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8/3/2019 Delgado, M. - El miedo al gueto [2007]
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II Seminario Atlntico de PENSAMIE
Manuel Delgado
El miedo al gueto(o porqu se procura evitar la concentracin
excesiva de pobres en la ciudad)
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ManuelDelgado
Doctor en Antropologa, es profesor titular de
Antropologa Urbana de la Universidad de
Barcelona. Ha trabajado especialmente sobre la
construccin de la etnicidad, las estrategias de
exclusin en marcos urbanos, las representaciones
culturales en la ciudad y las nuevas formas de cultoen el mundo contemporneo. Es autor, entre otros
libros, De la muerte de un dios, La ira sagrada,
Diversitat i integraci, El animal pblico. Hacia una
antropologa de los espacios urbanos (Premio
Anagrama de ensayo 1999), Ciudad lquida, ciudad
interrumpida, Identidades dispersas, Disoluciones
urbanas, o bien el reciente Sociedades movedizas.
Pasos hacia una antropologa de las calle.
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 135 El miedo al guetoManuel Delgado
(1) Mac, E. 1999. Les violendites urbaines et la ville, LAnnales de la Recherche Ur83/84 (setiembre), pp. 59-64
Disturbios callejerosAulnay Sous Bois, en
periferia de Pars, en 2FOTO: ERIC TRAVERS / PASCA
FLOCH (EFE)
1. Los polgonos de viviendas como escenario para el conflicto
Los polgonos de viviendas social fueron escenario y cuna de grandes movilizaciones veci-
nales que en los aos setenta dieron pie al surgimiento del primer sindicalismo barrial, que
por primera vez concibi el crecimiento urbano en clave de clase social. Esa naturaleza con-
flictiva de los grandes barrios de bloques se ha mantenido e incluso renovado en diversos
pases de Europa en los ltimos aos, aunque haya cambiado alguna de sus claves desen-cadenantes. Hay otros casos, pero el ejemplo de las periferias urbanas en Francia en las l-
timas dos dcada resulta especialmente elocuente. En ellas, los grandes polgonos de vivienda
social edificados en la dcada de los cincuenta y sesenta son peridicamente escenario de
estallidos de aquello que los medios de comunicacin tildan de "violencias urbanas", en que
el calificativo urbano no es sino una eufemizacin de una violencia social vinculada a las
relaciones sociales de exclusin (1). Se trata de autnticas revueltas protagonizadas por sec-
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tores desesperanzados de la poblacin, sobre todo por jvenes hijos de la antigua clase obre-
ra lo que es lo mismo en casi todos sitios que decir de la inmigracin o las repatriaciones
postcoloniales que se revelan contra la condena a la postracin a que se les ha abocado.
En estos casos la liquidacin del sindicalismo de clase tradicional y su desplazamiento dela fbrica al barrio se ha visto sustituda por una creciente miserabilizacin de determina-
dos polgonos de viviendas, cuya poblacin se ha visto victimizada por el paro y la precari-
zacin laboral o por el desguace generalizado de las polticas sociales de lo que un da fue-
ra o quisiera haber sido el Estado del bienestar; y ello en todas sus variantes: escolarizacin,
atencin sanitaria, servicios sociales y, sobre todo, crisis absoluta del alojamiento social. El
tono despiadado que ha tomado la desindustrializacin y la revisin liberal del Estado-pro-
videncia se ha traducido en un fuerte aumento del malestar, sobre todo entre una masa de
jvenes a los que se les ha escamoteado literalmente el futuro y que han aprovechado la m-
nima oportunidad para expresar radicalmente su frustracin.
Es ahora cuando se percibe el peligro de que las grandes concentraciones de vivien-das socialmente homogneas abandone sus reclamaciones explcitamente poltico-sin-
dicales para desplazarse al campo difuso de una inorganicidad de aspecto anmico, que
al menos tal y como es mediticamente exhibida recuerda las revueltas sin ideas en
la Europa preindustrial o los levantamientos que protagonizan sectores del subproleta-
riado urbano a lo largo del siglo XIX. Se trata ahora de estallidos de odio contra las ins-
tituciones y su polica, motines que como consecuencia de la creciente etnificacin de
la miseria y la marginacin urbanas han podido tomar eventualmente el aspecto de ra-
ciales, tnicos o en un ltimo periodo y por la imagen oficial, meditica y popularmente
propiciada acerca del Islam incluso religiosos.
Los medios de comunicacin pueden entonces mostrar a una nebulosa turba de jvenesairados, previamente mostrados una y otra vez como asociados a la delincuencia, la droga-
diccin o al fundamentalismo religioso, abandonarse al pillaje de establecimientos, el incendio
masivo de automviles y a los enfrentamientos con la polica. Los ejemplos son numerosos
desde finales de la dcada de los setenta hasta ahora mismo: en los barrios londinenses de
Totteham o Brixton, en octubre de 1985; en Bristol, en octubre de 1992; en el 2001, en Liver-
pool, en mayo; en Stoke-on-Trent, en julio, y en Oldham cerca de Manchester, Brixton de
nuevo y Leeds en octubre; en los barrios de Forest y Saint Gilles, en Bruselas, en mayo de 1991,
y en el barrio del General Eisenhower, en Amberes, en octubre de 2002.
En Francia, esa conflictivizacin violenta ha devenido crnica y son cclicos los motines
urbanos, algunos de gran virulencia, en una tradicin que arrancara acaso en el motn de
Vaulx-en-Velin, un suburbio de Lyon, en 1979 y que ira repitiendo casi de manera regular sus
manifestaciones: en el barrio de Les Minguettes, en Vnissieux, cerca la misma ciudad, en
el verano de 1981 y luego en 1985; en Reims, en noviembre de 1982; en 1990, en Vaulx; en 1991,
en Le Val Fourr, en Pars; en 1993 y 1997 en Dammarie-ls-Lys, tambin en Pars; en Dam-
marie, en 1997; en Toulouse, en diciembre de 1998 y ms tarde en diciembre de 1999, para
alcanzar su mxima expresin en la extraordinaria oleada de descontento que conocieron
los llabados barrios dificiles de casi todas las ciudades francesas Pars, Burdeos, Estrasburgo,
II Seminario Atlntico de Pensamiento 136 El miedo al guetoManuel Delgado
Las periferias urbanas
[de la sociedad
opulenta] se han
vuelto escenarios de
estallidos de odio
contra las
instituciones y su
polica, autnticos
motines, a veces
crnicos, a los que se
tilda de violencia
urbana y que, como
consecuencia de lacreciente etnificacin
de la miseria y la
marginacin urbana,
han podido tomar
aspecto de raciales,
tnicos o religiosos.
Pero no son ms que
una violencia social
vinculada a las
relaciones sociales deexclusin que
protagonizan los
sectores ms
desesperanzados. Y
sobre todo los
jvenes, a los que se
les ha escamoteado
literalmente el futuro
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Lyon, Rennes, Amiens, Rouen, Niza, Dijon, Perpin, Orleans... a lo largo de varias jornadas
en el otoo de 2005 y que slo se puedo atajar con la declaracin del estado de emergen-
cia en todo el pas y el toque de queda en diversos de sus barrios (a).
El caso francs es bien ilustrativo. Determinadas polticas en materia de vivienda so-
cial y de prevencin de los alquileres impagados procuraron, a partir de mediados de
los aos setenta, una progresiva sustitucin en los grandes ensembles: una poblacin
compuesta por familias de clase obera cualificada o de empleados, que tendi a huir
hacia centros urbanos recuperados o a barrios de nueva construccin, fue dando paso
a familias pauperizadas, lo que dio pie a su vez a un paulatino cierre de comercios de
proximidad, una desatencin creciente por parte de la Administracin, un aumento en
los ndices de delincuencia, el asentamiento masivo de familias pobres procedentes de
las colonias o de la inmigracin con frecuencia ilegal, niveles de fracaso escolar y de
desempleo muy por encima de la media nacional, sobrerepresentacin de jvenes y de
familias numerosas, generalizacin del consumo de drogas o alcohool, con frecuencia
como instrumentos de sociabilidad.
Democracia. Welfare State, 2008.
(a) Como se recordar, todarranc con la muerte de dadolescentes perseguidosla polica en Clichy-sous-Ben Seine-Saint Denis, cercPars. A partir del 8 denoviembre, los disturbiosprendieron por los barriosperifricos de diferentesciudades francesas a lo larvarias semanas y conlleva
centenares de heridos ydetenidos, la destruccin dtodo tipo de instalacionespblicas, comercios y edifreligiosos, la quema de mcoches... De hecho, se repeuna misma lgica que yahaban conocido todas lasexplosiones de ira populaciudades europeas, cuyo ofueron casi siemprebrutalidades y arbitrariedpoliciales, desencadenantes comn tambin a losdisturbios raciales en EstaUnidos, como se vio en Men 1980 y 1989, o en Cincinen abril del 2004. El caso mparecido ocurrido en Espacorrespondera al de losenfrentamientos entre ve
y policas en el barrio sevilde Los Pajaritos, en agosto2002, como consecuenciamuerte de un jovendelincuente por la PolicaNacional.
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Se haba producido la sustitucin de los antiguos explotados por los nuevos exclui-
dos, a los que, en una sociedad en que se ha decretado el fin de la lucha de clases, se lesescamoteaba la dignidad y la legitimidad como trabajadores o, como en Francia, se les
desposea simblicamente de su condicin de ciudadanos para remitirlos al captulo cla-
sificatorio de immigrantes (cf. Barros, 2005). Las cuestiones centrales se trasladaban as
al contraste integracin/marginacin y la divisin fundamental ya no era de orden ver-
tical del tipo explotadores/explotados, sino horizontal, entre gente dentro y gente fue-
ra, entre grupos y personas iny grupos y personas out, lo que llevaba a formas relativa-
mente nuevas de segregacin espacial (2) (b).
Pero hay algo en que no se diferenciaba el papel de los explotados y el de los excluidos
a la hora de hacer un uso intensivo del espacio que habitaban, sobre todo cuando se les daba
la oportunidad de verse cada da, de estar juntos, de coincidir en el tiempo y en el territorio
de su cotidianeidad. Habamos visto afianzarse en las grandes ciudades dormitorio una fuer-
te actividad centrada en la apropiacin del espacio pblico ms inmediato, por parte de j-
venes para los que en buena medida los centros urbanos aparecan poco menos que veda-
dos. En esos contextos de inmediatez podan organizarse en grupos de afinidad presen-
tados como bandas o pandillas susceptibles de proveer de identidades de referencia y
formas lo suficientemente slidas de organizacin y congruencia que contrarrestasen la des-
articulacin social que experimentaban a su alrededor. Pelculas como La Haine, dirigida por
II Seminario Atlntico de Pensamiento 138 El miedo al guetoManuel Delgado
(2) Wieviorka, M. 1995.El espacio del racismo,
Paids, Barcelona.
(b) Es significativo que todos lospronunciamientos polticos y
expertos sobre las revueltasurbanas del otoo de 2005 enFrancia insistieran en que estaseran el resultado de un fracaso
en el modelo de integracin, porplantearlo siguiendo el ttulo deun artculo de Michel Wievirokapublicado en La Vanguardia el 8
de noviembre de 2005.
Ubay Murillo. Secuestro, 2008.
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Matu Kassovitz (1994), o Ma 6-T va cracker, de Jean-Franois Richet (1997), describen de una
forma bien acertada este clima de hostilidad contra el sistema que ha cuajado en nume-
rosas de estas ciudades-dormitorio francesas, feudos que fueron hasta hace no mucho del
Partido Comunista y de sus virtudes organizativas.
En ambos filmes se describe de forma eficaz cmo la poblacin joven vive su exclusin
del centro de ciudades en las que es difcil no sentirse como intrusos indeseables, cmo han
de soportar el hostigamiento de una polica que les desprecia y maltrata, al tiempo que ha-
cen un uso exhaustivo e intenso de sus espacios pblicos ms inmediatos, convertidos en mar-
cos en que practicar formas especficas de sociabilidad de las que pueden obtener fuentes
de apoyo mutuo, generar productos culturales propios la msica hip-hop, por ejemplo sin
dejar de tomar conciencia de su potencia para convertir ese mismo escenario de su vida co-
tidiana en proscenio para la revuelta. Ah puede apreciarse hasta qu punto los grandes en-
sembles hacen posible esa puesta en comn de estados de nimo y ese traspaso que con-
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Avelino Sala.Anxiety, 2007.
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vierte la desesperacin en rabia contra las instituciones polticas, religiosas, escolares, etc., y
contra todo aquello que simbolice la situacin de postergamiento que les afecta.
Es interesante, en ese sentido, contemplar cmo las grandes discusiones pblicas que seplantearon en aquel momento, ante las dimensiones que asumi la revuelta en las banlieues
francesas, insistieron en colocar en el centro de los discursos la nocin de gueto, como si esta
fuera la clave que explicaba qu haba sucedido y por qu y como si la solucin para los con-
flictos suscitados no fuera la de mejorar las condiciones de vida de los barrios populares ni si-
quiera aliviar los motivos de la desolacin de los jvenes, sino evitar a toda costa que esos sec-
tores sociales que se haban mostrado tan vehementemente ofendidos llegaran a vivir con-
centrados en reas demasiado circunscritas, propiciadoras del encuentro cotidiano, la coinci-
dencia fsica, la interaccin intensa y constante y, derivado de todo ello, dotadas de viabilidad
para desarrollar formas de organizacin y de accin colectivas. El problema, en efecto, no pa-
reca ser la miseria, sino una acumulacin excesiva de miserables por metro cuadrado.
En Espaa, el terremoto que supuso la metstasis de lucha social en los cercanos extra-
rradios urbanos franceses sirvi precisamente para advertir de los peligros que implicaba
la posibilidad de que se formaran guetos de inmigrantes, un asunto que ya haca tiempo que
haba cobrado protagonismo en las polmicas acerca de qu caba hacer con los nuevos ve-
cinos de origen extranjero que se iban incorporando al tejido urbano, suscitando necesida-
des habitacionales crecientes que se repeta no podan traducirse en enclaves tnicamente
homogneos. El asunto incluso tuvo su rplica en el campo educativo, tambin en el senti-
do de la importancia de evitar la formacin de guetos o concentracin en unos mismos co-
legios de un exceso de poblacin escolar procedente de otras culturas. La retrica emple-
ada al respecto no dejaba de insistir en que se trataba de evitar los efectos ms perniciosos
de la segregacin social, de tal forma que importantes bolsas de poblacin se vieran arrin-conadas en espacios poco menos que cerrados, definidos por todo tipo de cargas negativas
y que convirtieran a sus reclusos en seres privados de un acceso igualitario a los bienes ma-
teriales y simblicos de los que la vida urbana se supone que es garante.
Es difcil defender hoy el moralismo de muchas de las sentencias de aquella escuela, ni
un culturalismo que se tomaba prestado de la antropologa boasiana, tan teida de idea-
lismo (c). Ni que decir tiene que, al menos en trminos generales, contina siendo incon-
testable lo que apuntaran primero Engels, en su clebre estudio sobre la situacin de la vi-
II Seminario Atlntico de Pensamiento 140 El miedo al guetoManuel Delgado
(c) De hecho, como se sabe, lanocin de regin moral, tan
cara a la Escuela de Chicago, noera sino la trasposicin a la
nueva sociologa urbana delconcepto de rea cultural que
haba acuado la primeraantropologa cultural
norteamericana.
La liquidacin del sindicalismo de clase tradicional y su desplazamiento de la fbrica al
barrio se ha visto sustituida por una creciente miserabilizacin de determinadospolgonos de viviendas. Es ahora cuando se percibe el peligro de que esas grandes
concentraciones de viviendas socialmente homogneas abandone sus reclamaciones
explcitamente poltico-sindicales para desplazarse al campo difuso de una inorganicidad
de aspecto anmico, que al menos tal y como es mediticamente exhibida recuerda a
las revueltas sin ideas en la Europa preindustrial
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vienda entre la clase obrera inglesa de la poca victoriana, y luego, en su senda, David Har-
vey, acerca de cmo la segregacin espacial resulta en ltima instancia de las dificultades
de la poblacin con recursos escasos a acceder al mercado de la vivienda, como consecuencia
a su vez de la licitacin de sta desde bases capitalistas.
As pues, nos encontraramos con un ejemplo ms de la necesidad de atemperar los an-
lisis chicaguianos, puesto que no se trata de cuestionar la evidencia de que las personas que
habitan zonas residuales y deterioradas lo hagan porque no tienen otra opcin, sino que, una
vez arrastradas a ellas y encerradas dentro, no hagan de su enclaustramiento forzoso un lu-
gar de y para la resistencia moral, la solidaridad entre iguales y, en determinadas oportuni-
dades, la contestacin poltica. Digamos que el anlisis marxista no se equivoca cuando in-
dica determinantes econmicos que, en ltima instancia, arrinconan a ciertos grupos sociales
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Homeless, 2006.FOTO: SAP
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en centros depauperados o periferias desasistidas, pero tampoco los chicaguianos dejaban
de tener razn cuando hacan entrar en juego la manera como esa distribucin acababa ha-
ciendo cristalizar energas y fuerzas que eran naturales, en el sentido de que no eran dis-
tintas de aquellas otras que, por doquier en el mundo vivo, articulaban las diferentes formas
de existir a sus contextos espaciales en forma de todo tipo de competencias, agenciamien-
tos y simbiosis, en las que la autororganizacin ocupaba un papel fundamental. De esa ma-
nera, la eficacia funcional del gueto dejando de lado cules haban sido los factores que lo
hubieran generado consista en su idoneidad para la solidaridad y las iniciativas colectivas.
Sin entrar en la dilatada discusin terica a propsito de las definiciones que se le
han asignado, lo cierto es que el gueto ha visto aumentada su mala reputacin, siste-mticamente asociado en sus representaciones al desorden, a la marginacin, a la des-
viacin, al vicio, al delito, etctera, como si de una colosal concentracin de anomia y
detritus morales se tratara (d). Frente a esas imgenes repetidas una y otra vez des-
de los discursos oficiales el gran argumento en contra del gueto es la nunca del todo
ni justificada ni demostrada virtud de la mezcolanza. La premisa terica es que el an-
tdoto contra la segregacin urbana y la exclusin social es favorecer, mediante la in-
II Seminario Atlntico de Pensamiento 142 El miedo al guetoManuel Delgado
Manuel Delgado, en distintos momentos de su conferencia en el II Seminario Atlntico de Pensamiento, en el CICCA en marzo de 2008FOTO: VCTOR M. CRUZ
(d) Alguna vez se explicita loobvio, como cuando una
periodista escriba, sobre lospolgonos de viviendas en que
se reclua o era recluida lapoblacin ms pobre, que todo
pesa sobre esos barrios quecrecen en los lmites de
nuestras ciudades. Controlarlos,ya no slo policialmente, se
termina convirtiendo en unaprioridad obligada para evitar
males mayores en el futuro(Patricia Ortega, Los guetos en
Espaa. Los suburbiosempiezan a incubar la
exclusin, El Pas, 18 dediciembre de 2005).
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 143 El miedo al guetoManuel Delgado
tervencin pblica, la mezcla social sobre el territorio, la convivencia y la interaccin
en los espacios urbanos de diversos grupos sociales (sobre todo por recursos econmicos,
pero tambin por religin, por caractersticas tnicas).
Como se ve, se supone que intercalar clases y grupos tnicos tiene efectos beneficiosos
que, por otra parte, nunca han visto comprobada su presunta bondad en orden a otra cosa
que no sea sosegar, por la va de la disolucin, la tendencia que los sectores ms desfa-
vorecidos de la sociedad tienen a devenir fuente de intranquilidad para las clases polti-
ca y econmicamente hegemnicas. Viviendo unos al lado del otro y encontrndose cada
da por la calle, a la puerta de los colegios, en las plazas, en los comercios, en los bares,
los segmentos socialmente desiguales y con frecuencia con intereses incompatibles, van
a renunciar a plantear contenciosos y se van a fundir en un abrazo ciudadano inmenso
y omniabarcativo, en que se concretara la utopa al mismo tiempo urbanstica y polti-
ca de una superacin de los antagonismos sociales por la va de la asuncin de los valo-
res abstractos basados en el consenso y la conciencia ciudadana.
Que el elogio oficial de la mixtura camufla objetivos bien poco altruistas es algo que
delata una mnima observacin sobre lo que ocurre en su aplicacin. En Francia, las ac-
ciones pblicas a favor de la mezcla social han implicado dispositivos de gestin en la asig-
nacin de viviendas sociales basados en formas sutilsimas de control y discriminacin
institucional que acaban afectando a los hogares ms pobres (3). En una ltima etapa,
a esas cualidades casi msticas de la copresencia armoniosa entre clases, en un escena-
rio urbano predispuesto para la reconciliacin, se le aade el atractivo que para las cla-
ses medias ms sensibilizadas supone una dosis controlada y relativa de diversidad t-
nica una forma nueva de referirse al reencuentro en un mismo espacio fsico con los
pobres que procura una cierta estampa de multiculturalismo y cosmopolitismo, refe-rente puramente esttico destinado a atender las demandas en materia de convivencia
entre culturas que reclaman esos sectores sociales interesados en las dinmicas de gen-
trificacin, es decir en la reocupacin por clases medias y altas de centros urbanos re-
habilitados, en los que se espera que pulule una cantidad aceptable de inmigrantes que
garanticen el nuevo colorido local, el nuevo tipismo pluritnico.
Casos paradigmticos de ello seran los de los barrios del Raval en Barcelona o Lavapis
en Madrid (4), festines inmobiliarios en los que el multiculturalismo escnico acta como
gancho para inversores, nuevos propietarios o incluso inquilinos jvenes o extranjeros que
quieran garantizarse peridicas inmersiones unos meses, un fin de semana en ambien-
tes multitnicos e incluso ligeramente canallas.
Tambin se busca esa superposicin de funciones en los propios barrios de bloques,
como si la colonizacin por parte de habitantes y actividades no marginales se consti-
tuyera en un factor de redencin de lo que hasta hacia poco haban sido focos de mar-
ginacin y conflictividad. se es el caso de proyectos de remodelacin como los del pro-
pio barrio de La Mina, en Sant Adri del Bess (Barcelona) junto con Villaverde, en Ma-
drid; El Puche, en Almera; el Polgono Sur, en Sevilla; Orriols, en Valencia; o San Francis-
(3) Tissot, S. 2005. Laspatialisation des problmesociaux. Actes de la rechercen sciences sociales, 159, pp
(4) vila, D. y Malo, M., 20Quin puede habitar laciudad? Frontera, gobiernotransnacionalidad en losbarrios de Lavapis y San
Cristbal, en ObservatoriMetropolitano.Madrid, la suma de todosGlobalizacin, territorio,desigualdad,Traficantes de Sueos, Mapp. 505-632.
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 144 El miedo al guetoManuel Delgado
co, en Bilbao, unos de los ejemplos ms recurrentemente citado de gueto en el Estado es-
paol-, para el que se prev una transformacin que coloque precisamente la diversidad
en el eje de sus objetivos, en orden a ver cumplida la utopa del reencuentro final entre
integrados y marginales, siempre como parte de una mquina de guerra que entiende
el gueto como el mal a combatir por todos los medios: El principio de diversidad toma
en la ciudad el mayor valor y debe garantizar la mayor riqueza de relaciones entre sus com-
ponentes. Diversidad que debe darse en todos los niveles sociales, en la composicin de
las personas y de los vecinos; fsica, en la definicin de los espacios, arquitecturas y tipologas
de viviendas, y econmica, en la diversificacin de las actividades (5).
Recurdese que la actual fobia al gueto arranca en buena medida de los menciona-
dos ciclos de revueltas en la periferia francesa, en concreto a partir de los disturbios delbarrio de Les Minguettes, en Lyon, en junio de 1991, que dieron pie a una ley explcitamente
antigueto que aspiraba a lograr una diversificacin social en los espacios metropolita-
nos y evitar la aglomeracin de miseria y conflictividad. Desde entonces los argumentos
contra la formacin de guetos no han hecho sino insistir en todos sitios contra la inde-
seabilidad de cualquier tipo de iniciativa en materia urbanstica que implicase la con-
centracin de desfavorecidos (6).
Pepe Medina. Fiel, 2008.
(5) Jornet, S.; Llop, C.; Pastor, J.E.La Mina. Transformacin
urbana del barrio, QuadernsdArquitectura, 240 (enero
2004): 246-249.
(6) DellUmbria, A. 2006.Chusma?,
Pepitas de Calabaza, Logroo.
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En Francia, las polticas antigueto impulsadas desde la izquierda el Partido Comunis-
ta en los grandes ensembles de los antiguos cinturones rojos se han basado en el supuesto
reaccionario de que la causa del deterioro de los barrios obreros no se deba a los procesosde precarizacin laboral y a la desarticulacin del Estado del bienestar, sino a la concentracin
espacial de pobres e inmigrantes. En Espaa, la amenaza constantemente subrayada como
sobremanera indeseable de que aparezcan guetos es el argumento perfecto para abortar
cualquier intento de generar vivienda social, puesto que se da por descontado que esa vi-
vienda de alquiler o venta accesibles que, dadas las dimensiones del problema de la vivienda,
implicara seguramente el regreso a algo que acabara evocando la antigua la poltica de
barrios de bloques ser rpidamente copada por las capas sociales ms desfavorecidas, fun-
damentalmente personas procedentes de la inmigracin o familias adscritas a minoras
tnicas empobrecidas o marginales. De ah, tambin, que se enfatice que las pocas pro-
mociones de vivienda social se destinan a jvenes, como una forma de tranquiizar acerca
del futuro que aguarda a las zonas donde se ejecuten ese tipo de iniciativas.
2. Gueto y prisin
La nocin de gueto es polmica. Se aceptara como definicin adecuada, aunque fuera a t-
tulo provisional, que sirve para nombrar un reagrupamiento espacial que asocia estre-
chamente poblaciones desfavorecidas a territorios circunscritos. En efecto, a pesar de la con-
II Seminario Atlntico de Pensamiento 145 El miedo al guetoManuel Delgado
Ubay Murillo.Malestar, 2008.
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 146 El miedo al guetoManuel Delgado
fusin conceptual que arrastra y los avatares histricos de su empleo, el trmino gueto se
usa esencialmente para hacer referencia a la acumulacin en un determinado enclave de fa-
milias singularizadas por las dificultades con que se enfrentan en su integracin econmi-
ca, laboral, escolar, etc. Como se ha remarcado, todo lo que se escribe o se dice al respectodel gueto siempre acaba sugiriendo que si esas personas postergadas no vivieran juntas sus
problemas quedaran solucionados, o cuanto menos aliviados, cosa que el sentido comn
tendera a descartar. En realidad, apenas si se disimula que la concentracin de excluidos no
es un problema para los excluidos, sino para lo excluidores. En otras palabras, que la lucha
contra la segregacin espacial de los inmigrantes o de cualquier otro sector potencialmente
problemtico por la tendencia que en cualquier momento puede mostrar a defenderse de
los abusos que le afectan lo es no tanto contra su marginacin espacial, sino contra la po-
sibilidad de que esos seres humanos agraviados se agrupen, reconozcan que comparten in-
tereses y objetivos y tomen conciencia de su fuerza y de su capacidad de desplegarla.
El tiempo acaso ha sido injusto con los aportes de la Escuela de Chicago, aquel ncleo desocilogos que sintieron la necesidad de aplicar una mirada de inequvoca extraccin et-
nogrfica sobre la complejidad urbana. Denigrados por su darwinismo social, convertidos
en tericos del liberalismo individualista en materia de ciudad, no se ha apreciado hasta qu
punto muchas de sus intuiciones estaban cargadas de sensitividad hacia lo especfico del
fenmeno citadino y hacia sus cualidades autoorganizativas. Sus perspectivas sobre el gue-
to, formalizadas en el clsico de Louis Wirth,The Ghetto, publicado en 1927, tuvieron el m-
rito de percibir como la concentracin en un mismo espacio, incluso la autosegregacin, cons-
tituan una ventaja para los no-asimilados por emplear el trmino que propona el propio
Wirth , que encontraban en la proximidad fsica continuada un soporte fundamental para
aquellas redes de ayuda mutua que les permitan sobrevivir en un universo social el urba-
no, entendido como modo de vida que prescinda de ellos o les era hostil.
Es difcil defender hoy el moralismo de muchas de las sentencias de aquella escuela, ni
un culturalismo que se tomaba prestado de la antropologa boasiana, tan teida de idea-
lismo. Ni que decir tiene que, al menos en trminos generales, contina siendo incontesta-
ble lo que apuntaran primero Engels, en su clebre estudio sobre la situacin de la vivien-
da entre la clase obrera inglesa de la poca victoriana, y luego, en su senda, David Harvey,
acerca de cmo la segregacin espacial resulta en ltima instancia de las dificultades de la
poblacin con recursos escasos a acceder al mercado de la vivienda, como consecuencia a
su vez de la licitacin de sta desde bases capitalistas.
As pues, nos encontraramos con un ejemplo ms de la necesidad de atemperar los
anlisis chicaguianos, puesto que no se trata de cuestionar la evidencia de que las per-
sonas que habitan zonas residuales y deterioradas lo hagan porque no tienen otra op-
cin, sino que, una vez arrastradas a ellas y encerradas dentro, no hagan de su en-
claustramiento forzoso un lugar de y para la resistencia moral, la solidaridad entre igua-
les y, en determinadas oportunidades, la contestacin poltica. Digamos que el anli-
sis marxista no se equivoca cuando indica determinantes econmicos que, en ltima
instancia, arrinconan a ciertos grupos sociales en centros depauperados o periferias des-
Las grandes
discusiones pblicas
ante la revuelta en
las banlieues
francesas colocaron
en el centro la nocin
de gueto, como si la
solucin no fuera la
mejora de las
condiciones de vida
de los barrios
populares, ni siquiera
aliviar los motivos dela desolacin de los
jvenes, sino evitar a
toda costa que esos
sectores sociales
llegaran a vivir
concentrados en
reas demasiado
circunscritas,
propiciadoras del
encuentro cotidiano,de la interaccin
intensa y, por todo
ello, dotadas de
viabilidad para
desarrollar formas de
organizacin y
accin colectivas. El
problema no pareca
ser la miseria, sino
una acumulacinexcesiva de
miserables por metro
cuadrado
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 147 El miedo al guetoManuel Delgado
Chus Garcia-Fraile. Street Stage, 2, 2005.
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asistidas, pero tampoco los chicaguianos dejaban de tener razn cuando hacan entraren juego la manera como esa distribucin acababa haciendo cristalizar energas y fuer-
zas que eran naturales, en el sentido de que no eran distintas de aquellas otras que,
por doquier en el mundo vivo, articulaban las diferentes formas de existir a sus contextos
espaciales en forma de todo tipo de competencias, agenciamientos y simbiosis, en las
que la autororganizacin ocupaba un papel fundamental. De esa manera, la eficacia fun-
cional del gueto dejando de lado cules haban sido los factores que lo hubieran ge-
nerado consista en su idoneidad para la solidaridad y las iniciativas colectivas.
Y es que en todo proyecto urbanstico siempre hay mucho ms que una mera intencin
ordenadora que emplea para sus fines determinadas composiciones formales. Existe, tras
de cada iniciativa en materia urbanizadora, una doctrina relativa a lo que se quiere que su-
ceda o que no suceda en ella, a qu tipo de acontecimientos se pretende propiciar o evitar
a toda costa. En ese orden de cosas, la hiptesis segn la cual las dificultades a la hora de con-
trolar polticamente y policialmente los barrios populares de bloques fue una de las razo-
nes que determinaron su abandono como tipologa es plausible. Ahora bien, lo que debe-
ra estar claro es que entre estos factores que, incluyendo aqul o no, provocaron el declive
de los barrios populares de bloques no figura el de la solucin definitiva de los problemas
de acomodo de los ms desfavorecidos que justificaron su generalizacin.
II Seminario Atlntico de Pensamiento 148 El miedo al guetoManuel Delgado
Una joven es retenida durante los disturbios de Atenas tras la muerte de un joven por disparos de la polica, en diciembre de 2008.FOTO: PANTELIS SAITAS (EFE).
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 149 El miedo al guetoManuel Delgado
Las detestables y detestadas ciudades-dormitorio de los sesenta resultaron de una in-
tervencin pblica que ensay soluciones al cada vez ms acuciante problema de la vivienda,
un problema que hasta entonces haba sido aliviado a travs de la igualmente detestable
alternativa de la autoconstruccin en agrupaciones chabolistas. No se discute que tanto unasolucin como la otra fueron indeseables y es difcil justificar un elogio tanto de la infravi-
vienda barraquista cmo de la construccin casi fraudulenta de bloques en psimas con-
diciones. Ahora bien, eran ciertamente soluciones, y soluciones a un problema que no ha
dejado nunca de existir, si es que en ciertos sentidos no se ha agudizado con la persisten-
cia de una demanda que contina bien activa: la de los jvenes que quieren constituir nue-
vos hogares, la de las personas mayores y los empobrecidos en general que slo pueden pa-
gar alquileres muy bajos y, una vez ms, como siempre, la procedente de una inmigracin
hacia las grandes ciudades de capitalismo avanzado que se ha vuelto a intensificar por las
demandas de los nuevos ciclos econmicos.
El caso de las dinmicas migratorias que atraen a los ncleos urbanos a individuos yfamilias destinados a alimentar el mercado laboral es elocuente. Ese mismo tipo de po-
blacin procedente del exterior que en fases anteriores se haba asentado en barrios de
autoconstruccin y luego en los grandes barrios de bloques en las periferias urbanas, se
ve hoy condenada a vivir en unas crecientes condiciones de clandestinidad, no slo ju-
rdica y laboral, sino tambin habitacional. Sin ningn tipo de previsin de vivienda so-
cial para ellos, se les obliga a dispersarse por la trama urbana en busca de la escasa ofer-
ta de vivienda asequible para ellos.
La situacin en el Estado espaol no es menos desoladora por lo que hace a polticas
de vivienda social poco menos que inexistentes. Los ncleos de bloques que sirvieron en
su da para realojar a los chabolistas han heredado su estigma y continan siendo un focode miseria y marginacin que los planes de rehabilitacin de seguro que ni siquiera lo-
grarn aliviar. Barcelona. Ya hemos visto que el proceso que, partir de los aos setenta,
lleva a una recuperacin capitalista de los centros urbanos, rehabilitados para conver-
tirlos en polo de atraccin para clases medias y altas dispuestas a reinstalarse en cascos
viejos vendidos como cargados de valores histricos y sentimentales, ha conllevado po-
lticas masivas de desalojo de antiguos inquilinos, muchas veces mediante el hostiga-
miento y la coercin. Los barrios de bloques ocupados por la antigua clase obrera defienden
las prerrogativas conseguidas mediante la movilizacin y con frecuencia se blindan ante
nuevos vecinos que puedan alterar la ya de por si precaria estabilidad social obtenida,
con frecuencia concretada en viviendas de propiedad que han resultado de lo que fue-
ra la poltica franquista de un operario, un propietario.
En tal marco, las oleadas de inmigrantes que llegan convocados por las demandas de
mano de obra informal acaban encontrando viviendas igualmente informales, autnti-
cos sumideros en zonas depauperadas, hacinndose en pisos ruinosos por los que pa-
gan alquileres abusivos, aprovechando pensiones ilegales, realquilando habitculos a
veces inslitos balcones, patios interiores, camas calientes, apartamentos rotato-
rios... u ocupando fincas rurales abandonadas. Los jvenes precarizados tienen pocas
Frente a la mala
reputacin
aumentada del
gueto, dcadas at
factor de solidarid
e iniciativas
colectivas, la soluc
surgida es la
mezcolanza, la ide
de que intercalar [
la trama urbana]
clases y grupos tie
efectos beneficiosde integracin soc
Es una bondad
nunca comprobad
salvo para disolve
tendencia de los
desfavorecidos a
constituirse en
fuente de
intranquilidad pa
las claseshegemnicas. Y
coincide con el
inters de las clase
medias y altas de
recuperar centros
urbanos
rehabilitados en l
que, como Lavapi
en Madrid o el Ra
en Barcelona, una
diversidad tnica
escnica acta co
gancho inversor
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 150 El miedo al guetoManuel Delgado
posibilidades de adquirir un piso a precio de mercado y sin posibilidad de encontrar algo
asequible en un mercado de alquiler prcticamente inexistente, pero, si existe algn ama-
go de iniciativa inmobiliaria de proteccin oficial, se cuida enseguida de advertir que sus
destinatarios sern justamente compradores o inquilinos jvenes, cuya pobreza se en-tiende que es provisional y superable, en contextos en que no se contempla la posibili-
dad de que alguien pueda pertenecer o acabar perteneciendo a algo que no sea una abs-
tracta clase media universal. Toda iniciativa en materia de alojamiento social masivo es
rpidamente tildada de promotora de guetos y cuestionada.
No es cuestin de insistir ms en las dimensiones del problema de la vivienda en Euro-
pa y en Espaa en particular, pero s que la alternativa a las viejas polticas de construccin
social no ha sido nuevas polticas de construccin social, sino la dimisin de entender la vi-
vienda como un servicio pblico y la renuncia casi absoluta a plantearse la cuestin de su
inaccesibilidad para una buena parte de la poblacin. Es ms, parece que la situacin se in-
vierte. Si en los sesenta y setenta se pudo ser testigo de expropiaciones masivas de sueloprivado por parte de la Administracin, ahora son los Ayuntamientos los que se dejan ex-
propiar por las inmobiliarias, en la medida en que han descubierto que poner terrenos p-
blicos al servicio de la promocin privada y la especulacin constituye una de sus grandes
fuentes de recursos, sino la ms importante.
El resultado final: un marco definido por la casi desaparicin de la vivienda protegida y
de promocin pblica, una oferta de alquileres cada vez ms escasa y ms cara y aun la des-
aparicin de las pensiones baratas en los centros urbanos deteriorados, que eran el ltimo
recurso de las personas en situacin ms precaria. Pero si acaso la preocupacin por la vi-
vienda social se recuperara y se retomara el papel central de la gestin pblica en el creci-
miento urbano, est claro que no se traducira en una revitalizacin de lo que fueron las po-lticas de grandes conjuntos residenciales para las clases populares, ni la tipologa de los des-
prestigiados polgonos de viviendas.
Y es probable que en el descarte de este tipo de opcin figure el fracaso de este for-
mato urbanstico en orden a purgar la vida urbana de su crnica tendencia al conflicto
y su predisposicin a ser justamente lo contrario de lo que se prevea que fueran, es de-
cir ncleos desde los cuales los poderosos recibieran noticia de la consubstancial condi-
cin ingobernable de las ciudades.
Las polticas presidiarias estn siendo hoy una continuacin natural de las polticas de
guetizacin de la miseria urbana. Y la crcel es de algn modo una continuacin naturaldel gueto, como simbiosis estructural y sustituto funcional. Tanto el gueto como la crcel
se conforman en instituciones de encierro forzoso. El gueto es una especie de prisin social,
al decir de Loc Wacquant, mientras que la prisin funciona como gueto jurdico, ambos
con la misin confinar a una poblacin estigmatizada para neutralizar la amenaza
material y/o simblica que esa poblacin representa
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 151 El miedo al guetoManuel Delgado
Chus Garcia-Fraile. Contenedores 1, 2005
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 152 El miedo al guetoManuel Delgado
De ah el pnico ante la constitucin de lo que el imaginario social y oficial llaman gue-
tos. Por citar los ejemplos ms recientes del protagonismo de lo que en la prctica funcio-
na como un espantajo recordemos a Oriol Nello, a la sazn secretario general de Planifica-
cin de la Generalitat de Catalunya, presentando en marzo de 2006 el Plan Territorial para
Catalua y estableciendo en su discurso que los planes urbansticos deben evitar a toda cos-
ta la formacin de guetos (El Pas, 31 de marzo de 2006). En la presentacin de los planes
de rehabilitacin del Carmel, a principios de 2006, tambin se plante la urgencia de difu-
minar los efectos negativos de una presencia excesiva de inmigrantes, justo para evitar la
formacin de guetos (El Pas, 26 de enero de 2006).
Incidentes violentos en Neuhof, suburbio de Estrasburgo, en 2005.FOTO: VINCENT KESSLER (REUTERS).
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II Seminario Atlntico de Pensamiento 153 El miedo al guetoManuel Delgado
Desde su toma de posesin, el nuevo alcalde de la ciudad, Jordi Hereu, se plante como
prioridad precisamente las polticas que impidieran la constitucin de guetos, uno de los
factores que como explicit en primera conferencia-balance anual ms directamen-
te amenaza el concepto de ciudadana (El Peridico de Catalunya, 10 de enero de 2007).Como ha insistido en sealar Mikel Aramburu (7), la prevencin contra la eventual ins-
tauracin de guetos est sirviendo hoy por hoy como uno de los principales argumen-
tos para limitar la construccin de vivienda social en Catalua.
No hay plan urbanstico que no se plante como objetivo evitar la formacin del gue-
tos, objetivo para el que se propone y se dispone una inyeccin de actuaciones de todo tipo
que animen lo que se da en llamar diversificacin social y que, como se apuntaba al prin-
cipio, tomando como referencia la Ley de Barrios vigente en Catalunya, lo que se busca o
al menos se obtiene no es sino una gentrificacin disimulada, es decir el asentamiento o
cuanto menos la asiduidad de clases medias en la zona. Por descontando, y como acerta-
damente sealaba Horacio Capel en su anlisis del modelo Barcelona (8), esas polticas nun-ca afectan a barrios que ya eran de clase media o alta, en los que a ningn urbanista oficial
se le ocurre animar a instalarse a familias pobres o marginales para asegurar la supuesta-
mente deseada heterogeneidad social.
En diciembre de 1985 se inicia en Espaa bajo los auspicios de Enrique Mgica como
ministro de Justicia y previo pacto entre los diversos partidos polticos autodenomina-
dos democrticos una poltica carcelaria consistente en distribuir los prisioneros de ETA
en diversos presidios a lo largo y ancho del Estado. Esa iniciativa conocida como pol-
tica de dispersin de presos fue luego recurrentemente cuestionada, incluso por algunos
de los partidos que inicialmente le haban dado apoyo. La funcin de esa orientacin en
poltica penitenciaria fue as se explicit asegurarse que los presos de ETA nunca apa-receran reunidos en un centro en la suficiente cantidad y capacidad de contacto como
para que su agrupacin fsica se tradujera en desobediencia organizada.
No deja de ser significativo que un autor como Loc Wacquant fuente de reflexin
terica tanto para la cuestin del gueto como para las polticas de represin y castigo de
la pobreza que aparecen encubiertas bajo el epgrafe de lucha contra el delito haya
sido quien haya advertido que las polticas presidiarias estn siendo por doquier una con-
tinuacin natural de las polticas de guetizacin de la miseria urbana y que la crcel es
de algn modo hoy una continuacin natural del gueto, del que supondra una simbio-
sis estructural y un sustituto funcional. Tanto el gueto como la crcel se conforman en
instituciones de encierro forzoso: El gueto es una especie de prisin social, mientras que
la prisin funciona como gueto jurdico. Ambos tienen como misin confinar a una po-
blacin estigmatizada con el fin de neutralizar la amenaza material y/o simblica que esa
poblacin plantea para la sociedad de la que, por decirlo as, ha sido extirpada. (9). En
ese orden de cosas, no es de extraar que haya habido quien concibiera que ni siquiera
el sistema carcelario debera tolerar que la concentracin de presos cuya homogeneidad
fuera ms all de su condicin de encerrados acabar traducindose en capacidad de con-
testacin organizada a su situacin.
(7) Aramburu, M. 2002.Nosotros y los otros.Imgenes del inmigranteCiutat Vella de Barcelona,Ministerio de Educacin yCultura, Madrid.
(8) Capel, H. 2005.El modelo Barcelona. Unexamen crtico,Serbal, Barcelona.
(9) Wacquant, L. 2005.La pres com a substitut d
gueto, Castigar els pobresnou govern de la inseguretsocial.Barcelona: Edicions de 198pp. 215-230.