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AÑO III / EDICIÓN 027 / PUBLICACIÓN MENSUAL / JUNIO 2014 / SUR DEL VALLE DE ABURRÁ / CIRCULACIÓN GRATUITA. Los seguimos esperando Foto: ¡Oh no, hábitat! Aunque las cifras de homicidios en el valle de Aburrá han disminuido en los últimos diez años, cientos de personas continúan desaparecidas, aumentando el drama de quie- nes las esperan en casa. En el imaginario colectivo ya la guerra se está desvaneciendo, pero sus secuelas perma- necen, por lo que la sociedad entera debe exigir la verdad sobre la suerte de quienes no regresaron. Pag 6-7.

Ciudad Sur #27

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Ediciòn junio 2014 del periódico Ciudad Sur- Medio informativo alternativo de Medellìn y sur del valle de Aburrà.

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Año iii / Edición 027 / PublicAción mEnsuAl / junio 2014 / sur dEl vAllE dE Aburrá / circulAción grAtuitA.

Los seguimos esperando

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Aunque las cifras de homicidios en el valle de Aburrá han disminuido en los últimos diez años, cientos de personas continúan desaparecidas, aumentando el drama de quie-nes las esperan en casa. En el imaginario colectivo ya la guerra se está desvaneciendo, pero sus secuelas perma-necen, por lo que la sociedad entera debe exigir la verdad sobre la suerte de quienes no regresaron.

Pag 6-7.

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Ciudad Sur2 Ciudad Sur 32 Editorial

Director: Alejandro Calle Cardona/ Periodistas: Octavio Gómez V, Carolina Ospina, Daniel Rojas, Alejandro Calle Cardona, Carlos Mario Cano, Tatiana Balvín, / Fotografía: Alejandro Calle Cardona / Diseño: 5 Sentidos Comunicaciones/ Mercadeo y

ventas Carolina Giraldo Rúa, 3164678385 - 3165300807 CIUDAD SUR, ITAGÜÍ-ANTIOQUIA Periódico Ciudad Sur@prensaciudadsur

CIUDAD SUR es un medio alternativo de comunicación independiente, con circulación mensual de 10.000 ejemplares.

La gran paradoja que enfrenta el Presiden-te Juan Manuel Santos, reelegido el do-mingo por poco menos de ocho millones de votos, es que la votación que lo llevó a

su segundo periodo al frente de los destinos del país es completamente distinta de la que lo eligió hace cuatro años: es decir, sigue en el poder con el respaldo de quienes, hace cuatro años, no vo-taron por él.

Pero, vistas las cosas, eso es la menos difícil de las responsabilidades que asumirá a partir del 7 de agosto de 2014:

Renovó su presencia en la Casa de Nariño con la promesa de sacar adelante el proceso de paz con las guerrillas de las Farc y el Eln y en eso recibió el apoyo de amplios sectores de la población. Pero ese proceso tendrá que incluir procesos de repa-ración de las víctimas de esos grupos, así como de respuestas ante la justicia nacional por parte de sus integrantes. Eso se lo exigirán los grupos de víctimas que lo acompañaron pero también se lo pedirá, a voz en cuello, la prometida oposición del Centro Democrático, cuyo principal vocero, el electo senador Álvaro Uribe Vélez desconoció la victoria de Santos Calderón y la tachó de la más corrupta en la historia del país.

A lo anterior, que ya es un reto político que su-

cedió hace más de 20 años con el M-19, se une el hecho de que si logra firmar la paz con los grupos alzados en armas, tendrá que poner en marcha un gigantesco cambio, en el Estado y en la sociedad, llamado postconflicto, una renovación institu-cional y social que les permita a los colombianos mirarse por fuera de la violencia y del uso ilegíti-mo de las armas.

Además, tendrá que convencer a la sociedad y en especial a la clase política, de que unas refor-mas económicas, políticas y sociales son no solo necesarias sino urgentes. Habrá de construir un Estado a la medida de la paz, es decir, donde se modernicen los partidos políticos, haya por fin un estatuto de oposición, las instituciones económi-cas se afinquen más con los tonos de la sociedad que con apenas las aspiraciones de solo los gran-des intereses económicos. Santos, al celebrar la victoria, dijo que encabezará las reformas que sean necesarias para llegar a esos objetivos, pero tendrá que enfrentar a unas fuerzas políticas tan influyentes y reacias a cambios, voceras de sec-tores muy importantes de la opinión pública, que a la fama de político frío y calculador, tendrá que añadir la de piloto audaz en las autopistas veloces de la competencia política.

Dijo que asuntos como el modelo económico

o la integridad de las Fuerzas Armadas no están en discusión, pero para empezar, si quiere lograr transformaciones en los 20 millones de colom-bianos más pobres, habrá que tocar el modelo que privilegió el desarrollo de los mercados espe-culativos para volver sobre los sectores que ha-cen la economía real: tendrá que volver a indus-trializar el país, convertido en una gran despensa de servicios que poco o nada transforman y ello deberá comenzar por reconstruir el agro colom-biano, convertido en 50 años de guerra en un in-menso campo de batalla que lograron cooptar los armados.

El primer gran anuncio de la nueva administra-ción Santos fue su intención de eliminar la ree-lección presidencial y a cambio de ella, prolongar por dos años más el periodo presidencial: los pri-meros a quienes tendrá que convencer son sus asociados en la Unidad Nacional y a los vecinos de la oposición y otrora sus aliados, el uribismo.

Pero, si apenas logra silenciar para siempre los fusiles de los grupos alzados en armas y conjura el fantasma de los irregulares en la vida nacional, ya Santos habrá logrado un lugar privilegiado en la historia colombiana. Y eso, mucha gente que no está en la guerrilla, no está dispuesta a permi-tírselo: esos son los dos retos.

Los retos de Santos II

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Sabana Centro Ejecutivo

Urbanización Saltamonte

Urbanización Contémpora

Bodegas Promisión

Urbanización Gualí

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Ciudad Sur4 Literatura

Periódico Ciudad Sur@prensaciudadsur

El Hombre que no quería ser padre“Alfonso Buitrago nos sorprende con este gran reportaje, en el que sortea con éxito los peligros que le acechaban desde cuando decidió

contar la historia. Nunca cae en el melodrama, y es capaz de arrojar sobre su padre, sobre sí mismo y sobre su familia toda, una mirada tan amorosa como atrevida. Este es uno de los libros más bellos, sinceros y estremecedores que he leído. Al final nos sobrecoge una frase del autor: cuando el padre pierde la voz, su voz empieza a ser el corazón. Los latidos de ese corazón, estoy seguro, resonarán durante mucho

tiempo en la literatura colombiana”.

Alberto Salcedo Ramos

[…] Mi hermano y yo crecimos con la presencia permanente de un padre que no se consideraba como tal, en una ciudad que desprecia la figura paterna y sobrevalora la materna. A veces, en las noches, cuando pensaba en Alonso, oía en las montañas del valle una letanía… Maaaaaadre no hay si no unaaaaaa… Pa-aaadre es cualquier hijueputaaaaaa… Del mío también decían que era un hijueputa, con rabia. Sobre todo mi madre.

Alonso se hizo un hijueputa leyendo. Leer era adicción y cura, una terapia que lo acercaba y lo alejaba de su padre, de su pasa-do. Cada semana recorría las ventas callejeras de libros de se-gunda del conocido pasaje La Bastilla, en el centro de Medellín, buscando obras que después de leer ponía a circular entre sus amigos. No pocos mecánicos y cerrajeros aprendieron a que-rer la lectura de cuenta de Alonso. Para ellos, como le pasaba a Vargas, uno de los hermanos mecánicos para quien dictó un mensaje de despedida la noche antes de morir, el encuentro más cercano que tenían con la cultura era tomar aguardiente con Alonso. A él le regaló El cuchillo, de Patricia Highsmith, un libro que yo le había regalado a mi madre en un cumpleaños y luego le presté a Alonso.

[…] Alonso era un tipo que no se podía comprar, al que no lo seducían las vitrinas ni los brillantes. No podía aparentar lo que no era ni era capaz de crear o acumular riqueza material. Su posición en contra de una forma de vida basada en la acumula-ción o que generara “relaciones de poder y sometimiento” era radical. No acumulaba, distribuía. Cada día hacía el dinero ne-cesario para subsistir, aunque casi nunca le alcanzaba, y lo que conseguía de más, cuando se ganaba un chance, por ejemplo, se lo gastaba con sus hijos o compartiendo con sus amigos. Lo único que pudo acumular fueron deudas y algunos amigos, los más tercos. Muchos de ellos le prestaron dinero o le sirvieron de fiadores y en el proceso de pagarles, por retrasos o incum-plimientos, perdió algunos. A Jairo, un funcionario de rentas departamentales con quien hizo negocios y acompañó en su duelo de separación matrimonial, o a Jorge, un pintor de des-nudos, acomodado, con quien se encontraba cuando el artis-ta estaba deprimido y quería hablar de las mujeres. A ellos los perdió en el camino. Intentó acabar con sus deudas, llevando sus cuentas con cuidado, inventándose negocios cooperativos, pero fracasó metódicamente. Para tener éxito económico hu-biera tenido que dejar de ser Alonso.

Orgullo y vanidad(Fragmento)

Por: Alfonso Buitrago Londoño

Herencia (Fragmento)

La noche anterior a la cirugía le pedí, medio en broma medio en se-rio, que pronunciara sus últimos deseos.

—Bueno, don Alonso, deje su testamento, que si las cosas no sa-len bien callará para siempre —le dije–. Diga dónde tiene escondi-da la caleta –añadí haciéndome el gracioso.

Me miró por unos segundos, en los que tuve tiempo suficiente de advertir mi torpeza, y esbozó una sonrisa complaciente. Más que una herencia material, que sabía que no existía, yo necesitaba sa-ber qué camino debía seguir, si su vida había valido la pena. ¿Había tenido sentido su rebeldía, esa lucha incesante por lo que llamaba su “libertad individual”?

Al verlo en silencio, enfermo, volvían a mi memoria algunas de las batallas que había librado y de las que fui testigo, como la separa-ción con mi madre, con sus gritos y golpes, que él decía que habían sido necesarias para liberar a sus hijos de la opresión materna. Las apuestas por su libertad no habían sido pacíficas. El sentimiento que más me costaba controlar frente a su enfermedad era un in-tenso deseo de sacarle en cara su violencia y de confrontar su for-ma de vida: su pobreza y su marginamiento. Al mismo tiempo me daba cuenta, por los comentarios y susurros de familiares y ami-gos, que ellos también querían reprocharle otras cuantas cosas: deudas, críticas, posiciones radicales, pero preferían hacerlo en voz baja, en esa voz que desaparece pero queda en la memoria.

Las personas que vivimos muchos años en este valle, llamado de Aburrá, sentimos una poderosa fuerza centrípeta que nos empuja a aplastar al caído, como si fuéramos rocas gigantes que se depe-ñan montaña abajo —pero entonces no volvemos a subir la roca, permitiéndonos reflexionar en la subida, sino que preferimos es-perar a que la siguiente generación conserve la tradición y se deje caer a su vez sobre los que han sobrevivido—: “Él se buscó su des-gracia”, pensábamos en secreto.

Cuando le pregunté por el testamento, me dijo con su voz en-ferma: “Si muero pueden hacer conmigo lo que quieran, que si existe un más allá yo vendré a buscarlos”, y soltó una carcajada sorda, como haciendo gárgaras hacia adentro. Decir “más allá” le producía risa. Recordé un verso de “La violencia de las horas”, el poema de César Vallejo que no se cansaba de repetir y con el que le gustaba reírse de cualquier posibilidad de trascendencia: “murió mi eternidad y estoy velándola”. ¿Eso era todo? ¿Mi herencia era la promesa de una compañía metafísica y la libertad soberana de ha-cer con él lo que quisiera?

Libro ganador de las Becas de Creación en Periodismo Narrativo Alcaldía de Medellín, 2011. Editorial Planeta

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Ciudad SurCiudad Sur6 7Derechos humanos Derechos humanos

Periódico Ciudad Sur@prensaciudadsur

Carolina Ospina [email protected]

El fiscal leía, mientras el llanto de tres madres retumbaba en la sala donde no cabía una per-sona más. El piso 18 del Palacio de Justicia de Medellín estaba atiborrado de periodistas en

la mañana del 18 de julio de 2009. Tres jovencitas, dos de ellas menores de edad, habían desaparecido mes y medio atrás, el 29 de mayo, y cuatro policías adscritos a la Estación Itagüí estaban vinculados al proceso penal que se había iniciado por este caso.

Luego de la legalización de las capturas y la tipifica-ción de los delitos, en el juzgado se escuchó el posible paradero de las jóvenes y de un delincuente conocido con el alias de “28”: “Semanas después de las reuniones en la casa de Moncada, le pregunté a mi mayor Manri-que por las femeninas y me dijo que a esas viejas y a ‘28’ los habían picado y los habían botado al río Cauca”.

Así decía el testimonio escrito del teniente Juan Ga-briel Herrera, quien hacía parte del mismo comando que los implicados y quien fue cobijado con medida de protección a testigos. Esta declaración se convirtió en la principal prueba de la Fiscalía para que cuatro poli-cías fueran llevados a la Cárcel Nacional Bellavista con cargos imputados de desaparición forzada agravada, concierto para delinquir agravado y hurto calificado y agravado.

Las bandas de La Unión y La Raya se enfrentaban en Itagüí, mientras el mayor Luis Augusto Manrique, en aquel entonces comandante de la Policía de ese mu-nicipio, era acusado de ponerse del lado de uno de los bandos criminales.

“Le digo mucho al Señor: si a mi niña me la mataron, muéstrenos la fosa; y si está viva, tráigamela en sus hombros, pero tráigamela”, dice Beatriz Saldarriaga, madre de Jennifer Puerta. Pasaron 10 meses antes de que la familia Puerta Saldarriaga decidiera cambiar su domicilio. Ellos vivían en La Estrella al momento de la desaparición de Jennifer. Los días pasaban, de la joven no se sabía nada, y don Albeiro se refugiaba en la habi-tación vacía de su hija a llorar su desventura.

“Estuvimos a punto de dejarnos luego de 25 años de

Sin rastro, sólo lágrimas e incertidumbre

matrimonio. Recién pasó la desaparición de Jennifer, mi esposo intentó matarnos dos veces en el carro. A mí me daba miedo montarme cuando él manejaba porque decía que no merecíamos vivir sin la niña y empezaba a mover la cabrilla bruscamente. Hasta que le dije que jamás me volvería a subir en ese carro, que se matara él”, explica Beatriz, a la que a veces se le quiebran los ojos, nunca la voz.

“Mi corazón me dice que Jennifer está viva. A veces pienso que las vendieron a una organización de tra-ta de blancas o a la guerrilla. El abogado nos dijo que nuestras hijas fueron vendidas en 600 millones de pe-sos; eso fue lo que le dieron al mayor.

Jennifer se graduó de bachiller en 2008. Con 18 años

cumplidos el 20 de mayo de 2009, administraba el ne-gocio que tenía su padre e iba a estudiar inglés el segun-do semestre de ese año: el martes 26 de mayo le había llevado la cotización del curso a su mamá. El viernes 29 de mayo, desapareció.

Según las investigaciones, la joven fue invitada por Diego Alejandro Mejía Parra, alias 28 (a quien conoció el mismo día) a ver un partido de fútbol, en compañía de otras dos jovencitas al municipio de Sabaneta. Me-tros más adelante, fueron interceptados en un retén de la Policía y entregados a hombres al servicio de Jesús David Hernández Grisales, alias “Chaparro”, antiguo cabecilla de “La Oficina”.

El pasado 25 de mayo el Juzgado 4 Penal del

Circuito Especializado de Medellín condenó al teniente Camilo José Pérez Parrado, a 37 años de prisión, y los patrulleros José Luis Moncada Ruíz y Alex Fernando Flórez, sentenciados a 19 años de cárcel. Ya el mayor Manrique Montilla había sido condenado a 28 años de cárcel. Pese a las condenas, aún no se conoce la suerte de Yudy Alejandra Castillo Mira, Laura Cristina Echeverry García y Jenifer Puerta Saldarriaga. Como ellas, cientos de personas continúan despa-recidas en el valle de Aburrá, por lo que la ONG Oh No Hábitat, promueve una reflexión a través de 1270 maniquís, cifra similar al número de personas repor-tadas en la Fiscalía en los últimos cuatro años. Sergio

Restrepo, director cultural de Otraparte, asegura que con ello se busca que la ciudadanía no olvide a quienes aún no regresan a casa y a sus familias que las esperan.

“En Medellín continúa la desaparición forzada y Envi-gado, así como el resto del sur del valle de Aburrá, no es ajeno a ello, producto del accionar criminal de la banda ‘la oficina’, la cual ha llenado de dolor a cientos de fami-lias”, indicó Restrepo, tras el performance realizado en el parque principal de Envigado.

Al otro lado del valle, en la comuna 13 de Medellín, decenas de personas reclamaron una vez más que se suspendan los trabajos en el sector de La Escombre-ra para permitir que la Fiscalía busque por fin a las

92 personas que continúan desparecidas después de las operaciones militares Mariscal y Orión de 2012, y que se presume, varias de ellas están enterradas en este lugar.

El flagelo de la desaparición forzada continúa, el dolor y zozobra de sus familias persiste, pero la in-diferencia de la ciudadanía aparece con el tiempo, aumentando una tragedia que no se puede permitir.

Fotos: ¡Oh no, hábitat! / Edwin Bermúdez

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Ciudad SurCiudad Sur8 9Envigado Envigado

Periódico Ciudad Sur@prensaciudadsur

Tatiana Balví[email protected]

Tras el incendio de 2008, en el cual las llamas consumieron los locales de la Plaza de Mercado de Enviga-do grandes cambios se originaron, el anuncio de un centro comercial

desconcertó a los comerciantes. Hoy, cinco años después, la tranquilidad llegó luego del anuncio de la reconstrucción de la misma y no demolición, conservando así la memoria histó-rica que tiene este tradicional lugar.

Ramón Bonilla dice que si supiera escribir, una novela saldría de su vida en torno a la Pla-za de Mercado. Hace cincuenta años llegó de Fredonia, suroeste antioqueño, directamente a trabajar allí, en un local de legumbres con su padre.

Tiempo después voló a Estados Unidos, único momento en que su vida dejó de girar en torno al mercado. Pero regresó, precisamente para ayudar en un negocio de carnes a su hermano, y desde ese día, o sea hace 20 años, madruga sagradamente antes de las seis de la mañana a atender sus clientes de la carnicería.

Su local, ubicado en el centro de la Plaza limi-ta con una cacharrería y una montaña de telas, atiende alrededor de cien clientes diarios con la misma alegría con la que madruga. Presenció la mañana después del incendio en 2008 los estra-gos de las llamas y allí comenzó la zozobra, pero los comerciantes supieron sortearla, se estre-charon un poco mientras algo pasaba.

Hace un año la noticia de la demolición de la Plaza lo sorprendió, a él y a los otros 64 comer-ciantes que habitan 75 locales, y a las más de 700 familias que dependen de este centro de

abastos. “Desde ahí nos unimos más, mandan-do peticiones, indagando, nos reuníamos perió-dicamente, teníamos mucho temor” advirtió Ramón.

El anuncio hoy es otro, el proyecto que con-sistía en dos pisos de locales comerciales, par-queaderos y apartamentos y que obligaba la demolición de la plaza no va más. “Cancelaron el proyecto porque realmente los comerciantes no quieren. Quieren que se conserve la arqui-tectura, lo que está ahí, y así lo vamos a hacer”, señaló el alcalde de Envigado, Héctor Londoño.

No solo los comerciantes hicieron oposi-ción al nuevo proyecto de infraestructura, el Consejo Municipal, el cual debía aprobar los presupuestos del mismo no dio luz verde para hacer un acuerdo municipal. “No habrá edifi-cación ni parqueaderos, se va reconstruir y a reformar. Se va a dejar la Plaza como siempre ha sido, no podemos sacrificar el patrimonio cultural de los envigadeños”, señaló el corpo-rado Víctor Giraldo.

Mucha historia tras los muros Y es que precisamente la Plaza de Envigado con-serva la historia de todos los comercios de los pueblos antioqueños que comenzaron con la venta de productos en los parques principales y que luego fueron trasladados por razones sanita-rias a construcciones modernas.

La historia de ésta data de 1943, cuando por 9.200 pesos fue comprado el terreno de 3226 metros cuadrados a los señores Simforoso Uribe y Carolina Uribe, lugar donde años más tarde se le entregó locales en arriendo a comerciantes de la época como el señor José Luís Ochoa.

Por esta razón, los comerciantes actuales su-

No más zozobra: La Plaza en Envigado continúa

frían con la demolición, ya que afirman que destruirían en lo que llevan la mayor parte de sus vidas, lugar que da identidad al municipio y que cuenta una historia en sus muros.

Así que el anuncio de las reformas- a cargo del arqui-tecto Javier Mario Franco- ha dado parte de tranquili-dad. La zozobra de no saber qué pasará ha dejado de rondar entre las frutas y verduras y ahora la preocupa-

ción está en que los vendedores tienen 90 días para me-jorar las condiciones de sanidad e infraestructura, que preocupan a autoridades de seguridad. De lo contrario, podrían correr con la misma suerte que sus colegas de la Plaza de Itagüí.

Por ahora la cotidianidad de la plaza continuará, ven-dedores como Ramón Bonilla seguirán madrugando a vender en este espacio, sin dejar de preocuparles las com-

petencias de mercado nacionales con las que se enfrentan en este pequeño lugar que tiene historia, pero poca com-petencia frente a grandes almacenes de cadena.

Periódico Ciudad Sur@prensaciudadsur

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Ciudad SurCiudad Sur10 11ItagÜí ItagÜí

Alejandro Calle [email protected]

Sentado en el mirador de su antigua casona, don Manuel Dávila es testigo del desarro-llo de su barrio, tal y como desde hace 86

años y algunos cuantos meses. Su familia fue la primera que llegó al sector y ha sido protagonista del crecimiento poblacional, del crujir de las balas en la época más violen-ta y del resurgir de la que conside-ra la fiel muestra del que el cielo sí existe. Don Manuel es el habitante más antiguo de El Pedregal.

Para llegar hasta esta vereda de Itagüí hay tres opciones si no se cuenta con vehículo propio. La primera es caminar desde el par-que principal del municipio, hacia el occidente, atravesar los barrios la Unión, Calatrava, El Porvenir y El Progreso; recorrido que podría tardar hasta una hora, de acuerdo a lo largo y ágil del paso.

También existe la opción del caballo, pero aquella es exclusiva

para algunos de sus habitantes quienes aún cuentan con un equi-no, que por lo general permanece pastando en los alrededores de la vía principal o guardado en las caballerizas ubicadas al finalizar la calle, en la parte alta.

Pero para usar la más tradicional hay que tomar un ‘chiverito’, como conocen a los Mazda 9 que hace las veces de colectivo y que tienen su centro de acopio frente a lo que eran los cinemas de Itagüí, diago-nal a la carnicería La Gran Esquina. Se tiene que pagar 1.200 pesos y compartir el viaje junto a otras tres personas por al menos doce minu-tos por la única y empinada vía ve-hicular que tiene El Pedregal.

Sus primeros habitantes llega-ron finalizando el siglo XIX, entre los que estaba don Pedro María Dávila, abuelo de don Manuel y quien posteriormente se conver-tiría en el propietario de la finca La Mariela. Sus vecinos fueron los Pa-vón, los Restrepo y los Estradas, o cualquier combinación entre ellos.

En 1915 el señor Dávila donó par-te su terreno para la construcción

de una pequeña casa de palo y paja y que funcionaría como escuela, tras petición de una profesora que llegó a vivir a El Pedregal y se quejó por la falta de educación para ya la veintena de niños que habitaban en la zona. Aquella estrecha aula posteriormente se convertiría en la escuela María Josefa Escobar, quizá una de las más antiguas del sur del valle de Aburrá.

Pero la enseñanza no era lo úni-co que escaseaba en el sector. El agua era tomada de dos de las pe-queñas corrientes que por allí ba-jaban y que eran desviadas por un sistema improvisado de canoas, el cual era derribado por cada agua-cero. Dos familias, incluyendo los Dávila, negociaron un nacimiento en la punta de la montaña y lleva-ron el agua hasta sus casas, mien-tras que los demás se pegaban de dicha tubería.

Hacia la década de 1930, parte de la montaña conquistada se había convertido en cultivos de café, plá-tano y maíz, productos que eran llevados a lomo de mula por un camino de tierra hasta Envigado,

sector que en aquella época estaba más poblado, aunque una pequeña parte quedaba para abastecer a los escasos itagüiseños.

Don Manuel recuerda, no con mu-cha emoción, que su madre lo des-pertaba cuando asomaba el primer rayo de sol para reunir hierba para las vacas y caballos, y tras dos horas de trabajo, estar muy puntuales a las 7 de la mañana en la ‘María Josefa’. “Mi mamá nos levantaba de un grito a las 5 de la mañana que porque ya nos había cogido la tarde, y como es de bueno dormir cuando se es niño”, confiesa entre risas un tanto carga-das de rabia.

A mediados de siglo era ya tanta la población que don Manuel, en medio de unos aguardientes con sus vecinos, decidió conformar la acción comunal, dividiendo la zona en dos: la parte alta, El Pedregal; y la baja tomaría el nombre de El Progreso. Para 1960 el camino de trocha tendría rieles, facilitando la llegada de vehículos y la evacua-ción de enfermos.

“Aquí era muy duro vivir si uno se enfermaba. Si era necesario sa-

carlo en camilla, debía ser con la ayuda de vecinos en una cama de varas de guadua y tela, y tratar de no resbalar en la montaña. Afortu-nadamente nadie se nos murió en el camino, o no que yo me acuer-de”, relata don Manuel.

Con la construcción del nuevo camino, los taxis comenzaron a llegar y con ello los carros carga-dos de material y cemento para la construcción de nuevas viviendas en los lotes que fueron surgiendo de la parcelación de las grandes fincas, lotes que podían alcanzar hasta los 400 pesos.

A El Pedregal llegaron centena-res de hombres, la mayoría obre-ros de las fábricas que se fueron asentando en Itagüí, Envigado y Sabaneta, provocando la masiva edificación de casas y el fin de la actividad agropecuaria. Ya nadie quería trabajar la tierra porque no daba tanta plata.

En la última década del siglo, ya con la mayoría de servicios básicos asegurados, los habitantes de esta barrio copado de casas color naran-ja ladrillo, parecían habitar un buen

vividero, pero la violencia no tardo en llegar. “Fue tan cruel la guerra que aquí se vivió que hasta los duendes y las brujas se fueron del barrio”, ad-vierte don Manuel, mientras el ter-cer café de la mañana.

“Tuvimos muchos problemas, incluso entre vecinos de otros barrios. Me mataron a mi mejor amigo, me llegaron a poner dina-mita en la casa para asustarme y obligarme a ir, pero yo me les paré de frente y les dije: ¿Ustedes creen que yo tan viejo de vivir por acá me voy a dejar sacar por unos mucha-chitos? ¡Están equivocados!…

“Una vez me avisaron que iban a venir por mí, entonces no le dije nada a mi familia y me escondí en la noche debajo del palo de mangos que hay al frente de la entrada prin-cipal con una escopeta, a esperar si venían y recibirlos como se me-recían, pero nunca llegaron y me quedé dormido”, narra el abuelo.

Tuvieron que pasar 15 años de dolor y muerte, para que la tran-quilidad retornara a El Pedregal, tal es así que la gente volvió a ocupar las casas abandonadas y los terre-

nos que no valían nada, recobraron y aumentaron su costo.

Al caminar por sus calles, algu-nas de cemento, otras de tierra y unas cuantas en forma de esca-las, se aprecian algunas viejas ca-sas campesinas de un solo nivel, grandes corredores y una vista envidiable, desde donde se puede apreciar todo el valle de Aburrá, pero también el impacto de la mi-nería que se carcome un pedazo de El Manzanillo por cuenta de las retroexcavadora al servicio de las ladrilleras.

Por allí caminan los niños estu-diantes de la ‘María Josefa’ rumbo a su antigua y actual sede, donde en cinco aulas y otras cinco satélites, es-tudian por lo menos 700 pequeños, quienes esperan ansiosos la inaugu-ración del megacolegio que constru-ye allí la Alcaldía de Itagüí.

“Esto por acá es muy bueno, muy tranquilo y con el colegio que están construyendo todo se está valorizando porque todo se está poniendo más bonito”, señaló Ós-car Vargas, quien llegó a Itagüí en busca de mejores opciones labora-

les hace cerca de ocho años. Pero la magia de El Pedregal no

termina allí. Al finalizar el camino, rumbo al pico Manzanillo, aquel que conquistó recientemente el Ejército con su base militar, el ca-minante es guiado por esculturas incrustadas en la ladera de la mon-taña hasta un teatro llamado La Montaña que Piensa.

En este escenario decenas de niños y jóvenes encontraron un es-pacio para el arte, los malabares, la cultura y la vida. Incluso, en medio de la guerra, se convirtió en una válvula de escape y aferrarse al tea-tro para huirle a la muerte.

Johan patea su balón loma arriba y mientras sus pequeñas piernas avanza dos pasos, la pelota descien-de con mayor velocidad que con la que sube, por lo que a sus amigos de clase les toca estar pendientes para evitar que ésta ruede colina abajo. Y allí, asomado en el balcón de su casa, don Manuel Dávila divisa el transcu-rrir del día en El Pedregal, tal vez para continuar guardando historias de su vereda y así contarlas hasta que la memoria le comience a fallar.

“Si existe el cielo, es El Pedregal”

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Ciudad SurCiudad Sur12 13Medellìn

Periódico Ciudad Sur@prensaciudadsur

REDACCIÓN CIUDAD [email protected]

A sus 16 años, Stefanía Ji-ménez es una de las po-cas personas que no es-conden la historia de su barrio, de su comuna, ni

mucho menos de su niñez. Cada vez que tiene oportunidad

describe con notable tranquilidad la época de la incursión guerrillera en la comuna 13 y los episodios de vio-lencia que ocurrieron después de la intervención militar conocida como la operación “Orión”, en octubre de 2002, que mancharon de sangre y si-lenciaron los callejones de su barrio: Independencias I.

Todos estos hechos no solo la marca-ron, sino que la motivaron a luchar por los niños y jóvenes y por el futuro de su sector. Para eso, cuenta que tuvo el apo-yo de su madre, Adriana Restrepo, y la fortuna de que varias administraciones municipales invirtieran recursos en la comuna 13, en especial en su barrio.

“Con la llegada de las escaleras eléctricas, en 2011, nos demostraron que sí existíamos y pertenecíamos a la ciudad. La Empresa de Desarrollo Ur-bano, EDU, fue la primera entidad que conocí y a la que le debo agradecer por inculcarme los valores de un líder”, dice la joven, quien pertenece a la Po-licía Comunitaria y fue nombrada em-bajadora de las escaleras para exponer este proyecto en Brasil por invitación del exgobernador de Río de Janeiro, Sergio Cabral.

Asegura que esas experiencias le han servido para entender las necesidades de otras personas y para seguir luchan-do por el bienestar de su comunidad.

Más allá del reconocimiento mundial que ha tenido la comuna 13 por las es-caleras eléctricas y otras construccio-nes, Stefanía agradece el acompaña-miento social de entidades públicas y privadas como la Alcaldía, la Fundación de Atención a la Niñez –FAN-, la EDU y la Fundación Orbis y Pintuco, porque a través de estas las casas de ladrillo se convirtieron en una gigantesca paleta de colores y en un inmenso mural lleno de cultura y vida.

La gerente de la EDU, Margarita María Ángel Bernal, explica que en la comuna 13 la Entidad ha ejecutado, además de las escaleras, obras como dos CAI periféricos, dos colegios de calidad, el parque biblioteca, equi-pamientos deportivos y recreativos, de salud, senderos peatonales, entre otras transformaciones.

Sin embargo, reconoce que el im-pacto que ha tenido el programa Me-

La comuna 13 estápintada de color y vida

dellín se Pinta de Vida, con el que se intervinieron 17 murales y 1.380 facha-das, culatas y laterales de viviendas y en las que se utilizaron 900 galones de pintura, más la reposición de 40 te-chos y la siembra de 11 jardineras y 180 plantas, ha sido tan positivo que ahora la convivencia entre las personas ha mejorado.

“Los colores que embellecen las casas, el acompañamiento de FAN a 86 fami-lias que recibieron pautas de crianza y el compromiso de la gente en una muestra de que la sinergia entre lo público y lo privado permite verdaderas transfor-maciones en los territorios, a veces sin tener que hacer inversiones muy gran-des”, recalca la Gerente.

En esto coincide Stefanía, quien ase-gura que el significado que ha tenido para las personas ver sus casas llenas de color y vida, les ha hecho olvidar por algunos ratos los momentos de dolor que vivieron cientos de habitan-tes del barrio, cuando los callejones y las paredes manchadas de color san-gre fueron testigos de la violencia que azotó el sector.

“Ahora todo cambió y el barrios es muy tranquilo y acogedor. Muchos tu-ristas vienen y se van con otra impre-sión de la zona. Para mí eso es un orgu-llo, además de ver el azul y el amarillo de las casas que me llenan de esperan-za”, concluye la joven líder.

Ahora las Independencias tienes otra cara. Por sus numerosas escalas – de cemento y eléctricas- ya no se escu-chan las ráfagas ni ruedan los casqui-llos. Por allí corren los niños y transitan tranquilos los viejos. Ya, entre las casas apiñadas, caminan decenas de turistas que con sus lentes tratan de capturar el colorido de sus murales y la sonrisa de sus tímidos habitantes.

Medellìn

Fotos: Jessika Montoya

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Ciudad Sur14 Caldas

Por: Daniel Rojas Arboleda.Mónica María Vásquez.

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Para muchos es gratificante salir del trabajo en la tarde y llegar a sus hogares a compartir una película, una hora de juegos, la

cena o una cerveza con sus familiares y amigos. Pero para otros, vivir tales mo-mentos cotidianos requiere de paciencia y resistencia para soportar un endemo-niado viaje que puede tardar tres horas, sobre todo si se tiene la suerte de vivir en Caldas y trabajar en Sabaneta, Itagüí, Envigado, Medellín o cualquier otro mu-nicipio del Valle de Aburrá.

Aunque desde el 2006 se anunció la construcción de la doble calzada en La Variante a Caldas, las buenas intenciones no han sido rival digno contra la horda de conductores y peatones incultos, políticos desinteresados, contratistas corruptos y guardas de tránsito ausentes.

“La movilidad en Caldas es un caos generado en parte por los trabajos en La Variante. Y en la vía antigua el tema pasa por la falta de control que obligue a los conductores del servicio público a conservar las pocas bahías existentes, o por lo menos a orillarse”, explicó Leonel Arroyave, habitante de Caldas.

Para él, que debe movilizarse constan-temente hacia Medellín por asuntos labo-rales, la vía antigua es un “territorio de na-die”, pues aunque el tramo desde Ancón a La Raya, incluida La Tablaza, pertenece al municipio de La Estrella, no tiene ningún doliente y, en sus palabras, la cabecera mu-nicipal de ese municipio está por otra vía, por lo que no es del interés ni de esa admi-nistración ni de sus habitantes.

Tortura a bordo de un bus de Caldas

Suplicio diarioLos 22 kilómetros que separan a Me-dellín de “Cielo roto”, como se conoce tradicionalmente a Caldas, pueden ser recorridos, según cálculos de Google Maps, en 28 minutos. Los habitantes de Caldas hablan de 45 minutos o una hora como media. Sin embargo, por es-tos días, el viajecito puede tardar varias vueltas completas del minutero.

De hecho, el pasado jueves 29 de mayo, a las 6:30 p.m., tomamos una buseta en cercanías de La Alpujarra, la cual nos lle-vó en un desenfrenado y peligroso viaje hacia el sur sin nada que detuviera a ese bólido de casi 5 toneladas de peso, hasta que vislumbrados los pilares, tapiados por luces verdes, azules y moradas a esa hora de la tarde, del puente de La 4 Sur.

Ahí empezó el suplicio: la espera, en medio del sudor y el malgenio de las ru-tinas que no ven la hora de concluir, se hace más eterna. El conductor ensayó todas las vías secundarias paralelas a la autopista para evitar los trancones que se forman por la doble y hasta triple fila que los “cultos” conductores hacen para ingresar a las orejas de los puentes que conectan las zonas oriental y occidental. Eso lo demoró aún más, pues encontró poca gente dispuesta a dejarlo entrar de nuevo a la Autopista.

“Los puntos críticos son las conexio-nes de La Aguacatala y Envigado con la Avenida Regional, en ambos sentidos, así como el final de la calzada izquierda en Itagüí, en sentido sur-norte”, aseguró Juan Fernando Zapata, habitante de Me-dellín nacido en La Estrella.

Cerca de 2 horas y 45 minutos después,

amenizadas con vallenato, reggaetón y música popular, y sacudidos por los cre-cientes huecos, que engordan a punta de abandono estatal, llegamos a La Tablaza, corregimiento de La Estrella, otro de los nudos gordianos que ni el mismo Alejan-dro Magno podría hoy desenredar. “En La Tablaza también hay mucho taco porque los colectivos no se orillan y nunca hay agentes de tránsito controlando”, se quejó Ana María Herrera, habitante de Caldas.

Una imagen que se ha vuelto también cotidiana para Leonel Arroyave, quien refiere cómo ha llegado a ver hasta cua-tro o cinco buses filados a lado y lado de la vía, lo que se suma a que ese lugar es el reversadero de los chiveros que esperan gente para subirla a las veredas.

La otra rutaPara los más arriesgados existe la opción de La Variante, una vía más amplia y bien pavimentada cuyas obras para construir la doble calzada Ancón Sur-Primavera estu-vieron detenidas durante un año, luego de que en 2010 comenzaran las investigacio-nes contra el Grupo Nule, encabezado por Guido Nule Marino y sus primos Manuel y Miguel Nule Velilla, -sí, los mismos de Bo-gotá-, propietarios de la entonces inter-ventora del proyecto: Ponce de León. La obra, que se esperaba para finales de 2012, aún no culmina, en parte debido a cambios de última hora en los diseños.

“La entrada más caótica por la varian-te es la que lleva a la vereda Pan de Azú-car, junto al Colegio Londres, porque, al parecer, después de que ya estaban los diseños y se inició la construcción, tuvie-ron que cambiarlos para hacer un paso deprimido o un túnel que pasará por

debajo de la doble calzada y, al parecer, beneficiará a unas pocas personas con poder que tienen allí una caballeriza. Eso está generando un caos tremendo”, ma-nifestó Leonel.

Al respecto, el secretario de Tránsito y Transporte de Sabaneta, Edgar Darío Carmona Correa, negó que se esté obs-taculizando toda la vía en esa parte de La Variante y aseguró que se trata de una reducción en la movilidad a raíz de las obras cuyo impacto exige tener casi la totalidad de los dos carriles cerrados.

A finales del año pasado, Invías entregó una adición cercana a los $10.000 millo-nes para que el actual contratista, Funda-ción Universitaria del Valle, culmine en el tiempo estipulado, cuyo año límite, según anunció entonces el director operativo, Germán Grajales Quintero, es 2014.

Pero esas palabras no calman los áni-mos de ciudadanos de Caldas, quienes no encuentran una explicación lógica a las demoras y aseguran que ya ni los ta-xistas quieren prestar servicio hacia ese municipio del sur del Valle de Aburrá “¡porque allá no entra nadie!”.

cFaltan respuestas. Tal vez la secreta-ria de Transporte y Tránsito de Caldas, Nidia Patricia García Jaramillo, a quien buscamos insistentemente, en vano, para la realización de este artículo, tenga expli-caciones válidas. Pero quizá tiene asuntos pendientes en Medellín y, nunca se sabe, aún no ha podido llegar a su oficina.

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Alejandro Calle [email protected]

41.5 kilómetros recorrió Rigoberto Urán en la primera contrarreloj del Giro de Ita-lia entre Barbasesco y Barbolo -región de viñedos en el Piamonte italiano-, para cru-zar como primero la meta y lograr lo que nunca un colombiano había hecho: portar la Maglia Rosa. “Trabajé mucho por tener un rendimiento así y ahora hay que disfru-tarlo. Hay montañas muy fuertes, etapas muy duras, pero hay que continuar”, ase-guró luego.

Aquellas palabras podrían ser el comentario común de cualquier

deportista ante las cámaras, pero las de Rigo son una ale-

goría a la vida, pues el ci-clista sí ha escalado jun-

to a su madre, Aracelly Durango y su herma-na, Marta Lucía, mon-tañas muy fuertes y sí ha sufrido etapas muy duras.

Sobre el valle de Urrao que se alza a más de 1.800 me-

tros de altura en el suroeste antio-queño, embebi-do por el pára-mo del sol, los paramilitares asesinaron a su padre, Ri-goberto de

Jesús, tam-

bién ciclista y quien entrenaba junto a tres compañeros en la madrugada del 21 de agosto del 2001.

Para la fecha, ‘Rigo’ tenía solo 14 años, muy poco pelo y escasos pedalazos en la bicicleta roja que le habían regalado en varios pedazos y que su padre, al verla botada en un rincón de la casa, decidió mandar arreglar. Y aunque meses atrás había iniciado sus entrenamientos, tras un acuerdo con don Rigoberto, esa ma-ñana su padre prefirió no despertarlo porque tenía que ir al colegio.

Don Rigoberto salió a entrenar con otros dos amigos en su bicicleta y en el camino fueron retenidos en por un grupo paramilitar y obligados a tomar montaña arriba para arriar un ganado que se querían robar. Al regresar del co-legio Rigo se encontró con la noticia de que su padre no había llegado a las 7 de la mañana como era costumbre y que por más que su familia ya lo habían bus-cado por las calle de su pueblo, éste no aparecía.

Rigo tomó su bicicleta roja y salió a buscarlo en el hospital, la estación de policía, en la morgue y aunque sabía que a su papá no le gustaba el trago, también recorrió todas las cantinas de Urrao, pero nunca encontró razón de él. Solo hasta el día siguiente llegarían noticias de don Rigoberto. Había sido asesinado por los paramilitares y Rigo se converti-ría en un niño más que le guerra le había quitado lo que más quería: su padre.

Con el dolor y la rabia que causa ver el cuerpo de su padre inerte, Rigo le prometió que se haría car-go de su madre y hermana, que

El Giro que ‘Rigo’ le ganó a la guerra

terminaría el bachillerato y que no pararía de pedalear hasta conver-tirse en uno de los mejor ciclistas del mundo. Por ello, cumpliendo el pacto que ya había hecho con él en vida, el muchacho continuó ven-diendo chance montado en su cicla, mientras que en las tardes avanza-ba en sus estudios. Sin embargo el doloroso recuerdo por quien fuera su promotor y fiel compañero de paseos en cicla, lo llevaron a dejarla a un lado.

Tres meses después, mientras iba a cobrar al parque principal a cobrar unas platas que algunos vecinos le debían, vio a lo lejos un puñado de pelados en bicicleta, quienes se inscribían para competir en la Válida Contrarreloj Municipal Prejuvenil de Urrao. Tal vez esto le hizo recordar la tercera promesa que le hizo a su padre y regresó a su casa corriendo, tomó su cicla roja, se puso los únicos tenis que tenía, una pantaloneta y una camiseta de su papá.

Tras pedalear tres kilómetros, Rigo paró el cronometro en tres minutos, veintisiete segundos y ochenta centé-simas y cruzó la meta con los brazos en alto y levantó la mirada al cielo. Tal vez para que a su mente retornaran aquellas pequeñas competencias con su padre, quien lo estaría esperando en la meta de no ser por aquellas balas que acabaron con su vida.

Sin pensarlo, con aquella marca había puesto un nuevo record nacional, lo que lo llevó a integrar el Club de Bicicletas Urrao de la mano del entrenador y gran amigo de su papá, José Laverde. Meses después, Rigo integraría el Orgullo Paisa, uno de los mejores clubes del país.

Tres años después, en el 2005, Rigo ganó siete medallas de oro del Campeo-nato Nacional en Pereira y otras cinco en el Campeonato Panamericano, convir-tiéndose en la revelación de aquella com-

petencia. A partir de allí, una seguidilla de triunfos y medallas doradas, llevaron a que el ciclista antioqueño Santiago Botero recomendó al equipo Phonakde Suiza que lo fichara, pero por cosas del destino Rigo terminó en el Team Tenax de Italia.

Lejos de Urrao, vinieron más triunfos desde su debut profesional en el 2006: ganó la contrarreloj de Euskal Bizikle-ta, fue fichado en el 2007 por el Caisse d’Epargne de categoría ProTour con un contrato por dos temporadas. Los podios se volvieron un común deno-minador para este líder: en el 2008 fue segundo en Cataluña y tercero Lombar-día. Corrió su primer Tuor de Francia en el 2009; segundo dos veces en la Vuelta a Suiza, el 28 de septiembre de 2010 se anunció su fichaje por el Sky Procycling, de categoría ProTour.

En el 2012, mientras que el Estado

colombiano indemnizaba a su familia dentro del programa de reparación a víctimas, Rigo escribía a punta de pedal una nueva historia para el ciclismo: en ese año obtuvo medalla de plata en los juegos Olímpicos de Londres. Luego su-bió al podio del Giro de Italia 2013 como subcampeón.

Falta mucho camino en su carrera profesional, faltan triunfos y caídas. Del golpe más duro sufrido en el 2001 queda la fortaleza y la herencia de un hombre común que hoy pedalea con él, como lo dijo su madre durante la últi-ma etapa del Giro en su casa del barrio El Poblado: “Él dice que el papá lo guía desde el cielo, que le da más valor mo-ral para este muchacho salir adelante”. Y Urán, con esa alegría y carisma que lo caracteriza, escribió de inmediato en su cuenta de twitter: “Ma´, este triunfo es para ti, de todo corazón”.

“Yo a él lo admiro mucho en ese sentido. Desde muy pequeño ha em-pezado a salir adelante. A cualquiera le puede pasar, vivir la situación que vivimos nosotros, sin embargo, mire el muchacho dándole muchas ale-grías a Colombia y a todo un país, a pesar de los malos momentos que he-mos tenido”, destacó doña Aracelly. Al frente de la pantalla y con la sonrisa que provoca el orgullo, veía a su hijo su-bir nuevamente al podio, nuevamente logrando el subcampeonato, aunque esta vez acompañado del ciclista boya-cense Nairo Quintana, quien se coronó campeón. Allí, en el pequeño poblado de Trieste, tal y como lo había hecho por primera vez en su natal Urrao, Rigo le-vantó la mirada al cielo y cerró sus ojos, quizá para recordar a su padre, a quien le había prometido coronar en su bici-cleta las montañas más altas del mundo.

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Octavio Gómez Velá[email protected]

No siempre el fút-bol es un fiesta: una vez, en 1942, fue una extensión de los campos de batalla. Sucedió

en la Ucrania que hoy vuelve a pa-decer la guerra. Esta es una historia de dignidad y espíritu deportivo. Un recuerdo a propósito del Mundial de Brasil.

Football Club Start fue el nombre que eligieron ocho ex jugadores del Dínamo y de tres del Lokomo-tiv Kiev, para enfrentar, en el vera-no de 1942, a los equipos de fútbol formados por soldados de los ejér-citos alemanes nazis invasores de Ucrania.

Los invasores –que habían llegado en una campaña relámpago en 1940, pero se habían quedado administrado una lenta y costosa derrota- buscaban a través del fútbol, ya el deporte más popular en la Europa de los años de la II Guerra Mundial, demostrar una vez más la pregonada superioridad racial que su líder, Adolf Hitler, no cesaba de

declarar y que la poderosa propagan-da nazi repetía por todos los rincones de Europa.

Dignidad y hambreLos muchachos del Start eran refu-giados de la guerra en su propio país y, según lo recuerda el suplemento Planeta Redondo, del diario El Cla-rín, de Buenos Aires (11 de agosto de 2011), tenían hambre. La investiga-ción recuerda que se habían orga-nizado en la panadería de Iosif Kor-dik y el equipo lo integraron el viejo portero del Dínamo, Nikolai Truse-vich; y sus compañeros de campo Mikhail Putistin, Ivan Kuzmenko, Makar Goncharenko, Mikhail Sv yri-dovskiy, Fedir Tyutchev, Mykola Korotkykh y Oleksiy Klimenko, a los que se sumaron los jugadores del Lokomotiv Kiev, Vladimir Balakin, Mikhail Melnyk y Vasil Sukharev.

Con los estómagos vacíos pero la dig-nidad intacta, entraron a los campos de juego donde deberían, en el papel y en la minuta de los comandantes alemanes, perder uno tras otro los juegos progra-mados. Pero, entre junio y julio de 1942, 72 años ha, vencieron a seis equipos de igual número de guarniciones y todos por goleada (en la época se alineaban

cinco delanteros, tres volantes y dos defensas, con lo cual eran normales los marcadores «abultados»).

El fútbol, que había nacido en los campos deportivos del colegio de Eton, en Inglaterra, como una manera de elevar la caballerosidad de los jóve-nes mediante la competencia limpia a través del uso de las reglas, se había convertido en los campos de batalla de Europa oriental en otra forma de la guerra. Pero los muchachos del Start resistían haciendo lo que se espera de todo club de fútbol: ganar.

El juego central, sin embargo, no había sucedido y se programó para el 6 de agosto de ese año y el Start debería enfrentar al once de la Fuer-za Aérea Alemana –Luftwaffe- desta-cada en el frente soviético. La adver-tencia era clara: debían perder, bajo la amenaza de que si intentaban su-perar a sus contendores, los esperaba el patíbulo.

A pesar de las amenzas, ganaron 5-3. Los vencidos programaron una revan-cha e incluyeron al juez central. Volvie-ron a ganar y un tercer juego, esta vez contra otro equipo formado por milicias de tierra, terminó con un contundente 8-0 a favor de los invadidos.

La Gestapo (la policía politica alema-na) organizó una operación para rete-

guerra, civilización y barbarieFúTbOL: ner al once invicto: el Start, uno a uno, fue enviado a campos de concentración donde fueron asesinados (incluso, la le-yenda dice que el golero, Trusevich, mu-rió con su buzo puesto). Ningun sobre-vivió para contar la osadía de derrotar a los equipos militares alemanes.

Habían sido acusados de pertenecer a las redes de policía política de Stalin, con lo cual su condena automática era la muerte. La civilización que les había dado la contienda deportiva, había terminado en la barbarie de la guerra.

La historia de los héros de Kiev fue llevada al cine de Hollywood pero en una versión almibarada y protagoni-zada por soldados aliados en un filme largo, aunque bien hecho, que en Co-lombia se conoció como Escape a la victoria (1981) y que protagonizaron Michael Cain, Sylvester Stallone y Max von Sydow y con la presencia de las entonces estrellas del fútbol mundial Pelé, el argentino Oswaldo Ardiles, el belga Paul Van Himst, el inglés Bobby Moore y el polaco Kazimierz Deyna. Como era una historia de Hollywood, aquí todos terminaban a salvo…

El fútbol había nacido con la inten-ción, escolar y muy inglesa del siglo XIX, de domesticar la forma de resol-

ver las diferencias: que lo hiciéramos usando reglas, tiempos, espacios y colo-res definidos; que se celebrara la inteli-gencia, la habilidad y la destreza física y que, al final, pasara lo que pasara, vence-

dores y vencidos terminaran en un salu-do, en un abrazo, de fraternidad.

Pero, a veces, la historia del fútbol no ha terminado en fraternidad sino en fra-tricidio. Periódico Ciudad Sur@prensaciudadsur

Mundial Mundial

Fotos: web

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