yo, quisiera ser Urano, padre de Cronos, y juntos, alejarnos de todo lo establecido en tu mente, en mi mente y enfrente, Neptuno.

Me siento a escribir

Me siento a escribir, con la idea muy clara. “Esta vez no te escapas”, le digo. Y sin embargo ella se resiste. Parece no querer salir de mi mente, donde sabe que ella es reina y yo súbdito. “Si salgo”, me dice, “ya no seré tuya, los lectores me manosearán y deformarán mi esencia. Además, tus palabras me limitan, me empobrecen, Me roban la libertad de tornarme en lo que quiera”. La intento tentar con promesas de gloria: “Si te escribo estarás en lengua de todos”. “¿Por qué querría eso, si, de todas formas, ya invado cada uno de tus pensamientos?” Me rindo y le ruego que al menos me deje imitar en mi obra una parte de su esencia. Finalmente se rinde y accede a mis súplicas y, halagada, esbozo su perfil con la tinta. Pero el resultado no me satisface. Me parece estéril, vacío, una falsificación. “No volveré a escribir poesía”, prometo. Pero pronto una nueva idea toma forma en mi mente. Intento evitarlo, pero acabo dejando que también ella domine mis pensamientos. No me queda otra, debo escribirla. Necesito compartirla con el mundo, aunque sea imperfecta. Esta es la suerte del poeta.