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 Enrique de Diego  La Monarquía inútil Editorial Rambla, 2011 http://www .casadellibro.com/libro-la-monarqui a-inutil/9788493703516/1824053 Extractos desplegados en la págª «Alerta Digital», accedida en 2012-10-14 La monarquía inútil (I) Dado el carácter antinatural de la antigualla monárquica —por la que una familia se transmite la jefatura del Estado— la propaganda cortesana se ha enroscado en destacar la supuesta utilidad de la monarquía. Las dinastías se sostienen cuando son útiles y caen cuando pierden tal condición. Los mismos miembros de la familia Borbón tienden a hacer referencias a tan meliuo criterio utilitarista, con la fatal petulancia de tenerse por útiles. Aunque el criterio utilitarista es, en apariencia, de difícil evaluación, en el caso español la inutilidad, y el perjuicio, son maniestos. El argumento en sí es una inhabilitación de la idea monárquica, puesto que niega virtualidad a cualquier criterio ideológico serio. La corona no se sustenta en criterio racional alguno. Ningún motivo existe para conceder la condición de hereditario y vitalicio al puesto de primer funcionario de la nación en monopolio a una familia. Todo se reduce a una supuesta ecuación de coste-benecio entre el mantenimiento de tal privilegio y el de su derrocamiento. Hace tiempo que la herencia de los puestos de mando fue erradicada. Tal criterio era sumamente irracional. Los hijos llevan siglos sin heredar, como si de una propiedad se tratara, la magistratura de sus padres. Nadie aceptaría, por ejemplo, que el hijo del presidente del Tribunal Supremo estuviera destinado desde el mismo momento de su concepción a presidir, a su vez, el Alto Tribunal. O que el vástago primogénito del Jefe del Alto Estado Mayor heredara, por el hecho de llevar su apellido, tal puesto. Mucho menos sentido tiene que la Jefatura del Estado pase de padres a hijos. Puede entenderse con facilidad lo torticero de uno de los argumentos más caros y persistentes a la aduladora propaganda cortesana, según el cual la herencia del cargo permite formar pa ra tan al to s destin os —ypa ra ta n gozosos di sf ru tes—al he re de ro . Ad emásde qu e loqu e la naturaleza no da, Salamanca no presta, resulta sencillo de entender que, según ese mendaz criterio, todos los puestos de relevancia deberían ser transmisibles. El hijo del presidente del Tribunal Supremo podría ser formado, desde su más tierna infancia, para seguir los pasos de su progenitor, con los correspondientes doctorados en Derecho y los subsiguientes másters. Ningún incentivo tendría para el esfuerzo, pues todo le vendría dado, y resultaría normal —dada la condición humana — que cono cida su preemi nencia futura se le allanaran los obstácu los y se le minimizaran las dicu ltades para conseguir de él sus benig nos profesore s las correspondientes sinecuras y tratos de favor. Sería tal privilegio una grave injusticia frente a los que, mejor dotados o más esforzados, demostraran méritos más acordes a la responsabilidad. T al es consider aci on es, basadas en el est ricto sentido común y en la persi stente experiencia, no establecen excepción alguna respecto al puesto de jefe del Estado. La formación recibida adquiere el aspecto de una escenicación con cargo al contribuyente. Tras la elección de esposa por el actual príncipe, un columnista ironizó, con mejor o peor gusto, que tal decisión mostraba la deciente formación recibida, frente a lo que tanto se había insistido. Inmediata-

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  • Enrique de Diego La Monarqua intilEditorial Rambla, 2011

    http://www.casadellibro.com/libro-la-monarquia-inutil/9788493703516/1824053

    Extractos desplegados en la pg Alerta Digital, accedida en 2012-10-14

    La monarqua intil (I)Dado el carcter antinatural de la antigualla monrquica por la que una familia se

    transmite la jefatura del Estado la propaganda cortesana se ha enroscado en destacar lasupuesta utilidad de la monarqua. Las dinastas se sostienen cuando son tiles y caen cuandopierden tal condicin. Los mismos miembros de la familia Borbn tienden a hacer referenciasa tan melifluo criterio utilitarista, con la fatal petulancia de tenerse por tiles. Aunque el criterioutilitarista es, en apariencia, de difcil evaluacin, en el caso espaol la inutilidad, y el perjuicio,son manifiestos.

    El argumento en s es una inhabilitacin de la idea monrquica, puesto que niegavirtualidad a cualquier criterio ideolgico serio. La corona no se sustenta en criterio racionalalguno. Ningn motivo existe para conceder la condicin de hereditario y vitalicio al puesto deprimer funcionario de la nacin en monopolio a una familia. Todo se reduce a una supuestaecuacin de coste-beneficio entre el mantenimiento de tal privilegio y el de su derrocamiento.

    Hace tiempo que la herencia de los puestos de mando fue erradicada. Tal criterio erasumamente irracional. Los hijos llevan siglos sin heredar, como si de una propiedad se tratara,la magistratura de sus padres.

    Nadie aceptara, por ejemplo, que el hijo del presidente del Tribunal Supremo estuvieradestinado desde el mismo momento de su concepcin a presidir, a su vez, el Alto Tribunal. Oque el vstago primognito del Jefe del Alto Estado Mayor heredara, por el hecho de llevar suapellido, tal puesto. Mucho menos sentido tiene que la Jefatura del Estado pase de padres ahijos.

    Puede entenderse con facilidad lo torticero de uno de los argumentos ms caros ypersistentes a la aduladora propaganda cortesana, segn el cual la herencia del cargo permiteformar para tan altos destinos y para tan gozosos disfrutes al heredero. Adems de que lo quela naturaleza no da, Salamanca no presta, resulta sencillo de entender que, segn ese mendazcriterio, todos los puestos de relevancia deberan ser transmisibles. El hijo del presidente delTribunal Supremo podra ser formado, desde su ms tierna infancia, para seguir los pasos desu progenitor, con los correspondientes doctorados en Derecho y los subsiguientes msters.

    Ningn incentivo tendra para el esfuerzo, pues todo le vendra dado, y resultaranormal dada la condicin humana que conocida su preeminencia futura se le allanaran losobstculos y se le minimizaran las dificultades para conseguir de l sus benignos profesores lascorrespondientes sinecuras y tratos de favor. Sera tal privilegio una grave injusticia frente a losque, mejor dotados o ms esforzados, demostraran mritos ms acordes a la responsabilidad.

    Tales consideraciones, basadas en el estricto sentido comn y en la persistenteexperiencia, no establecen excepcin alguna respecto al puesto de jefe del Estado. La formacinrecibida adquiere el aspecto de una escenificacin con cargo al contribuyente. Tras la eleccinde esposa por el actual prncipe, un columnista ironiz, con mejor o peor gusto, que tal decisinmostraba la deficiente formacin recibida, frente a lo que tanto se haba insistido. Inmediata-

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    mente se hicieron gestiones fallidas para pedir su cabeza, pues la monarqua casa muy malcon la libertad de expresin y slo acepta la sumisin plebeya o la adulacin cortesana.

    De hecho, nada ms contraproducente para una sana educacin que la adquisicindesde la cuna del status de funcionario. Ello alejar al educando del esfuerzo que tan vital espara la maduracin, y ms an de la estricta realidad. Un amigo del actual prncipe y espreciso hacer votos para que no pase de ah me indicaba que piensa que todos sus sbditosson felices, puesto que, desde que se levanta, slo ve a gente que le sonre. Viven en una torrede marfil, con cargo al Presupuesto, acostumbrados a que sean atendidos sus caprichos deprivilegiado. Ejemplo paralelo puede establecerse con familias pudientes pero, en este caso, nose trata de carga sobre el contribuyente. Depender de muchos factores que los herederos seanbien formados y utilicen bien lo que legtimamente ganaron sus padres, hacindolo fructificaren beneficio de la sociedad, pero la condicin de funcionario vitalicio desde la concepcin yel nacimiento es el peor escenario posible para una educacin sana.

    Ocioso y contraproducente resulta plantearse cmo elegir a los mejores.Nos llevara, por de pronto, a una discusin en espiral sobre qu criterios deberamos

    seguir para definir qu entendemos por los mejores. Las cuestiones reales pasan por cuestionesdel tipo de cmo elegir a los menos malos o, mejor an, cmo limitar su poder, cmo evitarque abusen de l y cmo impedir males como el despilfarro o el nepotismo. Sin embargo,resulta difcil concebir una frmula ms adecuada que la monrquica para seleccionar a lospeores y a los ms mediocres. Nadie, en su sano juicio, defendera que la mezcla del carctervitalicio y hereditario de un puesto pudiera asegurar un mnimo de competencia. Tal esquemadel heredero forzoso llevara al adocenamiento y a la falta de estmulo. Tan evidente es esadegeneracin de la idoneidad que todas las naciones civilizadas ha tiempo abandonaron talprctica, como la nica excepcin de la monarqua, en las pocas que mantienen tan absurdomodelo.

    Es notorio el servilismo que impera en los protocolos monrquicos, con indignasinclinaciones de cabeza, en el caso de los varones, o de genuflexa reverencia, en el de lasmujeres, y con obligacin de dirigirse a las personas de la familia real mediante ttulos comoseor, majestad o alteza, que representan una indignidad plebeya para quienes laspronuncian y que, si bien pudieron tener sentido en los tiempos medios, resultan hoy absurdasy periclitadas. Gravemente daosas tambin para quien las recibe, pues se le hace considerarlgica y natural la ms abyecta adulacin. Incluso sus gestos de mala educacin se les soportany ensalzan como rupturas del protocolo y tonos campechanos. Lejos de la presentacin de laformacin de los vstagos regios como exigente, nadie osara suspenderles. Su paso por lasacademias militares no deja de ser una comedia bufa, pues desde el principio conocen quealcanzarn los ms altos grados, por encima de sus compaeros, sin esfuerzo alguno. Laparafernalia monrquica no pasa de broma, continuamente exaltada por la propaganda cortesana,para ocultar la evidencia de que de sus vidas se ha eliminado el mnimo esfuerzo preciso parala maduracin de la personalidad. Nada hay de ejemplar en toda esa ambientacin y s muchode objetable.

    Adems, y no como cuestin menor, la condicin mistrica y sacral que en el pasadotuvo la monarqua, y las leyes que exigan los matrimonios en un pequeo crculo cerrado defamilias reales, costumbre altamente desaconsejable desde el punto de vista gentico, ha tenidoefectos pavorosos. Es, en la historia, el caso paradigmtico de Carlos II.

    Pretencioso y falso resulta pretender que la monarqua o sus personas simbolizan launidad del Estado o de la nacin, o que confieran a ambos estabilidad. Cuanto menos se trata

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    de bisutera intelectual y de poesa barata. La soberana, y por ende la unidad, reside en todosy cada uno de los ciudadanos, iguales ante la Ley. Ninguna frmula produce ms inestabilidadque la monrquica. La historia est llena de guerras por meras cuestiones dinsticas. Casi todasellas no respondan a ningn conflicto social, sino a disputas por el poder dentro de la familiareinante. En las monarquas constitucionales, el carcter antinatural del puesto, que ha deconseguir algo tan absurdo como traspasar el puesto de funcionario nmero uno a sus herederos,junto con el sustancial recorte de poder, hace que la monarqua sea el reino de la obviedad yde la cesin. Es la instalacin en la mxima del conde de Lampedusa: que algo cambie para quetodo siga igual; es decir, para que ellos sigan, disfrutando de la vida plcida y sedentaria delPresupuesto. Lo que se genera es una falsa estabilidad, en donde se empantanan los problemashasta que estallan todos a la vez. se es el peor de los escenarios y es consustancial a lamonarqua. Adems, sta, casi por instinto y siempre por necesidad, ha de ceder en todo, tantoen lo fundamental como en lo accesorio, con tal de que no se cuestione el sumo status deprivilegio. Y ha de buscar montar la ms extensa posible red clientelar y comprar el mayornmero posible de voluntades, en contra de lo que aducen habitualmente los monrquicos.

    Es notorio que en la Europa actual, las naciones con ms enconados conflictossecesionistas Blgica, Espaa e Inglaterra estn bajo monarquas. stas lejos de simbolizarla unidad de la nacin, representa un factor de disolucin. En el caso de Inglaterra, ladisgregacin aparece ms larvada y frenada por los efectos moderadores del sistemamayoritario. Blgica puede ser considerada una ficcin, casi ingobernable. Y en Espaa, desdela instauracin de la nueva monarqua borbnica al margen de la legitimidad dinstica y enclara usurpacin, desde la coherencia interna de la institucin el separatismo no ha hecho otracosa que tomar alas y extenderse por zonas crecientes de la geografa nacional. Sin duda, hayotros factores que coadyuvan a ese encrespamiento de las fuerzas centrfugas en los tres casos(en Espaa, la nefasta ley electoral y el modelo esperpntico de las autonomas), pero losmonarcas son incapaces de representar freno alguno. Lejos de ello, la falsa estabilidad queescenifican desactiva los resortes morales de la sociedad. Con frecuencia, se observan gestosmuy explcitos de la familia real de contubernio y francachela con los poderes separatistas,como si nada pasara, y como si tal connivencia representara algn tipo de lazo nacional.

    Por la lgica de toda institucin humana, la monarqua tiende a preservarse ella y semuestra ms proclive a mostrarse ms cercana a cuantos pueden cuestionarla y poner en riesgolos puestos de trabajo de toda la familia, lo que, sin duda, representara un descalabroeconmico. Ese instinto de supervivencia tiende a consagrar como la principal virtualidad elconsenso, que, a la postre, slo es referido respecto a la corona.

    De hecho, la monarqua es, en teora, directamente antidemocrtica. No hay principioms fundamental al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo que la igualdad detodos ante la Ley; el sostenimiento de la creencia, como hace la Constitucin de los EstadosUnidos, de que todos los hombres han sido creados por Dios, iguales en derechos. Lamonarqua es el sistema por el que todos los hombres han sido creados iguales en derechos,menos los de la familia real. Se sita, por su origen, a unos pocos sobre los dems; sus hijospasan a estar por encima de los del resto de familias. Monrquico es quien asume e interiorizasu inferioridad. Monrquico es sinnimo de servil.

    No slo los miembros de la familia real pasan a estar dentro del Presupuesto por elhecho de nacer en la familia gobernante, ni slo se exige referirse a ellos con gestos indignosde deferencia por ese mero hecho, adems reciben un trato jurdico de exclusin. El monarcaespaol es irresponsable ante la Ley, se sita al margen del imperio de la Ley. En hiptesis,

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    puede cometer cualquier delito sin que le sea exigible responsabilidad alguna ante los tribunalesde Justicia. Ese ignominioso privilegio es corolario de la absurda condicin vitalicia del puesto.

    Los insufribles discursos regios son una banal coleccin de lugares comunes. Ridculoresulta presentar a las personas regias como ejemplares y an menos como laboriosas. Inclusosus largas etapas vacacionales, con su clamorosa ociosidad, son presentadas, contra la evidencia,como dedicacin a las cuestiones de Estado. En los ltimos aos, desde Zarzuela se emitennotas de prensa con balances de actividades, para generar la especie de que se ganan el sueldocon el sudor de su frente, en las que se incluyen cuestiones tan esforzadas como su presenciaen los palcos de los eventos deportivos.

    Hemos visto suficientes aspectos para describir a la monarqua como bsicamenteintil: tiende a la mediocridad eliminando toda competencia; genera una falsa estabilidad quesuele anquilosar a las sociedades, primero, para llevarlas despus al desastre, favorece loselementos disgregadores de la unidad nacional, al tender por instinto a la cesin, con tal de queno se cuestione su status de privilegio, y tiende a eliminar el autntico debate, sustituyendo elespritu crtico por la adulacin, y a falsear la representatividad mediante el cajn de sastre delconsenso. Las monarquas no se justifican por su utilidad, pues todas ellas las autocrticas ylas democrticas son perfectamente intiles.

    Tampoco es sostenible que la monarqua sea una frmula barata. Si las reflexionesanteriores no sirvieran para mostrar que son altamente gravosas, bastara con pensar que la merasupresin de la monarqua, con la salida de todos su familiares de los presupuestos pblicos,ajenos a todo control, representara de por s un ahorro.

    Sencillamente, la ms alta magistratura del Estado pasara a ser la presidencia delGobierno. De inmediato, se suele intentar desactivar el argumento mostrando al presidente enejercicio para promover la repulsa de cuantos se muestran contrarios a su gestin, pero al talexiste la frmula de desbancarlo en tiempo pasado, mientras que el monarca tiene blindado supuesto con la onerosa condicin vitalicia.

    Adems de intil, la monarqua es, en realidad, muy cara. Para sostenerse, siempre haprecisado generar una aristocracia que participara de su estabilidad en el puesto y de susprivilegios, de forma que la aristocracia estuviera muy interesada en el mantenimiento de lamonarqua.

    La actual reinante en Espaa, a travs de la propaganda cortesana, ha insistido en quetal aristocracia no existe en la actualidad, y que no se ha producido nada parecido a una corte,salvo en niveles muy limitados. Esto es notoriamente falso. La instaurada monarqua borbnica,sin duda, ha marginado a la residual aristocracia de la sangre, pero ha generado la aristocraciams extensa de la historia de Espaa, sin precedentes en sus dimensiones. El monarca no es otracosa que el jefe de la depredadora casta parasitaria.

    La monarqua intil: El jefe de la casta parasitaria (II)La plaga depredadora de la clase poltica ha generado en la casta parasitaria actual, en

    el que los polticos se han constituido en grupo cerrado que se autoregenera. Los puestos seheredan de padres a hijos, e incluso de abuelos a nietos, como el caso llamativo, pero noexcepcional, del ex senador por Alicante, Miguel Barcel, quien dimiti a mediados de lapasada legislatura, siendo sustituido por el suplente de la lista, que precisamente era su nieto.

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    Con los paradigmas de Bibiana Ado, hija del alcalde socialista de Alcal de losGazules, y de Leire Pajn, hija del secretario general del PSOE de Benidorm, he descrito ydenunciado ese proceso de degeneracin estamental y tardomedieval en mi libro Castaparasitaria, la transicin como desastre nacional; a l me remito.

    A travs del sistema autonmico, de las diputaciones y de los ayuntamientos hay, portoda Espaa, familias enteras instaladas en el Presupuesto, de manera no slo tan escandalosaque ha dejado de llamar la atencin, tambin insostenible. La peculiaridad de la crisiseconmica espaola es esa casta parasitaria que pesa como una losa sobre la economa y loscontribuyentes.

    La creacin de la plaga de la clase poltica y su ulterior degeneracin en castaparasitaria no es una perversin respecto al proceso de la transicin, sino la culminacin, sinms aditamento que el paso del tiempo, de la transicin misma. Las causas producen efectosa corto, medio y largo plazo. El efecto de la casta parasitaria tiene su origen y su causa en latransicin misma. No es ni tan siquiera su efecto perverso, sino su desarrollo lgico ycoherente.

    La cuestin a dilucidar es si a Juan Carlos le ha cabido alguna responsabilidad en esadegeneracin. Y la respuesta indubitable y clara es: toda. El monarca es, en propiedad, lacabeza de la casta parasitaria. La real estabilidad que asegura es la de esa casta, como nuevaaristocracia onerosa, y su progresiva expansin.

    Lo que se denomina como el pacto de la transicin, que da lugar al llamado consensode la Constitucin de 1978, es el acuerdo de todos los partidos polticos veremos con cuntoahnco se busc la complicidad de los nacionalistas y como eso estableci la cesin como laforma habitual de relacin con ellos en no cuestionar la monarqua, en asegurar el puesto detrabajo (vitalicio y hereditario) de Juan Carlos y la familia Borbn. El denominado pactoconstitucional puede resumirse en la evitacin del referndum monarqua o repblica.

    En el interesante libro Lo que el rey me ha pedido, Torcuato Fernndez-Miranda y lareforma poltica(Editorial Plaza y Jans), de Pilar y Alfonso Fernndez-Miranda, al que glosary me referir por extenso, se indica que aceptar la ruptura supona abrir la dialctica entremonarqua y repblica y, en la medida en que la mayora de la oposicin se manifestaba comorepublicana, abrir un imposible plebiscito sobre la forma monrquica o republicana de laJefatura del Estado. Imposible porque la mera aceptacin del plebiscito llevaba implcita lavoluntad de destruir la Corona, ya que la Monarqua o se acepta como instrumento histrico yfuncional de pacificacin e integracin poltica o no se acepta. En la historia, siempre que laCorona se ha sometido a plebiscito ha sido con la intencin de destruirla, jams de potenciarla.Y tambin se destaca que se trat de un proceso para dotar de legitimidad a una monarqua que,cuanto menos, dudaba de ella, puesto que careca, por de pronto, de la estrictamente dinstica.La continuidad consista en partir de la necesidad de asumir la legalidad, de aceptar la ideade un Rey a la bsqueda de legitimidad, que desde luego no se la iba a dar la historia, ni elentorno legitimista, ni los sueos de nadie porque slo se la poda dar el pueblo. Y se la dioal aprobar la Constitucin.

    Es decir, toda la transicin pivota sobre la monarqua, que no ha de ser cuestionaday ha de ser, al tiempo, legitimada. No pretendo, como es tan habitual en Espaa, hacer polticaficcin. Los hechos son como sucedieron. Se trata, simplemente, de analizarlos. Ocioso resultadar vueltas a si hubiera sido mejor o peor la ruptura, puesto que nunca existi, como tampocoel inmovilismo, pues adems era imposible, muerto el dictador. No se trata de elucubrar sobre

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    qu hubiera sucedido de celebrarse un referndum sobre el modelo de Jefatura de Estado, puesno tuvo lugar, ni tan siquiera form parte del debate real.

    De hecho, la bsqueda de esa aceptacin de la monarqua es anterior al inicio de latransicin, propiamente dicha, si situamos ese proceso poltico despus del bito de Franco yen la eleccin de Adolfo Surez, tras la terna del Consejo del Reino, como presidente delGobierno, a continuacin el interregno de Carlos Arias Navarro.

    En el verano de 1974 un ao antes, pues, de la muerte del dictador-, Juan Carlos, jefede Estado en funciones, por la primera enfermedad de Franco, enva dos emisarios suyos a Parspara entrevistarse con Santiago Carrillo y sondearle sobre su actitud hacia la continuidad de laforma monrquica. La reunin tuvo lugar en el restaurante Le Vert Galant, cerca de la catedralde Ntre Dame, y los emisarios fueron Jos Mario Armero, presidente de la agencia EuropaPress, y Nicols Franco Pascual de Pobil, sobrino carnal del Generalsimo.

    A los pocos meses de acceder a la Jefatura del Estado, Juan Carlos, envi a su manoderecha, el condenado por corrupcin, Manuel Prado y Coln de Carvajal a Bucarest. Se usla va del tirano Ceaucescu para hacerle llegar el mensaje a Carrillo, sobre quien el rumanotena notable influencia, la del protector y financiador. Se le transmiti, de parte de Juan Carlos,que deba tener paciencia. La reforma se iniciara de inmediato, pero cualquier desestabilizacinsera perjudicial para todos, porque al Partido Comunista se le legalizara una vez instauradala democracia. Carrillo contest que los comunistas deban ser legalizados a la vez que todosy concurrir, por tanto, a las primeras elecciones. A finales de febrero de 1977, el aventureroosado que es Adolfo Surez se entrevista, a iniciativa propia, en secreto, con Santiago Carrillo,en la casa de Jos Mario Armeo en Aravaca. Segn resea Jess Palacios, a lo largo de seishoras, cena incluida, hablan de poltica con mayscula. Se van a convocar elecciones, lasprimeras democrticas despus de cuarenta y un aos. Surez puede conseguir que el PartidoComunista participe en el proceso electoral. El momento oportuno para legalizar el partido loescoger l. A cambio, el PCE tiene que declarar pblicamente que acepta la monarqua, launidad de Espaa y la bandera. Carrillo dice que s.

    El compulsivo inters en arrancar a los comunistas la aceptacin de la monarquaresulta lgico porque, durante el franquismo y especialmente en los ltimos aos de ladictadura, el PCE es el nico que ha demostrado cierta capacidad de movilizacin, agitaciny de poseer estructura.

    La negociacin con el partido socialista para dejar fuera del debate la monarqua, comoel elemento clave de la transicin, tiene la misma connotacin secreta la transicin es un pactode cpulas, y muy escasamente societario, puede decirse que su condicin es la anemia de lasociedad civil y aade dosis de elevada hipocresa.

    Escribe Manuel Soriano que para el rey, lgicamente, el tema principal era definira Espaa como una Monarqua parlamentaria, y haba que convencer de ello a la izquierda,histricamente republicana. Ese trascendental asunto haba quedado bsicamente zanjado dosaos antes en la entrevista secreta que celebraron Adolfo Surez y Felipe Gonzlez, el 10 deagosto de 1976, en casa de Fernando Abril Martorell, el ministro de Agricultura que ya era lamano derecha del presidente.

    El contexto estriba en que Surez llevaba un mes de presidente del Gobierno yGonzlez se senta amenazado por el posible pacto desde las alturas con los comunistas. Enaquella reunin de la calle Padre Damin, Felipe Gonzlez se mostr dispuesto, por primeravez, a reconocer la Monarqua. A cambio hubo ciertos compromisos de apoyo al PSOE, en

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    detrimento del PCE. El caso es que aquel compromiso inicial de Felipe Gonzlez con Surezqued en secreto y sin formalizar. De esa manera, se garantizaba la unidad del PSOE, cuyasbases y dirigentes eran republicanos, y el reconocimiento de la Corona servira como baza denegociaciones futuras para obtener contrapartidas.

    Tras la reunin que los socialistas mantuvieron en el parador de Sigenza para prepararsus propuestas de cara a la Constitucin, anunciaron que defenderan la Repblica como formapoltica del Estado. Aquello produjo un pequeo terremoto, porque no era conocido el pactosecreto. Cuando se entendi que se trataba de una actitud ms testimonial y negociadora queotra cosa, la preocupacin fue desapareciendo. La Comisin Ejecutiva socialista decidi queel voto republicano se mantuviera hasta el debate en la Comisin de Asuntos Constitucionalesy Libertades Pblicas del Congreso de los Diputados para que lo defendiera Luis GmezLlorente en sesin con prensa y se llegara hasta la votacin.

    El PSOE quiso aparentar que no abjuraba de su ideologa republicana sino que eraderrotado ante una mayora constituida por UCD, AP y los nacionalistas. Despus de explicarla tradicin republicana del PSOE, nacida a partir de que Alfonso XIII le dio la espalda, GmezLlorente dijo; finalmente, seoras y seores diputados, una afirmacin que es un seriocompromiso. Nosotros aceptaremos como vlido lo que resulte en este punto del parlamentoconstituyente. No vamos a cuestionar el conjunto de la Constitucin por esto. Acatamosdemocrticamente la ley de la mayora. Si democrticamente se establece la Monarqua, en tantosea constitucional, nos consideramos compatibles con ella.

    La argumentacin es, intelectualmente, una patraa, al situar el republicanismosocialista como mera cuestin de matiz; al margen de la pequea falsificacin histricaoriginaria.

    He reproducido las condiciones que, segn Jess Palacios, se le pusieron a SantiagoCarrillo para su legalizacin y he incluido la unidad de Espaa, aunque me temo que debi detener una prioridad ms bien baja, al margen de que la tradicin comunista no era, propiamente,secesionista. Juan Carlos demostr, desde muy pronto, que asegurar su puesto de trabajo estabamuy por encima de la unidad nacional, y que sta bien poda supeditarse a aquella. Resultabochornoso recordar que, en el afn de sumar apoyos explcitos o tcitos al monarquismovitalicio y hereditario, Zarzuela impuls una enmienda para situar a Vascongadas fuera de launidad de Espaa mediante un mero vnculo o pacto con la Corona.

    Lo cuenta Manuel Soriano: todos los senadores reales, sin excepcin, de comnacuerdo elaboraron una enmienda para reconocer, de otra forma a como haba llegado alCongreso, los derechos forales del Pas Vasco.

    Los senadores de directa designacin real eran los herederos de los cuarenta deAyete, procuradores nombrados por Franco. Contina Soriano indicando que estuvieron deacuerdo hasta los senadores militares (los generales Dez Alegra y Salas, entre otros), siemprems reticentes a reconocer diferenciaciones territoriales. Hablaron varias veces con Sabino sobreesta enmienda y el secretario general estuvo de acuerdo con ella. Los senadores reales querantener el apoyo del Partido Nacionalista Vasco. Los senadores de ese partido independentistatambin dieron su apoyo a la enmienda, pero la iniciativa de los senadores reales no prosperporque el vicepresidente del Gobierno, Fernando Abril, se opuso con toda firmeza. Defendiel principio de la soberana popular radicada en las cmaras y no admiti que se fragmentaraen virtud de un pacto entre la Corona y los vascos, que haba sido la vieja frmula foral,superada por el parlamentarismo moderno. En suma, que Zarzuela no slo dio el visto bueno,

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    sino que propiamente impuls el separatismo ms descarnado, porque el pacto con la Coronano era otra cosa que la independencia de Vascongadas.

    Otro momento estelar, y bastante bochornoso, de la transicin es la redaccin delartculo 2 de la Constitucin, con la inclusin del trmino nacionalidades, como caballo deTroya disolvente. Jess Palacios narra el irresponsable jolgorio con el que fue recibido por elmonarca. Uno de los escollos escribe ms arduos de salvar ha sido la redaccin del artculo2. Definir qu es Espaa. La ponencia ha estado bastante tiempo atascada porque no se ponende acuerdo. Fraga se niega de todas a que figure el concepto nacionalidades. Por muchossubterfugios y sofismas con que se quiera adornar, nacionalidad es correlativa a nacin. Sepretende definir a Espaa como una nacin de naciones. Se mire como se mire.

    Hasta que un da salta la chispa. Los derechos de autor son de Miguel Herrero yRodrguez de Min. Don Juan Carlos muestra su alborozo porque el presidente ha dado conel desatascador. Y lo comenta por los despachos de palacio. -Ya est! Surez ha encontradola frmula que va a despejar el camino del artculo 2. sta es la propuesta. Escuchad: LaConstitucin se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nacin espaola, patria comn eindivisible de todos los espaoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonoma de lasnacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.

    Seor le comentan en el despacho de ayudantes-, el artculo est muy bienredactado, pero reconocer la existencia de nacionalidades dentro de Espaa puede despertaransias separatistas y poner en riesgo en el futuro la unidad nacional.

    -S, puede ser, aunque no lo creo. Ya veremos si es que se presenta el caso. Lo importanteahora es seguir adelante, porque no podemos estar quietos y parados. Adems, la Coronasiempre ser el smbolo de la integracin y de la unidad de los espaoles.

    La ambientacin muestra el clima de frivolidad e improvisacin con el que se afrontla transicin, incluso en los aspectos ms fundamentales y decisivos. El trmino nacionalidadesno ha hecho otra cosa que crear dificultades. Propiamente, careca de justificacin poltica,puesto que en las Cortes de 1977, los nacionalistas no eran determinantes y, por tanto, estamosante una concesin graciosa. Ante una estricta cesin, en la que pudo pesar la presin delmatonerismo nacionalista, al que se dio nuevas alas con la absurda Ley de Amnista.

    Con ese dinamismo porque s vamos muy rpido hacia no se sabe dnde, que decanlos de mayo de 1968 se pone en marcha el atolladero autonmico, en una absurdaambientacin de descolonizacin. El artculo es una autntica empanada retrica, y unacontradiccin completa: una nacin indivisible y una patria comn no contiene en su senonacionalidades, tampoco tal cosa como el derecho a la autonoma, propio, ya digo, de procesosde descolonizacin, y en la antesala del falso derecho colectivo, ntidamente totalitario, delderecho a la autodeterminacin.

    Si damos por buenas las palabras que se ponen en boca del monarca, su frvoloaventurerismo va parejo a su ignorancia supina: la unidad nacional no emana de la corona, sino,en ltimo trmino, la corona de la unidad nacional; hay Constitucin, y monarqua, porque haynacin preexistente. Espaa existi en la I y la II Repblica, exactamente igual que con AlfonsoXII o con Alfonso XIII. Espaa tiene ms de un milenio largo de existencia como unidadpoltica. Segn el gran arzobispo de Toledo, don Rodrigo Ximnez de Rada, responsable de lalogstica de la gran epopeya de Las Navas de Tolosa, es obra de los visigodos, consolidada porLeovigildo y Recaredo. En la transicin, la prioridad fue la monarqua y no la unidad nacional,

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    y a la consolidacin de aquella se sacrific sta. La prueba indeleble es el artculo 2 de laConstitucin.

    He hecho referencia al libro Lo que el rey me ha pedido, reivindicativo de la figurade Torcuato Fernndez-Miranda, escrito por su hija y un sobrino. Reivindicacin justificada porel ninguneo que Torcuato sufri a manos de Adolfo Surez, para afianzarse matando alpadre.

    El distanciamiento entre ambos tuvo, segn los autores, otras dos razones polticas: enmateria de descentralizacin territorial del poder, Torcuato Fernndez-Miranda era radicalmentecontrario al caf para todos y sostena que haba que dar solucin poltica a los problemashistricos reales y que era una imprudencia sin sentido diluir el problema facilitando elnacimiento de peculiaridades histricamente irreales. Era, en suma, partidario del reconocimien-to de hechos diferenciales reales y contrarios a la fabricacin poltica de hechos diferenciales.La segunda discrepancia poltica estaba referida al sistema de partidos. Torcuato Fernndez-Miranda vea a Surez integrando y liderando la derecha mientras Felipe Gonzlez lideraba eintegraba la izquierda. Surez se vea a s mismo segando la hierba a los socialistas debajo delos pies y haciendo una poltica progresista y de centroizquierda. Quin tena razn? sees un juicio que no nos corresponde. Quede para la historia y para los historiadores.

    La pugna por el padrinazgo del xito de la transicin pacfica surcada deasesinatos polticos a manos del matonerismo nacionalista me parece un desafuero y unaambicin ingenua, porque no estamos ante un xito sino ante un autntico desastre nacional.

    Estoy bien dispuesto a reconocer, con los autores del mencionado libro, la finuraestratgica de los primeros compases, en cuanto al paso del rgimen dictatorial a la democracia,la reforma de la ley a la ley, diseada por Torcuato Fernndez-Miranda. Su plan dedesmantelamiento del franquismo, la fase que llega hasta la Ley de Reforma Poltica, que sedebe a l y que defendi Fernando Surez, funciona milimtricamente, a la perfeccin.

    Tuvo un aspecto curioso de escrpulos morales por parte de Juan Carlos, en cuantotena la prevencin de no faltar a su juramento del Principios Fundamentales del Movimiento.En ese aspecto, Torcuato ejerci las funciones de una especie de director espiritual laico opoltico, porque le hizo entender al monarca que tal juramento inclua el artculo 10 de la Leyde Sucesin, en el que marcaba el mecanismo de reforma, que inclua el, aparentemente, difciltrmite de obtener los 2/3 de los votos de las Cortes franquistas. En esta cuestin concreta deconciencia, se trata de una estricta reserva mental, pues resulta obvio que el mecanismo dereforma no estaba previsto para cuestiones como la legalizacin del partido comunista. Tampocoes preciso darle demasiadas vueltas a la cuestin, pues el juramento en s era estrictamentecondicionado y en situacin de necesidad, como mal menor.

    No se trataba, en el fondo, de una cuestin de conciencia, sino de un elemento polticoclave. Torcuato supo ver bien que la nica legitimidad de partida de Juan Carlos era lafranquista y muy especficamente la devenida del contundente testamento poltico del autcrata:Os pido que perseveris en la unidad y en la paz y que rodeis al futuro rey de Espaa, donJuan Carlos de Borbn, del mismo afecto y lealtad que a m me habis brindado y le prestis,en todo momento, el mismo apoyo de colaboracin que de vosotros he tenido. Esa voluntadtestamentaria legitimadora era de singular relevancia para las Fuerzas Armadas. Puede decirseque el flujo de legitimidad entre el Ejrcito y Juan Carlos era interactivo, de doble direccin.Los familiares reivindicadores de la memoria de Torcuato lo explicitan bien: el Rey saba quela fidelidad a su juramento (que aparte de consideraciones morales haba de propiciarle lalealtad de la mayora de las fuerzas del Estado y singularmente de las Fuerzas Armadas) le

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    exiga respetar el cauce formal que pasaba necesariamente por las Cortes. Por eso lo lcido noera combatirlas, sino controlarlas y atraerlas.

    De hecho, el Ejrcito era el principal lobby con el que contaba a su favor el monarca,enormemente disuasorio respecto a cualquier veleidad de ruptura. Me parece que esa opcin nofue viable, ni posible, en ningn momento. Cuando parte del lobby militar actu de maneracoactiva el 23 de febrero de 1981 lo hizo a favor del monarca, como veremos en el siguientecaptulo. Conviene tener en cuenta que el Rey hered de Franco la Jefatura del Estado, perono su poder, ni el jurdico, ni el poltico. El jurdico, porque quedaba sujeto a las LeyesFundamentales, singularmente a la Ley Orgnica del Estado, y porque no heredaba la potestadde dictar leyes de prerrogativa. El poltico, porque careca del carisma del caudillo frente a lossectores ms integristas y al franquismo militante, que ocupaban una parte, nada desdeable,del aparato del Estado. Juan Carlos no poda optar a ser una especie de dictador bis.

    Torcuato tuvo el doble acierto de disear un plan altamente pragmtico y de controlarsu propia ambicin situndose en la posicin en la que poda mover las fichas para que el planfuera ejecutado. De esa forma, eligi presidir las Cortes y el Consejo del Reino, las dosinstituciones por donde deba transitar la reforma.

    Torcuato saba que manejando con sutileza pero con firmeza los mecanismos del poder,la nueva generacin de franquistas aceptara de buen grado la senda del pragmatismo. Nuncahubo tal cosa como un harakiri de las Cortes franquistas, sino una exitosa operacin desupervivencia colectiva. Torcuato tena claro, desde el principio, que la operacin era posiblepues aquellas Cortes jams se haban opuesto a ningn Gobierno. Jams lo haban controlado,por la sencilla razn de que estaban controladas por l.

    La pieza clave del engranaje era el presidente del Gobierno y se eligi a un perfectorepresentante de esa generacin puente del franquismo que se haba quedado sin futuro con lamuerte del dictador. Para entonces se indica en el libro Lo que el Rey me ha pedido el Reyy el presidente de las Cortes tenan algo claro: no queran un presidente protagonista, sinodisciplinado. Sobre la brillantez y el talento primaba la lealtad y la capacidad de ejecucin deun proyecto previo.

    Tal retrato robot eliminaba a Areilza y a Fraga y abra el camino a Adolfo Surez. Yaunque ste le planteaba dudas morales sobre los lmites de su ambicin, Torcuato FernndezMiranda lo vea como un hombre inteligente, con enorme energa poltica, con gran capacidadde seduccin y por tanto de dilogo, suficientemente comprometido con el rgimen como paraeludir las presiones de la extrema derecha; suficientemente joven como para que tal compromisofuera relativo y le permitiese abrir un dilogo con la izquierda, y suficientemente permeablecomo para aceptar sin reticencia las rdenes de la Corona. Es decir, un presidente abierto ydisponible. Es decir, un chambeln de palacio, sin demasiado criterio propio.

    La inclusin de Adolfo Surez en la terna del Consejo del Reino es una jugada maestrade elaborado maquiavelismo y donde la figura de Torcuato brilla con su perfil ms sinuoso.Desde el principio, el nombre de Adolfo Surez es introducido de relleno. Cada uno de los trescandidatos representa a una familia del rgimen: democristianos, tecncratas y azules. Laltima seleccin se realiz ya en un clima de extraordinaria cordialidad y de abiertasatisfaccin. No existan enemigos: Fraga y Areilza, los nicos capaces de crispar a la mayoradel Consejo estaban eliminados. Slo quedaban adversarios menores para los unos y para losotros.

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    En gran medida, el resultado final no se perciba como grave. La continuidad parecagarantizada. Por parte de los azules, a la ltima seleccin llegan los nombres de AlejandroRodrguez de Valcrcel y Adolfo Surez. No haba color en cuanto al peso poltico, peroRodrguez de Valcrcel estaba ya muy enfermo, as que en estas condiciones optar por AdolfoSurez supona un hermoso brindis al sol, Joven, afecto, imposible, por qu no? Acaso algnda este joven ambicioso se encontrara en situacin de agradecer un gesto protocolario

    La terna que sali para Zarzuela estaba formada por Federico Silva Muoz, GregorioLpez-Bravo y el tapado.

    El perfil de Adolfo Surez es el del trepa. En el fondo, el aspecto que ha determinadosu eleccin es precisamente su falta de atributos, su servilismo. Los Fernndez Miranda hanrescatado unas notas de Torcuato sobre una cena de matrimonios, en la que un adulador Surezse muestra persistente en convencer a Torcuato de que nadie mejor que l para la presidenciadel Gobierno, en sustitucin de Arias Navarro. Torcuato se quita de encima el zumboneosugiriendo que hay otros candidatos, como el propio Surez. Torcuato espera que ste declineautopostularse, pero se queda sorprendido cuando su interlocutor se ensimisma, mientras en suspupilas no hace otra cosa que crecer su sueo secreto.

    La magnificada capacidad de seduccin de Adolfo Surez se desdibuja en el terrenocorto. Su formacin poltica es escasa, su cortoplacismo compulsivo y su tendencia a la cesinun instinto. Incluso el nico conflicto militar serio lo provoc por su engao a la cpula militarcomprometindose a no legalizar al partido comunista. Lo que destaca en Surez es suaventurerismo. Una cualidad que le hizo muy querido por Juan Carlos, otra personalidad contendencias aventureras, aunque en su caso la irresponsabilidad est consagrada por las leyes.

    Aunque en la eleccin de Surez pesa el criterio de Torcuato (contra el de AlfonsoArmada), Adolfo Surez es al ciento por cien un hombre del monarca y, por tanto, laresponsabilidad ltima de los aciertos y los fracasos de ste corresponden por completo a JuanCarlos. Esto mismo no puede predicarse de manera tan directa de los otros presidentes de lademocracia, pero s del primero. La confirmacin ltima es que la dimisin de Surez seproduce porque ha perdido la confianza del rey.

    El desastre de la transicin, con toda esa hagiografa cortesana del rey como motordel cambio y piloto de la reforma, ha de ser achacado en el debe de Juan Carlos.

    Durante esa fase de la transicin un proceso tan mal hecho que sigue siendoconsiderado como inacabado los pasos se le consultan de continuo a Zarzuela, que da el vistobueno. No puede hablarse de despachos, sino de una relacin fluida y constante, en la que losmatrimonios Borbn y Surez almuerzan y cenan muy habitualmente.

    Aunque Manuel Soriano, en su biografa autorizada de Sabino Fernndez Campo,abunda en insidias insustanciales respecto al Opus Dei, o a los polticos franquistas del OpusDei, y trata de presentar a Surez como enfrentado a ellos, o venciendo ste sus resistencias,eso no se corresponde con la realidad histrica. Adolfo Surez, crecido polticamente a lasombra de un miembro del Opus Dei como Fernando Herrero Tejedor, fue miembro a su vezde esa institucin catlica justo hasta el da en que fue elegido presidente del Gobierno.

    Algunas fuentes solventes sealan que el abandono del Opus Dei fue una condicinpuesta por el monarca. Lo cierto es que Surez puso tierra de por medio. La ambicin podapor encima de cualquier consideracin, incluso la religiosa. Lo grave es que esa ambicincareca de sustancialidad y de contenido. Tras los primeros compases diseados por TorcuatoFernndez Miranda, la transicin se convierte en un cmulo de improvisaciones, cuyos

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    principales errores estn aflorando ahora y cuyas ms onerosas facturas tienen en este momentosu fecha de pago.

    No puede salvarse, con todo, la figura de Torcuato Fernndez-Miranda del desastrosobalance general, salvo en su maestra como estratega a corto, porque comparte con Juan Carlosy con Adolfo Surez una de las decisiones ms calamitosas de la transicin: la apuesta por elsistema proporcional con el indubitable objetivo de contentar a los nacionalistas. Es destacableque esta voluntad de cesin a los separatistas es previa a la elaboracin de la Constitucin, espre constituyente, se produce, por tanto, en el contexto de las Cortes franquistas, y dentro dela elaboracin y discusin de la Ley de Reforma Poltica. Estamos, pues, en la etapa msdirectamente pilotada por el monarca y sus gentes de directa confianza.

    Se haban establecido remedos de grupos parlamentarios y el de Alianza Populardefendi el sistema mayoritario. Merece recordarse la brillantez con la que lo hizo CruzMartnez Esteruelas. Buena parte de los males patrios sufridos durante estas dcadas, de ladependencia para la gobernabilidad de los nacionalistas, de las continuas cesiones, en autnticobig bang expansivo, a las tendencias centrfugas separatistas, se perpetraron en las Cortesfranquistas, con Juan Carlos, Torcuato Fernndez Miranda y Adolfo Surez como principalesresponsables.

    Gabriel Cisneros, uno de aquellos franquistas de la generacin puente a los que nopoda ms que beneficiar el cambio y perjudicar cualquier veleidad inmovilista, me consta quemuri muy arrepentido de su intervencin en aquella crucial sesin, pero los hechos sonsagrados, y all domin el oportunismo sobre la responsabilidad. Cisneros expres con claridadque Espaa tiene pendiente ante s el gran debate de las autonomas regionales. La adopcindel sistema mayoritario puede conducir a arrojar del Congreso la representacin de los partidosde mbito exclusivamente regional.

    Martnez Esteruelas desde Alianza Popular consigui que la Ley de Reforma Polticaestableciera un porcentaje mnimo de votos para acceder a la representacin. Pero ese 3% fijadofue posteriormente subvertido, en la Ley electoral, al reducirlo al mbito de la circunscripcinprovincial, sustrayndolo al nacional. La pretensin de evitar la fragmentacin con tal listnnaufrag en el ridculo. Tal hiptesis slo se ha dado una vez, en la circunscripcin de Madrid,y represent la prdida al CDS de un escao.

    Pilar y Alfonso Fernndez Miranda hacen una inconsistente crtica del sistemamayoritario y, por ende, una lamentable elega del proporcional, para las que afirman utilizarlas notas de Torcuato Fernndez Mirada. Es, por ello, por lo que comparte la responsabilidaddel desastre nacional de la transicin.

    Las razones que ofrecen son: Primero, es falsa la bondad ontolgica delbipartidismo. Esto depende del nivel de integracin poltica de la sociedad y de la existenciade un mnimo de valores comnmente compartidos que haga posible la alternancia de gobiernosen el seno del Estado y no la alternancia de proyectos de Estado.

    Este argumento sugiere una estricta motivacin monrquica. Por lo dems, elbipartidismo del sistema mayoritario es muy relativo, pues al depender los representantesdirectamente del voto de los representados, en sus distritos, no estn supeditados a los dictadosde ninguna cupulocracia, como ha sucedido en el nefando sistema proporcional espaol,reforzado en sus peores aspectos con las listas cerradas y bloqueadas, y la financiacin de lospartidos con cargo al contribuyente.

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    Adems, al tener que obtener el representante la mayora absoluta de los votos o unaelevada mayora minoritaria, ha de tender, por necesidad, tanto a la representacin fiel de losintereses de su circunscripcin, como a una conveniente moderacin ideolgica. No puederepresentar a ninguna minora radicalizada, sino a una clara mayora.

    Eso hizo, por ejemplo, que en Inglaterra el fascismo siempre fuera testimonial, y nopudiera emerger parlamentariamente, mientras el sistema proporcional acab con la Repblicade Weimar incapaz de formar gobiernos slidos, que representaran a la mayora y permitiaflorar al nazismo.

    Sorprende el nivel de impericia y de ignorancia de los timoneles de la transicin.Segundo, tampoco puede olvidarse que el sistema mayoritario a dos vueltas puede polarizarlas elecciones en la segunda vuelta, de forma aterradora, en un doble sentido: derecha-izquierdaen el mbito estatal y nacionalistas-espaolistas en el mbito regional.

    Completamente falso. No es ese el efecto ni previsible, ni demostrado en la prctica,de la segunda vuelta. Los candidatos han de moderarse en la segunda vuelta, y no polarizarse,para conseguir el mayor nmero de votos; han de tender a la mayora moderada, pues en lasegunda vuelta nunca gana la minora radicalizada. Hemos visto como en Francia, la izquierdavot masivamente, en las elecciones presidenciales de 2002, a Jacques Chirac para impedir eltriunfo de Jean Marie Le Pen, que, en la primera vuelta, haba superado en votos al candidatode la izquierda. Tercero, Espaa no es Gran Bretaa, donde las corrientes desintegradoras,nacionalistas o independentistas estn localizadas en zonas de escasa densidad demogrfica(Escocia, Gales, Irlanda del Norte), de suerte que esos votos, concentrados en distritos, obtienenun nmero de escaos que ni fragmentan seriamente la Cmara de los Comunes ni impiden laformacin de mayoras estables. Las tensiones nacionalistas, regionalistas o abiertamenteindependentistas se sitan en zonas de notable densidad demogrfica. Los riesgos son lossiguientes: a) el sistema mayoritario puede acelerar un proceso de desintegracin al otorgarescaos a fuerzas localistas sin ninguna representacin slida en el Estado. El resultado seraun Parlamento tan fragmentado como ingobernable y no por causa de la proporcionalidad, sinoprecisamente por causa de las aceleraciones del sistema mayoritario en un contexto desintegra-dor. b) adems podra propiciar una sobrerrepresentacin brutal de los partidos nacionalistas quedesplazase a los partidos espaolistas en Catalua y Pas Vasco. Este resultado dividiradramticamente a estas sociedades y convertira a los partidos espaolistas en partidos anticatalanistas y antivasquistas, es decir, en alguna medida tambin, en partidos antisistema. Elmecanismo electoral sera gravemente desintegrador. c) finalmente, podra propiciar unasobrerrepresentacin brutal de los partidos espaolistas en el Pas Vasco y en Catalua,convirtiendo a los partidos nacionalistas en partidos antisistema y haciendo un flaco servicioal proceso de integracin poltica.

    Es fcil detectar que los apartados b y c son directamente contradictorios, y la reflexinest llena de groseras manipulaciones.

    Por de pronto, el concepto de antisistema identifica la democracia de la transicincon la democracia en s. Los partidos nacionalistas son antisistema, buscan la separacin y, porende, el conflicto y la destruccin de la unidad nacional. A la impericia y la improvisacin, hayque sumar en los padres de la transicin un endeble patriotismo.

    Adems, los partidos espaolistas no seran antivasquistas y anti catalanistas lareflexin identifica vasquismo y catalanismo con nacionalismo sino, en todo caso,antinacionalistas.

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    El sistema mayoritario no funciona como pretenden los Fernndez-Miranda. No tiendeal radicalismo, ni a la confrontacin, sino a todo lo contrario, O bien a primera vuelta, endistrito, o a segunda vuelta, tanto el hipottico candidato nacionalista como el espaolistahabran de tender al mximo de moderacin, cuanto menos en su campo.

    El sistema proporcional, de hecho, y es un dato que se conoca bien cuando se pusoen marcha la transicin, prima a las minoras, al hacerlas imprescindibles para la formacin degobiernos, y por tanto hace oscilar hacia ellas, y su radicalismo, el espectro poltico.

    As, el candidato nacionalista tender a radicalizarse para evitar la fuga de votos haciaposiciones ms radicales. Y los partidos espaolistas tendern a hacerse nacionalistas, siprecisan el concurso de alguna formacin de ese cariz para formar gobierno.

    De hecho, es lo que ha sucedido. El partido socialista ha devenido en confederacinde partidos nacionalistas en aquellas zonas donde precisa al nacionalismo para gobernar. De esaforma, el partido nacional, como viene sucediendo, y como tambin tuvo lugar cuando el PPpreciso el concurso de CiU entre 1996 y 2000, oscila hacia posiciones de comprensin otacticismo o de estricta infeccin nacionalista, para no entrar en contradiccin con susfranquicias perifricas. No slo eso: la misma gobernabilidad de la nacin se entrega a lassobrerrepresentadas minoras nacionalistas.

    La Ley dHondt, unida a la circunscripcin provincial, agrav an ms el problema,pues al primar al primer partido, respetar al segundo y castigar al tercero, hace prcticamenteimposible la consolidacin de un partido bisagra de mbito nacional. Sin embargo, los partidosnacionalistas sortean esa correccin si obtiene el primer o segundo puesto en unas pocascircunscripciones.

    Al no haber partido bisagra nacional, esa decisiva funcin pasa a ser ocupada por lospartidos nacionalistas, con lo que la tendencia es a la destruccin de la nacin, mientras semantiene una falsa estabilidad.

    Al margen de las infantiles y grotescas manipulaciones de los Fernndez Miranda,resulta claro que el objetivo era no dejar fuera a los partidos separatistas, sino integrarlos, locual es una tremenda confusin de los deseos con la realidad, porque ninguna sociedad quepretenda sobrevivir intenta integrar al separatismo, ni ste va a estar dispuesto a tal patraa. Lacuestin es que el servilismo monrquico se impuso a cualquier atisbo patritico o de simplesensatez, pues esa integracin puede traducirse directamente por, simplemente, aceptar lamonarqua. Ya hemos visto como ese era el ncleo fundamental del llamado consensoconstitucional y como estuvo a punto de concederse, por inspiracin de Zarzuela, y poriniciativa unnime de los senadores designados por el monarca, la independencia a Vascongadasdesde el principio, con el mero recurso de un retrico pacto con la Corona. O como luego seestuvo tambin a punto de entregar Navarra al nacionalismo vasco, hasta la rebelin, comandadacorajudamente por Jess Aizpn, de la UCD navarra.

    La historia de la transicin puede escribirse como la ininterrumpida cesin a losnacionalistas y ello por la bsqueda de un consenso obsesivo en torno a la monarqua. Bastaconsiderar que el primer Congreso de los Diputados era el menos nacionalista de los que hanvenido despus. Desde el principio, y en pleno aventurerismo, se incentiv el secesionismo, selo convirti en rentable, y se ha obligado a los ciudadanos a luchar contra esa fuerte corrientede suicidio colectivo. He descrito en mi libro Casta parasitaria, la transicin como desastrenacional el paradigma o efecto del nacionalista perverso: hubiera bastado que, al comienzo

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    de la transicin, hubiera habido solo en un pequeo y recndito pueblo de la geografa patriaun partido nacionalista para que hubiera infectado a toda la nacin.

    La unidad de Espaa se puso en entredicho, mientras que el absoluto fue la estabilidaden el empleo de la familia Borbn, travistiendo su inters personal y de clan en un pervertidointers nacional. Por supuesto, las endebles reflexiones de Torcuato resultan muy superficialesen relacin con una presidencia votada de manera directa por todo el cuerpo nacional, pero esonos lleva hacia una repblica presidencialista, materia que dejo para ms adelante.

    El concreto en el que se ahorm el pacto de la transicin o el pacto constitucional,cuyo pivote era la estabilidad en el empleo de los borbones, fue la hiperinflacin de polticos,un absurdo modelo de Estado que, bajo la coartada de descentralizacin, llev a la configura-cin de diecisiete miniestados autonmicos, aadidos a las diputaciones y ayuntamientos, sinrestriccin alguna, ni lmite de austeridad, permanentemente abierto con el artculo 150.2. Estal el desastre que lo lgico es que cada una de las autonomas se constituya en nacinindependiente. Tal disgregacin no ha llegado a producirse, aunque s la conformacin deautnticos miniestados de suma ineficacia y oneroso peso sobre los contribuyentes, que slo elesfuerzo, contracorriente, luchando contra los imponderables del marco establecido, llevado acabo por los ciudadanos, ha ralentizado esa deriva disgregadora.

    La poltica de cesin a los nacionalistas es una responsabilidad directa del monarca.De hecho, para mantener un conjunto de ficciones la de la estabilidad, la de la integracin delos nacionalistas y la de la falsa condicin pacfica de la transicin los borbones no se hicieronpresentes nunca en los funerales por las vctimas del terrorismo, que, en buena medida, moranen aras de esa desquiciada confusin impuesta desde las alturas. Hasta la presencia del presuntoprncipe heredero en el funeral de Miguel ngel Blanco, los borbones no tuvieron la deferenciade mostrarse cercanos a las familias de las vctimas de sus sbditos.

    Tambin es responsabilidad del monarca la masiva compra de voluntades con cargoal sufrido contribuyente, de forma que el monarca ha de ser considerado, en propiedad, el jefede la actual casta parasitaria que ha terminado por asfixiar a la economa espaola y a lasociedad. Por los pasos que se dan en las negociaciones, el objetivo de mxima prioridad fueconsolidar la monarqua, mediante la sustraccin de cualquier debate monarqua-repblica, loque se obtuvo incluyendo la monarqua en el paquete completo de la democracia, de laConstitucin de 1978 (ya hemos visto hasta qu punto lleg la hipocresa del PSOE), lacontrapartida manifiesta fue la creacin de un extenso botn para los partidos polticos, unapiata de puestos para todos, en los ayuntamientos, en las diputaciones, en las autonomas y enel Estado central. Cuatro niveles administrativos!

    En trminos de coste-beneficio, a ningn partido, en efecto, le compensaba seguir lasenda de la desestabilizacin es decir, cuestionar el puesto de trabajo del monarca puesto quecarecan de los suficientes militantes para ocupar los puestos que se les ofrecan. Elaventurerismo del tndem Surez-Borbn no tuvo lmites. Torcuato Fernndez Miranda se retirasqueado y ninguneado por el caf para todos. Josep Tarradellas hizo crticas muy durasal Estado autonmico.

    No es que las consecuencias no fueran previsibles, ni que nadie las describiera, es quese trataba de no quedarse parados, de marchar hacia delante sin evaluar las consecuencias. Podahaberse procedido a la eleccin directa del alcalde, manteniendo las estructuras limitadas ysostenibles del tardofranquismo, o haber generado algn tipo de mancomunidad de diputaciones,pero se opt en cualesquiera de los frentes por la apuesta ms delirante, llenando Espaa de

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    parlamentos y de boletines oficiales. Nada ms lejos de la descentralizacin, que fue lacoartada, sino una floracin boscosa de nuevos centralismos.

    No cabe darle demasiadas vueltas, ni perderse en el anecdotario. El principalresponsable, el culpable ltimo del desastre nacional de la transicin es Juan Carlos. Porsupuesto, que el PSOE se mostr sumamente irresponsable en relacin con Andaluca y queAdolfo Surez se dej influenciar por Manuel Clavero Arvalo, pero es que toda la transicin,en origen, se plantea como un abrumador neocaciquismo monrquico. A fuerza de derroche yde generar una gigantesca estructura burocrtica y partidaria se consigue el objetivo de que elmonarca quede fuera del debate, porque en todo se poda ceder, menos en ese nico punto. Sehizo mediante curiosas y mendaces consignas como que era preciso conseguir unos partidosfuertes o que la democracia era cara. Se sacrific Espaa y la sociedad a la monarqua.

    Porque nada ms falaz que lo que la propaganda monrquica presenta como uno de loslogros o aciertos: la concepcin de esa Monarqua integradora que exclua por hiptesis lospartidos monrquicos, las tradiciones cortesanas o el secuestro de la Institucin por unestamento, una clase social o un bando poltico que pervirtiesen la relacin de servicio. La citaes de Nicols de Cotoner y Cotoner, marqus de Mondejar, uno de los servidores de palacioen la transicin.

    Resume una mentalidad. Veremos en otro captulo los niveles de corrupcin quesiempre han rodeado a Zarzuela y que hubiera obligado a la dimisin de cualquier dirigente encualquier democracia. Con el superlativo botn partidario se hizo a todos los partidosmonrquicos y cortesanos. El PSOE ha devenido, por inters de casta parasitaria, en uno de losms fervorosos de ese cortesianismo lightdel juancarlismo.

    No se atendi, desde luego, a la aristocracia de la sangre, a la de rancio abolengo yttulos histricos, sino que se gener una nueva aristocracia interesada en sostener la monarquapara dar estabilidad e incrementar sus privilegios: la clase poltica.

    En los tiempos medios, por ejemplo, tras la guerra civil entre los partidarios de Isabella Catlica y Juana la Beltraneja, los nobles derrotados sufran merma de sus posesiones parareducir su podero y aquietar sus ansias levantiscas pero, bsicamente, se respetaba su statuspara que el pueblo llano no cuestionara la posicin de preeminencia de la nobleza y consideraraese estado como una posicin natural.

    Los polticos, como clase, como casta, son los nuevos aristcratas de la monarquaborbnico juancarlista. El monarca es la coartada del sistema, la imagen de la estabilidad quejustifica la disolucin nacional y la consuncin de las fuerzas sociales y econmicas, porquelas gentes vuelven su mirada hacia el monarca y ah sigue l, impertrrito, irresponsable.Smbolo, en realidad, de la inestabilidad, del proceso que lleva a la miseria y la servidumbrea la sociedad. El monarca no es otra cosa que el jefe de la casta parasitaria.

    La monarqua intil: El caso Anson o el monarquismo como estrictooportunismo (III)

    La apabullante frivolidad con que se desarroll la transicin, la falta de escrpulosmorales y la ausencia completa de convicciones, incluido lo referido a la unidad de Espaasupuesto principio legitimador de la monarqua resultan ininteligibles si no se tiene en cuentaque el monarquismo no es una ideologa sino una de las formas extremas de oportunismo y

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    especialmente en la instaurada monarqua juancarlista, puesto que en puridad, y en trminos deherencia, Juan Carlos es, histricamente, un usurpador.

    Haba que hacer lo que fuera para sostener la monarqua, el puesto de trabajo de JuanCarlos y la bonanza econmica de su familia. Esa falta de principios o esa capacidadcamalenica de variarlos, siempre que la monarqua quede a salvo, es muy perceptible en elcaso del monrquico oficial por excelencia, Luis Mara Anson. Las tesis sostenidas en sujuventud para defender la monarqua son diametralmente opuestas a las de su senectud.

    La opinin pblica espaola est siempre bien dispuesta a perdonar los pecados dejuventud, quizs porque en Espaa han sido demasiado abundantes, y porque casi nadie presentauna biografa lineal o coherente, sino que lo habitual han sido la impostura, los bandazos y elcambio de chaqueta. Aqu, sin embargo, nos encontramos con virtudes de juventud. Nada hayque perdonar, pero s resulta ilustrativa la evolucin para mostrar que el monarquismo es,intelectualmente, una cscara vaca, y de ah ha devenido todo el cmulo de males y desastresque el instaurado juancarlismo ha provocado a la sociedad espaola, imponindole un modelopoltico simplemente demencial. Es decir, propio de dementes.

    El joven Anson (entonces Ansn, ms hispanizado) publica a mediados de la veintenade su vida una serie de libros La monarqua, hoy, La hora de la monarqua, Maurras, razny fe con los que trata de reivindicar el pensamiento contrarrevolucionario y la monarquatradicional, confrontando, de manera directa, la monarqua con la democracia. Anson seproclama tan monrquico como radicalmente antidemcrata: Yo quiero afirmar que si seentiende por democracia el gobierno del pueblo por el propio pueblo, la lucha de partidos, elatesmo en el Estado y el sufragio universal, soy radicalmente antidemcrata, de modo queabomina del mortfero sistema de partidos, que surge inevitablemente de la Repblicademocrtica.

    Las solapas de sus libros, con nfasis barroco, sitan al precoz reaccionario comoprncipe de los jvenes periodistas espaoles, como el mejor ensayista poltico de la nuevageneracin, como un escritor profundamente catlico que, en plena juventud, ha alcanzadoya una madurez llena de conocimientos, de un gran sentido comn y de una serena yequilibrada ponderacin. El representante de la juventud sana (trmino tan ansoniano):escritor que representa al sector ms sano e importante de las nuevas generaciones espaolas.En Maurras, razn y fe se hace referencia a una crtica en una revista francesa en la que secomparaba con los ms ilustres contrarrevolucionarias franceses.

    No es para tanto. No estamos ante un pensador original, sino ante un recopilador delreaccionarismo. No es un Joseph de Maistre o un De Bonald, sino un estricto meritorio. Nadaque objetar. Anson es demasiado joven y, si se quiere, demasiado monrquico y no s sidemasiado catlico, aunque eso no se es nunca, aunque muestra ya una tendencia a laspicardas. Desde luego es demasiado dogmtico, hasta llegar a considerar heterodoxo aJacques Maritain.

    Admira sin fisuras a Charles Maurras, cuyo colaboracionismo con Petain justifica, yse siente fascinado por las tendencias violentas de los camelots du roi, el grupo juvenilmonrquico de Accin Francesa. Va de suyo que se mueve en la estela de Accin Espaola yque sus referencias sean Donoso Corts, Ramiro de Maeztu, Jos Mara Pemn, Vctor Pradera,el conde de Rodezno. Y considere su maestro a Eugenio Vegas Latapi, a quien dedica Lahora de la monarqua. Por supuesto, muestra especial respeto y predileccin por GonzaloFernndez de la Mora, al que cita con frecuencia y siempre con elogio: uno de los escritores

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    ms slidos y brillantes con que cuenta el actual pensamiento tradicional espaol o solidezen la erudicin increble.

    El juicio me parece certero y justo. Sin duda, Gonzalo Fernndez de la Mora es unode los pensadores ms interesantes, con mayor bagaje intelectual y ms riguroso de la segundamitad del siglo veinte espaol. Lo que es no es justo, ni elegante es el alanceamientoposmortem perpetrado por Anson contra su antigua referencia y su mentor.

    El 19 de marzo de 2010, en un artculo en El Cultural de El Mundo, Luis Maria Ansonse descolg con la afirmacin extempornea de que el Premio Mariano de Cavia ganado porGonzalo Fernndez de la Mora, en 1959, haba causado cierto escndalo en los mediosliterarios, y le caracterizaba como hombre de ambicin incontenida, que cerde duranteun par de aos, y traicion finalmente a Don Juan.

    La revista de pensamiento Razn Espaola, fundada por Gonzalo Fernndez de la Moraen 1983 y continuadora de su legado, respondi en su nmero 162, julio-agosto 2010, haciendopblicas algunas de las cartas del zascandil Anson al autor de El crepsculo de las ideologas.Quiero en primer lugar felicitarte por tu merecidsimo Mariano de Cavia, le dice Anson el15 de marzo de 1960. Mi felicitacin es doblemente sincera puesto que me conviene muchoque pases de candidato a posible jurado, ya que esto me favorecer si es que me presento ensucesivas convocatorias de los premios Cavia de ABC.

    En aos anteriores, Anson haba llevado a la sumisin su aprecio personal y polticopor Fernndez de la Mora: Estoy encantado de saber que cuando te eleg como jefe y maestrono me equivocaba. Ni intelectual ni polticamente me has defraudado nunca (septiembre de1957). Me parece magnfica la idea de estar ms en contacto contigo pues ya sabes quepolticamente me considero a tus rdenes y eres la nica persona que ha odo decir esto de m,aparte del Rey (octubre de 1958). Estoy lejos de execrar el pensamiento reaccionario. Entraareflexiones interesantes sobre los lmites del poder, crticas a tener en cuenta respecto a lademocracia y al racionalismo, interesantes reivindicaciones del derecho natural y la moralobjetiva. Ms, al joven Anson le suceden dos cosas que le hacen pasar de continuo de losublime a lo ridculo: exagera y pone el catolicismo al servicio de la monarqua. En algunasreflexiones llega a ser chusco, guiado por sus obsesiones, como cuando asevera sin rubor quepara algunos el totalitarismo es lo contrario al liberalismo. Y, sin embargo, tienen una mismae idntica esencia. Pero, bueno, una de sus citas ms frecuentes es el libro El liberalismo especado, de Sard.

    As llega a autnticos exabruptos de diletante como el que seala que dentro de eseconcepto de liberalismo (negacin del orden divino) tan liberal es el Dictador ruso como laAsamblea francesa. El error est en el poder humano sin lmites, en no aceptar, en negar la leycristiana, revelada como fundamento de la sociedad. No es cuestin de polemizar, bastesealar que el liberalismo es doctrina que se basa precisamente en lmites y contrapoderes.Anson es furibundamente antiliberal porque es radicalmente antidemcrata. Para el apasionadoreaccionario, el sufragio, los partidos sin lmite, el parlamentarismo absoluto, eso ya no quedanhombres inteligentes que lo defiendan, porque los delirios liberales conducen primero a lamediocridad, luego a la corrupcin, finalmente a la anarqua y al caos.

    De hecho, la doctrina liberal no es nada que se pueda tomar en serio.

    Es, cuando mucho, el oportunismo poltico, la incapacidad y la incompetencia y, esos, indefectiblemente, la pedantera y la suficiencia. De ah que el monrquico liberal es uncompleto absurdo, aunque eso s, un absurdo bastante frecuente. A la larga tal vez sea ms

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    daino para el pas y para la propia Institucin que el mismo republicano. Que ya es decir!La democracia inorgnica, el sufragio universal, los partidos polticos y el parlamentarismo,este es el atractivo y nefasto ropaje exterior que emboba a los ingenuos, a los dbiles mentaleso a los que no han estudiado suficientemente. Es probable que en la obsesin antiliberal eljoven Anson slo haya sido superado por el joven Sabino Arana, para quien deba buscarse alos liberales en los lupanares. Escribe el reaccionario Anson: Porque si el liberalismo catlico,en s mismo, no es tan condenable como el socialismo, resulta, sin embargo, mil veces mspeligroso. Los enemigos son siempre preferibles a los traidores.

    Incluso, en su patolgica paranoia o en su falta de conocimientos, pero con petulantearrogancia llega a tildar al liberalismo de padre del socialismo. La aversin juvenil ansonianase extiende a cualquier referencia a la libertad. En cuanto a la libertad de enseanza, nadaexiste ms peligroso para el Catolicismo que este principio, hijo bastardo de la Revolucinlaica. Por ello, donde no quede ms remedio, es evidente que habr que aceptar la libertadde enseanza, pero ste no es el ideal de la Iglesia. Porque lo ortodoxo es que el error notiene ningn derecho y slo puede haber libertad para la Verdad. Se trata de una negacindirecta de la libertad de expresin, que desarrolla an ms en el captulo La prensa y la opininpblica de su libro La hora de la monarqua, en donde establece que la libertad de prensa hade tener forzosamente unos lmites, de modo que quienes han propugnado una libertadabsoluta de Prensa, han fracasado (en sus pecados de senectud se opondra al cierre del diarioproetarra Egin).

    Tampoco admite que se haga el ms mnimo elogio a un autor no catlico, por susvirtudes literarias, ni mucho menos a un liberal. El que lee en un peridico catlico que tal ocual poeta es admirable aunque liberal, va y coge y compra a aquel poeta aunque liberal y lotraga y lo devora aunque liberal. Por qu hemos de hacer a la Revolucin el servicio depregonar sus glorias infaustas? Esta posicin es inadmisible, ni a ttulo de imparcialidad cuandose ofende a la verdad. Es notorio que el senecto Anson ha abjurado de todas sus ideasjuveniles. Incluso el concepto de abjuracin se queda corto y resulta difcil encontrar un trminoque refleje este disparatado movimiento pendular. De lo que no ha abjurado ha sido de su femonrquica, aunque s, por completo, de su justificacin. Escribe el joven Anson que laMonarqua liberal es la tctica que emplean los republicanos para llegar ms fcilmente a laRepblica.

    El monrquico Anson propugna la Monarqua pura, a la que hoy se llamarepresentativa para diferenciarla de sus varias adulteraciones histricas: la Monarqua absoluta,la Monarqua liberal, la Monarqua electiva. Quiere avisar con su trompetn reaccionario delpeligro de lo que, andando el tiempo, propugnara, al comienzo de la transicin como lamonarqua de todos. En Espaa escribi en su juventud la alianza de la Monarqua conel liberalismo o el izquierdismo significara, en un plazo ms o menos corto, indefectiblemente,la anulacin y eliminacin de la Monarqua. Por eso sobra la miopa poltica de algunosmonrquicos que propugnan la colaboracin con los grupos liberales o izquierdistas. Segnel joven Anson, el derecho de sucesin no se funda solamente en que el heredero se haeducado desde la niez en su profesin, convirtindose as en un profesional. Ni se basatampoco en la permanencia de la Jefatura suprema del Estado. La justificacin ms profundade la funcin monrquica consiste en que, en virtud de la herencia, el Monarca no ha deagradecer su puesto a ste o al otro grupo, sino slo a la voluntad del Todopoderoso. Puedeser, pero, desde luego, a travs de Franco.

    Andando los aos, las cuestiones menores se iran exagerando en nuestro monrquicooficial por excelencia, como esa de la educacin para ser un profesional, que, analizado con

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    detenimiento, resulta execrable y representa una directa inhabilitacin de la monarqua: no sedebe formar para ser un profesional de la poltica y que eso sea constitutivo de una familia escensurable. El precoz reaccionario es, desde luego, un monrquico de tomo y lomo que seconsidera capacitado para demostrar la superioridad de la monarqua, rgimen perfectsimo,al que todos deben rendir culto. La doctrina monrquica, esa maravillosa desconocida! Escomo un diamante oculto en la hora que vivimos a la mayor parte del mundo. Pero el da quelos republicanos descubran esta doctrina mgica no podrn resistir al placer de quedarencadenados por los duros eslabones de sus razones luminosas y precisas.

    Estos delirios esotricos adquieren cierta ambientacin de la monarqua como doctrinarevelada que slo no es aceptada por ignorancia o perversin, aunque, por recordar lo obvio,Juan Carlos no le debe al menos, directamente el trono al Todopoderoso sino a Franco.Anson, para quien Donoso Corts ya demostr que la dictadura era buena en ciertascircunstancias, considera que las naciones sin rey son un aborto de la historia, que padecenuna desgracia inevitable, producto del destino histrico.

    Si algn da se hacen Monarquas coronando a algn caudillo, las generacionessiguientes podrn disfrutar de estar gobernadas por el mejor de los sistemas polticos, porquesi el fin del Estado es el Bien Comn, el sistema poltico ms aceptable ser aquel capaz deconseguir ese Bien Comn de manera ms perfecta. De aqu nace una adhesin espontnea ala Monarqua representativa y una repulsa completa de la Repblica en cualquiera de susformas, sobre todo en la ms pura, la liberal y parlamentaria, del sufragio universal y delpartidismo sin medida, puesto que pocos principios revolucionarios existen en la actualidadtan desprestigiados, terica y prcticamente, como el del sufragio universal. Nada peor: elsufragio inorgnico es un psimo, un lamentable sistema representativo.

    Resumiendo: Es, sencillamente, el caos completo. La Monarqua que Anson definecomo representativa o tradicional ha de ser catlica. La Monarqua en Espaa o es catlica ono puede existir porque la llamada Monarqua liberal es el puente tendido hacia la Repblica,es el pacto entre la Institucin y la Revolucin. Ante un monarca que firma leyes del aborto,lo del catolicismo ha ido siendo dejado en almoneda por los monrquicos, incluido, a la cabeza,nuestro monrquico oficial, quien, en su juventud, se pona tremendista: O restauramosntegramente la Monarqua de Su Majestad Catlica, o empujamos a la nacin hacia laRepblica, hacia la Revolucin y hacia el abismo. Cabra tildar a Juan Carlos de Su MajestadCatlica o sera un completo despropsito?

    Esa monarqua catlica que propugna el joven reaccionario Anson se parece bastantea la absoluta, e incluso a la medieval. El monarca concentra todos los poderes, el ejecutivo, ellegislativo y el judicial, aunque est limitado por los preceptos de la moral catlica, asesoradopor el Consejo del Reino, culmen de jerarquas organizadas pues una nacin sin jerarquaes tan absurda como una casa sin escaleras (sic) y por unas Cortes, cauce de representacincorporativa, mediante sufragio orgnico. Esa monarqua es incluso previa al Antiguo Rgimene incluso al diluvio universal, aunque no en pocos aspectos, analgicamente, semeja aljuancarlismo.

    Por de pronto, en las jerarquas organizadas partitocrticas. Como en el pasado,pueden surgir camarillas, facciones; digamos, partidos. El precoz reaccionario acude presto aatajar el peligro. En los pases gobernados por un Estado catlico, no se puede consentir laexistencia de ningn partido que propague principios religiosos, sociales o polticos distintosa los de la doctrina catlica. Hete aqu que lo de la alianza del trono y el altar es una bromaante la que se avecina: En una Monarqua catlica es inadmisible la existencia de cualquier

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    partido que, directa o indirectamente, ataque o menoscabe los siguientes principios fundamenta-les: La Religin Catlica, la unidad nacional, la Monarqua representativa, la legitimidaddinstica, la representacin orgnica, los derechos y deberes de la persona y el resto de losprincipios contenidos en las leyes fundamentales de la nacin.

    Fuera de eso, todo es discutible! A la postre, en efecto, todo es discutible, en todose puede ceder y se ha cedido puedo ceder y cedo, parfrasis suarista, ajustada a lo sucedidomenos en la monarqua, en el puesto de trabajo del Borbn y en el buen pasar de su familia.Anson llega a decir que una de las virtudes de la monarqua es que, al ser vitalicia y hereditaria,no est tan interesada en alimentar sin medida a las redes clientelares. El argumento es falsode toda falsedad en la teora y en la prctica: la monarqua tender, por ser vitalicia yhereditaria, a generar la red clientelar lo ms amplia posible. La monarqua siempre ha sidocuestin de castas. Lo dicho: Juan Carlos es el jefe de la casta parasitaria y el principal culpablede los males patrios.

    La Monarqua intil: 23-F, el golpe de Zarzuela (IV)El 22 de noviembre de 2008, en el programa de referencia de Intereconoma TV, Ms

    se perdi en Cuba, debatamos sobre la transicin el tenaz e ilustrado republicano, AntonioGarca-Trevijano, el ex ministro y uno de los protagonistas de la transicin, Fernando Surez,el profesor de Derecho Constitucional, Ramn Peralta, el periodista e historiador, Jess Palaciosy el autor de estas lneas, pastoreados por el director del exitoso programa, Xavier Horcajo.

    Sin que fuera el objeto directo del debate, Garca-Trevijano trajo a colacin el golpede Estado del 23 de febrero de 1981. Afirm que, en fechas ulteriores a la asonada, public unartculo en el diario El Mundo en el que estableca que Juan Carlos haba sido el organizadordel 23-F. Garca-Trevijano sustentaba su tesis en el estudio de los textos del rey. Hay un prrafodel fax remitido a Jaime Milans del Bosch en la madrugada del 24 de febrero que no dejademasiado margen a la interpretacin: Despus de este mensaje ya no puedo volverme atrs.Sugiere, con bastante claridad, una connivencia previa. Se ha pretendido que fue un error frutode la improvisacin de una noche de nervios, pero, en realidad, el cable remitido a la CapitanaGeneral de Valencia fue redactado por el secretario de la Casa Real, Sabino Fernndez Campo,revisado por varios colaboradores y por el propio Juan Carlos, quien muy probablemente fuequien introdujo la frase en cuestin.

    En el programa de Ms se perdi en Cuba, Garca-Trevijano revel que, a raz de suartculo, en una ocasin se le haba acercado Sabino Fernndez Campo, quien le confirm queJuan Carlos haba sido el organizador del golpe de Estado. Y que esa aseveracin le fue msextensa e intensamente confirmada en un posterior almuerzo privado que mantuvieron ambos.

    Poco sentido hubiera tenido confirmar, en su da, tal informacin con el ya fallecidoSabino Fernndez Campo, de quien podra esperarse o un espeso silencio o un rechazo rotundo.Pero tiene menos sentido an porque Sabino Fernndez-Campo s habl y lo que dijo, desdeluego, no puede entenderse, bajo ningn concepto, como un desmentido.

    La versin del golpe de Estado del 23 de febrero de Sabino Fernndez-Campo secontiene en el libro Sabino Fernndez Campo, la sombra del Rey, del periodista ManuelSoriano. Se trata de una biografa hagiogrfica, es decir, de una alabanza del personaje. Paramuestra vale un botn: el permanente ejercicio de la crtica es comn al asturiano, pero en elovetense, como l, ya se sublima. Y otro botn: un hombre apuesto, de una eleganciasencilla, natural y nada sofisticada. La publicacin en la ltima edicin, en 2008, de una

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    entrevista con el propio Sabino, concede al libro la condicin de biografa autorizada, es decir,revisada y dado el conforme.

    De hecho, el autor no slo narra los hechos, desde la ptica del biografiado, y recogesus opiniones, tambin tiene acceso a sus ms ntimos y terribles sueos. A Sabino FernndezCampo le dieron un ttulo nobiliario con grandeza de Espaa. A Alfonso Armada lo condenarona treinta aos de prisin. sa es la diferencia entre el ganador y el perdedor del pulso que elex secretario y el secretario del Rey se echaron el 23 de febrero de 1981. Poda haber sido alrevs.

    Sabino Fernndez Campo se ha visto, en sueos, como un rebelde y con un final msdramtico incluso. Los tanques llegan al palacio de la Zarzuela y el Rey los reciba exclamando:Menos mal que habis llegado, Sabino me tena secuestrado!. Un fuerte dolor en el pechole despertaba con el recuerdo, an fresco y angustioso, de haber recibido un tiro en el corazn.Haba sido una pesadilla.

    La interpretacin de Sabino Fernndez Campo incluye los siguientes elementos: a) fueun golpe de Zarzuela; b) un pulso interno entre Armada y Sabino; c) Juan Carlos siempre pudooptar por una u otra solucin. Desde luego, el final de la pesadilla no deja en buen lugar elnivel moral del monarca al que sirve, tan capaz, al menos en sueos, de nombrarle conde deLatores como de fusilarle. Es tan curioso y antinatural ese oficio vitalicio y, adems, hereditariode rey, de primer funcionario de la nacin, que carece de la lealtad hacia sus colaboradores queestos le conceden, con frecuencia, de manera servil, como son los casos de Alfonso Armada yJaime Milans del Bosch que no fueron fusilados, pero recibieron condenas de treinta aos porllevar a cabo un golpe notoriamente monrquico.

    Resume Manuel Soriano que el 23-F fue como una inteligente e igualada partida quedisput el general Fernndez Campo frente a los dos generales ms monrquicos del Ejrcitoespaol. Milans del Bosch y Armada. A los dos los conoca muy bien dice-, y los dosestaban imbuidos de ideas mesinicas: salvar a Espaa y al Rey del peligro que corran,guiados por un monarquismo ciego y dolidos con la democracia porque se considerabanmaltratados. Estas reflexiones son ulteriores al 23-F y caben interpretarse como merosejercicios de propaganda denigratoria para, en el terreno de las motivaciones, colar de rondnla hiptesis de un golpe de Estado dado por monrquicos a favor del rey pero contra el rey osin su conocimiento. Sin ucronas, sin saltos en el tiempo, el 23 de febrero Alfonso Armada yJaime Milans del Bosch eran las referencias monrquicas del Ejrcito, los amigos del Rey.

    En el caso de Alfonso Armada, su ms constante, valorado y leal servidor. ManuelSoriano, o Sabino Fernndez Campo a travs de Manuel Soriano, indica de Alfonso Armadaque era tanta la confianza que tena con don Juan Carlos que no limitaba sus opiniones, locual considera una extralimitacin de funciones. Las horas de despacho entre Alfonso Armaday Juan Carlos se calculan en torno a las quince mil. Se necesita ser muy intil para no detectara un traidor con tanto trato. Cuando Armada marcha de gobernador militar de Lrida, JuanCarlos deja sentado y escrito que seguira contando con su consejo.

    El golpe de Estado no hubiera sido posible sin el nombramiento inmediatamenteanterior de Alfonso Armada como segundo jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Los datoscronolgicos son altamente significativos: Alfonso Armada y Juan Carlos se entrevistan el 18de diciembre de 1980, el 22 de diciembre Juan Carlos informa a Adolfo Surez de que quierenombrar a Armada 2 JUJEM, Surez se opone (segn Soriano-Sabino, porque Surez sospechade sus tendencias golpistas, pero es ms lgico pensar en animadversin personal y poltica,puesto que Armada siempre fue contrario a Surez); el 3 de enero de 1981 vuelen a reunirse

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    durante varias horas Juan Carlos y Armada en el refugio de montaa de La Pleta, en BaqueiraBeret; el 26 de enero, Adolfo Surez comunica a Juan Carlos su dimisin; el 29 de enero sehace pblica la dimisin; el 3 de febrero, desde el aeropuerto de Barajas, y antes de salir haciael Pas Vasco, Juan Carlos comunica a Armada que ya ha firmado su nombramiento como 2JUJEM; el 6 de febrero, tras los graves incidentes en la Casa de Juntas de Guernica y conFederica, la madre de la reina Sofa, de cuerpo presente en Madrid, Juan Carlos se entrevistacon Armada en Baqueira Beret; el 11 de febrero, vuelven a verse en el funeral ortodoxo de lareina Federica y Juan Carlos muestra tan inusitado inters en entrevistarse de inmediato conAlfonso Armada que hay que mover las audiencias del da 13, y suspender la prevista conAlfonso de Borbn, duque de Cdiz, para que el segundo JUJEM tenga acceso a Zarzuela. Dellibro de Soriano-Sabino se deduce que hubo, sin que concrete, una entrevista ms antes del 23de febrero.

    Si Armada estuviera conspirando contra Juan Carlos o preparando un golpe a favor delrey pero sin o contra la voluntad del rey, ese calendario sera, por completo, absurdo. Dejaraa Juan Carlos como un retrasado mental o un completo incapaz en continua francachela con elmismsimo jefe de la asonada, que es, para entendernos, su mayordomo de siempre.

    Una parte de la verdad del golpe zarzuelero nunca la sabremos, porque pertenece alsecreto mantenido por ambos personajes sobre conversaciones mantenidas sin testigos. A fuerde incidir en que Armada no es un rebelde, ni un disidente, sino personal de confianza, lacayodel monarca, el general pidi permiso a Juan Carlos para hacer pblica, en el juicio, y en arasde su defensa, la entrevista mantenida el 13 de febrero. Soriano-Sabino indica que esaautorizacin le fue denegada.

    Esto de un golpista pidiendo permiso es, desde luego, chocante.

    En el programa de Ms se perdi en Cuba, al que he hecho referencia, y del quesurgen estas pginas, luego explicar por qu, estaba, como he reseado, el periodista ehistoriador Jess Palacios, autor del libro 23-F: El golpe del CESID, publicado por EditorialPlaneta. Recomiendo vivamente ese libro, por ahora el mejor sobre la asonada zarzuelera, paraquien quiera tener una visin pormenorizada de los hechos, realizada mediante un profundotrabajo de investigacin. En mi caso, considero que un exceso de detalles, en el momentoactual, sirve ms para confundir que para aclarar, y no pretendo investigar nada, porque loshechos fundamentales estn suficientemente claros para permitir establecer interpretacionesajustadas a ellos.

    En el citado libro de Jess Palacios se da una versin ms prolija de esa curiosa escenadel golpista pidiendo permiso al supuesto desactivador del golpe. Armada manda un escrito aJuan Carlos que parafrasea Palacios: Seor, podis estar seguro de que mi lealtad la mantendrhasta el final y que me sacrificar, pero tambin debo limpiar mi nombre y salvar el honor demi familia, de mi apellido, de mis hijos y el mo propio. Por ello os pido autorizacin pararevelar el contenido de la conversacin del 13 de febrero, de la que tengo recogidas notasexactas. Extrao golpista, desde luego. La contestacin, para no comprometerse el monarca,le es llevada de manera verbal: No puedo autorizarte a revelar el contenido de esaconversacin puesto que desconozco lo que quieres exponer, pues aunque t tengas notasrecogidas de la misma, yo no las tengo y no s lo que vas a decir. Y Armada no dijo nada.

    Obedece, a pesar de que le va en ello la crcel (30 aos en la sentencia del Supremo),alguien que se supone que se ha rebelado, con las armas, contra el rey. Increble, sino fueracompletamente cierto.

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    Tambin es muy chocante lo que cuenta Soriano-Sabino sobre el libro El rey (Plazay Jans), de conversaciones entre el aventurero Juan Carlos y el frvolo aristcrata Jos LuisVillalonga. La primera edicin se public en Francia. La edicin espaola apareci mutilada,porque, segn cuenta Soriano-Sabino, en la edicin francesa, que se public primero, figurabanalgunos prrafos que ofendieron especialmente al general Alfonso Armada, quien exigi quese suprimieran en la edicin espaola. As se hizo y no salieron. Extrasima relacin, en laque se atiende la exigencia del traidor golpista. El prrafo que se suprime dice: Y alzando lavoz, sbitamente indignado, don Juan Carlos dice: Dime, Jos Luis, quin iba a creer que elRey no estaba en el ajo si Alfonso Armada se instala en los telfonos de la Zarzuela? Sabinoestuvo de acuerdo conmigo y nosotros decidimos que sera el rey el que llamase personalmente,uno tras otro, a todos los capitanes generales. Con el resultado que t sabes.

    Y, sobre todo, se quita de la edicin espaola un comentario de Jos Luis Villalongaen el que tilda del ms despreciable de todos los conspiradores a Armada, cuya traicin ha sidouna cuchillada en la espalda del rey. Y el Borbn apostilla. Es infinitamente, triste, Jos Luis,descubrir que un hombre en el que haba puesto toda mi confianza desde hace muchos aos metraicionaba con tanta perfidia. Si Armada ha sido el organizador del golpe, las aseveracionesregias son atinadas y justas. Por qu entonces, ante la protesta de Armada, se suprimen en laedicin espaola? No se atiende nunca el requerimiento de un prfido traidor. Aqu s, porqueno lo es y puede irse de boca. Asimismo, desaparecieron de la edicin espaola algunasalusiones al capitn general de Valencia, que sac los tanques a la calle.

    Por ejemplo, la de la pgina 169: Es sabido, Seor, le dije al Rey, que Milans no eramuy sutil, pero era tan obtuso como para creer que Vuestra Majestad iba a arropar el golpede Estado? No contesta Juan Carlos-, pero yo pienso que l crea que, ante el hechoconsumado, yo no poda ms que inclinarme a ello. En esto me conoce mal. Aunque Soriano-Sabino no lo explicita, da toda la impresin de que la mutilacin se debe a la protesta deMilans del Bosch. Tiene especial inters la censura porque afecta a la hiptesis interpretativade un golpe de monrquicos contra el rey mediante la generacin de una situacin de hechosconsumados.

    No paran ah las mutilaciones, altamente significativas. En la pgina 174 de la edicinfrancesa, el penltimo prrafo termina con la exclamacin Verdaderos amateurs!, referidaa los golpistas. A continuacin, unas declaraciones en primera persona del rey que no aparecenen la edicin espaola: Si yo fuera a llevar a cabo, dice don Juan Carlos, una operacin ennombre del rey, pero sin el acuerdo de ste, la primera cosa e