362
CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE EL SISTEMA DEL DOCTOR ALQUITRÁN Y EL PROFESOR PLUMA Durante el otoño de 18..., mientras visitaba las provincias del Mediodía de Francia, mi ruta me condujo a las proximidades de cierta casa de salud, hospital particular de locos, del cual había oído hablar en París a notables médicos amigos míos. Como yo no había visitado jamás un estable- cimiento de esta índole, me pareció propicia la ocasión, y para no desperdiciarla propuse a mi compañero de viaje -un gentleman con el cual había entablado amistad casualmente días antes- apartarnos un poco de nuestra ruta, desviarnos alrededor de una hora y visitar el sanatorio. Pero él se negó desde el primer momento, alegando tener mucha prisa y obje- tando después el horror que le había inspirado siempre ver a un alienado. Me rogó, sin embargo, que no sacrificase a un deseo de ser cortés con él la satisfacción de mi curiosidad y me dijo que continuaría cabalgando hacia adelante y despacio, de manera que yo pudiese alcanzarlo en el mismo día o, a lo sumo, al siguiente. Cuando se despedía de mí me vino a la mente que tropezaría quizá con alguna dificultad para penetrar en ese establecimiento, y participé a mi camarada mis temores. Me respondió que, en efecto, a no ser que conociese personalmente al señor Maillard, el director, o que me proveyese de alguna carta de presentación, podría surgir al-

Edgar Allan Poe - Cuentos de Humor y Satira

Embed Size (px)

Citation preview

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRAEDGAR ALLAN POE

EL SISTEMA DEL DOCTOR ALQUITRÁN

Y EL PROFESOR PLUMA

Durante el otoño de 18..., mientras visitaba las provincias del

Mediodía de Francia, mi ruta me condujo a las proximidades de cierta casa

de salud, hospital particular de locos, del cual había oído hablar en París a

notables médicos amigos míos. Como yo no había visitado jamás un

establecimiento de esta índole, me pareció propicia la ocasión, y para no

desperdiciarla propuse a mi compañero de viaje -un gentleman con el cual

había entablado amistad casualmente días antes- apartarnos un poco de

nuestra ruta, desviarnos alrededor de una hora y visitar el sanatorio. Pero

él se negó desde el primer momento, alegando tener mucha prisa y obje-

tando después el horror que le había inspirado siempre ver a un alienado.

Me rogó, sin embargo, que no sacrificase a un deseo de ser cortés con él

la satisfacción de mi curiosidad y me dijo que continuaría cabalgando

hacia adelante y despacio, de manera que yo pudiese alcanzarlo en el

mismo día o, a lo sumo, al siguiente. Cuando se despedía de mí me vino a

la mente que tropezaría quizá con alguna dificultad para penetrar en ese

establecimiento, y participé a mi camarada mis temores. Me respondió

que, en efecto, a no ser que conociese personalmente al señor Maillard, el

director, o que me proveyese de alguna carta de presentación, podría

surgir alguna dificultad, porque los reglamentos de esas casas particulares

de locos eran mucho más severos que los de los hospicios públicos. Por su

parte, añadió, algunos años antes había conocido a Maillard y podía, al

menos, hacerme el servicio de acompañarme hasta la puerta y

presentarme; pero la repugnancia que sentía por todas las

manifestaciones de la demencia no le permitía entrar en el

establecimiento.

Se lo agradecí; y separándonos de la carretera, nos internamos en un

camino de atajo, bordeado de césped, que, al cabo de media hora, se per-

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdía casi en un bosque espeso, que bordeaba la falda de una montaña.

Habíamos andado unas dos leguas a través de este bosque húmedo y

sombrío, cuando divisamos la casa de salud. Era un fantástico castillo,

muy ruinoso, y que, a juzgar por su aspecto de vetustez y deterioro,

apenas debía de estar habitado. Su aspecto me produjo verdadero terror,

y, deteniendo mi caballo, casi sentía deseos de tomar las bridas de nuevo.

Sin embargo, pronto me avergoncé de mi debilidad y continué el camino.

Cuando nos dirigimos a la puerta central noté que estaba entreabierta y vi

un rostro de hombre que miraba de reojo. Un momento después, este

hombre se adelantaba, se acercaba a mi compañero, llamándolo por su

nombre, le estrechaba cordialmente la mano y le rogaba que bajara del

caballo. Era el mismo señor Maillard, un verdadero gentleman a la antigua

usanza: hermoso rostro, noble continente, modales exquisitos, dignidad y

autoridad, a propósito para producir una buena impresión.

Mi amigo me presentó y expresó mi deseo de visitar el establecimien-

to; Maillard le prometió que tendría conmigo todas las atenciones posibles.

Mi compañero se despidió y desde entonces no lo he vuelto a ver.

Cuando se hubo marchado, el director me introdujo en un locutorio

extremadamente pulcro, donde se veían, entre otros indicios de gusto

refinado, -muchos libros, dibujos, jarrones con flores e instrumentos de

música. Un vivo fuego ardía alegremente en la chimenea. Al piano, can-

tando un aria de Bellini, estaba sentada una mujer joven y muy bella, que

a mi llegada interrumpió su canto y me recibió con una graciosa cortesía.

Hablaba en voz baja y había en todos sus modales algo de atormentado.

Creí ver huellas de dolor en todo su rostro, cuya palidez excesiva no deja-

ba de tener cierto encanto a mis ojos, al menos. Estaba vestida de

riguroso luto, y despertó en mi corazón un sentimiento mezclado de

respeto, de interés y de admiración.

Había oído decir en París que la casa de salud del señor Maillard es-

taba organizada conforme a lo que generalmente se llama sistema de

benignidad; que se evitaba el empleo de todo castigo; que no se recurría a

la reclusión sino muy de tarde en tarde; que los enfermos, vigilados

secretamente, gozaban en apariencia de una gran libertad, y que podían

casi siempre circular por la casa y por los jardines vestidos como las

personas que están en sus cabales.

2

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Todos estos detalles estaban presentes en mi ánimo; por eso cuidé

muy bien de lo que podía hablar ante la señora joven; porque nada me

certificaba que estuviese en el pleno dominio de su razón; en efecto, había

en sus ojos cierto brillo inquieto que me inducía casi a creer que no estaba

plenamente cuerda. Restringí, pues, mis observaciones a temas generales

o a los que creía que no podían desagradar a una loca, ni siquiera excitar-

la. Respondió a todo lo que le dije de una manera perfectamente sensata,

y sus observaciones personales estaban robustecidas por el más sólido

buen sentido. Pero un detenido estudio de la fisiología de la locura me ha-

bía enseñado a no fiarme de semejantes pruebas de salud mental, y conti-

nué, durante toda la entrevista, practicando la prudencia que había

empleado al principio.

En ese momento, un criado muy elegante trajo una bandeja cargada

de frutas, de vinos y de refrescos, de los cuales me hicieron participar; al

poco tiempo, la dama abandonó la sala. Después que hubo salido, dirigí a

mi huésped una mirada interrogante.

-No -dijo-. ¡Oh, no! Es una persona de mi familia... mi sobrina... una

mujer perfectamente correcta...

-Le pido mil perdones por la sospecha -repliqué-; pero sabrá usted

disculparme. La excelente administración de su sanatorio es muy conocida

en París, y yo creí que sería posible, después de todo...; ¿comprende

usted?...

-Sí, sí, no me diga más; yo soy más bien quien debo darle las gracias

por la muy loable prudencia que ha demostrado. Encontramos rara vez

tanta cautela en los jóvenes y más de una vez hemos presenciado deplo-

rables incidentes por la ligereza de nuestros visitantes. Durante la aplica-

ción de mi sistema, y cuando mis enfermos tenían el privilegio de pasear

por todos los sitios a su capricho, caían algunas veces en crisis peligrosas

a causa de las personas irreflexivas, invitadas a visitar nuestro estable-

cimiento. Me he visto, pues, forzado a imponer un riguroso sistema de ex-

clusión, y en lo sucesivo nadie ha podido tener acceso a nuestra casa si yo

no podía contar con su discreción.

-¿Durante la aplicación de su primer sistema? -le dije, repitiendo sus

propias palabras-. ¿Debo entender con eso que el sistema de benignidad,

de que tanto se me habló, ha cesado de ser aplicado aquí?

3

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

- Hace ahora unas semanas -replicó- que hemos decidido aban-

donarlo para siempre.

- En verdad, me asombra usted.

-Hemos juzgado absolutamente necesario -dijo, exhalando un

suspiro- volver a los viejos errores. El sistema de lenidad era un espantoso

peligro en todos los momentos y sus ventajas se han avaluado con

plusvalía exagerada. Creo, señor mío, que si alguna vez se ha hecho una

prueba leal y sincera, ha sido en esta misma casa. Hemos hecho todo lo

que razonablemente podía sugerir la humanidad. Siento que usted no nos

haya hecho una visita en época anterior. Habría podido juzgar por sí mis-

mo. Pero supongo que está usted al corriente del tratamiento de

benignidad en todos sus detalles.

-Nada absolutamente. Lo que yo sé, lo sé de tercera o cuarta mano.

-Definiré, pues, el sistema en términos generales; un sistema en que

el enfermo era tratado con cariño, un sistema de dejar hacer. No contra-

riábamos ninguno de los caprichos que se incrustaban en el cerebro del

enfermo. Por el contrario, no sólo nos prestábamos a ellos, sino que los

alentábamos, y así hemos podido operar un gran número de curaciones

radicales. No hay razonamiento que impresione tanto la razón debilitada

de un demente como la reducción al absurdo. Hemos tenido hombres, por

ejemplo, que se creían pollos. El tratamiento consistía en este caso en re-

conocer y en aceptar el caso como un hecho evidente; en acusar al enfer-

mo de estupidez, porque no reconocía el suyo como un caso positivo, y,

desde luego, en negarle durante una semana toda otra alimentación que

la que corresponde propiamente a un pollo. Gracias a este método basta-

ba un poco de mijo para aperar milagros.

-Pero esta especie de aquiescencia a la monomanía por parte de us-

tedes, ¿era todo lo que constituía el método?

-No. Teníamos gran fe también en las diversiones de índole sencilla,

tales como la música, el baile, los ejercicios gimnásticos en general, los

naipes, cierta clase de libros, etcétera. Dábamos indicios de tratar a cada

individuo por una afección física corriente y no se pronunciaba jamás la

palabra locura. Un detalle de gran importancia era dar a cada loco el en-

cargo de vigilar las conversaciones de todos los demás. Poner su confianza

en la inteligencia o en la discreción de un loco, es ganarlo en cuerpo y

4

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEalma. Por esta causa no podíamos prescindir de una tropa de vigilantes

que nos salía muy costosa.

-¿Y no tenía castigos de ninguna clase?

-Ninguno.

-¿Y no encerraba jamás a sus enfermos?...

- Muy rara vez. De cuando en cuando, la enfermedad de algún in-

dividuo se exaltaba hasta una crisis, o se convertía súbitamente en furor;

entonces lo transportábamos a una celda secreta, por miedo de que el de-

sorden de su cabeza contagiase a los demás, y lo reteníamos allí hasta el

momento en que pudiésemos enviarlo a casa de sus parientes o sus ami-

gos, porque no queríamos tener nada que ver con un loco furioso. Por lo

general, era trasladado a los hospicios públicos.

-¿Y ahora ha cambiado todo eso y cree haber acertado?...

-Decididamente, sí. El sistema tenía sus inconvenientes y aun sus

peligros. Actualmente, está condenado, ¡a Dios gracias!... en todas las ca-

sas de salud de Francia.

- Estoy muy sorprendido -dije- de todo lo que me cuenta usted...

-Pero llegará el día en que aprenda a juzgar por sí mismo todo lo que

acontece en el mundo, sin fiarse en la charla de otro. No crea nada de lo

que oiga decir y no crea sino la mitad de lo que vea. Ahora bien; con

respecto a nuestras casas de salud, es evidente que algún ignaro se ha

burlado de usted. Después de comer, cuando usted haya descansado de

las fatigas del viaje, tendré sumo gusto en pasearlo a través de la casa y

hacerle apreciar un sistema que, en mi opinión y en la de todas las

personas que han podido apreciar sus resultados, es incomparablemente

el mejor y más eficaz de todos los concebidos hasta el día.

-¿Es su propio sistema? -pregunté-. ¿Un sistema de su invención?...

-Estoy orgulloso -replicó- de confesar que es mío, al menos hasta

cierto punto.

Conversé así con el señor Maillard durante una hora o dos, durante

las cuales me mostró los jardines y los terrenos del establecimiento.

- No puedo -me dijo- dejarlo ver a mis enfermos inmediatamente.

Para un espíritu sensitivo hay algo siempre más o menos repugnante en

esta clase de exhibición y no quiero quitarle el apetito para la comida.

Porque comeremos juntos. Puedo ofrecerle ternera a la Sainte-

5

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEMenéhould; coliflores con salsa aterciopelada; después de eso un vaso de

Clos de Vougeót; sus nervios quedarán bien vigorizados...

A las seis se anunció la comida y mi anfitrión me introdujo en un am-

plio comedor, donde se había congregado una numerosa bandada, veinti-

cinco o treinta personas en conjunto. Eran, en apariencia, personas

pertenecientes a la buena sociedad, seguramente de esmerada

educación, aunque sus trajes, a lo que me pareció, fuesen de una

ostentación extravagante y participasen algo del fastuoso refinamiento de

la antigua corte de Francia1.

Observé también que las dos terceras partes de los convidados eran

mujeres, y que algunas de ellas no estaban vestidas conforme a la moda

que un parisién de hoy considera como el buen gusto del día. Muchas se-

ñoras que no tenían menos de setenta años, estaban adornadas con pro-

fusión de cadenas, dijes, sortijas, brazaletes y pendientes, todo un surtido

de bisutería, y mostraban sus senos y sus brazos ofensivamente

desnudos. Noté igualmente que muy pocos de estos trajes estaban bien

cortados o, al menos, muy pocos se adaptaban a las personas que los

llevaban. Mirando alrededor, descubrí a la interesante jovencita a quien el

señor Maillard me había presentado en la sala de visitas; pero mi sorpresa

fue enorme al verla emperifollada con una enorme falda de volados, con

zapatos de tacón alto y un gorrito de encaje de Bruselas, demasiado

grande para ella, tanto que daba a su figura una ridícula apariencia de

pequeñez. La primera vez que la había visto, iba vestida de luto riguroso,

que le sentaba a maravilla. En suma, había un aire de extravagancia en

toda la indumentaria de esta sociedad, que me trajo a la mente mi idea

primitiva del sistema de benignidad y me hizo pensar que el señor Maillard

había querido engañarme hasta el final de la comida por miedo a que

experimentase sensaciones desagradables durante el ágape, dándome

cuenta de que me sentaba a la mesa con unos lunáticos. Pero me acordé

de que me habían hablado en París de los provincianos del Mediodía como

de personas singularmente excéntricas y obsesionadas por una multitud

de ideas rancias; y, además, hablando con algunos de los convidados,

1 A propósito de la ternera a la Sainte-Menéhould, de la salsa aterciopelada, de la antigua corte, etcétera, conviene no olvidar que el autor es norteamericano y que, como todos los autores ingleses y yanquis, tenía la manía de emplear términos franceses y de hacer ostentación de ideas francesas, términos e ideas algo pasados de moda.

6

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpronto sentí disiparse por completo mis aprensiones...

El comedor, aunque ofreciese algunas comodidades y tuviese buenas

dimensiones, no ostentaba toda la elegancia deseable. Así el pavimento

casi no estaba alfombrado; es cierto que esto ocurre con frecuencia en

Francia. Las ventanas no tenían visillos; las contraventanas, cuando esta-

ban cerradas, se hallaban sólidamente sujetas por barras de hierro, fijas

en diagonal, a la manera usual de las cerraduras de los comercios.

Observé que la sala formaba, por sí sola, una de las alas del castillo y que

las ventanas ocupaban así tres lados del paralelogramo, pues la puerta

estaba colocada en el cuarto lado. No había menos de diez ventanas en

total.

La mesa estaba espléndidamente servida; cubierta de vajilla de plata

y cargada de toda clase de exquisiteces. Era una profusión absolutamente

barroca. Había bastantes manjares para regodear a los Anakim. Jamás ha-

bía contemplado en mi vida tanta monstruosa ostentación, tan extrava-

gante derroche de todas las cosas buenas que la vida ofrece; pero había

poco gusto en el arreglo del servicio; y mis ojos, acostumbrados a luces te-

nues, sentíanse heridos vivamente por el prodigioso brillo de una multitud

de bujías, en candelabros de plata que se habían puesto sobre la mesa y

diseminado en toda la sala, dondequiera que se había podido encontrar un

sitio. El servicio lo hacían muchos domésticos diligentísimos, y, en una

gran mesa, al fondo de la sala, estaban sentadas siete u ocho personas

con violines, flautas, trombones y un tambor. Esos personajes, en

determinados intervalos de tiempo, durante la comida, me fatigaron

mucho con una infinita variedad de ruidos, que tenían la pretensión de ser

música, y que, al parecer, causaban un vivo placer a los circunstantes;

bien entendido, con excepción mía.

En fin, yo no podía dejar de pensar que había cierta extravagancia en

lo que veía; pero, después de todo, el mundo está compuesto de toda

clase de gente, que tiene maneras de pensar muy diversas y una porción

de usos completamente convencionales. Y, además, ya había viajado lo

bastante para ser un perfecto adepto del nil admirari; por consiguiente,

tomé tranquilamente asiento al lado de mi anfitrión, y, dotado de

excelente apetito, hice los honores a esa buena comida.

La conversación era animada y general. Pronto vi que esa sociedad

7

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEestaba compuesta, casi por completo, de gente bien educada, y mi hués-

ped por sí solo era un tesoro de anécdotas alegres. Parecía que se

disponía a hablar de su posición de director de una casa de salud, y con

gran sorpresa mía, la misma locura sirvió de tema de conversación

favorita a todos los convidados.

-Tuvimos aquí en una ocasión un gracioso -dijo un señor grueso

sentado a mi derecha- que se creía tetera y, dicho sea de paso, ¿no es no-

table que este capricho particular entre tan frecuentemente en el cerebro

de los locos? No hay en Francia un manicomio que no pueda suministrar

una tetera humana. Nuestro señor era una tetera de fabricación inglesa y

tenía cuidado de limpiarse él mismo todas las mañanas con una gamuza y

blanco de España...

-Y, además -dijo un hombre alto que estaba precisamente enfrente-,

hemos tenido, no hace mucho tiempo, un individuo a quien se le había

metido en la cabeza que era un asno, lo cual, metafóricamente hablando,

era perfectamente cierto. Era un enfermo muy fatigoso y teníamos que

tener mucho cuidado para que no se propasara. Durante muchísimo

tiempo no quiso comer más que cardos; pero lo curamos pronto de esa

idea, insistiendo en que no comiera otra cosa. Se entretenía sin cesar en

cocear así... así...

-¡Señor de Kock! Le agradecería mucho que se contuviese -inte-

rrumpió entonces una señora anciana sentada al lado del orador-. Guarde,

si le parece, las coces para usted. ¡Me ha estropeado mi vestido de

brocado! ¿Es necesario aclarar una observación de un modo tan material?

Nuestro amigo, que está aquí, lo comprenderá igualmente sin esta demos-

tración física. Palabra, que es usted casi tan asno como ese pobre loco que

creía serlo. Su agilidad en cocear es completamente natural, tan cierto

como yo soy quien soy...

-¡Mil perdones, señorita! -respondió el señor de Kock, interpelado de

esa manera-. ¡Mil perdones! Yo no tenía intención de ofenderla. Señorita

Laplace; el señor de Kock solicita el honor de brindar una copa de vino con

usted.

Entonces, el señor de Kock se inclinó, le besó ceremoniosamente la

mano y bebió el vino que le ofreció la señorita Laplace.

- Permítame usted, amigo mío -dijo el señor Maillard, dirigiéndose a

8

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmí-, permítame ofrecerle un pedazo de esta ternera a la Sainte-Mené-

hould; la encontrará delicadísima...

Tres robustos criados habían conseguido depositar, sin riesgo, sobre

la mesa, un enorme plato, que más bien parecía un barco, conteniendo lo

que yo suponía ser el monstrum horrendum, informe, ingens, cui lumen

ademptum.

Un examen más atento me confirmó, no obstante, que sólo era una

ternera asada, entera, apoyada en sus rodillas, con una manzana entre los

dientes, según la moda usada en Inglaterra para servir una liebre.

-No, muchas gracias -repliqué-; para decir verdad, no tengo una gran

debilidad por la ternera a la Sainte... ¿cómo dice usted?, porque, ge-

neralmente, no me sienta bien. Le suplico que haga cambiar este plato y

que me permita probar algo de conejo.

Había sobre la mesa algunos platos laterales, que contenían lo que

me parecía ser conejo casero, a la francesa; un bocado delicioso que me

permito recomendaros.

-¡Pedro! -gritó mi anfitrión-. Cambie el plato del señor y sírvale un

pedazo de ese conejo al gato.

-¿De ese... qué? -interrogué.

-De ese conejo al gato.

-¡Ah, pues lo agradezco mucho!... Pensándolo bien, renuncio a co-

merlo y prefiero servirme un poco de jamón.

En realidad (pensaba yo) no sabe uno lo que come en la mesa de

estas personas de provincia. No quiero saborear conejo al gato por la

misma razón que no querría probar gato al conejo.

- Y luego -dijo un personaje de figura cadavérica, colocado al extremo

de la mesa, reanudando el hilo de la conversación donde se había

interrumpido-, entre otras extravagancias, hemos tenido en cierta época a

un enfermo que se obstinaba en creerse un queso y que se paseaba con

un cuchillo en la mano, invitando a sus amigos a cortar, para saborearlo,

un pedazo de su muslo.

-Era, sin duda, un loco perdido -interrumpió otra persona-; pero no se

podía comparar con un individuo que todos hemos conocido, con

excepción de este caballero extranjero. Me refiero al hombre que se

figuraba ser una botella de champaña y que hablaba siempre con un

9

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpau... pau... y un pschi... i... i..., de esta manera...

Entonces el orador, muy torpemente, a mi juicio, metió su pulgar de-

recho bajo su carrillo izquierdo, y lo retiró bruscamente con un ruido se-

mejante al estallido de un corcho que salta, y luego, por un hábil

movimiento de la lengua sobre los dientes, produjo un silbido agudo, que

duró algunos minutos, para imitar el borboteo del champaña. Esta mímica

no fue grata al señor Maillard, por lo que pude observar; no obstante, no

dijo nada. Entonces la conversación fue reanudada por un hombre menu-

do, muy flaco, con una gran peluca.

-Había también -dijo- un imbécil que se creía una rana, animal al cual

se asemejaba extraordinariamente, dicho sea de paso. Quisiera que usted

lo hubiese visto, señor (se dirigía a mí); le habría causado alegría ver el

aire de naturalidad que daba a su papel. Señor, si ese hombre no era una

rana, puedo decir que era una gran desgracia que no lo fuese. Su croar

era, aproximadamente, así: ¡O... o... o... güe... o... ooo... güe...! ... Solía dar

verdaderamente la nota más limpia del mundo; i un sí bemol!, y cuando

ponía los codos sobre la mesa de esta manera, después de haber bebido

una o dos copas de vino, y distendía su boca así, y giraba sus ojos de esta

manera, y luego los hacía pestañear con excesiva rapidez, así, ¿ve

usted?..., señor, le juro de la manera más seria y positiva que usted habría

caído en éxtasis ante la genialidad de ese hombre.

-No lo dudo -respondí.

-Había también (dijo otro personaje) un tal Petit Gaillard que se creía

una pizca de tabaco y que estaba desconsolado de no poder tomarse a sí

mismo entre su índice y su pulgar.

-Hemos tenido también a Julio Deshouliéres, que era verdaderamente

un genio singular y que se volvió loco sugestionado por la idea de que era

una calabaza. Perseguía sin cesar al cocinero para hacer que lo pusiera en

un pastel, cosa a la cual el cocinero se negaba con indignación. i Por mi

parte, no afirmaré que un pastel a la Deshouliéres no fuese un manjar

exquisito, en verdad!...

-Usted me asombra -dije.

Y miré al señor Maillard con ademán interrogativo.

-¡Ah, ah! -dijo éste-. ¡Eh, eh! ¡Ih, ih! ¡Oh, oh, oh! ¡Uh, uh, uh!...

Excelente, en verdad. No debe asombrarse, amigo mío; este señor es un

10

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEextravagante, un gran bromista; no hay que tomar al pie de la letra lo que

dice...

- ¡Oh!... -dijo otra persona de la reunión-. Pero también hemos

conocido a Bouffon-Legrand, otro personaje muy extraordinario en su gé-

nero. Se le trastornó el cerebro por una pasión amorosa y se imaginó que

era poseedor de dos cabezas. Afirmaba que una de ellas era la de Cicerón;

en cuanto a la otra, se la imaginaba compuesta, siendo la de Demóstenes

desde la frente hasta la boca y la de Lord Brougham desde la boca hasta

el remate de la barbilla. No sería imposible que estuviese engañado; pero

lo habría convencido de que tenía razón, porque era un hombre de gran

elocuencia. Tenía verdadera pasión por la oratoria y no podía contenerse

en manifestarlo. Por ejemplo, tenía la costumbre de saltar así sobre la

mesa y luego...

En ese momento, un amigo del orador, sentado a su lado, le puso la

mano en el hombro y le cuchicheó algunas palabras al oído; al oír esto, el

otro cesó inmediatamente de hablar y se dejó caer sobre la silla.

- Y luego -dijo el amigo, el que había hablado en voz baja- hubo

también un tal Boulard, la girándula. Lo llamo la girándula porque estuvo

atacado de la manía singular acaso, pero no absolutamente insensata, de

creerse transformado en veleta. Hubieran muerto de risa al verlo girar. Pi-

rueteaba sobre sus talones de esta manera: vea usted...

Entonces, el amigo a quien él había interrumpido un momento antes,

le prestó exactamente, a su vez, el mismo servicio.

-Pero -exclamó una anciana con voz chillona- su señor Boulard era un

loco y un loco muy estúpido además. Porque, permítame preguntarle:

¿quién ha oído hablar jamás de una veleta humana? La cosa es absurda

en sí misma. Madame Joyeuse era una persona más sensata, como usted

sabe. También tenía su manía, pero una manía inspirada por el sentido

común, y que causaba gran satisfacción a todos los que tenían el honor de

conocerla. Había descubierto, tras madura reflexión, que había sido

transformada, por un singular accidente, en gallo; pero en su calidad de

gallo, se comportaba normalmente. Batía las alas así, así, con un esfuerzo

prodigioso, y su canto era deliciosísimo... ¡Coo... o... co... coo... o...! ¡Coo...

o... co... coo... oo...!

-Madame Joyeuse, le ruego que procure contenerse -interrumpió

11

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnuestro anfitrión con cólera-. Si no quiere conducirse correctamente como

una dama debe hacerlo, puede abandonar la mesa inmediatamente. ¡Elija

usted!...

La dama (a quien yo quedé asombrado de oír nombrar Madame Jo-

yeuse, después de la descripción de Madame Joyeuse que ella acababa de

hacer) se ruborizó hasta las pestañas y pareció profundamente humillada

por la reprimenda. Bajó la cabeza y no respondió ni una sílaba. Pero una

dama más joven reanudó el tema de conversación. Era la hermosa mu-

chacha de la sala de visitas.

-¡Oh! -exclamó-. i Madame Joyeuse era una loca! Pero había mucho

sentido común en la fantasía de Eugenia Salsafette. Era una hermosísima

joven, de aire modesto y contrito, que juzgaba muy indecente la

costumbre vulgar de vestirse y que quería vestirse siempre poniéndose

fuera de sus ropas, no dentro. Es cosa muy fácil de hacer, después de

todo. No tenéis más que hacer así... y luego así... y después... y

finalmente...

-¡Dios mío! ¡Señorita Salsafette! -exclamaron una docena de voces a

coro-. ¿Qué hace usted? ¡Conténgase!... ¡Basta! ¡Ya vemos cómo puede

hacerse! ¡Basta!...

Y varias personas saltaban ya de las sillas para impedir a la señorita

Salsafette ponerse al igual de la Venus de Médicis, cuando el resultado

apetecible fue súbita y eficazmente logrado por consecuencia de los gritos

o de los aullidos que provenían de algún departamento principal del cas-

tillo. Mis nervios se sintieron muy impresionados, si he de decir la verdad,

por esos aullidos; pero los otros convidados me causaron lástima. Nunca

he visto en mi vida reunión de personas sensatas tan absolutamente em-

pavorecidas. Se tornaron todos pálidos como cadáveres, saltaban sobre la

silla, se estremecían y castañeteaban de tenor y parecían esperar con

oídos ansiosos la repetición del mismo ruido. Se repitió, en efecto, con

tono más alto y como aproximándose; y luego una tercera vez, muy

fuerte, muy fuerte, y, por fin, una cuarta vez, con energía que iba en

descenso. Ante ese aparente apaciguamiento de la tempestad, toda la

reunión recobró inmediatamente su alegría y su animación y las

anécdotas pintorescas comenzaron de nuevo. Me aventuré entonces a

indagar cuál era la causa de ese ruido.

12

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-Una bagatela -dijo el señor Maillard-. Estamos ya fatigados de ello y

nos preocupamos muy poco. Los locos, a intervalos regulares, se ponen a

aullar a coro, excitándose el uno al otro, y llegando a veces a formar como

una jauría de perros por la noche. Ocurre también de cuando en cuando

que ese concierto de aullidos va seguido de un esfuerzo simultáneo de

todos para evadirse; en ese caso, hay quien siente algún temor, na-

turalmente.

-¿Y cuántos tienen ahora encerrados?

-Por ahora, diez entre todos.

-Supongo que mujeres, principalmente...

-¡Oh, no! Todos hombres y robustos mozos; se lo puedo afirmar. - La

verdad es que yo había oído decir siempre que la mayoría de los locos

pertenecía al sexo amable.

-En general, sí; pero no siempre. Hace algún tiempo teníamos aquí

unos veintisiete enfermos y de este número no había menos de dieciocho

mujeres; pero desde hace poco, las cosas han cambiado mucho, como

usted ve.

- Sí... han cambiado mucho... como usted ve -interrumpió el señor

que había destrozado la tibia de Mademoiselle Laplace.

- Sí, han cambiado mucho, como usted ve -clamó al unísono la so-

ciedad.

-¡Cállense ustedes, cállense!... ¡Contengan la lengua!... -gritó mi

anfitrión, en un acceso de cólera.

Al oír esto, toda la reunión guardó durante un minuto un silencio de

muerte. Hubo una dama que obedeció al pie de la letra al señor Maillard,

es decir que, sacando la lengua, una lengua excesivamente larga, la

agarró con las dos manos y la tuvo así con mucha resignación hasta el fin

del banquete.

- Y esta señora -dije al señor Maillard, inclinándome hacia él y ha-

blándole en voz baja-, esta excelente dama que hablaba hace un mo-

mento y que nos lanzaba su ¡cocoricó! y ¡kikirikí!, ¿es absolutamente

inofensiva, totalmente inofensiva, eh?

-¡Inofensiva! -exclamó con sorpresa no fingida-. ¿Cómo? ¿Qué quiere

usted decir?

-¿No está más que ligeramente atacada? -dije yo señalándole la

13

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEfrente-. Supongo que no está peligrosamente afectada, ¿eh?

-¡Dios mío! ¿Qué se imagina usted? Esta dama, mi particular y an-

tigua amiga, Madame Joyeuse, tiene el cerebro tan sano como yo. Padece

de algunas excentricidades, sin duda alguna; pero ya sabe usted que

todas las ancianas, todas las señoras muy ancianas, son más o menos ex-

céntricas...

-Sin duda alguna -dije-, sin duda. ¿Y el resto de esas señoras y

señores?...

-Todos son mis amigos y mis guardianes -interrumpió el señor

Maillard, irguiéndose con altivez-, mis excelentes amigos y mis ayudantes.

-¿Cómo? ¿Todos ellos? -pregunté-. ¿Y las mujeres, también, sin

excepción?...

- Indudablemente -dijo-. No podríamos hacer nada sin las mujeres:

son las mejores enfermeras del mundo para los locos; tienen una manera

suya especial, ¿sabe usted? Sus ojos producen efectos maravillosos, algo

como la fascinación de la serpiente, ¿sabe usted?...

- Seguramente -dije yo-, seguramente. Se conducen de un modo algo

extravagante, ¿no es eso? Tienen algo de original. ¿No le parece a usted?

- ¡Extravagante! ¡Original! ¡Cómo! ¿Opina usted así?... A decir ver-

dad, en el Mediodía no somos hipócritas; hacemos todo lo que nos agrada;

gozamos de la vida; y todas esas costumbres, ya comprende usted...

- Perfectamente -dije-, perfectamente...

- Y luego ese Clos de Vougeót es algo capitoso, ¿comprende usted?;

un poco fuerte, ¿no es eso?

-Seguramente -dije yo-, seguramente. Entre paréntesis, señor, ¿no le

he oído yo decir que el sistema adoptado por usted, en sustitución del

famoso sistema de benignidad, era de una severidad rigurosa?...

-De ningún modo. La reclusión es absolutamente rigurosa; pero el

tratamiento -el tratamiento médico, quiero decir- es agradable para los

enfermos.

- ¿Y el nuevo sistema es de su invención?

-Nada de eso, absolutamente. Algunos aspectos de mi sistema deben

ser atribuidos al profesor Alquitrán y del cual ha oído usted forzosamente

hablar; y hay en mi plan modificaciones que me es grato reconocer como

pertenecientes de derecho al célebre Pluma, a quien ha tenido usted el

14

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhonor, si no me engaño, de conocer íntimamente.

- Me siento avergonzado de confesar -repliqué- que hasta ahora

jamás había oído pronunciar los nombres de esos señores.

-¡Cielo santo! -exclamó mi anfitrión, retirando bruscamente la silla y

levantando las manos en alto-. i Es posible que yo le haya entendido

mal!... ¿No habrá querido usted decir, verdad, que no ha oído hablar jamás

del erudito doctor Alquitrán ni del famoso profesor Pluma?...

-Me veo forzado a reconocer mi ignorancia -respondí-; pero la verdad

ante todo. Créame que me siento humillado de no conocer las obras de

esos dos hombres, sin duda alguna, extraordinarios. Voy a ocuparme de

buscar sus escritos y los leeré con estudiosa diligencia. Señor Maillard,

usted me ha hecho, lo confieso, avergonzarme de mí mismo...

Y era la pura verdad.

-No hablemos más de eso, mi joven y excelente amigo -dijo con

bondad, estrechándome la mano-; tomemos cordialmente juntos un vaso

de Sauterne.

Bebimos ambos. La reunión siguió el ejemplo sin vacilaciones. Char-

laban, bromeaban, reían, realizaban mil extravagancias. Los violines ras-

caban, el tambor multiplicaba sus rataplanes, los trombones mugían como

toros de Phalaris; y toda la cuadrilla, exaltándose a medida que los vinos

la dominaban imperiosamente, se convirtió al fin en una especie de pan-

demónium in petto. Sin embargo, el señor Maillard y yo, con algunas bo-

tellas de Sauterne y de Clos de Vougeót repartidas entre nosotros dos,

continuábamos el diálogo a chillidos. Una palabra pronunciada en el dia-

pasón ordinario no habría tenido más probabilidades de ser oída que la

voz de un pez en el fondo del Niágara.

-Señor -le grité al oído-, me hablaba usted, antes de la comida, del

peligro que implica el antiguo sistema de lenidad. ¡A qué se refiere usted?

- Sí -respondió-, había algunas veces un gran peligro. No es posible

darse cuenta de los caprichos de los locos; y, a mi juicio, y asimismo

según la opinión del doctor Alquitrán y del profesor Pluma, no es prudente

jamás dejarlos pasearse libremente y sin vigilantes. Un loco puede ser

pacífico, como suele decirse, por algún tiempo, pero al fin es siempre

capaz de turbulencias. Además, su astucia es proverbial y

verdaderamente muy grande. Si tiene un plan sabe ocultarlo con

15

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmaravillosa hipocresía; y la habilidad con que remeda la lucidez ofrece al

estudio del filósofo uno de los más singulares problemas psíquicos.

Cuando un loco parece completamente razonable, es ocasión, créamelo,

de ponerle la camisa de fuerza.

-Pero ese peligro, querido amigo, ¿ese peligro de que usted habla?...

Según su propia experiencia, desde que esta casa está bajo su control,

¿ha tenido usted una razón material y positiva para considerar peligrosa la

libertad en un caso de locura?...

- ¿Aquí? ¿Por mi propia experiencia?... Ciertamente, no puedo res-

ponder ¡sí!... Por ejemplo, no hace mucho tiempo, una circunstancia singu-

lar se ha presentado en esta misma casa. El sistema de benignidad, como

usted sabe, estaba entonces en uso y los enfermos se hallaban en

libertad. Se conducían notablemente bien, a tal punto que toda persona de

buen sentido hubiera podido deducir de esa cordura la prueba de que se

fraguaba entre estos amigos algún plan diabólico. Y, en efecto, una buena

mañana, los guardianes aparecieron atados de pies y manos y arrojados a

las celdas, donde fueron vigilados por los mismos locos que habían

usurpado las funciones de guardianes.

-¡Oh! ¿Qué me dice usted? No he oído hablar jamás, en mi vida, de

absurdo semejante...

- Es un hecho. Todo eso ocurrió, gracias a un necio, a un estúpido, a

un loco a quien se le había metido en la cabeza que era el inventor del

mejor sistema de gobierno de que se hubiera oído hablar jamás, gobierno

de locos, bien entendido. Deseaba dar una prueba de su invento y así per-

suadió a los otros enfermos de unirse a él en una conspiración para derri-

bar al poder reinante.

- ¿Y lo consiguió realmente?...

-Completamente. Los vigilantes y los vigilados tuvieron que trocar sus

respectivos papeles, con la diferencia muy importante, sin embargo, de

que los locos habían quedado libres mientras que los guardianes fueron

inmediatamente encerrados en calabozos y tratados (me duele confesarlo)

de una manera muy poco gentil.

-Pero presumo que ha debido llevarse a cabo muy pronto una con-

trarrevolución. Esta situación no podía durar mucho tiempo. Los campe-

sinos de las cercanías y los visitantes que venían a ver el establecimiento

16

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabrán dado, sin duda, la voz de alarma.

- Está usted en un error. El jefe de los rebeldes era demasiado astuto

para que eso pudiera ocurrir. No admitió en lo sucesivo a ningún visitante;

con excepción, por una sola vez, de un caballero joven, de fisonomía muy

boba y que no podía inspirarle desconfianza alguna. Le permitió visitar la

casa, como para introducir en ella un poco de variedad y para divertirse

con él. Inmediatamente que le hubo enseñado todo, lo dejó salir...

-¿Y cuánto tiempo ha durado el reinado de los locos?...

-¡Oh, mucho tiempo, en verdad! Un mes, seguramente; no sé si más;

acaso, pero no puedo precisarlo. Sin embargo, los locos se daban buena

vida; puedo jurárselo. Desecharon sus trajes viejos y raídos, y apro-

vecharon lindamente el guardarropa de familia y las joyas. Las bodegas

del castillo estaban bien provistas de vino y esos demonios de locos son

buenos catadores y saben beber bien. Han vivido espléndidamente, se lo

aseguro...

-¿Y el tratamiento? ¿Cuál era el género de tratamiento que aplicaba

el jefe de los rebeldes?...

- En cuanto a eso, he de decirle que un loco no es necesariamente

necio, como ya se lo he hecho observar, y es mi humilde opinión que su

tratamiento era un tratamiento bastante mejor que el que había sido mo-

dificado. Era un tratamiento verdaderamente fundamental, sencillo, lim-

pio, sin obstáculo alguno, realmente delicioso... era...

Aquí las observaciones de mi anfitrión fueron bruscamente interrum-

pidas por una nueva serie de gritos, de la misma calidad de los que ya nos

habían desconcertado. Sin embargo, esta vez parecían proceder de perso-

nas que se iban acercando rápidamente.

-¡Cielo santo! -exclamé-. Los locos se han escapado, sin duda.

-Me temo que tenga usted razón -respondió el señor Maillard, po-

niéndose entonces terriblemente pálido.

Apenas concluida su frase cuando se hicieron oír grandes clamores e

imprecaciones debajo de las ventanas, e inmediatamente después obser-

vamos, con toda claridad, que algunos individuos que estaban fuera se in-

geniaban para entrar por maña o por fuerza en la sala. Se golpeaba en la

puerta con algo que debía de ser una especie de cencerro o un enorme

martillo y las contraventanas eran sacudidas y empujadas con prodigiosa

17

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEviolencia.

Siguió una escena de la más terrible confusión, el señor Maillard, con

gran asombro mío, se escondió debajo del aparador. Hubiera esperado de

él más resolución y energía. Los miembros de la orquesta, que desde un

cuarto de hora antes parecían demasiado beodos para ejercer sus funcio-

nes artísticas, saltaron sobre sus taburetes y sus instrumentos y,

escalando el tablado, atacaron al unísono una marcha, el Yankee-Doodle2,

que ejecutaron, si no con maestría, al menos con una energía

sobrehumana, durante todo el tiempo que duró el desorden.

Con todo, el señor a quien antes se le había impedido, con gran difi-

cultad, saltar sobre la mesa, saltó ahora en medio de vasos y botellas. In-

mediatamente que estuvo instalado con toda comodidad, inició un

discurso que indudablemente hubiera parecido de primer orden si se le

hubiera podido oír. En el mismo instante el hombre cuyas predilecciones

estaban por la veleta, se puso a piruetear alrededor de la habitación, con

inmensa energía, tanto que tenía el aspecto de una verdadera veleta, de-

rribando a todos los que encontraba a su paso. Y luego, oyendo increíbles

petardeos y chorreos inauditos de champaña, descubrí que todo eso pro-

cedía del individuo que durante la comida había desempeñado tan bien el

papel de botella. Al mismo tiempo, el hombre-rana croaba con todas sus

fuerzas, como si la salvación de su alma dependiese de cada nota que pro-

fería. En medio de todo ello, se elevaba, dominando todos los ruidos, el

ininterrumpido rebuzno de un asno. En cuanto a mi antigua amiga, Ma-

dame Joyeuse, parecía hallarse atacada de tan horrible perplejidad, que

me inspiraba deseos de llorar. Estaba de pie en un rincón, cerca de la es-

tufa, y se contentaba con cantar, a voz en cuello, ¡cocoricó, kikirikí!

Por fin, llegó la crisis suprema, la catástrofe del drama. Como los gri-

tos, los aullidos y los kikirikís eran las únicas formas de resistencia, los

únicos obstáculos opuestos a los esfuerzos de los asaltantes, las dos

ventanas fueron forzadas rápidamente y casi simultáneamente. Pero no

olvidaré jamás mis sensaciones de aturdimiento y de horror cuando vi

saltar por las ventanas y precipitarse atropelladamente entre nosotros,

gesticulando con las manos, con los pies, con las uñas, un verdadero

ejército aullador de monstruos, que primeramente tomé por chimpancés,

2 Aire popular norteamericano.

18

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEorangutanes o grandes babuinos negros del Cabo de Buena Esperanza.

Recibí unos terribles golpes, y entonces me apelotoné debajo de un

diván, donde quedé inmóvil. Después de haber permanecido allí un cuarto

de hora aproximadamente, durante el cual escuché todo lo que ocurría en

la sala, obtuve, al fin, con el desenlace, una explicación satisfactoria de

esa tragedia. El señor Maillard, al contarme la historia del loco que había

excitado a sus camaradas a la rebelión, no había hecho sino relatar sus

propias fechorías. Ese señor había sido, en efecto, dos o tres años antes,

director del establecimiento; luego su cerebro se había perturbado y había

pasado al número de los enfermos. Este hecho no era conocido del com-

pañero de viaje que me había presentado a él. Los guardianes, en número

de diez, habían sido súbitamente atacados, luego bien alquitranados, lue-

go cuidadosamente emplumados, luego, por fin, encerrados en los sóta-

nos. Habían estado así encerrados más de un mes, y durante todo ese

tiempo el señor Maillard no sólo les había concedido generosamente el al-

quitrán y las plumas (lo cual constituía su sistema) sino también... algo de

pan y agua en abundancia. Diariamente una bomba impelente les enviaba

su ración de duchas...

Al fin, uno de ellos, habiéndose evadido por una alcantarilla, devolvió

la libertad a todos los demás.

El sistema de benignidad, con importantes modificaciones, ha sido

restaurado en el sanatorio de los locos; pero no puedo menos de

reconocer, con el señor Maillard, que su tratamiento, el suyo original y

peculiar, era, en su género, un tratamiento fundamental. Como él mismo

hacía observar con exactitud, era un tratamiento sencillo, limpio, sin

dificultad alguna, absolutamente ninguna...

Sólo he de añadir unas palabras.

Aunque he buscado por todas las bibliotecas de Europa las obras del

doctor Alquitrán y del profesor Pluma, no he podido, hasta hoy, a pesar de

todos mis esfuerzos, conseguir un ejemplar.

19

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

AUTOBIOGRAFÍA LITERARIA DEL

SEÑOR NO SÉ CUÁNTO

AUTOBIOGRAFÍA LITERARIA DEL

SEÑOR NO SÉ CUÁNTO3

Ex director del Hacen rin, hacen ran

Estoy envejeciendo y, como tengo entendido que Shakespeare y el

señor Emmons murieron alguna vez, no es imposible que hasta yo mismo

muera. Se me ha ocurrido, por lo tanto, que podría retirarme de las Letras

y descansar por fin sobre mis laureles. Mi anhelo, sin embargo, es rubricar

mi abdicación al trono literario con algún legado importante para la pos-

teridad, y quizá no pueda dejarle nada mejor que una crónica de mis pri-

meros años en la profesión. Por cierto, hace tanto tiempo que mi nombre

ocupa sin interrupción un lugar de privilegio ante el público, que no sólo

admito el natural interés que despierta por doquier, sino que acepto la

responsabilidad de satisfacer la curiosidad que inspira. En efecto, dejar hi-

tos que señalen el propio ascenso no es más que un deber de quien alcan-

za la grandeza, para que otros puedan seguir sus pasos.

Por ende, en este artículo (que en algún momento pensé titular "Me-

morias en beneficio de una historia literaria de los Estados Unidos") me

propongo reseñar esos decisivos -aunque tímidos y vacilantes- pasos

iniciales que me pusieron a la larga en la senda hacia la cumbre.

Es innecesario hablar mucho de nuestros antepasados más remotos.

Mi padre, don Thomas Bob, ocupó durante varios años la cima de su pro-

fesión de barbero en la gran urbe Fatua. Su negocio era el refugio de la

gente del lugar, especialmente de los miembros de las brigadas periodísti-

3 El nombre en inglés es Thingum Bob, expresión que se usa para referirse a alguien cuyo nombre no se conoce o no se recuerda, de modo que el nombre del autor ficticio de este texto equivaldría en español al de "Señor No se cuánto". [N. de la T.]

20

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcas, que a todos inspiran reverencia y veneración. Yo, por mi parte, los

veía como dioses, y bebía con avidez el ingenio y la sabiduría sin par que

fluían de sus augustos labios durante el proceso que se denomina de "apli-

cación en la espuma". El primer instante de genuina inspiración en mi vida

data de esa época memorable, del día en que, ante un auditorio devoto

formado por nuestros aprendices, el brillante director del Tábano recitó en

los intervalos de la operación arriba mencionada un poema incomparable

en honor de la "Única y Genuina Crema de Afeitar de Bob" (cuyo nombre

provenía de su dotado inventor, mi padre), declamación por lo cual la

firma Thomas Bob & Cía., barberos, lo recompensó con generosidad.

La genialidad de las estrofas de la "Crema de Bob" me insufló por

primera vez el afflatus divino. Decidí en el acto ser un gran hombre y

comenzar por ser un gran poeta. Esa misma noche, caí de rodillas a los

pies de mi padre.

-Padre, iperdóname!, pero mi alma se eleva por encima de la brocha

y de la espuma. Tengo el firme propósito de dejar el negocio. Quiero ser

director de un diario, quiero ser poeta, quiero escribir estrofas a la "Crema

de Bob". i Perdóname y ayúdame en mi camino hacia la inmortalidad!

-Querido Bagatela -contestó mi padre (me habían bautizado Bagatela

en honor a un pariente acaudalado que tenía ese apellido) .

"Querido Bagatela -repitió alzándome por las orejas-, eres un as, y

sales a tu padre en eso de tener un alma. También tienes una cabeza in-

mensa, y debe de contener mucho seso. Hace rato que me percaté de

este hecho, y te destinaba a la profesión de abogado. Pero ese oficio,

empero, se ha vuelto poco caballeresco, y el de político no rinde. En

general, tu elección es sensata, el oficio de periodista es el mejor, y si

puedes ser poeta al mismo tiempo, como lo son la mayoría de los

periodistas dicho sea de paso, matarás dos pájaros de un tiro. Para

alentarte en los comienzos, te alquilaré una buhardilla, te daré pluma,

tinta y papel, un diccionario de la rima y un ejemplar del Tábano. No creo

que puedas pedir más.

- Sería un villano ingrato si lo hiciera -contesté con entusiasmo-. Tu

generosidad no tiene límites. Te la retribuiré haciéndote padre de un

genio.

Así terminó mi plática con el mejor de los hombres y, apenas finaliza-

21

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEda, consagré todo mi celo a las labores poéticas, puesto que en ellas cifra-

ba mis esperanzas de alcanzar el enviciado sillón de director de un diario o

revista.

En mis primeros intentos de creación poética, descubrí que las estro-

fas a la "Crema de Bob", más que provechosas, resultaban un estorbo. Su

esplendor me encandilaba en lugar de iluminarme. En comparación con

mis propios engendros, su carácter excelso me provocaba, naturalmente,

desánimo, de modo que durante buen tiempo me esforcé en vano. Por fin,

tuve una de esas ideas excepcionales por su originalidad que alguna que

otra vez nacen en la mente del hombre de genio. Se trataba de lo siguien-

te o, más bien, así fue como la llevé a cabo. Entre los bodrios que había en

una librería de viejo de un barrio apartado de la ciudad, elegí varios volú-

menes antiguos totalmente desconocidos u olvidados. El librero me los

vendió por nada. De uno de ellos, que decía ser la traducción de una obra

titulada Infierno de un tal Dante, copié con gran prolijidad un largo pasaje

sobre un hombre llamado Ugolino, que tenía varios hijos. De otro libro, que

contenía una cantidad de obras de teatro de un autor cuyo nombre no

recuerdo, copié con igual esmero algunos versos que hablaban de "án-

geles", "sacerdotes que bendecían el pan", "espíritus infernales" y otras

cosas por el estilo. De un tercer volumen, escrito por un ciego, no me

acuerdo si griego o de la tribu choctaw (no puedo perder tiempo en recor-

dar con precisión esas nimiedades), saqué unos cincuenta versos que co-

menzaban con la "cólera de Aquiles", "grasa" y alguna otra cosa.

De un cuarto, que también era obra de un ciego, elegí una página

donde se hablaba de "salves" y de la "santa luz", y aunque no corresponde

que un ciego escriba sobre la luz, los versos eran a su manera aceptables.

Una vez hechas las fieles copias de estos poemas, las firmé a todas

con el seudónimo "Oppodeldoc" (nombre convenientemente sonoro) y,

colocándolas en sendos sobres elegantes, las envié a las cuatro

principales revistas literarias, solicitando su rápida publicación y

consiguiente pago. La respuesta a este plan tan bien trazado (cuyo éxito

me habría ahorrado muchas penurias posteriores), sin embargo, me

convenció de que es imposible engatusar a ciertos directores y dio el

coup-de-gráce (como dicen en Francia) a mis incipientes esperanzas

22

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE(como dicen en el centro de los trascendentes) 4

La cuestión es que todas y cada una de las revistas vapulearon al se-

ñor "Oppodeldoc" en sus "Respuestas a los lectores". El Plumífero aderezó

sus comentarios de esta manera:

"Quienquiera que sea 'Oppodeldoc', nos ha enviado una larga ti-

rade acerca de un lunático a quien ha bautizado `Ugolino', que tenía

muchos hijos a quienes habría hecho en bien azotar y enviar a la cama

sin comer. Toda la trama es muy desabrida, por no decir hueca.

`Oppodeldoc' (quienquiera que sea) carece totalmente de imagi-

nación, y la imaginación, en nuestra humilde opinión, no sólo cons-

tituye el alma de la POESÍA, sino su corazón. Pero `Oppodeldoc'

(quienquiera que sea) tiene además la audacia de solicitar por su basu-

ra una `rápida publicación y consiguiente pago'. No publicamos ni pa-

gamos semejantes despropósitos. No obstante, `Oppodeldoc' podrá

hallar compradores ansiosos de estas paparruchas en el Camorrero, el

Almíbar o el Ganso Intoxicado.

Debo admitir que todo el párrafo era despiadado con "Oppodeldoc",

lo más cruel de todo era la palabra POESÍA en versalitas. i Cuánta hiel re-

zumaban esas seis letras destacadas!

"Oppedeldoc", sin embargo, recibió un trato igualmente impiadoso

por parte del Camorrero, que le contestó con estas palabras:

"Hemos recibido una singular e insolente carta de una persona

(sea quien sea) que firma `Oppodeldoc', profanando así la memoria del

ilustre emperador romano de igual nombre. Acompañaba esa carta

una altisonante profusión de versos desagradables y sin sentido sobre

'Ángeles y sacerdotes que bendicen el pan', versos que nadie se

atrevería a perpetrar como no fuera Nat Lee o ese tal `Oppodeldoc'. Y

por este disparate se nos pide el `consiguiente pago'. i Se equivoca,

señor! Nosotros no pagamos por ese tipo de producto. Para eso,

diríjase al Plumífero, al Almíbar o al Ganso Intoxicado. Esos periódicos

aceptarán sin duda cualquier basura literaria que reciban y también

prometerán pagárselas."4 El Club de los Trascendentes estaba formado por un grupo de intelectuales norteamericanos que se reunían en casa de Emerson y dio origen a un movimiento fisiológico, religioso y social que luego tuvo eco en Europa. [N. de la T.]

23

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Un comentario áspero, en efecto, sobre "Oppodeldoc", aunque en

este caso el peso de la sátira recae sobre el Plumífero, el Almíbar y el

Ganso Intoxicado, revistas a las que el artículo llama periódicos, y en

bastardillas además, mordacidad que les debe de haber llegado al

corazón.

Pero el Almíbar fue apenas menos incisivo:

"Un individuo que se regocija con el apelativo `Oppodeldoc' (i a

cuán bajos menesteres se aplican con excesiva frecuencia los nombres

de los muertos ilustres!) nos ha hecho llegar unos cincuenta o sesenta

versos que comienzan así:

De Aquiles de Peleo canta, Diosa, la venganza fatal que a los

Argivos origen fue de, etc., etc., etc.5

"Se informa con todo respeto al señor Oppodeldoc' (sea quien

sea) que no hay un solo tinterillo en nuestra oficina que no haya logra-

do en sus cotidianos tanteos versos mejores que ésos. Es imposible es-

candir los versos citados. El señor `Oppodeldoc' debería aprender a

contar. Como sea, lo que está más allá de la comprensión es cómo se

le ocurrió a ese señor que nosotros (finada menos que nosotros!)

podíamos desacreditar nuestras páginas con esa tontería inefable.

Semejante desatino apenas alcanza el nivel del Plumífero, el

Camorrero y el Ganso Intoxicado, donde se acostumbra publicar el

`Arroz con leche' como poesía original. Pero `Oppodeldoc' (sea quien

sea) tiene incluso el tupé de reclamar un pago por esta sandez. ¿No

sabe acaso `Oppodeldoc' (sea quien sea), no tiene conciencia por

ventura de que ningún dinero sería suficiente para que publicáramos

semejantes engendros?

A medida que leía, me sentía cada vez más pequeño hasta que, al lle-

gar al punto en que calificaban al poema con desdén como "versos",

apenas si quedaba algo de mí. En cuanto a `Oppodeldoc', empecé a sentir

compasión por él. Sin embargo, el Ganso Intoxicado fue menos clemente

5 Poe cita aquí los versos iniciales de la Ilíada. La traducción citada es la de José Gómez Hermosilla, casa Editorial Garnier Hermanos, París. [N. de la T.]

24

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEaún, si es que cabe.

Ésta fue su repuesta:

"Un desdichado poetastro, que firma `Oppodeldoc', ha cometido

la ridiculez de imaginar que publicaríamos y pagaríamos por una mez-

colanza de ampulosidad e incoherencias que nos ha remitido, y que co-

mienza con un verso más o menos inteligible

¡Salve, santa luz! ¿Progenie del Cielo, primogénito!'

"Como hemos dicho `más o menos inteligible'. Quizá

`Oppodeldoc' (sea quien sea) tenga la bondad de explicarnos cómo el

granizo6 puede ser luz santa. A nuestro buen saber y entender,

siempre fue lluvia congelada. ¿Podría también decirnos cómo la lluvia

congelada puede ser a la vez luz santa' (sea esto lo que sea y

`progenie'). Si no ignoramos el inglés en demasía, este último término

se aplica correctamente sólo a los vástagos de una estirpe. Pero es

ridículo continuar con este absurdo, aunque `Oppodeldoc' (sea quien

sea) tiene el desparpajo insólito de suponer que no sólo

`publicaríamos' sus ignorantes delirios sino que, además, ¡se los

pagaríamos!

"¡Maravilloso! ¿Excepcional! Casi estamos tentados de escarmen-

tar la soberbia del joven escritorzuelo publicando realmente su compo-

sición verbatim et literatim, tal como la ha escrito. Ningún castigo más

cruel podríamos infligirle, si no fuera por el aburrimiento que impon-

dríamos a nuestros lectores al hacerlo.

"Que `Oppodeldoc' (sea quien fuere) remita sus futuras obras al

Plumífero, al Almíbar y al Camorrero. Ellos las publicarán. Todos los

meses publican cosas por el estilo. Envíeselas a ellos. No es posible in-

sultarnos con semejante impunidad."

Fue mi fin. En cuanto al Plumífero, el Camorrero y el Almíbar, jamás

entendí cómo sobrevivieron. El haberlos colocado en su lugar tan subal-

terno (ése era el problema: la consiguiente insinuación de su bajeza, su

abyección) mientras NOSOTROS los contemplábamos desde las

mayúsculas, tenía la amargura del ajenjo y de la hiel. De haber sido yo

6 Hay aquí un juego de palabras intraducible. En inglés, la palabra "iHail!" (traducida aquí como "¡Salve!", también significa "granizo"). [N. de la T.]

25

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEresponsable de alguno de esos periódicos, no habría ahorrado esfuerzos

para llevar a juicio al Ganso Intoxicado. Cabría haber invocado la Ley de

Protección de los Animales. En cuanto a "Oppodeldoc" (sea quien sea),

para ese momento ya me había hartado la paciencia y no me inspiraba el

menor apego. Fuera de toda duda, era un tonto y se merecía lo que

habían dicho de él.

El resultado del experimento con los libros usados me convenció, en

primer lugar, de que "la honestidad es la mejor política" y, en segundo lu-

gar, de que, si no lograra escribir mejor que el señor Dante, los dos ciegos

y toda la antigua caterva, sería por lo menos difícil escribir peor que ellos.

Recobré el ánimo y me propuse ser "absolutamente original" (como dicen

en las tapas de las revistas), a costa de cualquier esfuerzo. Con las brillan-

tes estrofas de la "Crema de Bob" otra vez ante los ojos, me dispuse a es-

cribir una oda sobre el mismo tema que pudiera rivalizar con la anterior.

No tuve dificultades con el primer verso, que decía así:

"Exaltar en una oda la `Crema de Bob"

Habiendo consultado minuciosamente todas las rimas de "Bob", me

fue imposible continuar. Ante el dilema, recurrí a mi padre para que me

socorriera y, después de algunas horas de sesuda meditación, los dos

juntos logramos terminar el poema:

"Exaltar en oda la `Crema de Bob'

no es menos duro que las pruebas de Job."

(firmado) SNOB

Desde luego, la longitud de la composición no era mucha pero, "toda-

vía tenía que aprender", como dicen en el Edinburgh Review, que la mera

extensión de una obra literaria nada tiene que ver con sus méritos. Con

respecto a la cantinela del Quarterly acerca de un "esfuerzo sostenido", es

imposible encontrarle sentido alguno. En líneas generales, por lo tanto, mi

intento inaugural me satisfacía y mi única duda se refería a lo que haría

con él.

Mi padre aconsejó que lo enviara al Mosca Viajera, pero había dos

motivos que sugerían lo contrario. Temía la envidia del director, y sabía

26

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcon certeza que no pagaba las colaboraciones originales. Después de las

correspondientes deliberaciones, entonces, confié el artículo a las páginas

más circunspectas del Almíbar y aguardé la respuesta con ansiedad, pero

con resignación.

En el siguiente número tuve el orgullo de ver mi poema impreso en

su totalidad como artículo principal, precedido por estas significativas

palabras, escritas en bastardilla y entre corchetes:

[Llamamos la atención de nuestros lectores sobre las admirables

estrofas de la "Crema de Bob" que nos han presentado. Es innecesario

mencionar su carácter sublime, su pathos: no es posible leerlas sin

lágrimas en los ojos. A los que ha sufrido los tristes versos que

perpetró la pluma de ganso del director del Mosca Viajera sobre tan

augusto tema, les haría bien comparar las dos composiciones.

P.S. Nos consume la curiosidad por develar el misterio que hay de-

trás del seudónimo "Nov". ¿Nos concedería el autor una entrevista per-

sonal?]

Si bien estrictamente justo, debo confesar que todo esto era más de

lo que yo esperaba, lo reconozco para eterno deshonor de mi patria y de

la humanidad. Sin embargo, sin pérdida de tiempo me presenté ante el di-

rector del Almíbar y tuve la suerte de encontrar a este caballero en su

casa. Me saludó con aire de profundo respeto, algo matizado de una ad-

miración paternal e indulgente suscitada, sin duda, por mi aspecto de ex-

tremada juventud e inexperiencia. Me indicó que tomara asiento y abordó

de inmediato la cuestión de mi poema, pero la molestia me impide repetir

los mil elogios que me prodigó. Los panegíricos del señor Ladilla (tal era el

apellido del director) no eran indiscriminadamente exagerados. Analizó la

composición con gran libertad y criterio, y no dudó en señalar algunos

defectos triviales, hecho que lo elevó mucho en mi propia estima. Desde

luego, surgió el nombre del Mosca Viajera y espero que nunca me

sometan a una crítica tan aguda, a objeciones tan mordaces como las que

el señor Ladilla le brindó en esa infeliz y fervorosa ocasión. Siempre había

considerado al director del Mosca Viajera como un superhombre, pero

Ladilla pronto me sacó del error. Analizó las cualidades literarias y

personales del Mosca (así llamaba satíricamente al rival director del Mosca

27

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEViajera) a la luz de la verdad. El señor Mosca no valía nada. Había escrito

textos infames. Era un escritorzuelo que vendía sus trabajos a razón de un

centavo la línea, un bufón y un villano. Había concebido una tragedia que

provocó risotadas unánimes en todo el país, y una farsa que lo inundó de

lágrimas. Por otra parte, había tenido la desvergüenza de redactar una

sátira con lo que opinaba de él mismo (del señor Ladilla) e incluso había

osado aplicarle el mote de "asno". Me manifestó además que, si en cual-

quier circunstancia, yo tuviera el deseo de expresar mi opinión sobre

Mosca, las páginas del Almíbar estaban desde ya a mi entera disposición.

Entretanto, y habida cuenta de que me atacarían desde las páginas del

Mosca por mi intento de componer un poema rival sobre la "Crema de

Bob", él (el señor Ladilla) tomaría sobre sus hombros la tarea de ocuparse

de mis intereses privados y personales. Y si yo no salía de todo esto

convertido en un hombre hecho y derecho, no sería por culpa suya (del

señor Ladilla).

Habiendo hecho el señor Ladilla una pausa en este punto de su dis-

curso (cuya última parte me fue imposible comprender), me arriesgué a

mencionar algo sobre la remuneración que podía esperar por mi poema,

visto un anuncio en la portada del Almíbar donde se decía que (el Almíbar)

"señalaba su posibilidad de pagar honorarios exorbitantes por todas las

colaboraciones aceptadas, gastando a menudo en un solo poema breve

más que todo lo invertido en un año por el Plumífero y el Ganso Intoxicado

juntos".

Apenas pronuncié la palabra "remuneración', el señor Ladilla abrió

primero los ojos y luego la boca hasta parecer un pato añoso y agitado en

el acto de graznar, y así permaneció (llevándose de tanto en tanto las ma-

nos a la frente como si fuera presa de una perplejidad desesperante) casi

hasta que terminé de decir lo que me había propuesto.

Cuando hube terminado, se hundió en el asiento como abrumado,

con los brazos desmayados sin vida a los costados del cuerpo y la boca to-

davía abierta como un pato. Mientras yo lo miraba mudo de asombro ante

conducta tan alarmante, se puso repentinamente de pie y corrió hacia el

cordón de la campanilla, pero pareció cambiar de opinión, o lo que fuere,

antes de alcanzarlo, porque se sumergió debajo de la mesa y resurgió de

inmediato provisto de un garrote. Estaba ya por levantarlo (me es imposi-

28

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEble imaginar con qué propósito), cuando una súbita sonrisa plácida inundó

su rostro y se volvió a sentar reposadamente en la silla.

-Señor Bob -dijo (porque yo había enviado mi tarjeta antes de

presentarme)-. Usted es un hombre joven, muy joven ¿supongo bien?

Asentí y agregué que aún no había cumplido los quince años.

-¡Muy bien! -contestó-. Ya veo, no diga nada más. Acerca de este

tema de la compensación, lo que usted dice es muy justo, extremada-

mente justo en realidad. Pero... por ejemplo, no es costumbre de ninguna

revista pagar la primera colaboración. ¿Me entiende? La verdad es que, en

tales casos, la revista es la beneficiaria. [El señor Ladilla sonrió de manera

insulsa mientras subrayaba la palabra "beneficiaria".] En la mayor parte

de los casos, nos pagan a nosotros por la publicación de una primera obra,

especialmente en verso. En segundo lugar, señor Bob, la norma de la

revista es no desembolsar jamás lo que en Francia denominan argent

comptant: sin duda usted me entiende. Pasados tres o seis meses de la

publicación del artículo -o pasado un año o dos- no tenemos objeción

alguna contra un pagaré a nueve meses, siempre que podamos arreglar

nuestras cosas de manera de poder liquidarlo a los seis meses. Realmente

espero, señor Bob, que esta explicación lo satisfaga. Aquí se detuvo con

los ojos húmedos.

Apenado en el fondo del alma por haber herido, aunque fuera sin in-

tención, a un hombre tan eminente y tan sensible, me apresuré a discul-

parme y a tranquilizarlo expresándole mi total coincidencia con sus puntos

de vista, así como mi comprensión cabal de la situación delicada en que

se hallaba. Habiendo manifestado todo eso de manera clara y precisa, me

despedí.

No mucho después, una bella mañana, "me desperté siendo famoso".

La difusión de mi renombre podrá apreciarse mejor si hago referencia a

las opiniones periodísticas de ese día que, como se verá, aparecían bajo la

forma de reseñas críticas del número del Almíbar que contenía mi poema

y eran totalmente satisfactorias, concluyentes y claras, con la excepción

de la inscripción en jeroglífico adjunta a todas ellas: "Sep. 15-1-t."

El Lechuzón, periódico de gran sagacidad y conocido por la reflexiva

seriedad de sus opiniones literarias, decía:

"¡El Almíbar! El número de octubre de esta deliciosa revista supera

29

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

a todos los que lo precedieron y desafía cualquier intento de compe-

tencia. En la belleza de la tipografía y el papel, en el número y la

excelencia de sus grabados y en el mérito literario de sus colaboracio-

nes, el Almíbar eclipsa a sus lerdos rivales como Hiperión al sátiro. Es

cierto: la fatuidad del Plumífero, el Camorrero y el Ganso Intoxicado no

tiene igual, pero en todos los otros aspectos ¡no hay como el Almíbar!

Excede nuestra comprensión cómo este aplaudido periódico puede

soportar costos evidentemente enormes. Sin duda, tiene una

circulación de 100.000 ejemplares y su lista de suscriptores ha aumen-

tado en un veinticinco por ciento en el último mes, pero por otro lado,

las sumas que desembolsa permanentemente para pagar las colabora-

ciones son inconcebibles. Se comenta que Taimado recibió nada menos

que treinta y siete centavos y medio por su incomparable artículo sobre

`Los Cerdos'. Con el señor Ladilla como director y plumas tales como

ESNOB y Taimado entre los colaboradores, la palabra `fracaso' no

existe para el Almíbar. i Vaya y suscríbase! Sep.15-l-t."

Debo admitir que me halagó una reseña escrita con estilo tan elegan-

te en una publicación tan respetable como el Lechuzón. Además, el hecho

de que mi nombre, es decir mi nom de guerre, precediera al del gran Tai-

mado era un acontecimiento tan feliz como merecido.

Acto seguido, llamaron mi atención los siguientes párrafos del Rena-

cuajo, publicación conocida por su rectitud e independencia, por su falta

total de adulonería y ciega sumisión ante los que ofrecen banquetes.

"El número de octubre del Almíbar está en la vanguardia de todos

sus contemporáneos y los supera, desde luego, en el esplendor de su

ornamentación así como en la riqueza de su contenido. Debemos

admitir que la fatuidad del Plumífero, el Camorrero y el Ganso

Intoxicado no tiene igual, pero en todos los otros aspectos ¡no hay

como el Almíbar! Excede nuestra comprensión cómo este aplaudido

periódico puede soportar costos evidentemente enormes. Sin duda,

tiene una circulación de 200.000 ejemplares y su lista de suscriptores

ha aumentado en un treinta por ciento en la última quincena pero, por

otro lado, las sumas que desembolsa mensualmente para pagar las

30

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

colaboraciones son aterradoras. Se ha sabido que el señor Chapurreo

recibió nada menos que cincuenta centavos por su recién publicada

`Monodia en un charco de barro'.

"Entre los colaboradores originales del presente número se desta-

can (además de Ladilla, su eminente director) hombres como ESNOB,

Taimado y Chapurreo. Más allá de los editoriales, lo más precioso a

nuestro juicio, empero, es esa joya poética firmada por Esnob acerca

de la `Crema de Bob', aunque nuestros lectores no deben inferir por la

similitud del título que este bijou sin par se parezca en algo a los

garabatos que escribió sobre el mismo tema un individuo despreciable

cuyo nombre ofende los oídos refinados. El actual poema acerca de la

`Crema de Bob' ha despertado curiosidades universal con respecto al

dueño de evidente seudónimo. `Esnob' es el nom de plume del señor

Bagatela Bob, vecino de esta ciudad y pariente del señor Bagatela

(cuyo nombre lleva), ciudadano vinculado con las más ilustres familias

de nuestro estado. Su padre, don Thomas Bob, es un rico comerciante

de Fatua. Sep. 15-l t."

Tan generoso elogio conmovió mi corazón, muy especialmente por-

que provenía de una fuente de pureza tan impoluta, tan proverbial como

el Renacuajo. Aplicada a la "Crema de Bob" escrita por Mosca, la palabra

"garabatos" me pareció particularmente cáustica y conveniente. No obs-

tante, las palabras "joya" y "bijou", utilizadas con referencia a mi propia

obra, me parecieron algo débiles. Me daba la impresión de que les faltaba

vigor. No eran suficientemente prononcés (como decimos en Francia).

Apenas había terminado de leer el Renacuajo, cuando un amigo me

acercó un ejemplar del Topo, diario que gozaba de gran reputación por la

agudeza de su percepción en general y por el abierto, honesto y elevado

estilo de sus editoriales. El Topo se refirió al Almíbar en los términos

siguientes:

"Acabamos de recibir el Almíbar de octubre y debemos decir que

nunca antes un número de periódico nos había producido semejante

placer. Lo decimos con toda intención. El Plumífero, el Camorrero y el

Ganso Intoxicado deberían cuidar sus laureles. Sin duda, estas publica-

31

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

ciones superan a todas en la ostentación de sus pretensiones, pero en

los otros aspectos, ¡no hay como el Almíbar! Excede nuestra compren-

sión cómo este aplaudido periódico puede soportar costos evidente-

mente enormes. Sin duda, tiene una circulación de 300.000 ejemplares

y su lista de suscriptores ha aumentado en un cincuenta por ciento en

la última semana pero, por otro lado, las sumas que desembolsa men-

sualmente para pagar las colaboraciones son enormes. Sabemos de

buena fuente que el señor Charlatán recibió nada menos que sesenta y

dos centavos por su novela intimista El repasador de cocina.

"Las colaboraciones del número que tenemos ante nosotros son

del propio Ladilla (eminente director), de ESNOB, Chapurreo, Charlatán

y otros pero, después de las inimitables obras del propio director, nos

quedamos con esa alhaja salida de la pluma de un poeta en ciernes

cuyo seudónimo es `Esnob', nom de guerre al que auguramos un brillo

que algún día hará sombra al afamado `Boz'7. Nos han informado que `ESNOB' es un tal señor No sé cuánto, único heredero de un opulento

comerciante de esta ciudad, don Thomas Bob, y pariente cercano del

distinguido señor Bagatela. El título del admirable poema del señor

Bob es `Crema de Bob' elección algo afortunada, permítasenos decir

de paso, ya que un despreciable vagabundo relacionado con la prensa

fácil ha ofendido a la ciudad con otras líneas deleznables sobre el

mismo tema. Pero no hay cuidado: es imposible confundir las dos

obras. Sep. 15-l t."

La generosa aprobación de un periódico tan clarividente como el

Topo llenó mi corazón de alborozo. La única objeción que me vino a la ca-

beza fue que la expresión "despreciable vagabundo" podría haberse mejo-

rado de este modo: "sinvergüenza, granuja y despreciable vagabundo".

Me parece que hubiera sonado mejor. Por otra parte, debe admitirse que

el término "alhaja" apenas tiene intensidad suficiente para expresar lo que

el Topo evidentemente pensaba del brillo propio de la "Crema de Bob".

La misma tarde en que vi las reseñas del Lechuzón, el Renacuajo y el

Topo tuve oportunidad de leer un ejemplar del Jején, periódico cuya gran

7 Boz, seudónimo de Dickens cuando colaboraba con el Morning Chronicle. [N. de la T.]

32

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElucidez era proverbial. Allí se decía lo siguiente:

"¡El Almíbar! El número de octubre de esta espléndida revista ya

está al alcance del público. Toda cuestión de preeminencia queda des-

cartada definitivamente y, de aquí en adelante, sería francamente ri-

dículo que el Plumífero, el Camorrero o el Ganso Intoxicado hicieran

ninguno de sus espasmódicos esfuerzos por competir. Estos periódicos

podrán superarlo en sus clamores pero, ino hay como el Almíbar! Es

imposible comprender cómo esta célebre revista puede soportar

gastos evidentemente enormes. Es cierto que cuenta con una

circulación de medio millón de ejemplares y que sus suscriptores han

crecido en un setenta y cinco por ciento en los últimos días, pero las

sumas que desembolsa mensualmente en retribución por las

contribuciones que publica son inverosímiles. Sabemos, por ejemplo,

que la señorita Plagio recibió no menos de ochenta y cinco centavos

por su último y valioso cuento titulado `El saltamontes de la ciudad de

York y el saltaparedes de Bunker-Hill'.

"Las contribuciones más meritorias del presente número son, des-

de luego, las que firma el director (el eminente Ladilla), pero también

hay artículos magníficos firmados por nombres de la talla de ESNOB, la

señorita Plagio, Taimado, la señora Mentirillas, Chapurreo, la señora

Fiasco y, por último, aunque no menos egregio, el de Charlatán. Seme-

jante pléyade de genios constituye un desafío para el mundo entero.

"No se nos oculta que el poema firmado por ESNOB recibió elogios

universales y estamos obligados a manifestar que, si cabe, merece aún

más encomio. Esta obra maestra de la elocuencia y el arte se titula

'Crema de Bob'. Algún lector recordará tal vez vagamente, aunque con

fastidio, un poema (?) de título similar, obra de un cagatintas

miserable, un pordiosero y asesino que, según tenemos entendido,

trabaja en uno de esos indecentes periodicuchos de los suburbios. A

ese lector le rogamos, por amor de Dios, que no confunda a los dos

autores. Por lo que sabemos, el autor de `Crema de Bob' es don No sé

cuánto Bob, caballero de enorme talento y vasta erudición. `Esnob' es

un mero nom de guerre. Sep. 15-l t."

33

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Apenas si puedo contener mi indignación cuando leí las últimas líneas

de esta diatriba. Para mí era claro como el agua que la manera ambigua,

por no decir amable, con el que el Jején se refería a ese cerdo, el director

del Mosca Viajera, sólo podía provenir de una complicidad con Mosca, a

quien el Jején quería encumbrar a mis expensas. Hasta con los ajos

cerrados, cualquiera podía darse cuenta de que si la intención real del

Jején hubiera sido la pretendida, el artículo se habría expresado en térmi-

nos más directos, más cáusticos y muchísimo mas atinados. Las palabras

'cagatintas", "pordiosero" y "asesino" eran epítetos tan equívocos e

inexpresivos que sonaban peor que nada aplicados al autor de las más

execrables estrofas que hayan salido de pluma humana alguna. Nadie

ignora cómo se puede "utilizar la parquedad como crítica indirecta" y

¿quién podría dejar de advertir aquí el encubierto propósito de utilizar la

reticencia como condena eufemística?

Pero si bien lo que el Jején tenía que decir del Mosca Viajera no era de

mi incumbencia, sí lo era lo que decía de mí. Después de los elogios del

Le-chuzón, el Renacuajo y el Topo con respecto a mis dotes, era

demasiado tener que soportar la frialdad con que el Jején se refería a mí,

calificándome de mero "caballero de enorme talento y vasta erudición". i

Caballero!

Instantáneamente, decidí obtener excusas por escrito o llevar las co-

sas al terreno del honor.

Imbuido de este propósito, busqué entre mis amigos alguien a quien

pudiera confiar un mensaje para su señoría, el director del Jején y, puesto

que el director del Almíbar me había dado muestras de su estima, decidí

solicitar su asistencia.

Jamás llegué a explicarme de manera satisfactoria para mi propio en-

tendimiento la actitud y el semblante del señor Ladilla mientras escuchaba

la exposición de mis propósitos. Repitió la escena de la campanilla y el

garrote, sin omitir el pato. En un momento creí que realmente iba a lan-

zarse a graznar. Pero, al igual que la primera vez, el acceso cedió y Ladilla

comenzó a actuar y a hablar de manera racional. Rechazó, sin embargo,

ser portador del desafío y, de hecho, hasta me disuadió de enviarlo, pero

fue lo bastante sincero como para admitir que el Jején había cometido un

error imperdonable, especialmente en lo que concernía a la expresión

34

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE"caballero de enorme talento y vasta erudición".

Hacia el final de la entrevista, el señor Ladilla, que realmente parecía

tener interés paternal en mi persona, me sugirió que podía ganar algún di-

nero honradamente y procurar a la vez el aumento de mi reputación si, de

tanto en tanto, hacía de Thomas Hawk para el Almíbar.

Le solicité que me informara quién era el tal Thomas Hawk, y cómo

se suponía que yo podía hacer su papel.

En ese momento el señor Ladilla abrió los ojos desmesuradamente

(como decimos en Alemania) pero, recuperado por fin de un profundo

ataque de estupefacción, manifestó que había usado las palabras "Thomas

Hawk" para evitar la vulgaridad de mencionarlo como Tommy, pero

que se trataba simplemente de Tommy Hawk, o tomahawk, y que la

expresión "hacer de tomahawk" significa despellejar, intimidar o aniquilar

de alguna manera al rebaño de pobres diablos que publican.

Aseguré a mi protector que, si sólo se trataba de eso, me resignaría a

hacer el papel de Thomas Hawk. Acto seguido, el señor Ladilla expresó su

deseo de que aniquilara de inmediato al director del Mosca Viajera uti-

lizando el estilo más feroz que estuviera a mi alcance como prueba feha-

ciente de mis posibilidades. Así lo hice sin pérdida de tiempo en una

reseña de la "Crema de Bob" original que ocupó treinta y seis páginas del

Almíbar. Hacer de Thomas Hawk me resultó mucho menos difícil que hacer

poemas, porque desarrollé un sistema que me permitió desempeñar mi

tarea con suma facilidad. El procedimiento era el siguiente. En un remate,

compré ejemplares (baratos) de los discursos de Lord Brougham, de las

obras completas de Cobbet, del nuevo diccionario de slang, del Arte de la

Injuria, del Método de la Diatriba (edición infolio) y de La Lengua, de Lewis

G. Clarke. Desmenucé concienzudamente estas obras, luego las pasé por

un cedazo para no dejar nada que pudiera parecer decente (una insignifi-

cancia), y separé las frases más duras colocándolas en un pimentero de

orificios longitudinales, de modo que una frase entera pudiera pasar por la

abertura sin dañarse. La mezcla quedó así pronta para el uso. Cuando ya

estaba listo para hacer de Thomas Hawk, bauticé un pliego de papel con

clara de huevo de ganso y luego desmenucé también la obra que debía re-

señar como antes lo había hecho con los libros, sólo que con más cuidado

para que cada palabra quedara separada. Mezclé los últimos trozos con

35

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElos primeros, corrí la tapa del pimentero y espolvoreé bien la mezcla sobre

el pliego ungido, donde quedó pegada. El efecto logrado era hermosísimo.

Seductor. De hecho, con esta simple receta logré que me aceptaran rese-

ñas sin parangón que maravillaron al mundo entero. Al principio, por pura

timidez -producto de la inexperiencia-, me perturbó cierta incoherencia, un

aire bizarre (como decimos en Francia) que se desprendía de la

composición. No todas las frases coincidían (como decimos en anglosajón).

Algunas eran bastante deformes. Otras estaban incluso al revés, y de

estas últimas no quedaba ninguna incólume en cuanto al efecto, a excep-

ción de los párrafos del señor Lewis Clarke, tan vigorosos y sólidos que

ninguna posición lograba disminuirlos y resultaban siempre satisfactorios

y felices, patas arriba o patas abajo.

Es difícil establecer qué fue del director del Mosca Viajera después de

mi crítica sobre su "Crema de Bob". La conclusión más razonable es que

lloró tanto que acabó por morirse. Como sea, desapareció de inmediato de

la faz de la Tierra, y desde entonces nadie ha visto ni siquiera su espectro.

Habiendo llevado a buen término todo este asunto, y aplacadas las

Furias, me convertí de golpe en el preferido del señor Ladilla. Me otorgó su

confianza, me concedió empleo permanente en el Almíbar como Thomas

Hawk y, como no podía pagarme un sueldo por el momento, me permitió

aprovechar su tutela a discreción.

- Querido Bagatela -me dijo un día después de comer-, respeto sus

aptitudes y lo quiero como a un hijo. Será usted mi heredero. Le dejaré el

Almíbar como legado cuando me muera. Entretanto haré un hombre de

usted, siempre que siga mis consejos. El primero que le doy es que debe

quitarse de encima a ese viejo fastidioso.

-¿A quién? -pregunté.

- Su padre.

- Comprendo -dije.

-Tiene que labrar su fortuna, Bagatela -explicó el señor Ladilla-, y el

autor de sus días es como una rueda de molino atada a su cuello. De-

bemos deshacernos de él. [Aquí saqué mi navaja.] Debemos deshacernos

de él -continuó Ladilla- de una vez y para siempre. Es una carga. No sirve.

Bien pensado, debería darle un buen par de puntapiés o de bastonazos,

ahuyentarlo de algún modo.

36

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¿Qué le parece -dije con pudor- si empiezo por darle un par de

puntapiés, después unos bastonazos y termino retorciéndole la nariz? El

señor Ladilla me miró pensativamente algunos momentos y contestó:

-Opino, señor Bob, que lo que usted propone sería suficiente, más

que suficiente en cierto caso, pero un barbero es hueso duro de roer y me

parece que, en líneas generales, después de haber sometido a Thomas

Bob a las operaciones que usted sugiere, convendría dejarle los dos ojos

en compota, de manera concienzuda y eficaz, a fin de que no pueda

volver a verlo a usted en los lugares de moda. Después de eso, no creo

que usted pueda hacer más. Sin embargo, no sería desatinado revolcarlo

también

una o dos veces en el arroyo y entregarlo a la policía. A la mañana si-

guiente, usted puede presentarse en la comisaría y alegar un asalto.

Los bondadosos sentimientos hacia mi persona que ese excelente

consejo manifestaba me conmovieron en lo hondo, y no tardé en ponerlo

en práctica. En suma, que me libré del viejo fastidioso y empecé a disfru-

tar de mi condición de caballero y mi nueva independencia. No obstante,

la falta del dinero me originó cierta incomodidad durante algunas semanas

pero, a la larga, usando bien mis dos ojos para observar lo que se me

presentaba ante la nariz, caí en la cuenta de cómo tenía que manejar las

cosas. Nótese que digo "cosas", porque la palabra latina es rem. A propó-

sito, ya que hablamos de latín, ¿alguien puede decirme cuál es el significa-

do de quocunque, o de modo?

Mi plan era sumamente simple. Compré por una bagatela una dieci-

seisava parte del Mordiscón: eso fue todo. Ahí terminaba el plan y el

dinero entraba en mi bolsillo. Desde luego, hubo algunas disposiciones

posteriores, pero eso no formaba parte del plan. Eran una consecuencia

de él, un efecto. Por ejemplo, compré una pluma, papel y tinta y me su-

mergí en una furiosa actividad. Una vez terminado el artículo, le puse por

título "FOL LOL", por el autor de "Crema de Bob" y lo envié al Ganso Into-

xicado. Como esa revista lo tildaría de "tartajeo" en el "Correo mensual de

los Lectores", cambié el encabezamiento por "Cataplín Cataplero", por el

señor No sé cuánto, autor de la oda a la "Crema de Bob" y director del

Mordiscón. Con esta enmienda, volví a enviarlo al Ganso Intoxicado y me

dediqué a publicar diariamente en el Mordiscón mientras aguardaba la

37

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POErespuesta, lo que podría denominarse una investigación fisiológica y ana-

lítica a seis columnas de los méritos literarios del Ganso Intoxicado, así

como los méritos personales de su editor. Al cabo de una semana, el Gan-

so Intoxicado descubrió que, por un error inexplicable, había "confundido

un estúpido artículo titulado `!Hola Jején!' y firmado por un don nadie con

una joya de brillo resplandeciente escrita por el señor No sé cuánto, el

celebrado autor de la `Crema de Bob"' . La publicación declaraba "que

lamentaba un accidente tan explicable" y por otra parte prometía la pu-

blicación del genuino "i Hola Jején!" en el número siguiente.

La verdad es que en ese momento realmente pensé, y no tengo

razón para pensar de otra manera ahora, que el Ganso Intoxicado se había

equivocado de veras. Con las mejores intenciones del mundo, nunca

conocí publicación alguna que cometiera tantos errores como el Ganso

Intoxicado. Desde ese mismo día le tomé simpatía, advertí la profundidad

de sus méritos literarios y no dejé de explayarme sobre ellos en el

Mordiscón en cuanta oportunidad se me presentaba. Y debe considerarse

como una curiosa coincidencia, una de esas coincidencias notables que

hacen meditar profundamente, que una modificación tan radical de mis

opiniones, un bouleversement (como decimos en francés) tan absoluto, un

trastocamiento (si se me permite utilizar un término vigoroso de los

choctaws) tan completo de mis opiniones por una parte y las del Ganso

Intoxicado por la otra parte, semejante vaivén, insisto, volviera a repetirse

muy poco después, en circunstancias muy parecidas, entre el Camorrero y

yo y entre el Plumífero y mi persona.

Así fue como, por un golpe maestro de genialidad, alcancé por fin el

triunfo "llenándome los bolsillos". Puede decirse sin faltar a la verdad ni a

la justicia que así comenzó esa carrera brillante y rica en acontecimientos

que luego me hizo famoso y que hoy me permite decir con Chateaubriand:

"He hecho historia (rai fait l'historie)".

Sí, he hecho historia. Desde esa precisa época que ahora evoco, mis

acciones -mis obras- son patrimonio de la humanidad. El mundo entero las

conoce. Es innecesario entonces abundar en detalles sobre mi vertiginoso

ascenso: la herencia del Almíbar, la fusión de éste con el Plumífero, la

posterior oferta de compra del Camorrero que me hizo propietario de los

tres periódicos, y el negocio final que ofrecí al único rival que subsistía,

38

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhasta que reuní toda la literatura de la región en una sola y magnífica re-

vista conocida en todas partes con el nombre de Camorrero, Almíbar,

Plumífero y Ganso Intoxicado

Sí. He hecho historia. Mi fama es universal. Llega hasta los lugares

más apartados del globo. Es imposible leer ningún periódico donde no se

halle una alusión al inmoral señor No sé cuánto. Que el señor No sé cuánto

dijo tal cosa, que No sé cuánto escribió tal otra, que el señor No sé cuánto

hizo esto o aquello. Pero soy modesto, y expiro con el corazón pleno de

humildad. Al fin y al cabo, ¿qué es eso indescriptible que los hombres

persisten en llamar "genio"? Concuerdo con Buffón (y con Hogarth): no es

más que maña.

¡Contempladme! i Cuánto esfuerzo, cuánto ahínco, cuánta obra! i Oh

dioses, lo que habré escrito! Nunca supe el significado de la palabra "des-

canso". Durante el día me sentaba ante un escritorio y por la noche -pálido

estudioso- consumía el aceite de mi lámpara. Deberíais haberme visto. Me

inclinaba a la derecha. Me inclinaba a la izquierda. Me adelantaba en el

asiento. Me apoyaba en el respaldo. Sentado, téte baissée (como dicen en

Kickapoo), se me cerraban los párpados sobre la página de alabastro. Y,

sobre todo, escribía. En la dicha y en la desdicha, escribía. Con hambre y

con sed, escribía. Con buena o mala reputación, escribía. Bañado por la luz

del sol y de la luna, escribía. Es innecesario decir qué escribía. ¡El estilo:

eso era todo para mí! Lo aprendí del ilustre Charlatán, ¡ejem! Y en este

mismo instante brindo a los lectores una muestra representativa.

CÓMO ESCRIBIR UN ARTÍCULO DE

BLACKWOOD

Supongo que todo el mundo ha oído hablar de mí. Mi nombre es

Signora Psyche Zenobia. Esto lo sé con seguridad. Sólo mis enemigos me

llaman Suky Snobbs. Me han asegurado que Suky es una vulgar corrupción

de Psyche, que es una palabra griega que significa "el alma" (esa soy yo,

soy toda espíritu) y, a veces, "una mariposa", lo que, sin duda, alude al

39

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEaspecto que tengo con mi nuevo traje de satén carmesí, con el mantelet

árabe azul cielo y las orlas de agraffas verdes, y los siete faralaes de

aurículas de color naranja. En cuanto a Snobbs..., cualquier persona que

se tomara la molestia de mirarme dos veces se daría cuenta de que mi

nombre no es Snobbs. Miss Tabitha Turnip propagó ese rumor, movida por

pura envidia. ¡Precisamente Tabitha Turnip! ¡La pobre infeliz! Pero, ¿qué

se podía esperar de un nabo como ella? Me pregunto si conocerá el viejo

adagio acerca de "sacar sangre de un nabo", etcétera (recordar: decírselo

en la primera ocasión que surja, recordar también tirarle de las narices).

¿Por dónde iba? ¡Ah! Me han asegurado que Snobbs no es más que una

corrupción de Zenobia, y que Zenobia fue una reina (igual que yo. El

Doctor Moneypenny siempre me llama la Reina de Corazones), y que

Zenobia, al igual que Psyche, es griego del bueno, y que mi padre era "un

griego", y que, en consecuencia, tengo derecho a mi patronímico, que es

Zenobia, y no Snobbs. La única que me llama Suky Snobbs es Tabitha

Turnip; yo soy la Signora Psyche Zenobia.

Como ya dije antes, todo el mundo ha oído hablar de mí. Yo soy esa

Signora Psyche Zenobia, tan justamente célebre como secretaria

corresponsal de la "Asociación Singular, Operativa, Moral de Bellas y

Retoños, Oficial de Salmodias Originales, Libros, Odontólogos, Tratados,

Estudios, Ditirambos, En Azote, de la Zafiedad, Universal, Localizada". El

Doctor Moneypenny fue el que se inventó el nombre, y dice que lo eligió

así porque suena grandioso, como un tonel de ron vacío. (Es un hombre

vulgar, que a veces..., pero es un hombre profundo.) Todos ponemos las

iniciales de la sociedad detrás de nuestros nombres, como lo hacen los

miembros de la R.S.A. (Real Sociedad de las Artes), de la S.D.U.K.

(Sociedad para la Difusión de Conocimientos Utiles), etcétera. El Doctor

Moneypenny dice que la "S" viene de rancio, y que "D.U.K." quiere decir

pato (lo que no es cierto), y que lo que significa "S.D.U.K." es pato rancio,

y no la sociedad de lord Brougham, pero, por otra parte, el Doctor

Moneypenny es un hombre tan raro, que nunca se sabe seguro cuándo

está diciendo la verdad. En cualquier caso, siempre añadimos al final de

nuestros nombres las siglas A. S. O. M. B. R. O. S. O. L. O. T. E. D. E. A. Z.

U. L. Es decir, "Asociación Singular Operativa, Moral, De Bellas y Retoños,

Oficial de Salmodias Originales, Libros, Odontólogos, Tratados, Estudios,

40

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEDitirambos, En Azote, de la Zafiedad, Universal, Localizada", una letra por

cada palabra, lo que introduce una clara mejora con respecto a lord

Brougham. El Doctor Moneypenny insiste en que las iniciales son toda una

definición de nuestro verdadero carácter, pero que me aspen si sé a lo que

se refiere.

A pesar de los buenos oficios del doctor y de los enormes esfuerzos

que hizo la asociación para hacerse notar, no tuvo un gran éxito hasta que

yo me uní a ella. La verdad es que los miembros utilizaban un tono

excesivamente frívolo en sus discusiones. Los papeles que se leían todos

los sábados por la tarde se caracterizaban más por su estupidez que por

su profundidad. No eran más que un revoltillo de sílabas. No existía

ninguna investigación acerca de las causas primeras, de los primeros

principios. De hecho, no existía investigación alguna acerca de nada. No

se prestaba ninguna atención al grandioso aspecto de la "Adecuación de

las Cosas". En pocas palabras, no había nadie que escribiera cosas tan

bonitas como éstas. Era todo de bajo nivel, ¡mucho! Carecía de

profundidad, de erudición, de metafísica, no había nada de lo que los

eruditos llaman espiritualidad y que los incultos han decidido estigmatizar

llamándolo jerga. (El doctor M. dice que "jerga" se escribe con "j"

mayúscula, pero yo sé lo que me hago.)

Cuando me uní a la sociedad, mi propósito era introducir un mejor

estilo tanto en el pensamiento como en los escritos, y todo el mundo sabe

hasta qué punto he tenido éxito. Conseguimos ahora tan buenas

publicaciones en la A. S. O. M. B. R. O. S. O. L. O. T. E. D. E. A. Z. U. L.

como se puedan encontrar incluso en Blackwood. Digo Blackwood, porque

me han asegurado que la mejor literatura sobre cualquier tema es la que

aparece en las páginas de la tan justamente celebrada revista. La

utilizamos ahora como modelo para todos nuestros temas, y, en

consecuencia, estamos consiguiendo una gran notoriedad a gran

velocidad. Y, después de todo, tampoco es tan difícil componer un artículo

con el sello de Blackwood, siempre y cuando uno se tome la cuestión con

seriedad. Por supuesto que no me refiero a los artículos políticos. Todo el

mundo sabe cómo se hacen éstos, desde que el Doctor Moneypenny nos

lo explicó. El señor Blackwood tiene unas tijeras de sastre y tres

41

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEaprendices a sus órdenes. Uno de ellos le alcanza el Times, otro el

Examiner y el tercero el "Nuevo compendio de Argot Moderno de Gulley".

El señor B. se limita a cortar y entremezclar. Eso queda hecho

rápidamente. Todo consiste en mezclar un poco del Examiner, "Argot

Moderno" y el Times, después otro poquito del Times, "Argot Moderno" y

del Examiner y después del Times, el Examiner y "Argot Moderno".

Pero el mérito fundamental de la revista radica en la variedad de sus

artículos; y de, entre éstos, los mejores vienen bajo el encabezamiento de

lo que el señor Moneypenny llama las "Bizarreríes" (lo que quiera que

pueda significar eso), y el resto de la gente llama las intensidades. Este es

un tipo de literatura que aprendí a apreciar hace largo tiempo, aunque

sólo a raíz de mi última visita al señor Blackwood (como representante de

la sociedad) he llegado a conocer el método exacto de su creación. El

método es muy sencillo, aunque no tanto como el de los artículos

políticos. Cuando llegué a ver al señor B. y una vez que le hice saber los

deseos de la Sociedad, me recibió con gran cortesía, llevándome a su

estudio y dándome una clara explicación de la totalidad del proceso.

Mi querida señora dijo él, evidentemente impresionado por mi

aspecto majestuoso ya que llevaba puesto el traje de satén carmesí, con

las agraffas verdes y las aurículas de color naranja.

Mi querida señora dijo él, siéntese. La cuestión parece ser ésta: en

primer lugar, su escritor de intensidades debe utilizar una tinta muy

negra, y una pluma muy grande, con un plumín muy romo. ¡Y fíjese usted

bien, Miss Psyche Zenobia! continuó, después de una pausa, con gran

energía y solemnidad. ¡Fíjese usted muy bien! ¡Esa pluma jamás-debe-ser-

arreglada! Ahí, madame, está el secreto, el alma de la intensidad. Yo me

atrevo a decir que ni un solo individuo, por muy genial que haya sido, ha

escrito jamás con una buena pluma, entiéndame usted, un buen artículo.

Puede usted partir del supuesto de que cuando un manuscrito se puede

leer, no vale la pena leerlo. Este es el principio guía de nuestra fe, y si no

está usted de acuerdo con él, habremos de dar por terminada nuestra

entrevista.

42

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Hizo una pausa. Pero como yo, por supuesto, no tenía ningún deseo

de dar por terminada la entrevista, acepté aquella proposición tan

evidente, que era además una verdad de la que había sido consciente

desde siempre. El pareció satisfecho y siguió con su perorata.

Puede parecer pedante por mi parte, Miss Psyche Zenobia, el

recomendarle un artículo, o una serie de artículos a guisa de modelo o

materia de estudio, y aun así, no obstante, tal vez fuera lo mejor que le

señalara unos cuantos casos. Veamos. Estaba el "muerto viviente", ¡algo

fantástico! Era el relato de las sensaciones de un caballero que había sido

enterrado antes de que la vida hubiera abandonado su cuerpo... Estaba

repleta de buen gusto, terror, sentimiento, metafísica y erudición. Hubiera

uno jurado que su autor había nacido y había sido criado en el interior de

un ataúd. También tuvimos las "Confesiones de un comedor de Opio".

¡Espléndido, realmente espléndido! Una imaginación gloriosa, filosofía

profunda, agudas especulaciones, abundancia de fuego y de furia, todo

bien sazonado con toques de lo ininteligible. Aquello era una cháchara de

la buena y la gente se la tragó encantada. Tenían la impresión de que

Coleridge era el autor, pero no era así. Fue creado por mi babuino

preferido, Juniper, con la ayuda de una jarra de Hollands con agua,

"caliente y sin azúcar". (Esto me hubiera costado trabajo creerlo si me lo

hubiera contado una persona que no fuera el señor Blackwood, que me

aseguró que era cierto.) Estaba también "El Experimentalista

Involuntario", que trataba de un caballero que fue asado en un horno, y

salió vivo y en buen estado, si bien, desde luego, muy hecho. Estaba

también "El Diario de un Doctor Extinto", cuyo mérito radicaba en la

presencia de magníficos disparates y una indiscriminada utilización del

griego, ambos muy del gusto del público. También estaba "El hombre de

la campana", que, dicho sea de paso, Miss Zenobia, es una obra que no

puedo dejar de recomendar a su atención. Es la historia de una persona

joven, que se queda dormida bajo el badajo de la campana de una iglesia

y es despertada por el sonar de la campana tocando a funeral. El sonido le

vuelve loco, y, en consecuencia, saca su cuadernito y nos describe sus

sensaciones. Después de todo, lo fundamental son las sensaciones, que

supondrán para usted diez guineas la página.Si desea usted escribir con

fuerza, Miss Zenobia, preste minuciosa atención a las sensaciones.

43

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Eso mismo haré, Mr. Blackwood dije yo.

¡Magnífico! replico. Ya veo que es usted un discípulo de los que a mí

me gustan. Pero debo ponerla au fait en conocimiento de los detalles

necesarios para la composición de lo que podríamos llamar un genuino

artículo de Blackwood con el sello de lo sensacional, del tipo que supongo

que usted comprenderá que considero el ideal bajo cualquier

circunstancia.

El primer requisito a cumplir es el meterse uno en una situación en

la que nadie haya estado antes. El horno, por ejemplo... ese fue un

verdadero éxito. Pero si no tiene usted a mano un horno, o una campana

grande, y si no le resulta cómodo caerse desde un globo, o que se le

trague la tierra en un terremoto, o quedarse atascada en una chimenea,

tendrá que conformarse con imaginarse una situación semejante. Yo

preferiría, no obstante, que viviera usted la experiencia en cuestión. Nada

ayuda tanto a la imaginación como un conocimiento experimental del

asunto a tratar. "La verdad es extraña", sabe usted, "más extraña que la

ficción", aparte de ser mucho más apropiada.

Al llegar aquí le aseguré que tenía un magnífico par de ligas y que

pensaba colgarme de ellas en la primera oportunidad.

¡Espléndido! replicó él, hágalo; aunque ahorcarse está ya algo visto.

Tal vez pueda usted hacer algo mejor. Tómese una buena dosis de

píldoras de Brandreth y después venga a explicarnos sus sensaciones. No

obstante, mis instrucciones se aplican exactamente igual a cualquier caso

de desgracia o accidente, y es perfectamente fácil que antes de llegar a su

casa, le golpeen en la cabeza, la atropelle un autobús o le muerda un

perro rabioso, o se ahogue en una alcantarilla. Pero continuemos con lo

que íbamos diciendo.

Una vez decidido el tema, debe usted tomar en consideración el

tono o estilo de su narración. Existe, por supuesto, el tono didáctico, el

tono entusiasta, el tono natural, todos suficientemente conocidos. Pero

también está el tono lacónico, o seco, que se ha puesto de moda

últimamente. Consiste en escribir con frases cortas. Algo como esto:

44

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POENunca se es demasiado breve. Nunca, demasiado mordaz. Siempre, un

punto. Jamás, un párrafo.

También está el tono elevado, difuso e interjectivo. Algunos de

nuestros mejores novelistas son adictos a este estilo. Todas las palabras

deben ser como un torbellino, como una peonza sonora, y sonar de forma

muy parecida, lo que suple muy bien a la falta de significado. Este es el

mejor estilo que se debe adoptar cuando el escritor tiene demasiada prisa

para pensar.

También es bueno el tono metafísico. Si conoce usted palabras

ampulosas, ahora es el momento de utilizarlas. Hable de las escuelas

Jónica y Eleática, de Architas, Gorgias y Alcmaeon. Diga algo acerca de lo

subjetivo y de lo objetivo. Insulte, por supuesto, a un hombre llamado

Locke. Desdeñe usted todo en general, y si algún día se le escapa algo un

poco demasiado absurdo, no tiene porque tomarse la molestia de borrarlo,

añada simplemente una nota a pie de página, diciendo que está usted en

deuda por la profunda observación citada arriba con la "Kritik der reinem

Vernunf", o con "Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft".

Esto le hará parecer erudita y... y... sincera.

Hay varios otros tonos igualmente célebres, pero mencionaré tan

sólo dos más, el tono trascendental y el tono heterogéneo. En el primero,

todo consiste en ver la naturaleza de las cosas con mucha más

profundidad que ninguna otra persona. Esta especie de don del tercer ojo

resulta muy eficaz cuando se aborda adecuadamente. Leer un poco el Dial

le ayudará a usted mucho. Evite usted en este caso las palabras

altisonantes. Utilícelas lo más pequeñas posibles y escríbalas al revés.

Ojee los poemas de Channing y cite lo que se dice acerca de un "pequeño

hombrecillo gordo con una engañosa demostración de Can". Introduzca

algo acerca de la Unidad Suprema. No diga ni una sola palabra acerca de

la Dualidad Infernal. Sobre todo, trabaje con insinuaciones. Insinúelo todo,

no afirme nada. Si tuviera usted el deseo de escribir "pan y mantequilla"

no se le ocurra hacerlo de una forma directa. Puede usted decir todo lo

que se aproxime al "pan y mantequilla". Puede hacer insinuaciones acerca

del pastel de trigo negro, e incluso puede usted llegar a hacer

insinuaciones acerca del "porridge", pero si lo que quiere usted decir de

45

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEverdad es pan y mantequilla, sea usted prudente, mi querida Miss Psyche

y bajo ningún concepto se le ocurra a usted decir "pan y mantequilla".

Le aseguré que jamás lo haría en toda mi vida. Me besó y continuó

hablando:

En cuanto al tono heterogéneo, no es más que una juiciosa mezcla,

a partes iguales, de todos los demás tonos del mundo, y consiste, por lo

tanto, en una mezcla de todo lo profundo, extraño, grandioso, picante,

pertinente y bonito.

Supongamos entonces que usted ya ha decidido el tema y el tono a

utilizar. La parte más importante, de hecho, el alma de la cuestión, está

aún por hacerse. Me refiero al relleno. No es lógico suponer que una

Dama, ni tampoco un caballero, si a eso vamos, haya llevado la vida de un

ratón de biblioteca. Y, no obstante y por encima de todo, es necesario que

el artículo tenga un aire de erudición, o al menos pueda ofrecer pruebas

de que su autor ha leído mucho. Ahora le explicaré cómo hay que hacer

para lograr ese aire. ¡Fíjese! dijo, sacando tres o cuatro volúmenes de

aspecto ordinario y abriéndolos al azar. Echando un vistazo a casi

cualquier libro del mundo, podrá usted percibir de inmediato la existencia

de pequeñas muestras de cultura o de belespritismo, que son

precisamente lo que hace falta para sazonar adecuadamente un artículo

modelo Blackwood. Podría usted ir apuntando unos cuantos, según se los

voy leyendo. Voy a hacer dos divisiones: en primer lugar, Hechos Picantes

para la Elaboración de Símiles, y, en segundo lugar, Expresiones Picantes

para Ser Introducidas Cuando la Ocasión lo Requiera. ¡Ahora escriba!

Y yo escribí lo que él dictaba.

HECHOS PICANTES PARA HACER SÍMILES. "Originalmente, no había

más que tres musas, Melete, Mneme, Aoede: meditación, memoria y

canto", Puede usted sacar mucho partido de ese pequeño hecho si lo

utiliza adecuadamente. Debe saber que no es un hecho demasiado

conocido y parece recherché. Debe usted poner mucha atención en

ofrecer el dato con un aire de total improvisación.

46

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Otra cosa. "El río Alpheus pasaba por debajo del mar y resurgía sin

que hubiera sufrido merma la pureza de sus aguas." Un tanto manido, sin

duda, pero si se adorna y se presenta adecuadamente, parecerá más

fresco que nunca.

Aquí hay algo mejor. "El Iris Persa parece poseer para algunas

personas un aroma muy fuerte y exquisito, mientras que para otras

resulta totalmente carente de olor." Esto es espléndido y... ¡muy delicado!

Se altera un poco y puede dar un resultado prodigioso. Vamos a buscar

algo más en el terreno de la botánica. Nada da mejor resultado que eso,

especialmente con la ayuda de un poco de latín. ¡Escriba!

"El Epidendrum Flos Aeris, de Java. Tiene una flor de extraordinaria

belleza y sobrevive aun cuando ha sido arrancada. Los nativos la cuelgan

del techo y disfrutan de su fragancia durante años." ¡Esto es magnífico!

Con esto ya tenemos suficientes símiles. Procedamos ahora con las

expresiones picantes.

EXPRESIONES PICANTES. "La Venerable novela China Ju-kiao-li."

¡Espléndido! Introduciendo estas pocas palabras con destreza, demostrará

usted su íntimo conocimiento de la lengua y literaturas chinas. Con la

ayuda de esto posiblemente pueda usted arreglárselas sin el árabe, el

sánscrito o el chicka-saw. No obstante, no se puede uno pasar sin algo de

español, latín y griego. Tendré que buscarle algún pequeño ejemplo de

cada uno. Cualquier cosa es suficiente, ya que debe usted depender de su

ingenio para hacer que encaje en su artículo. ¡Escriba!

"Aussi tendre que Zaire", tan tierno como Zaire; en francés. Alude a

la frecuente repetición de la frase la tendre Zaire, en la tragedia francesa

que lleva ese nombre. Adecuadamente introducida demostrará no sólo su

conocimiento de esta lengua, sino también la amplitud de sus lecturas y

de su ingenio. Puede usted decir, por ejemplo, que el pollo que estaba

comiendo (escriba un artículo acerca de cómo estuvo a punto de asfixiarse

por culpa de un hueso de pollo) no resultaba del todo aussi tendre Zaire.

¡Escriba!

Ven muerte tan escondida,

47

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Que no te sienta venir

Porque el placer de morir

No me torne a dar la vida

Eso es español, de Miguel de Cervantes. Esto puede usted meterlo

muy à propos, cuando esté usted en los últimos espasmos de la agonía

por culpa del hueso de pollo. ¡Escriba!

"Il Pover' huomo che non se'n era accorto,

Andava combattendo, e era morto"

Esto, como sin duda habrá notado, es italiano, de Ariosto. Significa

que un gran héroe, en el ardor del combate, sin darse cuenta de que

estaba muerto, seguía luchando, muerto como estaba. La aplicación de

esto a su propio caso es evidente, ya que espero, Miss Psyche, que dejará

usted pasar al menos una hora y media antes de morir ahogada por el

hueso de pollo. ¡Escriba, por favor!

"Und sterb', isch doch, so sterb'ich denn

Durch sie durch sie!"

Esto es alemán de Schiller. "Y si muero, al menos muero por ti... ¡por

ti!" Aquí es evidente que se dirige usted a la causa de su desastre, el

pollo. De hecho, ¿qué caballero (o si a eso vamos, qué dama) con sentido

común no moriría, me gustaría saber, por un capón bien engordado de la

raza Molucca, relleno de alcaparras y setas, y servido en una ensaladera

con gelatina de naranja en mosaiques? ¡Escriba! (Los sirven preparados

así en Tortoni's.) ¡Escriba, hágame el favor!

Aquí hay una bonita frase en latín, que además es rara (uno no

puede ser demasiado recherché ni breve al hacer citas en latín, se está

haciendo tan vulgar...): ignorantio elenchi. El ha cometido un ignorantio

elenchi, es decir, ha comprendido las palabras de lo que ha dicho usted,

pero no su contenido. El hombre es un tonto, ¿comprende? Algún pobre

idiota al que usted se dirige mientras se ahoga con el hueso de pollo, y

que, por lo tanto, no sabe de lo que estaba usted hablando. Tírele a la cara

el ignorantio elenchi e instantáneamente le habrá usted aniquilado. Si osa

replicar, puede usted hacerle una cita de Lucano (aquí está), que los

48

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdiscursos no son más que anemonae verborum, palabras anémona. La

anémona, a pesar de sus brillantes colores, carece de olor. O si empieza a

ponerse violento, puede caer sobre él con insomnia Jovis, el arrobamiento

jupiteriano, una frase que Silius Itálicus (fíjese, aquí) aplica a las ideas

pomposas y grandilocuentes. Esto, sin duda, le herirá en lo más vivo. No

podrá hacer nada mejor que dejarse caer y morir. ¿Tendría usted la

amabilidad de escribir?

En griego tenemos que buscar algo bonito, por ejemplo, algo de

Demóstenes.

Anero jenwn cai paclin macesetai

Existe una traducción tolerablemente buena de esto en Hudibras,

"Porque aquel que huye puede volver a luchar.

Lo que jamás podría hacer el que ha sido muerto."

En un artículo Blackwood, nada queda tan bien como el griego.

¡Observe tan sólo, Madame, el aspecto astuto de esa épsilon! ¡Esa "pi"

debería, sin duda, ser obispo! ¿Puede haber alguien más listo que esa

omicrón? ¡Fíjese en esa tau! En pocas palabras, no hay nada como el

griego para un artículo de verdadera sensación. En el caso presente, la

aplicación que puede usted hacer de esto es de lo más evidente. Lance

usted la frase, junto con algún terrible juramento y a modo de ultimátum

al villano cabezota e inútil, que fue incapaz de comprender lo que le

estaba diciendo en relación con el hueso de pollo. El aceptará la

insinuación y se irá, puede usted estar segura.

Estas fueron todas las instrucciones que el Sr. B. pudo darme acerca

de aquel tema, pero, en mi opinión, eran más que suficiente. Al cabo de

un tiempo, fui capaz de escribir un genuino artículo de Blackwood y decidí

seguir haciéndolo a partir de entonces. Al despedirnos, el Sr. B. me

propuso comprarme el artículo una vez que lo hubiera escrito, pero como

no podía ofrecerme más que cincuenta guineas por hoja, decidí que sería

mejor dárselo a nuestra sociedad antes que sacrificarlo por una suma tan

escasa. A pesar de su tacañería, el caballero tuvo todo tipo de

consideración conmigo en los demás aspectos y me trató de hecho con la

49

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmayor educación. Sus palabras de despedida se grabaron profundamente

en mi corazón, y espero recordarlas siempre con gratitud.

Mi querida Miss Zenobia me dijo con los ojos inundados de lágrimas,

¿existe cualquier otra cosa que pueda yo hacer para favorecer el éxito de

su laudable labor? ¡Déjeme reflexionar! Cabe dentro de lo posible que no

pueda usted, en un cierto margen de tiempo, a... a... ahogarse, o...

asfixiarse con un hueso de pollo, o... o... ahorcarse, o... ser mordida por

un... ¡pero espere! Ahora que lo pienso, tenemos un par de espléndidos

bulldogs en el patio, unos animales magníficos, se lo aseguro, salvajes y

todo eso... de hecho, son justo lo que usted necesita. En cuestión de cinco

minutos se la habrán comido entera, con todo y aurículas (aquí tiene usted

mi reloj), y ¡piense usted tan sólo en las sensaciones! ¡Tom, Peter, aquí!

Dick, maldito seas, deja salir a ésos pero como yo realmente tenía mucha

prisa, y no podía perder ni un minuto más, tuve, muy para mi disgusto,

que acelerar mi partida y, en consecuencia, me despedí inmediatamente,

y de una manera algo más que brusca de lo que la cortesía recomienda en

otras circunstancias.

Mi objetivo fundamental, una vez terminada mi visita al señor

Blackwood, era el meterme en algún tipo de dificultad inmediatamente,

siguiendo sus recomendaciones, y con ese propósito pasé la mayor parte

del día vagando por Edimburgo, en busca de aventuras desesperadas,

aventuras que fueran adecuadas a la intensidad de mis emociones, y que

se adaptaran a las ambiciosas características del artículo que había

decidido escribir. Durante esta excursión me acompañaba un sirviente

negro, Pompey, y mi perrita faldera, "Diana", a la que había traído

conmigo desde Filadelfia. No obstante, no fue hasta bien entrada la tarde

cuando, por fin, tuve éxito en mi ardua empresa. Fue entonces cuando

ocurrió un importante suceso, cuya sustancia y resultados son los

referidos en el artículo de Blackwood que sigue.

MALAVENTURA

50

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

¿Qué es, buena señora, lo que os ha afligido así?

Comus.

Era una tarde tranquila y apacible cuando paseaba por la agradable

ciudad de Edina8. La confusión y el bullicio de las calles era terrible. Los

hombres hablaban. Las mujeres chillaban. Los niños tosían. Los cerdos

silbaban. Los carros crujían. Los toros bramaban. Las vacas mugían. Los

caballos relinchaban. Los gatos maullaban. Los perros bailaban. ¡Bailaban!

¿Será posible? ¡Bailaban! ¡Ay!, pensé, ¡mis días de baile ya pasaron! Así es

siempre. ¡Qué cantidad de pálidos recuerdos se despertarán siempre en la

mente del genio y la imaginación contemplativa!, especialmente de un

genio condenado a lo imperecedero, lo eterno, lo continuo y, como se po-

dría decir, la continua, sí, la continua y continuadam, amarga, acosadora,

turbadora y, si se me permite la expresión, la muy turbadora influencia de

lo sereno, lo divino, lo celestial, lo exaltante y elevado y purificante efecto

de lo que puede ser llamado lo más envidiable, lo más verdaderamente

envidiable, i no!, lo más benignamente bello, lo más deliciosamente etéreo

y, como si lo fuera, la más linda (si se me permite tan enfática expresión)

cosa (perdóneme, amable lector) del mundo, siempre me dejo llevar por

mis sentimientos. Con tal estado de ánimo, repito, ¡qué cantidad de re-

cuerdos se amontonan por una nadería! ¡Los perros bailaban! Yo, yo no

podía. Ellos retozaban, yo lloraba. Ellos brincaban, yo gemía. !Conmove-

doras circunstancias! que no pueden dejar de traer a la memoria del clá-

sico lector ese exquisito pasaje sobre la perfección de las cosas, que se

encuentra al comienzo del tercer volumen y esa admirable y venerable

novela china, el Yo-Voy-Lenta9.

En mi solitaria caminata por la ciudad tuve dos humildes pero fieles

compañeros. Diana, mi perra lanuda, i la más dulce de las criaturas! Tenía

gran cantidad de pelo sobre su único ojo y una cinta azul elegantemente

atada en su cuello. Diana no tenía más de cinco pulgadas de alto pero su

cabeza era algo más grande que su cuerpo, y su cola, cortada muy al ras,

8 Poéticamente, Edimburgo.9 "Jo-Go-Slow" en el original inglés.

51

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEle daba un aire de inocencia lastimada que al interesante animal le hacía

ganar la simpatía de todos.

Y Pompeyo, ¡mi negro!, ¿dulce Pompeyo!, ¿cómo podría olvidarte? Yo

me había tomado del brazo de Pompeyo. El tenía tres pies de alto (quiero

ser precisa) y como setenta años, o quizás ochenta. Tenía las piernas

combadas y era corpulento. Su boca no podría decirse pequeña, ni sus

orejas cortas. Sus dientes, sin embargo, eran como perlas y el blanco de

sus grandes ojos era delicioso. La naturaleza lo había privado de cuello y

había puesto sus tobillos (como es usual en esa raza) en el medio de la

parte superior de sus pies. Estaba vestido con impactante simplicidad. Sus

únicas vestimentas eran una faja de nueve pulgadas de alto y un gabán

casi nuevo que había pertenecido al alto, esbelto e ilustre doctor

Moneypenny. Era un buen gabán. Estaba bien cortado. Bien hecho. El

gabán era casi nuevo. Pompeyo lo sostenía con ambas manos para que no

se ensuciara.

Había tres personas en nuestro grupo y dos de ellas ya han sido

objeto de nota. Había una tercera y esa persona era yo misma. Yo soy la

Signora Psyche Zenobia. No soy Suky Snobbs. Mi apariencia es imponente.

En la memorable ocasión de la que hablo estaba vestida con un atuendo

de satén carmesí y un mantelet árabe azul-cielo. El vestido estaba

guarnecido de agraffas verdes y siete gráciles velos de aurícula naranjas.

Así era la tercera del grupo. Estaba la perra de lana. Estaba Pompeyo.

Estaba yo misma. Éramos tres. Del mismo modo que originalmente las

Furias no eran sino tres: Meltia, Nimia y Hetia, la Meditación, la Memoria y

el Violín.

Apoyándome en el brazo del galante Pompeyo y seguida por Diana a

respetable distancia, seguí bajando por una de las populosas y agradables

calles de la ahora desierta Edina. De pronto, apareció ante mis ojos una

gran iglesia, una catedral gótica, venerable y con un alto campanario er-

guido hacia el cielo. ¿Qué locura me poseía ahora? ¿Por qué me apresura-

ba hacia mi destino? Estaba poseída por el incontrolable deseo de subir el

empinado pináculo y desde ahí vislumbrar la inmensa extensión de la

ciudad. La puerta de la catedral se mantenía invitadoramente abierta. Mi

destino prevaleció. Entré por la ominosa arcada. ¿Dónde estaba entonces

mi ángel guardián?, si es que tales ángeles existían. ¡Sí! ¡Perturbador mo-

52

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnosílabo!, ¡qué mundo de misterio y significado y duda e incertidumbre

envolvían esas solas dos letras! ¡Entré por la ominosa arcada! Entré y, sin

dañar mis aurículas color naranja, pasé debajo del portal y emergí en el

vestíbulo. Así como pasaba el inmenso río Alfred, ileso y sin mojarse,

debajo del mar.

Pensé que la escalera no iba a terminar nunca. ¡Girando! Sí, girando y

arriba, girando y arriba, girando y arriba hasta que no pude evitar sospe-

char, junto al sagaz Pompeyo en cuyo brazo descansaba con la confianza

de un afecto temprano, no pude evitar sospechar que el extremo superior

de la continua escalera de caracol había sido accidentalmente, o quizá

premeditadamente, quitado. Hice una pausa para recobrar el aliento y,

entre tanto, ocurrió un accidente de una naturaleza tal, tanto desde un

punto de vista moral como metafísico, que no puedo dejar pasar. Me pa-

reció, tenía por cierto bastante confianza en el hecho, no podía estar equi-

vocada, ¡no!, había, por momentos, observado cuidadosa y ansiosamente

los movimientos de mi Diana, dije que no podía estar equivocada, ¡Diana

olió una rata! De inmediato llamé la atención de Pompeyo sobre el tema y

él... él estuvo de acuerdo conmigo. No podía haber entonces duda razo-

nable por más tiempo. La rata había sido olida, y por Diana. ¡Cielos! ¿Lle-

garé a olvidar la intensa excitación del momento? ¡La rata!, estaba ahí, es

decir, estaba en algún lugar. Diana olió a la rata. Yo, yo no pude. Del mis-

mo modo que el Isis Prusiano tiene, para algunas personas, un perfume

dulce y poderoso, mientras que para otras es perfectamente inodoro.

La escalera había sido conquistada y ahora sólo quedaban tres o

cuatro escalones interponiéndose entre nosotros y la cima. Ascendimos un

poco más y ahora sólo quedaba un escalón. ¡Un escalón! ¡Un pequeño,

pequeño escalón! De tan pequeño escalón en la gran escalera de la vida

humana, ¡qué vasta cantidad de humana felicidad depende! Pensé en mí,

luego en Pompeyo y luego en el misterioso e inexplicable destino que nos

rodea. ¡Pensé en Pompeyo!, ¡pensé en el amor! Pensé en los muchos

pasos10 equivocados que había dado y que aún daría. Resolví ser más

precavida, más reservada. Abandoné el brazo de Pompeyo y, sin su

asistencia, monté el escalón que faltaba y llegué a la cámara del

campanario. Fui seguida inmediatamente por mi perra, Pompeyo quedó

10 "Steps" en el original inglés, que significa tanto "escalón" como "paso".

53

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsolo más atrás. Permanecí de pie en el extremo de la escalera y lo alenté a

subir. Alargó su mano hacia mí y, desafortunadamente, al hacerlo se vio

obligado a abandonar el gabán que sostenía con firmeza. ¿Nunca cesarán

los dioses su persecución? El gabán se cayó y, con uno de sus pies,

Pompeyo se enreda con el largo faldón del abrigo. Tropieza y cae, esta

consecuencia era inevitable. Cayó hacia adelante y, con su maldita

cabeza, me dio de lleno en... en el pecho, precipitándome hacia adelante,

junto a él, sobre el duro, sucio y detestable piso del campanario. Pero mi

venganza fue segura, inmediata y completa. Asiéndolo furiosamente de la

lanuda cabellera con ambas manos, le arranqué una vasta cantidad de

material negro, matoso y rizado y lo arrojé lejos de mí con todo un gesto

de desdén. Cayó entre las sogas del campanario y ahí se quedó. Pompeyo

se levantó y no dijo palabra. Pero me miró lastimeramente con sus

grandes ojos y... suspiró. ¿Dioses, qué suspiro! Me penetró el corazón. Y el

cabello... ¡la lana! Si pudiera haber alcanzado la lana la habría bañado con

mis lágrimas en señal de arrepentimiento. Pero he ahí que ahora estaba

fuera de mi alcance. Hamacándose entre el cordaje de la campana,

imaginaba que estaba aún vivo. Imaginaba que se erguía con indignación.

Como la felizdandy Flos Aeris de Java que da una bella flor que seguirá

viva aun cuando se la arranca de raíz. Los nativos la suspenden del techo

con un cordel y disfrutan de su fragancia durante años.

Nuestra disputa había acabado y buscamos una abertura que nos

permitiese visualizar la ciudad de Edina. Ventanas no había. La única luz

que se filtraba en la sombría cámara procedía de una abertura cuadrada,

de cerca de un pie de diámetro a una altura de unos siete pies del piso.

¿Qué es lo que no puede hacer la energía del verdadero genio? Resolví

trepar hasta ese agujero. Había, cerca y frente al agujero, una gran canti-

dad de ruedas, piñones y otra maquinaria de aspecto cabalístico; y a tra-

vés de éste pasaba un bastón de hierro, parte de la maquinaria. Entre las

ruedas y la pared donde estaba el agujero había apenas espacio para mi

cuerpo y aunque era desesperante, estaba determinada a perseverar. Lla-

mé a Pompeyo a mi lado.

- ¿Ves ese agujero, Pompeyo? Quisiera mirar por él. Te quedarás pa-

rado acá, justo debajo del agujero, así. Ahora, sostiene así una de tus ma-

nos y déjame poner un pie en ella. Ahora con la otra mano, Pompeyo,

54

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEayúdame a subir encima de tus hombros.

Hizo todo lo que le pedí y me encontré en cuanto estuve arriba con

que podía fácilmente pasar mi cabeza y cuello por la abertura. La perspec-

tiva era sublime. Nada podía ser más magnífico. Hice sólo una pausa para

ordenarle a Diana que se comportase y le aseguré a Pompeyo que sería

considerada y descansaría sobre sus hombros lo más ligeramente posible.

Le dije que sería tierna con sus sentimientos, ossi tender que beefsteak.

Habiéndole hecho justicia a mi fiel amigo me dediqué con viveza y

entusiasmo al goce de la escena que gentilmente se desplegaba ante mis

ojos.

Este tema, sin embargo, lo dejaré de lado. No describiré la ciudad de

Edimburgo. Todos han estado en la ciudad de Edimburgo. Todos han es-

tado en Edimburgo, la clásica Edina. Me limitaré a los detalles puntuales

de mi lamentable aventura. Habiendo de algún modo satisfecho mi curiosi-

dad respecto de la extensión, situación y apariencia general de la ciudad,

tuve el deseo de ver la iglesia en la que estaba y la delicada arquitectura

del campanario. Noté que la abertura por la que había asomado mi cabeza

daba al disco de un gigantesco reloj y, desde la calle, debía de parecer

como un gran ojo de cerradura tal como se ve en el frente de los relojes

franceses. Sin duda debía de estar para permitir que el brazo de un opera-

dor ajuste, cuando es necesario, las agujas del reloj desde adentro. Obser-

vé también, con sorpresa, el inmenso tamaño de estas agujas, de las

cuales la más larga no debería medir menos de diez pies y ocho o nueve

pulgadas en su parte más ancha. Aparentemente estaban hechas de un

sólido acero y sus bordes parecían afilados. Habiendo tomado nota de

estas particularidades, y de algunas otras, volví mis ojos hacia la gloriosa

perspectiva de más abajo y me quedé absorta en la contemplación.

De ésta, después de algunos minutos, fui sacada por la voz de

Pompeyo que me dijo que no podía seguir sosteniéndome por más tiempo

y me pidió que tuviera la gentileza de bajar. Esto no era razonable y se lo

dije con un discurso algo largo. Me contestó pero con una evidente falta

de comprensión de mis ideas respecto del asunto. Empecé a enojarme en

la misma medida y le dije directamente que era un tonto, que había

cometido una ignoramus electa, que sus nociones eran apenas insomnio

de bueyes y sus palabras apenas mejores que un enema verborum. Con

55

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEesto pareció quedar satisfecho y continué con mis contemplaciones.

Debe de haber sido como media hora después de este altercado que,

estando profundamente absorta por el celestial escenario que se extendía

debajo de mí, fui sobresaltada por algo muy frío que apretaba con gentil

presión la parte trasera de mi cuello. No hace falta decir que me sentí

inexpresablemente alarmada. Sabía que Pompeyo estaba a mis pies y que

Diana, de acuerdo con mis expresas directivas, estaba sentada sobre sus

cuartos traseros en el rincón más alejado de la habitación. ¿Qué podía ser?

¡Ay!, demasiado pronto lo descubrí. Haciendo suavemente mi cabeza a un

lado, percibí, con el horror más extremo, que el gigantesco y centelleante

minutero con aspecto de cimitarra había, en el curso de su giro horario,

descendido sobre mi cuello. Supe que no había un segundo que perder.

Me corrí hacia atrás... pero era demasiado tarde. No tuve ocasión de sacar

la cabeza de la boca de esa terrible trampa en la que caí tan limpiamente

y que se estrechaba cada vez más con una rapidez demasiado horrible

como para ser concebida. La agonía de ese momento es algo que no

puede ser imaginado. Extendí mis manos y apliqué toda mi fuerza en

empujar hacia arriba la pesada barra de hierro. Podría mejor haber tratado

de levantar en vilo a la catedral misma. Bajaba, bajaba y bajaba, cada vez

y cada vez más cerca. Le pedí ayuda a Pompeyo a gritos pero me res-

pondió que había herido sus sentimientos al llamarlo "ignorante electa".

Le grité a Diana pero ella sólo respondió con un "guauguauguauguau" y

que yo le había dicho que "por ningún motivo se alejara del rincón". Así no

podía esperar ayuda alguna de parte de mis asociados.

Mientras tanto, la pesada y terrible Guadaña del Tiempo (pues ahora

descubría la importancia literal de la clásica frase) no se había detenido ni

se iba a detener. Bajaba y seguía bajando. Ya había enterrado su filoso

borde una pulgada en mi carne y mis sensaciones se tornaban indistintas

y confusas. En un momento me veía a mí misma en Filadelfia con el mun-

dano doctor Moneypenny y al otro de vuelta en la oficina del señor Black-

wood recibiendo sus invalorables instrucciones. Y luego de nuevo los

dulces recuerdos de mejores y remotos tiempos y pensé en ese período

feliz en que el mundo no era todo un desierto y Pompeyo no tan cruel.

El tictac de la maquinaria me divertía. Me divertía, digo, pues ahora

mis sensaciones rozaban la perfecta felicidad y las circunstancias más tri-

56

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEviales me aportaban placer. El eterno tictac, tictac, tictac del reloj era para

mis oídos la música más melodiosa y, ocasionalmente, me recordaba los

elegantes sermones del doctor Ollapod. Estaban también los grandes nú-

meros de la esfera del reloj, i qué inteligentes, qué intelectuales parecían

todos! Al momento empezaron a bailar una mazurka y me pareció que era

el número V el que mayor satisfacción daba. Era, evidentemente, una

dama bien educada. Nada de fanfarronería ni falta de delicadeza en sus

movimientos. Hacía la pirueta admirablemente, girando alrededor de su

eje. Hice el gesto de alcanzarle una silla pues vi que parecía fatigada de

sus ejercicios y no fue hasta entonces que percibí mi lamentable situación.

!Lamentable, por cierto! La hoja había penetrado dos pulgadas en mi cue-

llo. Fui elevada a un grado de intenso dolor. Rogué por la muerte y, en la

agonía del momento, no pude dejar de citar los exquisitos versos del

poeta Miguel de Cervantes:

¡Vanny Buren, tan escondida

Query no te senty venny

Pork and pleasure, delly morry

Nommy, torny, darry, widdy!

Pero ahora se presentaba un nuevo horror y uno que por cierto basta-

ba para soliviantar los nervios más templados. Mis ojos, por la cruel pre-

sión de la máquina, estaban saliéndose completamente de sus órbitas.

Mientras pensaba en cómo podría arreglármelas sin ellos, uno saltó de mi

cabeza y, rodando por la cornisa del campanario, cayó en la canaleta de

desagüe que corría por los bordes del edificio principal. La pérdida de un

ojo no era tanto como el insolente aire de independencia y contento con

que me miraba después que estuvo fuera. Ahí estaba, en la canaleta, justo

bajo mi nariz y los aires que se daba habrían sido ridículos si no fueran de-

sagradables. Tales guiños y parpadeos nunca antes habían sido vistos. Ese

comportamiento de parte de mi ojo en la canaleta no era sólo irritante te-

niendo en cuenta su manifiesta insolencia y vergonzosa ingratitud, sino

57

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtambién excesivamente inconveniente en vistas de la simpatía que siem-

pre existe entre los dos ojos de la misma cabeza, no importa cuán

alejados estén. Fui forzada, en cierto modo, a guiñar y parpadear, quiera o

no, en coordinación exacta con esa cosa depravada que yacía bajo mi

nariz. Fui en el acto liberada, sin embargo, por la caída del otro ojo. Al caer

tomó la misma dirección que su compañero (quizá se complotaron

previamente). Ambos rodaron juntos por la canaleta y la verdad es que me

sentí muy contenta de librarme de ellos.

La barra estaba ahora cuatro pulgadas y media incrustada en mi cue-

llo y sólo quedaba un pequeño trozo de piel por cortar. Mis sensaciones

eran de completa felicidad porque sentí que, como mucho, en unos pocos

minutos, quedaría liberada de mi desagradable situación. A la espera de

eso no me hallaba del todo decepcionada. A las cinco y veinticinco minu-

tos de la tarde, precisamente, el enorme minutero había avanzado lo sufi-

ciente en su terrible revolución como para cortar lo poco que quedaba de

mi cuello. No me lamenté de ver la cabeza que me ocasionó tantas moles-

tias separada definitivamente de mi cuerpo. Primero rodó por la cornisa,

luego por la canaleta durante unos pocos segundos precipitándose enton-

ces en medio de la calle.

Debo confesar con candidez que mis sentimientos eran ahora del

más singular... no, del más misterioso, perplejo e incomprensible carácter.

Mis sentidos estaban acá y allá al mismo tiempo. Con mi cabeza

imaginaba, al mismo tiempo, que yo, la cabeza, era la verdadera Signora

Psyche Zenobia, al instante siguiente estaba convencida de que yo, el

cuerpo, era la propia identidad. Para esclarecer mis ideas sobre este tema

saqué de mi bolsillo la caja de rapé pero, al querer aplicar un puñado de

su gratificante contenido de la forma normal, me percaté inmediatamente

de mi peculiar deficiencia y, al momento, arrojé la caja hacia abajo, a mi

cabeza. Tomó el puñado con gran satisfacción y me devolvió una sonrisa

de reconocimiento. Momentos después empezó a hablarme pero como no

tenía oídos la oí muy mal. Alcancé, sin embargo, a entender lo suficiente

como para darme cuenta de que la cabeza estaba muy extrañada de que

yo quisiera seguir viviendo bajo estas circunstancias. En su frase final

mencionó los nobles versos de Ariosto:

58

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Il pover hommy che non sera corty

Andaba combattendo y erry morty

comparándome así con el héroe que, en el calor del combate, no se

daba cuenta de que ya estaba muerto y seguía combatiendo con

interminable valor. Ya no había nada que me impidiese bajar del sitio al

que había subido y así lo hice. Nunca pude saber qué vio Pompeyo de

particular en mi aspecto. Abrió la boca de oreja a oreja y cerró los ojos

como si quisiese romper nueces con los párpados. Al fin, tirando su gabán,

saltó hacia la escalera y desapareció. Grité al villano aquellas vehementes

palabras de Demóstenes:

Andrew O'Phlegethon,

qué pálido estás

y torné hacia la amada de mi corazón, la del único ojo, la lanuda

Diana. ¡Ay!, qué horrible espectáculo me esperaba. ¿Había visto en verdad

una rata que volvía a su cueva? Y esos huesos, ¿eran los del desdichado

angelito que había sido cruelmente devorado por el monstruo? ¡Dioses!,

¡qué estoy mirando! ¿Ésa es el alma, la sombra, el fantasma de mi amada

perrita, lo que veo allí sentado en el rincón con pesarosa gracia?

¡Escuchad al que habla y, cielos... en el alemán de Schiller!:

Unt stubby duk, so stubby dun Duk she! Duk she!

¡Ah, cuán ciertas resultaron sus palabras!

Y si he muerto, al menos he muerto Por ti... por ti

¡Dulce pequeña! ¡Ella también se sacrificó por mí! Sin perra, sin ne-

gro, sin cabeza, ¿qué queda ahora de la infeliz Signora Psyche Zenobia?

59

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE¡Ay, nada! He terminado.

MISTIFICACIÓN

¡Demonios! Si éstos son tus "pasos" y tus "montantes", no quiero

saber nada de ellos.

Ned Knowles.

El barón Ritzner Von Jung pertenecía a una aristocrática familia húngara,

cuyos miembros (al menos hasta donde se puede comprobar con docu-

mentos antiguos y fidedignos) se habían destacado por esa suerte de gro-

tesquerie de la imaginación, de la cual Tieck, uno de los descendientes, ha

constituido un ejemplo, aunque no el más vívido. Mi relación con Ritzner

comenzó en el magnífico castillo de los Jung, adonde me llevó una serie de

extrañas aventuras que no quiero dar a publicidad, en los meses estivales

del año 18... Fue allí donde me hice acreedor a su aprecio y donde, con

algo más de dificultad, adquirí un conocimiento parcial sobre la con-

formación de su mente. Con posterioridad, ese conocimiento se hizo más

estrecho, a medida que se profundizaba la amistad que le dio origen. Y

cuando volvimos a encontrarnos en G...n luego de tres años de separa-

ción, sabía todo lo que necesitaba saber sobre la personalidad del barón

Ritzner Von Jung.

Recuerdo los comentarios de curiosidad que su llegada despertó dentro

del ámbito de la universidad la noche del veinticinco de junio. También

recuerdo claramente que, si bien a primera vista todos lo calificaron de "el

hombre más notable del mundo", nadie dio los fundamentos de su opinión.

Tan innegable era que se trataba de un ser singular, que parecía una

impertinencia preguntar en qué residía su singularidad. Pero dejando de

lado este tema por el momento, me limitaré a observar que, desde el

60

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprimer momento que puso un pie dentro del perímetro de la universidad,

comenzó a ejercer sobre los hábitos, modales, personas, finanzas y prefe-

rencias de la comunidad entera una influencia tan amplia como despóti-

ca, y al mismo tiempo tan indefinida como inexplicable. Así, el breve lapso

de su residencia en la universidad conformó una era en sus anales, ca-

racterizada por todas las personas que pertenecieron a ella como "la

extraordinaria época de la dominación del barón Ritzner Von Jung".

A su llegada a G...n, Von Jung fue a buscarme a mis habitaciones. Te-

nía una edad indefinida. Con eso quiero decir que era imposible hacer el

menor cálculo sobre sus años a juzgar por los datos de su aspecto físico.

Bien podía ser que tuviera quince o cincuenta, y lo cierto es que tenía

veintiún años y siete meses. No era de manera alguna un hombre

apuesto, sino más bien lo contrario. El contorno de su cara era un tanto

angular y severo. Tenía frente alta y muy hermosa, nariz chata y ojos

grandes, vidriosos e inexpresivos. Con respecto a la boca había más para

observar. Los labios eran levemente protuberantes, y solía llevarlos

apretados de una manera tal que es imposible pensar en ninguna

combinación de rasgos, ni siquiera la más compleja, que transmitiera de

manera tan total y única la idea de gravedad, de solemnidad y reposo.

Por lo que ya he dicho, podrá advertirse sin duda que el barón era una

de esas anomalías humanas que se encuentran de tanto en tanto, y que

hacen de la ciencia del absurdo el estudio y la ocupación de su vida. El

sesgo especial de su mente le confería dotes instintivas para esta ciencia,

mientras que su aspecto físico le daba grandes facilidades para llevarla a

cabo. Creo fervientemente que, durante esa afamada época a la que tan

insólitamente se define como la dominación del barón Ritzner Von Jung,

ningún alumno de G...n consiguió develar el misterio que ensombrecía su

carácter. Tengo la convicción de que nadie de la universidad, salvo yo

mismo, lo consideró nunca capaz de hacer una broma, fuese un simple

chiste verbal o una broma pesada. Antes hubieran acusado al viejo bull-

dog del jardín, al fantasma de Heráclito o a la peluca del profesor emérito

de teología. Y esto, siendo que era evidente que los más egregios e

imperdonables trucos, extravagancias y bufonadas eran realizadas, si no

directamente por él, al menos por su intermedio o connivencia. La belleza,

por así decirlo, de su arte mystifique residía en su gran habilidad

61

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE(producto de un conocimiento casi instintivo de la naturaleza humana, y

de un maravilloso aplomo) mediante la cual siempre daba a entender que

las bromas que preparaba se producían pese a los esfuerzos que él hacía

por impedir-

las, y por preservar la dignidad y el orden de su universidad. La profunda,

punzante y abrumadora mortificación que el fracaso de sus insignes es-

fuerzos dibujaba en todas sus facciones no dejaba la menor duda de su

sinceridad en el ánimo hasta de sus compañeros más escépticos. No era

menos digna de observación la astucia con que se ingeniaba para

trasladar el sentido de lo grotesco del creador a lo creado, de su propia

persona a los absurdos que originaba. Jamás, antes de este episodio,

había visto yo que un bromista escapara a las naturales consecuencias de

sus maniobras, es decir, que lo ridículo se traspasara a su propia persona.

Envuelto de continuo en un clima de capricho, mi amigo parecía vivir sólo

para las normas más estrictas de la sociedad; y ni siquiera las personas de

su propia casa pensaron en asociar nunca el recuerdo del barón Ritzner

Von Jung con otras ideas que las de rigidez y majestuosidad.

Durante la época de su estancia en G...n, daba la impresión de que el

demonio del dolce far niente permanecía como un íncubo en la universi-

dad. Al menos, no se hacía otra cosa que dedicarse a la comida, la bebida

y el jolgorio. Los departamentos de los alumnos se habían convertido en

igual número de tabernas, y ninguna de ellas era tan famosa ni tan concu-

rrida como la del barón. Allí nuestras parrandas eran muchas, muy ruido-

sas y prolongadas, siempre llenas de incidentes.

En una oportunidad, habíamos prolongado la reunión casi hasta el alba,

y se había bebido una desusada cantidad de alcohol. Los presentes eran

siete u ocho, además del barón y yo. La mayoría eran muchachos de

fortuna y de abolengo, orgullosos de su linaje e imbuidos de un exagerado

sentido del honor. Abundaban en todos ellos las opiniones más ultrager-

mánicas sobre el duelo. Estas ideas quijotescas habían recibido nuevos

impulsos con ciertas publicaciones recientes aparecidas en París, así como

por tres o cuatro lances con resultado fatal que habían ocurrido en G...n;

por eso, durante casi toda la noche, la conversación giró, desenfrenada,

alrededor del fascinante tema del momento. El barón, que durante la pri-

mera parte de la velada había estado insólitamente callado y abstraído,

62

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdespertó por fin de su apatía, intervino en la conversación y se explayó so-

bre los beneficios -más especialmente sobre las bellezas- del código de

etiqueta del lance caballeresco con tal ardor y elocuencia, con una

vehemencia tan grande, que despertó el más cálido entusiasmo en sus

oyentes y hasta en mí mismo, que sabía perfectamente bien que en el

fondo él ridiculizaba las mismas cosas que en ese momento defendía, y

más precisamente, y que sentía por toda la fanfaronade del duelo el

desprecio que se merece.

Mirando alrededor en una de las pausas del discurso del barón (sobre el

cual el lector podrá formarse una leve idea si digo que se asemejaba al

estilo fervoroso, monótono y sin embargo musical del discurso sermones-

co de Coleridge), noté en el rostro de uno de los presentes síntomas de

algo más que un simple interés general. El caballero, a quien llamaré Her-

mann, era original en todo sentido, salvo quizás en el hecho de que era un

reverendo tonto. Sin embargo, dentro de determinado grupo de la univer-

sidad se había hecho fama de profundo pensador metafísico, y de tener,

creo, cierto talento para la lógica. Asimismo había adquirido gran renom-

bre como duelista, incluso en G...n. No recuerdo exactamente el número

de víctimas que cayeron a sus manos, pero eran muchas. Sin lugar a

dudas, era un hombre valiente. Pero su mayor orgullo residía en su

conocimiento íntimo de la etiqueta del duelo, y en el refinamiento de su

sentido del honor. Estas cosas constituyeron una afición en él que llevó

hasta la muerte. A Ritzner -que siempre andaba a la pesca de lo grotesco-

esas peculiaridades ya le habían ofrecido desde hacía tiempo pasto para

las bromas. Eso yo no lo sabía. Sin embargo, en este caso en particular me

di cuenta de que algo andaba tramando mi amigo, y que el destinatario

era Hermann.

A medida que el barón procedía con su discurso -o mejor dicho, su

monólogo-, noté que iba creciendo la excitación de Hermann. Por último

éste tomó la palabra, objetó un punto sobre el cual Ritzner insistía y

enumeró minuciosamente sus razones. El barón le respondió también en

detalle, conservando su tono de entusiasmo exagerado, y terminando con

un sarcasmo y una ironía que me parecieron de muy mal gusto. La afición

de Hermann salió a la luz con todo su vigor, cosa que pude notar en el

estudiado fárrago de su respuesta. Recuerdo claramente sus últimas

63

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpalabras:

-Permítame que le diga, barón Von Jung, que sus opiniones, si bien en

términos generales son correctas, en muchos aspectos constituyen un

descrédito para usted y para la universidad a la que pertenece. Ciertos

puntos ni siquiera merecen una refutación en serio. Más aún, me atrevería

a agregar que, si no fuera por el temor a ofenderlo (aquí sonrió

amablemente), diría que sus opiniones no son las que se pueden esperar

de un caballero.

Cuando Hermann terminó esta equívoca frase, todos los ojos se posa-

ron en el barón. Primero se puso pálido y luego muy colorado. Después

dejó caer su pañuelo, y cuando se agachó para recogerlo pude vislumbrar

en su cara una expresión que ninguno de los presentes alcanzó a verle.

Era un rostro radiante, con la expresión burlona que constituía su carácter

natural, pero que nunca le había visto adoptar salvo cuando estábamos a

solas y él se permitía distenderse. Al instante se enderezó y enfrentó a

Hermann; jamás había visto yo un cambio tan total de semblante en tan

breve lapso. Por un momento hasta llegué a creer que me había equivoca-

do, y que el barón obraba con seriedad. Daba la impresión de estar conte-

niéndose, y su rostro se había puesto de un blanco cadavérico. Se quedó

un instante en silencio, al parecer tratando de dominar su emoción.

Cuando por fin lo consiguió, tomó un botellón que tenía cerca, lo aferró

con fuerza y dijo:

-El lenguaje que consideró apropiado usar para dirigirse a mí, Mynheer

Hermann, es cuestionable en tantos aspectos, que no tengo tiempo ni de-

seos de especificárselos en detalle. Sin embargo, decir que mis opiniones

no son las que pueden esperarse de un caballero es tan ofensivo, que me

deja margen para una sola línea de conducta. De todos modos debo ser

cortés con estas personas y con usted mismo, que son mis invitados. Ten-

drá que perdonarme, pues, que me aparte un poco de lo que es la conduc-

ta habitual de los caballeros en similares casos de afrenta personal.

Discúlpeme por el moderado esfuerzo de imaginación que le impondré; le

ruego que por un instante considere el reflejo suyo en aquel espejo como

si fuera Mynheer Hermann en persona. Cuando lo haya hecho, no habrá la

menor dificultad. Arrojaré este botellón de vino a la imagen del espejo, y

así llevaré a cabo en espíritu, aunque no al pie de la letra, lo que debería

64

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhacer ante su insulto, evitando así ejercer violencia física contra usted.

Dichas estas palabras, lanzó el botellón lleno de vino contra el espejo

que había frente a Hermann; golpeó con gran precisión la parte que refle-

jaba su imagen, y como era de prever, hizo añicos el cristal. Todos los pre-

sentes se pusieron de pie y se marcharon, a excepción de Ritzner y de mí.

En el momento en que Ritzner se retiraba, el barón me pidió en susurros

que lo siguiera y que ofreciera mis servicios. Acepté hacerlo, sin saber

muy bien qué pensar de tan ridículo asunto.

El duelista aceptó mi ayuda en su estilo acartonado y ultra recherché,

y, tomándome del brazo, me condujo a sus habitaciones. Me costó mucho

no reírmele en la cara cuando pasó a comentar, con gran seriedad, lo que

describió como "el carácter refinadamente peculiar" de la ofensa recibida.

Luego de una aburridora arenga en su estilo habitual, bajó de la biblioteca

una cantidad de mohosos volúmenes sobre el tema del duello, y me entre-

tuvo largo rato leyéndome trozos de su contenido y comentándolos con

convicción. Recuerdo el título de algunas de las obras: la Ordenanza de

Felipe el Hermoso sobre el combate personal, el Teatro del honor, de

Favyn, y un tratado sobre La autorización para los duelos, de Andiguier.

También exhibió con gran ostentación las Memorias de duelos, de

Brantome, publicadas en Colonia en 1666, con letra de tipo Elzevir, un

volumen único y preciado, impreso en papel de vitela, con anchos

márgenes y encuadernado por Deróme. Pero, con un aire de misteriosa

sagacidad, me hizo reparar en un grueso volumen en octavo, escrito en

latín bárbaro por un tal Hedelin, un francés, que ostentaba el raro título

Duelli Lex Scripta, et non; aliterque. De ahí me leyó uno de los capítulos

más extraños relativo a las Injuria per applicationem, per constructionem,

et per se, la mitad de lo cual, según me dijo, se aplicaba estrictamente a

su caso "refinadamente peculiar", aunque juro que no pude entender ni

una palabra de todo eso.

Al terminar el capítulo, cerró el libro y me preguntó qué consideraba yo

que debía hacerse. Le respondí que confiaba plenamente en la gran

delicadeza de sus sentimientos, y que aceptaría lo que él propusiera. Mi

respuesta lo hizo sentir halagado, y se sentó a escribirle una nota al barón.

Decía así:

Señor:

65

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Mi amigo, el señor P..., le entregará esta esquela. Me veo

obligado a requerirle cuanto antes una explicación de lo ocurrido

esta noche en sus aposentos. En caso de que declinara este

pedido, el señor P... tendrá el agrado de arreglar, con la persona

que usted designe, los pasos previos a un encuentro.

Con el más profundo respeto, su humilde servidor,

JOHAN HERMANN Al barón

Ritzner Von Jung,

18 de agosto de 18...

Al no saber qué otra cosa podía hacer, llevé a Ritzner esta epístola.

Cuando se la entregué hizo una inclinación, y con semblante serio, me in-

dicó que tomara asiento. Luego de leer el texto, escribió la siguiente res-

puesta, que luego llevé a Hermann:

Señor:

Por medio de nuestro común amigo, el señor P..., he recibido su

mensaje de esta noche. Luego de reflexionar, admito con franqueza

lo adecuado de la explicación que usted sugiere. Habiéndolo

reconocido, sigue resultándome sumamente difícil (debido al

carácter refinadamente peculiar de nuestra desinteligencia, y de la

afrenta personal que le infligí) expresar lo que tengo que decir para

disculparme de modo de satisfacer las minuciosas exigencias y los

variados matices de este caso. Sin embargo, confío plenamente en

la suma delicadeza de discriminación, en temas vinculados con las

normas de la etiqueta, por la cual se distingue usted desde hace

tanto tiempo. Por lo tanto, con la certeza de ser comprendido, no

expresaré mis propios sentimientos, sino que me remitiré a las

opiniones de Sieur Hedelin, tal como las expone en el noveno

párrafo del capítulo sobre Injuriae per applicationem, per cons-

tructionem, et per se, de su obra Duelli Lex Scripta, et non;

aliterque. La sutileza de su discernimiento en todas las cuestiones

allí tratadas bastarán, estoy seguro, para convencerlo de que la

mera circunstancia de que yo lo remita a ese admirable capítulo

debe satisfacer su pedido de explicaciones en tanto hombre de

honor.

66

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Con la expresión de mi más profundo respeto, su obediente ser-

vidor,

VON JUNG

Al señor Johan Hermann, 18 de

agosto de 18...

Hermann comenzó la lectura de la carta con expresión adusta, que

lentamente fue transformándose en una sonrisa de la más ridícula vanidad

cuando llegó al galimatías sobre las Injuria per applicationem, per cons-

tructionem, et per se. Al terminar de leer, me rogó con la más amable

sonrisa que ,tomara asiento, mientras él se remitía al tratado en cuestión.

Buscó la página indicada, leyó con sumo cuidado en voz baja, cerró el li-

bro y luego me solicitó, en mi carácter de amigo íntimo del barón Von

Jung, que lo elogiara por su conducta caballeresca, y le asegurara que la

explicación ofrecida era de carácter tan honorable como satisfactorio.

Un tanto desconcertado por esto, regresé a los aposentos del barón,

quien recibió la amistosa carta de Hermann como si tal cosa. Conversó

conmigo unos instantes, se dirigió a una habitación interior y regresó lue-

go trayendo el insigne tratado Duelli Lex Scripta, et non; aliterque. Entre-

gándome el tomo, me pidió que leyera una parte de él. Eso hice, pero de

nada me sirvió pues no pude comprender ni una palabra. Tomó entonces

él el libro y me leyó un capítulo en voz alta. Cuál no sería mi sorpresa

cuando me di cuenta de que lo que leía era el relato más absurdo y horri-

ble de un duelo entre dos mandriles. Procedió luego a explicarme el mis-

terio, mostrándome que el volumen, contrariamente a lo que parecía

prima facie, estaba escrito siguiendo los versos disparatados de Du

Bartas; es decir, las palabras habían sido ingeniosamente colocadas para

que presentaran todos los signos exteriores de inteligibilidad, y hasta de

profundidad, cuando de hecho no existía ni el más mínimo atisbo de

sentido. La clave consistía en leer una palabra de cada tres, con lo cual

aparecía una serie de ridículas bromas sobre un combate realizado en

nuestros tiempos.

El barón más tarde me informó que se las había ingeniado para que

Hermann conociera el tratado dos o tres semanas antes de la aventura, y

que por el tono de su conversación se dio cuenta de que lo había estudia-

67

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdo con suma atención, y creía a pie juntillas que se trataba de una obra de

desusado mérito. Basándose en este indicio procedió a actuar. Hermann

habría muerto mil veces antes que reconocer su incapacidad para com-

prender cualquiera de los escritos que existen en este mundo sobre el

tema del duelo.

SIN ALIENTO

Oh, no respires, etc.

(Melodías, de Moore)

La desventura más notoria a la larga debe ceder ante el incansable

coraje de la filosofía, así como la ciudad más pertinaz frente a la incesante

vigilancia del enemigo. Salmanasar, como sabemos por las Escrituras, sitió

Samaria durante tres años; pero ésta al fin cayó. Sardanápalo -véase a

Diodoro- consiguió mantenerse siete años en Nínive, pero de nada le

sirvió. Troya sucumbió al terminar el segundo lustro, y Azoth, según jura

Aristeo por su honor de caballero, al final tuvo que abrir sus puertas a

Psamético, después de haberlas tenido trancadas durante la quinta parte

de un siglo.

- ¡Canalla! ¡Perra! ¡Arpía! -le dije a mi mujer al día siguiente de

nuestra boda-. ¡Bruja! ¡Antro de iniquidad! ¡Horrenda quintaesencia de

todo lo abominable, tú, tú...! -En puntas de pie, la aferré del cuello, apoyé

la boca cerca de su oreja, y cuando me preparaba para lanzarle un nuevo

y más enérgico epíteto de oprobio que, de ser dicho, la convencería

plenamente de su insignificancia, comprobé con horror y asombro que ha-

bía perdido el aliento.

Las frases como: "Me he quedado sin aliento" o "Me falta el aliento"

son muy habituales en la conversación, pero nunca se me había ocurrido

68

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque el terrible accidente del que hablo pudiera suceder bona fide y de ver-

dad. ¡Imagine el lector, si tiene afición por la fantasía, imagine, digo, mi

asombro, mi consternación, mi desesperación!

Sin embargo, tengo un genio protector que nunca me ha abandonado

del todo. En mis estados de ánimo más incontrolables siempre conservo

cierto sentido de la propiedad, et le chemin des passions me conduit -

como Lord Edouard dice en Julie que le ocurrió a él- á la philosophie

véritable.

Aunque al principio no pude determinar hasta qué punto me había

afectado el hecho, decidí de todos modos ocultárselo a mi mujer, hasta

que una ulterior experiencia me hiciera saber la medida de tan insólita ca-

lamidad. Por lo tanto, modifiqué mi expresión -que en un instante dejó su

apariencia hinchada y deforme y adquirió un tono de pícara y coqueta

bondad-, le di a mi mujer una palmadita en una mejilla y un beso en la

otra y, sin pronunciar palabra (i Furias, me era imposible!), la dejé azorada

de mi rareza, al tiempo que me retiraba de la habitación realizando un pas

de zéphyr.

Véame ahora el lector escondido en mi boudoir privado, terrible

ejemplo de las lamentables consecuencias que produce la irascibilidad:

vivo, pero con las características de un muerto; muerto, con las propen-

siones de los vivos; una anomalía sobre la faz de la Tierra; muy tranquilo,

pero sin aliento.

¡Sí, sin aliento! No bromeo cuando digo que se me había ido entera-

mente el aliento. No podría haber movido ni una pluma con él aunque mi

vida dependiera de ello, como tampoco podría haber empañado la delica-

deza de un espejo. ¡Triste suerte! Sin embargo, hubo cierto alivio de ese

primer aplastante paroxismo de dolor. Realicé unas pruebas y descubrí

que la facultad de dicción -que creía totalmente perdida debido a mi in-

capacidad de continuar la conversación con mi mujer- en realidad estaba

afectada sólo en parte. También descubrí que, si en aquella interesante

crisis hubiera bajado la voz a un tono profundo y gutural, quizá podría ha-

ber seguido comunicándole mis sentimientos, pues veo que ese tono (el

gutural) no depende del paso del aire sino de cierto movimiento espasmó-

dico de los músculos de la garganta.

Me desplomé en una silla y permanecí un rato absorto en la medita-

69

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEción. Mis reflexiones, a decir verdad, no eran de tipo consolador. Mil fan-

tasías vagas y lacrimógenas se apoderaron de mi alma, y hasta cruzó por

mi mente la idea del suicidio; pero es un rasgo de la perversidad de la na-

turaleza humana el rechazar lo obvio y lo fácil y preferir lo remoto y equí-

voco. Me estremecía de sólo pensar en el suicidio como la más espantosa

de las atrocidades, mientras mi gato ronroneaba vigorosamente sobre la

alfombra, y el perro de aguas jadeaba bajo la mesa, haciendo ambos

ostentación de la capacidad de sus pulmones y burlándose de mi propia

incapacidad pulmonar.

Angustiado por un tumulto de imprecisas esperanzas y temores, oí

por fin los pasos de mi mujer que bajaba la escalera. Seguro ya de su au-

sencia, regresé con corazón palpitante al escenario de mi desastre.

Cerré con llave desde adentro y emprendí una búsqueda minuciosa.

Era posible, pensé, que el objeto de mis desvelos estuviera escondido en

algún rincón oscuro, o agazapado en algún armario o cajón. Quizá tuviera

una forma vaporosa y hasta tangible. La mayoría de los filósofos siguen

siendo muy poco filosóficos en muchos puntos de la filosofía. Sin embargo,

en su obra Mandeville, William Godwin asegura que "las cosas invisibles

constituyen las únicas realidades", y éste, sin duda, es un caso en

cuestión. Pido al lector criterioso que se detenga antes de acusar

indebidamente de absurdas tales afirmaciones. Se recordará que

Anaxágoras sostenía que la nieve es negra, y desde este episodio me he

convencido de que, en efecto, lo es.

Continué investigando con esmero, pero la deleznable recompensa

de mi industria y perseverancia resultó ser apenas una dentadura postiza,

un par de rellenos de caderas, un ojo y cierto número de billets-doux del

señor Muchoaliento para mi mujer. Vale la pena que aclare aquí que esta

confirmación de la parcialidad de mi mujer para con el señor Mucho-

aliento no me preocupaba demasiado. El hecho de que la señora de

Pocoaliento admirara a alguien tan diferente de mí era un mal natural y

necesario. Es bien sabido que tengo una contextura robusta y corpulenta,

pese a lo diminuto de mi estatura. No es de extrañar, entonces, que la ex-

trema delgadez como de palo de mi conocido y su altura, que se ha vuelto

proverbial, despertaran la debida admiración a los ojos de la señora de Po-

coaliento. Pero volvamos al tema.

70

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Como ya he dicho, mis esfuerzos resultaron infructuosos. Armario

tras armario, cajón tras cajón, rincón tras rincón revisé inútilmente. Sin

embargo, en determinado momento creí estar seguro de mi presa cuando,

revisando una caja de tocador, accidentalmente volqué un frasco de

Aceite de los Arcángeles, de Grandjean, el cual, en tanto perfume agra-

dable, me tomo la libertad de recomendar.

Regresé apesadumbrado a mi boudoir, a meditar allí sobre algún mé-

todo para eludir la sagacidad de mi esposa, hasta que pudiera organizar

mi partida del país, decisión que ya tenía tomada. En un país extranjero,

desconocido, tendría alguna probabilidad de ocultar mi desdichada calami-

dad, una calamidad que seguramente me privaría, más que la pobreza,

del afecto de la multitud, y atraería sobre mi persona la bien merecida

indignación de los virtuosos y los felices. No vacilé mucho tiempo. Como

soy naturalmente rápido, me aprendí íntegramente de memoria la

tragedia de Metamora. Tuve la buena suerte de recordar que en la

acentuación de este drama, o por lo menos en las partes que se le asignan

al héroe, los tonos de voz que a mí me faltaban eran totalmente

innecesarios, pues en toda la obra prevalecía un tono de voz monótono y

gutural.

Practiqué durante un tiempo en los bordes de un concurrido pantano,

pero no recurrí a similares procedimientos de Demóstenes sino a un

método de mi propia invención. Decidí luego hacerle creer a mi mujer que

me había entrado una repentina pasión por el teatro. En esto tuve un éxito

casi milagroso; a cada pregunta o sugerencia que me hacía le contestaba

con el tono de voz más sepulcral y parecido al croar de las ranas, citando

algún pasaje de la tragedia; pronto advertí con gran placer que esos

pasajes podían aplicarse igualmente bien a cualquier tema. No debe

suponerse, empero, que al recitar dichos pasajes yo dejara de mirar de

soslayo, de mostrar los dientes, mover las rodillas, arrastrar los pies o

hacer cualquiera de las incontables gracias que con toda razón se

consideran características de los actores populares. Desde luego,

hablaban de ponerme chaleco de fuerza, ¡pero gracias a Dios jamás

sospecharon que me faltaba el aliento!

Habiendo puesto por fin en orden mis asuntos, una mañana muy

temprano ocupé mi asiento en la diligencia que se dirigía a..., dando a en-

71

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtender a mis relaciones que debía ir a aquella ciudad a encargarme de im-

portantes asuntos personales.

El carruaje iba colmado de pasajeros, pero a la débil luz del alba no

podía distinguir las facciones de mis compañeros. Sin oponer la menor re-

sistencia, dejé que me ubicaran entre dos caballeros de colosales dimen-

siones, mientras que un tercero, de tamaño aun mayor, pidió perdón por

la libertad que iba a tomarse, y se tendió sobre mí cuan largo era, quedán-

dose dormido en un instante, ahogando mis guturales pedidos de ayuda

con un ronquido que habría hecho enrojecer de vergüenza a los bramidos

del toro de Falaris. Felizmente, gracias al estado de mis facultades respira-

torias, era imposible pensar en una eventual sofocación.

No obstante, cuando al aclarar el día nos aproximábamos a los alre-

dedores de la ciudad, mi torturador se levantó y, acomodándose el cuello

de la camisa, me agradeció amablemente mi cortesía. Al ver que yo per-

manecía inmóvil (ya que tenía todos los miembros dislocados y la cabeza

torcida hacia un lado), comenzó a preocuparse, y despertando al resto de

los pasajeros les comunicó, en tono muy decidido, que en su opinión du-

rante la noche les habían adosado un muerto fingiendo que se trataba de

otro pasajero, tras lo cual me asestó un golpe en el ojo derecho para de-

mostrar la verdad de lo que sostenía.

En consecuencia, los demás pasajeros (que eran nueve) se sintieron

obligados a tirarme de a uno de las orejas. Un médico joven me aplicó un

espejo a la boca, y al comprobar que yo no tenía aliento, declaró que las

afirmaciones de mi torturador eran ciertas. Todo el grupo expresó luego la

decisión de no tolerar tales imposiciones en el futuro, y con respecto al

presente, no seguir viaje junto con un cadáver.

Por tanto, cuando pasábamos frente al cartel de la taberna del Cuer-

vo, me arrojaron del carruaje sin que yo sufriera otro accidente que la ro-

tura de ambos brazos bajo la rueda izquierda trasera del vehículo. Debo

agregar para hacer justicia al cochero, que no se olvidó de tirarme uno de

mis baúles más voluminosos, el cual, lamentablemente, cayó sobre mi

cabeza, partiéndome el cráneo de manera tan interesante como

extraordinaria.

El posadero del Cuervo, que es un hombre hospitalario, al comprobar

que mi baúl contenía lo suficiente para indemnizarlo por alguna molestia

72

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque se tomara por mí, mandó a llamar a un médico conocido y me entregó

a su cuidado con una cuenta y recibo por diez dólares.

El comprador me llevó a su casa y de inmediato se puso a trabajar.

Sin embargo, luego de cortarme las orejas descubrió ciertos signos de

vida. Mandó entonces a llamar a un boticario vecino para consultarlo con

urgencia. Por si acaso se confirmaban sus sospechas respecto de mi

existencia, me practicó una incisión en el abdomen y me extrajo varias

vísceras para disecarlas privadamente.

El boticario era de la idea de que yo estaba muerto, idea que traté de

refutar pateando y saltando con todas mis fuerzas, y haciendo las más

violentas contorsiones, pues la operación del médico me había devuelto

los sentidos. Sin embargo, todo se atribuyó a los efectos de una nueva

batería galvánica con la cual el boticario, que era un hombre instruido,

realizó varios extraños experimentos que no pude dejar de presenciar con

interés debido a mi participación personal en ellos. Sin embargo, lo que

me mortificaba era que, pese a que hice varios intentos de conversar,

carecía de la facultad de hablar pues ni siquiera podía abrir la boca, y

menos aún responder a ciertas teorías ingeniosas pero estrafalarias que

en otras circunstancias mi profundo conocimiento de la patología

hipocrática me habría permitido rebatir rápidamente.

Al no poder arribar a una conclusión, decidieron dejarme en paz para

un futuro examen. Fui llevado a una buhardilla; y cuando la mujer del

médico me hubo vestido con calzoncillos y medias, el propio médico me

ató las manos, y me ató también las mandíbulas con un pañuelo. Luego

cerró la puerta por fuera y se fue a cenar, dejándome en silencio, entrega-

do a la meditación.

Pronto descubrí con placer que, si no hubiese tenido atada la boca

con el pañuelo, podría haber hablado. Consolándome con esta reflexión,

comencé a repetirme pasajes de la Omnipresencia de la Divinidad, como

acostumbraba hacer antes de dormir, cuando de pronto dos gatos, de as-

pecto voraz y vituperioso, entraron por un agujero de la pared, dieron un

salto á la Catalani, y cayeron uno frente al otro sobre mi cara, tras lo cual

comenzaron una indecorosa disputa por la miserable recompensa de que-

darse con mi nariz.

Pero, así como el haber perdido sus orejas sirvió para elevar al trono

73

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEa Ciro, el Mago de Persia, y así como la mutilación de su nariz le dio a Zo-

piro posesión de Babilonia, del mismo modo la pérdida de unas onzas de

mi rostro resultó ser la salvación de mi cuerpo. Muerto de dolor y ardiendo

de indignación, hice saltar de un solo golpe las ataduras y el vendaje.

Recorrí la habitación a grandes trancos, y lanzando una mirada de despre-

cio a los contrincantes, abrí la ventana, y ante su horror y desencanto, me

arrojé con destreza por allí.

En ese momento, el ladrón W., a quien me parecía enormemente, era

llevado desde la cárcel del pueblo al patíbulo erigido en los alrededores

para su ejecución. Debido a su extremada debilidad, y al largo tiempo que

llevaba enfermo, había obtenido el privilegio de ir desatado. Vestido con el

atuendo de los condenados -muy parecido al mío- yacía cuan largo era en

el fondo del cano del verdugo (cano que justo pasaba bajo la ventana del

médico en el momento de mi caída) sin más custodia que el carrero, que

iba dormido, y dos reclutas del sexto de infantería, que estaban ebrios.

Quiso la mala suerte que yo cayera parado sobre el vehículo. W., que

era un tipo astuto, captó en el acto su oportunidad. Bajó del carro de un

salto, se introdujo en una callejuela, y en un abrir y cerrar de ojos había

desaparecido. Sobresaltados por el ruido, los reclutas no pudieron com-

prender qué había pasado, pero al ver un hombre igual al delincuente pa-

rado en el carro ante sus ojos, opinaron que el sinvergüenza (refiriéndose

a W.) trataba de escapar (eso dijeron), y luego de comunicarse uno al otro

esta opinión, bebieron sendos sorbos, y acto seguido me derribaron a cu-

latazos con los mosquetes.

Poco después arribamos a destino. Desde luego, nada podía aducir yo

en mi defensa. Era inevitable que me ahorcaran, a lo cual me resigné con

una sensación entre tonta y mordaz. Tenía yo muy poco de cínico, pero

todos los sentimientos de un perro. El verdugo, sin embargo, me ajustó el

lazo al cuello. La trampa cayó.

Me abstengo de describir mis sensaciones en el cadalso, aunque

indudablemente podría hablar con seguridad, y se trata de un tema sobre

el que no se ha dicho nada correcto. De hecho, para escribir sobre este

tema uno tendría que haber sido ahorcado. Todo autor debería limitarse a

lo que conoce por experiencia. Así, Marco Antonio redactó un tratado so-

bre la borrachera.

74

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Permítaseme mencionar, empero, que no morí. Mi cuerpo estaba sus-

pendido, pero eso no podía suspender mi aliento; y si no fuera por el nudo

bajo la oreja izquierda (que sentía como si fuera un corbatín militar) me

atrevería a decir que no experimentaba grandes molestias. En cuanto al

sacudón que recibió mi cuello al caer, simplemente sirvió para corregir la

torcedura de la cabeza que me había causado el grueso caballero de la di-

ligencia.

No obstante, tenía buenas razones para retribuir por sus molestias al

gentío. Se comenta que mis convulsiones fueron extraordinarias; mis es-

pasmos, difíciles de superar. El populacho pedía un bis. Varios caballeros

se desmayaron; y una cantidad de damas fueron llevadas de vuelta a sus

casas con ataques de histeria. Pinxit aprovechó la oportunidad para hacer

unos retoques, partiendo de un bosquejo tomado en el lugar, a su admira-

ble cuadro de Marsias desollado vivo.

Cuando hube proporcionado suficiente diversión, se consideró apro-

piado retirar mi cadáver del patíbulo, máxime porque entretanto se había

hallado y apresado al verdadero culpable, hecho del que lamentablemente

no llegué a enterarme.

Desde luego, hubo demostraciones de conmiseración por mí, y como

nadie se presentó a reclamar el cadáver, se ordenó que fuera sepultado

en una bóveda pública.

Allí fui depositado luego de un lapso conveniente. Luego de retirarse

el sepulturero, quedé solo. Un verso del Malcontento, de Marston, me pa-

reció en ese momento como una mentira palpable:

La muerte es una buena amiga y tiene su casa abierta...

Sin embargo, arranqué la tapa de mi ataúd y salí. El lugar me pareció

terriblemente lóbrego y húmedo, y me sentí afectado por el ennui. Para di-

vertirme, fui tanteando los diversos ataúdes que allí había acomodados.

Los bajé uno por uno, y luego de abrirles la tapa, quedé absorto en medi-

taciones sobre la mortalidad que encerraban.

- Éste -monologué, tropezando con un cadáver hinchado y abota-

gado-, éste ha sido sin duda un infeliz en todo el sentido de la palabra, un

hombre desdichado. Tuvo la mala suerte de desplazarse como un pato en

vez de caminar, de andar por la vida como un elefante y no como un ser

75

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhumano, como un rinoceronte y no como un hombre.

Sus intentos de avanzar resultaban infructuosos, y sus movimientos

giratorios eran un fracaso total. Cuando daba un paso adelante, la mala

suerte le hacía dar dos a la derecha y tres hacia la izquierda. Sus estudios

se limitaron a la poesía de Cangrejus. Nunca tuvo idea de la maravilla que

puede ser una pirouette. Para él, el pas de papillon era un concepto

abstracto. Jamás ascendió a la cima de un cerro. Nunca contempló desde

un campanario el esplendor de una metrópolis. El calor era su enemigo

mortal. En la canícula, pasaba unos días de perro. Entonces soñaba con

llamas y asfixia, con una montaña sobre otra, el monte Pelión sobre el

Ossa.

Le faltaba el aliento; sí, en una palabra, le faltaba el aliento.

Consideraba un disparate tocar instrumentos de viento. Fue el inventor de

los abanicos automáticos, de las mangueras de viento y de los

ventiladores. Protegió a Du Pont, el fabricante de fuelles, y murió

miserablemente cuando intentaba fumar un cigarro. Su caso me

despertaba un profundo interés pues me solidarizaba sinceramente con su

suerte.

-Pero aquí -dije, retirando malignamente de su receptáculo un cuerpo

alto, de aspecto peculiar, cuya notable apariencia me produjo una

desagradable sensación de familiaridad-, aquí hay un canalla que no

merece la menor conmiseración en esta tierra. -Y diciendo eso, para poder

ver mejor al sujeto, lo agarré de la nariz apretándosela entre el dedo

pulgar y el índice, obligándole a sentarse en el suelo, y así lo mantuve

mientras continuaba mi soliloquio.

-Que no merece la menor conmiseración en esta tierra -repetí-. ¿A

quién se le ocurriría compadecerse de una sombra? Además, ¿no tuvo

acaso todas las dichas de los mortales? Fue el creador de los monumentos

altos, de los pararrayos, de los álamos de Lombardía. Su tratado sobre Ti-

nieblas y sombras lo inmortalizó. Corrigió con distinguida maestría la últi-

ma edición de South habla sobre los huesos. Concurrió desde muy joven a

la universidad y estudió la ciencia neumática. Luego de regresar a su casa,

se dedicó a hablar y a tocar el corno francés. Protegía las gaitas. El capitán

Barclay, que andaba en contra del tiempo, no quiso andar contra él. Sus

escritores predilectos eran Ventarrón y Muchoaliento; su pintor preferido,

76

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEPsss. Murió gloriosamente, mientras inhalaba gas; levique flatu corrupitur,

como la fama pudicitiae en San Jerónimo11. Era indudablemente un...

- ¿Cómo se le ocurre... cómo se le ocurre? -interrumpió, jadeante, el

objeto de mi animadversión, arrancándose con un esfuerzo desesperado el

vendaje de las mandíbulas-. ¿Cómo se le ocurre, señor Sinaliento, tener

una crueldad tan infernal como para apretarme de ese modo la nariz? ¿No

vio que me ataron la boca? ¡Y tiene que saber, si es que sabe algo, que

debo exhalar una enorme cantidad de aliento superfluo! Si no lo sabe,

siéntese y verá. En mi situación, es un gran alivio poder abrir la boca,

explayarme, comunicarme con una persona como usted, que no es de los

que interrumpen a cada instante el hilo del discurso de un caballero. Las

interrupciones son fastidiosas y sin duda deberían ser abolidas, ¿no le pa-

rece? No conteste, se lo pido. Basta con que hable una sola persona por

vez. Ya termino enseguida y puede empezar usted. ¿Cómo diablos llegó a

este lugar, señor? ¡Ni una palabra, le imploro! Hace un tiempo que estoy

aquí... ¿Terrible accidente! Se habrá enterado de él, supongo. ¡Una cala-

midad atroz! Cuando pasaba caminando bajo sus ventanas... hace un

tiempo, más o menos en la época en que usted se interesó por el teatro...

¿Una cosa terrible! ¿Alguna vez oyó la expresión "contener el aliento"? i

Cállese la boca, le digo! i Le aseguro que contuve el aliento de otra per-

sona! Siempre me había sobrado con el mío... Ese día me encontré con

Chismoso en la esquina... no me dejó decir ni una palabra... imposible cal-

zar yo ni una sílaba... en consecuencia sufrí un ataque epiléptico... Chis-

moso se escapó... ¡Tontos de los demonios! Me tomaron por muerto y me

trajeron aquí... i Los muy idiotas! He oído hasta la última palabra que dijo

usted sobre mí. ¡Todo es mentira! ¡Algo horrible, espantoso, tremendo,

incomprensible! Etcétera, etcétera, etcétera.

Imposible imaginar mi asombro ante tan inesperado discurso, y la

alegría que me embargó cuando poco a poco fui convenciéndome de que

el aliento tan afortunadamente apresado por el caballero (a quien pronto

reconocí como mi vecino Muchoaliento) era, en realidad, la misma exha-

11 Ternera res in feminis fama pudicitiae, et quasi flos pulcherrimus, cito ad levem marcescit, levique flatu corrupitur, maxime, etc. (Hieronymus ad Salviniam).

77

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElación que yo había perdido en oportunidad de conversar con mi mujer. El

tiempo, el lugar y la circunstancia lo confirmaban. Pero no solté de in-

mediato la nariz del señor Muchoaliento, al menos durante el largo rato en

que el inventor de los álamos de Lombardía siguió ofreciéndome sus

explicaciones.

En este sentido, demostraba yo la habitual prudencia que ha sido

siempre mi rasgo dominante. Reflexioné que muchas dificultades había

aún en la senda de mi salvación, y que sólo podría superar con gran es-

fuerzo de mi parte. Muchas personas, me dije, estiman los bienes que po-

seen -por inservibles o incómodos que sean- en proporción directa con los

beneficios que obtendrían otros si los poseyeran, o ellos mismos si los

abandonaran. ¿No podía ser ése el caso del señor Muchoaliento? Si me

mostrara ansioso por ese aliento que tan dispuesto estaba a abandonar,

¿no quedaría muy propenso a sufrir las extorsiones de su avaricia? Hay

sinvergüenzas en este mundo, recordé con un suspiro, que no tienen es-

crúpulos en aprovecharse del vecino de al lado; y además (estas palabras

pertenecen a Epicteto), cuanto más ansiosa está una persona por librarse

de la carga de sus calamidades, menos deseos tiene de aliviar la misma

carga del prójimo.

Sobre reflexiones de esta índole, sin soltar aún la nariz del señor Mu-

choaliento, consideré apropiado basar la respuesta que le di:

- ¡Monstruo! -empecé, con un tono de profunda indignación-.

¡Monstruo e idiota de largo aliento! Tú, a quien los cielos han castigado

por tus iniquidades confiriéndote una doble respiración, tú, digo, ¿osas di-

rigirte a mí con el lenguaje familiar de los viejos conocidos? Dices que

miento, que me calle la boca. ¡Por supuesto! Qué gran conversación, por

cierto, con un hombre que tiene un solo aliento. Y todo esto cuando está

en mis manos la posibilidad de aliviar la calamidad que tan merecidamen-

te te aflige, eliminar las superfluidades de tu desafortunada respiración!

Al igual que Bruto, hice una pausa esperando una respuesta con la

cual en el acto el señor Muchoaliento, como un tornado, me apabulló. Me

ofreció protestas y disculpas de todo tipo. No había condiciones que él no

estuviera dispuesto a acatar, y todas las aproveché yo para mi beneficio.

Acordados por fin los detalles preliminares, procedió a devolverme mi

respiración. Luego de revisarla detenidamente, le entregué por ella un

78

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POErecibo.

Sé que muchos me recriminarán que hable de manera tan superficial

sobre una transacción de tanta sutileza. Dirán que podría haber brindado

detalles más precisos sobre un hecho que podría echar nueva luz -esto es

muy cierto- sobre una rama sumamente interesante del conocimiento

físico.

Lamento no poder responder a todo esto. La única respuesta que

puedo dar es una simple insinuación. Había circunstancias -pero

pensándolo bien, creo conveniente decir lo menos posible sobre un asunto

tan delicado-, circunstancias, repito, muy delicadas, que al mismo tiempo

involucran a un tercero cuyo ácido resentimiento no tengo el menor deseo

de sufrir en este momento.

Poco después de esta necesaria operación escapamos de las mazmo-

rras del sepulcro. La fuerza unida de nuestras voces resucitadas fue

pronto oída. Tijeras, director de un diario republicano, aprovechó para

volver a publicar un tratado sobre "la naturaleza y origen de los ruidos

subterráneos". No tardó en aparecer en las columnas de un diario

demócrata una respuesta-réplica-impugnación-justificación. La polémica

sólo pudo zanjarse luego de que se abriera la bóveda, cuando la aparición

del señor Muchoaliento y la mía demostró que ambas partes estaban

decididamente equivocadas.

No puedo concluir estos detalles de algunos pasajes muy singulares

de una vida sumamente memorable sin volver a llamar la atención del

lector sobre los méritos de esa filosofía sin distinciones que constituye un

seguro escudo contra los dardos de la calamidad que no se suelen ver,

sentir ni comprender del todo. En el espíritu de esta sabiduría, los antiguos

hebreos creían que las puertas del cielo se abrían inevitablemente para el

pecador, o el santo, que, a voz en cuello y con una gran confianza,

vociferaba la palabra "¡Amén!". En el espíritu de esta misma sabiduría,

cuando una terrible plaga asoló Atenas y se agotaron todos los medios

para derrotarla, Epiménides -según relata Laercio en su segundo libro

sobre el filósofo-aconsejó que se erigiera un santuario "al Dios apropiado".

LYTTLETON BARRY

79

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

EL HOMBRE QUE SE GASTÓ

Relato de la reciente campaña contra los indios

espantajos y los kickapoos

Pleurez, pleurez, mes yeux, et fondez vous en eau!

La moitié de ma vie a mis l'autre au tombeau.12

Corneille.

No recuerdo en este momento cuándo ni dónde fue que conocí a ese

hombre tan apuesto, el brigadier general honorario John A. B. C. Smith.

Alguien me presentó a él, por supuesto, en alguna función pública,

claro, realizada con algún motivo de gran importancia, sin duda, en un

lugar o en otro, alguien, decía, cuyo nombre inexplicablemente he

olvidado. Lo cierto es que esperé dicha presentación en tal estado de

ansiedad que me impidió registrar una impresión precisa de tiempo o

lugar. Soy de temperamento nervioso, se trata de un defecto de familia y

no lo puedo evitar. La menor apariencia de misterio, cualquier cosa que

no alcance a comprender del todo, me produce de inmediato un

lamentable estado de agitación.

Había por así decirlo algo de notable -sí, de notable, aunque el

término es muy débil para expresar todo lo que quiero dar a

entender- en el aspecto del personaje en cuestión. Medía alrededor

de un metro noventa, y su apariencia era imponente.

Emanaba de él un air distingué que daba a entender una

esmerada educación y alcurnia. Sobre este tema -el de apariencia

personal de Smith- siento una especie de satisfacción melancólica en

12 ¡Llorad, llorad ojos míos, y fundíos en agua!La mitad de mi vida ha llevado la otra a la tumba. [N. de la T.]

80

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEser detallista. Su pelo le habría hecho honor a un Bruto, pues tenía unas

hermosas ondas y un brillo maravilloso. Era de un negro azabache, que

también era el color -o mejor dicho, el no color- de sus patillas

inimaginables. El lector ya habrá advertido que no puedo hablar de

estas últimas sin entusiasmo, creo que no exagero si digo que eran el

más bello par de patillas bajo el sol. Rodeaban, y a veces hasta cubrían,

una boca incomparable, donde resplandecían los dientes más blancos y

parejos que pueda concebirse. De esa boca, en cada ocasión apropiada,

surgía una voz clara y melodiosa, de gran fuerza. Si hablamos de los

ojos, Smith estaba, también, magníficamente dotado. Cada uno de ellos

valía por un par de órganos oculares comunes. Sumamente grandes y

luminosos, eran de un color castaño intenso, y a veces percibía en ellos

esa dosis justa de oblicuidad que vuelve fecunda una mirada.

El torso del general era sin duda el mejor que yo hubiera visto jamás.

Imposible encontrar alguna falla en sus maravillosas proporciones.

Esta rara peculiaridad hacía resaltar unos hombros que hubieran

hecho sonrojar de envidia al Apolo de mármol. Tengo debilidad por los

hombros bellos, y puedo decir que nunca había visto otros tan

perfectos. Los brazos estaban admirablemente moldeados, y los

miembros inferiores no eran menos perfectos. Eran realmente el nec

plus ultra de las piernas bellas. Todo conocedor de la materia

reconocía que esas piernas eran atractivas. No eran ni demasiado

carnosas ni demasiado magras... ni rudeza ni fragilidad. Imposible

imaginar una curva más agraciada que la del os femoris, tenía además

el suave abultamiento de la parte trasera de la fíbula que colabora con

la conformación de una pantorrilla bien proporcionada. Ojalá mi amigo

y talentoso escultor Chiponchipino hubiera podido aunque más no

fuera contemplar las piernas del brigadier general honorario John A. B.

C. Smith.

Sin embargo, aunque los hombres tan apuestos no abundan

tanto como las razones o las zarzamoras, me costaba creer que eso

tan notable que he mencionado -extraño je ne sais quoi que rodeaba a mi

reciente conocido- se debiese a la excelencia de sus atributos físicos.

Quizá podía deberse a su estilo, pero tampoco en esto puedo ser positivo.

Había cierta severidad, por no decir dureza, en su porte, un grado de

81

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprecisión mesurada, y si se me permite decirlo, rectangular, en todos

sus movimientos, que en una persona de menor tamaño habría tenido un

dejo de afectación o pomposidad, pero que en un caballero de sus

dimensiones podía adjudicarse a cierta reserva, hauteur y, en resumidas

cuentas, al loable sentido de lo adecuado a la dignidad de las colosales

proporciones.

El amigo que tuvo la amabilidad de presentarme al general Smith me

susurró al oído algunos comentarios sobre su persona. Se trataba de

un hombre notable -muy notable-, de hecho uno de los más

notables de esa época. También tenía un gran éxito entre las damas,

principalmente por su gran reputación de hombre valiente.

- En ese sentido no tiene rival, es todo un temerario, sumamente

audaz -dijo mi amigo, bajando la voz y llenándome de entusiasmo por lo

misterioso de su tono-. Sí, sumamente audaz sin duda. Y eso lo

demostró en la última y tremenda lucha de los pantanos, allá en el

sur, contra los indios espantajos y kickapoos. [Aquí mi amigo abrió

más los ojos.] ¡Cantidades de sangre y pólvora, loado sea Dios!

¡Prodigios de valor! Supongo que habrá oído hablar de él... Es el hombre

que...

- ¿Cómo le va, amigo? ¿Cómo anda? i Me alegro mucho de verlo! -In-

terrumpió el mismo general tomando del brazo a mi compañero y

haciendo una reverencia rígida pero profunda cuando le fui

presentado. Me pareció en aquel momento (y aún lo pienso) que no

había oído nunca una voz más clara y nítida, ni visto mejor dentadura

que la suya. Sin embargo, confieso que en ese momento lamenté la

interrupción pues, debido a los susurros e insinuaciones mencionados,

se había despertado en mí un gran interés por el héroe de la campaña

contra los espantajos y los kickapoos.

No obstante, la deliciosa y brillante conversación del brigadier

general honorario John A. B. C. Smith pronto disipó este desagrado.

Como mi amigo se marchó casi de inmediato, tuvimos un largo tête-

à-tête, y el encuentro no sólo me dejó complacido sino que también

me resultó muy instructivo. Jamás he oído a un hombre de un hablar tan

fluido y tan bien informado como él. Con una digna modestia, sin

embargo, evitó tocar el tema que más me atraía -es decir, las

82

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmisteriosas circunstancias que rodearon la guerra contra los

espantajos-, y por mi parte, una apropiada delicadeza me impidió

hacer mención de dicho tema, aunque a decir verdad estuve

sumamente tentado de hacerlo. También noté que el bizarro militar se

inclinaba por las cuestiones de interés filosófico, y le complacía

especialmente comentar el rápido avance de las invenciones mecánicas.

Por cierto, adondequiera que yo lo llevase, invariablemente

volvía a este tema.

- No hay nada comparable a esto -decía--. Somos un pueblo ma-

ravilloso y vivimos en una era también maravillosa. ¡Paracaídas y trenes...

trampas para individuos, y trampas de alambre y escopeta! Nuestros

vapores surcan todos los mares, y el globo de Nassau está a punto de

realizar viajes regulares entre Londres y Timboctú a sólo veinticinco

libras el pasaje de ida y vuelta. ¿Quién puede calcular la enorme

influencia sobre la vida social, sobre las artes, el comercio y la

literatura que tendrán los grandes principios del electromagnetismo?

¡Y le aseguro que esto no es todo! El avance de las invenciones no

tiene fin. Las más admirables... las más ingeniosas... Y permítame

agregar, señor... señor... Thompson, creo... permítame agregar, digo, que

los aparatos mecánicos más útiles, más verdaderamente útiles, brotan

cada día como hongos, si es que puedo expresarme de esta manera, o

en sentido más figurado, como langostas, señor Thompson, sí, ja, ja, como

langostas en torno de nosotros.

Mi apellido no es Thompson, pero de más está decir que me

separé del general Smith con un mayor interés por su persona y una

alta opinión de sus dotes para la conversación, además de un profundo

sentido de los valiosos privilegios de que gozamos por el hecho de vivir

en esta era de invenciones mecánicas. Sin embargo, mi curiosidad no

había quedado del todo satisfecha, y de inmediato decidí realizar

averiguaciones entre mis conocidos respecto del brigadier general

honorario, en particular sobre los tremendos acontecimientos quorum pars

magna fuit ocurridos durante la campaña contra los espantajos y los

kickapoos.

83

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

La primera oportunidad que se me presentó -y que (horresco

referens) no tuve el menor escrúpulo en aprovechar- sucedió en la

iglesia del reverendo doctor Batidor de Parche donde, un domingo,

llegado el momento del sermón, me encontraba no sólo sentado en

uno de los bancos, sino al lado de la señorita Tabita T., una amiga mía

muy meritoria y comunicativa. En ese momento me felicité, y con

razón, por lo bien que se presentaban mis asuntos. Si había alguien

que sabía algo sobre el propio brigadier general honorario, era la

señorita Tabita T. Nos telegrafiamos unas señales, y acto seguido

comenzamos, sotto voce, un animado tête-a-tête.

-¡Smith! -dijo ella en respuesta a mi ansiosa pregunta-. ¡Smith! ¿Se

refiere usted al general A. B. C.? ¡Loado sea Dios! ¡Pensé que se habría

enterado! ¡Ésta es una era de grandes inventos! ¡Qué episodio tan

horrendo! Y esos kickapoos son unos sanguinarios! Luchó como héroe...

prodigios de valor... fama inmortal. ¡Smith!... ¡brigadier general honora-

rio John A. B. C.! Usted sabe que es el hombre que...

-¡El hombre -gritó en ese momento el doctor Batidor de Parche a voz de

cuello, y dio un puñetazo que por poco derrumba el púlpito-, el hombre

que ha nacido de mujer tiene una vida breve; apenas nace es cortado

como una flor! -Me corrí hacia el extremo del banco, y por las encendidas

miradas que me echaba el reverendo, me di cuenta de que la ira que casi

resulta fatal para el púlpito provenía de los susurros entre la dama y yo. No

había nada que hacerle; por lo tanto me sometí, y en medio del martirio

de un silencio digno, escuché el resto de tan importante discurso.

A la noche siguiente llegué un tanto tarde al Teatro De La Farsa,

donde seguramente podría satisfacer en el acto mi curiosidad con sólo en-

trar en el palco de esos exquisitos especímenes de afabilidad y

omnisciencia, las señoritas Arabella y Miranda Sabedoras. El notable

trágico Clímax representaba a Yago ante un público muy numeroso, y tuve

cierta dificultad en hacerme entender, sobre todo porque nuestro palco

colgaba prácticamente sobre el escenario.

-¡Smith! -dijo Arbella cuando por fin comprendió lo que le preguntaba-.

¡Smith! ¿No será el general John A. B. C.?

-¿Smith? -preguntó Miranda, pensativa-. ¡Que Dios me ampare! ¿Alguna

84

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEvez vio usted a un hombre de mejor porte?

-Nunca, pero por favor, dígame...

-¿O una apreciación tan notable del efecto escénico?

-¡Señorita!

-¿O un sentido más excelso de las verdaderas bellezas de Shakespeare?

¡Tenga la bondad de mirar esas piernas!

-¡Que diablos! -exclamé, y volví a dirigirme a su hermana.

-Smith -dijo ella-, ¿no será el general John A. B. C.? ¡Fue un episodio

horrendo! ¿Verdad? Y los espantajos, qué depravados... qué salvajes!

Felizmente vivimos en una era de grandes inventos. ¡Smith! ¡Ah, sí! Un

gran hombre. De una gran audacia... renombre inmortal... prodigios de

valor. ¡Nunca supe de nadie igual! [Esto lo dijo a gritos]. ¡Dios libre y

guarde! Es el hombre que...

-¡... ni la madrugada Ni todas las pócimas somníferas del mundo Te

producirán jamás ese dulce sueño Que ayer tuviste! -me gritó Clímax

en el oído, blandiendo el puño ante mi cara, de una forma que no pude

ni quise tolerar. Me alejé de inmediato de las señoritas Sabedoras, fui

detrás de las bambalinas y le propiné a ese sinvergüenza una paliza

que supongo recordará hasta el día de su muerte.

En la soirée de la señora Kathleen O'Trump, una simpática viuda,

me sentí seguro de que no habría de sufrir otra desilusión. Por

consiguiente, no bien estuve sentado a la mesa de juego frente a mi

bella anfitriona, planteé los interrogantes cuya respuesta se había

convertido en un asunto fundamental para la tranquilidad de mi espíritu.

-¡Smith! ¿No se referirá al general John A. B. C.? Un episodio tre-

mendo, ¿no? ¿Diamantes, dijo usted? ¡Ah, qué desgraciados los

kickapoos! Por favor, señor Chismes, estamos jugando al whist... Sí,

ésta es la era de las invenciones par excellence.

-¿Habla francés? Sí, todo un héroe... muy valiente... ¿No tiene co-

razones, señor Chismes? ¡No lo puedo creer! ¡Si es el hombre que...!

-¡Mann! ¿El capitán Mann? -gritó una voz femenina desde el extremo

más apartado del salón-. ¿Habla usted sobre el capitán Mann y el

duelo? ¡Ah, eso lo quiero escuchar! ¡Prosiga, por favor, señora O'Trump!

Y eso hizo la señora, se embarcó en un relato sobre un tal

capitán Mann, a quien habían ahorcado o muerto de un disparo, o

85

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmerecía haberlo sido. ¡Sí, por supuesto! Y como la señora seguía

hablando, yo... me marché. Ya estaba visto que aquella noche no me

enteraría de nada más respecto del brigadier general honorario John A.

B. C. Smith.

Me consolé pensando que la racha de mala suerte no podía

durar eternamente y decidí tratar con audacia de obtener

información preguntándole a ese fascinante angelillo, la simpática señora

Pirueta.

-¡Smith! ¿No se referirá usted al general John A. B. C.? Terrible ese

asunto con los espantajos, ¿verdad? Qué seres tan espantosos los indios...

-¡Sáquese el dedo de la nariz! ¿No le da vergüenza? Un hombre

muy valeroso, el pobre... Pero ésta es una era tan maravillosa, de

grandes inventos... Ay, mi Dios, me quedo sin aliento... un hombre

audaz... prodigios de valor... i Usted se enteró! No lo puedo creer.

-Tendré que sentarme y contarlo todo... ¡Smith!... Pero si es el que...

-¡Man-fredo, le digo! -gritó en ese momento la señorita Medias Azules,

cuando yo llevaba a la señora Pirueta a un sillón-. ¿Alguien oyó alguna vez

cosa semejante? ¡Es Man-fredo, y no Man-fred! Al decir eso, la señorita

Medias Azules me hizo señas en un modo muy perentorio. Y yo, aunque

no lo quisiera, tuve que alejarme de la señora Pirueta para terciar en

un litigio relativo al título de cierto drama poético de Lord Byron. Y pese a

que de inmediato aseguré que el verdadero título era Man-fredo, en

absoluto Man-fred, cuando volví a buscar a la señora Pirueta no la

encontré por ninguna parte. Entonces me marché de la casa

sintiendo una gran animosidad contra toda la raza de personas

parecidas a Medias Azules.

Las cosas se habían vuelto muy serias, por lo que resolví visitar

cuando antes a mi amigo, el señor Theodore Sinivate, pues suponía

que él podía darme alguna información precisa.

-¡Smith! -dijo, con su manera peculiar de arrastrar las sílabas-. ¡Smith!

¿Alude usted al general John A. B. C.? Ese episodio con los kickapoos

fue lamentable, ¿no es cierto? ¡Una gran audacia! ¡Qué pena! ¡Una

era de maravillosos inventos! ¡Prodigios de valor! A propósito, ¿oyó hablar

del capitán Mann?

-¡Qué el capitán Mann se vaya al d...! -exclamé-. Continúe, por favor,

86

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcon la historia.

-¿Ejem! Bueno, es la la méme cho-o-se, como decimos en Francia.

Smith, ¿eh? ¿Dice usted el brigadier general John A. B. C.? [Aquí el señor

Sinivate juzgó apropiado apoyar un dedo contra su nariz.] ¿No

insinuará usted, sinceramente, que desconoce por completo ese

episodio de Smith? ¿Se refiere usted a Smith, John A. B. C.? Válgame Dios,

si es el hombre que...

- Señor Sinivate -le imploré-, ¿se trata del hombre de la máscara?

-¡No-o-o! -respondió, poniendo cara de entendido-. Tampoco es el

hombre de la luna.

Consideré que esa respuesta era un claro insulto, por lo que en el

acto me marché de la casa indignado, con la firme decisión de llamar a mi

amigo, el señor Sinivate, y pedirle una explicación de su conducta tan

poco caballeresca y muy maleducada.

Entre tanto, sin embargo, no quería prescindir de la información que

deseaba. Todavía me quedaba un recurso. Recurriría a las fuentes

mismas. Iría a visitar al propio general y le pediría, con palabras

explícitas, una solución a ese abominable misterio. Allí al menos no

habría posibilidad de error. Sería directo, positivo, perentorio, conciso

como Tácito o Montesquieu.

Era temprano cuando llegué a casa del general, y éste se estaba

vistiendo, pero como aduje que se trataba de un asunto urgente, un

anciano negro me llevó de inmediato al dormitorio y se quedó allí por si su

amo lo necesitaba. Al entrar en la habitación busqué con la vista a su

ocupante, pero no lo localicé. Había un bulto grande, de aspecto

singular, en el suelo, junto a mis pies, y como no me hallaba de muy

buen humor, le di una patada para sacarlo del camino.

-¡Ejem, ejem! Qué educado, ¿no? -dijo el bulto, con la vocecita más

fina y rara que he oído jamás, algo entre un chirrido y un silbido-. Muy

poco cortés de su parte.

Lancé un grito de terror y huí en diagonal hasta el rincón más

alejado de la habitación.

-¡Dios me ampare, mi estimado amigo! -volvió a silbar el bulto-, ¿qué...

qué le pasa? Hasta creería que no me reconoce.

¿Qué podía decirle? Con paso tambaleante me desplomé en un

87

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsillón y me quedé con los ojos fijos y la boca abierta, esperando que se

resolviera el misterio.

-Qué raro que no me conozca, ¿no? -pronunció al instante esa cosa

indescriptible que, según advertí, se había puesto a efectuar en el

piso ciertos movimientos semejantes a los de calzarse una media. Sin

embargo, se veía una sola pierna. -Qué raro que no me reconozca.

¡ Pompeyo, alcánzame la pierna! -Pompeyo le entregó al bulto una

pierna artificial de grandes dimensiones con la media ya puesta, que

el bulto se atornilló en un instante. Luego se enderezó ante mis ojos.

"Y fue una batalla muy sangrienta -continuó diciendo la cosa, como

en un monólogo-, pero uno no puede pelear contra los espantajos y los

kickapoos y creer que va a salir sin un rasguño. Pompeyo, dame por

favor ese brazo. Thomas [dirigiéndose a mí] es quien hace las mejores

piernas ortopédicas, pero si alguna vez le hace falta un brazo, mi

estimado amigo, permítame recomendarle a Bishop. -En ese momento,

Pompeyo le atornilló un brazo.

"Fue una batalla terrible, como le decía. A ver, condenado,

colócame los hombros y el pecho. Pettit fabrica los mejores hombros,

pero si quiere un pecho, tiene que recurrir a Ducrow.

-¡Un pecho! -exclamé.

- Pompeyo, ¿no vas a terminar nunca con la peluca? Duele mucho

cuando a uno le arrancan el cuero cabelludo, pero después de todo,

luego se puede usar un peluquín tan bueno como éste, de De L'Orme.

¡Un peluquín!

-¡A ver, negro, tráeme los dientes! Si quiere una buena dentadura, le

conviene ir ya mismo a Parmly. Cobra caro, pero el trabajo es excelen-

te. Yo, por ejemplo, me tragué muchos dientes cuando un indio

espantajo me golpeó con la culata de su rifle.

-¡Con la culata del rifle! ¡Lo golpeaba! ¡Mis ojos...!

-Ah, casualmente... Pompeyo, trae el ojo y atorníllamelo. Esos kic-

kapoos no son lerdos para arrancarlos. Pero el doctor Williams es

maravilloso; usted no se imagina lo bien que veo con los ojos de fábrica.

Comencé entonces a percibir con claridad que el objeto que

tenía ante mí era nada menos que el brigadier general honorario John

A. B. C. Smith. Las manipulaciones de Pompeyo, debo reconocer,

88

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabían cambiado notablemente el aspecto del hombre. La voz, sin

embargo, me seguía intrigando, pero hasta ese aparente enigma se

resolvió enseguida.

-¡Pompeyo, negro sinvergüenza! -chilló el general-. ¡Serías capaz de

dejarme salir sin mi paladar!

El negro se acercó a su amo murmurando una disculpa; le abrió

la boca con el aire de persona entendida de un jockey, y con un

movimiento diestro le acomodó en el interior un aparato de singular

aspecto que no alcancé a distinguir. Sin embargo, el cambio operado

en la expresión del general fue instantáneo y asombroso. Cuando

volvió a hablar, su voz había recuperado la fuerza y el tono melodioso

que yo le había notado cuando nos presentaron.

-¡Malditos sean esos vagabundos! -exclamó con una dicción tan clara

que me sobresaltó-. ¡Malditos sean! No sólo me arruinaron el paladar, sino

que se tomaron el trabajo de seccionarme siete octavos de lengua. Pero

felizmente tenemos a Bonfanti en América si se necesitan artículos de

esta clase. Se lo remiendo con confianza [al decir esto, el general hizo una

inclinación de cabeza], y le aseguro que lo hago con gusto.

Agradecí lo mejor que pude su amabilidad y me marché en el acto,

pues ya tenía un conocimiento cabal de la situación y comprendía perfec-

tamente el misterio que durante tanto tiempo me había perturbado. Era

evidente. Era un caso muy claro.

El brigadier general honorario John A. B. C. Smith era el hombre...

era el hombre que se gastó.

LA ESTAFA

Considerada como una de las Ciencias

Exactas

89

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Hey, diddle, diddle

The cat and the fiddle.13

Desde el principio del mundo ha habido dos Jeremías. Uno escribió

una jeremiada acerca de la usura, y se llamaba Jeremías Bentham. Fue

muy admirado por el señor John Neal y fue un gran hombre a pequeña

escala.

El otro dio nombre a la más importante de las Ciencias Exactas y fue

gran-

de a gran escala (y puedo afirmar que a la más grande de las escalas).

La estafa -o lo que el verbo estafar implica- es un término suficien-

temente bien entendido. Sin embargo, el hecho, el acto, la cosa que cons-

tituye la estafa es algo dificil de definir. Podemos llegar, no obstante, a

una aceptable definición del asunto que nos ocupa definiendo no la cosa,

la estafa en sí, sino al hombre como un animal que estafa. Si Platón

hubiese atinado a esto se habría evitado la afrenta del pollo desplumado.

Se le preguntó a Platón, con mucha razón, por qué un pollo desplu-

mado, que era claramente un "bípedo sin plumas", no era, según su propia

definición, un hombre. Pero yo no seré importunado por preguntas simi-

lares. El hombre es un animal que estafa y no hay otro animal que estafe

excepto el hombre. Para contradecir esto deberá echarse mano de todo un

gallinero de pollos pelados.

Lo que constituye la esencia, el meollo, el principio de la estafa es, de

hecho, exclusivo de la clase de criatura que usa chaquetas y pantalones.

El cuervo roba, el zorro engaña, la comadreja es ingeniosa y el hombre

estafa. Estafar es su destino. "El hombre fue hecho para lamentarse", dice

el poeta. Pero no es así: fue hecho para estafar. Esa es su meta, su objeto,

su fin. Y es por esta razón que cuando un hombre ha sido estafado

decimos que está "acabado".

13 Plin, plin, plinEl gato y el violín. [N. del T.]

90

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

La estafa, correctamente considerada, es un compuesto cuyos ingre-

dientes son pequeñez, interés, perseverancia, ingenio, audacia, noncha-

lance, originalidad, impertinencia y burla.

Pequeñez: Tu estafador es pequeño. Opera a pequeña escala. Su ne-

gocio es la venta minorista en efectivo o con cheque al portador. Desde el

momento en que es tentado por la gran especulación comercial pierde al

momento sus rasgos distintivos y se vuelve lo que llamamos un "financis-

ta". Esta última palabra se condice en todo aspecto con la idea de la

estafa excepto por lo que respecta a la magnitud. Un estafador puede ser

visto como un banquero en potencia, y una "operación financiera", como

una estafa en Brobdignag. Uno es a lo otro como Homero a "Flaccus", un

mastodonte a un ratón o la cola de un cometa a la de un ratón.

Interés: Tu estafador está guiado por el interés en sí mismo. No

estafa por el solo hecho de hacerlo. Tiene un objetivo a la vista -su bolsillo

y el tuyo-. Siempre busca la mejor oportunidad. Cuida al número Uno. Tú

eres el número Dos y debes cuidarte por ti mismo.

Perseverancia: Tu estafador persevera. No se desanima enseguida.

Aunque la banca quiebre él no se preocupa por eso. Persigue su fin sin

desviaciones y

Ut canis a corio nunquam absterrebitur uncto,

así deja que lo suyo continúe.

Ingenio: Tu estafador es ingenioso. Tiene una gran creatividad. En-

tiende de complots. Inventa y reinventa. No es Alejandro pero puede ser

Diógenes. Puede no ser un estafador pero será un hacedor de trampas

para ratones o un pescador de truchas.

Audacia: Tu estafador es audaz. Es un hombre atrevido. Lleva la gue-

rra al interior de Africa. Lo conquista todo por asalto. No temería las dagas

de Frey Herren. Si hubiese sido un poco más prudente, Dick Turpin habría

sido un gran estafador; Daniel O'Connell, si menos petulante; Carlos XII,

con una o dos libras más de cerebro.

Nonchalance: Tu estafador es sereno. No se pone nervioso por nada.

No tiene nervios. Nunca pierde la calma. Nunca se sale de quicio; de lo

único que puedes sacarlo es de tu casa. Es frío como un pepino. Es calmo

("calmo como una sonrisa de Lady Sepultura"). Es adaptable como un

91

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEviejo guante o las damiselas de la antigua Baiae.

Originalidad: Tu estafador es ingenioso, conscientemente o no. Sus

pensamientos son suyos propios. Le daría vergüenza usar los de otros. Los

trucos gastados le producen aversión. Estoy seguro de que devolvería un

bolso si descubriera que lo obtuvo mediante una estafa poco original.

Impertinencia: Tu estafador es impertinente. Fanfarronea. Levanta los

brazos. Pone las manos en los bolsillos del pantalón. Se ríe en tu cara. Te

pisa los callos. Come tu cena, bebe tu vino, te pide dinero prestado, te tira

de la nariz, patea a tu perro y besa a tu esposa.

Burla: Tu verdadero estafador hace la cuenta final con una risa burlo-

na. Sólo él la ve. Se ríe cuando ha terminado el trabajo del día, cuando ha

cumplido con sus labores, a la noche en su propio cuarto y sólo para su

propia y privada diversión. Va a su casa. Cierra la puerta. Se quita la ropa.

Apaga la vela. Se mete en la cama. Apoya la cabeza en la almohada. Des-

pués de todo esto, procede a reírse burlonamente. No es una hipótesis. Es

un hecho. Lo pienso a priori, y una estafa no sería una estafa sin una risita

burlona.

El origen de la estafa se remonta a la infancia de la Raza Humana.

Probablemente el primer estafador fue Adán. En todo caso, podemos ras-

trear la ciencia hasta la Antigüedad. El hombre moderno, sin embargo, la

ha llevado a una perfección nunca soñada por nuestros testarudos proge-

nitores. Sin detenerme a hablar de los "viejos estafadores", me contentaré

con un resumen de las "instancias más modernas".

Esta es una estafa muy buena. Un ama de casa que desea un sofá,

por ejemplo, es vista entrar y salir de distintas mueblerías. Al final llega a

una que ofrece una excelente variedad. Un individuo voluble y educado la

aborda en la puerta y la invita a entrar. Ella encuentra un sofá de su gusto

y, preguntando el precio, se sorprende agradablemente al oír una suma

menor en un veinte por ciento, cuando menos, de lo que esperaba. Se

apura a efectuar la compra, recibe una factura y un recibo y deja su domi-

cilio pidiendo que el artículo le sea enviado a su casa lo más rápido posible

y se retira en medio de una profusión de inclinaciones del vendedor.

Llega la noche pero no el sofá. Pasa un día y nada. Un sirviente es enviado

a inquirir por la demora. Toda la transacción le es negada. Ningún sofá ha

sido vendido, ningún dinero ha sido recibido excepto por el estafador que

92

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhizo, para la ocasión, el papel de vendedor.

Nuestras mueblerías suelen quedar completamente desatendidas y

así se dan todas las facilidades para este tipo de truco. Los visitantes

entran, miran muebles y se van sin haber sido vistos ni oídos. Si alguien

quiere comprar o pedir el precio de algún artículo, hay una campanilla a

mano y esto se considera más que suficiente.

Esta es otra estafa bastante respetable. Un individuo bien vestido en-

tra en un negocio; hace una compra por valor de un dólar; encuentra, a su

pesar, que ha dejado la billetera en el bolsillo de otra chaqueta y así se lo

dice al vendedor:

- Señor mío, no importa, ¿tendrá la gentileza de enviarme el paquete

a casa? Aunque..., espere, estoy casi seguro de que en casa no tengo bi-

lletes de menos de cinco dólares. No obstante, usted podrá enviar junto

con el paquete cuatro dólares de cambio.

- Muy bien, señor -replica el vendedor que, para ese momento, ya se

había hecho una elevada opinión de su cliente-. Conozco personas -se dice

a sí mismo- que se habrían metido el paquete bajo el brazo y se habrían

marchado con la promesa de volver a pagar el dólar por la tarde.

Es enviado un muchacho con el paquete y el cambio. A medio ca-

mino, y de forma bastante accidental, encuentra al comprador que ex-

clama:

- iAh, ése es mi paquete por lo que veo! Pensé que llegarías a casa

hace un rato. i Bien, sigue! Mi esposa, la señora Trotter, te dará los cinco

dólares, le dejé instrucciones para ello. El vuelto me lo puedes dar a mí,

necesitaré algo de cambio para la oficina postal. ¡Muy bien! Uno, dos, ¿es

buena esta moneda?, tres, cuatro, ¡perfecto! Dile a la señora Trotter que

me encontraste, ve tranquilo y no te distraigas por el camino.

El chico no se distrae en absoluto pero demora bastante en volver de

su mandado pues no encuentra a ninguna mujer con el nombre de señora

Trotter. Se consuela a sí mismo, sin embargo, diciéndose que no ha sido

tan tonto como para dejar la mercancía sin el dinero y regresa al negocio

con aire de satisfacción, aunque se sentirá herido e indignado cuando su

patrón le pregunte qué ha hecho con el vuelto.

Una estafa muy simple es la siguiente: Una persona con aspecto de

funcionario le presenta al capitán de un barco que está a punto de partir

93

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEuna factura de gastos inusualmente bajos. Contento de que haya resulta-

do tan poco y presionado por los cientos de obligaciones que en ese mo-

mento lo apremian, paga la cuenta sin demora. En quince minutos le es

remitida otra factura menos razonable por alguien que, sin duda, hace

quedar al primer colector corno un estafador, y como una estafa la factura

original.

Y también acá tenemos algo similar. Un vapor suelta amarras. Se

avista un viajero, abrigo en mano, corriendo hacia el muelle, a toda velo-

cidad. Hace un alto repentino, se agacha y levanta algo del suelo en una

forma agitada. Es una billetera. "¿Algún caballero ha perdido su billete-

ra?", exclama. Nadie puede decir que haya perdido precisamente la bille-

tera, pero se produce una gran excitación cuando se descubre que el

tesoro encontrado es de gran valor. El barco, sin embargo, no puede ser

detenido.

- El tiempo y la marea no esperan a nadie -dice el capitán.

- Por el amor de Dios, espere sólo unos pocos minutos -dice el que

encontró la billetera-. El verdadero dueño se presentará.

- No puedo esperar -responde quien manda-. Salga, ¿oyó?

-¿Qué voy a hacer?-pregunta el hombre, con gran turbación-. Voy a

dejar el país varios años y no puedo retener a sabiendas esta gran suma.

Permítame, señor (y aquí se dirige a un caballero en la orilla), pero usted

parece una persona honesta. ¿Me hará el favor de hacerse cargo de esta

billetera y devolverla? Sé que puedo confiar en usted. Usted ve que

contiene una suma considerable. El dueño, sin duda, querrá recompen-

sarlo por las molestias.

-¡No a mí!, la usted!, ¿fue usted quien encontró la billetera!

- Bueno, silo dice de ese modo... Tomaré una pequeña recompensa,

sólo para justificar sus escrúpulos. Déjeme ver... ¿por qué estos billetes

son todos de a cien? i Por mi alma! Cien es demasiado, es suficiente con

cincuenta, estoy seguro.

-Vamos, fuera -dice el capitán.

-Pero no tengo cambio de cien y usted tiene mejor...

- Vamos, vamos -dice el capitán.

-No importa -dice el hombre en la orilla, que ha estado examinando

94

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsu billetera durante el último minuto-, no importa. Lo puedo arreglar. Aquí

tengo un billete de cincuenta del Banco de Norteamérica. Arrójeme la

cartera.

Y el hombre escrupuloso toma los cincuenta con marcada reluctancia

y arroja al caballero la billetera mientras el vapor silba y humea po-

niéndose en camino. Una media hora después de la partida se descubre

que la "gran suma" son "falsificaciones" y que todo el asunto es una gran

estafa.

La siguiente es una estafa audaz. Va a celebrarse una reunión rural o

algo por el estilo en un lugar al que sólo se puede acceder por un puente.

Un estafador se estaciona en el puente e informa respetuosamente a

todos los pasajeros que por la nueva ley del condado, que establece un

arancel de un centavo por pasajeros a pie, dos por caballos y mulas, etc.,

etc. Algunos se quejan pero todos acatan la norma y el estafador vuelve a

su casa con cincuenta o sesenta dólares bien ganados. Cobrarle peaje a

una gran muchedumbre es algo sumamente pesado.

Éste es un engaño hábil: Un amigo del estafador tiene un pagaré de

éste, debidamente llenado y firmado, de los comunes, impresos en tinta

roja. El estafador compra una docena o dos de esos formularios y cada día

moja uno de ellos en su sopa, se lo arroja a su perro para que salte y lo

agarre y por fin se lo da como un rico bocado. Cuando el documento llega

a su vencimiento, el estafador y su perro van a lo del amigo y hablan del

pagaré. El amigo lo toma del escritorio y en el momento de alcanzárselo al

estafador, el perro salta y lo devora. El estafador no sólo se muestra

sorprendido, sino vejado y molesto por la conducta absurda de su perro y

expresa su completa disposición a cancelar la obligación cuando la

evidencia de ésta le sea presentada.

La siguiente es una pequeña estafa. Una mujer es insultada en la

calle por un cómplice del estafador. El estafador mismo vuela en su ayuda

y, después de haberle dado a su amigo una cómoda paliza, insiste en

acompañar a la mujer hasta la puerta de su casa. Se inclina apoyando la

mano sobre el corazón y se despide muy respetuosamente. Ella lo invita a

entrar para ser presentado como su salvador ante su hermano mayor y su

padre. Con un suspiro, declina la invitación.

- Entonces, señor, ¿no hay manera -dice ella- en que pueda tes-

95

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtimoniar mi gratitud?

- Por cierto, señora, que la hay. ¿Sería tan amable de prestarme un

par de chelines?

En un primer momento la dama resuelve desmayarse. Lo vuelve a

pensar, sin embargo, abre su bolso y le da lo pedido. Ésta, me parece, es

una estafa pequeña porque la mitad de la suma obtenida debe ser pagada

al caballero que tuvo que proceder con el insulto y aguantarse la paliza

por haberlo hecho.

Una estafa también pequeña, pero científica. El estafador se aproxi-

ma al mostrador de una taberna y pide un par de rollos de tabaco. Se los

dan y, habiéndolos examinado ligeramente, dice:

-No me gusta mucho este tabaco. Tómelo y déme, en su lugar, un

vaso de brandy y agua.

El estafador bebe el brandy y el agua que le sirven y se encamina

hacia la puerta. Pero la voz del tabernero lo detiene.

- Creo, señor, que ha olvidado pagarme el brandy y el agua.

-¿Pagar por el brandy y el agua? ¿No le di el tabaco a cambio del

brandy y el agua? ¿Qué más quiere?

-Pero, señor, por favor. No recuerdo que me haya pagado el tabaco.

.

-¿Qué quiere decir con eso, bribón? ¿No le devolví el tabaco? ¿No es

ése que está ahí? ¿Espera que pague por lo que no tomé?

-Pero, señor -dice el tabernero sin saber cómo seguir-, pero, señor...

- Sin peros, señor -lo interrumpe el estafador, aparentemente muy

disgustado y golpeando la puerta tras de sí mientras se escapa-. Sin peros,

señor, y basta de trucos contra los viajeros.

Acá hay otra hábil estafa, de la cual la simplicidad no es el rasgo me-

nor. Un bolso o una billetera que realmente se ha perdido y de la cual el

sujeto publica en uno de los diarios de una gran ciudad un aviso muy des-

criptivo.

Nuestro estafador copia los detalles de este aviso cambiando el enca-

bezamiento, la fraseología general y el domicilio. El original, por ejemplo,

es largo y explicativo, está encabezado como "i Billetera extraviada!" y

pide dejar el objeto, cuando sea encontrado, en el n° 1 de la calle Tom. La

copia es breve, está encabezada sólo corno "Pérdida" e indica el n° 2 de la

96

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcalle Dick o el 3 de la calle Harry. Además, el aviso es colocado en cinco o

seis diarios del día y aparece sólo unas pocas horas después del original.

Si es leído por quien ha extraviado su cartera, difícilmente sospechará que

pueda tener alguna relación con el suyo propio. Pero, por supuesto, las

chances de que quien encuentre el objeto repare en el domicilio dado por

el estafador en lugar del dado por el verdadero dueño son de cinco o seis

a una. Aquél paga la recompensa, se embolsa el tesoro y desaparece.

Ésta es bastante parecida. Una dama acaudalada ha perdido en la ca-

lle un anillo de diamantes de un gran valor. Ofrece cuarenta o cincuenta

dólares por su recuperación y da, en su aviso, una descripción muy minu-

ciosa de la joya y de sus engarces, declarando que pagará la recompensa

al instante en el n° tal y tal de la Avenida tal y tal, sin hacer una sola pre-

gunta. Uno o dos días más tarde, en ausencia de la dama, alguien llama a

la puerta en el domicilio citado; se asoma una criada; el visitante pregunta

por la señora de la casa y se le responde que ésta se halla fuera; ante tan

inesperado suceso, el visitante expresa su más sentido pesar. Su asunto

es de importancia y concierne a la señora misma. De hecha, él tuvo la

buena suerte de haber encontrado su anillo de diamantes. Pero quizás

estaría bien que volviera a pasar en otro momento. "i De ninguna

manera!", dice la sirvienta. "i De ninguna manera!", dicen la hermana y la

cuñada de la dama, quienes son llamadas de inmediato. El anillo es

clamorosamente identificado, la recompensa pagada y el visitante casi

empujado fuera. La dama regresa y expresa cierto disgusto con su

hermana y su cuñada porque han pagado cuarenta o cincuenta dólares

por un facsímil de su anillo de diamantes, un facsímil incuestionablemente

bien logrado.

Pero como realmente la estafa es algo que no tiene fin, tampoco lo

tendría este ensayo aun cuando sugiriera la mitad de variantes o inflexio-

nes de que esta ciencia es susceptible. Por fuerza, entonces, debo llevar

este artículo a una conclusión y no puedo hacerlo mejor que mediante un

breve resumen de una considerable aunque algo rebuscada estafa, de la

cual nuestra propia ciudad ha sido teatro no hace mucho, y que fue pos-

teriormente repetida con éxito en otras localidades de la Unión, todavía

más ingenuas. Un caballero de mediana edad y procedencia desconocida

llega a la ciudad. Es notablemente correcto, cauto y reflexivo en sus mo-

97

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdales. Su vestimenta es puntillosamente pulcra, pero sencilla y sin osten-

tación. Usa una corbata blanca, un chaleco holgado, hecho expresamente

para que resulte cómodo; zapatos de suela gruesa y pantalones sin traba.

Tiene, de hecho, todo el aire del acomodado, sobrio y respetable hombre

de negocios par excellence -una de esas personas duras por fuera y

tiernas por dentro que vemos en las comedias- cuya palabra es una

garantía, y que se destacan por repartir guineas de limosna con una mano

mientras que con la otra, a la hora de negociar, exigen hasta la última

fracción de un cuarto de penique.

Es muy quisquilloso para elegir donde alojarse. No le gustan los

niños. Está acostumbrado a la tranquilidad. Sus hábitos son metódicos y

por esto preferiría ocupar una habitación en casa de una familia pequeña

y respetable, de inclinaciones religiosas. Las condiciones de pago, no

obstante, lo tienen sin cuidado; sólo insiste en que liquidará la cuenta el

primero de cada mes (ahora estamos al día dos) y, cuando finalmente

obtiene una pensión a su gusto, le ruega a la dueña no olvidar sus

instrucciones respecto de este punto: enviar una factura y un recibo,

exactamente a las diez en punto, el primer día de cada mes y, en ninguna

circunstancia, dejarlos para el segundo.

Hechos estos arreglos, nuestro hombre de negocios alquila una ofici-

na en un barrio de la ciudad más respetable que de moda. No hay para él

nada más despreciable que ser pretencioso. "Donde hay mucho

espectáculo", dice, "rara vez hay algo sólido detrás", una observación que

impresiona tan profundamente a su propietaria que la anota al instante en

la gran Biblia de la familia, al margen de los Proverbios de Salomón.

El paso siguiente es publicar un aviso en los principales periódicos

mercantiles de la ciudad; en los de seis peniques; los de un penique no

son "respetables" y además reclaman el pago anticipado de todos los

avisos. Como un punto de honor, nuestro hombre de negocios sostiene

que no se debe pagar ningún trabajo hasta que no esté concluido.

PEDIDO. Los anunciantes, a punto de iniciar extensas operaciones

mercantiles en esta ciudad, requieren los servicios de tres o cuatro

empleados inteligentes y capaces, a quienes se remunerará con-

venientemente. Serán exigidas las mejores recomendaciones, no tanto por

la capacidad como por la integridad que se espera. Dado que las tareas a

98

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcumplir implican una gran responsabilidad y que los contratados deberán

manejar grandes sumas de dinero, consideramos necesario exigir a cada

persona empleada un depósito de cincuenta dólares. No deberá

postularse, en consecuencia, ninguna persona que no esté dispuesta a

dejar esa suma en custodia de los anunciantes, y que no pueda presentar

los más satisfactorios testimonios de moralidad. Se preferirá a los

caballeros jóvenes con creencias religiosas. Presentarse de diez a once hs.

y de dieciséis a diecisiete a los señores

Pantanos, Cerdos, Troncos, Ranas & Co.

Calle del Perro n° 110

Para el día 31 del mes, el aviso ha llevado a las oficinas de los

señores Pantanos, Cerdos, Troncos, Ranas & Co. a unos quince o veinte

jóvenes caballeros con inclinaciones piadosas. Pero nuestro hombre de

negocios no tiene apuro en cerrar contrato con ninguno (ningún hombre

de negocios es jamás precipitado) y sólo después del más rígido

cuestionario respecto de la piedad en la inclinación de cada joven

caballero son contratados sus servicios y recibidos sus cincuenta dólares,

sólo a manera de precaución, por la respetable firma Pantanos, Cerdos,

Troncos, Ranas & Co. A la mañana del día primero del siguiente mes, la

propietaria no presenta su factura de acuerdo con lo prometido,

negligencia por la cual el satisfecho director de la firma que termina en las

eses no habría dudado en reprenderla severamente si hubiese

permanecido en la ciudad uno o dos días más a tal fin.

Como es de suponer, la policía pasó un mal momento con esto, co-

rriendo de aquí para allá, y todo lo que puede hacer es declarar enfática-

mente que el hombre de negocios es un "peso pesado", queriendo decir

en realidad, según entiende cierta gente, que es un n.e.i., por lo cual debe

entenderse supuestamente la muy clásica frase non est inventus.

Entretanto,

los jóvenes caballeros, todos y cada uno, están un poco menos

piadosamente inclinados que antes, mientras la propietaria compra la

99

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmejor goma de borrar de un chelín y, con sumo cuidado, elimina la nota a

lápiz que algún tonto ha escrito en la gran Biblia familiar, sobre el ancho

margen de los Proverbios de Salomón.

EL ÁNGEL DE LO RARO

Extravagancia

Era una fresca tarde de noviembre. Justamente acababa de

despachar una comida más sólida que de costumbre, en la que la trufa

dispéptica no constituyó el artículo menos importante. Estaba solo,

sentado en el comedor, los pies en el morillo de la chimenea y el codo en

una mesita que había acercado al fuego con algunas botellas de vinos de

varias clases y de licores espirituosos.

Por la mañana había leído el Leónidas, de Glover; la Epigoniada, de

Wilkie; la Peregrinación, de Lamartine; la Colombiada, de Barlow; la Sicilia,

de Tuckermann, y las Curiosidades, de Griswold; así, pues, confesaré que

me sentía ligeramente estúpido. A fuerza de vasos de Laffitte me es-

forzaba por despertarme, y no consiguiéndolo, recurrí desesperado a un

periódico que había a mi lado. Habiendo leído detenidamente la columna

de alquileres, y luego la columna de los perros perdidos, y luego las dos

columnas de las mujeres y aprendices fugados, ataqué con vigorosa

resolución la parte editorial, y, habiéndola leído desde el principio hasta el

fin sin entender una sílaba, se me ocurrió que podía estar escrito en chino,

y la releí desde el fin hasta el principio, pero sin obtener resultado más

satisfactorio. Disgustado, estuve a punto de gritar:

Este in folio de cuatro páginas, obra dichosa

100

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Que la crítica misma no critica,

cuando sentí mi atención un poco atraída por el siguiente párrafo:

"Las rutas que conducen a la muerte son numerosas y extrañas. Un

diario de Londres menciona la muerte de un hombre, acaecida de un

modo singular. Jugaba al puff the dart, que se juega con una larga aguja

enhebrada de lana que se sopla contra un blanco al través de un tubo de

estaño. Colocó la aguja en el lado malo del tubo, y, aspirando fuertemente

para lanzar luego la aguja con más vigor, la atrajo hacia su gola,

penetrando hasta los pulmones y matando al imprudente en pocos días".

Al leer eso, sentí inmensa rabia sin saber exactamente por qué.

Este artículo, exclamé, es una despreciable falsedad, la hez de la

imaginación de algún deplorable borrajeador a cinco céntimos la línea, de

algún miserable fabricante de aventuras en el país de Jauja. Esos pícaros,

conocedores de la prodigiosa bobería del siglo, emplean todo su espíritu

en imaginar improbables posibilidades, accidentes raros, como ellos dicen,

pero para un espíritu reflexivo (como el mío, añadí a manera de parénte-

sis, apoyando sin darme cuenta de ello mi índice en la punta de la nariz),

para una inteligencia contemplativa semejante a la que yo poseo, resulta

evidente a primera vista que la maravillosa y reciente multiplicación de

estos raros accidentes es el más raro de todos. Por mi parte, estoy

decidido a no creer en adelante nada que implique algo de singular.

- Mein Gott! Hay que zer un azno para dezir ezto -respondió una de

las más sorprendentes voces que jamás oí en mi vida.

Al principio la tomé por un zumbido de mis oídos, como suele ocurrir

a un hombre que está muy ebrio; pero, reflexionando luego, consideré el

ruido como más semejante al que sale de un barril vacío cuando se lo gol-

pea con un palo; y, en verdad, hubiese creído lo último, a no ser por la

articulación de las sílabas y de las palabras. Yo no soy nervioso por tem-

peramento, y, como los varios vasos de Laffitte que había sorbido no sir-

vieron poco para infundirme valor, no experimenté ninguna trepidación;

pero elevé simplemente los ojos, y miré cuidadosamente por el cuarto

para descubrir al intruso. Pero no vi a nadie.

- ¡Uf! -prosiguió la voz, mientras yo continuaba mi examen-. Ez

101

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprezizo que zea ugté tonto de capigote paga no vegme zentado a zu lado.

Al oír esto me puse a mirar enfrente de mi nariz. En efecto, casi en-

frentándome, estaba instalado cerca de la mesa un personaje aún no des-

crito, aunque no absolutamente indescriptible. Su cuerpo era una pipa de

vino, un tonel de ron o algo análogo, y tenía una apariencia verdadera-

mente fantástica. A su extremidad inferior estaban unidos dos toneles que

parecían desempeñar el oficio de piernas. En lugar de brazos, pendían de

la parte superior del armazón dos botellas pasablemente largas cuyos

cuellos figuraban las manos.

Todo lo que el monstruo poseía en lugar de cabeza era uno de esos

baúles de Hesse parecidos a grandes tabaqueras con un agujero en el cen-

tro de la tapa. Este baúl (coronado por un embudo en la parte superior,

como un sombrero de caballero echado sobre los ojos) estaba bien mon-

tado sobre el tonel, con el agujero vuelto de mi lado, y, por ese agujero

que parecía guiñar y estaba arrugado como la boca de una solterona muy

ceremoniosa, emitía la criatura ciertos ruidos sordos y roncadores que,

evidentemente, tenía por lenguaje inteligible.

- Ez prezizo -dijo- que zea uzté tonto de capigote, paga eztag zentado

ahí y no begme cuando yo estoy aquí, y que zea también máz animal que

un ganzo paga no creeg lo que han imprezo en el periódico. Ez la beg-dá,

la begdá, palabra pog palabra.

-Dígame quién es usted, se lo suplico -lo interrogué con mucha

dignidad, aunque algo desconcertado-. ¿Cómo ha entrado aquí? ¿Qué se le

ofrece?

- Cómo he entrado -replicó el monstruo -ez coza que no le impogta, y

menog lo que hago aquí, y en cuanto quién zoi llo he venido senziyamente

paga que ugté ze entere pog zí mizmo.

-Usted es un borracho miserable -le dije-, y voy a llamar a mi criado

para que lo eche fuera a puntapiés.

-i Ji, ji, ji! -respondió el bellaco-. i Jo, jo, jo!, ugted no puede haceg

ezo.

-¿Que no puedo? -exclamé-. ¿Qué quiere decir? ¿Qué es lo que no

puedo?

-Tocag la campaniya -me replicó pretendiendo dibujar una mueca con

102

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsu boca abominable.

Al oír esto hice un esfuerzo para levantarme y poner mi amenaza en

ejecución; pero el muy bandido se inclinó sobre la mesa, y asestándome

un golpe en la frente con el gollete de una de sus largas botellas, me des-

plomó en el fondo del sillón, del que me había levantado a medias. El gol-

pe me dejó completamente aturdido, y durante un minuto no supe qué

partido adoptar. Él prosiguió su discurso:

-Ve ugté. Lo mejó zerá que egté tranquilo. Ahora zabrrá quién zoi.

Míreme: zoi el Anquel ti Raro.

-Bastante raro, en efecto -osé replicarle-, pero me figuré que un ángel

debía de tener alas.

-Cáyate -exclamó grandemente enojado-. ¿Qué voi a hazeg con eyag?

¿Ez que me tomag por un poyo?

-No, no -respondí alarmadísimo-; usted no es un pollo; seguramente

que no.

-i Me alegro! Ezté tranquilo y compórtese megor, o le haré zufrir to-

davía el efegto de mi puño. Ez el poyo quien tiene alaz, y el búho quien

tiene alaz, y el demonio quien tiene alaz, y el cran tiablo quien tiene alaz.

El ángel no tiene alaz, y llo zoi el Anquel de lo Raro.

-¿Y el asunto para el que ha venido usted, es... es...?

-¡Paga ezo! -gritó el horrible objeto-; ¿qué vil espezie de Ganapán mal

educado ez ugté paga preguntag a un chentlemán y a un ánquel si le

integuessan zug asuntog?

Este lenguaje era superior a lo que yo podía soportar, aun procedien-

do de un ángel. Así, pues, acopiando mi valor, tomé un salero que se ha-

llaba al alcance de mi mano, y lo lancé a la cabeza del intruso. El eludió el

golpe, y yo apunté mal; pues sólo conseguí romper el cristal que protegía

el cuadrante del reloj colocado en la chimenea. En cuanto al Angel, com-

prendió mi intención y respondió al ataque con dos o tres vigorosos golpes

asestados consecutivamente en la frente, como ya había hecho antes. Ese

trato me sometió en seguida, y casi me avergüenzo de decir que, sea

dolor, sea humillación, me acudieron algunas lágrimas a los ojos.

-Mein Gott! -dijo el Ángel de lo Raro, aparentemente dulcificado por el

espectáculo de mi situación-, el pobrre hombrre eztá boracho. Ez prrezisso

103

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEno beber assí de lo zeco; hay que echar acua en buestrro bino. Ea, beba

egto; beba egto, como un niño bueno, y no yore mag! ¿Comprrende?

El Ángel de lo Raro llenó mi vaso (que sólo contenía una tercera parte

de Oporto) con un fluido incoloro que vertió de uno de sus largos brazos.

Yo observé que las botellas que le servían de brazos ostentaban unas

etiquetas en el cuello, en las que se leía la inscripción Kirschenwasser

(agua bendita) .

La solícita bondad del Ángel me aquietó grandemente, y aliviado con

el agua que sirvió varias veces para atenuar mi vino, encontré al fin la su-

ficiente calma para escuchar su extraordinario discurso. No pretendo

relatar todo lo que me dijo; pero lo que de él retengo en sustancia es que

era el genio que preside los contratiempos en la naturaleza, y que su

función consistía en aportar esos accidentes raros que sorprenden

continuamente a los escépticos. Como yo me aventurase una o dos veces

a expresar mi total incredulidad referente a sus pretensiones, se puso rojo,

hasta el punto de parecerme la más cuerda política el no decir nada, y

dejarlo hablar.

Y habló, pues, a su gusto, mientras yo permanecía tendido en mi si-

llón, los ojos cerrados, comiendo uvas y arrojando los cabos por la habita-

ción. Pero el Angel interpretó esa conducta como un signo de desprecio

por mi parte, y levantándose con terrible irritación se caló completamente

el embudo hasta los ojos, lanzó un enorme juramento, articuló una

amenaza, cuyo preciso carácter no pude comprender, y, finalmente, me

hizo un profundo saludo de adiós, deseándome, a la manera del arzobispo

del Gil Blas, "mucha suerte y un poco más de buen sentido".

Su partida fue para mí un gran alivio. Los varios vasos de Laffitte que

había bebido a pequeños sorbos, tuvieron por efecto amodorrarme, y sentí

deseos de echar una siesta de quince o veinte minutos, como es mi

costumbre tras la comida. A las seis tenía una importante entrevista, a la

cual tenía gran necesidad de asistir. Habiendo expirado el día antes la pó-

liza de seguro de mi habitación, y habiéndose suscitado una dificultad, se

convino en que me presentase a las seis ante el consejo de los directores

de la compañía para convenir los términos de la renovación. Lanzando una

mirada al péndulo de la chimenea (pues me sentía harto pesado para

sacar mi reloj), tuve el gusto de observar que aún me quedaban veinte

104

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEminutos.

Eran las cinco y media; fácilmente podía llegar a la oficina de seguros

en cinco minutos, y mi siesta habitual jamás pasaba de veinticinco minu-

tos. Sintiéndome, pues, suficientemente tranquilo, me acomodé en segui-

da para echar mi sueño.

Cuando lo hube terminado muy satisfactoriamente y me desperté,

miré de nuevo el reloj, y me sentí medio inclinado a creer en la posibilidad

de los accidentes raros, viendo que, en lugar de mis quince o veinte minu-

tos habituales, sólo había dormido tres. Recomencé, pues, la siesta, y en

fin, al despertar por segunda vez, vi con inmensa sorpresa que seguían

siendo las seis menos veintisiete minutos.

Di un salto para reconocer el reloj, y advertí que estaba parado. El

que llevaba en el bolsillo me informó que eran las siete y media. Luego,

había dormido dos horas, faltando así a la cita.

"Nada se ha perdido -me dije-, iré a la oficina por la mañana y me

excusaré. Ahora bien: ¿qué habrá podido ocurrir al reloj?"

Al examinarlo reconocí que un cabo de las uvas que arrojé por el

cuarto mientras que el Ángel de lo Raro me dirigía su discurso, había pa-

sado a través del cristal roto, alojándose bastante singularmente en el

agujero de la llave, y quedando fuera un pedazo había detenido la revolu-

ción de la aguja.

"¡Ah! -exclamé--. Ahora lo comprendo todo. Accidente natural, como

suele ocurrir de tiempo en tiempo."

Y ya no volví a ocuparme de la cosa. A la hora habitual me metí en la

cama. Habiendo colocado la bujía en una mesita, a la cabecera de mi

cama, hice un esfuerzo para leer algunas páginas de la Omnipresencia de

la Divinidad, y, desgraciadamente, me quedé dormido en menos de veinte

segundos dejando encendida la luz en el mismo sitio.

Mi sueño estuvo horriblemente turbado por las apariciones del Angel

de lo Raro. Me pareció que estaba al pie de mi lecho, que descorría las

cortinas y que, con el sonido cavernoso, abominable, de un tonel de ron,

me amenazaba con la más amarga venganza por el desprecio que yo le

había inferido. Luego acabó su larga arenga quitándose su sombrero-

embudo, y hundiéndome el tubo en la garganta, me inundó con un océano

de agua bendita que derramaba en continuo chorro de una de las grandes

105

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbotellas que le servían de brazos. Mi agonía se hizo a la larga intolerable, y

me desperté en el momento preciso para poder observar que una rata

huía con la bujía encendida; pero, desgraciadamente, no pude acudir a

tiempo de impedir que se metiese en su agujero con su peligrosa presa. Mi

olfato no tardó en percibir un olor fuerte y penetrante. La casa ardía,

comprendí en seguida.

El incendio estalló violento en pocos minutos. Excepción hecha de la

ventana, mi cuarto no tenía otro escape por estar todos cortados. La mu-

chedumbre se procuró rápidamente una larga escalera y la arrimó al

muro. Gracias a ella descendí velozmente, y ya me creía salvado, cuando

a un enorme cerdo -cuya gran panza y aun la fisonomía toda me

recordaron en cierto sentido al Ángel de lo Raro- que hasta entonces había

dormido tranquilamente en el cieno, se le metió en la cabeza que su lomo

izquierdo tenía la necesidad de rascarse y no encontró mejor rascador que

el pie de la escalera. En un instante me vi precipitado en el suelo, y tuve la

desgracia de romperme un brazo.

Ese accidente, unido a la pérdida de mi seguro y a la pérdida aún

más grave de mis cabellos todos chamuscados, predispuso mi espíritu a

las impresiones serias, hasta el punto de que decidí casarme.

Había una viuda rica que aún lloraba la pérdida de su séptimo mari-

do, y ofrecí a su alma ulcerada el bálsamo de mis promesas. No sin resis-

tencia me dio su consentimiento. Me arrodillé a sus pies, lleno de gratitud

y de adoración. Ella se ruborizó e inclinó hacia mí sus abundantes bucles

hasta ponerlos en contacto con los que el arte de Grandjean me había

ofrecido para suplir temporalmente a mi cabellera ausente. Ignoro cómo

se hizo el enredo; pero se hizo. Yo me levanté sin peluca, con un cráneo

brillante como una bola; ella, llena de desprecio y de rabia, medio envuel-

ta en una cabellera extraña. Así terminaron mis esperanzas relativas a la

viuda por un accidente que de seguro yo no podía prever; pero que era

una consecuencia natural de los sucesos.

Sin embargo, emprendí sin desesperarme el sitio de un corazón me-

nos implacable. También ahora los destinos me fueron propicios durante

algún tiempo; pero todavía un accidente trivial interrumpió el curso de mis

cosas. Encontrando a mi novia en un paseo, adonde concurría la sociedad

106

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEescogida, me apresuré a saludarla con uno de mis más respetuosos

saludos, cuando una molécula de yo no sé qué extraña materia se alojó en

mi ojo y me volvió momentáneamente ciego. Antes de que pudiese reco-

brar la vista, la dama de mi corazón había desaparecido, irremediable-

mente ofendida de que yo pasase por su lado sin saludarla, lo cual tradujo

por una grosería premeditada. Mientras permanecí en mi sitio, todavía

deslumbrado por lo súbito de este accidente (que a cualquiera hubiese po-

dido acaecer) y mientras duraba mi ceguera, se me acercó el Angel de lo

Raro, que me ofreció su ayuda con una delicadeza que yo no podía des-

preciar. Primero examinó mi ojo enfermo con gran dulzura y maestría; me

dijo que tenía una gota en el ojo (ignoro qué clase de gota) y la extrajo

procurándome así gran alivio.

Entonces pensé que era tiempo para mí de morir, puesto que la

fortuna había jurado perseguirme, y, consiguientemente, me dirigí al

próximo río. Allí me despojé de mis ropas (pues ninguna razón se opone a

que muramos como hemos nacido) y me arrojé de cabeza en la corriente.

El único testigo de mi destino era una corneja solitaria que, seducida por

un grano empapado en aguardiente, se había embriagado y abandonado

el resto de la bandada.

Apenas me sumergí en el agua, cuando al pájaro se le ocurrió huir

con la parte más indispensable de mi vestido, de suerte que, aplazado por

el momento mi proyecto de suicidio, metí lo mejor que pude mis miembros

inferiores en las mangas de mi chaqueta, y empecé a perseguir a la

culpable con toda la agilidad que reclamaba el caso y que las circunstan-

cias me permitían. Pero el mal destino me acompañaba siempre. Como

corría velozmente, sorbiendo el viento, y sólo me ocupaba del ladrón de

mi propiedad, advertí súbitamente que mis pies no tocaban tierra firme.

Lo cierto es que me arrojé a un precipicio, e infaliblemente me hubiese

destrozado, si, por dicha mía, no hubiese tomado una cuerda que colgaba

de un globo que pasaba por allí.

Apenas hube recobrado mis sentidos para comprender la terrible si-

tuación en que me encontraba colocado (o mejor, suspendido), desplegué

toda la fuerza de mis pulmones para advertir mi situación al aeronauta

colocado sobre mí. Durante mucho tiempo me despulmoné en vano. El

imbécil no podía verme, o no lo quería perversamente. Entretanto, la má-

107

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEquina se elevaba con rapidez, mientras que mis fuerzas se agotaban aún

más rápidamente.

Pronto estuve a punto de resignarme a mi destino, y a dejarme caer

tranquilamente en el mar, cuando todos mis espíritus se sintieron

transportados por una voz cavernosa que partía de una altura y que

parecía preludiar indolentemente un aire de ópera. Alzando los ojos

reconocí al Ángel de lo Raro. Con los brazos cruzados se apoyaba en el

borde de la barquilla, con una pipa en la boca y arrojando tranquilas

bocanadas. El Ángel parecía satisfecho de sí mismo y del universo. Yo

estaba demasiado exhausto como para hablar, de modo que seguí

contemplándolo con aire suplicante.

Durante algunos momentos no me dijo nada, a pesar de mirarme en

pleno rostro. En fin, trasladándose cuidadosamente su espuma de mar del

lado derecho de la boca izquierda, consintió en hablarme.

-¿Quién ez ugté? -me preguntó-. Y pog el diablo, ¿qué haze ahí? Al oír

este supremo rasgo de impudicia, de crueldad y de afectación, apenas

pude responder con algunos gritos:

-¡Socorro! ¡Ayúdeme!

- ¿Alludagos? -respondió el bandido-. No, a fe mía. Ahí ba la boteya:

sírpase ugté migmo, y que el tiablo cargue con ugté.

Dijo, y soltó una gran botella de kirschenwasser (agua bendita), que

cayó precisamente encima de mi cabeza, haciéndome creer que mi cráneo

había saltado en pedazos. Asaltado por esa idea, estuve a punto de soltar-

me y rendir con gusto mi alma, cuando me contuvo el grito del ángel re-

comendándome que me agarrase bien.

-¡Cuidado! -decía-. No ze dé prriza, ¿olle? ¿Quierre ugté otrra poteya,

o ze ha dezempriagado y puelto en zí?

Yo le contesté moviendo dos veces la cabeza: una en sentido negati-

vo, queriendo decir que prefería por el momento no recibir la otra botella,

y otra vez en sentido afirmativo, significando que no estaba ebrio, y que,

positivamente, me había repuesto. Así logré dulcificar un poco al Angel.

-¿Y ahoga -me preguntó-, crree ugté? ¿Crree ugté en la pozibilitá de

lo raro?

Hice con la cabeza un nuevo signo de asentimiento.

108

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

- ¿Y reconoze ugté que ez un porracho ciego y un pestia? Aún

respondí: sí.

-¿Y ve ugté en mí al Ángel de lo Raro?

Nuevo sí con la cabeza.

-Entonzes meta ugté la mano trecha en el polziyo izquierdo de zu

pandalón en tegtimonio de zu perfegta zumizión al Anquel de lo Raro.

Por razones evidentes me pareció imposible cumplir esta condición.

Ante todo me había roto el brazo izquierdo en la caída de la escalera, y si

hubiese soltado la mano derecha habría descendido rodando. En segundo

lugar, carecía de pantalón desde que me lo hurtó la corneja. Con gran

sentimiento mío, me vi obligado a mover la cabeza en sentido negativo

queriendo dar a entender al Ángel que me parecía incómodo en ese mo-

mento preciso satisfacer su demanda, por razonable que fuese. Tan pronto

como acabé de sacudir la cabeza, el Ángel de lo Raro empezó a rugir:

-¡Entonces bállaze al tiáplo!

Y pronunciando estas palabras, con un cuchillo bien afilado, cortó la

cuerda a la que me había asido, y, como precisamente pasábamos enton-

ces sobre mi casa (que durante mis peregrinaciones habían reedificado

convenientemente) tuve la fortuna de bajar de cabeza por la gran chime-

nea y de caer en el hogar de mi comedor.

Al recobrar el sentido (pues la caída me había aturdido completa-

mente) advertí que eran las cuatro de la madrugada. Me encontré tendido

en el lugar mismo donde el globo me dejó caer. Mi cabeza se agitaba en

las cenizas de un fuego mal extinguido, mientras que mis pies reposaban

en el naufragio de una mesita derribada, entre los restos de un yantar

variado, sin omitir un periódico, algunos vasos rotos, varias botellas que-

bradas, y una botella vacía de agua bendita. Así se había vengado el Ángel

de lo Raro.

MELLONTA TAUTA

109

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

A1 director del Lady's Book:

Tengo el honor de enviarle para su revista un artículo que espero

sea usted capaz de comprender más claramente que yo. Es una

traducción hecha por mi amigo Martin Van Buren Navis (llamado

«El brujo de Poughkeepsie») de un manuscrito de extraña

apariencia que encontré hace aproximadamente un año dentro de

un porrón tapado, flotando en el Mate Tenebrarum-mar bien

descrito por el geógrafo nubio, pero rara vez visitado en nuestros

días, salvo por los trascendentalistas y los buscadores de

extravagancias.

Suyo,

EDGAR A. POE

A bordo del globo Skylark, 1° de abril de 2848.

Ahora, mi querido amigo, por sus pecados tendrá que soportar le inflija

una larga carta chismosa. Le digo claramente que voy a castigarlo por

todas sus impertinencias y que seré tan tediosa, tan discursiva, tan

incoherente y tan insatisfactoria como pueda. Además, aquí estoy,

enjaulada en un sucio globo, con cien o doscientos miembros de la

canaille, realizando una excursión de placer (¡qué idea divertida tiene

alguna gente del placer! ), y sin perspectiva de tocar tierra firme durante

un mes por lo menos, Nadie con quien hablar. Nada que hacer. Cuando

una no tiene nada que hacer, ha llegado el momento de escribir a los

amigos. Comprende usted, entonces, por qué le escribo esta carta: a

causa de mi ennui y de sus pecados.

Prepare sus lentes y dispóngase a aburrirse. Pienso escribirle todos los

días durante este odioso viaje.

¡Ay! ¿Cuándo visitará el pericráneo humano alguna Invención?

¿Estamos condenados para siempre a los mil inconvenientes del globo?

¿Nadie ideará un modo más rápido de transporte? Este trote lento es, en

mi opinión, poco menos que una verdadera tortura. ¡Palabra, no hemos

hecho más de cien millas desde que partimos! Los mismos pájaros nos

110

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdejan atrás, por lo menos algunos de ellos. Le aseguro que no exagero

nada. Nuestro movimiento, sin duda, parece más lento de lo que

realmente es, por no tener objetos de referencia para calcular nuestra

velocidad, y porque vamos a favor del viento. Indudablemente, cuando

encontramos otro globo tenemos una posibilidad de advertir cuán rápido

volamos, y entonces, lo admito, las cosas no parecen tan mal.

Acostumbrada como estoy a este modo de viajar, no puedo evitar una

especie de vértigo cuando un globo pasa en una corriente situada

directamente encima de la nuestra. Siempre me parece un inmenso pájaro

de presa a punto de caer sobre nosotros y de llevarnos en sus garras. Esta

mañana pasó uno, a la salida del sol, y tan cerca que su cuerda-guía rozó

la red que sujeta la barquilla, causándonos seria aprensión. Nuestro

capitán dijo que, si el material del globo hubiera sido la mala «seda»

barnizada de quinientos o mil años atrás, hubiéramos sufrido perjuicios

inevitables. Esa seda, como me lo explicó, era un tejido hecho con las

entrañas de una especie de gusano de tierra. El gusano era

cuidadosamente alimentado con moras -una fruta semejante a la sandía-

y, cuando estaba suficientemente gordo, lo aplastaban en un molino. La

pasta así obtenida recibía el nombre de papiro en su primer estado, y

sufría variedad de procesos hasta convertirse finalmente en «seda». ¡Cosa

singular, fue en un tiempo muy admirada como artículo de vestimenta

femenina! Los globos también se construían por lo general con seda. Una

clase mejor de material, según parece, se halló luego en el plumón que

rodea las cápsulas de las semillas de una planta vulgarmente llamada

euphorbium, pero que en aquella. época la botánica denominaba

vencetósigo. Esta última clase de seda recibía el nombre de

seda-buckingham14, a causa de su duración superior, y por lo general se la

preparaba para el uso barnizándola con una solución de caucho, sustancia

que en algunos aspectos debe de haberse asemejado a la gutapercha,

ahora de uso común. Este caucho merecía en ocasiones el nombre de

goma de la India o goma de whist15, y se trataba, sin duda, de uno de los

14 Una de las muchas bromas y retruécanos que hacen perder sabor a este relato una vez traducido. Se alude a James Silk Buckingham (1786-1855), parlamentario inglés que visitó los Estados Unidos y escribió un libro de impresiones. Silk significa igualmente seda. El nombre de este periodista y escritor aparece en «Conversación con una momia».15 Rubber, caucho, denota asimismo una mano en el juego del whist u otros juegos de cartas.

111

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnumerosos hongos existentes. No me dirá usted otra vez que en el fondo

no soy una verdadera arqueóloga.

Hablando de cuerdas-guías, parece que la nuestra acaba de hacer

caer al agua a un hombre que viajaba en una de las pequeñas

embarcaciones propulsadas magnéticamente que surcan como

enjambres el océano a nuestros pies; se trata de un barco de unas seis

mil toneladas y, a lo que parece, vergonzosamente sobrecargado. No

debería permitirse a esas diminutas embarcaciones que llevaran más de

un número fijo de pasajeros. Como es natural, no se permitió al hombre

que volviera a bordo, y muy pronto él y su salvavidas se perdieron de

vista.

Me alegra, querido amigo, vivir en una edad demasiado ilustrada para

suponer que cosas tales como los meros individuos puedan existir. La

verdadera Humanidad sólo se preocupa por la masa. Y ya que estamos

hablando de la humanidad, ¿sabía usted que nuestro inmortal Wiggins

no es tan original en su concepción de las condiciones sociales y otros

puntos análogos, como sus contemporáneos parecen suponer? Pundit

me asegura que las mismas ideas fueron formuladas casi de la misma

manera, hace unos mil años, por un filósofo irlandés llamado Peletero, a

causa de que tenía un negocio al menudeo para la venta de pieles de

gato y otros animales16. Pundit sabe, como no lo ignora usted, y no es

posible que se engañe. ¡Cuán admirablemente vemos verificada

diariamente la profunda observación del hindú Aries Tottle, según la cita

Pundit! «Cabe así sostener que no una, o dos, o pocas veces, sino

repetidas casi hasta el infinito, las mismas opiniones giran en círculo

entre los hombres»17.

2 de abril.-Nos pusimos hoy al habla con el cúter magnético que se

halla a cargo de la sección central de los alambres telegráficos flotantes.

Me entero de que cuando este dispositivo telegráfico fue puesto en

funcionamiento por Horse18, se consideraba absolutamente imposible

llevar los alambres a través del mar, pero ahora lo imposible es

comprender cuál era la dificultad. Así cambia el mundo. Tempora

mutantur... excúseme por citar en etrusco. ¿Qué haríamos sin el

16 Furrier, o sea Charles Fourier, que por supuesto no era irlandés.17 Aries Tottle: Aristóteles.18 Morse. (

112

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtelégrafo atalántico? (Pundit dice que antes se escribía «Atlántico».)

Hicimos alto unos minutos para hablar con los del cúter y, entre otras

gloriosas noticias, nos enteramos de que la guerra civil arde en Africa,

mientras la peste cumple. una magnífica tarea tanto en Uropa como en

Hasia. ¿No es sumamente notable que, antes de que la humanidad

iluminara brillantemente la filosofía, el mundo tuviera costumbre de

considerar la guerra y la peste como calamidades? ¿Sabía usted que en

los antiguos templos se elevaban rogativas para que esos males (!) no

asolaran a la humanidad? ¿No resulta dificilísimo comprender cuáles

eran los principios e intereses que movían a nuestros antepasados?

¿Estaban tan ciegos como para no percibir que la destrucción de una

miríada de individuos representaba una ventaja positiva para la masa?

3 de abril.-Resulta realmente muy divertido subir por la escala de

cuerda que lleva a lo alto de la esfera del globo y contemplar desde allí el

mundo que nos rodea. Desde la barquilla, como bien sabe usted, el

panorama no es tan amplio, pues poco se alcanza a ver verticalmente.

Pero sentada aquí (desde donde le escribo), en la piazza abierta,

lujosamente cubierta de almohadones, de lo alto del globo, se puede ver

todo lo que ocurre en cualquier dirección. En este momento diviso una

verdadera muchedumbre de globos, que presentan un aspecto

sumamente animado, mientras el aire resuena con el zumbido de millones

de voces humanas. He oído decir que cuando Amarillo (o como Pundit

afirma, Violeta19, que, según parece, fue el primer aeronauta, sostenía la

posibilidad de atravesar la atmósfera en todas direcciones, ascendiendo o

descendiendo hasta encontrar una corriente favorable, sus

contemporáneos apenas le prestaban atención, creyéndole una especie de

loco ingenioso, y todo ello porque los filósofos (!) del momento declaraban

que la cosa era imposible. ¡Ah, me resulta completamente inexplicable

cómo una cosa tan factible pudo escapar a la sagacidad de los antiguos

savants! Pero en todas las edades, los mayores obstáculos al progreso en

las artes han sido creados por los así llamados hombres de. ciencia.

Ciertamente, nuestros hombres de ciencia no son tan intolerantes como

los de antaño... Pero tengo algo muy raro que decirle al respecto. ¿Sabía

19 Pero más probablemente «Verde», o sea Charles Creen, a quien Poe cita otra vez en «El camelo del globo».

113

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEusted que apenas han pasado mil años desde que los metafísicos

consintieron en desengañar a la gente de la singular fantasía de que sólo

existían dos cansinos posibles para llegar a la verdad? ¡Créalo, si le es

posible! Parece ser que hace mucho, muchísimo, en la noche de los

tiempos, vivió un filósofo turco (o más posiblemente hindú) llamado Aries

Tottle. Esta persona introdujo, o al menos propagó lo que se dio en llamar

el método de investigación deductivo o a priori. Comenzó postulando los

axiomas o «verdades evidentes por sí mismas», y de ahí pasó

«lógicamente» a los resultados. Sus discípulos más notables fueron un tal

Neuclides y un tal Cant. Pues bien, Aries Tottle se mantuvo inexpugnable

hasta la llegada de un tal Hog, apodado «el pastor de Ettrick»20, que

predicó un sistema por completo diferente, que llamó inductivo o a

posteriori. Su teoría lo remitía todo a la sensación. Hog procedía a

observar, analizar y clasificar los hechos -instantiae natura, como se les

llamaba afectadamente- en leyes generales. En una palabra, el método de

Aries Tottle se basaba en noumena, y el de Hog, en phenomena. Pues

bien, tan grande admiración despertaba este último sistema que Aries

Tottle quedó inmediatamente desacreditado. Más tarde recobró terreno y

se le permitió compartir el reino de la Verdad con su más moderno rival.

Los savants sostuvieron que las vías aristotélicas y baconianas eran los

únicos caminos posibles del conocimiento, Como usted sabe; «baconiano»

es un adjetivo inventado para reemplazar a «hogiano», por más eufónico y

digno.

Ahora bien, querido amigo, le aseguro rotundamente que expongo esta

cuestión de la manera más leal, y basándome. en las autoridades más

sólidas; fácilmente podrá comprender, pues, cómo una noción tan

absurda debió retrasar el progreso de todo conocimiento verdadero, que

avanza casi invariablemente por saltos intuitivos. La noción antigua

reducía la investigación a un mero reptar; y durante siglos la ciega

creencia en Hog hizo que, por así decirlo, se dejara prácticamente de

pensar. Nadie se atrevía a expresar una verdad cuyo origen sólo debía a

su propia alma. Ni siquiera valía que aquella verdad fuese demostrable,

pues los tozudos savants de la época sólo se fijaban en el camino por el

20 Hog, cerdo, alude a Bacon (bacon, tocino). «El pastor de Ettrick», que la corresponsal menciona por puro disparate, era un poetastro llamado James Hogg -de ahí la confusión-, que gozó de mucha fama en Inglaterra (1770-1835).

114

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcual se había llegado a ella. No querían mirar los fines. « ¡Veamos los

medios, los medios!», gritaban. Si al investigar los medios se descubría

que no encajaban en la categoría Aries (o sea, Carnero), ni en la categoría

Hog (a sea, Cerdo), pues bien, los savants se negaban a seguir adelante,

declaraban que el «teorizador» era un loco y no querían nada con él ni

con su verdad.

Ni siquiera puede sostenerse aquí que, gracias al sistema de reptación,

fuera posible acumular grandes cantidades de verdad a lo largo de los

tiempos, pues la represión de la imaginación era un mal que no se

compensaba con ninguna certeza que pudieran dar los antiguos métodos

de investigación. El error de aquellos Alamanes, Francos, Inglis y

Amricanos (estos últimos, dicho sea de paso, fueron nuestros antepasados

inmediatos) era análogo al del sabihondo que se imagina que va a conocer

mejor una cosa si la arrima a un centímetro de los ojos. Aquellas gentes se

cegaban a causa de los detalles. Cuando seguían el camino del Cerdo, sus

«hechos» no siempre eran tales, cosa que en sí hubiera tenido poca

importancia de no mediar la circunstancia de que ellos sostenían que sí lo

eran, y que tenían que serlo porque se presentaban como tales. Cuando

tomaban el camino del Carnero, su' marcha era apenas tan derecha como

los cuernos de un morueco, puesto que jamás tenían un axioma que

verdaderamente lo fuera. Debieron de estar muy ciegos para no verlo, aun

en su época, pues ya entonces gran cantidad de los axiomas

«establecidos» habían sido rechazados. Por ejemplo: Ex nihilo nihil fit, «un

cuerpo no puede actuar allí donde no está», «no puede haber antípodas»,

«la oscuridad no puede nacer de la luz»; todas ellas, y una docena de

proposiciones semejantes, admitidas al comienzo como axiomas, eran

consideradas como insostenibles aun en el período del que hablo. ¡Gentes

absurdas que persistían en depositar su fe en los axiomas como bases

inmutables de la verdad! Aun si se los extrae de las obras de sus

razonadores más sólidos, es facilísimo demostrar la futileza, la

impalpabilidad de sus axiomas en general. ¿Quién fue el más profundo de

sus lógicos? ¡Veamos! Lo mejor será que vaya a preguntarle a Pundit;

volveré dentro de un minuto. ¡Ah, ya lo tengo! He aquí un libro escrito

hace casi mil años y recientemente traducido del Inglis (que, dicho sea de

paso, parece haber constituido los rudimentos del Amricano). Pundit

115

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEafirma que se trata de la obra antigua más inteligente sobre la lógica. El

autor (muy estimado en su tiempo) era un tal Miller o Mill, y nos

enteramos, como detalle de cierta importancia, que era dueño de un

caballo de tahona llamado «Bentham»21. Pero examinemos el tratado.

¡Ah! «La capacidad o la incapacidad de concebir algo -dice muy

atinadamente Mr. Mill- no debe considerarse en ningún caso como criterio

de verdad axiomática.» ¿Qué moderno que esté en sus cabales osaría

discutir este truismo? Lo único que puede asombrarnos es cómo a Mr. Mill

se le ocurrió mencionar una cosa tan obvia. Todo esto está muy bien...

pero volvamos la página. ¿Qué encontramos? «Dos cosas contradictorias

no pueden ser ambas verdaderas, vale decir, no pueden coexistir en la

naturaleza.» Mr. Mill quiere decir, por ejemplo, que un árbol tiene que ser

un árbol o no serlo, o sea, que no puede al mismo tiempo ser un árbol y no

serlo. De acuerdo; pero yo le pregunto por qué. Y él me contesta

-perfectamente seguro de lo que dice-: «Porque es imposible concebir que

dos cosas contradictorias sean ambas verdaderas». Ahora bien, esto no es

una respuesta aceptable, ya que nuestro autor acaba de admitir como

truismo que «la capacidad o la incapacidad de concebir algo no debe

considerarse en ningún caso como criterio de verdad axiomática».

Pues bien, no me quejo de los antiguos porque su lógica fuera, como

ellos mismos lo demuestran, absolutamente infundada, fantástica y sin

el menor valor, sino por su pomposa e imbécil proscripción de todos los

otros caminos de la verdad, de todos los otros medios para alcanzarla, y

su obstinada limitación a los dos absurdos senderos -uno para

arrastrarse y otro para reptar- donde se atrevieron a encerrar el Alma

que no quiere otra cosa que volar.

Dicho sea de paso, querido amigo, ¿no cree usted que nuestros

antiguos dogmáticos se hubieran quedado perplejos si hubieran tenido

que determinar por cuál de sus dos caminos se había logrado la más

importante y sublime de todas sus verdades? Aludo a la verdad de la

Gravitación. Newton la debió a Kepler. Kepler admitió que había

conjeturado sus tres leyes, esas tres leyes admirables que llevaron al

gran matemático inglis a su principio, esas leyes que eran la base de

todo principio físico y para ir más allá de las cuales tenemos que

21 Alusiones a John Stuart Mill (mill, molino) y a Jeremy Bentham.

116

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpenetrar en el reino de la metafísica. Sí, Kepler conjeturó... es decir,

imaginó. Era esencialmente un «teorizador», término hoy sacrosanto y

que antes constituía un epíteto despectivo. Y aquellos viejos topos, ¿no

habrían sentido la misma perplejidad si hubiesen tenido que explicar por

cuál de los dos «caminos» descifra un criptógrafo un mensaje en clave

especialmente secreto, y por cuál de los dos caminos encaminó

Champollion a la humanidad hacia esas duraderas e innumerables

verdades que se derivaron del desciframiento de los jeroglíficos?

Una palabra más sobre este tema y habré terminado de aburrirlo. ¿No

es extrañísimo que, con su continuo parloteo sobre los caminos de la

verdad, aquellos fanáticos no vieran el gran camino que nosotros

percibimos hoy, can claramente... el camino de la Coherencia? ¡Cuán

singular que no hayan sido capaces de deducir de las obras de Dios el

hecho vital de que toda perfecta coherencia debe ser una verdad

absoluta! ¡Cuán evidente ha sido nuestro progreso desde que esta

afirmación fue formulada! Las investigaciones fueron arrancadas de las

manos de los topos y confiadas como tarea a los auténticos pensadores, a

los hombres de imaginación ardiente. Estos últimos teorizan. ¿Puede usted

imaginar el clamor de escarnio que hubieran provocado mis palabras en

nuestros progenitores si pudieran inclinarse sobre mi hombro para ver lo

que escribo? Estos hombres, repito, teorizan, y sus teorías son corregidas,

reducidas, sistematizadas, eliminando poco a poco sus residuos

incoherentes... hasta que, por fin, se logra una coherencia perfecta; y aun

el más estólido admitirá que, por ser coherentes, son absoluta e

incuestionablemente verdaderas.

4 de abril.-El nuevo gas hace maravillas en combinación con el

perfeccionamiento de la gutapercha. ¡Cuán seguros, cómodos, manejables

y excelentes son nuestros globos modernos! He aquí uno inmenso que se

nos acerca a una velocidad de por lo menos ciento cincuenta millas por

hora. Parece repleto de pasajeros (quizá haya a bordo trescientos o

cuatrocientos) y, sin embargo, vuela a una milla de altitud,

contemplándonos desde lo alto con soberano desprecio. Empero, cien o

aun doscientas millas horarias representan después de todo una travesía

bastante lenta. ¿Recuerda nuestro viaje por tren a través del Kanadaw?

¡Trescientas millas por hora! ;Eso era viajar! Imposible ver nada...

117

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POENuestras únicas ocupaciones consistían en flirtear y bailar en los

magníficos salones. ¿Recuerda qué extraña sensación se experimentaba

cuando, por casualidad, teníamos una visión fugitiva de los objetos

exteriores mientras el tren corría a toda velocidad? Cada cosa parecía

única... en una sola masa. Por mi parte, debo decir que preferiría viajar en

el tren lento, el de cien millas horarias. Había en él ventanillas de cristal y

hasta se podía tenerlas abiertas, alcanzando alguna visión del paisaje.

Pundit dice que el camino por donde pasa el gran ferrocarril del Kanadaw

debió haber sido trazado hace aproximadamente novecientos años. Llega

a afirmar que pueden verse huellas del antiguo camino, y que

corresponden a ese antiquísimo período. Parece que los rieles eran

solamente dobles; como usted sabe, los nuestros tienen doce rieles y

están en preparación tres o cuatro más. Los antiguos rieles eran muy

livianos y se hallaban tan juntos que, para nuestras nociones modernas,

resultaban tan baladíes como peligrosos. El ancho actual de la trocha

-cincuenta pies- se considera apenas suficientemente seguro... Por mi

parte, no dudo de que en tiempos muy remotos debió existir una vía

ferroviaria, como lo asegura Pundit; pues estoy convencidísima de que

hace mucho tiempo, por lo menos siete siglos, el Kanadaw del Norte y el

del Sur estuvieron unidos; ni que decir entonces que los kanawdienses se

vieron obligados a tender un gran ferrocarril a través del continente.

5 de abril.-Me siento casi devorada por el ennui. Pundit es la única

persona con quien se puede hablar a bordo; pero el pobrecito no sabe más

que de arqueología... Se ha pasado todo el día tratando de convencerme

de que los antiguos americanos se gobernaban a sí mismos. ¿Oyó usted

alguna vez despropósito semejante?, Sostiene que tenían una especie de

confederación donde cada persona era un individuo... a la manera de los

«perros de las praderas» de que se habla en las fábulas. Dice que

partieron de la idea más rara imaginable, a saber, que todos los hombres

nacen libres e iguales... y esto en las mismas narices de las leyes de

gradación, tan visiblemente impresas en todas las cosas, tanto en el

universo moral como en el físico. Todos los hombres «votaban» (así le

llamaban), es decir, se mezclaban en los negocios públicos, hasta que se

acabó por descubrir que el negocio de todos es el negocio de nadie, y que

la «República» (como llamaban a esa cosa absurda) carecía

118

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcompletamente de gobierno. Se dice, empero, que la primera

circunstancia que perturbó seriamente la autocomplacencia de los

filósofos que habían construido esta «República» fue el .sorprendente

descubrimiento de que el sufragio universal se prestaba a los planes más

fraudulentos, por medio de los cuales se obtenía la cantidad deseada de

votos, sin posibilidad de descubrimiento o de prevención, y que esto podía

llevarlo a cabo cualquier partido político lo bastante vil como para no

sentir vergüenza del fraude. La menor reflexión sobre este descubrimiento

bastó para mostrar con toda claridad que la bellaquería debía predominar;

en una palabra, que un gobierno republicano no podía ser otra cosa que

un gobierno de bellacos. Entonces, mientras los filósofos se ocupaban de

ruborizarse por su estupidez al no haber previsto tan inevitables males, y

trataban de inventar nuevas teorías, la cuestión fue bruscamente resuelta

por un individuo llamado Populacho, quien tomó las cosas por su cuenta e

inició un despotismo frente al cual las tiranías de los fabulosos Cerones y

Heliopávalos resultaban tan respetables como deliciosas. Este Populacho

(un extranjero, dicho sea de paso) parece haber sido el hombre más

odioso que haya deshonrado la tierra. De gigantesca estatura, insolente;

rapaz, sucio, tenía la hiel de un buey junto con el corazón de una hiena y

el cerebro de un pavo real. Dé todos modos sirvió para algo, como ocurre

con las cosas más viles, y enseñó a la humanidad una lección que ésta no

habrá de olvidar: la de no correr jamás en sentido contrario a las analogías

naturales. En cuanto al republicanismo, imposible encontrarle ninguna

analogía en la faz (le la tierra, salvo que tomemos como ejemplo a los

«perros de las praderas», excepción que sólo sirve para demostrar, si

demuestra algo, que la democracia es una admirable forma de gobierno...

para perros.

6 de abril.-Anoche vi admirablemente bien a Alfa Lyrae, cuyo disco, a

través del telescopio del capitán, subtendía un ángulo de medio grado, y

tenía el mismo aspecto que presenta nuestro sol en un día neblinoso.

Aunque muchísimo más grande que el sol, dicho sea de paso, Alfa Lyrae

se le parece en cuanto a las manchas, la atmósfera y otros detalles. Sólo

en el último siglo -según me dice Pundit comenzó a sospecharse la

relación binaria existente entre estos dos astros. El evidente movimiento

de nuestro sistema en el espacio había sido considerado (¡cosa extraña!)

119

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcomo una órbita en torno a una prodigiosa estrella situada en el centro de

la Vía Láctea. Conjeturábase que cada uno de estos cuerpos celestes

giraba en torno a dicha estrella o a un centro de gravedad común a todos

los astros de la Vía Láctea, que se suponía cerca de Alción, en las

Pléyades; calculábase que nuestro sistema completaba su circuito en

117.000.000 de años. Pero a nosotros, con nuestras actuales luces y

nuestros grandes perfeccionamientos en los telescopios, nos resulta

imposible imaginar la base de semejante suposición. Su primer

propagandista fue un tal Mudler22. Cabe presumir que la analogía lo indujo

a postular tan extraña hipótesis; pero de ser así hubiera debido sostener la

analogía en todo el desarrollo de su idea. A1 sugerir un gran astro central,

Mudler no incurría en nada ilógico. Empero, y desde un punto de vista

dinámico, este astro central tendría que ser muchísimo más grande que

todos los otros cuerpos celestes juntos. Cabía entonces preguntarse: «

¿Cómo es que no lo vemos?» Precisamente nosotros, que ocupamos la

región media del inmenso racimo, el lugar cerca del cual debería hallarse

situado aquel inconcebible sol central, ¿cómo no lo vemos? Quizá en este

punto el astrónomo se refugió en una noción de no-luminosidad y al

hacerlo abandonó por completo la analogía. Pero, aun admitiendo que el

astro central no fuera luminoso, ¿cómo explicar que el incalculable ejército

de resplandecientes soles que se encaminan hacia él no lo iluminen? No

hay duda de que lo que el sabio sostuvo al final fue la mera existencia de

un centro de gravedad común a todos los cuerpos del espacio; pero aquí

tuvo que renunciar de nuevo a la analogía. Nuestro sistema gira, es cierto,

en torno de un centro común de gravedad, pero lo hace en relación con un

sol material cuya masa compensa más que suficientemente las de todo el

sistema junto. El círculo matemático es una curva compuesta por infinidad

de líneas rectas; pero esta idea del círculo, que con relación a la

geometría terrena consideramos como meramente matemática,

distinguiéndola de la idea práctica de un círculo, esta idea es la única

concepción práctica que cabe mantener con respecto a los titánicos

círculos que debemos concebir, por lo menos en la fantasía, cuando

suponemos a nuestro sistema y a sus semejantes girando en torno a un

punto en el centro de la Vía Láctea: ¡Intente la más vigorosa imaginación

22 Alude -llamándolo «embarrador»- a Johann Heinrich Von Mádler, astrónomo alemán

120

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhumana dar un solo paso hacia la comprensión de un circuito tan

inexpresable! Apenas resultaría paradójico decir que un relámpago,

corriendo por siempre en la circunferencia de este inconcebible círculo,

correría por siempre en línea recta. El camino de nuestro sol a lo largo de

esta circunferencia, la dirección de nuestro sistema en semejante órbita,

no puede, para la percepción humana, haberse desviado en lo más

mínimo de una línea recta, ni siquiera en un millón de años; imposible

suponer otra cosa, pese a lo cual aquellos astrónomos antiguos se dejaban

engañar al punto de creer que una curvatura bien marcada habíase hecho

visible en el breve período de la historia astronómica en ese mero punto,

en esa absoluta nada de dos o tres mil años. ¡Cuán incomprensible es que

consideraciones como las presentes no les indicaran inmediatamente la

verdad de las cosas... o sea, la revolución binaria de nuestro sol y de

Alpha Lyrae en torno a un centro común de gravedad!

7 de abril.-Continuamos anoche nuestras diversiones astronómicas.

Vimos con mucha claridad los cinco asteroides neptunianos y

observamos con sumo interés la colocación de una pesada imposta

sobre dos dinteles en el nuevo templo de Dafnis, en la luna. Resultaba

divertido pensar que criaturas tan pequeñas como los selenitas y tan

poco parecidas a los hombres muestran un ingenio mecánico muy

superior al nuestro. Cuesta además concebir que las enormes masas que

aquellas gentes manejan fácilmente sean tan livianas como nuestra

razón nos lo enseña.

8 de abril.- ¡Eureka! Pundit resplandece de alegría. Un globo de

Kanadaw nos habló hoy, arrojándonos varios periódicos recientes.

Contienen noticias sumamente curiosas sobre antigüedades kanawdienses

o más bien amricanas. Presumo que estará usted enterado de que

numerosos obreros se ocupan desde hace varios meses en preparar el

terreno para una nueva fuente en Paraíso, el principal jardín privado del

emperador. Parece ser que Paraíso, hablando literalmente, fue en tiempos

inmemoriales una isla -vale decir que su límite Norte estuvo siempre

constituido (hasta donde lo indican los documentos) por un riacho o más

bien un angosto brazo del mar-. Este brazo se fue ensanchando

gradualmente hasta alcanzar su amplitud actual de una milla. El largo

121

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtotal de la isla es de nueve millas; el ancho varía mucho. Toda el área

(según dice Pundit) hallábase, hace unos ochocientos años, densamente

cubierta de casas, algunas de las cuales tenían hasta veinte pisos; por

alguna razón inexplicable se consideraba la tierra como especialmente

preciosa en esta vecindad. Empero, el desastroso terremoto del año 2050

desarraigó y asoló de tal manera la ciudad (pues era demasiado grande

para llamarle poblado), que los más infatigables arqueólogos no pudieron

obtener jamás elementos suficientes (como monedas, medallas o

inscripciones) para establecer la más nebulosa teoría concerniente a las

costumbres, modales, etc., etc., de los aborígenes. Puede decirse que todo

lo que sabemos de ellos es que constituían parte de la tribu salvaje de los

Knickerbockers23, que infestaba el continente en la época de su

descubrimiento por Recorder Riker, uno de los caballeros del Vellocino de

Oro. No eran completamente incivilizados, sino que cultivaban diversas

artes e incluso ciencias, pero a su manera. Se dice que eran muy

perspicaces en ciertos aspectos pero atacados por la extraña monomanía

de construir lo que en el antiguo amricano se llamaba «iglesias», o sea,

unas especies de pagodas instituidas para la adoración de dos ídolos

denominados Riqueza y Moda. A1 final, nueve décimas partes de la isla no

eran más que iglesias. Las mujeres, según parece, estaban extrañamente

deformadas por una protuberancia de la región donde la espalda cambia

de nombre, aunque se consideraba que esto era el colmo de la belleza,

cosa inexplicable. Se han conservado milagrosamente una o dos imágenes

de tan singulares mujeres. Tienen un aire muy raro... algo entre un pavo y

un dromedario.

En fin, tales eran los pocos detalles que poseíamos acerca de los

antiguos Knickerbockers. Parece, sin embargo, que al cavar en el centro

del jardín del Emperador (que, como usted sabe, cubre toda la isla), los

obreros desenterraron un bloque cúbico de granito, evidentemente tallado

y que pesaba varios cientos de libras. Hallábase bien conservado y la

convulsión que lo había sumido en la tierra no parecía haberlo dañado. En

una de sus superficies había una placa de mármol con ( ¡imagínese

usted!) una inscripción... urna inscripción legible. Pundit está arrobado. Al

desprender la placa apareció una cavidad conteniendo una caja de plomo

23 Se denomina así a los descendientes de las primeras familias holandesas que se establecieron en los Estados Unidos.

122

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdonde había diversas monedas, un rollo de papel con nombres,

documentos que tienen el aire de periódicos, y otras cosas de fascinante

interés para el arqueólogo. No cabe duda de que se trata de auténticas

reliquias amricanas, pertenecientes a la tribu de los Knickerbockers. Los

diarios arrojados a nuestro globo contienen facsímiles de las monedas,

manuscritos, caracteres tipográficos, etc. Copio para diversión de usted la

inscripción Knickerbocker de la placa de mármol:

Esta piedra fundamental de un monumento

a la memoria de

JORGE WASHINGTON

fue colocada con las debidas ceremonias el

19 de octubre de 1847,

aniversario de la rendición de

Lord Cornwallis

al General Washington en Yorktown,

A D. 1781,

bajo los auspicios de la

Asociación pro monumento a Washington de la

Ciudad de Nueva York.

La precedente es traducción verbatim hecha por Pundit en persona, de

modo que no puede haber error. De estas pocas palabras preservadas

surgen varios importantes tópicos de conocimiento, entre los cuales el no

menos interesante es que, hace mil años, los verdaderos monumentos

habían caído en desuso -lo cual estaba muy bien- y la gente se

contentaba, como hacemos nosotros ahora, con una mera indicación de

sus intenciones de erigir un monumento en tiempos venideros, colocando

cuidadosamente una piedra fundamental, «solitaria y sola» (me excusará

usted por citar al gran poeta americano Benton), como garantía de tan

magnánima intención. Asimismo, de esa admirable piedra extraemos la

seguridad del cómo, el dónde y el qué de la gran rendición de que en ella

se habla. En cuanto al dónde, fue en Yorktown (dondequiera que se

hallara), y por lo que respecta al qué, se trataba del general Cornwallis

(sin duda algún acaudalado comerciante en granos24. No hay duda de

24 Corn, grano o cereal.

123

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque se rindió. La inscripción conmemora la rendición de... ¿de quién?

Pues de «Lord Cornwallis». La única cuestión está en saber por qué

querían los salvajes que se rindiera. Pero si recordamos que se trataba

indudablemente de caníbales, llegamos a la conclusión de que lo querían

para hacer salchichas. En cuanto al cómo de la rendición, ningún

lenguaje podría ser más explícito. Lord Cornwallis se rindió (para servir

de salchicha) «bajo los auspicios de la Asociación pro monumento a

Washington», institución caritativa ocupada en colocar piedras

fundamentales ... ¡Santo Dios! ¿Qué ocurre? ¡Ah, ya veo, el globo se está

viniendo abajo y tendremos que posarnos en el mar! Sólo me queda

tiempo, pues, para agregar que, después de una rápida lectura de los

facsímiles que aparecen en los diarios, advierto que los grandes hombres

de aquellos días entre los americanos eran un tal John; herrero, y un tal

Zacarías, sastre25.

Adiós, y hasta la vista. Poco me importa que reciba usted o no esta

carta, pues la escribo solamente para divertirme. Pondré de todos modos

el manuscrito en una botella y lo arrojaré al mar.

Su amiga invariable, PUNDITA

EL MILÉSIMO SEGUNDO CUENTO DE

SCHEHERAZADE

La verdad es más extraña que la ficción.

(Viejo proverbio)

Hace poco, en el curso de ciertas investigaciones sobre el Oriente,

tuve oportunidad de consultar el Ahoradime Esonoasí, una obra (como el

Zohar de Simeon Jochaides) prácticamente desconocida, aun en Europa, y

25 John Smith y Zacarías Taylor.

124

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque jamás fue citada por ningún americano, según tengo entendido -si ex-

ceptuamos, quizás, al autor de Curiosidades de la Literatura Americana-;

tuve ocasión, digo, de hojear algunas páginas de esa obra tan notable, y

me sorprendió mucho descubrir que el mundo literario ha estado en un

error hasta ahora, extrañamente, con respecto al destino de Scheheraza-

de, la hija del visir, tal como se lo describe en las Noches Árabes; y que el

dénouement allí expuesto, si no del todo inexacto, es por lo menos culpa-

ble de no haber ido mucho más lejos.

Para mayor información sobre este interesante tema, debo remitir al

lector inquisitivo al Esonoasí mismo; pero, mientras tanto, habrá de per-

donárseme que resuma lo que allí he descubierto.

Se recordará que, en la versión habitual de los cuentos, cierto monar-

ca, justificadamente celoso de su Reina, no sólo la condena a muerte sino

que hace la promesa, por su barba y por el profeta, de desposar cada

noche a la doncella más bella de sus dominios y enviarla por la mañana al

verdugo.

Habiendo cumplido esta promesa varios años al pie de la letra, con

una puntualidad religiosa y un método que le valió un gran crédito como

hombre de sentimientos devotos y fina sensibilidad, fue interrumpido una

tarde (en sus plegarias, sin duda) por la visita de su gran visir, a cuya hija,

parece, se le había ocurrido una idea.

Su nombre era Scheherazade, y su idea era que libraría al reino del

impuesto despoblador aplicado a la belleza, o perecería en el intento,

como corresponde a toda heroína.

Consecuentemente, y aunque no era ése un año bisiesto (que hace el

sacrificio más meritorio), ella envía a su padre, el gran visir, para que le

ofrezca su mano al Rey. El Rey acepta la mano de inmediato (se había

propuesto obtenerla, de todas maneras, y sólo aplazaba el asunto día a

día por temor al visir) pero, al aceptarla, da a entender claramente a todas

las partes que, gran visir o no, él no tenía la más mínima intención de

alejarse un ápice de su promesa ni de sus privilegios. Por lo tanto, cuando

la bella Scheherazade insistió en casarse con el Rey y en efecto lo hizo,

pese al excelente consejo de su padre de no hacer tal cosa, cuando ella

quiso y se casó, digo, fue con sus bellos ojos negros tan bien abiertos

125

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcomo la naturaleza del caso lo permitía.

Pero parece ser que esta política damisela (que, sin duda, había leído

a Maquiavelo) tenía en mente un plan muy ingenioso. En la noche de la

boda se las arregló, no me acuerdo con qué pícaro pretexto, para que su

hermana ocupara un lecho lo bastante cerca de la pareja real como para

poder mantener una conversación de cama a cama; poco antes de que

cantara el gallo, se aseguró de despertar al buen monarca, su marido (que

no le deseaba ningún mal, pero que le haría retorcer el cuello por la ma-

ñana) ; consiguió despertarlo, digo (pese a que la conciencia limpia y una

excelente digestión le permitían dormir bien), gracias al interés de la his-

toria (acerca de una rata y un gato negro, creo) que le estaba contando a

su hermana (en voz baja, por supuesto). Cuando se hizo de día, sucedió

que su historia aún no había terminado y que, como estaban dispuestas

las cosas, Scheherazade no podría terminarla, pues era hora de levantarse

para ser estrangulada, cosa muy poco más tentadora que el

ahorcamiento, aunque algo más cortés.

La curiosidad del Rey, sin embargo, prevaleció incluso sobre sus sóli-

dos principios religiosos, lamento decir, y lo indujo, sólo por esa vez, a

posponer el cumplimiento de su promesa hasta la mañana siguiente, con

el propósito y la esperanza de oír esa noche qué había ocurrido finalmente

con el gato negro (creo que era un gato negro) y la rata.

Al llegar la noche, empero, Scheherazade no sólo puso un punto final

al cuento del gato negro y la rata (la rata era azul) sino que, sin darse

cuenta, se encontró a sí misma profundamente sumergida en los vericue-

tos de un relato referido (si no me equivoco) a un caballo rosa (con alas

verdes) que se movía rápidamente mediante un mecanismo de relojería, y

al que se le daba cuerda con una llave de color índigo. Esta historia le pa-

reció al Rey mucho más interesante que la otra y, cuando el día rompió

antes de su conclusión (pese a los esfuerzos de la Reina por llegar a

tiempo para el estrangulamiento), no hubo más remedio que posponer la

ceremonia por veinticuatro horas como se había hecho antes. La noche

siguiente hubo un accidente similar con un resultado similar; y luego la

siguiente, y de nuevo la siguiente... Hasta que, al fin, el buen monarca,

después de ser, inevitablemente privado de toda oportunidad de cumplir

su promesa durante un período de no menos de mil y una noches, o bien

126

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEse olvida por completo del asunto al cabo de ese tiempo, o se declara

legalmente absuelto del compromiso, o (lo que es más probable) la rompe

directamente, lo mismo que a la cabeza de su padre confesor. Como sea,

Scheherazade, que, al ser descendiente directa de Eva, heredó quizá los

siete canastos de charla que esta última dama, todos sabemos, recogió al

pie de los árboles en el jardín del Edén; Scheherazade, repito, triunfó

finalmente, y el impuesto a la belleza fue abolido.

Ahora bien, esta conclusión (que es la del cuento tal como lo cono-

cemos) es, sin duda, sumamente apropiada y agradable, pero, ¡ay!, como

muchas cosas agradables, es más agradable que cierta; estoy en deuda

con el Esonoasí por la rectificación de este error. "Le mieux -dice un

proverbio francés- est l'ennemi du bien" y, cuando mencioné que

Scheherazade había heredado las siete canastas de la charla, debería

haber agregado que las puso a generar interés hasta que fueron setenta y

siete.

- Querida hermana -dijo ella, en la noche milésimo segunda (cito

ahora literalmente el Esonoasí)-, ahora que este pequeño inconveniente

de la estrangulación se ha disipado y que este odioso impuesto ha sido fe-

lizmente abolido, me siento culpable de una gran indiscreción por haberles

ocultado a ti y al Rey (quien, lamento decirlo, ronca, algo que ningún

caballero haría) el final completo de Simbad el Marino. Ese personaje pasó

por otras muchas e interesantes aventuras, además de las que conté; pero

la verdad es que esa noche tenía sueño, y me dejé tentar, abreviando el

relato; un lamentable desatino por el que espero Alá me perdone. Pero

todavía no es demasiado tarde para remediar mi gran negligencia y, tan

pronto como le haya dado al Rey un par de pellizcones para despertarlo y

hacer que termine con esos horribles ruidos, pasaré a entretenerte (y a él

también, silo desea) con la continuación de esta notable historia.

Ante lo cual, la hermana de Scheherazade, como lo refiere el Esonoa-

sí, no mostró mayor entusiasmo; pero el Rey, tras ser suficientemente pe-

llizcado, cesó por fin de roncar y dijo "¡Hum! ", y luego "¡Mmm!" la Reina -

sabiendo que esas palabras (sin duda arábigas) significaban que él era

todo oídos y que haría lo posible por no roncar más-, cuando la Reina,

digo, después de disponer las cosas a su entera satisfacción, retomó de in-

mediato la historia de Simbad el Marino:

127

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

- Finalmente, en mi vejez (éstas son las palabras de Simbad, tal como

las refiere Scheherazade), finalmente, en mi vejez, y después de haber

disfrutado muchos años la tranquilidad del hogar, me volvió a poseer el

deseo de visitar otras tierras, y un día, sin decir nada a mi familia, em-

paqué algunas mercancías del mayor valor y el menor volumen y, contra-

tando a un porteador para que las cargase, bajé con él hasta la costa a

esperar la llegada de cualquier navío que pudiera sacarme del reino y lle-

varme a alguna región que aún no hubiera explorado.

"Dejamos los bultos en la arena, nos sentamos a la sombra de unos

árboles y miramos hacia el océano con la esperanza de avistar algún

barco, pero durante varias horas no divisamos ninguno. Entonces me

pareció oír una especie de zumbido o murmullo singular; tras escuchar un

instante, el porteador dijo que también lo percibía. Pronto se hizo más

intenso y luego más intenso aún, por lo que no nos quedaron dudas de

que el objeto que lo producía se estaba acercando. Al fin, advertimos en el

horizonte un punto negro que rápidamente aumentaba de tamaño, y

pudimos ver que se trataba de un enorme monstruo, nadando con una

buena parte del cuerpo fuera del agua. Venía hacia nosotros a una

increíble velocidad, levantando grandes olas de espuma en torno a su

pecho e iluminando la parte del mar por donde pasaba con una larga línea

de fuego que se perdía en la distancia.

"Cuando aquella cosa se acercó lo suficiente, la distinguimos con

toda claridad. Su largo era igual al de tres árboles de los más altos, y era

tan ancho como la gran sala de audiencias de tu palacio, ¡oh el más subli-

me y generoso de los califas! Su cuerpo, diferente del de los peces comu-

nes, era tan sólido como una roca y de un negro azabache en toda la

porción que sobresalía del agua, a excepción de una angosta raya roja que

lo circundaba por completo. El vientre, que sólo podíamos ver por mo-

mentos, cuando el monstruo subía y bajaba entre las olas, estaba entera-

mente cubierto con escamas metálicas de un color como el de la luna con

niebla. El lomo era chato y casi blanco, y salían de él seis espinas, aproxi-

madamente tan largas como la mitad de su cuerpo.

"Esa horrible criatura no tenía una boca que pudiéramos percibir,

pero, como para compensar esta deficiencia, estaba provista de, al menos,

cuatro veintenas de ojos que sobresalían de sus órbitas como los de una

128

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEluciérnaga verde y que estaban ubicados alrededor del cuerpo en dos hi-

leras, una arriba de la otra, y paralelas a la franja roja, que parecía hacer

las veces de ceja. Dos o tres de estos temibles ojos eran mucho más gran-

des que los otros y parecían hechos de oro macizo.

"Aunque esta bestia venía hacia nosotros, como dije antes, con la

mayor rapidez, debía de avanzar por alguna arte mágica, pues no tenía

aletas como los peces ni patas palmeadas como los patos ni alas como la

ostra marina, que es impulsada a la manera de un velero; y tampoco se

contorsionaba para avanzar como las anguilas. Su cabeza y su cola tenían

una forma muy similar excepto que, no lejos de la última, había dos pe-

queños agujeros que servían de narices y a través de los cuales el

monstruo exhalaba su pesado aliento con prodigiosa violencia y un

desagradable chillido.

"Nuestro terror al contemplar esa criatura horrible fue muy grande,

pero nuestra estupefacción lo sobrepasó cuando distinguimos sobre su

lomo un gran número de animales del tamaño y la forma de los hombres,

y muy parecidos a éstos, además, salvo que no usaban vestimenta alguna

(como hacen los hombres), sino que estaban provistos (por la naturaleza,

sin duda) de una fea e incómoda envoltura, semejante a la tela pero pega-

da a la piel, como para hacerlos lucir ridículamente torpes y someterlos, al

parecer, a un intenso sufrimiento. Llevaban en la cabeza unas cajas cua-

dradas; a primera vista, pensé que las usarían a modo de turbantes, pero

pronto noté que eran sumamente pesadas y sólidas, y deduje entonces

que, en razón de su peso, se trataba de artefactos diseñados para mante-

ner la cabeza derecha y encima de los hombros. Las criaturas tenían todas

unos collares negros (distintivos de servidumbre, sin duda), como los que

les ponemos a nuestros perros, sólo que más anchos y duros, por lo que

les resultaba imposible mover la cabeza en cualquier dirección sin mover

el cuerpo al mismo tiempo, y así estas pobres víctimas quedaban

condenadas a la perpetua contemplación de sus narices, un espectáculo

chato y torvo en grado sumo, si no absolutamente horrendo.

"Cuando el monstruo había casi alcanzado la orilla donde estábamos,

proyectó repentinamente uno de sus ojos a gran distancia e irradió por él

un terrible relámpago de fuego, acompañado por una densa nube de

humo y un ruido que no puedo comparar con otra cosa que un trueno. Al

129

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdisiparse el humo, vimos a uno de aquellos extraños animales-hombres

parado cerca de la cabeza de la gran bestia, sosteniendo en la mano una

trompeta; se la llevó entonces a la boca y se dirigió a nosotros con unos

sonidos fuertes, ásperos y desagradables que, quizás, habríamos confundi-

do con un lenguaje si no los hubiese emitido también por la nariz.

"Era evidente que se nos había hablado, pero yo no sabía qué contes-

tar, pues no pude en absoluto entender lo que se dijo; ante esta dificultad,

me volví hacia el porteador, que estaba a punto de desmayarse por el es-

panto, y le pregunté su opinión sobre el tipo de monstruo que teníamos

enfrente, qué quería y qué clase de criaturas eran las que se

amontonaban en su lomo. Dominando el temblor lo mejor que podía, el

porteador respondió que una vez había oído hablar de aquella bestia

marina; que era un demonio cruel con entrañas de azufre y sangre de

fuego, creado por genios malignos para infligir desdichas a la humanidad,

que las cosas sobre su lomo eran sabandijas como las que a veces

infestan a perros y gatos, sólo que un poco más grandes y más salvajes, y

que esas sabandijas tenían su utilidad, aunque maligna, pues con la

tortura que le causaban a la bestia con sus mordiscones y picotazos, la

llevaban al grado de enfurecimiento necesario como para hacerla rugir y

provocar daño y así cumplir los vengativos y maléficos designios de los

genios perversos.

"Esa explicación me hizo salir corriendo a toda velocidad hacia las co-

linas, sin mirar atrás ni una sola vez, mientras el porteador corrió con la

misma rapidez, aunque casi en la dirección opuesta, de modo tal que

consiguió escapar finalmente con mi equipaje, el que, no lo dudo, cuidó

escrupulosamente, si bien eso es algo que no puedo confirmar, porque no

recuerdo haberlo visto otra vez.

"Por lo que a mí respecta, fui hostigado por un enjambre de hombres-

sabandija (que llegaron a la orilla en botes) y pronto fui capturado, atado

de pies y manos, y llevado a bordo de la bestia, que volvió a internarse de

inmediato mar adentro.

"Me arrepentí entonces amargamente de la locura de haber dejado

un hogar confortable para arriesgar mi vida en aventuras como aquélla;

pero, dado que lamentarse era inútil, procuré mejorar en lo posible mi si-

tuación y traté de ganarme la buena voluntad del hombre-animal que

130

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtenía la trompeta y que parecía ejercer cierta autoridad sobre sus

semejantes. Me fue tan bien en esto que, en pocos días, la criatura me

concedió varias muestras de su favor y hasta terminó por tomarse la

molestia de enseñarme los rudimentos de lo que sería vano llamar su

lenguaje; así, pude llegar a conversar con la criatura y logré hacerle

entender mis ardientes deseos de ver el mundo.

"Quéyey escuach kik, Simbad, ejestaf taf rujumbler jis fis guis", me

dijo un día después de la cena... i Pero pido mil perdones! Había olvidado

que Vuestra Majestad no habla el dialecto de los cockneighs (así se llaman

los animales-hombres; presumo que esto se debe a que su lenguaje se

relaciona con el de los caballos y el de los gallos)26. Con vuestro permiso,

lo traduciré: "Quéyey escuach" y demás, es decir, "Me alegra descubrir, mi

querido Simbad, que eres realmente un excelente sujeto; ahora estamos a

punto de hacer algo que se llama circunnavegar el globo, y ya que estás

tan deseoso de ver el mundo, te haré una concesión y te daré un pasaje

gratis en el lomo de la bestia".

Cuando la dama Scheherazade llegó a este punto, dice el Esonoasí, el

Rey se volvió sobre su lado derecho y dijo:

- Es, sin duda, muy sorprendente, mi querida Reina, que hayas omi-

tido hasta ahora estas últimas aventuras de Simbad. ¡Sabes que las en-

cuentro extraordinariamente entretenidas y extrañas?

Habiéndose el Rey expresado de este modo, se nos dice, la bella

Scheherazade reanudó su historia con las siguientes palabras:

"Le agradecí al animal-hombre su gentileza -dijo Simbad- y pronto me

sentí como en mi casa sobre la bestia, que surcaba el océano a prodigiosa

velocidad, aunque la superficie de éste, en esa parte del mundo, no es

plana sino redonda como una granada, de manera que íbamos, por así

decirlo, cuesta arriba o cuesta abajo todo el tiempo."

-Eso, creo, es muy raro -interrumpió el Rey.

-Sin embargo, es verdad -respondió Scheherazade.

- Tengo mis dudas -insistió el Rey-, pero, te lo ruego, ten la ama-

bilidad de proseguir con la historia.

-Lo haré -dijo la Reina.

26 Cockney es como se llama popularmente a los londinenses. Cockneigh significa, literalmente, gallo-relincho. [N. del T.]

131

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

"La bestia -continuó Simbad- nadó, como decía, cuesta arriba y

cuesta abajo hasta que, al fin, llegamos a una isla de muchos cientos de

millas de circunferencia pero que, sin embargo, había sido construida en

medio del mar por una colonia de pequeños seres parecidos a orugas''27.

-¡Hum! -dijo el Rey.

"Al dejar esa isla -dijo Simbad (pues se entiende que Scheherazade

no hizo caso de la intempestiva interjección de su esposo)- llegamos a otra

donde los bosques son de piedra sólida y tan dura que las hachas mejor

templadas que utilizamos para cortarlos quedaron hechas pedazos"28.

- ¡Hum! -volvió a decir el Rey, pero Scheherazade, sin prestarle

atención, continuó con el relato en palabras de Simbad.

"Pasando esta última isla, llegamos a un país donde había una cueva

que se internaba treinta o cuarenta millas en las entrañas de la Tierra y

que contenía un gran número de palacios, mucho más grandes y magnífi-

cos que los que puedan encontrarse en todo Damasco o Bagdad. De los

techos de estos palacios colgaban miríadas de gemas, parecidas a los dia-

mantes pero más grandes que los hombres, y en las calles llenas de

torres, pirámides y templos, fluían inmensos ríos negros como el ébano,

27 Los corales.

28 Una de las más notables curiosidades naturales de Texas es un bosque petrificado, cerca de la cabecera del río Pasigno. Consiste en varios cientos de árboles, de posición erecta, todos convertidos en piedra. Algunos, aún creciendo, están parcialmente petrificados. Es un hecho sorprendente para la filosofía natural y debe inducir a modificar la teoría actual sobre la petrificación." Kennedy.

Este relato, en principio desacreditado, ha sido desde entonces corroborado por el descubrimiento de un bosque completamente petrificado, cerca de la cabecera del río Cheyenne, que tiene sus fuentes en las Colinas Negras de las Rocallosas.

Pocas veces, quizás, habrá en la superficie del globo un espectáculo más notable, aun desde un punto de vista geológico o pintoresco, que el presentado por el bosque petrificado, cerca de El Cairo. El viajero, habiendo pasado las tumbas de los califas, justo después de las puertas de la ciudad, procede hacia el sur, casi en ángulo recto al camino que atraviesa el desierto de Suez y, después de haber viajado diez millas por un valle bajo y estéril, cubierto con arena, grava y conchas marinas, fresco como si la marea se hubiera retirado ayer, cruza una serie de médanos que, por cierta distancia, han corrido paralelos a su camino. La escena que ahora se le presenta es más que singular y desolada. Una masa de fragmentos de árboles, todos convertidos en piedra, que cuando son hollados por los cascos de un caballo suenan como de hierro, se extiende por millas y millas alre dedor en la forma de un bosque decaído y postrado. La madera tiene un tono marrón oscuro pero conserva su forma a la perfección, teniendo los pedazos de uno a quince pies de largo y de medio a tres pies de ancho, tan entreverados hasta donde se puede ver, que un asno egipcio apenas puede abrirse paso y tan natural que, aun en Escocia o Irlanda, puede pasar por un enorme pantano desecado en el cual los árboles exhumados yacen pudriéndose al sol. Las raíces y los brotes son, en muchos casos, casi perfectos y en algunos pueden reconocerse los agujeros que han hecho los gusanos en la corteza. Los más delicados canales de la savia y todas las porciones más finas del centro de la madera están perfectamente enteros y soportan ser examinados con las lupas más poderosas. El conjunto se ha silicificado hasta el punto de rayar el cristal y ser capaz de recibir el más profundo pulimento. Revista Asiática.

132

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POErepletos de peces que no tenían ojos"29.

- ¡Hum! -dijo el Rey.

"Fuimos luego hasta una región del mar donde encontramos una altí-

sima montaña por cuyas laderas bajaban torrentes de metal fundido, algu-

nos de los cuales tenían doce millas de ancho y sesenta de largo30,

mientras que de un abismo en la cima emanaba tan vasta cantidad de

cenizas que el sol quedaba enteramente oculto en el cielo y el día parecía

más oscuro que la más oscura medianoche, tanto que, cuando ya nos

habíamos alejado ciento cincuenta millas de la montaña, aún era

imposible ver el más blanco de los objetos, por cerca que lo tuviéramos de

los ojos"31

-¡Hum! -dijo el Rey.

"Al dejar esa costa, la bestia continuó su viaje hasta que nos topamos

con una tierra en la que la naturaleza de las cosas parecía invertida, pues

vimos un gran lago, al fondo del cual, más de cien pies debajo de la super-

ficie del agua, florecía un tupido bosque de altos y exuberantes árboles"32.

-¡Mmm...! -dijo el Rey.

"Algunos cientos de millas más lejos encontramos un clima donde la

atmósfera era tan densa que podía sostener el hierro o el acero, como la

nuestra sostiene una pluma"33.

-¡Caramba! -dijo el Rey.

"Siguiendo siempre en la misma dirección, llegamos a la más maravi-

llosa región de todo el mundo. Serpenteaba por ella un imponente río de

29 La Cueva del Mamut en Kentucky30

? En Islandia, 1783.

31 Durante la erupción del Hecla, en 1766, nubes de esta clase producían tal grado de oscuridad que, en Glaumba, que está a más de cincuenta leguas de la montaña, la gente sólo podía encontrar su camino tanteando. Durante la erupción del Vesubio, en 1794, en Caserta, a cuatro leguas de distancia, la gente sólo podía caminar a la luz de las antorchas. En el 1° de mayo de 1812, una nube de cenizas volcánicas y arena, proveniente de un volcán en la isla de San Vicente, cubrió la totalidad de las Barbados, derramando una oscuridad tan intensa que, a mediodía, al aire libre, uno podía no percibir los árboles u otros objetos cercanos o aun un pañuelo blanco ubicado a una distancia de seis pies del ojo." Murray, p. 215, Phil. edit.

32 En el año de 1790, en Caracas durante un terremoto, una porción del suelo de granito se hundió y dejó un lago de ochocientas yardas de diámetro y de ochenta a cien pies de profundidad. Era parte del bosque de Aripao que se hundió y los árboles permanecieron verdes durante varios meses bajo el agua." Murray, p. 221.

33 El más duro acero alguna vez manufacturado puede, por la acción del soplete, ser reducido a un polvo impalpable que flotará tranquilamente en el aire atmosférico.

133

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEvarios miles de millas. Era de una profundidad incalculable y de una

transparencia más diáfana que la del ámbar. Tenía entre tres y seis millas

de ancho, y sus orillas, que se elevaban perpendicularmente mil doscien-

tos pies a cada lado, estaban coronadas de árboles de follaje perenne y

flores del más dulce aroma, que hacen de todo el territorio un magnífico

jardín; pero el nombre de esta tierra exuberante era el Reino del Horror, y

entrar en él significaba inevitablemente la muerte"34.

-¡Uff! -dijo el Rey.

"Dejamos ese reino a toda prisa y, después de algunos días, llegamos

a otro donde nos sorprendió observar miríadas de animales monstruosos

con cuernos semejantes a guadañas sobre sus cabezas. Estas bestias ho-

rrendas cavan en la tierra vastas cavernas con forma de canal, y alinean a

los lados rocas dispuestas de tal modo que ceden instantáneamente cuan-

do otros animales las pisan, precipitándolos en los cubiles de los

monstruos, quienes les chupan la sangre en el acto y arrojan luego sus

restos, desdeñosamente, lejos de las `cavernas de la muerte'"35

- ¡Bah! -dijo el Rey.

"Continuando nuestro viaje, vimos un sitio donde las plantas no cre-

cían en el suelo, sino en el aire36. Había otras que brotaban de la savia de

otras plantas37; y otras que extraían su alimento de los cuerpos de anima-

les vivientes38; había también unas que brillaban con un intenso fulgor39;

34 La región del Níger, Ver Colonial Magazine de Simmona.

35 El Mirmeleón, león-hormiga. El término "monstruo" es igualmente aplicable tanto a pequeñas como a grandes cosas anormales mientras que epítetos tales como "vasto" son meramente comparativos. La caverna del mirmelón es vasta en comparación con el agujero de la hormiga roja común. Un grano de sílice también es una "roca".

36 El Epidendron, Flos Aeris, de la familia de las Orchieae, crece con sólo la superficie de sus raíces aferradas a un árbol o a otro objeto del que no obtienen alimento alguno, sólo lo consiguen del aire.

37 Las Parásitas, tal como la maravillosa Rafflesia Arnoldii.

38 Schouw menciona un tipo de planta que crece en animales vivientes, la Plantae Epizooe. De esta clase son los Fuci y las Algae.

Mr. J. B. Wiliams, de Salem, Mass. se presentó en el "Instituto Nacional" con un insecto de Nueva Zelandia descripto de este modo: El Hotte, decididamente una oruga o gusano, crece a los pies del árbol Rata y tiene una planta que le crece en la cabeza. Este insecto tan extraordinario y peculiar va del árbol Rata al Perriri y, penetrando por el tope, hace su camino carcomiendo, perforando el tronco del árbol hasta que llega a la raíz, sale entonces por ésta y muere o se queda durmiendo y la planta se propaga a partir de su cabeza; el cuerpo queda perfecto y entero, compuesto de una sustancia más sólida que cuando estaba vivo. De este insecto los nativos hacen un colorante que usan para tatuajes.

39 En minas y cuevas naturales encontramos especies de fungus criptógamos que emiten una intensa fosforescencia.

134

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEotras que se movían a voluntad de un sitio a otro40, y lo que era aún más

asombroso, descubrimos flores que vivían, respiraban y movían sus miem-

bros a voluntad y tenían, además, la detestable pasión que tiene la huma-

nidad por esclavizar a otras criaturas y confinarlas en hórridas y solitarias

prisiones hasta el momento de cumplir con las tareas indicadas41

- ¡Buhh! -dijo el Rey.

"Al dejar esa tierra, pronto llegamos a otra en la que las abejas y los

pájaros eran matemáticos de tal genio y erudición que todos los días da-

ban a los hombres sabios del imperio instrucciones para la ciencia de la

geometría. El Rey del lugar ofrecía una recompensa por la solución de dos

problemas muy difíciles, que fueron resueltos en el acto, uno por las abe-

jas y otro por las aves. Pero el Rey guardó la solución en secreto, y sólo

después de los cálculos y los trabajos más complicados, y de haber escrito

una infinidad de libros durante una larga serie de años, los matemáticos

humanos llegaron por fin a las mismas soluciones que las dadas al

instante por las aves y las abejas"42.

- i Vaya! -dijo el Rey.

"Apenas perdimos de vista ese imperio cuando ya nos encontramos

en otro, desde cuyas costas vino hacia nosotros una bandada de pájaros,

40 Las orchis, scabius y valisneria.

41 "La corola de esta flor (Aristolochia Clematitis), que es tubular pero que remata hacia arriba en un miembro ligulado, tiene una base globular. La parte tubular tiene pelos duros en su interior que apuntan hacia abajo. La parte globular contiene el peristilo, que solamente consiste en germen y estigma junto a los estambres que lo rodean. Pero los estambres, siendo aún más cortos que el germen, no pueden descargar el polen como para arrojarlo por sobre el estigma pues la flor se mantiene erguida hasta después de la fecundación. Y de ahí, sin ninguna ayuda adicional y peculiar, el polen debe necesariamente caer al fondo de la flor. Ahora, la ayuda que la naturaleza ha provisto en este caso es que el Tiputa Pennicornis, un pequeño insecto que entra en el tubo de la corola buscando néctar, desciende hasta el fondo y merodea hasta quedar bastante cubierto de po len, pero, como no es capaz de volver a salir debido a los pelos que apuntan hacia abajo convergiendo a un punto como los alambres de una trampa para ratones e impacientándose por su confinamiento, se agita hacia adelante y hacia atrás, probando cada rincón hasta que, después de haber atravesado repetidamente el estigma lo cubre con polen suficiente como para fecundarlo, a causa de lo cual la flor empieza pronto a inclinarse y los pelos a contraerse a un lado del tubo permitiendo al insecto una rápida salida. Rev. P. Keith, Sistema de Fisiología Botánica.

42 Desde que las abejas existen han estado construyendo sus panales con tal cantidad de lados, en tal número y con tales inclinaciones como ha sido demostrado (en un problema que envuelve los más profundos principios matemáticos) que la cantidad de lados, el número y la inclinación es el que proporciona a las criaturas el mayor espacio compatible con la mayor estabilidad de la estructura.

Durante la última parte del último siglo, surgió entre los matemáticos la cuestión de "determinar la mejor forma que se les puede dar a las aspas de un molino de acuerdo con sus distancias variables desde los ejes giratorios y asimismo desde los centros de rotación". Éste es un problema excesivamente complejo pues consiste, en otras palabras, en encontrar la mejor posición posible en una infinidad de distancias y con una infinidad de puntos de apoyo. Hubo miles de intentos inútiles de parte de los más ilustres matemáticos para responder a la pregunta y cuando, por fin, fue hallada una innegable solución, los hombres descubrieron que las alas de un pájaro la habían dado con absoluta precisión desde que la primera ave atravesó el cielo.

135

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde una milla de ancho y doscientas cuarenta de largo; así que, aunque vo-

laban a una milla por minuto, tardó no menos de cuatro horas en pasar la

bandada entera, en la que había varios millones de aves, sobre nuestras

cabezas43

- ¡Pamplinas! -dijo el Rey.

"No bien nos libramos de esos pájaros, que nos causaron mucha mo-

lestia, nos aterró la aparición de un ave de otra clase, infinitamente más

grande que los enormes rucs que había visto en mis viajes anteriores,

pues era más grande que la cúpula mayor de tu harén, oh el más

Generoso de los Califas. A ese pájaro terrible no se le veía cabeza alguna,

sino que era tan sólo un vientre redondo de prodigioso grosor, de una

sustancia de aspecto blando, resplandeciente, y con rayas de diversos

colores. Apresada entre sus garras, el monstruo llevaba a su nido en los

cielos una casa a la que le había arrancado el techo, y en cuyo interior

distinguimos claramente seres humanos que, sin duda, estaban en un

estado de pavorosa desesperación frente al horrible destino que los

esperaba. Gritamos cuanto pudimos, con la esperanza de que el pájaro se

asustara y soltara a su presa, pero el ave se limitó a resoplar como con

furia, y dejó caer sobre nuestras cabezas un pesado saco que resultó estar

lleno de arena."

-¡Pavadas! -dijo el Rey.

"Justo después de esta aventura descubrimos un continente de gran

extensión y prodigiosa solidez, pero que estaba apoyado íntegramente so-

bre el lomo de una vaca celeste que no tenía menos de cuatrocientos

cuernos"44.

-Eso sí lo creo -dijo el Rey-, porque he leído algo parecido, en un libro.

"Pasamos entonces por debajo de este continente (nadando entre las

patas de la vaca) y, después de algunas horas, nos encontramos en un

país ciertamente maravilloso que, me informó el hombre-animal, era su

tierra natal, habitada por seres de su propia especie. Esto lo elevó mucho

en mi estima y, de hecho, empecé a sentirme avergonzado por el

43 Observé una bandada de pájaros pasando entre Francfort y el territorio de Indiana, de, al menos, una milla de ancho; la bandada tardó cuatro horas en pasar lo que, a la velocidad de una milla por minuto, da un largo de 240 millas y, a razón de tres pájaros por yarda cuadrada, el resultado es de 2.230.272.000 pájaros. "Viajes en Canadá y en los Estados Unidos" por el Tte. F. Hall.

44 La tierra está sostenida por una vaca de color azul que tiene una cantidad de cuatrocien tos cuernos". El Corán.

136

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdesprecio y la familiaridad con que lo había tratado, pues vi que los

hombres-animales eran un pueblo de grandes magos que vivían con

gusanos en el cerebro45, los que sin duda servían para estimularlos con

sus dolorosos retorcimientos y contorsiones, obligándolos a los más

milagrosos esfuerzos de la imaginación."

-¡Tonterías! -dijo el Rey.

"Entre los magos, había animales domésticos de especies muy

particulares; por ejemplo, había un inmenso caballo cuyos huesos eran de

hierro y cuya sangre era agua hirviente. En lugar de maíz, generalmente

comía piedras negras y aun, a pesar de hacer una dieta tan pesada, era

tan fuerte y rápido que podía acarrear un peso mayor al del templo más

grande de esta ciudad, y a una velocidad que superaba la del vuelo de la

mayoría de las aves46.

-¡Bobadas! -dijo el Rey.

"Vi también entre esa gente una gallina sin plumas pero más grande

que un camello; en lugar de carne y hueso tenía hierro y ladrillos; su san-

gre, como la del caballo (con el que estaba estrechamente emparentada),

era de agua hirviente y, como él, no comía otra cosa que madera y piedras

negras. Esta gallina producía frecuentemente un centenar de polluelos al

día que, después de paridos, vivían durante varias semanas en el

estómago de la madre"47.

-¡Disparates! -dijo el Rey.

"Un miembro de esa nación de poderosos hechiceros creó un hombre

de bronce, madera y cuero, otorgándole tal ingenio que podría haber de-

rrotado al ajedrez a toda la raza humana, a excepción del gran califa Ha-

rún Al Raschid48. Otro de los magos construyó (con el mismo material) una

criatura que avergonzaba el genio mismo de quien la hizo. Tan grandes

eran sus facultades de raciocinio que, en un segundo, hacía cálculos tan

extensos que hubieran requerido el trabajo conjunto de cinco mil hombres

45 Los Entozoa, o gusanos intestinales, han sido repetidamente observados en los músculos y en la sustancia cerebral de los hombres. Véase la Fisiología de Wyatt, p. 143.

46 En el gran Ferrocarril Occidental, entre Londres y Exeter, se ha alcanzado una velocidad de 71 millas por hora. Un tren de 90 toneladas recorrió la distancia entre Puddington y Didcot (53 millas) en 51 minutos.

47 La Incubadora.48

? El autómata jugador de ajedrez de Maelzel.

137

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde carne y hueso durante un año49. Pero un hechicero aún más

extraordinario fabricó una poderosa criatura que no era hombre ni bestia,

pero que tenía cerebro de plomo mezclado con una materia negra

como la pez, y dedos que usaba con tal velocidad y destreza que no

habría tenido problema en escribir veinte mil copias del Corán en una

hora, y eso con una precisión tan exquisita que no se hallarían dos copias

diferentes siquiera en el ancho de un cabello. Tan prodigioso era su poder,

que erigía y destruía de un soplo los más grandes imperios; pero el mismo

era empleado por igual para el bien y para el mal."

- ¡Ridículo! -dijo el Rey.

"Entre los nigromantes de aquella nación había uno que tenía en sus

venas la sangre de la salamandra, pues no tenía escrúpulos en sentarse a

fumar su chibuquí en un horno al rojo vivo hasta que su cena se hubiera

cocinado en el piso de éste50. Otro tenía la facultad de convertir los meta-

les comunes en oro sin siquiera mirarlos durante el proceso51. Otro tenía

un tacto tan delicado que podía hacer un alambre tan fino que se volvía

invisible52. Otro tenía una amplitud de percepción tal que contaba por se-

parado todos los movimientos de un cuerpo elástico mientras éste se ba-

lanceaba hacia atrás y hacia adelante a razón de novecientos millones de

veces por segundo"53.

- ¡Absurdo! -dijo el Rey.

"Otro de estos magos, mediante un fluido que nunca nadie ha visto

todavía, podía hacer que los cadáveres de sus amigos movieran los

brazos, sacudieran las piernas, se retorcieran o incluso se levantaran y

bailaran54. Otro había cultivado su voz de un modo tal que podría haberse

hecho oír de un extremo del mundo a otro55. Otro tenía un brazo tan largo

49 La máquina de calcular de Babbage.

50 Chabert y, tras él, otros cien.

51 El electrotipo.

52 Wollaston fabricó un alambre de platino de un grosor igual a la dieciocho mil ava parte de una pulgada para la retícula de un telescopio. Sólo podía ser visto por medio de un microscopio.

53 Newton demostró que la retina, bajo la influencia del rayo violeta del espectro, vibraba 900.000.000 por segundo.

54 La pila voltaica.

55 El aparato impresor electrotelegráfico.

138

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque podía sentarse en Damasco y escribir una carta en Bagdad, o en

cualquier otro sitio, a la distancia que fuera56. Otro le ordenaba al

relámpago descender a él desde los cielos, y el relámpago acataba su

llamado y le servía de juguete. Otro tomó dos sonidos muy fuertes y

produjo con ellos un silencio. Otro hizo una profunda oscuridad a partir de

dos luces brillantes57. Otro hizo hielo en un horno caliente58. Otro le ordenó

al sol pintar su retrato y el sol lo obedeció59. Otro tomó ese astro, junto con

la luna y los planetas y, después de pesarlos con escrupulosa exactitud,

sondeó sus profundidades y calculó la solidez de la materia con que

estaban hechos. Pero todo el pueblo es de una habilidad nigromántica tan

sorprendente, que hasta sus niños y sus perros y gatos más comunes

pueden ver sin problemas objetos que no existen en absoluto o que,

veinte millones de años antes del nacimiento de su propia nación, habían

desaparecido de la faz de la Tierra"60

- ¡Descabellado! -dijo el Rey.

"Las esposas e hijas de estos magos incomparablemente sabios y

grandes -continuó Scheherezade sin sentirse en absoluto molesta por

56 El electrotelégrafo transmite texto al instante, por lo menos a cualquier distancia en la Tierra.

57 Experimentos comunes en Filosofía Natural. Si dos rayos rojos provenientes de dos puntos luminosos son admitidos en una cámara oscura y chocan contra una superficie blanca y difieren en su largo un 0,0000258 de pulgada, su intensidad se duplica. También se aplica si la diferencia en el largo es un múltiplo de esa fracción. Un múltiplo de 2 1/4, 3 1/4, etc. da una intensidad igual a la de un rayo; pero un múltiplo de 2 1/2, 3 1/2, etc. da un resultado de oscuridad total. Usando rayos violetas se obtiene un resultado similar cuando la diferencia en el largo es de 0,000157 de pulgada; y con todos los otros rayos los resultados son los mismos, la diferencia varía con un incremento uniforme del violeta al rojo. Experimentos análogos con el sonido han producido resultados semejantes.

58 Póngase un crisol de platino sobre una lámpara de alcohol y manténgase caliente; viértase en el mismo un poco de ácido sulfúrico que aunque es el más volátil de los cuerpos a temperatura ambiente se hallará completamente estable en un crisol caliente y no evaporará una sola gota, quedando rodeado por una atmósfera propia; en efecto, no tocará las paredes del crisol. Se introducen ahora unas pocas gotas de agua, entonces el ácido, poniéndose de inmediato en contacto con los costados calientes del crisol, se evapora en una nube de ácido sulfuroso tan rápidamente que el agua pierde su calor interno y cae al fondo en forma de hielo; si se la saca antes de que vuelva a derretirse se habrá obtenido hielo de una vasija ardiente.

59 El daguerrotipo.

60 Aunque la luz viaja a 167.000 millas por segundo, la distancia a Cisne 61 (la única estrella cuya distancia ha sido verificada) es tan inconcebiblemente grande que sus rayos requerirían más de 10 años en llegar a la Tierra. Para estrellas más lejanas, 20 o aun 1.000 años sería una estimación moderada. Así, si se han extinguido hace 20 o 1.000 años aún las estaremos viendo por la luz que partió de su superficie hace 20 0 1.000 años. Que muchas de las que vemos diariamente están realmente extintas no es imposible, ni siquiera improbable.

Herschel padre sostiene que la luz de la nebulosa más difusa vista a través de su gran telesco pio debe de haber tardado 3.000.000 de años en llegar a la Tierra. Algunas, visibles con el instrumento de Lord Ross, deben de haber requerido, por lo menos, 20.000.000 de años.

139

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEestas frecuentes y poco amables interrupciones de parte de su marido-,

las esposas e hijas de estos eminentes hechiceros son de lo más educadas

y refinadas, y serían las criaturas más bellas e interesantes de la creación

si no fuera por una desafortunada fatalidad que las agobia y de la cual,

hasta el presente, ni siquiera los milagrosos poderes de sus maridos y

padres han conseguido salvar. Algunas fatalidades asumen ciertas formas,

y otras asumen formas distintas; ésta de la que hablo asumió la forma de

una excentricidad."

- ¿Una qué? -dijo el Rey.

"Una excentricidad -dijo Scheherazade-. Uno de los genios malignos,

que están siempre alertas para hacer daño, ha metido en la cabeza de

esas damas refinadas que, lo que definiríamos como belleza personal, con-

siste en la protuberancia de la región que se encuentra no muy lejos de

donde termina la espalda. La perfección de la hermosura, les dijeron, está

en relación directa con la magnitud de esa protuberancia. Poseídas desde

hace mucho por esa idea, y siendo los almohadones tan baratos en ese

país, han pasado los días en que era posible distinguir a una mujer de un

dromedario..."

- ¡Basta! -dijo el Rey-. ¡No puedo tolerar eso, y no lo haré! Ya me has

dado un terrible dolor de cabeza con tus mentiras. Y veo, además, que

está amaneciendo. ¿Cuánto tiempo llevamos casados? Mi conciencia me

está causando problemas otra vez. Y encima ese asunto del dromedario...

¿me tomas por tonto? En suma, ya puedes levantarte y ser estrangulada.

Esas palabras -leo en el Esonoasí- sorprendieron y apenaron a

Scheherazade; pero, sabiendo que el Rey era un hombre de escrupulosa

integridad y en absoluto inclinado a romper su palabra, se sometió

resignadamente a su destino. Halló gran consuelo pensando (mientras le

apretaban la soga al cuello) que aún faltaba contar una buena parte de la

historia, y que la petulancia del bruto de su marido le había valido un justo

castigo, al privarlo de escuchar muchas otras aventuras increíbles.

PARÁGRAFO CON X

140

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Como es bien sabido, los "sabios" vienen "del Oriente"61 y como el

señor Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala vino también del Este, se sigue que

el señor Cabeza-de-bala era un sabio. Si hiciera falta una prueba adicional,

aquí la tenemos: el señor C. era editor. La irascibilidad constituía su único

lado flaco, pues la obstinación de la cual la gente lo acusaba no era en ab-

soluto una debilidad, ya que él la consideraba justamente como su fuerte.

Era su punto fuerte, su virtud; y hubiera hecho falta toda la lógica de un

Brownson para convencerlo de que era "otra cosa".

He demostrado que el señor Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala era un

sabio; la única ocasión en que no se mostró infalible fue cuando hizo

abandono de ese legítimo hogar de todos los sabios, el Este, y emigró a la

ciudad de Alejandro-el-Grande-o-nópolis, o a cualquier sitio de nombre

parecido, en el Oeste.

Debo hacerle justicia diciendo que, cuando se decidió finalmente a

instalarse en dicha ciudad, tenía la impresión de que en esa parte del país

no existía ningún diario y, en consecuencia, ningún editor. Al fundar La

Tetera, esperaba ser el único dueño del terreno. Estoy seguro de que

jamás se le habría ocurrido instalarse en Alejandro-el-Grande-o-nópolis si

hubiera sabido que en Alejandro-el-Grande-o-nópolis vivía un caballero lla-

mado John Smith (si mal no recuerdo), quien, durante muchos años, había

engordado tranquilamente editando y publicando la Gaceta de Alejandro-

el-Grande-o-nopólis. O sea que, sólo por haber sido mal informado, el

señor Cabeza-de-bala vino a parar a Alejan... –llamémosle Nópolis, para

abreviar– pero, una vez que estuvo allí, decidió mantener su reputación de

obsti... de firmeza, y quedarse. Así que se quedó e hizo aún más:

desembaló su prensa, su tipografía, etc., etc., alquiló un local situado

exactamente enfrente de la Gaceta y, en la tercera mañana después de su

arribo, publicó el primer número de La Tetera de Alejan..., es decir La Te-

tera de Nópolis, pues si mis recuerdos no me engañan, así se titulaba la

nueva publicación.

El artículo de fondo, debo admitirlo, era brillante, por no decir severo.

Se mostraba especialmente amargo con las cosas en general, y en par-

ticular con el director de La Gaceta, a quien hacía pedazos. Algunas

observaciones de Cabeza-de-bala eran tan feroces, que desde entonces

61 Los Reyes Magos, conocidos como "los sabios". [N. de la T.]

141

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEme he visto obligado a ver a John Smith –quien todavía vive– a la luz de

una salamandra. No pretendo reproducir verbatim todos los párrafos de La

Tetera, pero uno de ellos era como sigue:

"i Oh, sí! ¡Oh, percibimos! ¡Oh, sin duda! El editor de enfrente es un

genio... ¡Oh, por mí! ¡Oh graciosos dioses! ¿A qué ha llegado el mundo?

¡Oh, tempora! ¡Oh, Moses!"

Una filípica, a la vez tan cáustica y tan clásica, cayó como una grana-

da entre los hasta entonces pacíficos ciudadanos de Nópolis. Grupos de

personas excitadas se juntaban en las esquinas. Todos esperaban, con sin-

cera ansiedad, la respuesta del digno Smith, la cual apareció al día si-

guiente de esta forma:

"Extraemos de La Tetera de ayer el siguiente párrafo: ¡Oh, sí! ¡Oh,

percibimos! ¡Oh, sin duda! ¡Oh, por mí! ¡Oh, dioses! ¡Oh, tempora! ¡Oh,

Moses!' i Vamos! i Pero este hombre es todo O! Esto explica que razone en

un círculo, y explica por qué él no tiene ni principio ni fin, ni tampoco lo

tienen sus dichos. Estamos plenamente convencidos de que el pobre

hombre es incapaz de escribir una sola palabra que no contenga una O.

¿Este Oes será una

costumbre suya? Dicho sea de paso, este sujeto llegó del Este con gran

apuro.

¿Tendrá tantas deudas62 como las que ya tiene aquí? ¡Oh, es lamentable!"

No intentaré describir la indignación del señor Cabeza-de-bala ante esas

escandalosas insinuaciones. Contra lo previsto, sin embargo, y de acuerdo

con el principio de la anguila pelada63, no era el ataque a su integridad el

que más lo ofendía. Era que se burlaran de su estilo lo que lo

desesperaba. ¡Cómo! ¡Él, Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala, incapaz de

escribir una palabra que no contuviera una O! Bien pronto iba a probar a

ese zángano que estaba equivocado. ¡ Sí, ya le mostraría hasta qué punto

estaba equivocado, ese cachorrito! Él, Toco-y-me-voy Cabeza-de-bala,

originario de Sapolagópium, demostraría al señor John Smith que él,

Cabeza-de-bala, era capaz de redactar, si así lo creía conveniente, un

parágrafo completo... ¡Ay!, ¡un artículo entero!... donde tan despreciable

vocal no apareciera ni una sola, lo que se dice ni una sola vez. ¡Pero no!

62 O se lee como owe, en inglés deberle algo a alguien. [N. de la T.]63 Eel-skinning, la anguila es muy pequeña y no se le puede sacar la piel. [N. de la T.]

142

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEEso significaría reconocerle un triunfo al susodicho John Smith. Él, Cabeza-

de-bala, no cambiaría en nada su estilo, y menos para satisfacer los

caprichos de cualquier señor Smith de esta Cristiandad. ¡Que tan vil

pensamiento caiga en la nada! ¡Viva la O! Persistiría en la O. Sería tan O-

bstinado como O-bstinado pudiera ser.

Ardiendo ante lo caballeresco de tal determinación, el gran Toco-y-

me-voy se limitó a insertar en el número siguiente de La Tetera este pará-

grafo referido al desdichado asunto:

"El editor de La Tetera tiene el honor de informar al editor de La Ga-

ceta que él (La Tetera) aprovechará su edición de mañana para conven-

cerlo (a La Gaceta) de que él (La Tetera) puede y ha de ser su propio amo

en materia de estilo; y que él (La Tetera), con objeto de mostrarle (a La

Gaceta) el supremo y absoluto desprecio que las críticas (de La Gaceta)

provocan en el seno independiente de él (de La Tetera), componiendo

para especial satisfacción (?) de él (de La Gaceta) un artículo de fondo de

cierta extensión, en el cual tan hermosa vocal –emblema de la Eternidad–,

tan ofensiva para la hiperexquisita sensibilidad de él (de La Gaceta) no ha

de ser ciertamente evitada por éste su obediente y humilde servidor La

Tetera." "¡Tanto por Buckingham!"

En cumplimiento de tan terrible amenaza, tan oscuramente y no

claramente enunciada, el gran Cabeza-de-bala hizo oídos sordos a todos

los pedidos de "material" y, limitándose a decir a su gerente que se fuera

al demonio, en momentos que éste (el gerente) le aseguraba a él (La

Tetera) que ya era tiempo de entrar en prensa, el gran Cabeza-de-bala,

repetimos, hizo oídos sordos a todo y pasó la noche consumiendo el aceite

de medianoche, absorto en la composición del incomparable parágrafo

que sigue: Oh John, ¿cómo ahora? Te dije eso, sabes. ¡No cacarees otra

vez antes de salir de los bosques! ¿Sabe tu madre que estás fuera? ¡Oh,

no, no!

¡Así que vete a tu casa ahora mismo, ahora, John, a tus viejos odiosos

bosques de Concord! ¡Vete a tu casa, a tus bosques, viejo búho, ve! ¡Tú no

irás! ¡Oh, poh, poh, no hagas eso! ¡Tienes que irte, sabes! ¡Así que vete

ya, y no vayas despacio, pues nadie te debe aquí, tú sabes! ¡Oh! ¡John, si

no vas no eres hombre, no! Eres solamente un ave, un búho, una vaca,

143

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEuna cerda, una muñeca, una encuesta; un pobre, viejo, inútil-don-nadie,

tronco, perro, cerdo o sapo, salido de una ciénaga de Concord. Tranquilo

ahora... ¡tranquilo! ¡Quédate tranquilo, tonto! ¡Ninguno de tus cacareos,

viejo gallo! ¡No frunzas el ceño, no lo hagas! ¡No chilles, ni aúlles, ni gru-

ñas, ni te arquees de aflicción... aflicción! Buen Señor, John, ¿cómo estás?

Te lo dije, tú sabes, pero deja de sacar tus gansos desde la vieja urna y ve

y entierra tus tristezas en un cacharro64.

Exhausto, naturalmente, por tan estupendo esfuerzo, el gran Toco y

me Voy no fue capaz de ocuparse aquella noche de ninguna otra cosa. Fir-

me, sereno, pero a la vez con un aire de ser consciente de su poder, entre-

gó su manuscrito al primer aprendiz que estaba de turno y luego se retiró

con gran dignidad a sus aposentos.

Mientras tanto, el aprendiz a quien había sido confiado el original,

voló sin perder un instante a su "caja" y se dispuso a "componer" el

manuscrito.

En primer lugar, por supuesto y dado que la palabra inicial era ¡Oh...!,

metió la mano en el agujero correspondiente al signo de admiración y la

retiró triunfante con uno de dichos signos. Entusiasmado por este éxito, se

lanzó de inmediato y con gran ímpetu a la caja de las "oes" mayúsculas;

pero, ¿quién describirá su horror cuando sus dedos volvieron a salir sin la

anticipada letra entre ellos? ¿Quién pintará su estupefacción y su rabia al

advertir, mientras se frotaba los nudillos, que su mano no había hecho

otra cosa que tantear inútilmente el fondo de una caja vacía? En el com-

partimiento de la "o" mayúscula no quedaba una sola "o" mayúscula; y,

lanzando una ojeada temerosa al de la "o" minúscula, el aprendiz compro-

bó para su indescriptible espanto que tampoco había allí ninguna letra.

Despavorido, su primer impulso fue correr en busca del encargado.

¡Señor! -jadeó, tratando de recobrar el aliento-. ¡No puedo componer

nada si me faltan las oes!

-¿Qué quieres decir? -gruñó el encargado, malhumorado por tener

que estar despierto tan tarde.

64 Este párrafo está escrito en inglés con términos con la vocal o, que es la predominante en el texto, de ahí que cuando se convierte la o en x el párrafo es incomprensible o casi, en la traducción se respeta el texto pues es imposible encontrar palabras en español para hacer el mismo juego y al mismo tiempo respetar el texto. [N. de la T.]

144

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¡Señor... no queda ni una o en la caja... ni grande ni chica!

-¿Cómo? ¿Y dónde d... han ido a parar todas las que había?

-Yo no sé, señor -dijo el chico, pero uno de los aprendices de La

Gaceta anduvo dando vueltas por aquí toda la noche, y a mí me parece

que se las debe de haber robado.

-¡Qué se queme en el infierno! ¡No tengo dudas! -gritó el encargado,

rojo de rabia. No importa, Bob, yo te diré lo que has de hacer. En la

primera ocasión que tengas, entras allá y les sacas todas las íes que ten-

gan... ¡y las zetas también, malditos sean!

De acuerdo -dijo Bob, guiñando el ojo-. Ya lo creo que iré, y ya lo

creo que les haré alguna que otra cosa. Pero, entretanto... ¿y este

parágrafo? Hay que componerlo esta noche, porque si no... seré yo quien

cobre...

-Ya veo -dijo el encargado, suspirando profundamente-. ¿Es un suelto

muy largo, Bob?

Yo no diría que es muy largo -opinó Bob.

¡Ah, bueno, entonces arréglate como puedas! Sea como sea, "de-

bemos" entrar de una vez por todas en prensa -agregó distraídamente el

encargado, que estaba hasta el cuello de trabajo-. En vez de "o" pon cual-

quier otra letra; de todos modos nadie va a leer la basura que este tipo

escribe.

Muy bien -dijo Bob, y se volvió corriendo a su caja, mientras

murmuraba para sí: "¿Conque tengo que ir a sacarles todas las íes y las

zetas, eh? ¡Pues yo soy el hombre para eso!" La verdad es que Bob,

aunque sólo tenía doce años y cuatro pies de altura, estaba en

condiciones de afrontar cualquier lucha, siempre que no fuera muy dura.

La orden que acababa de darle el encargado no era demasiado extra-

ña, pues cosas así suelen ocurrir en las imprentas. Aunque no tiene expli-

cación es un hecho indiscutible, cuando eso sucede se acude siempre a la

x como sustituto de la letra faltante. Quizá la razón resida en que la x sue-

le ser sobreabundante en las cajas de composición (o, por lo menos así

ocurría en otros tiempos), por lo cual los impresores se han ido acostum-

brando a emplearla para sustituir otras letras. En cuanto a Bob, frente a

un caso como el presente, habría considerado una herejía emplear otra le-

tra que la x, pues tal era su costumbre.

145

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-Deberé "exear" este parágrafo -se dijo a sí mismo, mientras leía

asombrado-, pero es el más horrible parágrafo con o que he visto -así que

lo "exeó" sin pestañear, y en la imprenta fue "exeado".

A la mañana siguiente la población de Nópolis se quedó de una pieza

al leer en La Tetera el siguiente extraordinario artículo:

"Xh Jxhn, ¿cxmx ahxra? Te dije esx, sabes. ¡Nx cacarees xtra vez an-

tes de salir de lxs bxsques! ¿Sabe tu madre que estás fuera? ¡Xh, nx, nx!

¡Así que vete a tu casa ahxra mismx, ahxra, Jxhn, a tus viejxs xdixsxs

bxsques de Cxncxrd! ¡Vete a tu casa, a tus bxsques, viejx búhx, ve! ¡Tú nx

irás! ¡Xh, pxh, pxh, nx hagas esx! ¡Tienes que irte, sabes! ¡Así que vete

ya, y nx vayas despacix, pues nadie te debe aquí, tú sabes! ¡Xh! ¡Jxhn, si

tu nx vas nx eres hxmbre, nx! ¡Eres sxlamente un ave, un búhx, una vaca,

una cerda, una muñeca, una encuesta; un pxbre, viejx, inútil-dxn-nadie,

trxncx, perrx, cerdx x sapx, salidx de una ciénaga de Cxncxrd! Tranquilx,

ahxra... ¡tranquilx! ¡Quédate tranquilx, txntx! Ningunx de tus cacarexs,

¡viejx gallx! ¡No frunzas el ceñx, nx lx hagas! Nx chilles, ni aúlles, ni gru-

ñas, ni te inclines de afliccixn... ¡afliccixn! Buen Señxr, Jxhn, ¿cxmx estás?

Te lx dije, tú sabes, perx deja de sacar tus gansxs desde la vieja urna y ve

y entierra tus tristezas en un cacharrx."

Difícil de concebir la agitación ocasionada por ese místico y cabalísti-

co artículo. La primera idea concreta que circuló entre el pueblo fue que

en esos jeroglíficos se ocultaba alguna traición diabólica, por lo cual hubo

una avalancha de gente en dirección al domicilio de Cabeza-de-Bala, para

lincharlo; pero dicho caballero no se encontraba allí. Había desaparecido,

sin que nadie supiera decir cómo, y desde entonces no se ha vuelto a ver

ni siquiera su fantasma.

Incapaz de descubrir el legítimo objeto, la muchedumbre fue calman-

do poco a poco su furia, dejando detrás de él, como si fuera un sedimento,

diversas opiniones sobre ese desdichado asunto.

Un caballero opinaba que todo había sido una excelente broma. Otro

sostuvo que, indudablemente, Cabeza-de-Bala había demostrado poseer

una fantasía exuberante.

Un tercero lo declaró excéntrico, pero no más que eso.

Un cuarto sólo alcanzaba a suponer el deseo de expresar su

exasperación de manera general.

146

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

"Digamos -sugirió un quinto- que quería exponer un ejemplo para la

posteridad."

Para todo el mundo resultaba claro que Cabeza-de-Bala había sido

llevado a tales extremos y, puesto que dicho editor había desaparecido, se

habló en cierto momento de linchar al que quedaba.

La conclusión más compartida, sin embargo, fue que el asunto era

sencillamente extraordinario e inexplicable. Incluso el matemático del

pueblo admitió que no encontraba la solución a un problema tan oscuro.

Como todo el mundo sabía, x representaba una incógnita; pero en este

caso (como hizo notar apropiadamente) había una cantidad desconocida

de x.

La opinión de Bob (que mantuvo en secreto su intervención en el pa-

rágrafo con X) no encontró la atención que yo creo que merecía, aunque

fue expresada abiertamente y sin ningún temor. Bob manifestó que por su

parte, no le cabía duda sobre el tema, pues era muy sencillo:

Al señor Cabeza-de-Bala "Nunca se lo pudo persuadir de que bebiera

lo que bebían los otros muchachos del pueblo; se pasaba el tiempo

bebiendo esa condenada cerveza marca XXX, y, como natural

consecuencia, se le mezcló con la bilis y lo hizo volverse X (enojado) en

extremo".

EL HOMBRE DE NEGOCIOS

El método es el alma de los negocios.

(Antiguo adagio)

Soy un hombre de negocios. Soy un hombre metódico. Al fin y al

cabo, el método es lo más importante. Pero a nadie desprecio más que a

esos tontos y excéntricos que hablan sobre el método y no lo entienden,

que cumplen estrictamente con la letra y violan su espíritu. Esas personas

viven haciendo las cosas más insólitas de una manera que definen como

ordenada. He ahí, creo yo, una paradoja. El verdadero método pertenece

sólo a lo que es común y obvio, y no puede aplicarse a lo outré.

147

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

¿Qué podemos entender si alguien menciona a algún "tonto metódi-

co" o un "vanidoso sistemático"?

Mis ideas sobre esta cuestión podrían no haber sido tan claras como

lo son, si no fuera por un afortunado accidente que me sucedió cuando era

pequeño. Un día en que yo hacía más ruido de lo necesario, una vieja y

bondadosa niñera irlandesa (a quien no olvidaré en mi testamento) me

tomó por los pies, me revoleó dos o tres veces, y luego de maldecirme

calificándome de "criatura gritona", terminó golpeándome la cabeza

contra el respaldo de la cama, y convirtiéndomela en un sombrero de tres

picos. Ese hecho decidió mi destino e hizo mi fortuna. En el acto me salió

un chichón en la coronilla, y éste se transformó en un perfecto órgano del

orden. De ahí proviene la marcada inclinación por el sistema y la

regularidad que han hecho de mí el distinguido empresario que soy.

Si hay algo que detesto en este mundo son los genios. Los genios son

todos asnos redomados -cuanto más geniales, más asnos-, sin la menor

excepción. En especial, no se puede hacer un hombre de negocios de un

genio, como tampoco sacarle dinero a un judío o conseguir nueces de un

pino. Esos individuos viven saliéndose de su cauce para dedicarse a algu-

na actividad fantástica o ridícula especulación, totalmente reñida con "lo

apropiado de las cosas", tampoco hacen negocios que puedan catalogarse

de tales. A esos personajes se los reconoce enseguida por el carácter de

sus ocupaciones. Si alguna vez el lector ve a un hombre que se instala

como comerciante o fabricante, que se dedica al rubro del algodón, del

tabaco o cualquiera de esos otros productos excéntricos, que comercia

con tejidos, con jabones o algo por el estilo, que dice ser abogado, herrero

o medico... es decir, cualquier cosa que no sea habitual, sepa con certeza

que es un genio, y según la regla de tres, un asno.

Yo, por mi parte, no soy genio en absoluto, sino un empresario nor-

mal, y esto se aprecia en el acto en mi diario y mi libro mayor. Están bien

llevados, aunque sea yo el que lo dice. Y en mi hábito de exactitud y la

puntualidad, no me va a ganar el reloj. Más aún, mis ocupaciones siempre

han coincidido con las costumbres de los demás.

No es que en este sentido me sienta en lo más mínimo en deuda con

148

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmis padres, sumamente débiles, que sin duda habrían hecho de mí un ge-

nio redomado si no hubiese aparecido en el momento justo mi ángel de la

guarda a rescatarme. En las biografías, la verdad es lo más importante, y

en las autobiografías lo es todavía más, sin embargo, no pretendo que me

crean cuando afirmo, aunque lo haga solemnemente, que mi pobre padre,

cuando yo tenía alrededor de quince años, me puso a trabajar en el des-

pacho de "i un respetable comerciante ferretero y comisionista que

realizaba una buena cantidad de negocios!" ¡Una buena cantidad de

tonterías! Sin embargo, la consecuencia de tal desatino fue que, a los dos

o tres días, hubo que enviarme de vuelta a mi obtusa familia con un

estado febril, y con un dolor intenso y peligroso en la coronilla, alrededor

de mi órgano del orden. Fue un caso casi perdido, pues durante seis

semanas mi estado fue crítico, y los médicos estuvieron a punto de

desahuciarme. Pero, pese a que sufría mucho, yo era en general un

muchacho agradecido. Me salvé de convertirme en un "respetable

comerciante ferretero y comisionista que realizaba una buena cantidad de

negocios", y mentalmente agradecía a la protuberancia que había sido mi

medio de salvación, como también a la bondadosa mujer que puso ese

medio a mi alcance.

La mayoría de los muchachos se van de la casa a los diez o doce

años de edad, pero yo esperé hasta los dieciséis. No sé qué habría hecho

ni siquiera entonces, si por casualidad no hubiera oído a mi anciana madre

sobre la posibilidad de instalarme por mi cuenta en el negocio de

comestibles. ¡De comestibles! ¡Pensar que dijo eso! Resolví entonces

marcharme de inmediato, y tratar de establecerme en alguna ocupación

decente, para ya no tener que cumplir ciegamente los caprichos de esos

ancianos excéntricos, y correr el riesgo de que a la larga me convirtieran

en un genio. En este emprendimiento tuve éxito al primer intento, y a los

dieciocho años, realizaba una amplia y redituable labor comercial en el

ramo de las propagandas ambulantes.

Lo único que me permitió librarme de las molestas obligaciones de

esa profesión fue adherir firmemente al sistema que constituía el rasgo

más importante de mi mente.

Un método escrupuloso caracterizaba mis actos tanto como mi conta-

bilidad. En mi caso, puede afirmarse que era el método -no el dinero-el que

149

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhacía al hombre, al menos la parte de él que no estaba hecha por el sastre para el que

trabajaba. Todas las mañanas, a las nueve, iba a ver a ese individuo para recibir las prendas

del día. A las diez me hallaba en un elegante paseo o en algún otro sitio de entretenimiento

público. La exacta regularidad con que hacía girar mi elegante persona para dejar a la vista

sucesivamente todas las porciones del traje que llevaba puesto era la admiración de todos los

entendidos en la materia. Nunca pasaba la hora del almuerzo sin que hubiera llevado algún

cliente a la casa de mis empleadores, los señores Corte & Vuelvaotravez. Esto lo digo con

orgullo, pero con lágrimas en los ojos, puesto que los dueños de la firma resultaron ser los

más viles ingratos. Ningún caballero familiarizado con la naturaleza del negocio puede

considerar recargada la pequeña cuenta causante de que nos peleáramos, y por último de

nuestra separación. En este punto, sin embargo, me produce un gran agrado permitir que el

lector juzgue por sí mismo. Mi factura decía lo siguiente:

Señores Corte & Vuelvaotravez, Sastres.

A Pe ter Proffit, anunciador callejero.

Dólare

s

Julio 10 Paseo habitual. Regreso con un

cliente

$ 0,25

Julio 11 Idem, ídem $ 0,25Julio 12 Mentira de segunda clase. Tela

negra dañadavendida por verde invisible $ 0,25Julio 13 Mentira de primerísima clase.

Recomendaciónde un satinete como si fuera un

género fino

$ 0,75Julio 20 Compra de un cuello de papel para

que resalteel grueso abrigo gris $ 0,02Agosto

15

Por llevar puesto el traje de doble

forro (cuandoel termómetro marcaba 30 grados a

la sombra)

$ 0,25Agosto

16

Por quedarme tres horas parado

sobre una solatrabilla, a 12,1/2 centavos por

pierna, por hora

$

0,371/2Agosto

17

Paseo habitual. Regreso con un

cliente(hombre robusto) $ 0,50Agosto

18

Ídem, ídem. (Hombre de contextura

mediana)

$ 0,25Agosto

19

Ídem, ídem. (Hombre menudo y mal

pagador)

$ 0,06

$

2,951/2

El punto cuestionado de esta cuenta era el precio muy moderado de

dos centavos por cuello de papel. Juro por mi honor que no era precio

exagerado. Se trataba de uno de los cuellos más limpios y bellos que he

visto jamás, y tengo buenas razones para creer que fue un elemento

determinante en la venta de tres abrigos Petersham. Sin embrago, el socio

principal de la firma sólo quiso pagarme un centavo, y se empeñó en

150

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdemostrarme cómo podían obtenerse cuatro de los mismos cuellos de una

hoja de papel oficio. De más está decir que me mantuve en el principio de

la cosa.

Los negocios son los negocios, y hay que encararlos como correspon-

de. No había ningún sistema en el hecho de que me estafara un centavo

(un evidente fraude del cincuenta por ciento), ni tampoco un método.

Dejé entonces de inmediato el empleo en lo de los señores Corte &

Vuelvaotravez, y me instalé por mi cuenta en el negocio de la Ofensa a la

Vista, la más lucrativa, respetable e independiente de las ocupaciones

comunes.

Una vez más entraron en juego mi estricta integridad y mis rigurosos

hábitos comerciales. Pronto me encontré con un negocio floreciente, y me

hice muy conocido. Lo cierto es que nunca me metí en asuntos muy

llamativos, sino que me mantuve dentro de la sobria rutina de la profe-

sión, profesión en la que sin duda seguiría en la actualidad si no fuera por

un pequeño accidente que sucedió en el curso de una de mis habituales

operaciones. Cada vez que a un viejo avaro, un heredero despilfarrador o

una empresa en quiebra se les ocurre construir un palacio, no hay nada

que los detenga, como toda persona inteligente sabe. Ese hecho precisa-

mente constituye la base del negocio de Ofensa a la Vista. Así, pues, no

bien alguna de las partes nombradas proyecta construir un edificio, noso-

tros adquirimos una bonita esquina del lote elegido, o bien nos ubicamos

justo al lado o enfrente. Luego esperamos hasta que la construcción haya

llegado hasta la mitad, entonces le pagamos a un arquitecto de buen

gusto para que nos levante una artística choza de barro en el terreno

lindero, o una pagoda oriental u holandesa, o un chiquero, o bien alguna

otra obra ingeniosa sea esquimal, kickapoo u hotentote. Desde luego, no

podemos darnos el lujo de demoler estas estructuras por menos de una

cifra superior en un quinientos por ciento al costo del lote y de los

materiales. ¿Acaso podríamos hacerlo?, pregunto yo. Se lo pregunto a los

hombres de negocios. Sería irracional suponer tal cosa. Sin embargo, hubo

una empresa sinvergüenza que me pidió que hiciera ¡exactamente eso!

Desde luego, no respondí tan absurda propuesta, pero consideré mi

obligación ir esa misma noche y cubrir con negro de humo el frente de su

palacio. Por este acto, aquellos villanos irracionales me metieron preso, y

151

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcuando salí, los caballeros vinculados con el negocio de Ofensa a la Vista

no tuvieron más remedio que cortar toda relación conmigo.

El negocio de Injurias y Golpes en el cual me vi forzado luego a aven-

turarme para ganarme la vida no se adaptaba muy bien a mi delicada

constitución, así y todo lo asumí de buena gana, y me vi beneficiado, igual

que antes, por los estrictos hábitos de metódica precisión que me había

inculcado aquella simpática nodriza (sería el más desagradecido de los

hombres si no la recordara en mi testamento). Observando, como he

dicho, el sistema más estricto en todas mis operaciones, y llevando con

prolijidad mis libros, pude sortear graves dificultades hasta que logré

establecerme decorosamente en la profesión. La verdad es que muy pocas

personas han podido tener un negocio más cómodo que el mío. Me

limitaré a copiar una o dos páginas de mi diario, así no tengo necesidad de

autoelogiarme, deleznable costumbre que no practica ningún hombre de

elevadas miras. Sin embargo, el diario no miente.

"1° de enero. Primer día del año. Me encontré en la calle con Snap,

tambaleante.

Memorándum: Él me va a servir, minutos después me encontré con

Gruff, totalmente ebrio. Memorándum: él también responderá. Asenté a

ambos en mi libro mayor, y a cada uno le abrí una cuenta corriente.

"2 de enero. Vi a Snap en la Bolsa. Me acerqué a él y le pisé los dedos

del pie. Cerró el puño y me derribó de un golpe. i Bien! Volví a levantarme.

Tuve un pequeño problema con Bag, mi abogado. Quiero reclamar mil

dólares por daños y perjuicios, pero él dice que por un simple puñetazo no

conseguiremos más que quinientos.

Memorándum: tengo que sacarme de encima a Bag, pues carece de

sistema.

"Fui al teatro a buscar a Gruff. Lo vi sentado en un palco de la se-

gunda fila, entre una mujer gorda y una delgada. Estuve mirando a todo el

grupo con los prismáticos, hasta que la mujer gorda se sonrojó y le susurró

algo a G. Entonces me dirigí al palco, entré y puse mi nariz al alcance de la

mano de Gruff. No me quiso dar un tirón. Me soné, y volví a intentarlo,

pero sin éxito. Luego me senté y le guiñé el ojo a la dama delgada, hasta

que tuve la satisfacción de que G. me levantara agarrándome del cuello y

152

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEme arrojara al foso. Cuello dislocado y pierna derecha muy astillada. Volví

a casa feliz, bebí una botella de champán y asenté en el libro al joven por

el valor de cinco mil dólares. Bag dice que va a salir bien.

"15 de febrero. Llegué a un arreglo en el caso del señor Snap. Cifra

asentada en los libros: cincuenta centavos.

"16 de febrero. Perdí el litigio contra el sinvergüenza de Gruff, quien

me hizo un regalo de cinco dólares. Costas del juicio: cuatro dólares con

veinticinco. Ganancia neta: setenta y cinco centavos (véase libros) .

Puede verse aquí que, en un período muy breve, había obtenido un

beneficio de un dólar con veinticinco centavos, nada más que en los casos

Snap y Gruff. Y juro que estos datos fueron tomados de mi libro diario, al

azar.

Sin embargo, un viejo y cierto adagio dice que el dinero no es nada

en comparación con la salud. Las exigencias de la profesión resultaron de-

masiadas para el delicado estado de mi cuerpo. Y cuando ya estaba total-

mente desfigurado -tanto, que ya no sabía qué hacer al respecto y mis

amigos, cuando me encontraba en la calle, no podían asegurar que yo fue-

ra Peter Proffit-, se me ocurrió que lo más conveniente sería cambiar de

ramo de negocio. Volqué pues mi atención al Salpicado de barro, labor que

proseguí durante unos años.

Lo peor que tiene esta ocupación es que les gusta a demasiadas

personas, y por ende la competencia es excesiva. Cualquier ignorante que

no tenga suficiente cerebro como para abrirse camino trabajando de anun-

ciador callejero, en el negocio de la Ofensa a la Vista o el de Injurias y

Golpes cree, desde luego, que le va a ir muy bien como salpicador de ba-

rro. Pero nunca hubo una idea más errónea que la de creer que para sal-

picar barro no hace falta inteligencia. En especial, en este rubro no se

puede hacer nada sin método. Yo, por mi parte, sólo lo hacía al por menor,

pero mis viejos hábitos de sistema me hacían avanzar sobre la cresta de la

ola. En primer lugar, elegí con cuidado el cruce de las calles, y nunca acer-

qué una escoba a ninguna parte de la ciudad como no fuera a ésa. Tam-

bién me preocupé de tener a mano un lindo charco con barro, al que podía

recurrir en cualquier instante. Utilizando estos medios llegué a ser

conocido como hombre confiable, y permítaseme decir, esto en los nego-

cios es tener la mitad de la batalla ganada. Nadie que me haya tirado ape-

153

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnas un cobre llegó nunca hasta el lado de enfrente de mi cruce con los

pantalones limpios. Y como en este sentido mis prácticas comerciales eran

ampliamente conocidas, nunca tuve que soportar el menor abuso. De

haber ocurrido así, no lo habría tolerado. Como yo no me imponía a nadie,

no aceptaba que nadie lo hiciera conmigo. Los fraudes de los Bancos,

desde luego, no los podía evitar. La suspensión de sus servicios me creaba

grandes inconvenientes. Pero desde luego, los Bancos no son personas

sino empresas, y las empresas, como se sabe, no tienen un cuerpo que

uno pueda patear, ni un alma a la cual mandar al demonio.

Estaba ganando dinero en este negocio cuando, en un mal momento,

me sentí tentado de ingresar en la Salpicadura de Perro, profesión en cier-

to sentido análoga, pero de manera alguna tan respetable. Mi ubicación en

pleno centro por cierto era excelente, y no me faltaban betunes y cepillos.

Mi perrito era muy gordo, y estaba habituado a todas las variedades de

olfateo. Llevaba mucho tiempo en el oficio, y hasta puedo afirmar que lo

comprendía. Nuestra rutina general era la siguiente: Luego de revolcarse

en el barro, Pompeyo se quedaba en la puerta del negocio hasta que veía

venir por la calle a un dandi con los botines bien lustrados. Salía a su

encuentro y se frotaba una o dos veces contra él. El dandi lanzaba maldi-

ciones y miraba alrededor en busca de un lustrabotas. Y ahí estaba yo,

bien a la vista, con betunes y cepillos. Hacía el trabajo apenas en un mi-

nuto, y luego recibía seis centavos. La cifra me bastó durante un tiempo

pues de hecho yo no era codicioso, pero mi perro sí lo era. Le daba un ter-

cio de las ganancias, pero alguien le aconsejó que pidiera la mitad. Eso yo

no podía tolerarlo, de modo que tuvimos una discusión y nos separamos.

Luego probé durante un tiempo ser Organillero, y puedo asegurar

que me fue muy bien. Es un negocio fácil y honrado, que no requiere

ninguna aptitud en particular. Se puede adquirir un organillo por muy poco

dinero, y para ponerlo en funcionamiento basta con abrirlo y aplicarle tres

o cuatro martillazos. Así se mejora el tono del aparato para sus fines

comerciales, mucho más de lo que usted imagina. Luego de hacer esto, lo

único que tiene que hacer es salir a caminar con el organillo a la espalda,

hasta que ve un jardín con árboles y una aldaba forrada de cuero.

Entonces se detiene y da vueltas a la manija, poniendo cara de estar

dispuesto a tocar hasta el día del juicio. Al instante se abre una ventana,

154

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEalguien arroja seis peniques y pide: "i Haga silencio y váyase, etcétera. Sé

que algunos organilleros han aceptado marcharse por esa suma; yo, por

mi parte, debido a lo alta que era mi inversión de capital, no podía darme

el lujo de marcharme por menos de un chelín.

Me fue muy bien con esta ocupación, pero así y todo no estaba satis-

fecho, de modo que al final la abandoné. La verdad es que trabajaba con

la desventaja de carecer de un mono, además, las calles norteamericanas

son muy fangosas, y la plebe muy molesta... y abundan los chiquilines tra-

viesos...

Estuve varios meses sin empleo, pero a la larga, con gran empeño,

conseguí un puesto en el Falso Correo. El trabajo allí era sencillo, y me de-

jaba un margen bastante amplio de ganancias. Por ejemplo, de mañana

muy temprano tenía que armar mi fajo de cartas falsas. Dentro de cada

una escribía unas pocas líneas sobre cualquier tema que me pareciese

misterioso, y firmaba todas las epístolas como Tom Dobson, Bobby

Tompkins o algo así. Luego las cerraba, las lacraba y les agregaba sellos

postales falsos de Nueva Orleans, Bengala, Botany Bay o cualquier otro

sitio remoto. Hecho esto, salía de inmediato a mi recorrida diaria, como si

tuviera mucha prisa. Iba siempre a casas importantes a entregar las

cartas, y cobraba el franqueo. Nadie duda en pagar una carta, máxime si

es voluminosa. i La gente es tan tonta! No me costaba nada llegar a la

esquina y dar la vuelta antes de que tuvieran tiempo de abrir las epístolas.

Lo peor de esta profesión era que me obligaba a caminar tanto y tan

rápidamente, como también a cambiar a menudo de itinerario. Además,

sentía graves escrúpulos de conciencia. No soporto que se insulte a las

personas, y la forma en que toda la ciudad maldecía a Tom Dobson y

Bobby Tompkins era muy desagradable de oír. A la larga sentí un profundo

asco, y me lavé las manos del asunto.

Mi octavo y último emprendimiento fue en el rubro de la Cría de ga-

tos, actividad que me ha resultado la más agradable y lucrativa de todas,

sin causarme el menor problema. Como se sabe, abundan los gatos en la

región, a punto tal que en la última y memorable sesión de la Legislatura

se presentó un pedido de ayuda firmado por gran cantidad de personas

respetables. En aquella época, la Asamblea se hallaba desusadamente

bien informada, y coronó sus numerosas decisiones sabias y edificantes

155

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsancionando la Ley de Gatos. En su forma original, esta ley ofrecía una re-

compensa por toda cabeza de gato, a razón de cuatro centavos cada una,

pero el Senado consiguió enmendar el artículo principal, y reemplazar la

palabra "cabeza" por "colas". La enmienda era tan adecuada, que la Cá-

mara de Representantes la aprobó nemine contradicente.

No bien el gobernador hubo firmado el decreto, invertí mis bienes en

la compra de gatos. Al principio sólo pude alimentarlos con ratones (que

son baratos), pero muy pronto aquéllos cumplieron el mandato bíblico a

tal velocidad, que a la larga me pareció más adecuado adoptar una

política más dadivosa, y comencé a alimentarlos con ostras y tortugas.

Sus colas, a precio legislativo, me producen un buen ingreso, pues he

descubierto un sistema que, utilizando el aceite de Macassar, me permite

obtener tres camadas al año. Me encanta, también, que los animales se

hayan acostumbrado tanto, que prefieran perder la cola a conservarla. Por

lo tanto, me considero un hombre hecho, y estoy negociando la compra de

una propiedad sobre el río Hudson.

UN CUENTO DE JERUSALÉN

Intensos rigidam in frontero ascendere canos Passus erat...

Lucano, De Catone.

... un hirsuto aburrido

Traducción.

- Corramos hacia las murallas -dijo Abel-Phittim a Buzi-Ben-Levi y Si-

meón el Fariseo, en el décimo día del mes de Thammuz, en el año del

mundo tres mil novecientos cuarenta y uno-, apurémonos hasta los muros

cercanos a la puerta de Benjamín, que está en la ciudad de David y a la

vista del campamento de los incircuncisos; pues es la última hora de la

cuarta guardia, al alba, y los idólatras, cumpliendo la promesa de Pompe-

yo, nos estarán esperando con los corderos para los sacrificios.

156

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Simeón, Abel-Phittim y Buzi-Ben-Levi eran los Gizbarim, o subcolec-

tores de las ofrendas, en la ciudad santa de Jerusalén.

-Ciertamente -replicó el fariseo-, apurémonos, pues esta generosidad

es rara de parte de los paganos y la volubilidad siempre ha sido ca-

racterística de los adoradores de Baal.

-Que son volubles y traicioneros es tan cierto como el Pentateuco -

dijo Buzi-Ben-Levi-, pero sólo hacia el pueblo de Adonai. ¿Cuándo se ha

sabido que los amonitas descuidaran sus propios intereses? ¡Me parece

que no es una gran muestra de generosidad dejarnos corderos para el

altar del Señor, recibiendo a cambio treinta siclos de plata por cabeza!

-Sin embargo te olvidas, Ben-Levi -contestó Abel-Phittim-, que el

romano Pompeyo, que está ahora sitiando impíamente la ciudad del

Altísimo, no está seguro de que usemos estos corderos así adquiridos para

el altar, sino para sustento del cuerpo más que del espíritu.

- Ahora, i por las cinco puntas de mi barba! -gritó el fariseo, que

pertenecía a la secta llamada Los Flageladores (ese puñado de santos

cuya manera de flagelarse y lacerar los pies contra el pavimento era como

una espina y un reproche para los menos devotos, una piedra de toque

para los menos dotados caminadores)-, ¡por las cinco puntas de la barba

que, como sacerdote, estoy impedido de cortar! ¡Hemos vivido para ver el

día en que la blasfemia y la idolatría que nace de Roma nos acusará de

preferir los apetitos de la carne a los elementos más santos y

consagrados? ¿Hemos vivido para ver el día en que...?

- No cuestionemos los motivos de los filisteos -interrumpió Abel -

Phittim-, pues hoy por primera vez nos beneficiamos con su avaricia o su

generosidad; corramos más bien hacia los muros, no sea que las ofrendas

falten en ese altar cuyo fuego las lluvias del cielo no pueden extinguir y

cuyos pilares de humo ninguna tempestad puede disipar.

Esa parte de la ciudad hacia la que corrían nuestros valiosos Gizbarim

y que tenía el nombre de su arquitecto, el rey David, era tenida por el más

sólidamente fortificado distrito de Jerusalén; situada en la abrupta y ma-

jestuosa colina de Sión. Ahí, el ancho y profundo foso que la rodeaba, ca-

vado en la roca sólida, estaba defendido por un muro de gran fortaleza

erigido sobre su borde interior. Esta muralla estaba adornada, a intervalos

regulares, por torres cuadradas de mármol blanco; la más baja tenía

157

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsesenta y la más alta ciento veinte codos de alto. Pero, cerca de la puerta

de Benjamín, el muro no salía del borde del foso. Por el contrario, entre el

nivel de la pared y la base del baluarte, se levantaba un risco

perpendicular de doscientos cincuenta codos, formando parte del

escarpado monte Mo-ria. Así que, cuando Simeón y sus asociados llegaron

a la cima de la torre llamada Adoni-Bezek, la más orgullosa de todas las

torres de Jerusalén y el sitio habitual de conferencia con el ejército

sitiador, miraron abajo hacia el campamento del enemigo desde una

altura que excedía en muchos pies la de la pirámide de Keops y, por

varios, la del templo de Belus.

- ¡Verdaderamente -dijo el fariseo mientras miraba mareado por

encima del precipicio- los incircuncisos son como las arenas de la playa,

como las langostas en el páramo! El valle del Rey se ha vuelto el valle de

Adommin.

-¡Y aun así -agregó Ben-Levi- no puedes señalarme un filisteo, ni

siquiera uno... de la Aleph a la Tau, del exterior hasta la fortificación, que

parezca algo más grande que la letra Jod!

-¡Bajad la canasta con los siclos de plata! -gritó un soldado romano

con voz hosca y ruda, que parecía haber salido de la regiones de Plutón-.

¡Bajad la cesta con las malditas monedas que quiebran las mandíbulas del

noble romano cuando pronuncia su nombre! ¿Es así como demostráis

gratitud con nuestro señor Pompeius que, en su condescendencia, ha

pensado en escuchar vuestra inoportuna idolatría? El dios Febo, que es un

verdadero dios, anduvo en su carro durante una hora, ¿no ibais a estar en

los muros al amanecer? ¡Aedepol! ¿Pensáis que nosotros, los

conquistadores del mundo, no tenemos nada mejor que hacer que esperar

junto a cada perrera del muro, para traficar con los perros de la tierra?

¿Bajadla, digo, y cuidad que vuestras baratijas sean de color brillante y de

peso exacto!

-¡El Elohim! -manifestó el fariseo a medida que los discordantes tonos

del centurión reptaban por las grietas del precipicio y se desvanecían

contra el templo-. ¡ El Elohim! ¿Quién es el Dios Febo? ¿A quién invoca el

blasfemo? Tú, Buzi-Ben-Levi, que has leído las leyes de los gentiles y has

vivido entre los que se contaminan con el Teraphim, ¿es Nergal de quien

habla el idólatra? o Ashimah? o Nibhaz? ¿o Tartak? o Adramalech? o

158

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEAnamalech? o Succoth-Benith? ¿o Dagon? ¿o Belial? o BaalPerith? o Baal-

Peor? o Baal-Zebub?

- En realidad, ninguno; pero no dejes que la soga se deslice demasia-

do rápidamente entre tus dedos, pues si la cesta queda colgada de aquel

saliente se caerán lamentablemente los objetos sagrados del santuario.

Con la ayuda de una maquinaria toscamente construida, la cesta pe-

sadamente cargada era ahora cuidadosamente bajada entre la multitud y,

desde el elevado pináculo, se veía a los romanos juntándose confusamen-

te alrededor; pero debido a la gran altura y a una niebla persistente, no

podía distinguirse lo que estaban haciendo.

Había ya pasado media hora.

- ¡Llegaremos demasiado tarde! -se lamentó el fariseo cuando se

asomó al abismo al término de ese período -. ¡Llegaremos demasiado tar-

de! Los Katholim concluirán el oficio.

-Nunca más -respondió Abel-Phittim-, nunca más festejaremos con lo

más suculento de la tierra, nuestras barbas no olerán más a incienso ni

nuestros cuerpos lucirán el fino lino del Templo.

-¡Raca! -juró Ben-Levi-. ¡Raca! ¿Querrán defraudarnos con el dinero

de la compra o, santo Moisés, estarán pesando los ciclos del tabernáculo?

-¡Al fin han dado la señal! -gritó el fariseo-. ¡Han dado la señal al fin!

¡Tira, Abel-Phittim! ¡Y tú también, Buzi-Ben-Levi, tira! Pues ver-

daderamente están aún los filisteos sosteniendo la canasta o el Señor ha

suavizado sus corazones para poner ahí una bestia de buen peso.

Y los Gizbarim tiraron, mientras su carga se balanceaba pesadamente

subiendo a través de la aún creciente niebla.

-Booshoh he! Booshoh he! -fue la exclamación que salió de los labios

de Ben-Levi cuando, al cabo de una hora, un objeto en el extremo de la

soga se hizo claramente visible.

-¡Oh vergüenza! ¡Es un carnero de los sotos de Engedi y tan arrugado

como el valle de Jehoshaphat!

-Es el primogénito del rebaño -dijo Abel-Phittim-. Lo reconozco por su

balido y la forma inocente de combar sus patas. Sus ojos son más bellos

que las joyas del Pectoral y su carne es como la miel de Hebrón.

-Es un becerro engordado en las pasturas de Bashan -dijo el fariseo-.

¡Los paganos nos han tratado maravillosamente! ¡Elevemos un salmo con

159

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnuestras voces! ¡Demos gracias con el shawn y el salterio, con el arpa y el

huggab, con la cítara y el sackbut!

No fue sino hasta que la canasta llegó a pocos pies de los Gizbarim,

que un gruñido sordo traicionó su percepción: un cerdo de un tamaño

poco común.

-El Emanu! -exclamó el trío, levantando los ojos lentamente y

soltando la cuerda, a lo cual el puerco fue de cabeza hacia los filisteos-. El

Emanu! ¡Dios sea con nosotros! ¡Es la carne innombrable!

LA ESFINGE

Durante el terrible reinado del cólera en Nueva York, acepté la

invitación de un pariente a pasar quince días con él en el retiro de su

cottage orné sobre las orillas del Hudson. Teníamos a mano todos los

medios normales de entretenimiento veraniego y, vagando por los

bosques, dibujando, paseando en bote, pescando, bañándonos, con

música y libros, tendríamos que haber pasado el tiempo de manera

suficientemente agradable excepto por las temibles noticias que nos

llegaban cada mañana desde la populosa ciudad. No pasaba un día sin

recibir novedades sobre la muerte de algún conocido. En consecuencia, a

medida que la fatalidad aumentaba, aprendimos a esperar diariamente la

pérdida de algún amigo. A la larga temblábamos en cuanto se acercaba un

mensajero. El mismo aire que venía del sur nos parecía impregnado de

muerte. Este paralizante pensamiento, en verdad, tomó completa

posesión de mi alma. No podía hablar ni pensar y tampoco soñar con algo

más. Mi anfitrión tenía un temperamento menos excitable y, aunque muy

deprimido de ánimo, se esforzaba por sostener el mío. Su intelecto,

filosóficamente rico, no era afectado en ningún momento por irrealidades.

Para lo sustancial del terror estaba lo suficientemente vivo, pero no tenía

aprensión por sus sombras.

Sus intentos de sacarme de la condición de anormal pesadumbre en

la que había caído se frustraron, en gran medida, por ciertos volúmenes

que encontré en su biblioteca. Eran de un carácter que obligaba a germi-

160

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEnar cualquier semilla de superstición hereditaria que podía estar latente

en mi pecho. Estuve leyendo estos libros sin su conocimiento y, por lo

tanto, no podía explicarse la fuertes impresiones que habían provocado en

mi fantasía.

Uno de mis temas favoritos era la popular creencia en profecías, una

creencia que, en esa época de mi vida, estaba casi seriamente dispuesto a

defender. Sobre este tema tuvimos largas y animadas discusiones; él

mantenía la profunda insustancialidad de fe en tales asuntos, yo

contestaba que un sentimiento popular que aparecía con absoluta

espontaneidad, es decir, sin trazas aparentes de sugestión, tenía en sí los

inconfundibles elementos de la verdad y merecía un gran respeto.

El hecho es que, enseguida después de mi llegada a la cabaña me

ocurrió un incidente tan enteramente inexplicable y que tenía tanto de

portentoso, que bien puedo ser excusado de tomarlo como una profecía.

Me aterró y, al mismo tiempo, me dejó tan confundido y perplejo que

pasaron muchos días antes de que pudiera decidirme a comunicar la

circunstancia a mi amigo.

Casi al final de un día excesivamente caluroso, estaba sentado, libro

en mano, ante una ventana abierta que dominaba una gran extensión de

la orilla del río incluyendo una colina lejana, una de cuyas caras, la más

cercana a mi posición, había sido despojada, por lo que se denomina un

desmoronamiento, de la mayor parte de sus árboles. Mis pensamientos

vagaban entre el libro que tenía frente a mí y la sombría y desolada

ciudad vecina. Al levantar mis ojos de la página que leía, fueron a dar

contra la cara desnuda de la colina, sobre un objeto... sobre un monstruo

viviente de forma horrible que recorrió con rapidez la distancia entre la

cima y la base, desapareciendo finalmente en el denso bosque de abajo.

Cuando esa criatura se me presentó a la vista, dudé de mi propia cordura

o, cuando menos, de la evidencia de mis propios ojos, y pasaron varios

minutos hasta que me convencí de que no estaba loco ni soñando. Aun

cuando pueda describir al monstruo (al que distinguí claramente y seguí

con calma durante todo su recorrido), mis lectores, me temo, tendrán más

dificultad que yo en convencerse.

Estimando el tamaño de la criatura en comparación con el diámetro

de los árboles cerca de los cuales había pasado –los pocos gigantes del

161

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbosque que escaparon de la furia del desmoronamiento– concluí que era,

de lejos, más grande que cualquier barco de línea existente. Digo barco de

línea porque la forma del monstruo me sugiere esa idea, el caso de

nuestros setenta-y-cuatro puede dar una muy tolerable concepción de la

silueta general. La boca del animal estaba situada al extremo de una

trompa de sesenta o setenta pies de largo y casi tan gruesa como el

cuerpo de un elefante común. Cerca de la base de su tronco había una

gran cantidad de hirsuto cabello negro, más de los que podían haber

suministrado las pieles de una veintena de búfalos; y proyectándose

desde este cabello hacia abajo y a los lados, emergían dos

resplandecientes colmillos no diferentes de los del jabalí pero de

dimensiones infinitamente mayores. Extendiéndose hacia adelante,

paralelos a la trompa y a cada lado de ella, había una gigantesca asta, de

treinta o cuarenta pies de largo, formada aparentemente de puro cristal y

con la forma de un prisma perfecto, reflejando de una manera maravillosa

los rayos del sol declinante. El tronco tenía forma de cuña con la punta

hacia la tierra. De éste se extendían dos pares de alas, cada ala de cerca

de cien yardas de largo, un par encima de otro y todo densamente

cubierto con escamas de metal, cada una de aparentemente diez o doce

pies de diámetro. Observé que las partes altas y bajas de las alas estaban

conectadas con una fuerte cadena. Pero la principal peculiaridad de esta

cosa horrible era la representación de una Calavera que cubría casi toda la

superficie de su pecho y que estaba trazada con precisión en un blanco

brillante sobre el fondo oscuro del cuerpo como si hubiera sido

cuidadosamente dibujada por un artista. Mientras miraba a ese terrible

animal y, más especialmente, la apariencia de su pecho, con una pavorosa

sensación de horror, con un sentimiento de maldad inminente que en-

contré imposible de sofocar con ningún esfuerzo de la razón, noté que las

gigantescas mandíbulas al extremo de su trompa se expandieron de re-

pente y de ellas provenía un sonido de lamento tan fuerte y tan expresivo

que sacudía mis nervios como el toque de difuntos, y en tanto el monstruo

desaparecía al pie de la colina, caí al suelo de inmediato,

desvaneciéndome.

Cuando me recobré mi primer impulso, por supuesto, fue el de infor-

mar a mi amigo lo que había visto y oído, y apenas puedo explicar el sen-

162

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEtimiento de repugnancia que, al fin, me lo impidió.

A la larga, una tarde, como tres o cuatro días después del suceso, es-

tábamos sentados juntos en el salón en que había visto la aparición, ocu-

pando yo el mismo sitio junto a la misma ventana mientras él descansaba

en un sofá cercano. La asociación del lugar y el momento me empujó a

contarle el fenómeno. Me escuchó hasta el final, al principio rió con ganas

y luego adoptó una actitud excesivamente grave, como si mi insanidad

fuese algo de lo que no se podía dudar. En ese momento tuve de nuevo

una clara visión del monstruo al cual, con un grito de absoluto terror, dirigí

su atención. Miró detenidamente pero sostuvo no haber visto nada a pesar

de haberle descrito minuciosamente el camino de la criatura a medida que

bajaba por la cara desnuda de la colina.

Ahora yo estaba inmensamente alarmado pues consideraba la visión

o bien como un presagio de mi muerte o, peor, como el prólogo de un

ataque de locura. Me dejé caer pesadamente en mi silla y, por algunos

momentos, hundí la cara en las manos. Cuando descubrí los ojos, la

aparición ya no estaba.

Mi anfitrión, sin embargo, había vuelto, en alguna medida, a mostrar-

se calmo y me interrogó muy rigurosamente respecto de la conformación

de la criatura vista. Cuando lo satisfice por completo, suspiró profunda-

mente, como aliviado de algún intolerable peso y comenzó a hablar, con lo

que pensé era una cruel calma, de varios puntos de filosofía especulativa

que habían constituido hasta entonces tema de discusión entre nosotros.

Recuerdo que insistió especialmente (entre otras cosas) en la idea de que

la principal fuente de error en todas las investigaciones humanas yacía en

la inclinación del entendimiento por subestimar o sobrevalorar la

importancia de un objeto por, simplemente, medir de modo equivocado su

cercanía. -Para estimar apropiadamente, por ejemplo -dijo-, la influencia

que debe ejercer a la larga en la humanidad la amplia difusión de la

Democracia, la lejanía de época en la cual tal difusión pueda posiblemente

ser completada no debe dejar de formar parte de la estimación. ¿Puedes

nombrarme un escritor que, sobre el tema del gobierno, haya pensado

alguna vez que esta rama particular del asunto merece alguna discusión?

Acá se detuvo un momento, fue hacia la biblioteca y trajo consigo

una de las sinopsis ordinarias de Historia Natural. Pidiéndome entonces

163

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque cambie de asiento con él, de modo que pudiera distinguir más clara-

mente la delicada impresión del volumen, se sentó en mi sillón junto a la

ventana y, abriendo el libro, continuó su discurso muy en el mismo tono

que antes.

- Si no fuera por tu minuciosidad -dijo-- en describir el monstruo,

nunca habría podido demostrarte lo que era. En primer lugar déjame leer-

te un apunte escolar del género Esfinge, de la familia Crepuscularia, del

orden Lepidoptera, de la clase Insecta, o insectos. El apunte dice así:

- "Cuatro membranosas alas cubiertas con pequeñas escamas colo-

readas de apariencia metálica; la boca forma una trompa enrollada, pro-

ducida por una elongación de las quijadas, sobre cuyos lados podemos

hallar rudimentos de mandíbulas y palpas vellosas; las alas inferiores se

sostienen de las superiores por un pelo rígido, las antenas tienen forma de

garrote alargado, prismático; el abdomen es puntiagudo. La Esfinge Cala-

vera ocasionó, en ciertos tiempos, mucho terror entre el vulgo por la clase

de grito melancólico que profiere y la insignia de muerte que lleva en el

corselete".

Aquí cerró el libro y se inclinó hacia adelante en la silla, ubicándose

precisamente en la posición que yo había ocupado en el momento de ver

al "monstruo".

- Ah, acá está -exclamó en ese momento-, está reascendiendo la

ladera de la colina, y debo admitir que es una criatura digna de admirar.

Sin embargo, de ningún modo es tan grande o está tan lejos como

imaginaste; el hecho es que, a medida que trepa por ese hilo que alguna

araña tendió a lo largo del marco de la ventana, veo que mide cerca de

una dieciseisava parte de pulgada de un extremo al otro y está también a

una dieciseisava parte de pulgada de la pupila de mi ojo.

POR QUÉ LLEVA LA MANO EN

CABESTRILLO EL FRANCESITO

164

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Para todos los que se complazcan en leerlas, están lo suficientemente

claras en mis tarjetas de visita (y son todas de papel satinado rosa) las

palabras: "Sir Patrick O'Grandison, baronet, 39 Southampton Road, Russell

Square, Parroquia de Bloomsbury". Y si usted quiere saber quién es el

maestro de la buena educación y el que da el tono a toda la ciudad de

Londres..., bueno, soy yo precisamente. No es para asombrarse después

de todo (así que, por favor, deje de escarbarse la nariz) ya que puedo

afirmar que soy un caballero en cada pulgada de las seis vigilias, y desde

que dejé los pantanos irlandeses para asumir la baronía, este Patrick ha

vivido como un emperador, educándose y refinándose cada vez más. ¡Oh,

sería una bendición para sus ojos posarse un instante sobre Sir Patrick

O'Grandison, baronet, cuando se viste para ir a la ópera, o cuando sube a

su coche para ir a dar un paseo por Hyde Park! Todas las damas se

enamoran de mí a causa de mi apuesta figura. ¿Cabe alguna duda de que

mido seis pies y tres pulgadas, en medias, y que mis proporciones son

perfectas? En cambio ese extranjero, el francesito que vive frente a mi

casa, apenas si mide tres pies y un poquitín más. ¡Así es, la misma

persona que devora con los ojos (mala suerte para él) a la linda viuda

Mistress Tracle, mi vecina (Dios la bendiga) e inmejorable amiga y

conocida! Habrá notado que el gusanito anda algo cabizbajo y lleva la

mano izquierda en cabestrillo. Y ahora mismo voy a contarle por qué.

La verdad es muy simple; el mismísimo día en que llegué de Con-

naught y saqué a pasear mi elegante figura por la calle, el corazón de la

viuda, que estaba asomada a la ventana, quedó instantáneamente pren-

dado de mí. Me percaté de ello enseguida, como puede advertir, y por

Dios que es la pura verdad. Primero vi que abría la ventana y miraba por

ella con sus grandes ojos. Después asomó un catalejo que la hermosa

viuda se llevó a un ojo, y que el diablo me queme si ese ojo no habló tan

claro como un ojo de mujer y dijo: "¡Tenga usted muy buenos días, Sir

Patrick O'Grandison, baronet, preciosura! ¡Qué apuesto caballero! Yo

misma y mis cuarenta años quedamos a su servicio, querido, en cualquier

momento del día y para lo que guste mandar". Pero no me iban a ganar en

gentileza y buenos modales, así que le hice una reverencia que le hubiera

partido a usted el corazón de haberla visto; me descubrí la cabeza salu-

dando y le guiñé los ojos dos veces como diciéndole: "Bien ha dicho usted,

165

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEadorable criatura, Mrs. Tracle, mi encanto, y que me hunda ya mismo en

un pantano si Sir Patrick O'Grandison, baronet, no pone una tonelada de

amor a los pies de su alteza en menos tiempo del que dura una tonada de

Londonberry."

A la mañana siguiente, justo cuando estaba pensando si sería educa-

do enviarle una cartita amorosa a la viuda, vino mi criado con una ele-

gante tarjeta y me dijo que el nombre escrito en ella (pues yo nunca pude

leer nada impreso, por ser zurdo) era de un Mesiú, el conde A Gusto Miré,

metré de dans (si es que eso significa algo), y que el dueño de toda esa

endiablada jerigonza era el francesito que vive enfrente de mi casa.

Enseguida apareció el maldito en persona, hizo una complicada reve-

rencia a modo de saludo, diciendo que se había tomado la libertad de

honrarme con su visita, tras lo cual continuó hablándome un rato largo. Y

maldita sea si le entendía una sola palabra, excepto cuando decía "parlé

vú, vulé vú" y me largaba una carrada de mentiras, sosteniendo que

(¡peor para él!) estaba locamente enamorado de Mrs. Tracle y que mi

viudita Mrs. Trade estaba perdidamente enamorada de él.

Al oír esto, como puede usted suponer, me puse más furioso que un

leopardo, pero recordé que era Sir Patrick O'Grandison, baronet, y que no

era bueno que el enojo fuese más fuerte que la buena educación. Disimulé

la rabia, por lo tanto, y me mostré muy amable con aquel pequeñajo. ¿Y

qué me propone al cabo de un rato? i Visitar juntos a la viuda, diciendo

que tendría el placer de presentarme!

- ¡Conque esas tenemos! -me dije-. Patrick, eres sin duda el más

afortunado de todos los mortales. Pronto veremos si Mrs. Tracle sólo tiene

ojos y oídos para el amor de mi apuesta persona o para ese pequeño

Mesiú Metré Dedans.

Y así nos fuimos hasta la puerta vecina, y puede decirse que era una

casa en verdad elegante. Había una alfombra en el piso y, en un rincón, un

pianoforte y un arpa y el diablo sabe qué más. En el otro rincón había un

sofá que era la cosa más linda del universo, y sentada en el sofá, nada

menos que ese pequeño ángel, Mrs. Trade.

- Tenga usted muy buenos días, Mrs. Trade -dije yo, al tiempo que

hacía una reverencia tan elegante que le habría maravillado verla.

- Vulé vú, parlé vú -dice el pequeño forastero francés-. Mrs. Tracle -

166

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEprosiguió-, este caballero es su reverencia Sir Patrick O'Grandison,

baronet, y es también el mejor y más íntimo amigo que tengo en el

mundo.

Entonces la viuda se levantó del sofá, nos hizo el saludo más bonito

que jamás se haya visto y volvió a sentarse. ¡Y no va usted a creerlo! El

condenado Mesiú Metré Dedans se sentó tranquilamente en el sofá, a la

derecha de la viuda. !Que el diablo se lo lleve! Por un momento creí que

se me salían los ojos de las órbitas, tan furioso estaba. "!Conque así es la

cosa? -pensé-. ¿Así es como nos portamos, Mesiú Metré Dedans?". En el

acto, me senté a la izquierda de su alteza para estar a la par con el mal-

dito. !Diablos! Se hubiera regocijado usted al ver el doble guiño que le

hice a la viuda en plena cara y con ambos ojos.

El francesito no sospechaba de mí en absoluto, y empezó a cortejar

desesperadamente a su alteza, "Vulé vú", le decía. "Parlé vú", agregaba.

"Eso no te servirá de nada, Mesiú Rana, querido mío" -pensé yo, y

comencé a hablar en voz alta y sin pausa hasta ganar completa y absolu-

tamente la atención de su alteza, gracias a la elegante conversación que

mantenía con ella sobre mis queridos pantanos de Connaught. De tanto en

tanto, ella me deleitaba con su exquisita sonrisa de oreja a oreja, con lo

cual yo me sentía más envalentonado que un cerdo; y por fin, le tomé la

punta de su meñique de la manera más delicada del mundo, mientras la

miraba con los ojos en blanco.

Y sólo entonces percibí la astucia de mi ángel, pues apenas observó

que trataba de tomarle la mano la retiró de inmediato y se la llevó a la es-

palda, como diciéndome: "Ahora sí, Sir Patrick O'Grandison, te doy una

mejor oportunidad, mi querido, pues no queda bien tomarme la mano de-

lante del pequeño extranjero francés, Mesiú Metré Dedans".

Entonces le guiñé un ojo marcadamente, como respondiéndole: "No

hay como Sir Patrick para estas triquiñuelas", y me puse manos a la obra.

Se habría muerto de risa usted al ver la astucia con que deslicé mi brazo

derecho entre el respaldo del sofá y la espalda de su alteza hasta

encontrar su pequeña y dulce manecita, que parecía esperarme para

decir: "Buenos días tenga usted, Sir Patrick O'Grandison, baronet." Y no

sería yo, le aseguro, si no le hubiese dado el apretón más suave del

mundo, el más delicado, como para no lastimar a su alteza. Y válgame

167

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEDios! ¿No fue el apretón más gentil y delicado de todos lo que recibí a

cambio? "i Sangre y truenos, Sir Patrick, querido mío!" -pensé para mis

adentros-. "Eres sin duda el hijo de tu madre, y no hay nadie más buen

mozo y afortunado entre todos los jóvenes que dejaron alguna vez los

pantanos de Connaught."

Apreté entonces su mano con más fuerza, ¡y por los cielos que ella

me lo devolvió de la misma forma! Y en ese momento usted se habría

desternillado de risa si hubiese visto cómo se portaba Mesiú Metré

Dedans. Tanto parloteo, sonrisitas y parlés vús, y todo lo que le dedicaba a

su alteza. ¡Nunca se vio algo semejante sobre la tierra! Y el diablo puede

quemarme si no vi con mis propios ojos al francesito guiñarle un ojo. ¡Oh,

no! ¡Quisiera que me dijesen si no estaba yo más furioso que un gato de

Kilkenny!

- Permítame decirle, Mesiú Metré Dedans -le dije tan educadamente

como pude-, que no es nada gentil, y que tampoco le queda bien estar

mirando y mirando a su alteza de ese modo.

Y volví a apretarle la mano a la dama, como diciendo: "¿No es cierto

que Sir Patrick, joya mía, sabrá protegerla?"

Y su respuesta fue un nuevo apretón, que decía claramente y del

modo más directo en que un apretón puede hablar en todo el mundo: "Es

verdad, querido Sir Patrick, y propio de un caballero como usted. Es la

pura verdad." Y con esto abrió sus preciosos ojos de tal manera que creí

que se le saldrían de sus órbitas, mientras miraba furiosa como una gata a

Mesié Rana, y luego a mí, sonriendo angelicalmente.

- ¿Cómo? -dijo el miserable-. ¡Oh! Vulé-vú, parlé-vú.

Y se encogió tanto de hombros que pensé que iba a salírsele la

camisa, haciendo al mismo tiempo una mueca despectiva con su maldita

boca. Y ésa fue toda la explicación que obtuve de él.

Créame usted que quien se puso irracionalmente furioso en ese mo-

mento fue Sir Patrick, y más cuando el francés insistía en guiñarle el ojo a

la viuda y la viuda seguía apretándome con fuerza la mano, como di-

ciendo: "IA él, a él, Sir Patrick O'Grandison, mi cielo!" Por lo cual solté un

terrible juramento y dije:

- ¡Tú, pequeña rata insignificante, hijo pantanero de una maldita

monja!

168

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

¿Creerá usted lo que hizo entonces su alteza? Se levantó de un salto

como si la hubiesen mordido y se fue corriendo hacia la puerta, mientras

yo la miraba asombrado y estupefacto y seguía su carrera con mis dos

ojos. Usted comprenderá que yo tenía mis razones para pensar que mi

ángel no podía salir de la sala aunque quisiera, pues tenía su mano en la

mía, ¡y que el diablo me lleve si pensaba soltarla! Por eso le dije:

- ¿No se olvida un poquitín de algo que le pertenece, su alteza?

¡Vuelva usted, querida mía, así le devuelvo su manecita!

Pero ella salió disparada escaleras abajo sin escuchar, y entonces

miré al francesito extranjero. ¡Demonios! ¡Era su maldita mano, pequeña

como era, la que estaba agarrada de la mía!

Y no sería yo mismo si en ese momento no estuve a punto de

morirme de risa al verle la cara al pobre diablo cuando advirtió que la

mano que sostuvo todo el tiempo no era la de la viuda, sino la de Sir

Patrick O'Grandison. ¡Ni el mismo demonio vio jamás una cara tan afligida

como ésa! Por lo que respecta a Sir Patrick O'Grandison, baronet, no es

hombre de preocuparse por un malentendido tan pequeño. Basta con

decir que antes de soltar la mano del condenado Mesiú (y esto sólo

sucedió cuando el sirviente de la viuda nos echó a patadas escaleras

abajo), le di un apretón tan grande que se la dejé hecha mermelada de

frambuesa.

- Vulé vú -dijo él-. Parlé vú -agregó-. ¡Maldición!

Y ésa es la razón por la que anda con la mano izquierda en

cabestrillo.

BON-BON

Quand un bon vin meuble mon estomac

Je suis plus savant que Balzac,

Plus sage que Pibrac;

Mon bras seul faisant l'attaque

169

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

De la nation Cossaque,

La mettroit au sac;

De Charon je passerois le lac

En dormant dans son bac;

J'irois au fier Eac,

Sans que mon Coeur fit tic ni tac,

Présenter du tabac65.

(Vodevil francés)

Que Pierre Bon-Bon era un restaurateur de talento poco común, nadie

que durante el reinado de... frecuentara el pequeño café en el cul-de-sac

Le Febre, en Rouen, se animará -supongo- a discutirlo. Que Pierre Bon-Bon

era, en un grado equivalente, versado en la filosofía de ese período resulta

-presumo- más indiscutible todavía. Sus pâtés a la fois eran sin duda

inmaculados; pero, ¿qué pluma puede hacer justicia a sus ensayos sur la

Nature, a sus pensamientos sur l'Ame, a sus observaciones sur l'Esprit? Si

sus omelettes, si sus fricandeaux eran inestimables, ¿qué littérateur de

esos días no hubiera dado el doble por una "Idée de Bon-Bon" que por

toda la hojarasca de "Idées" de todo el resto de los savants? Bon-Bon

había hurgado en bibliotecas en las que nadie más había hurgado, había

leído más de lo que nadie sospechara que se podía leer, había entendido

más de lo que cualquier otro hubiera imaginado posible entender. Y aun-

que en su época no faltaban algunos autores en Rouen para los cuales "su

dicta no mostraba ni la pureza de la Academia ni la profundidad del Liceo",

o aunque -nótese bien- sus doctrinas eran en general muy poco

comprendidas, no se desprende de ello que fueran difíciles de compren-

der. Creo que su propia evidencia llevaba a muchas personas a conside-

rarlas abstrusas. El mismo Kant -y no llevemos esto más lejos- le debe su

65 Cuando un buen vino amuebla mi estómagoSoy más sabio que Balzac, Más juicioso que Pibrac, Mi brazo atacando solo La nación cosacaLa saquearíaDe Charon el lago pasaría En su barca dormiríaIría al orgulloso Eac,Sin que mi corazón hiciera tic ni tacoA presentar tabaco.

170

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmetafísica principalmente a Bon-Bon. Este no era por cierto platónico ni,

estrictamente hablando, aristotélico, ni desperdició, como el moderno

Leibnitz, las preciosas horas que podían emplearse en la invención de una

fricassé o el simple análisis de una sensación, en vanos intentos de recon-

ciliar las obstinadas aguas y aceites de la discusión ética. De ninguna ma-

nera. Bon-Bon era jónico... E igualmente era itálico. Razonaba a priori...

Razonaba a posteriori. Sus ideas eran instintivas... o no. Creía en George

de Trebizond... y creía en Bossarion. Bon-Bon era, categóricamente, bon-

bónico.

He hablado del filósofo en su calidad de restaurateur. No quisiera, sin

embargo, que ninguno de mis amigos piense que nuestro héroe, al cumplir

sus deberes hereditarios en esa profesión, les restaba a éstos dignidad e

importancia. Lejos de ello. Era imposible determinar qué rama de su

trabajo le inspiraba más orgullo. En su opinión, los poderes del intelecto

tenían una íntima conexión con las facultades del estómago. No creo, en

realidad, que discrepara mucho con los chinos, para quienes el alma se

aloja en el abdomen. En todo caso, pensaba él, tenían razón los griegos,

que usaban la misma palabra para la mente y el diafragma. No quiero

insinuar con esto una acusación de glotonería ni ningún otro cargo grave

en perjuicio del metafísico. Si Pierre Bon-Bon tenía sus debilidades -¿y qué

gran hombre no tiene miles?-, si tenía sus debilidades, digo, eran debili-

dades de muy poca importancia; faltas que, en otros temperamentos, sue-

len considerarse a la luz de las virtudes. Una de esas debilidades no

merecería siquiera mención en esta historia, si no fuera por la notable

prominencia, el extremo alto relieve con que se destaca en el plano

general de su personalidad: jamás pasaba por alto una oportunidad de

regatear.

No es que fuera avaro, no. No era en modo alguno necesario, para la

satisfacción del filósofo, que el regateo le fuese favorable con tal que se

llegara a un trato. Un trato de cualquier clase, en cualquier término y en

cualquier circunstancia. Una sonrisa triunfante le iluminaría el rostro du-

rante días, y un guiño astuto en sus ojos daría pruebas de su sagacidad.

Un humor tan peculiar como el que acabo de describir llamaría la

atención en cualquier época, sin que ello tuviera nada de extraordinario. Y

171

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabría sido en realidad sorprendente si esa peculiaridad no hubiera

atraído la atención en la época de nuestro relato. Pronto se advirtió que,

en esas ocasiones, la sonrisa de Bon-Bon era muy diferente de la sonrisa

franca con que festejaba sus propios chistes o recibía a un conocido.

Corrieron rumores de carácter emocionante; se contaron historias acerca

de tratos peligrosos pactados deprisa y lamentados a la hora del sosiego;

y se habló de facultades extrañas, anhelos ambiguos e inclinaciones no

naturales, implantados por el autor de todo mal para sus propios y astutos

fines.

El filósofo tenía otras debilidades, pero apenas merecen nuestro aná-

lisis detallado. Por ejemplo, son pocos los hombres de extraordinaria pro-

fundidad que no tengan inclinación por la bebida. Si dicha inclinación es la

causa o, por el contrario, la prueba válida de esa profundidad, es algo

difícil de precisar. Hasta donde sé, Bon-Bon no creía que la cuestión jus-

tificara una investigación minuciosa; y yo tampoco. Pero no debe supo-

nerse que, al ceder a una propensión tan auténticamente clásica, el

restaurateur perdía de vista esa discriminación intuitiva que solía caracte-

rizar, a la vez y por igual, sus essais y sus omelettes. En sus reclusiones, el

vino de Bourgogne tenía su hora, y había asimismo momentos para el

Cote du Rhone. Para él, el Sauterne era al Medoc lo que Catulo a Romero.

Jugaba con un silogismo sorbiendo un St. Peray, pero desentrañaba un

razonamiento con un Clos de Vougéot, y desbarataba una teoría en un to-

rrente de Chambertin. Bueno hubiera sido que ese mismo sentido agudo

de lo apropiado lo hubiese acompañado en la frívola tendencia a que alu-

dí, pero no fue el caso. De hecho, esa característica del filosófico Bon-Bon

empezó a adquirir con el tiempo una extraña intensidad y misticismo, y

parecía profundamente teñida de la diablerie de sus estudios germánicos

favoritos.

Entrar en el pequeño café en el cul-de-sac Le Febre era, en la época

de nuestro relato, entrar en el sanctum de un hombre de genio. Bon-Bon

era un hombre de genio. No había en Rouen un sous-cuisinier que no

dijera que Bon-Bon era un hombre de genio. Hasta su gata lo sabía, y

evitaba acicalarse la cola en presencia del hombre de genio. Su gran perro

de aguas también lo reconocía y, cuando su amo se acercaba, revelaba la

conciencia de su propia inferioridad portándose beatíficamente, bajando

172

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElas orejas y dejando caer la mandíbula inferior en un proceder nada indig-

no de un perro. Es verdad, sin embargo, que una buena parte de ese res-

peto habitual podía atribuirse a la apariencia del metafísico. Un aspecto

distinguido, debo decir, impactará incluso a una bestia, y admitiré que en

la envoltura carnal del restaurateur había mucho que podía impresionar la

imaginación del cuadrúpedo. Hay una peculiar majestad en la atmósfera

de los pequeños grandes -si se me permite una expresión tan equívoca-

que la mera corpulencia física no podría crear por sí misma. Aunque Bon-

Bon medía apenas tres pies de alto y su cabeza era diminutamente

pequeña, era imposible contemplar la rotundidad de su estómago sin

sentir una magnificencia que rozaba lo sublime: en su tamaño, tanto los

perros como los hombres debían de ver un símbolo de sus logros; en su

inmensidad, un espacio para alojar su alma inmortal.

Podría aquí, si quisiera, extenderme en el tema de la vestimenta y

otros detalles exteriores del metafísico. Podría señalar que nuestro héroe

usaba el cabello corto, suavemente combado sobre su frente y coronado

por un gorro blanco de franela, cónico y con borlas; que su chaqueta verde

no seguía la moda imperante entre el común de los restaurateurs; que sus

mangas eran un poco más amplias que las permitidas por la convención;

que el doblez de los puños no estaba hecho, como era habitual en aquel

período bárbaro, con tela de la misma clase y color que la prenda, sino

que estaban forrados, más imaginativamente, en terciopelo multicolor de

Génova; que sus pantuflas eran de un púrpura brillante, curiosamente

filigranadas, y que podían parecer japonesas, salvo por la exquisita

terminación en punta y los tintes brillantes de la costura y el bordado; que

sus calzas eran de ese material amarillo parecido al satén, llamado aima-

ble; que su capa celeste, parecida a una bata y ricamente adornada con

dibujos carmesíes, flotaba caballerescamente sobre sus hombros como la

niebla de la mañana; y que su tout ensemble dio lugar a la notable

observación de Benvenuta, la Improvisatrice de Florencia: "que era difícil

decir si Pierre Bon-Bon era un ave del paraíso o, más bien, un paraíso de

perfección". Podría, digo, explayarme sobre todos estos puntos si quisiera,

pero me abstengo; los detalles meramente personales pueden ser dejados

a los novelistas históricos: están por debajo de la dignidad moral de los

hechos.

173

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

He dicho que "entrar en el café en el cul-de-sac Le Febre era entrar

en el sanctum de un hombre de genio", pero sólo un hombre de genio

podía estimar debidamente los méritos del sanctum. Un gran cartel

pintado, con forma de libro, colgaba a la entrada. Una cara del volumen

mostraba una botella; la otra, un pâté. En el lomo se leía en letras

grandes: CEuvres de Bon-Bon. Así quedaban delicadamente insinuadas las

dos ocupaciones del propietario.

Al traspasar el umbral se presentaba a la vista todo el interior del lo-

cal. En realidad, todo lo que ofrecía el café era un largo salón de techo

bajo, de construcción antigua. En un rincón del lugar se hallaba la cama

del metafísico. Un arreglo de cortinas con un dosel a la Grecque le daba

un aire a la vez clásico y confortable. En el rincón diagonalmente opuesto

aparecían, en familiar comunión, los elementos de la cocina y la bibliothé-

que. Un plato de polémicas descansaba pacíficamente en el aparador.

Aquí, una hornada de las últimas éticas... allá, una pava de mélanges en

duodécimo. Los tratados alemanes de moral eran carne y uña con la pa-

rrilla; podía verse un trinchante al lado de Eusebius; Platón se reclinaba a

sus anchas en la sartén, y manuscritos contemporáneos se apilaban en la

asadera.

En otros aspectos, podría decirse que el Café de Bon-Bon no era muy

distinto de los restaurants normales de la época. Un gran hogar bostezaba

enfrente de la puerta. A la derecha de éste, una alacena abierta exhibía

una formidable colección de botellas etiquetadas.

Fue allí una vez, alrededor de la medianoche, en el duro invierno

de..., donde Pierre Bon-Bon, después de escuchar durante un rato los co-

mentarios de sus vecinos acerca de su singular propensión, que Pierre

Bon-Bon -repito__echó a todos de su casa, cerró la puerta con un juramento

y fue a instalarse, no de muy buen humor, en un confortable sillón de

cuero, delante de un buen fuego.

Era una de esas noches terribles que sólo se ven una o dos veces en

un siglo. Nevaba con furia y la casa temblaba hasta los cimientos con las

ráfagas de viento que, filtrándose por las grietas de la pared y bajando

impetuosamente por la chimenea, agitaban con violencia las cortinas de la

cama del filósofo y alteraban el orden de sus fuentes de pâté y sus

papeles. Expuesto a la furia de la tempestad, el gran cartel colgante crujía

174

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEominosamente, y sus puntales de roble macizo emitían un sonido lasti-

mero.

No fue de buen humor, repito, que el metafísico acomodó su asiento

en el lugar habitual junto al fuego. Durante el día habían ocurrido varias

cosas de naturaleza desconcertante que perturbaron la serenidad de sus

meditaciones. Al preparar unos oeufs a la Princesse le había salido, lamen-

tablemente, una omelette a la Reine; un guiso que se volcó malogró el

descubrimiento de un principio ético, y por último, aunque no lo de menos

importancia, se había visto frustrado en uno de esos admirables regateos

que siempre le encantaba llevar a feliz término. Pero, a la irritación surgi-

da en su espíritu ante esas inexplicables vicisitudes, no le faltaba un poco

de esa nerviosa ansiedad que la furia de una noche tempestuosa puede

producir con tanta facilidad. Silbándole a su vecino más inmediato, el gran

perro negro de aguas del que hablamos antes, y acomodándose inquieto

en su sillón, no pudo evitar echar una mirada cauta e intranquila hacia los

rincones del salón cuyas sombras implacables ni siquiera la intensa luz

roja del fuego alcanzaba a disipar por completo. Después de concluir un

escrutinio cuyo propósito exacto era quizás incomprensible para él mismo,

acercó a su asiento una pequeña mesa llena de libros y papeles, y pronto

quedó absorto en la tarea de retocar un voluminoso manuscrito que

pensaba publicar a la brevedad.

Llevaba así ocupado unos minutos, cuando una voz plañidera mur-

muró de repente en el lugar:

-No tengo ningún apuro, Monsieur Bon-Bon.

-¡Al Diablo! -exclamó nuestro héroe, incorporándose de un salto,

derribando la mesa y mirando perplejo alrededor.

- Muy cierto -replicó la voz tranquilamente.

-¡Muy cierto! ¿Qué es muy cierto? ¿Cómo entró aquí? -vociferó el

metafísico, posando la mirada en algo que estaba tendido a sus anchas

sobre la cama.

-Le decía -prosiguió el intruso, sin hacer caso a las preguntas-que no

estoy en absoluto apurado por la hora, que el asunto por el que me tomo

la libertad de venir no es urgente; en pocas palabras, que puedo per-

fectamente esperar hasta que haya terminado su Exposición.

175

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¡Mi Exposición! Pero... ¿cómo sabe usted..., cómo llegó usted a saber

que estaba escribiendo una Exposición? ¡Santo Dios!

-¡Shh...! -contestó la figura y, levantándose rápidamente de la cama,

avanzó un paso hacia nuestro héroe mientras una lámpara de hierro que

colgaba sobre él se balanceó convulsivamente evitando su cercanía.

El asombro del filósofo no le impidió efectuar un minucioso examen

de la vestimenta y apariencia del desconocido. Un raído traje negro,

ceñido al cuerpo y de un corte muy propio del siglo anterior, permitía

apreciar claramente su figura, sumamente delgada, pero muy por encima

de la estatura común. Era evidente que esa ropa había sido hecha para

una persona mucho más baja que su actual poseedor, cuyos tobillos y

muñecas quedaban varias pulgadas al desnudo. En sus zapatos, sin

embargo, un par de hebillas muy brillantes contradecían la extrema

pobreza que traslucía el resto del atuendo.

Llevaba la cabeza descubierta66 y era completamente calvo, salvo por

una queue de considerable longitud que le nacía de la nuca. Un par de an-

teojos verdes, con cristales laterales, protegían sus ojos de la luz y, al

mismo tiempo, le impedían a nuestro héroe determinar su color y

conformación. No se le veía camisa por ningún lado, pero llevaba anudada

con sumo cuidado una corbata blanca, de aspecto sucio, cuyas puntas

colgaban solemnemente dando la idea (aunque me atrevo a decir que sin

intención) de un eclesiástico. Por cierto, muchos otros detalles, tanto en su

apariencia como en sus maneras, podrían haber sustentado muy bien una

impresión de esa naturaleza. En la oreja izquierda llevaba, al modo de un

oficinista moderno, un instrumento que semejaba el stylus de los antiguos.

En el bolsillo superior del saco asomaba conspicuamente un pequeño libro

negro asegurado con broches de acero. Ese libro, accidentalmente o no,

sobresalía de modo tal que dejaba ver las palabras Rituel Catholique en

letras blancas sobre el lomo. Toda su fisonomía era atractivamente

saturnina, cadavéricamente pálida incluso. La frente era alta,

profundamente marcada por las arrugas de la contemplación. Las

comisuras de la boca se recortaban hacia abajo imprimiéndole una

expresión de la más sumisa humildad. Tenía además una forma de juntar

las manos mientras se acercaba a nuestro héroe, un modo de suspirar y

66 His head was bare, en el original. En un aparente descuido, un poco más adelante el autor le asigna al personaje un sombrero. [N. del T.]

176

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEun aspecto general de una santidad tan absoluta que no podía ser sino

forzosamente simpático. Una vez finalizada su inspección del visitante,

toda sombra de ira se disipó en el rostro del metafísico; le estrechó

entonces la mano cordialmente y lo invitó a tomar asiento.

Pero sería un error radical atribuir este instantáneo cambio de humor

en el filósofo a cualquiera de esas razones que, como naturalmente se su-

pondría, podrían haber influido en él. Hasta donde he llegado a entender

su carácter, Pierre Bon-Bon era sin duda, de todos los hombres, el menos

propenso a dejarse llevar por ninguna clase de apariencia externa. Era im-

posible que un observador tan agudo de hombres y de cosas no advirtiera,

en el acto, el verdadero carácter del personaje que había sacado provecho

de su hospitalidad. Por no decir más, la conformación de los pies del visi-

tante era bastante llamativa, llevaba puesto a la ligera un sombrero inusi-

tadamente alto, se notaba un trémulo ondular en la parte posterior de sus

calzas, y la vibración del faldón de su chaqueta era un hecho palpable.

Júzguese, entonces, con qué satisfacción nuestro héroe se encontró de re-

pente en compañía de un personaje por el que tuvo siempre el más incon-

dicional de los respetos. No obstante, era demasiado diplomático como

para dejarle ver la menor señal de sus sospechas respecto de la verdad.

No era su intención mostrarse consciente del gran honor que tan

inesperadamente disfrutaba, sino entablar una conversación con su

huésped y elucidar algunas importantes ideas éticas que, incluidas en el

trabajo que pensaba publicar, podrían esclarecer a la raza humana y, al

mismo tiempo, inmortalizar al autor; ideas que, cabe agregar, la edad de

su visitante y su conocido dominio de la ciencia moral le permitirían

seguramente abordar sin problemas.

Movido por estas miras elevadas, nuestro héroe invitó al caballero a

sentarse mientras agregaba algunos leños al fuego y colocaba sobre la

mesa, devuelta a su posición natural, algunas botellas de Mousseux.

Terminadas rápidamente estas operaciones, puso su sillón vis-a-vis del de

su compañero y esperó a que éste iniciara la conversación. Pero aún los

planes mejor concebidos suelen desbaratarse en la práctica, y el

restaurateur se vio completamente desconcertado por las primeras

palabras de su visitante.

-Veo que me conoce, Bon-Bon -le dijo-. ¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ji, ji, ji!

177

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE¡Jo, jo, jo! ¡Ju, ju, ju!

Dejando de lado la santidad de su aspecto, el Diablo abrió la boca al

máximo, de oreja a oreja, mostrando un conjunto de dientes desparejos,

semejantes a colmillos y, echando hacia atrás la cabeza, rió larga, sonora,

perversa y ruidosamente, mientras el perro negro, agazapado, le hacía

coro con entusiasmo y la gata atigrada, huyendo de golpe, se erizaba y

chillaba desde el rincón más alejado de la habitación.

No así el filósofo; era un hombre de mundo muy aplomado para reír

como el perro o revelar con chillidos la indecorosa alarma de la gata. Hay

que confesar que sintió un poco de estupefacción al ver que las letras

blancas que formaban las palabras Rituel Catholique, en el libro de su

huésped, cambiaban súbitamente de color y de significado y que, en

pocos segundos, en lugar del título original, brillaban en caracteres rojos

las palabras Régistre des Condamnés. Este hecho sorprendente dio a la

respuesta de Bon-Bon un tono de embarazo que, en otras circunstancias,

probablemente no habría tenido.

-¡Vaya, señor! -dijo el filósofo-. ¡Vaya, señor! Para ser sincero... creo

que usted es..., le doy mi palabra..., el d..., es decir, creo..., supongo...,

tengo una vaga..., una muy vaga idea... del notable honor...

-¡Oh... ah! i Sí, muy bien! -lo interrumpió Su Majestad-. No diga más,

ya entiendo.

Y, quitándose los anteojos verdes, limpió los cristales con la manga

de la chaqueta y se los guardó en el bolsillo.

Si el incidente del libro había asombrado a Bon-Bon, el espectáculo

que ahora se presentaba ante él aumentó ese asombro de manera consi-

derable. Al levantar la mirada con una gran curiosidad por saber qué color

de ojos tenía su huésped, vio que no eran en absoluto negros, como

esperaba, ni grises, como podría haber imaginado, ni castaños, ni azules,

ni amarillos o rojos, ni púrpuras, ni blancos, ni verdes, ni de ningún otro

color que existiese en los cielos o en la tierra, o en las aguas bajo la tierra.

Para abreviar, Pierre Bon-Bon no sólo vio claramente que Su Majestad no

tenía ojos, sino que tampoco advirtió señales de que los hubiera tenido al-

guna vez, pues el espacio donde naturalmente deberían hallarse era tan

sólo -me veo obligado a decirlo- un plano liso de carne.

No estaba en la naturaleza del metafísico abstenerse de hacer alguna

178

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpregunta sobre la causa de tan extraño fenómeno, y la respuesta de Su

Majestad fue inmediata, digna y satisfactoria.

- ¡Ojos! ¡Mi querido Bon-Bon...! ¿Ojos, dijo? ¡Oh, ah! ¡Ya entiendo!

¿Las ridículas imágenes que circulan le han dado una idea falsa de mi

apariencia? ¡Ojos, por supuesto! Los ojos, Pierre Bon-Bon, están muy bien

en su lugar adecuado..., y ese lugar, diría usted, ¿es la cabeza? Correcto,

la cabeza de un gusano. Para usted, además, esas ópticas son indispen-

sables. Pero le demostraré que mi visión es más aguda que la suya. Veo

que hay una gata en el rincón..., una linda gata..., mírela..., obsérvela

bien. Ahora, Bon-Bon, ¿ve usted los pensamientos..., los pensamientos,

digo..., las ideas..., las reflexiones que se están generando en su pericrá-

neo? ¡Ahí tiene, usted no los ve! En este instante piensa que admiramos el

largo de su cola y la hondura de su mente. Acaba de concluir que yo soy el

más distinguido de los eclesiásticos y que usted es el más superficial de

los metafísicos. Como verá, no soy nada ciego; pero para alguien de mi

profesión, los ojos de los que usted habla serían solamente un estorbo,

expuestos a ser arrancados en cualquier momento por un tenedor o una

horquilla. Admito que para usted esos elementos ópticos son in-

dispensables. Esfuércese, Bon-Bon, por usarlos bien; mi visión se ocupa

del alma.

Tras esto, el visitante se sirvió del vino que estaba en la mesa y, lle-

nando una copa para Bon-Bon, le pidió que lo bebiera sin escrúpulos y se

sintiera como en su casa.

-Un libro brillante el suyo, Pierre -continuó Su Majestad, palmeándole

con aire conocedor el hombro a nuestro amigo cuando éste dejó su vaso,

después de complacer puntillosamente el requerimiento del visitante-, un

libro brillante, palabra de honor. Un trabajo de los que me gustan. Creo,

sin embargo, que su tratamiento del asunto podría mejorarse; muchas de

sus ideas me recuerdan a Aristóteles. Ese filósofo fue uno de mis

conocidos más íntimos. Me caía bien, tanto por su terrible malhumor como

por el don que tenía para equivocarse. Hay una sola verdad indiscutible en

todo lo que escribió, y porque yo se la sugerí, por pura compasión, al verlo

tan absurdo. Supongo, Pierre Bon-Bon, que sabe muy bien a qué divina

verdad moral me estoy refiriendo...

-No puedo decir que...

179

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¡Vaya! Pues, yo fui quien le dijo a Aristóteles que, al estornudar, el

hombre expele las ideas superfluas por la nariz.

-Lo que es... ¡hic!... indudablemente cierto dijo el metafísico

mientras se servía otra copa de Mousseux y le ofrecía su caja de rapé al

visitante.

-También estaba Platón -continuó Su Majestad, declinando mo-

destamente el rapé y el cumplido que implicaba-. También estaba Platón,

por quien, en un momento, sentí todo el afecto de un amigo. ¿Conoce us-

ted a Platón, Bon-Bon? ¡Ah, por supuesto..., le pido mil perdones! Me lo

encontré una vez en Atenas, en el Partenón, y me dijo que necesitaba an-

gustiosamente una idea. Le sugerí escribir que . Me dijo

que lo haría y se marchó a su casa, en tanto yo me encaminé hacia las

pirámides. Pero me remordía la conciencia por haber expresado una ver-

dad, aunque fuera para ayudar a un amigo, y, volviendo a Atenas a toda

prisa, me acerqué por detrás a la silla del filósofo, que estaba escribiendo

. Aplicándole a la lambda un golpecito con el dedo, la di vuelta. De

modo que la frase dice ahora , y es, como usted sabe, la

doctrina fundamental de su metafísica.

-¿Ha estado usted en Roma? -preguntó el restaurateur mientras

terminaba la segunda botella de Mousseux y extraía de la alacena una ge-

nerosa provisión de Chambertin.

-Sólo una vez, monsieur Bon-Bon, sólo una vez. En un tiempo -dijo el

Diablo, como si estuviera recitando el pasaje de algún libro-hubo allí una

anarquía que duró cinco años, durante los cuales la república, privada de

todos sus funcionarios, no tenía otros magistrados que los tribunos del

pueblo, quienes no estaban legalmente investidos de ningún poder

ejecutivo... En ese momento, monsieur Bon-Bon, sólo en ese momento

estuve en Roma, y no tengo, por lo tanto, relación terrena alguna con

nada de su filosofía67.

-¿Qué piensa usted de... qué piensa de... ¡hic!... Epicuro?

-¿Qué pienso de quién? -respondió el Diablo sorprendido-. ¡Supongo

que no pretenderá encontrar ningún error en Epicuro! i Qué pienso de

Epicuro! ¿Está usted hablando de mí? ¡Yo soy Epicuro! Yo soy el mismo

67 "Ils écrivaient sur la Philosophie (Cicero, Lucretius, Seneca) mais c'était la Philosophie Grecque" (Condorcet): Escribían sobre filosofía (Cicerón, Lucrecio, Séneca) pero era la filosofía griega. Condorcet.

180

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEfilósofo que escribió cada uno de los trescientos tratados elogiados por

Diógenes Laercio.

-¡Eso es mentira! -dijo el metafísico, pues el vino se le había subido

un poco a la cabeza.

-¡Muy bien! i Muy bien, señor mío! i Realmente muy bien! -dijo Su

Majestad, sumamente halagado, al parecer.

-¡Es mentira! -repitió el restaurateur dogmáticamente-. ¡Es... ¡hic!...

mentira!

-¡Bien, bien, como usted diga! -respondió el Diablo pacíficamente, y

Bon-Bon, al derrotar a Su Majestad en esa disputa, consideró su deber

acabar con una segunda botella de Chambertin.

-Le decía -prosiguió el visitante-, como le señalé hace un momento,

que hay algunas ideas demasiado outrées en ese libro suyo, monsieur

Bon-Bon. ¿Qué quiere usted decir, por ejemplo, con toda esa patraña del

alma? Se lo ruego, señor, ¿qué es el alma?

-El... ¡hic!... alma -contestó el metafísico, remitiéndose a su ma-

nuscrito- es sin duda...

-¡No, señor!

-Indudablemente...

-¡No, señor!

- Indiscutiblemente...

-¡No, señor!

- Evidentemente...

-¡No, señor!

-Incontrovertiblemente...

-¡No, señor!

-¡Hic!...

-¡No, señor!

- Y fuera de toda duda, el...

-¡No, señor, el alma no es tal cosa! (Aquí el filósofo, echando chispas,

aprovechó para terminar, en el acto, la tercera botella de Chambertin).

-Entonces... ¡hic!... le ruego me diga..., señor, ¿qué... qué es?

- Eso no viene al caso, monsieur Bon-Bon -contestó Su Majestad,

pensativo-. He probado..., es decir, he conocido algunas almas muy malas,

181

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEy algunas otras bastante buenas.

Al decir esto se relamió los labios y apoyó inconscientemente la mano

en el libro que tenía en el bolsillo, tras lo cual tuvo un violento ataque de

estornudos.

Por fin, continuó:

-Estaba el alma de Cratino... pasable; la de Aristófanes... picante; la

de Platón... exquisita; no su Platón, sino Platón el poeta cómico; su Platón

le habría revuelto el estómago a Cerbero... ¡puaj! Luego, déjeme ver...

estaban Nevius, Andrónico, Plauto y Terencio. Después, Lucilio, Catulo,

Naso y Quinto Flaco... ¡querido Quinti! Como lo llamé cuando me cantó

una seculare para entretenerme, mientras yo lo tostaba, de muy buen hu-

mor, en una horqueta. Pero a los romanos les falta sabor. Un griego gordo

vale por una docena de ellos y, además, se conserva, lo que no puede de-

cirse de un Quirite. Probemos su Sauterne.

Bon-Bon, a esa altura, había optado por el nil admirari, y procedió con

esfuerzo a bajar las botellas en cuestión. Podía oír, sin embargo, un ex-

traño sonido en la habitación, como el meneo de una cola. Pero no se dio

por enterado de esa conducta, tan impropia de Su Majestad; simplemente

pateó al perro, ordenándole que se quedara quieto. El visitante continuó:

-Encontré que Horacio tenía un sabor muy parecido al de Aristóteles;

y usted ya sabe, me gusta la variedad. No hubiese podido diferenciar a

Terencio de Menandro. Naso, para mi sorpresa, era Nicandro disfrazado.

Virgilio tenía un fuerte dejo de Teócrito. Marcial me hizo recordar mucho a

Arquíloco, y Tito Livio era Polibio en persona.

-iHic! -replicó Bon-Bon, y Su Majestad retomó la palabra.

-Pero si tengo un penchant, monsieur Bon-Bon, si tengo un penchant,

es por los filósofos. Permítame decirle, señor, que no todos los diab...,

quiero decir, no todos los caballeros saben cómo elegir un filósofo. Los al-

tos no son buenos; y los mejores, si no están bien descascarados, suelen

ser un poco rancios, por la hiel.

-i Descascarados!

-Sin el cuerpo, quiero decir.

- ¿Qué le parecería... ihic!... un médico?

-¡Ni los mencione! ¡Puaj! -Su Majestad eructó violentamente-. Sólo

probé uno... ¡Ese canalla de Hipócrates!... ¡Olía a asafétida! ¡Uff! Me

182

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpesqué un resfrío espantoso al lavarlo en la Estigia, y a pesar de eso me

produjo cólera.

-¡El muy miserable...hic! -exclamó Bon-Bon-. ¡Ese aborto de

pastillero... hic!

Y el filósofo dejó caer una lágrima.

-Después de todo -continuó el visitante-, si un diab..., si un caballero

quiere vivir, debe tener suficiente ingenio; entre nosotros, una cara

rechoncha es muestra de diplomacia.

-¿Cómo es eso?

-Bueno, a veces estamos muy escasos de provisiones. Usted sabrá

que, en un clima tan sofocante como el nuestro, a menudo es imposible

mantener vivo a un espíritu por más de dos o tres horas; y, una vez muer-

to, si no lo adobamos de inmediato (y un espíritu adobado no es bueno),

comenzará a... oler..., usted entiende, ¿no es así? Siempre hay que cuidar-

se de la putrefacción cuando nos envían las almas del modo habitual.

-¡Hic... hic! ¡Santo Dios! ¿Cómo se las arreglan?

En ese momento, la lámpara de hierro empezó a balancearse con re-

doblada violencia y el Diablo dio un respingo en su asiento; pero luego,

con un ligero suspiro, recobró la compostura, diciéndole en voz baja a

nuestro héroe:

-¿Sabe, Pierre Bon-Bon? Mejor no echemos más juramentos. El

anfitrión apuró otro trago, denotando su plena comprensión y aceptación,

y el visitante continuó:

-Bueno, hay diversas maneras de arreglarse. La mayoría de nosotros

pasa hambre; algunos se conforman con la conserva adobada; personal-

mente, yo adquiero mis espíritus vivent corpore, pues encuentro que así

se conservan muy bien.

-¡Pero el cuerpo... hic... el cuerpo!

-El cuerpo, el cuerpo... ¿Qué hay con el cuerpo? ¡Oh, ya veo! Bien,

señor mío, el cuerpo no se ve afectado en absoluto por la transacción. He

efectuado incontables adquisiciones de esa clase en mis tiempos, y los in-

teresados jamás sufrieron inconveniente alguno. Puedo nombrarle a Caín y

Nimrod, Nerón, Calígula, Dioniso, Pisístrato y... y otros mil, que en la

última parte de sus vidas ignoraron por completo lo que era tener un

alma; no obstante, señor, esos hombres adornaban la sociedad. ¿No tene-

183

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmos ahora a A..., a quien usted conoce tan bien como yo? ¿No está él en

posesión de todas sus facultades, físicas y mentales? ¿Quién escribe epi-

gramas más agudos? ¿Quién razona con más ingenio? ¿Quién...? i Pero,

espere! Tengo su contrato en el bolsillo.

Diciendo esto, sacó una cartera de cuero rojo y extrajo de ella una

serie de papeles, entre los cuales Bon-Bon alcanzó a ver escrito "Ma-

quiav... ", "Maza...", "Robesp...", y los nombres de "Caligula", "George", y

"Elizabeth". Su Majestad eligió un pergamino angosto y leyó en voz alta lo

siguiente:

"A cambio de ciertos dones mentales que no hace falta especificar, y

a cambio, además, de mil luises de oro, yo, de un año y un mes de edad,

cedo por la presente al portador de este acuerdo todos mis derechos, títu-

los y privilegios sobre el espectro llamado `mi alma'. Firmado: A...68." (Aquí

Su Majestad dijo un nombre que no me siento autorizado a indicar de

manera más inequívoca.)

-Un sujeto talentoso -continuó diciendo-, pero, corno usted, monsieur

Bon-Bon, se equivocaba acerca del alma. i El alma un espectro! ¡Claro! ¡El

alma un espectro! ¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ju, ju, ju! ¡Imagínese un espectro

fricaseado!

-¡Imagínese... hic... un espectro fricaseado! -exclamó nuestro héroe,

iluminadas aún más sus facultades por la profundidad del discurso de Su

Majestad-. ¡Imagínese... hic... un espectro fricaseado! ¡Vaya... hic... pff!

¡Ojalá yo hubiera sido tan... hic... simplón! ¡Mi alma, señor... pff...!

-¿Su alma, monsieur Bon-Bon?

- Sí, señor... ¡hic!... mi alma no es...

-¿Qué, señor?

-¡Ningún espectro, maldita sea!

-Usted quiere decir...

-Sí, señor, mi alma es... ¡hic!... ¡pff! ¡Sí, señor!

-No irá usted a sostener...

-Mi alma reúne... ¡hic!... todas las condiciones... ¡hic!... para un...

-¡Qué, señor?

68 ¿Arouet, quizás?

184

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

- Guiso.

-¡Ja!

-Soufflée.

-¡Vaya!

-Fricassée.

-¡No me diga!

-Ragout y fricandeau... y, vea, mi buen amigo, se la dejaré a usted

por... ¡hic!... una bagatela -dijo el filósofo, y le palmeó la espalda a Su

Majestad.

- Ni pensar en tal cosa -dijo este último en tono calmo, levantándose

de su asiento.

Bon-Bon se quedó mirándolo.

-Estoy bien provisto por el momento -agregó Su Majestad.

-¡Hic! ¿Eh...? -dijo el filósofo.

- Y no tengo fondos a mano.

-¿Qué?

- Además, no estaría bien de mi parte...

-¡Señor!

- ... aprovecharme de...

-¡Hic!

- ... su vergonzoso estado, indigno de un caballero.

Entonces el visitante saludó y se fue -no se sabe exactamente de qué

modo-. Pero en un deliberado intento de arrojarle una botella al "villano",

la delgada cadena que pendía del techo se cortó, y el metafísico quedó

tendido debajo de la lámpara.

EL DUQUE DE L'OMELETTE

Y entró al instante en una región más serena.

Cowper.

185

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

A Keats lo mató la crítica. ¿Quién fue que murió de una Andrómaca69?

¡Almas innobles! El duque de l'Omelette pereció por un verderón.

L'histoire en est breve. ¡Ayúdame, espíritu de Apicio!

Una jaula dorada transportó al pequeño vagabundo alado,

enamorado, enternecedor e indolente, desde su hogar en el lejano Perú a

la Chaussée D'Antin. De su regia dueña, La Bellísima, al duque de

l'Omelette, seis pares del reino llevaron al pájaro afortunado.

Esa noche el duque cenaría solo. En la intimidad de su estudio, se re-

clinó lánguidamente en la otomana por la cual sacrificó su lealtad al Rey,

al ofrecer más que éste en la subasta... La famosa otomana de Cadet.

Hunde la cabeza en la almohada. ¡Suena el reloj! Incapaz de contener

sus impulsos, Su Gracia engulle una aceituna. En ese momento, la puerta

se abre suavemente al son de una dulce melodía y... ¡mirad, el más

delicado de los pájaros es presentado ante el más enamorado de los hom-

bres! Pero ¿qué inexpresable desencanto ensombrece ahora el rostro del

duque? "Horreur!... chien!... Baptiste!... l'oiseau! ah, bon Dieu!... cet

oiseau modeste que tu as deshabillé de ses plumes, et que tu as serví

sans papier!" Sería superfluo agregar nada: el duque expiró en un

paroxismo de disgusto.

- ¡Ja, ja, ja! -dijo Su Gracia al tercer día de su deceso.

-¡Je, je, je! -respondió el Diablo débilmente, levantándose con un aire

de hauteur.

-¡ Vamos, no hablará usted en serio!... -observó de l'Omelette-. He pecado,

c'est vrai, pero, mi buen señor... ¡no pensará realmente llevar a la práctica

esas amenazas tan... bárbaras!

- ¿No qué? -dijo Su Majestad-. ¡Vamos, señor, desnúdese!

-¡Desnudarme, claro! ¡Muy bonito, en verdad! ¡No, señor, no me

desnudaré! ¿Quién es usted, le ruego me diga, para que yo, duque de

l'Omelette, príncipe de Foie-Gras, apenas mayor de edad, autor de la Ma-

69 Montfleury. El autor del Pamasse Reformé le hace decir en el Hades: "L'homme donc qui voudrait savoir ce dont je suis mort, qu'il ne demande pas si 'l fut de fievre ou de podagre ou d'autre chose mais qu'il entende que ce fut de 'L'Andromache"'. (Que el hombre que quisiera saber de qué he muerto no se pregunte si fue de fiebre o de verderón o de otra cosa sino que entiende que fue de Andrómaca.)

186

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEzurquiada y miembro de la Academia, deba quitarme a requerimiento

suyo los pantalones más exquisitos jamás hechos por Bourdon, la más re-

finada robe-de-chambre jamás confeccionada por Rombêrt, por no decir

nada de sacarme los papillotes, y para no mencionar la molestia que me

significaría quitarme los guantes?

-¿Que quién soy? ¡Ah, cierto! Yo soy Baal-Zebud, príncipe de las Moscas.

Acabo de sacaros de un ataúd de palo de rosa incrustado de marfil.

Estabais curiosamente perfumado, y facturado para entregar. Os envió

Belial, mi Inspector de Cementerios. Los pantalones que decís fueron he-

chos por Bourdon, son un excelente par de calzoncillos de lino, y vuestra

robe-de-chambre es una mortaja de bastante buen tamaño.

-¡Señor -replicó el duque-, no seré insultado impunemente!

¡Aprovecharé la primera oportunidad para vengar esta ofensa! ¡Tendrá

noticias de mí, señor! i Mientras tanto, au revoir!

Y empezaba a alejarse de la satánica presencia después de saludar,

cuando fue interceptado y devuelto a su sitio por un guardián. Su Gracia

se frotó entonces los ojos, bostezó, se encogió de hombros y reflexionó.

Tras quedar convencido de su identidad, echó un rápido vistazo

alrededor.

El aposento era soberbio. El mismo de l'Omelette lo declaró bien

comme il faut. No era su largo ni su ancho, sino su altura..., i ah, era algo

pavoroso! No había techo..., ninguno, por cierto..., sino un denso remolino

de nubes color fuego. Su Gracia sintió que la cabeza le daba vueltas al

mirar hacia arriba. Desde lo alto colgaba una cadena de un desconocido

metal

rojo sangre; su extremo superior se perdía, como la ciudad de Boston,

parmi les nuages. Del extremo inferior pendía un enorme farol. El duque

supo que era un rubí, pero emanaba de él una luz tan intensa, tan inerte y

terrible como jamás se adoró una en Persia, como nunca imaginó una

Gheber, como jamás soñó una el musulmán cuando, drogado con opio,

tambalea hasta un lecho de amapolas, la espalda contra las flores y el

rostro hacia el dios Apolo. El duque musitó un ligero juramento,

decididamente aprobatorio.

Los rincones del aposento estaban redondeados, formando nichos.

Tres de ellos estaban ocupados por estatuas de proporciones gigantescas.

187

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POESu belleza era griega, su deformidad egipcia, su tout ensemble francés. La

estatua del cuarto nicho estaba cubierta por un velo; no era colosal. Pero

podía verse un tobillo delgado y un pie calzado con sandalias. De l'Ome-

lette se llevó la mano al corazón, cerró los ojos, volvió a abrirlos, y sor-

prendió a su Satánica Majestad... ruborizado.

¿Pero aquellas pinturas! ¡Kupris! ¡Astarté! ¡Ashtoreth! ¿Mil y la mis-

ma! ¡Y Rafael las vio! Sí, Rafael ha estado aquí; ¿acaso no fue él quien

pintó la...? ¿Y no fue condenado por eso? ¿Esas pinturas, esas pinturas!

¡Oh lujuria! ¡Oh amor! ¿Quién, contemplando esas bellezas prohibidas,

tendrá ojbs para las delicadas obras que en sus marcos dorados salpican

como estrellas las paredes color jacinto y pórfido?

Pero el duque siente desfallecer su corazón. No está mareado por la

magnificencia, como supondréis, ni ebrio por el aroma arrebatador de los

incontables incensarios. C'est vrai que de toutes ces choses il a pensé

beau-coup - mais! El duque de l'Omelette está aterrado; pues - mirad...

¡en la rojiza vista que le permite una única ventana sin cortinas, brilla el

más espantoso de todos los fuegos!

Le pauvre duc! No pudo no imaginar que las gloriosas, las

voluptuosas, las inmortales melodías que llenaban aquel salón, filtradas y

transmutadas por la alquimia de los ventanales encantados, eran los

lamentos y los gemidos de los condenados sin esperanza. Y allí, en la

otomana!, ¿quién puede ser?, ¿es él, el petit-maitre?, ¿o es la Deidad?,

¿quién es el que está sentado, como tallado en mármol, et qui sourit, con

el rostro pálido, si amérement?

Mais il faut agir... vale decir, un francés nunca desfallece por comple-

to. Además, Su Gracia odiaba las escenas... De l'Omelette vuelve a ser él

mismo. Había algunos floretes sobre una mesa, y algunos estoques. El du-

que estudió con B..., il avait tué ses six hommes. Ahora, entonces, il peut

s'échapper. Toma dos estoques y, con una gracia inimitable, ofrece la

elección a Su Majestad. Horreur! ¡Su Majestad no sabe esgrima!

Mais il joue! ¡Qué magnífica idea! Su Gracia siempre tuvo una exce-

lente memoria. Alguna vez había hojeado Le Diable, del abate Gualtier. Se

dice allí que "le Diable n'ose pas refuser un jeu d'écarté".

¡Pero las chances... las chances! Desesperadas, es cierto; pero

apenas más desesperadas que el duque. Además, ¿no estaba él al

188

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcorriente?, ¿no había leído al Pere Le Brun?, ¿no era miembro del Club

Vingt-et-un? "Si je perds -se dijo- je serai deux fois perdu (me condenaré

dos veces), voila tout!" (Y aquí Su Gracia se encogió de hombros). "Si je

gagne, je reviendrai a mes ortolans; que les cartes soient préparées!"

Su Gracia era todo cuidado, todo atención; Su Majestad, todo con-

fianza. Un espectador habría pensado en Francis y Charles. Su Gracia

pensaba en el juego. Su Majestad no pensaba: barajaba. El duque cortó.

Se reparten las cartas. Se da vuelta el triunfo..., es... ¡el rey! No...,

era la reina. Su Majestad maldijo su atuendo masculino. De l'Omelette se

llevó la mano al corazón.

Juegan. El duque cuenta. La mano ha terminado. Su Majestad cuenta

lentamente, sonríe, y toma vino. El duque se escamotea una carta.

- C'est a vous de faire -dijo Su Majestad, cortando. Su Gracia asintió,

repartió, y se puso de pie en présentant le Roi.

Su Majestad pareció apesadumbrado.

Si Alejandro no hubiera sido Alejandro, habría sido Diógenes; y el

duque le aseguró a su antagonista, al despedirse, "que s'il n'eút été De

l'Omelette il n'aurait point d'objection d'étre le Diable".

TRES DOMINGOS EN UNA SEMANA

-¡Tú, insensible, testarudo, costroso, mohoso, roñoso, añoso y viejo

salvaje! -dije, por lo bajo, una tarde, a mi tío abuelo Rumgudgeon agitando

ante él el puño en mi imaginación.

Sólo en mi imaginación. El hecho es que, sí que existía justo

entonces, una trivial discrepancia entre lo que yo decía y lo que no tenía el

valor de decir, entre lo que hacía y lo que deseaba hacer.

La vieja marsopa, cuando abrí la puerta de la sala de estar, se hallaba

sentada con los pies sobre la repisa de la chimenea y con una copa de

189

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEoporto en su zarpa, haciendo activos esfuerzos por llevar a la práctica la

cantinela:

Remplis ton verre vide!

Vide ton verre plein!

-Mi querido tío --dije, cerrando la puerta suavemente y

aproximándome a él con la más meliflua de las sonrisas--, siempre has

sido tan amable y considerado y has demostrado tu benevolencia de

tantas, tantísimas maneras que... que creo que bastará sugerirte sólo una

vez más ese pequeño asunto para estar seguro de tu plena aquiescencia.

-Ajá --dijo-- ¡Buen chico! ¡Prosigue!

-Estoy seguro, queridísimo tío (¡detestable y viejo bribón!) que no

tendrás realmente, un serio propósito de oponerte a mi unión con Kate.

Eso no es más que una broma de las tuyas, ya lo sé... ¡ja, ja, ja! ¡Qué

divertido eres a veces!

-¡Ja, ja, ja! --dijo él-- ¡Qué condenado! ¡Vaya que sí!

-Desde luego, desde luego. Ya sabía que estabas bromeando. Bueno,

tío, todo lo que Kate y yo deseamos es que nos favorezcas con tu consejo

en... en lo que respecta a la fecha, tú ya me entiendes, tío. En un a

palabra, ¿Cuándo te viene mejor que la boda vaya a consumarse? Ya me

entiendes.

-¿Consumarse, bergante? ¿Qué quiere decir con eso? Mejor será que

esperes primero a que se celebre.

-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ji, ji, ji! ¡Jo, jo, jo! ¡Ju, ju ju! ¡Oh, eso sí que es

estupendo! ¡Qué chiste! Pero lo que queremos ahora, ya me entiendes tío,

es que nos indiques la fecha exactamente.

-¡Ah! ¿Exactamente?

-Sí, tío. Es decir, si te viene bien.

-¿No convendría más, Bobby, que lo dejara al azar? ¿Para algún día,

dentro de un año o así? ¿O es que tengo que decirlo exactamente?

190

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-Si te place, tío..., exactamente.

-Pues bien, Bobby, hijo mío... Tú eres un buen muchacho ¿verdad? Y

como quieres saber la fecha justa, yo..., sí señor, yo te voy a dar gusto por

una vez.

-¡Querido tío!

-¡Chist, caballerete! (Ahogando mi voz)..., te voy a dar gusto por una

vez. Tendrás mi consentimiento... y la pasta, no debes olvidar la pasta.

¡Vamos a ver!... ¿Cuándo será? Hoy es domingo, ¿Verdad? Pues bien, ¡Os

casaréis exactamente --¡exactamente!--, recuérdalo, cuando se junten tres

domingos en una semana. ¿Me oyes, caballerete? ¿Por qué abres así la

boca? Repito que tendrás a Kate y su pasta cuando se junten tres

domingos en una semana, pero hasta entonces no, bribón, hasta

entonces, no, aunque me muera. Ya me conoces... soy hombre de

palabra..., y, ahora, ¡largo!

Dicho esto, se echó al coleto su vaso de oporto, mientras yo salía

precipitadamente de la estancia lleno de desesperación.

Un “viejo y auténtico caballero inglés” era mi tío abuelo, sí; pero a

diferencia de la canción tenía sus puntos flacos. Era un personaje menudo,

obeso, pomposo, apasionado y semicircular con una roja nariz, un grueso

cráneo, una gran fortuna y un fuerte sentido de su propia importancia.

Con el mejor corazón del mundo contribuía, debido a un predominante

espíritu de contradicción, a ganarse fama de tacaño ente aquellos que

sólo le conocían superficialmente. Como ocurre con muchas personas

excelentes parecía poseído de la manía de atormentar a la gente, lo cual

hubiese podido tomarse fácilmente a primera vista por malevolencia. A

toda su petición, su inmediata respuesta era un categórico “¡no!”. Pero al

final, muy, muy al final, eran poquísimas las peticiones que dejaba de

atender. A todos los ataques dirigidos contra su bolsa oponía la más feroz

defensa, pero, en definitiva, la cantidad que se le arrancaba estaba por lo

general en razón directa con la duración del asedio y la tenacidad de la

resistencia. En cuestiones de caridad ninguno daba con más liberalidad ni

con peor gracia.

Por las bellas artes y, en especial, por las belles lettres sentía un

profundo desprecio, que le había inspirado Casimir Perier, cuya petulante

191

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpreguntilla “A quoi un poète est-il bon?” tenía la costumbre de citar, con

una pronunciación muy chusca, como el non plus ultra de agudeza lógica.

De ahí que mi propia inclinación por las Musas hubiese provocado su total

descontento. Me aseguró un día, cuando le pedí un ejemplar de una nueva

edición de Homero, que la traducción de “Poeta nascitur non fit” era que

“Un asqueroso poeta no vale para nada”70, observación que recibí con

gran resentimiento. Además, su repugnancia hacia “las humanidades”

había aumentado mucho últimamente a causa de un accidental viraje en

favor de lo que él suponía que eran las ciencias naturales. Alguien le había

abordado en la calle, tomándole nada menos que por el doctor Dubble L.

Dee, el catedrático de física empírica. Esto le hizo cambiar bruscamente

de rumbo, y justo por la época de esta historia, pues esta historia va

camino de ser después de todo, mi tío abuelo Rumgudgeon se mostraba

asquible y pacífico sólo en lo tocante a puntos que daban en coincidir con

las cabriolas del hobby71 que montaba. Por lo demás, reía a mandíbula

batiente y su política era inflexible y fácil de comprender. Pensaba, con

Horseley, que “la gente no tiene que ocuparse de las leyes más que para

obedecerlas”.

Había vivido yo toda mi vida con el anciano caballero. Mis padres, al

morir, me habían donado a él como un rico legado. Creo que el viejo

bribón me quería como a un hijo, casi, si no tanto, como a su hija Kate,

pero me daba una vida de perros, después de todo. Desde mi primer año

con él hasta el quinto, me favoreció con periódicas azotainas. Del quinto al

decimoquinto, me amenazaba a todas horas con el correccional. Del

decimoquinto al vigésimo no pasó un día en que no me prometiera

desheredarme. Era yo un tarambana, es cierto, pero eso constituía una

parte de mi naturaleza, un rasgo de mi manera de ser. En Kate, sin

embargo, yo tenía una fiel amiga y lo sabía. Era una buena muchacha y

me decía dulcemente que sería mía (con pasta y todo), siempre que a

fuerza de importunar a mi tío abuelo le arrancara el necesario

consentimiento. ¡Pobre muchacha! Tenía apenas quince años y, sin ese

consentimiento, no podría echar mano a su pequeño capitalito hasta que

cinco inconmensurables veranos hubiesen “terminado de arrastrar su

70 Juego de palabras intraducible. La pronunciación inglesa de la frase latina Poeta nascitur non fit = el poeta nace, no se hace, da pie a la interpretación de Rumgudgeon.71 Otro juego de palabras. Hobby, además de pasatiempo favorito, significa también caballito.

192

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElarga existencia”. ¿Qué hacer, pues? A los quince, e incluso a lo veintiuno

(pues yo había pasado ya mi quinta olimpíada), cinco años en perspectiva

nos parecían quinientos. En vano asediábamos al anciano caballero con

nuestra machaconería. Era aquella una pièce de résistance (como dirían

los señores Ude y Carene) que se acomodaba perfectamente a su

perversa imaginación. Habría excitado la indignación del mismo Job el ver

hasta qué punto se conducía como un viejo perro ratonero con dos

pobrecillos y míseros ratones como nosotros dos. Su corazón nada

deseaba más ardientemente que nuestra unión. Era una idea que había

alimentado desde siempre. En realidad, habría dado diez mil libras de su

propio bolsillo (la pasta de Kate era de ella) si hubiese podido inventar

algo que se pareciera a un pretexto para acceder a nuestros muy

naturales deseos. Pero es que Kate y yo habíamos sido tan imprudentes

como para mencionar por primera vez la cuestión nosotros mismos. Creo

sinceramente que no oponerse a ella en tales circunstancias era algo

superior a sus fuerzas.

He dicho ya que tenía sus puntos débiles, pero, cuando hablo de

ellos, no debe entenderse que me refiero a su testarudez, que por cierto

era uno de sus puntos fuertes: “assurément ce n’était pas sa faible”.

Cuando menciono sus debilidades, hago ilusión a na inexplicable

superstición de vieja comadre que le acosaba. Era dado a conceder mucha

importancia a sueños, portentos et id genus omne de galimatías. Era,

también muy puntilloso en pequeñas cuestiones de honor y , a su manera,

hombre de palabra, sin ninguna duda. Aquello constituía, en realidad, uno

de sus pasatiempos. No tenía escrúpulos en reducir el espíritu de sus

promesas a cero, pero la letra era un compromiso inviolable. Ahora bien,

fue de esta última peculiaridad de su idiosincrasia de la que el ingenio de

Kate nos permitió un buen día, no mucho después de nuestra entrevista

en la sala, sacar un provecho inesperado. Y habiendo agotado así en

prolegómenos, a la manera de todos los bardos y oradores, todo el tiempo

puesto a mi servicio y casi todo el espacio puesto a mi disposición,

resumiré en pocas palabras lo que constituye el meollo de esta historia.

Sucedió entonces -así lo dispusieron los hados- que entre las

relaciones náuticas de mi prometida se contasen dos caballeros que

acababan de poner pie en las costas de Inglaterra, tras un año de

193

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEausencia, cada uno de ellos haciendo un viaje por el extranjero. En

compañía de estos dos caballeros, mi prima y yo, premeditadamente,

hicimos una visita al tío Rumgudgeon un domingo por la tarde, el diez de

octubre, justo tres semanas después de la memorable decisión que había

echado por tierra tan cruelmente nuestras esperanzas. Durante media

hora la conversación discurrió sobre tópicos corrientes, pero al fin nos las

arreglamos, con toda naturalidad, para darle el siguiente giro:

Capitán Pratt.-Bien, he estado ausente justo un año. Justo un año

hará hoy, a fe mía. Vamos a ver... ¡sí! Estamos a diez de octubre.

Recordará usted, señor Rumgudgeon, que vine a verle tal día como hoy

para despedirme de usted. Y, a propósito: sí que parece una coincidencia

¿no es verdad? que nuestro amigo el capitán Smitherton, aquí presente,

haya estado ausente también un año... ¡un año se cumple hoy!

Smitherton.-Sí, justo un año redondo. Recordará usted, señor

Rumgudgeon, que vine con el capitán Pratol ese mismo día, el año pasado

para presentarle mis respetos al partir.

Tío.-Sí, sí, sí... lo recuerdo muy bien... ¡Muy raro, verdaderamente! Se

marcharon ustedes dos hace justo un año. ¡Una coincidencia muy extraña,

verdaderamente! Justo lo que el doctor Dubble L. Dee denominaría una

extraña concurrencia de acontecimientos. El doctor Dub...

Kate.- Pues sí, papá, el capitán Pratt dio la vuelta al Cabo de Hornos y

el capitán Smitherton dobló el Cabo de Beuna Esperanza.

Tío.-¡Exactamente! El uno fue por el este y el otro fue por el oeste,

tunanta, y ambos han dado la vuelta completa al mundo. Entre paréntesis,

el doctor Dubble L. Dee...

Yo (apresuradamente).-Capitán Pratt, debiera usted venir mañana a

pasar la tarde con nosotros..., usted y Smitherton. Podrán contarnos todo

lo referente a sus viajes, jugaremos al whist y...

Pratt.-Al whist, mi querido muchacho..., olvida usted que mañana es

domingo. Alguna otra tarde...

Kate.-¡Oh, no, por favor! Robert no es tan torpe. Hoy es domingo.

Tío.-Claro que sí, claro que sí.

194

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Pratt.-Les pido a los dos mil perdones, pero yo no puedo estar tan

equivocado. Sé que mañana será domingo porque...

Smitherton (muy sorprendido).-¿En qué están pensando todo

ustedes? ¿No fue ayer domingo?

Todos.-¡Ayer! ¡Vamos! ¡Usted está chiflado!

Tío.-Hoy es domingo, repito. ¿No lo sabré yo?

Smitherton.-Todos ustedes están locos... todos y cada uno de

ustedes. Estoy tan seguro de que ayer fue domingo como de que me hallo

sentado en esta silla.

Kate (levantándose impetuosamente).-Ya veo... ya lo veo todo. Papá,

esto significa el fallo de... de ya sabes qué. No digáis nada y os lo

explicaré en un minuto. Es una cosa sencillísima, verdaderamente. El

capitán Smitherton dice que ayer fue domingo, y lo fue: tiene, pues razón.

El primo Bobby, el tío y yo decimos que hoy es domingo, y lo es. Tenemos,

pues razón. El capitán Pratt sostiene que mañana será domingo, y lo será:

tiene, pues, razón también. El hecho es que todos tenemos razón y que de

esta forma se han reunido tres domingos en una semana.

Smitherton (tras una pausa).-Pues sí, Pratt, Kate se halla totalmente

en lo cierto. ¡Qué tontos somos los dos! Señor Rumgudgeon, la cosa es

clara: la tierra, como sabe, tiene veinticuatro mil millas de circunferencia.

Ahora bien, este globo terráqueo gira sobre su propio eje, da vueltas, se

mueve en círculo... con lo cual esas veinticuatro mil millas de longitud se

desplazan de oeste a este en veinticuatro horas exactamente.

¿Comprende, señor Rumgudgeon?

Tío.-Desde luego, desde luego... El doctor Dub...

Smitherton (cortándole la palabra).-Bien, señor, eso hace una

velocidad de mil millas al este de aquí. Ahora bien, suponga que zarpo de

un punto situado a mil millas al este de aquí. Desde luego me anticiparé

una hora a la salida del sol aquí, en Londres. Veré salir el sol una hora

antes que ustedes. Habiendo recorrido, en la misma dirección otras mil

millas, me anticiparé en tres horas a ella, y así sucesivamente hasta dar la

vuelta completa al globo y regresar a este punto en que, habiendo

recorrido veinticuatro mil millas en dirección este, me habré anticipado a

195

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEla salida del sol londinense en no menos de veinticuatro horas, es decir,

tendré un día de adelanto con respecto al horario de ustedes.

Comprendido ¿eh?

Tío.-Pero Dubble L. Dee...

Smitherton (hablando muy alto).-El capitán Pratt, por el contrario,

cuando hubo navegado mil millas hacia el oeste de este punto, tenía una

hora de retraso y cuando hubo navegado veinticuatro mil millas hacia el

oeste tenía veinticuatro horas, o un día, de retraso con respecto al horario

de Londres. Así, para mí ayer era domingo, así, para ustedes hoy es

domingo y así, para Pratt mañana será domingo. Y lo que es más, señor

Rumgudgeon, está taxativamente claro que todos tenemos razón, pues no

puede existir ninguna razón filosófica para pensar que la idea de uno de

nosotros deba tener preferencia sobre la de los demás.

Tío.-¡Vaya, vaya! Bien, Kate; bien Bobby, éste es el fallo, como decís.

Pero yo soy hombre de palabra, ¡que no se olvide! Tuya será muchacho

(con pasta y todo) cuando quieras. ¡Esto está concluido, por Júpiter! ¡Tres

domingos en fila! ¡Iré a oír la opinión de Dubble L. Dee sobre eso!

EL DIABLO EN EL CAMPANARIO

¿Qué hora es?

(Expresión antigua)

 

Todos saben de una manera vaga que el lugar más bello del mundo

es -o era, desgraciadamente- el pueblo holandés de Vondervotteimittiss.

Sin embargo, como se encuentra a cierta distancia de todas las grandes

vías, en una situación por decirlo así extraordinaria, probablemente lo

haya visitado un corto número de mis lectores. Por está razón considero

oportuno, para entretenimiento de aquellos que no hayan podido hacerlo,

entrar en algunos pormenores con respecto a él. Y esto es realmente tanto

más necesario cuanto que si me propongo relatar los calamitosos

196

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEacontecimientos ocurridos últimamente dentro de sus límites, es sólo con

la esperanza de conquistar para sus habitantes la simpatía popular.

Ninguno de quienes me conocen dudar de que el deber que me impongo

no sea ejecutado con toda la habilidad de que soy capaz, con esa rigurosa

imparcialidad, escrupulosa comprobación de los hechos y a ardua

confrontación de autoridades, que deben distinguir siempre a aquel que

aspira al título de historiador.

Gracias a la ayuda conjunta de monedas, manuscritos e inscripciones,

estoy autorizado a afirmar positivamente que el pueblo de

Vondervotteimittiss existió siempre, desde su fundación, precisamente en

las mismas condiciones en que hoy se encuentra. Por lo que respecta a la

fecha de su origen, me es singularmente penoso no poder hablar sino con

esa precisión indefinida con que los matemáticos se ven a veces obligados

a conformarse con determinadas fórmulas algebraicas. La fecha -me está

permitido hablar así-, habida cuenta de su prodigiosa antigüedad, no

puede ser menos que una cantidad determinable cualquiera.

Con respecto a la etimología del nombre Vondervotteimittiss;

confieso, no sin pena, estar en duda. Entre una serie de opiniones sobre

este delicado punto, muy sutiles algunas de ellas, otras muy eruditas y

otras lo suficientemente en oposición no hallo ninguna que pueda

considerar satisfactoria. Tal vez la idea de Grogswigg, que coincide casi

con la de Kroutaplenttey deba aceptarse prudentemente. Está concebida

en los siguientes términos: Vondervorreimittiss: Vonderlege Donder;

Votteimittis, quasi und Bleitziz; Bleitziz obsol, pro Blit zen. A decir verdad,

esta etimología encuentra, de hecho, bastante confirmación de algunas

señales de fluido eléctrico que pueden verse todavía en lo alto del

campanario del Ayuntamiento. Sea como fuere, no es mi intención

comprometerme en una tesis de esta importancia, y le ruego al lector

ávido de informaciones que consulte los Oratiunculoe de Rebus Praeter

Veteris, de Dundergutz; que vea, también, Blunderbuzzard, De

Derivationibus, desde la página 27 a la 5.010; infolio, edición gótica,

caracteres rojos y negros, con llamadas y sin numeración, y que consulte

también las notas marginales del autógrafo de Stuffundpuff, con los

subcomentarios de Gruntundguzzell.

197

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

A pesar de la oscuridad que envuelve de este modo la fecha de la

fundación de Vondervotteimittiss y de la etimología de su nombre, no

cabe duda; como ya he dicho, de que ha existido siempre tal como lo

vemos en la actualidad. El más viejo hombre del lugar no recuerda ni la

más leve diferencia en el aspecto de una parte cualquiera de él, y, en

realidad, la simple sugestión de tal posibilidad sería considerada como un

insulto. El pueblo está situado en un valle perfectamente circular, cuya

circunferencia mide, poco más o menos, un cuarto de milla, y está

rodeado completamente por lindas colinas, cuyas cimas jamás pensaron

sus habitantes hollar con su planta. No obstante, éstos dan una excelente

razón de su proceder, por cuanto creen que no hay absolutamente nada al

otro lado.

Alrededor del lindero del valle -que es completamente liso y

pavimentado en toda su extensión con ladrillos planos- hay una

ininterrumpida fila de sesenta pequeñas casas. Se apoyan por detrás

sobre las colinas, y, por tanto, todas miran al centro de la llanura, que se

encuentra justamente a sesenta yardas de la puerta delantera de cada

casa. Cada una de éstas tiene a la entrada un jardincillo, con una avenida

circular, un reloj de sol y veinticuatro coles. Las mismas construcciones

son tan absolutamente iguales que es imposible distinguir una de otra. A

causa de su extrema antigüedad, el estilo arquitectónico es un tanto

extravagante, pero, por esta razón, es todavía notablemente pintoresco.

Estas casas están construidas con pequeños ladrillos, bien endurecidos al

fuego, rojos, con cantos negros, de tal modo, que las paredes parecen un

tablero de ajedrez de grandes proporciones. Los remates están vueltos del

lado de la fachada y poseen cornisas tan grandes como el resto de la casa

en los bordes de los tejados y en las puertas principales. Las ventanas son

estrechas y de amplio alféizar, con vidrieras formadas por cristales

pequeñísimos y grandes marcos. El tejado está recubierto por una gran

cantidad de tejas de puntas arrolladas. La madera es toda de un color

sombrío, totalmente tallada, pero de dibujos poco variados, puesto que,

desde tiempos inmemoriales, los tallistas de Vondervotteimittis no han

sabido esculpir más que dos objetos: un reloj y una col. Ahora bien hay

que reconocer que esto lo hacen admirablemente, y lo prodigan con

singular ingeniosidad en cualquier sitio que pueda encontrar el cincel.

198

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Las habitaciones son tan parecidas a la parte interior como a la

externa, y los muebles son todos de un solo modelo. El piso está

pavimentado con baldosas cuadradas. Las sillas y mesas son de madera

negra, con patas torneadas, delgadas y finas. Las chimeneas son largas y

altas; y no solamente poseen relojes y coles esculpidos en la superficie de

su parte frontal, sino que, además, sostienen en medio de la repisa un

auténtico reloj que produce un prodigioso tic-tac, con dos floreros, cada

uno de los cuales contiene una col; situados en los extremos a modo de

batidores. Entre cada col y el reloj se encuentra, además, un muñeco

chino, panzudo, con un gran agujero en medio de la barriga, a través del

cual puede verse la esfera de un reloj.

Los lares son amplios y profundos, con retorcidos morillos.

Continuamente arde un gran fuego; sobre el que se encuentra una enorme

marmita llena de sauerkraut y carne de cerdo, incesantemente vigilada

por la dueña de la casa. Esta es una gruesa y vieja señora, de ojos azules

y colorado rostro, que se toca con un inmenso gorro semejante a un pilón

de azúcar.

Adornado con cintas purpúreas y amarillas; su traje es de mezclilla

anaranjada, larguísimo por detrás y de estrecha cintura, por otros

conceptos demasiado corto, porque deja descubierta la mitad de la pierna.

Éstas son un poco gruesas, lo mismo que los tobillos pero están cubiertas

por un lindo par de medias verdes.

Sus zapatos, de cuero rosado, están atados con un lazo de cintas

amarillas dispuesto en forma de col. En su mano izquierda tiene un pesado

relojito holandés, y con la derecha maneja un cucharón para el sauerkraut

y la carne de cerdo. A su lado se encuentra un gato gordo y manchado,

que exhibe en la cola un relojillo de cobre dorado de repetición, que «los

chiquillos» le han atado allí como juego.

En cuanto a estos chicos, los tres están en el jardín, cuidando del

cerdo. Todos tienen dos pies de altura, se tocan con tricornios y visten

chalecos purpúreos que les llegan casi a los muslos, calzones de piel de

gamo, medias roja de lana, zapatones con gruesas hebillas de plata y

largas blusas con grandes botones de nácar.

199

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Cada uno tiene una pipa en la boca y un abultado reloj en la mano

derecha. Una bocanada de humo, una mirada al reloj; una mirada al reloj,

una bocanada de humo. El cerdo, que es corpulento y perezoso, se

entretiene unas veces en mordisquear las hojas que han caído de las coles

y otras en querer morderse el relojito dorado que aquellos pícaros le han

atado también al rabo, con objeto de embellecerle tanto como al gato.

Exactamente enfrente de la puerta de entrada, en una poltrona de

amplio respaldo forrado de cuero, con patas torneadas y finas, como las

de las mesas, se ha instalado el viejo propietario de la casa. Es un

viejecillo excesivamente hinchado, con grandes ojos redondos y una

enorme doble papada. Su indumentaria se parece a la de los muchachos,

y nada más tengo que decir sobre está en particular. Toda diferencia

consiste en que su pipa es un poco mayor que la de aquellos, y por tanto,

puede lanzar más humo. Lo mismo que ellos, tiene un reloj, pero lo guarda

en el bolsillo. A decir verdad, tiene algo que hacer más importante que

vigilar un reloj, y esto es lo que voy a explicar. Está sentado, con la pierna

derecha sobre la rodilla izquierda. Tiene el semblante grave y conserva

siempre uno por lo menos de sus ojos decididamente fijo en cierto objeto

muy interesante del centro de la llanura.

Este objeto está situado en el campanario del Ayuntamiento. Los

miembros del Consejo son todos unos hombrecillos achaparrados,

adiposos e inteligentes, con ojos gruesos como salchichas y enormes

papadas. Visten trajes mucho más largos, y las hebillas de sus zapatos son

mucho mayores que las del resto de los habitantes de Vondervotteimittiss.

Desde que resido en el pueblo han celebrado varias sesiones

extraordinarias, y han tomado estos tres importantes acuerdos:

«Es un crimen alterar el antiguo buen ritmo de las cosas.»

«No existe nada tolerable fuera de Vondervotteimittiss.»

«Juramos fidelidad a nuestros relojes y a nuestras coles.»

Sobre el salón de sesiones se encuentra el campanario, y en el

campanario o torre está, y siempre ha estado, desde tiempo inmemorial,

200

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEel orgullo y maravilla del pueblo: el gran reloj de la aldea de

Vondervotteimittiss. Y hacia este objeto están vueltos los ojos de los viejos

caballeros que se encuentran sentados en poltronas forradas de cuero.

El gran reloj tiene siete esferas, una sobre cada una de las siete caras

del campanario, de modo que se le puede observar cómodamente desde

todos los barrios. Estas esferas son enormes y blancas, y las agujas,

pesadas y negras. En la torre está empleado un hombre cuya sola misión

consiste en cuidar del mismo, pero tal función es la más perfecta de las

sinecuras, porque desde tiempos inmemoriales el reloj de

Vondervotteimittiss jamás ha necesitado de sus servicios. Hasta esos

últimos días, la simple suposición de semejante cosa era considerada

como una herejía. Desde los más antiguos tiempos que los archivos

registran, las horas habían sonado regularmente en la gran campana, y,

en realidad, lo mismo acontecía con todos los demás relojes, grandes y

pequeños, de la aldea. Nunca existió lugar comparable a éste en señalar

con tanta exactitud las horas. Cuando el voluminoso mazo juzgaba llegado

el momento de decir: «¡Las doce!» todos sus obedientes servidores abrían

simultáneamente sus gargantas y respondían como un solo eco. En

resumen, los buenos burgueses estaban encantados con su sauer-kraut,

pero orgullosos de sus relojes.

Todas las personas que disfrutan de sinecuras son objeto de mayor o

menor veneración, y como el campanero de Vondervotteimittiss poseía la

más perfecta de ellas, es el más perfectamente respetado de todos los

mortales. Es el principal dignatario de la aldea, incluso los mismos cerdos

le contemplan reverentemente.

La cola de su casaca es mucho mayor. Su pipa, las hebillas de sus

zapatos, sus ojos y su estómago son mucho mayores que los de ningún

otro viejo caballero de la aldea, y en cuanto a su papada, es no solamente

doble, sino triple.

Describo el feliz estado de Vondervotteimittiss. ¡Ay, qué lástima que

tan delicioso cuadro estuviese condenado a sufrir un día una cruel

transformación!

201

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Hace muchísimo tiempo que ha sido aceptado y comprobado por los

habitantes más sabios de la aldea un proverbio según el cual «nada bueno

puede venir de allende las colinas». Y, en realidad, hay que creer que

estas palabras contenían en sí algo profético. Faltaban cinco minutos para

el mediodía de anteayer cuando, en lo alto de la cresta de las colinas del

lado Este, surgió un objeto de extraño aspecto. Semejante acontecimiento

era propio para despertar la atención universal, y cada uno de los viejos

hombrecillos, sentados en sus poltronas tapizadas de cuero, volvió uno de

sus ojos, desorbitado por el espanto, hacia el fenómeno, continuando con

el otro fijo en el reloj del campanario.

Faltaban sólo tres minutos para el mediodía cuando se comprobó que

el singular objeto en cuestión era un pequeño jovencillo que parecía

extranjero. Descendía por la colina con una enorme rapidez, de modo que

todos pudieron verle muy pronto fácilmente. Era realmente el más

precioso hombrecillo que se había visto jamás en Vondervotteimittiss.

Tenía el rostro un tono oscuro como el rapé, larga y ganchuda la nariz,

ojos que parecían lentejas, enorme boca y magnífica hilera de dientes, que

parecía muy interesado en exhibir riéndose de oreja a oreja. Añádase a

esto patillas y bigotes, y no creo que nada más quedase por ver en su

rostro. Tenía la cabeza descubierta, y su cabellera había sido

cuidadosamente arreglada con papillotes para rizarla. Componíase su

indumentaria de una casaca ajustada y colgante, que terminaba en una

especie de cola de golondrina -por uno de cuyos bolsillos dejaba colgar

una larga punta de pañuelo blanco-, de unos calzones de casimir negros,

medias negras y unos gruesos escarpines cuyos cordones consistían en

enormes lazos de raso negro. Bajo uno de sus brazos llevaba un chapeau-

de-bras, y bajo el otro, un violín casi cinco veces mayor que él. En su

mano izquierda tenía una tabaquera de oro, de donde continuamente

cogía pulgaradas de rapé con la actitud más vanidosa del mundo,

mientras saltaba descendiendo la colina y dando toda clase de pasos

fantásticos.

¡Bondad divina! Era un gran espectáculo para los honrados burgueses

de Vondervotteimittiss.

202

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Hablando claramente, el pícaro reflejaba en su rostro, a pesar de su

sonrisa, un audaz y siniestro carácter. Mientras se dirigía

apresuradamente hacia el pueblo, el aspecto singularmente extraño de

sus escarpines bastó para despertar muchas sospechas, y más de un

burgués que le contempló aquel día hubiese dado algo por dirigir una

ojeada bajo el pañuelo de blanca batista que colgaba de modo tan

irritante del bolsillo de su casaca con cola de golondrina. Pero lo que

despertó principalmente una justa indignación fue el hecho de que aquel

miserable botarate, mientras ejecutaba tan pronto un fandango como una

pirueta, no guardase una regla en su danza y no poseyera ni la menor

noción de lo que se llama llevar el compás.

Mientras tanto, los buenos habitantes del pueblo no habían aún tenido

tiempo para abrir del todo sus ojos cuando, exactamente medio minuto

antes del mediodía, se precipitó el tunante, como os digo, en medio de

ellos, hizo aquí un chassezé allí un balanceo y después de una pirouette y

un pas-de-zephyr, se dirigió como una flecha a la torre del Ayuntamiento,

donde el campanero fumaba estupefacto con una actitud de dignidad y

temor. Pero el pillastruelo le agarró primero de la nariz, se la sacudió y tiró

de ella, le puso sobre la cabeza su gran chapeau-de-bras, hundiéndoselo

hasta la boca, y después, levantando su enorme violín, le golpeó con él

durante tanto rato y con tal violencia, que, dado que el vigilante estaba

muy gordo y el violín era amplio y hueco, se hubiese jurado que todo un

regimiento con enormes tambores redoblaba diabólicamente en la torre

del campanario de Vondervotteimittiss.

No se sabe a que desesperado acto de venganza hubiese impulsado

aquel indignante ataque a los aldeanos de no haber sido por el

importantísimo hecho de faltar medio segundo para el mediodía. Iba a

sonar la campana, y era de absoluta y suprema necesidad que todos

consultaran sus relojes. Era indudable, sin embargo, que, exactamente en

ese instante, el pillo que se había introducido en la torre quería algo que

se relacionaba con la campana, y se metía donde nadie le llamaba. Pero

como empezaba a tocar, nadie tenía tiempo de vigilar sus maniobras,

porque cada uno de los hombres del pueblo era todo oídos contando las

campanadas.

203

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-Una... -dijo el reloj .

-Una... -replicó cada uno de los viejos hombrecillos de

Vondervotteimittiss, en cada sillón tapizado de cuero.

-Una... -dijo el reloj de su mujer.

Y:

-Una... -dijeron los relojes de los niños y los relojillos dorados colgados

de las colas del gato y del cerdo.

-Dos... -continuó la pesada campana.

Y:

-¡Dos! -repitieron todos.

-¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Diez! -dijo la

campana.

-¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! ¡Siete! ¡Ocho! ¡Nueve! ¡Diez! -

respondieron los otros.

-¡Once! -dijo la grande.

-¡Once! -aprobó toda la pequeña gente.

-¡Doce! -dijo la campana.

-¡Doce! -contestaron ellos perfectamente satisfechos y dejando caer

sus voces a compás.

-¡Han dado las doce! -dijeron todos los viejecillos, guardando de

nuevo sus relojes. Sin embargo, la gran campana no había acabado aún.

-¡Trece! -dijo.

-¡Trece!- exclamaron todos los viejecillos, palideciendo y dejando caer

las pipas de sus bocas, mientras descabalgaban sus piernas derechas de

sus rodillas izquierdas- ¡Trece!

204

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¡Trece! ¡Trece! ¡Dios santo, son las trece!- gimotearon.

¿Describir la espantosa escena que se originó? Todo

Vondervotteimittiss estalló de repente en un lamentable tumulto.

-¿Qué le ocurrir a mi barriga? -gritaron todos los niños-. ¡Tengo

hambre desde hace una hora!

-¿Qué les pasa a mis coles? -exclamaron todas las mujeres-. ¡Deben

de estar cocidas desde hace una hora!

-¿Qué le ocurre a mi pipa? -juraron todos los viejecillos- ¡Rayos y

truenos! Debe de estar apagada desde hace una hora.

Y volvieron a cargar sus pipas con gran rabia. Se arrellanaron en sus

sillones y aspiraron el humo con tal prisa y ferocidad, que,

inmediatamente quedó el valle velado por una nube impenetrable.

Mientras tanto, las coles iban adquiriendo tonalidades purpúreas, y

parecía que el mismo viejo diablo en persona se apoderase de todo lo que

tenía forma de reloj. Los relojes tallados sobre los muebles poníanse a

bailar como si estuvieran embrujados, mientras que los que se

encontraban sobre las chimeneas apenas si podían contener su furor y se

obstinaban en un toque incesante: «¡Trece! ¡Trece! ¡Trece!»

Y el vaivén y movimiento de sus péndulos era tal, que resultaba

verdaderamente espantoso de ver. Lo peor era que los gatos y los cerdos

no podían soportar más el desarreglo de los relojillos de repetición atados

a sus colas, y ostensiblemente lo demostraban huyendo hacia la plaza,

arañándolo y revolviéndolo todo, maullando y gruñendo, produciendo un

espantoso aquelarre de maullidos y gruñidos, lanzándose a la cara de las

personas, metiéndose debajo de las faldas, produciendo la más terrible

algarabía y la más tremenda confusión que persona sensata pudiera

imaginar. En cuanto al miserable tunante instalado en la torre, hacía

evidentemente todo lo posible por lograr que la situación fuera más

aflictiva. De cuando en cuando podía vislumbrársele en medio del humo.

Continuaba siempre allí, en la torre, sentado sobre el cuerpo del

campanero, que yacía de espaldas. El infame conservaba entre sus

205

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdientes la cuerda de la campana, sacudiéndola sin parar con la cabeza, de

izquierda a derecha, produciendo tal barullo, que mis oídos se estremecen

aún ahora al recordarlo. Descansaba sobre sus rodillas el enorme violín,

que rascaba sin acorde ni compás con sus dos manos, procurando fingir

horrorosamente, ¡oh, infame payaso! , que estaba tocando la canción de

«Judy O'Flannagan and Paddy O'Rafferty».

Como las cosas habían llegado a tan lamentable estado, abandoné

con repugnancia el lugar, y ahora dirijo un llamamiento a todos los

amantes de la hora exacta y del buen sauer-kraut. Marchemos en masa

hacia el pueblo y restauremos el antiguo orden de cosas en

Vondervotteimittiss, expulsando de la torre a aquel bellaco.

NOTABILIDADES

-all people went

Upon their ten toes in wild wonderment.

Bishop Hall's Satires.

Creo ser acreedor a que se me tenga por todo un hombre célebre,

aunque no sea el autor de Junius, ni el Hombre de la Máscara de Hierro.

Me llamo, según afirman, Robert Jones, y nací no sé en qué barrio de la

ciudad de Fum-Fudge.

El primer acto de mi vida consistió en agarrarme la nariz con ambas

manos. Mi excelente madre, al verlo, auguró que sería un genio; mi padre

lloró de alegría y me premió regalándome un tratado de nasología. Fui un

sabio en esta ciencia antes de usar pantalones.

Este hecho decidió mi orientación en el camino de la ciencia; por él

comprendí que todo hombre, con tal que tenga una nariz suficientemente

206

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdesarrollada, puede, sin más que dejarse arrastrar por su propio instinto,

llegar a ser una notabilidad. No me entretuve en divagaciones teóricas,

sino que, acudiendo a la práctica, todas las mañanas de todos los días de

Dios, me tiraba dos veces de la punta de mi trompa, finalizando esta ma-

niobra, como medio indispensable para el buen resultado de mis intentos,

con media docena de copitas que a continuación me endosaba.

Un día, cuando fui mayor de edad, mi padre me invitó a seguirlo a su

gabinete, y haciéndome sentar frente a él, me preguntó:

- Hijo mío, ¿en qué te ocupas, cuál es tu porvenir, cuál tu misión?

-Padre -le respondí-, me dedico al estudio de la nasología.

-¿Y qué significa eso de nasología, Roberto?

- Señor, la ciencia que estudia las narices.

-¿Y puedes decirme, hijo, cuál es la significación de la palabra

narices?

-Padre, las narices -contesté, bajando algo la voz- las han definido de

muy diverso modo millares de sabios -y, al decir esto, saqué el reloj, miré

la hora y proseguí-: aún no es mediodía, y hasta las doce de la noche

tendremos tiempo de pasar revista de todas estas definiciones.

Esperemos, pues. La nariz, según Bartholius, es esta protuberancia, esta

giba, esta excrecencia, esta...

-Todo eso está muy bien, Robert -interrumpió mi padre-, me confieso

anonadado por lo profundo de tus conocimientos, te lo juro -dijo, cerrando

los ojos y poniéndose la mano derecha sobre el corazón-. ¡Acércate! -

añadió, tomándome del brazo-: tu educación está concluida; creo que es

ya tiempo de que hagas tu entrada en el mundo, y para caminar por él, lo

mejor que debes hacer es seguir sencillamente a tu nariz. Así, pues,

márchate, y que Dios te proteja -me gritó, acompañando sus palabras con

formidables puntapiés, que fui recibiendo hasta llegar a la puerta de la

calle.

A pesar de todo, acepté el consejo paternal, y resolví seguir a mi

nariz. Con mayor fuerza que de ordinario, me di de ella tres tirones

mayúsculos, de los cuales brotó un folleto sobre la nasología.

Todo Fum-Fudge quedó estupefacto al leer mi primera obra.

-¡Soberbio ingenio! -dijo el Quarterly.

-¡Estupenda fisiología! -dijo el Westminster.

207

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¡Ingenioso compañero! -dijo el Foreign.

-¡Excelente escritor! -dijo el Edinbourgh.

-¡Profundo pensador! -dijo el Dublin.

-¡Ilustre hombre! -dijo Bentley.

-¡Alma divina! -dijo Fraser.

-¡Uno de los nuestros! -dijo Blackwood.

-¿Quién será? -dijo una señora literata.

-¿Qué será? -dijo una señorita literata.

No hice caso de cuanto dijeron de mí estas gacetillas y,

despreciándolas, fui derecho al estudio de un artista.

Estaba éste haciendo un retrato a la duquesa de Tal; el marqués de

Cual tenía el perrito de aguas de la duquesa; el conde de Esto-y-lo-otro ju-

gueteaba con el frasco de sales de dicha dama, y Su Alteza Real de Noli-

me-tangere se mecía en su butaca.

Me acerqué al artista y me volví la nariz hacia arriba.

-¡Oh, bellísima! -suspiró Su Excelencia.

-¡Oh, socorro! -gritó el marqués.

-¡Oh, espantosa! -murmuró el conde.

-¡Oh, abominable! -gritó Su Alteza Real.

- ¿Cuánto quiere usted? -me preguntó el artista.

-¿Por la nariz? -exclamó Su Excelencia.

- Mil libras -contesté, tomando asiento.

- ¿Mil libras? -me dijo el artista, pensativo.

-Mil libras -respondí.

- Muy buena es -me dijo con entusiasmo.

208

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

- Pues vale mil libras -repetí.

- ¿La garantiza usted? -preguntó, volviéndome la nariz hacia la luz

para examinar las medias tintas.

- La garantizo -dije, sonándola con estruendo.

-¿Es real, verdadera? -replicó palpándola con algún temor.

-¡Vamos! -dije, tomándola y retorciéndomela bruscamente.

- ¿No es copia? -volvió a preguntar, examinándomela con una lente.

- Absolutamente original -le respondí, hinchándola.

-¡Admirable! -gritó entusiasmado por la maniobra.

- Mil libras -repetí.

-¿Mil libras? -observó.

-Exactamente -dije.

- ¿Mil libras? -insistió.

- Justas y cabales -contesté.

- Las tendrá -respondió-: ¡vaya ejemplar!

Me entregó un billete de mil libras y realizó un esbozo de mi nariz.

Alquilé un piso en Jermyn-Street, y dediqué a Su Majestad la nonagésima

novena edición de mi Nasología adornada con el retrato de mi trompa. El

príncipe de Gales, ese calaverillo libertino, me invitó a comer un día.

Éramos todos personas notables y gente del mejor tono.

Allí estaba un neoplatónico que citó a Porfirio, Jamblique, Plotino,

Proclus, Hierocles, Máximo de Tur y Syrianus. Un profesor de perfectibi-

lidad humana, que citó a Turgot, Price, Priestly, Condorcet, de Staël y el

Ambitius estudiante en salud enferma.

Don Positivo Paradoja afirmó que todos los locos eran filósofos, y que

todos los filósofos eran locos.

Estaba Estético Ético: Habló de fuego, unidad y átomos, alma

bipartita y preexistente; afinidad y discordia; inteligencia primitiva y

homomeria.

209

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Teólogo Teología charló acerca de Eusebio y Arrio; sobre la

herejía y el concilio de Nicea; sobre el Puseísmo y el

Consustancialismo; sobre Homousios y Homoiosios.

El señor Guisado disertó sobre la lengua a la escarlata, las

coles en salsa veloutée, la vaca a la Sainte-Menchould, el

escabeche a la San Florentino y la jalea de naranja en mosaico.

Bibulus, o Bumper, dijo cuatro palabras sobre el Markobrunner,

el Champagne mousseux, el Chaulbertin, el Richebourg y el San

Jorge; sobre el Haut-brian, el Leonville y el Médoc, sobre el Grave,

el Sauterne, el Laffitte y el Saint-Peray, y moviendo la cabeza con

ademán despreciativo, añadió que se preciaba de saber distinguir

con los ojos cerrados el amontillado del jerez.

El señor Tintontintino de Florencia habló de Cimabue, de Arpino,

Carpaccio y Agostino, de las tinieblas de Caravaggio, de la suavidad de

Albano, del colorido de Ticiano, de las comadres de Rubens y de las pi-

cardías de Jan Steen.

El rector de la universidad de Fum-Fudge nos contó que la luna se

llamaba Bendis en Tracia, Bubastes en Egipto, Diana en Roma y

Artemisa en Grecia.

También habló un gran turco de Estambul, que creía firmemente

que los ángeles son caballos, gallos y toros; que en el séptimo cielo

existía uno que tenía setenta mil cabezas, y que la Tierra estaba

sostenida por una vaca azul celeste, con infinito número de cuernos

verdes.

Delfín Polígloto habló de lo que habían llegado a ser las ochenta y tres

tragedias de Esquilo, las cincuenta y cuatro oraciones de Isaías, los tres-

cientos noventa y un discursos de Lysias, los ciento ochenta tratados de

Teofrasto, el octavo libro de las secciones cónicas de Apollonio, los himnos

y ditirambos de Píndaro, y las cuarenta y cinco tragedias de Homero el

Joven.

Don Fernando Fitz-Tosillus Feldspar hizo una reseña del fuego central

de la Tierra y de las capas terciarias, aeriformes, fluidiformes y

solidiformes; de las esquitas y chorlos; de la mica esquita y la pudinga, el

cianito y el lipidolito; la amatista y la tremolita, el antimonio y la

calcedonia, el manganesio y otras muchas cosas más.

210

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Y, por último, me encontraba yo, que hablé de mí, de mí, y, sobre

todo, de mí; de nasología, de mi folleto y de mí. Enseñé mi nariz y hablé

de mí.

-¡Hombre venturoso! ¡Maravillosa criatura! -dijo el príncipe.

-¡Soberbio! -exclamaron a una todos los convidados, y a la mañana

siguiente, Su Excelencia la duquesa me honró con su visita. - ¿Vendrá

usted a Almack, hermosa criatura? -me dijo, haciéndome una caricia en la

barba.

-Se lo prometo, bajo palabra de honor -contesté.

-¿Con toda su nariz, por supuesto? -preguntó.

-Eso ni qué decir tiene -le respondí.

- He aquí una tarjeta de invitación, bellísimo ángel. ¿Anuncio su

visita? ¡Vendrá usted?

-Querida duquesa, con todo mi corazón.

-¿Quién le habla de su corazón? Con su nariz, con toda su nariz, ¿no

es verdad?

-Ni un adarme menos, amor mío.

Me la retorcí una o dos veces, y me dirigí hacia Almack.

Los salones estaban repletos de invitados.

-¡Ya llega! -gritó uno desde la escalera.

-¡Ya llega! -repitió otro que estaba situado un poco más arriba.

-¡Ya llega! -dijo un tercero desde más arriba aún.

-¡Llega!... -gritó la duquesa-. ¡Ya llegó nuestro ángel! Y,

estrechándome entre sus brazos, me dio tres besos en la nariz.

Inmediatamente la asamblea dio inequívocas muestras de desaprobación.

- Diavolo! -exclamó el conde Capricornutti.

-¡Dios nos asista! -dijo el señor Navajas.

- Mille tonnerres! -gritó el príncipe de Grenouille.

-¡Mil diablos! -gruñó el elector de Bluddennuff.

"Esto no puede quedar así", pensé. Monté en cólera y, encarándome

con Bluddennuff, le dije:

-Caballero, es usted un monigote.

-Caballero -replicó, después de una pausa-, ¡relámpagos y truenos!

No hubo necesidad de una palabra más; cambiamos nuestras

tarjetas, y a la mañana siguiente, en Chalk-Farm, le aplasté la nariz, y, por

lo tanto, pude presentar la mía a mis amigos.

211

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¡Bestia! -me llamó el primero.

-¡Tonto! -el segundo.

-¡Avestruz! -el tercero.

-¡Burro! -el cuarto.

-¡Simple! -el quinto.

-¡Badulaque! -el sexto.

-¡Fuera de aquí! -me dijo el séptimo.

Eso me apesadumbró de un modo atroz, y fui a ver a mi padre.

-Padre mío -le pregunté-, ¿cuál es la misión de mi vida?

-Hijo mío -me contestó-, el estudio de la nasología; pero al desnarigar

al elector has traspasado los límites de tus designios. Tienes una nariz

hermosísima; pero Bluddennuff ya no la tiene. Te concedo que en Fum-

Fudge la magnitud de una notabilidad es proporcional a la dimensión de

su trompa; pero, por Dios, hijo, comprende que no puede existir rivalidad

posible para una notabilidad que no tenga absolutamente ninguna.

CONVERSACIÓN CON UNA MOMIA

El symposium de la noche anterior había sido un tanto excesivo para

mis nervios. Me dolía horriblemente la cabeza y me dominaba una

invencible modorra. Por ello; en vez de pasar la velada fuera de casa como

me lo había propuesto, se me ocurrió que lo más sensato era comer un

bocado e irme inmediatamente a la gama.

Hablo, claro está, de una cena liviana. Nada me guste tanto como las

tostadas con queso y cerveza. Más de una libra por vez, sin embargo, no

es muy aconsejable en ciertos casos. En cambio, no hay ninguna oposición

que hacer a dos libras. Y, para ser franco, entre dos y tres no hay más que

una unidad de diferencia. Puede ser que esa noche haya llegado a cuatro.

Mi mujer sostiene que comí cinco, aunque con seguridad confundió dos

cosas muy diferentes. Estoy dispuesto a admitir la cantidad abstracta de

212

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcincos pero, en concreto, se refiere a las botellas de cerveza que las

tostadas de queso requieren imprescindiblemente a modo de condimento.

Habiendo así dado fin a una cena frugal, me puse m gorro de dormir

con intención de no quitármelo hasta las doce del día siguiente, apoyé la

cabeza en la almohada y, ayudado por una conciencia sin reproches, me

sumí en profundo sueño.

Mas, ¿cuándo se vieron cumplidas las esperanzas humanas? Apenas

había completado mi tercer ronquido, cuando la campanilla de la puerta

se puso a sonar furiosamente, seguida de unos golpes de llamador que me

despertaron al instante. Un minuto después, mientras estaba frotándome

los ojos, entró mi mujer con una carta qué me arrojó a la cara y que

procedía de mi viejo amigo el doctor Ponnonner. Decía así:

«Deje usted cualquier cosa, querido amigo, apenas reciba esta carta.

Venga y agréguese a nuestro regocijo. Por fin, después de perseverantes

gestiones, he obtenido el consentimiento de los directores del Museo para

proceder al examen de la momia. Ya sabe a cuál me refiero. Tengo

permiso para quitarle las vendas y abrirla si así me parece. Sólo unos

pocos amigos estarán presentes... y usted, naturalmente. La momia se

halla en mi casa y empezaremos a desatarla a las once de la noche.

Su amigo, Ponnonner».

Cuando llegué a la firma, me pareció que ya estaba todo lo despierto

que puede estarlo un hombre. Salté de la cama como en éxtasis,

derribando cuanto encontraba a mi paso; me vestí con maravillosa rapidez

y corrí a todo lo que daba a casa del doctor.

Encontré allí a un grupo de personas llenas de ansiedad. Me habían

estado esperando con impaciencia. La momia hallábase instalada sobre la

mesa del comedor, y apenas hube entrado comenzó el examen.

Aquella momia era una de las dos traídas pocos años antes por el

capitán Arthur Sabretash, primo de Ponnonner, de una tumba cerca de

Eleithias, en las montañas líbicas, a considerable distancia de Tebas, sobre

el Nilo. En aquella región, aunque las grutas son menos magníficas que las

tebanas, presentan mayor interés pues proporcionan muchísimos datos

sobre la vida privada de los egipcios. La cámara de donde había sido

extraída nuestra momia era riquísima en esta clase de datos; sus paredes

aparecían íntegramente cubiertas de frescos y bajorrelieves, mientras que

213

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElas estatuas, vasos y mosaicos de finísimo diseño indicaban la fortuna del

difunto.

El tesoro había sido depositado en el museo en la misma condición en

que lo encontrara el capitán Sabretash, vale decir que nadie había tocado

el ataúd. Durante ocho años había quedado allí sometido tan sólo a las

miradas exteriores del público. Teníamos ahora, pues, la momia intacta a

nuestra disposición; y aquellos que saben cuán raramente llegan a

nuestras playas antigüedades no robadas, comprenderán que no nos

faltaban razones para congratularnos de nuestra buena fortuna.

Acercándome a la mesa, vi una gran caja de casi siete pies de largo,

unos tres de ancho y dos y medio de profundidad. Era oblonga, pero no en

forma de ataúd. Supusimos al comienzo -que había sido construída con

madera (platanus), pero al cortar un trozo vimos que se trataba de cartón

o, mejor dicho, de papier maché compuesto de papiro. Aparecía

densamente ornada de pinturas que representaban escenas funerarias y

otros temas de duelo; entre ellos, y ocupando todas las posiciones,

veíanse grupos de caracteres jeroglíficos que sin duda contenían el

nombre del difunto. Por fortuna, Mr. Gliddon era de la partida, y no tuvo

dificultad en traducir los signos -simplemente fonéticos- y decirnos que

componían la palabra Allamislakeo1.

1 All a mistake, un puro engaño. (N. de T.)

Nos costó algún trabajo abrir la caja sin estropearla, pero luego de

hacerlo dimos con una segunda, en forma de ataúd, mucho menor que la

primera, aunque en todo sentido parecida. El hueco entre las dos había

sido rellenado con resina, por lo cual los colores de la caja interna estaban

algo borrados.

Al abrirla --cosa que no nos dio ningún trabajo-- llegamos a una tercera

caja, también en forma de ataúd, idéntica a la segunda, salvo que era de

cedro y emitía aún el peculiar aroma de esa madera. No había intervalo

entre la segunda y la tercera caja, que estaban sumamente ajustadas.

Abierta esta última, hallamos y extrajimos el cuerpo. Habíamos

supuesto que, como de costumbre, estaría envuelto en vendas o fajas de

lino; pero, en su lugar, hallamos una especie de estuche de papiro

214

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcubierto de una capa de yeso toscamente dorada y pintada. Las pinturas

representaban temas correspondientes a los varios deberes del alma y su

presentación ante diferentes deidades, todo ello acompañado de

numerosas figuras humanas idénticas, que probablemente pretendían ser

retratos de la persona difunta. Extendida de la cabeza a los pies aparecía

una inscripción en forma de columna, trazada en jeroglíficos fonéticos, la

cual repetía el nombre y títulos del muerto, y los nombres y títulos de sus

parientes.

En el cuello de la momia, que emergía de aquel estuche, había un collar

de cuentas cilíndricas de vidrio y de diversos colores, dispuestas de modo

que formaban imágenes de dioses, el escarabajo sagrado y el globo alado.

La cintura estaba ceñida por un cinturón o collar parecido.

Arrancando el papiro, descubrimos que la carne se hallaba

perfectamente conservada y que no despedía el menor olor. Era de

coloración rojiza. La piel aparecía muy seca, lisa y brillante. Dientes y

cabello se hallaban en buen estado. Los ojos (según nos pareció) habían

sido extraídos y reemplazados por otros de vidrio, muy hermosos y de

extraordinario parecido a los naturales, salvo que miraban de una manera

demasiado fija. Los dedos y las uñas habían sido brillantemente dorados.

Mr. Gliddon era de opinión que, dada la rojez de la epidermis, el

embalsamamiento debía haberse efectuado con betún; pero, al raspar la

superficie con un instrumento de acero y arrojar al fuego el polvo así

obtenido, percibimos el perfume del alcanfor y de otras gomas aromáticas.

Revisamos cuidadosamente el cadáver, buscando las habituales

aberturas por las cuales se extraían las entrañas, pero, con gran sorpresa,

no las descubrimos. Ninguno de nosotros sabía en aquel momento que con

frecuencia suelen encontrarse momias que no han sido vaciadas. Por lo

regular se acostumbraba extraer el cerebro por las fosas nasales y los

intestinos por una incisión del costado; el cuerpo era luego afeitado, la-

vado y puesto en salmuera, donde permanecía varias semanas, hasta el

momento del embalsamamiento propiamente dicho.

Como no encontrábamos la menor señal de una abertura, el doctor

Ponnonner preparaba ya sus instrumentos de disección, cuando hice notar

que eran más de las dos de la mañana. Se decidió entonces postergar el

examen interno hasta la noche siguiente, y estábamos a punto de

215

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsepararnos, cuando alguien sugirió hacer una o dos experiencias con la

pila voltaica.

Si la aplicación de electricidad a una momia cuya antigüedad se

remontaba por lo menos a tres o cuatro mil años no era demasiado

sensata, resultaba en cambio lo bastante original como para que todos

aprobáramos la idea. Un décimo en serio y nueve décimos en broma,

preparamos una batería en el consultorio del doctor y trasladamos

allí a nuestro egipcio.

Nos costó muchísimo trabajo poner en descubierto una porción del

músculo temporal, que parecía menos rígidamente pétrea que otras

partes del cuerpo; pero, tal como habíamos anticipado, el músculo no dio

la menor muestra de sensibilidad galvánica cuando establecimos el

contacto. Esta primera prueba nos pareció decisiva y, riéndonos de

nuestra insensatez nos despedíamos hasta la siguiente sesión, cuando mis

ojos cayeron casualmente sobre los de la momia y quedaron clavados por

la estupefacción. Me había bastado una mirada para darme cuenta de

que aquellos ojos, que suponíamos de vidrio y que nos habían llamado la

atención por cierta extraña fijeza, se hallaban ahora tan cubiertos por los

párpados que sólo una pequeña porción de la tunica albuginea era visible.

Lanzando un grito, llamé la atención de todos sobre el fenómeno, que

no podía ser puesto en discusión.

No diré que me sentí alarmado, pues en mi caso la palabra no

resultaría exacta. Es probable sin embargo que, de no mediar la cerveza,

me hubiera sentido algo nervioso. En cuanto al resto de los asistentes, no

trataron de disimular el espanto que .se apoderó de ellos. Daba lástima

contemplar al doctor Ponnonner. Mr. Gliddon, gracias a un procedimiento

inexplicable, había conseguido hacerse invisible. En, cuanto a Mr. Silk

Buckingham, no creo que tendrá la audacia de negar que se había metido

a gatas debajo de la mesa.

Pasado el primer momento de estupefacción, resolvimos de común

acuerdo proseguir la experiencia. Dirigimos nuestros esfuerzos hacia el

dedo gordo del pie derecho. Practicamos una incisión en la zona exterior

del os sesamoideum pollicis pedís, llegando hasta la raíz del músculo

abductor. Luego de reajustar la batería, aplicamos la corriente a los

nervios al descubierto. Entonces, con un movimiento extraordinariamente

216

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POElleno de vida, la momia levantó la rodilla derecha hasta ponerla casi en

contacto con él abdomen y, estirando la pierna con inconcebible fuerza,

descargó contra el doctor Ponnonner un golpe que tuvo por efecto hacer

salir a dicho caballero como una flecha disparada por una catapulta,

proyectándolo por una ventana a la calle.

Corrimos en masa a recoger los destrozados restos de la víctima, pero

tuvimos la alegría de encontrarla en la escalera, subiendo a toda

velocidad, abrasado de fervor científico, y más que nunca convencido de

que debíamos proseguir el experimento sin desfallecer.

Siguiendo su consejo, decidimos practicar una profunda incisión en la

punta de la nariz, que el doctor sujetó en persona con gran vigor,

estableciendo un fortísimo contacto con los alambres de la pila.

Moral y físicamente, figurativa y literalmente, el efecto producido fue

eléctrico. En primer lugar, el cadáver abrió los ojos y los guiñó

repetidamente largo rato, como hace Mr. Barnes en su pantomima; en

segundo, estornudó; en tercero, se sentó; en cuarto, agitó violentamente

el puño en la cara del doctor Ponnonner; en quinto, volviéndose a los

señores Gliddon y Buckingham, les dirigió en perfecto egipcio el siguiente

discurso:

-Debo decir, caballeros, que estoy tan sorprendido como

mortificado por la conducta de ustedes. Nada mejor podía esperarse del

doctor Ponnonner. Es un pobre estúpido que no sabe nada de nada. Lo

compadezco y lo perdono. Pero usted, Mr. Gliddon... y usted, Silk... que

han viajado y trabajado en Egipto, al punto que podría decirse que ambos

han nacido en nuestra madre tierra... Ustedes, que han residido entre

nosotros hasta hablar el egipcio con la misma perfección que su lengua

propia... Ustedes, a quienes había considerado siempre como los leales

amigos de las momias... ¡ah, en verdad esperaba una conducta más

caballeresca de parte de los dos! ¿Qué debo pensar al verlos contemplar

impasibles la forma en que se me trata? ¿Qué debo pensar al descubrir

que permiten que tres o cuatro fulanos me arranquen de mi ataúd y me

desnuden en este maldito clima helado? ¿Y cómo debo interpretar, para

decirlo de una vez, que hayan permitido y ayudado a ese miserable

canalla, el doctor Ponnonner, a que me tirara de la nariz?

217

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Nadie dudará, presumo, de que, dadas las circunstancias y el antedicho

discurso, corrimos todos hacia la puerta, nos pusimos histéricos, o nos

desmayamos cuan largos éramos. Cabía esperar una de las tres cosas.

Cada una de esas líneas de conducta hubiera podido ser muy

plausiblemente adoptada. Y doy mi palabra de que no alcanzo a

explicarme cómo y por qué no seguimos ninguna de ellas. Quizá haya que

buscar la verdadera razón en el espíritu de nuestro tiempo, que se guía

por la ley de los contrarios y la acepta habitualmente como solución de

cualquier cosa por vía de paradoja e imposibilidad. Puede ser, asimismo,

que el aire tan natural y corriente de la momia privara a sus palabras de

todo efecto aterrador. De todos modos, los hechos son como los he

contado, y ninguno de nosotros demostró espanto especial, ni pareció

considerar que lo que sucedía fuese algo fuera de lo normal.

Por mí parte me sentía convencido de que todo estaba en orden, y me

limité a correrme a un costado, lejos del alcance de los puños del egipcio.

El doctor Ponnonner se metió las manos en los bolsillos del pantalón, miró

con fijeza a la momia y se puso extraordinariamente rojo. Mr. Gliddon se

acarició las patillas y se ajustó el cuello,. Mr. Buckingham bajó la cabeza y

se metió el dedo pulgar derecho en el ángulo izquierdo de la boca.

El egipcio lo miró severamente durante largo rato, tras lo cual hizo un

gesto despectivo y le dijo:

-¿Por qué no me contesta, Mr. Buckingham? ¿Ha oído o no lo que acabo

de preguntarle? ¡Sáquese ese dedo dé la boca!

Mr. Buckingham se sobresaltó ligeramente, quitóse el pulgar derecho

del lado izquierdo de la boca y, por vía de compensación, insertó el pulgar

izquierdo en el ángulo derecho de la abertura antes mencionada.

A1 no recibir respuesta de Mr. Buckingham, la momia se volvió

malhumorada a Mr. Gliddon y, con tono perentorio, le preguntó qué

diablos pretendíamos todos.

Mr. Gliddon le contestó detalladamente en idioma fonético; y sí no

fuera por la carencia de caracteres jeroglíficos en las imprentas

norteamericanas, me hubiese encantado reproducir aquí su excelentísimo

discurso en la forma original.

Aprovecharé la ocasión para hacer notar que la conversación con la

momia se desarrolló en egipcio antiguo; tanto yo como los otros miembros

218

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEno eruditos del grupo contamos con los señores Gliddon y Buckingham

como intérpretes. Estos caballeros hablaban la lengua materna de la

momia con inimitable fluidez y gracia; - pero no pude dejar de observar

que (a causa, sin duda, de la introducción de imágenes modernas, vale

decir absolutamente novedosas para el egipcio) ambos eruditos se veían

obligados en ocasiones a emplear formas concretas para explicar

determinadas cosas. Mr. Gliddon, por ejemplo, no pudo hacer comprender

en cierto momento al egipcio la palabra «política» hasta que no hubo

dibujado en la pared, con un carbón, un diminuto caballero de nariz llena

de verrugas, con los codos rotos, subido a una tribuna, la pierna izquierda

echada hacia atrás, el brazo derecho tendido hacia adelante, cerrado el

puño y los ojos vueltos hacia el cielo, mientras la boca se abría en un

ángulo de noventa grados. Del mismo modo, Mr. Buckingham no consiguió

hacerle entender la noción absolutamente moderna de whig hasta que el

doctor Ponnonner le sugirió el medio adecuado; nuestro amigo se puso

sumamente pálido, pero consintió en quitarse la peluca2.

2 Poe hace un juego de palabras con wig, peluca, y whig, partido

político norteamericano formado hacia 1834. (N. del T.)

Se comprenderá fácilmente que el discurso de Mr. Gliddon versó

principalmente sobre los grandes beneficios que el desempaquetamiento

y destripamiento de las momias había proporcionado a la ciencia,

aprovechando esto para excusarnos de todos los inconvenientes que

pudiéramos haber causado en especial a la momia llamada Allamistakeo;

concluyó sugiriendo finamente (pues apenas era una insinuación) que, una

vez explicadas estas cosas, muy bien podíamos continuar con el examen

proyectado.

Al oír esto, el doctor Ponnonner se puso a preparar sus instrumentos.

Pero parece ser que Allamistakeo tenía ciertos escrúpulos de

conciencia -cuya naturaleza no pude llegar a comprender- con respecto a

la sugestión del orador. Mostróse, sin embargo, satisfecho de las excusas

ofrecidas y, bajándose de la mesa, estrechó las manos de todos los

presentes.

219

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Terminada esta ceremonia, nos ocupamos inmediatamente de reparar

los daños que el bisturí había ocasionado en nuestro sujeto. Le cosimos la

herida de la frente, le vendamos el pie y le aplicamos una pulgada

cuadrada de esparadrapo negro en la punta de la nariz.

Notóse entonces que el conde (tal parecía ser el título de Allamistakeo)

temblaba ligeramente, sin duda a causa del frío. El doctor se trasladó al

punto a su guardarropa, volviendo con una magnífica chaqueta negra,

admirablemente cortada por Jennings; un par de pantalones de tartán

celeste con trabillas, una camisa de guinga color rosa, un chaleco de

brocado, un abrigo corto blanco, un bastón con puño, un sombrero sin

alas, botas de charol, guantes de cabritilla de color paja, un monóculo, un

par de patillas y una corbata del modelo en cascada. Dada la disparidad

de tamaño entre el conde y el doctor (que sé hallaban en proporción de

dos a uno), tuvimos alguna dificultad para disponer aquellas prendas en la

persona del egipcio; pero, una vez vestido, hubiera podido decirse que lo

estaba de verdad. Mr. Gliddon le dio entonces el brazo y lo llevó hasta un

confortable sillón junto al fuego, mientras el doctor llamaba y pedía

cigarros y vino.

La conversación no tardó en animarse. Como es natural, nos sentíamos

muy curiosos ante el hecho bastante notable de que Allamistakeo siguiera

todavía vivo.

-Hubiera pensado --expresó Mr. Buckingham- que estaba usted muerto

desde hacía mucho.

-¡Cómo! -replicó el conde, profundamente sorprendido-. ¡Si apenas he

pasado los setecientos años! Mi padre vivió mil y no estaba en absoluto

chocho cuando murió.

Siguieron a esto una serie de preguntas y cálculos, tras de los cuales

fue evidente que la antigüedad de la momia había sido muy groseramente

estimada. Hacía cinco mil cincuenta años, con algunos meses, que le

habían depositado en las catacumbas de Eleithias.

-Mi observación, empero -continuó Mr. Buckingham-, no se refería a la

edad de usted en el momento de su entierro (ya que no tengo

inconveniente en reconocer que es usted un hombre joven), sino a la

inmensidad de tiempo que llevaba, según su propio testimonio, envuelto

en betún.

220

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-¿En qué? -dijo el conde.

-En betún -persistió Mr. Buckingham.

- ¡Ah, sí, creo entender! El betún podía servir, en efecto; pero en mi

tiempo se empleaba casi exclusivamente el bicloruro de mercurio.

-Lo que nos resulta particularmente difícil de comprender -dijo el doctor

Ponnonner- es cómo, después de morir y ser enterrado en Egipto hace

cinco mil años, se encuentra usted hoy lleno de vida y con aire tan sa

ludable.

-Si hubiese estado muerto, como dice usted -replicó el conde-, lo más

probable es que continuara están dolo; pero veo que se hallan ustedes en

la infancia del galvanismo y no son capaces de llevar a cabo la que en

nuestros antiguos tiempos era práctica corriente. Por mí parte, caí

en estado de catalepsia y mis mejores amigos consideraron qué estaba

muerta o que debía estarlo; me embalsamaran, pues, inmediatamente,

pero... supongo que están ustedes al tanto del principio fundamental del

embalsamamiento.

- ¡De ninguna manera!

-¡Ah, ya veo! ¡Triste ignorancia, en verdad! Pues bien, no entraré en

detalles, pero deba decir que en Egipto el embalsamamiento propiamente

dicho consistía en la suspensión indefinida de todas las funciones animales

sometidas al proceso. Empleo el término « animal» en su sentido más

amplio, incluyendo no sólo el ser físico, sino el moral y el vital. Repito que

el principio básico consistía entre nosotros en suspender y mantener

latentes todas las funciones animales sometidas al proceso de

embalsamamiento. O sea, que, en resumen, cualquiera fuese la condición

en que se encontraba el sujeto en el momento de ser embalsamado, así

continuaba por siempre. Pues bien, como afortunadamente soy de la

sangre del Escarabajo, fui embalsamado vivo, tal como me ven ustedes

ahora.

-¡La sangre del Escarabajo! -exclamó el doctor Ponnonner.

-Sí. El Escarabajo era el emblema, las «armas» de una distinguidísima

familia patricia muy poco numerosa. Ser «de la sangre del Escarabajo»

significa sencillamente pertenecer a dicha, familia cuyo emblema era el

Escarabajo. Hablo figurativamente.

-Pero, ¿qué tiene eso que ver con que esté usted vivo?

221

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-Pues bien, la costumbre general en Egipto consiste en extraer el

cerebro y las entrañas del cadáver antes de embalsamarlo; tan sólo la

raza de los Escarabajos se eximía de esa práctica. De no haber sido yo un

Escarabajo, me hubiera quedado sin cerebro y sin entrañas; y no resulta

cómodo vivir sin ellos.

-Ya veo -dijo Mr. Buckingham-, y presumo que todas las momias que

nos han llegado enteras son de la raza del Escarabajo.

-Sin la menor duda.

-Yo había pensado -dijo tímidamente Mr. Gliddon- que el Escarabajo era

uno de los dioses egipcios.

-¿Uno de los qué egipcios? -gritó la momia, poniéndose de pie.

-Uno de los dioses -repitió el erudito.

-Mr. Gliddon, estoy estupefacto al oírle hablar de esa manera -dijo el

conde, volviendo a sentarse-. Ninguna nación de este mundo ha

reconocido nunca más de un dios. El Escarabajo, el Ibis, etc., eran para

nosotros los símbolos (como seres semejantes lo fueron para otros), los

intermediarios a través de los cuales adorábamos a un Creador demasiado

augusto para dirigirnos a él directamente.

Hubo una pausa. La conversación fue reanudada por el doctor

Ponnonner.

-A juzgar por lo que nos ha explicado usted -dijo-, no sería improbable

que en las catacumbas próximas al Nilo haya otras momias de la raza de

los Escarabajos e igualmente vivas.

-Sin la menor duda -replicó el conde-. Todos los Escarabajos

embalsamados vivos por accidente siguen estando vivos. Incluso algunos

de aquéllos, embalsamados expresamente, pueden haber sido olvidados

por sus ejecutores testamentarios y, sin duda, continúan en sus tumbas.

-¿Sería usted tan amable de explicarnos -pregunté- qué entiende por

embalsamar «expresamente»?

-Con mucho gusto -repuso la momia, luego de mirarme atentamente a

través del monóculo, pues era la primera vez que me atrevía a hacerle

una pregunta directa.

-Con mucho gusto -repitió-. La duración usual de la vida humana en mi

tiempo era de unos ochocientos años. Pocos hombres morían, a menos de

sobrevenirles algún accidente extraordinario, antes de los seiscientos;

222

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpero la cifra anterior era considerada como el término natural. Luego de

descubierta el principio del embalsamamiento, tal como lo he explicado

antes, nuestros filósofos pensaron que sería posible satisfacer una muy

laudable curiosidad, y a la vez contribuir grandemente a los intereses de

la ciencia, si ese término natural era vivido en varias etapas. En el caso de

la historia, sobre todo, la experiencia había demostrado que algo así

resultaba indispensable. Un historiador, por ejemplo, llegado a la edad de

quinientos años, escribía un libro con muchísimo celo, y luego se hacía

embalsamar cuidadosamente, dejando instrucciones a sus albaceas pro

tempore, para que lo resucitaran transcurrido un cierto período -digamos

quinientos o seiscientos años-. A1 reanudar su vida, el sabio descubría

invariablemente que su gran obra se había convertido en una especie de

libreta de notas reunidas al azar, algo así como una palestra literaria de

todas las conjeturas antagónicas, los enigmas y las pendencias personales

de un ejército de exasperados comentadores. Aquellas conjeturas, etc.,

que recibían el nombre de notas o enmiendas, habían tapado, deformado

y agobiado de tal manera el texto, que el autor se veía precisado a

encender una linterna para buscar su propio libro. Una vez descubierto, no

compensaba nunca el trabajo de haberlo buscado. Luego de escribirlo

íntegramente de nuevo, el historiador consideraba su deber ponerse a

corregir de inmediato, con su conocimiento y experiencias personales, las

tradiciones corrientes sobre la época en que había vivido anteriormente. Y

así, ese proceso de nueva redacción y de rectificación personal, cumplido

de tiempo en tiempo por diversos sabios, impedía que nuestra historia se

convirtiera en una pura fábula.

-Perdóneme usted -dijo en este punto el doctor Ponnonner, apoyando

suavemente la mano sobre el brazo del egipcio-. Perdóneme usted, señor,

pero... ¿puedo interrumpirlo un instante?

-Ciertamente, señor -replicó el conde.

-Tan sólo una pregunta -continuó el doctor-. Mencionó usted las

correcciones personales del historiador a las tradiciones referentes a su

propio tiempo. Dígame usted: ¿qué proporción de dichas tradiciones eran

verdaderas?

-Pues bien, señor mío, los historiadores descubrían que las tales

tradiciones se encontraban absolutamente a la par de las historias mismas

223

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEantes de ser reescritas; vale decir que en ellas no había jamás, y bajo

ninguna circunstancia, la menor palabra que no fuera total y radicalmente

falsa.

-De todas maneras -insistió el doctor-, puesto que sabemos que han

pasado por lo menos cinco mil años desde su entierro, doy por descontado

que las historias de aquel período, si no las tradiciones, eran

suficientemente explícitas sobre el tema de mayor interés universal, o sea

la Creación, que, como bien sabe usted, se produjo hace tan sólo diez

siglos.

-¡Caballero! -exclamó el conde Allamistakeo.

El doctor repitió sus palabras, pero sólo logró que el egipcio las

comprendiera después de muchas explicaciones adicionales. Entonces, no

sin vacilar, dijo este último:

-Confieso que las ideas que acaba de sugerirme me resultan

completamente nuevas. En mis tiempos jamás supe que alguien abrigara

la singular fantasía de que el universo (o este mundo, si lo prefiere hubiera

tenido jamás un principio. Sólo recuerdo que una vez -una vez tan sólo-

escuché de un hombre de grandes conocimientos cierta remota

insinuación acerca del origen de la raza humana, y esa misma persona

empleó la palabra Adán (o sea tierra roja) que acaba de emplear usted.

Pero él lo hizo en un sentido muy amplio, refiriéndose a la generación

espontánea de cinco vastas hordas humanas salidas del limo (como nacen

miles de otros organismos inferiores ), y que surgieron simultáneamente

en cinco partes distintas y casi iguales del globo.

Al oír esto nos miramos, encogiéndonos de hombros, y uno o dos se

llevaron un dedo a la sien con aire significativo. Entonces- Mr. Silk

Buckingham, luego de echar una ojeada al occipucio y a la coronilla de

Allamistakeo, habló como sigue:

-La larga duración de la vida en sus tiempos, así como la costumbre

ocasional de pasarla en distintas etapas, según nos ha explicado usted,

debe haber contribuido profundamente al desarrollo y a la acumulación

general del saber. Presumo, pues, ,que la marcada inferioridad de los

egipcios antiguos en materias científicas, si se los compara con los

modernos, y más especialmente con los yanquis, nace dé la mayor dureza

del cráneo egipcio.

224

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

-Debo confesar nuevamente -repuso el conde con mucha gentileza que

me cuesta un tanto comprenderle. ¿A qué materias científicas se refiere,

por favor?

Uniendo nuestras voces, le dimos entonces toda clase de detalles sobre

las teorías frenológicas y las maravillas del magnetismo animal.

Luego de escucharnos hasta el fin, el conde se puso a narrarnos

algunas anécdotas que demostraron claramente cómo los prototipos de

Gall y de Spurzheim habían florecido en Egipto en tiempos tan remotos

como para que su recuerdo se hubiese perdido; así como que -los

procedimientos de Mesmer eran despreciables triquiñuelas comparados

con los verdaderos milagros de los sabios de Tebas, capaces de crear

piojos y muchos otros seres similares.

Pregunté al conde si su pueblo sabía calcular los eclipses. Sonrió un

tanto desdeñosamente y me contestó que sí.

Esto me desconcertó algo, pero seguí haciéndole preguntas sobre sus

conocimientos astronómicos hasta que uno de los presentes, que hasta

entonces no había abierto la boca, me susurró al oído que para esa clase

de informaciones haría mejor en consultar a Ptolomeo (sin explicarme

quién era), así como a un tal Plutarco, en su De facie lunae.

Interrogué entonces a la momia acerca de espejos ustorios y lentes, y

de manera general sobre la fabricación del vidrio; pero, apenas había

formulado mis preguntas, cuando el contertulio silencioso me apretó

suavemente el codo, pidiéndome en nombre de Dios que echara un

vistazo a Diodoro de Sicilia. En cuanto al conde, se limitó a preguntarme, a

modo de respuesta, si los modernos poseíamos microscopios que nos

permitieran tallar camafeos en el estilo de los egipcios.

Mientras pensaba cómo responder a esta pregunta, el pequeño doctor

Ponnonner se puso en descubierto de la manera más extraordinaria.

- ¡Vaya usted a ver nuestra arquitectura! -exclamó, con enorme

indignación por parte de los dos egiptólogos, quienes lo pellizcaban

fuertemente sin conseguir que se callara.

-¡Vaya a ver la fuente del Bowling Green, de Nueva York! -gritaba

entusiasmado-. ¡O, si le resulta demasiado difícil de contemplar, eche una

ojeada al Capitolio de Washington!

225

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Y nuestro excelente y diminuto médico siguió detallando

minuciosamente las proporciones del edificio del Capitolio. Explicó que tan

sólo el pórtico se hallaba adornado con no menos de veinticuatro

columnas, las cuales tenían cinco pies de diámetro y estaban situadas a

diez pies una de otra.

El conde dijo que lamentaba no recordar en ese momento las

dimensiones exactas de cualquiera de los principales edificios de la ciudad

de Aznac, cuyos cimientos habían sido puestos en la noche de los tiempos,

pero cuyas ruinas seguían aún en pie en -la época de su entierro, en un

desierto al oeste de Tebas. Recordaba empero (ya que de pórtico se

trataba) que uno de ellos, perteneciente a un palacio secundario en un

suburbio llamado Karnak, tenía ciento cuarenta y cuatro columnas de

treinta y siete pies de circunferencia, colocadas a veinticinco pies una de

otra. A este pórtico se llegaba desde el Nilo por una avenida de dos millas

de largo, compuesta por esfinges, estatuas y obeliscos, de veinte, sesenta

y cien pies de altura. El palacio, hasta donde alcanzaba a recordar, tenía

dos millas de largo, y su circuito total debía alcanzar las siete millas. Las

paredes estaban ricamente pintadas con jeroglíficos en el interior y

exterior: El conde no pretendía afirmar que dentro del área del palacio

hubieran podido construirse unos cincuenta o sesenta Capitolios como el

del doctor, pero, aun sin estar completamente seguro, pensaba que, con

algún esfuerzo, se hubieran podido meter doscientos o trescientos. Claro

que, después de todo, el palacio de Karnak era bastante insignificante. De

todas maneras el conde no podía negarse conscientemente a admitir el

ingenio, la magnificencia y la superioridad de la fuente del Bowling Green,

tal como la había descrito el doctor. Se veía forzado a reconocer que en

Egipto jamás se había visto una cosa semejante.

Pregunté entonces al conde qué opinaba de nuestros ferrocarriles.

Contestó que no opinaba nada en especial. Los ferrocarriles eran un

tanto débiles, mal concebidos y torpemente realizados. Por supuesto que

no se los podía comparar con las enormes calzadas, perfectamente lisas,

directas y con vías de hierro, sobre las cuales los egipcios transportaban

templos enteros y sólidos obeliscos de ciento cincuenta pies de altura.

Aludía nuestras gigantescas fuerzas mecánicas.

226

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Convino en que algo sabíamos de esas cosas, pero me preguntó cómo

me las habría arreglado para colocar las impostas de los dinteles, aun en

un templo tan pequeño como el de Karnak.

Decidí no escuchar esta pregunta, y quise saber si tenía alguna idea

sobre los pozos artesianos. El conde se limitó a levantar las cejas,

mientras Mr. Gliddon me guiñaba con violencia el ojo y me decía en voz

baja que los ingenieros encargados de las perforaciones en el Gran Oasis

acababan de descubrir uno hacía muy poco.

Mencioné entonces nuestro acero, pero el egipcio levantó

desdeñosamente la nariz y me preguntó si nuestro acero habría podido

ejecutar los profundos relieves que se ven en los obeliscos y que se

ejecutaban con la sola ayuda de instrumentos de cobre.

Esto nos desconcertó tanto que juzgamos prudente trasladar la

ofensiva al campo metafísico. Mandamos buscar un ejemplar de un libro

llamado The Dial, y le leímos en alta voz uno o dos capítulos acerca de

algo no muy claro, pero que los bostonianos denominaban el Gran

Movimiento del Progreso.

El conde se limitó a decir que los Grandes Movimientos eran cosas

tristemente vulgares en sus días; en cuanto al Progreso, en cierta época

había sido una verdadera calamidad, pero nunca llegó a progresar.

Hablaos entonces de la belleza e importancia de la democracia, y

tuvimos gran trabajo para hacer entender debidamente al conde las

ventajas de que gozábamos viviendo allí donde existía el sufragio ad

libitum, y no había ningún rey.

Nos escuchó muy interesado y, en realidad, me dio la impresión de que

se divertía muchísimo. Cuando hubimos terminado, nos hizo saber que,

mucho tiempo atrás, había ocurrido entre ellos algo parecido. Trece

provincias egipcias decidieron ser libres y dar un magnífico ejemplo al

resto de la humanidad. Sus sabios se reunieron y confeccionaron la más

ingeniosa constitución que pueda concebirse. Durante un tiempo se las

arreglaron notablemente bien, sólo que su tendencia a la fanfarronería era

prodigiosa. La cosa terminó, empero, el día en que los quince Estados, a

quienes se agregaron otros quince o veinte, se consolidaron creando el

más odioso e insoportable despotismo que jamás se haya visto en la

superficie de la tierra.

227

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Pregunté el nombre del tirano usurpador.

El conde creía recordar que se llamaba Populacho.

No sabiendo qué decir a esto, alcé mi voz para deplorar la ignorancia

de los egipcios sobre el vapor.

El conde me miró lleno de asombro, pero no dijo nada. En cambio el

contertulio silencioso me dio fuertemente en las costillas ron el codo,

diciéndome que bastante había hecho ya el ridículo, y preguntándome si

realmente era tan tonto como para no saber que la moderna máquina de

vapor deriva de la invención de Hero, pasando por Salomón de Caus.

Nos hallábamos en grave peligro de ser derrotados. Pero, entonces,

para nuestra buena suerte, el doctor Ponnonner acudió a socorrernos e

inquirió si el pueblo egipcio pretendía rivalizar seriamente con los

modernos en la importantísima cuestión del vestido.

El conde, al oír esto, miró las trabillas de sus pantalones y, tomando

luego uno de los. faldones de su chaqueta, se lo acercó a los ojos durante

largo rato. Por fin lo dejó caer, mientras su boca se iba extendiendo

gradualmente dé oreja a oreja; pero no recuerdo que dijese nada a

manera de contestación.

Recobramos así nuestro ánimo, y el doctor, acercándose con gran

dignidad a la momia, le pidió que declarara francamente, por su honor de

caballero, si alguna vez los egipcios habían sido capaces de comprender la

fabricación de las pastillas de Ponnonner o de las píldoras de Brandeth.

Esperamos ansiosamente una respuesta, pero en vano. La respuesta no

llegaba. El egipcio se sonrojó y bajó la cabeza. Jamás se vio triunfo más

completo; jamás una derrota fue sobrellevada con tan poca gracia.

Realmente me resultaba insoportable el espectáculo de la mortificación de

la pobre momia. Busqué mi sombrero, me incliné secamente y salí.

Al llegar a casa vi que eran las cuatro pasadas, y me metí

inmediatamente en cama. Son ahora las diez de la mañana. Desde las

siete estoy levantado, redactando esta crónica para beneficio de mi

familia y de la humanidad. A la primera no volveré a verla. Mi mujer es

una arpía.

Diré la verdad: estoy amargamente cansado de esta vida y del siglo XIX

en general. Me siento convencido de que todo va mal. Además tengo gran

ansiedad por saber quién será Presidente en 2045. Por eso, tan pronto me

228

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhaya afeitado y bebido una taza de café, volveré a casa de Ponnonner y

me haré embalsamar por un par de siglos.

LOS ANTEOJOS

Hace años, estaba de moda ridiculizar la idea de "amor a primera

vista"; pero aquellos que piensan, así como aquellos que sienten

profundamente, siempre han defendido su existencia. De hecho, los

descubrimientos modernos en el campo de lo que podría llamarse

magnetismo ético o estética magnética parecen probar que los afectos

humanos más naturales, y en consecuencia más auténticos e intensos,

son los que surgen en el corazón como por simpatía eléctrica; en una

palabra, que los grilletes psíquicos más radiantes y duraderos son los

impuestos por una mirada. La confesión que voy a hacer agregará uno

más a los ya casi incontables ejemplos que prueban la verdad de esa idea.

El relato me obliga a dar algunos detalles. Todavía soy un hombre jo-

ven; no he cumplido aún los veintidós años de edad. Mi nombre actual es

muy común y bastante plebeyo: Simpson. Digo "actual" porque no hace

mucho que me llamo así; he adoptado legalmente este nombre el año pa-

sado para poder recibir una importante herencia que me dejó un pariente

lejano, Adolphus Simpson, Esq.72 El legado me imponía como condición

adoptar el nombre del testador; su apellido, no el nombre de pila. Mi

nombre de pila, o más exactamente mi nombre de pila completo, es Na-

poleón Bonaparte.

Adopté el apellido Simpson con cierta renuencia, pues siento un or-

gullo muy perdonable por mi verdadero patronímico, Froissart, y creo que

podría demostrar mi descendencia del inmortal autor de las Crónicas. Y ya

que estamos en el tema de los nombres, de paso, quisiera mencionar una

singular coincidencia de sonidos entre los nombres de algunos de mis pre-

decesores inmediatos. Mi padre era Monsieur Froissart, de París. Su

72 Abreviatura de Esquire, literalmente "escudero", título honorífico sin un significado preciso, aplicado en Inglaterra a los comunes asimilados al rango social de caballeros; en los Estados Unidos solía aplicarse a los abogados.

229

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEesposa -mi madre, que se casó con él a los quince años- era Mademoiselle

Croissart, la hija mayor del banquero Croissart, cuya esposa, a su vez, de

sólo dieciséis años al casarse con él, era la hija mayor de Victor Voissart.

Monsieur Voissart, muy curiosamente, estaba casado con una dama de

apellido similar: Mademoiselle Moissart. Ella también se casó siendo casi

una niña, y su madre, Madame Moissart, tenía catorce años cuando la lle-

varon al altar. Estos matrimonios tempranos son comunes en Francia.

Como sea, he aquí a los Moissart, los Voissart, los Croissart y Froissart, en

línea directa de descendencia. Pero mi nombre, como dije, pasó a ser

Simpson por disposición legal, y con tanto rechazo de mi parte que, en un

momento, realmente dudé en aceptar el legado sujeto a aquella inútil y

molesta condición.

En cuanto a dotes personales, no me faltan en absoluto. Por el con-

trario, creo estar bien formado, y poseo lo que nueve de cada diez perso-

nas llamarían un rostro bien parecido. Mido cinco pies y seis pulgadas de

altura. Mi cabello es negro y rizado. Mi nariz está bastante bien. Tengo

ojos grandes y grises, y aunque son débiles en un grado muy inconvenien-

te, nadie sospecharía algún defecto en ellos por su apariencia. Esa debili-

dad, sin embargo, siempre me molestó, y he recurrido a todos los

remedios, excepto los anteojos. Siendo joven y apuesto, naturalmente me

desagradan, y me he negado rotundamente a usarlos. No conozco nada

que desfigure tanto el rostro de una persona joven, ni que imprima tanto

en los rasgos un aire no de gravedad, sino de santurronería y de vejez, di-

rectamente. El monóculo, por su parte, tiene un tinte de vanidad y afec-

tación. Hasta ahora me las he arreglada tan bien como pude sin ninguno

de esos elementos. Pero ya basta de estos detalles meramente personales

que, después de todo, no tienen importancia. Me contentaré con agregar

que mi temperamento es sanguíneo, arrebatado, ardiente y entusiasta, y

que toda mi vida he sido un devoto admirador de las mujeres.

Una noche, el invierno pasado, entré en un palco del Teatro P... en

compañía de un amigo, Mr. Talbot. Era una velada de ópera y el programa

presentaba un atractivo muy especial, de modo que la sala se hallaba

atestada. Sin embargo, nosotros llegamos a tiempo para ocupar las

plateas que habíamos reservado y hasta las cuales, con cierta dificultad,

nos abrimos paso.

230

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Durante dos horas, mi compañero, que era un fanático musical, con-

sagró toda su atención al escenario; yo, mientras tanto, me entretuve ob-

servando al público, compuesto en su mayor parte por la elite misma de la

ciudad. Una vez satisfecho sobre este punto, estaba por dirigir mi vista a

la prima donna, cuando mis ojos fueron detenidos y atrapados por una fi-

gura que, en uno de los palcos privados, había escapado a mi observación.

Aunque viviera mil años, jamás podría olvidar la intensa emoción con

que admiré esa figura. Era la mujer más exquisita que jamás había

contemplado. Tenía en ese momento el rostro vuelto hacia el escenario y,

durante algunos minutos, no pude verlo; pero su forma era divina; ninguna

otra palabra alcanza a describir la belleza de su contorno, e incluso el

término "divina' me parece ridículamente insuficiente mientras lo escribo.

La magia de una forma encantadora en la mujer -la nigromancia de la

gracia femenina- fue siempre un poder al que había encontrado imposible

resistirme; pero aquí estaba la gracia personificada, encarnada, el beau

idéal de mis más exaltadas y entusiastas visiones. La figura, que la

construcción del palco me permitía ver casi entera, sobrepasaba un poco

la altura promedio, y rozaba casi, sin alcanzar de hecho, lo majestuoso. Su

perfecta plenitud y tournure eran deliciosas. La cabeza, de la cual sólo se

veía la parte posterior, rivalizaba en sus líneas con la de la Psique griega,

y era más exhibida que ocultada por una elegante gorra de gaze aérienne,

que me recordó el ventum textilem de Apuleyo. Su brazo derecho se

apoyaba sobre la barandilla del palco, y estremecía cada fibra de mi ser

con su exquisita simetría. Desde el hombro, y hasta pasar apenas el codo,

estaba cubierto por una de esas mangas abiertas y sueltas que están de

moda. Se continuaba entonces con otra, de un material tenue y ceñido,

rematada en un puño de fino encaje que caía grácilmente sobre el dorso

de la mano y sólo permitía ver los delicados dedos, en uno de los cuales

resplandecía un anillo de diamantes, cuyo extraordinario valor advertí de

inmediato. La admirable redondez de la muñeca se veía realzada por el

brazalete que lucía, también engarzado y adornado con una magnífica

aigrette de piedras preciosas, revelando al mismo tiempo, en términos

inequívocos, la riqueza y el gusto refinado de su portadora.

Me quedé contemplando aquella aparición regia por lo menos media

hora, como si me hubiese petrificado de repente; y durante ese tiempo

231

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsentí toda la fuerza y la verdad de cuanto se ha dicho o cantado sobre el

"amor a primera vista". Mis sentimientos eran por completo diferentes de

todos los que había experimentado hasta ese momento, aun en presencia

de los modelos más renombrados de belleza femenina. Una inexplicable

simpatía de alma a alma, que no puedo sino considerar como magnética,

parecía fijar no sólo mi visión, sino todas mis facultades intelectuales y

sensibles, en el admirable objeto que tenía ante mí. Vi, sentí y supe que

estaba profunda, perdida e irrevocablemente enamorado, aun antes de

ver el rostro de la persona amada. De hecho, tan intensa era la pasión que

me consumía, que creo realmente no se habría atemperado mucho si las

facciones, no vistas todavía, resultaran ser ordinarias: tan anómala es la

naturaleza del único amor verdadero -el amor a primera vista- y tan poco

depende en realidad de las condiciones externas, que sólo en apariencia lo

generan y controlan.

Mientras estaba absorto admirando aquella imagen encantadora, un

repentino disturbio entre el público la hizo girar ligeramente la cabeza ha-

cia mí, y pude entonces contemplar su perfil. Su belleza excedía todas mis

previsiones, y sin embargo había en ella algo que me desilusionó, aunque

no podía precisar qué era. Dije "desilusionó", pero ésa no es en absoluto la

palabra adecuada. Mis sensaciones se calmaron y exaltaron al mismo

tiempo. Tenían ahora menos de arrebato y más de un entusiasmo sereno,

de reposo entusiasmado. Esa sensación quizás obedeciera al aire

maternal, como de Madonna, que mostraba aquel rostro... pero me daba

cuenta de que no podía deberse enteramente a ello. Había algo más,

algún misterio que no lograba develar, alguna expresión de aquel

semblante que me perturbaba levemente al tiempo que avivaba

intensamente mi interés. De hecho, me hallaba en ese estado mental que

predispone a un hombre joven y susceptible de cometer cualquier acto de

extravagancia. Si la dama hubiese estado sola, sin duda yo habría ido

hasta su palco, arriesgándome a hablarle; pero afortunadamente la

acompañaban dos personas: un caballero y una mujer sumamente

hermosa y -daba la impresión- algunos años menor que ella.

Di vueltas en mi mente a mil planes que me permitieran en el futuro

ser presentado a la dama de más edad, o en todo caso que me

permitieran en el presente apreciar mejor su belleza. Me habría cambiado

232

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEa un asiento más próximo al de ella, pero el teatro estaba repleto y era

imposible hacerlo; y últimamente los rígidos decretos de la Moda habían

prohibido en forma terminante el uso de gemelos en un caso como aquél,

aun cuando los hubiera tenido, de manera tal que estaba desesperado.

Finalmente, decidí recurrir a mi amigo.

-Talbot -le dije-, usted tiene unos gemelos. Préstemelos.

— ¿Gemel

os? ¡No! ¿Qué supone que estaría haciendo yo con unos gemelos? -me

respondió, volviéndose impacientemente hacia el escenario.

-Pero, Talbot -insistí, tironeándolo del hombro-, escúcheme, por favor.

¿Ve aquel palco? ¡Aquél... no, el siguiente! ¿Vio alguna vez una mujer más

hermosa?

- Es muy hermosa, sin duda -dijo.

-Me pregunto quién podrá ser...

-¡Vaya! ¡Por todos los cielos! ¿No sabe quién es? "El no conocerla

revela su propio anonimato". Es la famosa Madame Lalande, la belleza del

momento par excellence, y el comentario de toda la ciudad.

Inmensamente rica; además, viuda y un gran partido. Acaba de llegar de

París.

-¿Usted la conoce?

-Sí, he tenido el honor.

-¿Podría presentármela?

- Por supuesto, con el mayor placer. ¿Cuándo?

-Mañana, a la una, lo veré en el B...

- Muy bien; y ahora cállese, si puede.

A ese respecto, me vi obligado a escuchar el consejo de Talbot, pues

éste se mantuvo obstinadamente sordo a toda otra pregunta o

insinuación, y se ocupó exclusivamente de lo que estaba ocurriendo en el

escenario durante el resto de la velada.

Por mi parte, yo mantuve mis ojos fijos en Madame Lalande, y final-

mente tuve la buena fortuna de ver su rostro de frente. Era exquisitamen-

te encantador: eso, claro está, ya me lo había dicho mi corazón, aún antes

de que Talbot me lo confirmara; pero ese algo ininteligible seguía pertur-

bándome. Concluí finalmente que lo que afectaba mis sentidos era un

cierto aire de gravedad, de tristeza o, más exactamente, de cansancio,

233

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEque le quitaba a aquel semblante algo de su juventud y frescura, pero

otorgándole una ternura y majestuosidad seráficas, y, por supuesto, para

mi temperamento entusiasta y romántico, un atractivo diez veces mayor.

Mientras deleitaba de aquella manera mis ojos, noté estremecido, por

un sobresalto casi imperceptible de la dama, que ésta había advertido de

repente mi intensa mirada. Yo estaba absolutamente fascinado, sin em-

bargo, y no pude dejar de observarla, ni siquiera un instante. Ella desvió el

rostro, y volví a ver sólo el cincelado contorno de su cabeza. Tras unos

minutos, como urgida por la curiosidad de saber si yo la seguía mirando,

giró gradualmente el rostro una vez más, y una vez más encontró mi ar-

diente mirada. Bajó de inmediato sus grandes ojos oscuros, y un profundo

rubor tiñó sus mejillas. Pero cuál no sería mi asombro al ver que no sólo no

apartó la cabeza por segunda vez, sino que tomó de su regazo unos ge-

melos, los alzó, los ajustó, y se puso a observarme con ellos, atenta y deli-

beradamente, por espacio de varios minutos.

Si hubiese caído un rayo a mis pies no me habría sentido tan

perplejo; solamente perplejo: ni ofendido ni disgustado en absoluto,

aunque una actitud tan audaz en cualquier otra mujer seguramente me

habría molestado. En este caso, todo aquello fue hecho con tanta

serenidad, tanta nonchalance, tanta calma, con un aire tan evidente de la

mejor crianza, en suma, que no se percibía el más mínimo descaro, y mis

únicas sensaciones fueron de admiración y sorpresa.

Noté que la dama pareció satisfecha con la rápida inspección que

hizo primero de mi persona, y estaba bajando los gemelos cuando, como

asaltada por un segundo impulso, volvió a levantarlos y continuó mirán-

dome con fijeza durante varios minutos; cinco minutos por lo menos, estoy

seguro.

Aquel comportamiento, tan llamativo en un teatro norteamericano,

atrajo la atención general y provocó entre el público un vago movimiento,

un murmullo, que me llenó de confusión por un momento, pero que no

produjo ningún efecto visible en el rostro de Madame Lalande.

Una vez satisfecha su curiosidad -si era eso- bajó los gemelos y se

concentró nuevamente en el escenario, dándome el perfil como antes. Yo

continué mirándola sin tregua, aunque tenía plena conciencia de lo im-

propio que era hacerlo. Entonces vi su cabeza cambiar lenta y ligeramente

234

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde posición; y pronto me convencí de que la dama, mientras simulaba

interesarse en el escenario, estaba en realidad observándome

atentamente. Huelga decir el efecto que produjo esa conducta, de parte

de una mujer tan fascinante, en mi espíritu excitable.

Después de espiarme durante quizás un cuarto de hora, el bello

objeto de mi pasión se dirigió al caballero que la acompañaba y supe, por

las miradas de ambos, que hablaban de mí.

Luego, Madame Lalande se volvió una vez más hacia el escenario y,

durante unos minutos, pareció estar absorta en la función. Pero al cabo de

ese tiempo, me vi sumido en una extrema agitación cuando la vi tomar

por segunda vez los gemelos, enfocarlos nuevamente hacia mí y,

desdeñando el renovado murmullo del público, examinarme de pies a

cabeza con la misma compostura que tanto había deleitado y confundido

mi alma previamente.

Aquel comportamiento extraordinario me provocó una absoluta y fe-

bril excitación, un auténtico delirio de amor, y sirvió más para alentarme

que para desconcertarme. En la insensata intensidad de mi devoción, me

olvidé de toda otra cosa que no fuera la presencia y la majestuosa belleza

de la visión que estaba contemplando. Esperé mi oportunidad y, cuando

me pareció que el público estaba concentrado en la ópera, logré captar la

atención de Madame Lalande y, sin más, le hice una leve pero inconfun-

dible reverencia.

Se sonrojó visiblemente, apartó la mirada, miró luego lenta y cauta-

mente alrededor, como para ver si mi osadía había sido advertida, y se in-

clinó después hacia el caballero sentado junto a ella.

Tomé entonces lacerante conciencia de la impertinencia que había

cometido, y no esperé otra cosa que la denuncia inmediata, mientras una

visión de pistolas a la mañana siguiente atravesó rápida e inquietante-

mente mis pensamientos. Pronto me sentí muy aliviado, sin embargo, al

ver que la dama simplemente le dio un programa al caballero, sin decirle

nada. Pero el lector podrá hacerse una vaga idea de mi asombro, de mi

profundo desconcierto, del delirante trastorno de mi corazón y de mi alma

cuando, inmediatamente después, tras haber mirado furtivamente alrede-

dor, la dama posó plena y fijamente sus ojos resplandecientes en los míos,

235

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEy luego, con una ligera sonrisa que dejó ver sus dientes brillantes como

perlas, hizo dos inclinaciones de cabeza, claras, marcadas, inequívocas y

afirmativas.

No tiene sentido, por supuesto, que me extienda acerca de la alegría,

del arrebato, del éxtasis infinito de mi corazón. Si algún hombre enloque-

ció alguna vez por exceso de felicidad, fui yo en aquel momento. Amaba.

Ése era mi primer amor, así lo sentía. Era un amor supremo, indescriptible.

Era "amor a primera vista", y también a primera vista había sido apreciado

y correspondido.

Sí, correspondido. /Cómo y por qué había de dudarlo un instante?

¿Qué otra explicación podía dar de semejante conducta por parte de una

dama tan bella, tan adinerada, tan manifiestamente culta, de tan alta

cuna, de posición social tan elevada, tan enteramente respetable en todo

sentido como yo estaba seguro que era Madame Lalande? i Sí, ella me

amaba, ella correspondía al entusiasmo de mi amor con un entusiasmo

tan ciego, tan desinteresado, tan espontáneo, tan desenfrenado y tan ab-

solutamente ilimitado como el mío! Esas deliciosas fantasías y reflexiones,

sin embargo, se vieron de pronto interrumpidas por la caída del telón. El

público se puso de pie y pronto se produjo el tumulto habitual. Abando-

nando a Talbot abruptamente, hice todo lo posible por abrirme paso y

acercarme a Madame Lalande. Frustrado en mi intento a causa de la mul-

titud, desistí por fin de mi persecución y me dirigí hacia mi casa, conso-

lándome por la decepción de no haber podido rozar siquiera el dobladillo

de su capa al pensar que Talbot me presentaría a ella en forma debida, al

día siguiente.

Llegó, por fin, ese día; es decir, amaneció finalmente después de una

larga y agotadora noche de impaciencia. Y luego, hasta la una, las horas

se arrastraron como caracoles, cansinas e innumerables. Pero incluso Es-

tambul, se dice, tendrá su fin, y así concluyó aquella larga espera. El reloj

dio la una. Mientras se apagaba su último eco entré en el B... y pregunté

por Talbot.

-Salió -dijo el criado, precisamente el de Talbot.

-¡Salió! -respondí, retrocediendo unos pasos-. Permítame decirle, mi

buen amigo, que eso es absolutamente imposible e inconcebible. Mr.

236

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POETalbot no salió. ¿Qué es lo que quiere decir?

-Nada, señor..., sólo que Mr. Talbot no está. Eso es todo. Partió para

S... inmediatamente después del desayuno, y dejó dicho que no volvería

hasta dentro de una semana.

Me quedé petrificado de horror y rabia. Intenté replicar, pero mi len-

gua se negó a su deber. Finalmente, di vuelta sobre mis talones, lívido de

ira y enviando por dentro a toda la tribu de los Talbot a las regiones más

remotas del Erebo. Era evidente que mi considerado amigo, il fanatico, ha-

bía olvidado por completo la cita que tenía conmigo; la había olvidado tan

pronto como fue hecha. Jamás fue un hombre de mucha palabra. Aquello

no tenía remedio, de modo que, ocultando mi enfado lo mejor posible,

remonté la calle malhumorado, haciendo fútiles averiguaciones sobre

Madame Lalande con cada conocido que me encontraba. Por los informes,

descubrí que todos la conocían; muchos tan sólo de vista. Pero llevaba

apenas dos semanas en la ciudad, y por lo tanto eran pocos los que la

conocían personalmente. Esos pocos, siendo en realidad casi extraños

para ella, no podían, o no querían, tomarse la libertad de presentarme

mediante la formalidad de una visita matinal. Mientras, lleno de

desesperación, conversaba con un trío de amigos acerca del tema que

absorbía por completo mi corazón, sucedió que el tema mismo pasó por

allí.

-¡Por mi vida, ahí está! -exclamó uno.

-¡Sorprendentemente hermosa! -agregó el segundo.

-¡Un ángel en la Tierra! -dijo el tercero.

Miré, y en un coche abierto que se acercaba lentamente por la calle

hacia nosotros, iba sentada la encantadora visión de la ópera, acompaña-

da por la dama más joven que la noche anterior ocupaba un asiento en su

palco.

-Su acompañante también está muy bien -dijo el que había hablado

primero.

-Es asombroso -dijo el segundo-. Todavía tiene un aire de lo más

lozano; pero es que el arte hace maravillas. ¡Palabra, luce mejor que en

París, hace cinco años! Una bella mujer todavía, ¿no le parece, Froissart?...

Simpson, quiero decir.

-¡Todavía! -dije yo, ¿y por qué no habría de serlo? Pero, comparada

237

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcon su amiga, es como una vela ante la estrella vespertina, como una

luciérnaga frente a Antares.

-¡Ja, ja, ja! ¡Vaya, Simpson, usted tiene un don sorprendente para

hacer descubrimientos..., por lo originales, quiero decir!

Y entonces nos separamos, mientras uno del trío empezó a

canturrear un alegre vaudeville, del que sólo capté los versos

Ninon, Ninon, Ninonábas Á bas Ninon de l'Enclos!

Durante esta pequeña escena, sin embargo, una cosa había servido

grandemente para consolarme, si bien alimentó la pasión que me consu-

mía. Cuando el coche de Madame Lalande pasó junto a nuestro grupo,

noté que ella me reconoció; y lo que es más, me bendijo con la más será-

fica de las sonrisas imaginables, sin ninguna señal equívoca de aquel reco-

nocimiento.

En cuanto a la presentación, me vi obligado a abandonar toda espe-

ranza hasta que Talbot considerase apropiado regresar del campo.

Mientras tanto, frecuenté con perseverancia todos los sitios respetables de

entretenimiento y, por fin, en el mismo teatro donde la había visto por

primera vez, tuve la suprema dicha de encontrarla y de intercambiar

miradas con ella una vez más. Pero esto sólo sucedió al cabo de una

quincena. Diariamente, en el ínterin, había preguntado por Talbot, y

diariamente me había estremecido de rabia el eterno "No ha vuelto

todavía" de su criado.

La noche en cuestión, por lo tanto, me hallaba en un estado próximo

a la locura. Madame Lalande, me habían dicho, era parisina; había llegado

hacía poco de Francia. ¿No podía regresar a París repentinamente, antes

de que Talbot volviese? ¿Y no la perdería entonces para siempre? Era una

idea terrible de soportar. Dado que estaba en juego mi felicidad futura,

resolví actuar de modo viril. Al terminar la función, por lo tanto, seguí a la

dama hasta su residencia, anoté la dirección y, a la mañana siguiente, le

envié una larga y elaborada carta en la que volcaba todo mi corazón.

Me expresé audaz y libremente... en una palabra, me expresé con pa-

sión. No oculté nada, ni siquiera mis defectos. Aludí a las románticas cir-

cunstancias de nuestro primer encuentro, e incluso a las miradas que

238

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEhabíamos intercambiado. Llegué al extremo de decirle que estaba seguro

de su amor, y le ofrecí esa seguridad y la intensidad de mi devoción como

dos excusas de mi conducta, por lo demás imperdonable. Como tercera,

mencioné mi temor de que pudiera marcharse de la ciudad antes de haber

tenido yo la oportunidad de serle presentado formalmente. Concluí la

carta más vehemente y entusiasta que jamás se haya escrito declarando

con franqueza mi posición social, mi fortuna, a la vez que le ofrecía mi co-

razón y mi mano.

Aguardé la respuesta con angustiante expectativa. Después de lo que

pareció ser un siglo, la respuesta llegó.

Sí, realmente llegó. Por romántico que parezca todo, realmente recibí

una carta de Madame Lalande; la hermosa, la acaudalada, la idolatrada

Madame Lalande. Sus ojos, sus magníficos ojos, no habían desmentido su

noble corazón. Como la auténtica francesa que era, había obedecido los

francos dictados de su razón, los generosos impulsos de su naturaleza, ig-

norando las mojigaterías convencionales de la sociedad. No había desde-

ñado mis declaraciones. No se había refugiado en el silencio. No había

devuelto mi carta sin abrir. Por el contrario, me había enviado en respues-

ta una escrita por su propia y exquisita mano. Decía así:

"Monsieur Simpson me pardonar por no ecribir la ermosa lengua de

su pais tan bien como debría. Es solamente muy poco que he llegado, y no

tuve opportunité para l'étudier.

"Echa mi disculpa po la manière, diré ahora que, ¡hélas, Monsieur

Simpson! no a divinado sino la verdad. ¿Debo decir de más? ¡Hélas! ¿No

me apuro a hablar en demasiado?

Eugénie Lalande"

Besé un millón de veces esa nota de noble inspiración, e incurrí segu-

ramente en otras mil extravagancias que ahora escapan a mi memoria.

Pero Talbot no volvía. i Ay! Si hubiera podido hacerse siquiera una vaga

idea del sufrimiento que me causaba su ausencia, ¿su alma compasiva no

habría vuelto de inmediato para aliviarme? Pero Talbot, sin embargo, no

volvía. Le escribí. Me respondió. Lo retenían asuntos urgentes, pero pronto

regresaría. Me rogaba que no me impacientase, que moderara mis arre-

239

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbatos, que leyera libros tranquilizadores, que no bebiera nada más fuerte

que vino del Rin, y que recurriera a los consuelos de la filosofía. i

Grandísimo tonto! Si no podía venir en persona, ¿por qué, en nombre de

todo lo razonable, no me enviaba una carta de presentación? Volví a es-

cribirle, rogándole que así lo hiciera. La carta me fue devuelta por ese

criado, con el siguiente endoso a lápiz. El truhán se había encontrado con

su amo en el campo:

"Salió de S... ayer, no dijo a dónde, ni cuándo vuelve. Como reconocí

su letra, y sé que usted siempre tiene algún apuro, me pareció lo mejor

devolverle la carta.

Lo saluda atentamente,

Stubbs"

Ni falta hace decir que envié al amo y al valet a las deidades inferna-

les; pero de nada servía la ira, y no había en la queja consuelo alguno.

No obstante, aún me quedaba el recurso de mi audacia natural. Siem-

pre me había sido muy útil, y resolví emplearla una vez más para mis

fines. Por otra parte, después de la correspondencia que habíamos

intercambiado, ¿qué acto de informalidad podía cometer, dentro de ciertos

límites, que Madame Lalande pudiera encontrar indecoroso? Desde lo de

la carta, había adoptado el hábito de vigilar su casa, y así descubrí que la

dama, al caer la tarde, solía dar un paseo por la plaza de enfrente,

acompañada solamente por un negro de librea. Allí, entre las arboledas

exuberantes, en la penumbra gris de un ocaso estival, aguardé mi

oportunidad y la abordé.

Para engañar mejor al sirviente que la acompañaba, lo hice con el

aire confiado de un viejo conocido. Con una presencia de ánimo auténti-

camente parisina, ella captó la situación en el acto y me tendió la más en-

cantadora de las manos para saludarme. El valet se alejó de inmediato

unos pasos. Y entonces, con los corazones rebosantes, hablamos extensa-

mente y sin reservas de nuestro amor.

Como Madame Lalande hablaba inglés con menos fluidez de la que

tenía para escribirlo, debimos mantener nuestra conversación en francés.

En esa dulce lengua, tan propia para la pasión, di libertad al impetuoso

entusiasmo de mi naturaleza y, con toda la elocuencia de que era capaz,

240

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEle pedí su consentimiento para que nos casásemos de inmediato.

Sonrió ante mi impaciencia. Aludió a la vieja historia del decoro, ese

espantajo que acobarda a tanta gente ante la dicha, hasta que la oportu-

nidad de la dicha se desvanece para siempre. Señaló que, imprudente-

mente, yo había hecho saber entre mis amigos que deseaba conocerla, lo

cual significaba que no habíamos sido presentados, lo cual significaba, a

su vez, que no era posible disimular la fecha en que nos habíamos presen-

tado. Casarnos de inmediato sería impropio, sería indecoroso, sería, outré.

Dijo todo esto con un encantador aire de naïveté que me hechizaba al mis-

mo tiempo que me dolía y me convencía. Llegó incluso a acusarme, entre

risas, de precipitación, de imprudencia. Me pidió recordar que, en realidad,

yo no sabía siquiera quién era ella, cuáles eran sus expectativas, sus

vinculaciones, su posición social. Me rogó, pero con un suspiro, que re-

considerase mi propuesta, y llamó a mi amor una infatuación, un capricho,

una ilusión o fantasía del momento, una construcción inestable y sin base,

más de la imaginación que del corazón. Dijo estas cosas mientras las

sombras del bello atardecer se hacían más y más oscuras alrededor; pero

luego, con una suave presión de su mano de hada, echó por tierra en un

delicioso instante todos los argumentos que había esgrimido.

Repliqué lo mejor que pude, como sólo un enamorado puede hacerlo.

Hablé extensa y obstinadamente de mi devoción, de mi pasión, de su pro-

funda belleza y de mi entusiasta admiración. Para finalizar, hice hincapié,

con convincente energía, en los peligros que rodean el camino del amor -

ese camino que jamás fue llano- y reparé en el evidente riesgo de alargar

innecesariamente su recorrido.

Este último argumento pareció suavizar el rigor de su postura. Se

ablandó, pero seguía habiendo un obstáculo, dijo, que sin duda yo no

había considerado en su debida forma. Era un tema delicado de tratar,

sobre todo para una mujer; sentía que al mencionarlo sacrificaba sus

sentimientos, pero, por mí, todo sacrificio tenía sentido. Aludió al tema de

la edad. ¿Me daba cuenta yo, me daba plenamente cuenta de la diferencia

que había entre nosotros? El mundo consideraba admisible, e incluso

conveniente, que el marido sobrepasara en algunos años -hasta quince, o

veinte- la edad de su esposa. Pero ella siempre había creído que la edad

de la mujer no debía exceder jamás la del esposo. Las diferencias tan

241

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEmarcadas daban lugar -i ay, con demasiada frecuencia!- a una vida de

desdichas. Ella sabía que yo no pasaba de los veintidós años, y yo, por el

contrario, quizá no tenía conciencia de que los años de mi Eugénie

excedían considerablemente esa cifra.

En todo aquello había una nobleza de alma, una candorosa dignidad

que me deleitó, que me hechizó, que selló para siempre mis cadenas. Ape-

nas pude contener el profundo arrebato que me dominaba.

- ¡Mi dulcísima Eugénie! -exclamé-. ¿Qué está diciendo? Tiene usted

unos años más que yo. Y qué? Las costumbres del mundo sólo son

tonterías convencionales. Para aquellos que se aman como nosotros, ¿en

qué se diferencia un año de una hora? Yo tengo veintidós años, dice usted;

concedido: en realidad, bien puede considerarme de veintitrés. En cuanto

a usted, mi amada Eugénie, podrá tener no más..., no más de..., de..., de...

Me detuve un instante, esperando que Madame Lalande me inte-

rrumpiera para decirme su verdadera edad. Pero la mujer francesa casi

nunca es directa, y siempre tiene algún recurso práctico a manera de res-

puesta ante una pregunta embarazosa. En este caso, Eugénie, que desde

hacía unos instantes parecía estar buscando algo que llevaba en el pecho,

dejó caer sobre el césped un retrato en miniatura que recogí de inmediato

para devolverle.

- Consérvelo -me dijo con una de sus sonrisas del todo encantadoras-.

Consérvelo en mi honor, en honor de aquella a quien representa

demasiado halagadoramente. Además, en el reverso de ese retrato quizás

encuentre la información que parece buscar. Ahora está oscureciendo,

pero podrá examinarlo a gusto por la mañana. Entretanto, esta noche será

mi acompañante. Mis amigos van a celebrar en casa una pequeña levée

musical. Puedo prometerle que escuchará buen canto. Nosotros los fran-

ceses no somos en absoluto tan puntillosos como ustedes los norteameri-

canos, y no tendré ninguna dificultad en presentarlo como un viejo

conocido mío.

Diciendo esto, se tomó de mi brazo y fuimos hacia su casa. Era una

hermosa mansión, y descuento que estaba amoblada con buen gusto. No

obstante, no puedo pronunciarme categóricamente sobre este último

punto, pues ya había anochecido cuando llegamos y, durante el verano,

en las mansiones norteamericanas más finas rara vez se encienden las lu-

242

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEces a esa hora, la más deliciosa del día. Más tarde fue encendida una lám-

para de techo en el salón principal, y pude ver que éste estaba arreglado

con inusual delicadeza y hasta esplendor; pero las otras dos salas conti-

guas, donde estaban reunidos la mayoría de los invitados, permanecieron

toda la velada en una agradable penumbra. Ésa es una costumbre bien

pensada, que al menos permite a la gente elegir entre la luz y la sombra, y

que nuestros amigos al otro lado del mar deberían adoptar sin pérdida de

tiempo.

Aquella noche fue sin duda la más deliciosa de mi vida. Madame La-

lande no había exagerado la capacidad musical de sus amigos: en ningún

círculo privado, fuera de los de Viena, escuché jamás un canto como el

que escuché allí. Los instrumentistas eran muchos y de un talento supe-

rior. Las voces, principalmente femeninas, eran todas de jerarquía. Hacia

el final, ante el pedido de los invitados, Madame Lalande se levantó sin

reparos ni afectación de la chaise longue en la que estaba sentada a mi

lado y, acompañada por uno o dos caballeros y su amiga de la ópera, se

dirigió hacia el piano situado en el salón principal. Hubiera querido

escoltarla yo, pero sentí que, dadas las circunstancias de mi presentación,

convenía que me quedase discretamente en mi lugar. Por lo tanto, no tuve

el placer de verla cantar, pero sí el de escucharla.

La impresión que produjo en los presentes podría calificarse de eléc-

trica, pero su efecto en mí fue todavía mayor. No sé cómo describirlo. Se

debió en parte, sin duda, al sentimiento de amor que me dominaba, pero

sobre todo a la exquisita y convincente sensibilidad de la cantante. Escapa

al arte infundir a un aria o un recitativo una expresión más apasionada

que la suya. Su versión de la romanza de Otello, el tono con que dijo las

palabras "Sul mio sasso" en Los Capuletos, aún resuenan en mi memoria.

Su registro bajo era absolutamente milagroso. Su voz abarcaba tres octa-

vas completas, desde el re de la contralto hasta el re de la soprano, y,

aunque tenía potencia suficiente para llenar el San Carlos, ejecutaba con

la más minuciosa precisión todas las dificultades de la composición vocal:

escalas ascendentes y descendentes, cadencias y fiorituras. En el final de

La Sonámbula, logró un efecto del todo notable donde dice:

Ah, non guingue uman pensiero

Al contento ond `io son piena.

243

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Allí, imitando a la Malibrán, modificó la frase original de Bellini para

permitir que su voz cayera en el sol tenor, y entonces, con una rápida

transición, saltó al sol sobreagudo, a dos octavas de intervalo.

Tras esos milagros de ejecución vocal, Madame Lalande se levantó

del piano y volvió a ocupar su asiento a mi lado, momento en que le

expresé, con el más profundo entusiasmo, el placer que me había causado

su interpretación. No le dije nada de mi sorpresa, aunque estaba inoculta-

blemente sorprendido: había notado una cierta debilidad, o más bien una

trémula vacilación en su voz cuando conversaba, y no esperaba que de-

mostrase al cantar ningún talento fuera de lo común.

Ahora, nuestra conversación fue larga, intensa, ininterrumpida y sin

reservas. Me hizo contarle buena parte de mi vida, y escuchó con suma

atención cada palabra de mi relato. Nada le oculté a su afecto y su con-

fianza; no me sentía con derecho de hacerlo. Alentado por su candor sobre

la delicada cuestión de su edad, no sólo detallé con toda franqueza mis

muchos defectos menores, sino que confesé esos defectos morales y aun

físicos cuya revelación, al exigir un grado tanto mayor de coraje, es

prueba de amor tanto más grande. Le conté de mis locuras de estudiante,

de mis extravagancias, de mis juergas, de mis deudas y mis galanteos.

Hasta llegué a contarle de una tos consuntiva que me había preocupado

durante un tiempo, de un reumatismo crónico, de una tendencia

hereditaria a la gota y, por último, de la desagradable e inconveniente

debilidad de mis ojos, que hasta ese momento había ocultado

cuidadosamente.

-Sin duda cometió una imprudencia al confesar ese último punto -dijo

Madame Lalande- pues, de no haberlo hecho, estoy segura de que nadie lo

habría acusado de ese crimen. De paso -siguió diciendo, y, pese a la

penumbra de la sala, me pareció distinguir un rubor en sus mejillas-, ¿se

acuerda usted, mon cher ami, de este pequeño auxiliar visual que llevo

colgado del cuello?

Al decir eso, hizo girar entre sus dedos el par de gemelos que tanto

me abrumaran de confusión en la ópera.

-¡Perfectamente, claro que lo recuerdo! -exclamé, presionando

apasionadamente la delicada mano que me ofrecía los gemelos para que

los examinase.

244

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Era un juguete sofisticado y magnífico, ricamente engastado y filigra-

nado, resplandeciente de gemas que, aún bajo esa luz deficiente, dejaban

ver su alto valor.

-Eh bien, mon ami! -continuó diciendo, con cierto empressement en

su voz que me sorprendió un poco-. Eh bien, mon ami, usted me pidió

fervientemente algo que se ha complacido en llamar inapreciable. Me

pidió que nos casemos mañana. Si yo cediera a sus ruegos (y, podría

agregar, a las súplicas de mi propio corazón) ¿no tendría yo derecho de

pedirle a mi vez un favor muy, muy pequeño?

- ¡Pídalo! -exclamé con una energía que estuvo a punto de atraer las

miradas sobre nosotros; y sólo la presencia de los demás impidió que me

arrojara impetuosamente a los pies de mi dama-. ¡Pídalo, pídalo, mi

amada Eugénie... aunque ya está concedido antes de que lo haga!

- Entonces, mon ami -dijo ella-, vencerá usted, por esta Eugénie a la

que ama, esa pequeña debilidad que acaba de confesarme, esa debilidad

más moral que física, y que, permítame asegurarle, no se corresponde con

la nobleza de su verdadero carácter, con el candor de su temperamento;

una debilidad que, en caso de acentuarse, tarde o temprano lo pondrá

además en algún apuro muy desagradable. Vencerá, por mí, esa afec-

tación que lo lleva, como usted mismo ha reconocido, a negar tácita o im-

plícitamente el defecto de su vista. Pues usted niega ese defecto, de

hecho, al no querer emplear el instrumento con que normalmente se lo

alivia. Entenderá entonces que le diga esto: quiero que use anteojos. ¡Shh,

no me diga nada...! Usted ya consintió en usarlos, por mí. Aceptará esta

chuchería que tengo en la mano y que, aunque admirable como auxiliar de

la visión, no tiene en realidad mucho valor como joya. Verá que, con un

ligero ajuste, así..., o así..., se puede adaptar como un par de anteojos, o

puede llevarla como gemelos en el bolsillo del saco. Pero es en la primera

de esas formas, y de manera regular, que ya consintió en usarla, por mí.

- ¡Convenido! -exclamé con todo el entusiasmo que pude juntar en

ese momento-. ¡Convenido, aceptado con el mayor de los júbilos! Sacrifico

cualquier sentimiento por usted. Esta noche llevaré esos amados gemelos,

como gemelos, sobre mi corazón; pero con las primeras luces de la

mañana que me proporcione el placer de llamarla mi esposa, me los

pondré sobre la... sobre la nariz... y de allí en más los usaré para siempre

245

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEde la forma en que usted lo desea, menos romántica y menos a la moda,

pero sin duda más útil.

Nuestra conversación se volcó entonces a los detalles de los arreglos

para el día siguiente. Talbot, me dijo mi prometida, acababa de volver a la

ciudad. Tenía que verlo de inmediato, y procurarme un coche. La soirée no

terminaría antes de las dos, y el vehículo estaría en la puerta para esa

hora, cuando, en la confusión ocasionada por la partida de los invitados,

Madame Lalande podría subir a aquél sin ser observada. Iríamos entonces

a casa de un clérigo que nos estaría esperando; allí nos casaríamos, deja-

ríamos luego a Talbot y seguiríamos viaje para realizar una breve gira por

el Este, dejando que la sociedad local hiciera los comentarios que mejor le

pareciera.

Planeado todo esto, salí de la casa y fui en busca de Talbot; pero, en

el camino, no pude contenerme y entré en un hotel para examinar el re-

trato, cosa que hice con la poderosa ayuda de los gemelos. ¡El rostro era

extraordinariamente bello! ¡Esos grandes ojos luminosos! ¡Esa altiva nariz

griega! ¡Esos rizos oscuros y exuberantes!

- ¡Ah! -me dije-. ¡Es... es la imagen viva de mi amada!

Di vuelta la miniatura y descubrí las palabras: "Eugénie Lalande,

veintisiete años y siete meses".

Encontré a Talbot en su casa y, sin perder tiempo, lo puse al tanto de

mi buena fortuna. Se mostró profundamente sorprendido, por supuesto,

pero me felicitó con gran cordialidad y me ofreció toda la ayuda que estu-

viera en sus manos proporcionarme. En resumen, cumplimos el plan al pie

de la letra y, a las dos de la mañana, apenas diez minutos después de la

ceremonia, me encontraba en un carruaje cerrado con Madame Lalande -

es decir, con la señora Simpson- alejándome a gran velocidad de la

ciudad, hacia el nordeste.

Talbot nos había aconsejado que, dado que estaríamos despiertos

toda la noche, hiciéramos nuestra primera parada en C..., un pueblo si-

tuado a unas veinte millas de la ciudad, donde podríamos tomar un desa-

yuno temprano y descansar un poco antes de continuar viaje. A las cuatro

en punto, por lo tanto, el coche se detuvo en la puerta de la posada prin-

cipal. Ayudé a bajar a mi adorada esposa y ordené que nos trajeran un de-

sayuno. Nos hicieron pasar a un pequeño salón donde nos sentamos.

246

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Ya prácticamente había amanecido. Y, mientras contemplaba exta-

siado al ángel que estaba junto a mí, me asaltó de repente la idea de que,

en realidad, aquella era la primera vez, desde que conociera la celebrada

hermosura de Madame Lalande, que podía contemplar esa belleza a la luz

del día.

- Y ahora, mon ami -dijo ella, tomándome la mano e interrumpiendo

mis reflexiones-, dado que estamos indisolublemente unidos, pues he

cedido a sus ruegos apasionados y he cumplido mi parte de nuestro acuer-

do, presumo que no habrá olvidado que también usted tiene un pequeño

favor que cumplir, una pequeña promesa que es su intención mantener...

¡Ah, veamos, déjeme recordar! Sí, recuerdo perfectamente las palabras

exactas de la promesa que le hizo anoche a su Eugénie. Usted dijo: "¡Con-

venido, aceptado con el mayor de los júbilos! Sacrifico cualquier senti-

miento por usted. Esta noche llevaré esos amados gemelos, como

gemelos, sobre mi corazón; pero con las primeras luces de la mañana que

me proporcione el placer de llamarla mi esposa, me los pondré sobre la...

sobre la nariz... y de allí en más los usaré para siempre de la forma en que

usted lo desea, menos romántica y menos a la moda, pero sin duda más

útil." Esas fueron las palabras exactas, mi amado esposo, ¿no es así?

- Así es -le respondí-. Tiene usted una memoria excelente; y le

aseguro, mi bella Eugénie, que no está en mi ánimo evadir el cumpli-

miento de la trivial promesa que implican. ¡Vea! ¡Mire! Me quedan bas-

tante bien, ¿no es cierto?

Y entonces, tras ajustar los gemelos como anteojos, me los puse cui-

dadosamente donde debían ir, mientras Madame Simpson, arreglándose el

tocado y cruzándose de brazos, se sentaba erguida en la silla, en una

postura un tanto rígida y afectada, e incluso un tanto indecorosa.

- ¡Por todos los cielos! -exclamé, en el instante mismo en que el

puente de los anteojos se acomodó en mi nariz-. ¡Dios mío! ¡Por todos los

cielos! ¿Qué puede pasarles a estos lentes?

Me los quité rápidamente, los limpié con un pañuelo de seda y volví a

ajustarlos.

Pero si en la primera ocasión había ocurrido algo que me provocó sor-

presa, en la segunda esa sorpresa se convirtió en perplejidad; y esa

perplejidad era profunda..., era extrema... En verdad, podría decir que era

247

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEespantosa. En nombre de todo lo horrible, ¿qué significaba aquello? ¿Podía

dar crédito a mis ojos?... ¿Podía?... Ésa era la cuestión. ¿Eso era... eso

era... eso era rouge? Y ésas eran... ésas eran... ésas eran arrugas, en el

rostro de Eugénie Lalande? Y... ¡oh, Júpiter y todos los dioses y diosas,

grandes y pequeños! ¿Qué... qué... qué había pasado con sus dientes?

Arrojé con violencia los anteojos al suelo y, levantándome de un salto, me

paré delante de Mrs. Simpson con las manos a la cintura, echando espuma

por la boca, pero absolutamente incapaz de pronunciar una palabra, por el

espanto y la rabia.

Ya he dicho que Madame Eugénie Lalande -es decir, Simpson-hablaba

inglés apenas un poco mejor de lo que lo escribía, motivo por el cual, con

toda sensatez, procuraba no emplearlo nunca en las ocasiones ordinarias.

Pero la ira puede llevar a una dama a cualquier extremo, y en el presente

caso llevó a Mrs. Simpson al extraordinario extremo de pretender

mantener una conversación en una lengua que prácticamente desconocía.

-Bian, Monsieur -dijo, después de observarme unos instantes,

aparentemente con gran asombro-. ¡Bian, Monsieur! ¿Qués que hay? ¿Qué

pasa? ¿Tiene usted el bal de San Vito? Si no es su gusto, ¿por qué compra

antés de ver?

-¡Miserable! -exclamé, conteniendo el aliento-. ¡So... so... vieja bruja!

- ¿Bruja? ¿Vieja? ¡No soy tan muy vieja, después de todo! Yo soy ni un

día más de ochenta y dos anios.

-¡Ochenta y dos! -repetí, tambaleando hacia la pared-. ¡Ochenta y

dos mil mandriles! ¡ El retrato decía veintisiete años y siete meses!

-¡Pues sí, sí! ¡Así es... así era! Pero entonces el retrato fue tomado por

estos cincuenta y cinco anios. Cuando me casé con mi segond' esposo,

Monsieur Lalande, mandé hacer el retrato para mi hija de mi primer es-

poso, Monsieur Moissart.

-¡Moissart! -dije.

-Sí, Moissart -repitió ella, burlándose de mi pronunciación, que, a

decir verdad, no era de lo mejor-. ¿Qués que hay? ¿Qué sabe usted sobre

de Moissart?

-¡Nada, vieja espantosa!... Absolutamente nada; es sólo que tuve un

antepasado de ese nombre.

-¡Ese nombre! Y qué tiene a decig dese nombre? Es muy bon nombre,

248

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcomme Voissart, que es muy bon nombre también. Mi hija, Mademoiselle

Moissart, se es casó con Monsieur Voissart, y los dos nombres son

nombres muy respectables.

-¿Moissart? Y Voissart? -exclamé-. ¿Qué quiere decir usted?

-¿Qué quiero decig? Quiero decig Moissart y Voissart, y para el caso,

quiero decig Croissart y Froissart, también, si me da la gana. La hija de mi

hija, Mademoiselle Voissart, se es casó con Monsieur Croissart, y más

tarde la nieta de mi hija, Mademoiselle Croissart, se es casó con Monsieur

Froissart; y usted dirá, supongo, que ése no es un nombre muy respetable.

-¡Froissart! -dije, empezando a desvanecerme-. Seguramente, usted

no estará diciendo Moissart y Voissart, y Croissart y Froissart...

-Sí -replicó, reclinándose en la silla y estirando las piernas a sus

anchas-. Sí, Moissart y Voissart, y Croissart y Froissart. Pero Monsieur

Froissart era un muy grandísimo lo que ustedes llaman tonto, era un grand

bobo como usted, porque dejó la Selle France por venir a esta stupide

Amérique, y guando llegó aquí tuvo un hijo muy stupide, muy, muy stupi-

de, según dicen, aunque no tuve el plaisir de conocerlo todavía... ni yo, ni

mi amiga, Madame Stephanie Lalande. Su nombre es Bonaparte Froissart,

y supongo que usted dirá que ése tampoco es un nombre muy respetable.

Por su extensión o por su carácter, aquel discurso tuvo el efecto de

poner a Mrs. Simpson en un estado de excitación realmente extraordina-

ria: no bien lo terminó, con gran esfuerzo, saltó de la silla como hechizada,

dejando caer al piso un universo entero de miriñaque. Ya de pie, hizo

chasquear las encías, agitó los brazos, se arremangó, sacudió el puño de-

lante de mi cara y concluyó la función arrancándose la toca, y con ella una

inmensa peluca del más costoso y espléndido pelo negro, todo lo cual

arrojó al suelo con un alarido, para pisotearlo y bailarle encima un fan-

dango, en un absoluto éxtasis de rabia.

Yo, mientras tanto, me desplomé horrorizado en la silla que Madame

dejara vacía. "¡Moissart y Voissart!", repetía ensimismado, mientras ella

ejecutaba una de sus figuras, y "¡ Croissart y Froissart!", mientras

completaba otra.

- ¡Moissart y Voissart y Croissart y Napoleón Bonaparte Froissart!

¡ Vieja serpiente diabólica, ése soy yo... soy yo! ¿Me oye? ¡Ése soy yo! -gri-

té con todas mis fuerzas-, ¡ése soy yo! ¡Yo soy Napoleón Bonaparte

249

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEFroissart! ¡Y que me confunda por toda la eternidad si no me he casado

con mi propia tatarabuela!

Madame Eugénie Lalande, quasi Simpson -y antes Moissart- era mi

tatarabuela. Había sido hermosa en su juventud, y aún a los ochenta y dos

años conservaba la altura majestuosa, la cabeza escultural, los bellos ojos

y la nariz griega de su pasado. Con la ayuda de ello, de polvos de arroz, de

rouge, de cabello postizo, dientes postizos y falsa tournure, así como de

las mejores modistas de París, lograba mantener una posición respetable

entre las bellezas un peu passées de la capital francesa. En ese sentido,

por cierto, podría habérsela considerado casi a la par de la famosa Ninon

de l'Enclos.

Era inmensamente rica, y al enviudar por segunda vez -sin hijos-se

acordó de mi existencia en América. Dispuesta a hacerme su heredero,

viajó a los Estados Unidos en compañía de una bellísima y lejana parienta

de su segundo marido, una tal Madame Stephanie Lalande.

En la ópera, la insistencia de mi mirada distrajo la atención de mi ta-

tarabuela, quien, al observarme a su vez con los gemelos, creyó ver en mí

un cierto parecido de familia. Excitada su curiosidad, y sabiendo que el

heredero que buscaba residía, de hecho, en la ciudad, indagó a sus acom-

pañantes acerca de mi persona. El caballero que estaba con ella me cono-

cía, y le dijo quién era. La información obtenida la indujo a repetir su

escrutinio; y ese escrutinio fue el que me envalentonó para actuar de la

absurda manera que ya he detallado. No obstante, me devolvió el saludo,

pensando que, por alguna singular coincidencia, yo había descubierto su

identidad. Cuando, engañado por la debilidad de mi vista y las artes del

tocador sobre la edad y los encantos de la dama desconocida, le pregunté

con tanto entusiasmo a Talbot quién era ella, éste supuso que me refería a

la belleza más joven, naturalmente, y me dijo entonces, sin faltar a la

verdad, que era "la célebre viuda, Madame Lalande".

A la mañana siguiente, mi tatarabuela se encontró en la calle con

Talbot, un viejo conocido suyo de París, y la conversación, claro está, re-

cayó sobre mi persona. Se enteró entonces de mis deficiencias visuales,

que eran famosas, aunque yo ignoraba por completo su fama; y mi buena

parienta descubrió así, para su gran pesar, que se había engañado al

250

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsuponerme al tanto de su identidad, y que yo, sencillamente, había estado

haciendo el ridículo al galantear en un teatro, en forma pública, con una

anciana desconocida.

Para castigarme por esa imprudencia, se puso de acuerdo con Talbot,

quien abandonaría la ciudad a propósito, evitando así tener que

presentarme. A ojos de los demás, mis averiguaciones callejeras sobre "la

hermosa viuda, Madame Lalande" debían referirse a la dama más joven,

por supuesto; y así, la conversación con los tres amigos que encontré a

poco de dejar el hotel de Talbot se explica fácilmente, lo mismo que su

alusión a Ninon de l'Enclos. Nunca tuve oportunidad de ver a Madame

Lalande de día, y en la soirée musical, mi tonta renuencia a usar anteojos

me impidió descubrir su edad. Cuando los invitados pidieron que cantase

"Madame Lalande", hablaban de la dama más joven, y fue ésta quien se

levantó para responder al pedido; pero mi tatarabuela, prosiguiendo con el

engaño, se levantó al mismo tiempo y la acompañó hasta el piano, en la

sala principal. De haber querido escoltarla, pensaba insinuarme la

conveniencia de permanecer donde estaba, pero mi propia prudencia lo

hizo innecesario. Las canciones que tanto admiré, y que tanto confirmaron

mi impresión de la juventud de mi amada, fueron interpretadas por

Madame Stephanie Lalande. Los anteojos me fueron obsequiados como

para añadir un reproche a la burla, un aguijón en el epigrama del engaño.

Y obsequiarlos le dio oportunidad para aquel sermón sobre la afectación

con el que fui tan particularmente esclarecido. Es casi superfluo agregar

que la anciana había cambiado las lentes del instrumento por otras que se

adaptaban mejor a mi edad. De hecho, me resultaban perfectas.

El clérigo, que sólo había fingido unirnos en ese nudo fatal, era un

compinche de juergas de Talbot, y no tenía nada de sacerdote. Pero era

un cochero excelente, y después de cambiar la sotana por un levitón, con-

dujo el carruaje que transportó a la "feliz pareja" fuera de la ciudad. A su

lado, Talbot hacía las veces de acompañante. Así, los dos miserables "pre-

senciaron la matanza", y por una ventana semiabierta del salón de la po-

sada, se divirtieron observando el dénouement del drama. Creo que

deberé desafiarlos a ambos.

Con todo, no soy el esposo de mi tatarabuela, y ése es un

pensamiento que me produce un alivio infinito; pero sí soy el esposo de

251

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEMadame Lalande -de Madame Stephanie Lalande-, con quien mi buena y

anciana parienta, además de declararme su heredero universal cuando

muera... si es que alguna vez lo hace, se tomó el trabajo de arreglarme

una boda. En conclusión: terminé para siempre con los billets doux, y

jamás me verán con ANTEOJOS.

CUATRO BESTIAS EN UNA

EL HOMBRE CAMALEOPARDO

Cada uno tiene sus virtudes.

(CREBILLON, Xeraés)

Antíoco Epifanes es generalmente considerado como el Gog del

profeta Ezequiel. Este honor, sin embargo, corresponde naturalmente a

Cambises, hijo de Ciro. Y, por otra parte, el monarca sirio no tiene

verdaderamente necesidad de atavíos o adornos suplementarios.

Su advenimiento al trono, o más bien su usurpación de la soberanía,

ciento setenta y un años antes de la venida de Cristo, su tentativa para sa-

quear el templo de Diana en Éfeso, su implacable odio a los judíos, la vio-

lación del santo de los santos, y su muerte miserable en Taba, después de

un reinado tumultuoso de once años; son circunstancias de tanto bulto y

que han debido generalmente atraer la atención de los historiadores de su

tiempo más que las impías, cobardes, crueles, absurdas y caprichosas ha-

zañas que hay que añadir para formar el total de su vida privada y de su

reputación.

Supongamos, amable lector, que estamos en el año del mundo tres

mil ochocientos treinta, y por algunos minutos, transportados a la más

fantástica de las mansiones humanas, a la notable ciudad de Antioquía.

Verdad es que había en Siria y en otras comarcas dieciséis ciudades de

este nombre, sin contar aquella de que vamos a ocuparnos. Pero la nues-

tra es la que se llamaba Antioquía Epidafne, a causa de que estaba pró-

xima a la aldea de Dafne, donde había un templo consagrado a esta

252

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdivinidad.

Fue edificada (aunque la cosa es discutible) por Seleuco Nicator, pri-

mer rey después de Alejandro el Grande, en memoria de su padre Antíoco,

y se convirtió en breve tiempo en capital de la monarquía siria. En los

buenos tiempos del Imperio Romano, era residencia ordinaria del prefecto

de las provincias orientales; y muchos emperadores de la ciudad reina

(entre los que merecen especial mención Vero y Valente) pasaron en ella

gran parte de su vida.

Pero observo que hemos llegado. Subamos sobre esta plataforma y

echemos una ojeada sobre la ciudad y el país vecino.

¿Cuál es ese ancho y rápido río que se abre un paso accidentado por

innumerables cascadas, a través de un caos de montañas y después a tra-

vés de un caos de construcciones?

-Es el Orontes, y es la única agua que se percibe, a excepción del

Mediterráneo, que se extiende como inmenso espejo hasta doce millas al

sur. Todo el mundo ha visto el Mediterráneo; pero permítanme ustedes

decirles que muy pocas personas han disfrutado del golpe de vista que

ofrece Antioquía; quiero decir, muy pocas de las que, como nosotros, han

tenido el beneficio de una educación moderna. Por lo tanto dejemos el

mar en su sitio y fijemos toda nuestra atención en ese conjunto de edifi-

cios que se extiende a nuestros pies. Ustedes recordarán que nos

hallamos en el año del mundo tres mil ochocientos treinta. Si fuera más

tarde, por ejemplo en el año mil ochocientos cuarenta y cinco de nuestro

Señor Jesucristo, nos veríamos privados de este extraordinario

espectáculo. En el siglo XIX, Antioquía está, es decir, Antioquía estará en

un lamentable estado de abandono. En el intervalo, Antioquía habrá sido

completamente destruida tres veces diferentes por tres terremotos

sucesivos. A decir verdad, lo poco que quede de su primera condición se

hallará en tal estado de desolación y ruina que el patriarca transportará su

silla a Damasco. Está bien: Veo que sigue usted mi consejo, y que

aprovecha el tiempo en inspeccionar los lugares y en:

............. saciar sus ojos Con el recuerdo

y los objetos todos, Que de la gran ciudad

forman la gloria

253

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Dispense usted, había olvidado que Shakespeare no florecerá hasta

dentro de 1.750 años. Pero el aspecto de Epidafne, ¿no justifica el epíteto

de fantástica que le he dado?

-Está bien fortificada; desde este punto de vista debe tanto a la naturaleza

como al arte.

-Tiene usted razón.

-Hay una cantidad prodigiosa de imponentes palacios.

-En efecto.

-Y los templos son numerosos, suntuosos, magníficos, y pueden sos-

tener el parangón con los más célebres de la antigüedad.

-Efectivamente así es. Sin embargo hay una infinidad de chozas y

abominables barracas. También hay que confesar que existe en todas las

calles una maravillosa abundancia de inmundicias; y a no ser por el om-

nipotente humo del incienso idólatra no podríamos resistir la hediondez.

¿Ha visto usted nunca calles tan insoportablemente estrechas y casas tan

maravillosamente altas? ¡Qué negrura proyectan sus sombras sobre el

suelo! Es una suerte que las lámparas suspendidas en esas interminables

columnas estén encendidas todo el día; de otro modo tendríamos aquí una

segunda edición de las tinieblas de Egipto.

-i Verdaderamente éste es un lugar extraño! ¿Qué significa ese raro

edificio que se ve allá abajo? i Mire usted! Domina todos los demás y se

extiende a lo lejos, al este del que supongo es el palacio real.

-Es el nuevo templo del Sol, adorado en Siria con el nombre de Elah

Gabalah. Más tarde un muy famoso emperador instituirá este culto en

Roma y se llamará Heliogábalo. Me atrevo a afirmar que la vista de la

divinidad de este templo le agradaría a usted mucho. No tiene que mirar

al cielo, su majestad el Sol, por lo menos el sol adorado por los asirios, no

está allí. Esta deidad se encuentra en el interior del edificio situado allá

abajo. Es adorado bajo la forma de un ancho pilar de piedra, cuya cima

está terminada por un cono o pirámide que representa el fuego o pyr.

-¡Mire! ¡Mire! ¿Quiénes pueden ser esos ridículos seres, medio des-

nudos, con la cara pintada, que se dirigen a la canalla con grandes gestos

y vociferaciones?

-Algunos, en corto número, son saltimbanquis; otros pertenecen más

especialmente a la raza de los filósofos. La mayor parte, sin embargo,

254

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEespecialmente los que apalean al populacho, son los principales cortesa-

nos del palacio que ejecutan, como es su deber, alguna farsa inventada

por el Rey.

-¡Calle! i Otra cosa nueva! ¡Cielo! i La ciudad hormiguea de bestias

feroces! ¡Qué terrible espectáculo! ¡Qué peligrosa rareza!

-Terrible, si usted quiere, pero muy poco peligrosa. Cada animal, si

usted se toma el trabajo de observarlo, camina tranquilamente detrás de

su dueño. Algunos, sin duda, son llevados con una cuerda al cuello, pero

son principalmente las especies más pequeñas y tímidas. El león, el tigre y

el leopardo andan enteramente libres. Han sido reducidos a su presente

condición sin ningún trabajo y siguen a sus propietarios respectivos como

ayudas de cámara. Verdad es que hay casos en que la naturaleza

reivindica su imperio usurpado; pero un escudero devorado, un toro

sagrado estrangulado, son circunstancias muy vulgares para producir

sensación en los Epidáfneos.

-Pero, ¿qué extraordinario tumulto oigo? ¡De seguro he aquí un gran

ruido aun para el mismo Antíoco! Esto indica algún inusitado incidente.

-Sí, indudablemente. El Rey ha ordenado algún nuevo espectáculo,

alguna exhibición de gladiadores en el Hipódromo, o tal vez el asesinato

de los prisioneros escitas, o el incendio de su nuevo palacio, o también, a

fe mía, la quema de algunos judíos. El estruendo aumenta. Suben por los

aires rumores de grandes carcajadas. El aire es desgarrado por los instru-

mentos de viento y por el clamor de un millón de gargantas. Descendamos

y veamos lo que ocurre. Por aquí, i tenga cuidado! Estamos aquí en la

calle principal que se llama calle de Timarco. El populacho, semejante a un

mar, llega por este lado y nos será difícil remontar la corriente. Se esparce

a través de la avenida de los Heráclidas, que parte directamente del

palacio; según esto, el Rey forma parte de la banda. Sí, oigo los gritos del

heraldo que proclama su venida con la pomposa fraseología de Oriente.

Podremos verlo bien, cuando pase delante del templo de Ashimah. Pon-

gámonos al abrigo del vestíbulo del santuario; pronto llegará aquí. Entre

tanto consideremos esta figura. ¿Quién es? ¡Oh! Es el Dios Ashimah en

persona; usted ve bien que no es ni cordero, ni macho cabrío, ni sátiro; no

tiene ninguna semejanza con el Pan de los arcadios. Y, sin embargo, todos

estos caracteres han sido, ¡vuelvo a equivocarme!, serán atribuidos, quie-

255

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEro decir, por los eruditos de los siglos futuros al Ashimah de los sirios.

Póngase sus anteojos y dígame lo que es. ¿Qué es?

-¡Dios me perdone! i Es un mono!

-Sí, verdaderamente, un babuino, pero de ningún modo una deidad.

Su nombre es una derivación del griego simia; ¡qué terribles tontos son los

anticuarios! Pero, ¡vea usted! ¡Vea ese granujilla desarrapado que corre

allá abajo! ¿Adónde va? ¿Qué rebuzna? ¿Qué dice? ¡Oh!, dice que el Rey

llega en triunfo; que trae el traje de las grandes fiestas; que acaba de dar

muerte por su propia mano a mil prisioneros israelitas encadenados. Por

esta hazaña el pequeño miserable lo pone en las nubes. ¡Atención! He

aquí que viene una banda de gente que parece disfrazada. Ha compuesto

un himno latino acerca de la valentía del Rey y lo canta andando:

Mille, mille, mille

Mille, mille, mille

Decollavimus, unus homo!

Mille, mille, mille, mille decollavimus!

Mille, mille, mille!

Vivat qui mille occidit!

Tantum vini habet nemo

Quantum sanguinis effudit73

Lo que puede parafrasearse así:

"¡Mil, mil, mil,

Mil, mil, mil.

Con un solo guerrero hemos degollado mil!

Mil, mil, mil.

¡Cantemos mil para siempre!

¡Hurra! Cantemos

Larga vida a nuestro rey,

73 Flavio Vopisco dice que el himno intercalado aquí fue cantado por el populacho, cuando la guerra de los sármatas en honor de Aureliano, que había matado con su propia mano novecientos cincuenta hombres al enemigo.

256

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Que mató mil hombres tan lindamente.

¡Hurra! gritemos a voz en cuello,

Que nos ha dado una más copiosa

Vendimia de sangre.

Que todo el vino que puede producir Siria".

-¿Oye usted esa banda de cornetas?

-Sí, ¡el Rey llega! i Vea usted! i El pueblo está lleno de admiración, y

levanta sus ojos al cielo con respetuoso enternecimiento! ¡Ya llega! ¡Ya

llega! ¡Aquí está!

-¿Quién? ¿Dónde? ¿El Rey? No lo veo; le juro que no lo veo.

-Pues es preciso estar ciego.

-Es posible que lo esté. La verdad es que sólo veo una tumultuosa

multitud de idiotas y locos que se apresuran a prosternarse delante de un

gigantesco camaleopardo, y que se matan por poder depositar un beso en

la pezuña del animal. i Vea usted! La bestia acaba justamente de golpear

fuertemente a uno del populacho; i ah! otro ahora, y otro, y otro. En ver-

dad, no puedo menos de admirar al animal por el excelente uso que hace

de sus patas.

-¿Populacho, dice? ¡Pues son los nobles y libres ciudadanos de Epi-

dafne! ¿La Bestia, ha dicho? ¡Tenga cuidado, que nadie lo oiga! ¿No ve

que el animal tiene cara de hombre? Amigo mío, ese camaleopardo no es

otro que el rey Antíoco Epifanes, Antíoco el Ilustre, rey de Siria, y el más

poderoso de todos los autócratas de Oriente. Verdad es que a veces se le

llama Antíoco Epimanes, o el Loco. Es cierto que por el momento está en-

cerrado en la piel de una fiera, y que hace lo posible por desempeñar su

papel de camaleopardo; pero lo hace para sostener mejor la dignidad real.

Por otra parte, el monarca tiene una estatura gigantesca, y por consi-

guiente, el traje no le sienta mal ni le está demasiado grande. Podernos,

no obstante, suponer que, a no ser por alguna circunstancia solemne, no

se lo habría puesto. Por ejemplo, el caso presente, o sea la matanza de mil

judíos. ¡Con qué prodigiosa dignidad se pasea el monarca en cuatro patas!

Su cola va levantada en el aire, como vemos, por sus dos principales con-

cubinas, Eliné y Argeláis; y todo su aspecto sería excesivamente simpáti-

co, si no fuese por la protuberancia de sus ojos, que acabarán por

257

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEsaltársele, y por el extraño color de su rostro, que se ha vuelto indefinible

a causa de la gran cantidad de vino que ha tragado. Sigámoslo al hipódro-

mo, a donde se dirige, y escuchemos el canto de triunfo que empieza a

entonar él mismo:

"¡Quién es rey sino Epifanes?

Decid, do sabéis?

¿Quién es rey, sino Epifanes?

¡Bravo! ¡Bravo!

¡No hay más rey que Epifanes,

No, no hay otro!

¡Así, echad abajo los templos

Y apagad el sol!"

i Bien cantado! El populacho saluda al Príncipe de los poetas y Gloria

del Oriente, Delicias del Universo, y, por último, el más maravilloso de los

Camaleopardos. Le hacen repetir su obra maestra, y, ¿oye usted?, la

vuelve a empezar. Cuando llegue al Hipódromo, recibirá la corona poética

como preparación para su victoria en los próximos Juegos Olímpicos.

-Pero, buen Júpiter, ¿qué ocurre en la multitud detrás de nosotros?

-¿Detrás de nosotros, dice usted? ¡Oh!, ya comprendo. Amigo mío,

me alegro de que haya hablado a tiempo. Pongámonos en lugar seguro lo

más pronto posible. ¡Aquí! Refugiémonos bajo los arcos de este acueduc-

to, y le explicaré el origen de esta agitación. Como presumo, esto acaba

mal. El singular aspecto de este camaleopardo con su cabeza de hombre,

debe de haber chocado con las ideas de lógica y armonía aceptadas por

los animales salvajes domesticados en la ciudad. De aquí ha resultado un

motín, y, como sucede siempre en tales casos, todos los esfuerzos

humanos serán impotentes para reprimir el movimiento. Algunos sirios ya

han sido devorados; pero los patriotas de cuatro patas parecen

unánimemente decididos a comerse el camaleopardo. El Príncipe de los

Poetas se ha enderezado sobre sus patas traseras, porque se trata de su

vida. Sus cortesanos han abandonado el campo, y sus concubinas han

seguido tan excelente ejemplo. ¡Delicias del Universo, en mal paso te

encuentras! ¡Gloria del Oriente, estás en peligro de ser comido! Por

258

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEconsiguiente, no mires tan lastimosamente tu cola; se arrastrará por el

lodo, no hay remedio. ¡No mires, pues, atrás, ni te ocupes de su inevitable

deshonra; sino anímate, pon en juego vigorosamente las piernas, y escapa

hacia el Hipódromo! ¡Acuérdate de que eres Antíoco Epifanes, Antíoco el

Ilustre! y también ¡el Príncipe de los Poetas, las Delicias del Universo y el

más maravilloso de los Camaleopardos! ¡Santo cielo! ¡Posees unas piernas

que son tu mejor defensa! ¡Así vas bien, camaleopardo! ¡Glorioso Antíoco!

¡Corre, salta, vuela! ¡Como una flecha lanzada por la catapulta se

aproxima al Hipódromo! ¡Corre! ¡Da un grito! ¡Ya llegó! Suerte has tenido;

porque ¡oh, Gloria del Oriente!, si tardas medio segundo más en llegar a

las puertas del anfiteatro, no hubiera habido en Epidafne un solo oso, por

pequeño que fuese, que no se cebase en tu osamenta. Vámonos,

partamos, porque nuestros modernos oídos son demasiado delicados para

soportar el inmenso estrépito que va a empezar en honor de la libertad del

Rey. ¡Oíd! Ya ha empezado. Toda la ciudad está alborotada.

-¡He ahí ciertamente la ciudad más populosa de Oriente! ¡Qué

hormigueo de pueblo! ¡Qué confusión de clases y edades! ¡Qué variedad

de trajes! ¡Qué Babel de lenguas! ¡Qué gritos de bestias! ¡Qué estrépito

de instrumentos! ¡Qué pandilla de filósofos!

-¡Vámonos, vámonos!

-Un momento aún: veo en el Hipódromo una gran algazara; dígame,

por favor, ¿qué significa?

-¿Esto? ¡oh, nada! Los nobles y libres ciudadanos de Epidafne, ha-

llándose, según declaran, satisfechos por completo de la lealtad, bravura,

sabiduría y divinidad de su Rey, y además, habiendo sido testigos de su

reciente agilidad sobrehumana, piensan llenar un deber depositando sobre

su frente (además del laurel poético), una nueva corona, premio de la ca-

rrera a pie, corona que será preciso que obtenga en las fiestas de la

próxima Olimpíada y que naturalmente decretan hoy por adelantado.

NUNCA APUESTES TU CABEZA AL

DIABLO

259

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POE

Cuento con moraleja

"Con tal que las costumbres de un autor sean puras y castas -dice

don Tomás de las Torres en el prefacio de sus Poemas amatorios- importa

muy poco que no sean igualmente severas sus obras." Presumimos que

don Tomás está ahora en el Purgatorio por dicha afirmación. Sería

conveniente tenerlo allí, desde el punto de vista de la justicia poética,

hasta que sus Poemas amatorios se agotaran o quedaran eternamente en

los estantes por falta de lectores. Toda obra de ficción debería tener una

moraleja, más aún, los críticos han descubierto que toda ficción la tiene.

Tiempo atrás, Philip Melancthon escribió un comentario de la

Batracomiomaquia, y demostró que el objetivo del poeta era estimular el

desagrado por la sedición. Pierre La Seine fue un paso más allá, y mostró

que la intención era recomendar a los jóvenes temperancia en la comida y

la bebida. Por su parte, Jacobus Hugo se convenció de que en Euenis,

Homero insinuaba a Calvino, que Antonio era Martín Lutero, que los

lotófagos eran los protestantes en general, y las arpías, los holandeses.

Nuestros escoliastas, más modernos, son igualmente agudos. Estos

individuos encuentran un sentido oculto en Los antediluvianos, de una

parábola en Powhatan, de nueve ideas en Arrorró mi niño y del

trascendentalismo en Pulgarcito. En resumidas cuentas, se ha demostrado

que nadie puede sentarse a escribir sin contar con un profundo designio.

Así, los autores se ahorran muchos problemas. Un novelista, por ejemplo,

no tiene que preocuparse por la moraleja pues está allí -es decir, en

alguna parte de su obra-, y tanto ella como los críticos pueden

arreglárselas solos. Cuando llegue el momento adecuado, todo lo que el

caballero quería decir, y todo lo que no quería, saldrá a la luz en el Dial o

en el Down-Easter, juntamente con todo lo que debería haber querido

decir y aquello que claramente intentó decir, de modo que al final todo

saldrá muy bien.

Por lo tanto, no hay motivo para la acusación que ciertos ignorantes

me han hecho: que jamás escribí un cuento moral, o más precisamente un

260

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEcuento con moraleja. No son ellos los críticos predestinados a hacerme

salir a la luz y a desarrollar mis moralejas, ése es el secreto. Tarde o tem-

prano el North American Quarterly Humdrum los hará avergonzar de su

estupidez. Entretanto, para aplazar el ajusticiamiento y mitigar las acusa-

ciones contra mí, ofrezco el siguiente y penoso relato, una historia cuya

moraleja no puede ser cuestionada en absoluto ya que uno puede leerla

en las letras mayúsculas que forman el título del cuento.

Debería reconocerme un mérito por usar este recurso, mucho más

sensato que el de La Fontaine y otros, que reservan hasta último momento

la impresión que desean transmitir y la incluyen al final de sus fábulas.

Defuncti injuria en officiantur, decía una ley de la doce tablas, y De

mortuis nil nisi bonum es un excelente mandamiento, aun si los muertos

en cuestión no valen nada. Por lo tanto, no es mi intención vituperar a mi

difunto amigo Toby Dammit. Era un pobre perro, en verdad, y tuvo una

muerte de perros, pero no hay que echarle en cara sus vicios. Éstos se de-

bían a un defecto personal de su madre. Esa mujer que se esforzó lo más

posible en cuanto a proporcionarle azotes cuando Toby era pequeño pues,

para su ordenada mente, los deberes eran siempre placeres, y los bebés,

al igual que la carne dura o los olivos griegos, mejoran si uno los golpea. i

Pero pobre mujer! Tenía la desgracia de ser zurda, y es preferible no azo-

tar a un niño antes que azotarlo con la mano izquierda. El mundo gira de

derecha a izquierda. No sirve azotar a un bebé de izquierda a derecha. Si

cada golpe asestado en la dirección adecuada extirpa una propensión al

mal, de ahí se desprende que cada golpe en sentido contrario profundiza

aún más la maldad. Yo solía estar presente cuando castigaba a Toby, y

hasta por la forma en que el niño pateaba me daba cuenta de que cada

día que pasaba se estaba poniendo más malo. Por último vi, con lágrimas

en los ojos, que ya no quedaban esperanzas para el sinvergüenza, y un día

en que lo habían golpeado tanto hasta dejarle la cara tan negra que bien

podía habérselo tomado por un niño africano, sin obtener otro efecto que

el de hacerlo retroceder en un ataque de furia, ya no pude soportarlo más

y, cayendo de rodillas, alcé mi voz y profeticé su ruina.

Lo cierto es que la precocidad de Toby para el vicio era terrible. A los

cinco meses le daban unos ataques tan virulentos, que no podía articular

261

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpalabra. A los seis meses lo pesqué mordisqueando un mazo de naipes. A

los siete se había acostumbrado a abrazar y besar las bebidas. A los ocho

se negó perentoriamente a firmar un documento en pro de la temperan-

cia. Así, mes a mes fue creciendo en él la iniquidad hasta que, al cumplir

su primer año de vida, no sólo usaba bigotes sino que había adquirido

cierta propensión a lanzar juramentos y malas palabras, y a respaldar sus

afirmaciones con apuestas.

Esta última y poco caballeresca práctica fue la que causó por fin la

ruina que yo había vaticinado para Toby Dammit. El hábito "fue creciendo

con él y fortaleciéndose con su fuerza" de modo que, cuando Toby ya fue

un hombre, apenas si podía pronunciar una frase sin adornarla con una

propuesta de juego.

No apostaba en serio, no. Debo ser justo con mi amigo, y decir que

antes hubiera preferido hacer cualquier otra cosa. Para él, el hábito era

una simple fórmula, nada más. No daba ningún sentido especial a sus ex-

presiones; éstas eran simples imprecaciones -aunque no del todo ino-

centes-, frases ocurrentes con las cuales redondeaba sus ideas. Cuando

decía: "Le apuesto a aquello", a nadie se le cruzaba por la mente tomarle

la palabra, pero yo no podía dejar de considerar que mi deber era repren-

derlo. Ese hábito era inmoral, y así se lo decía. Era vulgar, y le imploraba

que me creyera. Era desaprobado por la sociedad, cosa que no era más

que la verdad. Estaba prohibido por una ley del Congreso, y al decir esto

no me animaba ni la menor intención de mentir. Le hacía objeciones, pero

en vano. Lo instaba, y él sonreía. Le suplicaba, y se reía. Si lo sermoneaba,

me miraba con desdén. Si lo amenazaba, me lanzaba una palabrota. Silo

pateaba, llamaba a la policía. Si le daba un tirón de nariz, se la sonaba y

apostaba su cabeza al diablo a que no me atrevería a repetir el

experimento.

La pobreza era otro vicio que la peculiar deficiencia física de la madre

de Dammit había legado al hijo. Era detestablemente pobre, y por una ra-

zón, sin duda, sus exclamaciones relacionadas con las apuestas rara vez

tomaban un giro pecuniario. Nadie podrá decir que le oyó alguna vez

usar formas de expresión tales como: "Le apuesto un dólar". Por lo general

decía: "Le apuesto lo que usted quiera", "Le apuesto lo que usted se

atreva", "Le apuesto cualquier cosa" o, más significativamente aún: "Le

262

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEapuesto mi cabeza al diablo".

Esta última forma es la que parecía complacerlo más, tal vez porque

implicaba el menor riesgo, pues Dammit se había vuelto parsimonioso en

exceso. Si alguien le hubiera tomado la palabra, habría perdido poco

puesto que tenía una cabeza pequeña. Pero éstas son reflexiones persona-

les que me hago, y en modo alguno puedo atribuírselas a él. De todas for-

mas, la frase en cuestión se volvía cada vez más habitual, pese a lo

impropio de que un hombre apostara a su cerebro como si fuera billetes

de Banco, pero la perversa naturaleza de mi amigo no le permitía

entenderlo. Con el tiempo llegó a abandonar toda otra fórmula, y se

entregó por entero a "Le apuesto mi cabeza al diablo" con una pertinencia

y exclusividad que desagradaban y sorprendían. Siempre me desagradan

las circunstancias que no logro explicarme. Los misterios obligan al

hombre a pensar, y así se resiente su salud. A decir verdad, había algo en

el aire con que el señor Dammit pronunciaba aquella ofensiva expresión,

algo en su manera de enunciarla, que primero me interesó y luego me

puso muy nervioso, algo que, a falta de término más preciso, debo

calificar de extraño, pero que Coleridge habría denominado místico, Kant

panteístico, Carlyle retorcido y Emerson hiperexcéntrico. Aquello empezó

a desagradarme sobremanera. El alma del señor Dammit corría grave

peligro. Decidí entonces usar toda mi elocuencia para salvarla. Juré

consagrarme a él tal como dice la crónica irlandesa que San Patricio se

consagró al sapo, es decir, "despertándolo para que tomara conciencia de

su situación". De inmediato me aboqué a la tarea. Una vez más me

propuse reconvenir a mi amigo. Una vez más junté todas mis energías

para un intento final de recriminación.

Cuando hube concluido con mi discurso, el señor Dammit se permitió

una conducta sumamente equívoca. Durante unos instantes permaneció

en silencio, limitándose a mirarme inquisidoramente a la cara, pero luego

inclinó la cabeza hacia un lado y arqueó mucho las cejas. Acto seguido

tendió las palmas de las manos y se encogió de hombros. Guiñó el

ojo derecho y repitió la operación con el izquierdo. Después cerró

fuertemente los dos, y al instante los abrió tanto, que me preocupé

seriamente por las consecuencias. Aplicándose el pulgar a la nariz, juzgó

oportuno realizar movimientos indescriptibles con el resto de los dedos.

263

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEPor último, poniendo los brazos en jarra, se avino a responder.

Me vienen a la mente sólo los titulares de su discurso. Me estaría muy

agradecido si me callara la boca. No quería que le dieran consejos. Des-

preciaba todas mis insinuaciones. Ya era bastante grande como para cui-

darse solo. ¿Todavía lo consideraba un bebé? ¿Me atrevía a criticar su

naturaleza? ¿Me proponía insultarlo? ¿Era tonto yo? En una palabra, ¿sabía

mi madre que yo me había ausentado de mi casa? Esta última pregunta

me la hacía considerándome un hombre veraz, y estaba dispuesto a creer

en mi respuesta. Una vez más me preguntaba explicativamente si mi

madre sabía que yo había salido. Mi confusión, según dijo, me traicionaba,

y por ende estaba dispuesto a apostarle su cabeza al diablo a que no sabía

nada.

El señor Dammit no se detuvo a la espera de mi respuesta. Giró sobre

sus talones y me abandonó con indigna precipitación. Y de lo bien que

hizo. Me había herido en mis sentimientos y hasta había provocado mi in-

dignación. Por una vez en la vida habría querido aceptarle su insultante

apuesta. Habría ganado para el Archienemigo la pequeña cabeza del señor

Dammit, porque lo cierto es que mi madre estaba perfectamente enterada

de mi ausencia temporal del hogar.

Pero Coda shefa midéhed -el cielo brinda un alivio-, como dicen los

musulmanes si uno les pisa los dedos de los pies. Había sido ofendido

mientras cumplía con mi deber, y soporté el insulto como un hombre. Sin

embargo, ahora me parecía que había hecho todo lo que se me podía

pedir por aquel miserable individuo, y decidí no molestarlo más con mis

consejos, dejándolo librado a su propia conciencia y a sí mismo. Sin

embargo, aunque desistí de darle más consejos, no pude renunciar del

todo a su compañía. Hasta llegué a soportar algunas de sus inclinaciones

menos cuestionables, y en ciertas oportunidades hasta elogié sus

desagradables chistes tal como elogian los epicúreos la mostaza: con

lágrimas en los ojos; tan profundamente me hería oír su maligno lenguaje.

Un hermoso día en que habíamos salido a pasear juntos, tomados del

brazo, el camino nos llevó en dirección a un río. Había un puente y deci-

dimos cruzarlo. Era un puente techado que servía para proteger del mal

tiempo, y como tenía pocas ventanas, adentro resultaba incómodamente

oscuro. Cuando ingresamos, el contraste entre el resplandor externo y la

264

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEpenumbra interior me produjo un gran desánimo. No así al desdichado

Dammit, quien enseguida apostó su cabeza al diablo a que yo me sentía

deprimido. Él, por su parte, estaba de muy buen humor. Tal vez un poco

animado por de más, lo cual me había sentir cierta suspicacia. No es im-

posible que lo haya afectado algún tipo de trascendentalismo. Pero no soy

muy versado en el diagnóstico de esta enfermedad como para expedirme

sobre nada, y lamentablemente no estaba presente ninguno de mis

amigos del Dial. No obstante, sugiero la idea debido a cierto espíritu

payasesco que parecía aquejar a mi pobre amigo haciéndolo comportarse

como un tonto. Nada le agradaba más que deslizarse y saltar por debajo o

por encima de cualquier cosa que se le pusiera por delante, y lo hacía

gritando o susurrando todo tipo de palabras o palabrotas, aunque

manteniendo siempre el rostro serio. Yo sinceramente no sabía si

compadecerlo o patearlo. Por último, cuando ya habíamos cruzado casi

todo el puente y nos acercábamos al final, un molinete de cierta altura nos

impidió seguir. Calladamente lo sorteé como suele hacerse, es decir,

haciéndolo girar. Pero esto no convenía al señor Dammit, quien insistió en

saltarlo por arriba y afirmó que era capaz de realizar también una pirueta

en el aire. Ahora bien, en conciencia no me parecía que pudiera hacerlo. El

que mejor piruetas hacía era mi amigo Carlyle, y como yo sabía que él no

podía hacerlo, tampoco creía que lo pudiera hacer Toby Dammit. Por

consiguiente se lo dije con todas las letras, agregando que lo consideraba

un fanfarrón que no podía cumplir con lo que decía. Esto que dije lo

lamenté posteriormente, pues en el acto él apostó su cabeza al diablo a

que lo hacía.

Estaba yo a punto de responderle, pese a mi anterior resolución, re-

prochándole su impiedad, cuando oí muy cerca una tos muy parecida a la

exclamación "¡Ejem!". Me sobresalté y miré asombrado en derredor. Mis

ojos cayeron por fin en un nicho que había en la estructura del puente, y

repararon en la figura de un diminuto y anciano caballero cojo, de vene-

rable aspecto. Nada podía ser más excelso que su apariencia, pues no

sólo

iba vestido todo de negro, sino que llevaba una camisa muy limpia,

con cuello que se doblaba prolijamente sobre una corbata blanca, y usaba

el pelo con raya al medio como una muchacha. Tenía las manos entrelaza-

265

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEdas en gesto pensativo sobre el vientre, y había puesto los ojos en blanco.

Observándolo más atentamente noté que, por encima, de su ropa,

llevaba puesto un guardapolvo de seda negra, lo cual me resultó muy

raro. Sin embargo, antes de que tuviera oportunidad de hacer un

comentario sobre tan singular circunstancia, me interrumpió con un

segundo "¡Ejem! ".

No me sentí preparado para responder de inmediato tal observación.

Lo cierto es que los comentarios tan lacónicos son prácticamente imposi-

bles de responder. Conozco una revista trimestral que quedó desconecta-

da ante la palabra "¡Tonterías!". Por lo tanto, no me avergüenza decir que

me volví al señor Dammit en busca de ayuda.

-Dammit, ¿qué haces? -le pregunté-. ¿No oyes? Este caballero dice

"¡Ejem!".

Lo miré con aire serio mientras le hablaba, porque a decir verdad me

sentía particularmente desconcertado, y cuando un hombre se siente par-

ticularmente desconcertado, debe fruncir las cejas y poner expresión sal-

vaje, porque de lo contrario es seguro que parecerá un tonto.

-Dammit -continué, aunque la palabra pareció una maldición, cosa

que estaba muy lejos de mi pensamiento-, Dammit74, este caballero dice

"¡Ejem!".

No trataré de defender mis palabras afirmando que eran profundas

pues a mí tampoco me lo parecieron, pero he notado que el efecto de

nuestras palabras no siempre es proporcional a la importancia que tiene

ante nuestros ojos. Y si hubiera arrojado una bomba al señor Dammit, o si

lo hubiera golpeado en la cabeza con un ejemplar de Poetas y Poesías de

Norteamérica, no lo habría visto tan molesto como cuando le dirigí aque-

llas simples palabras:

-"Dammit, ¿qué haces? ¡Acaso no oyes? El caballero dice ¡Ejem!"

-¿Ah, sí? -musitó al fin, y por su rostro pasaron más colores que los

que despliega, uno tras otro, un barco pirata cuando lo persigue una nave

de guerra-. ¿Estás seguro de que eso dijo? Bueno, de todos modos ya

estoy listo, y mejor que enfrente el tema con decisión. Aquí voy: i Ejem!

Al oír esto el hombrecito pareció complacido, sólo Dios sabe por qué.

Salió del nicho donde se hallaba, se adelantó rengueando con un aire

74 Damn it!: En inglés, ¡Maldición! [N. de la T.]

266

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEgentil y estrechó cordialmente la mano de Dammit, mirándolo con la más

pura expresión de bondad que pueda imaginar un ser humano.

-Estoy convencido de que usted ganará, Dammit -dijo, con una

sonrisa franca-, pero por fuerza debemos tener una prueba, por una mera

formalidad.

-¡Ejem! -repuso mi amigo quitándose la chaqueta con un profundo

suspiro, atándose un pañuelo de bolsillo a la cintura y modificando

inexplicablemente sus facciones, para lo cual revolvió los ojos y bajó la

comisura de sus labios-. i Ejem! i Ejem! -repitió tras una pausa, y a partir

de allí no le oí decir otra cosa que el mismo "¡Ejem! ".

"Ajá -me dije, aunque no lo expresé en voz alta-, éste es un silencio

notable por parte de Toby Dammit, sin duda consecuencia de su anterior

verbosidad. Un extremo induce al otro. Me pregunto si se ha olvidado de

todas esas preguntas imposibles de responder que con tanta fluidez me

formuló el día en que le di mi último sermón. De todos modos, parece cu-

rado de los trascendentalismos."

-¡Ejem! -respondió Toby como si hubiera estado leyendo mis pen-

samientos, y con cara de carnero viejo en un sueño.

El anciano caballero lo tomó del brazo y lo llevó más hacia el interior

del puente, hasta unos pasos antes del molinete.

-Estimado amigo -dijo-, en conciencia tengo que concederle todo este

tramo para que pueda correr y tomar impulso. Espere aquí hasta que yo

me ubique junto al molinete, así puedo ver si lo salta en forma elegante y

trascendental, sin omitir ninguno de los movimientos de la pirueta. Pura

formalidad, como usted sabe. Diré "Uno, dos, tres, ya". No arranque hasta

oír el "¡Ya!". -Se ubicó junto al molinete, hizo una pausa como sumido en

profunda reflexión, miró hacia arriba y me pareció que esbozaba una

sonrisita; luego se ajustó las tiras del delantal, miró largamente a Dammit

y pronunció las palabras convenidas:

Uno, dos, tres... ¡Ya!

Al oír el "¡Ya!", mi pobre amigo salió a la carrera. Su estilo no era tan

notable como el del señor Lord, ni tan malo como el de los críticos del se-

ñor Lord, pero me dio la impresión de que lograría superar obstáculos. Y si

no pudiera? Ah, ésa era la cuestión. ¿Y si no pudiera? ¿Qué derecho tenía

un anciano caballero -dije- de obligar a otro a saltar? ¿Y quién es este tipo?

267

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POESi me pide a mí que salte, no lo haré, lisa y llanamente no lo haré, y no me

importa quién diablos sea.

Como he dicho, el puente estaba cubierto de una manera muy ridícu-

la, y en todo momento había dentro de él un eco muy incómodo, eco que

nunca había notado tan nítidamente como cuando pronuncié las tres úl-

timas palabras.

Pero lo que dije, lo que pensé o lo que oí ocupó apenas un instante.

Menos de cinco segundos después de haber tomado impulso, mi pobre

Toby daba el salto. Lo vi correr ágilmente, dar un grandioso salto y efec-

tuar notables movimientos con las piernas al elevarse. Lo vi en lo alto, rea-

lizando una admirable pirueta sobre el molinete, y desde luego, me

pareció insólito que no completara el movimiento del salto. Pero todo eso

duró un momento, y antes que tuviera tiempo de hacer una reflexión pro-

funda, vi que el señor Dammit caía de espaldas, del mismo lado del moli-

nete de donde había partido. Y en ese mismo instante, vi también que el

anciano caballero salía corriendo y rengueando a toda velocidad, luego de

recoger y envolver en su delantal algo que caía pesadamente desde la pe-

numbra del techo en arco, justo sobre el molinete.

Todo eso me dejó atónito, pero no tuve demasiado tiempo para pen-

sar, pues el señor Dammit se hallaba particularmente quieto, por lo cual

deduje que se sentía ofendido y necesitaba mi ayuda. Rápidamente me

acerqué a él y comprobé que había recibido lo que podría denominarse

una herida grave. A decir verdad, había sido privado de la cabeza, que no

pude encontrar por ninguna parte. Decidí entonces llevarlo a casa y man-

dar a llamar a los homeópatas. Entretanto, se me ocurrió algo, y luego de

abrir una ventana en el puente, descubrí la triste verdad. A una altura de

un metro y medio del molinete, cruzando la arcada del techo a modo de

soporte, se extendía una barra plana de hierro puesta con el filo

horizontalmente, uno de varios soportes similares que contribuían a

reforzar la estructura del puente. Al parecer, el cuello de mi infortunado

amigo había entrado precisamente en contacto con dicho filo.

Mi amigo no sobrevivió a su terrible pérdida. Los homeópatas le su-

ministraron bastante poco remedio, y el poco que le dieron él no lo pudo

tomar. A la larga empeoró y murió, dando así una lección a todas las per-

sonas de vida licenciosa. Regué su tumba con mis lágrimas, agregué una

268

CUENTOS DE HUMOR Y SÁTIRA EDGAR ALLAN POEbarra siniestra al escudo de armas de su familia y, para cubrir los gastos

generales de su entierro, envié una cuenta muy módica a los transcenden-

talistas. Como los sinvergüenzas se negaron a pagar, en el acto hice exhu-

mar al señor Dammit y lo vendí como alimento para perros.

269