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Presentación Miguel de Cervantes Saavedra, nuestro «Manco de Lepanto», es autor clásico y universal. Su figura y su obra literaria desbordaron, desde muy temprano, su origen hispano y su castellano natural, para traspasar fronteras geográficas, culturales y lingüísticas, convirtiéndose en patrimonio de la humanidad. El Quijote, muy en particular, tenido como la mejor novela mundial de todos los tiempos por muchos escritores internacionales, ha sido capaz de trascender en cuantas manifestaciones culturales seamos capaces de enumerar: literaturas, filosofías, músicas, películas, pinturas, esculturas, filatelias... de todo el mundo le han rendido tributo a «Don Quijote de la Mancha»: ese calamitoso chiflado convertido en atalaya ética y estética de la cultura occidental… En consecuencia, una «Biblioteca de Autor» dedicada a Miguel de Cervantes en nuestro tiempo -máxime cuando está destinada a integrarse en la «Biblioteca Virtual» a la que da nombre-, ha de estar planteada desde un enfoque misceláneo y con un alcance totalizador, tal y como merece la grandeza asombrosa del escritor. Claro que van ya casi cuatrocientos años de incesante actividad cultural consagrada a engrandecer el mundo cervantino desde todas las vertientes, y las dimensiones de su universo artístico se muestran tan descomunales como inabarcables. Quizás no tengamos más remedio que afrontar una empresa -no sabemos si reservada para nosotros- quijotesca: recopilar en esta página virtual cuantos materiales de todo tipo, relacionados con Cervantes y su mundo, podamos recabar (biográficos, textuales, documentales, gráficos, musicales, cinematográficos, léxicos, etc.), para brindarlos a todos los públicos aprovechando el potencial difusor de Internet. Si lo logramos, habremos hecho realidad, probablemente, el mayor sueño del inmortal escritor: «los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes...» (Quijote, II-III). En todo caso, esta «Biblioteca de Autor» está llamada a ocupar un lugar capital en el entorno de la «Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes» y ha sido concebida como sitio de encuentro para «todo género de gentes» interesadas en lo cervantino: ya sean investigadores, ya lectores, ya curiosos. Por eso, hemos incluido desde copias facsimilares de las primeras ediciones, que permitirán cotejos ecdóticos automatizados a los editores, hasta galerías de imágenes o registros de voces, que posibilitarán un acceso mucho menos especializado, pasando por textos críticos, traducciones, biografías, estudios, bibliografías, diccionarios, índices de personajes y nombres, etc. Y en verdad que no nos importan tanto los logros como las expectativas: esta página habrá de quedar necesariamente inacabada; si se prefiere, perpetuamente abierta a incorporar las novedades que los tiempos futuros aporten a la figura y a la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Desde ese planteamiento cervantino y con esas miras quijotescas, hemos agrupado los materiales previstos para esta página en siete grandes bloques -según se visualiza en la pantalla de inicio-, cuyo contenido esencial puede consultarse entrando en cada uno de ellos:

Cervantes y El Quijote

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Estudio

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Presentación

Miguel de Cervantes Saavedra, nuestro «Manco de Lepanto», es autor clásico y universal. Su figura y su obra literaria desbordaron, desde muy temprano, su origen hispano y su castellano natural, para traspasar fronteras geográficas, culturales y lingüísticas, convirtiéndose en patrimonio de la humanidad. El Quijote, muy en particular, tenido como la mejor novela mundial de todos los tiempos por muchos escritores internacionales, ha sido capaz de trascender en cuantas manifestaciones culturales seamos capaces de enumerar: literaturas, filosofías, músicas, películas, pinturas, esculturas, filatelias... de todo el mundo le han rendido tributo a «Don Quijote de la Mancha»: ese calamitoso chiflado convertido en atalaya ética y estética de la cultura occidental…

En consecuencia, una «Biblioteca de Autor» dedicada a Miguel de Cervantes en nuestro tiempo -máxime cuando está destinada a integrarse en la «Biblioteca Virtual» a la que da nombre-, ha de estar planteada desde un enfoque misceláneo y con un alcance totalizador, tal y como merece la grandeza asombrosa del escritor. Claro que van ya casi cuatrocientos años de incesante actividad cultural consagrada a engrandecer el mundo cervantino desde todas las vertientes, y las dimensiones de su universo artístico se muestran tan descomunales como inabarcables. Quizás no tengamos más remedio que afrontar una empresa -no sabemos si reservada para nosotros- quijotesca: recopilar en esta página virtual cuantos materiales de todo tipo, relacionados con Cervantes y su mundo, podamos recabar (biográficos, textuales, documentales, gráficos, musicales, cinematográficos, léxicos, etc.), para brindarlos a todos los públicos aprovechando el potencial difusor de Internet. Si lo logramos, habremos hecho realidad, probablemente, el mayor sueño del inmortal escritor: «los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes...» (Quijote, II-III).

En todo caso, esta «Biblioteca de Autor» está llamada a ocupar un lugar capital en el entorno de la «Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes» y ha sido concebida como sitio de encuentro para «todo género de gentes» interesadas en lo cervantino: ya sean investigadores, ya lectores, ya curiosos. Por eso, hemos incluido desde copias facsimilares de las primeras ediciones, que permitirán cotejos ecdóticos automatizados a los editores, hasta galerías de imágenes o registros de voces, que posibilitarán un acceso mucho menos especializado, pasando por textos críticos, traducciones, biografías, estudios, bibliografías, diccionarios, índices de personajes y nombres, etc. Y en verdad que no nos importan tanto los logros como las expectativas: esta página habrá de quedar necesariamente inacabada; si se prefiere, perpetuamente abierta a incorporar las novedades que los tiempos futuros aporten a la figura y a la obra de Miguel de Cervantes Saavedra.

Desde ese planteamiento cervantino y con esas miras quijotescas, hemos agrupado los materiales previstos para esta página en siete grandes bloques -según se visualiza en la pantalla de inicio-, cuyo contenido esencial puede consultarse entrando en cada uno de ellos:

I. Autor (biografía, cronología).

II. Obra (ediciones príncipe, ediciones críticas, atribuciones, traducciones, imitaciones, etc.).

III. Estudios (documentos, estudios críticos, revistas, bibliografía, etc.).

IV. Diccionario (concordancias, vocabulario, nombres, refranes, etc.).

V. Fonoteca (ficheros de voz de todas las obras).

VI. Imágenes (fìlmografía, videoteca, etc.).

VII. Enlaces de interés (selección de páginas Web).

Florencio Sevilla Arroyo

Biografía

Cervantes en su vivir

Jean Canavaggio

Reconstruir en sus etapas sucesivas la vida de Miguel de Cervantes, más allá de las estampas consagradas por la posteridad, no deja de plantear múltiples interrogantes. Ciertamente, la exploración sistemática de los archivos, públicos y privados, iniciada en el siglo XVIII y proseguida ininterrumpidamente hasta nuestros días, ha permitido reunir poco a poco una documentación significativa. Sin embargo, todavía quedan muchas oscuridades, que afectan no sólo a la infancia del escritor, sino a varios momentos decisivos de su existencia, como los años que, entre 1597 y 1604, van desde su encarcelamiento en Sevilla hasta su instalación en Valladolid, en vísperas de la publicación de la primera parte del Quijote. Más aún, si tratamos de ir más allá de la mera materialidad de los hechos, resulta que ignoramos todo o casi todo sobre las motivaciones subyacentes a la mayoría de sus decisiones: la partida para Italia en 1569 a los veintidós años; el alistamiento, en 1571, en el ejército de la Santa Liga; el regreso a España, en 1575, frustrado por su captura en manos de piratas argelinos y, tres años después de haber contraído matrimonio en Esquivias, las peregrinaciones por Andalucía, entre 1587 y 1597, del recaudador de abastecimientos e impuestos; por último, tras volver a Madrid en 1608, el retorno definitivo a las letras.

Ello explica -aunque no justifica los abusos- la atención prestada a sus ficciones, para tratar de suplir las lagunas de nuestra información, buscando, en un intento algo capcioso, si no un autor cuyo perfil perdido se nos descubre desde un enfoque indirecto, al menos todo aquello que sea susceptible de iluminarlo. Pero Cervantes rara vez se expresa en nombre propio, ya que suele delegar sus poderes en narradores imaginarios, como Cide Hamete Benengeli en el Quijote, o nos ofrece, en sus dedicatorias, sus prólogos y su Viaje del Parnaso, los fragmentos dispersos de un retrato de artista cuya verdad se sitúa más allá de cualquier verificación inequívoca.

Infancia

Si bien sabemos, desde mediados del siglo XVIII, cuál fue la patria de Cervantes -Alcalá de Henares-, así como el día en que fue bautizado -el 9 de octubre de 1547-, la fecha exacta de su nacimiento no se ha podido averiguar. Tan sólo se supone que

podría haber sido el 29 de septiembre, día de San Miguel. Más llamativo resulta, a la hora de situar este acontecimiento en su debida circunstancia, el hecho de que ocurriese en una fecha clave: ese año, en efecto, desaparecen Francisco I en Francia y Enrique VIII en Inglaterra, mientras que el emperador Carlos V, vencedor en Mühlberg de los príncipes protestantes alemanes, se encuentra en la cumbre de su poder, y en tanto que se inicia una profunda reforma de la Iglesia Católica, al inaugurarse los trabajos del Concilio de Trento. En el ámbito propiamente peninsular cabe señalar, en ese mismo año, dos decisiones premonitorias de las actitudes características de la España filipina: la promulgación del primer Índice inquisitorial prohibiendo los libros sediciosos, y, votada por el cabildo de la catedral de Toledo, la adopción de los primeros Estatutos de limpieza de sangre.

En este contexto de repliegue, la ascendencia del escritor ha sido y sigue siendo tema muy controvertido. Aunque se le tenga por cristiano viejo en el informe preparado a instancias suyas a su regreso de Argel, nunca presentó la prueba tangible de su limpieza de sangre. Es cierto que su abuelo paterno, el licenciado Juan de Cervantes, fue abogado y familiar de la Inquisición, pero la mujer de éste, Leonor de Torreblanca, pertenecía a una familia de médicos cordobeses y, como tal, bien pudo tener alguna «raza» de confeso. En cuanto a Rodrigo, el padre de Miguel, se casa hacia 1542 con Leonor de Cortinas, perteneciente a una familia de campesinos oriundos de Castilla la Vieja; pero su modesto oficio de cirujano itinerante, así como sus constantes vagabundeos por la península, durante los años de infancia de sus hijos, no han dejado de suscitar sospechas, llevando a Américo Castro a considerarlo como converso, mientras otros cervantistas se negaban a admitir semejante hipótesis.

Así y todo, no debe exagerarse la trascendencia de esta controversia: caso de probarse algún día que Cervantes descendiera de cristianos nuevos, este descubrimiento dejaría intacto todo lo que media -y hay un abismo- entre su visión del mundo y la de un Mateo Alemán, contemporáneo suyo, y del que se sabe a ciencia cierta que lo era. El que el símbolo mismo del genio universal de España fuese un hombre obligado a callar sus orígenes, quizás ilumine tal o cual aspecto de su universo mental, pero nunca nos entregará la clave de su creación.

Nacido después de dos hermanas mayores, Andrea y Luisa, Miguel es el tercero de los cinco hijos que tuvo el cirujano -si se hace caso omiso de dos más, que murieron en la infancia-. Un hermano menor, Rodrigo, que compartiría su cautiverio en Argel, así como una hermana, Magdalena, vendrán luego a completar el cuadro. De los veinte primeros años de su vida y, más especialmente, de su formación académica, no se sabe nada seguro. Tampoco se puede asegurar que compartiera las estancias sucesivas de su padre, primero en Córdoba y luego en Sevilla: el testimonio de Berganza, en El coloquio de los perros, no basta para afirmar que Miguel fuera alumno del colegio fundado allí por los padres jesuitas:

Este mercader, pues, tenía dos hijos, el uno de doce y el otro de hasta catorce años, los cuales estudiaban gramática en el estudio de la Compañía de Jesús; iban con autoridad, con ayo y con pajes, que les llevaban los libros y aquel que llaman vademécum. El verlos ir con tanto aparato, en sillas si

hacía sol, en coche si llovía, me hizo considerar y reparar en la mucha llaneza con que su padre iba a la Lonja a negociar sus negocios, porque no llevaba otro criado que un negro, y algunas veces se desmandaba a ir en un machuelo aun no bien aderezado.

En cambio, se encuentra instalado con su familia en Madrid en 1566, en un momento en que Felipe II acaba de establecer allí su Corte.

Tres años después, Cervantes inicia su carrera de escritor con cuatro composiciones poéticas incluidas por su maestro, el humanista Juan de López de Hoyos, rector del Estudio de la Villa, en la Relación oficial que se publica con motivo de la muerte de la reina Isabel de Valois. En ella el editor le llama «caro y amado discípulo», sin que esta breve mención nos permita apreciar el grado de estudios alcanzado por un muchacho que no llegó a matricularse en ninguna Universidad, recibiendo, en el siglo XVIII, el calificativo, a todas luces inexacto, de «ingenio lego».

Lepanto

El mismo año en que esta relación sale de las prensas, Cervantes se va a Roma: partida repentina, ocasionada tal vez, si hemos de dar fe a una provisión real encontrada en el siglo XIX en el Archivo de Simancas, por un duelo en el que resultó herido Antonio de Sigura, un maestro de obras que pasaría más tarde a ocupar el cargo de intendente de las construcciones reales. A juzgar por el contenido del documento, el culpable -un tal Miguel de Cervantes, estudiante- había huido a Sevilla y era condenado en rebeldía a que le cortaran públicamente la mano derecha y a ser desterrado del reino por diez años. Fuese o no autor de dicha herida, Miguel, quizá recomendado por uno de sus parientes lejanos, el cardenal Gaspar de Cervantes y Gaete, pasa unos meses en Roma, al servicio del joven cardenal Acquaviva, como se infiere de sus posteriores confidencias a Ascanio Colonna, en la dedicatoria a La Galatea.

Juntando a esto el efecto de reverencia que hacían en mi ánimo las cosas que, como en profecía, oí muchas veces decir de V. S. Ilustrísima al cardenal de Aquaviva, siendo yo su camarero en Roma [...].

Pero pronto abraza la carrera de las armas, en una fecha incierta, aunque parece situarse en el verano de 1571, alistándose en la compañía de Diego de Urbina, en la que ya militaba su hermano Rodrigo. Esta determinación, tomada en el momento

en que la Armada de la Santa Liga, a las órdenes de don Juan de Austria, va a hacer frente a la amenaza turca, acrecentada por la conquista de Chipre, le lleva a embarcarse en la galera Marquesa, llegando a combatir -«muy valientemente», al decir de sus compañeros- en la batalla de Lepanto. En esta circunstancia, a pesar de

padecer calentura, se niega a «meterse so cubierta», ya que «más quería morir peleando por Dios e por su rey»; y, en el puesto de combate que se le asigna -el lugar del esquife-, situado en la popa del navío y particularmente peligroso, recibe dos disparos de arcabuz en el pecho, en tanto que un tercero le hace perder el uso de la mano izquierda; de ahí el sobrenombre que le daría la posteridad: «El manco de Lepanto». Él mismo evocaría, orgulloso contra Avellaneda, el suceso en el prólogo al Quijote de 1615:

Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros. Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis heridas sin haberme hallado en ella.

Una vez recuperado de sus heridas en Mesina, Cervantes toma parte en las acciones militares llevadas con desigual fortuna, en 1572 y 1573, por don Juan de Austria en Navarino, Corfú y Túnez. Profundamente marcado por sus años de Italia, donde transcurre parte de la acción de varias de sus novelas (Curioso impertinente, Licenciado Vidriera, Persiles y Sigismunda, etc.), parece haber conservado especial recuerdo de los meses pasados en Nápoles: allí se le supone introducido en varios círculos literarios, llegando tal vez a conocer al pensador antiescólastico Bernardino Telesio, metamorfoseado, en La Galatea, en la noble y ambigua figura del sacerdote Telesio:

Y, estando en esto, oyeron el claro son de una bocina que a su diestra mano sonaba, y, volviendo los ojos a aquella parte, vieron encima de un recuesto algo levantado dos ancianos pastores, que en medio tenían un antiguo sacerdote, que luego conoscieron ser el anciano Telesio; [...] solía él convocar todos los pastores de aquella ribera cuando quería hacerles algún provechoso razonamiento, o decirles la muerte de algún conoscido pastor de aquellos contornos, o para traerles a la memoria el día de alguna solemne fiesta o el de algunas tristes obsequias.

Finalmente, decide regresar a España para conseguir el premio de sus servicios, con cartas de recomendación de don Juan y del duque de Sessa. El 26 de septiembre de 1575, la galera El Sol, en la que había embarcado tres semanas antes, cae en manos del corsario Arnaut Mamí, no en las inmediaciones de las Tres Marías, como se pensó hasta hace poco, sino, como ha demostrado Juan Bautista Avalle Arce, a la altura de las costas catalanas, no lejos de Cadaqués.

Cautiverio

Llevado a Argel como esclavo, Cervantes padece un cautiverio de cinco años que dejará profunda huella en su obra, y muy especialmente en sus comedias de

ambiente argelino -Los tratos de Argel y Los baños de Argel- así como en el cuento del Cautivo, interpolado en la Primera parte del Quijote. Este cautiverio corresponde a un período que conocemos en sus grandes líneas: gracias a las declaraciones reunidas en las dos informaciones que, en 1578 y 1580, se hicieron a petición de Cervantes, las cuales recogen deposiciones de amigos y compañeros de milicia y esclavitud; gracias también a las pruebas que se conservan de las gestiones emprendidas por la familia de Miguel para obtener su rescate y el de su hermano; gracias, por último, a los datos que nos facilita la Topographía e historia general de Argel, publicada en 1612 a nombre de fray Diego de Haedo, pero que, en años más recientes, ha sido parcialmente atribuida por algunos al doctor Antonio de Sosa, compañero del futuro autor del Quijote, y por otros al propio Cervantes: una obra de sumo interés, en la que se nos dice que del cautiverio y hazañas del manco de Lepanto «pudiera hacerse particular historia».

Entre estas hazañas cabe destacar sus cuatro intentos frustrados de evasión, dos por tierra, y dos por mar, en las cuales siempre quiso asumir la responsabilidad exclusiva de las acciones. La última vez, en noviembre de 1579, es denunciado por un dominico oriundo de Extremadura, el doctor Juan Blanco de Paz, y comparece ante Hazán bajá, rey de Argel, que tenía fama de vengativo y cruel. Sin embargo, no se le castiga con muerte. La razón que se nos da -«porque hubo buenos terceros»- tal vez remita a una posible colaboración en los contactos de paz que los turcos intentaron establecer entonces con Felipe II, por medio de un renegado esclavón, llamado Agi Morato, incorporado más tarde por el escritor a sus ficciones.

Finalmente, en tanto que su familia realiza grandes esfuerzos por conseguir su libertad, es rescatado el 19 de septiembre de 1580, al precio de 500 ducados, por los padres trinitarios.

Retorno a las letras

A pesar de presentar información de sus servicios, Cervantes no consigue la recompensa esperada: tal vez por no poder prevalerse de los apoyos indispensables en un momento en que se agudizaban en la Corte las luchas de facciones, mientras Felipe II se había ido a ceñir la corona de Portugal, recién incorporado a sus dominios. A raíz de un viaje a Tomar, donde el rey había convocado las Cortes portuguesas, tan sólo se le encarga, en mayo-junio de 1581, una breve misión a Orán, donde se entrevista con el alcaide de Mostagán y cuya finalidad exacta se ignora.

Al volver a Madrid, inicia una vida marcada por varios episodios íntimos: unos presuntos amores con una tal Ana de Villafranca, también llamada Ana Franca de Rojas, esposa de un tabernero, que le dará una hija natural, Isabel, nacida en otoño de 1584; y,

en diciembre del mismo año, su unión por legítimo matrimonio con Catalina de Salazar, hija de un hidalgo recién fallecido de Esquivias, tierra de viñedos y olivares. Este casamiento le lleva a afincarse en el pueblo de su mujer, sin perder por ello contacto con los medios literarios de la Corte.

Durante estos años, en efecto, se sientan las bases de una auténtica industria del espectáculo, promovida por las cofradías de beneficencia que, gracias al producto de las representaciones, sagradas y profanas, que comanditan, subvienen en cada ciudad al mantenimiento de hospicios y hospitales. Este impulso, en el que colaboran las compañías itinerantes de actores, favorece la construcción en cada ciudad importante de salas permanentes, los llamados «corrales de comedias». En ellos es donde los artífices de una tragedia al estilo español -Argensola, Rey de Artieda, Virués, Juan de la Cueva- tratan de elevarse por encima de las contingencias de un teatro de puro consumo, para dar a la escena, amparándose en el ejemplo del «español Séneca», la dignidad que según ellos le falta.

Cervantes participa en este esfuerzo que no dio los resultados esperados, con varias piezas, de entre las cuales dos nos han llegado en copias manuscritas: El trato de Argel, inspirado en los recuerdos del cautiverio argelino, y la Numancia. Pero mal se puede apreciar, por falta de testimonios, la acogida que recibieron del público, a pesar de haber sido representadas, si hemos de creer al autor, «sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza». Por otra parte, se ignora el paradero de las veinte o treinta comedias que Cervantes declara haber compuesto por aquellos años, limitándose a darnos el título de diez de estas obras. Pero, sea de ello lo que fuere, el hecho es que él mismo evocaría, no sin nostalgia y decepción, aquellos tiempos en el prólogo a Ocho comedias y ocho entremeses, ya en 1615:

Y esto es verdad que no se me puede contradecir, y aquí entra el salir yo de los límites de mi llaneza: que se vieron en los teatros de Madrid representar Los tratos de Argel, que yo compuse; La destruición de Numancia y La batalla naval, donde me atreví a reducir las comedias a tres jornadas, de cinco que tenían; mostré, o, por mejor decir, fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma, sacando figuras morales al teatro, con general y gustoso aplauso de los oyentes; compuse en este tiempo hasta veinte comedias o treinta, que todas ellas se recitaron sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza; corrieron su carrera sin silbos, gritas ni barahúndas. Tuve otras cosas en que ocuparme; dejé la pluma y las comedias, y entró luego el monstruo de naturaleza, el gran Lope de Vega, y alzóse con la monarquía cómica; avasalló y puso debajo de su juridición a todos los farsantes; llenó el mundo de comedias proprias, felices y bien razonadas, y tantas, que pasan de diez mil pliegos los que tiene escritos, y todas (que es una de las mayores cosas que puede decirse) las ha visto representar, o oído decir, por lo menos, que se han representado; y si algunos, que hay muchos, han querido entrar a la parte y gloria de sus trabajos, todos juntos no llegan en lo que han escrito a la mitad de lo que él sólo.

[...]

Algunos años ha que volví yo a mi antigua ociosidad, y, pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias, pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las tenía; y así, las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio. En esta sazón me dijo un librero que él me las comprara si un autor de título no le hubiera dicho que de mi prosa se podía esperar mucho, pero que del verso, nada; y, si va a decir la verdad, cierto que me dio pesadumbre el oírlo, y dije entre mí: «O yo me he mudado en otro, o los tiempos se han mejorado mucho; sucediendo siempre al revés, pues siempre se alaban los pasados tiempos». Torné a pasar los ojos por mis comedias, y por algunos entremeses míos que con ellas estaban arrinconados, y vi no ser tan malas ni tan malos que no mereciesen salir de las tinieblas del ingenio de aquel autor a la luz de otros autores

menos escrupulosos y más entendidos. Aburríme y vendíselas al tal librero, que las ha puesto en la estampa como aquí te las ofrece.

De modo simultáneo, redacta la Primera parte de la Galatea, dividida en seis libros y que, en marzo de 1585, sale de las prensas al cuidado del librero Blas de Robles: un hito significativo en la trayectoria de la narrativa pastoril, inaugurada a mediados del siglo XVI por La Diana de Montemayor. Cervantes, años más tarde, recordará con ironía los tópicos del género en El Coloquio de los perros -ambiente bucólico, eterna primavera, quejas del amante que se enfrenta con la indiferencia de la amada-:

BERGANZA.-   Digo que todos los pensamientos que he dicho, y muchos más, me causaron ver los diferentes tratos y ejercicios que mis pastores, y todos los demás de aquella marina, tenían de aquellos que había oído leer que tenían los pastores de los libros; porque si los míos cantaban, no eran canciones acordadas y bien compuestas, sino un «Cata el lobo dó va, Juanica» y otras cosas semejantes; y esto no al son de chirumbelas, rabeles o gaitas, sino al que hacía el dar un cayado con otro o al de algunas tejuelas puestas entre los dedos; y no con voces delicadas, sonoras y admirables, sino con voces roncas, que, solas o juntas, parecía, no que cantaban, sino que gritaban o gruñían. Lo más del día se les pasaba espulgándose o remendando sus abarcas; ni entre ellos se nombraban Amarilis, Fílidas, Galateas y Dianas, ni había Lisardos, Lausos, Jacintos ni Riselos; todos eran Antones, Domingos, Pablos o Llorentes; por donde vine a entender lo que pienso que deben de creer todos: que todos aquellos libros son cosas soñadas y bien escritas para entretenimiento de los ociosos, y no verdad alguna; que, a serlo, entre mis pastores hubiera alguna reliquia de aquella felicísima vida, y de aquellos amenos prados, espaciosas selvas, sagrados montes, hermosos jardines, arroyos claros y cristalinas fuentes, y de aquellos tan honestos cuanto bien declarados requiebros, y de aquel desmayarse aquí el pastor, allí la pastora, acullá resonar la zampoña del uno, acá el caramillo del otro.

No obstante, La Galatea es más que una obra de mero principiante: expresa en una mezcla de prosa y versos intercalados, a través de la búsqueda de una imposible armonía de almas y cuerpos, el sueño de la «Edad de Oro».

Comisiones andaluzas

A principios de junio de 1587, se encuentra Cervantes en Sevilla, tras haberse despedido de su mujer en circunstancias mal conocidas. Tal vez frustrado en sus aspiraciones literarias, y poco dispuesto a dedicar el resto de su vida al cuidado de los olivos y viñedos de su suegra, tal vez atraído por ocupaciones más acordes con su deseo de independencia, aprovecha los preparativos de la expedición naval contra Inglaterra, decretada por Felipe II, para conseguir un empleo de comisario, encargado del suministro de trigo y aceite a la flota, bajo las órdenes del comisario general Antonio de Guevara.

Proveído con este cargo, recorre los caminos de Andalucía para proceder a las requisas que le corresponde cumplir, muy mal recibidas por campesinos ricos y

canónigos prebendados, aún más reticentes después del desastre, en el verano de 1588, de la Armada Invencible. Deseoso de conseguir un oficio en el Nuevo Mundo, presenta el 21 de mayo de 1590, acompañada con su hoja de servicios, una demanda al Presidente del Consejo de Indias, destinada al Rey. En ella menciona, entre «los tres o cuatro que al presente están vaccos», «la contaduría del nuevo reyno de Granada», la «gobernación de la provincia de Soconusco en Guatimala», el de «contador de la galeras de Cartagena» y el de «corregidor de la ciudad de la Paz», concluyendo que «con qualquiera de estos officios que V. M. le haga merced, la resçiuirá, porque es hombre auil y suffiçiente y benemérito para que V. M. le haga merced». El 6 de junio, el doctor Núñez Morquecho, relator del Consejo, inserta al margen del documento una negativa expresada en los siguientes términos: «Busque por acá en que se le haga merced».

Mientras tanto, a los procedimientos dilatorios que le oponen sus proveedores, especialmente en Écija y Teba, a la excomunión fulminada contra él, a petición de algún canónigo reacio, por el vicario general de Sevilla, al encarcelamiento que le impone, en 1592, el corregidor de Castro del Río, por venta ilegal de trigo, se suman las acusaciones de sus adversarios y los abusos de sus ayudantes, hasta abril de 1594, momento en que se pone fin al complejo sistema de comisiones iniciado siete años antes.

Por cierto, como contrapartida de esta penosa experiencia, la fascinación que ejerce Sevilla sobre Cervantes contribuye a explicar sus prolongadas estancias a orillas del Guadalquivir, lejos de Esquivias y de su esposa: acumula de esta forma un rico caudal de experiencias, aprovechado por él en la elaboración de sus obras de ambiente sevillano, como la comedia de El Rufián dichoso o, entre las Novelas ejemplares, El Celoso extremeño, Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros. Ahora bien, a falta de datos concretos, difícil se nos hace apreciar el proceso que lo llevó de la experiencia viva a la creación literaria. Por lo que se refiere a su actividad de escritor, los pocos indicios de que disponemos -si se hace caso omiso de la historia del Cautivo, probablemente redactada hacia 1590 e incluida ulteriormente en la Primera parte del Quijote- son alguna que otra poesía de circunstancia y el contrato (a todas luces no cumplido), firmado en 1592 con Rodrigo Osorio, autor de comedias, por el que se comprometía a componer seis comedias «en los tiempos que pudiere».

Encarcelamiento

En agosto de 1594 se ofrece a Miguel de Cervantes Saavedra que ostenta desde hace cuatro años un segundo apellido, tomado sin duda de uno de sus parientes lejanos una nueva comisión que lo lleva a recorrer el reino de Granada, con el fin de recaudar dos millones y medio de maravedís de atrasos de cuentas. Al cabo de sucesivas etapas en Guadix, Baza, Motril, Ronda y Vélez-Málaga, marcadas por enojosas complicaciones, finaliza su gira y regresa a Sevilla. Es entonces cuando la bancarrota del negociante Simón Freire, en cuya casa había depositado las cantidades recaudadas, incita a su fiador, el sospechoso Francisco Suárez Gasco, a pedir su comparecencia. Pero el juez Vallejo, encargado de notificar esta orden al comisario, lo envía a la cárcel real de Sevilla, cometiendo, por torpeza o por malicia, un auténtico abuso de poder.

Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor probabilidad que la de Castro del Río, la misma donde se engendró el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste

ruido hace su habitación», y en la cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años más tarde le valdría una tardía consagración.

No conocemos la fecha exacta en que Cervantes recobró la libertad. Pero conservamos la respuesta del rey a su demanda, por la que se conminaba a Vallejo

soltar al prisionero a fin de que se presentara en Madrid en un plazo de treinta días. No se sabe si éste cumplió el mandamiento, pero al parecer, se despide definitivamente de Sevilla en el verano de 1600, en el momento en que baja a Andalucía la terrible peste negra que, un año antes, había diezmado Castilla.

Entretanto, el 13 de septiembre de 1598, había muerto el Rey Prudente, acontecimiento que va a inspirar a nuestro escritor el famoso soneto al túmulo del rey Felipe II en Sevilla:

    «¡Voto a Dios que me espanta esta grandezay que diera un doblón por describilla!;porque, ¿a quién no suspende y maravillaesta máquina insigne, esta braveza?

   ¡Por Jesucristo vivo, cada piezavale más que un millón, y que es mancillaque esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,Roma triunfante en ánimo y riqueza!

   ¡Apostaré que la ánima del muerto,por gozar este sitio, hoy ha dejadoel cielo, de que goza eternamente!».

   Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es ciertolo que dice voacé, seor soldado,y quien dijere lo contrario miente!».

   Y luego encontinentecaló el chapeo, requirió la espada,miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Un soneto que consideraba como el mejor de sus escritos y que los muchachos españoles, en tiempos no muy remotos, aprendían de memoria en el colegio. Otro poema en quintillas que se le atribuye puntualiza con notable ironía el desastre financiero que ensombreció los últimos años del reinado: «Quedar las arcas vacías / donde se encerraba el oro / que dicen que recogías, / nos muestra que tu tesoro / en el cielo lo escondías».

El ingenioso hidalgo

Como queda dicho, se ignora casi todo de la vida de Cervantes durante aquellos años decisivos en que se desarrolla el proceso de redacción de la Primera parte del Quijote. En agosto de 1600 está atestiguada su presencia en Toledo. En enero de 1602 asiste en Esquivias al bautismo de una hija de un matrimonio amigo, pocos meses antes de publicarse el último retoño de los libros de caballerías que tanta acogida tuvieron en la centuria anterior: el Policisne de Boecia, cuya huella se observa en una de las historias interpoladas.

En el verano de 1604, con toda probabilidad, se traslada con su mujer a Valladolid, elegida por Felipe III como nueva sede del reino, donde se reúne con sus hermanas y su hija Isabel, residentes hasta entonces en Madrid. Allí es donde encuentra a un editor en la persona de Francisco de Robles, el propio hijo de Blas de Robles, que, en otro tiempo, había publicado La Galatea. Mientras consigue, el 26 de septiembre, el privilegio real que necesitaba, se difunde la noticia de la próxima publicación de su nuevo libro, recogida por Lope de Vega en una carta de su puño y letra, y por López de Úbeda, el autor de La pícara Justina. En los últimos días de diciembre de 1604, sale el Quijote de las prensas madrileñas de Juan de la Cuesta, y muy pronto se observan los primeros indicios de su éxito: en marzo del año siguiente, en el momento en que Cervantes obtiene un nuevo privilegio, que extiende a Portugal y Aragón el que se le había concedido para Castilla, se publican en Lisboa dos ediciones piratas y entra en el telar la segunda edición madrileña, que sale a luz antes del verano. Mientras tanto, los primeros cargamentos de la princeps son registrados en Sevilla y enviados a las Indias. Por las mismas fechas, don Quijote y Sancho aparecen por todas partes en los cortejos, bailes y mascaradas cuyo pretexto proporciona la actualidad, desfilando en junio en Valladolid, durante las fiestas dadas en honor del embajador inglés, lord Howard, con motivo de la ratificación de las paces firmadas el año anterior con el rey Jacobo I.

Pocos días después, a finales de junio, ocurre un extraño suceso en el que aparece mezclado nuestro autor: la muerte violenta de un caballero de Santiago, Gaspar de Ezpeleta. Herido a consecuencia de un duelo nocturno, ocurrido en el arrabal donde vivía el escritor con su familia, es recogido por éste en su casa y fallece dos días después sin haber confesado el nombre de su agresor. La investigación emprendida por el alcalde de Corte Villarroel, las deposiciones recogidas en el proceso, conservado en el archivo de la Real Academia Española, el encarcelamiento, durante un par de días, del autor del Quijote, a raíz de las insinuaciones de una vecina en contra de la conducta de sus hermanas y de su hija, arrojan una curiosa luz sobre la condición y vida del escritor y de sus familiares.

De la deposición de Andrea de Cervantes se infiere que, en esos años, su hermano era «un hombre que escribe e trata negocios, e que por su buena habilidad tiene amigos». Entre estos amigos figuraban un asentista genovés, Agustín Raggio, vinculado a toda una red de negociantes italianos establecidos en Génova, Amberes y Madrid, y un financiero portugués, Simón Méndez, tesorero general y recaudador mayor de los diezmos de la mar de Castilla y Galicia; también un gentilhombre de cámara de los reyes Felipe II y Felipe III, Fernando de Toledo, señor de Higares, implicado en proyectos arbitristas que le llevarían a gastar de manera dispendiosa sus caudales. No deja de llamar nuestra atención la «otra cara», si se la puede llamar así, del autor del Quijote y, más concretamente, el hecho de que un ex recaudador de impuestos mantuviera relaciones con estos representantes del mundo de los negocios, algunos de los cuales, debido a sus deudas, tenían dificultades con la justicia, en una coyuntura marcada por el naufragio de los mercaderes castellanos y el enriquecimiento espectacular de varios genoveses.

En la Villa y Corte

Tras el regreso de la Corte a Madrid, Cervantes se establece con su familia en el barrio de Atocha, detrás del hospital de Antón Martín, donde se le sabe alojado en febrero de 1608. Un año más tarde, se muda a la calle de la Magdalena, cerca del palacio del duque de Pastrana, y luego, en 1610, a la calle de León, en lo que se llamaba entonces el «barrio de las Musas», donde también vivieron, entre otros escritores, Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Vélez de Guevara. En los primeros meses de 1612, se traslada a una casa próxima, detrás del cementerio de San Sebastián, en la calle de las Huertas, «frontera de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos». Por fin, en el otoño de 1615, abandona esta morada por otra, situada en la esquina de la calle de Francos y de la calle de León.

Durante aquellos ocho años que le quedan de vida, no se aventura mucho fuera de la capital, salvo para breves estancias en Alcalá y Esquivias. La única circunstancia en la que su destino estuvo a punto de tomar otro rumbo fue, en la primavera de 1610, el nombramiento del conde de Lemos, protector suyo, como virrey de Nápoles. Cervantes, lo mismo que Góngora, abrigó el sueño de formar parte de su corte literaria; y de los indicios sacados por Martín de Riquer de un minucioso examen de los capítulos que, en la Segunda parte del Quijote, refieren la estancia del caballero manchego en Barcelona, se infiere que bien pudo el escritor emprender el viaje a la ciudad condal, en vísperas de la partida de Lemos, para defender sus pretensiones. Pero no consiguió del secretario del virrey, el poeta Lupercio Leonardo de Argensola, ni tampoco de su hermano Bartolomé, la confirmación de sus promesas. Como dirá en el Viaje del Parnaso, con cierta ironía melancólica:

    «Que no me han de escuchar estoy temiendo»,le repliqué; «y así, el ir yo no importa,puesto que en todo obedecer pretendo.

   Que no sé quién me dice y quién me exhortaque tienen para mí, a lo que imagino,la voluntad, como la vista, corta.

   Que si esto así no fuera, este caminocon tan pobre recámara no hiciera,ni diera en un tan hondo desatino.

   Pues si alguna promesa se cumplierade aquellas muchas que al partir me hicieron,lléveme Dios si entrara en tu galera.

   Mucho esperé, si mucho prometieron,mas podía ser que ocupaciones nuevasles obligue a olvidar lo que dijeron.

(III, vv. 175-89)

Varios acontecimientos de índole familiar marcan la vida del escritor durante esos años: en primer lugar, sus desavenencias con su hija Isabel y sus dos yernos sucesivos, Diego Sanz y Luis de Molina, por asuntos de dinero y por la posesión de una casa situada en la calle de la Montera, cuyo legítimo dueño era un tal Juan de Urbina, secretario del duque de Saboya, quien, al parecer, mantuvo con Isabel un trato no

exento de sospechas; luego, una sucesión de muertes: la de su hermana mayor, Andrea, ocurrida súbitamente en octubre de 1609, la de su nieta Isabel Sanz, seis meses más tarde, y la de Magdalena, su hermana menor, en enero de 1610.

Tal vez deban relacionarse estos sucesos con un acercamiento cada vez mayor del escritor a la vida de devoción: en abril de 1609, se afilia a la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento, sin que sepamos si llegó a acatar las estrictas reglas que ésta imponía a sus miembros, como ayuno y abstinencia los días prescritos, asistencia cotidiana a los oficios, ejercicios espirituales y visita de hospitales; en julio de 1613, se le admite como novicio de la Orden Tercera de San Francisco, a semejanza de su mujer y de sus hermanas; el 2 de abril de 1616, poco antes de morir, pronuncia sus votos definitivos.

A primera vista, esta gravitación no concuerda con las pullas irónicas y las alusiones impertinentes a las cosas de la Iglesia que recorren los textos cervantinos; parece contradecir su crítica de ciertas prácticas supersticiosas -observancia formal de los ritos, devoción interesada en las almas del Purgatorio- habituales entre sus contemporáneos. En realidad, en este desacuerdo con el tono medio de su época se trasluce a veces el influjo de determinadas corrientes de pensamiento: pudo proceder ocasionalmente de la lectura de Erasmo, así como de ciertos aspectos de la espiritualidad franciscana, muy adicta a la devoción interior; pero el humanismo de Cervantes, formado muy lejos del polvo de las bibliotecas, se fraguó en gran parte en la escuela de la vida y de la adversidad. Por otra parte, en cuanto salimos del terreno de su ideario, es empresa azarosa la de captar la espiritualidad del autor del Quijote, sabiendo que ésta hubo de trascender, por definición, las operaciones del entendimiento: a fin de cuentas, se nos escapa irremediablemente, lo mismo que el «yo» secreto del creyente que fue Cervantes. Por eso, el fervor que pregona al final de su vida no ha de interpretarse como una mera precaución frente a los guardianes de la ortodoxia o una concesión dispensada a sus hermanas. Por cierto, la Congregación del Santísimo Sacramento, fundada bajo el doble patrocinio del duque de Lerma y de su tío, el cardenal de Sandoval, era también una academia literaria a la que asistieron Vicente Espinel, Quevedo, Salas Barbadillo y Vélez de Guevara, y en la que se cortejaba a las Musas con la bendición de Nuestro Señor. Pero las formas que reviste su compromiso se nos aparecen ante todo como el fruto de una decisión meditada, la de un hombre que trató de unir la fe y las obras en el crepúsculo de su vida.

El taller cervantino

Ahora bien, lo que más llama nuestra atención, durante estos años, es el retorno definitivo del escritor a las letras, en un momento en que su fama empieza a extenderse más allá de los Pirineos. Participa en las justas literarias que se celebran en la Academia Selvaje, fundada por don Francisco de Silva y Mendoza, cuyas sesiones tenían lugar en su palacio de la calle de Atocha y donde, un día de marzo de 1612, Lope de Vega le pedirá, para leer sus propios versos, unos antojos «que parecían -según nos dice el Fénix- huevos estrellados».

Mientras, salen a luz nuevas ediciones del Quijote -en Bruselas en 1607, en Madrid en 1608-, Thomas Shelton pone en el telar The Delightful History of the Valorous and Witty Knigh-Errant Don Quixote of the Mancha, en una sabrosa versión inglesa que aparecerá en 1612. Por su parte, en 1611, César Oudin comienza a verter el Quijote a lengua francesa: necesitará cuatro años para rematar su tarea.

Entretanto, Cervantes acaba de componer las doce obras que van a formar la colección de las Novelas ejemplares: algunas, con toda probabilidad, fueron escritas en el período de sus comisiones andaluzas, como Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño, ya que se incorporaron, en una primera versión, a una miscelánea compuesta por un racionero de la catedral de Sevilla, Francisco de Porras, para

entretener los ocios de su amo, el cardenal Niño de Guevara; otras parecen contemporáneas de su estancia en Valladolid; otras, como La Gitanilla o El coloquio de los Perros, resultan a todas luces más tardías, a juzgar por las alusiones que encierran al retorno de la Corte a Madrid o a la hostilidad creciente de la opinión contra los moriscos, cuya expulsión fue decretada en 1609, pero sin que la cronología de estas obras pueda establecerse de modo certero. Conseguida la aprobación oficial en julio de 1612, el volumen sale de las prensas de Juan de la Cuesta en julio del año siguiente, con una dedicatoria a aquel conde de Lemos al que Cervantes había esperado acompañar a Italia. Mención especial merece el prólogo, obra de un escritor cuyo rostro, en su vida, no inspiró a ningún pintor, pero que se complace en bosquejar un admirable autorretrato:

Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis [...]; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha [...]. Llámase comúnmente Miguel de Cervantes Saavedra. Fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo; herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos ni esperan ver los venideros [...].

Tan significativo como este trozo de antología -el único retrato digno de fe que se conserve del escritor- viene a ser el modo como Cervantes reivindica en este prólogo su primacía: «Y más que me doy a entender, y es así -declara- que yo soy el primero que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías propias, no imitadas ni hurtadas, y van creciendo en brazos de la estampa».

Efectivamente, lo que se había escrito antes del siglo XVII en España, eran cuentos y apólogos en la estricta observancia de las formas canónicas que la Edad Media había legado al Renacimiento, y según un patrón mantenido por las llamadas patrañas de Joan Timoneda. Fuera de la singular excepción de la Historia del Abencerraje y de las cuatro narraciones interpoladas por Mateo Alemán en su Guzmán de Alfarache, las obras características del género habían sido importadas de Italia: los cuentos del Boccaccio, previamente expurgados por la Inquisición romana, y las fábulas de sus émulos, como las Historias trágicas y ejemplares de Matteo Bandello o los Hecatommithi de Giraldi Cintio que, en versión castellana, habían adquirido carta de ciudadanía en España.

Nada más salir de la imprenta, las novelas cervantinas van a conocer un éxito fulgurante: mientras se publican en España cuatro ediciones en diez meses, a las que seguirán veintitrés más al hilo del siglo, los lectores franceses le rinden un auténtico culto: traducidas en 1615 por Rosset y D'Audiguier, reeditadas en ocho

ocasiones durante el siglo XVII, las Novelas ejemplares, abiertamente preferidas al Quijote, serán el libro de cabecera de todos los que presumen de practicar el español.

Contemporáneo de las Novelas es el Viaje del Parnaso, compuesto «a imitación del de César Caporal Perusino», cuyo prólogo data de 1613, y que no será publicado hasta noviembre de 1614. La odisea imaginaria que nos cuenta Cervantes, inspirada efectivamente en el Viaggio in Parnaso de Cesare Caporali, un escritor menor oriundo de Perugia, lo lleva desde Madrid hasta Grecia, tras haber embarcado en Cartagena y costeado Italia. Allí presta ayuda a Apolo para desbaratar un ejército de veinte mil poetastros, antes de volver a Nápoles y encontrarse finalmente en Madrid, donde descubre que todo fue un sueño. Epopeya burlesca de más de tres mil endecasílabos, complementada por una Adjunta en prosa donde Cervantes nos refiere un supuesto encuentro, ante su casa de la calle de las Huertas, con un tal Pancracio de Roncesvalles, el Viaje del Parnaso contiene desde luego partes muertas, y el desfile de poetas enumerados en él va acompañado de alusiones difíciles de descifrar. En cambio, resalta lo que nos dice el autor de sus propios escritos, así como lo que nos deja entrever de sus ideas y preferencias literarias, al hilo de una peregrinación a las fuentes cargada con el recuerdo de sus aventuras pasadas. En este espacio remodelado por la memoria emerge poco a poco un hombre que, más allá de la comprobación lúcida de sus desilusiones, construye e impone su propio yo a través de sus contradicciones mismas, en la confluencia de lo vivido y de lo imaginario.

Cervantes prosigue esta labor creadora en un momento en que la pasión por el teatro, vivida por él desde la adolescencia, se ha apoderado de España entera. Tras la reapertura de los corrales, cerrados durante varios meses tras la muerte de Felipe II, el retorno de la Corte a Madrid había creado las condiciones para el nuevo impulso que poetas y comediantes, artífices de una auténtica producción masiva, iban a dar a la farándula. Respaldado por una cohorte de discípulos, Lope de Vega, con su fecundidad y su invención, se ha convertido en el ídolo del vulgo y de los discretos. Atento a guiar la demanda del público, en vez de limitarse a responder a ella día a día, el Fénix vigila ahora la publicación de sus comedias, reunidas en Partes, mientras acaba de ofrecer a la Academia de Madrid las primicias de su Arte nuevo de hacer comedias, compuesto entre 1605 y 1608, donde declara «hablar en necio» para enunciar y defender sus innovaciones, subrayando la eficacia de su fórmula. En 1605, Miguel, por boca del Canónigo y del Cura del Quijote, le había reprochado, aunque sin nombrarlo, sus complacencias y su facilidad, dedicando unas frases agridulces a «un felicísimo ingenio de estos reinos, cuyas comedias, por querer acomodarse al gusto de los representantes, no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la perfección que requieren». Ahora, a juzgar por lo que se nos dice al principio de la segunda jornada del Rufián dichoso, parece admitir que «los tiempos mudan las cosas y perfeccionan las artes». Pero no cabe exagerar el alcance del cambio operado, puesto que «añadir a lo inventado no es dificultad notable». Y, a la hora de reconocer, al final de su vida, la manera como Lope supo avasallar y poner «debajo de su jurisdicción a todos los farsantes», la monarquía ejercida por el Fénix se le aparece como la de un hábil negociante y el éxito de su repertorio no tiene, según él, más explicación que su perfecta adecuación con el gusto reinante.

Las reticencias de Cervantes ante la comedia lopesca nos permiten entender el rechazo que, desde su regreso a Madrid, recibió de los profesionales del gremio -los todopoderosos «autores de comedias»- que se negaron a incorporar a su repertorio las obras que había compuesto al volver a su «antigua ociosidad». Según vimos más arriba, queda patente su desilusión, tal como la confiesa con acento conmovedor en lo que será el prólogo a sus Ocho comedias: «pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas, volví a componer algunas comedias; pero no hallé pájaros en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me las pidiese, puesto que sabían que las

tenía, y así las arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo silencio». Así se nos explica su decisión de prescindir de los comediantes. El 22 de julio de 1614, en la Adjunta al Parnaso, había revelado su nuevo designio: en vez de hacer representar sus piezas, darlas a la imprenta, ofreciéndolas a un público de lectores adictos, «para que se vea de espacio lo que pasa apriesa, y se disimula, o no se entiende, cuando las representan». En septiembre de 1615, se cumple esta insólita determinación que, en contra de los usos establecidos, invertí a los procedimientos habituales de difusión: el librero Juan de Villarroel pone en venta un volumen titulado, de modo significativo, Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados.

Las obras así reunidas se compusieron, al parecer, en distintos momentos, sin que nos sea posible reconstruir su cronología. Pero no hay duda de que su publicación las salvó de un irremediable olvido, en tanto que el admirable prólogo que abre la colección nos ofrece un testimonio de primera importancia: no sólo sobre el divorcio de Cervantes con el mundo de la escena, sino sobre la visión que tuvo del advenimiento de uno de los tres grandes teatros que conoció la Europa clásica, y sobre la forma en que se resignó a no ser más que su precursor.

Avellaneda

Empresa de más altos vuelos va a ser, durante aquellos años, la continuación de las aventuras de don Quijote y Sancho: una Segunda parte anunciada por el autor al final de la Primera, con la promesa de que la última salida del ingenioso hidalgo acabaría con su muerte. Se suele afirmar que inició su redacción pocos meses después del regreso a Madrid, tal vez a petición de Robles; pero tuvo a buen seguro que suspenderla en varias

ocasiones, para llevar a cabo las demás obras que tenía en el telar. En el prólogo a las Novelas ejemplares, redactado en 1612 y publicado, como ya vimos, en el verano de 1613, Cervantes informaba a su lector que pronto iba a ver, «y con brevedad dilatadas, las hazañas de don Quijote y donaires de Sancho Panza». Un año más tarde, pone fecha del 20 de julio de 1614 a una carta de Sancho a su mujer Teresa, incluida a medio camino, en el capítulo 36. Durante el verano, en poco más de dos meses, no redacta menos de 23 capítulos. Es entonces cuando aparece en Tarragona, al cuidado del librero Felipe Roberto, el Segundo tomo de las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas.

No era la primera vez que un libro de éxito suscitaba émulos: La Celestina, el Lazarillo de Tormes, la Diana de Montemayor habían inspirado, en el siglo XVI, continuaciones más o menos fieles al original. En años más cercanos, Mateo Luján de Sayavedra había dado a luz una Segunda parte del Guzmán de Alfarache, mientras Mateo Alemán trabajaba en la finalización de la suya. Ahora bien, este Quijote apócrifo era producto de una superchería, corroborada por una cascada de falsificaciones que afectan a la vez a la aprobación del libro, al permiso de impresión, al nombre del impresor y al lugar de publicación. Además, el nombre de Avellaneda no era más que una máscara, detrás de la cual se escondía un desconocido que, hasta la fecha no se ha podido identificar. Hace algunos años, Martín de Riquer abrió una pista a partir de varios indicios -tics de escritura, incorrecciones y torpezas de estilo, repetidas alusiones al rosario- que denunciarían a Jerónimo de Pasamonte, soldado y escritor que, en el capítulo 32 de la Primera parte, parece haber inspirado el personaje del galeote Ginés de Pasamonte, metamorfoseado, en la Segunda, en Maese Pedro, el famoso titiritero.

De origen aragonés, Jerónimo de Pasamonte habría puesto su pluma al servicio de Lope de Vega para cortar el camino a Cervantes. Con todo, como ha mostrado el llorado Edward C. Riley, esta hipótesis carece de argumentos realmente probatorios. No obstante, cualquiera que sea la identificación propuesta, el prólogo de Avellaneda, atribuido por algunos a Lope de Vega, hirió profundamente a Cervantes, al invitarle a bajar los humos y mostrar mayor modestia, además de burlarse de su edad y acusarle, sobre todo, de tener «más lengua que manos», concluyendo con la siguiente advertencia: «Conténtese con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus Novelas: no nos canse».

Cervantes contestó con dignidad a estas acusaciones. Mateo Alemán, en la Segunda parte del Guzmán de Alfarache, llega a contarnos cómo Mateo Luján roba a Guzmán antes de hacerse su cómplice y, tras embarcar con él rumbo a Barcelona, enloquece y se arroja al mar. Nuestro escritor prefirió buscar otro camino: primero, reivindica en el prólogo su manquedad, nacida, según adelantamos, «en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros»; luego, en la misma narración, hace que don Quijote llegue a hojear el libro de Avellaneda, al coincidir en una venta con dos de sus lectores, decepcionados por las necedades que acaban de leer; por fin, incorpora a la trama del suyo a don Álvaro Tarfe, uno de los personajes inventados por el plagiario, dándole oportunidad para conocer al verdadero don Quijote y comprender que el héroe de Avellaneda se hizo pasar por otro que él.

Este último episodio es inmediatamente anterior al fin de las aventuras verdaderas del caballero. En enero de 1615, quedan concluidos los últimos capítulos del libro. A finales de octubre, están redactados el prólogo y la dedicatoria al conde de Lemos. En los últimos días de noviembre sale a luz la Segunda Parte del Ingenioso Caballero Don Quixote de la Mancha. Por Miguel de Cervantes, autor de su primera parte: una segunda parte «cortada del mismo artífice y del mesmo paño que la primera», pero en un relato «dilatado» de sus nuevas aventuras, es decir prolongado, llevado hasta su término y, también, ampliado y agrandado; una segunda parte que llevó la novela a su perfección, asegurándole una consagración inmediata, confirmada en adelante por la posteridad.

De la fama que Cervantes había llegado entonces a tener, más allá de los Pirineos, se hace eco una anécdota recogida en su aprobación por el licenciado Francisco Márquez Torres, uno de los censores de la Segunda parte. En febrero de 1615, unos caballeros franceses que acompañaban al embajador Sillery, enviado a España para negociar la unión de Luis XIII con Ana de Austria, fueron a visitar al cardenal Sandoval y Rojas, protector de nuestro escritor. Al enterarse de la labor que Márquez Torres estaba desempeñando, «apenas oyeron el nombre de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la estimación que así en Francia como en los reinos sus confinantes se tenía de sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi de memoria, la primera parte désta, y las Novelas [...]». «Preguntáronme muy por menor de su edad, su profesión, calidad y cantidad -prosigue Márquez Torres-. Halléme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre».

Agonía y muerte

Durante los últimos meses de su vida, Cervantes dedica las pocas fuerzas que le quedan a concluir otra empresa iniciada hace tiempo, quizá durante el período andaluz, luego

suspendida durante años, y que quiere ahora llevar a su término: Los trabajos de Persiles y Sigismunda, «historia septentrional» cortada por el patrón de la novela griega. Ésta había sido exhumada por los humanistas del Renacimiento, al traducir o adaptar al castellano Teágenes y Cariclea, de Heliodoro y Leucipe y Clitofonte, de Aquiles Tacio, abriendo a la imaginación las dos vías de acceso -la de lo insólito y la del azar y de la sorpresa- a lo que Aristóteles, en su teoría de lo verosímil, llamaba «lo posible extraordinario».

Tras prometer el Persiles, año tras año, en el prólogo de las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso y la dedicatoria de la Segunda parte del Quijote, Cervantes concluye su redacción cuatro días antes de su muerte. Será su viuda la que entregue el manuscrito a Villarroel, quien lo publicará póstumo, en enero de 1617.

En cambio, no sabemos si Cervantes llegó a concretar otros proyectos, de los que dan cuenta prólogos y dedicatorias: una comedia, titulada El engaño a los ojos, una novela, El famoso Bernardo, una colección de novelas, Las semanas del jardín, sin olvidar la siempre prometida segunda parte de La Galatea.

Algunas de las anécdotas relativas a sus últimos momentos deben ser examinadas con precaución. Se sabe, por ejemplo, gracias a Antonio Rodríguez-Moñino, que la conmovedora carta del 26 de marzo de 1616, dirigida al cardenal Sandoval y Rojas, es una falsificación. Por lo que se refiere al viaje de Esquivias a Toledo, referido por Cervantes en el prólogo del Persiles, así como el encuentro con un estudiante admirador de su persona, es más bien efecto de una fantasía literaria si nos atenemos a las circunstancias precisas en que se supone que tuvo lugar. El 18 de abril, fecha en que recibe los últimos sacramentos, nuestro escritor se sabe condenado. La sed inextinguible de que él mismo da cuenta en esta relación parece síntoma de una diabetes, enfermedad sin remisión en aquella época, más que de la hidropesía diagnosticada por el supuesto estudiante. Al día siguiente de la ceremonia, aprovecha un breve respiro para dirigir al conde de Lemos una admirable dedicatoria:

Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: Puesto ya el pie en el estribo, quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras la puedo comenzar, diciendo: Puesto ya el pie en el estribo / Con las ansias de la muerte, / Gran señor, ésta te escribo. Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo la ida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies a vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento de ver a vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos, por lo menos sepa vuesa Excelencia este mi deseo.

El 20 de abril, dicta de un tirón el prólogo del Persiles, y concluye dirigiéndose al lector:

Mi vida se va acabando y al paso de las efemérides de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo, acabaré yo la de mi vida [...]. Adiós gracias; adiós donaires; adiós, regocijados amigos: que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida.

El viernes 22 de abril, Miguel de Cervantes rinde el último suspiro. Al día siguiente, en los registros de San Sebastián, su parroquia, se consigna que su muerte ha ocurrido el sábado 23, de acuerdo con la costumbre de la época, que sólo se quedaba con la fecha del entierro: como se sabe, es ésta última la que se conoce hoy en día, y en que se celebra cada año en España el Día del Libro. Cervantes fue inhumado en el convento de las Trinitarias, según la regla de la Orden Tercera, con el rostro descubierto y vestido con el sayal de los franciscanos. Pero sus restos fueron dispersados a finales del siglo XVII, durante la reconstrucción del convento. En cuanto a su testamento, se perdió. Quedan las obras del «raro inventor», como él mismo se llama en el Viaje del Parnaso, a quien el Quijote le valió entrar en la leyenda.

Posteridad

A los cervantistas de la Ilustración -Mayans y Siscar, Vicente de los Ríos, Juan Antonio Pellicer- se debe un primer acopio de datos, sacados en su mayoría de la obra del Manco de Lepanto, a partir de los cuales van a elaborar una narración de su vida no exenta de errores. Durante el reinado de Fernando VII, Fernández de Navarrete encuentra y publica una serie de documentos, profundizando su examen crítico en un alarde de erudición que se sistematizará en los años posteriores. Pero, si bien se hace así más densa la trama de los acontecimientos, el perfil que se bosqueja ahora de Cervantes permanece sin cambiar: para decirlo con frase de Navarrete, éste se impone como «uno de aquellos hombres que el cielo concede de cuando en cuando a los hombres para consolarnos de su miseria y pequeñez». Escritor clásico por antonomasia, trasciende gustos y modas, sin padecer, como Góngora, Quevedo o Calderón, la condena del barroco. Así es como llega a encarnar el genio hispano, en su vertiente nacional y universal, en un momento en que España se esfuerza en reivindicar el lugar que ha de corresponderle en el concierto de las naciones civilizadas.

Durante el siglo XIX, en la estela de la escuela romántica inglesa que se mostró capaz, con Boswell y Carlyle, de abrir nuevos caminos al género biográfico, se adscribe como finalidad a los cervantistas la representación auténtica del autor del Quijote, al que se pretende captar en su totalidad y su intimidad a la vez. En los inicios de la Restauración expone Ramón León Máinez, en 1876, un proyecto de biografía total. Pero no consigue poner en obra su ambicioso programa, a falta de poder alcanzar por vía racional la verdad íntegra de una existencia singular. Tan sólo perdura, como legado del biografismo romántico, la voluntad de someter la representación de la vida de Cervantes al imperialismo del testimonio autentificador. Así es como se hace cada vez más patente, en este proceso de reconstrucción, el peso de las fuentes, hasta tal punto que, con el triunfo del positivismo erudito, la pesquisa documental acaba por cobrar plena autonomía. Especial mención merece, en este particular, la benemérita labor de Cristóbal Pérez Pastor y de Francisco Rodríguez Marín, en los primeros años del siglo XX. Así y todo, ninguno de ellos pretende compendiar los frutos dispersos de sus descubrimientos, para reconstruir la concatenación de los acontecimientos e incorporarlos a la misma sustancia del vivir cervantino.

El que pretende cumplir, con notable retraso, las aspiraciones difusas de los románticos será, a mediados del siglo pasado, Luis Astrana Marín, con su Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes. Esta obra monumental continúa siendo referencia insustituible por la cantidad de informaciones que nos proporciona. Con todo,

sigue perpetuando un tipo de aproximación totalmente anacrónico, limitado a la mera suma de las actividades controladas y conscientes del autor del Quijote. Aunque venga acumulando datos, Astrana Marín no elabora ningún esquema capaz de llevarnos más allá de la estampa estereotipada de un ser heroico y ejemplar. Cervantes, según sus propios términos, resulta para él «todo un hombre o, más bien, un superhombre que vive y muere abrazado a la Humanidad». Esta supuesta verdad esencial del Cervantes en sí acaba por eliminar la verdad efectiva del Cervantes para sí, en una trasfiguración que desemboca, en última instancia, en una desfiguración del biografiado.

La labor desempeñada por los actuales biógrafos de Cervantes tiende, por el contrario, a asentarse en una metodología rigurosa: primero estableciendo, con todo el rigor requerido, lo que se sabe de su vida y separando lo fabuloso de lo cierto y de lo verosímil; también situándolo en su época, en tanto que actor oscuro y testigo lúcido de un momento decisivo de la historia de España; por último, siguiendo hasta donde sea posible el movimiento de una existencia que, de proyecto que fue inicialmente, se ha convertido en un destino que nos esforzamos por volver inteligible. Pero el laconismo de los documentos, en lo que toca al cómo de la vida del autor del Quijote, se convierte en mutismo cuando tratamos de indagar su porqué. De ahí la fascinación que sus obras ejercen sobre nosotros, en nuestro deseo de acercarnos a su intimidad, llevándonos a aventurarnos en el terreno resbaladizo del conocimiento de un ser inasequible que, en otro tiempo, se proyectó en un acto de escritura. Así es como se ha intentado encontrar el misterio del «yo» de Cervantes, o bien en su presunta «raza», o bien en una homosexualidad latente. Pero, fuera de que ni ésta ni aquélla están documentalmente comprobadas, los modelos explicativos así propuestos tienden a convertir al individuo y

su conciencia en un mero epifenómeno, una superestructura reductible a unos cuantos elementos. En vista de lo cual, las figuraciones simbólicas que nos proporcionan las ficciones cervantinas pueden dar pie a todo un abanico de argumentos fundadores y, de esta manera, cualquier sistematización de las metáforas obsesivas que se busque en ellas desemboca, inevitablemente, en una triste reunión de fantasmas, dispuestos al gusto del clínico.

Cervantes, cabe afirmarlo con fuerza, estará siempre más allá de cualquier esquema reductor y no hay narración que pueda restituir su expansión vital. Los futuros biógrafos que se adentren por este camino sembrado de escollos siempre tendrán que desconfiar de cualquier clave interpretativa deducida de un modelo teórico formalizado de antemano, aceptando, con plena clarividencia, los compromisos y sacrificios que exige cualquier forma de inteligibilidad de la compleja trama de un determinado vivir.

Bibliografía selecta

ASTRANA MARÍN, Luis, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid: Reus, 1948-1958 (7 vols.).

CANAVAGGIO, Jean, «Vida y literatura de Cervantes en el Quijote», en F. Rico (ed.), Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Barcelona: Crítica, 1998, t. I, págs. XLI-LXVI.

——, Cervantes, Madrid: Espasa, 2003 (actualizada).

——, Cervantes, entre vida y creación, Alcalá de Henares: Centro de Estudios Cervantinos, 2000.

CLOSE, Anthony, «Cervantes: Pensamiento, personalidad, cultura», en F. Rico (ed.), Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, págs. LXVII-LXXXVII.

RIQUER, Martín de, Cervantes en Barcelona, Barcelona: Sirmio, 1989.

——, Cervantes, Passamonte y Avellaneda, Barcelona: Sirmio, 1988.

SÁNCHEZ, Alberto, «Revisión del cautiverio cervantino en Argel», Cervantes, XVII (1997), págs. 7-24.

SLIWA, K., Documentos de Miguel de Cervantes Saavedra, Pamplona: Eunsa, 1999.

Cronología

Florencio Sevilla ArroyoBegoña Rodríguez Rodríguez

AÑO

CERVANTES HISTORIA CULTURA Y LITERATURA

1547

-Miguel de Cervantes, cuarto de los siete hijos del matrimonio entre Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas, es bautizado en la iglesia parroquial de Santa María la Mayor (Alcalá de Henares), el 9 de octubre, por lo que se supone que debió de nacer el día de San Miguel (29 de septiembre).

-Carlos V vence en la Batalla de Mühlberg.

-Enrique II, rey de Francia.

-Jerónimo Fernández, Don Belianís de Grecia (1547-1579). -Tiziano, Carlos V a caballo.

1551

-El padre es encarcelado en Valladolid por deudas.

   

1553

-La familia regresa a Alcalá y comienza su deambular por el Sur (Córdoba), donde está el abuelo Juan de Cervantes.

  -Tiziano, Dánae.

1554

  -El futuro Felipe II, hijo de Carlos V, contrae matrimonio con María Tudor y es nombrado rey de Nápoles.

-Se publican las cuatro primeras ediciones anónimas del Lazarillo de Tormes, en Burgos, Alcalá, Amberes y Medina del Campo.

1555

  -Paz de Augsburgo. -Diego Ortúñez de Calahorra, El caballero del Febo.

1556

-Muere Juan de Cervantes. -Abdicación de Carlos V y coronación de Felipe II.

-Melchor de Ortega, Felixmarte de Hircania.

1557

-Muere Leonor de Torreblanca, esposa de Juan de Cervantes.

-Batalla de San Quintín.  

1558

  -Mueren Carlos V y María Tudor. -Dieta de Francfort. -Advenimiento de Isabel de Inglaterra.

 

1559

  -Paz de Cateau-Cambrésis. -Boda de Felipe II con Isabel de Valois.

-Jorge de Montemayor, La Diana.

1561

  -La Corte se traslada a Madrid, capital del reino, desde Valladolid.

-Anónimo, Historia del Abencerraje y de la hermosa Jarifa.

1563

  -Comienza la edificación del Escorial. -Finaliza el Concilio de Trento.

-Pedro de Luján, El caballero de la Cruz (II).

1564

-El padre de Cervantes está, quizás sin la familia, asentado en Sevilla como médico y, otra vez, endeudado.

-Fracaso turco ante Orán. -Gaspar Gil Polo, La Diana enamorada. -Antonio de Torquemada, Don Olivante de Laura.

1565

-Luisa, hermana de Cervantes, ingresa en el convento carmelita de Alcalá, del que llegaría a ser priora (Luisa de Belén).

-Fracaso turco ante Malta. -Revuelta de los Países Bajos.

-Jerónimo de Contreras, Selva de aventuras. -Juan de Timoneda, El Patrañuelo.

1566

-La familia Cervantes se muda a Madrid, donde el escritor se inicia en la poesía.

-Compromiso de Breda. -El duque de Alba, gobernador de los Países Bajos.

-Luis de Zapata, Carlo famoso.

1567

-Primer poema de Cervantes: un soneto a la infanta Catalina Micaela, publicado con la ayuda de Alonso Getino de Guzmán.

   

1568

-Miguel es discípulo «caro y amado» de Juan López de Hoyos, quien le encarga cuatro poemas laudatorios, incluidos al año siguiente en Exequias de Isabel de Valois.

-Mueren el príncipe Carlos e Isabel de Valois. -Sublevación de los moriscos de Granada en las Alpujarras.

-Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

1569

-Cervantes se traslada, de improviso, a Roma (quizás por haber herido en duelo a Antonio de Sigura), donde servirá de camarero al futuro cardenal Julio Acquaviva. -Información de limpieza de sangre e hidalguía a favor del autor.

  -Alonso de Ercilla, La Araucana. -Juan de Timoneda, Sobremesa y alivio de caminantes.

157 -Dedicatoria de La Galatea -Los turcos ocupan Chipre. -Antonio de Torquemada,

0 a Ascanio Colonna, abad de Santa Sofía. -Cervantes inicia su carrera militar, luego compartida con su hermano Rodrigo, en la compañía de Diego de Urbina.

-Felipe II casa con Ana de Austria. -Se organiza la Liga Santa.

Jardín de flores curiosas.

1571

-Desde el esquife de la galera Marquesa, Cervantes combate en la batalla de Lepanto, donde recibe dos disparos en el pecho y uno en la mano izquierda («El manco de Lepanto»).

-Batalla de Lepanto.

-Finaliza la guerra de las Alpujarras.

 

1572

-Aunque tullido de la mano izquierda, sigue en la milicia (en el tercio de don Lope de Figueroa) y participará, como «soldado aventajado», en varias campañas: Corfú, Modón, Navarino, Túnez, La Goleta, etc.

  -Fray Luis de León es encarcelado por la Inquisición. -Luis de Camoens, Os Lusiadas.

1573

-Sirve en la compañía de Manuel Ponce de León, en Nápoles.

-Mateo Vázquez, secretario de Felipe II. -«Noche de San Bartolomé» en Francia.

-Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios.

1574

-Participa en las expediciones de don Juan de Austria.

-Don Juan de Austria toma Túnez y La Goleta.

-Melchor de Santa Cruz, Floresta española. -El Brocense comenta a Garcilaso. -Fundación del corral de La Pacheca en Madrid.

1575

-Provisto de cartas de recomendación de don Juan de Austria y del duque de Sessa, Miguel de Cervantes embarca en Nápoles, rumbo a Barcelona, frente a cuyas costas es apresada su galera, El Sol, por unos corsarios berberiscos al mando de Arnaute Mamí. Es conducido a Argel, donde sufrirá cinco años de cautiverio, pues, debido a las cartas, se fija su rescate en 500 escudos de oro.

-Segunda bancarrota de Felipe II.

 

1576

-Primer intento de fuga fallido al ser abandonados por el guía moro. -Escribe dos sonetos laudatorios a Bartolomeo Ruffino di Chiambery.

-Don Juan de Austria, regente de los Países Bajos.

-Fray Luis de León es liberado.

1577

-Su hermano Rodrigo es rescatado por la Orden de la Merced. -Segundo intento de huida, también fallido, por delación de El Dorador. Cervantes se declara único responsable y es encerrado en el baño del rey.

-Hasán Bajá rey de Argel. -San Juan de la Cruz es apresado. -El Greco, San Sebastián.

1578

-Tercer intento de evasión, otra vez fracasado, y condena a recibir 2000 palos.

-Asesinato de Juan de Escobedo, secretario de don Juan. -Proceso contra Antonio Pérez. -Muere don Juan de Austria.

-Sebastián de Portugal muere en la batalla de Alcazarquivir. -Nace el futuro Felipe III.

-Alonso de Ercilla, Segunda parte de La Araucana. -Santa Teresa, Las Moradas.

1579

-Cuarto intento de fuga, junto con unos sesenta cautivos y la ayuda de Onofre Exarque, ahora abortado por la delación de Juan Blanco de Paz. -Escribe unas octavas dedicadas a Antonio Veneziano.

-Caída de Antonio Pérez. -Se inauguran los primeros teatros madrileños.

1580

-Los padres trinitarios fray Juan Gil y fray Antón de la Bella rescatan a nuestro autor cuando estaba a punto de partir a Constantinopla. El 27 de octubre desembarca en Denia.

-El padre pide la información del cautiverio de su hijo.

-Felipe II es nombrado rey de Portugal.

-Pedro de Padilla, Tesoro de varias poesías. -Fernando de Herrera, Anotaciones a las obras de Garcilaso. -Torcuato Tasso, La Jerusalén liberada.

1581

-Procura rentabilizar su hoja de servicios militares, sin conseguir más que una oscura misión en Orán, desde donde viaja a Lisboa para dar cuentas a Felipe II.

-A partir de este año debió de dedicarse al teatro de lleno (Trato de Argel y Numancia) y, según diría en el prólogo a Ocho comedias, con bastante éxito.

-Independencia de los Países Bajos.

 

1582

-Solicita a Antonio de Eraso, secretario del Consejo de Indias, alguna vacante en América, sin resultado. -Paralelamente, se integra en las camarillas literarias y está redactando La Galatea.

  -Fernando de Herrera, Poesías. -Luis Gálvez de Montalvo, El pastor de Fílida.

1583

-El Romancero de Padilla lleva al frente un soneto de Cervantes.

-Lope de Vega participa en la expedición a la isla Terceira.

-Pedro de Padilla, Romancero. -Juan de la Cueva, Comedias y tragedias. -Fray Luis de León, De los nombres de Cristo.

1584

-Lucas Gracián Dantisco aprueba (1 de febrero) La Galatea. -El joven escritor tiene una hija, Isabel de Saavedra, con Ana Franca de Rojas, pero acto seguido viaja a Esquivias y a los dos meses se casa (12 de diciembre) con Catalina de Palacios Salazar Vozmediano, aunque la dobla en edad.

-Felipe II se traslada al Escorial.

-Juan Rufo, La Austriada.

1585

-Contrato con Gaspar de Porres en el que le vende dos piezas perdidas: La confusa y El trato de Constantinopla. -Publica La Galatea.

-Muere su padre.

  -Pedro de Padilla, Jardín espiritual. -San Juan de la Cruz, Cántico espiritual. -Santa Teresa, Camino de perfección.

1586

-Comienzan sus viajes al Sur.

  -Luis Barahona de Soto, Las lágrimas de Angélica.

-López Maldonado, Cancionero.

1587

-Se instala en Sevilla, en calidad de Comisario Real de Abastos para la Armada Invencible, al servicio de Antonio de Guevara; cargo que lo arrastraría a soportar unos quince años de vagabundeos por el Sur (Écija, La Rambla, Castro del Río, etc.), sin lograr más que excomuniones, denuncias y algún encarcelamiento. -Se publican varios sonetos laudatorios dedicados por Cervantes a sus amigos: Alonso de Barros, Pedro de Padilla y López Maldonado.

-Comienzan los preparativos para la Armada Invencible.

-Lope de Vega es desterrado de Madrid. -Cristóbal de Virués, El Monserrate. -Bernardo González de Bobadilla, Las ninfas y pastores de Henares.

1588

-Continúa con las requisas en Écija y sus alrededores.

-Fracaso de la Armada Invencible.

-El Greco, El entierro del conde de Orgaz.

-Santa Teresa, Libro de la vida y Las Moradas.

1590

-A principios de año está en Carmona, comisionado para requisar aceite en la región.

-Vuelve a solicitar al Consejo de Indias una vacante, que también se le deniega. -De esta década son algunos poemas sueltos y varias novelas cortas: El cautivo, Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeño, etc.

-Antonio Pérez se fuga a Aragón.

 

1591

-Prosigue con sus requisas, ayudado por Nicolás Benito, por Jaén, Montilla, Úbeda, Estepa, etc.

-Revuelta de Aragón. -Andrés de Villalta, Flor de varios y nuevos romances. -Bartolomé de Vega, El pastor de Iberia.

1592

-Se compromete, mediante contrato, a entregarle a Rodrigo Osorio seis comedias. -El corregidor de Écija lo encarcela, por venta ilegal de trigo, en Castro del Río.

-Cortes de Tarazona. -Clemente VIII, Papa.

-Sebastián Vélez de Guevara, Flor de romances (4.ª y 5.ª partes). -Tintoretto, La última cena.

1593

-Últimas labores como comisario de abastos, en la zona de Sevilla, por encargo de Miguel de Oviedo.

   

-Muere su madre. -Publica el romance de La casa de los celos.

1594

-Como ex comisario, se hace cargo de la recaudación de las tasas atrasadas en Granada, pero quiebra el banquero, Simón Freire de Lima, y terminaría otra vez encarcelado.

  -William Shakespeare, Romeo y Julieta.

1595

-Gana las justas poéticas dedicadas a la canonización de San Jacinto en Zaragoza.

-Advenimiento de Felipe IV de Francia.

-Ginés Pérez de Hita, Guerras civiles de Granada.

1596

-Escribe un soneto satírico al saco de Cádiz.

-Saco de Cádiz por los ingleses, al mando de Howard y Essex.

-Alonso López Pinciano, Philosophía antigua poética.

-Juan Rufo, Las seiscientas apotegmas.

1597

-Gaspar de Vallejo encarcela a Cervantes en Sevilla, de resultas de la mencionada bancarrota de Simón Freire.

   

1598

-Muere Ana Franca de Rojas. -Compone el soneto «Al túmulo de Felipe II».

-Paz de Vervins con Francia.

-Muere Felipe II.-Felipe III, rey. Gobierno del duque de Lerma.

-Se decreta el cierre de los teatros. -Lope de Vega, La Arcadia y La Dragontea.

1599

-Isabel, la hija del escritor, entra al servicio de su tía Magdalena de Cervantes, bajo el nombre de Isabel de Saavedra.

-Epidemia de peste en España. -Felipe III casa con Margarita de Austria.

-Mateo Alemán, Primera parte del Guzmán de Alfarache. -Lope de Vega, El Isidro.

1600

-Cervantes sigue avecindado en Sevilla. -Muere su hermano Rodrigo en Flandes.

  -Se abren los teatros. -Nace Pedro Calderón de la Barca. -Romancero general de 1600.

1601

  -La Corte se traslada a Valladolid.

-Juan de Mariana, Historia de España.

1602

-El escritor está en Esquivias.

  -Mateo Luján de Sayavedra, Segunda parte del Guzmán de Alfarache (apócrifo).

1603

-Sigue a vueltas con las deudas contraídas ante el erario público. -El matrimonio Cervantes se instala en Valladolid, en el suburbio del Rastro de los Carneros, acompañado

-Muere Isabel de Inglaterra. -Agustín de Rojas Villandrando, El viaje entretenido.

de toda la parentela femenina.

1604

-Surgen las primeras alusiones a Don Quijote (de Lope de Vega, v. gr.), pues El ingenioso hidalgo (la Primera parte del Quijote) anda en imprenta: la licencia es del 26 de septiembre y la tasa del 20 de diciembre.

-Toma de Ostende. -Francisco de Quevedo redacta El Buscón. -Mateo Alemán, Segunda parte del Guzmán de Alfarache. -Lope de Vega, Primera parte de Comedias y El peregrino en su patria.

1605

-Se publica El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta, a costa de Francisco de Robles, con éxito inmediato y varias ediciones piratas.

-Cervantes sufre un nuevo, aunque breve, encarcelamiento en Valladolid, dictado por el juez Villarroel, por el asesinato de Gaspar de Ezpeleta a las puertas de su casa, debido a la mala fama de las «Cervantas».

-Nace el futuro Felipe IV. -Embajada de lord Howard.

-Francisco López de Úbeda, La pícara Justina. -Pedro de Espinosa, Flores de poetas ilustres.

1606

-De nuevo tras la Corte, Cervantes se muda a Madrid, donde luego se instalará en diferentes calles (Madalena, Del León, Huertas) del barrio de Atocha.

-La Corte vuelve a trasladarse a Madrid.

 

1607

  -Nueva bancarrota en España.

-Juan de Jáuregui, Aminta.

1608

-El matrimonio Cervantes está avecindado en el barrio de Atocha. -Isabel de Saavedra queda viuda de Diego Sanz y se desposa, en segundas nupcias, con Luis de Molina.

   

1609

-Cervantes ingresa en la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento del Olivar. -Su mujer y su hermana Andrea ingresan en la Orden Tercera. -Muere Andrea de Cervantes.

-Tregua de los Doce Años en los Países Bajos. -Se decreta la expulsión de los moriscos.

-Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias.

1610

-Nuevos pleitos, ahora sobre la propiedad de la casa de su hija Isabel. -El escritor pretende acompañar a su protector, el conde de Lemos, a Nápoles, pero Lupercio Leonardo de Argensola, encargado de reclutar la comitiva, lo deja fuera.

-El conde de Lemos es nombrado virrey de Nápoles. -Toma de Larache. -Enrique IV es asesinado en Francia.

 

1611

-El matrimonio Cervantes se traslada a la calle Huertas. -Muere su hermana Magdalena.

   

1612

-Muere su nieta Isabel Sanz del Águila. -El célebre novelista asiste a las academias de moda (la del Conde de Saldaña, en Atocha), donde se codea, por ejemplo, con Lope de Vega. -Las Novelas ejemplares están listas para la imprenta: llevan aprobación del 20 de septiembre y licencia del 22 de noviembre. -El Quijote es traducido al inglés por Thomas Shelton.

  -Diego de Haedo, Topographía e historia general de Argel. -Jerónimo de Salas Barbadillo, La hija de Celestina. -Luis de Góngora, El Polifemo. -Lope de Vega, Tercera parte de comedias y Los pastores de Belén.

1613

-Cervantes ingresa en la Orden Tercera de San Francisco, en Alcalá. -Salen las Novelas ejemplares, en Madrid, por Juan de la Cuesta.

  -Luis de Góngora, Primera Soledad y El Polifemo.

1614

-El novelista tiene muy avanzada la segunda parte del Quijote cuando sale a la luz la continuación apócrifa de Avellaneda. -Aparece el Viaje del Parnaso, en Madrid, por la viuda de Alonso Martín.

-César Oudin traduce la Primera parte del Quijote al francés.

  -Alonso Fernández de Avellaneda, Segunda parte del ingenioso hidalgo… -Lope de Vega, Rimas sacras.

1615

-Se muda, con su esposa, a la calle de Francos, frente al mentidero de los comediantes. -Aparece, por fin (lleva licencia del 30 de marzo), la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, en Madrid, por Juan de la Cuesta, en casa de Francisco de Robles.

-Publica también (licencia del 25 de julio) sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados, en Madrid, por la viuda de Alonso Martín, a costa de Juan de Villarroel.

-Luis XIII de Francia casa con Ana de Austria, hija de Felipe III. -Isabel de Borbón, futura reina, llega a España.

 

1616

-Redacta la dedicatoria, al Conde de Lemos, del Persiles el 19 de abril. -Enfermo incurable de hidropesía, el 22 de abril, una semana después que Shakespeare, el autor del Quijote fallece en la calle del León y es enterrado al día siguiente, con el sayal franciscano, en el convento de las Trinitarias Descalzas de la actual calle de Lope de Vega.

  -Muere Shakespeare.

1617

-A principios de año, su viuda, publica Los trabajos de Persiles y Sigismunda, en Madrid, por Juan de la Cuesta, a costa de Juan de Villarroel.

   

Ediciones

La primera edición del Quijote se titula El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, compuesto por Miguel de Cervantes Saavedra, año 1605, en Madrid, por Juan de la Cuesta, “véndese en casa de Francisco de Robles, librero del rey nuestro señor”.

 

 En 1615 se publica la segunda parte cervantina: Segunda parte del Ingenioso cavallero don Quixote de la Mancha, por Miguel de Cervantes Saavedra, autor de su primera parte, año 1615, en Madrid, por Juan de la Cuesta, “véndese en casa de Francisco de Robles, librero del rey N.S”.

En 1614 se había publicado el llamado Quijote falso de Avellaneda: Segundo tomo del Ingenioso hidalgo don Quixote

de la Mancha , compuesto por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, natural de la villa de Tordesillas, que contiene su tercera salida y es la quinta parte de sus aventuras, En Tarragona, en casa de Felipe Roberto, año 1614.

Argumento y estructura del Quijote de 1605  

Un hidalgo cincuentón de un pueblo de la Mancha pierde el juicio de leer libros de caballerías y decide imitar a los héroes cuyas hazañas veía escritas en dichos libros. Se viste una armadura antigua y tomada del orín y del óxido y se compone un equipo completo de caballero andante, celada y morrión, con cartones y alambres, de tal manera que, más que de un caballero armado, el efecto que produce es el de un hombre disfrazado, un personaje de carnaval. Encomendándose a su dama, Dulcinea del Toboso (en quien él había idealizado a la campesina Aldonza Lorenzo), y montando en su desvencijado caballo Rocinante se pone en marcha en busca de aventuras por los famosos campos de Montiel.

Después de recorrer fatigosamente la ancha Mancha, se tropieza con una venta, que él cree ser un castillo, donde es recibido por dos mozas del partido, la Tolosa y la Molinera. Vela sus armas y es armado caballero por un ventero bribón, antiguo pícaro, a quien él confunde con el caballero señor del castillo, el cual le despide recomendándole que para otra ocasión se provea de dinero.

Investido con el nuevo carisma de caballero, su primera hazaña consiste en proteger a un muchacho, Andrés, a quien su amo, Juan Haldudo el rico, vecino de Quintanar, estaba azotando. Más tarde encuentra a unos ricos mercaderes toledanos, a quienes manda que vayan al Toboso a presentarse a Dulcinea. Al no obedecerle, arremete contra ellos y se cae del caballo. Un mozo de mulas, poco

paciente, no soporta las bravatas que don Quijote les dirige desde el suelo y le rompe la lanza en las costillas. Malparado y maltrecho, es recogido por su vecino Pedro Alonso, a quien él confunde con Rodrigo de Narváez y con el Marqués de Mantua, personajes literarios de sus libros. El buen labrador lo carga en su asno y lo devuelve a su aldea, donde es recibido por su sobrina, por el ama, por el cura Pero Pérez y por el barbero maese Nicolás, con alivio. Lo recogen y lo acuestan en su cama, mientras él sigue sumido en su delirio caballeresco. Estamos al final del capítulo 5.

En el capítulo 6, el cura y el barbero mandan tapiar el aposento donde está la biblioteca de don Quijote y hacen una hoguera en el corral a la que arrojan, ayudados diligentemente por el ama, los libros de caballerías, y otras obras de otros géneros literarios, que han causado la locura del hidalgo. Es un capítulo del Cervantes historiador de la literatura con valiosos juicios sobre la narrativa española del siglo XVI.

Lo anterior podría ser el argumento de una “novella” corta, de un cuento largo sobre la figura de un loco, semejante, por ejemplo, a la novela ejemplar de El licenciado Vidriera. Y probablemente fuera así, quizá el primer impulso del Quijote fuera esta historia corta. El argumento coincide con un anónimo Entremés de los romances, del cual, según Menéndez Pidal, habría recibido Cervantes la idea inicial de su obra. Pero las últimas investigaciones (Murillo) parecen refrendar que el Entremés es posterior al Quijote y se habría inspirado en él.

Una vez recobrado de su primera salida, se provee de camisas y de algo de dinero, y busca la ayuda de un escudero, su vecino Sancho Panza, un rústico labrador y hombre de bien, “si es que ese título se puede dar al que es pobre”. En el fondo Sancho, bobo y socarrón al mismo tiempo, está encantado con irse de su casa a la aventura, y perder de vista por un poco tiempo la labranza y a su mujer. Con la creación de la figura de Sancho surge la principal aportación de Cervantes a la novela moderna: el diálogo. Los parlamentos entre el caballero y el escudero, lleno de sorpresas humorísticas, a causa de las situaciones y de las prevaricaciones idiomáticas de Sancho, son un recurso

permanente de comicidad: “arremeta don Quijote y hable Sancho Panza”, dirá un personaje de la Segunda parte.

Y se reanudan las aventuras en esta segunda salida de don Quijote. Se suceden la de los molinos de viento (cap. 8), la de los frailes benitos y la del vizcaíno (cap. 9). En este momento se interrumpe la historia porque el autor (Cervantes) dice que el texto de donde lo tomaba no continúa (“fallesçió el escripto”, diría Berceo).

Pero un día, paseando el autor en Toledo por el Alcaná (el barrio de las tiendas que estaba pegado a la Catedral), encontró en una de ellas unos papeles escritos en caracteres arábigos. Se los hizo traducir por un morisco aljamiado de los que por entonces todavía vivían en la ciudad. Resultó ser la historia de Don Quijote, obra de un tal Cide Hamete Benengeli (que Sancho llamaba Berenjena), que reanudaba la historia truncada un poco antes, la cual entonces ya puede continuar con la victoria de don Quijote sobre el gallardo vizcaíno.

Después se encuentra con unos pastores, a los que don Quijote dirige el discurso de la Edad de Oro (cap. 11). En este punto se sitúa la primera historia intercalada, la de Marcela y Crisóstomo, en la que don Quijote defiende razonablemente el derecho de la joven Marcela a no amar a quien la ama, aunque se hubiera suicidado por ella. Es el mundo de las novelas pastoriles, de La Galatea, donde se plantean los “casos de amor” en abstracto, pero es el primer momento en que Cervantes se da cuenta de que su loco don Quijote, puede ser algo más que un loco para hacer reír a base de las confusiones de la realidad, de las payasadas y de los palos.

Los cuales sin embargo no terminan: se sucede la aventura con unos yangüeses conductores de unas yeguas, con las que al malhadado Rocinante se le ocurre la mala intención de refocilarse. Las consecuencias son de nuevo el apedreamiento de caballo, asno, caballero y escudero. Como pueden, llegan a una venta donde don Quijote fabrica el bálsamo de Fierabrás (que Sancho llama del Feo Blas), para curar las heridas. En ella los personajes se convierten por primera vez en bufones eutrapélicos (locos, bobos y bellacos utilizados en la época para hacer reír). Así don Quijote es sometido a burlas y Sancho es manteado.

Con alivio se alejan de la venta y se suceden la aventura de los rebaños de ovejas que toma don Quijote por ejércitos (cap. 18), la del cuerpo muerto, el episodio de los batanes, el de la rica ganancia del yelmo de Mambrino y el de la liberación de los galeotes (cap. 22).

Este es uno de los momentos de inflexión más importante de la Primera parte. Don Quijote concede la libertad a una cadena de presos, condenados a remar en las galeras del rey, que iban conducidos por cuadrilleros de la Santa Hermandad. El más bellaco de los galeotes es Ginés de Pasamonte, que esta escribiendo la historia de su vida, como una novela picaresca, en el que Cervantes reflejó al escritor, y compañero suyo en Lepanto, Gerónimo de Passamonte.

El episodio tiene graves consecuencias para caballero y escudero porque serán perseguidos por la Santa Hermandad (la Guardia Civil de la época). Sancho sugiere a don Quijote que se aparten de los caminos y se refugien en la Sierra Morena, y así lo hacen. Estamos en el capítulo 23, la novela no terminará hasta el capítulo 51, las aventuras

lineales que les suceden a los protagonistas serán ya escasas. Pero a partir de este punto se intercalan una serie de relatos adyacentes a la acción principal, uno de los cuales, la novela de El curioso impertinente (caps. 33-35), es una novela exenta, la cual simplemente lee en voz alta uno de los personajes. Los otros relatos tienen una cierta relación con la acción principal, y Cervantes consigue la unidad en la diversidad, que era uno de los requisitos más difícil de

conseguir en una narración extensa, en prosa o en verso, como lo ejemplifica la Jerusalén conquistada de Lope de Vega, una epopeya que se convirtió en una obra fracasada precisamente por este defecto esencial de falta de unidad.

Reanudando nuestro argumento, don Quijote, imitando a Amadís de Gaula (que se retiró a hacer penitencia a la Peña Pobre con el nombre de Beltenebrós al ser rechazado por Oriana), decide quedarse entre esos riscos en pelota y haciendo extravagancias, y manda a Sancho a llevar un mensaje a Dulcinea. Este se dirige al Toboso, pero en el camino se encuentra con el cura y el barbero de la aldea de don Quijote que habían salido en su busca, los cuales le convencen para que los conduzca adonde ha quedado el hidalgo. En medio de la narración se habían intercalado los relatos cruzados de dos parejas: Cardenio y Luscinda, Dorotea y don Fernando, en las que el “raro inventor” que era Cervantes consigue la proeza de mantener en tensión unas historias que continuamente se retoman y se abandonan. Es la novela barroca. Juntos todos estos personajes, fingen que la bella e ingeniosa Dorotea es la reina Micomicona, y consiguen sacar a don Quijote de entre los riscos de la Sierra.

Con el cual llegan de nuevo a una venta (caps. 32-46) donde se suceden nuevos episodios: los pellejos de vino, un nuevo discurso de don Quijote sobre las armas y las letras, la disputa baciyélmica con el barbero a quien caballero y

escudero habían despojado de su bacía de afeitar en los capítulos anteriores. Y nuevas novelas intercaladas: ahora la Historia del cautivo, llena de recuerdos cervantinos de su cautiverio en Argel, la cual se entrelaza con la Historia del oidor y de su hija, que, a su vez, nos lleva a la Historia del mozo de mulas.

Fingen un encantamiento de don Quijote y lo encierran en una jaula en la que es conducido, en un carro tirado por bueyes, por el cura y el barbero hasta su casa. En el camino encuentran a un canónigo toledano, que viaja acompañado de su comitiva, como un príncipe de la Iglesia que es (caps. 47-50). Con él mantendrán una sabrosa conversación de teoría literaria sucesivamente el cura y don Quijote, en la que Cervantes expuso su teoría literaria sobre la novela, las comedias y el poema heroico.

Y así, después de despedirse del canónigo, el cura y el barbero devuelven a don Quijote y a Sancho (después de

intercalar una última Historia de Leandra) a su casa.

Cervantes dejó abierta la posibilidad de una continuación, indicando que en su tercera salida, don Quijote fue a Zaragoza. Pero al mismo tiempo inventó la existencia de unos pedantescos y latinados académicos de Argamasilla, que hacían el epitafio de don Quijote como si este hubiera muerto. Los académicos argamasillescos satirizan a los personajes del Quijote, que no salen bien parados de la sátira. Son alusiones en clave contra enemigos literarios de Cervantes (Lope de Vega y sus seguidores) al igual que los poemas y el prólogo de los textos preliminares de esta Primera parte.

Argumento y estructura del Quijote de 1615

La acción de la Segunda parte del Quijote comienza un mes después. Hasta el capítulo 7 sólo hay diálogo: de don Quijote con el cura y el barbero, de don Quijote con Sancho, de este con su mujer. Aparece un nuevo personaje que cobrará gran importancia en la acción, el bachiller Sansón Carrasco.

De manera general podemos decir que todo el argumento de la Segunda parte se resume en la tercera salida de don Quijote y Sancho. Sansón Carrasco, con el fin de curar a don Quijote de su locura, le anima a que haga una tercera salida, con el fin de derrotarlo y obligarle, bajo juramento de caballero, a quedarse definitivamente en su casa y no salir más por esos mundos.

En el capítulo 5 hay un sabroso coloquio entre Sancho y su esposa en el que este trata de convencerla de las ventajas de estar casada con un escudero andante. Después caballero y escudero salen de nuevo en busca de aventuras, pero antes de empezarlas don Quijote desea ver a Dulcinea y se encamina al Toboso (cap. 9), pero Sancho inventa un encantamiento haciendo creer a don Quijote que Dulcinea es una labradora a quien encuentran en el camino montada en un borriquillo (cap. 10). Don Quijote está abrumado por la transformación de su dama y agobia a Sancho preguntándole si está seguro de que la labradora es la misma que él ha visto en el Toboso. Este no se atreve a mentir del todo y termina reconociendo a don Quijote que él sólo la había visto “de oídas”.

Luego acontece el encuentro con el caballero de los espejos y el escudero de las narices (caps. 12-15). El primero no es otro que Sansón Carrasco que, siguiendo su plan, va tras don Quijote para derrotarlo; el escudero es el también paisano Tomé Cecial, que va disfrazado con unas narices de carnaval

que tienen aterrorizado a Sancho. Se enfrentan, pero Sansón es derrotado, con lo que su plan se va al garete y don Quijote queda reforzado en su designio de seguir haciendo caballerías andantescas.

Después acontece la aventura con los leones y el encuentro con el caballero del verde gabán, que les invita cortésmente a su casa, donde les agasaja. Este se llama don Diego de Miranda, y es un hidalgo de pueblo, que lleva una vida moderada, semejante a como sería la de Alonso Quijano el Bueno si su mente no estuviera sacudida por la quimera caballeresca. No parece que don Quijote apruebe esa ausencia de inquietudes de don Diego, que además tiene un hijo poeta, que lee sus versos ante un entusiasta don Quijote.

Más tarde asisten a las bodas del rico Camacho (caps. 20-21), un breve episodio intercalado que ya no tiene el carácter de los de la primera parte. Los nuevos episodios están más entretejidos con el hilo principal de la historia, de tal manera que no se perciben como ajenos. Es un fragmento semipastoril que plantea otro “caso de amor”. El rico Camacho va a casarse con Quiteria, pero esta ama al pobre Basilio y es amada por él. Este finge su suicidio y pide, antes de morir como última voluntad, que le casen con Quiteria. Camacho no está de acuerdo, pero no se atreve a contradecir la opinión de los asistentes, compadecidos del falso moribundo. Una vez casados, descubren el engaño, y los burlados quieren vengarse del burlador, pero don Quijote lo defiende y defiende los derechos del amor verdadero con razones convincentes para todos menos para Sancho, que ve algunas ventajas en participar de las riquezas de Camacho y de la buena mesa de la boda, a la que rinde entusiasmado tributo.

Continúan las aventuras del caballero con el descenso a la cueva de Montesinos (cap. 22), que está muy cercana a las Lagunas de Ruidera, donde se ratifica en el encantamiento de Dulcinea, lo cual le mantiene en permanente angustia hasta el final del libro. Luego sucede la aventura del rebuzno y el encuentro en una venta con maese Pedro y su retablo. Este no es otro que el bellaco Ginesillo de Pasamonte de la Primera parte, que recorre la Mancha disfrazado de gitano, con un parche en un ojo. Lleva un mono adivino al hombro y representa en un retablo de títeres la historia del romance de Gaiferos y Melisendra. Cuando los moros están a punto de capturar a los fugados amantes en la representación, don Quijote arremete con su espada y hace trizas el teatrillo de Ginés. Estamos en el capítulo 28.

En el siguiente, la acción da un salto de lugar, desde La Mancha al río Ebro. El plan trazado al final de la Primera parte, la asistencia a las justas de Zaragoza, se debe cumplir. Después de la aventura del barco encantado del Ebro, la ilustre pareja se encuentra con una no menos ilustre duquesa, que viene en hábito de cazadora. 

Comienza ahora un extenso episodio que va desde el capítulo 30 al 57, el episodio de los duques. El ambiente rural en el que hasta entonces se ha desarrollado la vida de los héroes, llega por primera vez a una auténtica corte, aunque todo sea un fingimiento de los duques que toman a don Quijote y Sancho como bufones para entretenerse. Son estos, nobles eutrapélicos, propios de su época. Se consideraba correcto utilizar a locos no furiosos, bobos, enanos (véanse Las Meninas, de Velázquez), deficientes y bufones para el entretenimiento de los cortesanos. Por mucho que repugne a la sensibilidad actual, no cabe negar la gracia de un loco para el entretenimiento (baste observar el provecho que la televisión actual saca de algunos auténticos casos de enfermos o de marginales en los llamados programas basura). Un mayordomo se encargará de organizar las diversiones de los duques y fingirán la aventura de la condesa Trifaldi o la dueña Dolorida, el vuelo de Clavileño, la profecía del mago Merlín, que crea un tema que reaparecerá continuamente hasta el final: Dulcinea está encantada y para desencantarla Merlín propone la única solución de que Sancho debe recibir

tres mil trescientos azotes. Este está abrumado pero todos, sobre todo don Quijote, le apremian y, después de muchas protestas, consigue la prerrogativa de que se los dará él mismo, aunque el socarrón con frecuencia, cuando no le vean, se los dará en las cortezas de los árboles.

Por primera vez van a separarse don Quijote y Sancho, porque este va a ser nombrado gobernador de la ínsula anhelada: la Ínsula Barataria. El libro se convierte en un auténtico Carnaval: Sancho es recibido en la Ínsula con grandes muestras de entusiasmo, aunque sus súbditos están asombrados de la pequeñez y la gordura del nuevo gobernador. El gobierno tiene también sus sinsabores porque un medico infernal, licenciado por Osuna, don Pedro Recio de Agüero, natural de Tirteafuera, vela por la salud del nuevo gobernador y no le deja probar ningún plato en medio de retahílas de aforismos médicos en latín macarrónico. El gobernador actúa con prudencia repartiendo justicia entre sus subditos con mucho sentido común, pero las burlas a que le someten, le convencen de su falta de idoneidad para el gobierno, de tal manera que lo abandona pero, al ir a reunirse con don Quijote, él y su jumento se precipitan en una fosa. Es una alegoría de las caídas de príncipes y de la rueda de la Fortuna.

Mientras tanto don Quijote recibe de noche en su aposento la visita de una dama. Él la confunde con la hija del señor del castillo que viene a disfrutar de los encantos del caballero, y no sabe cómo salir del apuro; pero resulta ser una atribulada dueña de venerables tocas, doña Rodríguez, que es tan simple que cree que de verdad don Quijote es un “desfacedor de agravios” y viene a demandar su protección: su hija, la joven Rodríguez, ha sido seducida y abandonada, y está en un avanzado estado de preñez. El ofensor no quiere casarse con ella. Es el momento en que don Quijote ayude a una menesterosa. Se produce el desafío, pero los duques hacen que, en lugar del ofensor, luche contra don Quijote el lacayo Tosilos y que este lo venza. Pero

Tosilos ve a la joven y preñada Rodríguez y se enamora de ella, con lo que se deja derrotar por don Quijote, para que lo casen con la muchacha. Después conoceremos que los duques se han vengado de Tosilos, por no obedecerlos.

Los acontecimientos históricos de la España contemporánea son reflejados por Cervantes en esta Segunda parte con mayor profusión que en la primera, como sucede con la expulsión de los moriscos, que se produjo mediante sendos decretos reales de 1609 y de 1613. Así, Sancho se encuentra con el tendero de su pueblo, Ricote el morisco (cap. 54), que está vestido de peregrino acompañado de unos alemanotes; ha tenido que salir de España y ha ido a Alemania, pero ahora ha regresado para volverse a ir con su familia y con un tesoro que ha dejado escondido. Su salvoconducto para caminar por España son unos huesos de jamón y una enorme bota de vino, prueba de su no pertenencia a la raza maldita. La actitud de Cervantes ante el problema no parece ser la oficial, porque hace decir a Ricote: “Dondequiera que estamos, lloramos por España”. Se expresa una solidaridad con el pueblo expulso. La historia se reanudará, mas tarde, en Barcelona, donde aparece la hija de Ricote, la bella morisca Ana Félix, y un joven cristiano de su pueblo, don Gaspar Gregorio que, enamorado de la joven, ha preferido salir con ella al exilio.

Reunidos de nuevo caballero y escudero deciden abandonar a los duques no sin recibir antes don Quijote la visita de Altisidora que finge estar enamorada de él.

Se ponen en camino y les ocurre después un encuentro con los toros, que atropellan a don Quijote (cap. 58). Llegan a una venta donde el caballero se entera de que existe impresa una segunda parte sobre un falso don Quijote (cap. 59). Cervantes incorpora aquí al personaje de don Álvaro Tarfe, creación del Quijote de Avellaneda. Para desmentir al apócrifo, decide no ir a Zaragoza y se encaminan a Barcelona.

En el capítulo siguiente se encuentran con un auténtico héroe, ante el cual la figura de don Quijote palidece, el bandolero catalán Roque Guinart (Rocaguinarda), un personaje histórico que por entonces asolaba Cataluña y que sólo pudo ser eliminado nombrándole general del ejercito español en Italia. Se intercala aquí el episodio de Claudia Jerónima y Vicente, otro “caso de amor”, en el que la protagonista mata por celos infundados a su amado.

Don Quijote llega a Barcelona con un salvoconducto de Rocaguinarda y allí es acogido por don Antonio Moreno, que le muestra la cabeza encantada (caps. 61-62). Visitan la que se ha identificado como imprenta barcelonesa de Sebastián de Cormellas donde se está imprimiendo el falso Quijote de Avellaneda, y asiste en la playa de Barcelona a la captura de un bergantín pirata. Es el momento en el que se reanuda la historia de la morisca Ana Félix.

En el capítulo 64 es vencido don Quijote en la playa de Barcelona por Sansón Carrasco, ahora disfrazado bajo el nombre de caballero de la Blanca Luna, el cual le obliga a volver a su aldea y a renunciar durante un año a sus veleidades caballerescas. Pero Sansón no logra que don Quijote reconozca que Dulcinea no es la mujer mas hermosa de la tierra. Ella es la más hermosa y él el caballero más desdichado por no haber sabido defender, con la fuerza de su brazo, su verdad. La novela más festiva y carnavalesca sobre el personaje más ridículo jamás escrita se ha convertido en la novela más triste y melancólica sobre el personaje más desdichado.

Apenado, emprende el regreso a su tierra y piensa entonces en hacerse pastor (cap. 67): son los dos ideales del Renacimiento fracasados, la caballería andante y el mundo feliz de la Arcadia. Pasa de nuevo por el palacio de los duques donde le siguen haciendo burlas, a costa de los azotes de Sancho.

Antes de llegar a su pueblo, siente tristes presagios. Se siente enfermo y agotado, al borde de la muerte. Pero, antes de morir, recupera la razón, se convierte en Alonso Quijano el Bueno, hace su testamento y muere.

José Luis Pérez López, abril 2002.

Universidad de Castilla-La Mancha.

Sobre la muerte de/en

Don Quijotede la Mancha

Miguel Correa Mujica (*)

"El truco cervantino consiste en que Don Quijoteno es el que muere en Alonso Quijano,

sino éste, a menos que traslademos el hechoreal de la muerte a la muerte de una metáfora"

Fernando Rielo (Teoría del Quijote, 158)

Cervantes y su época

Mucho se ha escrito sobre la posición de Cervantes en vida y obra con respecto a la iglesia y a las ideas religiosas de su época. Sin embargo, la gran mayoría de los críticos concluyen que, en efecto, Cervantes no transgredió explícita o abiertamente los rígidos parámetros establecidos por el Concilio de Trento. En su libro Pensamiento de Cervantes, Américo Castro afirma que "Cervantes no se propuso exponer un sistema de ideas favorables o adversas a la teología católica" (245). En párrafo aparte, continúa diciendo Castro que Cervantes fue "un gran disimulador, que cubrió de ironía y habilidad opiniones e ideas contrarias a las usuales" (245). Y aunque estamos mayormente de acuerdo con Castro y con otros críticos que sustentan similares posiciones, no podemos dejar de comentar que la actitud de Cervantes no pudo haber sido de ninguna otra manera (al menos se tratara de un caso de manicomio) pues el autor vivía en un lugar y en una época donde oficialmente existía (y funcionaba) algo monstruoso que se llamaba la inquisición. No debemos pasar por alto el hecho de que, a mediados del siglo XVI, se inicia en Europa una gran ofensiva de la iglesia católica contra el ideal erasmista, del cual Cervantes es un comprobado admirador y seguidor. Esa ofensiva se arraigó en España con más fuerza que en ninguno de los demás países católicos. Sus estragos se dejaron ver hasta bien entrado el siglo XVII.

En ese período, todo intelectual, artista, científico o sencillamente cualquier ser humano que profesara (expusiera o desplegara) no sólo un sistema de valores sino una expresión, una idea, un punto de vista contrario a los enunciados de la iglesia, podía convertirse, sin mayores trámites, en un candidato a la hoguera. Confesamos que, incluso en la actualidad, semejante daga colgando peligrosamente sobre nuestras cabezas y nuestras vidas sería suficiente pretexto para ni siquiera dar los buenos días. Y sin embargo, y a pesar de ello, y justo dentro de la quemazón, Cervantes escribió no uno sino dos tomos de una obra que podía prestarse a confusiones o por lo menos a distintas interpretaciones. Consideramos que la función primordial de un novelista lúcido, como lo fue Cervantes, es la de escribir bien; acaso también le corresponda la tarea de echar un poco de luz, aquí y allá, sobe algunos de los problemas del hombre y de su tragedia. Pero un escritor no tiene que ser un mártir ni uno de esos bulliciosos héroes nacionales que plagan nuestro siglo, dispuestos a ofrecer cabezas y vidas a cambio de una agenda social determinada. Pero si además Cervantes cubrió hábilmente su mensaje, como nos dice Américo Castro en el libro arriba citado, entonces la importancia de este autor se torna indudablemente superior.

La muerte y el olvido como recursos literarios

Estamos de acuerdo en que la muerte de los personajes en muchas obras de ficción es un recurso ideal con que el autor de ficción cuenta para eliminar o hacer callar a personajes que cumplieron ya su acometido dentro de la obra y cuya permanencia en el texto sería en detrimento de la obra misma cuando no un cabo suelto que restaría puntos a la estructura, calidad y hasta a la maestría literaria del autor. La muerte del personaje puede tener muchos y variados propósitos pero uno de los más evidentes es el de que el personaje desaparezca. Cervantes hace uso de este recurso con la muerte de Grisóstomo y Don Quijote aunque ambas muertes tienen intenciones literarias y extra-literarias distintas.

Hemos encontrado un interesante artículo escrito por José Fernández de Cano y Martín en el Boletín de la Sociedad Cervantes de América, titulado "La destrucción del

personaje en la obra cervantina: andanzas y desventura del malogrado mozo de campo y plaza", en el que el crítico rebate la idea sustentada por numerosos cervantistas sobre un personaje que Cervantes menciona al principio de la novela, el mozo de campo y plaza, y que supuestamente Cervantes se olvida de él. Martín de Riquer en su libro El Quijote afirma que "Este mozo no vuelve a ser mencionado en el resto de la novela; tal vez porque Cervantes se olvidó de él" (Cano y Martín, 95) Según Cano y Martín, el personaje desaparece de la obra pero no así "su ausencia" (95). Nos parecen extremadamente subjetivas las ideas que expone Cano y Martín sobre las razones que pudo tener Cervantes para no olvidarse (énfasis mío) del personaje. Según Cano y Martín, el propósito de Cervantes era el de dar la idea de concupiscencia entre el mozo, la ama de llave y la sobrina, quienes permanecieron en la hacienda de Alonso Quijano cuando éste se marcha con Sancho en busca de aventuras caballerescas. Pero el texto físico de la obra ni siquiera sugiere que algo semejante pueda estar sucediendo en la hacienda de Don Quijote por lo que rechazamos la teoría expuesta por Cano y Martín y abrazamos la de Riquer y otros muchos cervantistas: el autor también se vale del olvido para eliminar personajes secundarios.

Muerte de Grisóstomo

No son muchos los personajes significativos que Cervantes hace morir en su obra cumbre El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha (Don Quijote, a partir de este momento). Haremos un análisis de la muerte de Grisóstomo, en la primera parte, para compararla con la más ilustre de todas las muertes, la del propio Don Quijote, en la segunda. A todas luces se ve que las dos muertes en cuestión (y a las que Cervantes dedica tiempo narrativo) le sirven de trampolín al autor para lograr otros propósitos, o sea, para abarcar temas generados a partir de la desaparición de determinado personaje.

Grisóstomo muere de amor, literalmente hablando, al no ser correspondido amorosamente por la pastora Marcela. Su muerte, en cambio, genera el discurso de Marcela, personaje femenino que se niega a aceptar la responsabilidad por la muerte de Grisóstomo. Su discurso es una encendida y apasionada defensa en favor de la liberación de la mujer, algo que en la actualidad podría tener un equivalente en el vocablo feminismo, hoy día muy en boga. Escuchemos lo que dice Marcela al respecto:

"Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama" (Cervantes, 75)

Que un personaje femenino se exprese de este modo en la España del siglo XVI, donde la mujer no era sino una sombra casi inexistente del hombre, es ya para ponernos a reflexionar sobre las intenciones de este autor. Marcela concluye que Grisóstomo se habrá muerto pero no porque ella tuviera algo que ver en ello y rechaza de lleno todo intento por culparla. Marcela es uno de los personajes femeninos más liberadores dentro de la novela. Ella, como todo ser auténtico e independiente, parece decirnos que entre los planes que tenía con su vida no figuraba la vida del difunto Grisóstomo. Y si éste se murió porque ella no le correspondió, ése es única y exclusivamente su problema. La fuerza del discurso de Marcela sorprende incluso al lector del siglo XX. En época de Cervantes imaginamos que estas palabras hubieran producido una violenta sacudida.

Muerte de Don Quijote

La muerte de Don Quijote es tratada por Cervantes en la novela con intenciones completamente diferentes. Alonso Quijano muere confesado y sin grandes aspavientos y sin mucho ritual religioso. Su muerte es menos trágica que las promedio. Es evidente que se trata de una muerte de trascendencia literaria pero su importancia cae de lleno en otros planos. Literariamente hablando no creemos que las intenciones del autor al hacer morir a Quijano sean tan sólo las de inmortalizar a su personaje sino también la de hacerlo irrepetible para otros escritores epigonales, quienes, valiéndose de los plagios más burdos, ya empezaban a copiar la suprema creación de Cervantes: sus personajes humanizados. Pero entremos en un estudio más detallado no sólo de la muerte de Don Quijote sino de las razones y circunstancias que la rodearon.

Un viaje hacia la muerte

Algo que nos ha llamado poderosamente la atención desde el comienzo de esta novela, desde que Don Quijote sale por vez primera en busca de aventuras gallardas o caballerescas, lo ha sido la naturaleza violenta de los encuentros armados que Don Quijote sostiene con los enemigos que a su paso se encuentra. Don Quijote sale casi siempre tan físicamente maltratado de esos encuentros bélicos que el lector no se imagina cómo puede el personaje reponerse de esas golpizas brutales tan fácilmente. Y lo que es más doloroso: que Don Quijote no aprenda del dolor padecido lo que implica lanzarse con su lanza contra los múltiples desafíos. Veamos qué ocurre a Don Quijote en el famoso encuentro con los molinos de viento:

"(...) y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo (...) Y, ayudándole a levantar (Sancho), tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba" (I, VIII)

No requiere grandes explicaciones concluir que Don Quijote salió molido de esta embestida contra los molinos de viento. Sin embargo, pocas líneas más abajo, Don Quijote se incorpora y prosigue el camino con su escudero rumbo al Puerto Lápice, como si no le hubiese ocurrido nada, lugar este donde Don Quijote asegura que tendrá nuevas y más gratificantes aventuras. Los ejemplos son variadísimos y múltiples. Las golpizas y magullamientos no detienen a nuestro héroe ni lo hacen flaquear en sus andanzas. Incluso más: apenas sí los siente. En su ensayo "Esplendor y miseria de la imaginación", el crítico Eduardo Camacho afirma que Cervantes fue no sólo excesivamente cruel con Don Quijote sino también sádico (énfasis mío) al propiciarle a su personaje todo tipo de golpizas y moleduras físicas que lo dejaban casi siempre al borde la muerte. Estamos en rotundo desacuerdo con Eduardo Camacho en lo que a este planteamiento se refiere. Don Quijote forja su personalidad precisamente como resultado de esas batallas de las que sale tan mal parado. Pero creemos más bien que el personaje se repone con tanta facilidad de tales golpizas porque Don Quijote es en realidad una creación mágica que, al igual que los comics de la pantalla norteamericana o como los personajes de las novelas del realismo mágico latinoamericano de nuestros días, puede ser desmembrado, descuartizado y hasta aniquilado para resurgir después

con nuevos bríos o con nuevas vivencias. No nos podemos substraer a la tentación de mencionar el mismísimo Nuevo Testamento, en el que Cristo es ejecutado en la cruz para resucitar después, iniciándose con ese acto mágico y místico la cristianización real de todo el mundo occidental. No vemos sadismo en el tratamiento que Cervantes da a Don Quijote en la novela sino magia. Sin embargo, sí consideramos que el derrotero violento, idealista y hermoso que Cervantes le asigna a Don Quijote parece estar encaminado hacia su muerte.

Teoría de Rielo

En su excelente libro Teoría del Quijote, Fernando Rielo afirma que "La causa de la muerte que Cervantes atribuye a Don Quijote (...), fue, en verdad, la melancolía" (167). El crítico también sostiene la tesis de que la muerte de Don Quijote significa también la muerte de Cervantes, y de cierto modo la muerte de España, teoría ésta interesantísima pero que desecharemos para el presente estudio por caer esos razonamientos fuera del texto físico de la obra. Consideramos que las implicaciones extra-literarias de la muerte del Quijote (y que no aparecen en el texto mismo) se prestan fácilmente a interpretaciones subjetivas por lo que las mencionaremos simplemente sin adentrarnos en ellas. Por lo demás, el estudio de Rielo nos ha sido muy útil. Nos dice Rielo que "la muerte de Don Quijote (...) aparece rodeada de dos circunstancias que van a dar lugar a una singular situación: la conversión de Sancho y la poesía como sacramento del arte" (171). Estamos de pleno acuerdo con el crítico pero añadiríamos otra circunstancia que nos parece también muy importante: la transformación de Don Quijote en Alonso Quijano. Consideramos que esa transformación empieza a perfilarse gradual y lentamente desde el episodio de la cueva de Montesinos hasta el momento final de la obra. Esa transformación de Don Quijote en Alonso Quijano nos parece directamente proporcional a la quijotización de los demás personajes secundarios. Vayamos a la obra para encontrar argumentos.

Don Quijote yace en su lecho de muerte durante seis días, presa de fiebres y desmayos. Su lucidez mental no se ve opacada ni siquiera con el avance del deterioro físico. Lo visitan (o le acompañan) el Cura, el Bachiller, el Barbero, Sancho, la ama de llaves y la sobrina. Don Quijote hace su testamento, se confiesa ante el Cura y reniega de su alarmante vida pasada cuando era El Caballero de la Triste Figura. Sancho le ruega que no se muera así, que no se deje morir de ese modo, etc. Don Quijote admite el error de haber creído en la existencia de los hombres de caballería. Pero los personajes se han quijotizado y necesitan de ese héroe gracias al cual ya ellos no son los mismos. Mas nada le hace cambiar de opinión a Don Quijote, quien, consciente de sus locuras pasadas no quiere abandonar este mundo con el estigma de loco.

Para Rielo, Don Quijote representa un ideal, una metáfora, y por lo tanto considera que quien muere en la obra es Alonso Quijano el Bueno y no Don Quijote. Estamos de pleno acuerdo con Rielo en cuanto a estas observaciones.

Teoría de A.G. Lo Ré

A.G. Lo Ré nos dice en su brillante ensayo "The Three deaths of Don Quixote: Comments in Favor of the Romantic Critical Approach" que son tres las muertes de

Don Quijote en la novela. La primera, ocurrida en la primera parte de la novela (capítulo 52) cuando Don Quijote es llevado en una jaula hasta su casa y tendido en su cama al cuidado de la sobrina y el ama de llaves. En este capítulo se encuentra una caja que contiene pergaminos escritos en letras góticas y que mencionan la sepultura del Quijote describiendo los elogios y epitafios que aparecen en ella. Pero la historia no está completa y el autor continúa la narración pidiéndole a los lectores que no le den crédito a semejantes habladurías. Esta es la primera muerte que en el texto sufre Don Quijote.

Nuestro crítico señala en su trabajo crítico que la segunda muerte de Don Quijote viene dada al comienzo de la Segunda Parte (capítulo 24). Después de las bodas de Camacho, viene el episodio de la cueva de Montesinos. El autor del texto, supuestamente Cide Hamete, declara que "(...) se tiene por cierto que al tiempo de su fin y muerte (la de Don Quijote) dicen que se retrató della (...)" (II, 445). Estamos de acuerdo con Lo Ré en que "Cervantes evidently had in mind here an ending in which Don Quixote would admit to play-acting in this and perhaps in other insatances" (Lo Ré, 26). Don Quijote mismo confirma después lo dicho por Cide Hamete aunque más tarde lo niega. Nos parece muy acertada la observación de Lo Ré cuando nos dice en el trabajo arriba citado que "His knight’s stance (Don Quijote’s)--his constancy, courage, wisdom, etc-- was beginning to leave no room for falsehood or pretense" (Lo Ré, 26). Por esta misma razón creemos que Cervantes no pudo hacer morir en este capítulo a su protagonista, porque hubiera arruinado toda la grandeza, humanismo y belleza de su creación máxima al hacerlo quedar como un ente vacío y falso. Sin embargo, es evidente que Cervantes pareció haber concebido su muerte.

La tercera muerte del Quijote es la verdadera, la que transcurre en el capítulo 74 de la Segunda Parte. Según Lo Ré, Cervantes debió enterarse de la publicación del plagio del Quijote por Alonso Fernández de Avellaneda cuando escribía el capítulo 57 de la Segunda parte (a estas conclusiones llega el crítico al comparar las fechas en que Sancho y el Duque escriben sendas cartas). Lo Ré afirma que el falso Don Quijote de la Avellaneda debió hacer sentir a Cervantes "appalled and hurt" (Lo Ré, 28) no sólo por el plagio hecho a su obra sino por la vulgarización y distorsión que ha sufrido su protagonista. Para desmentir al falso Quijote, Cervantes cambia el itinerario del viaje del verdadero Quijote hacia Barcelona y no hacia Zaragoza como rezaba en el libro de Avellaneda. Al morir Don Quijote, el Cura pide al escribano que de testimonio de la muerte del personaje "para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Berengeli le resucitase falsamente..." (II, 672).

A.G. Lo Ré afirma en su ensayo que el único error que Alonso Quijano el Bueno admite en su lecho de muerte es el haber creído en la existencia de los héroes de caballería. Y a continuación nos dice que Don Quijote se ha entristecido al haber descubierto que los hombres de caballería no existían en su tiempo o que nunca existieron. En esta medida creemos que nos sigue hablando Don Quijote y no Alonso Quijano.

Lo Ré coincide con Rielo en que la muerte de Don Quijote apunta también hacia la muerte de Cervantes. El autor explica cómo Cervantes, tras su presidio en Argel, y tras la fría acogida en España, se desiluciona y se amarga. Y afirma Lo Ré refiriéndose al paulatino desencanto de Don Quijote (a su desquijotización): "(...) Don Quijote expresses doubt and confusion about what he has been doing. Something is bothering him, it seems, because something is bothering the author" (bastardillas mías) (Lo Ré, 27). Estamos de acuerdo con estos planteamientos en lo esencial.

Conclusiones

Cervantes siempre pensó hacer morir a su protagonista, incluso antes de la aparición del falso Quijote de Avellaneda. La muerte de Don Quijote está rodeada de un realismo tan profundo que a veces adquiere un tono grave. Su muerte parece más real que el personaje mismo, logrando con ello que el personaje se revista de una convincente y nueva capa de realismo. El lector queda satisfecho y convencido de la muerte real de este personaje de ficción. Como en el episodio de la cueva de Montesinos, la muerte de Don Quijote agrega un nivel más a lo real dentro de la ficción, haciendo que Don Quijote se convierta, aún más, en un personaje extraordinariamente humanizado, extraordinariamente verosímil, o sea inmortal.

Bibliografía

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obra cervantina: Andanzas y desventura del malogrado mozo de campo y plaza". Boletín de la Sociedad Cervantes de América. Volumen XV, No. 1 (Primavera 1995): 94-104.

Hatzfeld, Helmut. El "Quijote" como obra de arte del lenguaje. Madrid: Gráficas Reunidas, 1972.

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Madariaga, Salvador de. Guía del lector del "Quijote". Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1961.

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(*) Miguel Correa Mujica es escritor cubano residente en Nueva York. Actualmente termina sus estudios doctorales en la City University of New York con una tesis sobre Reinaldo Arenas.

© Miguel Correa Mujica 1999Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

De nuevo sobre El Quijote: novela de burlas

Dra. Pilar Vega RodríguezFilología Española III

Universidad Complutense de Madrid

Son varias las menciones explícitas e implícitas al Quijote que pueden encontrarse entre las numerosas observaciones crítico-literarias del manuscrito 9.772-9.781 de la BNM, Sentencias Filosóficas y verdades morales que otros llaman adagios y proverbios castellanos, refranero compilado entre los años 1638 y 1650, por el Dr. Luis Galindo, abogado de los Reales Consejos. La fecha de copia de este ms. se fija en torno a 1659-1668.

El propósito de este refranero glosado, altamente clasicista, busca el emparejamiento de los proverbios castellanos con las autoridades clásicas de los adagios greco-latinos, principalmente a través de la colección erasmiana (Adagia, 1500). Según el modelo anticipado por Juan de Mal Lara en su Filosofía vulgar, Sevilla, 1568, se proporcionan también citas de autores castellanos, antiguos y modernos: poemas del marqués de Santillana, alusiones y versión de pasajes de El Conde Lucanor, La Celestina, y el Lazarillo; citas poéticas de Lope de Vega, Góngora satírico, y el Quevedo, preferentemente estoicista. Así pues, la novela de Cervantes se incluye, en esta compilación, dentro de la nómina de escritores modélicos que autorizan suficientemente la paremiología castellana, como, en el siglo posterior, intentará el Diccionario de Autoridades.

Entre los préstamos cervantinos no confesados destaca la sumaria versión del cuento referido por Sancho Panza, en el cp.31 de la II parte del Quijote, a propósito de las ceremonias y porfías del duque y el hidalgo por cuestión de la cabecera de la mesa. La dilatada anécdota referida por Sancho, que para regocijo de los duques y sonrojo de D. Quijote hubiera podido demorarse durante seis días, la resume en pocos trazos el Dr. Galindo. Después de cotejarse con la traza legendaria de los franciscanos, que para declinar el honor y distinción al Papa Urbano le convidaron en una mesa redonda, según declara Andrea Tiraquello, De Iure primogen.1. tom.q.59, el cuento se enuncia así.

Más arrogante fue la respuesta de otro Castellano, que, avuiéndose sentado en messa trauiessa, por venir tarde a la çena, y instándole a que subiesse arriba, dixo, que donde quiera que él se sentasse haría cabezza, 95F2. f. 82v.

Esta versión guarda cierta similitud con el desahogo del relato sanchesco, protagonizado por un labrador y un hidalgo:

Sentaos majagranzas, que adondequiera que yo me siente, será vuestra cabecera. DQ, 281.

Otro cuento incluido en el refranero es el popularísimo protagonizado por el loco que agredía a los perros vulgares, salvaguardando los podencos, refrán, 238B, calificado de

"vulgar historia". Como documenta Covarrubias la versión era célebre, y referida por Cervantes en el prólogo de la II parte del Quijote narraba así:

Había en Córdoba otro loco, que tenía por costumbre de traer encima de la cabeza un pedazo de losa de mármol, o un canto no muy liviano, y en topando algún perro descuidado, se le ponía junto, y a plomo dejaba caer sobre él el peso. Amohinábase el perro, y dando ladridos y aullidos, no paraba en tres calles. Sucedió, pues, que entre los perros que descargó la carga fue uno un perro de un bonetero, a quien quería mucho su dueño. Bajó el canto, diole en la cabeza, alzó el grito el molido perro, violo, y sintiólo su amo, asió de una vara de medir, y salió al loco, y no le dejó hueso sano; y cada palo que le daba decía: "Pero ladrón. ¿a mi podenco?. ¿No viste, cruel, que era podenco mi perro?". Y repitiéndole el nombre de podenco muchas veces, envió al loco hecho una alheña.

Escarmentó el loco, y retiróse, y en más de un mes, no salió a la plaza; al cabo del cual tiempo volvió con su invención y con más carga. Llegábase donde estaba el perro, y mirándole muy bien de hito en hito, y sin querer ni atreverse a descargar la piedra decía: "Este es podenco, ¡guarda!". En efeto; todos cuantos perros topaba, aunque fuesen alanos o gozques, decía que eran podencos; y así, no soltó más el canto".p.36.

La versión de Galindo ilustra el refrán El loco, por la pena es cuerdo.

Del propósito es la vulgar historia de vn loco que auía en çierta Ciudad, cuyo thema era, porque le mordió vn perro, de traher vna gran piedra sobre la cabeza, y viendo qualquier perro dormido, se le çercaba y se la echaba encima / diçiendo muy alegre en la venganza: "Quien tiene enemigos no duerma". Sucçedió que estando vn podenco echado en la puerta de su dueño, assí nuestro loco con su thema, y dexándole caer la piedra lo mató. El dueño, que salió al ruydo, y viendo muerto su perro, cogió muy ayrado vn palo que se halló a mano, y diole al loco, sin saber que lo era, muchos golpes, diçiéndole: "¿qué vellaquería es auer muerto vn podenco, y el mexor perro de caza que yo tenía?". Huyó y fuesse el loco mal hechor castigado, y en adelante, aunque prosiguió en su thema, eran todos amagos. Porque trahía la piedra sobre la cabeza, y se llegaba como antes, y amenazando al perro dormido, dezía, como reconociéndole, y juntamente retirándose: A este no, que es podenco, y corría sin attreberse a ninguno. De donde se prueba que este loco, acordándose del dolor de su castigo, salió cuerdo, o por lo menos, enmendado. f. 138/138v.

El cotejo de las dos versiones, si bien cercanas, hace improbable el seguimiento textual. Las acciones son divergentes y la destreza de la prosa cervantina deja en sombra el relato apuntado en la glosa de refrán galindiano. Más bien puede hablarse del empleo de un material tradicional por parte de ambos autores. Sin embargo, la pluralidad de menciones explícitas al Quijote indica que la proposición del cuento en la glosa paremiológica se realiza por influjo del material cervantino, admirativamente considerado por nuestro compilador de refranes.

Al juicio del Dr. Galindo, El Quijote es novela de burlas, graciosa y célebre, "novela burlesca", añade la glosa del refrán 117C. La interpretación cómica del Quijote se ha contemplado frecuentemente en los últimos años de la bibliografía cervantina. Los numerosos estudios a que podríamos referirnos enfocan el aspecto cómico de la novela sobre las situaciones o acciones narrativas, la caracterización de los personajes, la deformación de estructuras de diferentes géneros literarios, -caballeresco, pastoril, picaresco-, la disemia lingüística, etc.

La afirmación del carácter burlesco del Quijote es un planteamiento explotado abundantemente por el propio autor en la segunda parte de la novela. Aún teniendo en cuenta la probable condición apócrifa de los epígrafes capitulares, lo cierto es que al lector de los años 1640 se prometía un número superior de capítulos gustosos, sabrosos o graciosos en la segunda parte, respecto a los asegurados en la primera. La comicidad deriva en esta continuación de la novela, principalmente de la destreza lingüística, habilitada por Cervantes para desarrollar coloquios de pasatiempo entre D. Quijote y Sancho. La disparatada plática de Sancho, y sus retahílas de refranes descabellados son de gusto a los personajes nobles, pues, en ocasiones el escudero acierta inopinadamente en altas proposiciones de prudencia y sentido común, que, por su efecto sorpresa, provocan la amenidad. Según la duquesa,(II, XX, 272), la discreción de Sancho se confirma precisamente en la capacidad de asentar gracias y donaires, "malicias" al juicio de D. Quijote (II, XXX, 271), de las que "gustaba infinito de oir". "Razonamientos gustosos" (II, 31, 276), a todos sino a Don Quijote.

Por último, en esta parte de la novela, si bien era recurso iniciado en la primera, se escucha en multitud de ocasiones la risa abierta y maliciosa de los personajes. Sancho, menos simple y más discreto en esta nueva salida de la aldea natal (II,12,12), piensa morir de risa o perder el juicio cuando su señor le refiere la aventura habida en la cueva de Montesinos, (II,23,220). La duquesa, por su parte, "perecía de risa... en oyendo hablar a Sancho, y en su opinión le tenía más por graciosso y por más loco de su amo" (II, 32, 286); "perecida estaba la duquesa viendo la cólera y oyendo las razones de Sancho, (II, 32, 294); "A esta sazón, sin dejar la risa, dijo la duquesa", (II, 32,295); "Las razones de Sancho renovaron en los duques la risa y el contento", (II, 33, 304); "reventaban de risa con estas cosas los duques", (II,38, 332). "De cualquiera palabra que Sancho decía, la duquesa gustaba tanto como desesperaba a Don Quijote", (II, 39, 335); "a esto dijo Sancho:... riéronse todos", (II, 40, 341). Los refranes de Sancho serán preferidos por la duquesa: "De mí sé decir que me dan más gusto que otros, aunque sean mejor traídos y con más sazón acomodados", II,34, 308. Hasta el propio autor implícito inculca el deber de la hilaridad en el lector:

Deja lector amable, ir en paz y en hora buena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa, que te ha de causar el saber, cómo se portó en su cargo... II,44,268.

El juicio de D. Quijote sobre Sancho Panza se reafirma en esta tendencia cómica y equívoca:

es vno de los más graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero andante: tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que el pensar si es simple o agudo causa no pequeño contento; tiene malicias que le condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo, duda de

todo, y créelo todo, cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale con unas discreciones que le levantan al cielo, II, 32, 293.

Los epígrafes capitulares anunciados por graciosos, gustosos, de la primera parte eran menos. El factor hilarante de la novela se centra en los sucesos, aventuras, artificios, y otros recursos tradicionales de la comicidad, golpes, batacazos, detalles escatológicos, corolarios que rodean al bobo tradicional: descripciones animalísticas, obsesión por las necesidades primarias, glotonería, etc. El comentario de Luis Galindo al refrán 177C, Topar la horma de su çapato, permite sospechar que el hurto del rucio fue uno de los elementos sorpresivos y cómicos más eficaces de la primera parte,

En el modo mesmo, después de la historia graziosa y çélebre de nuestro D. Quixote de la Mancha, Encontró Sancho con su rozín, porque los finge muy parezidos en las mañas, y en todas las aventuras de la Novela burlesca, compañeros isseparables. 117C.

Era preciso matizar en la glosa paremiológica "después de la historia graziosa", de D. Quijote, porque el refrán comentado alude a la figuración proverbial a que análogamente se refiere Covarrubias en 1611: "A hallado Fulano, medida o horma de su çapato, quando ha topado con quien le haze rostro", 796a, glosa que subraya la identidad de los dos extremos del enunciado paremiológico.

A su vez, en el comentario Allá va Sancho con su rocino, refrán tan antiguo como la paremiología castellano, y documentado en el refranero de Santillana, Covarrubias anota: "dizen que éste era un hombre gracioso que tenía vna aca, y donde quiera que entrava la metía consigo; usamos deste proverbio quando dos amigos andan siempre juntos, 925a".

Esta figuración proverbial explica la glosa de Galindo, que asocia en intimidad asno y escudero. El vocablo "mañas" puede aludir a la malicia de ambos, el criado Sancho en su ambición de sacar tajada de las aventuras quijotescas, y tal vez, por un error de extensión aplicado al rucio, la aventura de Rocinante con las jacas galicianas de los yangüeses, I,15,190.

Es decir, a la figura proverbial de Sancho, se vincula un objeto, el rocín. La astucia del mañoso Sancho, deriva en esta glosa paremiológica principalmente de la figura folklórica, aún cuando también en la novela la sagaz prudencia del personaje resulte confirmada. La figura literaria corrobora la figura proverbial.

En otros refranes antiguos, el personaje folklórico Sancho, demuestra bondad natural, como en el enunciado, Al buen callar llaman Sancho, al bueno, bueno, Sancho Martínez, según juzga Correas:

Es de advertir ke algunos nonbres los tiene rrezibidos i kalifikados e vulgo en buena o mala parte i sinifikazión, por alguna semexanza ke tienen kon otros, por los kuales se toman, Sancho por Santo, sano i bueno. p.41.

Al buen callar llaman Sancto, "dízese por reprehensión del que habla lo que no conviene y fuera de tiempo, que le podría venir mal, como que sea cosa sancta y

defendida callar", amonesta Galindo en el refrán 326 del Apéndice de su colección. La parlería, pues, disuena del personaje folklórico. La aplicación negativa de la figuración proverbial en el personaje literario intensifica la comicidad del efecto sorpresivo. En efecto, más de una vez las recomendaciones de D. Quijote a Sancho se cifran en el laconismo.

Sancho amigo, huye, huye destos inconvinientes, que quien tropieza en hablador y en gracioso, al primer puntapié cae y da en truhán desgraciado, II,31, 277.

La figura literaria comprende así actitudes muy dispares, silencio y parlería, astucia y simplicidad, malicia y bondad, Sancho hombre, Sancho animal, asociado al asno.

Parece, pues, que el episodio del hurto del rucio fue uno de los más celebrados y cómicos, al juicio del compilador Galindo. La glosa del refrán propuesto sugiere la cuestión de si la interpolación que reformaba la quiebra narrativa surgida entre los cp.23 al 42 de la primera parte, se aprovechó de una figuración proverbial dada, o bien, si el compilador del refranero no alude al antiguo proverbio, sino al correspondiente pasaje de la restitución del rucio, obrada en la edición de Juan de la Cuesta, 1605. Nos inclinamos por esta último opción, considerando que la lectura más célebre del Quijote en el siglo XVII contemplaba el robo y consiguiente devolución del rucio. A esto se añade la figuración que otros cuentos podían asociar, Vistéis por allá mi haca, el asno de Torquemada, etc. El planto de Sancho por el rocín, como demuestra su descendencia textual fue un pasaje conocido.

Una nueva alusión al Quijote en el refranero de Galindo asocia la desaparición del género caballeresco a la intención moral y paródica de la novela cervantina.

Las historia fabulosas y apocryphas, que ny son para exemplo, ny de doctrina, sino vanos fingimientos y nouelas ridículas dezimos por comparaçión Libros de Caballerías, escritos de la ociosidad castellana y leydos de la mesma, hasta que M. de Cervantes sacó a luz y juiçio a su D. Quijote, y se le puso a los occupados en lecturas semejantes y sin fruto, 693C.

Luis Galindo añade a continuación de la definición: Libros de caballerías, un nuevo modismo: Meterse en libros de caballerías

dezimos del duellista quimérico y que emprende cosas mayores que sus fuerzas, y se entremete a venganzas de injurias y tuertos agenos, andando siempre como otro Hércules en aventuras y peligros voluntarios, en ostentación de su esfuerzo, valentía, y nobleza de ánimo, sin más vtil proprio que el de adquirir nombre". ibid.

El contenido del vocablo 'quijotada' podría asimilarse a esta expresión proverbial de Galindo. Según M. Herrero García, este término reúne las notas de cristianismo, caballerosidad, valor irreflexivo e inconsiderado, locura extremada, cualidades que definen a D. Quijote como quintaesencia de la caballería andante. Para Luis Galindo, las notas de la figuración proverbial en el registro culto, figuras de la novela caballeresca,

representan las mismas condiciones enuciadas por los escritores del XVII con respecto al personaje del Quijote: temeridad, valentía y ambición de gloria.

Así pues, en el registro paremiológico de Luis Galindo, nutrido por unidades tópicas, se incorporan, autorizados por la alusión al Quijote, proverbios que permiten suponer la celebridad proverbial de la novela, concretamente de algunos episodios, hacia 1640. Contrariamente a lo que podría esperarse por la fecha de estas glosas paremiológicas, la comicidad de la novela, que ha llegado a topificarse, responde a episodios y características de la primera parte, intensificados en su humorismo por el factor sorprendente y la paradoja intrínseca de la figuración proverbial. La glosa del Dr. Galindo aclimata la figuración proverbial a los nuevos éxitos editoriales.

© Pilar Vega Rodríguez 1999Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

From: Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America 3.2 (1983): 121-33.Copyright © 1983, The Cervantes Society of America

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Don Quijote y Sancho en El Toboso: Superstición y simbolismo

ANA GARCÍA CHICHESTER

N “SYMBOLISM IN Don Quixote, Part II, Chapter 73,”1 el profesor E. C. Riley analiza la técnica simbólica de Cervantes. Su estudio se concentra en los dos augurios o “agüeros”2 que aparecen en ese capítulo y en las dos imágenes principales de éstos: la liebre y la jaula de grillos. Riley concluye que ambas imágenes son metáforas de la Dulcinea encantada y que la intervención de Sancho en la interpretación que hace don Quijote de los agüeros resulta ser, igualmente, un acto simbólico. La importancia de estas conclusiones es que Riley establece, sin lugar a dudas, que los agüeros en la segunda parte del Quijote forman un código simbólico, cuyo sentido es preciso investigar.     El presente artículo toma como objeto de su estudio los agüeros que aparecen en el capítulo 9 de la segunda parte, en el que se narra la entrada de don Quijote y Sancho en el Toboso. Me propongo analizar la estructura y el significado de los dos distintos agüeros de que consta el capítulo. De ahí, a modo de conclusión, intentaré señalar de qué manera la aparición del elemento de la superstición contribuye al significado de esta aventura en el Toboso.

     1 E. C. Riley, “Symbolism in Don Quixote, Part II, Chapter 73,” Journal of Hispanic Philology 3 (1979), 161-74.     2 Aunque algo arcaico, emplearé el término “agüero” en este estudio, para no diferir del que emplea Cervantes.

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     La estructura del capítulo 9 podría dividirse en dos partes, según los dos agüeros que encontramos. El primero surge al principio, al entrar en el pueblo don Quijote y Sancho:

     ‘Medianoche era por filo’, poco más a menos, cuando don Quijote y Sancho dejaron el monte y entraron en el Toboso. Estaba el pueblo en un sosegado silencio, porque todos sus vecinos dormían y reposaban a pierna tendida, como suele decirse. Era la noche entreclara, puesto que quisiera Sancho que fuera del todo escura, por hallar en su escuridad disculpa de su sandez. No se oía en todo el lugar sino ladridos de perros, que atronaban los oídos de don Quijote y turbaban el corazón de Sancho. De cuando en cuando rebuznaba un jumento, gruñían puercos, mayaban gatos, cuyas voces, de diferentes sonidos, se aumentaban en el silencio de la noche, todo lo cual tuvo el enamorado caballero a mal agüero, pero con todo esto dijo a Sancho:     —Sancho, hijo, guía al palacio de Dulcinea; quizás podrá ser que la hallemos despierta.3

Después de guiar unos pasos don Quijote exclama:

     —Con la iglesia hemos dado, Sancho.     —Ya lo veo —respondió Sancho—. Y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura; que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuesa merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida (págs. 196-97).

El segundo agüero aparece en relación a la figura de un labrador que se les cruza en el camino, ya hacia el final del capítulo. Tras abandonar el cementerio, don Quijote y Sancho continúan la marcha:

     Estando los dos en estas pláticas, vieron que venía a pasar por donde estaban uno con dos mulas, que por el ruido que hacia el arado, que arrastraba por el suelo, juzgaron que debía de ser labrador, que habría madrugado antes del día a ir a su labranza, y así fue la verdad. Venía cantando aquel romance que dicen: ‘Mala la hubistes, franceses,En esa de Roncesvalles.’

     —Que me maten, Sancho —dijo en oyéndole don Quijote—, si nos ha de suceder cosa buena esta noche. ¿No oyes lo que viene cantando ese villano? (pp. 200-01).

     3 Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, ed, Francisco Rodríguez Marín (Madrid: Atlas, 1948), IV, 194-95. El subrayado es mío. De aquí en adelante las citas que se refieran a esta edición se anotarán entre paréntesis en el texto.

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     El capítulo que he escogido para este estudio resulta de especial interés. Su importancia proviene de la posición en que se encuentra, tanto dentro del contexto narrativo, como dentro de lo que se podría llamar el “sistema de agüeros” de la segunda parte y que contiene los capítulos 4, 8, 9, 22, 41, 58 y 73.4 En primer lugar, el contexto del capítulo es esencial en el desarrollo de la Segunda Parte, puesto que se trata del comienzo de la primera aventura en la tercera salida de don Quijote y Sancho: la búsqueda de Dulcinea en el Toboso. La posición del capítulo dentro del sistema de agüeros es también significativo: éstos son los primeros agüeros “rnalos” que se presentan en la segunda parte y el único capítulo, exceptuando el 73, en el que aparece más de un solo agüero.5

     Además de la clase de agüeros (buenos o malos) y del número, es necesario señalar el tipo. Existen tres tipos de agüeros: dos dentro de la categoría de auguria y los de tipo omen. Pedro Ciruelo explica los distintos tipos de agüeros que se conocían a mediados del siglo XVI en su Reprouación de las supersticiones y hechizerzías.6 Conforme a su división, los dos tipos que se encuentran en la categoría de auguria son: los agüeros que se basan en movimientos de animales (o de aves) y los basados en movimientos del hombre, ya sean corporales o espirituales.7 A éstos, Ciruelo añade los de la categoría de tipo omen, o sea, los

     4 Un estudio de los agüeros podría llevar a la conclusión de que dentro del sistema existen dos códigos: 1) en el que se hace referencia a agüeros “buenos” (caps. 4, 8 y 58); y 2) en el que se hace referencia a agüeros “malos” (caps. 9, 22 y 41). Como indica Riley, en el 73, debido a la intervención de Sancho, los malos agüeros iniciales se convierten en uno bueno. Habría que estudiar la relación de los agüeros dentro de cada código, en particular, la relación entre el 58 y el 73, o sea, entre las imágenes de los santos a caballo y la imagen que describe Riley, de don Quijote sobre Rocinante, con la liebre y la jaula de grillos en sus manos. Véase Riley, pp. 169-70.     5 Todos los demás constan de uno solo. El capítulo 73 resulta de interés especial puesto que la intervención de Sancho introduce lo que podría ser un tercer agüero.     6 Pedro Ciruelo, Aprouación de las supersticiones y hechizerías, intr. Alva V. Ebersole (Valencia: Albatros, 1978). La división que cito y a que me refiero a continuación está en las pp. 62-63.     7 Hay sub-divisiones más detalladas de las señales que Ciruelo denomina auguria. En el Dictionnaire Infernal, Collin de Plancy explica: “Gaspard de Peucer [teólogo alemán] dit que les augures se prenaient de cinq choses: 1° du ciel; 2° des oiseaux; 3° des bêtes à quatre pieds; 5° de ce qui arrive au corps humain, soit dans la maison, soit hors de la maison.” Véase: Jacques Collin de Plancy, Dictionnaire Infernal (Paris: Mellier, 1894), p. 60.

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fundados en la interpretación de lo que dice o hace otra persona.8 De estos tres, dos se hallan en el capítulo 9, uno de cada categoría. El primer agüero corresponde al primer tipo que menciona Ciruelo (movimientos de animales, en este caso sonidos), en tanto que el segundo agüero pertenece al tipo oral del omen (romance que interpreta don Quijote como mala señal).9

     Una vez establecida la importancia del capítulo, podemos pasar a analizar el significado de cada agüero. El primer agüero puede dividirse en dos, a pesar de que para don Quijote los sonidos de los animales en la noche bastan para que todo, en conjunto, constituya una mala señal. La primera división sería la de los sonidos de los animales, que a su vez, se dividen en dos: los ladridos de perro y los demás sonidos. Dentro de

esta misma división también habría que incluir el ambiente, es decir, la hora de la noche (más o menos medianoche) y el silencio. La segunda división está compuesta por los detalles que se dan a conocer más tarde: en primer lugar, el hecho de que la oscuridad no le permita a don Quijote reconocer la silueta de la iglesia; y en segundo lugar, el que la acción tenga lugar en el cementerio de la iglesia. Ambas estructuras están combinadas en un solo agüero.     Una vez establecida la importancia del capítulo, podemos pasar a analizar el significado de cada agüero. El primer agüero puede dividirse en dos, a pesar de que para don Quijote los sonidos de los animales en la noche bastan para que todo, en conjunto, constituya una mala señal. La primera división sería la de los sonidos de los animales, que a su vez, se dividen en dos: los ladridos de perro y los demás sonidos. Dentro de esta misma división también habría que incluir el

     8 Sobre el tercer tipo, E. C. Riley cita a A. Marasso y a Rodríguez Marín, y explica que el omen “is a kind of oral sortes virgilianae or biblicae . . . of great antiquity, to be found . . . in classical literature from the Odyssey onwards; in Greek tragedies, Plutarch, Diogenes Laertius, and St. Augustine .  . . .” Véase Riley, p. 168.     9 Aquí también se podrían hacer divisiones dentro del sistema de agüeros de acuerdo con el tipo. En el cap. 4 y en el 8 se presenta el agüero de tipo animal (relinchos de Rocinante y “sospiros” del rucio), en el 22 el de animales o aves (cuervos, grajos, murciélagos), en el 41 el humano (miedo de Sancho de montar sobre Clavileño) y en el 58 también el humano (imágenes de santos a caballo). En el 73 aparecen los mismos agüeros que en el 9, aunque en orden inverso. Primero se encuentra el omen (lo que le dice un muchacho a otro en relación a la jaula de grillos) y luego el animal (liebre perseguida). Sólo en estos dos capítulos (9 y 73) se da el tipo omen.

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ambiente, es decir, la hora de la noche (más o menos medianoche) y el silencio. La segunda división está compuesta por los detalles que se dan a conocer más tarde: en primer lugar, el hecho de que la oscuridad no le permita a don Quijote reconocer la silueta de la iglesia; y en segundo lugar, el que la acción tenga lugar en el cementerio de la iglesia. Ambas estructuras están combinadas en un solo agüero.     La información que existe sobre las asociaciones con el sonido que emiten los perros es vasta. Por ejemplo, se cree que el aullido del perro es una señal de muerte. El origen de esta superstición procede de la creencia de que el perro puede detectar el olor de la muerte y percibir la presencia de ánimas o de futuros difuntos.10 Cora Linn Daniels distingue el aullido del perro del ladrido: el aullido es una señal “natural” de la venida de la muerte, mientras que el ladrido se asocia a hechos “sobrenaturales.”11 Como quiera que sea, el sonido de perros ladrando o aullando en el silencio de la noche, se considera un mal presagio.     La información sobre los sonidos de los otros animales que aparecen en este agüero es menos categórica. Tanto los puercos como los jumentos se asocian a la venida de la muerte o a la presencia de ánimas. Se dice que el puerco “gives its master warning of his approaching death by giving utterance to a certain peculiar whine.”12 De los “jumentos” dice García de Diego que se creía en Antas (Pontevedra) que cuando una caballería “se para en un camino, y no consiguen que ande sino con grandes esfuerzos, es que ha visto algún fantasma, anuncio de la muerte de la familia.”13 Igualmente, el maullido del gato (gatos negros en particular) a medianoche “is a bad omen, and foretells a death.”14

     10 Ver sobre todo: E. y M. A. Radford, Encyclopaedia of Superstitions, rev. C. Hole (London: Hutchinson, 1961), p. 102; J. E. Cirlot, A Dictionary of Symbols, tr. J. Sage (New York: Routledge, 1967), p. 80; Gertrude Jobes, Dictionary of Mythology, Folklore, and Symbols (New York: Scarecrow, 1962), I, 456-67; The Book of Beasts: Being a Translation from a Latin Bestiary of the Twelfth Century , tr. y ed. T. H. White (London: Cape, 1954), 66-67; Milton Goldsmith, Signs, Omens, and Superstitions (New York: Sully, 1918), p. 122.     11 Cora Linn Daniels, ed., Encyclopaedia of Superstitions, Folklore, and the Occult Sciences of the World (Chicago: Yewdale, 1903), pp. 184-185.     12 Radford, p. 189. También se usaban estos animales como víctimas rituales en sacrificios a los dioses de la muerte. Véase Jobes, II, 1270.     13 Pilar García de Diego, “Supersticiones,” Revista de dialectología y tradiciones populares, 9 (1935), 152.     14 Goldsmith, p. 123.

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     A pesar de que se puede documentar la superstición general sobre los sonidos de “jumentos,” puercos y gatos, no puede decirse que la función esencial de los ruidos producidos conjuntamente por los animales consista en un anuncio de muerte (aunque este macabro aspecto del agüero no deba ignorarse).15 El sentido de todos los sonidos (ladridos y demás), en el silencio de la medianoche, cerca del cementerio de la iglesia, corresponde a supersticiones mucho más específicas. O sea, más que asociados a presagios de muerte, estos sonidos tienen que ver con los ruidos de la hechicería nocturna, y expresan un aspecto grave y una gran preocupación del pueblo español de entonces.     Hacia mediados del siglo XVI y principios del XVII, se llevaron a cabo en España una serie de procesos contra la hechicería. En 1610 por ejemplo, se realizaron procesos y autos de fé contra las brujas del pueblo vasco-navarro de Zugarramurdi, a cargo del inquisidor don Juan Valle Alvarado.16 Estos y otros procesos que siguieron efectuándose hasta 1620 en la región de Navarra se hicieron famosos. La delación de personas que acusaban a otras de practicar la nigromancia produjo tal pánico que incluso los que eran inocentes confesaban el delito. Según Alfonso Otazu, los procesos navarros condujeron al “desencadenamiento de un terror colectivo, a una especie de Gran Miedo, al que las comunidades campesinas se sometían durante el tiempo que durasen los procesos.”17

     La fama de los procesos y el terror que cundió por Navarra y la región vasca no deja de manifestarse (aunque en menor escala) en

     15 Los animales que más directamente anuncian la muerte son los cuervos, los murciélagos, las lechuzas, los ladridos de perros y el cruce de una liebre frente a alguien, entre otros. Véase Daniels, pp. 180-83.     16 Julio Caro Baroja, Las brujas y su mundo (Madrid: Revista de Occidente, 1961), 229-44. Simultáneamente, en la región vasca francesca de Labourd, Pierre de Lancre llevó a cabo procesos contra brujas, también famosos. Por lo general se refiere a las personas que practicaban la nigromancia en términos femeninos, debido a que la gran mayoría eran mujeres. Según Castañega, no se le llamaban nigrománticas a las mujeres, sino “megas, brujas, hechiceras, jorguinas o adevinas.” Véase Fray Martín de Castañega, Tratado de las supersticiones y hechicerías (Madrid: Sociedad de bibliófilos españoles, 1946), p. 38.     17 Alfonso Otazu, “Brujería y régimen señorial en la Montaña atlántica de Navarra (1600-1620),” Homenaje a Julio Caro Baroja (Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas, 1978), p. 828.

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Castilla la Nueva, donde la Inquisición de los Tribunales de Toledo y de Cuenca celebraron unos 235 procesos (151 en Toledo y 84 en Cuenca) durante el siglo XVII.18

Desde luego, este gran problema social y moral no podía haber escapado la atención de Cervantes, y no es de extrañar que entre las supersticiones en el Quijote haya incluido este aspecto singular de la superstición.     Estos sonidos de animales, pues, formaban parte de los conjuros y además, daban indicación de que había comenzado el aquelarre.19 Rodríguez Marín comenta este punto en su apéndice XIII al Quijote:

     . . . tales ruidos nocturnos, que siempre sobrecogen el ánimo, estaban estrechamente relacionados con los conjuros que por paste de hechicería solían hacerse a aquella medrosa hora, y en los cuales, en opinión de las gentes, el diablo daba señal de quedar atendida la invocación, por medio de rebuznos, ladridos, puertas que sonaban al cerrarse de golpe, etc.20

Cirac Estopañán recoge en su estudio sobre la brujería en Castilla la Nueva conjuros de brujas que mencionan ladridos de perros y “balidos” de ovejas.21 Rodríguez Marín menciona en un conjuro que encontró en el Archivo Nacional, ladridos y “rebuznos.”22

La conección entre los gatos y la brujería es de sobra conocida: se cree que las brujas pueden transformarse en gatos y que éstos sirven de instrumento

     18 Sebastián Cirac Estopañán, Los procesos de hechicerías en la Inquisición de Castilla la Nueva (Madrid: Diana, 1942), pp. 212-22.     19 Este era un término vasco, de “akerr” —macho cabrío— y “larre,” “larra”— prado. Se le llamaba así debido a que las convocaciones se celebraban en lugares descampados y a que el demonio con frecuencia aparecía en forma de macho cabrío. Según Pierre de Lancre, cuyos escritos le sirvieron de base a Julio Caro Baroja para sus estudios sobre la brujería, el aquelarre reproducía una corte real, con reyes y altos dignatarios. Véase Pierre de Lancre, L'incredulité et Mescreance du Sortilege Plainement Convaincve (Paris: Bvon, 1622), citado por Julio Caro Baroja, pp. 233-44.     20 Francisco Rodríguez Marín, “Las supersticiones en el Quijote,” en su edición del Quijote, IX, 212-13.     21 Cirac Estopañán, pp. 131-32, 154. Entre los conjuros que se mencionan se destaca el siguiente: “Marta, Marta, / no la digna ni la santa . . . / Yo te conjuro / . . . que me traiga a N. más ayna, / o me dés hombre que hable / o perro que ladre.” Y también: “Venga F. a mis amores, / como el gallo cantando, / como el perro ladrando, / y la obeja balando.     22 Rodríguez Marín, “Las supersticiones . . . ,” p. 213. Menciona el conjuro: “tres señales que pido / me la has de otorgar: / Puertas sonar / Perros ladrar y borricos rebuznar.”

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para los hechizos.23 Por último, en el quinto acto de un documento sobre las declaraciones de brujos ante la Inquisición de Navarra (1613), se halla la siguiente nota:

     Yten para mas comprouación . . . y de que van y asisten corporalmente, se proponen las confessiones de muchas personas, que se declaran como hiendo o asistiendo en el aquelarre. Oyen cualquier ruido y bozes de pastores y otras personas, latidos de

perros, los puercos que gruñen, cencerros de los ganados, el relox y las campanas.24

     La oscuridad, el sonido de los animales y el cementerio dominan la acción en torno a este primer agüero. A causa de la oscuridad de la noche, don Quijote confunde la sombra de la iglesia con el alcázar de Dulcinea.25 Historias de apariciones en los cementerios, que abundaban por entonces, justifican el miedo de Sancho, puesto que era la creencia que sólo las brujas andaban de noche por allí, en busca de tierra de sepulturas y de huesos de muertos para sus hechicerías. De ahí que el asistir a los cementerios de las iglesias a las altas horas de la noche tuviera tan mala señal, porque “quien tal hacía asemejábase a aquella calaña de gentes, no sin riesgo de caer en manos del Tribunal de la Inquisición.”26

     En el segundo agüero, como en el primero, los detalles se revelan gradualmente. En primer término aparece el hombre con las dos mulas y el arado; en segundo término, el romance que viene cantando; y por último, queda la información que da el mismo labrador cuando responde a las preguntas de don Quijote.

     23 Véase Cirac Estopañán, pp. 93, 181; Jobes, p. 297. Según Jobes, la hechicera griega Hecate se convertía en gato. De ahí quizás el origen de la asociación del gato con las brujas.     24 Florencio Idoate, Un documento de la Inquisición sobre brujería en Navarra (Pamplona: Aranzadi, 1972), p. 63.     25 El proceso más antiguo instruido por el Tribunal de Toledo (1530), y que debió de ser conocido por toda Castilla la Nueva, se llevó a cabo contra la bruja Juana Ruiz, anciana de Daimiel. Resulta curioso notar las semejanzas entre las circunstancias que llevan a don Quijote y a Sancho al cementerio de la iglesia, y una de las historias que recoge Cirac Estopañán sobre Juana Ruiz, en la que se relata como una noche, muy pasada la medianoche, al ir a su trabajo dos cardadores, vieron en el carnero del cementerio un bulto y que al acercarse, llenos de miedo, descubrieron que se trataba de Juana Ruiz, envuelta en un lienzo. Véase Cirac Estopañán, pp. 187-88.     26 Rodríguez Marín, nota 8 al capítulo 9 de la segunda parte de su edición del Quijote, IV, 196-97.

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     Este agüero resulta más ambiguo que el primero. Sin embargo, hay dos cosas que resaltan de la descripción que hace Cervantes del labrador que se acerca: el hecho de que aún no era de día y el hincapié que se hace en el ruido que hacía el arado. Estos dos detalles tendrían un sentido claro para los lectores de la época. Recurro de nuevo al documento de la Inquisición de Navarra, y al mismo quinto acto que describe los sonidos que oían los asistentes a los aquelarres. Dos de los brujos que confiesan sus actividades declaran que “quando algunas personas hablauan alto, las oya, y las boces de los pastores que estauan en los montes cercanos . . . ;” y que “hiendo y biniendo al aquelarre, oya muy bien cualquier ruido que se hiziese.”27

     Lo que me interesa recalcar de esta cita anterior es que si consideramos que los agüeros del principio de la búsqueda de Dulcinea en el Toboso introducen a don Quijote y a Sancho en un ambiente “sobrenatural” el omen que aparece después de la descripción del labrador también se encuentra presentado dentro del mismo ambiente. Es decir, la imagen que tenemos es la de don Quijote y Sancho, de regreso de un cementerio entre ruidos que parecen anunciar influencias maléficas, cruzándose en el camino con un pobre labrador. Aunque don Quijote y Sancho no aparecen como deliberadamente participando en un aquelarre, la descripción de los elementos del agüero (medianoche; ladridos, rebuznos, etc.), claramente sugería al lector

contemporáneo la presencia diabólica y su influencia maléfica y, de esta forma, irónicamente, el narrador los convierte en inocentes participantes en actividades de hechicería. Así pues, al igual que los “herejes” que concurrían a esas convocaciones y a pesar de la poca claridad del alba, don Quijote y Sancho logran ver al labrador a lo lejos y oir el ruido del arado que arrastra y el romance que viene cantando. De ahí que la importancia de cómo se ha presentado el omen resida en la percepción de don Quijote y Sancho (y del lector avisado) de la escena.     Tanto en el capítulo 73 que estudia Riley como en éste, Cervantes recurre al omen como instrumento retórico para dar un sentido simbólico a la narración. El romance que canta el labrador es un trozo (muy popular entonces) del romance de Roncesvalles, en el que se narra la captura de Guarinos. Rodríguez Marín atribuye el mal agüero a que

     27 Idoate, pp. 63-64.

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el romance le recordara a don Quijote la famosa batalla en que murió la flor de la caballería francesa,” y a que “su espíritu . . . estaba sobresaltado y mal dispuesto a causa del primer agüero.28 Las primeras palabras del romance (“Mala la hubistes”), además de aludir a la muerte de los Doce Pares y el mal destino de Carlomagno y de Guarinos, pueden tener otro significado.29 Comparadas a las palabras de don Quijote unas líneas antes de encontrarse con el labrador (“¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin par Dulcinea?” p. 198), las palabras del romance también pueden ser una indicación de que don Quijote va a fracasar en su intento de hallar a la Dulcinea que busca. El romance de Roncesvalles, entonces, pronostica la derrota de la empresa esencial de don Quijote en esta segunda parte.     Existe, irónicamente, un segundo significado en este agüero, que poco tiene que ver con el omen del romance, sino que se basa en la figura del labrador y en lo que éste le responde a don Quijote. Frente a las dos figuras “herejes” de don Quijote y Sancho, el labrador simboliza al cristiano castizo, en camino a su humilde labor. La sensatez de sus palabras enfatiza esta idea:

     —Señor —respondió el mozo—, yo soy forastero y ha pocos días que estoy en este pueblo sirviendo a un labrador rico en la labranza del campo; en esa casa frontera viven el cura y el sacristán del lugar: entrambos o cualquier dellos sabrá dar a vuesa merced razón desa señora princesa, porque tienen la lista de todos los vecinos del Toboso; aunque para mí tengo que en todo él no vive princesa alguna; muchas señoras sí, principales, que cada una en su casa puede ser princesa (p. 202).

     Las palabras del labrador muestran que detrás del ambiente de brujería y del romance que don Quijote ha interpretado como mal agüero se esconde una buena señal, un buen agüero. La función del

     28 Rodríguez Marín, “Las supersticiones . . .” p. 212.     29 El verso completo según el Cancionero de Romances (Anvers, 1550), ed. Antonio Rodríguez-Moñino (Madrid: Castalia, 1967), es:

Mala la vistes Francesesla caça de Roncesvallesdon Carlos perdio la honrramurieron los Doze parescatiuaron a GuarinosAlmirante de las mares (p. 180).

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labrador en este episodio es la de señalarle a don Quijote dos cosas: que quienes pueden ayudarle en su búsqueda del amor son los servidores de Dios, o sea, el sacristán y el sacerdote; y que toda mujer es digna de ser amada, aunque viva en una “callejuela sin salida” en vez de en un alcázar.30

     Como se habrá podido apreciar, el estudio de estos agüeros revela que en el capítulo existe una dualidad de significado. Los agüeros cumplen dos funciones: la de señalar el camino del mal que don Quijote no debe seguir (función negativa); y la de sugerir la posibilidad de un camino más provechoso (función positiva). Aunque don Quijote interpreta ambos agüeros como señales del mal, cada agüero en realidad encierra, indirectamente, un pronóstico de buena ventura. El aspecto negativo de los agüeros es el que se basa, en el caso del primer agüero, en los elementos de la hechicería nocturna, cuyo significado depende del carácter supersticioso de don Quijote y de que el lector posea el código simbólico, y en el del segundo agüero, en el conocimiento de la literatura caballeresca. El aspecto positivo es el que se presenta directamente pero cuyo significado queda oculto debido a la oscuridad de entendimiento de don Quijote, que no ve las señales obvias, sino los agüeros. Es decir, a pesar de que para don Quijote y Sancho el mal del primer agüero reside en los ruidos nocturnos, la verdadera señal consiste en el hecho de que han tropezado con la casa de Dios, en vez del alcázar de Dulcinea. Igualmente, en el caso del segundo agüero, aunque para don Quijote la mala señal sea el omen de la batalla de Roncesvalles, el verdadero sentido se encuentra en las palabras del labrador, que, de nuevo, lo dirigen a la iglesia.     Considerando estas dos tendencias en términos de la estructura general del capítulo, nos encontramos con que el capítulo funciona como si fuera un agüero en sí. Es decir, por una parte, el capítulo

     30 Esta frase puede ser una sugerencia irónica de Sancho de que Dulcinea es una bruja, pues Cirac Estopañán dice que la gran mayoría de las brujas eran mujeres de mal vivir, abandonadas por sus maridos o enviudecidas jóvenes, pobrísimas, quienes tenían que hacerse brujas por necesidad y a veces hasta cobraban dinero por sus hechizos y conjuros. Cirac Estopañán menciona, como ejemplo, a “las Pelonas,” madre e hija, quienes se mantenían de “lavar ropa, hilar lana, espigar en agosto, de curar y de lo que les daban por temor de sus hechizos; vivían en la última casa de un callejón sin salida .  . . .” Véase Cirac Estopañán, pp. 214-19.

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consiste en un presagio de lo que está por venir en la historia de don Quijote: la noción de que Dulcinea está encantada y que en lugar de princesa, los encantadores la han convertido en una “pestífera villana.” Al confundir el alcázar de Dulcinea con la iglesia y su cementerio, Cervantes hace que don Quijote esté asociando a Dulcinea con las brujas que andaban despiertas y haciendo hechizos a medianoche. Al mismo tiempo,

Cervantes ha introducido a don Quijote y Sancho en un mundo sobrenatural, en el cual se encuentra explicación de lo incomprensible. La oscuridad de la noche y sus ruidos, que simbolizan el mundo maléfico, la locura de don Quijote y su incapacidad de entender el verdadero ser de Dulcinea del Toboso, anticipan el que éste, en su ignorancia, vaya a caer víctima del maleficio de los encantadores. Este aspecto de brujería y maleficio resulta especialmente aplicable a Sancho, puesto que anuncia, irónicamente, la función de brujo y encantador que va a desempeñar inmediatamente después de este capítulo. De ahí que esta aventura en el Toboso prepare el camino a la inmediata transformación de Dulcinea por el mágico arte de los encantadores.     Por otra parte, en un plano más profundo, el capítulo sirve de indicación de una realidad que la oscura visión de don Quijote no le permite apreciar y que queda oculta para él y para los que como él, sólo ven los agüeros. En la visión de la iglesia y las palabras del labrador, que dirigen a don Quijote al cura para encontrar la justa información sobre Dulcinea, este capítulo señala el camino de la razón luminosa, de la verdad y la salvación que don Quijote podría haber seguido. Lo que busca don Quijote no se encuentra en los palacios, sino en la iglesia. El verdadero cristiano no es el caballero andante, sino el humilde campesino; el amante ideal no busca la perfección, sino que acepta las imperfecciones del prójimo y lo ama a pesar de ellas.31 El capítulo, por tanto, sirve de presagio a estas dos fuerzas

     31 Mi interpretación coincide con la de Javier Herrero, quien sugiere que Cervantes rechaza la tradición neoplatónica que idealiza a la mujer y en su lugar favorece el concepto del amor conyugal presentado por Vives y Erasmo, como el ideal cristiano que le permite al hombre “not only to enjoy the legitimate pleasure of the sexual union, but to help each other to fight against the inevitable weakness and imperfection of the human condition.” Véase Javier Herrero, “Sierra Morena as Labyrinth: From Wildness to Christian Knighthood,” Forum for Modern Language Studies, 17 (1981), p. 65.

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conflictivas en la obra: la derrota del amante cortesano y la promesa de la vida eterna del creyente.     El capítulo 73 es el último en el sistema de agüeros de la segunda parte, en la cual, tal como concluye Riley, Cervantes recurre a la superstición para marcar ciertos valores simbólicos. Mientras que esos agüeros anuncian el final de la aventura quijotesca, en el capítulo 9, don Quijote comienza su aventura. Es apropiado, pues, que encontremos aquí agüeros que marquen las dos posible rutas de don Quijote: la santidad y la gloria eterna o la gloria del mundo de los caballeros andantes. Cervantes se propone, en estos capítulos, mostrarnos el conflicto entre las inclinaciones profundamente cristianas que subyacen en el espíritu de don Quijote y la dirección caballeresca impuesta por sus lecturas. Tal conflicto se expresa inicialmente en metáforas y símbolos que, mediante alusiones a fenómenos sobrenaturales y mágicos, introducen en el texto el mundo del espíritu, y que sólo cobran su pleno significado más tarde, en relación con el encuentro con las imágenes de los santos, las conversaciones con Roque Guinart, y la palinodia final de Don Quijote.

Department of Spanish, Italian, and PortugueseUniversity of Virginia