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Texto Litúrgico
Exégesis
Comentario
Teológico
Santos Padres
15enero
Domingo II Tiempo Ordinario (Ciclo A) – 2017
Aplicación
Directorio
Homilético
Información
Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa
Domingo II del Tiempo Ordinario (A)
(Domingo 15 de enero de 2017)
LECTURAS
Yo te destino a ser la luz de las naciones
Lectura del libro del profeta Isaías 49, 3-6
El Señor me dijo:
«Tú eres mi Servidor, Israel,
por ti Yo me glorificaré».
Pero yo dije: «En vano me fatigué,
para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza».
Sin embargo, mi derecho está junto al Señor
y mi retribución, junto a mi Dios.
Y ahora, habla el Señor,
el que me formó desde el vientre materno
para que yo sea su Servidor,
para hacer que Jacob vuelva a Él
y se le reúna Israel.
Yo soy valioso a los ojos del Señor
y mi Dios ha sido mi fortaleza.
Él dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor
para restaurar a las tribus de Jacob
y hacer volver a los sobrevivientes de Israel;
Yo te destino a ser la luz de las naciones,
para que llegue mi salvación
hasta los confines de la tierra».
Palabra de Dios.
SALMO Sal 39, 2 y 4ab. 7-8. 9. 10 (R.: 8 y 9c)
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.
Esperé confiadamente en el Señor:
Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor.
Puso en mi boca un canto nuevo,
un himno a nuestro Dios. R.
Tú no quisiste víctima ni oblación;
pero me diste un oído atento;
no pediste holocaustos ni sacrificios,
entonces dije: «Aquí estoy». R.
«En el libro de la Ley está escrito
lo que tengo que hacer:
yo amo, Dios mío, tu voluntad,
y tu ley está en mi corazón». R.
Proclamé gozosamente tu justicia
en la gran asamblea;
no, no mantuve cerrados mis labios,
Tú lo sabes, Señor. R.
Llegue a ustedes la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre,
y del Señor Jesucristo
Principio de la primera carta del apóstol san Pablo
a los cristianos de Corinto 1, 1-3
Pablo, llamado a ser Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano
Sóstenes, saludan a la Iglesia de Dios que reside en Corinto, a los que han sido
santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos, junto con todos aquellos que en
cualquier parte invocan el nombre de Jesucristo, nuestro Señor, Señor de ellos y
nuestro.
Llegue a ustedes la gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre, y del
Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
ALELUIA Jn 1, 14a. 12a
Aleluia.
La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.
A todos los que la recibieron
les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Aleluia.
EVANGELIO
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 29-34
Juan Bautista vio acercarse a Jesús y dijo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita
el pecado del mundo. A Él me refería, cuando dije:
Después de mí viene un hombre que me precede,
porque existía antes que yo.
Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que Él fuera
manifestado a Israel».
Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de
paloma y permanecer sobre Él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con
agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre Él,
ese es el que bautiza en el Espíritu Santo".
Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios».
Palabra del Señor.
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GUION PARA LA MISA
Guión del II Domingo – Tiempo Ordinario- Ciclo A-
Entrada:
Damos inicio hoy al Tiempo Ordinario, es decir, al tiempo litúrgico común, luego de
haber festejado convenientemente el Nacimiento de Jesucristo. Este tiempo durará
hasta fines de noviembre de este año. Que la participación en el Santo Sacrificio de la
Misa dominical llene toda nuestra semana de alegría y paz.
Primera Lectura: Isaías 49, 3-6
Cristo es la Luz de las naciones, el destinado por el Padre para llevar la salvación al
mundo entero.
Segunda Lectura: 1 Cor 1, 1-3
A todos los que invocan a Jesucristo como Señor, el Apóstol les desea la gracia y la
paz que de Él procede.
Evangelio: Juan 1, 29-34
Juan bautiza con agua. Cristo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo,
bautiza en el Espíritu Santo.
Preces:
Dirijamos nuestras súplicas a Dios, Señor de todos los seres, con verdadera
humildad y el más puro abandono.
A cada intención respondemos cantando:
* Por el Santo Padre y por su actividad apostólica, para que su testimonio de Padre y
Pastor sea ocasión de conversión para quienes aún no creen. Oremos.
* Por todos los consagrados, para que fieles a la invitación del Señor a vivir
radicalmente el compromiso bautismal, permanezcan siempre junto a Él en el amor.
Oremos.
* Por todos los gobernantes, para que trabajando con justicia y amor sean en todo
ejemplo de prudencia, fortaleza y fidelidad. Oremos.
* Por todos los que sufren espiritual o físicamente, para que abiertos al amor de Dios
puedan experimentar la alegría dada a luz en el dolor. Oremos.
* Por todos nosotros que nos hemos reunido junto al altar, para que dóciles a la
gracia que viene de lo alto podamos ser siempre verdaderos templos del Espíritu
Santo. Oremos.
Padre Santo, escucha nuestras oraciones y hazlas una con la oración de tu Hijo,
Jesucristo Nuestro Señor.
Ofertorio:
Recibe Señor, la ofrenda de nuestra vida y el deseo sincero de hacer el bien a todos.
* Ofrecemos incienso y con él nuestras oraciones que se elevan a diario por el bien
de todos los hombres.
*Presentamos el pan y el vino. Con ellos nos unimos a la Alianza que Cristo selló con
su Sangre.
Comunión:
Cristo obra nuestra reconciliación através de su Sacrificio. Cuando comulgamos
somos uno con Él y con nuestros hermanos.
Salida:
La Madre de Jesús nos señala a su Hijo y nos conduce a Él. Que Ella nos ayude a
llevar la Buena Nueva a todas las naciones.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _
Argentina)
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Inicio
Exégesis · Manuel de Tuya
Segundo testimonio oficial mesiánico del Bautista ante un grupo de sus
discípulos
(Mt 1,29-34)
Cristo por estos días vivía en las proximidades del Jordán (v.39). Acaso en la misma
región de Betabara, pues no dice que haya cambiado de lugar. “Al día siguiente,” sea
por referencia a la escena anterior, sea (…) en orden a situar las primeras actividades
de Cristo en siete días, desde el primer testimonio de Juan (v. 19-28), hasta el primer
milagro en las bodas de Cana (Mat_2:1-11), contraponiendo así el comienzo de esta
obra recreadora de Cristo con la obra septenaria del comienzo del Génesis, lo que
sería un caso particular del “simbolismo” del cuarto evangelio. (…).
¿A qué auditorio se va a dirigir? No se precisa. No es la delegación venida de
Jerusalén la que desapareció de escena (v.27). Los discípulos del Bautista, ante los
que también va a dar testimonio, entran explícitamente en escena más tarde (v. 35).
Acaso sean parte de las turbas que venían a él para ser bautizadas (Mat_3:5.6;
Luc_3:7. 21). En todo caso, el tono íntimo, expansivo, gozoso que usa, en fuerte
contraste con las secas respuestas a los representantes del Sanedrín (v.20.21), hace
pensar que sitúa la escena en un auditorio simpatizante y probablemente reducido.
Viendo el Bautista que Cristo se acerca en dirección a él, aunque podría referirse al
momento en que Cristo se acerca para recibir el bautismo, y acaso después del
mismo bautismo, hace ante este auditorio otro anuncio oficial de quién es Cristo,
diciendo: “He aquí el Cordero de Dios, el que quita (aíron) el pecado del mundo.”
Esta frase (es) de gran importancia mesiánica, (…). Dos son las preguntas que se
hacen a este propósito: 1) ¿Qué significa aquí, o por qué se llama aquí a Cristo “el
Cordero de Dios”? 2) ¿Y en qué sentido quita “el pecado del mundo”? ¿Por su
inocencia, por su sacrificio, o en qué forma?
En primer lugar, conviene precisar que el verbo usado aquí por “quitar” (aíro) significa
estrictamente quitar, hacer desaparecer, y no precisamente “llevar,” lo que, en
absoluto, también puede significar este verbo. Las razones que llevan a esto son las
siguientes: el sentido de “quitar” es el sentido ordinario de este verbo en Jn. Pero la
razón más decisiva es su paralelo conceptual con la primera epístola de San Juan:
“Sabéis que (Cristo) apareció para quitar (áre) los pecados” (1Jn_3:5).
Cristo aquí es, pues, presentado como el “Cordero de Dios” que quita el pecado del
mundo. En qué sentido lo haga, ha de ser determinado por las concepciones (…)
siguientes:
1) El Bautista querría referir así a Cristo al cordero pascual (Ex 12,6) (…); o
con el doble sacrificio cotidiano en el templo (Exo_29:38-39). También llevaría a esto
el uso que en el Apocalipsis se hace de Cristo como el Cordero, y “sacrificado”
(Rev_5:6-14; Rev_13:8; Rev_14:1-5; Rev_15:3-4, etc.). Pues aunque primitivamente
el sacrificio cotidiano del templo sólo tuvo un sentido latréutico, más tarde, en el uso
popular, vino a considerársele con valor expiatorio.
2) Se refería al “Siervo de Yahvé” de Isaías, que va a la muerte “como cordero
llevado al matadero,” que “llevó sobre él” los pecados de los hombres (Isa_53:6-8).
3) Querría indicarse la inocencia de Cristo. El cordero, como símbolo de
inocencia, es usado en este ambiente (1Pe_1:18.19; Sal. de Salomón VIII 28).
Además, se pone esto en función de la primera epístola de San Juan, donde se dice:
“Sabéis que (Cristo) apareció para quitar los pecados y que en El no hay pecado”
(1Jn_3:5).
¿No sería posible que el evangelista pensara, como ocurre a veces, en más de
una figura del A.T.? (B. Vawter o.c., p.426).
(…)
Otra interpretación aceptable e incluso, plausible es la siguiente:
Varios textos de los apócrifos presentan al Mesías como debiendo ponerse al
frente del pueblo santo para llevarlo a la Salud. Por otra parte, en el Apocalipsis es
este mismo el papel que se atribuye al Cordero (Rev_7:17; cf. 14:1-5; 17:14-16). Por
tanto, la expresión “Cordero de Dios” de Jua_1:29 sería un título mesiánico (Dodd),
semejante a “Rey de Israel” (Jn 1:41-49). Pero no consta la existencia ambiental de
este título.
(De Tuya, M., Evangelio de San Juan, en Profesores de Salamanca, Biblia
Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977)
________________________________________________________
Esta es la concepción más acertada de Manuel de Tuya, como puede verse por la
relación con los textos del Apocalipsis recién citados, y que conviene leer para ver la
relación que hay entre el término “Cordero” y su adjetivo verbal “degollado” (Nota del
Editor)
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Inicio
Comentario Teológico· Xavier Leon - Dufour
Cordero de Dios
En diversos libros del NT (Jn, Act, lPe y, sobre todo, Ap) se identifica a Cristo con un
cordero; este tema proviene del AT según dos perspectivas distintas.
1. El siervo de Yahveh. El profeta Jeremías, perseguido por sus enemigos, se
comparaba con un "cordero, al que se lleva al matadero" (Jer 11,19). Esta imagen se
aplicó luego al siervo de Yahveh, que muriendo para expiar los pecados de su pueblo,
aparece "como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los
trasquiladores" (Is 53,7). Este texto, que subraya la humildad y la resignación del
siervo, anunciaba de la mejor manera el destino de Cristo, como lo explica Felipe al
eunuco de la reina de Etiopía (Act 8,31.35). Al mismo texto se refieren los
evangelistas cuando recalcan que Cristo "se callaba" delante del sanedrín (Mt 26,63)
y no respondía a Pilato (Jn 19,9). Es posible que también Juan Bautista se refiera a él
cuando, según el cuarto evangelio, designa a Jesús como "el cordero de Dios que
quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29; cf. Is 53,7.12; Heb 9,28). La Vulgata, cuyo texto
ha pasado al ecce agnus Dei de la misa, acentúa la afinidad con Isaías sustituyendo
el singular por el plural: "...los pecados del mundo".
2. El cordero pascual. Cuando decidió Dios libertar a su pueblo cautivo de los
egipcios, ordenó a los hebreos inmolar por familia un cordero "sin mancha, macho, de
un año" (Ex 12,5), comerlo al anochecer y marcar con su sangre el dintel de su
puerta. Gracias a este "signo"; el ángel exterminador los perdonaría cuando viniera a
herir de muerte a los primogénitos de los egipcios. En lo sucesivo la tradición judía,
enriqueciendo el tema primitivo dio un valor redentor a la sangre del cordero : "A
causa de la sangre de la alianza, y a causa de la sangre de la pascua, yo os he
libertado de Egipto" (Pirque R. Eliezer, 29; cf. Mekhilta sobre Éx 12). Gracias a la
sangre del cordero pascual fueron los hebreos rescatados de la esclavitud de Egipto y
pudieron en consecuencia venir a ser una "nación consagrada", "reino de sacerdotes"
(Éx 19,6), ligados con Dios por una *alianza y regidos por la ley de Moisés.
La tradición cristiana ha visto en Cristo "al verdadero cordero" pascual (prefacio de la
misa de pascua), y su misión redentora se describe ampliamente en 'la catequesis
bautismal que está 'implícita en la 'epístola 'de Pedro, a la que hacen eco los escritos
joánnicos y la ep. a los Hebreos. Jesús es el cordero (IPe 1,19; Jn 1,29; Ap 5,6) sin
tacha (Éx 12,5), es decir, sin pecado (lPe 1,19; Jn 8,46; Un 3,5; Heb 9,14), que
rescata a los hombres al precio de su sangre (lPe 1,18s; Ap 5,9s; Heb 9,12-15). Así
los ha liberado de la "tierra" (Ap 14,3), del *mundo malvado entregado a la perversión
moral que proviene del culto de los ídolos (lPe 1,14.18; 4,2s), de manera que en
adelante puedan ya evitar el pecado (IPe 1,15s; Jn 1,29; lJn 3,5-9) y formar el nuevo
"reino de sacerdotes", la verdadera "nación consagrada" (lPe 2,9; Ap 5,9s; cf. Éx
19,6), ofreciendo a Dios el *culto espiritual de una vida irreprochable (lPe 2,5; Heb
9,14). Han abandonado las tinieblas del paganismo pasando a la luz del *reino de
Dios (IPe 2,9): ése es su *éxodo' espiritual. Habiendo, gracias a la sangre del cordero
(Ap 12,11), vencido a Satán, cuyo tipo era el faraón, pueden entonar "el cántico de
Moisés y del cordero" (Ap 15,3: 7,9s.14-17; cf. Éx 15), que exalta su liberación.
Esta tradición, que ve en Cristo al verdadero cordero pascual, se remonta a los
orígenes mismos del cristianismo. Pablo exhorta a los fieles de Corinto a vivir como
ázimos, "en la pureza y la verdad", puesto que "nuestra *pascua, Cristo, se ha
inmolado" (1Cor 5,7). Aquí no propone una enseñanza nueva sobre Cristo cordero,
sino que se refiere a las tradiciones litúrgicas de la pascua cristiana, muy anteriores,
por tanto, a 55-57, fecha en que escribía el Apóstol su carta. Si prestamos fe a la
cronología joánnica, el acontecimiento mismo 'de la muerte de Cristo habría
suministrado el fundamento de esta tradición. Jesús fue entrega-do a muerte la
víspera de la fiesta de los ázimos (Jn 18,28; 19,14.31), por tanto, el día de pascua por
la tarde (19,14), a la hora misma en que, según las prescripciones de la ley, se
inmolaban en el templo los corderos. Después de su muerte no le rompieron las
piernas como a los otros ajusticiados (19,33), y en este hecho ve el evangelista la
realización de una prescripción ritual concerniente al cordero pascual (19,36; cf. Éx
12,46).
3. El cordero celestial. El Apocalipsis, aun conservando fundamentalmente el tema de
Cristo cordero pascual (Ap 5,9s), establece un impresionante contraste entre la
debilidad del cordero inmolado y el *poder que le confiere su exaltación en el cielo.
Cordero en su muerte redentora, Cristo es al mismo tiempo un león, cuya *victoria
libertó al pueblo de Dios, cautivo de los poderes del mal (5,5s; 12,11). Compartiendo
ahora el trono de Dios (22,1.3), recibiendo con él la adoración de los seres celestiales
(5,8.13; 7,10), aparece investido de poder divino. Él es quien ejecuta los decretos de
Dios contra los impíos (6,1...), y su *ira los estremece (6,16); él es quien emprende la
*guerra escatológica contra los poderes del mal coligados, y su victoria, le ha de
consagrar "rey de los reyes y señor de los señores" (17,14; 19,16...). Sólo volverá a
recobrar su primera mansedumbre cuando se celebren sus nupcias con la Jerusalén
celestial, que simboliza a la Iglesia (19,7.9; 21,9). El cordero se hará entonces *pastor
para conducir a los fieles hacia las fuentes de *agua viva de 'la bienaventuranza
celeste (7,17; cf. 14,4).
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001
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Inicio
Santos Padres· San Juan Crisóstomo
El Cordero de Dios
Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: He aquí al Cordero de Dios
que carga sobre sí el pecado del mundo. Dividieron el tiempo los evangelistas. Mateo,
tras de tocar brevemente el que precedió al encarcelamiento del Bautista, se apresura
a referir los sucesos subsiguientes, y en ellos se detiene largamente. El evangelista
Juan no sólo no narra brevemente lo de ese tiempo, sino que en ello se alarga.
Mateo, después que Jesús regresó del desierto, omitió los sucesos intermedios, por
ejemplo lo que dijo el Bautista, lo que dijeron los enviados de los judíos y todo lo
demás; y al punto pasa al encarcelamiento, y dice: Habiendo oído Jesús que Juan
había sido aprisionado, se apartó de ahí .
No procede así el evangelista Juan, sino que omite la ida al desierto, pues ya
Mateo la había referido y narró lo sucedido después que Jesús bajó del monte; y
pasando en silencio muchas cosas, continuó: Pues Juan aún no había sido
encarcelado . Preguntarás: ¿por qué ahora Jesús viene a Juan el Bautista no una
sino dos veces? Porque Mateo por fuerza tenía que decir que vino para ser
bautizado; y así lo declaró Jesús diciendo: Así conviene que cumplamos toda justicia
. Y Juan afirma que de nuevo fue Jesús al Bautista, después del bautismo. Así lo
declara éste con las palabras Yo he visto al Espíritu descender del cielo como paloma
y posarse sobre El. Pregunto yo: ¿Por qué vino de nuevo al Bautista? Porque no
solamente vino, sino que se le hizo presente. Pues dice el evangelista: Como viniera
a él, lo vio. ¿Por qué, pues, vino? Como el Bautista había bautizado a Jesús que se
hallaba mezclado con la turba, de manera de que nadie pusiera sospecha en que El
por la misma causa que los otros se había acercado a Juan, o sea para confesar sus
pecados y con el bautismo en el río lavarlos para penitencia, ahora de nuevo se
acerca a Juan para darle oportunidad de corregir semejante opinión y sospecha.
Porque al exclamar Juan: He aquí al Cordero de Dios que carga sobre sí el
pecado del mundo, deshace toda esa imaginación. Puesto que quien es tan puro que
puede lavar los pecados de todos los demás, como es manifiesto, no se acerca para
confesar pecados suyos, sino para dar ocasión al eximio pregonero de que por
segunda vez repita lo dicho en la primera, y así más profundamente se grabe en el
ánimo de los oyentes. Y también para que añadiera otras cosas más.
Profirió la expresión: He aquí porque muchos y muchas veces y desde mucho
tiempo antes, por lo que él había dicho, andaban en busca de Jesús. Por esto lo
indica ahí presente y dice: He aquí, declarando ser aquel a quien de tiempo atrás
andaban buscando. Este es el Cordero. Lo llama Cordero para recordar a los judíos la
profecía de Isaías y también la sombra y figura del tiempo de Moisés; y así, mediante
una figura mejor, llevarlos a la verdad. Aquel cordero antiguo no tomó sobre sí ningún
pecado de nadie; mientras que éste otro cargó con todos los pecados de todo el orbe.
Este arrancó rápidamente de la ira de Dios el mundo que ya peligraba.
A éste me refería cuando anunciaba: Viene en pos de mí un hombre que ha
sido constituido superior a mí, porque existía antes que yo. ¿Observas cómo de
nuevo interpreta aquí aquella palabra antes? Pues habiendo dicho: El Cordero, y que
éste cargaba sobre sí el pecado del mundo, luego añadió: Ha sido constituido
superior a mí, declarando de este modo que aquel antes se ha de entender en el
sentido de superior, pues carga sobre sí el pecado del mundo y bautiza en el Espíritu
Santo. Como si dijera: mi venida no tiene más valor que el haber predicado al común
bienhechor del universo y haber administrado el bautismo de agua. En cambio la
venida de Este tiene como empresa el limpiar a todos los hombres y darles a todos la
operación del Espíritu Santo.
Fue constituido superior a mí, o sea, ha aparecido más resplandeciente que
yo. Porque existía antes que yo. ¡Cúbranse de vergüenza todos cuantos siguen el
loco error de Pablo de Samosata, el cual tan abiertamente pugna contra la verdad! Yo
no lo conocía. Observa cómo con este testimonio quita toda sospecha, declarando
que su discurso no ha dimanado de favoritismo ni de amistad, sino de divina
revelación. Dice: Yo no lo conocía. Pero entonces ¿cómo puedes ser testigo digno de
fe? ¿Cómo enseñarás a otros lo que tú ignoras? Es que no afirma: No lo conocí, sino:
Yo no lo conocía, de manera que por aquí sobre todo aparece ser digno de fe. Porque
¿cómo iba a expresarse favorablemente y por favoritismo acerca de quien no
conocía? Pero vine yo con mi bautismo de agua para preparar su manifestación a
Israel.
De modo que no necesitaba Cristo semejante bautismo, ni hubo otro motivo
para preparar ese baño, sino el que se facilitara a todos el camino para creer en
Cristo. Pues no dijo: Para tornar puros a los bautizados; ni tampoco: He venido a
bautizar para librar de los pecados, sino: Para preparar su manifestación a Israel. Por
mi parte pregunto: entonces ¿qué? ¿Acaso sin ese bautismo no se podía predicar a
Cristo y atraerle el pueblo? Sí se podía, pero no tan fácilmente. Si la predicación se
hubiera hecho sin el bautismo, no habrían concurrido así todos, ni habrían
comprendido, mediante la comparación, la preeminencia de Cristo. Porque aquella
multitud iba a Juan no para escuchar su predicación, sino ¿para qué? Para confesar
sus pecados y ser bautizados. Una vez así reunidos, se les enseñaba lo referente a
Cristo y la diferencia de ambos bautismos. Porque el de Juan era superior a los
lavatorios de los judíos, y por esto todos acudían a Juan; y sin embargo el bautismo
de éste aún era imperfecto.
Pero ¡oh Juan! ¿Cómo conociste a Jesús? Por la bajada del Espíritu Santo,
nos responde. Mas, para que nadie sospeche que Cristo necesitaba del Espíritu
Santo, como lo necesitamos nosotros, oye cómo deshace semejante opinión,
declarando que la bajada del Espíritu Santo fue únicamente para anunciar a Cristo.
Pues habiendo dicho: Yo no lo conocía, añadió: Pero el que me envió a bautizar con
agua me previno: Aquel sobre quien vieres descender el Espíritu Santo y reposar
sobre El, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo. ¿Observas cómo para esto vino
el Espíritu Santo, para manifestar a Cristo? Tampoco el testimonio de Juan era
sospechoso; pero para hacerlo aún más digno de fe, lo añadió al de Dios y al del
Espíritu Santo.
Habiendo Juan predicado algo tan grande y tan admirable, y tal que podía
dejar estupefactos a los oyentes, como fue que Cristo y sólo El cargaría con el
pecado del mundo, y que la grandeza del don bastaría para tan excelsa y universal
redención, lo confirma de ese modo. Y lo confirma por tratarse del Hijo de Dios, que
no necesita del Bautismo; de modo que el Espíritu Santo únicamente desciende para
darlo a conocer. Juan no podía dar el Espíritu Santo; y lo declaran así los mismos que
habían recibido el bautismo de Juan diciendo: Pero ni siquiera hemos oído que exista
el Espíritu Santo . De manera que Cristo no necesitaba de bautismo alguno, ni del de
Juan ni de ningún otro; más bien era el bautismo el que necesitaba de la virtud de
Cristo. Puesto que le faltaba precisamente al bautismo de Juan lo que era lo principal
de todos los bienes y origen de ellos; o sea que al bautizado le confiriera el Espíritu
Santo. Este don del Espíritu Santo lo añadió Cristo cuando vino.
Y dio testimonio Juan: He visto al Espíritu descender del cielo como paloma y
posarse sobre El. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me
previno: Aquel sobre quien vieres descender el Espíritu Santo y reposar sobre El, ese
es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que
éste es el Hijo de Dios. Con frecuencia usa Juan de esa expresión: Y yo no lo
conocía. Y no es sin motivo, sino porque era pariente suyo según la carne. Pues dice
el evangelista Lucas: He aquí que Isabel tu parienta ha concebido también ella un hijo
. De modo que para que no pareciera que hablaba movido por el parentesco,
frecuentemente dice: Y yo no lo conocía. Así era en efecto, pues por toda su vida
había morado en el desierto, fuera de la casa paterna. Pero entonces ¿cómo es que,
si antes de la venida del Espíritu Santo no lo conocía, sino que entonces por vez
primera lo conoció, ya antes de bautizarlo se negaba y decía: Yo debo ser bautizado
por ti? Esto parece demostrar que ya lo conocía bien.
Sin embargo, no lo conocía de mucho tiempo atrás, y con razón. Porque los
milagros hechos durante la infancia de Jesús, cuando la visita de los Magos y otros
semejantes, habían acontecido muchos años antes, cuando también Juan era un niño.
Y a causa de ese largo lapso, Jesús era desconocido de todos. Si todos lo hubieran
conocido, no habría dicho Juan: Para que se manifieste El a Israel, yo vine a bautizar.
Y por aquí queda manifiesto que los milagros que se atribuyen a Cristo niño son
falsos e inventados por alguien. Si Cristo niño hubiera hecho milagros, Juan lo habría
conocido; y tampoco la demás multitud habría necesitado de Juan, como maestro que
se lo mostrara. Ahora bien: el mismo Bautista afirma haber venido: Para que Cristo se
manifestara a Israel. Por la misma causa decía: Yo debo ser bautizado por ti.
Después, por haberlo conocido con mayor claridad, lo anunciaba a las turbas
diciendo: Este es aquel de quien os dije: Viene detrás de mí un hombre que ha sido
constituido superior a mí. Porque el que me envió a bautizar en agua, y por lo mismo
me envió para que Él se manifestara a Israel, ese mismo, antes de la bajada del
Espíritu Santo, a él se lo reveló. Por tal motivo decía Juan antes de que Cristo llegara:
Viene detrás de mí un hombre que ha sido constituido superior a mí.
De manera que Juan no conocía a Jesús antes de que Este bajara al Jordán y
de que Juan bautizara a las turbas. En el momento en que Jesús iba a bautizarse lo
conoció por revelación del Padre al profeta; y porque al tiempo de su bautismo el
Espíritu Santo lo manifestó a los judíos, en favor de los cuales descendía. Para que
no se menospreciara el testimonio de Juan que decía: Fue constituido superior a mí y
que bautiza en el Espíritu y que juzgará al orbe de la tierra, el Padre da voces
proclamando a Jesús por Hijo suyo; y el Espíritu Santo llega y habla sobre la cabeza
de Cristo. Y pues Juan lo bautizaba y Cristo era bautizado, para que ninguno de los
presentes pensara que la voz se refería a Juan, se presentó el Espíritu Santo,
quitando así toda falsa opinión. Así que cuando Juan dice: Yo no lo conocía, esto
debe entenderse del tiempo pasado y no del próximo al bautismo. De otro modo
¿cómo podía decir Juan: Yo debo ser bautizado por ti, apartándolo del bautismo?
¿Cómo habría podido decir de El cosas tan excelentes?
Preguntarás: entonces ¿por qué no creyeron los judíos? Pues no fue
solamente Juan quien vio al Espíritu Santo en forma de paloma. Fue porque aun
cuando también ellos lo habían visto, este género de cosas no necesita únicamente
de los ojos corporales, sino mucho más de los ojos de la mente, para que se entienda
que no se trata de simples fantasmagorías. Si viéndolo más tarde hacer milagros y
tocando El con sus manos los cuerpos de los enfermos y de los muertos y dándoles
por este medio la vida y la salud, andaban aquéllos tan presos de la envidia que se
atrevían a afirmar lo contrario de lo que veían ¿cómo iban a dejar su incredulidad por
el solo hecho de la bajada del Espíritu Santo?
Hay quienes afirman que no todos lo vieron, sino solamente Juan y los mejor
dispuestos. Pues aun cuando el Espíritu Santo al descender en figura de paloma,
pudiera ser visto sensiblemente por cuantos estuvieran dotados de ojos, sin embargo
no había necesidad de que aquello se hiciera manifiesto a todos. Zacarías vio muchas
cosas en figuras sensibles y lo mismo Daniel y Ezequiel, más sin compañero alguno
en la visión. Moisés vio también muchas cosas, y tales cuales nunca nadie había
visto. Tampoco en la transfiguración del Señor en el monte se concedió a todos los
discípulos el contemplar aquella visión. Más aún: no todos participaron en ver la
resurrección, como lo dice claramente Lucas: A los testigos de antemano escogidos
por Dios .
Y yo lo vi y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios. ¿Cuándo dio
semejante testimonio de que Cristo era el Hijo de Dios? Lo llamó Cordero y dijo que
bautizaría en el Espíritu Santo; pero en ninguna parte afirmó ser Cristo el Hijo de Dios.
Y para después del bautismo, ninguno de los evangelistas escribe que lo haya dicho;
sino que omitiendo todo eso que sucedió en el intermedio, pasan a referir los milagros
obrados por Jesús tras del encarcelamiento de Juan. Lo que de aquí podemos
deducir conjeturando es que tanto ese dicho de Juan como otras muchas cosas las
pasaron en silencio, como lo significó nuestro evangelista al fin de su evangelio. Pues
tan lejos están de inventar de El cosas grandes, que todos concordes y
cuidadosamente narran lo que parecía ser oprobio; y no encontrarás que alguno de
ellos haya callado nada de eso. En cambio, omitieron muchos milagros, refiriendo
unos unos y otros otros; pero todos a la vez callaron muchos otros.
Y no sin motivo digo estas cosas, sino para rebatir la impudencia de los
gentiles. Pues a la verdad, aun sólo esto es ya suficiente para demostrar la exactitud
de los evangelistas en la materia, y que nada escribieron por simple favoritismo. Y
vosotros, carísimos, armados de estos argumentos y de otros parecidos, podéis
combatir contra los dichos gentiles. Pero... ¡atended! Sería un absurdo que el médico
tan activamente luchara según su arte, lo mismo que el peletero y el tejedor y los
demás profesionistas; y que en cambio el que es cristiano y como tal se profesa, no
pudiera decir ni siquiera una palabra en defensa de su fe. Y eso que las artes de esos
profesionistas, si se echan a un lado, solamente causan daño en el dinero; mientras
que estas otras, si se desatienden, ponen en peligro el alma y la matan. Y sin
embargo, tan míseros somos que todos los cuidados los ponemos en aquellas artes y
en cambio despreciamos como cosas de ningún valor estas otras que son necesarias
y operan nuestra salvación.
Esto es lo que impide que los gentiles fácilmente desprecien sus errores. Ellos,
apoyados en mentiras, echan mano de todos los medios para encubrir la vergüenza
de sus afirmaciones; y nosotros, los que profesamos la verdad, no nos atrevemos ni
aun a abrir la boca. Resulta de aquí que ellos arguyen y condenan nuestros dogmas
como cosas sin fundamento. Y tal es el motivo de que sospechen que lo nuestro se
reduce a falacias y necedades. Por eso blasfeman de Cristo y lo tratan de engañador
y charlatán, que se valió de la necedad de muchos para sus fraudes. Nosotros
tenemos la culpa de semejante blasfemia, pues no queremos despertar para defender
la religión con argumentos, sino que los hacemos a un lado como inútiles y nos
ocupamos exclusivamente de los negocios terrenos.
Los encariñados con un bailarín o con un auriga o con uno que combate con
las fieras, ponen todos los medios para que su preferido no salga vencido ni sea
inferior en los certámenes; y lo colman de alabanzas y se preparan para defenderlo
contra quienes lo vituperan, y a los contrarios los cargan de mil vituperios. Y cuando
se trata de defender el cristianismo, todos agachan la cabeza, muestran flojedad,
dudan; y si se les recibe con bromas y risas, se alejan. ¿De cuán grande indignación
no es digno esto? Tenéis a Cristo en menos que a un bailarín, pues para defender a
éste, preparáis miles de razones, aun cuando sea él hasta lo sumo desvergonzado; y
cuando se trata de los milagros de Cristo que atrajeron la admiración del orbe todo,
parece que ni aun pensáis en ellos ni para nada os cui-dáis de ellos.
Creemos en el Padre y en el Hijo y en el Espíritu Santo, en la resurrección de
los cuerpos y en la vida eterna. De modo que si alguno de los gentiles pregunta:
¿Quién es ese Padre, quién es ese Hijo, quién es ese Espíritu Santo para que a
nosotros nos acuséis de admitir multitud de dioses, qué le responderéis? ¿Cómo
resolveréis esta cuestión? Y ¿qué si callando nosotros proponen ellos otra pregunta y
dicen: En qué consiste esa resurrección? ¿Resucitaremos en nuestro cuerpo o en
otro? Si en el nuestro ¿qué necesidad hay de que muera? ¿Qué res-ponderéis a
esto? Y ¿qué si se os objeta: por qué Cristo no vino en los tiempos anteriores? ¿Es
que le pareció estar bien el acudir al género humano y cuidar de él ahora, pero lo
descuidó en todos los siglos anteriores? Y ¿qué si el gentil os examina en otras
muchas cosas semejantes? Porque no conviene aquí ahora amontonar otras muchas
dificultades y pasar en silencio las respuestas, no sea que esto haga daño a las
almas más sencillas. Las que acabamos de proponer son suficientes para sacudir
vuestro sueño.
En fin ¿qué sucederá si os pregunta esas cosas a vosotros que ni siquiera
queréis escuchar las que nosotros os decimos? Pregunto yo: ¿Acaso nos espera un
castigo pequeño siendo nosotros causa tan señalada del error para quienes yacen
sentados en las tinieblas? Quisiera yo, si me lo permitiera el tiempo de que disponéis,
traer aquí un execrable libro de un filósofo gentil, escrito contra nosotros; y aun el de
otro más antiguo aún, para por este medio suscitar vuestra atención y sacudir esa tan
gran desidia vuestra. Pues si esos filósofos anduvie-ran tan despiertos para atacarnos
¿qué perdón mereceremos si ignoramos el modo de redargüir y rechazar los dardos
en contra nuestra lanzados?
Mas ¿por qué nos hemos alargado en eso? ¿No escuchas al apóstol que dice:
Siempre dispuestos a dar razón a quienes preguntan acerca de la esperanza que
profesáis? Y la misma exhortación usa Pablo: Que la palabra de Cristo resida en
vosotros opulentamente . Pero ¿qué objetan a esto los hombres más desidiosos que
los zánganos?: ¡Bendita sea toda alma sencilla! Y también: Quien camina con
sencillez va seguro . Esta es la causa de todos los males: que muchos no saben usar
oportunamente los textos de la Sagrada Escritura. Pues en ese sitio no se entiende de
un necio ni de un ignorante que nada sabe, sino de aquel que no es perverso ni
doloso, sino prudente. Porque si el sentido fuera aquel otro, en vano nos diría: Sed
prudentes como las serpientes y sencillos como las palomas .
Mas ¿para qué continuar en este tema que de nada aprovechará? Porque
aparte de lo ya indicado, hay otras cosas pertinentes a las costumbres y modo de vivir
en que procedemos mal. En realidad, en todos aspectos somos míseros, somos
ridículos. Siempre dispuestos a corregir a los demás, somos perezosos para
enmendar aquello en que somos reprochables. Os ruego, pues, que atendiendo a
nosotros mismos, no nos detengamos en sólo lanzar reproches. No basta eso para
aplacar a Dios. Esforcémonos en mostrar en todos nuestros procederes un cambio en
forma excelentísima; de modo que viviendo para glorificar a Dios, gocemos de la
gloria futura también nosotros. Ojalá a todos nos acontezca conseguirla, por gracia y
benignidad del Señor nuestro Jesucristo, al cual sean la gloria y el poder por los
siglos de los siglos. —Amén.
SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (1), Homilía XVII
(XVI), Tradición México 1981, p. 137-46
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Aplicación· P. José A. Marcone, I.V.E.· San Juan Pablo II· S.S. Francisco, p.p.· P. Gustavo Pascual, I.V.E.. Enciclopedia Católica
P. Lic. José A. Marcone, I.V.E.
El testimonio del Bautista
(Jn.1,29-34)
Introducción
El evangelio de hoy nos presenta una hermosa escena de amor a Cristo, humildad y
magnanimidad. El protagonista de esta escena es Juan Bautista. Amor a Cristo,
porque en sus palabras se trasluce una alegría emocionada al señalarlo a Cristo a sus
discípulos, al hacerlo conocer a Cristo, al nombrarlo con los títulos con que lo
nombra. Humildad, porque sus discípulos van a dejarlo para seguir a Cristo; y porque
su figura va a eclipsarse con la aparición de Cristo. Magnanimidad, porque se requiere
grandeza de alma para reconocer con tanta convicción las virtudes de los demás,
como en este caso hace Juan Bautista de Cristo.
El quicio, gozne o pernio sobre el que se mueve todo el evangelio de hoy es el
testimonio que Juan Bautista hace de Cristo.
1. El Cordero de Dios
Ahora bien, concretamente, ¿cuál es el testimonio que Juan Bautista da de Jesús? Lo
dice claramente: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. ¿Por
qué Jesús es cordero y por qué quita el pecado?
En primer lugar, Juan Bautista llama a Jesús ‘cordero que quita el pecado del mundo’
en relación con el cordero que comieron los israelitas la noche en que fueron
liberados de la esclavitud de Egipto. Con la sangre de ese cordero los israelitas
marcaron sus puertas para que el ángel exterminador no los tocara, salvaran sus
vidas y pudieran liberarse de Egipto. Este rito de marcar la puerta con sangre para
salvarse es el símbolo de la sangre de Cristo que con su sangre los libera del pecado
y nos da la salvación eterna (Éx 12,6-14).
Luego ese ritual se va a realizar en el desierto y la simbología se verá reforzada. En
el desierto, el sacerdote entraba dentro de la Tienda de Reunión, que hacía las veces
de Santuario, con la sangre de un novillo, rociaba con sangre el altar y luego hacía lo
mismo con el pueblo. Es el símbolo de la sangre de Cristo que lava del pecado (Éx
24,5-8; cf. Mt 26,27-28). Luego el sacerdote soltaba vivo un macho cabrío y lo ofrecía
en holocausto fuera del campamento. Es símbolo de Cristo que se ofrece en sacrificio
y murió crucificado fuera la ciudad santa, Jerusalén (Éx 29,10-21).
Toda la fuerza y la eficacia de los sacrificios ofrecidos por el pueblo de Israel
en Egipto y en el desierto les vienen del sacrificio de Cristo, ya que el sacrificio del
cordero pascual era una figura del verdadero sacrificio que Cristo iba a realizar en la
cruz. El mismo San Juan se va a encargar de hacer notar esta relación cuando diga
de Cristo en cruz lo mismo que el libro del Éxodo decía del Cordero Pascual: “No se
le quebrará hueso alguno” (Éx 12,46; Jn 19,36).
El sacrifico de Cristo en la cruz, que había sido prefigurado por el sacrificio del
Cordero Pascual, será anticipado la noche del Jueves Santo, en la Última Cena,
cuando Jesucristo instituya el Santo Sacrificio de la Eucaristía. Aquella última cena de
Jesús se desarrolló durante la fiesta de Pascua y en el mismo momento en que se
sacrificaba el cordero pascual. La Eucaristía, la Santa Misa es la actualización del
mismo sacrificio de Cristo en la cruz y allí Jesús lava con su sangre el pecado de los
hombres. Y por eso, en el Rito de Comunión de la Santa Misa, el sacerdote, de la
misma manera que Juan el Bautista en el evangelio de hoy, señala a Cristo con
aquellas palabras: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.
Todo esto que acabamos de decir queda demostrado y corroborado por el uso
que del término “Cordero” se hace en el libro del Apocalipsis. Efectivamente,
numerosas veces se nombra a Cristo como el “Cordero degollado” en relación con la
purificación del pueblo a través de la sangre, es decir, el perdón de los pecados a
causa del sacrificio de Cristo. El texto más claro es el siguiente: “Entonces vi, de pie,
en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como
degollado; (…) Los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante
del Cordero. (…). Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y
abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres
de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un
Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra.» Y en la visión oí la voz de una multitud
de Ángeles alrededor del trono, de los Vivientes y de los Ancianos. Su número era =
miríadas de miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: «Digno es el
Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la
gloria y la alabanza.» Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del
mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: «Al que está sentado en el trono y
al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.» Y los
cuatro Vivientes decían: «Amén»; y los Ancianos se postraron para adorar” (Apoc 5,6-
14). Como puede verse con las palabras y frase que hemos puesto en cursiva y
subrayado, toda la gloria del Cordero proviene del hecho que ha sido degollado y con
su sangre compró un pueblo numeroso, es decir, redimió, lo cual quiere decir alcanzar
para el pueblo el perdón de los pecados. De hecho, la palabra ‘redimir’ proviene del
término latino ‘redempto’ que, etimológicamente significa ‘volver a comprar’ (ver
también otras citas del Apocalipsis: Apoc 13,8; 14,1-5; 15,3-4, etc.).
En segundo lugar, Juan Bautista llama a Cristo ‘el cordero de Dios que quita el
pecado del mundo’ haciendo referencia a la imagen del Siervo de Yahveh presentada
por el profeta Isaías. Isaías presenta al Mesías como aquel que carga los pecados del
mundo sobre sí y los redime siendo sacrificado como un cordero. Dice textualmente
Isaías respecto al Mesías: “El Señor hizo recaer sobre él la culpa de todos nosotros.
Siendo maltratado y humillado, no abrió su boca. Era como un cordero llevado al
matadero; y como una oveja delante de los que la trasquilan, no abrió su boca. Llevó
las culpas de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53,6-7.12)
Jesucristo es ese Mesías-cordero que es llevado al matadero de la cruz y cuyo
sacrificio nos redimirá de nuestros pecados. Jesús es aquel que sufre por nosotros,
en las dos acepciones de la preposición por: sufre a favor de nosotros y sufre en lugar
de nosotros.
“A la acción del Siervo del Señor corresponde la obra de Jesús, que entrega su vida
por mandato del Padre: ‘Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida (…). Nadie me
la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de
nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre’ (Jn 10,17-18). Levantado sobre
la cruz se va a convertir en signo de salvación (cf. Jn 3,14-15). Por lo tanto, la palabra
referida al Cordero de Dios hace alusión desde el inicio a la muerte de Jesús y a su
significado salvífico para el mundo entero”.
La primera lectura de hoy, tomada precisamente del profeta Isaías, se refiere a este
Siervo de Yahveh con estas palabras: “Y ahora, habla el Señor, el que me formó
desde el vientre materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a
Él y se le reúna Israel. (…) Él dice: «Es demasiado poco que seas mi Servidor para
restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; Yo te
destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines
de la tierra»” (Is 49,5.6).
Dice el P. Buela: “Pero, ¿por qué había elegido el Cordero como símbolo privilegiado?
¿Por qué se mostró incluso de ese modo en el Trono de la eterna gloria? Porque él
estaba libre de pecado y era humilde como un cordero; y porque él había venido para
dejarse llevar como cordero al matadero (Is 53,7)”.
2. El Hijo de Dios
Pero el testimonio de Juan Bautista no se reduce a decir que Jesús es el Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo. Juan Bautista completa su testimonio con esta
frase: “Yo lo he visto y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios” (Jn 1,34).
Al decir ‘Hijo de Dios’, Juan Bautista se refiere a la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad, es decir, al Verbo. De esta manera está haciendo referencia a la divinidad de
Jesucristo. Para Juan Bautista es muy importante reafirmar la divinidad de Jesucristo
y por eso es que lo subraya diciendo: “Él existía antes que yo” (Jn 1,30). Juan
Bautista sabía que él era seis meses mayor que Jesús en su nacimiento humano,
pero Jesús existía antes que él porque Jesús es Dios.
De esta manera completa el título de ‘Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo’. Este Cordero quita el pecado del mundo de un modo muy particular. No es
simplemente un hombre que sufre en lugar de otros. No es solamente alguien que
alcanza la misericordia para los demás. Es la misma misericordia, porque es Dios.
Eso significa que Juan Bautista lo llame Hijo de Dios. Precisamente porque es Dios
tiene poder para quitar el pecado del mundo.
“ ‘Yo vi y he dado testimonio que éste es el Hijo de Dios’ (Jn 1,34). De esta manera
Juan Bautista explica el fundamento de todo cuanto ha dado a conocer con
precedencia acerca de la posición y la obra de Jesús. Por el hecho de que Jesús es
el Hijo de Dios y vive desde la eternidad en comunión de igual dignidad con Dios, en
cuanto Cordero de Dios puede quitar el pecado de todo el mundo y donar, por medio
del bautismo en el Espíritu, la participación en la misma y propia vida con el Padre”.
Conclusión
“Al inicio y al final del cuarto Evangelio se pone de relieve el significado
irrenunciable del testimonio para poder acercarse y llegar a unirse a Jesús, el cual no
llega a ser conocido por medio de visiones, de inspiraciones interiores o de pruebas
externas (cfr Jn 1,41: Andrés a Pedro: “hemos encontrado el Mesías”; 1,45, Felipe a
Natanael; 19,35 “el que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido”, sobre la sangre y
el agua del costado) y son enviados para dar testimonio (cfr 17,18: “yo los envío” ;
20,21: “yo los envío”)”.
Jesús quiere ser conocido no a través de inspiraciones interiores o visiones,
sino a través del testimonio que los cristianos den de Jesús, a imitación de Juan
Bautista. Es imposible que el mundo conozca hoy a Jesús sin el testimonio de los
cristianos.
Pero ese testimonio es imposible hacerlo sin la experiencia de Jesús. Primero
debemos conocer a Jesús, experimentarlo y luego entonces estaremos en capacidad
de dar testimonio de Jesús.
¿Cómo se hace esa experiencia de Jesús? En primer lugar a través de la fe,
creyendo firmemente la frase del Credo: “Creo en Jesucristo su único Hijo, Nuestro
Señor, …”
En segundo lugar, a través del cumplimiento de su voluntad, cumpliendo con exactitud
sus diez mandamientos.
En tercer lugar, a través de la comunión de su Cuerpo en la Santa Misa. Es en ese
momento donde nosotros renovamos el mismo testimonio de Juan Bautista: “Éste es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Es en ese momento donde
nosotros nos unimos a Jesús estrechamente y hacemos una verdadera experiencia
de Cristo.
En cuarto lugar, a través de la oración, sobre todo la oración hecha en silencio
delante del Sagrario donde se guarda su Cuerpo o delante de la custodia cuando su
Cuerpo está expuesto para ser adorado. A través de la oración entramos en relación
con Jesús, conversamos con Él, adquirimos una vida de intimidad con Él y de esa
manera adquirimos un conocimiento que nos permitirá testimoniarlo.
La palabra ‘testigo’, en griego, se dice ‘mártir’. Solamente podemos ser verdaderos
testigos de Cristo si somos mártires. En el mundo de hoy que apostata de Cristo e
incluso se genera una ‘cristofobia’, solamente seremos verdaderos testigos si estamos
dispuestos a ser mártires.
_____________________________________________________________
En un buen castellano también podría decirse: “Todo el evangelio de hoy está
enquiciado, engoznado o empernado alrededor del testimonio que Juan Bautista hace
de Cristo” (cf. DRAE).
Stock, K., Gesù, il Figlio di Dio, Edizioni ADP, Roma, 1993, p. 28 – 29.
Dice la Biblia de Jerusalén en nota a Jn 1,29: “Uno de los símbolos principales de la
cristología joánica, cf. Ap.5,6.12, etc. funde en una sola realidad la imagen del ‘Siervo’
de Is. 53 que carga con el pecado de los hombres y se ofrece como ‘cordero
expiatorio (Lv 14), y el rito del cordero pascual (Ex.12,1+; cf. Jn.19,36: ‘No se le
quebrará hueso alguno’), símbolo de la redención de Israel. Cf. Hech 8,31-35: el
eunuco y Felipe Is 53; 1Cor 5,7: ‘Nuestro Cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado’;
1Pe 1,18-20: ‘Habéis sido rescatados (…) con una sangre preciosa, como de cordero
sin tacha y sin mancilla’”. Y en nota a Apoc 5,6 dice la misma Biblia de Jerusalén:
“Después de los títulos mesiánicos del v.5 (León de la tribu de Judá y retoño de
David), aparece aquí el título de Cordero que en el Apoc. se le dará a Cristo unas
treinta veces. Es el Cordero que ha sido inmolado para salvación del pueblo elegido,
cf. Jn 1,29+; Is 53,7. Lleva las huellas de su suplicio, pero está de pie, triunfante, cf.
Hech 7,55 (Esteban: “…vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra
de Dios”), vencedor de la muerte, 1,18 (“Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los
siglos de los siglos”), y por esto asociado a Dios como dueño de toda la humanidad,
v. 13 (todos los seres de la tierra aclaman: “Al que está sentado en el trono y al
Cordero, alabanza, honor, etc.”), etc.; cf. cap. 21-22; Rm.1,4+ (“constituido Hijo de
Dios con poder”; nota B. de J.: es Kyrios por su resurrección), etc. “El Mesías, León
para vencer, se hizo Cordero para sufrir” (Victorino de Pettau)”.
Buela, C., Las Bodas del Cordero, homilía pronunciada el 22 de febrero de 2006 en el
Monasterio "Beata Maria Gabriela de la Unidad", Roma.
Stock, K., Gesù, il Figlio..., p. 30.
Stock, K., Gesù, il Figlio..., p. 31.
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San Juan Pablo II
"La gracia y la paz delante de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (1 Cor
1,3).
El tiempo de Navidad, que hemos vivido hace poco, ha renovado en nosotros la
conciencia de que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). Esta
conciencia no nos abandona jamás; sin embargo, en este período se hace
particularmente viva y expresiva. Se convierte en el contenido de la liturgia, pero
también en el contenido de la vida cristiana, familiar y social. Nos preparamos
siempre para esta santa noche del nacimiento temporal de Dios mediante el Adviento,
tal como lo proclama hoy el Salmo responsorial: "Yo esperaba con ansia al Señor: Él
se inclinó y escuchó mi grito"(Sal 39/40,2).
Es admirable este inclinarse del Señor sobre los hombres. Haciéndose hombre, y
ante todo como Niño indefenso, hace que más bien nos inclinemos sobre Él, igual
que María y José, como los pastores, y luego los tres Magos de Oriente. Nos
inclinamos con veneración, pero también con ternura. ¡En el nacimiento terreno de su
Hijo, Dios se "adapta" al hombre tanto, que incluso se hace hombre!
Y precisamente este hecho se nos recuerda ahora, si seguimos el hilo del Salmo: nos
"puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios" (Sal 39/40,4). ¡Qué
candor se trasluce en nuestros cantos navideños! ¡Cómo expresan la cercanía de
Dios, que se ha hecho hombre y débil niño! ¡Que jamás perdamos el sentido profundo
de este misterio! Que lo mantengamos siempre vivo, tal como lo han transmitido los
grandes santos.
Lo expresa también el Profeta Isaías cuando proclama hoy en la primera lectura: "Mi
Dios fue mi fuerza" (Is 49,5). Y en la segunda lectura San Pablo se dirige a los
Corintios -y al mismo tiempo indirectamente a nosotros- como a "los consagrados por
Jesucristo, al pueblo santo que Él llamó" (1 Cor 1,2).
El reciente Concilio nos ha recordado la vocación de todos a la santidad. ¡Esta es
precisamente nuestra vocación en Jesucristo! Y es don esencial del nacimiento
temporal de Dios. ¡Al nacer como hombre el Hijo de Dios confiesa la dignidad del ser
humano, y a la vez le hace una nueva llamada, la llamada a la santidad!
¿Quién es Jesucristo?
El que nació la noche de Belén. El que fue revelado a los pastores y a los Magos de
Oriente. Pero el Evangelio de este domingo nos lleva una vez más a las riberas del
Jordán, donde después de 30 años de su nacimiento, Juan Bautista prepara a los
hombres para su venida. Y cuando ve a Jesús, "que venía hacia él", dice: "Éste es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).
Juan afirma que bautiza en el Jordán "con agua para que -Jesús de Nazaret- sea
manifestado a Israel" (Jn 1,31).
Nos habituamos a las palabras: "Cordero de Dios". Y, sin embargo, éstas son
simplemente palabras maravillosas, misteriosas, palabras potentes. ¡Cómo podían
comprenderlas los oyentes inmediatos de Juan, que conocían el sacrificio del cordero
ligado a la noche del éxodo de Israel de la esclavitud de Egipto!
¡El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo!
Los versos siguientes del Salmo responsorial de hoy explican más plenamente lo que
se reveló en el Jordán y a través de las palabras de Juan Bautista, y que ya había
comenzado la noche de Belén. El salmo se dirige a Dios con las palabras del
Salmista, pero indirectamente nos trae de nuevo las palabras del Hijo eterno hecho
hombre: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no
pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: Aquí estoy -como está escrito en mi libro-
para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero" (Sal 39/40,7-9).
Así habla, con las palabras del Salmo, el Hijo de Dios hecho hombre. Juan capta la
misma verdad en el Jordán, cuando señalándolo, grita: "Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29).
Hemos sido, pues, "santificados en Cristo Jesús". Y estamos "llamados a ser santos
con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo Señor nuestro"
(1 Cor 1,2).
Jesucristo es el Cordero de Dios, que dice de Sí mismo: "Dios mío, quiero hacer tu
voluntad, y llevo tu ley en las entrañas" (cf. Sal. 39/40, 9).
¿Qué es la santidad? Es precisamente la alegría de hacer la voluntad de Dios.
El hombre experimenta esta alegría por medio de una constante acción profunda
sobre sí mismo, por medio de la fidelidad a la ley divina, a los mandamientos del
Evangelio. E incluso con renuncias.
El hombre participa de esta alegría siempre y exclusivamente por medio de Jesucristo,
Cordero de Dios. ¡Qué elocuente es que escuchemos las palabras pronunciadas por
Juan en el Jordán, cuando debemos acercarnos a recibir a Cristo en nuestros
corazones y en la comunión eucarística!
Viene a nosotros el que trae la alegría de hacer la voluntad de Dios. El que trae la
santidad.
Escuchamos las palabras: "Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo". Y continuamente sentimos la llamada a la santidad.
Jesucristo nos trae la llamada a la santidad y continuamente nos da la fuerza de la
santificación. Continuamente nos da "el poder de llegar a ser hijos de Dios", como lo
proclama la liturgia de hoy en el canto del Aleluya.
Esta potencia de santificación del hombre, potencia continua e inagotable, es el don
del Cordero de Dios. Juan señalándolo en el Jordán, dice: "Éste es el Hijo de Dios"
(Jn 1,34), "Ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo" (Jn 1,33), es decir, nos
sumerge en ese Espíritu al que Juan vio, mientras bautizaba, "que bajaba del cielo
como una paloma y se posó sobre Él" (Jn 1,32). Éste fue el signo mesiánico. En este
signo, Él mismo, que está lleno de poder y de Espíritu Santo, se ha revelado como
causa de nuestra santidad: el Cordero de Dios, el autor de nuestra santidad.
¡Dejemos que Él actúe en nosotros con la potencia del Espíritu Santo!
¡Dejemos que Él nos guíe por los caminos de la fe, de la esperanza, de la caridad,
por el camino de la santidad!
¡Dejemos que el Espíritu Santo -Espíritu de Jesucristo- renueve la faz de la tierra a
través de cada uno de nosotros!
De este modo, resuene en toda nuestra vida el canto de Navidad.
(Domingo 18 de enero de 1981)
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S.S. Frncisco p.p.
Es hermoso este pasaje del Evangelio. Juan que bautizaba; y Jesús, que había sido
bautizado antes —algunos días antes—, se acercaba, y pasó delante de Juan. Y Juan
sintió dentro de sí la fuerza del Espíritu Santo para dar testimonio de Jesús.
Mirándole, y mirando a la gente que estaba a su alrededor, dijo: «Éste es el Cordero
de Dios, que quita el pecado del mundo». Y da testimonio de Jesús: éste es Jesús,
éste es Aquél que viene a salvarnos; éste es Aquél que nos dará la fuerza de la
esperanza.
Jesús es llamado el Cordero: es el Cordero que quita el pecado del mundo. Uno
puede pensar: ¿pero cómo, un cordero, tan débil, un corderito débil, cómo puede
quitar tantos pecados, tantas maldades? Con el Amor, con su mansedumbre. Jesús
no dejó nunca de ser cordero: manso, bueno, lleno de amor, cercano a los pequeños,
cercano a los pobres. Estaba allí, entre la gente, curaba a todos, enseñaba, oraba.
Tan débil Jesús, como un cordero. Pero tuvo la fuerza de cargar sobre sí todos
nuestros pecados, todos. «Pero, padre, usted no conoce mi vida: yo tengo un pecado
que..., no puedo cargarlo ni siquiera con un camión...». Muchas veces, cuando
miramos nuestra conciencia, encontramos en ella algunos que son grandes. Pero Él
los carga. Él vino para esto: para perdonar, para traer la paz al mundo, pero antes al
corazón. Tal vez cada uno de nosotros tiene un tormento en el corazón, tal vez tiene
oscuridad en el corazón, tal vez se siente un poco triste por una culpa... Él vino a
quitar todo esto, Él nos da la paz, Él perdona todo. «Éste es el Cordero de Dios que
quita el pecado»: quita el pecado con la raíz y todo. Ésta es la salvación de Jesús,
con su amor y con su mansedumbre. Y escuchando lo que dice Juan Bautista, quien
da testimonio de Jesús como Salvador, debemos crecer en la confianza en Jesús.
Muchas veces tenemos confianza en un médico: está bien, porque el médico está
para curarnos; tenemos confianza en una persona: los hermanos, las hermanas, nos
pueden ayudar. Está bien tener esta confianza humana, entre nosotros. Pero
olvidamos la confianza en el Señor: ésta es la clave del éxito en la vida. La confianza
en el Señor, confiémonos al Señor. «Señor, mira mi vida: estoy en la oscuridad, tengo
esta dificultad, tengo este pecado...»; todo lo que tenemos: «Mira esto: yo me confío a
ti». Y ésta es una apuesta que debemos hacer: confiarnos a Él, y nunca decepciona.
¡Nunca, nunca! Oíd bien vosotros muchachos y muchachas que comenzáis ahora la
vida: Jesús no decepciona nunca. Jamás. Éste es el testimonio de Juan: Jesús, el
bueno, el manso, que terminará como un cordero, muerto. Sin gritar. Él vino para
salvarnos, para quitar el pecado. El mío, el tuyo y el del mundo: todo, todo.
Y ahora os invito a hacer una cosa: cerremos los ojos, imaginemos esa escena, a la
orilla del río, Juan mientras bautiza y Jesús que pasa. Y escuchemos la voz de Juan:
«Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». Miremos a Jesús en
silencio, que cada uno de nosotros le diga algo a Jesús desde su corazón. En
silencio.
Que el Señor Jesús, que es manso, es bueno —es un cordero—, y vino para quitar
los pecados, nos acompañe por el camino de nuestra vida. Así sea.
(Visita pastoral a la parroquia romana "Sacro Cuore di Gesù a castro pretorio",
Domingo 19 de enero de 2014)
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P. Gustavo Pascual, I.V.E.
Cordero y Siervo y de Yahveh
Jn 1, 29-34
Jerusalén es el monte donde Dios provee.
Abrahán tuvo un hijo que se llamó Isaac, hijo de Sara, hijo de la promesa. Dios mandó
a Abrahán sacrificar en su honor a su único hijo en el monte Moria. Yendo Abrahán
con su hijo hacia el monte le preguntó Isaac dónde estaba el cordero para el
holocausto y Abrahán le respondió: Dios proveerá. Cuando Abrahán iba a degollar a
su hijo, siguiendo el mandato de Dios, el ángel lo detuvo y Dios se complació en la
obediencia del Patriarca. Encontraron providencialmente en aquel lugar un cordero
para el sacrificio.
Isaac es figura de Cristo. Isaac cargó con la leña para el holocausto como Cristo con
la cruz, pero Isaac fue perdonado, Cristo no. El holocausto de Isaac no aplacaría a
Dios como tampoco los millones de corderos que Israel inmolaría en su historia. No
aplacan porque no cumplen las condiciones de la verdadera víctima que tiene que ser
de la misma naturaleza que los rescatados, estar libre de pecado y ofrecerse
voluntariamente.
El cordero de la pascua también es figura de Cristo. Su sangre libró a los israelitas del
ángel exterminador en Egipto y liberó al pueblo de la esclavitud pero esta era una
liberación terrenal figura de la verdadera liberación. La Pascua instituida
conmemoraba el paso del mar rojo y la liberación.
Dios proveyó la víctima y la víctima se entregó en holocausto en el monte de Dios
provee. Esa víctima fue Jesús, el Hijo Único del Padre, que voluntariamente se
entregó por nosotros siendo inocente.
En el Evangelio de hoy Juan da testimonio de este Cordero que Dios provee a los
hombres. “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Juan lo
señala porque lo conocía. El que envió a bautizar a Juan le dio la señal “Aquel sobre
quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu
Santo”. Y “he visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba
sobre él”. Juan da testimonio de Jesús y testifica también lo que ha oído al bautizar,
que es el Hijo de Dios.
Juan lo llama ese día Cordero de Dios y hará lo mismo al día siguiente. “Cordero de
Dios que quita el pecado del mundo”.
Señala este nombre dos aspectos de Jesús: primero, el de cargar con los pecados
del mundo y segundo, el de liberar a los hombres del pecado.
El primero es señalado en los cantos del Siervo de Yahvé de Isaías: “como cordero
llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores”, señalando el aspecto
de mansedumbre de Jesús durante su vida y en especial en su Pasión “Yahvé
descargó sobre él la culpa de todos nosotros”, sacrificio vicario de Cristo para renovar
la definitiva y eterna alianza.
El segundo es figurado en el cordero pascual cuya sangre liberó a los israelitas de la
esclavitud. Jesús es el cordero inocente que nos libera del pecado. Es el que nos
hace salir de las tinieblas para entrar al reino de la luz, aspecto también profetizado
por Isaías respecto al Siervo de Yahvé: “te voy a poner por luz de las gentes, para
que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”.
En Cristo, el Cordero de Dios que carga los pecados del mundo, se unen ambos
aspectos, pues, cargó con nuestros pecados como Isaac con la leña del holocausto y
fue ofrecido en sacrificio por nuestra libertad, “él soportó” el castigo que nos trae la
paz; “con sus cardenales hemos sido curados”. “Fue arrancado de la tierra de los
vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido”. Por su luz iluminó nuestras
vidas. Iluminación por su enseñanza y también por su muerte en cruz, pues el pecado
oscurece la mente.
Dios proveyó la víctima y el monte Moria, luego del sacrificio de Abraham, fue “monte
de Dios proveyó” y finalmente después del sacrificio de Cristo es el “monte de la
visión de paz”, pues allí nace la Nueva Jerusalén.
En el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo hay una respuesta al problema
del mal en el mundo. El inocente que muere por amor a otros. El Hijo Único y amado
del Padre es entregado, por amor, a los hijos rebeldes y malos, desagradecidos. En la
muerte del cordero inocente hay un augurio de final feliz. El dolor es vencido por el
gozo. A la muerte sucede la resurrección. A las tinieblas sigue la luz.
Así obra Dios, aunque el porqué de su obrar se encuentra, en el misterio de su
sabiduría infinita.
_________________________________________________
Gn 22, 14; Cf. v. 8
Gn 22, 2. Colina donde se levantó el templo de Jerusalén. Nota de Jsalén.
Ex 12, 29 s
Lc 3, 2
Jn 1, 36
Is 53,7
Is 49, 6
Is 53, 5
Is 53, 8
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Enciclopedia Católica
Cordero (en el Simbolismo Cristiano Primitivo)
Uno de los pocos símbolos Cristianos procedentes del primer siglo es el del Buen
Pastor llevando sobre sus hombros un cordero o una oveja, con otras dos ovejas a su
lado. Entre los siglos primero y cuarto fueron pintados ochenta y ocho frescos de este
tipo en las Catacumbas Romanas. Según la interpretación de Wilpert, el significado
que puede ser asociado a este símbolo, es el que sigue. El cordero u oveja sobre los
hombros del Buen Pastor es un símbolo del alma de los difuntos llevada por Nuestro
Señor al cielo; mientras que las dos ovejas que acompañan al Pastor representan los
santos que ya gozan de la felicidad eterna. Esta interpretación está en armonía con
una antigua oración litúrgica por los difuntos del siguiente tenor: "Te rogamos Dios . .
. que seas misericordioso con él en el juicio, habiéndolo redimido por tu muerte, líbralo
del pecado, y reconcílialo con el Padre. Se para él el Buen Pastor y llévalo sobre tus
hombros [al redil] Recíbelo en el Reino venidero, y concédele participar en el gozo
eterno de la Sociedad de los santos" (Muratori, "Lit. Rom. Vet.", I, 751). En los frescos
de las catacumbas esta petición está representada como ya cumplida; el difunto está
en compañía de los santos.
(…)
El cordero, u oveja, símbolo, entonces, del primer tipo descrito, tiene siempre, en
todas las pinturas de catacumbas y en sarcófagos del siglo cuarto, un significado
asociado con la condición del difunto después de muerto. Pero en la nueva era
iniciada por Constantino el Grande, el cordero aparece en el arte de las basílicas con
un significado totalmente nuevo. El esquema general de la decoración absidal con
mosaico en las basílicas que se construyen por todas partes tras la conversión de
Constantino, se asemeja en lo fundamental a lo descrito por San Paulino como
existente en la Basílica de San Felix de Nola. "La Trinidad resplandece en su misterio
pleno", el santo nos dice: "Cristo es representado mediante la figura de un cordero; la
voz del Padre truena desde el cielo; y el Espíritu Santo es derramado a través de la
paloma. La Cruz está rodeada por un círculo de luz como por una corona. La corona
de esta corona son los mismos apóstoles, que son representados por un coro de
palomas. La Divina unidad de la Trinidad es resumida en Cristo. La Trinidad tiene al
mismo tiempo sus propias representaciones; Dios es representado por la voz
paternal, y por el Espíritu; la Cruz y el Cordero significan la Víctima Santa. El fondo de
púrpura y las palmas significan la realeza y el triunfo. Sobre la roca está de pie aquel
que es la Roca de la Iglesia, de la que fluyen las cuatro fuentes murmurantes, los
Evangelistas, ríos vivos de Cristo" (San Paulino, "Ep. xxxii, ad Severum", sect. 10, P.
L. LXI, 336). El Divino Cordero era normalmente representado en los mosaicos
absidales de pie sobre el monte místico desde donde fluyen los cuatro arroyos del
Paraíso simbolizando a los Evangelistas; doce ovejas, seis a cada lado, eran además
representadas, viniendo desde las ciudades de Jerusalén y Belén (indicadas por
pequeñas casas en los extremos de la escena) y marchando hacia el cordero. La
zona inferior, no existente en la actualidad, del famoso mosaico del siglo cuarto de la
iglesia de Sta. Pudenciana de Roma, originalmente representaba el cordero sobre la
montaña y probablemente también las doce ovejas; el mosaico absidal del siglo sexto
de los Sts. Cosme y Damián existente en Roma, da una buena idea de la manera en
que se representaba este tema.
Según el "Liber Pontificalis", Constantino el Grande regaló al baptisterio Laterano, que
él fundó, una estatua de oro de un cordero derramando agua que fue emplazada
entre dos estatuas de plata de Cristo y San Juan Bautista; el Bautista estaba
representado portando un rollo inscrito con las palabras: "Ecce Agnus Dei, ecce qui
tollit peccata mundi." Desde el siglo quinto, la cabeza del cordero empezó a ser
rodeada por la aureola. Diversos monumentos también muestran al cordero con su
cabeza coronada por varias formas de Cruz; un monumento descubierto por de Vogüé
en la Siria Central muestra al cordero con la Cruz sobre sus espaldas.
El siguiente paso en el desarrollo de la idea de asociar la Cruz con el cordero aparece
en un mosaico del siglo sexto de la Basílica Vaticana que representaba al cordero
sobre un trono, a los pies de una Cruz adornada con gemas. Del costado traspasado
de este cordero, fluía sangre en un cáliz desde donde a su vez se distribuía en cinco
chorros, recordando las cinco llagas de Cristo. Finalmente, otro monumento del siglo
sexto, formando parte en la actualidad del ciborio de San Marcos, en Venecia,
presenta una escena de crucifixión con los dos ladrones crucificados, mientras que
Cristo es representado como un cordero, permaneciendo erguido sobre la unión de
los maderos. Uno de los más interesantes monumentos mostrando al Divino Cordero
de variadas maneras es el sarcófago de Junius Bassus (m. 358). En cuatro de los
tímpanos entre los nichos aparece levantando a Lázaro, por medio de un bastón,
desde la tumba; siendo bautizado por otro cordero, con una paloma sobrevolando la
escena; multiplicando los panes, en dos cestos, mediante el toque con un bastón;
unido a otros tres corderos. Otras dos escenas muestran un cordero recibiendo las
Tablas de la Ley en el Monte Sinaí y golpeando una roca de la que fluye un chorro de
agua. Por tanto en esta serie, el cordero es un símbolo, no sólo de Cristo, sino
también de Moisés, del Bautista, y de los tres Jóvenes en el horno ardiente. El fresco
del cementerio de Praetextatus, mostrando a Susana como un cordero entre dos
lobos (los ancianos), es otro ejemplo del cordero como símbolo de un creyente
ordinario.
Traducido por Juan I. Cuadrado
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Directorio Homilético
Segundo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 604-609: Jesús, el Ángel de Dios que quita el pecado del mundo
CEC 689-690: la misión del Hijo y del Espíritu Santo
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio
sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por
nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros
pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo,
siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 8).
605 Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es
sin excepción: "De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que
se pierda uno de estos pequeños" (Mt 18, 14). Afirma "dar su vida en rescate por
muchos" (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la
humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5,
18-19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2 Co 5, 15; 1 Jn 2, 2), enseña que
Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: "no hay, ni hubo ni habrá
hombre alguno por quien no haya padecido Cristo" (Cc Quiercy en el año 853: DS
624).
III CRISTO SE OFRECIO A SU PADRE POR NUESTROS PECADOS
Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre
606 El Hijo de Dios "bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la del Padre
que le ha enviado" (Jn 6, 38), "al entrar en este mundo, dice: ... He aquí que vengo ...
para hacer, oh Dios, tu voluntad ... En virtud de esta voluntad somos santificados,
merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo" (Hb 10, 5-
10). Desde el primer instante de su Encarnación el Hijo acepta el designio divino de
salvación en su misión redentora: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha
enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4, 34). El sacrificio de Jesús "por los pecados del
mundo entero" (1 Jn 2, 2), es la expresión de su comunión de amor con el Padre: "El
Padre me ama porque doy mi vida" (Jn 10, 17). "El mundo ha de saber que amo al
Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14, 31).
607 Este deseo de aceptar el designio de amor redentor de su Padre anima toda la
vida de Jesús (cf. Lc 12,50; 22, 15; Mt 16, 21-23) porque su Pasión redentora es la
razón de ser de su Encarnación: "¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a
esta hora para esto!" (Jn 12, 27). "El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a
beber?" (Jn 18, 11). Y todavía en la cruz antes de que "todo esté cumplido" (Jn 19,
30), dice: "Tengo sed" (Jn 19, 28).
"El cordero que quita el pecado del mundo"
608 Juan Bautista, después de haber aceptado bautizarle en compañía de los
pecadores (cf. Lc 3, 21; Mt 3, 14-15), vio y señaló a Jesús como el "Cordero de Dios
que quita los pecados del mundo" (Jn 1, 29; cf. Jn 1, 36). Manifestó así que Jesús es
a la vez el Siervo doliente que se deja llevar en silencio al matadero (Is 53, 7; cf. Jr
11, 19) y carga con el pecado de las multitudes (cf. Is 53, 12) y el cordero pascual
símbolo de la Redención de Israel cuando celebró la primera Pascua (Ex 12, 3-14;cf.
Jn 19, 36; 1 Co 5, 7). Toda la vida de Cristo expresa su misión: "Servir y dar su vida
en rescate por muchos" (Mc 10, 45).
Jesús acepta libremente el amor redentor del Padre
609 Jesús, al aceptar en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres,
"los amó hasta el extremo" (Jn 13, 1) porque "Nadie tiene mayor amor que el que da
su vida por sus amigos" (Jn 15, 13). Tanto en el sufrimiento como en la muerte, su
humanidad se hizo el instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la
salvación de los hombres (cf. Hb 2, 10. 17-18; 4, 15; 5, 7-9). En efecto, aceptó
libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre
quiere salvar: "Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente" (Jn 10, 18). De aquí
la soberana libertad del Hijo de Dios cuando él mismo se encamina hacia la muerte
(cf. Jn 18, 4-6; Mt 26, 53).
I LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU
689 Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo
(cf. Ga 4, 6) es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable
de ellos, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el
mundo. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e individible,
la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre
envía su Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el
Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Sin ninguna duda, Cristo es quien se
manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.
690 Jesús es Cristo, "ungido", porque el Espíritu es su Unción y todo lo que sucede
a partir de la Encarnación mana de esta plenitud (cf. Jn 3, 34). Cuando por fin Cristo
es glorificado (Jn 7, 39), puede a su vez, de junto al Padre, enviar el Espíritu a los que
creen en él: El les comunica su Gloria (cf. Jn 17, 22), es decir, el Espíritu Santo que lo
glorifica (cf. Jn 16, 14). La misión conjunta y mutua se desplegará desde entonces en
los hijos adoptados por el Padre en el Cuerpo de su Hijo: la misión del Espíritu de
adopción será unirlos a Cristo y hacerles vivir en él:
La noción de la unción sugiere ...que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el
Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción
del aceite ni la razón ni los sentidos conocen ningún intermediario, así es inmediato el
contacto del Hijo con el Espíritu... de tal modo que quien va a tener contacto con el
Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente con el óleo. En efecto, no
hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la
confesión del Señorío del Hijo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la
aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la
fe (San Gregorio Niceno, Spir. 3, 1).
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cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan
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