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CULPA EXCLUSIVA DE LA VICTIMA Consideraciones generales En el párrafo segundo del art. 1.1 LRCSCVM se mantienen las dos causas tradicionales de exoneración de responsabilidad del conductor de un vehículo a motor: 1ª.- Culpa exclusiva de la víctima. 2ª.- Fuerza mayor. Sin embargo, se ha introducido un elemento perturbador al sustituir la culpa exclusiva del perjudicado por una nueva categoría: la "conducta o negligencia del perjudicado". Parece ser que la introducción de los términos "conducta" y "negligencia" del perjudicado no son un mero retoque de estilo sino que obedece al propósito de incluir la intervención de los inimputables en el accidente entre las causas de exclusión de la responsabilidad. Así, se dice expresamente en el número 2 del apartado primero del Anexo, que se equipara a la culpa de la víctima el supuesto en que, siendo ésta inimputable, el accidente sea debido a su conducta o concurra con ella a la producción de este. No obstante lo anterior, la introducción del término "conducta" plantea problemas en el momento de la delimitación técnica de ese término pues literalmente significaría que una intervención no culpable de la víctima puede jugar el papel de causa exoneradora de responsabilidad, lo que carece de justificación en un sistema objetivo y conduce a una conclusión manifiestamente absurda. En la LRCSCVM se habla de culpa del perjudicado en lugar de culpa de la víctima. Ambos términos no son coincidentes pues es víctima la persona que sufre directamente la lesión psicofísica o un daño en su patrimonio y, perjudicados aquellos que no siendo víctimas del accidente experimentan un daño moral o patrimonial a consecuencia del mismo. Aunque parece más correcto hablar de culpa de la víctima, ello no significa que la culpa del perjudicado no haya de tener efecto sobre la obligación de indemnizar del responsable y así se suele acudir al ejemplo clásico del 1

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CULPA EXCLUSIVA DE LA VICTIMA

Consideraciones generales

En el párrafo segundo del art. 1.1 LRCSCVM se mantienen las dos causas tradicionales de exoneración de responsabilidad del conductor de un vehículo a motor:1ª.- Culpa exclusiva de la víctima. 2ª.- Fuerza mayor. 

Sin embargo, se ha introducido un elemento perturbador al sustituir la culpa exclusiva del perjudicado por una nueva categoría: la "conducta o negligencia del perjudicado". Parece ser que la introducción de los términos "conducta" y "negligencia" del perjudicado no son un mero retoque de estilo sino que obedece al propósito de incluir la intervención de los inimputables en el accidente entre las causas de exclusión de la responsabilidad. Así, se dice expresamente en el número 2 del apartado primero del Anexo, que se equipara a la culpa de la víctima el supuesto en que, siendo ésta inimputable, el accidente sea debido a su conducta o concurra con ella a la producción de este. 

No obstante lo anterior, la introducción del término "conducta" plantea problemas en el momento de la delimitación técnica de ese término pues literalmente significaría que una intervención no culpable de la víctima puede jugar el papel de causa exoneradora de responsabilidad, lo que carece de justificación en un sistema objetivo y conduce a una conclusión manifiestamente absurda.

En la LRCSCVM se habla de culpa del perjudicado en lugar de culpa de la víctima. Ambos términos no son coincidentes pues es víctima la persona que sufre directamente la lesión psicofísica o un daño en su patrimonio y, perjudicados aquellos que no siendo víctimas del accidente experimentan un daño moral o patrimonial a consecuencia del mismo. Aunque parece más correcto hablar de culpa de la víctima, ello no significa que la culpa del perjudicado no haya de tener efecto sobre la obligación de indemnizar del responsable y así se suele acudir al ejemplo clásico del conductor por cuya negligencia se produce el accidente, falleciendo los ocupantes del vehículo, cónyuge o hijos suyos. El conductor perjudicado por el fallecimiento de sus familiares carece del derecho a ser indemnizado, no sólo en virtud del principio quod quis ex causa sua damnum sentit, non

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inteligitur damnum sentire, sino también porque él responde frente a terceros pero no frente a sí mismo, al igual que ocurre con la entidad aseguradora, cuya cobertura no alcanza los daños y perjuicios ocasionados por las lesiones o fallecimiento del conductor del vehículo asegurado según dispone el art. 5.1 LRCSCVM (nueva redacción dada por el art. 1.5 Ley 21/2007, de 11 de julio). Si hubiera otros perjudicados distintos del conductor, la circunstancia expresada no es oponible a éstos y, además, tampoco constituye un supuesto de repetición contra el conductor, ni sobre la base del apartado b) ni sobre la del apartado c) del art. 10 LRCSCVM, puesto que contra éste el asegurador sólo podrá repetir en los casos previstos en el apartado a) del mismo precepto.

Consideraciones generales

La existencia de un nexo causal entre la conducta del sujeto agente y el resultado dañoso ha constituido históricamente un presupuesto inexcusable de la responsabilidad civil.

En los supuestos de causa única, el problema causal consistirá fundamentalmente en resolver si la conducta o actividad del sujeto eventualmente responsable tuvo la suficiente entidad como para provocar el resultado dañoso, así como decidir si todos los daños que fueron consecuencia de ese hecho pueden serle imputados. Se trata, pues, del problema de la proporcionalidad de la imputación causal.

Sin embargo, lo que vamos a examinar en esta sede son los problemas que se suscitan cuando concurren en la producción de un resultado dañoso una pluralidad de cursos causales relevantes a partir de causas físicas o materiales empíricamente constatables. Esas causas pueden constituir un fenómeno natural, o tener su origen en un comportamiento o actividad humana o ser ambas cosas a la vez. Se dice que todas esas condiciones son equivalentes y tienen el mismo valor, basta con que un acto o una omisión humana sean condición sine que non de un resultado para que deba entenderse como causa del mismo. Estamos estrictamente en presencia de la relación causal, cuestión de estricto hecho, que constituye un presupuesto para la responsabilidad pero no es suficiente pues se necesita la concurrencia de un segundo sub-elemento denominado imputación causal o imputación objetiva, donde ya entran en juego consideraciones jurídicas.

Así pues, el primer paso para determinar si se cumple el requisito causal es si la conducta o actividad del sujeto eventualmente

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responsable representa un antecedente físico o material del hecho dañoso, es decir, si constituyó una conditio sine qua non de ese resultado. Una vez establecido ese nexo causal, habrá de partirse de la base de que si bien todos los antecedentes causales son físicamente necesarios para la producción de un determinado resultado, desde un punto de vista jurídico, no todos ellos generan el mismo aporte causal a los efectos de la imputación objetiva.

La necesidad de distinguir entre relación causal e imputación objetiva como categorías independientes en el ámbito de la causalidad proviene del campo penal. En la jurisprudencia civil, sólo, en los últimos tiempos se advierte un esfuerzo por distinguir ambos elementos de la relación de causalidad y, también por diferenciar imputación objetiva e imputación subjetiva.

Para determinar cuál es la conducta o actividad que debe considerarse suficiente para provocar la imputación causal se han formulado diversas teorías:

1ª.- La teoría de la causalidad directa o inmediata del daño. Para que el daño pueda ser imputado causalmente al agente, lo único que se exige es que el nexo causal no haya sido roto por la interferencia de otra serie causal ajena a la anterior. Mediante esta teoría se pueden resolver algunos casos pero no la mayoría de ellos y, en ningún caso, puede calificarse la causa próxima atendiendo a la perspectiva puramente temporal, sobre todo porque con ella se despreciarían antecedentes causales anteriores cuya incidencia en el resultado final puede ser de igual o mayor intensidad que el inmediato.

2ª.- La teoría de la causalidad adecuada o también denominada causa eficiente. Sólo toma en consideración los antecedentes causales de los que resultaría probable la producción del resultado. Del conjunto de los hechos antecedentes habría de considerarse como causa en sentido jurídico sólo aquellos hechos de los cuales quepa esperar y según criterios de razonable seguridad o de verosimilitud estadística, la producción de un resultado. El juicio de previsibilidad, como criterio que define una hipotética representación mental del agente sobre las eventuales consecuencias de su conducta no constituye un elemento de la relación causal sino de la imputación subjetiva y constituye un factor que sirve para configurar el alcance del daño resarcible. En la jurisprudencia civil, a partir de mediados los años 80, ha adoptado de forma prácticamente unánime la doctrina de la causalidad adecuada lo que significa que el resultado debe ser una consecuencia natural, adecuada y suficiente de la determinación de la voluntad, estableciéndose una relación de necesidad, conforme a los conocimientos normalmente aceptados, entre el acto inicial y el resultado dañoso. Sin embargo, como ya se ha dicho más arriba, sobre lo que se asienta la doctrina de la adecuación causal no es sobre la “consecuencia necesaria” sino sobre la consecuencia

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“probable”. Se ha abandonado casi definitivamente la fórmula por la que se aludía a la insuficiencia del “exclusivismo doctrinal” y se apelaba al criterio del “buen sentido” judicial.

Junto con el criterio de la causalidad adecuada se han expuesto otros criterios específicos que definen supuestos de exclusión de la imputación objetiva que provienen de la doctrina y jurisprudencia penales y aún desconocidos en la jurisprudencia civil.

1º.- El criterio del riesgo general de la vida según el cual no es imputable a un tercero un resultado dañoso que constituya la manifestación de un riesgo que cabría considerar como cotidiano o propio del normal desenvolvimiento de la vida social.

2º.- El criterio de la prohibición de regreso por el que se impide retroceder en la cadena causal desde que se verificó una intervención dolosa o gravemente negligente de un tercero, estamos ante la irrupción de un nuevo curso causal en el ya iniciado por la conducta del eventual responsable que da lugar a un resultado que con aquella conducta o actividad no se hubiera alcanzado o hubiera sido diferente al finalmente acontecido.

3º.- El criterio del incremento del riesgo significa que un acto o una omisión no puede ser considerado como causa de un determinado evento si éste hubiera ocurrido igualmente sin ese acto u omisión. Relacionado con este criterio se encuentra el de las circunstancias preexistentes que potencialmente pueden dar como resultado el producido por la conducta del eventual responsable, de manera que ésta sirva de desencadenante de un proceso dañoso ya iniciado con anterioridad.

4º.- El criterio del fin de protección de la norma en la que se fundamenta la responsabilidad, según el cual sólo debe haber imputación causal cuando la situación de la que deriva el daño tiene su origen en la transgresión por el demandado de una norma que imponga un deber o una obligación de seguridad, de tal manera que no habrá imputación causal cuando la norma vulnerada persiga una finalidad diferente.

5º.- El criterio de la provocación hace referencia a los daños causados en estado de necesidad o como consecuencia del ejercicio de la legítima defensa o del cumplimiento de un deber. Se trata de una reacción provocada por un tercero en la que se da una concurrencia de causas: la del agente provocado, cuya intervención es la causa inmediata del daño; y la del agente provocador, cuya conducta es la causa mediata. Si en ambos casos existe relación causal e imputación objetiva es preciso acudir al examen de la imputación subjetiva de tal manera que quien provocó la intervención del tercero le es subjetivamente imputable el daño cuando atendiendo a las

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circunstancias concurrentes, la del causante material (agente provocado) pueda considerarse necesaria, proporcionada y con posibilidades razonables de éxito.

Se suscita el problema de la relación de causalidad respecto de las conductas omisivas, particularmente cuando sobre el eventual responsable recae un deber de información, seguridad o custodia. La cuestión que se plantea es la medida de ese deber, lo que vincula la imputación objetiva con la subjetiva de una forma que es difícil separarlas. En las conductas omisivas la medida de la diligencia viene representada por el criterio de la previsibilidad y por el criterio de la exigibilidad, entendiendo por tal la conducta que está obligada a observar una persona para evitar o aminorar situaciones de riesgo y el grado de exigibilidad es proporcional al riesgo insito a esa actividad o conducta.

Así pues, deberá considerarse causa adecuada del resultado dañoso la omisión de aquellas medidas que evitarían o aminorarían de forma apreciable la posibilidad de acaecimiento de hechos dañosos que normal o razonablemente cabe prever en el marco de la actividad de que se trate y, no se consideraría causa la omisión de medidas de prevención que puedan considerarse desproporcionadas en relación con una determinada actividad.

En los sistemas de responsabilidad objetiva cuyo ámbito material de aplicación viene delimitado por la norma especial, la figura de la causa adecuada pierde el componente subjetivo del sistema general de responsabilidad civil y permanece tan sólo su dimensión física o material. El daño le es imputable al agente no porque se haya conducido de forma negligente, sino porque es consecuencia de un evento dañoso ocurrido en el ámbito de aplicación de la norma especial y es suficiente el simple nexo de causalidad material para que nazca la responsabilidad. En estos casos, la creación de una situación de riesgo supone, pues, una aportación causal específica que genera la responsabilidad.

Existen supuestos de responsabilidad en los que se prescinde del componente causal teniendo su manifestación más extrema en aquellas situaciones en las que existe una presunción de autoría, normalmente cuando el autor indeterminado del daño pertenece a un reducido círculo de personas perfectamente identificadas. En estos casos estamos ante una causalidad determinada por la contribución de un determinado sujeto a la creación y al desarrollo de una actividad de riesgo o su participación en ella.

Por último, analizaremos la cuestión relativa a la prueba de la relación causal. El principio general es que el nexo causal debe ser probado por quien reclama la reparación.

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En determinadas actividades profesionales o empresariales en las que el perjudicado le puede resultar particularmente costoso averiguar la causa del hecho dañoso (por ejemplo, en sectores en los que el desarrollo científico y tecnológico es intenso, ignorándose cómo se desenvuelven con exactitud los procesos causales de las aplicaciones científicas y tecnológicas o en los casos de difícil acceso a los medios materiales o documentos probatorios) más que una exactitud o certeza de la relación de causalidad debe considerarse suficiente una razonable probabilidad de su existencia.

En otros casos, se puede hablar de presunción de culpabilidad cuando desconociéndose la causa exacta del hecho dañoso, exista una razonable probabilidad de que provenga de la conducta o actividad del demandado permitiendo a éste que acredite la existencia de otra causa determinante que le era ajena o que no le era objetivamente imputable. 

Especialidades en la circulación de vehículos a motor

Cualquiera que sea el título de imputación, la existencia de un nexo causal entre una determinada conducta y el daño constituye un requisito ineludible para el nacimiento de la responsabilidad.

En los sistemas objetivos de responsabilidad, delimitado por el ámbito material contenido en la norma especial, el elemento de la causa pierde su dimensión subjetiva, basada en la culpabilidad, y permanece tan sólo la física o material que atiende a dos criterios:

1º.- El hecho dañoso debe producirse dentro del ámbito material delimitado por la Ley especial que instaura un sistema objetivo de responsabilidad.

2º.- La existencia de una relación de causalidad material entre el daño cuya reparación se reclama y la actividad de la persona contra la que se reclama.

La aplicación de los criterios anteriores a la LRCSCVM se concreta en la exigencia de que:

1º.- El accidente debe ser ocasionado por un vehículo a motor y que lo haya sido con motivo de la circulación.

2º.- La persona de quien se reclama sea o bien la que ha ocasionado materialmente el daño, o lo haya sido otra de quien aquélla deba responder.

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Si nos encontramos en presencia del ámbito de los daños materiales en la circulación de los vehículos a motor, en el que se mantiene el sistema de responsabilidad general por culpa previsto en el art. 1902 CC, en la causa permanece el componente subjetivo.

El elemento causal legitima activamente al perjudicado y pasivamente al agente del daño.

Como señala la AP Madrid en sentencia de 12 de diciembre de 2005 , el elemento causal de toda responsabilidad por culpa presenta un doble aspecto o manifestación:

1º.- Por un lado, la relación causal del daño con el evento dañoso y la de éste con la actuación del agente o con la esfera o ámbito de su actividad, control o vigilancia -causalidad como imputación fáctica-.

2º.- Por otro lado, la relación causal entre el daño y la conducta imprudente o negligente atribuible, por acción u omisión, al agente, esto es, la relación causal entre el daño y la culpa -causalidad como imputación jurídica-.

La causalidad como imputación jurídica tiene como presupuesto básico y necesario a la causalidad como imputación fáctica. Y ésta sólo tendrá relevancia jurídica cuando aparezca vinculada a la causalidad como imputación jurídica.

Continúa señalando la citada sentencia que la carga de la prueba de este elemento causal -en sus dos aspectos diferenciados de imputación fáctica e imputación jurídica- incumbe, conforme a las reglas que sobre la carga de la prueba  se infieren del art. 217 LEC al que afirma la concurrencia de culpa y pretende la indemnización pecuniaria, es decir, al actor o demandante.

No obstante, no es menos cierto que en determinados supuestos -bien por disposición legal (art. 1 LRCSCVM), bien por aplicación de la doctrina jurisprudencial de la inversión de la carga de la prueba - se va a producir un desplazamiento al demandado de la carga de la prueba respecto del elemento subjetivo de tal responsabilidad, que lleva consigo un desplazamiento de la carga de la prueba de la relación causal, pero únicamente en su aspecto de imputación jurídica, que es el único jurídicamente relevante, en cuanto conexión de la conducta negligente con el resultado lesivo o dañoso, y no en su aspecto de imputación fáctica, cuya acreditación corresponde, en todo caso, a la parte que afirma la concurrencia de culpa extracontractual y pretende la indemnización pecuniaria, esto es, a la demandante.

En definitiva, corresponde, en todo caso, al actor justificar, en primer término, que la lesión, daño, menoscabo o perjuicio cuyo

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resarcimiento pretende se ha originado como consecuencia del evento dañoso que configura el presupuesto fáctico de su reclamación, así como que este evento dañoso se ha producido a consecuencia de la actuación del demandado, o dentro de la esfera o ámbito de su actividad, control o vigilancia.

Y, en segundo término, deberá justificar, de igual modo, que el daño en cuestión se ha producido a consecuencia de una conducta imprudente del demandado, es decir, a consecuencia de una omisión de la diligencia, cautela, precaución o cuidado exigibles en el ejercicio, desarrollo o desempeño de su actividad, salvo en los supuestos en que por disposición legal o por aplicación de la doctrina jurisprudencial de la inversión de la carga de la prueba, deba presumirse -con presunción iuris tantum- que el daño se ha producido por culpa del agente, en cuyo caso, corresponderá a éste -al demandado- destruir aquella presunción y, por tanto, acreditar que obró con todo el cuidado que requerían las circunstancias y, por consiguiente, que el daño no se ha originado por una conducta imprudente o negligente imputable al agente, sino por otro motivo que no le es imputable.

Por su parte, la AP Madrid en sentencia de 23 de junio de 2005  considera que la incapacidad absoluta que padece el actor no tiene relación de causalidad con el accidente de circulación sufrido, ya que de los propios antecedentes médicos del actor previos a la ocurrencia del accidente se determina una alteración degenerativa y no traumática, quedando así rota cualquier relación o nexo causal entre el accidente sufrido y la incapacidad reclamada, la cual tendría su origen en el estado degenerativo de una patología previa.

La AP Sevilla en sentencia de 17 de junio de 2005  señala que en caso de daños corporales estamos ante una responsabilidad objetiva atenuada, ya que sólo se excluye en los supuestos de culpa exclusiva de la víctima  y la fuerza mayor extraña a la conducción o al vehículo, y en orden a la fijación de la cuantía indemnizatoria ha tenerse en cuenta la negligencia del perjudicado a efecto de moderarla. 

Por lo que se refiere a los daños materiales, afirma la citada Sentencia que es de aplicación el sistema de responsabilidad extracontractual fijada en el art. 1902 CC, por lo que ha de acreditarse los requisitos que ha establecido una reiterada y consolidada jurisprudencia:

1º.- Un elemento subjetivo representado por un hacer u omitir algo que se encuentra fuera de las normas de cautelas y previsión establecidas por el ordenamiento y socialmente aceptada, atendidas las circunstancias del caso concreto, es decir, de lugar, tiempo y persona, adoptando las precauciones necesarias que quizás hasta ese momento no se habían observado, pero que ante nuevas

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circunstancias exige adoptarla, y sin embargo le son indiferente si ocurre, o se arriesga a realizar algo que es peligroso, es decir, una conducta negligente.

2º.- Un resultado dañoso para algo o alguien.

3º.- Relación de causalidad entre la conducta y el evento dañoso.

Basándose en ello, y de conformidad con lo establecido en el art. 217 LEC, será a la parte actora, es decir, quien ejercita la acción, a quien le incumbe la obligación de acreditar la concurrencia de los tres requisitos mencionados y es cuando se podría plantear la posibilidad de la aplicación de la inversión de la carga de la prueba, de modo que el actor lo único que tendría que acreditar es la existencia de la conducta, el daño y el nexo causal, presumiéndose que la conducta es negligente. Se produce una inversión de la carga de la prueba en el sentido de que el demandado es el que ha de acreditar que actuó correctamente; se trata de una presunción iuris tantum, que ha de destruir y acreditar que su conducta fue, en todo momento, diligente.

La inversión de la carga de la prueba  y la teoría del riesgo  son correcciones para reducir o aminorar el aspecto subjetivo de la responsabilidad contractual, desplazando cada vez más la prueba a la demostración del nexo causal.

En todo caso, ha de tenerse en cuenta que la inversión de la carga de la prueba nunca opera en el campo causal, sino en el campo de la culpa, es decir, de la imputación subjetiva. En este sentido se requiere como requisito insoslayable la apreciación en el sujeto agente de un comportamiento -acción u omisión- del que se derive, con seguridad o en un juicio de probabilidad cualificada, o como consecuencia natural el daño que legitima a la víctima o al perjudicado. Este requisito causal ha de probarse de manera terminante por parte del actor. Es preciso la existencia de una prueba terminante sin que sean suficientes meras conjeturas, deducciones o probabilidades. El "cómo" y el "porqué" del accidente constituyen elementos indispensables en el examen de la causa eficiente del evento dañoso (Sentencia del TS de 13 de febrero de 1993).  La prueba del nexo causal, requisito al que no alcanza la presunción insita en la doctrina denominada de la inversión de la carga de la prueba, incumbe al actor, el cual debe acreditar la realidad del hecho imputable al demandado del que se hace surgir la obligación de reparar el daño causado.

INTERFERENCIAS EN LA RELACIÓN DE CAUSALIDAD

En general

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Aunque en el ámbito de los daños a las personas se mantiene que el sistema de responsabilidad previsto en la LRCSCVM es de naturaleza objetiva, esto es, se declara la responsabilidad del conductor del vehículo  a motor en virtud del riesgo creado por la conducción, abstracción hecha del reproche culpabilístico que merezca esa conducta, lo cierto es que se mantienen determinadas causas de exoneración de la responsabilidad a modo de medios de defensa a favor del demandado con los que puede eludir su responsabilidad a pesar de concurrir una relación de causalidad entre su conducta y el daño corporal.

Hay que destacar aquí la reforma introducida en la LRCSCVM por la Ley 21/2007, de 11 de julio, que en el art. 1.1 introduce un último párrafo que extiende la responsabilidad al propietario no conductor de un vehículo sin asegurar por los daños ocasionados por el conductor a las personas y a los bienes, salvo que pruebe que el vehículo le hubiere sido sustraido (art. 1 Ley 21/2007).

Tradicionalmente, se han venido estudiando estas causas de exoneración de la responsabilidad en el ámbito del elemento de la causalidad porque en todas ellas subyace la concurrencia de un proceso causal paralelo a la acción u omisión del conductor de tal entidad que llega a excluir la responsabilidad del conductor.

Las causas que provocan la ruptura de la relación de causalidad y, consiguientemente, producen la exoneración de la responsabilidad por los daños corporales, son las siguientes:

1ª.- La conducta o la negligencia exclusiva del perjudicado.  Analizaremos la introducción del perturbador término “conducta” que, realmente, tiene por objeto incluir la concurrencia de la conducta de los inimputables,  a los que no puede calificarse sus comportamientos como culpables; y también examinaremos los requisitos de la negligencia del perjudicado como causa exoneradora de la responsabilidad del conductor. En el caso de concurra una conducta negligente del perjudicado que no pueda calificarse como causa única de los daños, en ese caso entrará en funcionamiento la previsión contenida en el párrafo cuarto del art. 1.1 LRCSCVM, esto es, la moderación equitativa de la responsabilidad y el reparto en la cuantía de la indemnización, atendida la entidad de las culpas concurrentes que examinaremos en el apartado correspondiente dentro de la indemnización de daños y perjuicios.

2ª.- La fuerza mayor siempre  que concurran acontecimientos imprevisibles o previsibles pero inevitables ajenos a la conducción o al funcionamiento del vehículo, es decir, ajenos al ámbito material de la Ley especial. Estudiaremos en esta sede las diferencias con el caso fortuito y aquellos supuestos en los que la jurisprudencia de las Audiencias Provinciales ha adoptado criterios, no siempre

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coincidentes, en los que la cuestión controvertida era la apreciación de esta causa de exoneración de responsabilidad.

3ª.- El hecho de tercero  que interfiere de tal manera en la relación de causalidad del conductor que llega a exonerarle de responsabilidad.

En el ámbito de los daños en los bienes estas causas de exoneración de la responsabilidad son las propias del sistema de responsabilidad general previsto en el art. 1902 CC más la amplia doctrina elaborada por los Tribunales sobre esta materia basada en la adaptación de las normas generales de las obligaciones.

Conducta o negligencia del perjudicado

En el párrafo segundo del art. 1.1 LRCSCVM se mantienen las dos causas tradicionales de exoneración de responsabilidad del conductor de un vehículo a motor:

1ª.- Culpa exclusiva de la víctima. 

2ª.- Fuerza mayor. 

Sin embargo, se ha introducido un elemento perturbador al sustituir la culpa exclusiva del perjudicado por una nueva categoría: la "conducta o negligencia del perjudicado". Parece ser que la introducción de los términos "conducta" y "negligencia" del perjudicado no son un mero retoque de estilo sino que obedece al propósito de incluir la intervención de los inimputables en el accidente entre las causas de exclusión de la responsabilidad. Así, se dice expresamente en el número 2 del apartado primero del Anexo, que se equipara a la culpa de la víctima el supuesto en que, siendo ésta inimputable, el accidente sea debido a su conducta o concurra con ella a la producción de este. 

No obstante lo anterior, la introducción del término "conducta" plantea problemas en el momento de la delimitación técnica de ese término pues literalmente significaría que una intervención no culpable de la víctima puede jugar el papel de causa exoneradora de responsabilidad, lo que carece de justificación en un sistema objetivo y conduce a una conclusión manifiestamente absurda.

En la LRCSCVM se habla de culpa del perjudicado en lugar de culpa de la víctima. Ambos términos no son coincidentes pues es víctima la persona que sufre directamente la lesión psicofísica o un daño en su patrimonio y, perjudicados aquellos que no siendo víctimas del accidente experimentan un daño moral o patrimonial a consecuencia del mismo. Aunque parece más correcto hablar de culpa de la

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víctima, ello no significa que la culpa del perjudicado no haya de tener efecto sobre la obligación de indemnizar del responsable y así se suele acudir al ejemplo clásico del conductor por cuya negligencia se produce el accidente, falleciendo los ocupantes del vehículo, cónyuge o hijos suyos. El conductor perjudicado por el fallecimiento de sus familiares carece del derecho a ser indemnizado, no sólo en virtud del principio quod quis ex causa sua damnum sentit, non inteligitur damnum sentire, sino también porque él responde frente a terceros pero no frente a sí mismo, al igual que ocurre con la entidad aseguradora, cuya cobertura no alcanza los daños y perjuicios ocasionados por las lesiones o fallecimiento del conductor del vehículo asegurado según dispone el art. 5.1 LRCSCVM (nueva redacción dada por el art. 1.5 Ley 21/2007, de 11 de julio). Si hubiera otros perjudicados distintos del conductor, la circunstancia expresada no es oponible a éstos y, además, tampoco constituye un supuesto de repetición contra el conductor, ni sobre la base del apartado b) ni sobre la del apartado c) del art. 10 LRCSCVM, puesto que contra éste el asegurador sólo podrá repetir en los casos previstos en el apartado a) del mismo precepto.

Ruptura del nexo causal

Como señala la sentencia de la AP Sevilla de 25 de abril de 2005  la culpa exclusiva de la víctima  supone la ruptura del nexo causal, por la acción exclusiva productora del daño, únicamente atribuible a la víctima. 

Así se ha venido pronunciando la jurisprudencia, precisando que la culpa de la víctima exonera al agente cuando es único fundamento del resultado, rompiendo el nexo causativo (Sentencia del TS de 19 de octubre de 1988 ).   

Ahora bien, para que la culpa exclusiva de la víctima  suponga una ruptura del nexo causal entre la acción y el resultado, es necesario que la culpa de la víctima reúna los requisitos de ser única, total y exclusivamente la originadora del daño, como exige la AP Ciudad Real en sentencia de 30 de octubre de 1997 .

Requisitos

Para que la culpa de la víctima  opere como causa de exoneración de la responsabilidad del conductor se exige jurisprudencialmente la concurrencia de los siguientes requisitos:

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1º.- La única conducta culpable ha de ser la de la víctima. Literalmente se dice “únicamente” para referirse a esta circunstancia. La intervención culpable de un tercero  junto con la de la víctima, por mínima que sea, es suficiente para que quede enervada esta causa de exclusión de responsabilidad a no ser que tal intervención pueda ser calificada como “fuerza mayor  extraña a la conducción o al funcionamiento del vehículo.”

2º.- Irreprochabilidad de la conducta del agente. Para que el conductor quede exonerado de responsabilidad, no sólo debe guardar la máxima diligencia y cumplir escrupulosamente las normas reglamentarias, sino que también debe haber efectuado la maniobra más rectamente dirigida a evitar o aminorar el daño atendidas las circunstancias concurrentes.

Por ejemplo, la sentencia del TS de 21 de marzo de 2007,  analiza minuciosamente el motivo alegado en el recurso para depurar si hubo o no, efectivamente, responsabilidad de los organizadores del evento deportivo concluyendo en la existencia de la llamada "concurrencia de culpas".

3º.- Imprevisibilidad de la conducta de la víctima. La conducta de la víctima deber ser absolutamente imprevisible para el conductor. Existen, por ejemplo, determinadas conductas o reacciones de los peatones, especialmente cuando son niños o personas de edad avanzada, que son previsibles para los conductores, por lo que cuando aún así se produce el atropello, éstos deben responder.

4º.- El término “negligencia” ha de ser entendido en un sentido técnico-jurídico. Ha de ser interpretado en un sentido lato, comprensible no sólo de lo que técnicamente entendemos por culpa, sino también del dolo, cuando ha buscado intencionadamente el daño. El concepto de culpa presupone la imputabilidad que se basa en la consciencia del acto que se realiza y en su libre ejecución o en las condiciones de inteligencia y voluntad precisas para que un acto sea reprochable.

El TS en sentencia de 27 de enero de 2005 en un supuesto donde el daño no surgió de actuación culposa alguna del conductor del automóvil, sino que tuvo su causa originaria, eficiente y exclusiva en la conducta del peatón que provocó así el accidente por su irreflexivo comportamiento, al no haber observado las normas elementales de precaución para acceder y cruzar la carretera, excluyéndose por completo la concurrencia de toda culpa ajena, afirma que la jurisprudencia reiteradamente declara que en estos supuestos en que consta debidamente acreditada la culpa de la víctima, no es aplicable la doctrina de la inversión de la carga de la prueba ni la de presunción de culpabilidad, como tampoco la teoría del riesgo.  

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La sentencia del TC de 20 de noviembre de 2006  y la sentencia de AP Madrid de 28 de septiembre de 2005 señalan que la peculiar excepción de culpa exclusiva de la víctima  exige para su estimación, la prueba por parte del que la invoca no sólo de su total ausencia de culpa o responsabilidad, sino también la adopción de la maniobra oportuna para evitar o aminorar el daño, ya que el criterio legal sobre la exigibilidad de los deberes de prever y evitar el daño se caracteriza por una especial intensidad que excede de los baremos propios de la culpa penal y aún de la civil ordinaria de manera que surge en el conductor un deber extremo de diligencia, por lo que el éxito de la misma exige la concurrencia conjunta de los siguientes requisitos:

1º.- Que haya culpa de la víctima;

2º.- Que sea exclusiva y excluyente, es decir, que el agente no hubiera incurrido en negligencia alguna;

3º.- Que haya efectuado una maniobra de evasión o fortuna para evitar o aminorar el daño;

4º.- Que quien lo alegue la pruebe cumplidamente.

Como señala la AP Navarra en sentencia de 5 de septiembre de 2005 , la excepción de la culpa exclusiva de la víctima requiere por parte de quien la opone una prueba rigurosa que demuestre que la conducta del perjudicado fue la única y exclusiva causa determinante del resultado dañoso, no siendo suficiente la observancia de disposiciones legales, o circular conforme al Código de la Circulación, sino que es preciso acreditar que el conductor actuó como elemento pasivo de la relación de causalidad.

Hasta tal punto esto es así que la jurisprudencia (por todas, sentencia del TS de 12 de julio de 1989 ) viene exigiendo que el agente causante del daño pruebe no sólo su total ausencia de culpa o responsabilidad, sino, también, la de haber efectuado la maniobra oportuna para evitar o aminorar el daño, considerando que la simple duda racional acerca de la forma en que se produjo el accidente, o acerca de si el conductor pudo evitarlo, mediante maniobras evasivas, impide que pueda prosperar la excepción, porque, se insiste, para eludir la responsabilidad no basta con que haya sido la conducta de la víctima la causa eficiente del resultado producido, sino que es preciso también que se pruebe que esa conducta es la única, exclusiva y excluyente causa del mismo, sin asomo de culpa, por muy leve que sea, por parte del conductor del vehículo causante del daño.

Ininputables

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En el párrafo segundo del art. 1.1 LRCSCVM se mantienen las dos causas tradicionales de exoneración de responsabilidad del conductor de un vehículo a motor:

1ª.- Culpa exclusiva de la víctima. 

2ª.- Fuerza mayor. 

Sin embargo, se ha introducido un elemento perturbador al sustituir la culpa exclusiva del perjudicado por una nueva categoría: la "conducta o negligencia del perjudicado". Parece ser que la introducción de los términos "conducta" y "negligencia" del perjudicado no son un mero retoque de estilo sino que obedece al propósito de incluir la intervención de los inimputables en el accidente entre las causas de exclusión de la responsabilidad. Así, se dice expresamente en el número 2 del apartado primero del Anexo, que se equipara a la culpa de la víctima el supuesto en que, siendo ésta inimputable, el accidente sea debido a su conducta o concurra con ella a la producción de este.

En relación con lo expuesto, puede consultarse la sentencia del TS de 12 de diciembre de 2008  que implica un cambio de criterio jurisprudencial en lo que afecta a la contribución del comportamiento de la víctima (peatón, en este caso) en la producción del siniestro. La doctrina jurisprudencial sienta en este caso que la conducta del conductor por su entidad cuantitativa y cualitativa constituye causa determinante de la colisión, aun cuando exista una contribución causal de la víctima de escasa entidad o desproporcionada en relación con la del conductor del vehículo de motor.

No obstante lo anterior, la introducción del término "conducta" plantea problemas en el momento de la delimitación técnica de ese término pues literalmente significaría que una intervención no culpable de la víctima puede jugar el papel de causa exoneradora de responsabilidad, lo que carece de justificación en un sistema objetivo y conduce a una conclusión manifiestamente absurda.

Sorprendentemente, el apartado primero-2 del Anexo parece hacer de peor condición a los inimputables que a quienes no lo son pues equipara claramente la "conducta" del inimputable a la culpa de la víctima, de modo que, interpretado literalmente, cuando medie también culpa del conductor, estaremos ante un caso de concurrencia de culpas,  y si no media tal culpa del conductor, lo estaremos ante uno de culpa exclusiva de la víctima, aunque no haya tal culpa. Parece que esa interpretación sería contraria al principio de igualdad ante la Ley, especialmente, si se tiene en cuenta que los agraviados son aquellos a quienes se debe una especial protección. Por otro lado,

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la única interpretación que no fuera absurda sería equiparar la "conducta" de los inimputables a la "culpa" de la víctima, esto es, cuando aquella conducta resulte a su vez culpable pero esa interpretación tampoco cabría porque la culpabilidad requiere imputabilidad. Sólo cabría su aplicación en los casos en los que la víctima busca intencionadamente el daño o bien cuando sea consciente, en una hipotética representación mental, de que existe una alta probabilidad de que su comportamiento llevará aparejado una consecuencia dañosa. Se considera que estamos en un ámbito en el que el fundamento de la responsabilidad es el "riesgo creado por la conducción de vehículos" y quien introduce en el ámbito social un instrumento de riesgo no es el inimputable sino el conductor del vehículo a quien se hace responsable, no porque se haya comportado negligentemente sino porque se le imputa el riesgo creado.

HECHO DE TERCERO

Se suscita la cuestión de si dentro de la fuerza mayor  debe comprenderse el hecho de un tercero ante el silencio de la LRCSCVM sobre ese extremo.

Algunos autores contestan de manera afirmativa porque cuando la causa del accidente se debe a la culpa de un tercero, si tal culpa es compartida  con la del conductor, habrá de limitarse la responsabilidad civil de éste; si, por el contrario, es exclusiva,  habrá de aplicarse la causa de exclusión de fuerza mayor.

Otros autores contestan de forma negativa, habida cuenta de que esta causa de exoneración de responsabilidad no está contemplada en el párrafo segundo del art. 1.1 LRCSCVM y de que la Ley previene expresamente el derecho de repetición del asegurador contra el tercero causante del daño, lo que presupone la subsistencia de la obligación de indemnizar.

La solución pasa por atender al dato de si el hecho del tercero es ajeno al ámbito de la circulación de vehículos. Pero no es suficiente con que el hecho sea ajeno a la actividad del conductor o detentador del concreto vehículo interviniente en el siniestro y que provenga de una actividad exterior al ámbito mismo de la circulación, sino que también deben reunirse las notas de imprevisibilidad e inevitabilidad.

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Normalmente, concurre esta circunstancia cuando el hecho del tercero es de carácter doloso.

Ante un supuesto de lesiones causadas a una pasajera de un autobús a causa del frenazo para evitar la colisión con otro vehículo que quedó cruzado en la carretera, la sentencia de AP Cuenca de 22 de julio de 2005 entiende que el siniestro se produce en el marco de la circulación de vehículos a motor por una causa de fuerza mayor exógena que impidió al conductor realizar otra conducta que la desplegada, esto es, el frenazo del autobús para evitar el impacto contra el otro vehículo, y que determina la exoneración de responsabilidad en el ámbito del art. 1.1 LRCSCVM tanto para el conductor del autobús como para la empresa propietaria y la aseguradora en el marco del seguro de responsabilidad civil de suscripción obligatoria.

La AP León en sentencia de 2 de febrero de 2005  afirma que el asegurador del conductor, aparte del supuesto de culpa exclusiva de la víctima, sólo se liberaría si el accidente se debiera a fuerza mayor extraña a la conducción o se hubiera producido por culpa de otro conductor, supuestos liberatorios estos que atenúan para excluir tanto la responsabilidad subjetiva como la objetiva. Y considera que la culpa de tercero encaja en la figura de la “fuerza mayor ajena a la conducción”. 

Algunas resoluciones de la jurisprudencia menor(Sentencias de AP Barcelona de 16 de mayo de 1998 , y de AP Córdoba de 30 de septiembre de 1999 ) concluyen que se trata de un caso de fuerza mayor , cuando la culpa del daño fue de un tercero y no del conductor, exonerando de pago a la aseguradora de éste. La AP Madrid en sentencia de 18 de junio de 2004 señala que la fuerza mayor extraña a la conducción, según se viene entendiendo por numerosas resoluciones de las Audiencias Provinciales, tiene una concepción específica más restringida en el automóvil, que la genérica prevista en el art. 1105 CC,  asentando la siguiente doctrina: “Todo cuanto emane y sea consecuencia de la conducción mecanizada, todo lo que tenga su arranque causal en hechos a ella inherentes, todo lo que sea consustancial al peligro que la circulación entraña y al riesgo que su dinámica proyecta, por ser de anticipada previsión y tácita aceptación por el usuario del vehículo y porque la Ley se apoya, para configurar la responsabilidad cuasiobjetiva o atenuada, en la calificación del vehículo como medio u objeto

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peligroso, razón por la que se impone la asunción de los riesgos creados, tiene que reputarse ajeno al concepto de fuerza mayor”.

En línea con esta doctrina, para eximir de responsabilidad al conductor y consecuentemente a la entidad que da cobertura al seguro obligatorio, impera el criterio de la exterioridad o irresistibilidad, por lo que todo cuanto emane o sea consecuencia de la conducción o funcionamiento del vehículo nunca podrá configurar un supuesto de fuerza mayor en el ámbito de la responsabilidad por daños personales. De esta forma, considera la AP Madrid en la citada sentencia que el desvanecimiento del conductor, con independencia de su previsibilidad o evitabilidad, es un fenómeno que encaja en las consecuencias de la conducción y por ello no puede ser configurado como un supuesto de fuerza mayor, al igual que tampoco lo son los defectos del vehículo o la rotura o fallo de algunos de sus mecanismos. 

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