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Edición Digital del Libro de Timoteo Núñez Muslera Primera Edición Talleres Gráficos GADI, de la ciudad de Florida, a los 23 días del mes de Diciembre de 1951. TIMOTEO NUÑEZ MUSLERA “DIEZ DE FLORIDA”

“DIEZ DE FLORIDA” TIMOTEO NUÑEZ MUSLERA · Pocos días después de San José, Artigas le confiere el grado de capitán, con el que el 18 de mayo combate en Las Piedras, junto

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Edición Digital del Libro de Timoteo Núñez Muslera Primera Edición Talleres Gráficos GADI, de la ciudad de Florida, a los 23 días del mes de Diciembre de 1951.

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A MANERA DE PROLOGO

Este trabajo constituye el texto de una serie de disertaciones radiales de divulgación histórica, realizadas desde el micrófono de C.W. 33 RADIO FLORIDA, en los meses de agosto y setiembre de 1950, adhiriendo a los homenajes que se venían tributando a Artigas, en el centenario de su muerte.

Sin caer en un localismo exagerado, creemos que si es de justicia honrar la memoria de los héroes nacionales ya consagrados en el procerato, bien merecen reparación histórica, rescatándolos del olvido en que yacen, interesantes figuras de nuestro ayer floridense que, sin haber brillado intensamente en elfo escenario nacional, fueron eficaces propulsores del progreso departamental, en sus múltiples aspectos.

Hubiéramos rendido ese homenaje a figuras tan interesantes, para nosotros, como las de los que, en su hora, presidieron nuestras viejas Juntas Económico - Administrativas-, desde el Dr. Francisco Magesté hasta don Heraclio Zipitría, los ex - Jefes Políticos, desde el comandante Enrique Castro —sucesor del coronel Faustino— hasta el teniente coronel Juan I. Baldirio Cardozo, el inmolado en Arias por el último matrero; la, legión de maestros de primeras letras —particulares, departamentales y nacionales— que pudieran estar dignamente personificados en el Inspector don José B. Miranda que, por espacio de 22 años consecutivos —desde enero del 88 a julio del 910— dirigió, con acierto, con competencia, con alto respeto al maestro, con profundo cariño a los niños, la enseñanza primaria de Florida, después de haber sido —allá por el 73— Secretario de José Pedro Varela y, en los albores de la Reforma, profesor eminente de educadores de la talla de Aurelia Viera, los hermanos Stagnero, Juanita Pugni, Matilde y Francisca Vacca, Oscar y Sara Tebot. . . Y como a don José Miranda nos tentaría estudiar, desde el punto de vista de su actuación floridense, a don Santos Urioste, justicia y municipe en los comienzos del tercer cuarto del siglo XIX; y a don Juan Pedro (o Juan Pablo?) Caravia, prohombre del Cerrito, Jefe Político nuestro que, desde la Jefatura y en los principios del 58, preocupose de evitar las demasías de su, correligionario el caudillo Timoteo Aparicio, en las vísperas luctuosas de Quinteros; y al Dr. José Tubino, médico - homeópata y a Cardeillac, el agrimensor, y a don Solano Riestra, el escribano de "Ladrillo Viejo" y a don José Iribarne, que hiciera del periodismo un apostolado; pero lo reducido de nuestras fuentes floridenses de información, nos obligó a postergarlo para época futura y tratar, entonces, a grandes rasgos, a algunas personas cuyos nombres figuran en el nomenclátor de la ciudad y que, por unas u otras razones, estuvieron vinculadas a la población, ocupando, con honor, cargos civiles y militares en el departamento. Fueron, así, recordados, por su orden, don Joaquín Suárez, primer diputado electo por Florida; el sacerdote Juan Francisco de Larrobla, Presidente de la Asamblea del año XXV; don Manuel Calleros, Presidente del Primer Gobierno Patrio de la Provincia y firmante de las dos actas del 25 de agosto; el sacerdote Santiago Figueredo, fundador de la ciudad; el general Juan Antonio Lavalleja, designado por nuestra Sala de Representantes, tres días antes de la Declaratoria, Gobernador y Capitán General de la Provincia; el general Manuel Freire, soldado de Artigas y capitán de la Agraciada, fusilado en nuestro departamento, en el 58; don Frutos, el "caballero del mito y de la crónica", cuya vida y muerte ilustró seis puntos de nuestro departamento'; señalando otros tantos aspectos de su poderosa personalidad; el coronel Faustino López, nuestro primer Jefe Político, caído en la toma de la Florida, cuando don Venancio; el teniente general Luis Eduardo Pérez, vecino de arraigo que honró nuestra Jefatura Política y que fué un alto y digno representante de la ciudadanía floridense en el Senado y que, señorialmente, abandonó un Ministerio, cuando Santos, por negarse a firmar una ley mordaza contra la prensa; y, finalmente, el Dr. Ursino Barreiro, alta y preclara figura civil que reclama su monumento desde una de la avenidas de nuestro Prado, ya que fué nuestro primer Gran Intendente Municipal a quién debemos desde el Palacete Comunal hasta el Parque Piedra Alta, desde el Corralón hasta el arbolado de la ciudad, desde los Corrales de Abasto hasta la reconstrucción del Hipódromo, desde el puente sobre el Lindero hasta la plantación de árboles en los campos municipales, desde la creación del Laboratorio Químico hasta el estudio,

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2 estructuración y aplicación de las ordenanzas municipales que, a casi medio siglo de su vigencia, sólo han motivado ligeras adaptaciones, exigidas por tiempos nuevos, que nuevos cauces administrativos reclaman.

Desde don Joaquín Suárez hasta el Dr. Barreiro, mis "Diez de Florida" fueron, deseáronle o no, ardientes artiguistas, desde que contribuyeron a plasmar las ideas de libertad del Prócer, en este rincón del que fuera Virreinato del Río de la Plata que, durante tres siglos fuera "hábitat" de gentes, nómades o sedentarias, enamoradas de su independencia, llamáronse pulperos o curas, faeneros o gauchos patriotas, estancieros o esclavos, aristocracia o plebe que, mancomunados en brumosos ideales comunes, hicieron del departamento una región rica y laboriosa, con una capital que pugnamos sea culta y progresista, orgullosa de su pasado y segura de su venturoso porvenir.

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NUESTRO PRIMER DIPUTADO

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4 enía que sentir el embrujo de Florida, desde que su padre, don Bernardo, estaba avecindado en el "Partido del Pintado" desde 1774, hasta un cuarto de siglo después y donde había establecido una de las primeras pulperías lugareñas.

Cofundador de la aldea y capilla del Pintado, en su condición de Síndico del Cabildo de Montevideo, elevaba a la Corporación —exactamente tres años antes del Grito de Asencio— un extenso y meditado informe, adhiriendo a las gestiones de Figueredo para trasladar la endémica población a la Estancia del Cabildo, de tres leguas cuadradas, de las que dos deberían destinarse a chacras, en las que se ubicarían hasta 240 familias, en tanto que la otra legua restante sobraría para la formación de población, ejidos y demás usos necesarios al nuevo poblado, que surgiría a la vida con el honorífico título de "Villa de San Fernando de la Florida". Los nombres de don Santiago, el párroco, don Bernardo, el síndico y don Prudencio, el agrimensor, debieran aparecer unidos en una placa recordatoria, a colocarse en la casa comunal de la ciudad, como homenaje permanente a esas tres claras figuras de nuestra vida pre independiente.

Un sólo hijo dióle a don Bernardo su esposa, doña María Fernández. El niño nació en el 81 y, trece años más tarde, moría la madre. Don Bernardo y el adolescente abandonan para siempre la casona canaria y se radican en Montevideo; pero la pulpería que don Bernardo posee en el Pintado atrae al hijo, haciéndolo un perfecto hombre de campo, que sólo llega a la casa capitalina en forma transitoria, siempre de paso.

Era, entonces, nos lo dice su descendiente don Casáreo Villegas, de baja estatura, facciones regulares con los pómulos algo pronunciados; cuerpo delgado, pero fuerte; prolongada la frente que, en su parte media y central, un lobanillo daba expresión característica. El padre tiene estancias más allá del Olimar, casi lindando con Melo y hasta ellas llega el hijo, desde las propiedades paternas de Canelones, en misión comercial.

Hijo único de tan acaudalado progenitor, pareciera que la Vida le destinara una existencia cómoda y tranquila; pero surgen las Invasiones Inglesas, el levantamiento de Artigas con Las Piedras y el Éxodo, las Instrucciones y el Federalismo. El joven comerciante se ha ido convirtiendo en rico estanciero, propietario de vastos establecimientos de campo, poblados por innumerables cabezas de ganados y, su vinculación con Artigas le convierte, además, en ferviente patriota enamorado de las altas ideas republicanas y federales del autor de las Instrucciones. De ahí que integre la División de Tomás García de Zúñiga que, el 12 de mayo del año 11, se incorpora a Artigas en Canelones, división compuesta, casi enteramente, de estancieros y peones, pulperos y curas: Santiago Figueredo, Alejandro Dubal, José Anticheli, Gabriel González, Pedro Varela, Miguel Quintana, Domingo Ledesma, Pantaleón Altamirano, José Núñez, Juan Santos, Tomás González —el del arroyito de la Estación— Pedro de Matos, José Antonio Ramírez, José Espíndola, Francisco Gutiérrez y otros, hasta llegar a los 54 voluntarios, la mayor parte vecinos de la nueva villa —muchos de los cuales fueron fundadores— o del Pintado, o del Arroyo de la Virgen, o de las inmediaciones de La Cruz. Y con ellos interviene en las acciones de Paso del Rey y de San José, los primeros triunfos de la Patria. Pocos días después de San José, Artigas le confiere el grado de capitán, con el que el 18 de mayo combate en Las Piedras, junto con los que, 57 años más tarde, reposará bajo las naves de la Matriz, después de haber contribuido a hacer la Patria: Frutos Rivera y Juan Antonio Lavalleja.

En las horas del Éxodo, ya comandante, acompaña a Artigas y a su pueblo, en el largo y doloroso peregrinaje. Vuelto a la Patria, surge el problema del abandono del segundo sitio por el Conductor, ante la inconducta del Director porteño Posadas, de conocedor de las autonomías provinciales. Y, mientras el Protector, declarado por el Gobierno de Buenos Aires "infame, fuera de la ley y enemigo de la Patria" y se ponía a precio su cabeza, se dirigía a organizar desde Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba, su campaña federalista y libertadora, su compañero y comandante, aunque solidario con su criterio político, no quiso acompañarlo en la emergencia, juzgando que su honor le impedía abandonar su puesto de lucha frente al último baluarte español del Río de la Plata. Y cuando cae Montevideo ante las fuerzas del Directorio y las artimañas de Alvear, él comprende la duplicidad directorial y no

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5 deseando intervenir en la guerra civil inevitable, abandona el ejército y se retira a la vida hogareña; pero éstas son horas de acción, de prueba. Con Guayabo, la - Provincia Oriental inicia su efímera vida independiente y es, entonces, electo Cabildante por Montevideo, en 1816, compartiendo con don Miguel Barreiro las funciones ejecutivas durante la invasión portuguesa. Y mientras Bauzá y Oribe, de acuerdo con el Director Pueyrredón, entregan a Lecor sus divisiones armadas y marchan a Buenos Aires, él y Barreiro, obedeciendo órdenes de Artigas abandonan la plaza, el 18 de enero de 1817, horas antes en que Larrañaga y otros próceres, reciben, bajo palio y como a un salvador, al Barón de la Laguna.

Durante la noche de la Cisplatina no quiso ocupar ningún cargo público, en que medraban antiguos compañeros suyos: García de Zúñiga, Llambí, Durán, Pérez, Obes, el mismo Rivera; pero llega la Cruzada de los Treinta y Tres y su fortuna y su vida ron puestas al servicio de la lucha redentora. El 25 de agosto nos representa en la Asamblea que se realiza en el rancho del capitán Basilio Fernández, en la actual esquina de Ituzaingó y Gallinal y donde se plasman, con ligeras variantes, las Instrucciones artiguistas. La villa que fundara 16 años antes don Bernardo, designa a su hijo su Primer Gran Diputado.

Como representante de nuestra villa, toma activa intervención en las deliberaciones de la magna Asamblea: declara la libertad absoluta de la Provincia Oriental del Brasil y de Portugal; decreta la unión de la Provincia a las demás del Río de la Plata; fija el pabellón que interinamente se ha de enarbolar en la Provincia; decreta el olvido en favor de los que hubieren, en un momento de extravío, disentido con la causa patria, de los desertores y de los remisos; declara libres, sin excepción de origen, a los que nacieran en la Provincia desde la fecha y prohíbe el tráfico de esclavos...

Al día siguiente de la Declaratoria, encabeza la columna de vecinos que escucharán, desde el monumento nacional que es la Piedra Alta, la lectura de las dos actas aprobadas la noche anterior. En el mural del Liceo Florida, Seade ha interpretado, ajustadamente, la expresión serena y firme de nuestro Primer Gran Diputado.

Tenía que seguir sirviendo abnegada y desinteresadamente a la Patria para merecer el recuerdo emocionado y agradecido de los que continuamos a los videntes que le ungieron su Diputado. Todo lo fue y todo lo dio para su Patria: su tranquilidad y su fortuna; nunca le llevó cuentas a su madre; fue Diputado, Senador, Ministro, Gobernador, Presidente de la República, alma de la Defensa contra Rosas, cuando la "Nueva Troya"; tuvo un supremo ideal: la independencia de la Patria, Provincia o República. Para defenderla, aceptó, muchas veces, compartir el Gobierno con elementos políticos que detestaba personalmente, pero a los que le unía su amor a la libertad; los sucesos y la lucha desesperada de la Defensa gastaba pronto sus hombres; sólo él permanecía en su puesto, pues era el único que tenía, en aquellas horas trágicas, condiciones nativas de hombre de estado; fue valiente hasta la temeridad, sin alardes. Cuando Pedro Amigó cae prisionero de los portugueses y se le forma un juicio militar con premeditada perversidad y propósitos de perderlo, en tanto que los letrados simulan ignorar la situación del capitán patriota, sólo él, hombre civil, lo defiende. Y aunque sabe que le aguarda la isla "Dos Cobras" donde exasperara Lavalleja, realiza una vigorosa aunque inútil defensa. Estaba de antemano dispuesta la muerte afrentosa del Capitán Amigó, que se cumplió en Canelones; pero la afrenta no alcanzó al patriota, y salpicó y salpica y salpicará, mientras quede de Montevideo el nombre, los nombres doctos de Francisco Llambí, de Nicolás Herrera, de Lucas Obes, obsecuentes de Lecor; nació en cuna dorada y fue, él mismo, acaudalado estanciero y lo dio todo para la Patria de modo que, octogenario, hubo de solicitar una pensión del Estado que nunca cobró regularmente, por los apuros de la hacienda pública de la época. Y cuando murió, en la noche del 26 de diciembre de 1868, bien mereció el amplísimo homenaje del gobierno de don Lorenzo Batlle, su amigo y su Ministro de la Guerra, cuando la Defensa, interpretando el dolor del pueblo oriental que vio y ve en él la encarnación del credo artiguista con el Ayuí y las Instrucciones, con Las Piedras y el Federalismo.

Donde estuvo su vieja casona montevideana, su Mirador de Arroyo Seco, en una bifurcación de la avenida Agraciada, a cien kilómetros de la Piedra Alta, él está en efigie, de pie, apretando en su derecha el bastón de mando de la Defensa, contra Rosas y Oribe,

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6 mirando confiado el porvenir de su Provincia o de su República, inmutable y sereno, quizá íntimamente orgulloso del orgullo que por él sentimos los floridenses, que honramos una de nuestras calles con el nombre de nuestro Primer Gran Diputado, el hombre más puro de nuestra Historia después de Artigas, don JOAQUÍN SUAREZ.

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EL PRESIDENTE- SACERDOTE

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8 uando La Declaratoria de la Independencia tenía 51 años, pues había nacido en Montevideo el 8 de enero de 1774. Era un hombre alto, flaco, de nariz aguileña fuertemente pronunciada, calvicie acentuada, caído de hombros, la mirada lejana

y contemplativa, tal como lo interpretara Seade en el mural del Liceo Florida.

De niño se había revelado estudioso, más amigo de los libros que de las reyertas infantiles, tan del agrado de su hermano Luis. Venía de un hogar acomodado, pues su padre, don Francisco, que había obtenido tierras en realengo, que administraba personalmente dedicándose a la ganadería— vendía animales a la Estancia del Rey, organizada en el Rincón del Cerro y donde actuaba como jefe de tan importante haras militar español, un criollo fuertemente sacudido por las pasiones de la época en el decenio 1810-1820 y que se llamaba Fernando Otorgués y que figura en los anales de la Historia como primer Gobernador de Montevideo, durante el apogeo artiguista. La madre, porteña, había dado cinco hijos al hogar: María Josefa, nacida en el 78; Policarpo, dos años más tarde, al que sigue, en 1781, Luis Antonio, que llegará al coronelato, para morir casi nonagenario; Tomás Antonio, nacido en el 84 y, el menor, Estanislao, cinco años después.

Desde niño, el primogénito acredita condiciones de estudioso. Es una criatura silenciosa, obediente, pulcra en el hablar. Y mientras su hermano Luis habla de colgar en la Ciudadela al Gobernador don Joaquín, él se refugia, horrorizado, en el misticismo. Toda familia española de la época colonial ansiaba que uno de sus hijos fuera, o sacerdote, o militar. El viejo don Francisco tendrá ese doble privilegio, pues Luis estaba llamado a ser forjador de patrias, combatiendo contra los godos —la sangre paterna— en tanto que su hermano mayor será pastor de almas.

Cuando éste, pasadas las clases elementales del Montevideo colonial, hubo de aspirar a superiores enseñanzas, don Francisco lo llevó a Buenos Aires, ciudad de origen de su esposa, doña Rosa Pereira y lo internó en el Colegio de San Carlos, donde habría de revelarse alumno distinguido. A los 24 años, ordenado sacerdote, vuelve a su provincia natal y es designado cura de la iglesia de Montevideo, de donde pasará a desempeñar, por largo tiempo, funciones de capellán en el Cuerpo de Voluntarios del Río de la Plata, con que lo designa el Virrey, en cuyo cargo le tocó actuar durante las invasiones inglesas. Es, entonces, que registra aquel hermoso gesto de donar todos sus sueldos y dádivas a la Corona, para así contribuir a los gastos que demandarán defender Montevideo del ataque inglés.

Es, por entonces, un mozo feo, a quién el sexo, exteriormente, no atormenta. Es, además, un buen clérigo que observa fielmente sus deberes con su Dios y con su Rey. No le entusiasma el vigoroso despertar de Montevideo cuando, en la primavera del 808, realiza su magnífico Cabildo Abierto. Y, cuando suena, con Artigas, la hora del Levantamiento y su hermano Luis y su colega y amigo el cura Enrique Peña están alzados en armas contra el Rey, él sigue adicto a la causa española, encerrado en Montevideo durante los dos sitios que hubo de soportar la ciudad de Zabala.

Cuando ésta cae en poder de Alvear, terminando así la denominación española en el Río de la Plata, nuestro sacerdote pasa a San José como teniente de su colega Peña, conservando, si no su odio, su recelo contra Artigas, que implantaba el federalismo republicano sobre la ruinas de las ideas monárquicas de españoles y porteños directorales. Y, espectador indiferente, contempla, desde su tenencia maragata y desde su curato canario, la breve trayectoria de la Provincia libre, con su aurora esplendente de Guayabo y su trágica noche de Tacuarembó. No comprende cómo elementos clericales de la talla de Monterroso, Larrañaga, Lamas, Valentín Gómez, han olvidado sus votos de obediencia al rey para pasar a engrosar las filas de la patria; pero llega 1822 y, tras el Grito de Ipiranga, la división en portugueses y brasileños, que se disputan la presa sangrante de la Cisplatina. El cura de Canelones empieza a sentir asco, odio, desgano, al constatar la actitud complaciente de hombres y sacerdotes de su generación, que adulan a los opresores. Comienza, entonces, a conspirar contra Lecor, el diplomático y astuto Barón de la Laguna. Tres años después y ya, desde el curato de San José, su corazón se ilumina al resplandor de la aurora gloriosa del 25. Sus feligreses de Canelones lo votan para representarlos en la Asamblea de la Florida. Y, el 25 de agosto, ocurre lo imprevisto, lo ilógico, lo absurdo: el cura anti-artiguista de San José preside la histórica Asamblea, reunida en el

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9 rancho del capitán Basilio Fernández, en la actual esquina de Ituzaingó y Gallinal; lo rodean don Luis Eduardo Pérez, el mismo que, cuatro años antes, votara, como representante de San José, la incorporación de la provincia al reino de Portugal; y don Gabriel Antonio Pereira —el de Quinteros— que había sido, como Regidor y Alcalde de, la Provincia, instrumento obediente de Lecor; y, entre esas dos sombras equívocas, las figuras magníficas de don Joaquín Suárez y don Carlos Anaya y don Felipe Álvarez Bengochea, uno de los gloriosos vencidos de India Muerta, en 1816. Y así hasta quince asambleístas, sobre cuyas espaldas ha de recaer la responsabilidad de hacer carne el credo artiguista. Los catorce compañeros de nuestro clérigo que, atento a su condición sacerdotal, es electo Presidente, esperan. Saben que siempre estuvo contra el Prócer y que nunca había tenido fe en el destino conductor del que fuera Protector de los Pueblos Libres; pero presienten que, en este momento trascendental, en que una época es derrumbada por el empuje avasallante de ese oleaje inmenso que es el recuerdo de Las Piedras y del Éxodo, de las Instrucciones y del Federalismo, el Presidente sabrá comprender la enorme responsabilidad de la hora y revivirá, aunque no lo desee, ni lo espere, ni lo sospeche, la sombra del exilado en la selva paraguaya. Don Joaquín Suárez, nuestro primer Diputado, está junto a él y, aguarda "sereno como una vieja montaña", al decir de Arreguine, la palabra, circunspecta o violenta, del cura de San José. Y, como es de esperarse, ella es medida, pulcra, pero resuelta. Y en ese anochecer invernal, la voz de Artigas, por la ampulosa del Secretario de la Asamblea, el escribano don Felipe Álvarez Bengochea, revive las Instrucciones del Año XIII. Y cuando don Felipe lee: ..."declara írritos, nulos, disueltos y sin ningún valor para siempre, todos los actos de incorporación, reconocimientos, aclamaciones y juramentos arrancados a los Pueblos de la Provincia Oriental por la violencia de la fuerza"..., pareciera que es la misma voz de Artigas, leyendo el artículo 1º de las Instrucciones: "Pedirá, primeramente, la declaración de la independencia absoluta de estas colonias; que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona de España y familia de los Borbones; y que toda "conexión política entre ella y el Estado de la España, es y debe ser "totalmente disuelta". Y al leer el acta segunda, del mismo día: ..."Queda la Provincia Oriental del Río de la Plata unida a las demás de este nombre en el territorio de Sud América, por ser la libre y espontánea voluntad de los pueblos..." don Felipe actualiza el artículo 10 de las Instrucciones: "Que esta Provincia, por la presente, entra separadamente en una firme liga de amistad con cada uno de las otra para su defensa común, seguridad de su libertad y para su mutua y general felicidad, obligándose a asistir a cada una de las otras contra toda violencia o ataques hechas sobre ellas o sobre alguna de, ellas, por motivo de religión, soberanía, tráfico o algún otro pretexto, cualquiera que sea".

Artigas, al parecer muerto para la Provincia, está encarnado en ese momento, por extraña paradoja, por el antiartiguista párroco de San José, que, terminada la labor de la Asamblea del 25 y, por espacio de trece largos meses de intensa actuación, plena de emociones, contratiempos y dolores que su espíritu tranquilo, inteligente, de penetrante vivacidad, sabe eludir, salvando el aliento de la Revolución. En setiembre del 26 entrega la Presidencia que venía desempeñando desde agosto del año anterior, para volver a su curato de Canelones.

Vuelve a la vida pública a mediados de noviembre de 1830, ingresando al Senado en remplazo del titular Dr. José Ellauri, llevado por Rivera al Ministerio de Relaciones Exteriores, llenando el período constitucional hasta 1834.

Ocho años más tarde, el 4 de Julio de 1842, fallecía repentinamente en la casa parroquial de Canelones, en momentos en que el teniente Jacinto Vera, más tarde primer obispo de Montevideo, encontrábase oficiando misa. Los restos mortales del Presidente de la Asamblea de la Florida, fueron inhumados en la misma iglesia de Canelones, no habiendo sido posible, a un siglo de efectuado el sepelio, determinar el sitio del templo en que fueron colocados.

En 1915, la Junta Económico-Administrativa de Montevideo dio su nombre a una calle del Paso del Molino, ligada con la de Agraciada y próximo ,a la avenida 19 de Abril, efemérides vinculadas a la Revolución en que tuviera destacada actuación nuestro sacerdote. Florida ya había homenajeado al Presidente de su Asamblea epónima, designando, a la calle en que comienza el Prado, donde está la Piedra Alta con el nombre prócer de JUAN FRANCISCO LARROBLA.

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EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO PROVINCIAL

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oca a su fin la noche ominosa de la Cisplatina. La Agraciada ha recibido a los 33 homéridas en la noche del 19 de abril del 25 y, diez días después, Rivera se les incorpora en el Monzón. Del Cuareim al Plata, del Uruguay al Océano, en toda la

campaña oriental resuena el eco de la voz artiguista de libertad y de federalismo. Siguiendo reiteradas indicaciones de la Comisión Oriental en Buenos Aires, Lavalleja se ha dirigido a los Cabildos, encareciéndoles la necesidad de que cada uno eligiere un ciudadano virtuoso, patriota, instruido, capaz de integrar el Gobierno Provisorio de la Provincia. Maldonado designa a don Francisco Joaquín Muñoz. Canelones a don Loreto Gomensoro, San José a don Manuel Durán, Santo Domingo de Soriano a don Juan José Vázquez, Durazno a don J. Pablo Laguna... La Colonia del Sacramento —"la manzana de discordias" de Ceballos— ha designado para que la represente, a un quincuagenario hacendado, que había intervenido con honor en las invasiones inglesas y había acompañado a Artigas desde las primeras operaciones militares; había sido su conmilitón cuando el Conductor, con su pueblo, cumpliera el largo y doloroso peregrinaje hasta el Ayuí y había, a su regreso, colaborado con el Jefe de los Orientales en la organización de las primeras autoridades provinciales, teniendo mando en la jurisdicción de Canelones, donde desempeñó un cargo municipal en el Gobierno Económico, el año 13 y, al siguiente y en compañía de don Miguel Barreiro y de don Tomás García de Zúñiga, había intervenido en la tentativa de unión entre Artigas y el Directorio porteño; en las horas en que los portugueses, de acuerdo con los próceres de Mayo, invaden y conquistan el territorio oriental, él abandona desde el primer momento sus tareas de hacendado y se incorpora a las tropas artiguistas hasta que, subyugada la Provincia por los extranjeros, se refugia en Mercedes -Soriano- donde alterna sus funciones de comerciante en frutos del país con las de maestro de escuela.

Así llega abril del año 25. El levantamiento de la Provincia Oriental le encuentra, pese a sus 52 años, con el mismo espíritu patriota y decidido de las primeras épocas artiguistas. El momento es grave, solemne. Hace cinco años que el autor de las Instrucciones ha entrado en la zona de silencio que es la selva paraguaya; pero los principios enunciados en 1813, sobreviviendo a su influencia personal, transitoria y fugaz, como todo poder, mantiene vivo en su Provincia el ansia de libertad, la convicción del federalismo

El comerciante y el maestro vuelven a ser el soldado artiguista, en esta nueva etapa de nuestra historia. Los delegados de los Cabildos se reúnen en Florida, el 14 de junio, en el rancho del capitán Basilio Fernández, en el predio limitado por las calles de San Prudencio y de San Lucas y la callejuela de San Fernando, actualmente esquina noreste de Ituzaingó y Gallinal. Están presentes Muñoz, Gomensoro, Durán y nuestro personaje, tan personaje, que lo eligen sus compañeros de epopeya para que sea el guía, la cabeza, el Presidente del Gobierno que se va a constituir. Don Francisco Araúcho, magistrado judicial, futuro legislador patrio, distinguido hombre de letras, ocupa la Secretaría. Sólo falta a la cita don Pablo Laguna que, esa misma tarde, será suplantado por Gabriel Antonio Pereira, el funesto gobernante, cuando Quinteros.

El Presidente electo agradece con breves palabras la designación de que ha sido objeto. No son, éstas, horas de divagaciones, de discursos conceptuosos, sino de acción, de hechos. Hay que reorganizar el Gobierno de la Provincia, que tan trabajosa y admirablemente organizará Artigas, casi tres lustros antes. Y comienza por designar a Muñoz y a Vázquez para calificar los poderes de los restantes que, a su vez, califican los de aquellos. Don Francisco Araúcho, docto en estos menesteres, simplifica el trámite, allana las dificultades. Y, como era de esperar, los poderes son aprobados como legítimos y legales, revestidos de iguales caracteres. Cumplido el requisito primordial, el Presidente se pone de pie, y dice: "Señores: El Gobierno Provisorio de la Provincia Oriental del Río de la Plata está instalado legítimamente".

Como se ve, la alocución es breve, exacta, como si fuera la voz de Artigas dictándosela a su viejo amigo y compañero. El momento es de expectativa, pues se aguarda al Jefe Interino don Juan Antonio Lavalleja, el que fuera bravo oficial de Las Piedras, covencedor con Rivera en Guayabo, prisionero altivo y digno del portugués en la isla ''Das Cobras".

Don Juan Antonio ha entrado en el rancho que sirve de sede al flamante Gobierno Provisorio. Tal como aparece en el célebre óleo de Goulú, ocho años después, el General presenta el ceño arrugado, las patillas clásicas, regordetas y cortas las manos. Y, ante los cinco

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12 gobernantes —nuestro primer Colegiado— expresa en el idioma más rico y enérgico —nos lo dice en el acta don Francisco Araúcho— "la profunda satisfacción que le poseía al tener la honra de saludar y ofrecer el homenaje de su reconocimiento, respeto y obediencia al Gobierno Provisorio de la Provincia", agregando "que el feliz instante de su inauguración presentaba a sus ojos la mejor recompensa de sus desvelos y que por ellos protestaba y juraba ante los Padres de la Patria y ante el Cielo, observador de mis íntimos sentimientos, prodigar, para salvarlos, hasta el último aliento, en unión de los bravos que trillaban la senda de la gloria y de los peligros"

Mientras así habla el impetuoso Jefe de los 33, el Presidente entrecierra los ojos y parece revivir la presencia de Artigas, pronunciando en el Congreso de las Tres Cruces, en la mañana del 5 de abril de 1813, aquellas sus magníficas palabras: "Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia... Yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulnerando enormemente vuestros derechos sagrados, si pasara a resolver por mí una materia reservada sólo a vosotros..."

Entre tanto, ha finalizado su discurso el Jefe Interino de la Provincia. Y, al marcharse, deposita en manos del Presidente una memoria que indicó contener la fiel historia de sus pasos, desde que tuvo la fortuna de besar las risueñas riberas del nativo suelo...

"El contenido interesante de este documento —dice en el acta don Francisco— excitó las efusiones más puras de admiración y aprecio hacia el genio grande que concibió y puso en planta la heroica idea de libertar su patria, a despecho del poder orgulloso de los usurpadores..." El 20 de agosto la Junta de Representantes excluía del Gobierno Provisorio a su Presidente, que pasaba a integrar dicha Junta en su carácter de Diputado por la Villa de Nuestra Señora do los Remedios Y es en ese carácter que firma las dos actas del 25: la de independencia y la de anexión a las Provincias Unidas del Río de la Plata

Pasado el momento histórico, continúa sirviendo, aunque no en sitios tan espectaculares, a la Patria. Allí le encontramos diputado por San José y por Paysandú para integrar nuestra primer Asamblea Constituyente; senador por Durazno, en la primer legislatura, ocupó la vicepresidencia del Cuerpo y, al terminar su mandato vivió ajeno a toda actividad política y en tal grado de modestia, que pudiera decirse sufrió días de verdadera pobreza. El Gobierno de Rivera le adjudicó entonces y atento a los servicios prestados a la Patria, cuatro, pequeñas casas en Montevideo, subsidio oportuno que tranquilizó sus últimos días, dedicándose de lleno a la práctica de sus ideas religiosas, hasta la fecha de su muerte, ocurrida el 13 de mayo de 1811

Durante muchos años, cayó el silencio en torno de su nombre Recién ,al finalizar el tercer cuarto del siglo pasado, el Municipio floridense incluyóle en el nomenclátor ciudadano y, al cumplirse cien años de la Declaratoria de Agosto, una placa de bronce presenta al recuerdo de sus ciudadanos el nombre del Presidente del Primer Gobierno Patrio en 1825 y, antes y más que eso, soldado y amigo de Artigas, desde la aurora triunfal de Las Piedras hasta la noche trágica de Tacuarembó: el nombre egregio dé MANUEL CALLEROS

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EL CURA FUNDADOR

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14 ué en la mañana, soleada y otoñal, del 24 de abril de l809. La Banda Oriental, como el resto de la América Española, dormía su larga siesta colonial, apenas interrumpida por las invasiones inglesas y por el Cabildo Abierto del 21 de

setiembre de 1808. En la Plaza Mayor, a cuadradarse en el plano por el coronel - agrimensor Murguiondo, la misma llamada ahora Asamblea y donde, 70 años más tarde, don Juan Zorrilla de San Martín declamaría por primera vez su "Leyenda Patria", en horas de infausta dictadura cuartelera, se han reunido, en acto espectacular y solemne, seis hombres, cinco seglares y un clérigo. Los seglares son el Caballero Síndico Procurador del Muy Ilustre Cabildo y Regimiento de Montevideo, capitán ahora retirado y que, 30 años antes, cofundara la aldea y capilla del Pintado, sobre terrenos que donara el indio Antonio Díaz, para la construcción, en la cumbre de la cuchilla, de un templó a la reina de los Ángeles, bajo la advocación de Nuestra Señora del Luján; el Teniente Coronel y Comandante del Regimiento de Voluntarios del Río de la Plata, de lucida actuación cuando las invasiones inglesas y en la fracasada asonada militar del 12 de junio del año 10; el Párroco de la Capilla del Pintado, que ilustrara la rectoría de la Universidad porteña, en los días en que se juró nuestra primer Constitución: y tres vecinos más, que servirán de testigos y cuyos nombres se pierden en el montón del vecindario comarcano, convocado por el Síndico Procurador.

Estos seis hombres habrán de plasmar en magnífica realidad la aspiración capitular del 14 de marzo anterior. El Síndico, don Bernardo, padre del que, 16 años después será nuestro Primer Gran Diputado, ha leído ya el acta del Cabildo montevideano, aconsejando se autorice el traslado del mísero villorrio del Partido del Pintado, donde sólo avecinan cinco familias, a los terrenos ubérrimos que componen la Estancia de "la ciudad" o "del Cabildo", entre los arroyos Santa Lucía Chico y Pintado. Una honda expectativa domina el rincón de la plaza, en la esquina de las actuales calles General Flores y Gallinal, cuando el Comisionado vocea, en forma alta y clara, en cinco veces consecutivas: "La villa de San Fernando de la Florida está erigida por Su Majestad, nuestro amado Monarca". Los buenos súbditos aclaman al monarca lejano, despreciable prisionero del Corso; el agrimensor-comandante piensa un instante en don Pedro Millán, que, 83 años antes, cumpliera en el Montevideo de Zabala, la técnica labor que él está desarrollando acá, a menos de un kilómetro de una Piedra, que será Monumento Nacional; el Párroco respira fuerte, satisfecho del éxito de su tozudez: gracias a él, su rebaño no se dispersará. Fray Vicente Chaparro llenó su hora, al fundar, en 1779, la primera capilla del Pintado, transformando así, poco a poco, el apartado fortín en importante centro de movimiento social; tiempos; nuevos requieren medios nuevos. Ya el Partido del Pintado no está sólo en el camino natural que lleva a contrabandistas y a troperos, desde el Río Grande portugués hasta la Colonia del Sacramento de Su Majestad Católica: los hacendados del norte ya tienen la villa de Melo, las capillas de Farruco y de Diego González, donde satisfacer sus necesidades económicas y espirituales, sin tener que bajar a los límites norteños del Cabildo montevideano. Por otra parte, alrededor de la Capilla del Pintado, caso único en la historia de nuestros pueblos, no hay ejidos, que los habrá —y amplios— en la nueva población. Y mientras don Bernardo lee y don Prudencio medita, el párroco, considerando cumplida su Vida por tan magnífico triunfo, añora... Ve un niño melancólico, descendiente de un hogar humilde y cristiano, cuyo espíritu de religiosidad se intensificara con el prematuro fallecimiento de las dos criaturas mayores, Laurena Dominga Juana y María Angela del Rosario. Ve al padre trabajando denodadamente en su taller de herrería, esperanzado en que la vida de su hijo será menos dura que la suya. El Viejo don Santiago ambiciona que su descendiente ocupe un día un lugar prominente desde el foro o desde el púlpito. Y así, pasadas las clases elementales en el Montevideo colonial, se le envía a Buenos Aires, a realizar la carrera sacerdotal, como alumno del Real Colegio de San Carlos. Sus gastos de estudiante son excesivos para las reducidas entradas del herrero y pronto se ve precisado a renunciar a sus aspiraciones sacerdotales y tornar, vencido, al taller paterno de herrería. Este obligado abandono de sus estudios le hacen conocer hondamente la rudeza de la vida del pobre y su espíritu sufre, al constatarlo, tremenda perturbación; pero pronto se ve favorecido por personas de su conocimiento y el matrimonio Moresco-Garay, a quienes la fortuna les otorgara sobrados bienes terrenales, financia la estada y los estudios del hijo del herrero, que así puede, en 1804, reanudar su carrera en el Seminario

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15 Conciliar de Buenos Aires, para recibir, en 1806, las órdenes sacerdotales.

Sobrevienen las invasiones inglesas y ya es Capellán del Segundo Batallón del Cuerpo de Voluntarios del Río de la Plata, comandado por don Prudencio Murguiondo, el mismo que, en ese instante, está a su lado escuchando la lectura que hace don Bernardo Suárez del Rondelo. Vencido el inglés, es llevado a la tenencia de Pando, donde permanece brevísimo tiempo, para pasar, designado por el virrey Conde de Buenos Aires, al curato del Pintado.

Optimista y confiado, seguro del éxito de su misión sacerdotal, ha llegado, a fines de febrero del 9, a su curato; pero del núcleo social formado por fray Vicente Chaparro, treinta años antes, sólo quedan cinco vecinos, algunos de ellos ya prontos para abandonar la región en busca de tierras más hospitalarias. Y, sin embargo, el rebaño de almas es numeroso; los feligreses reclaman de su Pastor tierras para cultivar; pero esas tierras han de ser ricas, fértiles, no como las del Partido del Pintado, pedregosas, sin leña próxima, con el agua, a dos leguas, pues no es posible tomar en consideración al pequeño manantial lugareño, que, sólo en épocas de lluvias, da el agua suficiente para el consumo de tan menguada población. Y acá comienza la lucha ardua para trasladar su parroquia, y con ella, su población, hacia una nueva tierra prometida, tan próxima, que sólo cinco leguas los separa; pero hay que vencer obstáculos, al parecer infranqueables; hay que vencer la reacción del elemento lugareño que sostiene a Porcel de Peralta, el párroco interino a quién se le ha ordenado sustituir; hay que vencer las artimañas y leguleyerías del hacendado don Francisco de Alba, tenaz opositor a la obra colonizadora del párroco; hay que interesar al Cabildo y a la Iglesia. No es posible perder su rebaño y lucha, lucha encarnizada, casi ferozmente, hasta que triunfa. Y su triunfo está ahí, en ese momento en que, terminada la lectura por don Bernardo, don Prudencio comienza su trabajo: cuadra la Plaza Mayor —nuestra actual Plaza Asamblea— y sigue amanzanando hasta formar una figura cuadrada, señalando cinco manzanas o cuadras desde la Plaza, en dirección al noroeste y suroeste noroeste y sureste; fija ubicación frente a la Plaza, con rumbo al noreste, para iglesia y cabildo, o casas concejiles: las tres manzanas restantes son divididas en solares, que ocuparán los nuevos vecinos. Ya está señalada la villa, dentro del actual perímetro de Luis Eduardo Pérez a Cardozo, de Figueredo a Mendoza y Durán y corresponde ahora señalar el ejido y las cuarenta suertes de chacras que se entregarán a otros tantos nuevos vecinos que se apellidan Figueredo. Mercadal, Seijas, Machado, Arufe, Corbalán, Quintana, García, Delgado, Pintos, Pariti, Antichelí, Villagrán, Laguna, Gómez, Díaz, Cáceres, Romero, González, López, Ibáñez, Vargas, Sandoval, Agirño, Irureta, Ramírez, Rada, Báez, Maciel, Ledesma, Vázquez, Osorio, Campos, Martínez, Cabrera, de los Santos, Gómez, Irigaray...

Con la fundación dé la villa de San Fernando de la Florida, termina el primero de los tres actos de la vida cívica de don Santiago Figueredo, nuestro sacerdote fundador. El segundo se inicia con el nacimiento de la Patria, con Artigas como Conductor. Con él se encuentra en la aurora triunfal de Las Piedras, donde actúa como capellán de las fuerzas provinciales y como Ayudante de Campo del Jefe de los Orientales; está a su lado en la hora crucial del Éxodo, donde aparece como compañero y asistente de nuestra gente, demostrando que sabía ser párroco sin dejar de ser ciudadano y de respetar los derechos de la Patria a la par que los augustos derechos de la Religión...

En el último acto, su civismo se ensombrece: como Ventura Vázquez, Valdenegro, Pedro Viera —el de Asencio— tuvo su hora de desaliento y de incomprensión y se sumó a los que, cediendo a las intrigas de Sarratea, traicionaron al Jefe. Esa actitud del Capellán del Éxodo originó un distanciamiento tan hondo entre el Conductor y el sacerdote, que Artigas llegó a exigir, entre las condiciones de arreglos propuestos a Buenos Aires, el retiro de su antiguo Ayudante de Campo. Esta exigencia, sostenida con energía, tuvo cumplimiento cuando la autoridad directorial porteña caducó a raíz del golpe militar del 21 de febrero de 1813.

Termina así la actuación del sacerdote en su suelo nativo, pasando a desarrollarse en la otra parte del Plata. Así le vemos figurando como Teniente Vicario del Ejército del Alto Perú en 1814 y, posteriormente actuar en la Asamblea General Constituyente de las Provincias Unidas. En 1818 es designado Canónigo Lectoral de la Catedral de Buenos Aires y, diez años después, Cuarta Dignidad del Senado Eclesiástico. En 1830 ocupa brevemente el rectorado de la Universidad porteña, falleciendo en la capital argentina el 22 de febrero de 1832.

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EL VENCEDOR DE SARANDÍ

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nraizados en nuestro ayer floridense, él, don Frutos y don Joaquín, constituyeron, terminada la era artiguista, la trilogía rectora alrededor de cuyos nombres se desenvolverían los hechos más salientes de nuestra Historia: don Joaquín Suárez

encarnará el espíritu de libertad de la República, contra Rosas y Oribe, durante diez años, cuando la Nueva Troya; Frutos Rivera será el centro de los acontecimientos nacionales desde la hora del exilio del Jefe de los Orientales hasta la madrugada del 14 de enero, en la que se escapa en la muerte; Juan Antonio Lavalleja, en cambio, brillará un sólo momento, pero con tal intensidad, que deslumbrará a todos, desde la homérica Cruzada hasta la carga impetuosa de Sarandí.

Había nacido en el invierno del 784, en las proximidades de Minas, donde su padre, acomodado estanciero español, poseía campos sobre la sierra. Hijo de padres españoles, don Manuel Pérez de La Valleja y doña Ramona Justina de la Torre, habría de guerrear contra su sangre, acompañando a Artigas de desde las primeras operaciones militares: había actuado con lucimiento en Las Piedras y había acompañado al Conductor en el largo peregrinaje que se llamó el Éxodo y que tanto nos enorgullece a los floridenses, pues nuestra incipiente villa contribuyó con ochenta familias, que prefirieron quemar sus ranchos, incendiar sus cosechas y arriar sus ganados, antes de soportar el yugo del portugués: junto a Rivera había triunfado en Guayabo y se había sostenido en Paso de Cuello, en nuestro departamento, contra muy superiores fuerzas imperiales. El 3 de abril del 18, una fuerza portuguesa desprendida del ejército de operaciones del general Curado, le sorprendió en las puntas del arroyo Valentín, en el Salto, haciéndolo prisionero y remitióle, engrillado y bajo custodia, río Uruguay abajo, a Montevideo, donde Lecor no lo permitió desembarcar, transbordándole, en la primera oportunidad, a un barco que le condujo al Janeiro, donde se le confina en un pontón, para ser luego transferido a la isla "Das Cobras".

Tres años permanece prisionero; en 1820 recibe la visita de Francisco de los Santos, portador del último mensaje de Artigas, ya encerrado en la selva paraguaya, consistente en cuatro mil pesos recaudados para hacer menos dura la cautividad de los soldados artiguistas. Al año siguiente, pacificada ya la Cisplatina, el joven regente del Brasil, don Pedro I, le autoriza regrese a Montevideo.

Cuando, con el Grito de Ipiranga, Brasil se independiza de Portugal, provocando la declaración de independencia formulada por el Cabildo de Montevideo y la constitución de la Sociedad de los Caballeros Orientales, orientada en igual sentido, Lavalleja emigra a Buenos Aires, de donde volverá, en abril del 25, a reverdecer los ideales artiguistas de libertad y de federación.

Del Cuareim al Plata, del Uruguay al Océano, la orientalidad se agrupa, en el brevísimo plazo de cuatro meses, alrededor de su nombre prestigioso. Sólo a él podía haberse encomendado la liberación de la provincia, aherrojada por el brasileño, después que el portugués la convirtiera en campos de soledad, a lo largo de seis años de tro- Ayácucho, a todo su pueblo en la heroica locura de enfrentarse a un pelías; sólo él podía arrastrar, en la hora americana del triunfo de imperio poderoso, al que rendían pleitesía las clases dirigentes de Montevideo, desde el sabio Larrañaga hasta el docto Obes, desde el acaudalado terrateniente Tomás García de Zúñiga hasta él ceremonioso Juan José Durán, el mismo prócer que, en aquellas horas de vergonzoso recuerdo, aceptara colaborar con el Imperio desde la alta y expectable posición de Intendente de la Provincia, el más alto cargo civil, en las horas ominosas de la Cisplatina.

Un sólo momento brilla Lavalleja en el escenario de la Patria cuando ya eran historia Las Piedras y el Éxodo, las Instrucciones y Tacuarembó. Un sólo instante ¡pero qué maravilloso! Trae consigo solamente treinta y dos hombres y ese grupo, menguado numéricamente, pero amplísimo en sus proyecciones, advierten al Imperio y al mundo que, si Artigas permanece encerrado tras la cortina de hierro que eran las herméticas fronteras paraguayas, sus tenientes no han olvidado sus lecciones de fanático de la libertad, del republicanismo, de las autonomías provinciales. Está próxima la media noche del 19 de abril del 25, cuando los recibe la Agraciada

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18 y, en ese instante, recomienza la epopeya de la orientalidad, dormida durante el "lustro de maldición, lustro sombrío" que, 54 años más tarde recordara, al pie de nuestro monumento de la Plaza Asamblea, don Juan Zorrilla de San Martín.

Lavalleja es el rayo fatal que enciende la chispa que encenderá, a su vez, la hoguera que, ardiendo en los cuatro puntos cardinales de la Patria, congregará, en Florida, el Primer Gobierno Patrio Provincial que preside don Manuel Calleros y ante el que llegará, el 14 de junio, el Jefe de la Cruzada, para dar cuenta de la heroica aventura, ratificando, a continuación, su respeto y obediencia al Gobierno Pro-visorio que, con tanta satisfacción, veía instalado en la ciudad de Figueredo.

En la sesión del 22 de agosto del 25, la Asamblea de la Florida lo designa Gobernador y Capitán General de la Provincia, por el término de tres años; el 12 de octubre, las riberas del Sarandí escuchan su épica orden de ¡Carabina a la espalda y sable en mano! que dará la victoria que decide la intervención argentina en la guerra contra el Brasil.

Pasado el momento heroico, nuestro Capitán General no supo adaptarse a los acontecimientos que le alejaran del sitial prominente que ocupara en la Provincia. Tuvo continuos errores, desde la deposición de los poderes públicos, cuando el cuartelazo del 4 de octubre de 1827, hasta el primer amordazamiento de nuestra prensa periódica; durante su breve dictadura, en el primer semestre del año 30; desde sus injustificados pronunciamientos contra el primer gobierno constitucional de Rivera, hasta su subordinación a Rosas y a Echagüe, cuando Cagancha; sufrió vergonzosa inactividad en el Cerrito, cuando el Sitio Grande; firmada la Paz de Octubre, se lo confió la Comandancia Militar de los departamentos de Cerro Largo, Minas y Maldonado y, en 1853, integra el triunvirato impuesto por Pacheco, al voltear a Giró.

Murió el 22 de octubre del 53, tres años después que su Jefe, el Jefe de los Orientales. No obtuvo el máximo favor de los dioses, de morir a tiempo ¡Cómo habrá envidiado, en sus horas de nostalgia, la magnífica muerte de Brandzen en Ituzaingó, que fue más victoria suya que de Alvear! Pero todos esos errores se diluyen a lo largo de la centuria y éste es el momento en que la República sólo ve en él al capitán de Artigas, al Cruzado de la Agraciada, al vencedor de Bento Manuel. Ya el año 2, la ciudad de las sierras levantaba, en su home naje, al cumplirse 77 años de la carga de Sarandí, la primer estatua ecuestre que tuvo el país. Por ley posterior, la porción territorial incluida en la región de las sierras y colinas, en la "Suiza del Uruguay", que se llamó departamento de Minas, lleva, con orgullo y justicieramente, el del impetuoso capitán artiguista, del altivo y digno prisionero de "Das Cobras", del Jefe de la Cruzada epónima. Florida le vio, en varias oportunidades, en sus calles pueblerinas; fue suyo, tanto como de Minas, porque casó acá; porque tuvo su cuartel general entre nosotros, de donde salió para su gloria de Sarandí; porque nuestra Asamblea del 25 le confió el más alto grado militar y el mayor cargo de gobierno. Y por todo eso, Florida rinde su homenaje, desde el nomenclátor urbano, a esa alta figura patricia que fuera el rayo que provocó el incendio que destruyó la Cisplatina sobre cuyas ruinas se creó esta Patria, exigua en territorio, sin prejuicios de razas ni ambiciones insana, pero rica en tradiciones de libertad, de justicia y de humanismo, el general JUAN ANTONIO LAVALLEJA

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EL CAPITÁN DE LA AGRACIADA

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20 las once de la noche del 19 de abril desembarcaban en la Agraciada. Culminaba así el propósito enunciado el 14 de marzo anterior, en el saladero porteño de Pascual Costa, entre Lavalleja, Oribe, Trápani, Sierra y Araújo, de revivir la gesta artiguista de libertad y

de federación, expulsando de la Provincia Oriental a los usurpadores del Janeiro. Eran 33 o 39 los invasores? El teniente Videla, encargado de la Inspección General de Armas, presenta en el 85 una nómina con el número de 33 cruzados, cuyos nombres figuran en el pedestal del Monumento a la Independencia, en nuestra Plaza Asamblea, lista que, a fuerza de constancia, popularizara el Dr. Luis. Melián Lafinur. Pero ya en 1830, el general Lavalleja y el coronel Oribe habían confeccionado otra que, presentando "disconformidad y equivocaciones", motivó que el Gobierno de Rivera, en febrero del año 32, decretara que el Capitán General de Puertos, don Manuel Oribe, informara al respecto. Este, el 10 del mismo mes y año, remite la nómina "de los individuos que en abril de 1825 se trasladaron de la capital de Buenos Aires a iniciar la guerra contra las tropas imperiales que dominaban" Esta lista alcanza a 39; pero fueren 33 o 39, la verdad histórica es que el acto fue sencillamente heroico. Lavalleja lo ratifica cuando, al no encontrar las caballadas prometidas por los hermanos Gómez, imita, sin quererlo, a Cortés, ya que, si no quema las naves, despide los lanchones que los han conducido a la costa oriental, pronunciando sus ya famosas palabras: "Ahora a vencer o a morir, compañeros".

El espíritu de Artigas dirige a los cruzados. Así, cuando Lavalleja concreta en su proclama el programa de la Cruzada y dice que él es "constituir la Provincia Oriental bajo el sistema representativo republicano, en uniformidad a los demás de la antigua unión... Estrechar con ellas los antiguos vínculos que la ligaban... Preservarla de la horrible plaga de la anarquía y fundar el imperio de la ley...", el antiguo oficial de la gesta artiguista reafirma el ideal republicano y federal que anima las Instrucciones del Año XIII. Entre los cruzados hay un capitán de 33 años, que hace once, desde los tiempos de Artigas, combate por la Patria. Al caer Montevideo en manos de Alvear, terminando así la dominación española en el Río de la Plata, ya ostentaba las jinetas de sargento, para obtener, siempre en las filas artiguistas, en sucesivas promociones, los grados de alférez, teniente segundo y teniente primero.

Hacía ocho años que Artigas, convencido de la complicidad de los próceres de Buenos Aires en la invasión portuguesa, dispusiera, que el Gobernador Delegado, don Miguel Barreiro, se incorporara a las divisiones que luchaban en campaña. En enero del 17, Lecor hace su entrada en Montevideo, conducido bajo palio por los hombres dirigentes: Larrañaga, Bianqui, Antuña, Obes, Durán... Pareciere haberse perdido todo y que, al alborear la Cisplatina, quedar como algo impreciso, brumoso, lejano, todo lo que significó gloria para la Patria: Las Piedras, él Éxodo, Guayabo...

Y ante el asombro de portugueses y de orientales aportuguesados, la lucha continúa, hasta pasada la amarga hora del exilio del Conductor, del condicional sometimiento de Rivera. Mientras las clases dirigentes rodean, en la ciudad, al portugués, la campaña permanece hosca, en expectante actitud de guerra contra el intruso y aguardando el instante de desquite ante las continuas tropelías y exacciones de haciendas que efectuaban los invasores, empobreciendo la Provincia. Pequeñas revueltas se suceden, en interminable cadena, a lo largo de toda la campaña oriental, que recrudecen a la voz de independencia del Cabildo de Montevideo, e laño 23. Ese año, en las márgenes del arroyo Malo, en el partido de Casupá, una partida portuguesa es sorprendida y diezmada por una patriota, integrada por Pantaleón Artigas, Manuel Freire, Celedonio Rojas, Pedro Amigó, Juan Mariano Mendoza, Ildefonso Basualdo, Manuel Casavalle, Agustín Velázquez, Manuel Araújo.. . Los García de Zúñiga, Llambí, Chucarro, Lagos, Visillac, Pérez, artiguistas cuando las horas de triunfo, impugnadores cuando en las de derrota, califican el hecho de vandálico, y el portugués aprovecha esa despreciable adhesión para convertir el hecho de armas en, un vulgar asesinato. Freire, Artigas, Rojas, perseguidos por diversas partidas portuguesas logran escapar a Buenos Aires e integrarán, dos años más tarde, la homérica Cruzada. El capitán Amigó, menos afortunado, cae en poder de sus perseguidores y es sacrificado por el invasor, pese a la tremenda defensa que de él hace don Joaquín Suárez, nuestro Primer Gran Diputado. Nuestro capitán, que lo es desde el año 23, está en el 25 radicado en Buenos Aires.

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21 Como no podía ser de otro modo, integra el grupo de patriota que sueñan en restablecer el ciclo de libertad y de federación. Así lo encontramos, días antes de la Cruzada, junto con Manuel Lavalleja y Atanasio Sierra, desembarcando subrepticiamente en la Agraciada, para ponerse en comunicación con don Tomás Gómez, que habrá de proveer de caballadas a sus compatriotas. Cumplida la misión encomendada por el Jefe, los tres se internan en el país, sondean la opinión pública, se franquean con las personas que les inspiran más confianza y regresan a Buenos Aires para trasmitir a don Juan Antonio y los suyos, su convicción de que el levantamiento proyectado tendrá, como en 1811, cuando Artigas, eco simpático en todas las clases sociales de la Provincia Oriental.

El 1º de mayo, doce días después del desembarco, nuestro capitán se recibe del mando de la tercera compañía del Regimiento de Dragones Libertadores y, al frente de sus hombres, marcha a operar en vanguardia. El 20 de febrero de 1827, en el triunfo de Ituzaingó, la actuación del capitán de la Agraciada es merecedora de encomios del general Alvear, conjuntamente con su Cuerpo de Dragones, transformado en Regimiento de Caballería N° 9, del Ejército Republicano.

Amigó y conmilitón de Rivera, estuvo con éste en Cagancha, donde el ejército rosista de Echagüe fue totalmente derrotado. Rodeaban a Rivera, en la magnífica batalla, además de nuestro capitán, Anacleto Medina, que 19 años después ensombrecería su límpida foja militar con la vergüenza de Quinteros; Venancio Flores, José María Luna —el pardo del romance-, Félix Aguiar, Jacinto Estivao, Ángel Núñez - el primer general oriental proclamado en el campo de batalla—, Marcelino Sosa —valiente entre los valientes-, Fausto Aguilar, "el poeta, el de las trovas galanas", al decir de Arreguine. También estuvo junto a Rivera cuando la trágica derrota de India Muerta y se incorporó a los cuadros de la Defensa, desempeñando importantes cargos en el Gobierno de Suárez. En agosto del 57 fue designado Jefe Político de Paysandú, con jurisdicción sobre los de igual nombre de otros departamentos, Florida, entre ellos.

Comprometido en los sucesos políticos de fines de ese año, hizo causa común con César Díaz y, vencido en Quinteros, el general Medina, su compañera de Cagancha, lo hizo fusilar en la noche del 2 da febrero de 1858.

Trece años después de Quinteros, Medina es muerto, a su vez, en Manantiales, combatiendo contra el gobierno ejemplar de don Lorenzo Batlle. Distintas versiones corren acerca de este episodio que, presenciado por el Sargento Mayor don Eduardo Rodríguez, narra así su hijo José Luis -nuestro Intendente Municipal en el período 1943 - 47: "Cuando e producía el desbande del ejército revolucionario, un oficial o soldado del vencedor, iba en persecución del enemigo, hombre de avanzada edad, que huía montado en un caballo tordillo ensillado con un lujoso apero de plata y oro —el lujo campero de aquellos tiempos.— El perseguidor boleó el caballo del hombre que huía y, al alcanzarlo, lo tomo de un brazo, arrojándolo al suelo. Más atrás y a corta distancia, venía un teniente, a quien sus compañeros llamaban ‘el rengo Bais’, el cual, al llegar junto al caído, se desmontó de su cabalgadura -puñal en mano- y fue entonces cuando aquel le imploró: ‘no me mates, hijo, que soy el general Medina’, a lo que el rengo Bais le replicó: ‘mejor, entonces hijuna gran...’ y le apuñaleó hasta dejarlo exánime. Cuando hubo terminado la batalla, cundió rápidamente en el ejército vencedor la noticia de la muerte del general Medina, y los soldados se precipitaban en torno del cadáver, disputándose la primicia de verlo. Para evitar las consecuencias a que podía dar lugar el tumulto, se ordenó la formación de las unidades y él cadáver de Medina fue pasado frente a ellas, conducido por un jinete a rastras de su caballo. Luego se le dio sepultura, enterrándosele sentado y, alguien puso una galleta en la boca, lo cual, fue uña ironía, pues a Medina le quedaba un solo diente".

Al recibir la primer puñalada del rengo Bais, Medina quizá habrá revivido aquella noche del 2 de febrero del 58, en que un militar sexagenario "bronce de guerra fundido desde los tiempos de España", es arrastrado, por orden suya al lugar del suplicio; le vería contemplando horrorizado a su joven hijo Aurelio, a quién fusilarán de inmediato y al que obligan a presenciar el suplicio del padre; vería a su compañero de Cagancha, al capitán de la Agraciada, ultimado por orden suya en un rincón del norte de nuestro departamento y, quizá entonces comprendiera la magnitud de su error al no saber desobedecer las innobles órdenes del Presidente Pereira, caduco prisionero de Luis de Herrera, el omnipotente Jefe de Policía blanco.

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22 Y por todo eso: por la gloria de haber sido abnegado soldado de Artigas; por la gloria de la Agraciada, por la de Ituzaingó y la de Cagancha y, sobro todo, por su martirio iniciado en Quinteros y terminado en nuestro solar, sobre una cuchilla de nuestros campos departamentales, Florida le rinde su homenaje desde el nomenclátor urbano, dando a una de sus calles, que se inicia en la Piedra Alta de la Historia y de la Leyenda, el nombre ilustre de MANUEL FREIRE.

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DON FRUTOS

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24 aballero del mito y de la crónica" le llamó, en 1943, con exacta precisión, el Ministro Giambruno, en el acto de la colocación de la piedra fundamental del monumento que la orientalidad ha de levantar, en bronce sonoro, al capitán de Artigas, el vencedor de

Dorrego y de Echagüe, cuya historia, desde el instante en que el Conductor traspone las fronteras de la Patria para internarse en la noche selvática del Paraguay, ha de ser la Historia de la Provincia —Oriental y Cisplatina— o de la nueva República enclavada en el corazón de América, entre el Cuareim y el Plata, el Uruguay y el Océano.

Mito y crónica se confunden a lo largo de la existencia de este conductor de muchedumbres, de noble ascendencia hispana y prototipo del criollo, pleno de virtudes y no exento de vicios. Seis puntos de nuestro mapa departamental señalan otros tantos aspectos de esta poderosa personalidad, que, imitando, sin quererlo, a Luis XIV, pudo decir, con justicia, a don Domingo Faustino Sarmiento que pretendió, en el 46, molestarle con las noticias que llevaba de Montevideo al Janeiro, en horas de proscripción del vencido de Arroyo Grande, de una posible paz entre la Defensa y Rosas: "Montevideo no puede pactar. Montevideo soy yo".

El primer punto señala el de su nacimiento y ya el mito se confunde con la crónica: la quinta de sus padres en Peñarol? La casa paterna de Rincón y Misiones? La estancia de sus ascendientes en Tres Arboles? La vieja estancia del Arroyo de la Virgen, o la de Chamizo, ésta ocupada por sus familiares desde el último cuarto del siglo XVIII? En un paciente trabajo publicado en "Anales de Instrucción Primaria", don Plácido Abad manifiesta no haber sido feliz en la búsqueda de la partida de nacimiento del caudillo, que fija en el 27 de octubre de 1874, porque encontró antecedentes, en el archivo de nuestro Estado Mayor del Ejército de que, en esa época, se celebraba en los cuarteles ese día como el del "santo" del Jefe; pero nuestro viejo historiador y amigo suyo, don Isidoro de María, da como fechas de nacimiento, los años 1783, primero y, rectificando luego la información, la fija en el 94, seis años después, en el Miguelete montevideano; mas, si nos atenemos a una declaración de nuestro místico personaje, que, bajo su firma, existe en el Libro de Bautismos de la Iglesia de San Pedro del Durazno, durante una de sus Presidencias, habría nacido "en la Florida", vale decir, en la primitiva aldea del Pintado, donde es ahora Villa Vieja, trasladada para acá en el año 9, por Figueredo. Ateniéndonos a ésta su declaración en tan solemne documento, conocidas, como son, sus firmes creencias religiosas, lo detentaremos como conterráneo nuestro, hasta probanza contraría, para incorporarlo a nuestros orgullos lugareños.

El segundo punto del mapa lo anotaremos en el Paso de Cuello, sobre el Santa Lucía, en enero del 17, en plena invasión portuguesa, sosteniéndose frente a Lecor que traía aguerridas fuerzas europeas que habían actuado en Portugal a órdenes de Wellington. Paso de Cuello encerró en Montevideo al Barón de la Laguna y le obligó a disponer la inmediata construcción de la famosa Zanja Reyuna. Es en crónica galante y caballeresca que se registra, en nuestra ciudad, la tercera actuación de nuestro militar: 33 años tenía don, Juan Antonio Lavalleja cuando decide, en 1817, desposar a su bella prometida, Anita Monterroso. Desde hacía seis años, el futuro Jefe de los 33 servía a la Patria, con Artigas, en su lucha contra los españoles, porteños directoriales y portugueses. Desde Las Piedras a Paso de Cuello, el impetuoso minuano había acreditado sus condiciones de valiente y necesitaba de un regazo cálido donde descansar en los breves períodos que le dejara libre la guerra, que, iniciada en loa albores de la Revolución, en 1811, terminaría para él a los 67 años, firmada ya la Paz de Octubre que puso fin al sitio de Montevideo, por las fuerzas rosistas al mando de Oribe, en cuyas filas vegetaba, cuando ya eran historia la homérica Cruzada y la carga de Sarandí.

Así fue que, en la tarde del 21 de octubre de 1817, don Francisco Rafael Oubiña, cura y vicario de esta entonces villa de San Fernando de la Florida, bendecía la unión del futuro vencedor del Sarandí con la hermosa hermana del belicoso Secretario de Artigas, el fraile José Monterroso. El mayor don Felipe Duarte y el capitán don Ramón Mansilla, atestiguan la ceremonia. Razones de índole militar obligan al novio sobre la fecha del matrimonio, ya publicadas las conciliares proclamas en los tres necesarios días festivos al Ofertorio de la Misa Popular, a estar lejos de la ciudad de Figueredo en tan fausto día y, ante la tremenda circunstancia, gestiona y obtiene de su jefe divisionario lo represente en el sagrado acto, para lo

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25 cual le extiende el poder jurado ,a que se refiere el acta matrimonial, de la que existe copia fotográfica en el Museo Histórico Municipal floridense.

Terminada la ceremonia, el jefe artiguista ofrece el brazo a la jo-ven y bella desposada y la acompaña hasta el coche que ha de llevarla junto al esposo impaciente. El párroco y los testigos y otros integrantes de la división, entre los que se destaca la oscura cabeza del que será coronel Luna -el pardo del romance- forman la corte de, esta boda histórica, en la que han sido figuras centrales la enérgica dama de los bandos brillantes y su futuro compadre, que ilustrará las páginas de nuestra Historia con Guayabo y el Rincón, Rabón y la romancesca conquista de Misiones.

• En las márgenes del arroyo Sarandí señalamos en el mapa departamental el cuarto

punto. Allí se registra la brillante victoria de Lavalleja, con el épico grito de ¡Carabina a la espalda y sable en mano! Para librar la magnífica batalla, don Juan Antonio ha tratado da concentrar el máximo de tropas y ha enviado a su compadre- su poderdante matrimonial - un chasque pidiéndole doscientos hombres, porque las columnas brasileñas se vienen aparatosamente y en gran número. El vencedor del Guayabo juzga que es preciso una gran concentración de tropas para provocar una batalla decisiva contra los Bento Manuel y, compartida su opinión por sus oficiales —Latorre, Laguna, Plana- resuelve no enviar la gente pedida, sino irse todos ellos al llamado de Lavalleja. Han llegado a Puntas de Maciel cuando reciben del Jefe de la Cruzada un nuevo chasque, ordenándole situarse en Castro, cerca de Polanco del Yí. Desde el Paso de Lugo, sobre el río Negro, cerca de Arroyo Grande, en Soriano, el vencedor de Dorrego ha escrito, el día 3, a su compadre y accidental Jefe: "Yo creo que a nosotros lo que nos conviene en las circunstancias, es reconcentrar todas nuestras fuerzas sobre nuestros enemigos y estrecharlos en lo posible a ver si podemos destruirlos..." El día 11 se encuentran en La Cruz los dos compadres y don Juan Antonio se convence de las razones del capitán de Las Piedras y le autoriza a esperar al enemigo en el lugar que ha elegido, que conoce muy bien y lo sabe adaptado a la clase de elementos de que dispone. El 12 de octubre está con su gente en la margen izquierda del Sarandí; el brasileño se lanza para sorprenderlo y es entonces, que Lavalleja da sus órdenes precisas, exactas y comienza la gran victoria que, como Las Piedras, será genuinamente provincial.

Las costas del Maciel, al noroeste de nuestro departamento, marca el quinto punto. Corre el otoño del 43; el 16 de febrero de ese año, a dos meses de la hecatombe de Arroyo Grande, se inicia el sitio de Montevideo por Oribe, lugarteniente de Rosas. El tercer Presidente constitucional de la República, pese al estado de guerra que atraviesa el país, entrega, al expirar su mandato, el Gobierno al Presidente del Senado, don Joaquín Suárez, nuestro Primer Gran Diputado y toma la dirección de las operaciones militares, defendiendo nuestra soberanía de los ataques del dictador porteño y de orientales aporteñados. Las costas del Maciel recuerdan el episodio tan magníficamente narrado así por Montero Bustamante: "En el otoño de 1843, en Maciel, se le presentaron cincuenta mujeres, con sus hijos desnudos, a pedirle ropa. Nada había en el cuartel general, ni en la caja del ejército, ni en la despensa; pero recordó que algunos de sus oficiales eran muy aficionados a la música: había un hijo del coronel Munilla que cantaba arias italianas; un Cavia que improvisaba canciones; otros que eran payadores. Organizó con ellos un concierto y baile para la noche; el coronel Estivao fue elegido bastonero. En medio de la fiesta se hizo una colecta y se reunieron trescientos pesos para las pobres mujeres..."

• Las Piedras, el Éxodo, Guayabo, Paso de Cuello, Rincón, Sarandí, Las Misiones,

Carpintería, Yucutujá, el Yí, Palmar, Arroyo Grande, India Muerta, son ya, en el 53, Historia juzgada. La muerte de Garzón abre las puertas de la Presidencia de la República a Giró; del bando del Cerrito, al que Pacheco derriba a raíz del motín del 18 de Julio. Los vencedores del Rincón, Sarandí, y Coquimbo, formarán el Triunvirato que ha de concluir en la dictadura de don Venancio. El 22 de octubre, Lavalleja se escapa de la muerte y su compadre del Monzón no tiene prisa en ser cogobernante con su oficial de Cagancha, pues se siente enfermo, acabado, en su exilio brasileño. Por otra parte, está con él su maravillosa mujer, la comadre de Artigas, que le apadrinara su único hijo, muerto muy niño; pero el coronel Costa insiste en el urgente regreso

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26 a la Patria y, ante el deseo del esposo, doña Bernardina marcha a Montevideo a preparar la casa de Arroyo Seco. El caudillo se pone en marcha y reclama la presencia de Brígido Silveyra, el coronel carolino y éste, por orden de don Venancio, apresta un piquete de cuarenta hombres que habrán de escoltarle en la marcha que, destinada a triunfal, se convertiría en fúnebre cortejo. El estado del oficial predilecto de Artigas se agrava por momentos y, enterada de ello doña Bernardina, abandona presurosa su vieja casona montevideana y, escoltada por una pequeña fuerza militar que don Venancio puso a su disposición, atraviesa, dolorida y agorera, los departamentos de Montevideo y Canelones y se interna en Florida, cruza Fray Maros, Casupá, Reboledo, Cerro Colorado y, en uno de los gajos del Mansavillagra, ve avanzar, lentamente, un carruaje enlutado. Y es en ese punto del mapa de nuestro departamento que queda marcado el último eslabón que nos une al General. Brígido Silveyra viene al frente del cortejo y, como el demás, enlutado. Hacía seis días que, en el rancho fraterno de Bartolo Silva, rodeado de hombres rudos y heroicos, hechuras cuya en cien combates, en el amanecer del 13 de enero del 54, el vencedor del Guayabo había también escapado en la muerte, como lo hiciera, tres meses antes, su compadre Lavalleja.

"Caballero del mito y de la crónica" lo fue con amplitud rayana en el exceso. A veces el mito se confunde, con la crónica, a veces la crónica parece un mito y forman lo más hermoso de nuestra Historia: la carga del Rincón y el látigo de trenza levantado en Cagancha para imponer clemencia para los vencidos; la estratagema del Ibicuy, que le dio las Misiones; la retirada del Rabón, considerada como estupenda por los técnicos militares: escurriese con quinientos gauchos a dos mil soldados riograndenses, de arraigada fama de invencibles, durante diez horas, recorriendo doce leguas, con la sola pérdida de doce soldados y con la salvación de la vanguardia del ejército artiguista; mito o crónica, ese conocer los campos por el olor de los pastos, ese surgir soldados a su sola presencia, fuere en la ciudad, o en la campaña oriental, o en el propio estado brasileño de Río Grande; mítica, esa facilidad, aprendida con Artigas, de ponerse al diapasón de las personas con quienes hablaba, gaucho, letrado o emperador; mítico, ese conocimiento de todo el país, con sus mil abras, sendas y picadas; mítico, ese donjuanismo que llenó nuestros campos de batallas de hijos, ahijados, protegidos y agregados, ese arrastrar de muchedumbres que llenó de carretas las retaguardias de sus ejércitos, reviviendo, más de una vez, las horas cruciales del Éxodo; mítica, esa generosidad con el vencido, esa mansedumbre y humanidad que reconocen sus más implacables detractores; mítico, también, ese despreocupado manejo de dineros, propios y ajenos que le valió la pobreza rayana, a veces, en indigencia, ese desprenderse de sus aperos y de sus joyas y de sus propias ropas, para darlos a otros, ese malbaratar sus haciendas y sus campos y sus casas ciudadanas para reunir recursos con qué defender la libertad de la Patria; "caballero del mito y de la crónica", ese nuestro conterráneo que llevaba en sus maletas de campo el "Contrato Social" de Rousseau, la "Historia de la Conquista de Méjico" de Solís, las obras de Vatel; que fundó un partido político que hoy, a cien años de su muerte, se enorgullece de su fundador; que después de Artigas, lo fue todo en la Provincia —Oriental o Cisplatina— o en la República surgida después de las Misiones. En homenaje a este mítico personaje de nuestra Historia, Florida ha honrado una de sus calles ciudadanas con el nombre ilustre del teniente predilecto de Artigas, FRUCTUOSO RIVERA.

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NUESTRO PRIMER JEFE POLÍTICO

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28 l 28 de julio del 56, el Presidente Pereira lo designó para ocupar la Jefatura Política del departamento de Florida, creada por ley del 10 del mismo mes. Tenía entonces 53 años, pues había nacido en Montevideo el 29 de julio del año 3,

durante el gobierno del español Bustamante y Guerra, uno de los más progresistas gobernadores que tuvo la Banda Oriental. Ocho años tenía, pues, cuando el Éxodo, doce cuando Guayabo y veintidós cuando Lavalleja y sus compañeros realizan la heroica Cruzada, a la que se incorpora, obteniendo, en el año 26, los galones de capitán, en el Primer Regimiento de Milicias de Caballería, donde realiza la campaña del Brasil, encontrándose en Ituzaingó el 20 de febrero del 27. Seis años después, es ascendido al grado de Sargento Mayor y, en la presidencia de Oribe, se le designa Jefa Político y Comandante de las Milicias de San José.

Cuando estalla la revolución del año 38, se incorpora a las filas del vencedor de Guayabo, pocos días antes de Carpintería y, vencedor Rivera, lo lleva al coronelato, confirmando el grado que tenía en las filas rebeldes. Al año siguiente se encuentra en Cagancha, siempre a órdenes de Rivera y teniendo como compañeros de armas a Anacleto Medina, Venancio Flores, José María Luna —el pardo del romance— Félix Aguiar, Jacinto Estivao, Marcelino Sosa, Ángel Núñez, Fausto Aguilar, Manuel Freire, Brígido Silveira... Cuando Oribe sitia a Montevideo, por orden de Rosas, nuestro coronel integra, en la ciudad sitiada, el Gobierno de Suárez, desde el Consejo de Estado que sustituyó en sus funciones a los cuerpos legislativos, sirviendo, a la vez, en los ejércitos de campaña.

En la tarde trágica del 27 de marzo del 45, cuando Urquiza ensombrece su foja militar con la indignante matanza de India Muerta, escapa de ser degollado atravesando la línea fronteriza con el Brasil, de donde puede regresar recién en octubre del año siguiente.

Comandante Militar de Maldonado en el 47, defendió esa ciudad contra el ataque rosi-oribista, teniendo como segundo al mayor Mariano de Vedia, el futuro Jefe del Escuadrón de Artillería Ligera, en la batalla victoriosa de Caseros.

A raíz de la Paz de Octubre del 51, que terminó la magnífica epopeya de la Defensa de Montevideo, nuestro militar es designado Comandante Militar de Florida, cesando por supresión del cargo en junio de 1852, para ser agregado, primeramente, al Estado Mayor General y, luego, a la Plana Mayor Pasiva.

Los acontecimientos del 53 lo volvieron a la actividad y fue designado, en enero del año siguiente, Comandante de la Segunda Sección Militar Territorial. En octubre del 55, el Presidente Flores, su compañero de Cagancha, le encarga de la Jefatura Política de San José, departamento en que estaban incluidos los actuales de Florida y Flores. Durante el interinato de Manuel Basilio Bustamante continuó desempeñando el cargo, hasta que, el 4 de enero del 56, fue llevado a la Jefatura Mayor del Ejército, cargo en el que se mantuvo hasta que fue designado por el Presidente Pereira, Jefe Político de Florida. Su Jefatura duró sólo once meses, pasando entonces al Estado Mayor Pasivo, donde permaneció en esa situación hasta el 9 de diciembre de 1863, fecha en que el Gobierno de Berro lo dio de baja, declarándolo traidor, por sabérsele incorporado a las filas coloradas que acaudillaba el general Flores, que, el 19 de abril de ese año, había desembarcado en la playa de Caracoles, en el actual departamento do Río Negro, sin más compañía que el general Francisco Caraballo y dos asistentes, para iniciar La revolución que, llamada "Cruzada Libertadora'' termino con la permanencia de los blancos en el poder, lograda en el 52, a raíz de la muerte del general Garzón.

En la mañana del 3 de agosto de 1884, Flores, con un efectivo de aproximadamente mil hombres, en los que doscientos son infantes montados, se acerca a nuestra ciudad. Caraballo y Manduca Carbajal, ocupan, al caer la tarde, todos los pasos del Santa Lucía. Don Venancio, con nuestro coronel entre su oficialidad, vadea el río por el paso de los Dragones, o de la Diligencia, frente al actual Lavadero Municipal. Nuestro ex-Jefe Político avanza por Gallinal hasta General Flores, traspasa Figueredo y acampa con su división frente al arroyo Tomás González, a un kilómetro de la Plaza Asamblea.

El jefe militar de la defensa es el mayor don Jacinto Párraga, militar afiliado al Partido Blanco desde los días del Cerrito, valiente hasta la temeridad, violento y descortés hasta la insolencia y la guaranguería, como lo demostrara el incidente con el almirante inglés Letteon y que le valiera ser destituido de la Comandancia del Fuerte San José en el 62, por el Gobierno

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29 blanco de don Bernardo Berro. El Gobierno de Montevideo le ha remitido, hace poco, un importante bagaje de armas y municiones; pero la guarnición es reducida, pues son apenas ciento cuarenta voluntarios, vecinos de la villa, una Compañía de Guardias Nacionales de San José, con tres oficiales y treinta y dos hombres de tropa. Doce enfermos y convalecientes del Ejército de Operaciones, estorbarán, más que ayudar, la defensa de la villa. Los 30.000 cartuchos enviados por el Gobierno, de poco servirán frente al millar de hombres de Flores, que, respecto a armamentos, están en inferioridad frente a los sitiados que, como aconteció siempre con las poblaciones atacadas o sitiadas por los revolucionarios del 64, el Gobierno fue incapaz de ir en su auxilio, sin haber tenido la precaución de guarecerlas suficientemente.

Los sitiados, que se aprestan a una defensa tan heroica como inútil, provocan, a su paso, a los sitiadores, desde, sus cuatro cantones, el Carve, el Portillo, el Mirador y el Comandancia y desde los ranchos de Pancho Fernández, erigidos en el mismo predio donde, en 1825, se declaró la Independencia Nacional; pero don Venancio, ante la proximidad de la noche, dispone que no se escuchen tales provocaciones y que su oficial —nuestro ex-Comandante Militar— continúe impertérrito su marcha con los 300 hombres que componen su "Cuerpo número tres" hacia el final de la calle que llevaría el nombre del jefe sitiador, hasta llegar al arroyito que lleva el de uno de los vecinos fundadores de la villa.

Al amanecer del día 4, las tropas de Flores avanzan sobre la plaza, que los defensores han circundado, en los espacios libres de edificación, con paredes de ladrillos superpuestos a una altura de un metro ochenta, en las que dejan aberturas o troneras; con bolsas de arena se cierran las bocacalles que afluyen a la plaza que el mayor Párraga defenderá palmo a palmo, en tanto que el general Flores esta decidido a ocupar, cuesten las vidas que cuesten.

El Batallón "Florida", al mando del coronel Rebollo, va a situarse en la loma que forma la actual calle Cardozo, al oeste de Independencia. Marcha en columnas por mitades, llevando su 3ª Compañía a vanguardia, que va desplegada y a órdenes del capitán Ciriaco Burgos. El batallón, a su vez, está sostenido por la mitad del segundo grupo; la división de Goyo Suárez, con un efectivo de ochenta hombres en conjunto y formando dos compañías, ha desmontado, en tanto que el resto permanece a caballo, detrás de las tropas de ataque. La única pieza de artillería que poseen los revolucionarios, atendida por los oficiales del arma Yanci, Navajas, Camón, Pérez y Bonavía, es situada en el punto más elevado sobre la misma línea de altura, dando frente al Comandancia, sobre el que tiene por misión tirar. La división al mando del coronel Nicasio Borges, fuerte de 200 hombres de caballería, sostiene la pieza a los flancos y a la retaguardia. Nuestro primer Jefe Político se mantiene con sus 300 hombres a caballo, como reserva general, en su estacionamiento sobre el Tomás González y su intervención resultará decisiva para la toma de la plaza.

Cinco horas, cuando menos, dura la lucha. Los cantones van cayendo, uno a uno, tras heroica defensa, en manos floristas: primero el Portillo, que es preciso incendiar; luego el Carve, ante el que cae la figura promisora del joven teniente Venancio Flores, hijo del general; para dominar el Mirador, es preciso derribar sus puertas, a golpes de hacha y entablar desesperada lucha, cuerpo a cuerpo, con la gente de Párraga; queda sólo en pie el último baluarte blanco, el Comandancia y a su conquista avanza, en rauda carga, el coronel de Ituzaingó; ha dejado la calle Cardozo, ha tomado el espacio comprendido entre Independencia y Gallinal; al llegar a Rodó, su vista se clava, por un instante, en su magnífica casa, levantada donde es hoy esquina suroeste de Urioste y López y donde recibiera, dos años antes, tantos coroneles gauchos, tantos caudillos que, con sus botas espueladas destrozan, con indignada expresión de la esposa, las alfombras de Esmirna que adornan la sala del Jefe; pero es sólo un instante y la caballería avanza hacia la Plaza Asamblea, que circunda los cantones blancos, del que sólo resta el Comandancia que, entre el nutrido fuego con que recibe la avalancha, destaca un tiro de fusil que derriba, cerca de un cañaveral existente en el predio hoy numerado con el 481 de la calle Urioste, al que fuera coronel de la Patria en las horas de gloria de Cagancha. Momentos después se rinde el último baluarte y es, entonces, que ante la muerte de su hijo y de su conmilitón y amigo, don Venancio ensombrece por un momento su límpida foja militar, ordenando el fusilamiento de los jefes defensores, que se cumple por la tarde, en el predio hoy ocupado por la Plaza Artigas. Caen así Párraga, Dámaso Silva, José Busch, Gregorio Ibarra, Alfonso Castro, Juan Bautista Castillos,

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30 salvándose otros muchos por gestiones realizadas por los vecinos de la villa que merecen alto concepto al Jefe.

En abril del 76, los restos de nuestro primer Jefe Político fueron exhumados del Cementerio de Florida, recibiendo sepultura definitiva en Montevideo, con todos los honores militares y con asistencia del Gobierno en corporación.

A una calle transversal con las de 19 de Abril, Lavalleja, General Flores, Ituzaingó y Rivera, Florida ha honrado a su primer Jefe Político y Comandante Militar, poniéndole el nombre ilustre en los anales patrios, desde las horas de Artigas, de CORONEL FAUSTINO LOPEZ.

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NUESTRO TENIENTE GENERAL

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32 compañado del Subdelegado de Policía y Presidente de la Comisión Departamental de Instrucción Primaria, don Celedonio Islas, del Inspector de Escuelas, don Julián Miranda, de la maestra Srta. Agustina Heredia y Martínez,

los vecinos Sres. Enrique Heyman, Francisco Lavignasse, Francisco Pérez y otros, declaraba inaugurada, el 21 de abril del 84, la Escuela de 2º Grado Nº 7, de Sarandí Grande, dándole el nombre ilustre de "Joaquín Suárez". Ocupaba la Jefatura de Policía floridense desde el 15 de marzo del año anterior y, desde el primer momento, había estado atento a cooperar al progreso del departamento, en uno de cuyos rincones, el Chamizo lindero con el San Ramón canario, transcurrieran felices días de su niñez y de su adolescencia, al visitar la estancia de su abuelo don Felipe y donde hiciera sólidas amistades entre el gauchaje heroico y díscolo y el esclavaje humilde y adicto y que tantas veces le acompañaron en las revueltas militares que asolaron los campos orientales, desde la Cruzada de don Venancio hasta la 97 del caudillo del Cordobés.

Aunque siempre se mostró especialmente orgulloso de su padre, el ilustre patricio que fuera vicepresidente de nuestra Asamblea del 25, solía recordar, complacido, que su tatarabuelo -también un don Felipe- había desembarcado en Montevideo en el grupo colonizador venido desde Canarias a bordo del "Nuestra Señora de la Encina", fundando así uno de los linajes pobladores de, la ciudad de Zabala y levantando su casa infanzona, "austero albergue al principio -dice su biógrafo don Juan Alberto Gadea- y, después, recio edificio de paredes de piedra, sobre cuya estructura el techo de teja extendió sus dos alas azafranadas. Estaba situada en el ángulo formado por las calles 25 de Mayo y Juan Carlos Gómez. En la parte libre terreno plantó árboles y una huerta, que surtía las necesidades domésticas”

El hijo de don Felipe -Bártolomé- nacido como el padre en las Canarias, había llegado a los once años a Montevideo. Ya hombre alternó sus tareas de hacendado con funciones militares, llegando a ser alférez de milicias. En 1753 era Alcalde de la Santa Hermandad; en 1807, el 23 de abril, moría en Montevideo, dejando seis hijos varones y una mujer, de los cuales, el primogénito fue José Manuel, que ilustrara al sacerdocio patriota desde el Cabildo Abierto de 1808 y desde él Congreso de la Capilla de Maciel. El segundogénito —Felipe Pascual- tuvo estancias entre los arroyos Chamizo y Carreta Quemada, que les fueron cedidas por el Cabildo de Montevideo en el tercer cuarto del siglo XVIII y, entre sus hijos, la Historia recuerda a Luis Eduardo, el constituyente del año 30 y vicepresidente, varias veces en el ejercicio de la Presidencia de la República, en los dos períodos constitucionales en que don Frutos ocupó el sitial máximo de gobierno.

Hacía ocho años que el sucesor del general Pantaleón Pérez en nuestra Jefatura había llegado al coronelato, ascendido en octubre del 75 por el Presidente don Pedro Varela, nuestro conterráneo del "Año terrible" y de la deportación en la "Puig". Varela, que había sido Alcalde Ordinario -ahora diríamos Juez Letrado- de nuestra villa, allá por el 53 y vicepresidente en ejercicio de la Presidencia de nuestra Junta económico - Administrativa y de la fugaz Comisión Extraordinaria Administrativa designada en el 65 por don Venancio, —"El gobierno Provisorio" -conocía y estimaba de antiguo al coronel, al que había nombrado Comandante Militar del Durazno el 15 de julio, seis meses después del motín que derribó a Ellaurí y que costara las vidas de Francisco Lavandeira, Ramón Márquez, Isaac Villegas, Antonio Gradín, Antonio Santos, Segundo Tajes, Juan Risso, Juan Ledesma y Antonio Soto. Veinticuatro años habían pasado desde aquella tarde del 51 en que comenzara su carrera militar como simple soldado en el Cuerpo de Artillería, ascendiendo, dos años después, en mayo del 55, a teniente primero.

Cuando el general Flores inicia su "Cruzada Libertadora" se incorpora a la revolución. Dueño don Venancio del poder, le reconoce, el 19 de mayo del 65, como capitán de caballería dé línea y, antes de dos años, lo asciende a mayor graduado, disponiendo su pase a las fuerzas movilizadas para la guerra del Paraguay. Interviene en la batalla del Yatay, el 17 de agosto del 65, integrando la 3º División de Caballería, que comanda Goyo Suárez.

Ya es sargento mayor efectivo desde el 15 de octubre del 66, cuando se hace cargo de la Jefatura de San José, en marzo del 68, que abandona dos años después, para ocupar la Comandancia Militar del mismo departamento, durante la guerra del primer Aparicio. En el 72 es teniente coronel y el Presidente Gomensoro le confía la Jefatura del Durazno, cargo en el que lo confirma el Presidente Ellauri. Adhiere al régimen de facto provocado por el motín militar del

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33 15 de enero que, derribando a Ellaurí, coloca en el sitial de Gobernador Provisorio a nuestro ex - Alcalde Ordinario. Caído, a su vez, Varela y entronizado el coronel Latorre, queda al margen de la vida política, retirándose a la vida hogareña.

Concluida la Jefatura floridense, en el 86, se le proclama candidato para la Presidencia de la República, que obtiene don Francisco Antonio Vidal, eminente médico pero indeciso gobernante, hechura de Santos. El vencido, que veinte días antes fuera promovido al cargo de general de brigada, observa atento los vergonzosos acontecimientos políticos qué se vienen desarrollando en las altas esferas. El nuevo Presidente confía a Santos —que termina de abandonar transitoriamente el sillón presidencial- el mando de todas las fuerzas militares de la República. El 31 de marzo, la revolución que encabeza Arredondo, es vencida en los Palmares del Quebracho. Las Cámaras, que integran el eminente clínico Dr. Pedro Visca, en el Senado. como representante de Florida y don Pedro Carve, don Alberto Munilla y el Dr. Leopoldo Mendoza y Durán, que lo hacen en la de Representantes, festejan le derrota de la revolución popular y, en un momento de obsecuencia al amo que se escuda tras la borrosa figura del Presidente Vidal, revive, en la sesión del 2 de abril, para el militar afortunado y "como empleo único", la jerarquía militar de Capitán General que, sesenta y un años antes, honrara la Asamblea de la Florida en la prestigiosa figura del Jefe de los 33. El 21 de mayo, Santos ingresa al Senado en representación del flamante departamento de Flores, creado para él. Preside él alto Cuerpo don Francisco Javier Laviña, el mismo que representara a Florida en el cuatrienio 1870 - 74. Laviña es un digno exponente del régimen y, apenas llegado a la Cámara Alta el entorchado militar, expresa estas indignantes palabras: “Acaba de ingresar en el Senado el Excelentísimo Capitán General don Máximo Santos, en su carácter de Senador por el departamento de Flores. Él es el director de nuestro gran Partido y ante esa figura no puedo permanecer por un momento más en el puesto que ocupo como Presidente de esta Honorable Cámara. Por esta razón, renuncio la Presidencia, porque tengo la firme convicción de que nadie mejor que él puede ocupar el puesto a que fui elevado por el voto de mis colegas". El Dr. Visca, como los demás, adhiere a las palabras de Laviña y vota la ascensión a la Presidencia del nuevo colega que queda, así, de acuerdo con preceptos constitucionales, en condiciones de remplazar al Presidente Vidal en su premeditada renuncia, que presenta tres días después, manifestando hacerlo "porque la tarea es superior a su fuerzas".

Ya el Capitán General está nueva y francamente dirigiendo los destinos de la República y necesita de algunos hombres dignos que jerarquicen su gobierno. Sabe que nuestro ex - Jefe Político es, dentro del militarismo actuante, uno de los elementos más respetables; sabe de su honradez y de su rectitud administrativa y, aunque está molesto porque enfrentara en la elección pasada a su recomendado el Dr. Vidal, no vacila en designarlo Ministro de Gobierno, en junio del 86. El nuevo Ministro permanece en el cargo hasta el 28 de octubre del mismo año, fecha en que lo abandona conjuntamente con todos sus colegas de gabinete, excepción hecha del general Tajes, por negarse a firmar la ley restrictiva de libertad de prensa, con que el Parlamento obsequiara al gobernante en el brevísimo tiempo de cinco días que le bastara para preparar, discutir y sancionar la mordaza que necesitaba el Presidente Santos.

"Yo entiendo -decía en su nota renuncia el capitán de don Venancio- que no debo suscribir el decreto que autoriza aquella promulgación, porque una ley semejante viola, en mi concepto, los preceptos fundamentales de nuestra Carta Política, desde que coarta la libre emisión del pensamiento y destruye de un sólo y rudo golpe la tradición de libertad proclamada por los próceres de la independencia nacional".

En 1887, un año después, Florida lo elige su representante en el Senado. Ya es general de división y sus amigos los enfrentan al Dr. Julio Herrera y Obes, en la lucha por la Presidencia por el período 1890 - 94; pero el civilista cierra, con su triunfo, el ciclo militar.

Nuestro ex-Senador llega en el 91 al Ministerio de Gobierno, para pasar, al año siguiente, al de Guerra, acompañando en este cargo al Dr. Herrera y Obes que, en febrero del 94, lo hace Teniente General. En marzo siguiente, por tercera vez y en reñidísima lucha, es candidato a la Suprema Magistratura. Después de veintiún días de escrutinios, en uno de los que sólo le faltaron dos votos para llegar al quorum legal, una Asamblea General agotada dio el triunfo, por escaso margen de votos, a don Juan Idiarte Borda. Muerto violentamente el

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34 Presidente el 25 de Agosto de 1897, al regreso de un tedeum celebrado pomposamente en la Catedral, en tanto que el país se desangraba en medio de una espantosa guerra civil, el Presidente del Senado, don Juan Lindolfo Cuestas, que asumió el Gobierno, designo a nuestro ex -Jefe y ex -Senador, Ministro de la Guerra. Es en tal carácter que aparece su firma conjuntamente con las de sus colegas los Ministros Mac-Eachen, Campistegui, Varela y Ferreira y los de legados de la revolución, Dres. Herrera, Tomé, Berro y Rodríguez Larreta, en la ceremonia del 18 de setiembre del 97, veinticinco días después de la inauguración del Gobierno de Cuestas. Retuvo su cartera hasta el 21 de diciembre, fecha en que presentó su renuncia para entrar, desde ese momento, en la vida privada, fallecido poco después, en marzo de 1898.

Ampliamente vinculado a Florida, por cuyo progreso puso sus mejores entusiasmos, justifica que las autoridades municipales honraran su memoria, designando a una de sus calles con el nombre respetable de LUIS EDUARDO PEREZ.

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NUESTRO PRIMER INTENDENTE

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36 El 20 de enero de 1909, la Junta Económico - Administrativa de Florida aceptaba la

renuncia de su Presidente que, el día anterior había sido designado Intendente Municipal del departamento, cargo creado en la ley del 13 de diciembre anterior. Un ex -Jefe Político nuestro, distinguido hombre de letras, eminente diplomático, don Daniel Muñoz, era, a la vez, designado primer Intendente Municipal de Montevideo.

Integraban la Junta floridense don Juan Furriol -primer Gerente de la Sucursal del Banco República-, don Pedro Pastorini (hijo), don Juan Curuchet, don Francisco Aramburú, don Manuel Tubino, el contador don José Luis Rodríguez, Don Isabelino Dobal, don Jacobo Elgue y don Arturo Ruy. El renunciante, que ejercía simultáneamente las presidencias de la Junta y de la Comisión de Instrucción Primaria, fue subrogado, en la misma sesión, por los señores Furriol y Rodríguez, respectivamente.

A la sesión siguiente -4 de marzo- concurrió, -especialmente invitado, nos lo dice en el acta el Secretario don José María Tubino- el nuevo Intendente, quién continuó, durante sus dos períodos de gobierno, concurriendo regularmente a las sesiones de la Junta, como si fuera un edil más.

De estatura normal, más bien alto, de andar lento, nunca suscitó entusiasmos populares, ni, fuera de aquel gran espíritu que fue don Perucho Pastorini, tuvo amigos íntimos y cordiales, a quienes confiarse en las horas de desaliento. Y, como Artigas un siglo antes, se vio negado, difamado por sus adversarios contemporáneos, en aquellas horas bravías de política partidaria, llegándose hasta acusársele, más o menos encubiertamente, de dilapidación y aprovechamiento indebido de los dineros municipales. Y, como Artigas, calló obstinadamente ante la afrenta injuriosa, dejando que fuera su respuesta póstuma el inventario de sus bienes, reducidos al panteón de su propiedad existente en nuestro Cementerio y donde descansan sus restos, conjuntamente con los de su digna y abnegada esposa, doña Pepita Alsina, que le precediera en la muerte.

El Intendente, que traía una amplia cultura universitaria —se había graduado de Doctor en Jurisprudencia en 1894— poseía en el 909 un no menos amplio conocimiento de la cosa pública, de los problemas municipales. Había sido, además de Presidente de nuestra Junta Económico-Administrativa —allá por 899— Presidente de la Junta Electoral floridense, integrada por don Pedro Mendizábal, don Manuel Tubino, don Ignacio Ruy, don Solano Riestra, don Leopoldo Artucio, don Dionisio Ledesma... Durante el período 1899-1902, Había, también, representado, con honor, a Florida, en la Cámara de Representantes.

Pero su verdadero lugar estaba en el Municipio, donde habría de desarrollar, desde la Junta y desde la Intendencia, una encomiable labor, evidenciada en la construcción, o ampliación, o modernización del palacete municipal, el Mercado, el Matadero, el Hipódromo, el Prado, el Corralón, el Laboratorio Químico, el puente sobre el Lindero, el arbolado de la ciudad, las plantaciones de bosques en los campos municipales, la renovación del nomenclátor ciudadano, el estudio, estructuración y aplicación de las ordenanzas municipales que, a casi medio siglo de su vigencia , sólo han motivado ligeras modificaciones, exigidas por tiempos nuevos, que nuevos cauces reclaman.

Por ley del 19 de abril de 1894, la villa de San Fernando de la Florida pasaba a categoría de ciudad. Don Eduardo Espalter ejercía la presidencia de la Junta; en la Jefatura estaba don Daniel Muñoz; don José Miranda dirigía la enseñanza primaria departamental, en tanto que don Federico Camacho ocupaba la Administración de Rentas… Teníamos, desde ese aniversario del Desembarco, el continente que significaba la nueva expresión geográfica; pero el contenido era –y lo sería por tres lustros más- el de caserío grande, donde todos se conocían y donde las calles se llamaban Las Artes, Colonia, Agricultura, Santa Lucía, del Sol, Durazno, Chamizo, 8 de Octubre, La Paz, y que nuestro primer Intendente solicitó y obtuvo de la Junta cambiara sus denominaciones por los nombres patricios de Atanasio Sierra –uno de los 33- afincado en nuestro Paso de la Arena, a diez kilómetros de la ciudad, donde Artigas estableciera su campamento en enero y febrero de 1813, de regreso del Éxodo; del sacerdote Santiago Figueredo, fundador de la ciudad; de don Joaquín Suárez, nuestro Primer Gran Diputado; del general Lavalleja, el Jefe de la Cruzada, designado por la Asamblea de la Florida, en agosto del

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37 25, Gobernador y Capitán General dela Provincia; del sacerdote Juan Francisco de Larrobla, Presidente de nuestra asamblea epónima, en las horas ominosas de la Cisplatina; de Luis Eduardo Pérez, nuestro Jefe Político del 83 y nuestro Senador y Teniente General, cuatro años más tarde; de Manuel Freire, el mártir de Quinteros, fusilado en nuestro departamento por orden de Anacleto Medina, su compañero de Cagancha; del coronel Faustino López, nuestro primer Jefe Político, caído en la toma de la Florida, cuando Flores, en el 64; de Juan Pablo Caravia, remplazante del comandante Castro en la Jefatura, diputado y senador por Florida, prohombre del Cerrito que se impuso a Timoteo Aparicio cuando, en el 57, pretendiera realizar demasías en la ciudad de Figueredo…

El Puente carretero construido en el Santa Lucía Chico, poniéndonos en comunicación directa con Montevideo, está colocado en el año 9, uno de sus estribos sobre la Piedra Alta; este estribo, como la carretera de acceso, corta por la mitad nuestro entonces pequeño Prado, destruyéndolo en parte. Nuestro Intendente Municipal, con amplísima visión de futuro, gestiona y obtiene del Poder Ejecutivo se destinen diez mil pesos para la creación, sobre el motivo histórico de la Piedra Alta, de un parque digno de Florida, que ha comenzado a ser ciudad. Don Daniel Muñoz ofrece su amplia colaboración a ese efecto a su colega de Florida y éste dispone la inmediata confección de los planos del futuro Parque. El ingeniero don Carlos Racine, paisajista del municipio montevideano, inteligencia práctica en estas cuestiones, ha formulado su proyecto, en el que el monte indígena y el río epónimo sirven de marco natural al paseo, que alcanza a una superficie de diez hectáreas. A fines del año 11, terminada la pavimentación del Prado y de sus calles de acceso, se procede al arbolado del mismo, a la colocación, en sus avenidas, de un centenar de bancos y otras mejoras, que van convirtiendo al Parque de la Piedra Alta, el Parque de Barreiro, en el primer paseo de su género del interior y del litoral de la República, no superado aún, a cuarenta años de su creación.

La Plaza "Libertad", nuestra hoy Plaza "Asamblea" era, hasta el año 9, una plaza pueblerina; nuestro primer Intendente la hará ciudadana, dotándola de jardines, llevando por cañerías subterráneas desde el predio que ocupa la Escuela Industrial, el agua necesaria para el riego. Se embaldosan las avenidas y se plantan árboles circundando bellamente la estatua de Ferrari, junto a la que, en horas de angustiosa dictadura cuartelera, don Juan Zorrilla de San Martín declamara, por primera vez, el 19 de mayo del 79, su magnífica "Leyenda Patria".

Encuadrada dentro del perímetro formado por las calles Sarandí, Treinta y Tres, Fernández y Sierra, está la Plaza Nueva, donde, en el 64, cayeran Párraga, Silva, Busch, Ibarra, defensores de la villa, cuando la Cruzada de don Venancio; nuestro. Intendente la convertirá en Plaza Artigas, plaza ciudadana, pavimentándola, dotándola del entonces lujo asiático del arco voltaico, de la comodidad de los bancos acogedores, incitantes al descanso, a la meditación, a la molicie...

Éramos un pueblo un mucho apático, atado al pasado, teniendo como señeros las divisas de Doroteo Enciso y Timoteo Aparicio. El Intendente Barreiro -hombre calmo, exteriormente insensible- sacudió vigorosamente nuestra apatía, diluyó nuestros prejuicios banderizos, nos obligó a ponernos a su ritmo, el ritmo del progreso. En el año 11, un siglo después del Éxodo, él, silenciosamente, homenajeó al Prócer, dando cuenta ,a la Junta qué estaban terminadas las obras de nivelación y -de planimetría de la ciudad; que ya estaba en pleno funcionamiento la Biblioteca Municipal, una de las más ricas y mejor organizadas del interior y del litoral del país; que el departamento tenía, ya, su primer Digesto Municipal; que en los campos comunales que ocupan el Hipódromo y el Polígono, habían plantados y en pleno florecimiento, en una extensión de doce hectáreas, más de veinte mil eucaliptus, de siete mil quinientas acacias negras, de mil quinientas de aromas, de quince mil álamos de Holanda, de quinientos de Carolina, de quinientos fresnos, de trece mil paraísos, de tres mil moreras, de once mil quinientos plátanos, dentro de los límites comprendidos por la Avenida al Cementerio, sobre la calle Rivera, en una extensión de ochocientos metros, avenida formada por una vereda

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38 central de diez metros, dos calles laterales de ocho metros cada una y en otra, continuación de la anterior y que da acceso hasta el Palco y Paddock del Hipódromo, de mil quinientos metros de largo, formando, en sus primeros ochocientos, con una vereda central de diez metros, dos calles laterales de diez metros cada una y dos veredas al costado de cada una de esas calles, de cinco metros cada una y que, finalmente, había instalado puestos municipales en diversos puntos de la ciudad, para control del precio de venta de la carne por particulares.

Todo lo previó este formidable realizador. Como no era posible, por carencia de recursos, disponer de cuadrillas permanentes de obreros para el arreglo de todos los caminos del departamento, implantó el sistema de peones camineros a los que se indicaba un trozo de camino que debía estar siempre transitable. Supervigilaba personalmente las obras, en la ciudad y en la campaña. Aparecía inesperadamente en su charret y era raro encontrara deficiencias en los trabajos, pues tenía un equipo de capataces dignos, honrados, orgullosos de su trabajo. Vigilaba los trabajos en los Corrales de Abasto, en el Corralón, en el Mercado, en el Parque Piedra Alta, en las plantaciones...

Intentó municipalizar la Usina Eléctrica, propiedad de don Josa Lapido —el de "La Tribuna Popular"— y del farmacéutico don Pedro Mendizábal. El contrato de concesión del servicio establecía, en 1906, que, a los cinco años de explotación, la Intendencia tenía el derecho de adquirir la Usina, mediante tasación y ya había financiado la adquisición con un empréstito amortizable en el plazo de quince años, tomándose ocho mil pesos anuales del rubro fijado para el sostenimiento del servicio de alumbrado de la ciudad, cantidad suficiente para el pago de intereses y amortizaciones. La Usina se pagaba sola y el doctor Barreiro no quería perder el negocio para el Municipio, que significaba un nuevo motivo de progreso para la ciudad, desde que la municipalización significaba la ampliación, mejoramiento y abaratamiento del servicio; pero en el Ministerio del Dr. Manini y Ríos encalló el proyecto, pese a las reiteradas reclamaciones del Intendente, a quién, para inutilizarlo, se le dijo que era propósito del Ejecutivo ir al inmediato monopolio de todas las Usinas y que se elevaría al respecto un mensaje al Parlamento, lo que no sucedió.

Ocupó la Intendencia durante dos períodos, desde el 20 de enero del año 9 hasta el 27 de mayo del 14, en que renunció, presionado por sus amigos políticos, para enfrentarlo al Dr. Alejandro Gallinal en la lucha por la senaduría por Florida en el período 1915-19. Vencedor en los comicios, el Parlamento dispuso una nueva elección, alegando vicios electorales. El Partido Blanco triunfó esta vez.

Volvió al Municipio integrando el Concejo Departamental de Florida y, en ejercicio de sus funciones, murió el 30 de noviembre de 1921.

Hoy está casi olvidado. Y ésta es la hora en que Florida debe homenajear a su Primer Gran Intendente Municipal, sea en bronce sonoro o el mármol augusto, desde una de las avenidas del Parque Piedra Alta, al munícipe que dio a la ciudad y al departamento todos sus entusiasmos, sus desvelos y sus dolores, el Dr. URSINO BARREIRO-

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39 A MANERA DE EPILOGO

Nacida bajo el signo de la realeza del séptimo Fernando y de la emperingotada nobleza del Conde de Florida Blanca, nuestra hoy Ciudad de la Piedra Alta recibió, en la hora primigenia, el don de la gloria con que le obsequiara su Hada Madrina. De ahí la razón de los hechos gloriosos de la decidida participación de los vecinos de la recién fundada villa —allá por el año 11— en la acción de Las Piedras, en el inacabable viaje crucial que se llamó el Éxodo; y, dos años después, en enero y febrero de 1813, don José Artigas fue nuestro ilustre huésped, acampando en el Paso de la Arena, a ocho kilómetros al noreste de la ciudad de Figueredo, de regreso del Ayuí y a tres meses de que nuestro convecino José Eugenio Culta, iniciara el segundo sitio, una veintena de días antes de la llegada de Rondeau.

Con más de medio centenar de voluntarios que se incorporaron a Artigas en Canelones el 12 de mayo del año 11, Florida contribuyó al éxito de Las Piedras, nuestra primer victoria provincial. Están allí, representando el solar que harán histórico la Asamblea del XXV y la "Leyenda Patria", de Zorrilla, don Tomás García de Zúñiga, que comandara la División; Alejandro Duval, José Antonio Ramírez, Alejo Más, José Núñez, Juan García de Zúñiga, Pedro de Matos -nuestro pulpero llegado recién a la villa- José Anticheli, Joaquín Suárez —que 14 años después será nuestro Primer Gran Diputado— Florencio Valdivieso, Lucas Cachón, Felipe Velázquez, Cristóbal Navarrete, Pedro Várela —padre del que será, más tarde, en el 75, nuestro conterráneo Presidente de la República cuando el "Año Terrible" y la deportación en la "Puig"-, Francisco Román, José Álvarez, Pantaleón Altamirano, Roque Ferreira, Juan José Cabral, José Olivera, Manuel del Valle y otros, hasta llegar a los cincuenta y cuatro vecinos voluntarios que abandonan sus hogares al reclamo de esa abstracción que se llama "PATRIA", voz que, según el poeta, en tiempos pasados se decía tan bien...

Pedro Pablo Pérez acaudilla las gentes de Rocha, que prefieren el exilio al sometimiento al portugués. La expresión de que "la Patria nació en el este", no es una figura literaria; es una verdad de la Historia, pues, ante la orden del levantamiento del primer sitio, son nuestros hermanos de la llanura del este "en el vasto territorio que la paja brava y la espadaña -dice el ingeniero Buzzetti- ocultan las quietas aguas del bañado", los que inician la marcha. De nuestra villa de San Fernando de la Florida parten ochenta familias que, incendiando sus ranchos, destruyendo sus cosechas, se incorporan a la caravana, las mujeres y los niños en carretas, los hombres a caballo. Han llegado el 18 de octubre a Santa Lucía y, amalgamados en la inmensa columna, siguen al Conductor que trata desesperadamente de contener la avalancha que escapa horrorizada del portugués que avanza, traído por Elío y por los próceres de Mayo. Son, al comienzo, menos de trescientas familias, que se elevan a setecientos, a más de mil quinientas y que, detrás del Jefe, atraviesan los ríos Negro, Daymán, Queguay, hasta llegar al Ayuí, sobre la costa argentina En setiembre de 1812, Artigas inicia el retorno a la Patria para continuar su lucha por el triunfo de la idea republicana, del derrumbe del monarquismo sustentado por el porteñismo directorial, por el federalismo que significaba el otorgamiento de las más amplias libertades de los pueblos, de las autonomías provinciales: el 9 de octubre, tres días antes de cumplirse un año del comienzo del Éxodo en los ranchos de los propios y las chacras del Ejido montevideano, ya están sobre el Laureles, afluente del Daymán, en el Salto; el 13 han llegado a las Puntas del Valentín, arroyo que nace en la cuchilla del Daymán salteño y que corre al Arapey Grande; desde el arroyo del Campamento, afluyente del Buricayupí sanducero, Artigas se ha dirigido a la Junta de Gobierno del Paraguay informándola de la extraña actitud del Comisionado porteño y reafirmando, el 15 de noviembre, sus conocidos sentimientos patrióticos, mantenidos inalterables desde el comienzo de la Revolución; ya están sobre la costa del Río Negro al apuntar el 22 de noviembre y, el 20 de diciembre, acampan en el Paso del Durazno, sobre la coste del Yí, para seguir, a principios de enero del 13, al Paso de la Arena sobre el Santa Lucía Chico, a menos de dos leguas de la ciudad de Florida, en los que fueron campos de don Atanasio Sierra, frente a la Mercada. El 17 de enero, Rondeau y French llegan al campamento floridense y de su entrevista con el Jefe oriental, saldrá el forzado retiro de Sarratea, el intrigante y el destierro, implacable y justo, del cura Figueredo, de Valdenegro,

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40 de Pedro Viera del Asencio, de Ventura Vázquez, seducidos por el porteño.

"La estada en el Paso de la Arena del ejército de Artigas y la muchedumbre que con él se restituía a la Patria —dice el historiador Ariosto Fernández— repercutieron momentánea pero sensiblemente en la vida del pueblo de la Florida. Investigando en los libros de aquella Parroquia, fuentes invalorables para cualquier estudio histórico lugareño, es fácil comprobar un notable crecimiento en el número de bautismos y casamientos y lo es a tal punto en materia de bautismos, que se puede afirmar que, desde entonces, no se ha superado el promedio de los óleos oficiados en los meses de enero y febrero de 1813, ellos, todos, de descendientes de individuos del ejército del Sor. General Artigas".

Levantado el campamento sobre el Paso de la Arena, las fuerzas provinciales siguieron a Canelones, cumpliendo, desde la salida de la villa, el siguiente itinerario: camino de la costa, bordeando la "Azotea" de don Atanasio Sierra y las picadas de la Mercada y de "Don Leandro", hasta llegar frente a la Calzada —actual esquina de Rodó y Acuña de Figueroa— siguiendo por Rodó hasta alcanzar Gallinal que la cruzan en el Paso de los Dragones —frente a donde está actualmente el Lavadero Municipal— para internarse en el camino que conducía a Paso de Cuello —donde Rivera se sostuvo en el 17— o por Pache, presumiblemente por éste, por significar un recorrido más corto. En los planos trazados por Cardeillac, en el 55, de los que existen copias heliográficas en la Inspección Técnica Municipal de Florida, se puede seguir fácilmente el itinerario seguido.

La estada de Artigas en las proximidades de nuestra ciudad es uno de nuestros más preciados orgullos lugareños. Desde el Conductor a don Frutos, desde el Jefe de la, Agraciada hasta el escribano Felipe Álvarez de Bengochea, todos los Grandes de la Patria convivieron, más de una vez, nuestra vida pueblerina, oraron en nuestra entonces humilde Parroquia y hoy Catedral orgullosa y magnífica y nos dejaron el orgullo de haberlos albergado en horas de formación de la orientalidad. Y éste es el momento en que, siguiendo las divisas de Artigas de "Con libertad no ofendo ni temo", del escudo provincial y "Sean los orientales tan ilustrados como valientes", del santo y seña del Hervidero, constituimos con orgullo el país más libre del mundo y pugnamos porque Florida sea una de las ciudades más progresistas y cultas de la República, incluimos, en apretado haz de reconocimiento, a todos los que contribuyeron a nuestra actual situación cultural y económica, fueren militares, civiles o clérigos, analfabetos o letrados, o doctos en materias municipal, escolar o administrativa, pues todos se dieron por entero, plenos, de heroísmos, de virtudes, de vicios, tal como correspondía a aquellos hombres magníficos que, intuitivamente, comprendían y admiraban a Artigas y muchos de los cuales, tal vez —tremenda paradoja— creyeron estar frente a él.

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41 APÉNDICE DOCUMENTAL

UNA NOTA, UN INFORME Y UN DECRETO Florida, 27 de setiembre de 1951.

Sr. Intendente Municipal, Esc. D. Faustino Harrison — Ciudad Timoteo Núñez Muslera, inscripto en el R. C. N. con el Nº 4 913 de la serie Q.A.A., funcionario de este Municipio, ante el Sr. Intendente me presento exponiendo:

a) Que para ilustrar mi proyectado libro "DIEZ DE FLORIDA", cuyos originales acompaño, intereso en la confección de 19 (diez y nueve) clisés de los siguientes cuadros, fotografías y planos: "ARTIGAS", carbón de Ernesto Alexandro existente en el Centro de Cultura Popular "RENOVACION", de esta ciudad; Joaquín Suárez, Juan Francisco de Larrobla, Felipe Álvarez de Bengochea, Manuel Calleros, Santiago Figueredo, Prudencio Murguiondo y Bernardo Suárez del Rondelo, Juan Antonio Lavalleja, Manuel Freire, Fructuoso Rivera (copia de cuadro anónimo que existe en el Despacho del Sr. Intendente) , Faustino López, Jacinto Párraga, Luis Eduardo Pérez, Ursino Barreiro, "la Junta de Barreiro" (los integrantes de dicho Cuerpo durante el período 1909-1911) y Tomás García de Zúñiga; planos de la ciudad de Florida (en 1809 y en 1950) y del Parque "Piedra Alta'' (1909 y 1948) y copia fotográfica del acta de bautismo de una hija del general Rivera y en la que se documenta que el vencedor del Rincón es nacido en "la Florida", vale decir, que es nuestro conterráneo. Todos los citados, personas y planos, se mencionan especialmente en el texto de mi proyectado libro y evocan aspectos de nuestro interesante ayer floridense.

b) Que la impresión del libro se eleva a una cantidad por muy superior a mis posibilidades, por lo que solicito del Sr. Intendente: 1º) Tenga a bien pasar a informe de la Comisión Municipal de Fomento Cultural los originales que acompaño, para que dictaminen acerca de su valor histórico y literario; 2º) Que si la Comisión considerase de interés departamental la impresión del mismo y si esa opinión mereciera ser compartida por el Sr. Intendente, se disponga que el Municipio tome a su cargo la confección de los clisés o fije alguna cantidad para contribuir a la misma (el costo aproximado sería de $ 285.00); 3º) Que de accederse a lo establecido en el inciso 1º), se fije a la Comisión, para expedirse, un plazo no muy dilatado, porque es mi propósito entregar a la imprenta los originales en la primera quincena de noviembre, devolviéndoseme los mismos antes del 10 del citado mes, fuere cual fuere el juicio emitido; y 4º) Que la no colaboración municipal motivaría la exclusión absoluta de grabados.

Saluda a Vd. muy atte. — (Fdo).: Timoteo Núñez Musiera.

Florida, 27 de setiembre de 1951. — Pase a la Comisión de Fomento Cultural, a efectos de oír, circunstanciadamente, su opinión al respecto. — (Fdo.): Harrison; J. R. Zipitría.

Octubre 3 de 1951. — Por resolución de la Comisión, pasa a estudio previo de los profesores Señora M. M. R. de Berro, Señorita de Campodónico y señor González. — (Fdo.) : Dibarboure, Presidente.

Florida, octubre 21 de 1951. — Sr. Presidente de la Comisión Cultural del Municipio de Florida, Sr. José Alberto Dibarboure:

Después de la lectura detenida y consciente del libro "Diez de Florida" del Sr. Timoteo Núñez Musiera, nos consideramos en condiciones de emitir el siguiente juicio sobre los valores históricos y literarios de esta obra.

Desde el punto de vista histórico, el trabajo del Sr. Musiera tiene el mérito de recordar y exaltar figuras locales o del Departamento que han beneficiado con su obra al mismo (caso del Sr. Ursino Barreiro).

Sin embargo, la obra carece de criterio histórico; no ha sido hecha con juicio sereno e imparcial. Da prueba de esta aseveración, la valoración exagerada de ciertos personajes con relación a otros (p. ej.) los retratos de Rivera y de Suárez con respecto al de Lavalleja).

Su criterio para valorar las figuras históricas es muy personal; considera y exalta como

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42 virtudes, características o rasgos espirituales que negamos sean prendas colocándonos en un plano estrictamente democrático (segundo párrafo de la pág. 34 - Retrato del General Rivera).

No estudia los personajes en función de su época, sino que los aísla y los retrata como individuos que actúan en forma autónoma.

Utiliza con exageración la anécdota, que si bien puede ser un recurso literario que amenice la obra, históricamente carece de valor.

Desde el punto de vista literario, la obra tiene el mérito de estar escrita con fluidez, lo que hace fácil su lectura. No quiere decir que el estilo del Sr. Núñez Musiera sea brillante; advertimos la repetición exagerada (a veces como una escondida intención no literaria) de expresiones usadas a manera de epítetos (Rivera, caballero del mito y de la crónica; G. Pereira, el nefasto Gobernante de Quinteros; Luna, el pardo del romance). Tal vez con excesiva escrupulosidad, censuramos el uso de vocablos no castizos (esclavaje, voces del verbo homenajear que la Ac. Española no acepta, etc.)

En cuanto a otros valores o defectos del libro que nos ocupa, de menor cuantía, no creemos sea nuestro deber enumerarlos en un juicio que no pretende ser minucioso.

Saludamos a Vd. muy atentamente. — Por Silvia Campodónico, M. Mercedes R. de Berro (Fdo.): María Mercedes R. de Berro.

Florida, noviembre 6 de 1951. — Vuelva a la Intendencia Municipal, informándose que la C. Pro Fomento Cultural, entendiendo que no contaba con elementos especializados en la materia, resolvió el pase a la Comisión de que da cuenta el decreto fecha 3.10.951, que informa precedentemente. Y, habiéndose recibido el informe de las personas competentes consultadas, lo adjunta haciéndolo propio, — (Fdo.): Dibarboure, Presidente.

Florida, diciembre 14 de 1951. VISTO: Este asunto pasado a la Comisión de Fomento Cultural del Municipio de Florida, y vuelto informado;

CONSIDERANDO: Que la opinión emitida por la Comisión de Fomento Cultural, en su mencionado informe, debe ser tenido en cuenta por la Intendencia Municipal, por varios motivos, en que se destaca la elevación e imparcialidad del criterio expuesto, y el minucioso estudio realizado; y

ATENTO: a que la Intendencia Municipal no debe patrocinar obras cuya definición es de un orden claro de objetivación personalísima, y por ende sin el valor que la destaque al interés público como apreciación histórica, se

RESUELVE: No se hace lugar al pedido que se formula en el numeral 29 de la comunicación de 27 de setiembre de 1951, del autor de la obra en proyecto, y devuélvase al interesado, — (Fdo.): HARRISQN, J. R. Zipitría.

Page 44: “DIEZ DE FLORIDA” TIMOTEO NUÑEZ MUSLERA · Pocos días después de San José, Artigas le confiere el grado de capitán, con el que el 18 de mayo combate en Las Piedras, junto

“DIEZ DE FLORIDA”

43 ÍNDICE

A manera de prólogo 1 Nuestro primer diputado 3 El Presidente Sacerdote 7 El presidente del Gobierno Provincial 10 El Cura Fundador 13 El vencedor de Sarandí 16 El Capitán de la Agraciada 19 Don Frutos 23 Nuestro Primer Jefe de Policía 27 Nuestro Teniente General 31 Nuestro Primer Intendente 35 A manera de epílogo 39 Apéndice Documental 41