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DE CIEZA A FERNANDO POO. Guinea Ecuatorial fue provincia española. Uno de enero del año 2012. -¿Quieres escribir mi vida en Guinea Ecuatorial?, -me preguntó Enrique nada más comenzar el año. Mi respuesta fue un -vale- sin estar segura de lo que me estaba pidiendo, pero era imposible decirle que no. De eso sí estaba segura. El año comenzó en Murcia con un sol espléndido, apenas hacía frío y el silencio y la calma invadían el ambiente. Enrique se había levantado temprano, estaba barriendo la entrada de la casa de su hijo (que también es mi casa) donde, como otros años, había pasado la Nochevieja. En cuanto le vi, le dije que dejase la escoba, que los vecinos podían pensar que lo utilizábamos como mano de obra barata. Se rió y siguió con su tarea. En cuestión de minutos nos pusimos un café en la cocina y comenzamos a charlar un rato de todo un poco; del espléndido día que hacía, del año que acaba de empezar, de lo bueno que estaba el café por la mañana... cuando de repente me hizo “la pregunta”, me dijo si quería escribir su historia en Guinea Ecuatorial.

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DE CIEZA A FERNANDO POO.

Guinea Ecuatorial fue provincia española.

Uno de enero del año 2012. -¿Quieres escribir mi vida en Guinea Ecuatorial?, -me preguntó Enrique nada más comenzar el año.Mi respuesta fue un -vale- sin estar segura de lo que me estaba pidiendo, pero era imposible decirle que no. De eso sí estaba segura.

El año comenzó en Murcia con un sol espléndido, apenas hacía frío y el silencio y la calma invadían el ambiente. Enrique se había levantado temprano, estaba barriendo la entrada de la casa de su hijo (que también es mi casa) donde, como otros años, había pasado la Nochevieja. En cuanto le vi, le dije que dejase la escoba, que los vecinos podían pensar que lo utilizábamos como mano de obra barata. Se rió y siguió con su tarea. En cuestión de minutos nos pusimos un café en la cocina y comenzamos a charlar un rato de todo un poco; del espléndido día que hacía, del año que acaba de empezar, de lo bueno que estaba el café por la mañana... cuando de repente me hizo “la pregunta”, me dijo si quería escribir su historia en Guinea Ecuatorial.

Enrique sabe que escribo desde un tiempo y sobre todo sabe que siempre voy a hacer todo lo que esté en mi mano por él. Jugó con ventaja, una ventaja de la que hoy doy gracias todos los días.

Durante todos los años que le conozco, ha hecho mención a Guinea Ecuatorial en numerosas ocasiones como una parte más de su vida, pero hoy Guinea ha sonado distinta, hoy ha sonado a nostalgia, a añoranza y sobre todo a tristeza.

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Quiere contar su vida en Guinea Ecuatorial, y yo se la voy a escribir. Lo que no me esperaba -¿o sí?-, era que íbamos a empezar ese mismo día...

Enrique es mi suegro, tiene ochenta y dos años y no puede estarse quieto, algo que actualmente le preocupa a toda su familia. Su espíritu es el de una persona de cuarenta años, yo ya he entendido que siempre será así.

Y así empieza su historia. Después de pasar la Nochevieja en familia, decidimos contar una aventura real y entrañable, una historia personal y “otra” historia que todos los españoles deberían conocer y apenas conocen: Guinea Ecuatorial fue provincia española y como tal parte de España. Allí vivieron, trabajaron y murieron muchísimos españoles, pero lo más importante es que también nacieron muchos de ellos. Gracias a este hecho, Guinea Ecuatorial siempre formará parte de España.

Guinea Ecuatorial es uno de los países más pequeños de África central, está situado en el Golfo de Guinea y al igual que España, se divide en una parte continental conocida como Mbini o Río Muni y otra insular, la isla de Bioko, (hasta hace unos años llamada Fernando Poo), es aquí donde se encuentra su capital Malabo, (también llamada anteriormente Santa-Isabel).

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Cuando Guinea dejó de ser provincia española todo cambio, hasta los nombres de sus ciudades. Incluso durante un tiempo se llamó “Isla de Francisco Macías”, pero este nombre solamente fue un delirio del entonces autoproclamado presidente vitalicio del país, Francisco Macías Nguema. Se llama Guinea Ecuatorial por su cercanía al Ecuador y al Golfo de Guinea. Su idioma sigue siendo el español. En 1926 ambos territorios, el continental y el insular se unieron para convertirse en la colonia española de Guinea Ecuatorial y en 1958 pasó a ser provincia española, hasta su independencia el 12 de octubre de 1.968.

Durante diez años fue PROVINCIA ESPAÑOLA, actualmente hay muchísimos españoles cuyo documento nacional de identidad dice:

-Lugar de nacimiento: Santa Isabel -Provincia: Fernando Poo-Lugar de nacimiento: Bata -Provincia: Río Muni

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Con este libro queremos recordar una parte muy reciente de la historia de España que es Guinea Ecuatorial, una historia muy importante para todos los que la vivieron, para españoles y para ecuatoguineanos. Queremos que esta historia se conozca ya que parece haber caído en el olvido. Queremos que los niños, los jóvenes y los ya no tan jóvenes sepan que durante diez años en España hubo una provincia que fue Guinea Ecuatorial, y que todos sepan que este pueblo siempre, -repito-, siempre, formará parte del nuestro. A estas alturas de la vida, a Enrique los años le dan el derecho a hablar de Guinea desde el corazón, sin medir sus palabras.Guinea Ecuatorial, un país en el que pasó los mejores años de su vida, en el que vio nacer a cuatro de sus cinco hijos, en el que enterró a un hermano, y en el que dejó amigos; amigos negros, de los que hoy habla con melancolía y un profundo respeto.

Blancos y Negros viviendo juntos.

A lo largo de todas las reuniones mantenidas con él, han sido reiteradas las veces en las que le he preguntado sobre el racismo, un tema del que inevitablemente teníamos que hablar. La población ecuatoguineana es negra, como su madera de ébano, y la población española, blanca, pero Enrique no siente el racismo, su opinión respecto a este tema siempre ha sido la misma:

-Yo no te digo que no lo hubiese, pero yo no lo he vivido, hay buenas y malas personas blancas y buenas y malas personas negras y así con todas las razas-.

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Para él, el color de la piel es como ser rubio o moreno, alto o bajo, gordo o flaco... no tiene ninguna connotación más que la de ser un rasgo físico. Desconoce el “sentimiento racista”.

Con esta sencillez me aclara un tema sobre el que se han escrito millones y millones de páginas, un tema que incluso actualmente es uno de los grandes problemas de la humanidad.

A lo largo de la historia, han sido muchas las declaraciones de guerra que hemos firmado en nombre de ¿¿¿??? quién sabe y para defender ¿¿¿???.El racismo ha sido eso, una declaración más de guerra en contra de nosotros mismo, un grave problema todavía hoy sin resolver, un mal sentimiento que genera otros peores, aunque es mejor no centrarse en ello. Si sentimos que ser blanco o negro no es más que una característica física del ser humano, el racismo desaparecería. Enrique sabe que el problema racista existe pero no lo entiende, él dice que el racismo fue un invento del ser humano para combatir su miedo a lo diferente o desconocido. Sabemos que la Tierra esta repleta de razas y etnias distintas y que ninguna es mejor ni peor que otra, solo distintas, entonces -¿de qué sirve el racismo sino para esconder nuestros temores?-

Guinea Ecuatorial, ese pequeño país de África, está en su alma, el color verde es Guinea, la madera es Guinea, el café, el cacao, el valle de Moka, el puerto de Santa Isabel, la Catedral, la Plaza de España, Punta Fernanda, Bata... su gente, entre los que Enrique se incluye como uno más. El tiempo que

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estuvo allí le otorga ese derecho y que alguien hoy se atreva a decirle lo contrario.

CAPITULO 1. DE CAMINO A GUINEA ECUATORIAL.

Enrique Navarro Rodríguez, nació en Cieza, provincia de Murcia y pasó veintitrés años de su vida en Guinea Ecuatorial, desde 1946 al 1968.

Dos años antes llegó su padre, Patricio Navarro García, natural de Águilas (Murcia). Patricio trabajaba en Cieza de tornero mecánico, estaba casado y tenía cinco hijos, entre ellos Enrique, era el año 1944.

España sufría la posguerra civil española, el acontecimiento histórico más vergonzoso de este país. En Europa se vivía la segunda guerra mundial, el panorama no era muy alentador para un padre de familia numerosa, así que pesé a tener trabajo en Cieza, decidió emigrar a Guinea Ecuatorial.

Un amigo de Patricio –Joaquín- se encontraba ya trabajando en aquellas tierras africanas y habitualmente le escribía animándole a que se marchara para allá. Le contaba que allí se ganaba más dinero y se vivía mejor. Durante un tiempo,

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Patricio pensó en la posibilidad de ir a África hasta que quedó plenamente convencido de ello y lo llevó a cabo. Así, un buen día Patricio habló con su mujer –Lorenza- la cual estuvo de acuerdo, arregló la documentación necesaria para el viaje y se embarcó rumbo Guinea Ecuatorial junto a su hijo mayor y un amigo –Carmelo- dejando en España al resto de su familia. Joaquín le busco trabajo en Guinea en la empresa Transportes Reunidos. Esta empresa era de Cobatillas, (Murcia) y allí estuvo hasta su jubilación en 1963. Patricio siempre destacó por ser un hombre discreto, su vida en Guinea fue fácil y sencilla, trabajaba, salía poco y cuando lo hacía era porque Lorenza, -le obligaba-, a ella sí le gustaba mucho salir al cine, a cenar, a bailar... pero Patricio prefería pasear y leer novelas de Marcial Lafuente Estefanía.Cuándo se jubiló volvió a España, a Cieza, fue en noviembre de 1963. Enrique recuerda claramente esta fecha porque días después de la vuelta de su padre a España, se produjo un acontecimiento histórico fatídico: el asesinato de John F. Kennedy, -¡la memoria de Enrique es sorprendente!-.

Durante los años en los que Patricio estuvo solo en Guinea, Enrique, su madre y el resto de sus hermanos vivían en Cieza la posguerra española, una situación lamentable para los españoles, pero el hecho de que Patricio trabajase allí, hizo que en apenas dos años todos pudieran marchar para África.

Enrique era un adolescente cuando esto ocurre, pero debido a su carácter siempre optimista, estaba deseando ver a su padre y a su hermano, conocer

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Guinea y adentrarse en lo que sería su nueva vida; imposible imaginarse en esos momentos, lo que Guinea Ecuatorial significaría para él.

Y un día soleado del mes de marzo de 1946 y tras despedirse de sus más allegados, Enrique y su familia partieron en tren desde Cieza hasta Agres, (Valencia), desde Agres hasta Valencia capital donde esperarían tres días hasta la llegada del barco que les llevaría a Guinea Ecuatorial, una preciosa motonave de nombre Dómine.

El Dómine era un buque de mercancías y pasajeros construido en Bilbao (España) en 1934 de la Compañía Trasmediterránea, con 124 metros de eslora y 16,46 metros de manga. Se le llamó así en honor al primer presidente de la citada Compañía, Juan José Dómine. Hasta que el Dómine apareció ante sus ojos, Enrique no había visto nunca un barco tan inmenso y tan bonito. El Dómine tuvo un hermano gemelo llamado Fernando Poo, ambos se construyeron para cubrir la línea del Golfo de Guinea, cada uno tenía una capacidad para 400 personas con una tripulación de otras cien personas más. Este fue el barco en el que viajó durante la mayoría de sus trayectos de España a Guinea Ecuatorial y viceversa, recuerda que excepto en una sola ocasión, siempre fue el mismo barco, el gran Dómine. Tras pasar tres días en Valencia, en los que aprovecharon para conocer la ciudad, Enrique y su familia embarcaron en el Dómine con destino a Cádiz, de Cádiz a Las Palmas de Gran Canarias, de Las Palmas de Gran Canaria a Tenerife, de Tenerife a Monrovia (Liberia) y desde allí a Santa Isabel, en ese momento capital de Guinea Ecuatorial. En todos

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los puertos en los que el Dómine atracaba subían pasajeros con destino a Guinea Ecuatorial.

Para un adolescente como él, esto era una gran aventura, con destino final África.El viaje duró 18 días y fue costeado por Transportes Reunidos, la empresa donde trabajaba Patricio. Viajaban en segunda clase y todo les pareció perfecto. El Dómine era un buque espectacular y más para un niño como él, esos dieciocho días fueron unas minivacaciones en las que se dedicó a conocer a otros chicos de su edad con el único fin de compartir juegos y no aburrirse. Relacionarse con otras personas siempre le ha sido muy fácil por lo que enseguida encontró amigos en el barco.

Recuerda con la indignación de aquel momento, cómo un día, un miembro de la tripulación les llamó la atención por jugar a la pelota en una de las cubiertas, les informó que en el barco no se podía jugar al balón, esto fue una gran desilusión para él y sus amigos, aunque la explicación que les dio fue bastante convincente. El marinero, les dijo que si se les caía el balón por la borda era imposible parar para recogerlo. -¡Tenía su lógica!-, pensaron todos, y a pesar de no simpatizar con dicha norma la acataron sin rechistar.

-¡Si no el mar estaría lleno de balones!-, pensó Enrique. Esa sería su última conclusión...

-¡Pero si se podía jugar al ping-pong!- me dice, a eso sí, aunque la regla fuese la misma. Si se caía una pelota de ping-pong por la borda, nadie iba a parar a recogerla, y aunque la probabilidad de que esto ocurriese era bastante menor que la del balón,

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algunas cayeron. De todas formas, a Enrique nunca le importó mucho esto, cuenta que como no era bueno jugando al ping-pong, cuantas más pelotas caían al mar, menos partidas perdía él.

Esto mismo se lo decía a sus amigos, los cuales se reían mucho con sus ocurrencias.Al escondite también jugaban muchísimo, por el barco encontraban infinidad de lugares donde hacerlo. El lugar preferido eran los botes salvavidas, siempre había alguien escondido en algún bote. También pasaban horas intercambiando cromos, y cuando llegaba la tarde se reunían a contar infinidad de historias entre ellos.

Una de sus aficiones favoritas de era leer tebeos, los devoraba, más que una afición era un vicio. Sus preferidos: El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín, Carpanta y ¡cómo no!, al igual que su padre, le encantaban las aventuras de Marcial Lafuente Estefanía. Estos tebeos eran típicos de la época y distrajeron a toda una generación con sus aventuras.

Pero la mayor distracción en el Dómine era ver saltar a los delfines desde la proa, ahí todos los pasajeros pasaban el tiempo sin darse cuenta, esas escenas eran todo un espectáculo.

Aunque realmente, lo que más le gustaba era comer, hoy sigue siendo su gran pasión, disfruta con la comida, recuerda el té con pastas que servían en el Dómine todas las tardes a las cinco y todavía sonríe de felicidad al imaginárselo.

Su madre, sus hermanos y el resto de los pasajeros, pasaban el día paseando por el barco, en la

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cafetería tomando un tentempié o en los salones disfrutando de largas conversaciones donde todos se iban conociendo poco a poco.

Cuando los jóvenes pasaban cerca de donde estaban sus padres, siempre les oían hablar de lo mismo, de lo mal que estaba España, del sufrimiento de las familias durante la guerra civil, de los amigos y familiares perdidos, de la tristeza de tener que abandonar tu país porque en él no estas bien, y de la ilusión de comenzar una nueva vida donde parecía que todo iba a ser mejor.

En ocasiones, pensaba en Cieza, en los amigos que dejaba allí, si se acordarían de él cuando regresase o si le echarían de menos. No sabía el tiempo que iba a permanecer en Guinea y eso le intranquilizaba un poco, no paraba de darle vueltas a la idea de -¿y si encontraba nuevos amigos y después tenía que dejarlos también?-. Las incógnitas que se le presentaron fueron muchas, así que optó por dejarse llevar por el destino y disfrutar de lo que la vida le fuese ofreciendo por el camino.

Esta filosofía de vida siempre le ha funcionado muy bien, a lo mejor la aprendió durante esas noches que pasó con sus amigos en cualquiera de las cubiertas del Dómine observando las estrellas y hablando de cosas de su edad.

Por otro lado estaba su padre, al que hacía dos años que no veía. Sabía que se encontraba muy bien por las cartas que habitualmente recibía su madre, que le gustaba su trabajo, su casa en Guinea, y que ganaba dinero suficiente para que todos vivieran sin preocupaciones.

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Pero hacía dos años que no le veía, que no oía el tono de su voz, que no sentía su presencia... Conforme pasaban los días, los nervios se fueron apoderando de Enrique y su familia; cada vez quedaba menos para el esperado reencuentro... -¡demasiado tiempo dos años!-.

Lo cierto era que la aventura africana ya había comenzado. La vida estaba cambiando ante los ojos esperanzados de Enrique mientras el Dómine, surcaba majestuosamente el Océano Atlántico con rumbo a Guinea Ecuatorial.

CAPITULO 2. LA LLEGADA A GUINEA ECUATORIAL.

-“Señoras y señores pasajeros, les habla el Capitán, estamos arribando al puerto de Santa Isabel(Guinea Ecuatorial). En veinte minutos atracaremos en él, prepárense para el desembarco y en mi nombre y

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en el de toda la tripulación deseamos que pasen ustedes una feliz estancia”.

Era mediodía cuando todos los pasajeros del Dómine oyeron por megafonía el mensaje del capitán. Mientras los adultos fueron a preparar sus equipajes y pasaportes para el desembarco, los más jóvenes corrieron hacía la popa del barco para echar el primer vistazo a lo que sería su nuevo país.Todas las miradas se dirigieron al muelle del puerto donde había una gran multitud de personas, intentaban dificultosamente encontrar con la mirada a sus familiares y amigos. En esos momentos, a Enrique, algo le llamó considerablemente la atención: dos torres de color azul celeste se elevaban hacía el cielo confundiéndose con él, parecían ser de una iglesia, pero el color le despistaba.

-¡Como iba a tener una iglesia las torres de ese color!-exclamó.

Su vista de dirigió hacia el muelle del puerto, era un gran espigón con naves de almacenaje de mercancías repleto de personas blancas y negras, coches, grandes cajas precintadas... y ¡palmeras!. ¡Cuántas palmeras!.

Enrique nunca había visto tantas palmeras, el paisaje era totalmente distinto al que estaba acostumbrado a ver en España.

Intentaba divisar a su padre y a su hermano, algo que parecía casi imposible, cuando en un segundo... en su rostro se dibujó una gran sonrisa, acababa de verles. Comenzó a saludarles de

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manera efusiva esperando que ellos también le devolvieran la mirada, y el milagro se obró. Después de tanto tiempo los ojos de su padre y los de Enrique se cruzaron, intentó decírselo a su madre y al resto de su familia pero no pudo. Ellos ya estaban desembarcando por la pasarela, pero él con esa agilidad asombrosa que únicamente da la juventud, les alcanzó y les dirigió hasta donde se encontraba Patricio. Se deslizaba entre la multitud como pez en el agua, a su madre le costaba trabajo seguirle y en cuestión de segundos oyeron una voz que les saludaba. Era su padre con un sonoro y efusivo -¡BIENVENIDOS!-. Como era de esperar, todos comenzaron a abrazarse mientras las lágrimas resbalaban por sus rostros.

-¡Habían pasado dos largos años!-.

La sonrisa de Patricio era inmensa, no dejaba de mirarles y tocarles, se asombró de lo que habían crecido sus hijos en ese tiempo, le pareció que era ayer cuando se despidió de ellos en Cieza y ahora estaban por fin todos juntos en Guinea Ecuatorial. Patricio empezó a preguntarles como había ido el viaje, si se les había hecho demasiado largo, si habían comido bien, si se habían mareado, si los camarotes eran cómodos... En resumen, toda esa serie de preguntas que hacen los padres sin esperar a que los hijos las contesten. Recuerda que todos hablaban y se abrazaban a la vez. Necesitaban saber que estaban juntos. A Enrique, el corazón parecía salírsele del pecho, era la emoción del momento.

Recuerda que lo primero que hicieron al llegar a Guinea fue vacunarse. Era obligatorio y todos los pasajeros lo hicieron con mucho agrado. Las

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vacunas se ponían en la enfermería del propio puerto (acababan de llegar y Guinea ya empezaba a cuidarles).

Su padre iba acompañado por unos amigos, -Jesús y Félix- y otros compañeros de Transportes Reunidos.Entre todos les ayudaron a subir el equipaje al coche para trasladarse a la que sería su nueva casa.El trayecto fue muy corto, subieron por la llamada “Cuesta de las fiebres”. Cuenta la leyenda que todo el que subía por allí, tarde o temprano sufría el paludismo. Enrique lo sufrió, así que para él dejó de ser una leyenda. Durante el recorrido pasaron por la Misión Protestante, La Rosaleda, por el Edificio de Correos, la Policía, la Cámara Agrícola, varias empresas de la zona...

Enrique no dejaba de mirar a todos lados, todo le llamaba la atención. En el puerto y en el trayecto hacía su casa observó que había muchas personas negras a las que miraba con el fin de distinguirlas pero en esos momentos le pareció imposible, le resultaban todas iguales. Con el tiempo amigos negros, le contaron que a ellos les ocurrió lo mismo con los blancos; en un principio les veían a todos iguales, pero que solo era cuestión de fijarse un poco... Esto siempre le ha hecho mucha gracia a Enrique, él siempre les decía que no podía ser, que los blancos eran muy fáciles de distinguir, pero sus amigos no estaban de acuerdo, le insistían que parecían todos iguales, que todos tenían ese color pajizo mientras que el color de la raza negra poseía tonalidades, desde café con leche hasta el negro carbón. Durante estas charlas todos se reían de todos.

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Personalmente recuerdo una conversación en Murcia con una amiga negra, -Montse-, que me explicó -esto de las tonalidades-. Montse tenía varios hermanos y conforme los fui conociendo me di cuenta que todos tenían una tonalidad distinta y bastante diferenciada. Recuerdo que tomando un café con un grupo de amigos, ella que era negra y española, nos contó que se sentía -blanca por dentro y marrón por fuera- a lo que otro amigo le contestó:

-¡Madre mía, Montse, tú eres un coco!.

Todos estallamos de risa, Montse le dijo que a lo largo de su vida la habían llamado de muchas maneras, pero -¡coco!, ¡coco!-... esa era la primera vez que la llamaban así y juró que iba a recordar siempre ese comentario..., ¡ah!, y que de él y del resto de su familia tampoco se iba a olvidar nunca. Las risas continuaron durante un buen rato (con Montse era fácil, su sentido del humor es interminable).

Durante el trayecto, Enrique le contó a su padre que hubo un día de gran oleaje en el mar y que en el Dómine se marearon casi todos los pasajeros, lo que hizo que nadie saliese a pasear y tampoco al comedor. Menos él, que se sentía muy orgulloso de haber sido el único en disfrutar del barco junto a la tripulación. Con esto quiso demostrarle que ya no era un niño, amén de que por nada del mundo iba a dejar de ejercitar su gran pasión: comer. Le dijo que ese día tomó un gran plato de pastas en la merienda, las suyas y las del resto del pasaje. Se lo pasó

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fenomenal. Creo que no le hubiese importado que hubiesen muchos más días de marejada...Patricio miró con agrado a su hijo, sus ojos veían a un niño que intentaba demostrarle que ya era un hombre, pero al que le quedaba un largo camino que recorrer.

Enrique observó con muchísimo detenimiento el paisaje, le impresionó el paseo marítimo de Punta Fernanda. Punta Fernanda es una lengua de tierra que se mete en el mar donde era habitual ver a la gente pasear. Este paseo marítimo forma una bahía, en un lado Punta Fernanda y al otro lado Punta Cristina. Me cuenta que allí solían pasear mucho las parejas. Le pregunto cómo lo sabía a lo que me suelta una pequeña carcajada y me contesta que -eso se sabía-, que lo sabía todo el mundo porque se veía. En este preciso momento Enrique se empieza a poner un poquito nervioso, se ríe y me cambia de tema.

El sentido del humor es muy importante para él, y debería serlo para todo el mundo. Cuando te ríes de ti mismo estás aceptándote.

Pero sigamos en Guinea.

También se dio cuenta de la cantidad de coches y de la variedad de modelos, muchos más que en Cieza, -¡qué bonitos que eran!-, -¡qué bonito que era todo!-.Estaba muy contento, su primera impresión al llegar a la isla de Fernando Poo había sido muy buena, su nuevo país le gustaba, se sentía bien y eso ya era muy importante para él. Guinea Ecuatorial le transmitía buenas vibraciones.

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Y sin que apenas nadie se diese cuenta, el vehículo ya estaba aparcando frente a la que sería su primera casa en Guinea. Allí pasaría los próximos ocho años.Todos descendieron de él. Su padre y sus amigos les ayudaron a bajar sus maletas y enseres para darles traslado al interior de la vivienda donde comenzaron a instalarse. Las viviendas de los trabajadores de Transportes Reunidos eran casas en planta baja muy amplias, constaban de cuatro habitaciones, baño, cocina y salón comedor, estaban muy bien equipadas. En Guinea, las empresas les entregaban las viviendas a sus trabajadores sin que les faltase el más mínimo detalle, cualquier cosa que necesitaban la empresa se lo proporcionaba.En esa casa iban a vivir sus padres, sus cuatro hermanos y él.

Patricio estaba nervioso, quería que todos se sintieran cómodos y a gusto y como vaciar maletas, colocar ropas y acomodar las pertenencias eran cosa de su madre, la dejaron hacer sin molestarla en lo más mínimo.

Hacía un tiempo espléndido. Enrique se fue apartando sigilosamente del grupo, y con disimulo le pidió permiso a su padre para ir a dar una vuelta por el entorno. Patricio, sabiendo que no existía ningún peligro, accedió no sin advertirle que no volviera tarde para no preocupar a nadie, sobre todo a su madre. De manera que Enrique, mientras todos andaban de derecha a izquierda y de arriba abajo, desató su espíritu aventurero, se colocó su primer salacot y se

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marchó con una sonrisa en los labios a dar su primera vuelta por los alrededores de Santa Isabel.

Salió a la calle y comenzó a andar, pero eso sí fijándose en todos los detalles del camino para poder volver sin problemas. El aventurero iba solo. Se dirigió hacia el centro de Santa Isabel, cuando de repente algo le llamó poderosamente la atención. Para él fue una autentica novedad ver a un chimpancé dentro de una jaula en el patio de una empresa. Se quedó observándolo durante un buen rato, la empresa donde lo vio se llamaba Casa Amilibia y aunque después vería muchos más, este fue el primero y fue impactante.

Siguió paseando hasta llegar a la Plaza de España, donde volvió a ver esas dos torres color celeste que ya había divisado desde la proa del Dómine, pero esta vez las tenía ante sus ojos. Pertenecían a la Catedral de Santa Isabel, el templo cristiano en Fernando Poo, se quedó boquiabierto admirando su gran belleza, sus puntas tocaban el azul del cielo, nunca había visto un edificio tan espectacular. Pero lo que Enrique no podía imaginar en ese momento, era que allí, en la Catedral de Santa Isabel de Fernando Poo, bautizaría a cuatro de sus cinco hijos.

En esa misma plaza se encontraba también el Palacio del Gobernador General, el edificio de la Misión Católica y bellísimos jardines con setos naturales. Recuerda el alegre colorido de la plaza, pero viese lo que viese, para Enrique ya nada sería comparable con la Catedral de Santa Isabel.

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Continuó andando y llegó a un bar llamado El Chiringuito, estaba lleno de gente tomando tapas, le pareció un lugar muy simpático. Años después allí pasaría muy buenos ratos con su familia y amigos. El Chiringuito era el bar típico de la zona donde todo el mundo acudía a tomar un aperitivo. Todas las personas que estaban en ese momento en Santa Isabel se han tomado un tentempié en El Chiringuito.

Estaba encantado con su nuevo país, y a pesar de recordar a sus amigos de España, estaba seguro que a ellos también les hubiese gustado Guinea Ecuatorial y estar allí con él. Le llamó la atención que la gente, a la que él desconocía, le saludara por la calle con un “hola, amigo”, él respondía a todos los saludos que se iba encontrando, porque eso sí, para simpático, Enrique.

Hubiese seguido su paseo por la isla, pero se miró el reloj y vio que ya era hora de volver a su casa, además el estomago le estaba avisando que necesitaba tomar alimentos, así que dio media vuelta y regresó. Estaba seguro que todos estarían preparando lo que sería su primera cena en Fernando Poo.

A pesar del paso de los años, Enrique recuerda como si fuera ayer esa primera cena, ese primer paseo, ese primer día en Fernando Poo.

Los ojos se le acristalan de emoción, aunque empeñe todas sus fuerzas para evitarlo.

Al llegar a casa para cenar, su madre estaba un poco preocupada y con razón, el intrépido Enrique

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se había ido a dar una vuelta nada más llegar y sin conocer nada de nada, pero en cuanto lo vio cruzar el umbral de la puerta se tranquilizó. Esa noche nadie paró de hablar, había demasiadas cosas que contar, -demasiadas-, aunque lo mejor fueron todos los platos españoles que su madre preparó para esa primera cena. Estaban exquisitos, sobre todo para su padre y su hermano, que hacía dos años no probaban esa tortilla española y esas aceitunas de Cieza que transportaron en sus maletas.

Después de cenar, todos se acostaron temprano, el viaje había sido muy largo y la familia tenía que adaptarse al país, al clima, al olor de Guinea... a mil sensaciones que se producen cuando los cambios son tan bruscos y dulces al mismo tiempo. La familia Navarro comenzaba junta una vida en Guinea, una vida imposible de olvidar, una vida que hoy cuentan a sus nietos y que Enrique además quiere que todos conozcáis.

De una forma u otra, muchísimos españoles tienen algún amigo ecuatoguineano, algún pariente, o algún conocido, pero eso no basta, los españoles tienen que saber que hubo un tiempo que españoles y ecuatoguineanos fueron hermanos gemelos, que vivieron y sintieron lo mismo, al igual que los buques Dómine y Fernando Poo.

EL BUQUE “FERNANDO POO”. GEMELO DEL “DOMINE”.

Lo construyó la Compañía Trasmediterránea, como al Dómine, su botadura fue en 1934 y su destino cubrir la línea Península-Guinea. Su primer viaje a Guinea fue en octubre de 1935. Realizó más viajes a

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la Isla de Fernando Poo pero en octubre de 1936 fue bombardeado mientras fondeaba en el puerto de Bata por otro buque español: el Ciudad de Mahón. El hundimiento del Fernando Poo fue otra de las consecuencias de la guerra civil española, esa maldita guerra que enfrentó al pueblo español contra el pueblo español.Parece ser que el buque Ciudad de Mahón, bajo el nombre de Ciudad de Macao, durante la guerra civil española recibió órdenes de disparar al buque Fernando Poo que se encontraba fondeado en Bata y que había transportado a un gran número de milicianos republicanos. Esa inútil guerra intoxicó a Guinea, aunque gracias al universo no dejó secuelas.

Triste historia la del buque Fernando Poo, como triste fue el final de la historia política entre Guinea y España, pero existe otra historia: la historia -a pie de calle- entre el pueblo guineano y el pueblo español. Esta es la historia de la que nos tenemos que sentir orgullosos, la de los españoles y ecuatoguineanos trabajando juntos cada día, cada mes, cada año, la historia de los sentimientos, de la amistad, de la pacífica convivencia. Los españoles y los ecuatoguineanos durante muchos años demostraron que dos países tan distintos y tan lejanos uno de otro pudieron convivir en paz y aprender de forma conjunta sus costumbres, sus creencias y su manera de vivir, al margen de los intereses de la clase política del momento. Parte de esta historia se fraguó en el Dómine. En cambio, el Fernando Poo fue victima de la otra historia, de la historia de la guerra y sus políticos.

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Después de esa primera cena, mañana sería otro día en la isla de Fernando Poo.

Y así fue. Enrique se levantó muy temprano pero descansado. Sus padres le estaban esperando para acompañarlo al que sería su nuevo colegio en la isla, la Misión Católica. La Misión Católica estaba situada en la Plaza de España, el lugar favorito de Enrique. Allí impartían clases sacerdotes españoles. Su primer profesor fue el Padre José Boixadera, un sacerdote catalán que dirigía este centro mixto de enseñanza donde él se encontró siempre muy a gusto y del que guarda gratos recuerdos. Allí asistían jóvenes blancos y negros conjuntamente, aunque hubiese momentos en los que todos fueran blancos.Por lo visto, cuando el Padre Boixadera abandonaba la clase durante unos minutos por algún motivo importante -supone Enrique- volaban las tizas y los borradores de la pizarra de una manera estrepitosa, -¡menudas batallas se liaban!-, y cuando el Padre Boixadera regresaba a clase todos eran blancos, las tizas se habían encargado de ello. Enrique y sus compañeros se reían muy a menudo de esta anécdota.Las clases se impartían en español. De hecho, actualmente, es el español el idioma oficial de Guinea Ecuatorial.Además del español en Guinea también se hablaba -el pichingli-, que no es más que un ingles roto utilizado sobre todo entre la población nigeriana. Enrique lo aprendió sin ninguna dificultad, solamente por el trato que tenía con ellos. En cambio el idioma bubi no lo llegó a aprender nunca, con los bubis se hablaba el español.

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El bubi es el pueblo indígena de Fernando Poo, bubi es un término dado por los españoles, los bubis fueron los primeros en llegar a Fernando Poo y los primeros que tomaron contacto con la población europea. De la interacción de bubis y europeos nació la población fernandina. Los bubis son la etnia minoritaria de Guinea Ecuatorial.

En la Misión Católica estudiaban los blancos y los bubis, fue allí donde conoció a sus primeros amigos y compañeros de juegos. Recuerda con cariño a uno de ellos, era un chico negro muy educado, amable y algo mayor que él. Todos los días en el tiempo de recreo se le acercaba para charlar un rato. Enrique dice que era una de esas personas carismáticas que no logras olvidar a lo largo de tu vida y que aunque él solo estuvo ocho meses en el colegio, durante todos los años que vivió en Guinea, se lo fue tropezando de vez en cuando por Santa Isabel y siempre se saludaban y charlaban unos minutos con mucho afecto. Recuerda perfectamente su nombre: Armando Balboa Dougan. Me comenta que le gustaría saber de él, cómo le fue en Guinea o en España porque sabe que se casó con una mujer española y blanca, ya que ese enlace matrimonial se comentó muchísimo, pero que por razones que solo la vida entiende llegó un momento en el que cada uno siguió su camino...

Armando Balboa Dougan. Nunca hasta ese día había oído ese nombre pero hoy sé que nunca lo olvidaré.

Ese día después de hablar con Enrique, tomar notas sobre su vida en Guinea, acosarlo a preguntas, etc., me dediqué a buscar por Internet información, -en el

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caso que la hubiese-, sobre Armando Balboa, recuerdo perfectamente que terminé a las tres de la mañana llorando.A ese joven amable y educado que charlaba con él cuando llegó a Guinea le asesinaron en 1969 y ni siquiera voy a nombrar quién lo hizo porque no merece el mínimo respeto.

Esa noche leí y releí en Internet páginas y referencias sobre él, vi sus fotos, que por cierto y en mi modesta opinión era un hombre muy bien parecido, pude ver videos de sus discursos también en la red, busqué libros en la Biblioteca de Murcia donde pudiera encontrar cualquier tipo de información, así durante días. Quería conocer a Armando Balboa, había descubierto a un gran hombre y quería compartirlo. Tal y como me contó Enrique, Armando Balboa se casó con una mujer blanca y española, en aquellos momentos entiendo perfectamente que llamase la atención ese matrimonio ya que fue un hombre comprometido políticamente, un hombre que luchó hasta el final por su pueblo que era el blanco y el negro, por una Guinea democrática y libre, y que tuvo un final indeseable para cualquier ser humano, ya que fue brutalmente torturado y finalmente asesinado. Creo que Armando Balboa era la persona idónea para gobernar Guinea, reunía todas las cualidades necesarias para hacerlo. La historia hubiese sido otra si esto hubiese ocurrido, pero para desgracia de todos y en especial para el pueblo guineano no fue así.Armando Balboa, como muchos otros, murió por su pueblo y aunque hayan pasado más de cuarenta años, su muerte no será en vano.

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Para mí conocerle un poco ha sido un gran descubrimiento y entiendo que Enrique le recuerde. Ahora me toca contarle que pasó con ese chico tan amable y educado que charlaba con él cuando llegó a Guinea.