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Un hidalgo llamado Héctor Polanía Sánchez Por Hugo Tovar Marroquín Crónica

Cronica de un Hidalgo llamado Hector Polania

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Diez años después, la impresión de la vigorosa personalidad de Héctor Polanía permanece viva en el espíritu de sus innumerables amigos, y el sentimiento de su pérdida sigue presente en la memoria como aquel primero de mayo de 2001, día en que fue asesinado por una de las organizaciones terroristas a las que con energía y firmeza combatió. Cuanto más se profundiza la crisis de valores y de liderazgo entre nosotros, más se afianza ese sentimiento en torno a su hidalga personalidad. Estas penetrantes impresiones han resistido victoriosamente la difícil prueba del olvido, siempre inexorable para la abrumadora mayoría de los mortales.

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Un hidalgo llamado Héctor Polanía Sánchez

Un hidalgo llamadoHéctor Polanía Sánchez

Por Hugo Tovar Marroquín

Crónica

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«Este hombre pertenecía a la estirpe de los llamados a ser grandes y poderosos que, sin embargo, se resisten a la tentación de la grandeza y el poder».

Por Hugo Tovar Marroquín

Retrato al óleo de Héctor Polanía, por Oswaldo Guayasamín, 1956

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Diez años después, la impresión de la vigorosa personalidad de Héctor Polanía permanece viva en el espíritu de sus

innumerables amigos, y el sentimiento de su pérdida sigue presente en la memoria como aquel primero de mayo de 2001, día en que fue asesinado por una de las organizaciones terroristas a las que con energía y firmeza combatió. Cuanto más se profundiza la crisis de valores y de liderazgo entre nosotros, más se afianza ese sentimiento en torno a su hidalga personalidad. Estas penetrantes impresiones han resistido victoriosamente la difícil prueba del olvido, siempre inexorable para la abrumadora mayoría de los mortales.

Recuerdos de la última conversación

Recuerdo nuestro último encuentro como si fuera un episodio de ayer. Fue una conversación placentera, grabadora en mano, que fluía fácil y espontánea sobre distintos tópicos, tratados con la autoridad de un maestro en las artes de la pintura y la música, en la cría y doma de caballos, en las ferias equinas, en los temas del folclor y la artesanía y en la política. Especial deleite me proporcionaba el torrente de información en cada una de sus inter-venciones y el modo brillante en que trataba los diversos asuntos, lo mismo las bagatelas que las materias de fondo. Hablar con él era arte y encanto a la vez.

Tengo la viva sensación de estar conversando en el ambiente acogedor de su residencia en Pitalito. La suya era una añeja y confortable estancia patriarcal, decorada con bellos tesoros artísticos. Allí se exhibían hermosas esculturas ecuestres, y artesa-nías preciosas esculpidas por la mano prodigiosa de doña Aura de Vargas; cuadros de maestros laboyanos, entre ellos, Benhur Sánchez, Mario y Hermann Ayerbe, Fernando Rozo, Rodrigo Facundo, Katty Espinosa, Wilson Díaz y Carlos Salas Silva, el último de los cuales se ha destacado como «el más importante pintor dentro de la tendencia del expresionismo abstracto en Colombia», recordó con orgullo mi interlocutor. También, del excepcional maestro Antonio Valencia Mejía, «oriundo del Quindío, pero en Colombia su tierra es Pitalito», agregó. Tenía una biblioteca tan refinada como acogedora, con la más variada y excelente literatura, y una formidable colección de discos de música clásica y tropical. «Me gusta vivir entre cuadros y objetos de arte, escuchar buena música y leer buena literatura», solía decir.

Tengo la viva sensación de estar conversando con

Héctor Polanía en el ambiente acogedor de su residencia en Pitalito”. “Tengo la

viva sensación de estar conversando

con Héctor Polanía en el ambiente acogedor de su

residencia en Pitalito.

Recepción en el Palacio de Oriente (Madrid), en 1954. Aparecen el Generalísimo Francisco Franco y Héctor Polanía Sánchez.

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El hombre

Héctor Polanía impactaba a primera vista. Era hombre de voz cortante y a veces impetuosa, de porte erguido y señorial, de rostro solemne, que ganaba en dignidad, y mejor aún en majestad, lo que perdía en simpatía; de ojos pequeños e implacables que penetraban en el alma de su interlocutor para buscar en ella la lealtad o descubrir la perfidia; de temperamento rígido y a la vez benigno; de inteligencia cultivada para el refinamiento y para la sencillez; esquivo como el que más al frívolo mundo de la vanidad, la pompa y los honores; de conducta decorosa y diáfana, tan nítida como los hilos de una filigrana, que se refugiaba en el aislamiento de su casa cuando quería, o que se permitía el lujo de rechazar el poder que otros disputaban a dentelladas. Este hombre pertenecía a la estirpe de los llamados a ser grandes y poderosos que, sin embargo, se resisten a la tentación de la grandeza y el poder.

Sí, Héctor Polanía no hacía parte de los hombres forjados en serie. Era todo un hidalgo de la inteligencia que, por tal virtud, escapaba a la tiranía niveladora de la masa, entendida ésta en la connotación semántica de don José Ortega y Gasset: «Masa es el hombre medio. Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone donde quiera», decía hace siete décadas el escritor español, en frase que hoy por hoy viene como anillo al dedo. Bien podría decirse que Héctor Polanía se formó contra la docilidad política imperante y para ser conciencia de ejemplaridad de unos conductores de masas venidos a menos en estos tiempos.

Una equivocación que me lleva a mirar hacia Arriba y sonreír

A mis manos llegó, hace años, el libro titulado ¿Patricios o asesinos? El autor de la obra es el ex parlamentario liberal Gilberto Zapata Isaza. Su prólogo fue escrito por el novelista Alberto Za-lamea. Se trata de una obra de mediano volumen editada en 1969, que tiene un inmenso y valioso contenido histórico-político. Es anecdótica y amena.

Zapata Isaza no deja títere con cabeza; es demoledor contra la clase política que gobernó al país desde los albores hasta bien entrada la segunda mitad de la anterior centuria. Incisiva, directa

Héctor Polanía se formó contra la

docilidad política imperante y para ser conciencia de ejemplaridad de

unos conductores de masas venidos a menos en estos

tiempos

Héctor Polanía Sánchez

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y despiadada, la obra recoge testimonios de protagonistas de la historia y documentos relacionados con la más penosa y sangrienta etapa de nuestra historia: la Violencia.

Contadas personalidades se salvaron de la invectiva de ¿Patricios o Asesinos? Empero, lo sorprendente no es que un liberal radical como Zapata Isaza hubiera exaltado a prominentes hombres del liberalismo, entre ellos Uribe Uribe y Gaitán; lo sorprendente es que por encima de sus propios copartidarios elevará con frenesí la augusta figura de Gilberto Alzate Avendaño.

Alzate hubo de enfrentar de manera tozuda y desafiante el régimen autoritario y nepotista de su propio partido. Lo hizo en no pocas ocasiones, con decisión suicida, sin motivación distinta de la defensa de sus convicciones morales y políticas.

Sin duda, fueron los trágicos hechos del sábado 6 de septiembre de 1952, en Bogotá, los que provocaron la mayor indignación del mariscal Alzate. Una turba ebria y vociferante, a bordo de carros oficiales, asaltó e incendió las instalaciones y máquinas de los diarios El Tiempo y El Espectador, y la sede de la Dirección Liberal, en pleno día. En horas de la noche, otros grupos de sicarios incendiaron las residencias de Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo.

Alzate Avendaño montó en cólera y se dirigió al edificio en ruinas del diario de los Cano, lo mismo que a las residencias en llamas de López y Lleras, acompañado de un reducido grupo de amigos, para testimoniar su repudio a tan atroces actos de barbarie. De ese reducido grupo formaba parte Héctor Polanía. Corrían tiempos sombríos de feroces tempestades de sectarismo partidista, y gestos de tal magnitud, provenientes de conservadores, sólo eran explicables en personas de inmensa dimensión humana.

Por años estuve imbuido del concepto de un Héctor Polanía arrogante, sectario. Sólo después de conocer la obra de Zapata Isaza, de tratarle por primera vez en 1990, durante nuestro ejercicio como senadores de la República, y de compartir tribuna en la recia campaña regional de 1991, pude no sólo encontrar en él al hombre valeroso, transparente y profundamente humano –como en el testimonio de Zapata Isaza–, sino rectificar de una vez por todas mi error de interpretación acerca de su personalidad.

Una turba ebria y vociferante, a bordo

de carros oficiales, asaltó e incendió

las instalaciones y máquinas de los

diarios El Tiempo y El Espectador, y la

sede de la Dirección Liberal

Gilberto Alzate Avendaño, “El Mariscal”

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Rasgos artísticos y políticos de su personalidad

El ex ministro Felio Andrade Manrique, figura prominente del conservatismo colombiano, recientemente fallecido, amigo y contradictor de Héctor Polanía, describió en prólogo memorable las más destacadas facetas de la personalidad de éste: «Es un valor huilense que ha trascendido al ámbito nacional. Corajudo y valeroso combatiente. Inmerso en la política, tiene aficiones y cultiva artes con deleitación y buen gusto, que lo han llevado en su terruño a ser especie rara de mecenas, pródigo y estimulante, atento a las diversas expresiones de cultura, propiciador de jóvenes artistas y cultores, cuyos talentos promueve. Pertenece todavía a esa comunidad de políticos que acamparon a la feraz sombra de Gilberto Alzate Avendaño, genio orientador de gentes ilustradas que aún ahora sienten y conviven en el recuerdo del ilustre mariscal, cuya vocación universal sometió la política a escrutinio de su prolífera inteligencia. Polanía Sánchez fue esmerado discípulo de Alzate y conocedor de intimidades aún inéditas».

Según el académico Gilberto Vargas Motta, también fallecido, reconocido entre los huilenses como riguroso erudito, Héctor Polanía se caracterizaba por su extraordinaria sensibilidad artística y, por haberse extraviado aunque con éxito en la política, fue en cierta forma un arquitecto, escultor y pintor frustrado.

Cierto. No obstante Héctor Polanía haber incursionado en la política y el periodismo, lo mismo que en la diplomacia, como dócil cautivo de eventos o situaciones coyunturales, siempre mostró plausibles resultados y calificaciones en esas disciplinas, porque sus ideas y su inmenso caudal de conocimientos corrían parejas con su facundia para exponerlos a través de la palabra o por escrito.

La verdadera pasión de Héctor Polanía no era la política, sino el mundo maravilloso y fascinante de los valores estéticos.

Primer extravío

Héctor Polanía realizó sus estudios secundarios en el colegio San Bartolomé de Bogotá. Cerca de este histórico centro educativo, a una cuadra, en el Claustro de Santa Clara, funcionaba la Escuela Nacional de Bellas Artes. Esta circunstancia no sólo le permitió relacionarse con estudiantes de artes, sino con círculos intelectuales de la capital del país, conocida aún con el honroso calificativo de

Héctor Polanía se permitía el lujo

de rechazar el poder que otros

disputaban a dentelladas

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la culta Atenas Suramericana. «Hacíamos tertulias, era una vida agradable, mi atmósfera, con muchos valores espirituales», dijo con cierto dejo de nostalgia. Así cultivó su entusiasta afición a los temas del arte y la cultura. Esto explica que luego de culminar sus calificados estudios secundarios, ingresara a la facultad de arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia. Quiso de esa manera enriquecer los tesoros de su inteligencia en las disciplinas del arte y la estética.

Pero entonces tropieza con su primer extravío. Cursaba estudios superiores como aventajado condiscípulo de genios que revolucionarían la arquitectura en Colombia, entre ellos Rogelio Salmona y Arturo Robledo, cuando fue llevado de la mano por el mariscal Gilberto Alzate Avendaño a los riscos de la política y el periodismo, actividades signadas en aquella época por la crudeza de las confrontaciones partidistas. «La política tenía un tremendo impacto sobre la vida nacional, no existía la televisión, no existía el futbol, el gran deporte nacional era la política, que acaparaba la atención y las energías del país», dijo Héctor Polanía. «Caí en esa vorágine al lado de Alzate», agregó.

La proximidad a Gilberto Alzate Avendaño lo anima

Héctor Polanía comenzó a sentir ferviente admiración por el mariscal Gilberto Alzate desde 1943. «Yo era estudiante de secundaria cuando lo conocí por la prensa, a raíz de la huelga de choferes en Manizales, que él encabezó ese año como abogado del sindicato de ese gremio, durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo, por cierto muy hostil a mi partido. Como yo estaba muy influenciado por ese ambiente de hostilidad, la participación de Alzate en la huelga me causó gran impacto. Hubo gran conmoción. Por esta razón fue detenido. Su indagatoria es célebre pieza literaria, jurídica y política». Y agregó después de una pausa: «Así, a distancia, comenzó mi profunda admiración por Alzate, hombre de gran carácter y vastísima cultura».

En 1947, Gilberto Alzate fue elegido parlamentario y de manera vertiginosa su nombre irrumpió en el firmamento de la política nacional como figura de primer orden. Entonces la feroz tormenta de ataques entre los partidos liberal y conservador crecía como la espuma. Cuando ejercía como fundador y director del efímero periódico Eco Nacional, el mariscal Alzate recibió la visita del joven estudiante de arquitectura Héctor Polanía. «Fui a saludarlo,

la verdadera pasión de Héctor Polanía no era la política, sino el

mundo maravilloso y fascinante de los valores estéticos

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a presentármele como admirador suyo. Era hombre abierto a la juventud», recordó.

También fue visitado en esos días por jóvenes como Eduardo Cote Lamus, insigne poeta y político santandereano, y Cornelio Reyes. «Con nosotros él organizó un equipo periodístico en Eco Nacional; pero la vida del periódico fue corta, precaria, relativamente pobre, aunque fueron publicados noticias y escritos de gran impacto nacional», dijo Héctor Polanía.

Relaciones con grandes artistas, escritores e intelectuales

No fueron en vano las relaciones que estableció el joven Héctor Polanía con el fecundo círculo de intelec-tuales y del arte durante la época de sus estudios secundarios y universitarios en Bogotá, entre los años 1937 y 1947. Estas formidables experiencias le permi-tieron en esa década, y años más tarde, convertirse en habitual contertulio de poetas como León de Greiff, Eduardo Carranza y Carlos Obregón; pintores como el ecuatoriano universal Oswaldo Guayasamín, Enrique Grau, Lucy Tejada y Antonio Valencia; escritores como Gabriel García Márquez y Germán Vargas Cantillo, entre otras tantas figuras del espectro literario y artístico de la nación. «Con todos ellos éramos amigos y contertulios, compañeros, hicimos mucha bohemia, muchos viajes, en fin, teníamos una relación muy estrecha», dijo, al tiempo que recordaba el Café El Automático de Bogotá como uno de los sitios más frecuentados por literatos y poetas.

«Aún conservo entrañables testimonios escritos de esa gran amistad que me unió con personas como los maestros De Greiff, Carranza y Guayasamín», dijo con cierta solemnidad. En ese momento interrumpió la conversación para buscar varios libros de poemas del maestro León de Greiff, con dedicatorias especiales: una, del libro Farrago -v- mamotreto, escrita con la habitual ironía dulce del poeta: «Para herr von Polainam (don Héctor) a ver si al fin le petan» (el lector sabrá interpretar), y otra, de unos ejemplares de las Obras completas del poeta, con prólogo de Jorge Zalamea, entregados el 6 de octubre de 1973 durante la visita del maestro a Pitalito, que dice: «Para mi querido amigo Héctor Polanía Sánchez (en su casa), muy cordialmente». También me mostró con orgullo un ejemplar de poemas Canciones para iniciar una fiesta, del maestro

Fotografía de 1952, tomada en Bocas de Ceniza (Barranquilla). Aparecen de izquierda a derecha: Eduardo Quintero Millán, Gabriel García Márquez, Germán Vargas Cantillo, Raimundo Sojo Zambrano, Héctor Polanía Sánchez y Guillermo Lanao.

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Eduardo Carranza, entregado en España en 1956, con la siguiente dedicatoria: «A Héctor, en memoria de la primavera española, estas antiguas canciones generalmente amorosas, sí que también melancólicas, con un abrazo de su muy amigo Eduardo». El maestro Carranza le dedicó otras sentidas palabras a mi interlocutor en el libro de poemas Ellas, los días y las nubes, acaso recordándole pasajeros amoríos con la bella Marisa: «Para Héctor Polanía estos sueños escritos en días más jóvenes y hermosos con un abrazo de su fraterno y fiel amigo Eduardo (Pasa la sombra azulada de Marisa Lejana)». Finalmente, una postal especialmente cariñosa enviada a Héctor Polanía por Oswaldo Guayasamín y Luce Deperón, su segunda esposa, para una cita social en España.

Todos ellos, poetas, escritores y artistas, contribuyeron a labrar la personalidad de Héctor Polanía, afinaron su sensibilidad por los valores estéticos y literarios y contribuyeron para consolidar su indeclinable espíritu de mecenas en su tierra.

Fueron, además, fuentes de motivación para sus posteriores y valiosos aportes a la promoción de artistas laboyanos que han logrado descollar en el país y allende las fronteras nacionales, a lo cual, sin disputa alguna, contribuyó ¡y de qué manera! el maestro Antonio Valencia Mejía.

De nuevo en la política y el periodismo

Sobreviene la crucial y resonante división conservadora. Corría el año 1952, en plena violencia, año de los ataques incendiarios a El Tiempo y El Espectador y a las residencias de López Pumarejo y Lleras Restrepo. Gilberto Alzate, aguerrido adversario de Laureano Gómez, había ascendido vertiginosamente, y su movimiento se había tornado en fuerza decisoria dentro del Partido Conservador. Fue cuando El Mariscal fundó Diario de Colombia. «Nosotros tomamos partido a favor de Alzate, quien fundó otro periódico, Diario de Colombia, al cual llamó a sus viejos amigos, a sus muchachos, a sus colaboradores, y todos acudimos e hicimos un periódico que fue importante desde el punto de vista intelectual. Yo fui reportero, cronista, comentarista, editorialista, tenía una sección que se llamaba ‘Cruz y Raya’, que tuvo cierta resonancia. También fue otro cambio, mi vida cambió de rumbo». Y agregó con tono de aflicción: «Mi vida ha cambiado de rumbo varias veces».

Héctor Polanía estableció amistad con intelectuales, artistas y poetas como León de Greiff, Eduardo Carranza, Carlos

Obregón, Oswaldo Guayasamín,

Enrique Grau, Lucy Tejada, Antonio Valencia, Gabriel García Márquez y Germán Vargas

Cantillo, entre otros

En España tuvo la feliz ocasión de

recibir la Medalla de Honor de Madrid, otorgada por el Ayuntamiento, y de convertirse

en Ciudadano de Madrid

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Hombre clave en Diario de Colombia

«Creo que fui unos de los hombres de confianza de Alzate», dijo con modestia. Lo fue, sin discusión. Si había una labor difícil de cumplir al lado de Alzate era la de editorializar en Diario de Colombia. Alzate era exigente al extremo, consigo mismo y con sus colaboradores. La pluma del Mariscal era tan pulida y elegante que sus artículos eran piezas de diamante en las formas literarias y en los contenidos. Para el ex ministro Jorge Mario Eastman, eximio compilador de la obra literaria de Alzate, este hombre «logró convertirse en un escritor de grandes dimensiones; cada uno de sus escritos más parecen resultantes orgánicas. Su estilo es, por eso, lacerado, vibrante y riguroso, vaciado en las más puras hormonas idiomáticas». De allí que editorializar en Diario de Colombia era de por sí tarea colosal. Héctor Polanía lo hizo con brillo, muchas veces.

Testigo de excepción del golpe de Estado de 1953

Aunque Diario de Colombia tuvo una vida breve, entre 1952 y 1954, a través de él Alzate Avendaño hizo sentir la fuerza de sus ideas y el vigor de su liderazgo durante una de las coyunturas más agitadas del pasado siglo.

En 1953 los partidos políticos estaban literalmente destrozados y la enfurecida ola de violencia anegaba en sangre y llanto la mayor parte del territorio nacional. El caos institucional había desdibujado en grado sumo el Estado. Aunque el ejército se había politizado y padecía divisiones internas, porque desde distintos ángulos del partido conservador se le trataba de manipular, mantenía unidad de mando. Así, los sectores liderados por Ospina Pérez y Alzate Avendaño acariciaban la idea del gobierno militar para abrirse paso ante el poder totalitario de Laureano Gómez y Roberto Urdaneta, y los liberales conservaban la esperanza de que, siendo mayoría ellos, la intervención militar les permitiera reconquistar el poder en la siguiente elección.

Tal era, en términos generales, el escenario que propició el golpe de Estado del 13 de junio de 1953, encabezado por el general Gustavo Rojas Pinilla. “Yo estuve muy cerca de Alzate, en

Héctor Polanía colaboró con

Gilberto Alzate en la política y en

Diario de Colombia, donde fue

reportero, cronista, comentarista,

editorialista y tenía la sección Cruz y

Raya

Laureano Gómez y Roberto Urdaneta

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la almendra de los acontecimientos. También mantenía estrecha relación con el General, puesto que yo cubría la información del Ministerio de Guerra y del Comando General de las Fuerzas Militares. El general Rojas me llamaba con frecuencia para darme noticias sobre su despacho; conmigo era muy especial, pienso que deferente”. Y precisó: “Desde luego no fui protagonista del golpe de Estado, sino testigo, como reportero de Diario de Colombia”.

Con la solemnidad de un consagrado profesor de historia, puntualizó: “A eso de las cinco y media de la tarde vi salir a Rojas Pinilla del Batallón Caldas hacia el Palacio de la Carrera a tomarse el poder, y desde luego yo le seguí, en otro vehículo, para narrar lo que iba a suceder, y entré pocos segundos después de él. En un momento dado Rojas Pinilla me vio entre la concurrencia de políticos, militares y periodistas –posiblemente yo era de las pocas personas que le conocían personalmente–, entonces me llamó y me pidió que fuera a llamar a Alzate al palacio presidencial. Fui a casa del doctor Alzate, quien en esa noche abría su residencia en Bogotá y ofrecía una recepción al cuerpo diplomático y a la sociedad bogotana. Él estaba recibiendo a los invitados en la puerta. Yo me situé a su lado y le dije: ‘Tiene que ir a Palacio porque está sucediendo un hecho histórico del cual usted debe ser uno de los protagonistas; el general Rojas Pinilla quiere que usted vaya’. Entonces con él me fui a palacio y entramos. De ahí salió la proclamación de Rojas Pinilla como Jefe del Estado, y aunque el propósito inicial era instalar a Urdaneta en forma definitiva en el poder, las circunstancias se fueron dando para que el General lo asumiera directamente. El anuncio lo hizo Lucio Pabón Nuñez y empezó así lo que todo el país conoce”.

Luego de pensar durante unos segundos, agregó Héctor Polanía, sin necesidad de martirizar la memoria: “Hugo, le voy a dar una información que no registran los textos de historia. La proclama que leyó hacia las diez de la noche, ese 13 de junio, el teniente general Rojas Pinilla, en realidad fui yo quien la redactó. ¿Recuerda, Hugo, la célebre frase?: ‘No más sangre, no más depredaciones en nombre de ningún partido político, paz, justicia y libertad’. Los libros de historia dicen que el autor de la proclama fue Lucio Pabón Nuñez. Esto no es cierto; él se limitó a unos retoques y se la entregó al General para que la leyera; pero fui yo quien preparó el documento a petición del General. Recuerde usted que Pabón Nuñez era protegido de Laureano Gómez, sólo

13 de junio de 1953. El teniente general Gustavo Rojas Pinilla lee la proclama, luego del golpe de Estado.

La proclama que leyó hacia las diez

de la noche, ese 13 de junio de 1953, el general Rojas Pinilla,

en realidad fui yo quien la redactó.

¿Recuerda, Hugo, la célebre frase?: ‘No

más sangre, no más depredaciones en

nombre de ningún partido político,

paz, justicia y libertad’

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que dio una voltereta de última hora, la que le permitió ser Ministro de Gobierno de Rojas”. Y es cierto: Pabón fue Ministro de Guerra de Urdaneta, sólo que ambos se negaron a firmar la destitución de Rojas Pinilla como Comandante de las Fuerzas Militares, ordenada por Laureano Gómez. Precisamente, el golpe de Estado fue el desenlace de este y otros episodios.

Héctor Polanía en Europa: tras un refugio espiritual

Por sugerencia del mariscal Alzate, el aún joven Héctor Polanía quiso probar sus aptitudes como estudiante de Derecho; pero le bastó asistir a las primeras lecciones, incluso como discípulo del padre Giraldo en la Universidad Javeriana, para descubrir que no tenía la suficiente vocación. “Entonces me fui a Europa, en 1954, becado; yo estaba bastante muchacho y lógicamente a mí me impactó, y esa experiencia influyó en mi formación. Allá hice cursos de dirección de cine en Madrid, París y Roma; fui a exposiciones, visité museos, tuve mucha actividad intelectual y cultural. Así pude escapar, así fuera temporalmente, a mi cómodo refugio espiritual en las artes plásticas y la buena literatura”.

Llevaba poco más de un año en Europa, cuando Alzate Avendaño fue nombrado embajador de Colombia en España. “Él me hizo nombrar Secretario de la Embajada, Primer Secretario de una vez, sin cubrir los otros grados del escalafón. Esta fue una exigencia de Alzate. Allí en la Embajada estuve hasta 1958, año en que él se retiró. Entonces yo también me retiré de la Secretaría, pero continué en Europa hasta 1959, tiempo que aproveché para leer mucho y enriquecer mis conocimientos. Fueron cinco años de verdadera espiritualidad e intelectualidad”, dijo Héctor Polanía.

En España tuvo la feliz ocasión de recibir la Medalla de Honor de Madrid, otorgada por el Ayuntamiento, y de convertirse en Ciudadano de Madrid. “Recibí dos veces esa Medalla, y tuve el honor de ser invitado a Madrid por Manuel Fraga Iribarne, amigo mío, y de conversar largo rato con el generalísimo Francisco Franco durante un acto social en el Palacio de Oriente”.

La proclama que leyó hacia las diez

de la noche, ese 13 de junio de 1953, el general Rojas Pinilla,

en realidad fui yo quien la redactó.

¿Recuerda, Hugo, la célebre frase?: ‘No

más sangre, no más depredaciones en

nombre de ningún partido político,

paz, justicia y libertad’

Gilberto Alzate Avendaño, el diplomático.

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El retorno: con la Alcaldía inicia el más prolongado extravío

Gilberto Alzate Avendaño, ¡El Mariscal!, ingresó a la historia de Colombia como uno de sus grandes tribunos y repúblicos cuando muere el 10 de octubre de 1960, a los cincuenta años. Eduardo Cote Lamus, su amigo y gran poeta, despidió en conmovedora elegía al aguerrido Mariscal: “Adiós potro valien-te, brazo alerta, mariscal rampante, Gilberto compañe-ro…”. Golpe desgarrador al corazón de Héctor Pola-nía.

Pronto habría de regresar a su tierra. “Yo en realidad no he vivido vida de familia. Pero mi padre nos hizo un llamamiento a los hijos para que nos hiciéramos cargo de las pocas cosas que él tenía, ya cansado. Entonces regresé”.

Pero en lugar de asumir las responsabilidades que su padre quiso confiarle, tropezó de nuevo con la política. “Yo estaba recién llegado a Pitalito –comentó–, cuando me encuentro ante una situación bochornosa que conmovió al país: una multitud había agredido al doctor Alfonso López Michelsen y a su comitiva del Movimiento Revolucionario Liberal, en 1960. Esto me impactó terriblemente y fui a ofrecerle mi solidaridad. Le brindamos protec-ción y le acompañamos en su azarosa salida del poblado”.

Como si fuera un asunto programado por contrariedades del destino, de esa situación bochornosa contra López Michelsen derivó la postulación de Héctor Polanía a la alcaldía de Pitalito. “Sorprendidos por mi actitud –dijo–, varios amigos me propusieron que aceptara la Alcaldía. Yo rechacé casi indignado esa postulación. Pero mis amigos conservadores y liberales, entre ellos José María “Chepe” Rozo y Roberto Molina Vásquez, me convencieron. Aunque con la desaprobación de mi familia, me convencí de que era necesario hacer algo por ese municipio, para cambiarle de rumbo, y acepté”.

“Pitalito al comienzo de la década del sesenta era pequeño, una aldea bien delimitada. En mi administración se le prestó atención al ordenamiento urbanístico. Procuré aplicar mis experiencias en Europa. Realizamos las primeras pavimentaciones y otras obras para mejorar la calidad de vida de la comunidad. Implementamos un proceso de modernización. Tuve duros enfrentamientos con el cura y con líderes conservadores, porque quise, y lo logré, cambiar

A pesar de haber incursionado

en la política y el periodismo como

oficios ajenos a su espiritual

inclinación, Héctor Polanía era una

verdadera tromba de éxitos políticos

Foto tomada durante una recepción en España. Aparecen de izquierda a derecha: Antonio Valencia Mejía y su esposa Lucy Tejada; Oswaldo Guayasamín, Héctor Polanía y una amiga española; Luce Deperon, esposa de Guayasamín, y el poeta Eduardo Carranza.

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la mentalidad de la población, para que fuera más abierta social, cultural y espiritualmente, con nuevos valores de progreso, igualdad y solidaridad. Me desempeñé lo mejor que pude”, explicó con altivez.

“Quiero agregar que a la divulgación de nuevos valores culturales y sociales me ayudó mucho Radio Sur, la emisora que fundé con mi cuñado Manuel Castro Tovar. Además, contábamos con un valioso equipo periodístico, liderado por Jorge Chaparro Salgado”.

Tres años de alcalde fueron suficientes, en efecto, para reorientar el rumbo de Pitalito, especialmente en el terreno cultural y en el modo de concebir el desarrollo de una ciudad. Los avances hoy están a la vista.

De la Alcaldía al Congreso y a la Gobernación

Héctor Polanía suspiró. “La alcaldía de Pitalito cambió el rumbo de mi vida”, dijo. “Esporádicamente he participado en la política y en la administración pública, cuando realmente no ha sido esa mi gran vocación; pero las circunstancias a veces nos conducen por senderos distintos de los que uno esperaba transitar”.

Al salir de la Alcaldía, nuevamente fue asediado por sus amigos para que presentara su nombre como candidato a la Cámara de Representantes. “Fue entonces cuando decidí adelantar una campaña relativamente breve en el sur del Huila. Salí elegido representante a la Cámara por mis amigos. En esa época eran dos años, afortunadamente. Yo estuve los dos años en la Cámara, pero no quise regresar ni seguir una carrera parlamentaria, porque realmente no me sentía en mi ambiente, eso fue del año 66 al 68. No busqué la reelección y me volví para acá, a vivir aquí”, dijo con humildad, mientras sus manos seguían la melodía del acento

huilense que por un momento dejó escapar.

El mejor Gobernador del Huila

Héctor Polanía, una vez retornó de su ejercicio como representante a la Cámara, empezó con laboriosa dedicación a conversar con sus amigos para promover el desarrollo cultural y artístico de Pitalito. Era una idea que de tiempo atrás bullía en la mente inquieta del mecenas.

Como si fuera un asunto programado por contrariedades

del destino, de esa situación bochornosa contra López

Michelsen derivó la postulación de

Héctor Polanía a la alcaldía de Pitalito

¡Cómo no entender que el secreto de sus

triunfos radica en el desdén que siempre tuvo Héctor Polanía por los halagos del poder y los placeres

de la vida!

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“Estaba en esas cuando me llamó por teléfono un amigo mío que fungía como Secretario de la Presidencia de la República, Rafael Naranjo Villegas, a decirme que me iban a nombrar de gobernador, y yo le pregunté que por qué si yo no era candidato. Desde luego, yo era amigo de Pastrana de tiempo atrás, y resultó nombrándome Gobernador del Departamento. Otro viraje hacia la política, otro cambio de rumbo”.

Y agregó, en tono severo: “Salí de la gobernación, me volví para acá, y dije: ¡No más política! A mí me ha gustado mucho la naturaleza, el campo, la lectura, la música, en fin, una serie de disciplinas un poco egoístas, porque no soy ni escritor ni músico ni artista, sino únicamente por satisfacción interior”.

Héctor Polanía, sin embargo, fue eximio gobernador del Huila. Nunca lo dijo ni lo habría dicho jamás. En momento alguno se habría dejado envilecer por la vanidad.

Delimiro Moreno Calderón, respetado periodista e historiador, refiriéndose al consenso de un grupo de historiadores sobre los mejores gobernadores del Huila, dijo en su columna de opinión del “Diario del Huila” (6 de enero de 2011), tras hacer una relación de las obras importantes ejecutadas durante el gobierno de Héctor Polanía: “Esas obras fueron  posibles por la devoción de Pastrana, sí, pero también por la seriedad, la laboriosidad  y la honradez de Polanía, sin duda, el mejor Gobernador que hemos tenido”.

Voz solitaria en el Senado: prueba suprema de carácter

Tras la muerte de Rafael Azuero Manchola y Álvaro Sánchez Silva, en el conservatismo huilense se produjo un vacío. “Algunos líderes –dijo– consideraron que yo era el indicado para llenarlo, y entonces me postularon para el Senado. Sin tener un solo delegado, gané la nominación. Fui elegido, y estuve diez años en esa Corporación. La verdad, siempre pensaba en no regresar, porque esa no es mi vocación. Así lo hice, para dedicarme a lo que en realidad me ha gustado en la vida. Es posible que sea un diletante, con tendencia al universalismo, como si estuviéramos en el renacimiento; pero es esa la formación intelectual que tuve, espigando en muchas partes, sin vocación para los negocios, sin visión pragmática. He tratado de vivir mi vida, pero a veces no se puede”.

Sin embargo, por su recio carácter y por los principios de

Mientras el Directorio Conservador

navegaba en la misma dirección del Gobierno, Héctor

Polanía lo hacía en el sentido que le trazaba su propia conciencia y su

maciza formación intelectual y moral.

1954. Frente a la Basílica del Sagrado Corazón, en la colina de Montmartre (Paris) Descienden Gabriel García Márquez, Carlos Obregón, Héctor Polanía y Enrique Grau.

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Un hidalgo llamado Héctor Polanía Sánchez

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transparencia que siempre lo inspiraron, Héctor Polanía promovió uno de los debates memorables en la historia del parlamento colombiano. Se enfrentó solitario, a través de brillantes, demoledoras y bien documentadas intervenciones, al proceso de paz que el entonces presidente Belisario Betancur adelantaba con la guerrilla. También a su propio partido, el Conservador. “Me opuse a cualquier negociación con la guerrilla mientras ésta no depusiera las armas y liberara a todos los secuestrados”, dijo. Y agregó de manera tajante: “En Colombia se ha abusado de las amnistías, y esa es una de las causas de la impunidad. El tiempo me ha dado la razón”.

Sus intervenciones fueron publicadas en un texto titulado Pro-ceso al proceso de paz, en uno de cuyos apartes se lee una frase que retrata de cuerpo entero al político de una sola palabra: “Queda claro, entonces, que la política de mi partido la presenta el Directorio. Yo presento la política de mi conciencia”. En efecto, mientras el Directorio Conservador navegaba en la misma dirección del Gobierno, Héctor Polanía lo hacía en el sentido que le trazaba su propia conciencia y su maciza formación intelectual y moral.

Ejemplo grande de hidalguía espiritual y honradez política

A pesar de haber incursionado en la política y el periodismo

como oficios ajenos a su natural inclinación por las artes plásticas y los valores literarios, Héctor Polanía era una verdadera tromba de éxitos cuando asumía aquellas responsabilidades, las que ejecutaba siempre, según lo reconocen tirios y troyanos, con la más absoluta y devota transparencia.

¡Cómo no entender que el secreto de sus triunfos radicaba en el desdén que siempre tuvo Héctor Polanía por los halagos del poder y los placeres de la vida! ¡Cómo no ver con respeto a quien se presenta indiferente a la riqueza, a la lisonja, al éxito, a la fama, y al mismo tiempo es un verdadero hidalgo de la inteligencia, amante de los valores espirituales!

Así era él. Su entrañable amigo Hermann Ayerbe González, afamado pintor colombiano, dice que “fue un hombre que amó a su tierra, los árboles, el bosque de fragancia espiritual que bañan los sentidos y regocija la esperanza de vivir; que sembró la pasión por la pintura en Pitalito, que contribuyó a formar a muchos jóvenes en esta disciplina”.

El poeta Eduardo Carranza y Héctor Polanía, en Madrid (España).

Bien podría decirse que Pitalito resulta comparable

a la Inglaterra del siglo XVIII,

cuya aristocracia, escéptica y acaso libertina, era sin embargo una de

las más florecientes de la Europa de

entonces.

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Un hidalgo llamado Héctor Polanía Sánchez

No pocos huilenses crecieron con la idea llana de que la ciudad ha sido un lugar abierto de algún modo a la senda de la lujuria. Es posible que esta desafortunada percepción tenga explicación en su acelerado crecimiento con cierto aire de cosmopolita, originado en constantes migraciones portadoras de diversas culturas y costumbres del país. Sin embargo, y por ello, Pitalito no sólo es una población creciente, dinámica y próspera, enclavada en el Valle de Laboyos, hermoso cuadro de la naturaleza adornado con cámbulos y ocobos majestuosos y soberbios; es también una ciudad de singulares contrastes. Sin temor a exageraciones, aunque guardadas las evi-dentes proporciones, bien podría decirse que resulta comparable a la Inglaterra del siglo XVIII, cuya aristocracia, escéptica y acaso libertina, era sin embargo una de las más florecientes de la Europa de entonces.

Héctor Polanía, que jamás tuvo en su alma un miligramo siquiera de libertino, era el más significativo ejemplar humano de una selecta aristocracia de la cultura laboyana que ha trascendido con creces las fronteras huilenses y nacionales.

Si el poeta Leon de Greiff hubiera asistido a los funerales de su amigo, habría cantado su verso compungido ante el féretro de Héctor Polanía: “Señora muerte que se va llevando/ todo lo bueno que en nosotros topa!...”.

1985. Héctor Polanía y el pintor Oswaldo Guayasamín, conocido como El Ecuatoriano Universal