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1 MIRADAS Y PALABRAS EN CLAVE TEOLÓGICA, FILOSÓFICA Y POLÍTICA MEMORIA PRESENTE Marzo de 2015 / Nº 7 / Año 3

Dossier Memoria 2015 Dia Nacional de la Memoria

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Seleccion de textos sobre memoria/tradicion/derechos humanos /terrorismo de estado en Argentina

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    MIRADAS Y PALABRAS EN CLAVE TEOLGICA,

    FILOSFICA Y POLTICA

    MEMORIAPRESENTE

    Marzo de 2015 / N 7 / Ao 3

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    MEMORIA PRESENTE

    Salimos del presente para caer en el futuro desconocido,

    pero, sin olvidar el pasado,

    nuestra alma est cruzada por sedimentos de siglos,

    son ms grandes las races que las ramas que ven la luz.

    Es en la obra del amanecer, trgica y de aurora,

    en que las sombras de la noche

    comienzan a mostrar su sentido

    y las figuras inciertas comienzan a desvelarse ante la luz,

    la hora de la luz en que se congregan pasado y porvenir.

    Dossier Nueva Tierra Marzo de 2015 Ao 3 / N 7 Da de la Memoria 2015

    Produccin y seleccin de textos: Susana Ramos / Nstor Borri

    Diseo: Sebastin Prevotel / Barbi Couto

    Foto de tapa: Sebastin Miguel

    www.nuevatierra.org.ar facebook.com/ centronuevatierra

    Nuestro pas es intenso y prolfico en acciones, reflexiones y pensamiento sobre la memoria, muy especialmente en todo lo ligado a la lucha por los DDHH y contra el terrorismo de Estado.

    El conjunto de textos que presentamos ac, de cara a un nuevo aniversario del golpe de estado de 1976 y con motivo de celebrar-se nuevamente el da de la Memoria, intenta ser un aporte que se suma a los muchos que ya hay, circulan, se gestan y , por suerte, se van haciendo cada vez mas carne y palabra en sectores, polticas e instituciones.

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    Hemos optado por recoger textos que puedan, considerando el pu-blico con el que interactuamos, complementar, interrogar y proyec-tar esos enfoques que ya existen.

    Lo hacemos pensando en los desafos de la memoria , y tambin los del recuerdo. Sobre eso, Walter Benjamin dice que la memoria con-serva, pero el recuerdo es destructivo .Y agrega : la funcin de la memoria consiste en proteger las impresiones; el recuerdo mira a su disolucin

    Queremos proponer esta perspectiva, que puede parecer negativa, como condicin de construccin. Mirar la disolucin no es olvi-dar, ni complacerse en lo que se disuelve. Mirar lo que sucede con el pasado , a medida que pasa el tiempo, es responsabilizarse y actuar en consecuencia. Es la conciencia del paso del tiempo y del presen-te. Es completar con la tarea poltica la memoria, tomar la herencia, asumir los legados, insertarse en la tradicin.

    Donde dice destructivo, queremos decir punto desde el cual hay que construir y reconstruir. Mucho ms que continuar o repetir. Desafo que implica , como plantea Jacques Hassoun, a la repeti-cin fecunda, o bien a la fecundidad de la repeticin.

    El movimiento de derechos humanos y una gran parte de nuestra sociedad nos han dado y nos siguen dando lecciones al respecto.

    Los textos hablan de eso: de las tareas pasadas, presentes y futuras de la memoria: todas presentes.

    De su dimensin de tarea y del corazn poltico de esa tarea.

    Por eso hemos querido ampliar las perspectivas, con textos que no hablan en algunos casos de manera directa de los derechos huma-nos o del terrorismo de estado y la dictadura o de Argentina.

    Hemos tomado otras disciplinas adems del derecho y la historia , con perspectivas con las que queremos invitar ay aportar a la ac-cin de construccin de sujetos y de generacin, a la dimensin generadora de la memoria, all donde se encuentra con los jvenes, con los nios, con lo nuevo y con lo que viene. O sea, aportar a am-pliar la mirada , levantar los ojos, y asumir lo que nos llega de lo que amanece. Del umbral que nos indica que no hay que olvidar tanto como que hay que caminar y asumir los desafos de un legado.

    Los artculos, como dijimos, provienen de diversos lugares y disci-plinas, y tambin de diferentes momentos de los ltimos aos.

    Esperamos sean un aporte para seguir construyendo la fecundidad de lo vivido, sufrido, luchado y celebrado.

    Miramos nuestra historia, nuestros muertos y sus vidas, nuestras vidas y sus limites, su nuestro- tiempo, el que nos toca y tenemos: ah queremos encontrarnos , gestando tambin los textos que den poesa y sentido colectivo a lo que nos espera y a la justicia belleza y responsabilidad que nos toca.

    Nestor Borri Susana Ramos Centro Nueva Tierra

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    Amo mi exilioMara Zambrano

    Salimos del presente para caer en el futuro desconocido, pero, sin olvidar el pasado, nuestra alma est cruzada por sedimentos de siglos, son ms grandes las races que las ramas que ven la luz. Es en la obra del amanecer, trgica y de aurora, en que las sombras de la noche comienzan a mostrar su sentido y las figuras inciertas comienzan a desvelarse ante la luz, la hora de la luz en que se congregan pasado y porvenir.

    Alza tus brazos...Juan Gelman

    Alza tus brazos, ellos encierran a la noche, destala sobre mi sed,tambor, tambor, mi fuego.

    Que la noche nos cubra con una campana,que suene suavemente a cada golpe del amor.Entirrame la sombra, lvame con ceniza, cvame del dolor, lmpiame el aire:yo quiero amarte libre.

    T destruyes el mundo para que esto sucedatu comienzas el mundo para que esto suceda.

    Otro inicio otra msicaHugo Mujica

    Nada responde a nada cuando todo habla.Hay que soarun sueo sin voces,volver a cantar escuchando.Dejar correr una lgrimacon la cara bajo la lluviaun silencioque sea anuncio, un anuncioque lo nazca.Callar, para que el tajose diga tajo, o decirpara dolernos tajo,la semilla enterradabrotando en la semilla enterradaun albaen la palabra alba.

    Y podrs conocerte recordandoAntonio Machado

    Y podrs conocerte recordando del pasado soar los turbios lienzos, en este da triste en que caminas con los ojos abiertos.

    De toda la memoria, slo vale el don preclaro de evocar los sueos

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    La larga y fecunda historia re-ciente de Amrica Latina y el Caribe la ha vuelto, asimismo, fecunda en sus luchas por los Derechos Humanos. La dura d-cada de las Dictaduras Militares o gobiernos autoritarios en la regin, y la larga dcada poste-rior de neoliberalismo genoci-da hizo que muchos y muchas alzaran su voz y a su vez fueran ellos mismos banderas en estas luchas. Decenas de personas fueron silenciadas porque sus voces eran claras y duras ante los atropellos contra personas humanas, etnias y comunidades o pueblos enteros. Las violacio-nes a las etnias en Guatemala en el gobierno de Efran Ros Montt llevaron a Samuel Ruiz a levantar su voz y acompaar a cerca de 100.000 indgenas chuj o ach refugiados guatemalte-cos en el estado de Chiapas, Mxico; Lenidas Proao fue tambin voz1 de las comunida-des indgenas en Ecuador has-1. La frase ser voz de los que no tienen voz, que se dijo de varios de estos grandes defensores de los pobres fue usada antao por el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, en Argentina, y la imagen parece remitir a Eva Pern (al menos, la primera vez que hemos podido detectarla se le atribua a ella en la primera parte de la dcada del 50).

    ta ser llamado el obispo de los indios, y Paulo Evaristo Arns, a travs de la agencia CLAMOR fue defensor y memoria ante las violaciones a los derechos y personas por las dictaduras del Sur (lo que le vali el reproche de ms de un obispo como el Cardenal Ral Primatesta, Pre-sidente de la Conferencia Epis-copal Argentina).

    A estas voces episcopales pue-den y deben sumarse cientos de obras, acalladas violenta-mente, de tantos y tantas mr-tires latinoamericanos y caribe-os y tambin otras ms all de estas fronteras; simplemente a modo de ejemplo, no puede ni quiere ignorarse la memoria de Martn Luther King, asesinado en el pas de la libertad por la defensa inclaudicable de los derechos humanos de los afro-descendientes y en contra de la guerra genocida en Vietnam.

    No existe prcticamente un pas en Amrica Latina que no tenga un gran nmero de mrtires ase-sinados por su defensa de comu-nidades y personas vctimas de modelos genocidas. Sin duda no todos y todas los y las mrtires lo son por haber luchado en fa-

    Este texto de Eduardo de la Serna habla de la memoria como una dimensin de entrada y un campo de lucha que atraviesa ( y cons-tituye) Amrica Latina.Los diferentes contextos, los procesos y dinmicas con sus altibajos, contagios y encuentros, las similitudes y las diferencias, conjugan en la lucha contra las dictaduras y por los derechos humanos, la denuncia de los genocidios, los desafos de asumir polticamente la memoria sean otra dimensin que, en el dolor y la esperanza, en el pasado y el futuro, nos permitan pensarnos como una regin del mundo que mira y aporta al mundo desde su experiencia.Marca tambin el diferencial al mismo tiempo la universalidad de nuestra singularidad, nos conecta con el mundo y nos hace contem-porneos.Hace a la extensin y la fecundidad de la historia : como presente y trabajo de reconocimiento de y en la propia historia. En este senti-do, recordar es no tanto un mandato como una decisin, y lo que se recuerda son decisiones y sus consecuencias, o sea lo que nos histo-riza y plasma polticamente el tiempo.

    DERECHOS HUMANOS Y MEMORIA HISTRICAEduardo de la Serna

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    vor de los Derechos Humanos, pero sin duda muchas y muchos lo son, y son por ello mismo bandera, adems de testigos y testigas. Los nombres de los obispos Oscar Romero y Juan Jos Gerardi, ambos en Centro-amrica, son ya emblemticos; y podemos aadir otros menos conocidos internacionalmente, como Yolanda Cern, o Mario Caldern, y Elsa Constanza Al-varado (Colombia), Joo Bosco Penido Burnier (Brasil), los/as 12 desaparecidas/os fundadores de Madres de Plaza de Mayo (Ar-gentina), Jos Manuel Parada (Chile), Luis Espinal (Bolivia), Mara Elena Moyano (Per), y podramos seguir abundante-mente. Los mrtires y testigos son mojones en el camino de un pueblo, son indicativo de un por dnde y hacia dnde ca-minar. Los mrtires son memo-ria y son por ello mismo futuro.

    Un elemento muy importante para la vida, la fe y la historia del pueblo de Israel en la Biblia es recordar (zaqar); este es un imperativo que, por otra parte, tiene que ver con poner/dar nombre (ver Jeremas 20,9). Un pueblo que tanta importancia da a la historia, y a su capacidad

    o incapacidad de encontrar a Dios cuando en ella, debe hacer memoria de cmo reaccion en aquellos momentos pasados (xodo17,14; Deuteronomio 5,15; 7,18; 8,2.18) ya que de ese modo tambin Dios recordar (Lev-tico 26,42).

    Pero y aca la novedad para nuestra mentalidad occidental el judo no tiene el pasado de-trs, como algo que dej a sus espaldas, sino delante, como algo que ilumina el presente y orienta el futuro. La memoria es imprescindible para caminar. Con razn se afirma que un pueblo sin memoria est conde-nado a repetir sus errores. La memoria es parte constitutiva del camino del Pueblo de Dios; el pasado de pecado y santidad est ante nuestros ojos y nos marca el camino.

    Las violaciones a los derechos humanos fueron constantes y sistemticas en nuestra historia reciente, los muertos se cuentan por cientos de miles, y no esta-mos haciendo referencia ms que a Amrica Latina y el Cari-be, por falta de buena informa-cin, pero de ninguna manera ignorando las dems regiones

    de la tierra. Tambin fueron mu-chos en las distintas Iglesias, y comunidades religiosas, en la sociedad civil, en diferentes or-ganismos los que entregaron, gastaron y, en ocasiones, les fueron arrebatadas sus vidas en defensa de los derechos de otras y otros. Las memorias de sus personas y de sus luchas estn delante de nuestros ojos, para sealarnos caminos; para eso existen mojones.

    Lamentablemente, en la mis-ma sociedad civil y en muchas comunidades eclesiales, se es-cuchan voces que en nombre de la supuesta reconciliacin proponen silenciar la memoria, disimular la historia y callar la voz de los mrtires. Una institu-

    cin como la Iglesia apostlica romana, que tanta trascenden-cia da a la Tradicin, que en su liturgia celebra la memoria de la Cena de Jess, y que lee la Escritura como memoria viva de un Dios que camina y habla a su pueblo en la historia, no de-biera ser cmplice de los silen-cios, aunque lamentablemente en muchas ocasiones lo es.

    Recordar es hacer memoria his-trica desde el origen, es pensar nuestro pasado, pero no debe ser un recordar simple como quien evoca pensando, sino haciendo un juicio, criticando constructi-vamente o asumiendo los valores () acercarse con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores, solamente miran-

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    do la verdad, para dar gracias a Dios por los aciertos, y sacar del error motivos para proyectarse renovada hacia el futuro 2.

    Para tener presente es intere-sante adems lo que afirmaba Th. W. Adorno:

    La pregunta: qu significa elaborar el pasado? necesita una aclaracin. Parte de una expresin que, como lema, se ha vuelto muy sospechosa en los ltimos aos. En este uso lin-gstico, elaboracin del pasado no quiere decir que se reelabo-re seriamente el pasado, que se

    2. Lucio Gera, Conmemorar el pasado y preparar el future: decir, orar, ser y hacer, Sedoi 93/94, 5-6. Lo dicho se refiere a la historia de la Iglesia y al llamado del Papa a conmemorar los 500 aos; igualmente parece que debe considerarse vlido para mirar nuestra historia latinoamericana.

    rompa con clara conciencia su hechizo. Mas bien se le quiere poner un punto final y, si es posi-ble, hasta borrarlo del recuerdo. El gesto de olvidar y perdonarlo todo, que correspondera a quie-nes han sufrido una injusticia, es practicado en cambio por los partidarios de quienes la come-tieron3.

    Muchas leyes o propuestas de amnista, leyes de perdn, pasos para una necesaria re-conciliacin no son sino un muro puesto delante de nues-tros ojos que impide mirar el pasado de frente; y son, por lo tanto, obstculos para caminar con libertad hacia el futuro. Los mrtires siguen silenciados, o se les niega el reconocimiento 3. Th. W. Adorno, Ensayos sobre la propaganda fascista. Psicoanlisis del antisemintismo,Voces y culturas, Barcelona, 2003, 53.

    brazos, no arren sus banderas y no olviden sus mojones.

    Las realidades de las comunida-des indgenas y afrodescendien-tes no parece que hayan mejora-do sustancialmente, los intentos de que las Fuerzas Armadas se entrometan en poltica interna son exigencias del Imperio, con los argumentos del terrorismo y el narcotrfico, y su consiguien-te debilidad para el control de los abusos (si se trata de abusos y no de polticas explcitas); la impresionante injerencia to-dopoderosa de los Medios de comunicacin y su creacin de realidades acordes a sus inte-reses son slo algunos de los espacios en los que la memoria de los mrtires y el anlisis del presente y el futuro que nos han marcado las huellas de los testi-gos nos invitan a seguir de pie, persistir en el camino y mante-ner viva la Memoria.

    ando en temeroso frente a la rU, tales derechos, por ms que fi-guren s r las leyes que aseguran pleno respeto a los derechos hu-manos.

    como tales, de modo que la me-moria es desmemoriada. Una suerte de Alzheimer eclesial o social no parece sensato ni sano para proponer caminos. La me-moria subversiva del Nazareno y de los que siguieron sus hue-llas sigue siendo un desafo. Un compromiso.

    La lucha por los Derechos Hu-manos, por otra parte, no es algo del pasado exclusivamente; aun-que el pasado nos haya marcado a fuego, y la necesaria reinvin-dicacin de la justicia se vuelva indispensable para poder cami-nar. Las diferentes realidades actuales en Amrica Latina y Caribe nos siguen marcando; los gobiernos son de diferentes signos, y son diferentes las pre-siones sobre ellos desde fuera y desde los sectores poderosos de dentro. Hay Mercosur y Alian-za del Pacfico, hay ALBA, CE-LAC, Unasur Estas realidades en general son novedosas, y los Derechos Humanos estn en las agendas de varias de ellas; pero hay todava realidades que exi-gen que las luchas por los De-rechos Humanos no bajen los

    Recordar es hacer memoria histrica desde el origen, es pensar nuestro pasado, pero no debe ser un recordar simple como quien evoca pensando, sino haciendo un juicio, criticando constructivamente o asumiendo los valores () acercarse con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores, solamente mirando la verdad, para dar gracias a Dios por los aciertos, y sacar del error motivos para proyectarse renovada hacia el futuro.

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    En esa distancia intrnseca con el acontecimiento, hay siempre algo de olvido; ante todo, por la forma narrativa de la memoria, que construye tramas diversas. Pero, adems, si se trata de la memoria y el olvido pblicos, sobre esa cualidad selectiva, inherente a la memo-ria, se agregan diversas operaciones de los actores que buscan apro-piarse del pasado significativo para un grupo o una comunidad.

    DEMANDA DE MEMORIAHugo Vezzetti (*)

    (*) Texto extractado del libro Sobre la violencia revolucionaria.

    Memorias y olvidos, de reciente aparicin (Ed. Siglo XXI).

    Hugo Vezzeti da pistas para reflexionar sobre la no como un mero fluir y traer, ni como una disposicin unnime, ni como un trabajo terminado.Los contenidos y los modos de la memoria son escena y materia de accin y creacin, de responsabilidad y tarea. Plantea a la memoria como una trama que sostiene la pregunta so-bre nosotros mismos, sobre la responsabilidad y sobre el sentido , en ltima instancia, que ha de desplegarse y disputarse sobre el campo que abre esa pregunta. Entonces, la memoria que no abre preguntas y meramente afirma se torna insuficiente. Cmo sostener una memoria interrogativa que al mismo tiempo levante y defienda las verdades y justicias , las luchas y conquistas, las reivindicaciones y reparaciones que han sido fruto de aos de compromiso y arduo esfuerzo de muchos, se torna un de-safo central para el presente y el futuro. Verdad e interrogacin, justicia y tarea, recuerdo y crtica, homena-je y reflexin: distintos nombres de una articulacin que , a medida que se avanza, se vuelve tan compleja como fundamental, all donde la memoria puede y debe abrir futuros.

    Memoria, verdad, justicia: son trminos que en la Argentina integran una serie establecida y repetida. Exponen una agen-da de los problemas abiertos en torno del pasado reciente y, a la vez, se proponen como una constelacin de valores y espe-ranzas en la reparacin de las heridas que se reactivan en el presente. En verdad, cada uno de esos trminos arrastra una densidad particular que se acre-cienta con su combinacin y su-perposicin. Qu es una verdad

    para la memoria y cules son las diferencias respecto de una verdad para la historia? Cmo pensar las relaciones entre ver-dad y justicia, entre memoria y justicia? Desde hace veinticinco aos, en nuestro pas se eligi, de diversas formas, recordar.

    Los variados proyectos de ol-vido y amnista terminaron ce-diendo frente a una voluntad de rememorar una experiencia focalizada en el terrorismo de Estado. Oscar Tern lo sealaba

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    el pasado y, sobre todo, hacia las vctimas. No hay memoria ple-na ni efusiones combativas que puedan suprimir el peso de lo irreparable. El trabajo que bus-ca tramitar la prdida de tantos cuerpos asesinados, torturados, exiliados, apropiados, debe ha-cerse cargo tambin de renovar las ideas y las pasiones, de recu-perar y revisar las promesas fra-casadas de un tiempo dominado por la furia de los combates y lo irreversible de la muerte.

    Ni pura repeticin, ni presente fracturado respecto del pasado; la memoria est a la vez en el pa-sado y en el presente, y ese do-ble horizonte habilita diversas transacciones frente a las heren-cias recibidas: entre las formas compactas de un pasado que se impone como un velo que cubre el presente, y las expresiones, igualmente ilusorias, que bus-can alinear y borrar el pasado fracturado desde la perspectiva de un presente reconciliado.

    Las apuestas se desplazan al presente, pero en un tiempo en movimiento en el que los cam-bios en la memoria replican y revelan la radical historicidad de la democracia, un rgimen falto

    de fundamento y a la vez conde-nado a construir las bases de una vida en comn que reconozca las diferencias y admita la alteridad.

    Una condicin del derecho re-side en la voluntad colectiva, en el presente, de permanecer abiertos espacios y prcticas de liberacin sobre el pasado. Si se puede hablar de memoria social, el fundamento social de la me-moria (es la primera enseanza de Maurice Halbwachs) es lo que se construye como pasado compartido. Esto no excluye las divergencias, pero, si las dispu-tas se ahondan y rompen cier-tos marcos, las diferentes for-maciones del pasado se hacen incomunicables y las memorias sociales estallan: se es el pro-

    blema mayor en la dimensin poltica de la memoria. Siempre hay conflictos y tambin hay criterios o soportes (narracio-nes, imgenes, smbolos) que habilitan un suelo comn. La di-nmica de la memoria poltica depende, entonces, de la estruc-tura bsica del lazo social que Freud ilustraba con la parbola de los puercoespines en una no-che de fro: un movimiento de reunin/separacin en busca de la distancia justa.

    Lo inolvidable

    Hay olvidos memoriosos que, en su persistencia, son la base de un recuerdo intensificado. Se lee mal a Freud y se abusa del psicoanlisis cuando se sealan

    y expona un ideal de memo-ria: Lo que sutura aquel hilo de sentido brutalmente corta-do. Pero tambin puntualizaba las condiciones de una crisis presente que ha impedido una fcil restauracin de las segu-ridades perdidas: la demanda de memoria ha coincidido con tiempos de incertidumbre, con creencias fracturadas, en fin, con el derrumbe de las utopas. Ofre-ca as una imagen elocuente de los problemas de una memoria tica y poltica que debe curar las heridas, en un tiempo que ha trastrocado el horizonte de representaciones e ideales capa-ces de reactivar las esperanzas del pasado. Donde ya no queda el reaseguro de aquellas utopas, deca Tern, la certidumbre que nos convoca reside en el rescate de las vctimas; la memoria se rene con el duelo: es el deber de reintegrar a los muertos inse-pultos, los desaparecidos, y los nios des-identificados; el re-clamo de Antgona, que coloca el trabajo de la memoria bajo el sino de la tragedia.

    Quiero partir de esa indicacin problematizada de la memoria, concebida en una relacin inhe-rente de responsabilidad hacia

    Quiero partir de esa indicacin problematizada de la memoria, concebida en una relacin inherente de responsabilidad hacia el pasado y, sobre todo, hacia las vctimas. No hay memoria plena ni efusiones combativas que puedan suprimir el peso de lo irreparable. El trabajo que busca tramitar la prdida de tantos cuerpos asesinados, torturados, exiliados, apropiados, debe hacerse cargo tambin de renovar las ideas y las pasiones, de recuperar y revisar las promesas fracasadas de un tiempo dominado por la furia de los combates y lo irreversible de la muerte.

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    patologas del olvido que seran la expresin de un dficit simple en oposicin a los deberes de la memoria. En principio, no hay memoria total, salvo en la figu-ra monstruosa de Funes. No se trata, por lo tanto, de establecer una exigencia de transparencia y completud en las prcticas de recuperacin y accin sobre el pasado: el olvido no es simple-mente el fracaso de la memoria. La tpica freudiana (que permi-te plantear que hay formaciones de la memoria, as como repre-sin y retorno de lo reprimido) sita el olvido en un lugar cen-tral: no hay trabajo de memoria que no sea al mismo tiempo trabajo de olvido. Es la paradoja inherente al concepto freudiano de represin: en la dinmica de lo reprimido, lo que se manifies-ta como olvido (nunca definiti-vo), en la conciencia, permanece como recuerdo, incluso intensi-ficado, en el inconsciente.

    Interesa recuperar lo productivo del concepto de trauma de un modo distinto del que habitual-mente se aplica cuando se trata de acontecimientos que gol-pean la conciencia colectiva. En el uso habitual, el trauma vale como la representacin de una

    irrupcin violenta e inesperada que se impone por su propia fuerza a un sujeto, o a un gru-po, que lo sufre en condiciones de pasividad e indefensin. As entendido, se ha convertido en un lugar comn aplicado a las formaciones de la memoria y la conciencia histrica de la expe-riencia argentina. En la figura de la vctima y en la exposicin de los agravios se condensan los sentidos de un pasado trau-mtico, focalizado en los crme-nes del terrorismo estatal. Pero ese pasado ofrece aristas ms complejas e ingredientes menos tolerables para la conciencia de la sociedad, ya que no hubo slo vctimas, y los usos retrospecti-vos de una figura simplificada del trauma, cuando se extiende hasta abarcar la entera sociedad, terminan sirviendo a una estra-tegia general de victimizacin.

    Esa figura ampliada de la vcti-ma se define por una posicin de ajenidad y exterioridad res-pecto de aquello que le acon-tece, de modo que, en esos mo-dos del reconocimiento social de un pasado atroz (que no son exclusivos de la experiencia ar-gentina), la extensin con que la comunidad asume para s la po-

    sicin de vctima pasiva de los acontecimientos es correlativa a una operacin no menos amplia de rechazo de la responsabili-dad por el pasado. Muy distinta es la inteleccin que, admitien-do que en los crmenes masivos hay una extensa produccin de vctimas, est dispuesta a reco-nocer que en materia de posi-ciones y de responsabilidades, como lo sealaba Primo Levi para el campo de concentracin, no existe una ntida separacin entre el blanco de las vctimas y el negro de los victimarios, sino, ms bien, una zona gris.

    Es mucho ms productiva e in-citadora, en la idea freudiana del trauma, la relacin inheren-te a la accin de la memoria: el trauma es lo inolvidable, es de-cir, lo que retorna y queda a la

    vez impedido de una completa rememoracin. Pero, aun como un fragmento separado, en la medida en que retorna est dis-ponible para imponer nuevos reconocimientos, significados y olvidos. No es fcil encon-trar en Freud el sustento para una nocin que se ha impuesto en los estudios de memoria, una suerte de sacralizacin del trauma como acontecimiento compacto y cerrado, un bloque separado, imposibilitado para siempre de una tramitacin por la palabra. Es la idea prefreu-diana de la histeria traumtica la que parece proporcionar el modelo para una suerte de hi-perrealismo de la memoria, que se expone en el nuevo vocabu-lario del postrauma y la posme-moria, incluso en una suerte de metafsica de la historia que, a

    En la figura de la vctima y en la exposicin de los agravios se condensan los sentidos de un pasado traumtico, focalizado en los crmenes del terrorismo estatal. Pero ese pasado ofrece aristas ms complejas e ingredientes menos tolerables para la conciencia de la sociedad, ya que no hubo slo vctimas, y los usos retrospectivos de una figura simplificada del trauma, cuando se extiende hasta abarcar la entera sociedad, terminan sirviendo a una estrategia general

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    Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-129864-2009-08-13.html

    partir del Holocausto, postula que hemos entrado en una era postapocalptica.

    En Freud, el primer concepto de trauma encuentra su frmula en el estatuto de lo reprimido y no se focaliza en un acontecimien-to nico. Justamente lo que se-paraba su idea de histeria co-rriente, respecto de la histeria traumtica de Charcot, es que hay muchos traumas, siempre incorporados en una trama inte-rrumpida que, sin embargo, no est excluida de la posibilidad

    Es claro que en esa formacin, y en esa distancia intrnseca con el acontecimiento, hay siempre algo de olvido; ante todo, por la forma narrativa de la memoria, que construye tramas diversas. Pero, adems, si se trata de la memoria y el olvido pblicos, sobre esa cualidad selectiva, in-herente a la memoria, se agre-gan diversas operaciones de los actores que buscan apropiarse del pasado significativo para

    el trauma es lo inolvidable, es decir, lo que retorna y queda a la vez impedido de una completa rememoracin. Pero, aun como un fragmento separado, en la medida en que retorna est disponible para imponer nuevos reconocimientos, significados y olvidos.

    de ser recuperada por la palabra y la historia.

    La cuestin ms relevante que se plantea, en relacin con las significaciones del pasado como trauma, es la condicin activa o pasiva de la memoria: hay, en cierto modo, una oposicin en-tre la figura del trauma (sufrido pasivamente) y la idea de un tra-bajo de la memoria. Cuanto ms se destaca la figura del pasado traumtico, menos recursos quedan para las formas de re-memoracin que impliquen una renovacin del pasado.

    Este es el punto en el que debe reconocerse una dinmica, una tensin permanente entre lo que se impone del pasado y los modos de elaborarlo y dar-le sentido. Las huellas de la violencia y las heridas irrum-pen; pero, al mismo tiempo, si puede hablarse de un trabajo de la memoria, si puede haber responsabilidades por el pasa-do, es porque hay acciones po-sibles sobre esas huellas. Ese es el sentido del retorno: su fuerza est tanto en el acontecimien-to como en la formacin que lo admite y lo reconoce desde el presente.

    un grupo o una comunidad: all nacen los usos y abusos de la memoria histrica, incluso di-versas formas de manipulacin ideolgica o poltica. Ricoeur introduce all la dimensin de la identidad: no como una ver-dad esencial, a nivel personal o colectivo (clase, partido), sino como efecto de esa trama que sostiene la pregunta quin soy? y, sobre todo, qu pue-do hacer?.

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    Viva, paradojal y no inocente: nombres para una memoria que a la valenta de la lucha por los derechos y contra el terror, suma- integra, contiene, pare- su propio desafo tico poltico. De algn modo podramos decir una tica y critica, una po-ltica en segundo grado, si en realidad no se tratara de aquel impulso que consti-tuye a la memoria como tal, aquello que en la tarea de la memoria es efectivamente movimiento a recordar, considerando recordar cmo trabajo de la verdad, respon-sabilidad con los muertos y las victimas no en tanto maravillosas, sino en tanto su-

    PASADO Y PRESENTE: ARDUO TRABAJO DE LA MEMORIA

    Denise Najmanovich (*)

    (*) Texto del ao 2002. Resonancias en torno al libro de Hugo Vezzetti: Pasado y Presente.

    Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina (Editorial Siglo XXI - Buenos Aires 2002)

    fren injusticia y ms aun tratndose de victimas que, con sus propias limitaciones humanas y en momentos polticos con sus propias construcciones e incluso errores, lucharon por la justicia. Lo que se plantea en este texto, escrito en 2002, es que nos desafa una complejidad que articula a la memoria con la verdad y con la justicia, y, sobre todo, con nosotros mismos.Que la memoria en habla solo ni tanto de aquello que rememora, sino que nos dice y nos hace. Hoy, en 2014, la evolucin , las disputas , la distancia, la ampliacin, las conquistas y tambin los nuevos desafos que implica el significado de los derechos humanos y las articulaciones polticas de la memoria .

    Resonancias con el libro de Hugo Vezzetti: Pasado y Pre-sente. Guerra, dictadura y socie-dad en la Argentina (Editorial Siglo XXI - Buenos Aires 2002)

    Resonancias textuales: Un espa-cio de dilogo intertextual en el que no pretendo hacer una crti-ca, ni un comentario, ni una ex-posicin del libro/poema/nota elegido sino que busca compar-tir algo de lo que el libro des-pierta en m con sus presencias y sus ausencias. Resonancias es un mbito de comunicacin virtual en el que los textos se conectan con otros textos, pre-textos y contextos.

    Se necesita mucha ms valenta para decir aquello que puede no gustarle a los amigos que aquello que ha de poner los pelos de punta a los enemigos. Este es uno de los mritos ms loables que he encontrado en

    el texto de Vezzetti: atreverse a sacar los pies del ring en que se ha mantenido el oscuro pasado dictatorial y los tiempos agita-dos que le precedieron focali-zando en las responsabilidades sociales ms amplias. Vezzetti sale de los tpicos trillados, ela-bora preguntas, trata cuestiones que muchos casi todos- han eludido tenazmente. Hay pocas respuestas, tal vez no sea an tiempo de ellas. Quizs estamos necesitando refinar ms an nuestros interrogantes, sutilizar nuestra mirada en la medida en que van cicatrizando las heridas y en que vamos trenzando nue-vos lazos sociales que la dicta-dura quebr, y tambin en re-lacin a las revulsiones que las polticas y los tiempos contem-porneos provocan en nuestras viejas certezas.

    Otra caracterstica que consi-dero imprescindible destacar

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    sta para l un mausoleo de recuerdos petrificados sino un magma de posibilidades laten-tes que toma cuerpo en fun-cin de las preguntas que hoy nos acosan, nos incitan, nos conmueven o nos provocan. El pasado no est all dado, sino que emerge en el trabajo de re-cordar, merced a la actividad de pensar (buscar, urdir, conectar, seleccionar) y siempre en base a lo que somos capaces de evocar, a los documentos que podemos rescatar, las huellas que hemos de inspeccionar, los restos y re-sabios que sepamos convocar. La memoria no es el depsito de trastos viejos en nuestro cere-bro individual, sino la actividad de un ser vivo entrelazado con otros en una produccin de sen-tido plena de vitalidad y actuali-dad. Actividad al mismo tiempo dolorosa y jubilosa, bsqueda a tientas e indagacin sostenida, labor nutricia de elaboracin, gestin y digestin histrica, y no mero regurgitar de sucesos embalsamados. La actividad de la memoria, paradjicamente, requiere del olvido. Fue gracias a Borges y a su inolvidable Fu-nes que comenc a pensar en ello. No se trata entonces de de-jarnos aplastar por una cascada

    de vejeces y nostalgias sino de tomarnos el trabajo, personal y social, de ejercer la memoria y el olvido. Para que emerja una memoria lcida y activa es ne-cesario olvidar las certezas y las narraciones instituidas, aflojar las riendas de los prejuicios, re-lajar el hbito de la repeticin. El recuerdo no ser entonces recuperacin, ni clonacin de un pasado en formol, sino ela-boracin social en cada uno de nosotros. En palabras de Vezze-tti: Frente a la idea de memoria como representacin reproduc-tiva, que insiste en la consigna de no olvidar como si el recuer-do fuera lmpido y transparente, me interesa resaltar tambin los lmites y las zonas opacas en la significacin del pasado.

    Memoria ma?

    En consonancia con una am-plia corriente intelectual que viene trabajando en las ltimas dcadas desde una perspectiva post-positivista de la historia, Vezzetti abandona toda inge-nuidad, deja de lado la tentacin de las respuestas fciles, y acep-ta el desafo implcito en lo que Castoriadis denomin como paradoja de la historia: el his-toriador mismo es un ser his-trico, no tiene el privilegio de una mirada fuera del tiempo, no posee la perspectiva de Dios. Pensamos desde un lugar pre-ciso en un tiempo determinado, embebidos en un entorno cultu-ral. Sin embargo, Podemos y debemos - aceptar que nuestra

    es que este libro est escrito en castellano liso y llano. Esto por obvio puede pasar desapercibi-do o considerarse banal, pero a mi gusto no lo es en absoluto. Al contrario, en estos tiempos en que la reflexin sociopolti-ca suele escribirse en una jerga incomprensible para los no bau-tizados, me parece sumamente auspiciosa esta eleccin. Aban-donar los dialectos excluyentes y elitistas que han cultivado a sabiendas los intelectuales (ge-neralmente progres cuando no netamente revolucionarios) implica una preferencia tica y esttica nada desdeable: la de construir territorios comunes donde pensar con otros antes que dedicarse a la ostentacin de la propia erudicin y el con-siguiente aislamiento en la c- pula de los expertos calificados, que reconoce slo la legitimi-dad de los afiliados (al club co-rrespondiente, sea el que fuera).

    Memoria Viva

    Una primera fuente de reso-nancias se gest en funcin del tratamiento que hace Vezzetti del tema de la memoria. No es

    La actividad de la memoria, paradjicamente, requiere del olvido. Fue gracias a Borges y a su inolvidable Funes que comenc a pensar en ello. No se trata entonces de dejarnos aplastar por una cascada de vejeces y nostalgias sino de tomarnos el trabajo, personal y social, de ejercer la memoria y el olvido. Para que emerja una memoria lcida y activa es necesario olvidar las certezas y las narraciones instituidas, aflojar las riendas de los prejuicios, relajar el hbito de la repeticin. El recuerdo no ser entonces recuperacin, ni clonacin de un pasado en formol, sino elaboracin social en cada uno de nosotros.

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    mirada surge del presente, est penetrada por sus categoras, sus mtodos, su estilo, pero que stos no son una vara para medir el pasado, sino nuestras herramientas para construir una historia posible, siempre incompleta, y an as pletri-ca de sentido. Una historia que pueda incluir a los otros del pasado como legtimos otros, es decir, con sus propias cate-goras, narraciones y preocu-paciones. Se trata, por lo tanto, de aceptar que la paradoja de la historia, que consiste en que cada civilizacin y cada poca, por el hecho de que es particu-lar y dominada por sus propias obsesiones, llega a evocar y a desvelar en las que la preceden o la rodean significaciones nue-vas. Jams stas pueden agotar ni fijar su objeto, aunque slo fuera porque se vuelven, tarde o temprano, ellas mismas objeto de interpretacin. Por eso mis-mo tambin debemos asumir que la actividad historizante es eminentemente social.

    Somos los seres humanos, in-sertos en una cultura, hablan-tes de una lengua, atravesados por ciertas categoras cogni-tivas y emociones, intereses y

    preguntas, los que hacemos y narramos historias. El historia-dor est comprometido en un dilogo activo con los vestigios, reliquias, recuerdos, indicios y restos de un pasado que siem-pre parece estar volviendo y remodelndose en la actividad de sujetos dotados de memoria e imaginacin. Historiar, por lo tanto, no es una propiedad pa-siva de un sujeto abstracto, sino una funcin activa de una sub-jetividad corporal-social en un rea precisa del espacio-tiempo. Es por eso que propongo que hablemos de funcin histori-zante para destacar la activi-dad y dinamismo del proceso. Esta funcin es netamente so-cial, aunque en ciertas circuns-tancias pueda ser la tarea sin-gular de una persona. Historiar no es nunca la actividad de un sujeto abstracto sino la de un sujeto entramado en dilogo permanente con la cultura a la que dona y de la que recibe sentido. Por otra parte como lo destaca Vezzetti la memoria colectiva es una prctica social que requiere de materiales, de instrumentos y de soportes.

    Su forma y su sustancia no re-siden en formaciones mentales

    y dependen de marcos mate-riales, de artefactos pblicos: ceremonias, libros, films, docu-mentos, lugares. Esta forma de abordar la memoria y la ac-tividad del historiar implica ol-vidos y elecciones, selecciona preguntas y establece priorida-des, delimita una esttica y una tica que no busca el amparo de una supuesta objetividad, acep-ta el lugar de la propia mirada y no se arredra ante las imputa-ciones de aquellos que creen ser propietarios de la verdad y due-os de la verdadera historia. El ejercicio activo de la funcin historizante pretende dar forma sin congelar. Al cultivarla, el historiador se implica desde un rol activo y a la vez respetuoso, no avasallador, que da lugar a una produccin de sentido rica, frtil, creativa. No teme a las la-gunas y discontinuidades, sabe que deja abiertos un conjunto de interrogantes, que su pro-pio aporte puede ser enriqueci-do, interpretado, reorganizado, transformado.

    Vezzetti hace honor a esta pers-pectiva, no pretende haber ha-llado los mecanismos ineludi-bles del acontecer histrico, ni busca una nica explicacin to-

    tal de los sucesos, sino que abre nuevos interrogantes, focaliza cuestiones que otros dejan en la sombra, convoca a nuevos pro-tagonistas, explora diferentes espacios de actividad y respon-sabilidad social. No se acomoda bajo el paraguas protector de ninguna historia oficial (por-que lamentablemente de estas hay muchas y no una, slo que cada uno de los que las sostie-nen pretenden tener un acceso privilegiado a una verdad nica y definida).

    El ejercicio de la funcin histori-zante que hace Vezzetti lo apar-ta de las perspectivas nicas, de la mirada centrada en la justi-cia (generalmente restringida al derecho) para cuestionar el rol de las organizaciones gue-rrilleras, de los partidos, de la sociedad, es decir de cada uno de nosotros. Y all toca donde duele, hecha luz sobre zonas ri-gurosamente protegidas por los abroquelamientos ideolgicos, sacude las buenas conciencias. Tal vez no explore a fondo cada territorio sealado, pero vale ya el atreverse all donde todos vuelven el rostro espantados: la amplia y heterognea zona de la pretendida inocencia. 2)

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    El gran atrevimiento: Vezzetti, como todo aquel que piensa la historia, emprende una tarea revulsiva y subversiva en la me-dida que pensar es cambiar de ideas3, para espanto de toda la ortodoxia que habita este mun-do. Como si esto fuera poca provocacin, despliega su acti-vidad historizante ms all de la perspectiva judicial. En este

    aspecto debemos ser meridia-namente claros: no se trata de rechazar o minusvalorar el rol del derecho, la prctica de los juicios a las Juntas Militares y a los responsables del terrorismo de estado. Se trata de ampliar el foco de la mirada, de expandir la interrogacin ms all de los crmenes y los castigos que el cdigo penal tipifica y define.

    Para Vezzetti pensar cmo fue posible el terrorismo de estado y la dictadura exige considerar tambin a la sociedad en todas sus formas de organizacin y participacin, para llegar a los problemas de la responsabili-dad colectiva, es decir a un pla-no en el que la accin pblica de la memoria excede la denuncia de los crmenes en la medida en que la bsqueda de la verdad, de cara a la sociedad, enfrenta algo distinto de la culpabilidad de los criminales. Durante los primeros aos de la democra-cia era fundamental una refun-dacin de la administracin de justicia, lograr el establecimien-to de una legitimidad basada en la ley para la creacin de un nuevo territorio de conviven-cialidad poltica sin tutelajes ni restricciones que no fueran las

    propias del juego de la demo-cracia (tarea sta todava pen-diente). Esta perspectiva fue clave para el establecimiento mismo de los hechos como tales (es bueno recordar, una vez ms, que hecho viene de hacer, es decir de aquello que nosotros construimos en y a travs de la produccin de sentido social).

    Los aos de censura y perver-sin informativa dictatorial dieron paso a nuevas formas de gestin social de la informa-cin, a nuevos modos y medios de produccin de sentido y a otros actores sociales. En pri-mer lugar fue necesario esta-blecer qu nos haba pasado, para luego comenzar a pensar por qu o cmo fue posible. En este perodo los organismos de derechos humanos y los so-brevivientes de los campos, la CONADEP y los jueces, los fis-cales y todos los que estuvieron involucrados en el sustancia-miento de las causas fueron los protagonistas principales de las primeras planas de un periodis-mo urgido por lavar su propia imagen. Tarea mproba y nece-saria, sin duda, pero pasados los aos es preciso preguntarse si ha sido suficiente.

    La respuesta de Vezzetti es claramente negativa, y la ma tambin, en la medida que re-chazamos la teora de los dos demonios no slo como forma de discriminar las responsabili-dades penales sino como estra-tegia de elusin de la reflexin sobre las prcticas sociales ms amplias con la que se construy el escenario de la dictadura, su historia previa y posterior.

    El libro de Vezzetti seala ha-cia un espacio de pensamiento ausente: aquel en que la socie-dad a travs de sus mltiples formas de organizacin e insti-tucionalizacin, de sus diversas tribus y sectores se cuestiona a s misma en un debate pblico adulto y maduro, aquel en que cada uno de nosotros se atreve a desplegar en el espacio social su lugar y forma de participa-cin en nuestra historia poltica. Vezzetti no se limita despotricar contra la teora de los dos demo-nios, examina sus condiciones de posibilidad, interroga otras facetas de la cuestin, pone de relieve aspectos de la vida po-ltica que hicieron posible su construccin. Entre ellos se des-taca lo que podramos denomi-nar la teologizacin de la polti-

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    ca, es decir una concepcin de la misma como enfrentamiento entre el bien y el mal, entre los ungidos por los dioses y los que se oponen a sus designios.

    La cuestin es crucial para com-prender la actitud de los diver-sos protagonistas de la tragedia setentista: no slo los militares encarnaron esta mitologa po-ltica, sino tambin los grupos guerrilleros y, aunque de forma diferente, tambin lo hicieron todos los grupos vanguardistas de izquierda. George Steiner ha planteado que en los inicios de la Modernidad la descomposi-cin de una doctrina cristiana globalizadora haba dejado en desorden, o sencillamente en blanco, las percepciones esen-ciales de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del cono-cimiento en nuestra conducta moral4. Ese espacio vaco fue poblado por teologas laicas.

    La salvacin y la redencin pa-saron a manos de hombres em-banderados detrs de diversas ideologas que eliminaban a Dios pero mantenan el espritu mesinico. Como vienen soste-

    niendo mltiples pensadores en las ltimas dcadas, la izquierda setentista construy una esttica bipolar de la poltica (alinen-dose con el estilo elegido por las grandes potencias, aunque de modos muy diversos segn la tonalidad particular de cada agrupacin). La teora de los dos demonios fue precedida por una prctica y una concepcin polti-ca redentora y salvacionista que busca el fin de la historia en una batalla final que culmina con el triunfo de los buenos (nosotros representantes del absoluto po-sitivo que puede llamarse Dios, Justicia o Libertad) y la gloriosa alborada de un nuevo paraso en el que no hay lugar para los otros (los demonios, encarnacio-nes del mal absoluto). Esta forma de concebir la poltica tuvo su extremo en las organizaciones guerrilleras que llevaron hasta el paroxismo la ruptura entre un nosotros (la vanguardia esclare-cida y salvadora) contra los otros (los demonios de la opresin) hasta la victoria final.

    La tica que encarnaban era la del hroe en busca de su des-tino y por lo tanto la del culto a la muerte. La figura que los guiaba era la de la guerra revo-

    lucionaria (la guerra santa re-bautizada). La teora de los dos demonios fue posible merced a la teologizacin de la poltica, al endiosamiento de la faccin pro-pia y la diabolizacin de los que se le oponen, que supuestamente dejaba a la sociedad ms amplia como mera espectadora de la ba-talla entre fuerzas ajenas. Nada demasiado original, por otra parte, puesto que el Diablo fue ngel antes de devenir demonio (Dios y Diablo se complementan y sustentan mutuamente).

    Los militares se consideraban le-gtimos representantes de Cris-to y encarnacin del bien que este simboliza, los militantes adoptaron el mismo estilo pero con otras denominaciones. Los primeros se parapetaron tras la doctrina de Seguridad Nacio-nal que converta a todo con-flicto en una guerra interior y a toda divergencia en subversin. Los segundos alucinaban que cada disputa social, que cada huelga o movilizacin era el pro-legmeno de una revolucin in-minente. Las figuras de la guerra eran las dominantes en los aos setenta, y no solo entre los gue-rrilleros o los militares, como seala Vezzetti: la significacin

    general de una confrontacin to-tal, sin concesiones ni acuerdos posibles no estaba slo presente en el actor militar y en las van-guardias armadas sino que era acompaada por una franja con-siderable de la sociedad.

    En particular, esta nocin de la historia como mquina de gue-rra caminando inexorablemente hacia su destino final y la de un futuro venturoso dnde se aca-barn todos los males por obra y gracia de la revolucin era compartida por todos los parti-dos de izquierda, aunque adop-taba modalidades diferentes en los grupos guerrilleros que en los partidos no comprometidos con una lucha armada activa. Estos ltimos no se privaron de tener sus aparatos militares ni de prepararse para un enfren-tamiento violento, slo que re-servado a un futuro, que aunque completamente determinado por las infalibles leyes del mate-rialismo histrico, an no tena fecha cierta. Estas divergencias (ms bien temporales y tcticas que de concepcin) son abso-lutamente relevantes a la hora considerar las distintas formas de participacin en el escenario poltico y las responsabilidades

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    en los sucesos de aquellos aos, pero no deberan cegarnos fren-te al hecho de que los imagina-rios de la guerra se extendan mucho ms all de las organiza-ciones guerrilleras.

    Cuando Vezzetti analiza el pa-pel de la izquierda focaliza la atencin de forma casi exclusiva estas ltimas puesto que stas tuvieron un papel protagnico mucho ms relevante y tambin porque no slo los imaginarios sino buena parte de sus prcti-cas estaban a tal extremo milita-rizadas que las semejanzas con sus oponentes resultan a la vez siniestras y evidentes (cuando nos permitimos visibilizarlas, acontecimiento poco habitual en una cultura que ha llevado hasta lmites grotescos el gne-ro poltico de eso no se habla).

    Existen poderosos obstculos que inhiben, limitan e incluso impiden elaborar nuestra histo-ria. Entre ellos se destaca la idea subliminal, y por ello an ms tenazmente sostenida entre los bienpensantes del progresis-mo y la izquierda, segn la cual criticar el pasado, pensar di-ferente, encontrar otros sentidos, elegir otros caminos equivale a

    escupir sobre los muertos. Pue-den admitirse errores circuns-tanciales o tcticos, equivocacio-nes de evaluacin poltica, pero nunca cuestionarse ni las bue-nas intenciones, ni la excelsitud del proyecto revolucionario.

    En fin, que disidencias slo se admiten de detalle y siempre que se sigan entonando los vie-jos himnos con idntico fervor. Vezzetti nos muestra otra tica y otra esttica en la que honrar la memoria de nuestros muer-tos y desparecidos no nos exige quedarnos congelados all en-tonces, ni endiosar sus ideales, ni tender un piadoso manto de olvido sobre las prcticas, sino por el contrario, hacernos cargo de que el mejor homenaje hacia ellos es seguir viviendo y por lo tanto seguir pensando, cambian-do, creando. No fuimos ngeles, aunque cremos serlo, y la figura de los jvenes idealistas resul-ta escasa, pobre y plana para dar cuenta de las prcticas militan-tes (algunos hemos descubierto con estupefaccin y espanto su raz militar muchos aos y miles de muertos despus).

    Es hora ya de darle relieve a esta figura del militante y explorar

    sus zonas oscuras: su concep-cin aristocrtica (como la de toda y cualquier vanguardia), su aceptacin de una estructura jerrquica rgida, sus modos de promocin por obediencia, su sobrevaloracin de la disciplina, su desprecio por la diferencia y el disenso, sus valores heroicos, su desestimacin de la demo-cracia, su estilo de exclusin de la alteridad y su concepcin homogeneizante y ahogante del compromiso.

    An hoy, aunque han pasado casi tres dcadas de aquellos tiempos, la tarea de elucidacin de la historia poltica y el papel de los partidos de izquierda, de sus prcticas y teoras, est lejos de haberse llevado a cabo. Afor-tunadamente, en los ltimos aos esta tarea ha comenzado

    se ha extendido y complejizado y, lo que es ms auspicioso an, va tomando estado pblico, y rompiendo el cerco que exiga que los trapos sucios slo se ventilaran en casa.

    No resulta sencillo ni intelec-tual ni emocionalmente, ni per-sonal ni socialmente, superar las vallas que se oponen a una elucidacin de nuestra pro-pia historia. Los espectros de la muerte, de la desaparicin y la tortura, de los campos de concentracin, de las crceles dictatoriales, todava operan poderosamente para construir un discurso que tiene a obstruir y desdibujar los roles y respon-sabilidades, las actitudes y las prcticas sociales de aquellos que no estuvieron en el foco de los enfrentamientos.

    No resulta sencillo ni intelectual ni emocionalmente, ni personal ni socialmente, superar las vallas que se oponen a una elucidacin de nuestra propia historia. Los espectros de la muerte, de la desaparicin y la tortura, de los campos de concentracin, de las crceles dictatoriales, todava operan poderosamente para construir un discurso que tiene a obstruir y desdibujar los roles y responsabilidades, las actitudes y las prcticas sociales de aquellos que no estuvieron en el foco de los enfrentamientos.

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    Ms an, pareciera que lo nico importante fuera el castigo de los crmenes, la punicin penal de los genocidas. Reconociendo que sta todava es una deuda pendiente con nosotros mis-mos, que la consigna de Juicio y Castigo a todos los culpables y Anulacin de las leyes de Obediencia Debida y Punto Fi-nal siguen teniendo hoy plena vigencia y valor en el pas de la impunidad, donde el derecho ha mancillado a la justicia, tambin ha lugar a preguntarse si esto es lo nico que nos debemos, si all terminar todo cuestionamien-to, si es esta la ltima frontera de nuestra reflexin.

    Resulta cmodo sin duda, con el beneficio extra de estar siem-pre del lado de lo polticamente correcto. Nos instala conforta-blemente frente al espectculo de los malos contra los buenos, de las vctimas inocentes y los verdugos desalmados, y evita rigurosamente toda interroga-cin sobre el papel de otros ac-tores sociales en el escenario de la historia. Esos otros que, oh casualidad!, somos nosotros: la sociedad inocente. Arduos trabajos de la memoria y el olvi-do si va a voltear un quebracho, llora su sangre primero. Cuchi Leguizamn

    Notas 1 Vezzetti, H. Pasado y Presente. Guerra, dictadura y sociedad en la Argentina, Ed. Siglo XXI, Buenos Aires, 2002. 2 Castoriadis, C. La institucin imaginaria de la sociedad , Tusquets, Barcelona, 1993. 3 Palmen, C. La amistad , Anagrama, Barcelona, 1996. 4 Steiner, G. Nostalgia del absoluto, Siruela, Madrid, 2001. 5 Rolnik, S. Despe-dir-se do absoluto, Cadernos de Subjetividade, Ncleo de Estudos e pesquisas sa subjetividade, Pontificia Universidad Catlica de San Pablo, Junio 1996- (Publica-do en Campo Grupal N 35)

    Una cuestin delicada es cmo politizar la educacin para los de-rechos humanos sin incurrir en su partidizacin. Los derechos hu-manos tienen carcter poltico, pues se refieren a nuestra conviven-cia social. Pero, como derechos universales, deben ser implantados y respetados dentro del principio -que es tambin un derecho- de autodeterminacin de los pueblos. Por tanto, no se deben utilizar los derechos humanos como un medio para imponer a otros pueblos nuestros modelos polticos. Ellos no pueden transformarse en un arma de neocolonialismo, que sera, cuando menos, paradjico

    PEDAGOGA DE LOS DERECHOS HUMANOSFrei Betto

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    Esta afirmacin de Frei Betto resulta ideal para reflexionar en nues-tros concretos contextos actuales, en Argentina, Brasil y Amrica Latina. Por dos motivos. Por un lado, porque la politizacin simple o torpe de los derechos humanos sin duda atenta no solo contra su efectivizacion como derechos, sino sobre sus prop9as posibili-dades y potencia poltica. Pero adems, porque en nuestros contex-tos actuales no es tan fcil usar la cuestin de la partidizacin como advertencia lineal, ya que en muchos casos, quienes advierten contra la partidizacin son justamente actores sociales que se ma-nifiestan , claro, no bajo la forma de partidos polticos institucio-nales, pero s bajo la forma de partidos de lo factico. Peridicos, medios, periodistas, lobistas, corporaciones de diferente tipo que no son partidarias en el sentido de la democracia, pero que sin duda actan como partidos, en forma de partido o asumen la forma par-tido all donde esos mismos actores no logran articular su presen-cia y representatividad en el sistema institucional democrtico. Es que probablemente no se pueda hablar de poltica sin partidiza-cin, lo cual no quiere decir que todas las formas de tomar partido sean igualmente validas. Entonces, el texto de Frei betto invita a seguir debatiendo, sin puris-mos y sin autocomplacencias.

    En Amrica Latina se acostum-bra decir que, en las escuelas, la pedagoga se distingue entre el mtodo Piaget y el mtodo Pinochet. Eso significa que los mtodos de enseanza no siem-pre son verdaderamente peda-ggicos.A menudo la enseanza es re-presiva, inhibe potencialidades, reprime la creatividad y convier-te al educando en temeroso fren-

    te a la realidad de la vida. Esto ocurre en una sociedad que pre-tende asegurar el respeto a los derechos humanos. En principio, ellos deben ser impuestos por la fuerza de la ley. Mas eso no basta, como demuestra la experiencia.En casi todos los pases signa-tarios de la Declaracin Univer-sal de los Derechos Humanos, aprobada por la ONU, tales de-rechos, por ms que figuren en

    la letra de la ley, continan sien-do no respetados. Hay torturas a los prisioneros, censura a la prensa, invasin de la privaci-dad personal, discriminacin racial y social, adopcin de la pena de muerte, etctera.Por tanto, el aspecto objetivo de una legislacin que garantiza los derechos humanos debe ser complementado por el aspecto subjetivo -una educacin para los derechos humanos- de modo de convertirlos en un consenso cultural enraizado en el sentir, en el pensar y en el actuar de las personas.Esa educacin debe priorizar sobre todo a aquellas personas que tienen, por deber profesio-nal, el papel de aplicar las leyes que aseguran pleno respeto a los derechos humanos.

    Debatiendo sobre la Declaracin Universal

    Toda pedagoga centrada en el objetivo de convertir al edu-cando en sujeto social e hist-rico debe caracterizarse por un agudo sentido crtico. En tal medida, no se puede adoptar los artculos de la Declaracin Universal de los Derechos Hu-

    manos como orculos divinos, ideolgicamente imparciales e inmunes a correcciones y per-feccionamientos.Ellos reflejan una cosmovisin culturalmente condicionada por los valores predominantes en el Occidente de la posguerra. Hay all mucho de utopa, distante de la realidad. De ah la impor-tancia de una pedagoga para los derechos humanos que par-ta del debate del propio docu-mento de la ONU.Por ejemplo, el Artculo I reza que todos los hombres nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Hoy diramos: hom-bres y mujeres. El hecho es que hombres y mujeres nacen de-pendientes. Como mamferos, no podemos prescindir del cui-dado de nuestros semejantes en los primeros aos de vida. Y es-tamos lejos de nacer iguales en dignidad y derechos, basta veri-ficar la situacin de las mujeres en los pases de Oriente, de los indgenas en Amrica Latina, de los refugiados en los pases de Africa o de los inmigrantes en ciertos pases de Europa.La crtica constructiva a la De-claracin Universal debe resultar no slo en un perfeccionamiento de la carta de la ONU, sino so-

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    bre todo en la modificacin de las leyes vigentes y en la toma de conciencia de las autoridades responsables de su aplicacin, desde el Presidente al guardia de la esquina, desde el primer mi-nistro al polica del barrio.Educar para los derechos huma-nos es buscar el consenso cultu-ral que inhiba cualquier amena-za a los derechos de las personas.

    Derechos individuales y sociales

    Se vuelve imprescindible hablar tambin del derecho a partici-par en las decisiones polticas y econmicas; del derecho de control sobre el sector blico de nuestras naciones; del derecho a la infancia sana y alegre; del derecho a la preservacin de la buena fama ante el abuso de los medios de difusin e, inclusive, del derecho a una programa-

    cin sana en los medios de co-municacin de masas.Una cuestin delicada es cmo politizar la educacin para los derechos humanos sin incu-rrir en su partidarizacin. Los derechos humanos tienen ca-rcter poltico, pues se refieren a nuestra convivencia social. Pero, como derechos universa-les, deben ser implantados y respetados dentro del principio -que es tambin un derecho- de autodeterminacin de los pueblos. Por tanto, no se deben utilizar los derechos humanos como un medio para imponer a otros pueblos nuestros modelos polticos. Ellos no pueden trans-formarse en un arma de neoco-lonialismo, que sera, cuando menos, paradjico.Tales derechos deben ser respe-tados bajo la monarqua y la re-pblica, en el rgimen presiden-cialista y parlamentarista, en el capitalismo o en el socialismo.

    Por eso, es preciso comenzar a hablar de derechos humanos y derechos de los pueblos, como derecho a la independencia, derecho a escoger su propio r-gimen poltico, derecho de usu-fructuar de un medio ambiente ecolgicamente equilibrado, derecho a no ser colonizado ni explotado por naciones, orga-nismos o empresas extranjeras.Ningn derecho estar asegura-do si, en primer lugar, no fueren ofrecidas garantas al derecho fundamental: el derecho a la vida. No solamente el derecho de na-cer, sino tambin de vivir en liber-tad y dignidad, lo que presupone,

    cuando menos, que estn social-mente aseguradas la alimenta-cin, la salud y la educacin.

    Desafos pedaggicos

    Cmo implementar la educa-cin para los derechos huma-nos? Qu pedagoga adoptar? Hoy vivimos en un mundo plu-ral, donde se habla de globali-zacin, aunque sectas fanticas y movimientos neonazis echan lea en la hoguera de la xeno-fobia. Unos aplauden la cada del Muro de Berln, mientras otros denuncian la creciente

    Se vuelve imprescindible hablar tambin del derecho a participar en las decisiones polticas y econmicas; del derecho de control sobre el sector blico de nuestras naciones; del derecho a la infancia sana y alegre; del derecho a la preservacin de la buena fama ante el abuso de los medios de difusin e, inclusive, del derecho a una programacin sana en los medios de comunicacin de masas.

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    desigualdad entre el Norte y el Sur del planeta, que eleva toda-va ms la muralla de la segre-gacin social. Hay quien procla-ma el fin de la historia al lado de aqullos que rescatan las utopas libertarias. Bajo la cri-sis de los paradigmas, la razn moderna asiste a la creciente emergencia de los movimientos esotricos; hay quien prefiere la astrologa, el tarot y el I Ching a los anlisis de coyuntura y a las prospectivas estratgicas.En este contexto de fragmen-tacin paradigmtica, donde la cultura cede lugar al mero en-tretenimiento asociado al con-sumismo, hablar de derechos humanos y derechos de los pue-blos se torna un presupuesto bsico de una educacin que apunte a modificar las relacio-nes entre personas y grupos, dentro de una tica de toleran-cia y de respeto a lo diferente.Eso no significa, empero, admi-nistrar una sociedad anrquica, donde el derecho de uno termi-na donde comienza el del otro. Los derechos grupales, tnicos y colectivos deben estar en ar-mona con los derechos indivi-duales, de tal modo que la de-fensa de stos represente una consolidacin de aqullos.

    O seremos capaces de admitir el derecho del sereno a incomo-dar de madrugada el sueo de todos los moradores de la calle; el derecho del hacendado de ampliar sus tierras hacia el inte-rior de una reserva indgena; y el derecho de una nacin a im-poner su modelo econmico a todo un continente? No se debe, pues, confundir derechos con privilegios, ni admitir que la ga-nancia material se sobreponga a la indeleble sacralidad de la vida humana.Ese ideal slo ser alcanzado cuando escuelas, iglesias, ins-tituciones religiosas y movi-mientos sociales, Estado y em-presas privadas, se conviertan en agentes pedaggicos capa-ces de educar a personas y gru-pos en una actitud que las haga sentir, pensar y actuar segn el pleno respeto a los derechos humanos y a los derechos de los pueblos.

    El lugar del otro

    Cmo lograrlo tal vez represen-te un desafo que slo pueda ser efectivamente contestado por la metodologa de educacin po-pular combinada con el poder

    de difusin de los medios de co-municacin de masas.Qu tal una simulacin pe-daggica donde un blanco se sienta en la situacin de un ne-gro discriminado por el color de su piel? O una comunidad europea subyugada, en un ejer-cicio pedaggico, a prcticas y costumbres propias de una co-munidad africana o indgena? Cuando nos situamos en el lu-gar del otro, eso representa un

    cambio en nuestro lugar social y se refleja en un cambio de nuestro lugar epistmico. Nadie retorna igual luego de haber es-tado en el lugar del otro. Lo dif-cil es tender puentes a esa isla egocntrica que nos hace ver el mundo y las personas con la ptica de nuestra geografa in-dividual o grupal, y ste es exac-tamente el papel de una peda-goga centrada en los derechos humanos.

    En este contexto de fragmentacin paradigmtica, donde la cultura cede lugar al mero entretenimiento asociado al consumismo, hablar de derechos humanos y derechos de los pueblos se torna un presupuesto bsico de una educacin que apunte a modificar las relaciones entre personas y grupos, dentro de una tica de tolerancia y de respeto a lo diferente.

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    Mesemondk es el nombre de las narradoras hngaras contadoras de historias. En nuestra experiencia en torno a la memoria, las mujeres son un factor y un actor fundamental. Madres y Abuelas. Sus modos de contar, de convocar, de reunir ha sido y es su modo de luchar. La idea de cuento, de relato, de responsabilidad y de creacin en el narrar, nos pone en contacto con esa dimensin propia de toda memoria: la de ser contada, la de ser relacin y toma de posicin.

    CANTANDO SOBRE LOS HUESOSClarissa Pinkolas Ests (*)

    (*) Fragmento de Mujeres que corren con los lobos, Clarissa Pinkolas Ests.

    As, el texto de Pinkolas Ests nos conecta con otros mundos de la memoria y la construccin de identidad e historia, que tiene su dis-tancia y diferencia respecto a lo que implica la memoria histrica referida a los derechos humanos y la lucha por la justicia, pero que en esa misma distancia se conecta con la tarea y el derecho bsico a contar, darse cuenta, tener cuentos y dar cuenta de la vida y lo colectivo.

    Recoger la esencia de los relatos constituye una tarea dura y me-tdica de paleontlogo. Cuantos ms huesos contenga la histo-ria, tanto ms probable ser en-contrar su estructura integral. Cuanto ms enteros estn los re-latos, ms sutiles sern los giros y vueltas de la psique que advir-tamos y tantas ms oportunida-des tendremos de captar y evo-car nuestro trabajo espiritual. Cuando trabajamos el alma, ella, la Mujer Salvaje, crea una mayor cantidad de s misma.De nia tuve la suerte de estar rodeada de personas de muchos antiguos pases europeos y tam-bin de Mxico. Muchos miem-bros de mi familia, mis vecinos y amigos, acababan de llegar de Hungra, Alemania, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Polonia, Checoslovaquia, Serbo-Croa-cia, Rusia, Lituania y Bohemia, y tambin de Jalisco, Michoa-cn, Jurez y de muchas de las

    aldeas fronterizas de Mxico/Texas/Arizona. Ellos y muchos otros -nativos americanos, gen-te de los Apalaches, inmigran-tes asiticos y muchas familias afroamericanas del sur- haban llegado para trabajar en los cul-tivos y las cosechas, en los fo-sos ceniceros de las fbricas, las aceras, las cerveceras y las ta-reas domsticas. En su inmen-sa mayora no eran personas instruidas en el sentido acad-mico, pero, aun as, eran pro-fundamente sabios. Eran los portadores de una valiosa y casi pura tradicin oral.Muchos miembros de m fami-lia y muchos de los vecinos que me rodeaban haban sobrevi-vido a los campos de trabajos forzados, de personas despla-zadas, de deportacin y de con-centracin, donde los narrado-res de cuentos que haba entre ellos haban vivido una versin de pesadilla de Sherezade. Mu-

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    chos haban sido despojados de las tierras de su familia, ha-ban vivido en crceles de inmi-gracin, haban sido repatria-dos en contra de su voluntad. De aquellos rsticos contado-res de historias aprend por pri-mera vez las historias que cuen-tan las personas cuando la vida es susceptible de convertirse en muerte y la muerte en vida en cuestin de un momento. El he-cho de que sus relatos estuvie-ran tan llenos de sufrimiento y esperanza hizo que, cuando cre-c lo bastante como para poder leer los cuentos de hadas en le-tra impresa, stos me parecie-ran curiosamente almidonados y planchados en comparacin con aquellos.En mi primera juventud, emigr al oeste hacia las Montaas Ro-cosas. Viv entre afectuosos ex-tranjeros judos, irlandeses, grie-gos, italianos, afroamericanos y alsacianos que se convirtieron en amigos y almas gemelas. He tenido la suerte de conocer a al-gunas de las inslitas y antiguas comunidades latinoamericanas del sudoeste de Estados Unidos como los trampas y los truchas de Nuevo Mxico.Tuve la suerte de pasar algn tiempo con amigos y parientes

    americanos nativos, desde los inuit del norte, pasando por los pueblos y los plains del oeste, los nahuas, lacandones, tehua-nas, huicholes, seris, maya-qui-chs, maya- cakchiqueles, mes-quitos, cunas, nasca/quechuas y jbaros de Centroamrica y Sud-amrica.He intercambiado relatos con hermanas y hermanos sanado-res alrededor de mesas de co-cina y bajo los emparrados, en corrales de gallinas y establos de vacas, haciendo tortillas, si-guiendo las huellas de los ani-males salvajes y cosiendo el millonsimo punto de cruz. He tenido la suerte de compartir el ltimo cuenco de chile, de can-tar con mujeres el gospel para despertar a los muertos y de dormir bajo las estrellas en casas sin techumbre. Me he sentado alrededor de la lumbre o a cenar o ambas cosas a la vez en Little Italy, Polish Town, Hill Country, los Barrios y otras comunidades tnicas de todo el Medio Oeste y el Lejano Oeste urbano y, ms recientemente, he intercambia-do relatos sobre los sparats, los fantasmas malos, con amigos griots de las Bahamas.He tenido la inmensa suerte de que dondequiera que fuera los

    nios, las matronas, los hom-bres en la flor de la edad, los pobres tontos y las viejas bru-jas -los artistas del espritu- sa-lieran de sus bosques, selvas, prados y dunas para deleitarme con sus graznidos y sus kavels. Y yo a ellos con los mos.Hay muchas maneras de abordar los cuentos. El folclorista profe-sional, el junguiano, el freudiano o cualquier otra clase de analis-ta, el etrilogo, el antroplogo, el telogo, el arquelogo, tiene cada uno su mtodo, tanto en la recopilacin de los relatos como en el uso a que se destinen. Inte-lectualmente, mi manera de tra-bajar con los cuentos deriv de mis estudios de psicologa ana-ltica y arquetpica.Durante ms de media dcada de mi formacin psicoanalti-ca, estudi la ampliacin de los

    leitmotifs, la simbologa arque-tpica, la mitologa mundial, la iconologa antigua y popular, la etnologa, las religiones mun-diales y la interpretacin de las fbulas.Visceralmente, sin embargo, abordo los relatos como una cantadora, una guardiana de antiguas historias. Procedo de una larga estirpe de narradores: las mesemondk, las ancianas hngaras capaces de contar his-torias, tanto sentadas en sillas de madera con sus monederos de plstico sobre el regazo, las rodillas separadas y la falda ro-zando el suelo, como ocupadas en la tarea de retorcerle el cuello a una gallina... y las cuentistas, las ancianas latinoamericanas de exuberante busto y anchas caderas que permanecen de pie y narran a gritos la historia

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    como si cantaran una ranchera. Ambos clanes cuentan historias con la voz clara de las mujeres que han vivido sangre y nios, pan y huesos. Para ellas, el cuen-to es una medicina que fortalece y endereza al individuo y la co-munidad.Los que han asumido las res-ponsabilidades de este arte y se entregan al numen que se ocul-ta detrs de l son descendien-tes directos de una inmensa y antigua comunidad de santos, trovadores, bardos, griots, can-tadoras, cantores, poetas am-bulantes, vagabundos, brujas y chiflados.

    Una vez so que estaba narran-do cuentos y sent que alguien me palmeaba el pie para darme nimos. Baj los ojos y vi que estaba de pie sobre los hombros de una anciana que me sujetaba por los tobillos y, con la cabeza levantada hacia m, me miraba sonriendo.-No, no -le dije-, sbete t a mis hombros, pues eres vieja y yo soy joven.-No, no -contest ella-, as tiene que ser.Entonces vi que la anciana se encontraba de pie sobre los hombros de otra mujer mucho ms vieja que ella, quien esta-

    ba encaramada a los hombros de una mujer vestida con una tnica, subida a su vez sobre los hombros de otra persona, la cual permaneca de pie sobre los hombros...Y cre que era cierto lo que me haba dicho la vieja del sueo de que as tena que ser. El alimen-to para la narracin de cuentos procede del poder y las aptitu-des de las personas que me han precedido. Segn mi experien-cia, el momento ms significati-vo del relato extrae su fuerza de una elevada columna de seres humanos unidos entre s a tra-vs del tiempo y el espacio, es-meradamente vestidos con los harapos, los ropajes o la desnu-dez de su poca y llenos a rebo-sar de una vida que todava se sigue viviendo. Si es nica la fuente y nico el numen de los cuentos, todo se halla en esta larga cadena de seres humanos.El cuento es muchsimo ms an-tiguo que el arte y la ciencia de la psicologa y siempre ser el ms antiguo de la ecuacin, por mucho tiempo que pase. Una de las modalidades ms antiguas de narracin, que a m me in-

    triga enormemente, es el apa-sionado estado de trance, en el que la narradora percibe a su pblico -que puede ser una sola persona o muchas- y entra en un estado de mundo en medio de otros mundos, en el que un re-lato es atrado hacia la narra-dora y contado a travs de ella.Una narradora en estado de trance invoca al duende (5), el viento que sopla sobre el rostro de los oyentes y les infunde es-pritu. Una narradora en estado de trance aprende a desdoblar-se psquicamente a travs de la prctica meditativa de un rela-to, es decir, aprendiendo a abrir ciertas puertas psquicas y ren-dijas del ego para permitir que hable la voz, una voz ms an-tigua que las piedras. Una vez hecho esto, el relato puede se-guir cualquier camino, se puede cambiar de arriba abajo, llenar de gachas de avena y destinarlo al festn de un menesteroso, col-mar de oro, o puede perseguir al oyente hasta el siguiente mun-do. El narrador nunca sabe qu le saldr y en eso consiste por lo menos la mitad de la conmove-dora magia del relato.

    Visceralmente, sin embargo, abordo los relatos como una cantadora, una guardiana de antiguas historias. Procedo de una larga estirpe de narradores: las mesemondk, las ancianas hngaras capaces de contar historias, tanto sentadas en sillas de madera con sus monederos de plstico sobre el regazo, las rodillas separadas y la falda rozando el suelo, como ocupadas en la tarea de retorcerle el cuello a una gallina... y las cuentistas, las ancianas latinoamericanas de exuberante busto y anchas caderas que permanecen de pie y narran a gritos la historia como si cantaran una ranchera. Ambos clanes cuentan historias con la voz clara de las mujeres que han vivido sangre y nios, pan y huesos. Para ellas, el cuento es una medicina que fortalece y endereza al individuo y la comunidad.

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    Odos con el alma,pasos mentales ms que sombras,sombras del pensamiento ms que pasos,por el camino de ecosque la memoria inventa y borra:sin caminar caminansobre este ahora, puentetendido entre una letra y otra.Como llovizna sobre brasasdentro de m los pasos pasanhacia lugares que se vuelven aire.Nombres: en una pausadesaparecen, entre dos palabras.El sol camina sobre los escombrosde lo que digo, el sol arrasa los parajesconfusamente apenasamaneciendo en esta pgina,

    el sol abre mi frente, balcn al voladerodentro de m.

    Me alejo de m mismo,sigo los titubeos de esta frase,senda de piedras y de cabras.Relumbran las palabras en la sombra.Y la negra marea de las slabascubre el papel y entierrasus races de tintaen el subsuelo del lenguaje.Desde mi frente salgo a un mediodadel tamao del tiempo.El asalto de siglos del banianocontra la vertical paciencia de la tapiaes menos largo que esta momentneabifurcacin del pensamientoentre lo presentido y lo sentido.

    Odos con el almaOctavio Paz

    Ni all ni aqu: por esa lindede duda, transitadaslo por espejeos y vislumbres,donde el lenguaje se desdice,voy al encuentro de m mismo. La hora es bola de cristal.Entro en un patio abandonado:aparicin de un fresno.Verdes exclamacionesdel viento entre las ramas.Del otro lado est el vaco.Patio inconcluso, amenazadopor la escritura y sus incertidumbres.Ando entre las imgenes de un ojodesmemoriado. Soy una de sus imgenes.El fresno, sinuosa llama lquida,es un rumor que se levantahasta volverse torre hablante.Jardn ya matorral: su fiebre inventa bichosque luego copian las mitologas.Adobes, cal y tiempo:entre ser y no ser los pardos muros.Infinitesimales prodigios en sus grietas:el hongo duende, vegetal Mirdates,la lagartija y sus exhalaciones.Estoy dentro del ojo: el pozodonde desde el principio un nioest cayendo, el pozo donde cuentolo que tardo en caer desde el principio,el pozo de la cuenta de mi cuentopor donde sube el agua y bajami sombra.

    El patio, el muro, el fresno, el pozoen una claridad en forma de lagunase desvanecen. Crece en sus orillasuna vegetacin de transparencias.Rima feliz de montes y edificios,se desdobla el paisaje en el abstractoespejo de la arquitectura.Apenas dibujada,

    suerte de coma horizontal ()entre el cielo y la tierra,una piragua solitaria.Las olas hablan nahua.Cruza un signo volante las alturas.Tal vez es una fecha, conjuncin de destinos:el haz de caas, prefiguracin del brasero.El pedernal, la cruz, esas llaves de sangrealguna vez abrieron las puertas de la muerte?La luz poniente se demora,alza sobre la alfombra simtricos incendios,vuelve llama quimricaeste volumen lacre que hojeo(estampas: los volcanes, los ces y, tendido,manto de plumas sobre el agua,Tenochtitln todo empapado en sangre).Los libros del estante son ya brasasque el sol atiza con sus manos rojas.Se rebela el lpiz a seguir el dictado.En la escritura que la nombrase eclipsa la laguna.Doblo la hoja. Cuchicheos:me espan entre los follajesde las letras.

    Un charco es mi memoria.Lodoso espejo: dnde estuve?Sin piedad y sin clera mis ojosme miran a los ojosdesde las aguas turbias de ese charcoque convocan ahora mis palabras.No veo con los ojos: las palabrasson mis ojos. Vivimos entre nombres;lo que no tiene nombre todavano existe: Adn de lodo,No un mueco de barro, una metfora.Ver al mundo es deletrearlo.

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    Espejo de palabras: dnde estuve?Mis palabras me miran desde el charcode mi memoria. Brillan,entre enramadas de reflejos,nubes varadas y burbujas,sobre un fondo del ocre al brasilado,las slabas de agua.Ondulacin de sombras, visos, ecos,no escritura de signos: de rumores.Mis ojos tienen sed. El charco es senequista:el agua, aunque potable, no se bebe: se lee.Al sol del altiplano se evaporan los charcos.Queda un polvo deslealy unos cuantos vestigios intestados.Dnde estuve?

    Yo estoy en donde estuve:entre los muros indecisosdel mismo patio de palabras.Abderramn, Pompeyo, Xicotncatl,batallas en el Oxus o en la bardacon Ernesto y Guillermo. La mil hojas,verdinegra escultura del murmullo,jaula del sol y la centellabreve del chupamirto: la higuera primordial,capilla vegetal de ritualespolimorfos, diversos y perversos.Revelaciones y abominaciones:el cuerpo y sus lenguajesentretejidos, nudo de fantasmaspalpados por el pensamientoy por el tacto disipados,argolla de la sangre, idea fijaen mi frente clavada.El deseo es seor de espectros,somos enredaderas de aireen rboles de viento,manto de llamas inventadoy devorado por la llama.La hendedura del tronco:

    sexo, sello, pasaje serpentinocerrado al sol y a mis miradas,abierto a las hormigas.

    La hendedura fue prticodel ms all de lo mirado y lo pensado:all dentro son verdes las mareas,la sangre es verde, el fuego verde,entre las yerbas negras arden estrellas verdes:es la msica verde de los litrosen la prstina noche de la higuera;all dentro son ojos las yemas de los dedos,el tacto mira, palpan las miradas,los ojos oyen los olores;all dentro es afuera,es todas partes y ninguna parte,las cosas son las mismas y son otras,encarcelado en un icosaedrohay un insecto tejedor de msicay hay otro insecto que destejelos silogismos que la araa tejecolgada de los hilos de la luna;all dentro el espacioen una mano abierta y una frenteque no piensa ideas sino formasque respiran, caminan, hablan, cambiany silenciosamente se evaporan;all dentro, pas de entretejidos ecos,se despea la luz, lenta cascada,entre los labios de las grietas:la luz es agua, el agua tiempo difanodonde los ojos lavan sus imgenes;all dentro los cables del deseofingen eternidades de un segundoque la mental corriente elctricaenciende, apaga, enciende,resurrecciones llameantesdel alfabeto calcinado;no hay escuela all dentro,siempre es el mismo da, la misma noche siempre,

    no han inventado el tiempo todava,no ha envejecido el sol,esta nieve es idntica a la yerba,siempre y nunca es lo mismo,nunca ha llovido y llueve siempre,todo est siendo y nunca ha sido,pueblo sin nombre de las sensaciones,nombres que buscan cuerpo,impas transparencias,jaulas de claridad donde se anulanla identidad entre sus semejanzas,la diferencia en sus contradicciones.La higuera, sus falacias y su sabidura:prodigios de la tierrafidedignos, puntuales, redundantesy la conversacin con los espectros.Aprendizajes con la higuera:hablar con vivos y con muertos.Tambin conmigo mismo.

    La procesin del ao:cambios que son repeticiones.El paso de las horas y su peso.La madrugada: ms que luz, un vahode claridad cambiada en gotas grvidassobre los vidrios y las hojas:el mundo se atenaen esas oscilantes geometrashasta volverse el filo de un reflejo.Brota el da, prorrumpe entre las hojasgira sobre s mismoy de la vacuidad en que se precipitasurge, otra vez corpreo.El tiempo es luz filtrada.Revienta el fruto negroen encarnada florescencia,la rota rama escurre savia lechosa y acre.Metamorfosis de la higuera:si el otoo la quema, su luz la transfigura.Por los espacios difanosse eleva descarnada virgen negra.

    El cielo es giratorio lapizlzuli: viran au ralenti, sus continentes,insubstanciales geografas.Llamas entre las nieves de las nubes.La tarde ms y ms es miel quemada.Derrumbe silencioso de horizontes:la luz se precipita de las cumbres,la sombra se derrama por el llano.

    A la luz de la lmpara la nocheya duea de la casa y el fantasmade mi abuelo ya dueo de la noche-yo penetraba en el silencio,cuerpo sin cuerpo, tiempo sin horas. Cada noche, mquinas transparentes del delirio, dentro de m los libros levantaban arquitecturas sobre una sima edificadas.Las alza un soplo del espritu,un parpadeo las deshace.Yo junt lea con los otrosy llor con el humo de la piradel domador de potros;vagu por la arboleda naveganteque arrastra el Tajo turbiamente verde:la lquida espesura se encrespabatras de la fugitiva Galatea;vi en racimos las sombras agolpadaspara beber la sangre de la zanja:mejor quebrar terronespor la racin de perro del labrador avaroque regir las naciones plidas de los muertos;tuve sed, vi demonios en el Gobi;en la gruta nad con la sirena(y despus, en el sueo purgativo,fendendo i drappi, e mostravamil ventre,quel m svegli col puzzo che nnuscia);grab sobre mi tumba imaginaria:no muevas esta lpida,soy rico slo en huesos;

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    aquellas memorablespecosas peras encontradasen la cesta verbal de Villaurrutia;Carlos Garrote, eterno medio hermano,Dios te salve, me dijo al derribarmey era, por los espejos del insomniorepetido, yo mismo el que me hera;Isis y el asno Lucio; el pulpo y Nemo;y los libros marcados por las armas de Prapo,ledos en las tardes diluvialesel cuerpo tenso, la mirada intensa.Nombres anclados en el golfode mi frente: yo escribo porque el druida,bajo el rumor de slabas del himno,encina bien plantada en una pgina,me dio el gajo de murdago, el conjuroque hace brotar palabras de la pea.Los nombres acumulan sus imgenes.Las imgenes acumulan sus gaseosas,conjeturales confederaciones.Nubes y nubes, fantasmal galopede las nubes sobre las crestasde mi memoria. Adolescencia,pas de nubes.

    Casa grande, encallada en un tiempoazolvado. La plaza, los rboles enormesdonde anidaba el sol, la iglesia enanasu torre les llegaba a las rodillaspero su doble lengua de metala los difuntos despertaba.Bajo la arcada, en garbas militares,las caas, lanzas verdes,carabinas de azcar;en el portal, el tendejn magenta:frescor de agua en penumbra,ancestrales petates, luz trenzada,y sobre el zinc del mostrador,diminutos planetas desprendidosdel rbol meridiano,los tejocotes y las mandarinas,amarillos montones de dulzura.

    Giran los aos en la plaza,rueda de Santa Catalina,y no se mueven.

    Mis palabras,al hablar de la casa, se agrietan.Cuartos y cuartos, habitadosslo por sus fantasmas,slo por el rencor de los mayoreshabitados. Familias,criaderos de alacranes:como a los perros dan con la pitanzavidrio molido, nos alimentan con sus odiosy la ambicin dudosa de ser alguien.Tambin me dieron pan, me dieron tiempo,claros en los recodos de los das,remansos para estar solo conmigo.Nio entre adultos taciturnosy sus terribles nieras,nio por los pasillos de altas puertas,habitaciones con retratos,crepusculares cofradas de los ausentes,nio sobrevivientede los espejos sin memoriay su pueblo de viento:el tiempo y sus encarnacionesresuelto en simulacros de reflejos.En mi casa los muertos eran ms que los vivos.Mi madre, nia de mil aos,madre del mundo, hurfana de m,abnegada, feroz, obtusa, providente,jilguera, perra, hormiga, jabalina,carta de amor con faltas de lenguaje,mi madre: pan que yo cortabacon su propio cuchillo cada da.Los fresnos me ensearon,bajo la lluvia, la paciencia,a cantar cara al viento vehemente.Virgen somnlocua, una tame ense a ver con los ojos cerrados,

    ver hacia dentro y a travs del muro.Mi abuelo a sonrer en la caday a repetir en los desastres: al hecho, pecho.(Esto que digo es tierrasobre tu nombre derramada: blanda te sea.)Del vmito a la sed,atado al potro del alcohol,mi padre iba y vena entre las llamas.Por los durmientes y los rielesde una estacin de moscas y de polvouna tarde juntamos sus pedazos.Yo nunca pude hablar con l.Lo encuentro ahora en sueos,esa borrosa patria de los muertos.Hablamos siempre de otras cosas.Mientras la casa se desmoronabayo creca. Fui (soy) yerba, malezaentre escombros annimos.

    Dascomo una frente libre, un libro abierto.No me multiplicaron los espejoscodiciosos que vuelvencosas los hombres, nmero las cosas:ni mando ni ganancia. La santidad tampoco:

    el cielo para m pronto fue un cielodeshabitado, una hermosura huecay adorable. Presencia suficiente,cambiante: el tiempo y sus epifanas.No me habl dios entre las nubes:entre las hojas de la higuerame habl el cuerpo, los cuerpos de mi cuerpo.Encarnaciones instantneas:tarde lavada por la lluvia,luz recin salida del agua,el vaho femenino de las plantaspiel a mi piel pegada: scubo!como si al fin el tiempo coincidieseconsigo mismo y yo con l,como si el tiempo y sus dos tiemposfuesen un solo tiempoque ya no fuese tiempo, un tiempodonde siempre es ahora y a todas horas siempre,como si yo y mi doble fuesen unoy yo no fuese ya.Granada de la hora: beb sol, com tiempo.Dedos de luz abran los follajes.Zumbar de abejas en mi sangre:el blanco advenimiento.Me arroj la descarga

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    a la orilla ms sola. Fui un extraoentre las vastas ruinas de la tarde.Vrtigo abstracto: habl conmigo,fui doble, el tiempo se rompi.

    Atnita en lo alto del minutola carne se hace verbo y el verbo se despea.Saberse desterrado en la tierra, siendo tierra,es saberse mortal. Secreto a vocesy tambin secreto vaco, sin nada adentro:no hay muertos, slo hay muerte, madre nuestra.Lo saba el azteca, lo adivinaba el griego:el agua es fuego y en su trnsitonosotros somos slo llamaradas.La muerte es madre de las formasEl sonido, bastn de ciego del sentido:escribo muerte y vivo en ellapor un instante. Habito su sonido:es un cubo neumtico de vidrio,vibra sobre esta pgina,desaparece entre sus ecos.Paisajes de palabras:los despueblan mis ojos al leerlos.No importa: los propagan mis odos.Brotan all, en las zonas indecisasdel lenguaje, palustres poblaciones.Son criaturas anfibias, con palabras.Pasan de un elemento a otro,se baan en el fuego, reposan en el aire.Estn del otro lado. No las oigo, qu dicen?No dicen: hablan, hablan.

    Salto de un cuento a otropor un puente colgante de once slabas.Un cuerpo vivo aunque intangible el aire,

    en todas partes siempre y en ninguna.Duerme con los ojos abiertos,se acuesta entre las yerbas y amanece roco,se persigue a s mismo y habla solo en los tneles,es un tornillo que perfora montes,nadador en la mar brava del fuegoes invisible surtidor de ayeslevanta a pulso dos ocanos,anda perdido por las callespalabra en pena en busca de sentido,aire que se disipa en aire.Y para qu digo todo esto?Para decir que en pleno mediodael aire se poblaba de fantasmas,sol acuado en alas,ingrvidas monedas, mariposas.Anochecer. En la terrazaoficiaba la luna silenciaria.La cabeza de muerto, mensajerade