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SEPTIEMBRE MODELO MES Los modelos más representativos de la exposición DEL 2016 Abarca cántabra Por: Ana Guerrero y Américo López de Frutos Domingos: 12:30 h. Duración: 30 min. Asistencia libre y gratuita

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SEPTIEMBREMODELO MES Los modelos más representativos de la exposición

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Abarca cántabra Por: Ana Guerrero y Américo López de Frutos

Domingos: 12:30 h.Duración: 30 min.

Asistencia libre y gratuita

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Texto

Ana Guerrero es Licenciada en Filosofía y Letras (especialidad Historia del Arte) por la Universidad Autónoma de Madrid. Ha trabajado como docente y como correctora de estilo y redactora para dife-rentes editoriales. Desde 2004 trabaja en el Museo del Traje. CIPE como guía y correctora de textos.

Américo López de Frutos ha realizado estudios superiores de Socioanálisis en el Centre d’Études THL, en París y Lyon (Francia). Es Diplomado en Consumo por el Instituto Nacional de Consumo (Ministerio de Sanidad y Consumo) y titulado como Formador de Formadores por el Instituto de For-mación y Estudios Sociales. Ha trabajado como responsable técnico de formación estatal en UGT-FAYT y en la Unión de Pequeños Agricultores; y como técnico de Desarrollo Rural en Bruselas y en diversos proyectos LEADER.

Corrección de estiloAna Guerrero

MaquetaciónAmparo García

** Todas las imágnes de este folleto corresponden a piezas de la colección del Museo del Traje CIPE, son imágenes de dominio público o están liberadas bajo licencias libres.

NIPO: 030 - 16 - 007 - 8

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ABARCA CÁNTABRA

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El calzado forma parte de la indumentaria como conjunto; se le considera un complemento, con una función eminentemente protectora de los pies, desde que el hombre comenzó a andar erguido, aunque su elevado precio haya hecho que a lo lar-go del tiempo solo lo usasen las clases de un cierto poder adquisitivo. En las zonas rurales, el pueblo o bien iba descalzo o bien con un calzado arcaico y básicamente protector, como abarcas, alpargatas, etc., dependiendo de la orografía, el clima, las ma-terias primas de cada zona, etc.

El término calzado procede del latino calceus y este de calx, ‘talón’. Curiosamente, también de-rivan de calceus las prendas que se visten por los pies: calzón, calceta, calzas, calcetín y calzoncillos (y en Cantabria, en el valle del Pas, calcitus, calza-do de badana o punto para los niños de pecho). El calceus en principio era un trozo de cuero que usaban los romanos para proteger el talón; más tarde, un zapato de piel, cerrado, que se ataba con correas y cubría el talón. En esto precisamente se diferenciaba de la sandalia, sandalium o solea, cal-zado informal formado por tiras de cuero que iban rodeando el pie sujetando la suela. El calceus lo usaban los ciudadanos cuando llevaban la toga y los senadores.

Al igual que la indumentaria culta del siglo XVIII se considera el origen de gran parte de la tra-dicional o popular, el modelo de zapato de este siglo, sobre todo el del último tercio, se copió, y se perpetuó en el tiempo, en los zapatos populares, sobre todo en espacios urbanos y en los rurales, en los “de vestir” (tacón más o menos alto, más o menos cerrado, con lazos o hebillas y orejas, mu-chos de paño…). Así se ve en la gran variedad de zapatos populares, con guarnición de cintas, pi-cados, bordados, hebillas y orejas, etc., que con-serva el Museo del Traje. CIPE de las diferentes provincias españolas.

Igualmente se siguieron los zapatos femeni-nos cultos de mediados XIX, planos ya y escota-dos, como una especie de manoletina; más tarde abotinados, y muchos con lazo plano.

La colección del Museo posee también otros tipos de calzado más rústico –para zonas rurales-

como alpargatas, abarcas de madera y de cuero (corizas y chátaras)… De esta gran variedad de ti-pos de calzado, hemos elegido como Modelo del mes de septiembre unas abarcas de madera “car-moniegas”, del valle cántabro de Cabuérniga, de hacia 1900, con número de inventario 3902, que adquirió el Museo por compra en 1935.

Definición y etimologíaLas abarcas de madera son un calzado hecho de una sola pieza, cerrado, y de antiquísimo origen.

El vocablo abarca es de origen desconocido, posiblemente prerromano. Pero no es la única de-nominación de este calzado popular, cuyo nombre varía en cada región: abarcas y albarcas (variante arabizada), en Cantabria (en el valle del Pas, alma-dreñas o amadreñas y “abarcas de madera” para diferenciarlas de las de cuero, denominadas cori-zas o chátaras; abarca y abarquero, en Carmona); madreñas, en Asturias y León; galochas, en la Ca-brera, el Bierzo, los Ancares, la zona galaico-astu-riana y la Maragatería; zoca (calzado de madera de una pieza en general) y zoco (calzado de suela de madera y parte superior de cuero), en Galicia; y el genérico zuecos, en zonas en las que no se usan. Nosotros utilizaremos el término abarca por ser uno de los más generalizados, y la denominación propia de Carmona, Cantabria. El DRAE tiene dos acepciones para abarca:

Fig. 1 Abarca carmoniega, ca. 1900, valle de Cabuérniga, Cantabria.

Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE003902)

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MODELO DEL MES DE SEPTIEMBRE

- Calzado de cuero crudo o caucho, que cubre solo la planta de los pies. - ‘Zueco’, del latín soccus, tipo de calzado y zócalo (las primitivas tablas con correas eran zócalos). El zueco puede ser a su vez: un zapato de madera de una pieza y uno de cuero con suela de corcho o de madera.

Y define la almadreña, como ‘zueco’. El térmi-no, procedente del mozárabe *matr[w]éna, y este del latín materia ‘madera’, y, documentado ya ha-cia 1400, no aparece en el DRAE como simple si-nónimo de zueco hasta 1884. Por su parte, el Dic-cionario de la lengua castellana, o Diccionario de Autoridades (1726-1739), lo define como “especie de calzado de madera, hueco, y de una pieza, de que usan en las montañas de León y Castilla”.

Corominas, como el DRAE, cree que zue-co puede venir de soccus, aunque el zueco ac-tual difiera bastante del soccus de la Antigüedad. Y respecto a abarca dice, acerca del apodo del rey de Navarra Sancho Abarca, que empezó a rei-nar en 905: “Según una historia recogida ya por la Crónica General, el apodo de ‘Abarca’ le viene de que en una de sus expediciones militares, en que su ejército había de pasar los puertos, hizo calzar a sus soldados con abarcas para que caminaran mejor por la nieve”.

Alfonso Fernández, en La madreña: tipolo-gía y distribución en el noroeste español, dice que de soccus y de su diminutivo socculus deben de derivar numerosos denominaciones de diferentes calzados de madera: zueco (castellano), con su parentesco con la forma zócalo (las primitivas ta-blas con correas), socco, çoco y soco (portugués), sóc, soca (catalán), soque (bearnés), zoggel y ts-choggel (austriaco) y zoccolo (noreste de Italia y suizo). También, que las referencias más antiguas son los términos: galocha (en su sentido estricto, calzado con suela de madera y empeine de cuero), que quizá proceda de peregrinos franceses, aun-que no el objeto, y abarca o albarca, que definía tipos primitivos de calzado de madera como los ba-rajones (una especie de esquíes o patines de madera para andar sobre la nieve), pero que hoy en día de-nomina formas mucho más evolucionadas como las

madreñas de Asturias o las abarcas de Cantabria.Finalmente, Covarrubias, en su diccionario

Tesoro de la lengua castellana o española, publi-cado en 1611, define abarca como un “género de calzado rústico de que usan los que viven en las sierras. Son de dos maneras, unos de palo, que por tener forma de barcas se dixeron avarcas, y otros de cueros de vaca crudos, que con unos cor-deles se los atan a los pies sobre unos trapos, con los que huellan sin peligro la nieve”.

PartesLos términos para nombrar las partes de la abarca, las herramientas y las diferentes fases del proceso de su elaboración difieren en los distintos lugares y hay múltiples denominaciones locales, por lo que nosotros usaremos básicamente la terminología cántabra recogida por Gustavo Cotera, en Trajes populares de Cantabria. Siglo XIX:- Boca: abertura por donde se introduce el pie.- Calcañar: parte trasera. - Capilla: parte delantera superior, abovedada, que cubre el pie.- Casa: cavidad interior que ocupa el pie.- Clavos: se ponían en los pies o peales para evitar su desgaste.- Flequillo: rebaje que bordea la boca por la parte superior.- Papo: curva frontal en la parte delantera inferior, o sea, la que se apoya en el suelo al andar.- Pico: extremo superior de la parte delantera.- Pies o peales: los soportes o tacos inferiores so-bre los que se colocan los tarugos.- Tarugo: taco de madera que sirve para elevar las albarcas -su altura debe ser la justa para que per-mita que el papo roce el suelo al andar- y aligerar el cuerpo de la abarca porque su roce con el suelo va a ser menor y se puede hacer más delgado. La mejor madera para ellos es la de avellano o la de quejigo pequeño, que son muy duras.

En relación con alguna de sus partes y la manera de llevar las abarcas, han resultado curio-sas expresiones y denominaciones:

Llevar las albarcas “de chancletu”: a medio calzar, con los talones sobre el calcañar. “Ir en

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ABARCA CÁNTABRA

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soletos”: también en chancletas. “Andar patoju”: cuando se hace con algún tarugo gastado o roto. “Andar en amazuelas”: llevar las abarcas con cal-cetín o incluso con el pie desnudo, ajustándolas bien a este con heno u otros vegetales suaves; el mismo sentido tiene el término atales, abarcas cal-zadas a pie desnudo; pero amazuelas o mazuelas además son abarcas sin peales, sin tallas; y ama-zuelas o zapateras, abarcas sin clavos ni tarugos. Zocus: abarcas sin peales ni tarugos, en valle del Pas, donde son poco habituales entre los cabañe-ros. “Tarugo sacaízu”: el que, una vez gastado, se puede desechar y sustituir; en Liébana se aplica en sentido figurado a algo que fue útil, pero ya no lo es.

La fórmula de uso de rellenar la abarca con hierba ha sido frecuente en la Montaña cántabra y más de un vecino de Barriopalacio, en el valle de Anievas, nos ha hablado acerca de esta modalidad de uso; dependiendo del tipo de abarca que se tu-viera, fuera de boca más cerrada para escarpines o de boca más abierta para zapatillas, se rellenaría más o menos para que el pie no “bailase” dentro de la casa de la abarca.

Origen y antecedentesLa mayoría de los autores coinciden en que el ori-gen de la abarca de madera sería prerromano. En los teatros griegos, en las tragedias, los actores usaban coturnos, calzado con una gruesa suela de corcho, para aumentar su altura cuando represen-taban a héroes, reyes... Este uso fue introducido al parecer por Sóflocles, según Servio en sus co-mentarios a Virgilio (In tria Virgilii Opera Expositio, publicado en 1471). Seguramente también utiliza-rían los griegos sandalias con suela de madera, si-milares a las romanas que se han encontrado. Otro tipo de calzado romano eran los socci o zuecos, para estar en casa, y que podrían estar realizado con esparto, madera, piel...

En relación con los socci estarían los pantu-flos, calzado holgado, ancho, que se ponía encima de otros zapatos para resguardarse del frío, sobre todo los ancianos durante el XVI y XVII -y que apa-recen en el Quijote, entre otras fuentes literarias.

También se pueden conectar con ambos las chinelas, que según el Diccionario de Autoridades son “… calzado que cubre el medio pie delantero, que se diferencia del zapato en que no tiene talón. Úsase para andar en casa por lo ligero y acomo-dado, y para tener calientes los pies”. El mismo diccionario cita un extracto de pragmática de 1627 (“unas chinelas de hombre de, de tres suelas, ocho reales”) y una frase del Quijote (cap. LIII: “… y le-vantándose en pie, se puso unas chinelas por la humedad del suelo…”), que prueban el espesor de las suelas de las chinelas y su uso en regiones de suelo húmedo. Añade: “… se llama también al calzado que trahen las mujeres en tiempo de lodos para evitar la humedad, que solo se distingue del chapín en tener la suela prolongada…”. Era pues, como el chapín, una plataforma elevada.

Igualmente en clara relación con las albarcas de madera, sobre todo en su función aislante del suelo, estaría el chapín, el calzado más caracterís-tico en la mujer española desde el siglo XIV hasta principios del XVIII. Su suela era una alta platafor-ma de corcho, dispuesto en capas que podían alcanzar más de 15 cm de altura y se recubrían con cuero, que a su vez podía decorarse con labor de repujado o recubrirse con raso o terciopelo (los más ricos se guarnecían con filigrana de oro, es-malte y joyas) y se reforzaba con la virilla, o cerco de metal, que era de plata en los más lujosos. No tenían talón y se sujetaban al pie con unas “ca-pelladas” de cuero que se abrochaban con cintas sobre el empeine. Los chapines, que obligaban a las mujeres a andar con pasos muy cortos como si se deslizaran, se usaban con otro calzado más ligero y flexible, de cuero o textil (los escarpines).

Covarrubias, en la definición de chapín o al-corque, dice que “en latín le llaman soccus, y de allí ‘sueco’ y ‘zueco’, y que este calzado, aunque levantaba la estatura de la persona, no era tan alto como el coturno”. “El zueco era particular calzado de la comedia, como de gente ciudadana y ordina-ria; agora los zuecos son cierto género de chapi-nes, con la cubierta del pie entera, de que usan las viejas, las beatas y gente religiosa, que no quieren se les vea la punta del botín o servilla. Andar en

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MODELO DEL MES DE SEPTIEMBRE

zuecos, es traer chapines muy altos, porque con ellos andan mal y desgraciadamente”.

De lo extendido de su uso dan testimonio abundantes citas literarias de la época, de las que trascribimos solo dos:- En el Quijote, II, 5, Teresa responde a su marido Sancho, respecto a la boda de su hija, puesto que él piensa que van a subir en la escala social sirvien-do de escudero:“Casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines, y de saya parda de catorceno averdugado y saboyanas de seda (…), no se ha de hallar la mochacha (…)”.- Tirso de Molina en una de sus obras dice así: “Chapines he visto yo/de corcho y altura tanta/ que a una enana hacen giganta”.

Las mujeres los seguirán usando, a principios del siglo XVIII. Así, en el Diccionario de Autoridades leemos:

“(...) oy solo tiene uso en los inviernos, para que levantados los pies del suelo, aseguren los vestidos de la inmundicia de los lodos, y las plantas de la humedad. En lo antiguo era trage ordinario y adorno mugeril, para dar más altura al cuerpo y más gala y aire al vestido”.

Otros calzados populares actuales, no men-cionados, y que cita Gustavo Cotera, en relación con las abarcas por preservar de la humedad y el lodo básicamente, serían: los chanclos (antes de madera, hoy enteros de goma), lo choclos (botas con suela de madera), las corizas (calzado de piel

sin curtir, casi una suela, que se ata al pie mediante correas) y los zuecos de cuero (bota de cuero con suela de madera).

Evolución y tiposSegún A. Fernández, las abarcas habrían ido evo-lucionando y mejorando funcionalmente los tipos anteriores, desde las formas más primitivas, como una especie de sandalia consistente en una tabla de madera sujeta a los pies por cuerdas o correas, hasta la madreña o abarca actual, la más evolu-cionada, de Asturias y Cantabria, pasando por estadios intermedios como la galocha y el zueco. En el proceso el pie se fue cubriendo progresiva-mente (en principio por cuero, luego por madera) y levantando del suelo, primero mediante un peal o taco corrido delante (centro de Asturias y norte de León), que evolucionaría después a dos peales delanteros y uno trasero, con tarugos (característi-co de Cantabria, aunque también usado y realiza-do en Asturias), que permitirían un mejor apoyo y adaptación a los terrenos irregulares.

El zueco de suela plana o con tacón bajo, tí-pico del Pirineo, que para compensar el desgaste tiene una suela más gruesa y pesada, daría paso al zueco con tacón acusado (Galicia y zonas de su in-fluencia en León y Asturias), lo que funcionalmente es mejorarlo, concentrando el material en la zona de giro; es decir disponiendo una especie de listón que sobresalga del zueco y además facilite el giro; sería ya la abarca o madreña.

Fig. 2 Zueco, ca. 1900, comarca de Sangüesa, Navarra. Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE002870)

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En los estadios más arcaicos, para evitar el desgaste, la suela de madera se guarnecía con pedernales incrustados, que se sustituirían con el tiempo por clavos. Así sucedió con las galochas, en las que, en lugar de clavos, a veces incluso po-nían herraduras. Este calzado, cuya presencia se ha constatado desde el Pirineo –las sipellas- hasta el alto Miño portugués –las chanclas-, se calzaba para ir al monte. Pero en la zona astur-galaica, se conoce como galocha la madreña local arcaica, con carac-terísticas de zueco, pero ya con un claro taco delan-tero. Los herrajes también se han aplicado a otros modelos más avanzados para evitar el desgaste de los peales, y porque ayudaban a resbalar menos.

Posteriormente, se empezaron a usar tarugos re-cambiables, realizados con una madera muy dura, que elevaban aún más la abarca, facilitaban el giro y, al someterla a menos desgaste, conseguían alargar la vida de la abarca. Hasta hace poco, era en Cantabria donde se encontraban los grandes maestros del entarucado (en Carmona se hacían de avellano o de quejigo pequeño). Con el tiempo los herrajes protectores se han ido sustituyendo por gomas fijadas con clavos (ya de tipo industrial), como se puede observar en la abarca de Tendal, que presenta también restos de herrajes y los pea-les y el papo desgastadísimos, lo que revela un prolongado uso y aprovechamiento de la misma.

Los dos grandes tipos de madreñas o abar-cas que distingue A. Fernández son:

1- Abarca “de escarpín”, la más primitiva y hoy casi desaparecida. Es de boca cerrada y se calzaba con escarpín (especie de zapatillas de sa-yal o gruesa bayeta). Dentro de esta gran tipología, habría que distinguir dos variedades. La primera, la más arcaica, con un taco o peal delantero co-rrido, que se herraba, estaba muy extendida por una amplia zona: parte del occidente y centro de Asturias, zona noroccidental -no galaica- y cen-tral de León y valle del Pas. Precisamente en este valle, cuenta Gustavo Cotera que vio una con el

Fig. 3 Madreña con peal corrido, ca. 1900, Vega de Pas, Cantabria.

Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE001480)

Fig. 4 Madreña con herrajes, ca. 1900, Palencia. Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE001482)

Fig. 5 Abarca con restos de gomas, ca. 1870, Tendal (Valdefresno), León.

Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE043133)

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peal corrido y clavos; también con un agujero en el medio para aligerarlo y que los locales decían que con ese sistema se podía caminar por la nieve sin que se apelotonara bajo la planta, lo que ocurriría de llevar los tarugos, con el consiguiente riesgo de resbalar. La segunda corresponde a un estadio más evolucionado, la madreña o abarca de escar-pín con taco delantero unido pero con tarugos en lugar de clavos, muy extendido en Cantabria, en sus diferentes variedades locales: “carmoniega”, “picona”, “campurriana”, etc.

2- Abarca “de zapatilla”, la actual: sería el tipo más evolucionado. Tiene la boca más amplia para adaptarla a su uso con las típicas zapatillas co-merciales de suela de goma, con poco espesor en la madera; por lo tanto ligera. Además, su grado de perfección hace que se generalice y que des-aparezca prácticamente la diferencia zonal de los modelos de escarpín.

DistribuciónAunque el calzado de madera también se da en otros países europeos, según A. Fernández, la sin-gularidad en la zona noroeste de nuestra Península es incuestionable tanto por la riqueza tipológica, como por el nivel evolutivo alcanzado. Además, añade, que ni el estudio de la tipología, ni la evolu-ción comparada, ni el análisis de las herramientas empleadas, ni la etimología en las diferentes zonas de España y Europa dan pie a aceptar la tesis de la procedencia del calzado de madera del sur de Francia, al menos para el NO español. Los elemen-tos más evolucionados habrían ido desde Asturias y Cantabria hacia Europa, y no al revés.

Según H. Noorlander, en su obra Zapatos de madera, sus fabricantes y sus portadores (Mono-grafías del Museo Nacional de Folklore de Países Bajos, Arnhem, 1978), el origen del zueco, abso-lutamente común en Europa durante el XV, estaría en la sandalia o tabla de madera. En Alemania, por ejemplo, se utilizaba un calzado medieval conoci-do como la “trippe”, de madera o de cuero, con dos tacos, que, colocado bajo el zapato y fijado a este con una o varias correas, lo preservaba de la suciedad del suelo. Sería algo parecido a los

barajones y, al igual que estos y las abarcas, se descalzaba al entrar en casa; sin embargo, la trip-pe se usaba preferentemente en la ciudad y segu-ramente sería propio de gente acomodada, sobre todo si tenemos en cuenta que, debido a que los zapatos se llevan con una larguísima puntera, la trippe también adoptaba ese pronunciada pico, lo que dificultaría enormemente el caminar, al igual que pasaba con los chapines, y había que “andar con pasitos cortos y rápidos”, lo que se definía con el verbo trippeln. Para ilustrar lo que dice pone una reproducción de La curación de la locura, del Bosco (1450-1516), donde, como él describe, “los zuecos del paciente están bajo el sillón y el curan-dero lleva trippe del tipo de coturno”. Y no es el único cuadro flamenco en el que aparece este tipo de calzado.

En España su uso se extiende fundamental-mente por la Cordillera Cantábrica, sobre todo en Asturias y Cantabria, y más concretamente en la zona costera entre Los Ancares de Lugo y el valle del Miera en Cantabria. Las condiciones climáticas (muchas precipitaciones), la escarpada geografía y la abundancia de prados húmedos y madera son factores que, junto la tradición cultural, justifican la gran difusión que ha alcanzado en esta zona.

El hecho de que durante mucho tiempo As-turias fuese el gran centro abastecedor de abarcas para el norte del país, hizo que la madreña de za-patilla, la más actual y evolucionada, fuese deno-minada “madreña asturiana”, en Cantabria y León. Según A. Fernández, el estudio de la gran riqueza tipológica de la madreña asturiana y su distribución por esta comunidad ha revelado una correspon-dencia entre las áreas dialectales y estas varieda-des locales. Algo similar sucede en Cantabria, en el área dialectal pasiega, según García Lomas. En Vizcaya o Guipuzcoa, sin embargo, no hay noti-cias de elaboración de zuecos o madreñas, pero en la zona vasco-navarra del Baztán, sí, tal y como explica Caro Baroja, en De la vida rural vasca. En el valle del Pas y la Maragatería, como ya se ha indicado, se conserva una tipología relativamente arcaica de la madreña o abarca, que es común a la zona central de Asturias.

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Respecto a Cantabria, gracias a los escritos de los historiadores latinos y griegos sobre la Penín-sula, conocemos a grandes rasgos cómo vestían sus pobladores, también los astures. El geógrafo e historiador Estrabón, entre otras cosas, describe el uso que hacían los cántabros de las abarcas, bien de madera bien de cuero, que han perdurado a lo largo de los siglos sin cambios significativos, salvo pequeñas variaciones básicamente ornamentales, dependiendo de las zonas.

También hace referencia al uso de este cal-zado en Cantabria un curioso texto veneciano de 1592 que refleja además lo que parece que era una costumbre, que las montañesas cántabras esta-ban continuamente hilando, en casa y en el monte: ”(...) por calzado acostumbran zuecos de madera, yendo siempre hilando”.

Según Gustavo Cotera, en el mundo rural cántabro, durante siglos, fue el calzado idóneo, pues, además de preservar el pie de la humedad y el barro del suelo gracias a la elevación conseguida con los tarugos, proporcionaban mayor seguridad para no resbalar y no cortarse con el dalle al segar, por lo que se ponían prácticamente durante todo el año, incluso en invierno, ya que ayuda también a andar sobre la nieve. Además, a diferencia de otros territorios, en Cantabria, las abarcas han sido muy populares incluso entre la burguesía acomodada, y muchas personas tenían dos pares, uno de diario y otro de fiesta. Es, tambien, en esta comunidad en la que las abarcas presentan una mayor varie-dad de formas y tipos, adaptados a cada zona, actividad, individuo (gustos personales, diferencias dependiendo del sexo, del estado…), etc. Había pues, lebaniegas, de viuda, de mozo fachendoso, domingueras, de faena…

El modelo de abarca generalizado es el de dos peales delanteros y uno trasero, con tarugos. Y entre los tipos locales destacan:- La carmoniega o “de pico”, que Alberto Gómez, en “Los abarqueros de Carmona (Santander)”, en Publicaciones del Instituto de Etnografía y Folklore “Hoyos Saínz”, dice que era el modelo más aca-bado de abarca montañesa y el “tipo medio” no caracterizado por rasgos exagerados de ten

dencia comarcal. A este tipo pertenece nuestro modelo .- La “del pico entornao”, campurriana, con un enorme pico (picona), muy vuelto y retorcido hacia afuera. Las más antiguas traían clavos de herre-ro, sin tarugos, pero posteriormente empezaron a entarugarse, y los picos fueron disminuyendo su tamaño y espectacularidad hasta desaparecer ya en las abarcas “del corte” (de hombre y en las que la punta, algo prolongada y elevada, presentaba el pico cortado de raíz), que a su vez fueron despla-zadas por las “de pico mocho”. - Una variante de la “del pico entornao” es la de “pico de cuervo”, propia de Campoo de Suso, también con el pico hacia un lado y con la punta si-mulando la cabeza de un cuervo. Al ir pintadas con barniz negro, parecen una pareja de estos pájaros.- La “de pico redondo”, mocha, “de pastor” o bocico-na (en Carmona, “pastora”, con dibujos marcados a gubia), tiene la punta muy roma y se parece bastante a la “abolinchá” (con el pico como una bola).

Fig. 6 Abarca carmoniega, sin los tarugos, ca. 1900, Carmona, Valle de Cabuérniga, Cantabria.

Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE006299) Fig. 7 Abarca carmoniega con ellos, ca. 1900.

Valle de Cabuérniga, Cantabria. Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE003902)

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MODELO DEL MES DE SEPTIEMBRE

- Un tipo especial de abarca es la “del garbanzo”, genuina de la comarca de Liébana. El nombre le viene de un resalte a modo de verruga en la capilla, que es estrecha y levemente a dos aguas. Eran muy resistentes, al parecer, por lo que su uso esta-ba muy arraigado, y tenían la boca pequeña, pues se calzaban con escarpín. Las de mujer solían ser más ligeras y cuidadas, y se labraban con cuchillo. Se denominaba también albarca “del pico”, en los pueblos de alrededor de Lamedo, localidad perte-neciente al municipio de Cabezón de Liébana, que fue donde nació este tipo de abarca. La mayoría de sus vecinos eran abarqueros, lo que consta ya en el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar, de Pas-cual Madoz (1846-1850): las “vendían en el valle y transportaban a Castilla”. Igualmente se imitaban las asturianas “de zapatilla” y las carmoniegas.

Cada una de estas variantes presentaba a su vez diferencias en la forma y el dibujo dependiendo de que fueran de mujer u hombre.

Y, como dice Alberto Díaz Gómez, colocadas

en el portal de una casa, permitían averiguar quié-nes estaban en ella, y, por el sonido que produ-cían quiénes pasaban “abarqueando” por la calle. También se oía a los chavales dando “abarquíos” por el pueblo. Y, además, el sonido era diferente si el suelo estaba mojado, seco o se pisaba nieve. Curiosamente dice que solo las mujeres y los ni-ños las dejaban en la puerta de la iglesia, pues los hombres únicamente se las quitaban para “ir a co-mulgar o ‘echar la perra’ en las misas de difuntos y a dorar al Niño por Navidad”.

La abarca carmoniega CE003902Es una abarca carmoniega o “de pico”. Realiza-da en madera de aliso, lleva tres tarugos de forma troncocónica sobre los peales (uno delantero co-rrido y otro trasero), de los cuales se aprecia, por dentro de la abarca, el eje que llevan en la base

Fig. 8 Abarca de pico entornao, ca. 1800-1870, Campoo, Cantabria.

Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE017759)

Fig. 9 Abarca carmoniega, ca. 1900, Valle de Cabuérniga, Cantabria, detalle.

Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE003902)

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para introducirlos en el agujero de los peales. La carmoniega parece ser uno de los tipos de abar-cas que incorporó tarugos más tempranamente. La capilla es a dos aguas con una arista cumbrera bien marcada y lleva rebaje, o “flequillo”, bordean-do la boca y pico prominente pero cortado en dos planos, uno vertical y otro oblicuo, con lo que su extremo queda biselado y romo.

La decoración es grabada a punta de navaja. Los motivos, geométricos y de una gran minuciosi-dad, sobre todo en la capilla, estan dispuestos si-métricamente. Son típicamente carmoniegos y se han mantenido invariables desde los modelos más antiguos hasta los más actuales: un medallón cen-tral con lazos y ajedrezado interior, del que parten bandas simétricas y paralelas, algunas en zig-zag, y dos alas laterales de ajedrezado, que también se repite en el pico. Una línea a modo de trenza bor-dea la boca, por delante.

El color marrón-rojizo de la parte superior de la abarca, que contrasta con la inferior, y con los mo-tivos tallados, seguramente sea debido a un barniz, y no al largo proceso que se utilizaba antiguamente para conseguirlo y que se detallará más adelante.

Por lo escotado de la boca podría ser de za-patilla y por el tamaño, de mujer.

Contexto físico y antropológicoGracias a un clima muy lluvioso en todo el norte de la Península, y concretamente en la Cornisa Cantá-brica, las masas arbóreas ocupan amplias áreas de esta zona montañosa, y son masas forestales que siempre se han caracterizado por una rica variedad de taxones, lo que produjo, desde tiempos remo-tos, una gran diversidad de los usos que los natu-rales de la zona hacían de los bosques. Al margen de los recolectores (piénsese en la magosta, fiesta de la recolección de la castaña) o cinegéticos, la explotación de las maderas ha ocupado un lugar preferencial que se ha traducido en una muy larga lista de objetos para el uso de los hombres y que ha marcado claramente la cultura material de estos pueblos. La madera fue un recurso absolutamente esencial para la vida cotidiana de los pueblos de la cornisa cantábrica.

En el caso de Cantabria, la relación de úti-les que tienen origen en la madera es amplísima por lo que aquí solo vamos a señalar alguno de los que nos parecen más relevantes. Además de las abarcas, la mayor parte de los utensilios rela-cionados con la leche y sus derivados han sido realizados en madera (zapitas -especie de jarro-, jarra, jermosu -que podría equivaler a una cántara castellana-, moldes para los quesos, coladores, artesas para el desuerado, tabla para el amasado del queso). Lo mismo se puede decir de los obje-tos, aperos… empleados en las labores agrícolas (canastos para llevar la hierba, los carros, raberas y rabonas, yugos, basnas, bieldos, garios, maya-les, rastras, etc.) y, por último, de la variada lista de muebles y elementos de madera que confor-maban la casa. Con estos pocos ejemplos quere-mos indicar la importancia para que el habitante del mundo rural en Cantabria han tenido de los bosques.

Como es sabido, el término abarca o albar-ca se caracteriza por su polisemia. En el caso de la de las comunidades que se asoman al Can-tábrico hay abarcas de madera y de cuero; dos formas diferentes para el calzado que recibe el mismo nombre. Según señala A. Fernández, las de madera estarían relacionadas con la ganadería de animales de poca movilidad y amiga de entor-nos muy húmedos, la vaca, mientras que las con-feccionadas en cuero estarían en relación con los animales que aprovechan ecosistemas más se-cos y montaraces como es el caso de la cabra y, en menor medida, la oveja. Aparte de considera-ciones de otro tipo, parece pertinente esta hipó-tesis, teniendo en cuenta el sentido funcional del calzado al que nos estamos refiriendo. Las abar-cas de madera protegen el pie de la humedad, y por tanto son aptas para entornos muy húmedos en los que pasta el ganado vacuno; por otra par-te, el margen de movilidad que permite es mucho menor que las confeccionadas en cuero, que sí serían adecuadas para desplazarse ágilmente tras animales de mayor movilidad y con preferen-cias de zonas de pasto más secas y arriscadas.

Los albarqueros o abarqueros se dedicaban

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a la confección de las abarcas, en la mayoría de los casos, solo durante el tiempo en que su trabajo principal lo permitía. Era, pues, una ocu-pación que se compaginaba con las labores del campo y que representaba un plus, a veces im-portante, en las ganancias de los que a ello se dedicaban. Y el oficio se trasmitía de padres a hijos.

Así pasaba en Carmona, pueblo declarado Conjunto histórico-artístico por sus típicas y bien

conservadas casonas montañesas, y uno de los principales focos abarqueros de Cantabria, junto con Lamedo, Campoo.... Cuando las faenas gana-deras y agrícolas dejaban un tiempo libre, realiza-ban otras actividades complementarias como pas-toreo, siegas, serrones y sobre todo fabricación de útiles y aperos de madera, especialmente abarcas. Santiago Rego, en “Los últimos abarqueros“, en Revista de Cantabria, nº 47, 1994, trascribe la frase de uno de estos últimos abarqueros de

Fig. 10 Aldeana asturiana con madreñas, 1921. Museo del Traje. CIPE, Madrid (FFD001608)

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Carmona, Amado Gómez González: “Yo siempre escuché decir a mi padre que en Carmona todo el mundo sabía hacer albarcas, menos el cura y el maestro porque no eran nacidos en el pueblo”.

Para hacerse una idea de la importancia de Carmona en la artesanía de las abarcas, indicar que, como recuerda Alberto Díaz Gómez en el ci-tado artículo, ya en el Catastro del Marqués de la Ensenada, en 1752, de ochenta y tres vecinos en Carmona, treinta trabajaban la madera, y de ellos diecinueve eran abarqueros. Significativo también es el siguiente fragmento de una canción tradi-cional montañesa que recoge en la misma obra: “Cuando pases la Collada,/ si te asomas al Rivero,/ desde allí verás Carmona/ la Flor de los abarqueros”.

Aunque generalmente los abarqueros abas-tecían a la comarca, en muchos casos la perfec-ción técnica y la belleza de este sencillo calzado hacía que su demanda desbordase las restringidas fronteras de la misma y se vendieran en una zona más amplia. Tal era el caso de las madreñas que

se hacían en Tarna, Asturias, conocidas como ma-dreñas “tarninas”, y que se vendían no solo en la zona de Tarna, sino también en zonas importantes de la montaña leonesa; o las albarcas de Carmona y Campoo, cuyo mercado era Torrelavega o Potes.

Proceso de elaboraciónSon muy valoradas por aquellos que las han usado y los pocos que en el presente todavía las utilizan las abarcas de madera de haya joven y en concre-to de la parte del árbol más próxima a la raíz, pues, al parecer es la que da la madera más resistente y duradera; un punto en contra es que son más pe-sadas que aquellas hechas con madera de abedul que también son muy valoradas. El haya es un ár-bol que tiene una madera blanca con un pequeño matiz amarillento cuando está recientemente tala-da y que, a medida que se seca, va adquiriendo un tono amarillo rojizo. Se caracteriza además por-que, aun siendo madera dura, se deja trabajar muy bien. A. Fernández nos cuenta, en lo relativo a la

Fig. 11 Artesanos haciendo zuecos, ca. 1900-1936. Barcelona. Fotografía del Arxiu Mas. Museo del Traje. CIPE, Madrid (FFD001676)

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elección del árbol designado para hacer este tipo de calzado, que “en lo posible se eligen árboles que crecen en la vertiente norte de los montes, en la que la forma del tronco se adapta al perfil de la madreña. El corazón ocupa una posición excéntri-ca en el tronco, más cercano al valle, donde menos le da el sol, lo que permite adjudicarle la parte me-nos exigente de la madreña: las pellas. De acuerdo con la adaptación de la posición de la madreña al tronco, a la tapa le corresponde la zona exterior, por lo que no es raro observar restos de la corteza en el picu y en la boca de las madreñas ya termina-das”. A todo lo indicado hay que añadir que la tala del árbol está muy condicionada por la estación en la que se hace: norma general es hacerlo, a ser posible, en el momento en que la sabia del árbol está más parada, es decir, cuando el árbol entra en su etapa de “letargo” una vez caídas las hojas y cuando los fríos de finales del otoño y el invierno hacen su aparición. También, y por último, se pen-saba que influía la luna: la mejor luna para que la madera fuera duradera era la de enero.

Dependiendo del tamaño del tronco este se podía cortar en uno, dos o cuatro tajos, de cada uno de los cuales se sacaba una abarca: enteriza (las “de garbanzo” y las “tarninas”, siempre), “de mitad” y “cuarteadas”.

La variedad de abarcas que se confeccio-naba a lo largo de la cornisa cantábrica hace que encontremos ejemplares que se diferencian en pe-queños detalles, pues la abarca en sí es muy simi-lar en todos los sitios. Las diferencias están en: el tipo de madera (abedul, haya, aliso, nogal, fresno, incluso castaño y cerezo…), siempre en verde y teniendo en cuenta que deben ser fáciles de tra-bajar, resistentes a la humedad, no quebradizas y lo suficientemente sólidas como para que tuvieran una duración larga y se adaptasen bien al uso que se les va a dar; el tipo de tratamiento de la made-ra (ahumada con brezo y también aulaga, pintada con la corteza de aliso…); la decoración (motivos florales, dientes de sierra, ajedrezados, mallados, corazones...); y la forma de la misma albarca (pi-cudas, chatas, de boca abierta o cerrada…). Cada zona de producción plasmaba en sus abarcas sus

preferencias, lo que las hacía más o menos de-mandadas en base a su calidad y belleza. En este sentido tenemos el ejemplo de las madreñas “tarni-nas”, hechas en madera de abedul y muy deman-dadas entre los habitantes de la montaña orien-tal leonesa. Santiago Rego, en el citado artículo, afirma que también en Cabuérniga las maderas de más larga duración son las de alisas, que crecen en las riberas de los ríos cántabros, y la blanca de los abedules, la más liviana y la que menos se abre. En relación con esta afirmación, “De abedul o de alisa la albarca y pasarás la charca”, dice un refrán (1934, Solano, II. Carta Conde Navas; Céd. Ac.), que recoge Elena Cianca Aguilar, en El campo léxi-co “calzado” en español.

Cuando los abarqueros subían al monte a cortar la madera (casi siempre una vez acabadas las tareas de siega y ensilado de las praderías), generalmente, se daba ya un primer desbastado al tronco cortado. Dependiendo de la cantidad de piezas que necesitasen, esta tarea podía durar va-rios días, por lo que se improvisaba un pequeño refugio que consistía en una cubierta de madera a modo de cabaña sin paredes donde se realizaban los trabajos previos a cubierto (ya se sabe lo pro-blemático que es el tiempo en la montaña, sobre todo en otoño e invierno). Alberto Díaz dice que en Carmona, si el tiempo en el monte duraba más de una semana, se iba “a encontrar”; es decir, se subía con burros hasta un lugar determinado pre-viamente para llevarles a los abarqueros comida y ropa limpia y bajar las abarcas ya preparadas, metidas en los cuévanos o en sacos, que termi-naban de trabajar al volver a casa, en la cocina, el zaguán...

En la realización de las abarcas, la pericia del artesano -como en toda labor artesana- es funda-mental a la hora de producir un buen producto. Sin ser un trabajo de gran dificultad, exige buenos aca-bados, mucho cuidado en el detalle y saber elegir las maderas más adecuadas para coronar la obra con éxito.

El proceso de confección de una albarca se inicia, como ya hemos señalado, con el desbasta-do, a golpe de hacha, quitando la madera en torno

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a lo que será la albarca. Se continua, en un ban-co, con la azuela, que suele ser de doble corte, uno más ancho que el otro, eliminando la madera hasta conseguir el perfil aproximado de la albarca. En este punto ya se puede iniciar el vaciado del calzado, en el potro sujeta con cuñas, haciendo la casa, o hueco donde se alojará el pie. Este vaciado se realiza con barrenos de diferentes tamaños y se finaliza trabajando con la gubia y la legra. Entonces

se ponen a secar al sol o cerca de la lumbre, para, a continuación, trabajar toda la parte externa de la pieza con el fin de que tome la forma definitiva, y se repasan los bordes de la boca, se lija y afina toda la pieza y, por último, se decora (a cuchillo y/o gubia) y se colocan los tarugos a la albarca.

El producto final puede ahumarse, con lo que se obtiene generalmente un color negro, por medio de la combustión de la aulaga y también de bre-

Fig. 12,13,14 y 15 Proceso de elaboración de

madreña, L. M. Ramos Blanco, Villablino-León.

Certamen Nal. Fotografía Artes y Tradicio-

nes Populares, 1989, Ministerio Cultura.

Museo del Traje. CIPE, Madrid (FFD008811)

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zos. Este color era el elegido por personas que estaban de luto y, con relativa frecuencia, por viu-das; también por curas. Si se hacía con helechos se conseguía un color rojizo. En la actualidad los barnices han sustituido estas viejas prácticas.

En Carmona, “pintar” hace referencia tanto a colorear como a grabar con la gubia o el cu-chillo. En Cantabria en general, para pintarlas, usaban diferentes procedimientos exclusivos de esa comunidad, de los que habla Adriano García Lomas. Para lograr el rojo “tostaban”, frotaban, la superficie de la abarca con corteza verde del aliso (esta primera mano se denominaba “embarrar”), luego la espolvoreaban con cal en polvo y, a con-tinuación, le daban una segunda mano, de lo que resultaba un color en tonos marrones más o me-nos claros o intensos parecidos al de la madera de caoba. También podían hacerlo aplicándoles

una mano de calostros en proceso de fermenta-ción y acercándolas al fuego para que se tostase, lo que se traducía en un bonito color amarillento rojizo (este proceso en las abarcas “del pico” se denominaba “turrar”). Otra de las fórmulas em-pleadas para pintar las albarcas muy extendida era con aceite y pimentón. Después de pintarla, según Alberto Diaz, le sacaban brillo con un hueso de gallina.

Tanto el ahumado (que no se solía dar en Cantabria, salvo en Liébana) como el coloreado, además de contribuir estéticamente porque, entre otras cosas, resalta los motivos tallados, aumenta la duración de la abarca, al impermeabilizarla.

Una vez concluidos varios pares de abarcas, Alberto Díaz dice que, en Carmona, los empareja-ban con cuerdas, los solían meter en sacos y par-tían a venderlas.

Fig. 16 Abarca carmoniega, ca. 1900, Carmona, Valle de Cabuérniga, Cantabria, detalle. Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE006299)

Fig. 17 Abarca de pico entornao, ca. 1800-1870, Campoo, Cantabria, detalle. Museo del Traje. CIPE, Madrid (CE017759)

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DecoraciónLa tecnica decorativa de las abarcas el tallado, sobre todo con navaja, y antes o despues de pin-tar. A veces la decoración es muy escasa, incluso puede estar ausente; pero otras, por el contrario, es muy abigarrada, como sucede en algunas abar-cas carmoniegas, en las que la presencia de de-coraciones en bandas, dientes de sierra, motivos florales, corazones, etc. hacen de ellas ejemplos de arte popular, en muchas ocasiones, de gran belleza y encanto, como es el caso de la elegida para este Modelo del mes. En la ornamentación de este tipo de abarca se repiten motivos muy tí-picos en la cerámica castreña, lo que les añade un importante valor cultural. Hay que indicar que este tipo de decoración también se encuentra en muchos palos cántabros y en trabajos salidos de manos de pastores, como colodras, cayados, etc. A. Fernández cree que en Cantabria, con una calidad excelente en la talla, no se da como en Asturias una correspondencia entre el tipo de la abarca y la decoración. Algunos motivos decorati-vos que se repiten con frecuencia en el Principa-do coinciden con las de Cantabria, pero otros son propios, como las lazadas y elementos propios del calzado, y algunos muy típicos de la cerámica prehistórica (retículas, decoración geométrica en bandas de zig-zag). En todo caso, generalmente solían ser fru-to de una larga tradición decorativa, que se repe-

tía por zonas; pero con el tiempo la aportación del artesano ha ido cobrando un mayor protagonismo. ActualidadEn la actualidad, la artesanía de la abarca está en franca decadencia. En Cabuérniga y en Campoo, por ejemplo, Santigo Rego decía, en “Los últimos abarqueros”, en 1994, que ya entonces no llega-ban a diez, de la gran cantidad que antes había, y que solo trabajaban por encargo, por lo que las que se vendían entonces en Potes y Torrelavega procedían básicamente de fábricas de fuera de Cantabria. La máquina ha sustituido al artesano, como en tantos oficios. Esta progresiva desapari-ción contrasta con lo que sucede en Holanda, por ejemplo, donde los zuecos se han convertido en símbolo nacional. Entre las causas de que su uso se vaya per-diendo, como dice Alberto Díaz Gómez, habría que considerar: la paulatina escasez de madera, la in-tensificación de la vigilancia de los montes madere-ros, lo que impide la tala furtiva, y la emigración de muchos jóvenes para la corta y planta de árboles. Pero, lo que es evidente es que ya, salvo algunas excepciones en los pueblos más recónditos, se uti-lizan casi exclusivamente como adorno en alguna casa, o como recuerdo turístico de Cantabria. En las labores cotidianas en el campo y con los ani-males han sido en muchos casos sustituidas por botas de goma.

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Bibliografía

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ALCALDESAS DE ZAMARRAMALA

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MODELO DEL MES. CICLO 2016

En estas breves conferencias, que tienen lugar en las salas de exposición, se analizan e interpreta un modelo de especial importancia entre los expuestos. A los asistentes se les entrega gratuitamente un cuadernillo con el contenido de la conferencia.

Domingos: 12:30 h.Duración: 30 min.Asistencia libre

ENEROIlustración de moda. (1934-35)Paloma Calzadilla

FEBREROTraje de alcaldesa de ZamarramalaMª Antonia Herradón

MARZOVestido camisa y spencer, (1800-10)Beatriz Bermejo

ABRILMiniatura de la reina Henriette Marie de Inglaterra,Escocia e Irlanda, y sus 29 looks, Ca.1640Concha Herranz

MAYOConjunto para hombre de Antonio Alvarado, 1987Juan Gutiérrez

JUNIOGeometria y traça ALBAIZETAMaría Prego

SEPTIEMBREAbarca cántabraAna Guerrero yAmérico López de Frutos

OCTUBREMantón de Manila, ca. 1870Lucina Llorente

NOVIEMBREPolisón infantil Elvira González

DICIEMBREPieza por determinar

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MUSEO DEL TRAJE. CIPE

Avda. Juan de Herrera, 2. Madrid, 28040

Tel. 915504700 Fax. 915504704

Dpto. de Difusión: [email protected]

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