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CARLOS ISAMITT RECOLECTADOS Y TRADUCIDOS DEL MAPUCHE POR CUENTOS ARAUCANOS

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C A R L O S I S A M I T T

RECOLECTADOS Y TRADUCIDOS DEL MAPUCHE POR

CUENTOSARAUCANOS

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1 Introducción 7

2 Sueño de un machi de Toltén 17

3. Mensajero de Gnœnechen 19

4. El León y el zorro 23

5. El León y el zorro variante 27

6. Puntete 31

7. El hombre y la culebra 37

8. El zorro y la perdiz 41

9. El sapo y la lloica 45

10. El zorro y el sapo 47

11. El agua que vuelve buenas a las gentes 51

12. La vieja chancha madre 55

13. Kude Koñin Sañwe 57

13. Muerte del zorro 59

14. La bella niña del mar 61

15. Mankean 65

16. El árbol de la vida y del amor 71

Indice

© C A R L O S I S A M I T T , 2 0 1 7

R e g i s t r o d e P r o p i e d a d I n t e l e c t u a l N o 2 8 2 . 5 3 1

I S B N : 9 7 8 – 9 5 6 – 1 7 – x x x

D e r e c h o s R e s e r v a d o s

T i r a d a : x x e j e m p l a r e s

E d i c i o n e s U n i v e r s i t a r i a s d e Va l p a r a í s o

P o n t i f i c i a U n i v e r s i d a d C a t ó l i c a d e Va l p a r a í s o

C a l l e D o c e d e F e b r e r o 2 1 , Va l p a r a í s o

E - m a i l : e u v s a @ p u c v. c l

w w w . e u v. c l

I m p r e s o e n S a l e s i a n o s S . A .

H E C H O E N C H I L E

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6 C a r l o s I s a m i t t C u e n t o s A r a u c a n o s 7

Introduccion

En 1932 formando parte de una comisión que debía reunir material folkló-rico araucano para una presentación de la Universidad de Chile al congreso de artes populares que la liga de las naciones debía efectuar en Berna, tuve mi primer contacto directo con los araucanos.

Un mes de estadía en Temuco y el fracaso de la comisión, me evidencia-ron la imposibilidad de toda investigación seria sin poseer algún conoci-miento del idioma indígena y sin un acercamiento más real a sus mani-festaciones vitales.

Decidido a buscar esta relación me trasladé al seno mismo de las reduc-ciones de Makehue. Y allí, estimulado por dos distinguidos pastores evan-gélicos, reverendos Carlos Sadlier y Walter Dugan, grandes conocedores del medio y de la psicología del indio, pude iniciar el estudio del idioma, la vida, costumbres y manifestaciones artísticas de este pueblo aborigen.

Después de cuatro meses de atento convivir, de práctica en el idioma y de esfuerzos para vencer la obstinada resistencia del indígena, empecé a tener cierto éxito, logre anotar las palabras y la música de algunas can-ciones. Convencido de que ellas no eran hechos aislados sino en íntima relación con las costumbres, creencias y el medio,  hube de ampliar mis rebuscas a varios otros aspectos de la vida araucana durante tres meses más. Al finalizar este tiempo tenía en mi poder algunas leyendas en prosa, varios cantos y anotaciones de costumbres, ceremonias, creencias, obras tejidas.

Así vine a sorprender que el acento y carácter especialísimos alcanzados por el indígena en sus tejidos tenían también valores similares en su mú-sica y en su literatura.

Comprendí además que el estudio comparado de estas manifestaciones artísticas, que está aún por hacerse, podría darnos una idea más aproxi-mada del valor humano e histórico del hombre de esta raza.

A la sobriedad armónica de sus tejidos, a ese admirable sentido decora-tivo, a los inquietantes contrastes expresivos que organiza con las colo-raciones que da a sus lanas, corresponden la riqueza rítmica, la virilidad,

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violencia, ternura y tantos otros matices manifiestos en sus invenciones musicales; y la variedad, sentido propio del medio ambiente, el humoris-mo, la precisión, el acento característico de sus cuentos y leyendas.

El indio canta en sus ceremonias o reuniones para expresar los senti-mientos colectivos que le animan, hace música para evitar los grandes silencios que le rodean y, en las noches tenebrosas o en los días de cru-dezas invernales, anima el seno de la intimidad familiar, haciendo uso de sus facultades narrativas, contando leyendas, en la que andan mezclados la naturaleza circundante y los diversos seres que ha ido creando su ima-ginación.

Temporadas de siete meses durante cuatro años de investigaciones por las diversas reducciones indígenas entre Quepe y Toltén, entre Keule y el Budi, asistiendo a ceremonias privadas, conviviendo en las rukas, me hicieron posible reunir un numeroso e inesperado material de produccio-nes araucanas. Las leyendas que forman este tomo son solamente algu-nas de las recolectadas.

Creo que al publicarlas se hace un bien a nuestra cultura. El conocimiento de las literaturas primitivas o populares ha ido ganando cada vez más el favor de los centros más avanzados del mundo. Y hoy en todas partes se acuerda una importancia primordial al folklore. Se le considera una rama de ciencia nueva en cuyo aporte documental se acusa la mayor revela-ción del alma de los pueblos.

En nuestro país no hemos caminado mucho en este sentido. Especialistas han hecho obra aislada, pero sus rebuscas permanecen casi desconoci-das, no han llegado al pueblo, no han sido incorporadas a la enseñanza que debería impartirse en nuestros colegios.

El padre Olivares y el Dr. Lenz anotan algunas causas por las cuales no ha sido posible un mejor conocimiento de los cantos, los discursos, las poesías o las creencias de los indios del tiempo de la conquista. “Los historiadores, dice el primero, no encontraron en las producciones arau-canas conceptos altos, alusiones eruditas y locuciones figuradas que se encuentran en las obras poéticas de las naciones civilizadas”.

“El orgullo de poseer la religión verdadera, dice el segundo, no permitió a los cronistas, con mayor razón a los misioneros, que averiguaran sincera-mente cuáles eran las creencias religiosas de los indígenas”.

Estas mismas causas no han desaparecido del todo aún.

Los que han hablado de las cosas araucanas lo han hecho, a menudo, un tanto desde lejos, sin un atento convivir con el indígena en su propio medio.

Se consignó, sin embargo, que entre los araucanos existían poetas de ofi-cio a quienes llamaban “Genpín”, y los caciques recompensaban bien por los cantos que preparaban para las ceremonias. que el indio poseía dotes retóricas y que era costumbre en ellos el adiestramiento, desde niños, en el uso de la palabra; pues no podía llegar a ser jefe el que no hubiera desarrollado ese don.

La palabra “kulmen” con que se designaba al jefe (“cacique fue introdu-cida por los españoles) quiere decir “el hombre de bonito hablar” y evi-dencia la estimación que los araucanos asignaron siempre a la oratoria.

Innumerables veces he podido constatar cómo son sensibles a las suges-tiones de la palabra.

Historiadores y cronistas consignaron que los indios tocaban el tambor (kultrun) y diversos instrumentos lúgubres; pero no se dieron la tarea de captar los ritmos ni la variedad de las expresiones de su música, y hasta hace poco permanecían casi ignoradas sus condiciones de improvisado-res musicales.

De la misma manera, al descuido por la anotación y el estudio de los productos imaginativos y oratorios del indígena sólo se ha reaccionado en el último tiempo. Algunos observadores atentos han dedicado interés por las narraciones indígenas, las han presentado en el idioma nativo y en traducciones de esmerada propiedad.

El Dr. Lenz fue uno de los primeros en emprender la tarea de juntar y estudiar un material de producciones literarias araucanas compuesto de cuentos, tradiciones, poesías, trozos descriptivos.

“No son muchos los idiomas americanos de los cuales se posea más docu-mentos originales que de la interesante lengua araucana”, anotó en uno de sus estudios, agregando estimulado por su convencimiento: “nuestro indio no fue sólo uno de los más valientes, sino también uno de los más inteligentes de los que poblaron el continente”.

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Un concepto semejante encontré en los amigos Carlos Sadlier, que pro-porcionó materiales para algunos de los estudios de Lenz, y Walter Du-gan, fervoroso bienhechor de los indígenas.

El araucano distingue algunas variedades entre sus narraciones.

Al terminar algunas lo hace empleando casi siempre el nombre genérico que les asigna; “Fente pun epeu” que significa: “concluido el cuento”.

Algunos de estos “epeu” (o “apeu”) tienen un fondo mítico; se refieren a mitos antiguos, a seres mitológicos o a cosas a las que dan significaciones mágicas o sobrenaturales. En otros, los protagonistas son animales de su fauna a los cuales se les hace hablar, obrar, sentir como seres humanos. Hay también “Epeu” en los que el elemento mítico no forma la esencia de la narración, aunque en ella aparezcan ciertos pormenores que se evaden de lo real.

Con la palabra “Nütram” o “Nütramkam” designan en cambio conversa-ciones, improvisaciones frente a hechos imprevistos, discursos, relatos históricos, narraciones de viajes, descripciones de escenas o costumbres.

Este volumen contiene sólo “epeu”.

Los primeros evidencian algunas influencias extrañas; siguen a éstos los que acusan mayor número de rasgos netamente araucanos y vienen por fin los que me han parecido más libres de influencias.

Si se considera que los araucanos no han tenido sino literatura oral, se comprenderá la riqueza de variaciones sobre una misma leyenda que es posible encontrar entre ellos. Cada narrador, olvidando algunos detalles, agregando otros, amoldando el espíritu de la leyenda a las particularida-des del medio o de su propio espíritu, ha ido creando nuevas versiones, que si participan de lo que podría ser lo esencial, se diversifican, en cam-bio, de maneras imprevistas, dificultando aún a veces el reconocimiento de la leyenda básica.

Una documentación más completa de literatura indígena americana po-dría llevarnos a precisar las más propias del continente y también las influencias, derivaciones y variantes que han ido generándose.

En la literatura de todos los pueblos primitivos abundan los cuentos en que los animales son los personajes esenciales o los héroes. Se les en-

cuentran desde la más remota época pastoril, en que los hombres, con-viviendo con los animales, aprendieron a conocer sus costumbres, y a veces, para librarse de los ataques de algunos, debieron aventurarse en luchas ingeniosas.

Excitados e impelidos a prolongar las emociones recibidas se dieron en seguida a narrar lo acontecido; ejercitando la imaginación y las faculta-des retentivas. Estas historias verídicas de animales, algo modificadas en su forma sirvieron luego después para derivar enseñanzas morales.

Leyendas antiquísimas hindúes revivieron cinco siglos a.C. con Esopo, a principios de la era cristiana, se renovaron con Fedro y en el siglo XVII alcanzaron en Francia un nuevo florecimiento con La Fontaine.

El zorro fue uno de los personajes principales de estas leyendas y fábu-las. Atravesando las dos fuentes, la primitiva y la de los sabios fabulistas, alcanzó aun a ser héroe de mayor significación en el “romance del zorro”, “planta agreste de Francia”, como lo llama su comentador Rémy Beau-rieux.

En todas estas producciones literarias, el animal de las tradiciones primi-tivas aparece con sentido antropomórfico; el mismo que le infundieron escritores de la edad media, que conserva aún en las leyendas actuales y que se encuentra en los “epeu” araucanos.

El carácter realístico de las narraciones primitivas se tornó subjetivo. El zorro se humanizó, concediéndosele todas las posibilidades del senti-miento y de la acción del hombre.

El zorro, en el viejo Romance francés, es siempre vencedor de sus enemi-gos más poderosos, como el león, el tigre, el lobo, el oso, pero es vencido por los más débiles, por el gato, el grillo. En algunas leyendas americanas, por la liebre, la tortuga.

En los cuentos araucanos con mayor frecuencia es vencido por sus ri-vales; por los más débiles e insignificantes, como el tábano, el sapo, la perdiz, el choro, aún por rivales del reino vegetal metamorfoseados, por el zapallo, pero también por los más fuertes que él, por el tigre.

Excepcionalmente aparece como vencedor de los más importantes. Las dos variantes sobre el león y el zorro insertas en este tomo contienen

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elementos idénticos a los que se encuentran en leyenda similar entre los indios guaraníes del Brasil.

El zorro, temeroso al ver al jaguar, dice en el cuento guaraní: ¡que viene un viento muy fuerte!... ¡ayúdame a tirar bejucos para amarrarme en un árbol; si no el viento me lleva. “El jaguar al oírlo tuvo miedo y quiso que el zorro la amarrara a él en primer lugar... Librándose así con esta argucia de su enemigo y humillándolo”.

La identidad de este detalle esencial con el cuento araucano puede indi-car la procedencia de éste, ya que la raza araucana se generó del mesti-zaje de los aymará – kechuas con los indios guaraníes.

Hay también relaciones entre los temas de otros cuentos araucanos con fábulas de diversas partes del mundo.

La carrera del sapo y del zorro, que se da también en las formas del “tá-bano y el zorro, “el zapallo y el zorro”, se encuentra en Alemania entre “el cangrejo y el zorro”, entre el “erizo y la liebre”, en pueblos africanos, entre “la tortuga y la liebre”; en el Brasil entre “la tortuga y el ciervo” en el Asia y otras partes.

Las conexiones de estas leyendas araucanas con las de otros pueblos no indican siempre que procedan de una misma fuente, ni tampoco les restan su valor. Si ellos las asimilaron de otras razas supieron amoldarlas a su medio y a su mentalidad. Así también los españoles asimilaron la literatura popular indogermánica, la que a su vez se había nutrido de la que tuvo su origen en la antigua India.

En las versiones araucanas en que el zorro es protagonista, hay un humo-rismo ingenuo y posiblemente un análisis psicoanalítico nos diría que en ellas el indio se ha personificado a veces en el débil que vence y logra vengarse del más fuerte que lo ha explotado y reprimido.

Por lo general las leyendas araucanas tienen una admirable propiedad en los detalles que dan el sabor ambiental. Ellos son como elementos realís-ticos en contraste con lo demás de carácter imaginativo.

Esto unido a ciertos valores de concisión, de acentuado sentido lógico y de unidad, muestra en profundidad características de nuestro hombre

aborigen y nos lleva a afirmar que no habría razones para considerar su mentalidad como inferior a la de cualquier otro pueblo primitivo.

En cada leyenda se encuentran ciertos detalles, figuras poéticas, frases de sentido literario, absolutamente diferenciales, que podrían señalarse como lo más típicamente araucanos, no exentos de belleza y carácter.

En la leyenda “El león y el zorro”, éste pregunta al pozo, cerca del cual imagina que puede estar escondido el león para atraparlo: “…¿pocito lin-do, puedo ir a beber en tí?”… “queda escuchando lo que promueven sus palabras y cuando oye la voz del León, que estaba ansioso de hacerle llegar hasta el agua, “tiene belleza la frase sarcástica: … ”¡jamás en mi vida he oído un pozo que hable!”… del zorro que empieza a alejarse apre-suradamente.

La variante de este “epeu” se inicia con una bella frase originalísima: “un día, hace muchos soles, tantos soles como árboles tienen los bosques, el León se encontró con el zorro”… Y luego un párrafo que pinta toda la intimidad de los senderos mapuches: “el zorro y el León habiendo conve-nido salir juntos de paseo, como buenos amigos:…”comenzaron a caminar en silencio. Al pasar un puentecito de un viejo tronco de roble con un rápido movimiento el León quiso agarrarlo repentinamente; pero el zorro se escapó de sus uñas y empezó a correr. Corriendo atravesaron bosques, cercos de gruesos palos, saltaron esteros…”

El rasgo con que comienza el cuento “Puntete” establece relaciones entre el hombre y las cosas de extraño poder evocador: … “en una ruka muy vieja vivían dos viejitos tan viejos como la ruka. No tuvieron nunca hijos. Vivían solos con todas sus cosas viejas...”

En cambio, en el canto que le sirve de final alcanza el dramático acento de una interrogación trascendente.

No menos interesante y significativo es el final de la leyenda “el agua que vuelve buenas a las gentes”. Contestando a la pregunta que se hacían las gentes en presencia de los dos hermanos héroes y sus mujeres: …¿qué tienen los ojos de éstos?... ¿qué tienen?...” una de las mujeres dice: “ellos se abrieron de nuevo en el seno de una agua profunda”.

En los hermosos cuentos: “la muerte del zorro”, “la bella niña del mar” y “Mankean”, que me parecen absolutamente desprovistos de influencias

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extrañas, se encuentran detalles de belleza literaria típicamente arauca-na.

Fueron recogidos en las regiones costeñas cercanas a Tolten. Tienen ca-racteres bien diversos: humorístico el primero, poético sugeridor de una vida misteriosa y superior el segundo y lleno de patetismo, sentido ani-mista y mágico el último.

En “la bella niña del mar”, a las tres hermanas que fueron a recoger ma-chas al mar se les compara con las flores: “una de ellas era muy bonita. Era una flor como el sol”. Esta figura es muy común en el lenguaje poético de los araucanos. En muchas canciones recogidas en diversos pueblos distantes he encontrado la misma comparación.

La extraña leyenda “Mankean” alcanza el acento y significación de un ver-dadero poema en prosa. Hay en ella detalles felices, expresivos, pintores-cos; tiene animación, sugerencias sombrías, misteriosas y una concordan-cia extraordinariamente justa hasta en sus menores detalles con la vida, las costumbres, las creencias y el medio ambiente en que fue recogida.

Es además un magnífico documento de una etapa del desarrollo psicoló-gico de nuestro hombre primitivo. Lo muestra aterrorizado y dependiente de las fuerzas ocultas que imagina que le rodean y le acechan en el uni-verso.

El final es una realización artística intuitiva verdaderamente hermosa. Empleando el lenguaje de la geometría podría definirse como una verti-cal atacada por toda clase de oblicuas. Lo que en sentido estético puede traducirse: lucha dramática de dos fuerzas opuestas, del ritmo activo y del pasivo; de lo dinámico con lo estático.

Mankean que permanecía sentado sobre una piedra azuleja semejante a las que habían ido pegándose unas tras otras bajo las plantas de sus pies dice al final: …”uno soy con lo que alienta en las piedras azules”. La voz se apagó. Las manos cayeron a los lados del cuerpo y Mankean no fue más hombre de la tierra” (sentido vertical estático). Cada frase que sigue expresa la idea de movimiento (oblicuas atacantes)… “y vino la luna… El mar comenzó a entrarse en la noche… ”las machis fueron corriendo a la roca, tocando sus kultrunes. Detrás de ellas el gentío. Palparon todo el cuerpo sentado en la roca”… y aquí admirablemente colocada de nuevo la visión del contraste de lo estático:… “pero no era sino piedra…” (y un

nuevo matiz impresionante de los ritmos en oposición), “piedra dura y en silencio!”

Continúa la efervescencia dinámica: … ”una ola saltó por entre las rocas. El mar venía saliendo. Las gentes descendieron corriendo y corriendo vol-vieron a sus rukas … desde una altura miraron por última vez hacia atrás…” y termina con la visión que tiene de lo maravilloso y que acentúa una vez más los dos elementos en contraste:“… en medio de las espumas una roca se movía y se agrandaba, y en ella el cuerpo de piedra con la humana apariencia de Mankean …”

En general, estos “epeu”, como en la música de los araucanos, hay siempre los caracteres de una invención espontánea y absolutamente intuitiva. El indígena no ha alcanzado la conciencia de valorizar sus producciones.

Si escasamente aparece en ellas la realización voluntaria de un sentir personal, en cambio se evidencian caracteres de una conciencia colec-tiva.

Esto basta, sin embargo, para mostrarnos al hombre de esta raza, en pro-fundidad y nos suministra los datos para ubicarlo en relación con la hu-manidad.

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Sueno de un Machi de Tolten

Un machi de Toltén preguntó a un amigo viajero: “¿es cierto que no hay sino un solo ser dueño de la tierra?”

“¡Esa es la creencia de muchos hombres! Y algunos pueblos le dan nom-bre distinto”

Esta respuesta pareció agradar al indio porque animándose y en tono grave de confidencia agregó:

“Un día soñé que me había ido sin saber cómo a un lugar que no ha-bía visto nunca. Allá me encontré en presencia de tres representantes (enviados) de Gnœnechen” que estaban conversando sobre la vida y el mundo. Con un signo me indicaron que consentían que yo escuchara el parlamento.

El primero de los enviados dijo: “¡el mundo está muy malo, quiero hacer salir el mar para acabar de una vez con todo!”

El segundo objetó airado: “¡No! ¡eso no está bien! Pienso que debemos quemar al sol y que sus llamas quemen todo lo que existe: quemen los pastos, quemen las rukas, quemen los animales”.

Lo puso en práctica y los pastos se quemaron, las rukas se quemaron, los animales se quemaron; toda la tierra quedó como un desierto negruzco de cenizas. Y se extinguió la vida. Entonces el más joven hizo llover y lloviendo, lloviendo, las aguas corrieron por la tierra. Cuando las aguas se retiraron, salió de nuevo el sol y comenzó a nacer una nueva vida. Nacie-ron nuevos hombres, nacieron nuevos animales, nacieron nuevas plantas del fondo mismo de las mismas cenizas.”

¡Pero todo era mejor! ¡Y comenzó una nueva era de bienestar en la tierra! ...

“Gnœnechen”: ser, dueño del mundo.

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Un hombre extraño, que no era mapuche, ni era “winka1” llegó una vez a Keule. Nadie le oyó hablar.

Tenía ojos grandes. Miraba todo y escuchaba todo.

No lejos, cerca de un estero, vivía el juez del lugar; vio pasar al hombre; mandó alcanzarlo y lo dejó preso y encerrado.

Al día siguiente fueron a buscarlo. Las puertas estaban con sus fierros y con sus llaves; pero el hombre había desaparecido sin necesitar abrir ninguna.

Algunos mapuches lo divisaron esa mañana en medio de la duna, de pie, mirando al mar y la montaña.

En el mismo momento se le vio distante de allí en Kayülfú.

Una mujer que iba por el camino, miró atrás y vio que el hombre iba siguiendo sus huellas. Quiso apresurarse, miró hacia delante y vio que el hombre iba también delante de ella envuelto en un “pontro2” viejo.

Con miedo lo miró alejarse.

En la tarde se le vio en Puralako. Estaba de pie bajo un “Koyam3” mirando a todas partes.

A un lado tenía mucha ropa secándose al sol.

De una ruka cercana unas mujeres estaban observando al hombre. Re-pentinamente vieron desaparecer la ropa y el hombre mismo. Y luego en su lugar apareció un anciano tocando una trutruka.

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1 “winka”: extranjero.2 “pontro”: frazada de lana.3 “Koyam”: roble.

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Las mujeres se estremecieron. Una mujer vieja, que pasaba por allí, oyendo la trutruka, se acercó al anciano: –“¿de dónde vienes tú?”, pre-guntó, pero no tuvo respuesta.

Entonces las mujeres vieron que la ropa había aparecido de nuevo y de las manos del anciano había desaparecido la trutruka.

El anciano recogió la ropa, hizo de ella un envoltorio y comenzó a andar en silencio.

Las gentes de otra ruka cercana lo divisaron caminando por el sendero. Al acercarse el atado de ropa se volvió “poronko”4.

Una mujer joven salió a recibirlo cariñosamente.

Mientras él entraba en la ruka, sin decir palabra, ella le miró los grandes ojos. La mujer le ofreció leche y harina tostada. Él tomó la leche y dejó la harina, se levantó y salió de la ruka sin dar las gracias ni decir palabra.

La mujer quedó mirándole irse en silencio.

A cierta distancia de allí había una balsa en el río y en la ribera una casa winka.

El anciano pasó en la balsa. Al llegar a la otra orilla ya no era más el an-ciano que llevaba un poronko en sus manos sino el mismo hombre joven de grandes ojos.

Al verlo, en la casa winka lo invitaron a entrar. Dos niñas trajeron para él café y pan.

El hombre tomó el pan, lo guardó en un bolsillo y dejó el café. Vino el dueño de casa y preguntó al hombre: “¿De dónde eres tú?” El no contes-tó. Hizo señas como que iba a atravesar una montaña al oriente y salió en silencio.

Todos quedaron mirándole.

En el mismo instante se le vio en Boroa. Allí se encontró rodeado de mu-chas mujeres, hombres y niños.

El contó todo lo que había visto y oído en su viaje por la tierra mapuche.

Todos miraban sus ojos grandes y escuchaban su voz como de trutruka.

“Yo soy, dijo, un mensajero de Gnœnechen. ¡la tierra he andado y los hombres de esta tierra ya no cumplen las ceremonias que agradaban a Gnœnechen! ¿qué se han hecho nuestros Ngillatunes5?”. ”¡Ya no sois unos para orar! … Para cantar! … Para danzar!... Si vosotros no volvéis a ser unos, ni rogáis, desapareceréis! ... ¡Tendréis hambre… y saldrá el mar!... ¡Después de siete años volveré a ver vuestros corazones!”... dijo, cerró los ojos y desapareció de la vista de las gentes.

Los hombres y las mujeres inclinados besaron la tierra que habían pisa-do sus pies.

4 “poronko”: jarro para el agua. 5 “Ngillatunes”: rogativas.

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El leon y el zorro

Una vez el zorro estaba sentado a la orilla de un monte haciendo un lazo de boqui6.

Llegó el león y saludó con voz muy áspera: “¡cómo te va zorro!” “¿para qué quieres ese lazo?” preguntó el león.

Ciertamente, dijo el zorro, mi querido tío … según dicen todas las gentes, mañana vendrá un ventarrón terrible y todos los que viven serán arre-batados por el viento y perecerán. Por esto yo estoy haciendo este lazo para dejarme amarrado a un grueso tronco de roble. El que no haga lo mismo, de seguro va a morir!”

Sorprendido el león y asustado, comenzó a pensar que si no aceptaba el consejo del zorro encontraría pronto la muerte.

Cuando el zorro vio que el león había creído algo, dijo: “querido tío!... si tú quieres yo te puedo facilitar mi lazo y también puedo ayudarte a hacer bien las amarras, porque como yo soy joven, puedo hacerlo solo después; mientras que tú, que eres anciano, no puedes hacer lo mismo!”

El león aceptó el ofrecimiento y quiso quedar amarrado inmediatamente,

Buscaron un árbol grande. El zorro comenzó con cuidado a atar a su tío viejo.

“¡Déjame bien asegurado! Dijo éste, por si acaso viene el viento fuerte, porque yo no quiero morir!”

Cuando ya el león estuvo sin poder moverse, el zorro salió de carrerita al bosque cercano.

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6 “boqui”: tallo de la enredadera que da los copihues (leer “foqui”).

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Volvió con un palo lleno de nudos, lo agitó furiosamente sobre el cuerpo del león diciendo: “¡amigo… Hasta aquí no más han llegado tus días!... ¡vas a morir de hambre. Siempre padecí tu odio para conmigo y me tra-taste mal!”

El león comenzó a llorar y a lamentarse. El zorro, algo satisfecho, se fue corriendo a su casa.

Al día siguiente, los hijos del zorro encontraron al león amarrado y casi moribundo.

El león les pidió que lo desataran. Los zorritos, sorprendidos, no se atre-vieron; pero el león les rogó con tan buenas palabras que al fin comen-zaron a desatarlo hasta dejarlo en libertad.

El león tomó a uno de los zorritos y, con tanto enojo como el que tenía por el viejo zorro, rugió: “¿dónde descansa tu padre?”…

Amedrentado, el zorrito dijo: “mi padre acostumbra ir a beber todos los días, a medio día, a un pocito escondido allá… En aquel bosque…”

El león miró en la dirección que indicaban los ojos asustados; dejó a los zorritos y se fue hacia el bosque.

Buscó el pozo y por allí cerca se quedó escondido esperando.

Como era su costumbre, el zorro, al medio día, salió en camino al pocito del bosque.

Cuando iba cerca, se acordó del león y se detuvo. Sin acercarse más, pre-guntó en alta voz: “¡pocito lindo!... ¿puedo ir a beber en ti?...”

Se quedó escuchando … Solamente los árboles se movían en el bosque. Entonces dijo con fuerza: “¡no, no iré a beber!.... alguien debe estar ahí, por eso no me contesta!...”.

El león que estaba escuchando pensó que si no contestaba, tal vez el zorro no llegaría hasta el pozo.

El zorro quiso tantear una última vez el efecto de su voz y preguntó: ¡po-

cito lindo!.... ¿puedo ir a beber en ti?”

Entonces oyó estas palabras:

“¡Ven no más, amiguito, el agua está fresca!”

Era la voz del león que salió de entre los árboles.

El zorro paró la oreja; “¡jamás en mi vida, he oído un pozo que habla!”… dijo, y empezó a correr hasta sentirse seguro y bien lejos.

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26 C a r l o s I s a m i t t C u e n t o s A r a u c a n o s 27

El leon y el zorro(variante)

Un día, hace muchos soles, tantos soles como árboles tienen los bosques, el león se encontró con el zorro.

“¡Mari7, mari!”, dijo el león.

“¡Mari mari!”, respondió el zorro.

“¡Seamos buenos amigos! Y como buenos amigos te invito a salir de pa-seo!” propuso el león.

“¡Bueno pues!” dijo el zorro, no muy conforme.

Empezaron a caminar en silencio. Al pasar un puentecito de un tronco de roble, con rápido movimiento el león quiso agarrarlo repentinamente, pero el zorro se escapó de sus uñas y empezó a correr.

Corriendo, atravesaron bosques, cercos de gruesos palos, saltaron esteros. Yendo por la orilla de un monte, el zorro se sintió cansado. El león corría ya muy cerca.

El zorro se creyó perdido. Viendo un peñasco enorme inclinado en la ladera le acercó su hombro y comenzó a gritar: “… ¡compadre! … ¡compadre! … ¡el mundo se viene abajo! ... ¡ayúdame, el mundo se viene abajo!”…

El león oyó los gritos, llegando junto al zorro, algo turbado y temeroso se detuvo. Pensó: “yo debo ayudar a sujetar el mundo!... ¡tengo fuerzas sufi-cientes!”... y acercó el hombro.

El zorro dijo luego; “voy a buscar otros amigos para que nos ayuden, por-que si nos cansamos, moriremos aplastados por el peso del mundo…” Y salió corriendo.

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7 “mari”: diez. Mari mari; mis diez dedos con tus diez dedos. Saludo efusivo de los araucanos

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El león quedó solo. Pasó mucho rato. Empezó a dudar… Estaba cansado; poco a poco comenzó a alejar su hombro del peñasco.

Lo miró por todos lados y como el mundo no se venía abajo, se dio cuenta del engaño.

Meditando, siguió los rastros del zorro. Llegó cerca de una laguna adonde el zorro acudía siempre para dar de beber a sus hijos y por allí se quedó escondido entre unas yerbas y quilas.

A medio día, vino el zorro con los zorritos.

Antes de acercarse al pozo, dijo maliciosamente en alta voz:

“Mari mari, Agüita!... ¿dónde iremos hoy?”

Miró a todas partes. Ni el viento hacía ruido.

No encontrándose seguro, gritó: ”adiós Agüita buena! ¡agua que no habla no sirve para beber!...”

El león se movió apenas detrás de las quilas y dijo reteniéndose: “¡bebe no más, amigo, quedarás contento”…

El zorro gritó apresurado: “, ¡compadre! ¡compadre!, ¿cuándo has oído tú que el agua hable?” y huyó velozmente.

El león, algo cansado, llegó a un bosque cerca de la casa del zorro. Se hizo el muerto.

Todos los de su familia vinieron, vinieron los pájaros; los de la familia del zorro también vinieron.

Allí estaban mirando al león tendido en el suelo, los ojos cerrados, la boca abierta… hacía frío; hicieron fuego de canelo.

El zorro supo la noticia y tuvo curiosidad. Luego salió a husmear la verdad.

Sin acercarse mucho gritó desde una altura: “¡mi compadre no está muer-to!... ¡no está muerto mi compadre! ... ¡porque todo muerto mueve las ore-jas!...”

Todos quedaron mirando al león.

El zorro siguió: ... ¡no está muerto mi compadre! ... ¡no está! ... ¡no está! ... si mueve una oreja y una pata al mismo tiempo, entonces sí que creeré que está bien muerto! ...”

El león entonces movió ligeramente una oreja y una pata.

Algo asustados todos comenzaron a llorar.

El zorro huyendo gritó: “¡jamás los muertos mueven las orejas ni las patas! … ¡no, no mueven las orejas ni las patas!...”

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30 C a r l o s I s a m i t t C u e n t o s A r a u c a n o s 31

Puntete

En este “epeu” recogido en “Tres Cruces”, cerca de Toltén, hay rasgos simi-lares con algunos del “Menoko” apuntados por Félix de Augusta. Nótese la similitud estrecha de un episodio que aparece en el cuento “Puntete” con el final del argumento de la leyenda “Menoko”.

El viejo “tatapaifûta”, padre de las dos mujeres que se han unido clan-destinamente a los dos hermanos héroes, enojado y deseoso de hacerlos perecer les impone tres dificilísimas pruebas: entre ellas, la de cazar un guanaco salvaje y antropófago.

Uno de los héroes consigue ser tragado por el animal; ya en el vientre de éste, con su cuchillo le rompe el corazón y el animal muere …entonces su hermano abre el vientre del animal y el que estaba adentro sale salvo.

En una ruka8 muy vieja vivían dos viejitos tan viejos como la ruka. No tuvie-ron nunca hijos. Vivían solos, con todas sus cosas viejas.

Un día salieron a buscar leña. Encontraron un palo seco. El viejo levantó su hacha y la dejó caer sobre el palo. Una vez, dos veces. El palo crujió, el viejito se quejó.

El hacha comenzó a enterrarse. Por tercera vez cayó sobre el palo. Se hun-dió en la abertura y de adentro salió un grito de una guagua.

Los viejitos se asustaron, quedaron un momento escuchando. No se oyó nada más.

Dio otro hachazo y por allí mismo donde cayó el hacha salió un chiquillo llorando.

Los viejitos lo miraron temblorosos,

No tenían con qué abrigarlo ni envolverlo.

La viejita sacó su “chamal9”, envolvió al niño y se encaminaron a la ruka.

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8 “ruka”: casa araucana.9 “chamal”: vestido de lana.

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32 C a r l o s I s a m i t t C u e n t o s A r a u c a n o s 33

Cuando llegaron se dijeron los dos: “¿y qué nombre vamos a ponerle?”

“¡Puntete!”... dijo la viejita.

“¡Bueno pues! ¡Puntete!”

Los dos viejitos no durmieron esa noche. Estaban contentos. Puntete dor-mía, los ojos cerrados.

Ellos se quedaron mirándolo dormir en las faldas de la viejita.

Puntete creció un poco, pero siempre quedó tan pequeño.

Un día el viejito fue a trabajar a la montaña.

“Puntete te va a llevar una fuente con sopaipillas” dijo la viejita. Cuando el niño iba en camino, vio a la sombra de un roble viejo un buey echado. Pasó a pillarlo.

El buey se paró a orinar tranquilamente. La meada del buey hizo un río. Puntete quedó a un lado mirando.

Se comió las sopaipillas, echó la fuente al río y pasó en ella. Llegó donde el viejito y le dijo: “mi madre viejecita dice que vayas a la “ruka” a comer”.

Empezaron a caminar juntos. A poco andar Puntete se quedó atrás. Vio unas matas de chupones, fue corriendo y se escondió detrás.

El viejito llegó a la “ruka”.

“¿Para qué viniste, viejo? Yo te mandé una fuente con sopaipillas”, dijo la viejita.

Luego preguntó: “¿Y Puntete?”

“Por ahí atrás”, dijo el viejo.

Se quedaron callados esperando.

Puntete no llegó con el sol. Se fue el sol y tampoco llegó. Comenzaron a buscarlo. No lo hallaron en los caminos, no lo hallaron en los bosques. Vol-vieron a la “ruka” muy tristes y quedaron sentados esperando.

Cerca de la “ruka” había un huerto y en él un repollal. Todas las noches venía al huerto un buey desconocido.

Puntete sabía muy bien. Él lo había sentido tantas noches.

Llegó al huerto a media noche. Sacó su cuchillo, partió un repollo y se me-tió adentro. Como estaba cansado se quedó dormido.

La luna comenzó a esconderse. Luego todo quedó en sombras.

Vino el buey desconocido. Entró en el huerto y se tragó el repollo. Puntete despertó, se dio cuenta que el repollo daba vueltas, que lo apretaban; trató de mirar afuera y se vio encerrado. Creyó que lo habían echado en un saco. Tomó su cuchillo y rasgó el saco.

Con un bramido ronco el buey murió.

Los viejitos sintieron. Al amanecer fueron al huerto. Encontraron al buey en el suelo. Llorando dijeron: “¡ay! Qué desgracia para nosotros!.... ¡se perdió nuestro niño y aquí ha muerto un buey desconocido!”.

Le sacaron el cuero y empezaron a separar la carne. Abrieron el vientre y Puntete salió corriendo sin conocer a nadie.

“El diablo es éste”, dijo asustada la viejita.

Puntete llegó a la orilla de un estero y se metió en una cueva de ratones.

Todos los días, a la hora de la siesta, iba allí a beber agua un zorro.

Puntete lo vio venir.

“¡Buen caballito! Pensó. ¿quién me manda este caballito?”.

Hizo un lazo de cuero de ratones. Vino de nuevo el zorro y le echó el lazo. Lo ensilló y subió en él.

“¡A pasear donde mi madre viejecita!” dijo , y el zorro partió corriendo.

Iba silbando un bonito canto.

Fue silbando y corriendo cerca de una “ruka”. Lo siguieron los perros. Apu-ró su caballo.